julio garcia espinosa- cine latinoamericano realidad o ficción (1976)

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  • 8/7/2019 JULIO GARCIA ESPINOSA- cine latinoamericano realidad o ficcin (1976)

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    1976

    Cine latinoamericano,

    realidad o ficcin?*

    Julio Garca Espinosa

    Despus de ochenta aos de inventado, el cine no existe en la mayora de los pases de

    Amrica Latina.

    Las causas son tan conocidas que cuesta trabajo entender que an no le hayamos

    encontrado una respuesta definitiva.

    Para una poblacin que pasa ya de los trescientos millones de habitantes, apenas

    existen 8000 salas de cine y una produccin que difcilmente alcanza las 200 pelculaspor ao. El promedio de asientos por cada cien habitantes (dato que no poseemos) debe

    dar una cifra que seguramente resultara un verdadero escndalo en cualquier parte del

    mundo.

    El capitalismo, acostumbrado a medir el nivel de un pas por la cantidad de telfonos,

    refrigeradores, televisores, automviles, deba sentir vergenza (si la tuviera) de no

    haber sido capaz en aos de haber desarrollado el cine en este continente.

    A nosotros mismos, que no asumimos como valores fundamentales estos datos

    cuantitativos, nos dan ganas de salir a la calle y cometer cualquier locura para acabar de

    una vez con esta humillante impotencia.

    Desde luego, hablamos slo de cine. Si le pasamos la cuenta por el hambre que

    todava hay en este continente, por la falta de asistencia mdica, por la cantidad de

    analfabetos y de desempleados, por la falta de viviendas, lo menos que pudiramos

    hacer es abandonar estos seminarios por considerarlos completamente intiles.

    Qu hacer?, como dira alguien que supo hacer y no slo decir. Si no existieran

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    cineastas que todava piensan que con su sola obra maestra van a ser capaces de cambiar

    toda esta situacin, sera casi un lugar comn decir que no se puede ostentar la

    condicin de autntico cineasta latinoamericano si no se es abierta, directa y

    consecuentemente antimperialista. Si no se es capaz de luchar coherentemente contra el

    imperialismo norteamericano y sus aliados en este continente.

    Qu hemos hecho hasta ahora?

    Hemos hecho pelculas denunciando al imperialismo y a sus servidores criollos.

    Bien, hay que seguir hacindolas.

    Hemos hecho pelculas patentizando el carcter internacionalista de nuestras luchas.

    Bien, hay que seguir hacindolas. Hemos hecho pelculas donde, por primera vez,

    aparece como protagonista nuestro pueblo trabajador. Bien, hay que seguir hacindolas.

    Hemos firmado manifiestos y declaraciones, as como asistido a cuantas reuniones o

    encuentros favorecieran el proceso por la independencia definitiva de nuestros pueblos.

    1hmbin entendemos que debemos continuar hacindolo. Estas posiciones las han

    asumido no slo los cineastas sino tambin los crticos y los tericos ms consecuentes

    y lcidos de cada uno de nuestros pases.

    Todo esto es lo que ha dado lugar a lo que se conoce hoy como nuevo cine

    latinoamericano. Cine que, como todos sabemos, ha tenido y tiene sus altas y bajas, ya

    que, como todo proceso, no es ni puede ser una lnea recta e ininterrumpida hacia el

    porvenir.

    Esta experiencia, acumulada precipitadamente en los ltimos aos, es nuestro ms

    legtimo punto de partida. Los motivos que la hicieron posible entonces se abren hoy

    con nuevas y mejores perspectivas. El cambio en la correlacin de fuerzas en el mundo,

    as como la distensin internacional, siguen operando a nuestro favor; el desmo-

    ronamiento del sistema colonial y semicolonial est tocando a nuestras puertas; la

    reactivacin del movimiento obrero en los pases de capitalismo desarrollado se hace

    cada vez ms irreversible.

    Es decir, son muchas las razones para sentirnos estimulados. La impotencia de

    ninguna manera nos pertenece.

    Por qu, entonces, puede resultar difcil ajustar nuestras posibilidades en la fase

    actual? Es suficiente continuar con la lnea trazada hasta aqu?

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    Desde luego que no hay una respuesta nica y definitiva. Y nadie puede pretender ser

    tan preciso como para darle lecciones a nadie. Cada uno de nuestros pases tiene sus

    caractersticas propias y vive sus propias circunstancias. Y son los cineastas de cada uno

    de nuestros pases los llamados a encontrar las respuestas especificas a sus propios

    problemas.

    Sin embargo, hay problemas que son comunes a todos.

    La experiencia cubana, digamos, puede ser til o no en un aspecto o en otro.

    Sabemos muy bien que ninguna experiencia se repite exactamente igual. Pero para

    nosotros, por ejemplo, fue relativamente orgnico y natural el paso de cineastas

    revolucionarios a activistas directos de la revolucin. Eran nuestras condiciones. Lleg

    un momento en que no haba un solo resquicio legal para filmar un solo pie de pelcula.

    Pero lo que no nos pas jams por la mente fue que, para poder trabajar como

    cineastas revolucionarios, tenamos que esperar a que triunfara la revolucin y acabara

    como acab con la dependencia imperialista, con las estructuras anacrnicas, con

    el desempleo, el analfabetismo, etctera. Incluso cuando pasamos a trabajar como

    activistas directos, nuestro frente sigui siendo el del cine.

    Para nosotros, pues, asumir plenamente la condicin de cineasta, en cualquier

    circunstancia, no implica ningn tipo de complejo frente a cualquier otro compaero

    destinado en otra actividad. Y este principio entendemos que puede ser perfectamente

    vlido para todos los que estamos interesados en que nuestros pases tengan un cine

    autntico y profundamente nacional.

    Y si hay problemas que son comunes a nivel continental e, inclusive, problemas que

    son comunes a los distintos grupos que trabajan en cada pas en particular, es innegable

    que tenemos principios y podemos encontrar respuestas que sean tambin comunes para

    todos.

    Cul es la nica arma que tienen, y que vienen practicando desde hace algunos

    aos, los imperialistas y sus ms serviles intermediarios? No es un secreto para nadie: la

    divisin. Hace ya mucho tiempo que el imperialismo no pone el acento en defender las

    bondades de su sistema. En eso no creen ya ni los que ms holgadamente se benefician

    con sus migajas. Su arma favorita, la nica que les queda, es poner en duda cuanta

    alternativa favorezca un cambio sustancial en las estructuras y relaciones actuales, arma

    que propicia constantemente la divisin en nuestras filas. En esa trampa, justo es reco-

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    nocerlo, caemos con frecuencia. Con mucha ms evidencia en esta dcada de los setenta

    que resulta mucho ms compleja que la de los aos sesenta. Y de esa trampa tenemos

    que acabar de salir de una vez y por todas. Toda nuestra lucidez no puede tener mejor

    destino que concentrarse en ese empeo. Y, obviamente, no saldremos de ella mediante

    discusiones exclusivamente tericas y mucho menos por puro voluntarismo.

    Hay un primer punto de partida en la herencia que mencionbamos anteriormente. Y

    hay otro punto en el hecho de que, en tanto que cineastas, aceptamos la lucha en nuestro

    propio y especfico terreno que es el cine.

    Lo ideal sera que contramos ya con una organizacin de cineastas latinoamericanos

    de estructura ms completa y compleja que el Comit de Cineastas de Amrica Latina, y

    que contribuyera a fomentar y desarrollar el nuevo cine latinoamericano en todas sus

    lneas y recursos. Todos sabemos que las condiciones para una organizacin de esa

    naturaleza an no estn dadas. Incluso no sera bueno precipitarla. Pero esto no impide

    que cada cual, de acuerdo a sus posibilidades, respalde, ayude, colabore, en cuanto

    proyecto tienda a fortalecer seriamente la identidad nacional y a rescatar rigurosamente

    nuestra historia. No hay por qu dudar, adems, que estos hechos concretos sean el

    mejor camino para que un da sea realidad la organizacin que procuramos. Por eso, en

    tanto esto resulta factible, sustentamos y apoyamos con todas nuestras fuerzas, y junto alos cineastas progresistas y revolucionarios del continente y las islas de nuestra

    Amrica, la extraordinaria labor que el Comit de Cineastas de Amrica Latina realiza.

    Pero pensamos tambin que todava podemos hacer ms en esta nueva fase en que nos

    encontramos. Pudiramos despejar, a nuestro entender, algunas imposiciones que an

    padecemos.

    El cine imperialista no influye solamente con el contenido de sus pelculas, sino

    adems con la imposicin de sus estructuras y sus dial visiones del trabajo.

    El cine, por ejemplo, no es slo produccin. Es produccin pero tambin distribucin

    y exhibicin. Y hay que reconocer tambin que la mayora de nosotros no estamos y

    debamos estar en condiciones de afrontarlo globalmente. No creo que pecamos de

    exagerados na si consideramos que estos son rezagos de elitismos que an supervino

    ven en nosotros. Pero aceptando que el director realice las pelculas; de el crtico las

    analice; las cinematecas las conserven; aceptando una os tal divisin de tareas, sera an

    necesario, indispensable, ensanchar la visin actual en cada una de esas reas.

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    Qu puede impedir, pensamos, que una cinemateca, adems de conservar y divulgar

    las grandes pelculas de todos los tiempos y archivar y clasificar datos sobre artistas,

    escuelas, realizadores, pueda asimilar toda la informacin global de la situacin del cine

    en nuestros pases? Por qu no puede una cinemateca estar en condiciones el de

    ofrecernos datos sobre la cantidad de salas de cine que hay en Hait; sobre los distintos

    sistemas de explotacin de las pelculas; sobre la desproporcin existente entre las

    pelculas americanas que se exhiben y las del resto del mundo; sobre la desigualdad que

    hay en la exhibicin y, por lo tanto, en la distribucin, entre el campo y la ciudad; sobre

    las industrias de cine que se hubieran podido desarrollar siquiera con una parte de las

    muy respetables ganancias que se han llevado en todos estos aos las grandes

    compaas norteamericanas? Por qu la crtica, adems de analizar las pelculas y

    hacer la promocin de aquellas producciones que ms favorezcan los intereses de un

    cine nacional, no pueden analizar y cuestionar la programacin en su conjunto? Y

    enfrentarlas? Y organizarse para hacerlo?

    Es sabido que una pelcula por muy brillante que sea (y no se trata, desde luego, de

    subestimar su importancia) queda sujeta a los condicionamientos que provoca el resto

    de los filmes exhibidos simultneamente. Revelar esta compleja interaccin es mucho

    ms importante y enriquecedor que medir nuestras pelculas con el xito ms taquillero

    de la semana. La pelcula en cuestin sigue, adems, un itinerario de circuitos donde su

    comportamiento vara, o puede variar, segn vara la composicin del pblico y de la

    programacin. Nada impide que adems de la crtica o resea, diaria o semanal, po-

    damos hacer el anlisis mensual o trimestral (segn el caso o el pas) de la

    programacin en su conjunto como si se tratara del montaje de una nica y sola pelcula.

    teniendo en cuenta, adems, los hechos concretos que se han producido en la realidad en

    ese mismo periodo de tiempo. Y, naturalmente, esto mismo habra que aplicarlo a las

    capitales de los estados o provincias y a las ciudades, distritos y pueblos del interior de

    cada pas. Hacer un balance simultneo, cada cierto tiempo, de todo este

    comportamiento, en aquellas plazas que pudiramos considerar las ms representativas

    del pas, nos dara un panorama de la verdadera operacin que hace el cine a nivel

    nacional y no slo en las capitales. Sera como hacer el parte de un observatorio

    meteorolgico con la esperanza de que pudiera resultar ms riguroso que stos.

    Igual pudiramos hablar de los realizadores. Qu impide que, adems de intentar

    realizar sus pelculas, puedan afrontar el cine en todo su conjunto?

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    Puede que un novelista piense que su medio de expresin es auto-suficiente. Y

    puede, en consecuencia, que le sea relativamente fcil ajustar su conciencia en forma tal

    que no se sensibilice con los problemas que tienen los trabajadores que confeccionan su

    libro y hacen posible su distribucin. Y tambin se sabe que no todos reaccionan as.

    Por sensibilidad poltica y artstica, por conciencia. Pero un realizador sabe

    perfectamente, porque es demasiado evidente, porque no le queda otro remedio, que el

    cine no es autosuficiente. Cmo no ampliar, entonces, su radio de accin e integrarse

    tambin a los problemas y las luchas del resto de los trabajadores del cine? Cmo no

    interesarse en si son o no anacrnicos los sistemas y las relaciones de produccin?

    Cmo no interesarse en los problemas de la distribucin sabiendo que an hay

    infinidad de pueblos, caseros, ciudades, regiones, reas campesinas que no cuentan con

    una sola sala de cine, sabiendo que hay infinidad de salas en los pueblos que no exhiben

    pelculas todos los das de la semana? Cmo no interesarse en los desequilibrios de la

    programacin que conspiran abiertamente contra el surgimiento, contra las posibilidades

    de desarrollo de un cine nacional? Cmo no interesarse porque todas aquellas pelculas

    que tengan una significacin para nuestros pases, puedan llegar hasta el ltimo rincn

    que cuente con una sala de cine? Cmo no interesarse por todas aquellas zonas que

    presentan la posibilidad de una ms favorable alternativa de programacin?

    La causa es siempre la misma: el vicio de hipertrofiar nuestro inters por la

    produccin individual y de considerar las capitales como representativas de todo el pas.

    Finalmente, otra tarea que pensamos deba ser objeto de nuestra ms apremiante

    atencin, y que conspira sistemticamente con la articulacin de una plataforma comn,

    est relacionada con las innumerables y casi siempre estriles y bizantinas discusiones y

    divisiones que ocasiona la existencia de un cine marginal y un cine dentro de la

    industria.

    En primer lugar, todos partimos de la realidad de que en la mayora de nuestros

    pases no existen industrias de cine. Entonces, cine marginado de qu? Se hace el cine

    que se puede y basta. Existen pases donde hay industria de cine y no hay ninguna otra

    posibilidad que la de hacer un cine al margen de ella. Y existen industrias donde se

    puede hacer un cine significativo y que no excluye, sin embargo, la posibilidad de hacer

    otro cine tambin al margen de ella.

    Parecera que, ante una situacin tan heterognea, las concepciones y deberes que

    obligan a la marginalidad no pueden ser comunes a todos.

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    El cine que hacemos y que pretendemos hacer, marginal o integrado en la industria,

    semimarginal u oficial, tiene o debe tener ante todo un rasgo comn: ser instrumento de

    lucha para la liberacin y el desarrollo de nuestros pueblos. Por lo tanto, bajo esta

    ptica, que es la esencial, no puede haber ningn tipo de diferencia.

    Se pueden presentar (y tienen lugar) otras diferencias en tanto hay un cine que se

    relaciona con el llamado tiempo libre del trabajador y un cine que se inserta ms

    directamente dentro del proceso de produccin del propio trabajador. Ambas categoras

    existen y an no est cercana la fecha de su posible superacin. Ambas categoras tienen

    un determinado valor poltico y cultural. Y ambas categoras, de ser consecuentes, se

    complementan y contribuyen a ir borrando las fronteras de esta divisin. Estar

    concientes, desde el inicio, de la categora que se asume, es el mejor camino para ser

    eficaz con el resultado final de la obra. No son pocas las veces que todos hemos sentido

    una gran frustracin ante el fracaso de una estupenda pelcula. Por qu? Por no estar

    claro para nosotros que su marco de exhibicin no era el de las salas habituales de cine.

    Y esto no quiere decir que, excepcionalmente, no se pueda dar el caso que una pelcula

    logre igual xito dentro de una y otra categora. Pero justamente la tentacin de lograrlo

    a toda costa suele esconder una gran ceguera que es necesario evitar. Pretendiendo

    ganar el cielo no logramos otra cosa que productos hbridos que no sirven ni a Dios ni al

    Csar.

    Es evidente que en el terreno del cine vinculado ms directamente al proceso de

    produccin, el nuevo cine latinoamericano ha avanzado mucho ms que en el del cine

    relacionado con el llamado tiempo libre. En los reportajes y documentales se han

    alcanzado resultados ms ostensibles que en el cine que pretendemos insertar en las

    salas habituales de exhibicin, no importa si este cine ha sido realizado dentro o fuera

    de la industria. Sin embargo no podemos subestimar la importancia de esta vertiente. Es

    demasiado determinante para el trabajador el uso que hace de su tiempo libre, para que

    dejemos ese tiempo en manos del enemigo.

    Suele afirmarse que es muy difcil a este nivel lograr una operacin culturalmente

    vlida. No slo por las razones que apuntbamos anteriormente en relacin con la

    programacin, sino porque es necesario hacer concesiones para poder competir con un

    cine cargado de grandilocuencia tcnica, estrellas superfamosas y de grandes recursos

    financieros. Es cierto que es difcil. Pero es igualmente cierto que no concebimos otra

    solucin que la de utilizar las mismas armas que ellos emplean. Y nuestro esfuerzo no

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    puede concentrarse nicamente en luchar contra la manipulacin de la programacin,

    sino en acabar de encontrar otra opcin que no requiera de semejantes recursos.

    Este objetivo es de todos. No slo de los realizadores sino tambin de la crtica y de

    las cinematecas. Estamos acostumbrados a hacer una divisin maniquea entre un cinecomercial y un cine de arte. Y, hasta ahora, todo parece indicar que este camino no

    conduce a un callejn con salida. Nada perdemos con ensayar otras formas de colocar

    este tipo de cine. Por ejemplo, todos sabemos de la vinculacin de este cine comercial

    o artstico con la industria ligera. Cine proveniente de los pases de capitalismo

    desarrollado, con industrias ligeras desarrolladas y que, para mantenerlas, necesitan no

    slo de las ventas sino del despilfarro constante de sus consumidores. Este cine sabemos

    que ha contribuido y contribuye al desarrollo artificial de nuestras economas. Este cine

    presiona sobre nuestras importaciones y estimula necesidades que slo pueden satisfacer

    minoras. Este cine ha contribuido a que, en nuestro continente, tengamos arti-

    ficialmente ms gente para vender que para producir; tengamos ms abogados que

    tcnicos.

    La clave no est solamente en demostrar una vez ms la falacia a que conduce la

    mentalidad capitalina-colonial, que libra constantes batallas destinadas a asegurar la

    exhibicin de las ltimas pelculas de moda o los ltimos magnificados desacatos a lamoral burguesa, que, con toda seguridad, no pasarn ms all de las llamadas lites de

    grandes ciudades, mientras se hace total abstraccin de un tipo de cine que s llegar a

    todas partes. Una clave tan importante o ms ser la de analizar y profundizar en las

    causas (y consecuencias) de la incapacidad que han demostrado hasta ahora, tanto los

    comerciantes como la mayora de los artistas, para encontrar la verdadera productividad

    expresiva del cine. Los grandes costos, las superestrellas, no son ms que pruebas

    incuestionables, testimonios irrefutables de esa incapacidad. Un esfuerzo serio por ir

    encontrando esta productividad expresiva, que no puede dejar de ser conciliable con la

    productividad econmica y la demanda social que requiere y genera el propio medio,

    nos conducir al encuentro de un verdadero cine popular. Adems ser la mejor

    contribucin para que los pases pobres podamos llegar a tener nuestro propio cine. Y

    tal vez por pobres y porque no aspiramos a una sociedad suicida, es decir, despilfarra-

    dora, seamos los ms presionados a encontrar esa solucin.

    He aqu una tarea de urgencia.

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    NOTAS

    * Ponencia en el XXXII Congreso de la Federacin Internacional de Archivos de Filmes,

    Mxico, 1976.