la cautiva

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Poema La cautiva de Esteban Echeverría PARTE PRIMERA El Desierto Era la tarde, y la hora en que el sol la cresta dora de los Andes. El Desierto inconmensurable, abierto, y misterioso a sus pies se extiende; triste el semblante, solitario y taciturno como el mar, cuando un instante al crepúsculo nocturno, pone rienda a su altivez. Gira en vano, reconcentra su inmensidad, y no encuentra la vista, en su vivo anhelo, do fijar su fugaz vuelo, como el pájaro en el mar. Doquier campos y heredades del ave y bruto guaridas, doquier cielo y soledades de Dios sólo conocidas, que Él sólo puede sondar. A veces, la tribu errante, sobre el potro rozagante, cuyas crines altaneras flotan al viento ligeras, lo cruza cual torbellino, y pasa; o su toldería

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Poema La cautivade Esteban Echeverría

PARTE PRIMERA

El Desierto

Era la tarde, y la horaen que el sol la cresta dorade los Andes. El Desiertoinconmensurable, abierto,y misterioso a sus piesse extiende; triste el semblante,solitario y taciturnocomo el mar, cuando un instanteal crepúsculo nocturno,pone rienda a su altivez.

Gira en vano, reconcentrasu inmensidad, y no encuentrala vista, en su vivo anhelo,do fijar su fugaz vuelo,como el pájaro en el mar.Doquier campos y heredadesdel ave y bruto guaridas,doquier cielo y soledadesde Dios sólo conocidas,que Él sólo puede sondar.A veces, la tribu errante,sobre el potro rozagante,cuyas crines altanerasflotan al viento ligeras,lo cruza cual torbellino,y pasa; o su tolderíasobre la grama frondosaasienta, esperando el díaduerme, tranquila reposa,sigue veloz su camino.

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¡Cuántas, cuántas maravillas,sublimes y a par sencillas,sembró la fecunda manode Dios allí! ¡Cuánto arcanoque no es dado al vulgo ver!La humilde yerba, el insecto,la aura aromática y pura,el silencio, el triste aspectode la grandiosa llanura,el pálido anochecer.

Las armonías del vientodicen más al pensamientoque todo cuanto a porfíala vana filosofíapretende altiva enseñar.¿Qué pincel podrá pintarlassin deslucir su belleza?¿Qué lengua humana alabarlas?Sólo el genio su grandezapuede sentir y admirar.

Ya el sol su nítida frentereclinaba en occidente,derramando por la esferade su rubia cabellerael desmayado fulgor.Sereno y diáfano el cielo,sobre la gala verdosade la llanura, azul veloesparcía, misteriosasombra dando a su color.

El aura, moviendo apenassus alas de aroma llenas,entre la yerba bullíadel campo que parecía

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como un piélago ondear.Y la tierra, contemplandodel astro rey la partida,callaba, manifestando,como en una despedida,en su semblante pesar.

Sólo a ratos, altanerorelinchaba un bruto fieroaquí o allá, en la campaña;bramaba un toro de saña,rugía un tigre feroz;o las nubes contemplando,como extático y gozoso,el yajá, de cuando en cuando,turbaba el mudo reposocon su fatídica voz.

Se puso el sol; parecíaque el vasto horizonte ardía:la silenciosa llanurafue quedando más obscura,más pardo el cielo, y en él,con luz trémula brillabauna que otra estrella, y luegoa los ojos se ocultaba,como vacilante fuegoen soberbio chapitel.

El crepúsculo, entretanto,con su claroscuro manto,veló la tierra; una faja,negra como una mortaja,el occidente cubrió;mientras la noche bajandolenta venía, la calma,que contempla suspirandoinquieta a veces el alma,

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con el silencio reinó.

Entonces, como el rüidoque suele hacer el tronidocuando retumba lejano,se oyó en el tranquilo llanosordo y confuso clamor;se perdió... y luego violento,como baladro espantosode turba inmensa, en el vientose dilató sonoroso,dando a los brutos pavor.

Bajo la planta sonantedel ágil potro arroganteel duro suelo temblaba,y envuelto en polvo cruzabacomo animado tropel,velozmente cabalgando;ve íanse lanzas agudas,cabezas, crines ondeando,y como formas desnudasde aspecto extraño y crüel.

¿Quién es? ¿Qué insensata turbacon su alarido perturbalas calladas soledadesde Dios, do las tempestadessólo se oyen resonar?¿Qué humana planta orgullosase atreve a hollar el desiertocuando todo en él reposa?¿Quién viene seguro puertoen sus yermos a buscar?

¡Oíd! Ya se acerca el bandode salvajes, atronandotodo el campo convecino;

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¡mirad! como torbellinohiende el espacio veloz.El fiero ímpetu no enfrenadel bruto que arroja espuma;vaga al viento su melena,y con ligereza sumapasa en ademán atroz.

¿Dónde va? ¿De dónde viene?¿De qué su gozo proviene?¿Por qué grita, corre, vuela,clavando al bruto la espuela,sin mirar alrededor?¡Ved que las puntas ufanasde sus lanzas, por despojos,llevan cabezas humanas,cuyos inflamados ojosrespiran aún furor!

Así el bárbaro hace ultrajeal indomable corajeque abatió su alevosía;y su rencor todavíamira, con torpe placer,las cabezas que cortaronsus inhumanos cuchillos,exclamando: -Ya pagarondel cristiano los caudillosel feudo a nuestro poder.

Ya los ranchos do vivieronpresa de las llamas fueron,y muerde el polvo abatidasu pujanza tan erguida.¿Dónde sus bravos están?Vengan hoy del vituperio,sus mujeres, sus infantes,que gimen en cautiverio,

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a libertar, y como antes,nuestras lanzas probarán.

Tal decía, y bajo el callodel indómito caballo,crujiendo el suelo temblaba;hueco y sordo retumbabasu grito en la soledad.Mientras la noche, cubiertoel rostro en manto nubloso,echó en el vasto desierto,su silencio pavoroso,su sombría majestad.

PARTE SEGUNDA

...orríbile favelle,parole di dolore, accenti d'ira,voci alte e fioche, e suon di man con ellefacévano un tumulto...(Dante)

El festín

Noche es el vasto horizonte,noche el aire, cielo y tierra.Parece haber apiñadoel genio de las tinieblas,para algún misterio inmundo,sobre la llanura inmensa,la lobreguez del abismodonde inalterable reina.

Sólo inquietos divagando,

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por entre las sombras negras,los espíritus foletoscon viva luz reverberan,se disipan, reaparecen,vienen, van, brillan, se alejan,mientras el insecto chilla,y en fachinales o cuevaslos nocturnos animalescon triste aullido se quejan.

La tribu aleve, entretanto,allá en la pampa desierta,donde el cristiano atrevidojamás estampa la huella,ha reprimido del brutola estrepitosa carrera;y campo tiene fecundoal pie de una loma extensa,lugar hermoso, do a vecessus tolderías asienta.

Feliz la maloca ha sido;rica y de estima la presaque arrebató a los cristianos:caballos, potros y yeguas,bienes que en su vida erranteella más que el oro precia;muchedumbre de cautivas,todas jóvenes y bellas.

Sus caballos, en manadas,pacen la fragante yerba;y al lazo, algunos prendidos,a la pica, o la manea,de sus indolentes amosel grito de alarma esperan.Y no lejos de la turba,que charla ufana y hambrienta,

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atado entre cuatro lanzas,como víctima en reserva,noble espíritu valientemira vacilar su estrella;al paso que su infortunio,sin esperanza, lamentan,rememorando su hogar,los infantes y las hembras.

Arden ya en medio del campocuatro extendidas hogueras,cuyas vivas llamaradasirradiando, coloreanel tenebroso recintodonde la chusma hormiguea.En torno al fuego sentadosunos lo atizan y ceban;otros la jugosa carneal rescoldo o llama tuestan.

Aquél come, éste destriza,más allá alguno degüellacon afilado cuchillola yegua al lazo sujeta,y a la boca de la herida,por donde ronca y resuella,y a borbollones arrojala caliente sangre fuera,en pie, trémula y convulsa,dos o tres indios se pegancomo sedientos vampiros,sorben, chupan, saboreanla sangre, haciendo mormullo,y de sangre se rellenan.

Baja el pescuezo, vacila,y se desploma la yeguacon aplausos de las indias

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que a descuartizarla empiezan.Arden en medio del campo,con viva luz las hogueras;sopla el viento de la pampay el humo y las chispas vuelan.A la charla interrumpida,cuando el hambre está repleta,sigue el cordial regocijo,el beberaje y la gresca,que apetecen los varones,y las mujeres detestan.

El licor espirituosoen grandes bacías echan;y, tendidos de barrigaen derredor, la cabezameten sedientos, y apuranel apetecido néctar,que bien pronto los convierteen abominables fieras.Cuando algún indio, medio ebrio,tenaz metiendo la lenguasigue en la preciosa fuente,y beber también no dejaa los que aguijan furiosos,otro viene, de las piernaslo agarra, tira y arrastra,y en lugar suyo se espeta.

Así bebe, ríe, canta,y al regocijo sin riendase da la tribu; aquel ebriose levanta, bambolea,a plomo cae, y gruñendocomo animal se revuelca.Éste chilla, algunos lloran,y otros a beber empiezan.

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De la chusma toda al cabola embriaguez se enseñoreay hace andar en remolinosus delirantes cabezas;entonces empieza el bullicio,y la algazara tremenda,el infernal alaridoy las voces lastimeras,mientras sin alivio lloranlas cautivas miserables,y los ternezuelos niños,al ver llorar a sus madres.

Las hogueras, entretanto,en la obscuridad flamean,y a los pintados semblantesy a las largas cabellerasde aquellos indios beodos,da su vislumbre siniestracolorido tan extraño,traza tan horrible y fea,que parecen del abismoprécito, inmunda ralea,entregada al torpe gozode la sabática fiesta.

Todos en silencio escuchan;una voz entona recialas heroicas alabanzas,y los cantos de la guerra:-Guerra, guerra, y exterminioal tiránico dominiodel huinca; engañosa paz:devore el fuego sus ranchos,que en su vientre los caranchosceben el pico voraz.

Oyó gritos el caudillo,

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y en su fogoso tordillosalió Brian;pocos eran y él delantevenía, al bruto arrogantedio una lanzada Quillán.Lo cargó al punto la indiada:con la fulminante espadase alzó Brian;grandes sus ojos brillaron,y las cabezas rodaronde Quitur y Callupán.

Echando espuma y heridocomo toro enfurecidose encaró,ceño torvo revolviendo,y el acero sacudiendo:nadie acometerlo osó.

Valichu estaba en su brazo;pero al golpe de un bolazocayó Briancomo potro en la llanura:cebo en su cuerpo y harturaencontrará el gavilán.

Las armas cobarde entregael que vivir quiere esclavo;pero el indio guapo, no:Chañil murió como bravo,batallando en la refriega,de una lanzada murió.

Salió Brian airadoblandiendo la lanza,con fiera pujanzaChañil lo embistió;del pecho clavado

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en el hierro agudo,con brazo forzudo,Brian lo levantó.

Funeral sangrientoya tuvo en el llano;ni un solo cristianocon vida escapó.¡Fatal vencimiento!Lloremos la muertedel indio más fuerteque la pampa crió.

Quiénes su pérdida lloran,quiénes sus hazañas mentan.Óyense voces confusas,medio articuladas quejas,baladros, cuyo son roncoen la llanura resuena.

De repente todos callan,y un sordo mormullo reina,semejante al de la brisacuando rebulle en la selva;pero, gritando, algún indioen la boca se palmea,y el disonante alaridootra vez el campo atruena.

El indeleble recuerdode las pasadas ofensasse aviva en su ánimo entonces,y atizando su fierezaal rencor adormecidoy a la venganza subleva.

En su mano los cuchillos,a la luz de las hogueras,

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llevando muerte relucen;se ultrajan, riñen, vocean,como animales ferocesse despedazan y bregan.

Y, asombradas, las cautivasla carnicería horrendamiran, y a Dios en silenciohumildes preces elevan.Sus mujeres entretanto,cuya vigilancia tiernaen las horas de peligrosiempre cautelosa vela,acorren luego a calmarel frenesí que los ciega,ya con ruegos y palabrasde amor y eficacia llenas,ya interponiendo su cuerpoentre las armas sangrientas.

Ellos resisten y luchan,las desoyen y atropellan,lanzando injuriosos gritos;y los cuchillos no sueltansino cuando, ya rendidasu natural fortalezaa la embriaguez y al cansancio,dobla el cuello y cae por tierra.Al tumulto y la matanzasigue el llorar de las hembraspor sus maridos y deudos,las lastimosas endechasa la abundancia pasada,a la presente miseria,a las víctimas queridasde aquella noche funesta.

Pronto un profundo silencio

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hace a los lamentos tregua,interrumpido por ayesde moribundos, o quejas,risas, gruñir sofocadode la embriagada torpeza;al espantoso ronquidode los que durmiendo sueñan,los gemidos infantilesdel ñacurutú se mezclan;chillidos, aúllos tristesdel lobo que anda a la presa.

De cadáveres, de troncos,miembros, sangre y osamentas,entremezclados con vivos,cubierto aquel campo queda,donde poco antes la tribullegó alegre y tan soberbia.La noche en tanto caminatriste, encapotada y negra;y la desmayada luzde las festivas hoguerassólo alumbra los estragosde aquella bárbara fiesta.

PARTE TERCERA

Yo iba a morir, es verdad,entre bárbaros crüeles,y allí el pesar me matabade morir, mi bien, sin verte.A darme la vida túsaliste, hermosa, y valiente(Calderón)

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El puñal

Yace en el campo tendida,cual si estuviera sin vida,ebria, la salvaje turba,y ningún ruido perturbasu sueño o sopor mortal.Varones y hembras mezclados

Paran la oreja bufandolos caballos, que vagandolibres despuntan la grama;y a la moribunda llamade las hogueras se ve,se ve sola y taciturna,símil a sombra nocturna,moverse una forma humana,como quien lucha y se afana,y oprime algo bajo el pie.

Se oye luego triste aúllo,y horrisonante mormullo,semejante al del novillocuando el filoso cuchillolo degüella sin piedad,y por la herida resuella,y aliento y vivir por ella,sangre hirviendo a borbollones,en horribles convulsiones,lanza con velocidad.

Silencio; ya el paso levepor entre la yerba mueve,como quien busca y no atina,y temeroso caminade ser visto o tropezar,

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una mujer: en la diestraun puñal sangriento muestra,sus largos cabellos flotandesgreñados, y denotande su ánimo el batallar.

Ella va. Toda es oídos;sobre salvajes dormidosva pasando, escucha, mira,se para, apenas respira,y vuelve de nuevo a andar.Ella marcha, y sus miradasvagan en torno, azoradas,cual si creyesen ilusasen las tinieblas confusasmil espectros divisar.

Ella va, y aun de su sombra,como el criminal, se asombra;alza, inclina la cabeza;pero en un cráneo tropiezay queda al punto mortal.Un cuerpo gruñe y resuella,y se revuelve; mas ellacobra espíritu y coraje,y en el pecho del salvajeclava el agudo puñal.

El indio dormido expira,y ella veloz se retirade allí, y anda con más tinoarrastrando del destinola rigorosa crueldad.Un instinto poderoso,un afecto generosola impele y guía segura,como luz de estrella pura,por aquella obscuridad.

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Su corazón de alegríapalpita; lo que quería,lo que buscaba con ansiasu amorosa vigilancia,encontró gozosa al fin.Allí, allí está su universo,de su alma el espejo terso,su amor, esperanza y vida;allí contempla embebidasu terrestre serafín.

-Brian -dice-, mi Brian queridobusca durmiendo el olvido;quizás ni soñando esperaque yo entre esta gente fierale venga a favorecer.Lleno de heridas, cautivo,no abate su ánimo altivola desgracia, y satisfechodescansa, como en su lecho,sin esperar, ni temer.

Sus verdugos, sin embargo,para hacerle más amargode la muerte el pensamiento,deleitarse en su tormento,y más su rencor cebarprolongando su agonía,la vida suya, que es mía,guardaron, cuando, triunfantes,hasta los tiernos infantesosaron despedazar,

arrancándolos del senode sus madres -¡día llenode execración y amargura,en que murió mi ventura,

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tu memoria me da horror!-.Así dijo, y ya no siente,ni llora, porque la fuentedel sentimiento fecunda,que el femenil pecho inunda,consumió el voraz dolor.

Y el amor y la venganzaen su corazón alianzahan hecho, y sólo una ideatiene fija y saboreasu ardiente imaginación.Absorta el alma, en deliriolleno de gozo y martirioqueda, hasta que al fin estallacomo volcán, y se explayala lava del corazón.

Allí está su amante herido,mirando al cielo, y ceñidoel cuerpo con duros lazos,abiertos en cruz los brazos,ligadas manos y pies.Cautivo está, pero duerme;inmoble, sin fuerza, inermeyace su brazo invencible:de la pampa el león terriblepresa de los buitres es.

Allí, de la tribu impía,esperando con el díahorrible muerte, está el hombrecuya fama, cuyo nombreera, al bárbaro traidor,más temible que el zumbidodel hierro o plomo encendido;más aciago y espantosoque el valichu rencoroso

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a quien ataca su error.

Allí está; silenciosa ella,como tímida doncella,besa su entreabierta boca,cual si dudara le tocapor ver si respira aún.Entonces las ataduras,que sus carnes roen duras,corta, corta velozmentecon su puñal obediente,teñido en sangre común.

Brian despierta; su alma fuerte,conforme ya con su suerte,no se conturba, ni azora;poco a poco se incorpora,mira sereno, y cree verun asesino: echan fuegosus ojos de ira; mas luegose siente libre, y se calma,y dice: -¿Eres alguna almaque pueda y deba querer?

¿Eres espíritu errante,ángel bueno, o vacilanteparto de mi fantasía?-Mi vulgar nombre es María,ángel de tu guarda soy;y mientras cobra pujanza,ebria la feroz venganzade los bárbaros, segura,en aquesta noche obscura,velando a tu lado estoy:nada tema tu congoja.-

Y enajenada se arrojade su querido en los brazos,

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la da mil besos y abrazos,repitiendo: -Brian, Brian.-La alma heroica del guerrerosiente el gozo lisonjeropor sus miembros doloridoscorrer, y que sus sentidoslibres de ilusión están.

Y en labios de su queridaapura aliento de vida,y la estrecha cariñosoy en éxtasis amorosoambos respiran así;mas, súbito él la separa,como si en su alma brotarahorrible idea, y la dice:-María, soy infelice,ya no eres digna de mí.

Del salvaje la torpezahabrá ajado la purezade tu honor, y mancilladotu cuerpo santificadopor mi cariño y tu amor;ya no me es dado quererte.-Ella le responde: -Advierteque en este acero está escritomi pureza y mi delito,mi ternura y mi valor.

Mira este puñal sangriento,y saltará de contentotu corazón orgulloso;diómelo amor poderoso,diómelo para mataral salvaje que insolenteultrajar mi honor intente;para, a un tiempo, de mi padre,

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de mi hijo tierno y mi madre,la injusta muerte vengar.

Y tu vida, más preciosaque la luz del sol hermosa,sacar de las fieras manosde estos tigres inhumanos,o contigo perecer.Loncoy, el cacique altivocuya saña al atractivose rindió de estos mis ojos,y quiso entre sus despojosde Brian la querida ver,

después de haber mutiladoa su hijo tierno; anegadoen su sangre yace impura;sueño infernal su alma apura:dióle muerte este puñal.Levanta, mi Brian, levanta,sigue, sigue mi ágil planta;huyamos de esta guaridadonde la turba se anidamás inhumana y fatal.

-¿Pero adónde, adónde iremos?¿Por fortuna encontraremosen la pampa algún asilo,donde nuestro amor tranquilologre burlar su furor?¿Podremos, sin ser sentidosescapar, y desvalidoscaminar a pie, ijadeando,con el hambre y sed luchando,el cansancio y el dolor?

-Sí; el anchuroso desiertomás de un abrigo encubierto

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ofrece, y la densa niebla,que el cielo y la tierra puebla,nuestra fuga ocultará.Brian, cuando aparezca el día,palpitantes de alegría,lejos de aquí ya estaremos,y el alimento hallaremosque el cielo al infeliz da.

-Tú podrás, querida amiga,hacer rostro a la fatiga,mas yo, llagado y herido,débil, exangüe, abatido,¿cómo podré resistir?Huye tú, mujer sublime,y del oprobio redimetu vivir predestinado;deja a Brian infortunado,solo, en tormentos morir.

-No, no, tu vendrás conmigo,o pereceré contigo.De la amada patria nuestraescudo fuerte es tu diestra,¿y qué vale una mujer?Huyamos, tú de la muerte,yo de la oprobiosa suertede los esclavos; propicioel cielo este beneficionos ha querido ofrecer;no insensatos lo perdamos.

Huyamos, mi Brian, huyamos;que en el áspero caminomi brazo, y poder divinote servirán de sostén.-Tu valor me infunde fuerza,y de la fortuna adversa,

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amor, gloria o agoníaparticipar con Maríayo quiero; huyamos, ven, ven.-

Dice Brian y se levanta;el dolor traba su planta,mas devora el sufrimiento;y ambos caminan a tientopor aquella obscuridad.Tristes van, de cuando en cuandola vista al cielo llevando,que da esperanza al que gime,¿qué busca su alma sublime?la muerte o la libertad.

-Y en esta noche sombría¿quién nos servirá de guía?-Brian, ¿no ves allá una estrellaque entre dos nubes centellacual benigno astro de amor?Pues ésa es por Dios enviada,como la nube encarnadaque vio Israel prodigiosa;sigamos la senda hermosaque nos muestra su fulgor,

ella del triste desiertonos llevará a feliz puerto.-Ellos van; solas, perdidas,como dos almas queridas,que amor en la tierra unió,y en la misma forma de antes,andan por la noche errantes,con la memoria hechiceradel bien que en su primaverala desdicha les robó.

Ellos van. Vasto, profundo

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como el páramo del mundomisterioso es el que pisan;mil fantasmas se divisan,mil formas vanas allí,que la sangre joven hielan:mas ellos vivir anhelan.Brian desmaya caminandoy, al cielo otra vez mirando,dice a su querida así:-Mira: ¿no ves? la luz bellade nuestra polar estrellade nuevo se ha obscurecido,y el cielo más denegridonos anuncia algo fatal.-Cuando contrario el destinonos cierre, Brian, el camino,antes de volver a manosde esos indios inhumanos.

PARTE CUARTA

Già la terra e coperta d´uccisi;tutta è sangue la vasta pianura;...(Manzoni.)

Ya de muertos la tierra está cubierta,y la vasta llanura toda es sangre.

La alborada

Todo estaba silencioso.La brisa de la mañanarecién la yerba lozanaacariciaba, y la flor;

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y en el oriente nubloso,la luz apenas rayandoiba el campo matizandode claroscuro verdor.

Posaba el ave en su nido;ni del pájaro se oíala variada melodía,música que al alba da;y sólo, al ronco bufidode algún potro que se azora,mezclaba su voz sonorael agorero yajá.

En el campo de la holganza,so la techumbre del cielo,libre, ajena de recelo,dormía la tribu infiel;mas la terrible venganzade su constante enemigoalerta estaba, y castigole preparaba crüel.

Súbito, al trote asomaronsobre la extendida lomados jinetes, como asomael astuto cazador;y al pie de ella divisaronla chusma quieta y dormida,y volviendo atrás la bridafueron a dar el clamor

de alarma al campo cristiano.Pronto en brutos altanerosun escuadrón de lancerostrotando allí se acercó,con acero y lanza en mano;y en hileras dividido

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al indio, no apercibido,en doble muro encerró.

Entonces, el grito Cristiano, cristianoresuena en el llano,Cristiano repite confuso clamor.La turba que duerme despierta turbada,clamando azorada,Cristiano nos cerca, cristiano traidor.

Niños y mujeres, llenos de conflicto,levantan el grito;sus almas conturba la tribulación;los unos pasmados, al peligro horrendo,los otros huyendo,corren, gritan, llevan miedo y confusión.

Quién salta al caballo que encontró primero,quién toma el acero,quién corre su potro querido a buscar;mas ya la llanura cruzan desbandadas,yeguas y manadas,que el cauto enemigo las hizo espantar.

En trance tan duro los carga el cristiano,blandiendo en su manola terrible lanza, que no da cuartel.Los indios más bravos luchando resisten,cual fieras embisten:el brazo sacude la matanza cruel.

El sol aparece; las armas agudasrelucen desnudas,horrible la muerte se muestra doquier.En lomos del bruto, la fuerza y coraje,crece del salvaje,sin su apoyo, inerme, se deja vencer.

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Pie en tierra poniendo la fácil victoria,que no le da gloria,prosigue el cristiano lleno de rencor.Caen luego caciques, soberbios caudillos:los fieros cuchillosdegüellan, degüellan, sin sentir horror.

Los ayes, los gritos, clamor del que llora,gemir del que implora,puesto de rodillas, en vano piedad,todo se confunde: del plomo el silbido,del hierro el crujido,que ciego no acata ni sexo, ni edad.

Horrible, horrible matanzahizo el cristiano aquel día;ni hembra, ni varón, ni críade aquella tribu quedó.La inexorable venganzasiguió el paso a la perfidia,y en no cara y breve lidiasu cerviz al hierro dio.

Viose la yerba teñidade sangre, hediondo y sembradode cadáveres el pradodonde resonó el festín.Y del sueño de la vidaal de la muerte pasaronlos que poco antes se holgaron,sin temer aciago fin.

Las cautivas derramabanlágrimas de regocijo;una al esposo, otra al hijodebió allí la libertad;pero ellos tristes estaban,porque ni vivo ni muerto

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halló a Brian en el desierto,su valor y su lealtad.

PARTE QUINTA

...e lo spirito lassoconforta, e ciba di speranza buona;(Dante.)

...y el ánimo cansado,de esperanza feliz nutre y conforta;

El pajonal

Así, huyendo a la ventura,ambos a pie divagaronpor la lóbrega llanura,y al salir la luz del día,a corto trecho se hallaronde un inmenso pajonal.Brian debilitado, herido,a la fatiga rendidola planta apenas movía;su angustia era sin igual.

Pero un ángel, su querida,siempre a su lado velaba,y el espíritu y la vida,que su alma heroica anidaba,la infundía, al parecer,con miradas cariñosas,voces del alma profundas,que debieran ser eternas,y aquellas palabras tiernas,o armonías misteriosasque sólo manan fecundas

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del labio de la mujer.

Temerosos del salvaje,acogiéronse al abrigode aquel pajonal amigo,para de nuevo su viajepor la noche continuar;descansar allí un momento,y refrigerio y sustentoa la flaqueza buscar.

Era el adusto verano.Ardiente el sol como fragua,en cenagoso pantanoconvertido había el aguaallí estancada, y los peces,los animales inmundosque aquel bañado habitabanmuertos, al aire infectaban,o entre las impuras hecesaparecían a vecesboqueando moribundos,como del cielo implorandoagua y aire: aquí se víaal voraz cuervo, tragandolo más asqueroso y vil;allí la blanca cigüeña,el pescuezo corvo alzando,en su largo pico enseñael tronco de algún reptil;más allá se ve el carancho,que jamás presa desdeña,con pico en forma de ganchode la expirante alimañasajar la fétida entraña.

Y en aquel páramo yerto,donde a buscar como a puerto

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refrigerio, van errantesBrian y María anhelantes,sólo divisan sus ojos,feos, inmundos despojosde la muerte. ¡Qué destinocomo el suyo miserable!Si en aquel instante vinola memoria perdurablede la pasada venturaa turbar su fantasía¡cuán amarga les sería!¡cuán triste, yerma y obscura!

Pero con pecho animosoen el lodo pegajosopenetraron, ya cayendo,ya levantando o subiendoel pie flaco y dolorido;y sobre un flotante nidode yajá ¡columna bella,que entre la paja descuella,como edificio construidopor mano hábil¿ se sentarona descansar o morir.

Súbito allí desmayaronlos espíritus vitalesde Brian a tanto sufrir;y en los brazos de María,que inmoble permanecía,cayó muerto al parecer.

¡Cómo palabras mortalespintar al vivo podránel desaliento y angustias,o las imágenes mustiasque el alma atravesaránde aquella infeliz mujer!

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Flor hermosa y delicada,perseguida y conculcadapor cuantos males tiranosdio en herencia a los humanosinexorable poder.

Pero a cada golpe injustoretoñece más robustode su noble alma el valor;y otra vez, con paso fuerte,holla el fango, do la muertedisputa un resto de vidaa indefensos animales;y rompiendo enfurecidalos espesos matorrales,camina a un sordo rumorque oye próximo, y mirandoel hondo cauce anchurosode un arroyo que copiosoentre la paja corría,se volvió atrás, exclamandoarrobada de alegría:-¡Gracias te doy, Dios Supremo!Brian se salva, nada temo.

Pronto llega al alto nidodonde yace su querido,sobre sus hombros le carga,y con vigor desmedidolleva, lleva, a paso lento,al puerto de salvamentoaquella preciosa carga.

Allí en la orilla verdosael inmoble cuerpo posa,y los labios, frente y caraen el agua fresca y clarale embebe; su aliento aspira,

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por ver si vivo respira,trémula su pecho toca;

y otra vez sienes y bocale empapa. En sus ojos vivosy en su semblante animado,los matices fugitivosde la apasionada guerraque su corazón encierra,se muestran. Brian recobradose mueve, incorpora, alienta;

y débil mirada lentaclava en la hermosa María,diciéndola: -Amada mía,pensé no volver a verte,y que este sueño seríacomo el sueño de la muerte;pero tú, siempre velando,mi vivir sustentas, cuandoyo en nada puedo valerte,sino doblar la amargurade tu extraña desventura.-Que vivas tan sólo quiero,porque si mueres, yo muero;

Brian mío, alienta, triunfamos,en salvo y libres estamos.No te aflijas; bebe, bebeesta agua, cuyo frescorel extenuado vigorvolverá a tu cuerpo en breve,y esperemos con valorde Dios el fin que imploramos.-

Dijo así, y en la corrienterecoge agua, y diligente,de sus miembros con esmero,

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se aplica a lavar primerolas dolorosas heridas,las hondas llagas henchidasde negra sangre cuajada,y a sus inflamados piesel lodo impuro; y despuéscon su mano delicadalas venda. Brian silenciososufre el dolor con firmeza;

pero siente a la flaquezarendido el pecho animoso.Ella entonces alimentocorre a buscar; y un momento,sin duda el cielo piadoso,de aquellos finos amantes,infortunados y errantes,quiso aliviar el tormento.

PARTE SEXTA

¡Qué largas son las horas del deseo!Moreto

La espera

Triste, obscura, encapotadallegó la noche esperada,la noche que ser debierasu grata y fiel compañera;y en el vasto pajonalpermanecen inactivoslos amantes fugitivos.Su astro, al parecer, declina,como la luz vespertina

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entre sombra funeral.

Brian, por el dolor vencidoal margen yace tendidodel arroyo; probó en vanoel paso firme y lozanode su querida seguir;sus plantas desfallecieron,y sus heridas vertieronsangre otra vez. Sintió entoncescomo una mano de broncepor sus miembros discurrir.

María espera, a su lado,con corazón agitado,que amanecerá otra auroramás bella y consoladora;el amor la inspira feen destino más propicio,y la oculta el precipiciocuya idea sólo pasma:el descarnado fantasmade la realidad no ve.

Pasión vivaz la domina,ciega pasión la fascina;mostrando a su alma el trofeode su impetuoso deseola dice: tú triunfarás.Ella infunde a su flaquezaconstancia allí y fortaleza;Ella su hambre, su fatiga,y sus angustias mitigapara devorarla más.

Sin el amor que en sí entraña,¿qué sería? Frágil caña,que el más leve impulso quiebra,

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ser delicado, fina hebra,sensible y flaca mujer.Con él es ente divinoque pone a raya el destino,ángel poderoso y tiernoa quien no haría el infiernovacilar y estremecer.

De su querido no advierteel mortal abatimiento,ni cree se atreva la muertea sofocar el alientoque hace vivir a los dos;porque de su llama intensaes la vida tan inmensa,que a la muerte vencería,y en sí eficacia tendríapara animar como Dios.

El amor es fe inspirada,es religión arraigadaen lo íntimo de la vida.Fuente inagotable, henchidade esperanza, su anhelarno halla obstáculo invenciblehasta conseguir victoria;si se estrella en lo imposiblegozoso vuela a la gloriasu heroica palma a buscar.

María no desespera,porque su ahínco procurapara lo que ama, ventura;y al infortunio superasu imperiosa voluntad.Mañana -el grito constantede su corazón amantela dice-, mañana el cielo

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hará cesar tu desvelo,la nueva luz esperad.

La noche cubierta, en tanto,camina en densa tiniebla,y en el abismo de espanto,que aquellos páramos puebla,ambos perdidos se ven.Parda, rojiza, radiosa,una faja luminosaforma horizonte no lejos;sus amarillos reflejosen lo obscuro hacen vaivén.

La llanura arder parece,y que con el viento crece,se encrespa, aviva y derramael resplandor y la llamaen el mar de lobreguez.Aquel fuego colorado,en tinieblas engolfado,cuyo esplendor vaga horrendo,era trasunto estupendode la inferna terriblez.

Brian, recostado en la yerba,como ajeno de sentido,nada ve: ella un rüidooye; pero sólo observala negra desolación,o las sombrías visionesque engendran las turbacionesde su espíritu. ¡Cuán largaaquella noche y amargasería a su corazón!

Miró a su amante; espantoso,un bramido cavernoso

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la hizo temblar, resonando:era el tigre, que buscandopasto a su saña ferozen los densos matorrales,nuevos presagios fatalesal infortunio traía.En silencio, echó Maríamano a su puñal, veloz.

PARTE SÉPTIMA

Voyez... Déjà la flamme en torrent se déploie.Lamartine

Mirad: ya en torrente se extiende la llama.

La quemazón

El aire estaba inflamado,turbia la región suprema,envuelto el campo en vapor;rojo el sol, y coronadode parda obscura diadema,amarillo resplandoren la atmósfera esparcía;el bruto, el pájaro huía,y agua la tierra pedíasedienta y llena de ardor.

Soplando a veces el vientolimpiaba los horizontes,y de la tierra brotarde humo rojo y cenicientose veían como montes;y en la llanura ondear,formando espiras doradas,

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como lenguas inflamadas,o melenas encrespadasde ardiente, agitado mar.

Cruzándose nubes densas,por la esfera dilatabancomo cuando hay tempestad,sus negras alas inmensas;y más, y más aumentabanel pavor y obscuridad.El cielo entenebrecido,el aire, el humo encendido,eran, con el sordo ruido,signo de calamidad.

El pueblo de lejoscontempla asombradolos turbios reflejos;del día enlutadola ceñuda faz.El humilde llora,el piadoso implora;se turba y azorala malicia audaz.

Quién cree ser indiciofatal, estupendo,del día del juicio,del día tremendoque anunciado está.Quién piensa que al mundo,sumido en lo inmundo,el cielo iracundopone a prueba ya.

Era la plaga que críala devorante sequíapara estrago y confusión:

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de la chispa de una hoguera,que llevó el viento ligera,nació grande, cundió fierala terrible quemazón.

Ardiendo, sus ojosrelucen, chispean;en rubios manojossus crines ondean,flameando también:la tierra gimiendo,los brutos rugiendo,los hombres huyendo,confusos la ven.

Sutil se difunde,camina, se mueve,penetra, se infunde;cuanto toca, en brevereduce a tizón.Ella era; y pastales,densos pajonales,cardos y animales,ceniza, humo son.Raudal vomitandovenía de llama,que hirviendo, silbando,se enrosca y derramacon velocidad.Sentada Maríacon su Brian la vía:-¡Dios mío! -decía-,de nos ten piedad.-

Piedad María imploraba,y piedad necesitabade potencia celestial.Brian caminar no podía,

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y la quemazón cundíapor el vasto pajonal.

Allí pábulo encontrando,como culebra serpeando,velozmente caminó;y agitando, desbocada,su crin de fuego erizada,gigante cuerpo tomó.

Lodo, paja, restos vilesde animales y reptilesquema el fuego vencedor,que el viento iracundo atiza;vuelan el humo y ceniza,y el inflamado vapor,

al lugar donde, pasmados,los cautivos desdichados,con despavoridos ojos,están, su hervidero oyendo,y las llamaradas viendosubir en penachos rojos.

No hay cómo huir, no hay efugio,esperanza ni refugio;¿dónde auxilio encontrarán?Postrado Brian yace inmoblecomo el orgulloso robleque derribó el huracán.

Para ellos no existe el mundo.Detrás, arroyo profundoancho se extiende, y delante,formidable y horroroso,alza la cresta furiosomar de fuego devorante.

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-Huye presto -Brian decíacon voz débil a María-,déjame solo morir;este lugar es un horno:huye, ¿no miras en tornovapor cárdeno subir?-

Ella calla, o le responde:-Dios, largo tiempo, no escondesu divina protección.¿Crees tú nos haya olvidado?Salvar tu vida ha juradoo morir mi corazón.-

Pero del cielo era juicioque en tan horrendo supliciono debían perecer;y que otra vez de la muerteinexorable, amor fuertetriunfase, amor de mujer.

Súbito ella se incorpora;de la pasión que atesorael espíritu inmortalbrota, en su faz la bellezaestampando y fortalezade criatura celestial,

no sujeta a ley humana;y como cosa livianacarga el cuerpo amortecidode su amante, y con él junto,sin cejar, se arroja al puntoen el arroyo extendido.

Cruje el agua, y suavementesurca la mansa corrientecon el tesoro de amor;

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semejante a Ondina bella,su cuerpo airoso descuella,y hace, nadando, rumor.

Los cabellos atezados,sobre sus hombros nevados,sueltos, reluciendo van;boga con un brazo lenta,y con el otro sustenta,a flor, el cuerpo de Brian.

Aran la corriente unidoscomo dos cisnes queridos,que huyen de águila crüel,cuya garra, siempre lista,desde la nube se alistaa separar su amor fiel.

La suerte injusta se afanaen perseguirlos. Ufanaen la orilla opuesta el piepone María triunfante,y otra vez libre a su amantede horrenda agonía ve.

¡Oh del amor maravilla!En sus bellos ojos brotadel corazón, gota a gota,el tesoro sin mancilla,celeste, inefable unción;sale en lágrimas deshechosu heroico amor satisfecho.Y su formidable crestasacude, enrosca y enhiestala terrible quemazón.

Calmó después el violentosoplar del airado viento:

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el fuego a paso más lentosurcó por el pajonal,sin topar ningún escollo;y a la orilla de un arroyoa morir al cabo vino,dejando, en su ancho camino,negra y profunda señal.

PARTE OCTAVA

Les guerriers et les coursiers eux mêmessont là pour attester les victoires de mon bras.Je dois ma renomée à mon glaive...(Antar)

Los guerreros y aun los bridones de la batallaexisten para atestiguar las victorias de mi brazo.Debo mi renombre a mi espada.

Brian

Pasó aquél, llegó otro díatriste, ardiente, y todavíadesamparados como antes,a los míseros amantesencontró en el pajonal.Brian, sobre pajizo lechoinmoble está, y en su pechoarde fuego inextinguible;brota en su rostro, visibleabatimiento mortal.

Abrumados y rendidossus ojos, como adormidos,la luz esquivan, o absortos,

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en los pálidos abortosde la conciencia ¡legiónque atribula al moribundo¿verán formas de otro mundo,imágenes fugitivas,o las claridades vivasde fantástica región.

Triste a su lado Maríarevuelve en la fantasíamil contrarios pensamientos,y horribles presentimientosla vienen allí a asaltar;espectros que engendra el alma,cuando el ciego desvaríode las pasiones se calma,y perdida en el vacíose recoge a meditar.

Allí, frágil navecillaen mar sin fondo ni orilla,do nunca ríe bonanza,se encuentra sin esperanzade poder al fin surgir.Allí ve su afán perdidopor salvar a su querido;y cuán lejano y nublosoel horizonte radiosoestá de su porvenir,

cuán largo, incierto caminola desdicha le previno,cuán triste peregrinaje;allí ve de aquel parajela yerta inmovilidad.Allí ya del desalientosufre el pausado tormento,y abrumada de tristeza,

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al cabo a sentir empiezasu abandono y soledad.

Echa la vista delante,y al aspecto de su amantedesfallece su heroísmo;la vuelve, y hórrido abismomira atónita detrás.Allí apura la agoníadel que vio cuando dormíaparaíso de dicha eterno,y al despertar, un infiernoque no imaginó jamás.

En el empíreo nubladoflamea el sol colorado,y en la llanura dominala vaporosa calina,el bochorno abrasador.Brian sigue inmoble; y María,en formar se entreteníade junco un denso tejido,que guardase a su queridode la intemperie y calor.

Cuando oyó, como el alientoque al levantarse o moversehace animal corpulento,crujir la paja y rompersede un cercano matorral.Miró, ¡oh terror!, y acercarsevio con movimiento tardo,y hacia ella encaminarse,lamiéndose, un tigre pardotinto en sangre; atroz señal.

Cobrando ánimo al instantese alzó María arrogante,

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en mano el puñal desnudo,vivo el mirar, y un escudoformó de su cuerpo a Brian.Llegó la fiera inclemente;clavó en ella vista ardiente,y a compasión ya movida,o fascinada y heridapor sus ojos y ademán,

recta prosiguió el camino,y al arroyo cristalinose echó a nadar. ¡Oh amor tierno!de lo más frágil y eternose compaginó tu ser.Siendo sólo afecto humano,chispa fugaz, tu grandeza,por impenetrable arcano,es celestial. ¡Oh belleza!no se anida tu poder,

en tus lágrimas ni enojos;sí, en los sinceros arrojosde tu corazón amante.María en aquel instantese sobrepuso al terror,pero cayó sin sentidoa conmoción tan violenta.Bella como ángel dormidola infeliz estaba, exentade tanto afán y dolor.

Entonces, ¡ah!, parecíaque marchitado no habíala aridez de la congoja,que a lo más bello despoja,su frescura juvenil.

¡Venturosa si más largo

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hubiera sido su sueño!Brian despierta del letargo:brilla matiz más risueñoen su rostro varonil.

Se sienta; extático mira,como el que en vela delira;lleva la mano a su frentesudorífera y ardiente,¿qué cosas su alma verá?La luz, noche le parece,tierra y cielo se obscurece,y rueda en un torbellinode nubes. -Este caminolleno de espinas está:

Y la llanura, María,¿no ves cuán triste y sombría?¿Dónde vamos? A la muerte.Triunfó la enemiga suerte-dice delirando Brian-.¡Cuán caro mi amor te cuesta!Y mi confianza funesta,¡cuánta fatiga y ultrajes!Pero pronto los salvajessu deslealtad pagarán.

Cobra María el sentidoal oír de su queridola voz, y en gozo nadandose incorpora, en él clavandosu cariñosa mirada.-Pensé dormías -la dice-,y despertarte no quise;fuera mejor que durmierasy del bárbaro no oyerasla estrepitosa llegada.

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-¿Sabes? Sus manos lavaron,con infernal regocijo,en la sangre de mi hijo;mis valientes degollaron.Como el huracán pasó,desolación vomitando,su vigilante perfidia.Obra es del inicuo bando,¡qué dirá la torpe envidia!Ya mi gloria se eclipsó.

De paz con ellos estaba,y en la villa descansaba.Oye; no te fíes, vela;lanza, caballo y espuelasiempre lista has de tener.Mira dónde me han traído.Atado estoy y ceñido;no me es dado levantarme,ni valerte, ni vengarme,ni batallar, ni vencer.

Venga, venga mi caballo,mi caballo por la vida;venga mi lanza fornida,que yo basto a ese tropel.Rodeado de picas me hallo.Paso, canalla traidora,que mi lanza vengadoracastigo os dará crüel.

¿No miráis la polvaredaque del llano se levanta?¿No sentís lejos la plantade los brutos retumbar?La tribu es, huyendo leda,como carnicero lobo,con los despojos del robo,

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no de intrépido lidiar.

Mirad ardiendo la villa,y degollados, dormidos,nuestros hermanos queridospor la mano del infiel.¡Oh mengua! ¡Oh rabia! ¡Oh mancilla!Venga mi lanza ligero,mi caballo parejero,daré alcance a ese tropel.

Se alzó Brian enajenado,y su bigote erizadose mueve; chispean, rojoscomo centellas, sus ojos,que hace el entusiasmo arder;el rostro y talante fiero,do resalta con vivezael valor y la nobleza,la majestad del guerreroacostumbrado a vencer.

Pero al punto desfallece.Ella, atónita, enmudece,ni halla voz su sentimiento;en tan solemne momentoflaquea su corazón.El sol pálido declina:en la cercana colinatriscan las gamas y ciervos,y de caranchos y cuervosgrazna la impura legión,

de cadáveres avara,cual si muerte presagiara.Así la caterva estulta,vil al heroísmo insulta,que triunfante veneró.

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María tiembla. Él, alzandola vista al cielo y tomandocon sus manos casi heladaslas de su amiga, adoradas,a su pecho las llevó.

Y con voz débil la dice:-Oye, de Dios es arcano,que más tarde o más tempranotodos debemos morir.Insensato el que maldicela ley que a todos iguala;hoy el término señalaa mi robusto vivi que mi amor lo salvase,quisiste que volasedonde florece el bien.

Abre Señor a su almatu seno regalado,del bienaventurado,reciba el galardón;encuentre allí la calma,encuentre allí la dicha,que busca en su desdicha,mi viudo corazón.

Dice. Un punto su sentidoqueda como sumergido.Echa la postrer miradasobre la tumba calladadonde toda su alma está;mirada llena de vida,pero lánguida, abatida,como la última vislumbrede la agonizante lumbre,falta de alimento ya.

Y alza luego la rodilla;

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y tomando por la orilladel arroyo hacia el ocaso,con indiferente pasose encamina al parecer.Pronto sale de aquel montede paja, y mira adelanteilimitado horizonte,llanura y cielo brillante,desierto y campo doquier.

¡Oh noche! ¡Oh fúlgida estrella!Luna solitaria y bellased benignas; el indiciode vuestro influjo propiciosiquiera una vez mostrad.Bochornos, cálidos vientos,inconstantes elementos,preñados de temporales,apiadaos; fieras fatalessu desdicha respetad.

Y Tú ¡oh Dios! en cuyas manosde los míseros humanosestá el oculto destino,siquiera un rayo divinohaz a su esperanza ver.Vacilar, de alma sencilla,que resignada se humilla,no hagas la fe acrisolada;susténtala en su jornada,no la dejes perecer.

Adiós pajonal funesto,adiós pajonal amigo.Se va ella sola ¡cuán prestode su júbilo, testigo,y su luto fuiste vos!El sol y la llama impía

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marchitaron tu ufanía;pero hoy tumba de un soldadoeres, y asilo sagrado:pajonal glorioso, adiós.

Gózate; ya no se anidanen ti las aves parleras,ni tu agua y sombra convidansólo a los brutos y fieras:soberbio debes estar.El valor y la hermosura,ligados por la ternura,en ti hallaron refrigerio;de su infortunio el misteriotú sólo puedes contar.

Gózate; votos, ni ardoresde felices amadorestu esquividad no turbaron,sino voces que confiaron

a tu silencio su mal.En la noche tenebrosa,con los ásperos graznidosde la legión ominosa,oirás ayes y gemidos:adiós triste pajonal.

De ti María se aleja,y en tus soledades dejatoda su alma; agradecido,el depósito queridoguarda y conserva; quizámano generosa y píavenga a pedírtelo un día;quizá la viva palabraun monumento le labraque el tiempo respetará.

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Día y noche ella camina;y la estrella matutina,caminando solitaria,sin articular plegaria,sin descansar ni dormir,la ve. En su planta desnudabrota la sangre y chorrea;pero toda ella, sin duda,va absorta en la única ideaque alimenta su vivir.

En ella encuentra sustento.Su garganta es viva fragua,un volcán su pensamiento,pero mar de hielo y aguarefrigerio inútil espara el incendio que abriga,insensible a la fatiga,a cuanto ve indiferente,como mísera dementemueve sus heridos pies,

por el Desierto. Adormidaestá su orgánica vida;pero la vida de su almafomenta en sí aquella calmaque sigue a la tempestad,cuando el ánimo cansadodel afán violento y duro,al parecer resignado,se abisma en el fondo obscurode su propia soledad.

Tremebundo precipicio,fiebre lenta y devorante,último efugio, supliciodel infierno, semejante

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a la postrer convulsiónde la víctima en tormento:trance que si dura un díaanonada el pensamiento,encanece, o deja fríala sangre en el corazón.

Dos soles pasan. ¿Adóndetu poder ¡oh Dios! se esconde?¿Está, por ventura, exhausto?¿Más dolor en holocaustopide a una flaca mujer?No; de la quieta llanuraya se remonta a la alturagritando el yajá. Camina,oye la voz peregrinaque te viene a socorrer.

¡Oh ave de la Pampa hermosa,cómo te meces ufana!Reina, sí, reina orgullosaeres, pero no tiranacomo el águila fatal;tuyo es también el espacioel transparente palacio:si ella en las rocas se anida,tú en la esquivez escondidade algún vasto pajonal.

De la víctima el gemido,el huracán y el tronidoella busca, y deleite hallaen los campos de batalla;pero tú la tempestad,día y noche vigilante,anuncias al gaucho errante;tu grito es de buen presagioal que asechanza o naufragio

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teme de la adversidad.

Oye sonar en la esferala voz del ave agorera,oye María infelice;alerta, alerta, te dice;aquí está tu salvación.¿No la ves cómo en el airebalancea con donairesu cuerpo albo-ceniciento?¿No escuchas su ronco acento?Corre a calmar tu aflicción.

Pero nada ella divisa,ni el feliz reclamo escucha;y caminando va a prisa:el demonio con que luchala turba, impele y amaga.Turbios, confusos y rojosse presentan a sus ojoscielo, espacio, sol, verdura,quieta, insondable llanuradonde sin brújula vaga.

Mas ¡ah! que en vivos corcelesun grupo de hombres armadosse acerca. ¿Serán infieles,enemigos? No, soldadosson del desdichado Brian.Llegan, su vista se pasma;ya no es la mujer hermosa,sino pálido fantasma;mas reconocen la esposade su fuerte capitán.

Creíanla cautiva o muerta;grande fue su regocijo.Ella los mira, y despierta:

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-¿No sabéis qué es de mi hijo?-con toda el alma exclamó.Tristes mirando a Maríatodos el labio sellaron,mas luego una voz impía:-Los indios lo degollaron-roncamente articuló.

Y al oír tan crudo acento,como quiebra el seco talloel menor soplo del vientoo como herida del rayo,cayó la infeliz allí;viéronla caer, turbados,los animosos soldados;una lágrima la dieron,y funerales la hicierondignos de contarse aquí.

Aquella trama formadade la hebra más delicada,cuyo espíritu robustolo más acerbo e injustode la adversidad probó,un soplo débil deshizo:Dios para amar, sin duda, hizoun corazón tan sensible;palpitar le fue imposiblecuando a quien amar no halló.

Murió María. ¡Oh voz fiera!¡Cuál entraña te abortara!Mover al tigre pudierasu vista sola; y no hallaraen ti alguna compasión,tanta miseria y conflito,ni aquel su materno grito;y como flecha saliste,

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y en lo más profundo heristesu anhelante corazón.

Embates y oscilacionesde un mar de tribulacionesella arrostró; y la agoníasaboreó su fantasía;y el punzante frenesíde la esperanza insaciableque en pos de un deseo vuela,no alcanza el blanco inefable;se irrita en vano y desvela,vuelve a devorarse a sí.

Una a una, todas bellas,sus ilusiones volaron,y sus deseos con ellas;sola y triste la dejaronsufrir hasta enloquecer.Quedaba a su desventuraun amor, una esperanza,un astro en la noche obscura,un destello de bonanza,un corazón que querer,una voz cuya armoníaadormecerla podría;a su llorar un testigo,a su miseria un abrigo,a sus ojos qué mirar.

Quedaba a su amor desnudoun hijo, un vástago tierno;encontrarlo aquí no pudo,y su alma al regazo eternolo fue volando a buscar.Murió; por siempre cerrados