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LAS AMÉRICAS DE CARA AL PROCESO ELECTORAL DE LOS ESTADOS UNIDOS 2008

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  • LAS AMÉRICAS DE CARA AL PROCESO ELECTORAL DE LOS ESTADOS UNIDOS 2008

  • Insumisos Latinoamericanos

    Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional

    Directores

    Robinson Salazar Pérez Nchamah Miller

    Cuerpo académico y editorial

    Pablo González Casanova, Jorge Alonso Sánchez, Fernando Mires, Manuel A. Garretón, Martín Shaw,

    Jorge Rojas Hernández, Gerónimo de Sierra, Alberto Riella, Guido Galafassi, Atilio Borón, Roberto Follari,

    Eduardo A. Sandoval Forero, Ambrosio Velasco Gómez, Celia Soibelman Melhem, Ana Isla, Oscar Picardo Joao, Carmen Beatriz Fernández, Edgardo Ovidio Garbulsky, Héctor Díaz-Polanco, Rosario Espinal, Sergio Salinas,

    Lincoln Bizzorero, ˘lvaro Márquez Fernández, Ignacio Medina, Marco A. Gandásegui, Jorge Cadena Roa, Isidro H, Cisneros,

    Efrén Barrera Restrepo, Robinson Salazar Pérez, Ricardo Pérez Montfort, José Ramón Fabelo, Bernardo Pérez Salazar, María Pilar García,

    Ricardo Melgar Bao, Norma Fuller, Flabián Nievas, Juan Carlos García Hoyos, José Luis Cisneros,

    John Saxe Fernández, Gian Carlo Delgado, Dídimo Castillo, Yamandú Acosta.

    Comité de Redacción

    Robinson Salazar Pérez Nchamah Miller

  • LAS AMÉRICAS DE CARA AL PROCESO ELECTORAL

    DE LOS ESTADOS UNIDOS 2008

    COORDINADORES

    JAIME PRECIADO CORONADO IGNACIO MEDINA NÚÑEZ

    Colección

    Insumisos Latinoamericanos

    elaleph.com

  • Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copy-right, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático. © 2008, los autores de los respectivos trabajos. © 2008, ELALEPH.COM S.R.L. [email protected] http://www.elaleph.com Primera edición Este libro ha sido editado en Argentina. ISBN 978-987-1070- Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en el mes de marzo de 2009 en Bibliográfika, Elcano 4048, Buenos Aires, Argentina.

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    INDICE

    Introducción 7

    Procesos electorales y política latinoamericana de Estados Unidos: Algunas claves metodológicas para su análisis 23 Por Jorge Hernández Martínez

    Un balance de la política estadounidense hacia América Latina; escenarios del proceso electoral presidencial de 2008 57 Por Jaime Preciado Coronado y Pablo Uc

    La Administración Bush y América Latina: Un análisis preliminar 87 Por Gary F. Prevost

    La retórica del odio del movimiento anti-inmigrante y las perspectivas de cambio ante las elecciones del 2008 en los Estados Unidos 99 Por Hugo Méndez Ramírez

    Lecciones inacabadas: integración, cooperación y desarrollo en América Latina y el Caribe 137 Por Feliciano García Aguirre

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    Reformas económicas y políticas en Cuba y perspectivas frente a una nueva administración estadounidense 167 Por Dr. Emilio Duharte Díaz

    Alternativas de América Latina frente al proceso electoral de Estados Unidos 187 Por Lino Borroto López

    ¿Qué puede esperar América Latina de la próxima administración estadounidense? 199 Por Carlos Oliva Campos

    Diversas visiones sobre Norteamérica 229 Por Ignacio Medina Núñez

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    INTRODUCCIÓN1

    Las relaciones entre los países de América Latina y Estados Unidos, enmarcadas en una histórica asimetría que transita sin patrones fijos del estrecho apego al enfrentamiento, y en oca-siones incluso a simbólicas rupturas, se sitúan hoy bajo los dilemas que el reciente proceso electoral estadounidense ha bosquejado. Los ocho años de la administración republicana encabezada por George W. Bush, intensificaron no sólo la imagen beligerante y prepotente del estado norteamericano en el mundo, sino que terminaron por demarcar un pronunciado deterioro de su status como ‘superpotencia hegemónica’, en medio de una crisis mundial de factores múltiples: económi-cos-financieros, alimentarios, climáticos y energéticos. En este sentido, el analista Michael Klare considera en su más reciente libro: “Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Ener-gy”2, que la actual coyuntura de crisis proyecta un claro “retrato de una ex superpotencia adicta al petróleo”, incapaz de soste-ner el ‘status mundial’ que quiso enarbolar a largo plazo tras la caída del muro de Berlín.

    Por otra parte, la era W. Bush ha dejado terribles efectos a nivel doméstico: una economía interna superavitaria heredada de la administración Clinton se ha convertido en una deficitaria y altamente endeudada, con todos sus efectos para aquellos que 1 Los editores agradecen la colaboración del Lic. en Estudios Internaciona-les, Pablo Uc en la elaboración del texto de esta introducción. 2 Klare Michael, El mundo y la (futura) Casa Blanca, en Le monde di-plomatique México, número 3.

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    comercian con Estados Unidos. En relación al posicionamiento particular de Estados Unidos en cada una de las regiones del mundo, la organización de su agenda de política exterior marcó una jerarquía explícita de sus prioridades inmediatas, tal como lo demostró el particular apalancamiento militar en el Oriente Medio, que con la invasión a Iraq marcó una de las más claras expresiones del unilateralismo bélico, posteriormente conver-tida en el más grande símbolo de empantanamiento militar contemporáneo después de Vietnam, con reducidas alternati-vas distintas a una salida gradual del país árabe.

    En tal organización de prioridades, América Latina no fue proyectada bajo los cánones tradicionales en que la doctrina Monroe la posicionó desde la segunda década del siglo XIX. Si bien, se trazó una agenda exterior estadounidense para esta región, con algunos principios más explícitos y otros más im-plícitos (aunque también contundentes), no fue suficiente para consolidar un liderazgo regional homogéneo (aunque sí especí-fico y localizado en países como Colombia y México) capaz de conservar el respaldo incondicional con que los ecos históricos acostumbraban caracterizar al viejo “patio trasero” del vecino norteamericano.

    En este contexto, sin embargo, Latinoamérica no ha orien-tado tan sólo su direccionalidad política como un efecto resi-dual de los vacíos dejados por la Casa Blanca; la región, y más enfáticamente el Cono Sur, con todo su accionar político y social, se ha empeñado en moldear su propio sendero, dirigido a consolidar una mayor autonomía política anhelada históri-camente. En este sentido, se puede interpretar, por ejemplo, la orientación del mapa electoral trazado con crecientes colores de una izquierda política que, aunque ampliamente diferencia-da, ha logrado establecer proyectos de Estado que apelan a una creciente autonomía nacional y regional, como lo demues-tran la emergencia y fortalecimiento de instituciones e iniciati-vas supranacionales, que apuntan a romper, o al menos a transformar sustancialmente, la histórica hegemonía estadou-

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    nidense en la región. De forma paralela a este escenario que impulsan los Estados e instituciones inter-gubernamentales y supranacionales de la región, los movimientos sociales, consti-tuyentes de una amplia y diversa red de manifestaciones políti-cas, económicas y culturales emancipatorias, consolidaron un claro repudio a las violentas proyecciones geopolíticas esta-dounidenses en la región y el mundo entero, dejando en claro su imprescindible importancia en la percepción del deteriorado liderazgo que la administración W. Bush extravió en la región.

    Frente a estas circunstancias, las interrogantes que el esce-nario electoral estadounidense planteó para América Latina a lo largo de la intensa campaña del año 2008 implicaron una rica y diversa gama de interpretaciones y análisis, en las que no sólo Latinoamérica se percibe como una región que sería im-pactada por el resultado, como todas las regiones del mundo, sino que en particular jugaría un papel significativo. Esto últi-mo resalta sobre todo al considerar que el fenómeno migrato-rio no sólo repercute en las agendas latinoamericanas a través, por ejemplo, de las remesas, sino que además, su aceleración ha contribuido al hecho de que los latinos se hayan convertido en la minoría étnica más grande de EE.UU. (15% de la pobla-ción) superando a la históricamente mayor, la de los afro-estadounidenses que llegan a representar cerca del 13%. Si bien, la presencia de la minoría latina no pudo haber garanti-zado una participación efectiva en las urnas electorales ni mu-cho menos inclinar con claridad la balanza definitiva que otor-gó el triunfo a uno de los candidatos, es imposible ignorar que la presencia latina no sólo está presente en las dos cámaras legislativas del sistema político estadounidense, sino que fue uno de los focos de mayor atención en las campañas tanto del candidato demócrata Barack Obama como del republicano John McCain. Consecuentemente, la orientación de la política exterior que implemente el flamante presidente electo será decisiva en la percepción y soporte social y político doméstico que la comunidad latina le otorgue durante su administración.

  • – 10 –

    Otro elemento a destacar es que, si bien las investigaciones en torno al proceso electoral estadounidense han sido sensi-bles al desenvolvimiento “residual” de la política exterior esta-dounidense hacia América Latina, no pueden omitir la perma-nente agenda de intereses tácitos desplegada indefectiblemente sobre la región, y caer en la engañosa falacia de lo que Atilio Borón3 denomina la ‘tesis de la irrelevancia latinoamericana’. El gigantesco patrimonio natural de la región expresado en términos de riqueza energética fósil y alternativa, biodiversi-dad, yacimientos de agua dulce, minerales, espacios naturales vírgenes, etc., no ha sido nunca un factor omiso para Washing-ton, como no lo fue para la administración W. Bush ni lo será para el presidente electo que tome las riendas de la Casa Blan-ca en el 2009. Un claro ejemplo de esto es que, a pesar de que el control sobre las reservas petrolíferas que residen en el complejo polvorín del Medio Oriente han sido entendidas ampliamente como la prioridad número uno del gobierno es-tadounidense, ha sido en realidad el continente americano el principal proveedor de petróleo para Estados Unidos en los últimos cinco años, como lo demuestra el hecho de que tan sólo entre Canadá, México, Venezuela, Brasil y Colombia hayan acumulado el 53% de sus importaciones en 2007.

    Fueron, pues, muchos de estos aspectos planteados sobre la relevancia del proceso electoral estadounidense para Améri-ca Latina los que motivaron a que la Red de Investigación sobre la Integración de América Latina y el Caribe (REDIALC) organizara en la ciudad de Guadalajara, México, un seminario-taller internacional titulado “Las Américas de cara al proceso electoral norteamericano 2008” en el mes de agosto del mismo año, auspiciado por el Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (DEILA) de la Univer-sidad de Guadalajara, por el Departamento de Economía Ad- 3 Borón Atilio (2006) “La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos hacia América Latina” en Foreign Affairs en Español, Vol. 6, Núm. 1.

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    ministración y Finanzas (DEAF) y por el Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos (SOJ) del ITESO, Univer-sidad jesuita de Guadalajara. Investigadores de diversos países ofrecieron parte del fruto de sus trabajos académicos, cuyo contenido fue discutido por varios días. El presente libro con-tiene los resultados de ese esfuerzo de conjugación de mentes y voluntades para ofrecer aquí una variedad de puntos de vista analíticos que tienen un hilo conductor a través de varias inter-rogantes: ¿Cómo entender el proceso político electoral esta-dounidense?, ¿Cómo ha sido el devenir latinoamericano y có-mo puede ser afectado por las perspectivas de uno u otro candidato? ¿Cuáles esferas determinan la diferencia o la simili-tud entre el proyecto republicano de John McCain y el del demócrata Barack Obama?, ¿Es el cambio o la continuidad de la política exterior estadounidense hacia la región lo que traza-rá la agenda del nuevo presidente estadounidense?

    El triunfo de Barack Obama, el 4 noviembre de 2008, es un dato nuevo que tiene que añadirse a las observaciones y las interrogantes planteadas por los diversos análisis y escenarios formulados durante el proceso electoral, que son presentados en esta publicación, porque todos los trabajos fueron escritos en el contexto de la campaña electoral norteamericana y antes de conocer el resultado del ganador de la contienda. No obs-tante, será en el inicio efectivo de las acciones de gobierno del próximo presidente demócrata, en que las proyecciones pre-sentadas en este libro servirán como un referente sobre las diversas incógnitas planteadas.

    También resulta destacable en estos análisis el balance que permiten hacer de las estrategias seguidas por cada uno de los candidatos hacia América Latina. Mientras el republicano McCain, con el consejo del ex secretario de Estado adjunto para el Hemisferio Occidental, Otto Reich, decidió realizar no sólo importantes promesas al sector conservador cubano esta-dounidense de Miami respecto a la continuidad de las políticas coercitivas hacia Cuba, sino también una gira puntual a los dos

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    países aliados más sólidos de la región (Colombia y México), el demócrata Barack Obama se limitó a elaborar un claro y apa-rentemente “integral” programa hacia América Latina: The New Partnership for the Americas, con el fin de revivir el espíritu de la buena vecindad inspirada en las políticas de Franklin D. Roosvelt. Los resultados finales de las urnas, han dejado claro que el intento por posicionarse fuertemente en la región lati-noamericana por parte del republicano terminaron por fortale-cer sus vínculos con la sombra de W. Bush, de la cual le fue imposible desmarcarse a pesar de todos sus esfuerzos, toman-do consecuentemente mayor peso la posición del demócrata en el sector latino votante.

    Los diversos artículos que integran este libro evitan caer en la ingenua postura que supone que las propuestas de campaña expresadas en las distintas articulaciones discursivas de los candidatos se llevarán a cabo de forma estricta y completa. Tampoco hay que considerar que las coyunturas políticas y económicas locales y mundiales podían modificar radicalmente el rumbo, o al menos parte del mismo, de cualquiera de los dos candidatos que hasta entonces se encontraban en la carre-ra por la presidencia.

    También resulta fundamental considerar el papel que han jugadon los poderes fácticos, manifiestos y ocultos, en el complejo directorio político estadounidense. Si bien es cierto que el ras-treo puntual del financiamiento de las campañas presidenciales conlleva a identificar la importante incidencia del complejo militar industrial, del poderoso sector bancario (aún con la consecutiva quiebra o rescate financiero de varios de ellos), de los gigantescos emporios empresariales y los deterministas grandes medios de comunicación masiva, en el desenvolvi-miento y resultados finales de la carrera electoral, es importan-te matizar dicha influencia. Es cierto que una parte importante de la agenda del nuevo presidente electo será acotada por los compromisos con dichos poderes fácticos, pero ninguna alian-za es única, definitiva y permanente entre un sector con alcan-

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    ce fácticos (por ejemplo el financiero) y los partidos, o más puntualmente, entre un directorio político y el futuro flamante presidente.

    En este sentido, ni el razonamiento de V. Pareto sobre las elites políticas como grupo que determina en su totalidad la conducción de un país bajo decisiones homogéneas de Estado dirigidas por un súper líder carismático, ni el enfoque de M. Castells sobre la sociedad red en la que los flujos de informa-ción dispersan el poder en nodos diferenciados, ni el razona-miento del gran y definitivo directorio político de Wright Mills, son suficientes por sí solos para explicar el proceso de con-ducción política que podría determinar la confección de la política doméstica e internacional del presidente electo.

    En un artículo reciente, Amelia Arsenault y Manuel Cas-tells4 argumentan que la habilidad para controlar los puntos de conexión entre las diferentes redes económicas, financieras, de negocios, medios de comunicación, etc., es una fuente crítica de poder en la sociedad contemporánea. Esto lo comprueban a través del estudio de Rupert Murdoch, Jefe Oficial Ejecutivo (CEO: Chief Executive Officer) de NewsCorp. En él se ilustra cómo los actores corporativos de los medios negocian las di-námicas de poder de la sociedad red para favorecer sus objeti-vos empresariales, incluyendo el control de la política de corre-taje en la bolsa, influencia y manipulación de la opinión pública, institucionalización de fórmulas sensacionalistas, per-sonalización de los contenidos mediáticos y la diversificación-adaptación de los holdings empresariales de medios frente a los cambios tecnológicos y nuevos sistemas de regulación. En este tenor, se pone de manifiesto la capacidad de los grandes em-porios transnacionales en general, y de los holdings empresaria-les de medios de comunicación en particular, de incidir en el desenvolvimiento de una amplia agenda sociopolítica, econó- 4 Arsenault Amelia & Castells Manuel (2008) “Switching Power: Rupert Mur-doch and the Global Business of Media Politics. A Sociological Analysis”, en SAGE: International Sociology; 23; 488.

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    mica y cultural a distintas escalas espaciales y niveles de rele-vancia y sensibilidad política. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, el desenvolvimiento, e incluso el resultado final, de procesos electorales como el estadounidense

    No obstante, es importante considerar, a su vez, que de la mano de la determinante construcción mediática de su imagen, el sutil trato con el que Barack Obama decidió manejar el tema étnico, apelando no sólo a su imagen afro americana con mati-ces rememorativos del espíritu de cambio y poder social de M. Luther King (trazado en su famosa consigna yes we can: sí po-demos) sino también a un ciudadano votante mucho más plu-ral y respetuoso, capaz de incorporarse a un proyecto de nación orientado a rectificar el idealismo norteamericano ante el mundo, rindió los efectos esperados. De igual forma, se deli-nearon los límites de las esferas ultra conservadoras y el apara-to religioso sin que atravesaran un sentimiento de amenaza progresista a ultranza, como le ocurrió por ejemplo, al candi-dato demócrata en las elecciones presidenciales de 2000, Al Gore.

    Por otro lado, el manejo del miedo pareciera haber sido emplazado por la evocación de la historia estadounidense en sus coyunturas y personajes más consagrados en el espíritu norteamericano: Lincoln y Roosevelt. De tal forma, que el programa ultra conservador, decidido a retrasar el reloj político estadounidense que se legitimó con la reelección de W. Bush en 2004, pareciera prometer una recomposición de sus tiem-pos, y no sólo porque así lo exijan los denigrados valores na-cionales de los estadounidenses y su clase política, sino porque se ha convertido en una condición determinante para la an-helada y urgente recomposición del liderazgo moral que la superpotencia ha perdido en el cada vez más sólido escenario multilateral que atraviesa el sistema mundial, como bien lo manifiesta la región latinoamericana.

    Estos son los trabajos que ofrecemos en esta publicación y que hemos organizado de la siguiente manera:

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    1. El Dr. Jorge Hernández Martínez, de Cuba, nos ofrece el

    tema “Procesos electorales y política latinoamericana de Esta-dos Unidos: algunas claves metodológicas para su análisis”, en donde se examina de manera panorámica y selectiva el univer-so sociopolítico de Estados Unidos con el propósito de rete-ner determinados aspectos del devenir histórico de la nación, de su entramado cultural e ideológico, cuya comprensión es de utilidad para el análisis de la política interna y exterior de ese país, de sus procesos electorales, y al evaluar las tendencias del accionar internacional norteamericano. Con esa intención, se destacan momentos, contextos y condicionamientos que cuando se aplican a un análisis histórico-concreto, expresan una gran funcionalidad heurística, en la medida que operan como claves metodológicas que contribuyen de modo decisivo a revelar pautas históricas, a explicar patrones de comporta-miento, a identificar causas y efectos, a distinguir entre este-reotipos y realidades, tomando en cuenta las implicaciones para la política hacia América Latina.

    2. El Dr. Jaime Preciado Coronado, profesor investigador

    en Guadalajara, México, junto con el P. Lic. en Estudios In-ternacionales, Pablo Uc, nos presentan los escenarios que el proceso electoral en Estados Unidos plantea sobre el futuro de sus relaciones con América Latina. Lo que demanda, por un lado, elaborar un balance sobre los principios, explícitos y táci-tos, con los que se ha conducido la agenda de la política exte-rior estadounidense a lo largo de la administración W. Bush. Por otro lado, resulta fundamental contextualizar el proceso electoral en el complejo entramado de intereses impulsados por el directorio político norteamericano. Esto, no sólo expone los dilemas del sistema electoral estadounidense, sino que además permite identificar a las fuentes de financiamiento que determinan los grandes ejes, tanto de la agenda republicana como de la demócrata, bajo una suerte de poderes fácticos que

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    rebasan el bipartidismo político e ideológico estadounidense. Finalmente, el análisis de las directrices teóricas con las que se conducen los discursos de los dos proyectos de política exte-rior permite moldear un debate sobre los posibles matices y diferencias que intensifican las interrogantes sobre la continui-dad o el cambio respecto a las relaciones con América Latina.

    3. El Profesor norteamericano Gary Prevost nos presenta el

    tema “La administración Bush y América Latina. Un análisis preliminar”, en donde evalúa el impacto de su tendencia en las relaciones Estados Unidos-América Latina. De diversas mane-ras, la política de la administración de Bush representó, en América Latina, la continuación de décadas de política nor-teamericana en la región. En primer lugar y más importante, el objetivo era la dominación de la región política, económica, militar y culturalmente. Bush heredó de la administración Clin-ton, el plan de establecer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que, de haberse implementado según lo planeado, en el segundo periodo de Bush, hubiera logrado un nivel de dominación sobre América Latina sin precedentes. Sin embargo, la realidad política actual es muy diferente: el proyecto del ALCA está muerto y, como resultado de ello, la influencia de Estados Unidos en la región, especialmente en Sudamérica, se encuentra en su nivel más débil en varias décadas. Los próximos años serán cruciales para determinar si América Lati-na romperá o no, su larga dependencia de los Estados Unidos.

    4. El profesor mexicano Hugo Méndez-Ramírez que radica

    en Atlanta, Georgia, nos ofrece un trabajo sobre “La retórica del odio del movimiento anti-inmigrante y las perspectivas de cambio ante las elecciones del 2008 en los Estados Unidos”. Realiza un debate sobre la migración en Estados Unidos que se ha caracterizado más por su tono subjetivo y emocional y que tiene que ver más con la percepción de la realidad del fenó-meno que con la realidad misma. En otras palabras, el verda-

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    dero problema no es tanto si la inmigración ha tenido un im-pacto negativo o positivo en la economía de los Estados Uni-dos, sino la percepción de un amplio segmento de la población que se ha caracterizado históricamente por su xenofobia y paranoia. El problema, a fin de cuentas, no es en realidad un asunto económico o político, sino un fenómeno cultural. Al autor le interesa capturar esa realidad intangible, no medible y más sutil, y explorar bajo un enfoque culturalista los aspectos de la conciencia colectiva o imaginario cultural estadounidense que facilitan o promueven el surgimiento y desarrollo de cier-tos grupos hispanofóbicos. El interés es analizar la retórica, el lenguaje, las imágenes y los diversos discursos o narrativas utilizadas por estos grupos que han logrado crear un clima de resentimiento y animadversión en el ciudadano común así como un ambiente político ríspido y tenso entre México y los Estados Unidos.

    5. El profesor Feliciano García Aguirre nos ofrece su tema

    con el título: “Lecciones inacabadas: integración, cooperación y desarrollo en América latina y el Caribe”. Señala que los pueblos y gobiernos de la región latinoamericana y caribeña han fraguado su desarrollo, durante el ultimo siglo, atentos a los movimientos estratégicos y cambios ocurridos en la toda-vía economía más grande del planeta. Las elecciones presiden-ciales de Estados Unidos ofrecen una situación privilegiada digna de analizar. En este apartado, el autor realiza una valora-ción de las repercusiones que tendrán dichas elecciones en el desarrollo latinoamericano, en el contexto de las experiencias de integración y cooperación bilaterales más recientes, tenien-do como colofón las experiencias históricas del último siglo y las dilatadas políticas injerencistas norteamericanas.

    6. El profesor cubano Emilio Duharte Díaz se refiere espe-

    cíficamente a las “Reformas económicas y políticas en Cuba y perspectivas frente a una nueva administración estadouniden-

  • – 18 –

    se”. El autor presenta una reflexión preliminar polémica sobre las reacciones a esperar para Cuba de la Administración esta-dounidense resultante del proceso electoral de 2008. Para ello, define los rasgos generales de la política de Estados Unidos hacia Cuba, las medidas del gobierno estadounidense en el período 2000-2008 que los reafirman, y señala los beneficios y costos de esa política para Estados Unidos, analizando las op-ciones con respecto a Cuba para la futura administración y los factores que pueden influir en la asunción por el nuevo presi-dente de una u otra. Entre estos factores, el autor examina de manera especial, en prospectiva, las probables reformas eco-nómicas y políticas en Cuba como factor legitimador del sis-tema y neutralizador de una política más agresiva por parte del gobierno estadounidense.

    7. El profesor cubano Lino Borroto López reflexiona sobre

    las “Alternativas de América latina frente al proceso electoral de Estados Unidos”, en donde, desde la visión histórica de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, señala que éstas han tenido un carácter bipartidista y, en última instancia, han sido los intereses económicos que realmente detentan el poder, los que han primado en la toma de decisiones hacia el Hemisferio Occidental. Es por ello que el análisis de los cam-bios en la región hay que evaluarlos no a partir de un solo es-cenario (como pudiera ser la elección de un Presidente en Es-tados Unidos) sino a partir de distintos escenarios como pueden ser los siguientes: a) La realidad económica y social de América Latina actual, como producto de las políticas neolibe-rales y la llegada de gobiernos con matices políticos distintos a través de los procesos democráticos. b) La plataforma política de los contendientes por la presidencia de los Estados Unidos. c) Los cambios políticos y sociales que se vienen produciendo en América Latina y el Caribe en la actualidad. d) La necesidad de un reajuste por parte de la política exterior norteamericana hacia la región, teniendo en cuenta que la región no ha tenido

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    ninguna prioridad durante el período presidencial de George W. Bush.

    8. El profesor cubano Carlos Oliva Campos se pregunta

    “¿Qué puede esperar América Latina de la próxima adminis-tración estadounidense?”. Analiza los Estados Unidos, tenien-do en cuenta que su gobierno defiende sus intereses nacionales a partir de percepciones y enfoques que involucran a casi todas las regiones del planeta. Intenta esclarecer por qué América Latina no fue considerada entre las prioridades de la política exterior de la Administración Bush, exponiendo algunas ideas que se remontan al período de tránsito de la llamada Guerra Fría a la Post-Guerra Fría. Frente a las dos opciones que tuvie-ron los estadounidenses para definir al futuro presidente de los Estados Unidos, la región latinoamericana no tiene más pers-pectiva que un continuismo conservador o un continuismo constructivo.

    9. Finalmente, Ignacio Medina Núñez ofrece una perspec-

    tiva sobre “Diversas visiones sobre Norteamérica”, señalando que se han desarrollado distintas miradas sobre el proceso histórico que han tenido los Estados Unidos para constituirse en la nación poderosa que son, tanto en su ámbito interno como externo. El apartado ofrece una breve síntesis de algu-nas de ellas a partir de algunos autores significativos, enfati-zando sobre todo la relación de Norteamérica con el sur del continente, la región que hoy llamamos América Latina. Las distintas miradas se reflejan en los siguientes autores: 1) la vi-sión de Francisco de Miranda en el Siglo XVIII; 2) los trabajos de Alexander Humboldt sobre Hispanoamérica en los prime-ros años del siglo XIX; 3) la democracia en América observada por Alexis de Tocqueville a partir de 1831; 4) la caída del capi-tal social norteamericano en el siglo XX vista por Robert Put-nam; 5) las acciones de pillaje del imperialismo norteamericano exhibidas por Petras, Galeano y González Casanova. Se ob-

  • – 20 –

    serva, entonces, que Estados Unidos ejerce un gran nivel de atracción en su sistema económico y político y, por ello, hay admiración por su sistema en un contexto donde una gran cantidad de latinoamericanos siguen emigrando hacia allá; pero también su gobierno representa un factor de rechazo por el gran número de agresiones militares a los países del sur y por el establecimiento de una relación asimétrica en donde el norte ha podido extraer y canalizar gran parte de los recursos natura-les del sur.

    Al final del proceso electoral norteamericano, en noviem-

    bre del 2008, se tiene que reconocer que ha habido un cambio muy importante en los Estados Unidos. Al interior del partido demócrata, la batalla fue larga y acerba entre Obama y Hillary Clinton, pero terminó con la victoria del primero; en la con-tienda final entre McCain y Obama, sabemos ahora el resulta-do holgado del segundo sobre la mentalidad conservadora y militarista del primero, que fue acompañado por la también conservadora y militarista Sara Palin.

    El resultado ciertamente fue cómodo y claro si hablamos de los votos electorales: a una semana de las elecciones, Oba-ma/Biden llevaban 365 sobre los 162 de McCain/Palin. Tam-bién en el Senado tendrán mayoría los demócratas con posibi-lidad de lograr entre 57 y 60 curules; en el congreso, además, de los 435 lugares (voting members), los demócratas conquistaron una mayoría de 255, que significan 20 posiciones más en rela-ción a la composición anterior de la House of representatives. Sin embargo, a nivel de votos entre ambos partidos, la diferencia era solamente de 6.5 puntos porcentuales, lo cual muestra que, aunque perdieron la presidencia, el 46.1% de los electores vo-taron por las posiciones del partido republicano mientras que Obama ganó con el 52.1%5.

    5 Estas estimaciones fueron dadas por www.realclearpolitics.com, consultado el lunes 10 de noviembre 2008.

  • – 21 –

    Ciertamente hay quien tiene gran esperanza en el cambio prometido por Obama; hay articulistas norteamericanos inclu-so que mencionan la Obama revolution. Pero hay muchos otros que se preguntan con seriedad si el presidente electo podrá gobernar cumpliendo un mínimo de sus promesas. No cabe duda que el hecho de ser un mestizo de madre keniana y padre estadounidense representa un gran avance cultural para el mundo norteamericano y por ello se pueden comprender per-fectamente las lágrimas emocionadas de Jesse Jackson ante la victoria de Obama, por la relación explícita al sueño de Martin Luther King: “I have a dream”. Tampoco se puede negar su voto explícito contra la intervención militar en Irak, algo que no hizo la senadora Hillary Clinton. Pero los condicionamien-tos históricos de cualquier gobierno norteamericano son mu-chos y por eso quedan muchas interrogantes sobre la política real que adoptará el nuevo gobierno demócrata a partir del 20 de enero del 2009. Los análisis ofrecidos en el presente libro ciertamente nos ayudan en la comprensión sobre el desarrollo del proceso electoral norteamericano, especialmente en el im-pacto que esto tiene para el futuro de la región latinoamerica-na, en la necesidad que ésta tiene de mayor autonomía intensi-ficando sus procesos de integración.

    Dr. Jaime Preciado Coronado

    Coordinador general de REDIALC

    Dr. Ignacio Medina Núñez Secretario Ejecutivo de REDIALC

    Noviembre 2008

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    PROCESOS ELECTORALES Y POLÍTICA LATINOAMERICANA DE ESTADOS UNIDOS:

    ALGUNAS CLAVES METODOLÓGICAS PARA SU ANÁLISIS

    Jorge Hernández Martínez6

    Introducción

    El presente trabajo examina de manera panorámica y selec-tiva el universo sociopolítico de Estados Unidos con el propósi-to de retener determinados aspectos del devenir histórico de la nación, de su entramado cultural e ideológico, cuya compren-sión provee una excelente base para el escrutinio analítico de la política interna y exterior de ese país, con especial utilidad a la hora de penetrar en el estudio de los procesos electorales y de evaluar las tendencias del accionar internacional norteamerica-no. Con esa intención, se destacan momentos, contextos y condicionamientos que cuando se aplican a un análisis históri-co-concreto, expresan una gran funcionalidad heurística, en la medida que operan como claves metodológicas que contribu-yen de modo decisivo a revelar pautas históricas, a explicar patrones de comportamiento, a identificar causas y efectos, a distinguir entre estereotipos y realidades.

    6 El Dr. Jorge Hernández es sociólogo y politólogo. Profesor e Investiga-dor Titular. Director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana. Email: [email protected]

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    Si bien resulta un lugar común la atención que despiertan siempre en América Latina las elecciones presidenciales en Estados Unidos que, con un ritmo cíclico se realizan cada cua-tro años en ese país, habida cuenta de las implicaciones que conllevan para los países y regiones del subcontinente, no cabe duda de que el proceso electoral que tendrá lugar en noviem-bre de 2008 tiene en esta ocasión una relevancia adicional. Y es que ahora, a diferencia de otras etapas, en las que ha preva-lecido un cierto marco de continuidad incuestionable, dicho proceso se ha desenvuelto bajo circunstancias en las cuales se aprecian diversas condiciones objetivas y factores subjetivos que registran la inminencia de cambios importantes en la so-ciedad norteamericana, luego de la doble administración repu-blicana y conservadora de George W. Bush.

    Sobre esa base, en las notas que siguen se reflexiona sobre las claves fundamentales que pueden contribuir a conformar –desde América Latina–, una visión objetiva sobre el actual proceso electoral en Estados Unidos, con la conciencia de que la comprensión de los fenómenos que definen el acontecer político de Estados Unidos ha sido y es una demanda del co-nocimiento social, prácticamente, en todos los países latinoa-mericanos, troquelada por imperativos que desbordan la curio-sidad intelectual y responden, si se quiere, a exigencias de la identidad nacional, la soberanía y la memoria histórica.

    I

    Probablemente, las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos sean el proceso de mayor trascendencia para la sociedad norteamericana y para el contexto latinoamericano, entre los acontecimientos políticos que definan la terminación del primer decenio del siglo XXI. De una parte, simbolizan la posibilidad de un cambio sustancial en la vida de la nación estadounidense –la cual ha estado signada durante ya más de veinticinco años por el predominio de un proyecto conserva-dor–, iniciado con la doble administración Reagan (luego de la

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    victoria electoral del partido republicano en los comicios de 1980), continuado por el gobierno de George Bush, padre (con similar identidad partidista, resultante de las elecciones de 1988), y aun proseguido, de modo no lineal, bajo los dos triun-fos electorales demócratas de Clinton (en 1992 y 1996). De otra parte, el proceso electoral de 2008 expresa la potenciali-dad de que se abran paso opciones novedosas, contrastantes con la histórica tradición política y sociocultural en ese país, en la medida en que se afianza la presencia y resonancia de un candidato afroamericano a la presidencia, como es el caso de Barack Obama, cuyo origen, por añadidura, es extranjero. Aún y cuando no se estableciera en la Casa Blanca, el punto al que llega dentro de la campaña en los últimos meses previos al 4 de noviembre, ya constituye un punto de referencia de enorme trascendencia para la historia política norteamericana.

    Ese hecho resulta tan sorprendente como significativo cuando se le observa desde la lógica del sistema político, la cultura nacional y el tejido socioclasista en Estados Unidos, o sea, teniendo en cuenta la fuerte implantación ideológica wasp (White, Anglo-saxon, and Protestant) en la conciencia colecti-va. Como se sabe, la mentalidad de la clase media blanca, an-glosajona y protestante, inherente a la estructura de clases que estaba en la base de la formación de la nación y en las etapas tempranas del desarrollo capitalista allí, configura de manera decisiva el imaginario estadounidense más allá de las fronteras cognoscitivas impuestas por la condición individual de cada cual (sea urbana o rural, trabajadora o patronal, intelectual o manual, agrícola o industrial, empresarial o financiera). En este sentido, la confluencia de diversos factores históricos cuyo análisis desbordaría los propósitos y posibilidades de este en-sayo, explica la centralidad y omnipresencia que en la vida na-cional tienen los atributos del wasp, entre los cuales el racismo, la intolerancia, la superioridad étnica y religiosa, el individua-lismo, el apego a la propiedad y la tradición libertaria se han afirmado como rasgos característicos de la sociedad norteame-

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    ricana. De ahí que el proceso electoral que culmine el próximo mes de noviembre tenga para América Latina un valor agrega-do, en la medida en que estará en juego la continuidad de una política exterior con un enfoque globalista, de raíz geopolítica, que encuadra las situaciones mundiales en el marco de la su-puesta lucha contra el terrorismo, priorizando los intereses de la llamada seguridad nacional, con implicaciones para el trata-miento de las relaciones con los países del subcontinente, y fundamentalmente, para la evolución de determinados conflic-tos, estimulando tensiones y enfrentamientos. La construcción del muro en la extensa frontera con México, la persistencia en el Plan Colombia, la hostilidad hacia Venezuela y Bolivia, jun-to a la prolongada política de guerra fría mantenida hacia Cu-ba, son ejemplos ilustrativos que manifiestan la existencia de un clima de polarización.

    Más allá de la significación de estas elecciones, tal vez con-venga puntualizar aquellas consideraciones que articulan las bases de un marco metodológico de utilidad para el análisis de las cuestiones aludidas.

    1. Ante todo, debe tenerse en cuenta algo que resulta obvio,

    mas no por ello omitible. Estados Unidos fue la primera na-ción moderna, anticipada en su gestación incluso a la sociedad burguesa que nace de la revolución francesa, un decenio des-pués. La formación de la nación norteamericana que sigue a la revolución de independencia se funda en la segunda mitad del siglo XVIII a partir del conocimiento maduro de la teoría polí-tica más avanzada en el momento en que se da el proceso de constitución de su Estado nacional, que coincide con su inde-pendencia de Gran Bretaña (Maira, 2002).

    Además de ser un país que nació con un régimen político liberal y que no ha tenido ningún otro, Estados Unidos es, al mismo tiempo, una nación que ha conocido un sólo modo de producción, el capitalista, que desde sus inicios tiende a repro-ducir (a partir de las experiencias, de la influencia de las rela-

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    ciones sociales de producción de que eran portadores, aún sin conciencia de serlo, y del imaginario colectivo que poseían los colonos ingleses), en otro territorio, las estructuras de la socie-dad británica de procedencia. De ahí que el mercantilismo y el capitalismo inglés trasladara al ámbito norteamericano un con-junto de prácticas, de visiones y concepciones, es decir, una cultura. En cierto modo, la sociedad norteamericana responde a un tipo peculiar de colonización, diferenciada de la que se afianza en América Latina. Es aquella que el historiador Louis Hartz denomina la sociedad fragmento, es decir, países nue-vos, que surgen lejos de la metrópoli, pero fundados a imagen y semejanza de ésta; sociedades que no conocen el proceso de mestizaje, que no tienen relación con los pueblos nativos, co-mo sí sucedió en distintos lugares de América Latina como resultado de la conquista y colonización española o portugue-sa, que produjo sociedades claramente diferenciadas (Hartz, 1991). Lo que ocurre en Estados Unidos es aniquilamiento, exterminio o expulsión y confinación segregada de los pueblos nativos. Los colonos anglosajones no buscaron integrar a estos pueblos, no los hicieron parte de su proyecto social, el cual es un proyecto de blancos y para blancos. Son esos wasps (blan-cos, anglosajones, protestantes) los que están en la raíz de la primera élite política estadounidense, de sus clases dominan-tes, la cual ha mantenido arraigada su influencia ideológica a pesar de las posteriores oleadas migratorias y de la heteroge-neidad clasista, perneando incluso al núcleo dirigente, a la clase gobernante norteamericana, hasta el presente.

    2. Estados Unidos vive su etapa de gestación y crecimiento como nación lejos de los centros de poder fundamentales en esas etapas. En tanto que al inicio el mundo era eurocéntrico, ese país estuvo en condiciones de regular su grado de partici-pación en conflictos internacionales. Cuando se hizo indepen-diente, en la última parte del siglo XVIII, fue un país que no quedó inmerso en la dinámica de las disputas internacionales. Se sustrajo, como se sabe, a los conflictos en Europa y se con-

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    sagró al desarrollo de las fuerzas productivas, al desarrollo productivo, tecnológico, científico, interno, sacando obvia ventaja a las potencias europeas y en particular, a Gran Breta-ña, la nación hegemónica en el siglo XIX. A la par, Estados Unidos siempre ha librado todas sus guerras en territorios ajenos, y la destrucción bélica la han cargado otros países. Por el contrario, ha podido reforzar su economía en tiempos de guerra, tener grandes avances industriales y ningún daño en su territorio. Esa es la experiencia de las dos guerras mundiales. Corea, Vietnam, Yugoslavia, el Golfo Arábigo-Pérsico, Afga-nistán, Irak, tenían lugar muy lejos del territorio norteamerica-no. De ahí que hasta el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos gozara de un alto grado de seguridad interna.

    3. Cuando se le mira bajo el lente de la historia, se advierte que Estados Unidos no ocupa en la actualidad la posición pri-vilegiada que le caracteriza durante la segunda postguerra a nivel económico, político, militar, del consenso interno y de las alianzas internacionales de entonces, a partir de lo cual la noción de la hegemonía norteamericana era indiscutible7. Tampoco se encuentra en una situación como la que alcanza a comienzos de la última década del siglo XX, al remontar la crisis del decenio anterior y lograr la recomposición relativa de la hegemonía perdida, mediante el enorme poderío militar y mediático que exhibe en la guerra del Golfo, en un mundo en pleno proceso de restructuración, al concluir el período de guerra fría, en el que pujaba por imponer su liderazgo en el “nuevo” orden mundial, o como lo calificaron algunos, por reconstruir un “nuevo siglo americano” (Ayerbe, 2001). 7 El concepto de hegemonía aún es objeto de análisis y debate, tanto en su relación con los de dominación y liderazgo, como en su manifestación específica, para el caso de Estados Unidos, en el contexto internacional del siglo XXI. En este sentido, adquieren renovado valor los trabajos de Anto-nio Gramsci. Atilio Borón ha levantado el tema con reiteración durante los últimos veinte años. Resulta de utilidad la labor desarrollada por el Grupo de Trabajo del Consejo latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), dirigido por Marco A. Gandasegui, hijo (Gandasegui, 2007).

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    Entre las diversas interpretaciones teóricas que surgen, co-existen y polemizan acerca de la situación actual de Estados Unidos –en términos del unipolarismo imperialista (político, militar y mediático) que encarna, por más que en la esfera eco-nómica y financiera pueda hablarse de multipolarismo–, sobre la crisis o consolidación de la hegemonía norteamericana, este trabajo se adscribe a la tesis de que el mundo actual aún se halla (desde el desplome del socialismo europeo y la desinte-gración de la Unión Soviética, entre 1989 y 1991, pero muy especialmente luego de los atentados terroristas del 11 de sep-tiembre de 2001) en un contexto de transición, marcado por mucha turbulencia, conflictos y contradicciones, que se expre-san para el caso norteamericano tanto en el reacomodo que se lleva a cabo dentro de ese país como en su posición y compor-tamiento exterior8. En este sentido, como es conocido, las acep-taciones de los conceptos de unipolarismo y de multipolaridad se han hecho cada vez más relativos y hasta cuestionables.

    4. En la sociedad norteamericana se aprecia la centralidad de un conjunto de percepciones, ideas y doctrinas políticas, constitutivas de una suerte de tronco común, que pueden con-siderarse como manifestaciones y nutrientes que forman un tejido ideológico, psicológico, cultural, marcado por expresio-nes conservadoras, inclusive de extrema derecha. Su implanta-ción histórica se comprende a la luz del proceso de formación de la nación y de la ulterior trayectoria de Estados Unidos, en

    8 Como sabemos, las posiciones son muy diversas y hasta contrapuestas.. Coincidimos con la opinión de Luis Maira, de que “estamos ante un mun-do que acelera sus transformaciones, en dodne es preciso tomar en cuenta las situaciones y los contextos de transición, pues hay que tener presente que, cuando se agota un sistema internacional y se desvanece un orden mundial, no los reemplaza de inmediato un nuevo orden y completo. Hay antes un período de ajustes, exploraciones, que puede o no ser muy corto, y en el que los dos órdenes, en antiguo y el nuevo, se traslapa”. Luis Maira, “Estados Unidos ante el Cambio del Escenario Internacional”, en: Revista Mexicana de Política Exterior, Instituto Matías Romero-SRE, México, No. 65, Febrero 2002.

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    la que se mezclan elementos del puritanismo religioso de raíz británica, del populismo rural y sureño, del sentimiento nati-vista, del nacionalismo chauvinista, de la glorificación del pa-sado, todo lo cual estimula una posición de aparente “defensa” del país y de su identidad (asumida como un dogmático “nor-teamericanismo”), que sostiene las posiciones ideológicas y políticas de enfrentamiento a las “amenazas” o a los “enemi-gos” (Hernández, 2007).

    De forma complementaria, los acontecimientos del 11 de septiembre propician el despliegue, ampliación y consolidación de una plataforma ideológica que si bien focaliza un “nuevo” enemigo –el terrorismo–, que viene a ocupar el lugar del eje articulador de la política exterior que durante la guerra fría lo constituía el comunismo internacional, retoma elementos de continuidad que están en la base de la cultura política nortea-mericana, y que al mismo tiempo brindan legitimidad a la polí-tica interna. Cuando el gobierno de Bush conjura su lucha aberrante contra el terrorismo, promovido por autores exter-nos, pasa por alto o desconoce las raíces de violencia e intole-rancia interna, que marcan la cultura política de la sociedad norteamericana. El decurso de la historia norteamericana con-firma que dichas raíces no tienen que ver con inmigrantes, ni con grupos o Estados hostiles, del Tercer Mundo. En realidad, las mismas conforman una cierta tradición, la cual ha propiciado circunstancialmente expresiones de terrorismo interno, estimu-ladas por ideologías y prácticas de extrema derecha, insertadas orgánicamente en el espectro político estadounidense.

    Las manifestaciones de intransigencia, sentimientos antiin-migrantes, racismo, represión, que afloran desde entonces como política estatal, articulando un ambiente conspiratorio, que presenta al país como una “fortaleza sitiada”, que debe protegerse del antinorteamericanismo, no son novedosas. Mu-cho más allá del contexto que se crea con los atentados terro-ristas del 11 de septiembre, la historia de Estados Unidos con-tiene las claves que explican el lugar y papel de la intolerancia

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    en las definiciones de la cultura política nacional, en la que el uso y abuso de la violencia sobresale como instrumento recu-rrente, supuestamente legítimo, bajo las condiciones singulares que caracterizan la evolución del colonialismo, el capitalismo y muy especialmente, del imperialismo norteamericano.

    5. Debe tenerse claro el hecho de que, por encima de las vi-siones que con un prisma esquemático se han extendido, mos-trando a la sociedad norteamericana como definida por una esencia liberal, que limitaba los espacios tradicionales al con-servadurismo, ello no pasa de ser una imagen mítica, distor-sionada. Lo que ha ocurrido más bien es lo contrario: Estados Unidos es un país marcado por una nítida orientación conser-vadora, aunque ella adquiera su forma dentro de una matriz liberal. El conservadurismo norteamericano, por tanto, no es algo totalmente contrapuesto, polarizado de manera absoluta, al liberalismo. Aún habida cuenta de sus diferencias incuestio-nables, constituyen expresiones ideológicas de un mismo signo clasista: el de la burguesía monopolista, y comparten lo que algunos autores han llamado el “credo” norteamericano. Así, “el liberalismo y el conservadurismo, y la combinación de los enfoques pragmático e ideológico, han tenido su punto de convergencia en la concepción de “seguridad nacional” de Estados Unidos, como necesidad del capitalismo monopolista de Estado y de la posición de liderazgo que ocupa en la arena internacional.

    6. Tal y como lo han puesto de manifiesto diversos análisis especializados, ni la sociedad norteamericana ni las estructuras que conforman el sistema político en ese país dan lugar a una totalidad entendida, según las percepciones del realismo políti-co convencional, en términos de un “actor racional unificado”. En la medida en que la clase dominante estadounidense no constituye un todo homogéneo, monolítico, y coexisten en ella fracciones que compiten y rivalizan, y generan visiones coinci-dentes, alternativas y hasta contrastantes (sin ser antagónicas), esto se refleja en el terreno de la ideología y de la cultura polí-

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    tica, que son reflejos de los intereses y comportamientos en juego. De ahí que en el caso de las corrientes ideológicas que prevalecen en Estados Unidos, y de manera visible en el con-servadurismo actual, no pueda hablarse tampoco del mismo como si se tratase de una entidad homogénea, a pesar de que sus diferentes expresiones cuenten con un patrimonio común.

    La idea de que el discurso y la práctica del “nuevo” conser-vadurismo contradice la tradición liberal clásica del sistema político norteamericano y que valora las tendencias emergen-tes en los últimos años cual apartamiento excepcional de la ideología y la cultura política tradicionales de la nación, no hace sino divulgar una imagen estereotipada del liberalismo burgués en el país que es el centro del imperialismo mundial. Cuando se le califica como “nuevo” al fenómeno que se afian-za en los años de 1980 y renace después del 11 de septiembre de 2001, no debe perderse de vista su profunda implantación ideológica, cultural y hasta institucional en estados Unidos, ni su presencia, a veces, más latente que manifiesta, en la historia política de ese país.

    7. Otra característica de gran significación tiene que ver con una suerte de pauta que se ha ido estableciendo de modo gra-dual, a lo largo de la historia política norteamericana sobre todo durante el siglo XX, de manera mucho más visible en las postrimerías del mismo. Es lo concerniente a la creciente es-trechez del universo ideológico que acompaña las confronta-ciones partidistas y, en general, a la búsqueda de alternativas políticas. Dicho de otro modo: cada vez más e ha ido haciendo notorio que el debate político en Estados Unidos tiene lugar dentro de un marco ideológico cada vez más estrecho. O sea, las opciones que brindan el conservadurismo y el liberalismo tienden a distanciarse menos, o a parecerse más. Ello se mani-fiesta con particular fuerza a partir del decenio de 1980, ante el tratamiento de aquellas cuestiones vinculadas a los denomina-dos intereses nacionales, o a las preocupaciones en torno a la seguridad nacional. Aunque no se decrete un enfoque biparti-

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    dista, lo cierto es que se hace válida una expresión gráfica, la que aunque algo simplista, define la pauta mencionada: nada se parece tanto a un criterio liberal como otro conservador. En cierta forma, ello confirma la importancia de la identidad so-cioclasista que acuña a ambas expresiones ideológicas, como portadoras de intereses y posiciones de clase que comparten un mismo signo, el de la burguesía monopolista, con su carga de mentalidad tradicional, que remite en el fondo a las de la clase media blanca, de origen anglosajona y protestante: el wasp. Así, en muchas ocasiones resulta conveniente que el análisis tome en cuenta incluso con mayor precisión el alcance y contenidos de las propuestas ideológicas que las de las plata-formas partidistas, dado que las dos orientaciones ideológicas básicas (liberalismo y conservadurismo) coexisten dentro de ambos partidos (demócrata y republicano).

    8. Según lo recordaba Marco A. Gandasegui en un reciente trabajo, resulta útil tener presente la interpretación que Wright Mills exponía en su libro La elite del poder, cuando examinaba el establishment norteamericano en un contexto electoral y llegaba a la conclusión de que en Estados Unidos había un “directorio nacional” (que manejaba ambos partidos), mediante un com-plicado sistema de comités electorales locales, y así se contro-laban las decisiones políticas del país (Gandasegui, 2008). Si-guiendo a Gandasegui, el análisis de Wright Mills, apuntaba con acierto un rasgo muchas veces descuidado en los estudios sonre la política estadounidense. Para Mills no existían parti-dos donde los políticos profesionales enfocaran los problemas de índole nacional de un modo claro, responsable y continuo, definiéndose los dos partidos políticos fundamentales (demó-crata y republicano) como organizaciones centralizadas nacio-nalmente, con gran tendencia al patronazgo y favoritismo, cuyos centros se hallan en manos del llamado directorio políti-co de la elite del poder (Wright Mills, 1988).

    Bajo esa perspectiva, como lo precisa Gandasegui, “los par-tidos políticos en Estados Unidos tienen funciones limitadas a

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    un nivel local, debatiendo necesidades de los hombres de ne-gocio en las comunidades y las demandas reivindicativas de obreros así como de aspectos puntuales (genero, ambiente, etc.) …Mientras que los partidos pueden funcionar a nivel local, son totalmente inoperantes para enfrentar los problemas nacionales. Incluso, los enfoques de los dos partidos –cuando responden a las demandas populares como la política econó-mica, la guerra y la paz y las cuestiones sociales– tienden a enredarse…La situación se complica aún más cuando las de-mandas populares se encuentran en conflicto con los intereses del directorio político. El manejo de la opinión pública requie-re un trabajo muy especial a nivel de los medios de comunica-ción y en los pasillos del poder” (Gandasegui, 2008). De ma-nera que más allá de la afiliación partidista y de las posibilidades y límites reales de la labor de demócratas y repu-blicanos al nivel de su membresía o militancia, sea necesario incorporar al análisis la relación con la base de masas de cada uno de ellos, o sea, el nexo con los intereses populares, y para ello la ponderación de los estados de la opinión pública consti-tuyen útiles criterios de medida.

    II

    En las elecciones presidenciales en un país como Estados Unidos, donde las particularidades de su historia económica, política y cultural le distinguen en notable medida de los otros Estados capitalistas industrializados, se hace imprescindible partir de ellas y, sobre todo, del comportamiento real en el período estudiado de variables como las que siguen: la situa-ción económica, el sistema de gobierno, las corrientes ideoló-gicas predominantes, su arraigo en la conciencia masiva, la orientación de los partidos de la burguesía monopólica que compiten por la representación gubernamental, la estructura de poder, los medios de difusión masiva, a través de indicado-res concretos, seleccionados acertadamente y vistos a nivel no sólo de la sociedad global, sino a escala regional, estadual y

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    local, en los casos pertinentes (la actividad de los medios de difusión, por ejemplo, adquiere un sentido más nacional que local; en cambio, la situación de la economía, en determinados campos, es más sustancial, en ocasiones, a nivel estadual o regional). La caracterización de aspectos como éstos es lo que permite, entre otras cosas, conocer el grado en que la política desplegada en determinada región del mundo por el gobierno de turno (y las propuestas de los candidatos presidenciales) puede resultar favorable o negativa a determinado estado, mo-nopolio, grupo de poder, sector social, entre otros aspectos, y en esta medida se pueden obtener elementos para establecer una relación bastante objetiva acerca de cómo se podría explo-tar, durante la campaña presidencial, la imagen que se pro-mueva de la actuación internacional del gobierno, atacándola o aplaudiéndola, y ofreciendo un proyecto alternativo el partido en la oposición.

    Desde esta perspectiva, resulta conveniente el análisis inte-gral (económico, político e ideológico) de cómo se mueve la situación nacional, estadual, regional y local, en lo económico y en lo político e ideológico, y viceversa. Esto se traduce en el imperativo de no separar la política interna de la exterior ni de la economía; se requiere unir la caracterización social y política de los principales estados y regiones, de los precandidatos, entre otros aspectos, a la situación económica específica y di-ferenciada de dichos estados y regiones, y exige determinar con precisión los intereses económicos que se mueven en ellos y tras los precandidatos, candidatos, partidos y grupos de pre-sión, entre otros sujetos relevantes en el derrotero del proceso eleccionario.

    Siguiendo la lógica anterior, sería oportuno avanzar en la caracterización de los problemas enunciados y de algunos otros, inherentes tanto al ámbito de la actividad del Estado y las demás instituciones del sistema político como al dinamis-mo de las expresiones culturales e ideológicas (es decir, a las esferas que la concepción materialista de la historia identifica-

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    ría como los campos de la base a la superestructura), trascen-diendo el nivel de análisis inmediato que rodea el proceso elec-toral en cuestión. Esto quiere decir que el examen de una co-yuntura eleccionaria cualquiera requiere de la visión de conjunto y sistemática de la sociedad norteamericana, y muy en particular, de su sistema político. Aunque no se coincida con el paradigma marxista, según el cual resulta obvio que las determinaciones hay que buscarlas en la economía, sería es-quemático desconocer su alcance, así como las numerosas y complicadas mediaciones e interrelaciones que existen entre esa esfera y la política, teniendo en cuenta que esta última no es una mera expresión automática o directa de aquella. No se trataría, tampoco, de adherirse mecánicamente al paradigma weberiano, de índole comprensivista, hermenéutica o acciona-lista, pero sin dudas, la política, la ideología y la cultura poseen un dinamismo intrínseco. El estudio del proceso electoral de un determinado período –por ejemplo, una década, o la etapa cuatrienal de un gobierno–, que de por sí resulta complejo, podría despejarse un poco, en el plano cognoscitivo, si se atendiese al impacto y cambios que introduce en la arena polí-tica, ideológica y cultural (asumida siempre con su trasfondo económico) el legado de la etapa (digamos, el decenio o go-bierno) precedente. No hay dudas de que, por ejemplo, los años de 1960 y 1970 (durante las administraciones de Kenne-dy-Johnson-Nixon-Ford-Carter) marcaron reajustes y formas de acción en el ámbito político estadounidense, que reflejan desde la crisis en la economía hasta el resquebrajamiento del bipartidismo, el agotamiento del liberalismo tradicional o el movimiento pendular hacia un mayor o menor papel del ejecu-tivo o del Congreso, cuyas implicaciones condicionarían la situación política de los años de 1980 (el doble mandato de Reagan y el gobierno de Bush, padre), década que recibió tam-bién el impacto, desde luego, de los dinámicos acontecimien-tos internacionales que ocurrieron entonces.

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    De lo que se trataría es, al ponderar la influencia de la polí-tica exterior en las elecciones, de comprender primero la esen-cia de la misma, sus factores determinantes. Como esfera don-de se concentran las relaciones de poder y se desdoblan los entrelazamientos económicos, contempladas también sus re-presentaciones ideológicas y derivaciones culturales, la política debe asumirse como una totalidad que se expresa tanto dentro como fuera del territorio de un Estado. Es decir, lo mismo siguiendo a Marx que a Weber, debe tenerse presente el prin-cipio que nos señala que en la política exterior de un Estado se manifiestan las contradicciones, problemas, tendencias, crisis, auge, de la realidad política y económica interna de ese Estado. De manera que, al reconocer y seguir la propia lógica de la política exterior, no debe perderse de vista que la misma es independiente sólo hasta cierto punto. Esto no quiere decir que, como todo proceso dialéctico, no ocurra en muchas oca-siones algo inverso, en el sentido de que en la política interna se reflejan los problemas que, el campo de la política exterior, enfrenta Estados Unidos. En este sentido, si bien es cierto que el ámbito doméstico sitúa los límites del quehacer político, es la condición y proyección hegemónica internacional norteame-ricana quien fija las metas y direcciones de ese quehacer. Se trata, pues, de un proceso contradictorio, que adquiere una dimensión especial en los contextos de elecciones presidencia-les. Desde esta óptica, por ejemplo, cuando Estados Unidos ha decidido una invasión a un país extranjero (como Granada en los años de 1980, Irak en los de 1990 o Afganistán en los 2000), aunque han sido decisiones y actos de la política exte-rior norteamericana, no pueden catalogarse sólo como aconte-cimientos de esta naturaleza. A la vez, han sido incluso accio-nes dirigidas a la política interna, a la búsqueda de consenso bipartidista, a restablecer el consenso respecto de la legitimi-dad del uso de la fuerza, etcétera.

    El conocimiento claro de las cuestiones sugeridas permite configurar un cuadro objetivo de posibilidades y límites de la

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    acción que en política exterior (y también en otras esferas de la política) puede desplegar una administración, aún bajo circuns-tancias como las electorales, en la cual se manipula la presenta-ción de la actuación internacional de Estados Unidos con ma-yor énfasis que en período “normales” o no electorales. Proporciona, a la vez, la posibilidad de prever los cursos alter-nativos por los que puede discurrir la política exterior de tal o cual partido que llegue al poder, o de tal o cual candidato. Con frecuencia, la ciencia política contemporánea se extravía en la búsqueda de pronósticos que focalizan cuál va a ser la figura, quien será el vencedor de la contienda presidencial (Maira, 1983). Esta pregunta de hecho limita la respuesta, y su utilidad. La cuestión sería ¿dentro de qué márgenes, en qué espacio, puede moverse objetivamente, considerando la política exte-rior y compromisos internacionales heredados, el presidente y partido triunfantes, con independencia del nombre y de si es el demócrata o el republicano?; ¿cuáles son las principales con-tradicciones que confronta en lo interno el país y como ello limita o impulsa una u otra política exterior, militarista o pací-fica, conciliadora o agresiva?; ¿qué factores hacen viables una u otra alternativa de política? La respuesta a tales interrogantes lleva, obligadamente, al estudio del mundo político interno en Estados Unidos, al análisis de las convergencias y contradic-ciones ideológicas, políticas y de intereses económicos entre grupos de poder distintos; al examen de las coaliciones, de la participación política individual, de la evolución y cambios en la estructura socioeconómica y clasista a nivel nacional, regio-nal, estadual y local.

    La interrelación entre la política exterior y las elecciones presidenciales en Estados Unidos puede verse en dos planos articulados, aunque con frecuencia se dirige más la mirada al primero (Insulza, 1983):

    El referido a la influencia que la política exterior (algunos temas) ejerce en el electorado, en la opinión pública, en la imagen de los políticos y de los individuos con aspiraciones

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    políticas, y en esta medida, se trata de la influencia, en fin de cuentas, de la política exterior sobre el resultado de las elec-ciones (hecho que generalmente explotan los medios de difu-sión y el candidato incumbente o en la oposición, para acre-centar sus aciertos o deficiencias), para cuyo análisis juegan un papel no desdeñable las numerosas y frecuentes encuestas de opinión pública y los debates televisivos, entre otros aspectos.

    El tocante a las alternativas de política exterior que pueden diseñarse y/o viabilizarse como resultado de las elecciones. Estas opciones, como es conocido, comienzan a “ofertarlas” los precandidatos en la oposición, buscando consolidar su figura con vistas a la convención y a la “liquidación” de rivales en las primarias, se debaten también entre los propios partidos y, a partir de las convenciones nacionales, se materializan en las plataformas electorales de uno u otro partido. No obstante, como también es conocido, en Estados Unidos esos docu-mentos políticos (o politiqueros, para ganar electores) más que programáticos, son un punto de referencia. Las alocuciones públicas de las figuras, los informes que se encargan a institu-ciones académicas o a grupos especiales de trabajo aportan también fuentes para ganar claridad en relación con las alterna-tivas que se pueden perfilar como resultado de la victoria de-mócrata o republicana, sobre la base de contrastar todo ello, en todos los casos, con el desempeño real que en política exte-rior ha venido teniendo Estados Unidos en los últimos años (en la administración que culmina, o en las dos administracio-nes precedentes, o en el decenio anterior), ya que ello muestra, de alguna manera, los objetivos e intereses reales que satisfa-cen la lógica del imperio, y garantizan el mantenimiento, re-producción o recomposición de la hegemonía del sistema en la arena internacional.

    Ambos planos de análisis requieren atender tanto a la fase del proceso electoral norteamericano que culmina con las pri-marias, donde se resuelven a determinado nivel ciertas contra-dicciones de grupos de la clase dominante, como a la fase de

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    las elecciones nacionales, donde se ofrece a la población una especie de producto previamente elaborado por la clase domi-nante: la elección entre los dos candidatos que han obtenido el consenso de los grupos de poder más pujantes.

    En el análisis de este problema, que es un proceso y un fe-nómeno esencialmente político, acompañado de manifestacio-nes al nivel de la ideología y la cultura, juega un papel decisivo la indagación en cuestiones económicas, como por ejemplo, las que revelan el movimiento de capitales de mayor y de me-nor transnacionalización, entre aquellos sectores más y menos interesados en realizar su producción dentro de Estados Uni-dos y que generan mayor proteccionismo, o aquellos vincula-dos a la producción bélica o civil que requieren negociar o con los aliados desarrollados, o con los socios en la periferia sub-desarrollada. Pero en un análisis como éste, sería la focaliza-ción priorizada en la política lo que da la tonalidad al estudio de los procesos económicos. Por eso, a los efectos de indagar en la política exterior y sus relaciones con el proceso eleccio-nario en Estados Unidos, el foco analítico debe recaer en la política interna, como referente inmediato (como texto), y como referente mediato (como contexto), en la economía. Podría, desde luego, pensarse en muchos otros ejemplos, que ilustren la complejidad aludida.

    Es justamente a partir de la coyuntura electoral, que la lec-tura de la economía comienza a ser manipulada, puesta en función de la política. Esto significa ubicar primero la dinámi-ca política inherente al proceso eleccionario (si se quiere al fenómeno externo, manifiesto), pero asumido como una ex-presión fenoménica repleta de mediaciones y nexos que le fijan a lo esencial (lo interno, lo latente)) los contornos que son relevantes, y que permiten obviar los secundarios. Se trata-ría de buscar en lo económico lo sustancial para entender y explicar la política, poner el estudio económico en función del proceso político en su conjunto, y del eleccionario en particu-lar, y no proceder a la inversa. En muchas ocasiones, la re-

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    flexión y el análisis sobre las coyunturas electorales se asume como punto de partida para iluminar la dinámica económica real, perdiéndose así de vista la diferencia entre el comporta-miento real y objetivo de la economía, de un lado, y la dimen-sión subjetiva de la política económica, de otro, unido al efecto manipulador que sobre ella genera una contienda presidencial.

    III

    Al marco esbozado anteriormente habría que añadir lo concerniente –a la hora de caracterizar la política exterior nor-teamericana– a los períodos eleccionarios, al balance o desba-lance que se opere en la misma, en términos del alcance de actos que se ejecuten, que muestren la continuidad histórica de la misma, revelen la ruptura con esa línea o expresen una apa-rente o momentánea discontinuidad y que, en el fondo, no hagan sino reacomodar, bajo mejores condiciones, los inter-eses y objetivos hegemónicos permanentes, invariables, deri-vados de la esencia misma del imperialismo estadounidense contemporáneo. Por esta razón no es ocioso acudir a una ya vieja, pero gráfica observación, formulada por Fidel Castro, cuando señaló, durante la administración Carter, que “cada gobernante de Estados Unidos tiene una frase retórica para América Latina o para el mundo: uno habló del “Buen Veci-no”, otro de la “Alianza para el Progreso”, ahora la consigna es “los derechos humanos”. Nada cambió en su política hacia el hemisferio y el mundo, todo quedó igual, siempre prevaleció la diplomacia de las cañoneras y el dólar, la ley del más fuerte. Las frases son tan efímeras como las administraciones. Lo único perdurable en la política yanqui es la mentira” (Castro, 1979). Esto es extensivo también, por supuesto, al análisis de gobiernos posteriores, cuya retórica agresiva conservadora comparte, aún con sus matices peculiares, los mismos objeti-vos y una praxis semejante: la hostilidad verbal es mayor en el discurso público de la administración, y en esta medida, su coherencia con la ejecución de la política es mayor. Pueden

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    situarse ejemplos que comprenden desde la época de la guerra fría, que toma durante unas cuatro décadas como caballo de batalla la consigna de que el comunismo y la Unión Soviética en especial ponían en peligro la seguridad norteamericana y la del hemisferio, hasta la divisa que durante el siglo XXI, y luego del 11 de septiembre, coloca al terrorismo en el lugar que antes ocupaba el comunismo, como causa de todos los problemas internacionales. Aquí hay, entonces, otro aspecto a considerar cuando se habla de la complejidad de la política exterior, y es el referido a aquellos intereses permanentes (asociados a de-terminados grupos de la gran oligarquía financiera norteameri-cana, y en general, a diversos sectores y grupos dentro de la clase dominante, la burguesía monopólica), que denotan el contenido y direcciones de la proyección internacional de Es-tados Unidos con una impronta característica, que va más allá del carácter partidista (demócrata o republicano) o ideológico (liberal o conservador) de la administración de turno. Estaría por indagarse y profundizarse aún en el papel que juegan o pueden jugar en determinada situación otros grupos, de la burguesía no monopolista, en la arena internacional, procu-rando validar, pongamos por caso, las interpretaciones de Wright Mills sobre la élite del poder, o de G. William Dom-hoff, sobre la clase que, en su criterio, realmente gobierna a Estados Unidos (Mills, 1988 y Domhoff, 1976). Es convenien-te reiterar que lo anterior no puede llevar a pensar que la polí-tica norteamericana, según se ha anticipado, sea, en modo al-guno, monolítica, resultando esta consideración una clave relevante.

    Aunque dicho país intenta desarrollar una proyección ex-terna coherente, armónica, en particular después de la Segunda Guerra Mundial, no lo consigue, y la razón es simple: en el proceso de formulación y ejecución de la misma intervienen diversos intereses, expresivos de contradicciones interburgue-sas, dado que la clase dominante norteamericana no es un to-do homogéneo, sino que está conformada por sectores y gru-

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    pos que, aun cuando comparten ciertos objetivos comunes, poseen también intereses particulares. En el terreno de la polí-tica, existen esos fines comunes, pero a la vez se encuentran discrepancias entre los enfoques que abordan la forma, el esti-lo, de lograr aquellos. Estas diferencias afloran en muchos momentos del proceso político estadounidense, pero en los marcos eleccionarios adquieren una connotación especial, al esgrimirse como alternativas que rivalizan, en términos de la “mejor oferta” al elector norteamericano, consumidor de las mismas.

    Recuérdese –apelando de nuevo a un ejemplo ilustrativo– que la administración Reagan llegó al poder a través de la arti-culación que, a escala nacional, se estableció entre distintas corrientes de la derecha, que conformaron una coalición que llevó al desarrollo de la campaña presidencial Reagan como candidato por el partido republicano, y cuyo entrelazamiento se analiza a veces de manera un tanto esquemática, como si se tratase de un pensamiento y una ejecutoria conservadora, única, homogénea, monolítica. No obstante, las fricciones y bifurca-ciones coexistieron a lo largo de su doble mandato, dentro de los marcos de debates que no llegaban a resultar esenciales. La política exterior de Estados Unidos durante aquellos años, de auge de la denominada revolución conservadora, estaba basada en una matriz geopolítica y belicista, que colocaba la confron-tación “Este/Oeste” como eje de las relaciones internacionales y era inflexible ante todo cambio sociopolítico no afín a los intereses de Estados Unidos. Esto era (y en cierta medida, sigue siendo, a pesar de que ya no exista el socialismo como sistema mundial, patrimonio común del amplio espectro polí-tico-ideológico de la clase dominante allí, destacándose dentro de ella el reconocimiento de la necesidad de fortalecer la capa-cidad militar norteamericana, el vigor económico, el antico-munismo, los valores de la nación y la legitimidad del uso de la fuerza. Desde este ángulo, las diferencias de percepción que coexistían en la doble administración Reagan sobre la orienta-

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    ción de la política exterior, tenían que ver con el grado, la for-ma, y las condiciones en que debía utilizase la fuerza, pero no implicaba el cuestionamiento de ésta como tal, ni en cuanto a sus objetivos: la recuperación de la hegemonía “perdida” a nivel internacional. Entonces, se apreciaba que tanques pen-santes o instituciones académicas especializadas generaban proyectos de política exterior (por encargo del gobierno, de los partidos políticos o iniciativa propia), que pretendían tener en cuenta los intereses de todo el país. Algunos de aquellos pro-yectos pasarían, inclusive, a formar parte de las posiciones de los candidatos que competían por la presidencia, de las plata-formas de los partidos y hasta del discurso y prácticas de polí-ticas oficiales.

    Un elemento adicional en estos análisis precisa la necesidad de tener siempre presente que, por otra parte, todos los go-biernos norteamericanos son el resultado de un proceso de negociaciones y compromisos entre el candidato triunfador, los intereses de su propio partido, e incluso del partido oposi-tor.” O sea, que en la búsqueda de las relaciones que integran este tejido de alianzas y compromisos, hay elementos que pue-den ayudar a ubicar la viabilidad objetiva de una u otra alterna-tiva de política. De ahí que, como regla, sea posible distinguir entre el discurso que se esgrime durante la campaña electoral, estructurada en torno a promesas y enfoques, y el ulterior de-curso real de ejecución de la política, donde no es nada inusual que las decisiones que se tomen se distancien de la retórica electoral.

    Otra cuestión cuya consideración contribuye a comprender los procesos que se vienen analizando consiste en la confluen-cia e interacción entre el poder ejecutivo y el Congreso, así como la relación que con ambos mantienen los grupos de pre-sión no gubernamentales que gestionan, sistemáticamente, políticas beneficiosas para ellos. En esta medida es que resulta conveniente conocer e identificar los intereses y el radio de acción de estos grupos, en el ámbito de la política interna, ex-

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    terior y económica, junto a sus posibilidades de acción (cabil-deo, acceso a los medios de difusión) durante los procesos eleccionarios.

    En el caso de la rama ejecutiva, las opiniones, informes es-pecializados, intervenciones, emitidos oficialmente por las instancias más directamente ligadas a la formulación y/o obje-to de atención fundamental, cuyas concepciones, muchas ve-ces, se superponen, en medio de una no fácil armonización. Departamentos como el Estado y Defensa, como el de Ener-gía, Tesoro, Transporte, Agricultura, Comercio: algunas agen-cias, como la CIA y en su conjunto, la llamada comunidad de inteligencia. El Congreso es por otra parte, la arena de debate parlamentario en las clásicas democracias burguesas represen-tativas, cuya acción refleja, en no poco grado, la forma en que es vista la política exterior de Estados Unidos, debe atenderse a determinados Comités de ambas cámaras. Luego de los cambios institucionales que se promueven a partir de los aten-tados terroristas del 11 de septiembre, la complejidad del análi-sis se acrecienta, toda vez que se modifican no pocas de las estructuras existentes, y que surgen otras, como el Departa-mento de Seguridad Interna y el Comando Norte, entre otras, dentro de un clima ideológico saturado por la llamada ley pa-triótica y el reavivamiento de los conceptos en torno a la segu-ridad nacional.

    IV

    Cuando se mira a la historia política norteamericana, salta a la vista que los acontecimientos en materia de política exterior suelen presentarse como un campo propicio y preferencial para confrontar las posiciones y declaraciones de los precandi-datos a las elecciones presidenciales durante el desarrollo de las primarias y de aquellos que se convierten en los candidatos por cada partido al obtener la nominación en las convenciones nacionales. En realidad, durante el último período de cada proceso electoral (que como se sabe culmina siempre en no-

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    viembre, cada cuatro años) tanto los factores domésticos –económicos, políticos e ideológicos–, como los internaciona-les, son fundamentales, y sobre todo, si se tiene en cuenta el tratamiento que reciban por parte de los medios de difusión masiva, y la medida en que afecten positiva o negativamente al electorado. No obstante, si se analizan las tendencias acerca de cómo influyen los hechos de política exterior en el electorado norteamericano (y sin desconocer las excepciones o aparta-mientos de las mismas), se pueden establecer como pautas generales las siguientes:9

    Los cambios más acentuados y espectaculares en las actitu-des de la población respecto a la popularidad del presidente se registran generalmente frente a eventos de caráter internacio-nal; así, según los demuestran estudios estadísticos y encuestas realizadas por el conocido Instituto Gallup con un sentido de comparabilidad histórica, desde la postguerra hasta la fecha, los más importantes incrementos de la popularidad presiden-cial se vinculan, generalmente a sucesos externos que permiten exhibir una repuesta “dura” por parte de las administraciones de turno en Estados Unidos; podría mencionarse en este caso, por ejemplo, el bombardeo de Pearl Harbor, la formulación de la doctrina Truman en 1947 que marca el inicio de la “guerra fría”, la suscripción de los tratados de paz de Ginebra sobre Indochina, a mediados de 1954, la invasión de Playa Girón (o como llaman los norteamericanos, en los inicios del gobierno de Kennedy, las negociaciones sobre el conflicto de Viet-Nam a comienzos de 1973, realizadas entre Kissinger y Le Due Tho, en parís, o en el incidente de Mayaguez en mayo de 1975. A este registro podrían agregarse otras ejemplficaciones, como la concerniente al efecto de la guerra de Golfo durante los pri-

    9 Al respecto consúltese: John Reilly: “American Opinion: Continuity, not Reaganism”, en: Foreing Policy, no. 50, Spring, 1983; Stephen Hess: Fore-ing Policy, and Presidential Campaigns”, en: Foreign Policy, no.8, Fall, 1972; David W. Moore: “The Public is Uncertain”, en: Foreign Policy, no.35, summer, 1979.

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    meros años de la década de 1990, con el gobierno de Bush, padre. En cierto modo, la manipulación de las invasiones a Afganistán e Irak, luego del 11 de septiembre, responden tam-bién a una lógica similar.

    La profundidad de estos acontecimientos de política exte-rior, aunque impactante, es, contrastantemente, de corta dura-ción, es decir, que sus efectos no permanecen de modo dura-dero, y sólo sobreviven en la medida en que se mantienen sus influencias emocionales sobre los individuos, dentro del marco de los valores nacionalistas e individualistas del norteamerica-no, tratados en conferencias anteriores; así, las reacciones de nacionalismo exacerbado, de patriotismo o chauvinismo, resul-tan factores de gran significación en el comportamiento políti-co de muchos sectores de la población norteamericana, pero su impacto en las niveles de popularidad del presidente es, con frecuencia, fugaz.

    En sentido también general, el conocimiento del electorado en Estados Unidos acerca de los problemas de la política exte-rior es escaso y superficial. Como pauta, el norteamericano se preocupa mucho más por los problemas internos, y básica-mente, por aquellos de carácter socioeconómico. Por este mo-tivo, cuando se examinan las tendencias al aumento o dismi-nución de la popularidad de un presidente o gobierno, por ejemplo, se observa que las tendencias a la baja de popularidad se vinculan de preferencia con acontecimientos domésticos de contenido económico-social, tales como el aumento de la in-flación a principios de 1948, cuando Truman; el aumento del desempleo en 1954, bajo el gobierno de Eisenhower; la con-troversia sobre la industria del acero en 1962, con Kennedy; la convocatoria masiva al reclutamiento de jóvenes para el envío de tropas a Vietnam, en 1966, bajo Johnson; las revelaciones de Watergate, cuando Nixon, en 1973; o el indulto de Ford a Nixon, en 1974. Esta retrospectiva podría ampliarse y actuali-zarse con numerosos ejemplos, incluidos los que conciernan a la doble administración Bush, a partir de 2001.

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    En resumen, la valoración acerca de cómo y en qué medida pueden pesar estas tendencias en el proceso electoral que se lleva a cabo actualmente en Estados Unidos con vistas a la presidencia, y que culminarán el próximo 4 de noviembre de 2008, deberá ser objeto de evaluación una vez que concluyan los comicios, y sobre todo, luego de transcurridos los cien primeros días de la nueva administración, de modo de dispo-ner entonces de mayores elementos de juicio, a la hora de ana-lizar retrospectivamente el proceso electoral, así como las perspectivas y tendencias de la política norteamericana.

    V

    Al mirar de manera panorámica la la situación que define a Estados Unidos al concluir su período la doble administración de George W. Bush, podrían apuntarse las observaciones que siguen. Con las mismas, sólo se pretende enmarcar el actual entorno latinoamericano de cara a la política de Estados Uni-dos, reteniendo el contexto político-ideológico que caracteriza a este país durante el despliegue de la campaña presidencial de 2008.

    Como se conoce, la sociedad norte