la actividad intelectual

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Solovieva, Yulia (2014). La actividad intelectual en el paradigma histórico- cultural. México: CEIDE. Presentación. Pp. 7-8. Prólogo. P.p 9-11. Introducción. P.p 13-17.

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Solovieva, Yulia (2014). La actividad intelectual en el paradigma histórico-cultural. México: CEIDE. Presentación. Pp. 7-8. Prólogo. P.p 9-11. Introducción. P.p 13-17.

hp
Nota adhesiva

Talizina, Nina (2009). La teoría de la actividad aplicada a la enseñanza.

Colección neuropsicología, educación y desarrollo. México:

BUAP. Capítulo 5. Las acciones que influyen

en el aprendizaje escolar. Pp. 73-126.

González-Moreno, Claudia Ximena., Solovieva, Yulia., y Quintanar-Rojas, Luis. (2012). Neuropsicología y psicología histórico-cultural: Aportes en el ámbito educativo. Revista de la Facultad de Medicina, 60(3), 221-231. Consultado el 29 de octubre de 2014. Disponible en: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid

=S0120-00112012000300006&lng=en&tlng=es

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PERSONA, SUJETO DE COMPETENCIAS

PARTE I. PERSONA Y PERSONALIDAD

Ma. Cristina Caso Lucina Moreno Valle

México, D.F.

Diciembre, 2011

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Instituto de Enlaces Educativos, A.C.

Rinconada Camino a Sta. Teresa 1040 - 702

Col. Jardines en la Montaña, C.P. 14210

México, D.F.

www.enlace.edu.mx

Diciembre, 2011

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1.1 LA PERSONA Y SUS DIMENSIONES

Explorar la noción de persona en nuestros días no es solamente necesario sino

indispensable en virtud de que –por un lado- se defienden los derechos de los

seres humanos en los diversos órdenes de la vida, y por otro –a nivel teórico y

práctico— existen multitud de confusiones en torno a lo que queremos significar

con ese concepto. Así lo demuestran los constantes abusos que se cometen

contra el ser humano en la familia, la comunidad, el trabajo, la vida económica y

política. Todo esto no hace sino potenciar el interés por el significado esencial de

lo que implica ser persona que, indudablemente, tiene como referente necesario al

ser humano, sea hombre o sea mujer.

¿Qué es ser persona? ¿Siempre ha tenido la connotación que hoy le otorgamos?

Evidentemente no, como lo demuestra la historia del concepto, en el que

distinguimos dos hitos importantes: a) su origen histórico y b) su significado real,

que es el de su aplicación antropológica.

A nivel histórico, la palabra persona tiene dos antecedentes latinos: el adjetivo

personus y el verbo personare, que significa “sonar fuerte”, “hacerse oír”,

“resonar”, sentido que remite al término griego “prósopon”, que hacía alusión a la

máscara que usaban los actores del teatro en su representación de los

personajes. Todo lo cual indica que el sentido antiguo de persona significa

“máscara”, que concuerda con lo que parece ser el origen de esta expresión en el

vocablo etrusco “phersa”, que significaba precisamente “máscara”. Pero más allá

del “personaje” –empezaron pronto a vislumbrar algunos pensadores griegos y

latinos- se encontraban personas, seres humanos que resuenan, con lo cual el

calificativo empleado inicialmente en el teatro fue decantándose paulatinamente

hasta aplicarse de modo propio a las mujeres y a los hombres.

La persona es un sujeto interior que se manifiesta al exterior por medio del

cuerpo.

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La más célebre definición de persona es la formulada por el filósofo y poeta latino

Severino Boecio (480-524/525): “Substancia individual de naturaleza racional”. Los

conceptos integrados en esta fórmula son de origen aristotélico. Por “substancia

individual” se entiende aquí lo que Aristóteles llama substancia primera: una

realidad indivisa en sí misma y separada, en cambio, de las demás realidades. Por

otra parte, la persona existe siempre en relación con otras personas, sin dejar

nunca de ser ella misma.

La persona está constituida en tres dimensiones: biológica, psicoafectiva y

social.

Parece conveniente señalar que una dimensión no es lo mismo que una parte.

Una dimensión es la medida de una capacidad, dimensionar algo es medirlo.

Además, las partes pueden ser separadas de un todo, mientras que las

dimensiones son inseparables y se encuentran conectadas entre sí, lo que se

origina en cada una de ellas afecta a las demás en mayor o menor medida y en la

dinámica propia de cada una.

Se puede decir, entonces, que la persona tiene variadas capacidades: las que son

propias de la corporeidad, es decir, comer dormir, etc.; las capacidades propias de

la afectividad, como son los sentimientos y las emociones; las capacidades del

pensamiento, estas son, pensar, reflexionar sobre lo pensado, imaginar, inventar y

recordar; y las capacidades de la de voluntad, es decir, querer, decidir y actuar.

Por último, y a partir de ellas, la persona es capaz de relacionarse, tanto consigo

misma como con su entorno, y de transformarse y transformar.

La persona es una pluralidad de operaciones en la unidad de un solo sujeto

operante.

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No se trata de un simple conjunto de capacidades, tampoco es un “algo” en la

conjunción de sus partes. Cada persona es un alguien que opera, un ser

complejo y dinámico, es decir, un solo ser, integrado en la complejidad de sus

propias dimensiones, que en el curso de su vida va transformándose sin dejar de

ser él mismo. Por ello, cada individuo es único, singular e inaprensible en la

totalidad de su ser singular y concreto. “Como ya varios lo han señalado, “yo” es el

pronombre que todo el mundo puede decir pero que nadie puede decir en mi

lugar. El “yo” es entonces único para cada quien… (el) “yo” permanece igual a

pesar de las modificaciones internas del “mi” (cambios de carácter, humor) y del

“sí” (modificaciones físicas debidas a la edad)” (E. Morin, 2008).

La persona es el agente integrador de los dinamismos propios del individuo, que

actúa en sí y en el mundo; es el quien que puede darle a todas sus actividades

un sentido plenamente humano. El pensar, el sentir, el querer y el actuar del

individuo involucra y compromete a toda la persona. Los actos la manifiestan,

aún ante ella misma y así, a través de los actos, es posible tomar contacto con la

propia persona, identificar sus motivaciones, sus afectos, sus reacciones, sus

preocupaciones, sus deseos, así como la integración o desintegración interna de

todos estos factores, sus capacidades, las relaciones que establece con otros y el

dominio que la persona tiene de sí. Y le permite, además, elaborar sus planes y

proyectos futuros.

Como ya hemos dicho, en toda persona podemos distinguir tres dimensiones;

a) Dimensión corporal o biológica: Es la dimensión de los procesos

anatómicos y fisiológicos.

Así, el cuerpo no es el lugar en el que habita la persona, no es “algo” que le

pertenece a la persona, sino una dimensión de ella misma, la dimensión en

la que se presenta a los demás. La corporeidad muestra a la persona como

sujeto humano y, al mismo tiempo, le permite manifestarse en su

subjetividad personal. (Por ejemplo, quien se muestra en su cuerpo como

objeto no puede esperar ser tratado como sujeto).

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El cuerpo humano es un cuerpo personal. Toda persona actúa desde su

instalación corpórea, y graba en ella, a lo largo de su vida, su biografía, es

decir, su historia, su desarrollo y su destino. La corporeidad es el modo en

que el ser humano emerge a la subjetividad, lo que le permite actuar en la

realidad.

El cuerpo muestra los límites reales de la persona, al mismo tiempo que

señala sus potencialidades en una escala humana que es, por una parte,

concreta, limitada y, al mismo tiempo, abierta a la trascendencia. Las

limitaciones propias del ser humano indican finitud, dependencia, una cierta

menesterosidad esencial, radical que, a su vez, posibilita a las personas el

vivir en comunidad. Por ello, algo hecho “a la medida del hombre”, como se

dice –por ejemplo— de la arquitectura griega, significa hecho, tanto a la

medida de las proporciones y características del cuerpo humano, como a la

medida de las necesidades y anhelos de armonía, de orden, de belleza y de

trascendencia, grabados en la persona y manifiestos en el cuerpo.

Por ser humano, el cuerpo permite conocer y conocerse, actuar,

relacionarse con los demás y transformar el entorno al modo específico de

lo humano.

Cada persona es un ser concreto que se encuentra en la vida en una

condición sexuada, condición que es una realidad estructural, no accidental.

Lo sexuado no es algo “posterior” o “añadido” al ser humano. Por el

contrario, es la estructura misma del “yo” de cada quien. Toda persona

es hombre o es mujer desde que empieza a existir hasta que muere, pues

le viene dado con su existencia misma. Es la instalación de la persona en la

realidad, desde la que es capaz de vivir y de actuar, desde la que el “yo” es

capaz de ser “sí mismo.” Es la estructura que conforma a la persona, la

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estructura del “yo” que hace que cada uno sea varón o mujer y que

establece la relacionalidad personal necesaria para sustentar la vida.

Hasta ahora, se había considerado a la persona en una noción asexuada,

en una consideración abstracta de la naturaleza humana, tratando siempre

del “hombre” en general, sin considerar que, en la realidad, solamente

existen varones y mujeres. Es decir, que la condición sexuada del ser

humano no es accidental, sino estructural, conformadora de la persona y

señala la intrínseca referencia recíproca que existe entre varón y mujer.

Tal referencia no significa división, sino disyunción, polaridad que origina

atracción de uno por otro, que se va manifestando tanto en el pensar como

en el sentir y en el actuar de cada persona.

b) Dimensión psicológica: es la dimensión, a la que pertenecen los

pensamientos, las voliciones, los sentimientos y las emociones.

La dimensión psicológica se centra en la mente y recoge la idea de la

persona como ser dirigido a metas y dotado de un conjunto de procesos

que le permiten guiar su conducta –creativa y armónicamente— en el

contexto cambiante donde se dan las diversas situaciones en que participa.

Incluye aspectos cognitivos que conducen a percibir, pensar, conocer,

comprender, comunicar, resolver problemas, relacionarse, representarse a

sí mismo y a los otros, actuar –ser agente—; aspectos afectivos, como las

emociones y motivos, y otros aspectos que generan esperanza, estima y

confianza en uno mismo y en otros; aspectos conativos, como la

perseverancia en la acción y otros componentes de la voluntad como el

autocontrol. Todo ello sin olvidar que la mente existe en un cuerpo

concreto, en un cerebro con funcionamiento normal. Así, el desarrollo de la

mente depende también del desarrollo del cuerpo para recibir la información

y trasladar a acciones concreta el resultado final de sus procesos. Por todo

ello, el aprendizaje es siempre paulatino, de acuerdo con el proceso

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personal de maduración individual y según el entorno ambiental y social de

cada uno.

c) Dimensión social: a la que pertenecen las relaciones de la persona. En

sentido amplio, las relaciones con el mundo que le rodea. El sujeto se

constituye siempre frente a otro(s), en la relación con otro(s).

La dimensión social se organiza en torno a la interacción con otras personas.

Supone la expresión de la sociabilidad humana característica, esto es: el impulso

genético que la lleva a construir sociedades, a generar e interiorizar cultura, y el

hecho de estar preparada biológicamente para vivir con otros de su misma

especie, lo que implica prestar atención a otro humano necesariamente presente;

y la sociabilidad, o capacidad y necesidad de interacción afectiva con otros

semejantes, expresada en la participación en grupos, y la vivencia de experiencias

sociales.

Esta dimensión abarca y enfatiza la diversidad de aspectos que permiten a la

persona interactuar con otras personas, para lo que es esencial la existencia de

otros con conciencia de sí mismos, el lenguaje y la intención de comunicar. Es un

componente esencial para la vida y el desarrollo humano, pues resulta imposible

ser humano sin otros humanos.

La persona nace en una sociedad y necesita vivir en sociedad; ésta favorece la

adaptación al medio, lo que le multiplica las posibilidades de sobrevivir, de ser ella

misma y de vivir una vida plena. Muchas de las necesidades humanas precisan de

la interacción con otros para ser cubiertas. Se interioriza la cultura de la sociedad

en la que se nace o en la que se vive, a través de los procesos de socialización

que, en última instancia, favorecen la construcción del sentido del yo y de la

pertenencia a un determinado grupo. Mediante los otros, se moldea la persona

hasta que aceptan por completo las normas y valores sociales característicos del

grupo en el que vive, los ajusta a su propia idiosincrasia, y obtiene un marco de

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referencia para percibir y comprender la realidad y actuar autónomamente en ella.

Para ello, se aprovechan diversos mecanismos de aprendizaje que comienzan en

la familia y se van completando en todos los ámbitos de la vida de cada individuo.

La construcción de la propia identidad, a partir de la recibida al nacer, es otro de

los procesos sociales básicos. Este proceso que comienza en el seno de la

familia, con la conciencia de que existen otros, conduce a la adquisición de la idea

de uno mismo o “autoconcepto”. El proceso de identificación va a permitir a la

persona descubrir el significado de su propia existencia y construir su autoestima

y, a su vez, su proyecto vital, aspecto imprescindible para la autorrealización. En el

contexto de la interacción con otros, la persona puede diferenciarse de los demás

y reconocer sus similitudes con ellos. Obtiene así, entre otros, sentido de su

cuerpo y de sí misma como algo que permanece aunque esté en cambio continuo,

y la conciencia de su propio valor. La persona se vincula con otras mediante el

intercambio continuo de acciones, lo que implica el desempeño de roles y el ajuste

del comportamiento. Esto incluye el desarrollo de procesos de apoyo y ayuda

mutua, un ejemplo de los cuales es el cuidado a quienes se encuentran en

situaciones de vulnerabilidad y dependencia, como lo es la de los niños que

asisten a la escuela primaria.

En el conjunto de estas dimensiones, la persona es un ser concretado y limitado

desde su instalación corpórea, limitado en sus posibilidades, al mismo tiempo que

abierto a sus anhelos y aspiraciones. A lo largo de su vida puede aprender y

aprende, puede elegir lo que quiere aprender y, sobre lo ya aprendido, puede

innovar y crear. Las competencias surgen del funcionamiento conjunto y

armónico de las tres dimensiones, que actúan al unísono en situaciones concretas

y complejas. Trataremos de identificar las que confluyen en el liderazgo para

detonar su desarrollo.

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1.2 CONSTITUCIÓN DE LA PERSONA

Todos los seres humanos estamos insertos en una realidad común y, a la vez, en

una realidad individual. Es común en cuanto a que todos somos originados,

originales y originantes. Somos originados en una realidad biológica sexuada

procedente de una realidad individual femenina –madre— y una realidad individual

masculina –padre— que, en una relación de complementariedad biológica, dan

origen al nuevo individuo original, distinto de sus padres y de todos los otros

individuos.

Así, la persona está constituida en un eje estructural abierto, es decir, relacional,

formado por:

A) Originación: es el ser que ha recibido de sus padres que es, en este

momento, un ser inacabado, que se irá modelando a lo largo de la vida.

B) Originalidad: por su ser en sí y de sí, que es original en cada uno, en el

que vive un diálogo interior consigo mismo. Esto lo constituye como un fin

en sí mismo, para sí mismo y para los demás.

C) Originante: en lo inacabado de su ser recibido, la persona es originante de

sí misma, es decir, es autora de sí, de sus creaciones y de su propia

vida. Finalmente, puede ser originante de otros, a quienes puede dar origen

y/o acompañarlos e impulsarlos en su propio desarrollo.

Al principio de su vida, toda persona se ha recibido a sí misma (nadie se ha dado

su propio origen); por ello, el ser persona es fundamento objetivo e indisponible

para sí y para los demás en la realidad de la vida, incluidos los originantes. Esto

es lo que llamamos persona objetiva (la persona que es objeto de conocimiento).

Conciencia y autoconciencia

A la conciencia se le define como el “darse cuenta”, el “percatarse de algo” que es

propio tanto de humanos como de animales. Pero la percepción de los sentidos

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del ser humano es diferente de la de los animales, pues mientras que éstos

perciben las cosas tan solo en la medida de la relación con sus sentidos, los

humanos somos capaces de conocer la realidad de las cosas en sí mismas,

objetivamente, es decir, distinguiéndolas de la sensación que nos provocan y

tomando distancia de ellas.

Esto es lo que conocemos como inteligencia racional, que es una inteligencia

reflexiva, ya que la persona puede reflexionar sobre sí y sobre todo lo que la

rodea, hacerse un juicio de todo ello y actuar en consecuencia; es lo que distingue

lo humano de lo animal: es lo específicamente humano. Esta es lo que llamamos

persona subjetiva (la persona que es sujeto de conocimiento).

De ahí se puede señalar otra diferencia entre los animales y los humanos, que es

la forma en que unos y otros se ponen en movimiento hacia alguna cosa. Mientras

que lo que pone en movimiento a los animales proviene de sus sentidos y de su

memoria (instinto), lo que pone en movimiento a los humanos es la facultad de

decisión, o voluntad, que es una facultad autónoma, que considera, tanto la

percepción de la realidad de sí misma y de la cosa, como la memoria, pero ambas

impregnadas por el juicio de la inteligencia racional.

El otro factor que conforma la conciencia de la persona es la emotividad, el

conjunto de emociones que conmueven el ánimo de cada sujeto y que cada uno

conduce según su propio juicio, es decir, según su subjetividad personal.

Conducir sus emociones es propio del sujeto humano.

La persona objetiva y la persona subjetiva constituyen el yo o sujeto

personal.

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En resumen, la persona subjetiva es la persona que es capaz de conocer la

realidad propia y externa, de hacer un juicio objetivo sobre ella y de actuar

libremente.

Por ser autoconsciente, la persona es un sujeto que está en diálogo permanente

consigo mismo, está presente a sí mismo, puede conocer y conocerse “desde

dentro”, en la conciencia de sí; puede identificar sus necesidades, reflexionar

sobre sus pensamientos, sobre sus anhelos, sobre sus afectos y sus emociones,

sobre sus experiencias, así como sobre sus logros y sus fracasos. Finalmente,

puede conocerse reflexionando sobre su propio actuar. Puede conocer la

identidad recibida de sus padres y modelar su propia persona, es decir, su forma

de ser o personalidad. Se trata de un conocimiento paulatino, en el que no se

conoce nunca completamente, no se posee nunca completamente, en el que se va

construyendo a sí misma en el devenir de su propia vida, y va escribiendo su

propia historia.

Actualmente hay dos fuertes corrientes de pensamiento contrapuestas sobre la

conciencia:

a) La que la considera como un archivo de experiencias, como un espacio

Interno, capaz de construirse a sí mismo sin referencia a otro ser dado,

capaz de producir el mundo entero a partir de sí misma y más allá de

cualquier vínculo con la realidad dada. Es una conciencia aislada,

encerrada en sí, movida por deseos arbitrarios, sobre los que pretende

construir a capricho sus derechos, sin reconocer los deberes que le impone

una realidad (propia y externa) anterior a ella. De ser así, la conciencia solo

consideraría derechos, en cuanto se constituye desvinculada de la realidad

y puede crearse como desee.

b) La que la considera como una instancia de juicio sobre una realidad dada.

Es lo que se conoce como conciencia crítica. Esta postura considera que la

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persona puede conocer la realidad -tanto la exterior como la de su propia

persona- como realidades objetivas, anteriores a su propia voluntad. Y así,

no pretende crear derechos arbitrariamente, sino que los reconoce a partir

de los deberes que le impone la realidad.

Toda conciencia, aún la de sí mismo, se refleja en un fondo que la precede y que

no es ella la que lo construye. Precisamente por esto, ya que existe previamente,

el “yo” no se posee (no se conoce) nunca completamente.

La autoconciencia o conciencia crítica de sí es un juicio intelectual que permite a

la persona conocerse, entablar el diálogo interior que le es propio, elegir entre las

opciones que se le presentan y decidir llevar a cabo por sí misma, esto es,

autodeterminar sus actos. Simultáneamente, le permite dar razón de su actuar

ante sí misma y ante los demás, de un modo responsable, libre. La autoconciencia

“autoriza” a la persona, es decir, hace de la persona el autor de todo lo que

hace, y le permite asumir el propio sí como tarea y como vocación, como un deber

hacia el propio yo, como un proyecto a desarrollar a lo largo de toda la vida, por

medio del cual se puede alcanzar la plenitud personal. Un proyecto apasionante

de humanización, que comienza con la identificación de la propia identidad y de

las propias necesidades y con el conocimiento de la naturaleza humana y del

entorno. De ahí se desprende la identificación de los deberes, y de ésta, a su vez,

la de los derechos que obligan a reconocer la dignidad de toda persona.

La autoconciencia juega un importante papel en la dimensión social de la persona,

dimensión que se hace patente en varios aspectos:

Estructura corporal: el cuerpo está hecho para encontrarse con otros. El del

hombre es complementario con el de la mujer.

Comunicación y diálogo: podemos hacer a los demás partícipes de nuestra

interioridad (pensamientos, sentimientos, etcétera).

Lenguaje: código de signos y símbolos establecidos en un contexto o

cultura determinados, con la finalidad de comunicarse.

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Interacción: acción recíproca entre dos o más personas.

Apertura: capacidad de relacionarse con los demás para dar y recibir.

Asociación y posibilidad de crear vínculos: necesidad de pertenecer, de

sentirse parte de algo o alguien y de lograr con otros determinados fines.

1.3 LA PERSONALIDAD

¿Qué es la personalidad?

La personalidad alude al modo de ser. Es lo que cada persona hace de sí

misma, es lo que construye en sí misma a partir de su propia persona recibida. Al

igual que la persona, es única y es el resultado de la suma de dos componentes:

temperamento (genética, herencia) + carácter (se desarrolla por la educación y

en el entorno de cada sujeto). Las diferencias individuales entre las personas,

además de su aspecto físico, las podemos observar en su personalidad. La

personalidad, según Allport (1997), es “la organización dinámica de los sistemas

psicofísicos que determina una forma de pensar y de actuar, única en cada sujeto

en su proceso de adaptación al medio.”

La personalidad puede sintetizarse como el conjunto de características o patrón de

sentimientos ligados al comportamiento, es decir, los pensamientos, sentimientos,

actitudes y hábitos y la conducta de cada individuo, que persiste a lo largo del

tiempo frente a distintas situaciones, distinguiendo a un individuo de cualquier otro,

haciéndolo diferente de los demás.

La personalidad persiste en el comportamiento de las personas a través del

tiempo, aun en distintas situaciones y momentos, otorgando algo único a cada

individuo que lo caracteriza como diferente e independiente. Ambos aspectos de la

personalidad, distinción y persistencia, tienen una fuerte vinculación con la

construcción de la identidad, a la cual modelan con características denominadas

rasgos o conjuntos de rasgos que, junto con otros aspectos del comportamiento,

se integran en una unidad coherente que finalmente describe a la persona.

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Este comportamiento tiene una tendencia a repetirse a través del tiempo de una

forma determinada, sin que quiera decir que esa persona se comporte de modo

igual en todos los casos. Es decir, la personalidad es la forma en que pensamos,

sentimos, nos comportamos e interpretamos la realidad, mostrando una tendencia

de ese comportamiento a través del tiempo, que nos permite afrontar la vida y

mostrarnos el modo en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo que nos

rodea. Nos permite reaccionar ante ese mundo de acuerdo al modo de

percepción, retroalimentando con esa conducta nuestra propia personalidad.

Cada persona al nacer presenta ciertas características propias que, con el paso

del tiempo, la toma de conciencia y el conocimiento de sí –aunado al factor

ambiental y las circunstancias familiares y sociales— irán modelando su

personalidad. La personalidad será fundamental para el desarrollo de las demás

habilidades del individuo y para su integración en grupos sociales. El adecuado

aprovechamiento y encauzamiento del conjunto específico de esas características,

único en cada individuo, favorecerá su aprendizaje, su educación, su desarrollo y

las aportaciones que pueda hacer a la sociedad a la que pertenezca. Esta es una

de las razones por las que se ha insistido, en la actualidad en nuestro país, en la

educación personalizada.

Ahora bien, los rasgos de personalidad son múltiples y variados. Algunos de ellos

favorecen el liderazgo, como la capacidad espontánea de impulsar a otros, y

acompañarlos en sus tareas. Otros limitan estas tareas pero pueden ser

modificados, a partir del momento en que se identifican, para el mejor desarrollo

de la persona en el dinamismo que le es propio.

Por medio de la toma de conciencia (autoconciencia), es factible desarrollar la

personalidad para asumir actividades de liderazgo: todos podemos ser líderes. La

educación requiere de un liderazgo donde la persona, además de potenciarse a sí

misma, sea capaz de orientar e impulsar a otros en ese mismo proceso de

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desarrollo. En el contexto escolar, se trata de la capacidad de movilizar a todos y a

cada uno de los estudiantes, docentes, padres de familia y directivos, para que se

involucren en actividades promotoras del bienestar de todos. No hace falta esperar

a que las políticas educativas resuelvan los problemas para favorecer el desarrollo

personal y el logro académico.

Todos somos en parte iguales y en parte diferentes; cada uno de nosotros es

originado, original y originante. Asumir la propia singularidad como tarea,

vocación y proyecto de desarrollo es lo que nos permitirá delinear metas que

faciliten la realización plena de nuestro ser. Para ello, es fundamental potenciar el

liderazgo en todos los miembros de la comunidad educativa.

La autoría compartida es la clave para alcanzar la meta deseada. Así el grupo

tiene estructura, orden, energía para conseguir sus objetivos. Con la participación,

asume su responsabilidad individual y grupal. De este modo, todos los integrantes

de la comunidad educativa —docentes, alumnos y padres de familia—,

comprometidos en una relación dinámica de mutuo influjo y retroalimentación,

forman una comunidad de aprendizaje propia de la sociedad del conocimiento.

Por ser pieza fundamental en la construcción de la identidad de cada individuo, los

padres de familia constituyen un elemento clave en la conformación de la

personalidad y son, al mismo tiempo, los primeros responsables de la educación

de los hijos. Por eso es indispensable que establezcan acuerdos con el profesor

sobre el proceso de aprendizaje de cada uno de ellos y refuercen, en el ámbito

familiar, la acción educativa que se propone desde la escuela para hacer de los

educandos elementos de autogestión y de cambio social.

Mendoza Buenrostro, Gabriel (2008). Por una didáctica mínima. Guía para facilitadores, instructores, orientadores y docentes innovadores. México: Trillas. Capítulo 2. Educando y educador: nuestros actores en el campo de todas las posibilidades. Pp. 29-42 Capítulo 3. El propósito de enseñar y aprender: el sentido de una didáctica mínima. Pp. 43-55.

García González, Enrique (2012). Vigotski. La construcción histórica de la psique. México: Trillas. Capítulo 1. Biografía. Pp. 13-16. Capítulo 2. Descripción general de su obra. Pp. 17-22.