juan luis vives. de la concordia

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Juan Luis Vives. De la Concordia... Livro I Ésta, en efecto, no se da en los animales de la misma forma que en el hombre; ellos no se acuerdan de sus padres, no reconocen al mejor, ni se ven afectados por la añoranza de la patria 28 o por la piedad; por eso pasan la vida sueltos, sin leyes, con el mandato y el instinto de su naturaleza, ajustados sólo a las cosas del momento. Por el contrario, el hombre se acuerda de sus padres, de sus parientes, de sus maestros, de sus ayos, de sus preceptores, en una palabra de todos los que de cualquier forma o manera le han hecho bien, para recuerdo de los beneficios y su recompensa, si ésta se presenta; ninguna otra cosa contribuye más a la protección y al mantenimiento de la sociedad: cuando uno se acuerda de las leyes y de los magistrados para obedecerles, y de los conciudadanos y de los que con él viven en sociedad para ayudarlos. En resumen, el hombre no contempla a todo el género humano de otra forma que como a miembros de la sociedad, de forma que con el recuerdo de la semejanza y de la naturaleza común no ignore que ha nacido para servicio de todos y no deje ninguna ocasión de favorecer a los demás, consciente de que no puede pasarse eso por alto sin violar las leyes de la naturaleza, esto es, de Dios, creador de todo e incluso de la naturaleza, de forma que abandonar los mandatos de la naturaleza es como hacer una notable ofensa a Dios, como si él mismo hubiera establecido algo que mereciese nuestra reprobación. Para manifestar Dios al hombre cómo tenía que ser la sociedad, le envió completamente inerme a la luz de esta vida; a los restantes animales les dio variadas armas o bien para hacer daño o bien para defenderse: al león, al oso y al lobo uñas y dientes y una gran fuerza en los mismos y en todo el cuerpo; al jabalí y al elefante colmillos, al caballo cascos, al toro cuernos, al erizo púas, veneno al escorpión; hay algunos que caminan entre los de otras especies protegidos por conchas o pieles muy espesas, y a los que no disponen de otra cosa la velocidad les proporciona la salvación de forma segura; el hombre no puede atacar con la fortaleza de los dientes o de las uñas; no está armado con cuernos, con púas o con veneno; con una piel muy suave es un animal inerme y por tanto inofensivo, a fin de que entienda cómo debe mostrarse entre los hombres, pues de los animales dañinos lo defenderán la unión y el consenso con los demás hombres, de forma que se protejan unos a otros. Y para afianzar con mayor firmeza esta concordia entre los hombres no sólo hizo Dios al hombre inerme, sino también débil, enfermo, sin dominio de sí mismo, completamente necesitado de la ayuda ajena. Los restantes animales, tan pronto como nacen o un poco después, perciben las fuerzas de su naturaleza, se sirven de ellas y reciben lo que han de tener después: andar, nadar, la rapidez en todo, pastar, apetecer lo que les va a ir bien, evitar lo nocivo; esto se puede ver en los animales que nacen y crecen entre nosotros: pollos, patitos, corderos, cabritos; en cambio, el hombre nace de tal forma que lo que menos parece que va a ser es lo que después vemos. En el principio es un animal irracional, aturdido y, como dijo muy bien Plinio, 35 está echado sin poder utilizar manos ni pies y llorando, por lo que, si no interviniese la compasión, nadie querría levantar un busto tan inútil e incluso molesto. Es alimentado por la misericordia de los padres y de las nodrizas, es criado con ayuda ajena, crece con ayuda ajena, no ha traído nada suyo, todo lo tiene de los demás y recibido de forma no segura. En efecto, ¿cómo podría suplicar

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Juan Luis Vives. De la Concordia...

Livro I

Ésta, en efecto, no se da en los animales de la misma forma que en el hombre; ellos no se acuerdan de sus padres, no reconocen al mejor, ni se ven afectados por la añoranza de la patria 28 o por la piedad; por eso pasan la vida sueltos, sin leyes, con el mandato y el instinto de su naturaleza, ajustados sólo a las cosas del momento. Por el contrario, el hombre se acuerda de sus padres, de sus parientes, de sus maestros, de sus ayos, de sus preceptores, en una palabra de todos los que de cualquier forma o manera le han hecho bien, para recuerdo de los beneficios y su recompensa, si ésta se presenta; ninguna otra cosa contribuye más a la protección y al mantenimiento de la sociedad: cuando uno se acuerda de las leyes y de los magistrados para obedecerles, y de los conciudadanos y de los que con él viven en sociedad para ayudarlos. En resumen, el hombre no contempla a todo el género humano de otra forma que como a miembros de la sociedad, de forma que con el recuerdo de la semejanza y de la naturaleza común no ignore que ha nacido para servicio de todos y no deje ninguna ocasión de favorecer a los demás, consciente de que no puede pasarse eso por alto sin violar las leyes de la naturaleza, esto es, de Dios, creador de todo e incluso de la naturaleza, de forma que abandonar los mandatos de la naturaleza es como hacer una notable ofensa a Dios, como si él mismo hubiera establecido algo que mereciese nuestra reprobación.

Para manifestar Dios al hombre cómo tenía que ser la sociedad, le envió completamente inerme a la luz de esta vida; a los restantes animales les dio variadas armas o bien para hacer daño o bien para defenderse: al león, al oso y al lobo uñas y dientes y una gran fuerza en los mismos y en todo el cuerpo; al jabalí y al elefante colmillos, al caballo cascos, al toro cuernos, al erizo púas, veneno al escorpión; hay algunos que caminan entre los de otras especies protegidos por conchas o pieles muy espesas, y a los que no disponen de otra cosa la velocidad les proporciona la salvación de forma segura; el hombre no puede atacar con la fortaleza de los dientes o de las uñas; no está armado con cuernos, con púas o con veneno; con una piel muy suave es un animal inerme y por tanto inofensivo, a fin de que entienda cómo debe mostrarse entre los hombres, pues de los animales dañinos lo defenderán la unión y el consenso con los demás hombres, de forma que se protejan unos a otros.

Y para afianzar con mayor firmeza esta concordia entre los hombres no sólo hizo Dios al hombre inerme, sino también débil, enfermo, sin dominio de sí mismo, completamente necesitado de la ayuda ajena. Los restantes animales, tan pronto como nacen o un poco después, perciben las fuerzas de su naturaleza, se sirven de ellas y reciben lo que han de tener después: andar, nadar, la rapidez en todo, pastar, apetecer lo que les va a ir bien, evitar lo nocivo; esto se puede ver en los animales que nacen y crecen entre nosotros: pollos, patitos, corderos, cabritos; en cambio, el hombre nace de tal forma que lo que menos parece que va a ser es lo que después vemos. En el principio es un animal irracional, aturdido y, como dijo muy bien Plinio, 35 está echado sin poder utilizar manos ni pies y llorando, por lo que, si no interviniese la compasión, nadie querría levantar un busto tan inútil e incluso molesto. Es alimentado por la misericordia de los padres y de las nodrizas, es criado con ayuda ajena, crece con ayuda ajena, no ha traído nada suyo, todo lo tiene de los demás y recibido de forma no segura. En efecto, ¿cómo podría suplicar con mayor humildad que con las lágrimas y los gemidos para saber que es un beneficio de los demás el hecho de vivir, de entender, de tener fuerza, de ser algo en definitiva, así como para dar las gracias a sus benefactores y en la medida de sus fuerzas corresponderles? Acordándose entonces a partir de qué comienzos se ha desarrollado, aprenda a extender una mano y prestar ayuda a la indigencia y debilidad de los demás.

El hombre nos fue entregado por la naturaleza misma, esto es, por Dios, 39 padre y señor de todas las cosas, hecho, formado, equipado e inclinado para la paz, la tranquilidad, la concordia, el amor y la amistad, siendo enseñado para conseguirlas por el hijo de Dios y por Dios mismo. ¿De dónde procede entonces en todo el género humano tanta disensión, tanta discordia, tanta enemistad,

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tanto odio, como no los hay entre cosas contrarias y que están en lucha por su naturaleza y su índole, de forma que entre una raza y otra, entre un pueblo y otro, en la misma ciudad entre hermano y hermano, entre hijo y padre, entre esposa y marido no se quieren bien, se odian, se roban, se saquean, se engañan, defraudan, se matan, se aniquilan mutuamente, sin que haya ninguna moderación y tregua en estas prácticas alternativas de maldad?

¿Qué otra cosa hay que pensar sino que el hombre degeneró de su naturaleza? Es necesario que así haya ocurrido, pues a quien vive bajo las leyes de su naturaleza no lo dominará así la discordia, enemiga de la naturaleza; por consiguiente, es preciso que el hombre se haya separado de su condición de hombre cuando se despojó del amor y de la concordia.

Livro III

Esta vida nuestra, durante la cual el alma humana inmortal se encierra en este cuerpo putrefacto y caduco, a la que por esa razón algunos en la antigüedad llamaron cárcel, otros muerte y entre los cristianos con mayor acierto peregrinación y destierro, esa vida, pues, cualquiera que sea el nombre que merece, es el camino para la eternidad, con tal de que se camine hacia ella de forma adecuada y conveniente.

La única ayuda para este viaje es la virtud, todas las demás cosas o bien son apoyos e

instrumentos de la virtud o bien ayudas para la vida, que toman la denominación del nombre de su

artífice y jefa, a pesar de que son llamados también por la mayoría "bienes"; pero no me

preocuparé por el nombre; sean, en efecto, ventajas, si alguno así lo quiere, o utilidades, nosotros

nos serviremos de un vocablo latino y tradicional, en el que queda expuesto y declarado el

contenido; así, sean llamados "bienes" y los contrarios, por su parte, "males".

En el primer libro hemos explicado la naturaleza y los orígenes de la concordia y de la discordia; en

el segundo con qué fuerza la discordia doblega y aparta nuestra voluntad del camino recto; ahora

enseñaremos qué obras inspiran y llevan a cabo, para que quede claro que en el inicio y origen sus

respectivas acciones no se diferencian de la concordia y discordia. Así como la concordia nace de

Dios, padre y autor de todos los bienes, y la discordia, a su vez, del diablo, origen y causa de todos

los males, de la misma forma no hay ninguna clase de bien que no proceda de la concordia ni de

mal que no salga de la discordia.

Livro IV, cap III.

Volvamos a la naturaleza de los hombres, esto es, a nosotros mismos: Dios, nuestro Padre celestial, cuya bondad y generosidad comprobamos todos los días con innumerables beneficios y dones, socorrerá propicio y favorable nuestra debilidad; Él ayudará a quienes se esfuerzan, a los que se levantan los sostendrá y apoyará con su mano extendida, y lo que falta a la naturaleza lo suplirá su muy presta generosidad, a fin de que de un hombre débil y enfermo resulte un cristiano, esto es, terminado y completo en todos los aspectos. Así, pues, empiece ya el hombre a ser hombre, esto es, a conocerse a sí mismo.

Por otra parte, incluso la inteligencia, que es la parte más importante y más elevada, comprobará cuán lenta y poco desenvuelta es por su propia naturaleza, y cuán ciega por las tinieblas del pecado, así como ruda y no instruida por la enseñanza, la práctica y la propia sagacidad, de forma que ni siquiera comprende cómo son o cómo se hacen las cosas que ve y toca con las manos, y mucho menos puede penetrar en los recónditos arcanos de la naturaleza. Sabiamente expuso Aristóteles 386 este

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pensamiento: nuestramente se comporta respecto a los fenómenos evidentes de la naturaleza como el ojo de la lechuza respecto a la luz del sol. Todo lo que conoce el género humano ¿qué proporción representa frente a lo que ignora? Y esto no es sólo verdad en el conjunto de las artes, sino también en cada una de las mismas, en ninguna de las cuales ha avanzado tanto la inteligencia humana que haya llegado a la mitad, 387 incluso en las más bajas y viles, de forma que ningún dicho de los académicos resulta más verdadero que éste: 388 nada se sabe. El primero que lo reconoció públicamente en sí mismo fue Sócrates, y por esta razón el oráculo del dios al que todos los demás concedían la palma de la sabiduría 389 proclamó que era el más sabio, y que no había mayor insensatez que la de creer el hombre que sabe lo que no sabe; esto vemos que ocurre a los grandes hombres en su carrera por alcanzar la sabiduría, esto es, que cuanto más avanzan en ella tanto más comprenden y perciben que saben menos, como si desde el medio de la carrera fuesen llevados de nuevo al punto de partida; aunque quien examina los hechos con más agudeza y los investiga con mayor penetración, fácilmente descubrirá que no sabe nada, y que pensar que es sabio es estar pegado todavía al punto de partida, mientras que comprender que no sabe nada es tocar la meta de la sabiduría humana.

Como dice aquél 390 en la comedia; esto es, nadie tuvo nunca una sabiduría tan sólida y bien formada a quien el tiempo y la edad no le enseñasen que no sabe nada, que se equivoca y se engaña, como aquel viejo que al final tuvo que cambiar la opinión durante tiempo adquirida, arraigada y consolidada. ¿Quién tiene una sabiduría o una felicidad tan acrisoladas que no sean desmentidas en su mayor parte por el resultado final? Es más, ¿quién no aprende por la práctica que se ha equivocado por su ignorancia, que ha cometido errores por su ceguera, que ha tomado decisiones necias por su imprudencia, de tal forma que se avergüence de sí mismo? 

Capítulo VIII

Por esta razón quien se afana por la sabiduría exíjase más a sí mismo ya en adelante y, puesto que puede más y para ejercitarse en el arte al que se ha consagrado y dedicado, haga cada día mayores progresos en el mismo, con lo que se elevará más y se liberará del suelo y de los sentimientos del vulgo. Entonces, contemplará de nuevo con mayor penetración la naturaleza humana, que nos conviene tener delante de los ojos en todo momento. Verá un animal débil y tornadizo y concederá a cualquier hombre la misma indulgencia que tendría para con los enfermos, los niños o los tontos. ¿De qué otros, en efecto, se componen todas las sociedades humanas que de niños por la ignorancia, de bobos por la necedad y de enfermos y débiles por la falta de dominio.

Capítulo XI

Y, si alguno ha avanzado mucho en el ascenso a la cumbre de la sabiduría, ¡qué hermosa y magnífica será la persona de tal sabio! ¡Qué imagen tan real de la divinidad vivirá entre los hombres! ¡Qué alegría para él cuando se contemple libre y rescatado de dueños violentos! como dice Sófocles, esto es, de las pasiones y enfermedades del espíritu, tiranos muy crueles, que no sólo ellos mismos ejercen un ferocísimo dominio sobre cualquier espíritu del que se apoderen, sino que también logran que ese mismo espíritu busque la tiranía sobre otros y la ejerza según sus posibilidades, siendo al mismo tiempo (que es lo más monstruoso) dueño muy terrible y esclavo muy abyecto. Desde esa cumbre verá que se ha escapado y se ha librado de los errores, entre los cuales todavía luchan otros con un enorme peligro como entre rocas muy erizadas en medio de grandes tempestades; contemplará debajo de él a otros que luchan y se angustian por cosas completamente vacías, mientras él, como dice Estacio: 418bis

¿Qué es más estable o más firme que Dios, que inmutable en su sagrada Majestad gobierna el universo con su admirable sabiduría? Y la mente del sabio, como una especie de felicísima divinidad terrestre está por encima de las perturbaciones y agitaciones, a las que están expuestos y sometidos los sentidos de los ignorantes, y como imitador y émulo de la naturaleza divina piensa que no se le puede ofender de otra forma que como a Dios, a quien no se le puede quitar nada

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suyo; así, aquél que piensa que todos sus bienes están puestos exclusivamente en sí mismo siempre lleva sus cosas consigo, como se dice que respondió el filósofo griego, las cuales son de tal forma que no se les puede echar la mano encima ni hacerles ningún daño.

Capítulo X

La verdadera grandeza del príncipe consiste precisamente en juzgar de las cosas mejor que el vulgo y, ante todo, en gobernarse a sí mismo él, que tiene bajo su potestad a tantos miles; de esta grandeza no se precipitará con facilidad el príncipe o descenderá por la cólera y la discordia con otros a fin de no degradarse y convertirse de príncipe en particular; en efecto, quien peleó y fue capaz de vencer se convierte en adversario. Además ¿qué otra cosa es el verdadero príncipe que un sabio con poder público? 

Por todo ello el hombre grande y establecido ya en la paz y en la tranquilidad de la sabiduría, una vez elegido el camino de la virtud y de la sabiduría, lo mantendrá siempre por ser recto y sencillo. Si ese camino tiene veredas por donde se camine con mayor comodidad, preferirá marchar por lo seco que por lo cenagoso, elegirá lo llano con preferencia a lo pedregoso y no se adelantará en su carrera contra el que viene de frente, sino que cederá en la senda por muy cómoda que sea caminando por el barro y el cieno, siempre que no se salga del camino, para no chocarse con él o hacerle daño