la belleza

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LA BELLEZA A.- LA BELLEZA COMO TRASCENDENTAL B.- DOS FACETAS DE LA BELLEZA C.- DESCRIPCIÓN OBJETIVA DE LA BELLEZA D.- CUALIDADES DE LA COSA BELLA 1º) Orden 2º) Integridad 3º) Proporción 4º) Nitidez E.- DESCRIPCIÓN SUBJETIVA DE LA BELLEZA F.- CUALIDADES DEL GOZO DE LO BELLO G.- GRADOS DE LA BELLEZA H.- LO FEO A. – LA BELLEZA COMO TRASCENDENTAL La consideración del ser en cuanto tal muestra tan vastísima amplitud y tan rica simplicidad que, de inmediato, se manifiesta como Unidad, Verdad y Bien. Estas son sus propiedades, las cuales no le agregan adición o diferenciación alguna. La Verdad es el ser en su aptitud de alumbrar toda inteligencia. El Bien en la de saciar todo apetito. Ambos son trascendentales que siguen al ser de inmediato, en toda su extensión. Donde hay carencia de ser o de existir debido, hay error o mal. La presencia del ser es augusta. Comunísimo, está en toda cosa; sin embargo, cuando se manifiesta nítido, deslumbra. Para ello, la cosa tiene que cumplir su definición sin deterioro alguno. Si presenta así su luz distinta, su definición en un acto real, decimos que es bella. La Belleza en sí misma se extiende tanto como el ser, como la forma o perfección, y sigue, como propiedad trascendental suya, todos los

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Filosofia

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Page 1: La Belleza

LA BELLEZAA.- LA BELLEZA COMO TRASCENDENTAL

B.- DOS FACETAS DE LA BELLEZA

C.- DESCRIPCIÓN OBJETIVA DE LA BELLEZA

D.- CUALIDADES DE LA COSA BELLA

1º) Orden

2º) Integridad

3º) Proporción

4º) Nitidez

E.- DESCRIPCIÓN SUBJETIVA DE LA BELLEZA

F.- CUALIDADES DEL GOZO DE LO BELLO

G.- GRADOS DE LA BELLEZA

H.- LO FEO

A. – LA BELLEZA COMO TRASCENDENTAL

La consideración del ser en cuanto tal muestra tan vastísima amplitud y tan rica simplicidad que, de inmediato, se manifiesta como Unidad, Verdad y Bien. Estas son sus propiedades, las cuales no le agregan adición o diferenciación alguna.

La Verdad es el ser en su aptitud de alumbrar toda inteligencia. El Bien en la de saciar todo apetito. Ambos son trascendentales que siguen al ser de inmediato, en toda su extensión. Donde hay carencia de ser o de existir debido, hay error o mal.

La presencia del ser es augusta. Comunísimo, está en toda cosa; sin embargo, cuando se manifiesta nítido, deslumbra. Para ello, la cosa tiene que cumplir su definición sin deterioro alguno. Si presenta así su luz distinta, su definición en un acto real, decimos que es bella.

La Belleza en sí misma se extiende tanto como el ser, como la forma o perfección, y sigue, como propiedad trascendental suya, todos los grados de sus realizaciones análogas.

Desde el Acto Puro, Ser en sí, hasta el último ser enteramente material, pasando por los seres puramente espirituales (los Ángeles), los espirituales unidos a la materia (el hombre), los sensitivos y vegetativos, también la Belleza va descendiendo y como degradándose a través del descenso del acto del ser con quien se identifica.

Lo mismo que la Unidad, la Verdad y el Bien, la Belleza es el ser mismo tomado bajo un cierto aspecto; es una propiedad del ser: es el ser tomado como capaz de deleitar una inteligencia por su sola intuición. Y de este modo, toda cosa es bella, lo mismo que toda cosa es una, verdadera y buena, al menos bajo una cierta relación.

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Y como el ser está presente en todas las cosas y en todas ellas es distinto, del mismo modo la Belleza está difundida por todas las cosas y en todas es varia.

En realidad sólo en Dios, Belleza en sí, logra su plena e infinita realización. Toda forma es bella en la medida de su perfección, de la preponderancia del acto o ser que encierra, en la medida de su alejamiento de la potencia.

Dios da la belleza a todos los seres creados, según la propiedad de cada uno, y porque es la causa de toda consonancia y de toda claridad.

De este modo, la belleza de la criatura no es otra cosa que una semejanza de la belleza divina participada en las cosas.

Verdad y Belleza: La Verdad y la Belleza tienen un mismo fundamento: la esencia de las cosas. La diferencia consiste:

* cuando se trata de la Verdad, al entendimiento le interesa la esencia en sí, separada de la materia; se aparta del sujeto concreto para conocer lo que la cosa en específicamente.

* cuando se trata de la Belleza, el entendimiento se queda detenido en la visión de la esencia realizándose en un caso concreto; intenta la posesión de la forma sustancial como presencia.

La Verdad es un sostén de la Belleza. La relación de la Verdad con la Belleza no es necesario que sea expresa y, menos aún, explicada: debe ser supuesta, puesta debajo.

De allí el gran valor de la sugerencia en el arte.

Por eso, dos extremos pueden darse en el arte: el desprecio de la Verdad y el exceso del verismo.

La quimera, la fábula, el cuento de hadas, el arte expresionista, el surrealismo, valen en la medida en que sus obras son signos asentados en una verdad. No importa que la materia de la quimera o la fábula sea una ficción; lo que importa es que esas materias estén asistidas interiormente, en sus cualidades propias, por una verdad.

El exceso del verismo dio origen a dos escuelas: la Academia y el Realismo.

La Academia se propuso la veracidad óptica. Su principio fue erróneo. Los impresionistas han demostrado que el fenómeno visual está regido por leyes de compensación y armonía, las cuales son aprehendidas por la inteligencia, no por el ojo.

El Realismo es una reacción contra el Romanticismo. Frente a la exaltación de las pasiones (lo cual ponía al arte al servicio de la mentira), los realistas dijeron «El arte es verdad». Este carácter negativo de reacción quedó como determinación esencial del Realismo.

Bien y Belleza: El Bien y la Belleza se consuman en la realidad concreta.

Dice Santo Tomás: «El bien y lo bello son en el sujeto una sola cosa, porque uno y otro tienen la forma por base, y por este motivo se elogia el bien como bello; pero difieren en sus razones: porque, hablando con propiedad, el bien se refiere al apetito, puesto que se llama bueno lo que todos apetecen; y por esto tiene razón de fin, porque el apetito es como un mover a una cosa. Pero lo bello se refiere a la facultad intelectiva; porque se dicen bellas las cosas que vistas deleitan. Así que lo bello consiste en cierta debida proporción, porque el sentido se recrea en las cosas debidamente proporcionadas, como semejantes a él; por cuanto el sentido es también cierta proporción, como lo es toda facultad cognitiva. Y, como el conocimiento se adquiere por la asimilación, y ésta mira a la forma, lo bello corresponde propiamente a la razón de causa formal» (I, q. 5, a. 4, ad 1).

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Y más adelante: «Lo bello es realmente lo mismo que lo bueno, y sólo difieren en sus razones: porque es propio del bien que en él se aquiete el apetito; pero también es propio de la belleza que en su vista o conocimiento se aquiete el apetito. Por lo cual perciben principalmente la belleza aquellos sentidos que son más cognoscitivos, como la vista y el oído, que sirven a la razón. Y así es evidente que la belleza añade a lo bueno cierto orden a la potencia cognoscitiva; de tal modo que se llama bueno todo lo que simplemente complace al apetito, y se llama bello aquello cuya misma aprehensión nos complace» (I-II, q. 27, a. 1, ad 3).

Es de tener en cuenta el hecho de que los hombres sólo se comunican verdaderamente entre sí pasando por el ser o por una de sus propiedades; sólo por ahí se evaden de la individualidad en que los aprisiona la materia.

Si permanecen en el mundo de sus necesidades sensibles y de su yo sentimental, no llegarán a entenderse, por más que el trabajo, la diversión o el placer aparenten unirlos.

Pero, si se llega al Bien (como los santos), a la Verdad (como los sabios), a la Belleza (como los artistas), entonces el contacto se ha establecido y las almas se comunican.

Los hombres sólo se reúnen realmente por el espíritu, sólo la luz los une; la luz que reúne todas las cosas intelectuales y racionales y las hace indestructibles.

B.- DOS FACETAS DE LA BELLEZA

Santo Tomás enseña que «Pulchra dicuntur quæ visa placent» (I, q. 5, a. 4, ad 1: Se dicen bellas las cosas que vistas deleitan).

Estas palabras dicen todo lo necesario: una visión, es decir un conocimiento intuitivo; y un goce. Lo bello es lo que da gozo; no cualquier gozo, sino el gozo en el conocer; no el gozo propio del acto de conocer, sino un gozo que sobreabunda y desborda de este acto a causa del objeto conocido.

Semejante concepto señala las dos facetas de la cuestión sobre la Belleza: la objetiva (qué es la Belleza en sí) y la subjetiva (cómo se llega a captar esa Belleza); es decir, un problema metafísico y un problema psicológico, respectivamente.

Si una cosa exalta y deleita al alma por el sólo hecho de darse a su intuición, esa cosa es buena para aprehenderla, es bella.

C.- DESCRIPCIÓN OBJETIVA DE LA BELLEZA

Para entender bien en qué consiste la Belleza que vamos describiendo es necesario saber que cada criatura presenta aspectos comunes con los otros seres (aspectos genéricos) y otro distinto, exclusivamente propio (aspecto específico).

Llamamos forma substancial al principio esencial y activo que establece la perfección específica de una cosa, de modo que es tal ser y no otro.

Por otra parte, toda la virtualidad de la forma no se actualiza al mismo tiempo, sino en distribución de accidentes, de partes y de tiempos. Por esta razón, tampoco puede darse todo el poder entitativo de una especie corporal en un individuo de esa especie, sino que se despliega en una multitud incontable de individuos sin agotar sus posibilidades.

Ahora bien, se dan momentos en que una forma logra actualizarse al máximo en la materia del sujeto que le pertenece: brilla el ser distinto que ella le otorga; cada una de sus partes irradia desde dentro y cumple adecuadamente la virtualidad de la forma; todas ellas, al encontrarse cada una en justa proporción con el principio normativo interno y común, están en mutua síntesis y hacen resplandecer la unidad; la luz del ser —éste y no otro— corre y fluye hasta en el último detalle convirtiendo toda dirección y medida en intención expresiva, toda proporción en armonía, todo movimiento en ritmo. a este esplendor ontológico

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llamamos belleza.

Por consiguiente, una cosa es bella cuando resplandece en ella su definición, cuando se presenta máximamente diferenciada por su especie.

Llamamos bella a una cosa cuando triunfa en ella lo que su perfección específica tiene de propio, de incomparable; en cuanto que está realizando al máximo su definición en un sujeto concreto.

Por eso, la descripción clásica, que se toma como definición, expresa: la belleza consiste en el esplendor de la forma.

Antes de seguir adelante, conviene aclarar tres cosas:

1º) La Belleza se da también, y en más abundancia, en el orden operativo. El alma del hombre puede proyectar un resplandor de sí en un gesto de piedad, en la nostalgia de una grandeza, en un apego a algo delicado.

Santo Tomás dice al respecto (II-II, q. 145, a. 2): La belleza espiritual consiste en que la conducta o acción humana esté bien proporcionada según la espiritual claridad o esplendor de la razón.

La belleza, en el dinamismo de los seres y las cosas, es la materia de la poesía, de la música, del teatro y el cine.

2º) Las formas separadas de la materia fulguran manifestando de inmediato toda su luz entitativa. Poseen, por consiguiente, una belleza incomparablemente más intensa que la de los seres sensibles, puesto que su perfección es mayor y porque la virtud entitativa no se encuentra coartada por la materia.

3º) La Belleza es ante todo objetiva. Consiste en el esplendor del ser. Está allí, en la realidad concreta de las cosas; más allá que haya o no un ser humano para contemplarla o reconocerla.

D.- CUALIDADES DE LA COSA BELLA

Santo Tomás enseña (I, q. 39, a. 8): Tres cosas se requieren para la belleza. Primeramente la integridad o perfección; porque las cosas a las que algo falta son por eso mismo feas. En segundo lugar se requiere la debida proporción o concordancia de partes. Y finalmente es necesaria la claridad. Por lo que aquellas cosas que poseen un color nítido, dícense hermosas).

Si la Belleza deleita a la inteligencia es porque ella es esencialmente una cierta excelencia o perfección en la proporción de las cosas a la inteligencia.

De ahí las tres condiciones que le asigna Santo Tomás: integridad, porque la inteligencia ama al ser; proporción, porque la inteligencia ama el orden y la unidad; brillo o claridad, porque la inteligencia ama la luz y la inteligibilidad.

Para que la forma, realizada y como sumergida en las entrañas potenciales de la materia, sea y se presente como bella es preciso que no le falte nada de su ser o perfección, que se manifieste y refleje en toda su unidad en la proporción y armonía de sus partes, de tal modo que su perfección aparezca claramente en todo su esplendor.

Ahora bien, si se tiene en cuenta que es la forma quien, determinando la materia, la organiza y la ordena, se verá la coincidencia entre el splendor formæ de Santo Tomás con el splendor ordinis de San Agustín: la Belleza ha sido señalada en su esencia misma por Santo Tomás, y en su manifestación sensible por San Agustín.

Por eso, las cualidades que siempre acompañan a la cosa bella son el orden, la integridad, la proporción y la nitidez.

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Cuando la forma substancial ha logrado influir con eficacia en la potencialidad del sujeto material que la recibe, dicha forma fulgura en el orden, integridad, proporción y nitidez.

La materia, debidamente asumida por la forma, empapada por el ser que ella actualiza, se transfigura en orden, integridad, proporción y nitidez; estas cuatro dotes son el verbo, la palabra, la expresión pronunciada por el esplendor de la forma substancial en la materia; no constituyen el esplendor propiamente dicho, pero sí su signo inmediato, fiel y adecuado.

En lo que atañe a la Belleza no habrá orden si no es a la vez íntegro y proporcionado; asimismo, la integridad tendrá que ser ordenada y proporcionada, y la proporción ordenada e íntegra. Estas tres dotes son en realidad la luz de una misma unidad irradiándose en la variedad.

El orden tiene prioridad lógica sobre las otras dos cualidades. El orden sigue de inmediato al esplendor de la forma; las otras son, en cambio, diversos aspectos del orden.

1º) Orden

La razón profunda de por qué la inteligencia se prenda tanto de una cosa en estado de belleza es que ella manifiesta elorden que más arrebata a dicha facultad.

El orden de lo bello no es un orden accidental, dependiente de un principio ordenador extrínseco, sino que consiste en el resplandor de un orden ontológico, debido a un principio substancial interno.

En el caso de los seres materiales el principio ordenador es la perfección de la forma. Cuando se trata del arte, dicho principio es la idea ejemplar (que supone la inspiración), la cual influye mediante el operar humano en una materia, pero de tal manera que la obra se juzga bella cuando ese influjo rige, constante, la distribución y el carácter del todo y de las partes.

La relación entre el principio ordenador y las cosas ordenadas es necesaria, íntima, constante y universal.

Necesaria, puesto que no proporciona a las cosas ordenadas una mera denominación extrínseca, sino que el ser mismo de ellas está dependiendo de dicha relación interna.

Intima, pues la índole de la materia es embeberse en el ser de la forma substancial sin tener otro que el que ella le otorga.

Constante, ya que en cuanto cesa, la cosa se corrompe y perece.

Universal, porque influye en todo sentido, rigiendo la distribución de las partes, las proporciones, las intenciones y los acentos.

Además de este orden inmanente de las cosas bellas existe el orden trascendente: no basta que la causa formal realice su virtualidad entitativa en la materia en distribución de partes; es necesaria la realización de su potencialidad con respecto al fin que embellecerá por la plenitud de su perfección.

Toda cosa tiene belleza inmanente por su propio ser; más éste, a su vez, dice capacidad trascendente para colmarse en algo superior que no posee por sí. Por aptitud la cosa concurre a la unidad del ser necesario y eterno, el cual es saciedad definitiva de todo.

La belleza en el orden inmanente se fundamenta en la Verdad; la que se debe al orden trascendente se asienta en el Bien.

Lo normal sería que la belleza inmanente fuera una disposición para la trascendente.

La naturaleza, las criaturas irracionales, cumplen el doble orden y la doble belleza.

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La criatura libre puede quebrar la relación entre uno y otro orden: al ostentarse como centro definitivo, como fin en sí de sí mismo y de las demás cosas, intenta imponer una gran mentira = cuando se cae en la contemplación de la propia belleza, se la pierde; el arte no hace excepción.

En cambio, el orden y la belleza trascendente se puede dar sin la belleza inmanente: criaturas humanas destruidas, miserables, devastadas o perversas pueden estar encendidas en aspiraciones que exceden en mucho a su estado.

Entre todas las cualidades que distinguen a la cosa bella, el orden sigue de manera inmediata al constitutivo formal de la belleza, es decir, al esplendor de la forma substancial. Tanto, que muchos filósofos le dan categoría de constitutivo y la describen diciendo que la Belleza consiste en el esplendor del orden.

Esto es un error pues existen muchos órdenes eventuales, algunos de los cuales no carecen de brillo, motivados por principios externos a las cosas, que está lejos de engendrar belleza.

El Rococó y el Barroco se fundamentan precisamente en este error: dieron importancia esencial al adorno; confundieron belleza con ornato; se volcaron en lo superfluo, en la decoración; consideraron a la elegancia como el mayor grado posible de belleza; se quedaron en un orden superficial, brillante y externo… Quedarse en lo bonito es lo común…

2º) Integridad

Llamamos integridad al aspecto numérico material del orden. Es difícil precisar la integridad exigida por lo bello, especialmente tratándose de arte, en el cual desaparece por completo hasta el menor asomo de norma material.

Lo que los antiguos decían de la belleza debe tomarse en el sentido más formal, cuidando de no materializar su pensamiento en alguna especificación demasiado estrecha.

No hay una sola manera, sino muchísimas por las cuales puede realizarse la noción de integridad: la carencia de cabeza o de brazos es una falta muy apreciable en una mujer, y muy poco apreciable en una estatua; sólo se exige que eso sea justamente lo que hace falta en el caso dado.

Sin embargo, la integridad es necesaria. Llegamos a la conclusión que la integridad rechaza los módulos extraídos de la anatomía y la física; los manifiesta arbitrarios y advenedizos. En cambio, revela la grande y ardua solución de que la belleza es siempre dinámica.

Por eso, la integridad de lo bello no consiste en la presencia numérica de determinados elementos materiales, sino que ella estriba en la compensación de fuerzas intencionales que broten necesariamente de tal esencia o tal inspiración.

Una línea, una mancha de color, no valen en un cuadro como presencias materiales, sino por la intencionalidad que entrañan; lo mismo en la escultura, tal volumen y tal hueco.

Es difícil concebir esta cualidad de lo sensible. Para ello debemos evitar un exceso y un defecto: o pensar a la materia artística como una pura energía; o confundir la intencionalidad con la intención expresa del artista.

Hay que tratar de distinguir entre materia e intención de la materia artística: las materias artísticas (línea, óleo, arpa) valen en arte por el caudal de belleza propia, en potencia con respecto a los propósitos y operar del hombre; el artista deberá compenetrarse del sentido propio de la materia para poder realizar una obra de arte acertada; ella sugiere al verdadero artista la mitad de la obra. Un gran artista no usa la materia, la actualiza.

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No importa la integridad física; lo que importa es que se dé una plenitud de intenciones equilibradas y conmensuradas por la esencia o la inspiración que se manifiesta.

La Belleza no es, pues, la conformidad con un cierto tipo ideal e inmutable, en el sentido de que para percibir la belleza se deba descubrir por la visión de las ideas, a través de la envoltura material, la invisible esencia de las cosas y su tipo necesario.

Para Santo Tomás hay Belleza en todos los casos en que la irradiación de una forma cualquiera sobre una materia convenientemente proporcionada viene a causar el bienestar de la inteligencia. Y tiene el cuidado de advertirnos que, en cierta manera, la Belleza es relativa: no con respecto a las disposiciones del sujeto, en el sentido en que entienden los modernos el término relatividad, sino con respecto a la naturaleza propia y al fin de la cosa, así como a las condiciones formales bajo las cuales se la toma.

Santo Tomás dice: «La belleza, la salud y otras cosas así, se dicen en cierto modo respecto a algo; pues un determinado equilibrio de los humores, que hace la salud en el niño, no la hace en el anciano; y otra es la salud del león, que es muerte para el hombre. Por lo cual la salud consiste en la proporción de los humores con respecto a una determinada naturaleza. Y lo mismo la hermosura consiste en la proporción de los miembros y de los colores. Y por eso una es la hermosura de uno, y otra la de otro» (Comment. in Psalm., Ps. XLIV, 2).

Existe otra integridad; la de la calidad sensible de tal materia artística. En este sentido, una mancha de color llama a otra mancha de color en magnitud y gradación compensativa; un volumen a otro volumen hueco.

La integridad nunca falta en la naturaleza; una verdadera sabiduría la regula. La naturaleza es fluida, inagotable, desbordada, purísima; los juegos de compensaciones son en ella cambiantes y ágiles.

Este es uno de los puntos que pone a prueba al artista, pues es regulación que se logra en el instante mismo de la ejecución final de la obra; por consiguiente, se obtiene por un agudo ejercicio de la virtud de arte, mediante el empleo a fondo de la intuición y la sensibilidad.

3º) Proporción

Resulta arduo definir el concepto de proporción y, sin embargo, es uno de los más necesarios y universales: se la define diciendo que consiste en aquel modo de ser o aspecto idéntico en entidades distintas, por el cual todas ellas tienen algo de común y dicen referencia a una unidad.

Proporción es el aspecto formal del orden, es decir, la relación misma que une a la esencia con las partes y a las partes entre sí.

Por la integridad, la esencia (o la inspiración artística) despliega su virtualidad en una totalidad de partes; por laproporción, esa misma esencia o inspiración está en cada una de ellas: el todo anima a cada parte; la unidad corre internamente de una en otra.

Lo que hemos dicho sobre la integridad vale también para la proporción: se diversifica según los objetos y según los fines. La buena proporción del hombre no es la del niño; las figuras construidas según el canon griego o el canon egipcio están perfectamente proporcionadas en su género; pero los hombrecitos de Rouault también están perfectamente proporcionados en su género.

Las proporciones bellas son ante todo ontológicas: lo que fundamentalmente importa es la consonancia de las partes en un ser que necesite, sin lugar a dudas, de esas partes como expansión de su riqueza entitativa. La Verdad debe sustentar a la belleza. En cambio, muchas veces se usa la proporción para encubrir miserias entitativas; así procedió el barroco, el rococó y el romanticismo.

Pero la proporcionalidad ontológica no basta. La belleza no se da en lo abstracto sino en el campo de los existentes: esa presencia de una esencia ha de traducir sus notas propias según número y medida. Estas proporciones matemáticas no hacen bella a la cosa, sino que suponen la presencia de una luz ontológica

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interna que las reclama.

Las proporciones anatómicas y las artísticas no son las mismas: la obra de arte necesita que la proporción resulte de la conjunción de los elementos que le son realmente propios, es decir, la inspiración, la materia artística (incluyendo las figuras) y el plano artístico o volumen (ya se trate de la pintura, el bajo-relieve o la estatuaria).

Integridad y Proporción no tienen ninguna significación absoluta, y deben entenderse únicamente en relación al fin de la obra, fin éste que no es otro que el hacer resplandecer una forma en la materia.

Observemos que las condiciones de lo bello están mucho más estrictamente determinadas en la naturaleza que en el arte, dado que el fin de los seres naturales y el esplendor formal que puede resplandecer en ellos están mucho más determinados.

En la naturaleza hay ciertamente un tipo perfecto de las proporciones del cuerpo humano, porque el fin natural del organismo humano es algo fijo e invariablemente determinado.

Pero como la belleza de la obra de arte no es la del objeto representado, la pintura y la escultura no están obligadas a la determinación y a la imitación del tal tipo.

División de las proporciones:

a)Simetría: consiste en la equilibrada oposición de los iguales. La proporción se debe encontrar, no entre miembro y miembro, sino entre simetría y simetría. Es cosa muy sabida que la simetría exacta no existe en la naturaleza; en realidad no hay en ella oposición de iguales, sino de semejantes; se compensan sin repetirse.

b)Ritmo: es la proporción de movimientos distintos en tiempos iguales. Da congruencia a los diversos elementos de la palabra, la poesía y la música. La materia propia del ritmo es el movimiento.

c)Armonía: es el equilibrio de los opuestos. Mientras el ritmo es la bella proporción de los movimientos según una unidad de tiempo; la armonía lo es de diversas extensiones según una unidad de espacio.

Esta ley de relaciones y enlaces permite que la variedad de las criaturas se convierta en universo. Mas no basta el encuentro de los opuestos: la armonía estará en aquel punto y grado en que uno diga necesaria y exactamente vocación por el otro; cuanto más fuerte sea el llamamiento tanto más intensa será la manifestación de la belleza.

Para que una obra encuentre su punto tiene que haber una fusión armónica substancial y otra derivada material.

La armonía esencial o interna exige que tres realidades distintas se fundan y proyecten en lo concreto como una realidad única: el espíritu del artista, los elementos naturales asumidos por el mismo y el material artístico.

Llamamos inspiración a la unidad que ellos tres encuentran en la luz operante del entendimiento práctico del artista.

La armonía material externa, debe fluir de la substancial, prestando apoyo al libre juego de la inspiración para consumar en el plano o en el volumen la unión comenzada en la comprensión y la inspiración: el «mundo» de la obra de arte plástica es el plano o el volumen, y no el universo real. Las figuras y detalles son propiedades del plano o del volumen donde se desenvuelven, y no de la realidad natural; por ese motivo, sus relaciones mutuas deben ser regidas por dichos figuras y detalles.

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Aunque la música es ante todo movimiento, resulta legítimo encontrar en ella no sólo ritmo sino también armonía. Esta cuida de las relaciones verticales de dos o más líneas de sonidos que se desenvuelven simultáneas en una misma composición. Por consiguiente, la mide en sentido estático, no dinámico.

4º) Nitidez

La cuarta de las cualidades de lo bello es la resultante de las tres anteriores; la que se refiere inmediatamente a la manifestación del esplendor de la forma y a su aprehensión por parte de la inteligencia; en una palabra, es la dote intelectual por excelencia.

Cuando una cosa emerge bien diferenciada en medio de la variedad de las criaturas, sin indisposiciones de la materia ni contaminaciones con otras especies, se presenta nítida, cumple con su definición, es bella. Entonces, la inteligencia se prenda; vislumbra allí la luz entitativa y calma su sed por ella.

El acto de aprehensión de la Belleza es muy simple: es del ser en cuanto presencia, en cuanto unidad radiante y difusiva.

Una notable paradoja caracteriza a lo bello: su radiante evidencia no es eficaz para engendrar en el entendimiento la correlativa certeza; lo cual explica que la nitidez necesaria a la Belleza no significa claridad = la oscuridad, el misterio, la sugerencia son irradiaciones de lo bello donde los verdaderos artistas navegan a su gusto.

La oscuridad es compatible con la belleza de la forma revelada en el arte; es más, todo arte de profunda inspiración es, en parte, casi necesariamente oscuro.

Las palabras claridad, luz, nitidez, inteligibilidad, que empleamos para caracterizar la función de la forma, no designan necesariamente algo claro, luminoso, nítido e inteligible para nosotros, sino más bien algo claro, luminoso, nítido e inteligible en sí, y que suele ser frecuentemente lo queda oscuro a nuestros ojos, ya sea por causa de la materia en que la forma está inmersa, ya sea por la trascendencia de la misma forma para las cosas del espíritu.

Describir lo bello por el brillo de la forma, es describirlo al mismo tiempo por el brillo del misterio.

Es un contrasentido cartesiano reducir la claridad en sí a la claridad para nosotros. En arte, este contrasentido produce el academismo, y nos condena a una belleza tan pobre que no puede irradiar en el alma sino el más mezquino de los goces.

Tal noción de la oscuridad de la forma bella, se pone de manifiesto sobre todo cuando se trata de aprehender o expresar una belleza puramente inmaterial.

Por consiguiente, lo propiamente contrario a la nitidez es lo confuso, lo dudoso y lo ambiguo, en una palabra, la materia no asistida por la proporcional esencia o inspiración.

E.- DESCRIPCIÓN SUBJETIVA DE LA BELLEZA

Íntimamente ligado a la metafísica de la belleza se encuentra para el hombre el problema estético estrictamente tal o la psicología de lo bello: ¿con qué facultad y en qué condiciones subjetivas el hombre llega a posesionarse y a gozar de la belleza?

«Se dice bello lo que visto deleita». La presencia de una cosa bella produce en el hombre un peculiar placer = es el efecto inmediato y propio de la Belleza.

La escuela tradicional realista considera a este placer como perteneciente al apetito natural de la inteligencia.

En efecto, la aprehensión de lo bello no puede consistir más que en un acto intelectual porque la inteligencia es la potencia activa que puede aprehender la forma substancial, causa determinante del ser

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de una cosa y en cuyo esplendor manifestativo estriba la Belleza.

La visión de la forma por su esplendor causa un peculiar placer a la inteligencia; ella queda prendada ante la presencia de lo que siempre apetece. Hay entonces una posesión sabrosa por contemplación; y en ésto precisamente consiste el placer de lo bello: el resplandor de la esencia engendra gozo en la inteligencia.

Recordemos lo que ya hemos citado de Santo Tomás: «Propio de la belleza es que en su vista o conocimiento se aquiete el apetito (…) La belleza añade a lo bueno cierto orden a la potencia cognoscitiva (…) Se llama bello aquello cuya misma aprehensión nos complace» (I-II, q. 27, a. 1, ad 3).

Por la Belleza, la aprehensión que tenemos de un objeto es tan perfecta que, en cuanto aprehensión, no nos deja nada más a desear.

Esto no significa que no tengamos nada más que aprender de la consideración de este objeto, sino que esta bella aprehensión nos satisface por ella misma y no deseamos nada más por el momento.

Notemos que la verdadera Belleza está indisociablemente unida al conocimiento de la verdad; por lo tanto, no basta que una cosa guste para que sea bella. El mal puede gustar; es el drama de la humanidad después del pecado original.

Por otra parte, el placer de lo bello no puede pertenecer, primo et per se, a la sensibilidad; y esto por cuatro razones:

a) Todo lo percibido principalmente por la sensibilidad es percibido por lo animales, los cuales no pueden percibir la belleza.

b) Cuando los artistas pretendieron crear belleza para los sentidos y el sensualismo, el arte aceleradamente la perdió y se fue emplazando en diversas fealdades y miserias.

Es notorio cómo la sinfonía se empobrece de manera repentina con Schubert, y lo mismo la música en general con el grosero materialismo de Wagner. Igualmente la poesía se desorganiza con la inspiración y la técnica sensorial de Víctor Hugo. La caída más notable es en las artes plásticas; en cuanto el Renacimiento les da una especificación sensual, se rompe la corriente del gran arte.

c) La Belleza consiste en la presencia del principio que otorga el ser fundamental a una cosa, el cual es inteligible, no sensible.

d) El orden resuelto en armonía es propiedad que no falta nunca al esplendor de la forma, y todo orden es percibido por la inteligencia y no por los sentidos.

El inconveniente con que se tropieza en la aprehensión de lo bello es que se produce en lo concreto, lo cual, para el hombre, es lo sensible. Por esta razón, con mucha frecuencia se salta de lo bello a lo codiciable.

Cuando se trata de la Verdad, el entendimiento encuentra el objeto que le es propio en las cosas sensibles; pero se aleja (abstrae) de la materia para captar la esencia y sus propiedades en ella misma.

Cuando se trata de la Belleza, el entendimiento no se aparta de las cosas sensibles, pues la quiere gustar en cuanto existente, real; como presencia, visión.

De esta manera se aproximan y se dan en un mismo campo material, dos objetos muy distintos: el del entendimiento y el de los sentidos y apetitos sensibles.

Con facilidad la atención deja el vuelo que tiene en la luz de la belleza, para detenerse en el brillo efímero de los accidentes sensibles (aspecto, sabor, contacto), manifestativo de lo que las cosas y la carne tienen de codiciable para el apetito animal.

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Dicho traspaso se llama sensualismo: apreciación equívoca y entremezclada de ambos valores. La Belleza no es una cualidad de la carne, sino un trascendental intangible, el cual se alcanza y posee por la contemplación.

El Romanticismo, exaltando de manera incondicionada cuanta pasión existe, aleja al arte de la Verdad. El Romanticismo engendra la ilusión, esto es, atribuir Belleza a los objetos de las pasiones.

La Belleza a que tiende el arte produce una delectación, pero es la alta delectación del espíritu, que es precisamente todo lo contrario de lo que se llama el placer. Si el arte tratase de gustar traicionaría y se haría mentiroso.

Asimismo, el arte tiene por efecto producir emoción; pero si apunta a la emoción, al fenómeno afectivo, a remover las pasiones, el arte se adultera, y tenemos ahí otro elemento de mentira que penetra en él.

Finalmente, el placer de lo bello tampoco pertenece a la voluntad, porque el bien, objeto único de la voluntad, se distingue de la Belleza. Es manifiesto que podemos admirar como bellas cosas que, bajo la razón de bien, la voluntad rechaza como hostiles o nocivas a nuestra naturaleza, como una serpiente de coral.

Sin embargo, la Belleza no es una especie de verdad, sino una especie de bien: la percepción de la belleza se vincula al conocimiento, pero para añadírsele; tal percepción no es tanto una especie de conocimiento, cuanto una especie de delectación. Lo bello es esencialmente deleitable; por lo cual, por su misma naturaleza y en tanto que bello, mueve el deseo y produce amor, mientras que la verdad como tal no hace otra cosa que iluminar.

Por lo tanto, es preciso hacer notar que para lo bello hay dos maneras de relacionarse con el apetito: ya sea como subsumido bajo la razón propia de bien (amamos y deseamos una cosa porque es bella); ya sea a título de bien especial que deleita la facultad apetitiva en la facultad de conocer y porque satisface su deseo natural (decimos que una cosa es bella porque su vista nos agrada). Desde el primer punto de vista, lo bello coincide sólo materialmente con el bien; desde el segundo, al contrario, pertenece a su noción misma ser el bien especial en cuestión: es esencial a lo bello procurar ese bien especial que es la deleitación en el conocer.

De suerte que la Belleza, al par que enfrenta directamente a la facultad de conocer, interesa indirectamente, por su esencia misma, la facultad apetitiva.

F.- CUALIDADES DEL GOZO DE LO BELLO

Muchas veces se confunde el gozo de lo bello con el placer sensible; sin embargo, participa de las características propias de la inteligencia, facultad donde se produce. Por eso, el gozo de lo bello es luminoso, desinteresado y anostálgico.

En cambio, el apetito sensible es interesado, oscuro, efímero y nostálgico.

a) El placer de lo bello es luminoso, se consuma en esa luz interior que, por una parte, da la esencia y, por otra, da la inteligencia; dos interiores que se clarifican mutuamente, asimilándose en la unión más íntima.

No es luz corporal, ni imaginativa, sino la intemporal del ser que signa la materia. En el mundo sensible, sólo la inteligencia tiene aptitud para captar y gustar esas luces.

b) El gozo de lo bello es desinteresado, lo cual elimina hasta el menor rastro de confusión con el placer sensible.

La inteligencia, considerada en sí misma, es un puro y desinteresado existir para el ser; no aprehende con el fin de remediar en algo alguna indigencia del ser humano, sino para anegarse en la cosa conocida tal como ella es; con su aprehensión nos podemos aquietar en lo que las cosas tienen de inamovible e

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intemporal.

c) El placer de lo bello es anostálgico. Las esencias permanecen, la inteligencia también, pues ambas son intemporales. Por esta razón, cuando la inteligencia posee algo por conocimiento completo y real, es para siempre.

La nostalgia tiene su origen en el apetito animal sobre el dato del bien pretérito propuesto por la memoria; por consiguiente, versa acerca de realidades terrenas en lo que tienen de temporales y es un acto de contacto del apetito animal con la correlativa memoria sensible.

La razón de que queramos ver o escuchar no una sino cien veces un cuadro, una estatua una sinfonía o un poema, estriba en que todo en el hombre, hasta la misma intuición, es progresivo; para llegar al encuentro verdadero con la obra, son necesarios análisis e inquisiciones; y una vez hallada, nos tenemos que internar en ella de luz en luz.

Precisamente, es mala la obra que, como una portada de revista, se obtiene por primera impresión: hubo un brillo, un deslumbramiento momentáneo, y allí todo acabó. Consiste en un efectismo aparente, nada más; no hay en ella ningún esplendor ontológico.

Hemos dicho que el apetito sensible:

- es interesado, no tiene otro estímulo que la satisfacción propia e inmediata, y como ésta se realiza en lo material, siempre es a expensas del otro;

- es oscuro, pues no sabe a qué fin se ordena;

- es efímero, porque la misma posesión sensible destruye en parte o totalmente lo que ocasionaba el placer por querer apoderarse de algo corporal que en la cosa amada codiciaba;

- es nostálgico, ya que la memoria conserva impresión del bien sensible que dejó de existir.

G.- GRADOS DE LA BELLEZA

1º) Lo bonito: es la belleza decorativa. Las flores y los pájaros pertenecen a lo bonito; el grado eminente pertenece a la mujer.

2º) Lo lindo: llámase así a la belleza festiva; combinada con alguna forma de alegría. Este y el grado anterior incluyen la idea de facilidad; una belleza ardua nunca es bonita ni linda.

3º) La gracia: es cuando se da una belleza con algún toque de racionalidad, de inteligencia.

La gracia se puede encontrar en los casos de belleza más altos o profundos e, incluso, en lo sublime. En cambio, laelegancia es aquella gracia posible a los grados de belleza ligera o fácil.

4º) Lo hermoso: es cuando se combina lo bello con lo codiciable. Una manzana en sazón es hermosa.

5º) Lo bello: es una belleza en una plenitud de equilibrio, donde todos los demás elementos anteriormente mencionados, con excepción de la gracia, cesan para dar lugar a la pura luz de la esencia.

La característica que lo distingue de los grados menores es la perdurabilidad.

6º) Lo sublime: es una belleza en aspiración de otra belleza superior. No permanece en sí; tiende y se engrandece en otro.

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7º) Lo precioso: o el preciosismo es dar primacía al valor del material sobre la belleza de la cosa o la obra de arte en sí.

Por ejemplo, preferir la estatuilla de bronce a la de barro; o el exceso de metáforas en poesía.

8º) Lo cómico: es cuando consideramos la miseria o lo ridículo en sí, sin referirlo al sujeto que lo padece.

H.- LO FEO

La fealdad es la privación del esplendor entitativo debido.

Decimos debido, pues se trata del esplendor que se debe desprender de tal esencia y no otro.

Dicha privación, en concreto, se traduce en alguna carencia de orden, de proporción, de integridad o de nitidez.

La cosa fea angustia a la inteligencia; plantea un enigma, no de misterio, sino de ambigüedad, de suciedad ontológica.

Se trata de una tiniebla que oprime a la inteligencia, que no ve una realización normal, inmediata de la esencia en la realidad concreta.

Sin embargo, la fealdad no se debe a una supresión total de la luz de la esencia, es decir, de todas la cualidades de lo bello. Esto es imposible; no puede existir una fealdad absoluta. En un sujeto, por feo que sea, siempre existe la raíz de la belleza, que, impedida, no dará su luz, pero sin embargo continúa latente.

Hay grados de fealdad; las cosas se afean sin eliminar de golpe y totalmente toda relación bella.