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Juan Diego ¿Quién es Juan Diego? Un hombre de raza chichimeca Por Dr. Roberto Robles Nieto El chichimeca es audaz, como lo demuestran los hechos que, al paso del tiempo, hicieron de unas tribus nómadas un gran pueblo. Es inteligente y busca ser el mejor en todo. Por sus nobles ambiciones estas gentes alcanzaron un alto grado de cultura y civilización[1]. Habían vivido en su antigüedad formando grupos aislados, siempre en movimiento, procedentes del norte del país, que en sus desplazamientos llegaron hasta la ciudad de Tula, la capital, ya en decadencia, de un pueblo que fue poderoso y altamente civilizado: los toltecas. Se lanzaron contra ellos y los vencieron sin mayor esfuerzo, porque la debilidad de un pueblo donde más se manifiesta es en la incapacidad para defender la propia nación. Al cabo de no mucho tiempo los vencedores fueron dominados por el atractivo de aquella cultura que tenían ante sus ojos, que fuera esplendorosa. A partir de ese encuentro se consideraron legítimos sucesores de los legendarios toltecas. Fue entonces cuando adoptaron el náhuatl como idioma propio[2]. Después de la derrota de los toltecas, sus dominios de antaño comenzaron a llamarse tierras de chichimecas y posteriormente de “mexicas”. A estos dos grupos de indígenas les interesaba considerarse descendientes de los toltecas, o sus herederos legítimos[3], porque decir “tolteca” era tanto como hablar de gente muy hábil para el tallado de piedras preciosas, la fabricación de alfarería de alta calidad y labores muy ricas con plumas de aves del trópico. Un tolteca es elegante, buen arquitecto y vive con lujo, sencillo y refinado a la vez. Nos dice Fray Bernardino de Sahagún, bien informado por su escogido grupo de indios que trabajaron con él en su “Historia de las cosas de la Nueva España”, que los chichimecas tomaron muchos conocimientos de los vencidos toltecas: por ejemplo, las cualidades y virtudes de las hierbas para el trabajo de los médicos herbolarios; multitud de oficios que los perfeccionaron en su manera de vivir: pintores, 1

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Juan Diego

¿Quién es Juan Diego?

Un hombre de raza chichimecaPor Dr. Roberto Robles Nieto

El chichimeca es audaz, como lo demuestran los hechos que, al paso del tiempo, hicieron de unas tribus nómadas un gran pueblo. Es inteligente y busca ser el mejor

en todo. Por sus nobles ambiciones estas gentes alcanzaron un alto grado de cultura y civilización[1].

Habían vivido en su antigüedad formando grupos aislados, siempre en movimiento, procedentes del norte del país, que en sus desplazamientos llegaron hasta la ciudad de Tula, la capital, ya en decadencia, de un pueblo que fue poderoso y altamente civilizado: los toltecas. Se lanzaron contra ellos y los vencieron sin mayor esfuerzo, porque la debilidad de un pueblo donde más se manifiesta es en la incapacidad para defender la propia nación.

Al cabo de no mucho tiempo los vencedores fueron dominados por el atractivo de aquella cultura que tenían ante sus ojos, que fuera esplendorosa. A partir de ese encuentro se consideraron legítimos sucesores de los legendarios toltecas. Fue entonces cuando adoptaron el náhuatl como idioma propio[2].

Después de la derrota de los toltecas, sus dominios de antaño comenzaron a llamarse tierras de chichimecas y posteriormente de “mexicas”. A estos dos grupos de indígenas les interesaba considerarse descendientes de los toltecas, o sus herederos legítimos[3], porque decir “tolteca” era tanto como hablar de gente muy hábil para el tallado de piedras preciosas, la fabricación de alfarería de alta calidad y labores muy ricas con plumas de aves del trópico. Un tolteca es elegante, buen arquitecto y vive con lujo, sencillo y refinado a la vez.

Nos dice Fray Bernardino de Sahagún, bien informado por su escogido grupo de indios que trabajaron con él en su “Historia de las cosas de la Nueva España”, que los chichimecas tomaron muchos conocimientos de los vencidos toltecas: por ejemplo, las cualidades y virtudes de las hierbas para el trabajo de los médicos herbolarios; multitud de oficios que los perfeccionaron en su manera de vivir: pintores, lapidarios, carpinteros, albañiles, encaladores, oficiales de pluma, oficiales de loza, hilanderos y tejedores.

Aprendieron de ellos el valor de las piedras preciosas y la explotación de las minas de oro y plata; el manejo de otros metales como el plomo, cobre, oropel natural y el estaño. Las joyas de oro adornadas con perlas, el tallado de las amatistas... Tantas cosas que los chichimecas recibieron de los toltecas, hasta que los últimos abandonaron la ciudad de Tula y la región donde vivieron sus antepasados. Se fueron para no volver, tan misteriosamente como habían llegado[4].

Algo de gran valor, que también les fue dado por los toltecas y los chichimecas comprendieron bien, fue la religión. Aprendieron que sólo hay un Dios: Señor y Creador, al que ellos fueron dando diversos nombres en náhuatl, lengua originalmente tolteca, refiriéndose siempre al mismo Ser divino. Dicho de otro modo: conocieron los principales atributos de Dios, mediante la luz de la inteligencia[5].

Junto con esta sabiduría les vino algo muy oriental, proveniente de China y de Corea: la idea de la “Dualidad”. Para la mente de los europeos del siglo XVI, resultó incomprensible. Se trata de explicar que los “opuestos” se unen, se integran en uno, son complementarios; por ejemplo, el día y la noche; la juventud y la vejez; el hombre y la mujer; la guerra y la paz, etc. No se excluyen como en Europa, donde se consideran contrarios[6].

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Al tratar de religión y costumbres, decir “tolteca” es hablar de un hombre bueno y allegado a la virtud; que tenía por norma las enseñanzas de Quetzalcoatl -Serpiente emplumada-, el nombre de un dios que se esfuma en la leyenda y también el que usaron varios sacerdotes toltecas a través del tiempo[7].

Fueron buenos cantores y, mientras cantaban o danzaban, hacían sonar tambores y sonajas. Nadie les aventajó en la devoción a sus divinidades y en el arte de hablar[8].

Los chichimecas hicieron un nuevo traslado; fueron hasta las márgenes de un inmenso lago, cuyas riberas ocuparon pacíficamente por el oriente y hacia el norte. Corría para entonces el siglo XII de nuestra Era. El lago ocupaba la parte media de un amplio valle rodeado de montañas en la lejanía. Es el llamado “Valle del Anáhuac”[9], que se encuentra a una altura de 1200 metros sobre el nivel del mar; pero en el trópico, por lo que el clima es benigno.

Sus dominios se extendieron poco a poco por la tierra firme, y cuando los tiempos fueron propicios, debido al creciente número de habitantes y al refinamiento de sus costumbres, fundaron una ciudad, no lejos del agua, que sería luego su capital a la que llamaron Tetzcoco[10].

Con el correr del tiempo, vieron formarse en medio del lago, de aguas tranquilas, hacia el año de 1325[11], una miserable población asentada entre los juncos de unos pobres islotes. Eran los “mexicas” que llegaron con la determinación de quedarse.

No encontraron un lugar de asentamiento en la ribera del lago, ya estaban allí pobladores de diferentes etnias; entre ellos encontraron una solución..., se fueron al centro, a unos islotes.

Tenían una divinidad que habían creado en su imaginación y eran conscientes de esto: lo formaron para que fuera el representante del Ser que nadie puede ver –recibido en su relación con los toltecas-; era también el que ponía al alcance de su mirada la fuerza del sol en plenitud; le llamaron Huitzilopochtli -numen de la guerra- cuando llegaron con él al centro del lago, era pobre, sin una casa donde estar, malparado, llevado a cuestas por otro. Por boca de sus sacerdotes (así afirman las viejas tradiciones) les dijo: “el lugar donde se halle un águila devorando una serpiente, allí deberán quedarse para siempre”[12].

Y entre las cañas de un islote arenoso donde la vieron, batiendo las alas, clavando sus garras sobre un espinoso nopal, luchando contra la serpiente, ahí se quedaron. Pasados dos siglos, los isleños habían logrado construir una ciudad imponente, verdadero portento de riqueza y poderío; un imposible, hecho realidad por la voluntad indomable de sus habitantes, conocidos también como “los aztecas”[13].

La casa de Huitzilopochtli cuando llegaron al término de su largo viaje, fue techada con cañas de junco; ahora -cuando Juan Diego la veía desde la atalaya del Tepeyac- podía admirar una maravillosa obra de arte: la pirámide construida en su honor y embellecida a través del tiempo por sus servidores: los Grandes Gobernantes y los Sacerdotes. Este formidable ser imaginado, del cual hicieron una estatua tallada en piedra, ocupa -junto a otro numen pacífico llamado “Tláloc”[14]- la parte más elevada del templo y tiene la ciudad a sus pies.

La guerra no había cesado nunca y los dominios mexicas se extendían de mar a mar. Son los señores de la política del Valle de Anáhuac, y la ciudad que formaron tan pobremente, es en tiempos de Juan Diego -en los albores de la conquista española-, una buena muestra de lo que se puede hacer con la riqueza unida a la inteligencia y al buen gusto.

La casa de Huitzilopochtli desde el principio fue el centro desde donde partió el trazo de la ciudad, que luego se desparramó por los cuatro puntos cardinales centrándose también en el que conocemos actualmente como “el Templo Mayor”. El lugar hacia donde se dirigen las miradas y el pensamiento de las gentes de los pueblos y ciudades que dependen de los aztecas -ya sea para bien o para mal- es la magnífica pirámide de Huitzilopochtli: el Sol en todo su esplendor del medio día[15].

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A esta ciudad del lago le decían “la de Tenoch” -Tenochtitlan-; o bien, México[16]. Se volvió orgullosa y fue temida por todos.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] MOTOLINIA, FRAY TORIBIO: “Historia de las Indias de la Nueva España”. Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuántos. No. 129, 3ª edición, preparada por Edmundo O’Gorman, México 1979, pp. 2, 3, 6 y 150. “A unos llamaron ‘chichimecas’, los cuales fueron los primeros señores de esta tierra. Ochocientos años atrás eran salvajes, habitaban en cuevas y en los montes (...) Tomaban una sola mujer. No tenían sacrificios de sangre ni ídolos: adoraban al sol, le ofrecían aves, culebras y mariposas (...) Proceden de los ‘otomíes’ (...), son hábiles para recibir la fe”.

[2] MARTÍNEZ, JOSE LUIS: “Nezahualcoyotl, Vida y Obra”. Fondo de Cultura Económica, 4ª. Reimpresión en México 1990, p.11. “Habían sido grupos nómadas procedentes del norte, encabezados por Xolotl, destruyeron Tula, capital de los ‘toltecas’. Sus costumbres rudas se transformaron rápidamente al contacto de otros grupos mas avanzados, adoptaron el náhuatl como su lengua y aprendieron muchos de los hábitos y tradiciones de los toltecas supervivientes”.

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: “Historia General de las Cosas de la Nueva España”. Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuántos. No. 300, con numeración de párrafos y anotaciones de Ángel María Garibay K., en libro X, cap. XXIX, México 1979, parr. 3. No. 41 p. 601. “Los nahuas eran los que hablaban la lengua mexicana (...) y aunque eran nahuas, también se llamaban chichimecas y decían ser de la generación de los toltecas”.

[4] SAHAGUN FRAY BERNARDINO DE: o.c., No. 45, pp. 601-602. “Eran habilísimos en grandes trazas, sutiles y curiosos mecánicos, porque eran oficiales de pluma, pintores, encaladores, plateros, doradores, herreros, carpinteros, albañiles, lapidarios muy primos (los primeros) en devastar y pulir las piedras preciosas, hiladores, tejedores; prácticos y elegantes en el habla; curiosos en su comer y en su traje muy aficionados a ser devotos y a ofrecer a su dios aquello que significara veneración: e inciensarle en sus templos” (he introducido la penúltima frase para mayor comprensión). Este dios era “Yohualli Ehecatl”: el que existe, pero nadie puede ver.

[5] LEON PORTILLA, MIGUEL: “La Filosofía Náhuatl”, U.N.A.M., México 1983, pp. 279-284. “Los nahuas -pueblos de habla náhuatl- tenían conciencia de la sabiduría de los antiguos, que luego habrían de hacer suya (...) La creencia en una suprema divinidad invocada con los títulos de ‘Tloque nahuaque”’-dueño de lo cerca y de lo junto: el Omnipresente- y “Yohualli Ehecatl”, el que existe, pero no es visible”. Agrego que es preciso no confundir estos pueblos: tolteca, chichimeca y mexica, que habitan en este singularísimo valle.

[6] ORTIZ DE MONTELLANO, GUILLERMO: “Omehyotl” (La Dualidad). Archivo particular, 497, 25 C. “En el aspecto religioso reconocían la existencia de un Ser Supremo, único, al que llamaban ‘Moyocoyani’ -El que se crea a Sí mismo-; ‘Ayac oquiyocox’ -Nadie lo creó-; ‘Ayac oquipic’ -Nadie lo formó-; ‘Tehyocoyani’ -El que crea o forma a la gente-; ‘Tloque nahuaque’ -El que posee la proximidad y la cercanía, el que está en todas partes-; ‘Ipalnemohuani’ -Aquel por quien se vive, el Dador de la vida-; ‘Tlaticpaqueh’ -El dueño de la tierra”.

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Pero en todas estas manifestaciones de ese Ser Supremo, (hacia los demás, hacia la gente que El ha creado) hay siempre algo muy propio de la mente náhuatl: La Dualidad.

La Dualidad está integrada siempre por una pareja, de ahí su nombre. En el “Omehyocan” -lugar de la Dualidad- moran “Omehyotecutli” -el Señor de la Dualidad- y “Omehyozihuatl” -la Señora de la Dualidad-; son los encargados de “crear”: los que mandan a los niños a la tierra desde el decimotercer cielo.

La misma pareja, con otra máscara, por así decirlo, se esparce en todas las manifestaciones de la Naturaleza, y es representable por medio de estatuas. El Ser Supremo nunca es representable, ni se le da nombre propio, por respeto a Él.

[7] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro X, cap. XXIX, n. 16 (la virtud), p. 597, Libro I, Cap. V, n.1, p. 32. (Quetzalcoatl): “Aunque era un hombre fue tenido por dios”. Libro III, cap. III, n.1, p.1: “Tenía en Tula una pirámide muy alta, con muchas gradas, y muy angostas, que no cabía un pie (...) Su estatua tenía una cara muy fea, la cabeza larga y barbuda”. Hay que recordar que los indios no tienen barba abundante, sino más bien rala.

[8] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., libro X, cap. XXIX, n. 19, p. 598.

[9] CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER: “Historia Antigua de México”. Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuantos, n. 29, Sexta edición. México 1979. Libro I, n.1, p.1: “Anahuac significa ‘junto al agua’. Este nombre se aplicó al principio sólo al Valle de México, por estar sus principales poblaciones en la ribera de dos lagos. Después se extendió a toda la Nueva España”.

[10] “Tetzcoco”, es un vocablo náhuatl que en castellano se traduce “en las varas duras y resistentes”; las que había en un cerro, en cuya falda se asentaron, llamado “Tetzcutl”.

[11] La fecha de la fundación de la ciudad es: “Ome Acatl” -Dos Caña-, según la cuenta tenochca de los años, hecha por gentes de Tenochtitlán. Es el 1325 de nuestra era. Sus fundadores venían de un punto de partida envuelto en la leyenda: de una isla situada en medio de un lago, de ahí el nombre de “Aztlán” y el de “aztecas”, para los tozudos habitantes de la que andando el tiempo sería la ciudad de México.

[12] El Águila devorando la serpiente parada en un espinoso nopal es el “glifo” representativo de una ciudad azteca. Un “glifo” es la palabra que se utiliza para nombrar los caracteres -dibujos- de la escritura maya o azteca. Cfr. CODICE de 1576: En este Códice aparece el dibujo de un águila luchando contra una serpiente para devorarla. Es conocido también como “códice de Aubin”; perteneció a Boturini. De esta colección -de la cual saquearon todos- se llevó papeles Aubin a Francia, el original se perdió, pero existe una copia de León y Gama en la misma Biblioteca Nacional de París.

Cfr. CRÓNICA MEXICAYOTL: Es una colección de crónicas en lengua náhuatl, redactadas después de la conquista de México. Fue publicada por la Imprenta Universitaria el año de 1949. Contiene la historia del águila sobre el nopal desgarrando lo que está comiendo.

Cfr. CODICE MENDOZA: Se trata de un códice náhuatl, es un documento histórico de gran importancia. Fue redactado por escribanos indígenas por orden del virrey D. Antonio de Mendoza para ser enviado al emperador Carlos V. Aquí encontramos el águila y el nopal pero sin serpiente. Es una copia de códices antiguos. Actualmente se encuentra en Inglaterra, porque en el viaje a Europa, el barco fue asaltado por un corsario francés; con el tiempo se vendió al Capellán de la Embajada Inglesa en París y fue a parar en Londres.

Cfr. NIGEL DAVIES, CLAUDE: “Los mexicas, primeros pasos hacia el imperio”. UNAM., México 1973, p. 46: “Huitzilopochtli se apareció en sueños a uno de sus sacerdotes y le dijo que el corazón de

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Copil, su sobrino, muerto a causa de mexicas, había caído a una roca donde nació un hermoso tunal -esta planta en México se conoce como ‘nopal’, y su fruto son las ‘tunas’-, allí un águila magnífica hizo su morada.

Al día siguiente vieron el águila parada en ese tunal, se llenaron de alegría y fundaron su propia ciudad”.

Cfr. También DURAN, FRAY DIEGO: “Historia de las Indias de Nueva España”, Ed. Nacional, México, 1951. T. I., pp, 39-40. “Por eso se llamaría ‘Tenochtitlan’, de ‘tenochtli’ -tuna colorada-”.

[13] CODICE AZCATITLAN: Manuscrito con figuras y leyendas en náhuatl, se encuentra en París, en la “Bibliotheque National”, forma parte del conjunto de documentos que en tiempos del Emperador Maximiliano, aprovechando la confusión de su derrota, sacó de México Mr. Aubin, pasándolos por la aduana de Veracruz como papel inservible. Él había deshecho legajos, borró numeraciones de páginas, etc., para lograr su objetivo. Fue Goupil, su amigo más sensato que él- quien a su muerte, los llevó a la Biblioteca Nacional de París. Se encuentra en la Sala Oriental, Secc. Manuscritos raros. Fue publicado por el “Journale de la Societé des Americanistes”, Vol. 38, el año de 1949, 101-135. Edición a cargo de Robert H. Barlow.

Los aztecas tardaron siglo y medio para llegar al centro del lago del Anáhuac y quedarse allí definitivamente. El Códice citado nos representa a “los portadores de dios” -los sacerdotes- que llevaban a cuestas a Huitzilopochtli, quien llegaría a ser el temible numen de la guerra. (No propiamente un Dios, sino “dios” o un “numen”, porque chocarían de frente con la altísima idea de Dios -sus atributos o cualidades más importantes que recibieron de los toltecas).

[14] CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER: o.c., Libro II No. 2, p.49. “Los historiadores tetzcocanos creen que los toltecas fueron los que colocaron en el monte Tláloc aquel ídolo, célebre dios del agua”. Libro VI, No. 1, p. 148. “Los que morían sacrificados en su honor, o ahogados, iban a un lugar fresco y ameno, de la tierra que llamaban “tlalocan”, residencia de dicho dios”.

[15] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro I, cap. I, p. 31 “Huitzilopochtli”, No. 1: “Fue un Hércules robustísimo y muy belicoso”. No. 2: “En las guerras era como fuego vivo”. No. 3: “Este hombre, por su gran fortaleza y destreza en la guerra lo tuvieron en mucho los mexicanos cuando vivía”. No. 4: “Después que murió, lo honraron como dios”. La leyenda lo hace nacer de una mujer -Coatlicue- fecundada por un haz de plumas que ella guardó en su seno. Este numen viene a la vida peleando ya, para imponerse a sus hermanos.

[16] NIGEL DAVIES CLAUDE: o.c., p.44. “Los mexicas” -es el plural de “Mexicatl”, un mexicano-, en el tiempo de su asentamiento en el centro del lago del Anáhuac, estaban gobernados por “Tenoch”, una especie de “Tlatoani” -Gobernante- incipiente. Apenas comenzaba la organización social que llevarían después. Es la transición de cuatro Gobernantes: “Teomama” a uno solo. Pudo haber después varios gobernantes con este mismo nombre”.

Nace un niñoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Juan Diego nació el año 1474 en el señorío chichimeca de Cuautitlán[1], situado lejos de Tetzcoco. El y su familia se contaban entre los principales de su pueblo, por su educación y desahogada posición social[2].

Sus padres y parientes, esperaron su nacimiento con verdadero interés; siempre que un niño venía al mundo pasaba lo mismo, porque agradecían muy de veras el don de la vida. El nombre que más les agradaba para hablar a ese ser único, creador de todo lo que existe y al que nadie puede ver, era precisamente el de “Dador de la Vida”.

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La mujer que ayudó a su madre para que él viniera al mundo, sabía bien que debía saludarlo diciéndole: “Piedra preciosa, plumaje rico” y otras frases parecidas que expresaban mucho amor por ese pequeño ser que ahora tenía en sus manos. No se trataba de una ocurrencia momentánea, sino de las ceremonias que debían realizarse desde que llegaba al mundo hasta que se entregaba al recién nacido a los brazos de su madre:

“Has venido, continuaba diciendo en voz alta, a este mundo donde tus parientes viven en trabajos y fatigas, donde hay calor, frío y viento... No sabemos si vas a vivir mucho en este mundo... no sabemos tampoco la ventura o la fortuna que te ha tocado al nacer”[3].

Continuaron los discursos mientras cortaba el cordón umbilical. Por ser varón le dijo: “Hijo mío, muy amado..., sábete y entiende que no es aquí tu casa, porque eres soldado (...) ésta casa donde has nacido no es sino un nido. Tu oficio es dar a beber al Sol la sangre de los enemigos y dar a comer a la tierra con los cuerpos de tus enemigos... Tu propia tierra, y tu heredad y tu padre, es la casa del Sol, en el cielo...”[4]

Es un discurso aprendido de memoria por la partera; podía emplear otro si quería, pero el contenido seguía siendo el mismo, lo decía en tono pausado solemne, como quien recita una oración.

A su padre no le disgustó que dijeran estas palabras. Lo que le causaba alegría es que había venido un hombre al mundo: Un niño que había calmado ya su llanto y se encontraba bien arropado al lado de su madre.

Desde luego las frases que le dijeron tratan el tema de la guerra. Cuando él nació ya habían pasado los chichimecas sus peores días de enfrentamiento con otros pueblos vecinos y lejanos, pero no se les podía olvidar que debían defenderse y atacar.

Juan Diego vino a la vida en un pueblo tranquilo, Cuautitlán, que se gobernaba por si mismo y pertenecía a la federación de señoríos dependientes de Tetzcoco; esta región se dedicaba más a vivir en paz y al cultivo de la inteligencia y del espíritu; y se oía menos el acompasado sonido del Xeponaxtle y la chirimía que llamara a la guerra con el ánimo de conquistar nuevos territorios. Sin embargo, el peso de la tradición imponía que desde el primer instante el hombre fuera dedicado a la guerra. Su educación futura haría de él un buen guerrero.

Bien pudo haber nacido en Tetzcoco -capital del Territorio chichimeca-, pero podemos pensar que a su madre le llegó el tiempo de traerlo al mundo mientras se encontraba en este lugar, Cuautitlán de clima agradable y rodeado de lagos, con su marido y demás familia, en espera del feliz momento en que naciera este niño.

Apenas hacía acto de presencia con su primer llanto y ya estaba la partera diciendo que sería un guerrero... El paso del tiempo dejaría que se vieran con claridad sus propias tendencias y aficiones; también el modo como viviría su religión y el esfuerzo personal que pondría en el servicio de su patria.

Cuando la mujer, que había ayudado a la madre a dar a luz se disponía a lavarlo, comenzó las oraciones al numen del agua: -“Chalchiuhtlique”, la del color jade-: “Tened por bien, señora, que sea purificado y limpio de corazón toda su vida... lleve el agua toda la suciedad que en él está, la que le vino de su padre y de su madre, porque esta criatura se deja en vuestras manos”[5].

Nada, absolutamente nada, se hacía sin la relación con los diferentes “teotl” -númenes que representaban a la Naturaleza-. La “Dualidad” contenía en sí misma toda la Naturaleza y era la imagen visible del Creador de todo lo que existe. Estaban siempre en relación con el “Dador de vida” porque la religión daba sentido a su existencia en la tierra y lo abarcaba todo[6].

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Al nacer Juan Diego se dio parte a toda la familia y al barrio; por tratarse de una persona distinguida, se comunicó el alegre acontecimiento a todo Cuautitlán. Los familiares dieron gracias solemnemente a la partera y los discursos iban y venían.

Se comparó al recién nacido miles de veces con un collar, con una joya, varias piedras preciosas, con una pluma rara. Felicitaron a la madre diciéndole bellas palabras. Tal parece que en esto de hablar no tenían límite y todos demostraban su ingenio y la preparación que tenían para expresarse correctamente. De cuando en cuando pedían disculpas por haber hablado tanto... pero seguían utilizando una tras otra las figuras poéticas que se iban viniendo a su imaginación desbordante.

La familia no se quedaba atrás y agradecía con floridas y bien aromadas expresiones lo que tan gratamente habían oído. ¡Este México, desde entonces al tiempo actual, no cambia!, y la voz amable, unida a las expresiones gentiles, se siguen oyendo.

Después de tanto regocijo, el padre del pequeño llamó al adivino -el que dominaba el uso de los calendarios- y, después de pensarlo, ceremoniosamente, comentó “el especialista del futuro” que éste niño sería afortunado porque había nacido bajo un buen signo y en un día feliz[7].

El adivino se las componía para que el signo fuera favorable y auguraba la mejor suerte: muy del gusto y de acuerdo a la posición social del padre de familia.

Jamás pudo imaginar ninguno de los presentes que el adivino se había quedado corto, porque “esta piedra preciosa” iba a ser un hombre muy distinguido y sus palabras no se perderían con el paso de los siglos.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] Que Juan Diego naciera en 1474, lo sabemos por tradición. Aquí no es posible contar con algún documento contemporáneo que lo afirme. Según el historiador Becerra Tanco, Juan Diego nació en ese año; la fecha se deduce por el año en que murió: 1548. Los que lo conocieron nos dejaron el siguiente dato, tenía al morir 74 años. El testigo sexto de las “Informaciones Guadalupanas de 1666”, Don Martín Bullon había conocido, tratado y comunicado con Juan Diego y asegura que era hombre de 56 a 58 años cuando se le apareció la Reina del Cielo. Según la tradición Juan Diego tenía 57 años cuando vio a la Virgen María en el Tepeyac el año 1531. Cfr. LOPEZ BELTRÁN, LAURO: “XVII Almanaque de Juan Diego, 1965”. Ed. JUS. México, p. 39.

[2] El testigo décimo de las “Informaciones Guadalupanas de 1666”, Fray Pedro de Oyanguren, de 85 años de edad, al hablar de Juan Diego dijo que “habían reconocido en él mucha capacidad, al oírlo hablar, y que teniendo casas propias en que vivir y tierras en que sembrar en Cuauhtitlán, donde había nacido, “lo había dejado todo viniéndose a residir en dicha Ermita de Guadalupe, donde estuvo todo el tiempo de su vida hasta que falleció...” Cfr. “Almanaque...” o.c., p. 54.

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XXX, No. 4, p. 383

[4] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XXXI, Nos. 2 y 3, p. 384

[5] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XXXII. No. 1, p. 385

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[6] CASO, ALFONSO: “La Religión de los Aztecas”. México 1936, pp. 55 y ss. Resumiendo este texto citado dice: “ La Religión abarcaba todos los aspectos humanos de la vida de los pueblos del Valle del Anáhuac. Tanto los mexicas -Aztecas- como los chichimecas –Señorío de Tetzcoco- son profundamente religiosos. Su existencia giraba totalmente alrededor de la religión. No hay un solo acto de la vida publica y privada que no esté teñido por el sentimiento religioso. La religión es el factor preponderante e interviene como ‘causa’ hasta en aquellas actividades que nos parecen a nosotros más ajenas al sentimiento religioso, como los deportes, los juegos y la guerra”. Aclaró que la religión no es un “sentimiento” -esto suena a Filosofía Modernista- sino la búsqueda de la relación con Dios, que lleva a la unión con Él.

[7] SOSTELLE, JACQUES: “La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista”. Fondo de Cultura Económica. 2ª. Reimpresión. México 1947, pp. 115 y 116. “Todos los pueblos civilizados de México y de América media, han elaborado sistemas cronológicos para encontrar la clave de la sucesión de los fenómenos naturales y el destino de cada individuo. Estos presagios se veían tan seguros y ‘racionales’ como pueden ser para nosotros las interpretaciones científicas en el mundo”.

Su nombrePor Dr. Roberto Robles Nieto

No le correspondía al sacerdote darle oficialmente su nombre, sino a la misma partera.

Toda la familia preparó una fiesta, que seguiría a la ceremonia; también mandaron hacer un escudo pequeño un arco y cuatro flechas, que corresponden a cada uno de los puntos cardinales. Antes del amanecer, ya estaban allí todos los amigos y

parientes. Cuando ya despuntaba el alba, la partera provista de una jarra con agua se acercó al niño y habló así:

“¡Oh águila, oh tigre, oh valiente hombre, nieto mío! Has llegado a este mundo, te ha enviado tu padre y tu madre, el gran señor y la gran señora (se está refiriendo a la Dualidad) que está sobre los nueve cielos (ahora está hablando del ser que existe, pero nadie puede ver aquí en la tierra) te hizo merced nuestro hijo Quetzalcoatl[1], que está en todo lugar”[2].

Con sus dedos mojados, depositó algunas gotas en la boca del pequeño. Después tocó el pecho del niño con su mano húmeda, al tiempo que le decía: “Prueba aquí el agua celestial, el agua muy pura que lava y limpia tu corazón, que quita toda la suciedad, recíbela, que ella purifique y limpie tu corazón”[3].

La ceremonia “del bautismo” como le llama Fray Bernardino de Sahagún, no termina aquí..., pero todo llega a su fin; ya se han terminado los ritos y se escoge el nombre que ha de llevar el niño.

Como no se usaba ningún apellido, sería llamado como su padre o quizá alguno de sus abuelos. A éste niño le tocó ser conocido en adelante como “Cuauhtlatoa”, que viene de: “Cuauhtli”, Águila; “tlatoa”, hablar y huac, como. Significa, pues, “El que habla como águila”[4].

Resultó a la postre casi profético, porque tuvo que hablar cosas muy importantes. Sus palabras en relación con la Virgen María, serán conocidas por la eternidad.

Cuando fue mayor, se añadió a su nombre la partícula “tzin”. Cuauhtlatoatzin; que indica señorío y se traduce por “La Venerable Águila que habla”.

Al recibir las aguas del bautismo en la Iglesia Católica años después, se llamó sencillamente “Juan Diego”[5].

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[1] PIÑA CHAN, ROMAN: “Quetzalcoatl”, Fondo de Cultura Económica y Secretaría de Educación Pública, México 1985, p.24. “El dios Quetzalcoatl (se traduce al castellano como “Serpiente emplumada”) ha sido confundido varias veces con el héroe de Tula Topiltzin, que siendo sacerdote suyo lleva su nombre (ver nota introductoria). Quetzalcoatl es una deidad más antigua aún que los Toltecas y también el santuario que levantaron en su honor. Para los “mexicas” fue “el dios de aire”. (Cfr. Nota introductoria). Para los toltecas “el dios del bien y de la cultura”, en relación con “el agua que corre”. Estas ideas evolucionaron después.

[2] Se refiere a “Tloque nahuaque”, un atributo del Ser único, venerado por los chichimecas (ver nota 6). Esta es una gran herencia tolteca. A este Ser lo predicarán los sacerdotes sucesivos de Quetzalcoatl.

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO: o.c., Libro VI, Cap. XXXVII, Nos. 6, 7 y 8, pp. 389-390.

[4] SENTIES RODRÍGUEZ, HORACIO: “Genealogía de Cuauhtlatoa”, Histórica, Colección III; Tema presentado en el XIV Encuentro Nacional Guadalupano. Centro de Estudios Guadalupanos, México, 1989. Fascículo 7, p.1 y s.s. “En actos de heroísmo se distinguieron Ixtlilxochitl al lado de Cortés y Quauhtliztactin -Águila Blanca- al lado de Alvarado; al que salvó la vida en Tlatelolco. D. Fernando de Alba Ixtlixochitl, en su “Relación de la venida de los españoles y principio de la ley evangélica”, al hablar de este personaje lo llama: Juan Quauchtloitatzin... “Con el tiempo va cambiando la escritura -por influencia de los españoles y su pronunciación-; D. Carlos de Sigüenza y Góngora lo tomó como Cuauhtlatoatin -Águila que Habla-; incluso al releer los papeles que recibió de Alba Ixtlixochitl. Sigüenza es el único historiador que nos da el nombre indígena de Juan Diego, quien seguramente pasó de Águila Blanca a Águila que Habla; incluso por su relación con las Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe, de quien habló tan espléndidamente (Ver Cap. V). Cfr. también Códice 1988, de reciente hallazgo.

[5] BECERRA TANOC: “Almanaque”, o.c., p. 110. Fue bautizado en Tetzcoco a los 48 años de edad en el 1524, porque para 1531 ya había convento franciscano en Cuautitlán. Cfr. CHAUVET, FRAY FIDEL DE JESÚS: “Juan Diego y los franciscanos”, en “Almanaque”, o.c., p. 226. Se pregunta Fray Fidel: ¿Es posible que un indio “macehualli” -labrador- recibiera el bautismo en años tan próximos a la conquista? Respondemos que sí fue posible para este indio porque no era un “macehualli” sino un “principal”.

La infancia de un niño indígenaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Sus padres deseaban que viviera y lo ofrecieron al templo, para hacerlo agradable a la “Dualidad” y por lo tanto, al Ser de quien depende la existencia: el Señor del mundo.

Pensaban con anticipación a qué edad debía ingresar al Calmecac -colegio reservado para la gente de alcurnia, pero que no estaba cerrado para otros niños de menor posición social-; existía otra institución educativa muy notable y de calidad, llamada “Telpochcalli”, donde asistían los pequeños que venían de familias campesinas[1].

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La criatura era feliz, como suelen ser los niños, mientras no llegan a su colegio correspondiente, donde todo era vida dura, de esfuerzo continuo, bajo la dirección estricta del profesorado que buscaba hacer recio el carácter del alumno.

Juan Diego en Cuautitlán o bien en Tetzcoco, fue un niño más; sin distinciones de ninguna clase, excepto quizá que comía mejor que otros de su misma edad.

Se divirtió con los juegos infantiles cuanto pudo, su vida fue feliz porque era muy amado y sentía la protección de ese amor que recibía de sus padres. Siguiendo las costumbres familiares, también le daba alegría el recio cariño de su tío, hermano de su padre, que con los años se llamaría Juan Bernardino.

Sus juegos fueron como los que practican los niños que viven en el campo; saltar haciendo dibujos en la tierra, procurando no tocar determinadas rayas; coleccionar semillas rojas llamadas “patoles” para poder hacer canje con otros niños; divertirse en grande con el arco y las flechas -ahora este juego es de adultos- y el aprendizaje del difícil deporte de la pelota dura que impulsaban hacia una pared con las caderas y los codos, tratando que pasara por el agujero redondo de una piedra tallada, colocada en esa pared lisa a cierta altura.

Las ocupaciones del pequeño fueron las de llevar agua a la casa, leña, acompañar a su padre o a su madre al mercado, recoger los granos del maíz esparcidos por el suelo y otras tareas tipo casero.

Fue un niño sano y fuerte; porque llegó a alcanzar una buena edad: vivió setenta y cuatro años.

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[1] CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER: o.c., Libro VII, No. 5, pp. 206 y 207. Da el autor una descripción muy completa de la formación humana que se daba en estos colegios. Los llama “seminarios”, porque vivían en régimen de internado. Unos eran para niños y muchachos y otros para niñas y jovencitas. Unos para los nobles y para los que provenían de familias encumbradas y el Tepochcalli ya mencionado. La educación era austera en ambos y de allí salían para contraer matrimonio. Los hombres a los 20 ó 22 años y las doncellas a los 17 ó 18 años.

El ambiente de Juan DiegoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Juan Diego y su familia tenían tierras de labor y casas en diferentes lugares.[1] Él recorría aquella región con toda libertad, porque no estaba sujeto a servir a otro.

Al ir hacia Tetzcoco, podía saborear a su gusto el paisaje donde se desenvolvió la historia de su vida: contemplaba, bordeando por el lago, la dilatada superficie azul del agua, de la cual emergía como por maravilla la Gran Tenochtitlan, con sus numerosos templos piramidales, uno por barrio -“Calpulli” en náhuatl- sin contar dos grandiosas

pirámides, labradas con una arquitectura de gran belleza, donde se celebraban las ceremonias religiosas más importantes. La de mayor categoría era el alma, el corazón y la vida de la ciudad de México; tenía al frente una amplia explanada de piedra pulida donde se encontraban otros templos que desbordaban lujo.

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El conjunto de estos edificios era imponente, y a la vez una buena muestra de la grandiosa imaginación y originalidad del pueblo que los había construido.

Desde la altura del Tepeyac -montecillo que está al borde del lago-, miraba Juan Diego una ciudadela sagrada rodeada por las calles y los numerosos canales que surcaban la Gran Tenochtitlan; veía también desde la cumbre de este cerro -situado al norte del Valle- los palacios y casas de México, deslumbrantes al sol, de un color blanquísimo, cargadas de flores en las terrazas, era una ciudad lacustre: se transitaba a pie firme por algunas calles, mientras que por otras era necesario utilizar una canoa.

Flores por todos lados, hasta en el lago, porque los industriosos isleños habían aprendido a vivir en grandes balsas llamadas “chinampas”[2], donde cultivaban hortalizas y diferentes flores que iban a vender a la ciudad.

Allá en la lejanía, hacia el sur, donde se acaba el valle, le atraía el color verde oscuro de los bosques de cedros y pinares -vegetación de clima frío- que pueblan las montañas, y que junto con el cielo azul, daban punto final al horizonte.

Al oriente, por donde sale el sol -contempló muchos amaneceres-, su vista se encontraba con los dos gigantescos guardianes del Valle de México: dos volcanes de cumbres siempre nevadas, el imponente Popocatepetl -Cerro que humea- con más de cinco mil metros de altura, y a su lado, como si le hiciera compañía, la bien dibujada figura de una mujer cubierta de blanco por la nieve tendida lánguidamente allá en la cumbre: El Iztaccihuatl.

Esta indumentaria venía permitida por el clima templado del Valle, que siendo tropical está muy alto y esto hace que los días sean tibios y las noches frescas la mayor parte del año. Las prendas de ropa que vestía eran suficientes para que el se sintiera sencillamente a gusto.

Al aproximarse a la ciudad de sus mayores, Tetzcoco, recordaría que a la edad de siete u ocho años, sus compañeros de juegos fueron al colegio conocido por todos como el “Tepochcalli” , la Casa de los jóvenes.

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[1] ALBA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Nican Motecpana”. Traducción del Lic. D. Primo Feliciano Velásquez. Carreño e hijo, Editores, México 1926, p. 81. Cuando su tío Juan Bernardino quiso seguirle a la cabaña en que vivía Juan Diego al lado de la Ermita construida por Fray Juan de Zumárraga a la Santísima Virgen de Guadalupe, le dijo: “que convenía que se estuviera en su casa para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos le dejaron...” No es propio de un “macehualli” decir esto. Hay aquí una aparente contradicción entre el “Nican Motecpana” y el “Nican Mopohua”, que se soluciona con la consideración sencilla de que el indio, acomodado y dueño de tierras, las dejó por amor a Dios y a la Virgen María, tomando la condición de “un pobre labrador”: de un macehual.

[2] GARIBAY, ANGEL MARIA: “Historia de la Literatura Náhuatl”. Vid. “Glosario de voces nahuas”. Ed. Porrúa. Dos tomos. T.II, México 1971, p. 404. Viene del “chimatli”, construcción de madera y cubierta de tierra, sobre la que plantaron verdaderos jardines floridos y legumbres. Es una invención azteca, a sus moradores se les llama “chinampaneca”.

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La educación que tuvoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Se trasladaba de Cuautitlán a Tetzcoco, vistiendo como correspondía a una persona de su calidad y estilo. Usaba el “maxtlat” de algodón bordado, que dejaba al descubierto el torso y las piernas; calzaba sus pies con sandalias de cuero y se envolvía en una manta o “tilma”, también tejida con hilo de algodón y decorada con las grecas que le agradaban.[1]

Esta indumentaria venía permitida por el clima templado del Valle, que siendo tropical esta muy alto y esto hace que los días eran tibios y las noches frescas la mayor parte del año. Las prendas de ropa que vestía, eran suficientes para que el se sintiera sencillamente a gusto.

Al aproximarse a la ciudad de sus mayores; Tetzcoco, recordaría que a la edad de siete u ocho años, sus compañeros de juegos fueron al colegio conocido por todos como el “Telpochcalli” -la casa de los jóvenes- donde les enseñaron que “un principal” debía ganar su puesto en la sociedad por méritos propios, y que un plebeyo podía llegar a ser muy respetado por sus hechos, especialmente por su comportamiento en la guerra. Juan Diego, por ser hijo de una familia con posibilidades y buenas relaciones en Tetzcoco, debía asistir a otro colegio, donde se impartía una enseñanza mas completa a los alumnos: el “Calmecac”[2].

Los maestros del “Telpochcalli” eran seleccionados entre los guerreros más reconocidos por su valentía, valores humanos y la destreza que mostraban en el manejo de las armas. Los del “Calmecac” se escogían entre sacerdotes de probada virtud y conocimientos intelectuales. En este colegio recibían también una esmerada instrucción militar. Tal parece que los alumnos llegaban al “Calmecac” alrededor de los quince años de edad; aunque en la práctica, eran enviados ahí mucho antes, de acuerdo a las necesidades familiares causadas por la ausencia del padre de familia en la casa[3].

Existían en Tetzcoco y sus dominios, varios “Calmecac”, que seguían una educación semejante a la de México, cada uno de ellos tenía al lado un templo. Su labor educativa, dependía del “Teohuatzin”[4], que podría traducirse como el “Vicario General” -indirecta relación con los grandes sacerdotes- del culto tributado a los númenes y especialmente a la Dualidad, que representaban al Ser Divino; del que no se podían hacer figuras e imágenes por el respeto que inspiraba a todos. De la Dualidad y de los diferentes aspectos de la Naturaleza representados por númenes -llamados cada uno “Teotl”- sí se podían hacer imágenes y dibujos.

En el “calmecac” se preparaba al alumno para el sacerdocio, si él lo pedía, o para las altas funciones del Estado. Esta educación era severa y rigurosa[5].

En Tetzcoco existía también el “telpochcalli” como los que tenían los mexicas, o sea la escuela común para los muchachos de la ciudad. Si Juan Diego no hubiera sido de familia con posibilidades económicas, hubiera asistido al “telpochcalli” de Cuauhtitlán. Él recibió la educación que correspondía a una persona que viene de un medio social elevado y por lo tanto fue el “tlacateo”, que podría ser la variante tetzcocana del “calmecac” de los aztecas[6].

“... les enseñaban toda la policía (buena educación) de su modo de buen vivir, y todas las ciencias y artes que sabían y alcanzaban, hasta las mecánicas de labrar oro, pedrería y plumería y las demás; así mismo el ejercicio militar con tanto cuidado, que no los dejaban estar ociosos ni un momento”[7].

“Antes que amaneciese, los más pequeños iban al monte a buscar ramas de abeto y espinas para el culto, mientras los demás incensaban hacia los cuatro puntos cardinales. El propósito de esta severidad era curtirlos en las inclemencias y habituarlos al poco sueño y comida para que sintiesen menos los rigores de la guerra”.

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Continúa Pomar: “Pasaban el día en enseñarlos a bien hablar, a bien gobernar, a oír de justicia, y en pelear de rodela y macana y con lanza con pedernal, a manera de pica y aunque no tan larga. Y esto hacían los que ya tenían edad para ello. Otros se iban a la casa de canto y baile a aprender a cantar y bailar. Otros al juego de pelota”[8].

Aunque los niños fueran hijos de gente noble, altos funcionarios, ricos comerciantes o labradores, no se diferenciaban entre ellos por su vestimenta, que era muy sencilla, vestían todos igual: un pañalete de algodón y una manta áspera de henequén. Se levantaban en la noche, tomaban un baño de agua fría y de inmediato comenzaban a trabajar barriendo el templo, patios y las diversas dependencias de su colegio[9].

Esta fue la clase de educación que recibió Juan Diego. Siendo un jovencito, su tío –que en ausencia de su padre se ocupaba de su educación- lo envió al “Calmecac” (la casa de los corredores largos), donde además de instruirlo en el arte militar, vigilaron sus costumbres e hicieron que se ejercitara en la honestidad y en la virtud.

Escribe D. Lorenzo Boturini que era a “Tetzcoco” donde los señores de la tierra enviaban a sus hijos para aprender lo más pulido de la lengua náhuatl, la poesía, la filosofía moral, la teología gentílica, la astronomía, la medicina y la historia[10].

Al término de su educación colegial, conocía bien la historia de su pueblo; retórica; gramática náhuatl -que le daba mucha seguridad al hablar-, sabía expresar sus pensamientos elegantemente, podía escribir e interpretar con exactitud, haciendo uso de la memoria, los dibujos que significaban las ideas consignadas en el papel hecho con la pulpa de la hoja carnosa del “maguey” -planta de estas tierras clasificada como “Agave mexicana” -; se habían ejercitado en el arte y en los ejercicios propios de la guerra.

Le enseñaron especialmente el valor de la vida bien llevada, conforme a la importancia que tiene en la existencia humana el conocimiento de Dios[11].

Siendo ya un muchacho pudo elegir su actividad. Debía escoger entre varias posibilidades: llegar a ser un “pochteca”, un comerciante, con una mentalidad muy semejante a la del empresario de nuestros días[12]; o hacerse un guerrero para alcanzar rápidamente honor y dignidades; pudiendo entonces adornarse con oro y piedras preciosas como muestra de su destreza y valentía, y lucir un elaborado penacho de plumas provenientes de las exóticas aves del trópico, que habitan en las tierras bajas y calientes, más allá de las montañas del Valle.

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[1] Los chichimecas eran hombres altos de estatura y de anchos hombros, por eso se llamaron a sí mismos “Acolhuas”, para diferenciarse de los “mexicas”, los “Colhuas”, más bajos que ellos. BECERRA TANCO, da por descontado que la tilma de Juan Diego -su capa- era la de un hombre alto, porque la Imagen se estampó en ese lienzo que él usaba y que era amplio: sin ser pequeña, cupo holgadamente y sobró espacio. Esta capa se componía de tres partes, unidas entre sí con hilo de algodón. Se está refiriendo el historiador a la última etapa de la vida de Juan Diego; porque antes su tilma era toda de hilo de algodón, y cuando miró a Santa María y habló con Ella, siguiendo el ejemplo

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de los frailes franciscanos, por espíritu de pobreza ya la había cambiado por una de “ixtle”, fibra burda y rala.

[2] SOUSTELLE, JAQUES: “La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista”. Fondo de Cultura Económica. 2ª. Reimpresión. México 1974, p. 40. “Los calmecac” eran a la vez monasterios y colegios. Allí residían los sacerdotes, hombres austeros, extenuados por las penitencias, de aspecto temible con sus ropas negras, y sus cabellos al aire y también los jóvenes pertenecientes a la clase dirigente, que aprendían en ese colegio los ritos, la escritura y la historia de su país. Cada templo tenía “su calmecac” donde vivían en comunidad los sacerdotes y los jóvenes ricos.

[3] ACOSTA, JOSEPH DE: “Historia natural y moral de las Indias”. Biblioteca del Estudiante Universitario. No. 83. U.N.A.M. México 1978, p.132. “En dichos pupilajes o escuelas (...) les enseñaban a ser bien criados (educados) a tener respeto a sus mayores, a servir y obedecer, dándoles documentos para ello; que fueran agradables a los señores; enseñábanles a cantar, a danzar, industriábanlos en ejercicios de guerra (...) Hacínalos dormir mal y comer peor para que desde niños se hiciesen al trabajo y no fuesen gente regalada”.

[4] “Teohuantzin”. El venerable responsable de los númenes que hacían visible simbólicamente la fuerza y maravilla de la Naturaleza. Los españoles les llamaron “Dioses” y crearon un neologismo “Teotl” traducido como “dios”. Cosa muy importante porque el tal “neologismo” arrastraba nuevas ideas y conforme a ellas actuaron. Hicieron tabla raza de toda una cultura polifacética En el Nican Mopohua D. Antonio Valeriano se obligaba a escribir “teotl Dios” para explicarse bien. “A él competía la orientación y la vigilancia de la educación que se impartía en el “calmecac”. Ejercía las funciones de un Vicario General a las órdenes del más selecto grupo de sacerdotes.

[5] ACOSTA, JOSEPH DE: o.c., p.133. “Había en estos mismos regimientos otros hijos de señores y gente noble, y estos tenían más particular tratamiento (...) Estaban encomendados a viejos y ancianos que mirasen por ellos, de quienes continuamente eran avisados y amonestados a ser virtuosos y a vivir cortésmente, a ser templados en el comer y ayunar, a moderar el paso y andar con reposo y mesura. Usaban probarlos en algunos trabajos y ejercicios pesados...” Unos se inclinaban a la guerra, otros a cosas del templo...” “Gran orden y concierto era este de los mexicanos...” “Si ahora se tuviese el mismo orden, sin duda florecería mucho la cristiandad de los indios”.

[6] MARTINEZ, JOSE LUIS: o.c., p. 42. “La educación regular para los niños y adolescentes quedaba a cargo de otras escuelas que estaban situadas junto a los templos, al lado de los palacios y comunicados con ellos. La primera de estas, el ‘Tlacateo’ -que acaso haya sido una variante tetzcocana del ‘calmecac’ azteca- se encontraba al lado poniente de los templos”.

[7] ALVA IXTLITXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., T.II, pp. 183 y 184.

[8] POMAR, JUAN BAUTISTA: en Apéndice I de la “Poesía náhuatl”, de Ángel María Garibay K., U.N.A.M., T.I, 1964. pp. 111-115.

[9] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., T. II, p.185.

[10] BOTURINI BENADUCI, LORENZO: “Idea de una nueva historia general de la América Septentrional”. Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos, No. 278. México 1986, p.100. “Asimismo los cortesanos coloquios que se debían practicar en ocasión de embajadas y para tratar con la corte y demás nobleza”.

[11] MARTINEZ, JOSE LUIS: o.c., p.44. “Los Telpochcalli permitían a sus alumnos costumbres más bien libres, bailes y amancebamientos, pues preparaban guerreros. Los Calmecac, en cambio, tenían la advocación de Quetzalcoatl, que era la divinidad del autosacrificio y la penitencia, del conocimiento y

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del espíritu y preparaban por lo tanto, sacerdotes, sabios y gobernantes. En Tetzcoco, el adiestramiento militar completaba la formación moral e intelectual”.

[12] EL POCHTECA era un comerciante arrojado, audaz y generalmente vencedor; rico y con una vida llena de comodidades. De nada de esto hacía ostentación. Organizaba a sus expensas, expediciones de comercio a lugares peligrosos en la tierra caliente, y regresaba con una fortuna a cuestas de sus “tamemes” -cargadores- defendida por “sus” guerreros. Formaban una clase rica, cuya fortuna era estrictamente privada.

Juan Diego es un "tzin"Por Dr. Roberto Robles Nieto

Eligió dedicarse a la atención y al cultivo de sus propiedades y a la realización de actividades de tipo artesanal. El no era un “macehual”, labrador poco culto, el último de los hombres útiles en la escala social de aquel tiempo; ni tampoco era un “naborio” -término procedente de las Antillas traído por los españoles- que designa al hombre confiado por el Estado al cuidado de una familia porque es incapaz de ganarse la vida, y al que los españoles llamaron equivocadamente “esclavo”, Juan Diego era un “Tzin”[1].

“Tzin” se traduce al castellano siempre en diminutivo; pero terminar una palabra con “tzin”, puede significar dos cosas: honra y señorío, ó el afecto que se tiene a lo que se está nombrando. Por ejemplo: “nocaltzin” mi casa, o mi “casita”: la que yo quiero, donde viven mis seres amados. Decir “Noteocaltzin” es referirse a la Casa de Dios: el templo. Traducir “templito” o la “casita de Dios” sería muy simpático y aparentemente “muy indio”, pero aquí solo puede admitirse el “tzin reverencial”, es decir: lo que se nombra, cargado de un sentimiento respetuoso.

¿Cómo discernir si el “tzin” es de afecto, o indica señorío? En primer término debe considerarse el asunto de que se trata y en segundo lugar, el momento en que se utiliza.

Añadido al nombre de una persona, generalmente significa que merece respeto; cuando se habla de las cosas de Dios o se refiere a la Santísima Virgen, se añade “tzin” que implica majestad y grandeza; trae también un algo interior de los sentimientos de quien lo emplea, que se dejan ver y expresan entrega y sumisión amorosa; nunca un respeto seco y lejano. Para todo es necesario conocer un poco más la mentalidad mexicana.

Cuando alguien o algo es mirado con mucho respeto -“tzin” reverencial-; o especial afecto -“tzin” que indica benevolencia, cariño- surge en el idioma náhuatl la resistencia a decir solamente el nombre sin hacer aparecer el tan traído y llevado “tzin”. Su empleo forma parte de la educación de una persona, de su finura interior.

Cuando la Virgen habla a Juan Diego en náhuatl, le llama: “Juan Diegotzin”[2]. quiere decirle: “tú eres para mí algo entrañable y muy digno de aprecio”.

Debido a la relación que se establece entre quien habla y aquello a lo que se refiere, se produce el respeto, el afecto, o el antagonismo. En nuestros días es frecuente que al sacerdote católico se le diga: “Padrecito”. La razón es que a más de uno de este país –sí es procedencia indígena- le suene a despego decirle simplemente “Padre”, tratarlo así podría indicar, quizá, que hay rechazo.

Todo esto se trasluce además de la expresión de la cara, en el tono de voz y en la mirada.

El vocablo castellano “madre” se emplea casi exclusivamente para referirse a la Santísima Virgen: la “Madre de Dios”, quizá se deba a la enseñanza religiosa de los frailes españoles que hablaron siempre

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así cuando querían pronunciar su nombre. En México, la propia madre es: “mamá” o su diminutivo. Decir: -madre, tal cosa...; madre, tal otra..., aquí no se usa: suena muy áspero.

Del mismo modo, empleando un tratamiento cariñoso, el aya, la “nana”, como se le nombra en México, que viene del náhuatl “nan”: madre, al dirigirse a la señora de la casa, si la cuidó en su niñez, continúa diciéndole: “niña”.

“Tzin” sigue viviendo en el diminutivo castellano correspondiente. La Virgen es “la Virgencita”. No es niñería o mero sentimentalismo, es la relación que crea el que habla y es el “tzin” que vuelve a decir: -¡Aquí estoy!

Generalmente los universitarios no se expresan así, y el diminutivo se deja de usar en el lenguaje de la gente culta; pero él o ella, volverán a emplearlo sin darse cuenta hablando familiarmente. Vuelve “tzin” por la fuerza de la costumbre.

Hay que convenir que la delicadeza que implica la existencia del “tzin” y su uso en el náhuatl, que ha influido tanto en el castellano que se habla en México; tal parece que no ha sucedido en otros países.

El indígena de habla náhuatl es tan fino en el trato como puede serlo cualquier oriental de China o de Japón, bien educado. Raramente habla en voz alta o arrebata al otro el hilo de la conversación. Cuando alguno comete esa falta de cortesía, prefiere callarse, pero se resiente por el desprecio que ha sufrido al no ser escuchado. Si hay desavenencias, las cosas cambian, como sucede a cualquier ser humano.

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[1] TZIN tiene en náhuatl dos significados: grandeza y señorío, o es un afectuoso diminutivo. Aplicado oficialmente al nombre de una persona, es señorío; dicho por su madre, es diminutivo cariñoso. Juan Diego fue considerado “tzin” en Cuauhtitlán y Tetzcoco: un hombre con sobresalientes dotes humanas y elegante señorío.

[2] NICAN MOPOHUA: n. 12.

El tío Juan BernardinoPor Dr. Roberto Robles Nieto

A medida que se aproximaba a Tetzcoco, es fácil que pensara en su familia y en sus años mozos. Le vino a la mente, que su padre había tenido pocas oportunidades de influir en su educación, por sus forzosas ausencias del hogar[1], donde Juan Diego convivía con su madre y sus hermanos.

Los altos funcionarios y los dignatarios, generalmente tenían una esposa principal y varias esposas secundarias, que no eran consideradas socialmente, como “concubinas”, porque legalmente pertenecían a ese grupo familiar, viviendo en armonía, o por lo menos procurando que así fuera[2].

Guardó siempre un cariño muy especial a su tío, a quien fue confiado desde que era muy pequeño; ésta era la costumbre, en caso de necesidad el niño no quedaba solo ni un día siempre habría alguien que cuidara de su educación y su futuro.

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El tío de Juan Diego a quien fuera confiado, lo acompañó hasta la vejez de ambos; hubo entre ellos una gran comprensión y mutuo afecto; siempre se ayudaron en las faenas del campo y en los diversos trabajos que correspondían a la común tarea familiar. Este hombre, al que conocemos como Juan Bernardino -después de ser bautizado en la Iglesia Católica-, era hermano de su padre, porque Juan Diego se refiere a él diciendo “Motlaltzin” -mi tío muy querido-. Si hubiera sido hermano de su madre, la partícula empleada habría sido “teltla” y no “tlali”, que pierde la última letra para formar la palabra mencionada. [3]

Juan Bernardino debía velar por el bien del niño cuya custodia había aceptado, sin separarlo de su madre, hasta que fuera a estudiar al “Calmecac”, el Colegio que le correspondía de acuerdo a su posición en la sociedad; debía asistir a este Colegio, porque él era un “principal” entre los de su raza. Seguramente debía dejar Cuautitlán, porque el “Calmecac” de las personas distinguidas se encontraba en Tetzcoco.

Otra de sus tareas que su tío debía realizar, si el padre del muchacho estaba ausente, o delegaba a él las funciones, consistía en procurar que hiciera un buen matrimonio, con una joven de su condición y de una educación semejante. Las dos familias se pondrían de acuerdo para que todo fuera bien; los grandes y los pequeños detalles corrían por su cuenta.

Si Juan Diego fue una persona de alta categoría, por su educación y sus condiciones humanas, indudablemente su tío era de un estilo semejante al suyo: todo un varón indígena, que debía conseguir que su sobrino llegara a ser un hombre de bien, culto y refinado en sus costumbres.

Más que otra cosa, los unió el mutuo afecto. Juan Bernardino dio todo lo mejor que tenía en beneficio de este sobrino suyo. Lo cuidó con solicitud, hasta que contrajo matrimonio, alrededor de los veinte años. Aún después él continuó protegiendo a ese muchacho: porque cuando Juan Diego se casó, él pasó a formar parte de esa nueva familia y le ayudó en todo lo que pudo.

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El tiempo no se detiene

La juventud de Juan DiegoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Si un hombre es joven a los veinte años, Cuauhtlatoatzin (Juan Diego) los cumplió el año de 1494; era el tiempo de “hacer su vida”, como suele decirse. Orientado por su familia, se iría desprendiendo poco a poco de la casa paterna, donde se sabía muy amado,

especialmente por su madre. Este sentimiento ha sido siempre muy vivo en el corazón de las mujeres mexicanas. Los hijos, por su parte están seguros de que su madre jamás podrá olvidarlos y también que los alejamientos causan pena. Este sufrimiento encontró eco en esta poesía atribuida a Netzahualcoyotl:

“Madre mía, cuando me vaya y quieras llorar por mí quédate junto al hogar, si uno en saber se empeña la causa de tu pesar,

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dile que es verde la leña y que el humo hace llorar”[1].

Juan Diego fue un hombre que supo poner en juego el corazón en los momentos importantes de su vida con gran entereza, llegando hasta el sacrificio. Su carácter recio se dejará ver con toda claridad años más tarde al encontrarse con la Virgen María, a la que sirvió entregando desde el principio todo su ser. Ella, a su vez, le decía -utilizando una expresión maternal plenamente indígena-: “Mi hijito, el más pequeño”[2].

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[1] Fragmento de una antigua poesía escrita en náhuatl por el Tlatoani de Tetzcoco, Netzahualcoyotl, de la que conocemos versiones al castellano y una al inglés, de Mr. Cornyn, muy perfecta. La traducción literal del primer verso es “cuando yo muera”. Aquí se ha alterado deliberadamente.

[2] La Señora del Cielo y de la Tierra, la Virgen María, emplea una expresión náhuatl, “xocoyotzin”, el hijo más pequeño, el que necesita más cuidado y cariño. Ver: “Nican Mopohua”, n. 23.

Juan Diego y sus costumbresPor Dr. Roberto Robles Nieto

La educación que recibió en cuestiones de comportamiento moral fue la que venían viviendo sus antepasados y que desde muchos años atrás se cuidaba con esmero en el seno de la familia.

Según Fray Andrés de Olmos, en su escrito náhuatl, llamado “Huehuetlatolli” -“Pláticas de los Ancianos”-[1], le dijeron: “Hijo, apártate de los vanos propósitos y de las palabras de burla; no son rectas...; pueden, sin darse cuenta, dañar, ensuciar, provocar las inclinaciones impuras...”[2]

Sus padres le inculcaron la mesura en el hablar y, por lo tanto, debía llevar una vida limpia, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”[3].

En sus relaciones con las mujeres, la severa tradición de sus mayores empujaba a los muchachos a ser rígidos en esta cuestión, más que en cualquier otra:

“Los que son limpios de corazón -le dijeron- son muy dignos de ser amados, los cuales son apartados de todo el deleite carnal y sucio; porque reciben mucha estima los que viven de esta manera; la divinidad los desea, los procura y los llama a su presencia. Jamás sienten tristeza, ni dolor, ni disgusto, porque viven en la casa del sol”[4].

La vida que llevaba era dura, austera, bien asentada en sólidos principios de sentido común:

“No hagas a tu padre y a tu madre al antojo de tu corazón”[5].

Valiéndose de sus escritos antiguos -echando mano de su relación tan estrecha con la Naturaleza- advirtieron a su hijo:

“Aún eres tú agua tierna, eres avecita, aún estás en brote, en espiga,

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pues eres como un jade fino, como una turquesa, pues eres como pluma fina de quetzal. ¡Quién sabe si aquí venga a parar de repente el mal, el viento que te detiene para atraparte!”[6]

En otras palabras: -Oye consejo, el que te dan tus padres; sé prudente, aún tienes que aprender muchas cosas acerca del vivir. “Si quieres recibir lo que protege tu vida o te da la muerte... ¡Basta! ¡Ya sucedió..., infeliz de ti!. No harás más que caer, estarás en poder de las garras del coyote y del tigre”[7].

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Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] OLMOS, FRAY ANDRES DE: “Huehuetlatolli” - “Pláticas de los Ancianos”. Documento escrito en náhuatl, donde el autor recoge expresiones indígenas, poéticas y descriptivas. Manuscrito existente en la Biblioteca Nacional de México, Tomo 133, sin paginar. Ocupa el lugar 14º entre las piezas allí contenidas. Traducción de Ángel Ma. Garibay K., de lo que existe en náhuatl. El resto lo toma Garibay, para su “Historia de la literatura náhuatl”, de Fray Juan Bautista.

[2] OLMOS, FRAY ANDRES DE: o.c. Ms. F, 114, V, No. 12. Se ha utilizado un fragmento, trad. De Ángel Ma. Garibay K.:“Historia de la literatura náhuatl”. Ed. Porrúa, México 1971, p. 412.

[3] Mt 12, 34.

[4] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: “Historia General de las cosas de la Nueva España”, Libro VI, Cap. XXI, Nos. 4 y 5. Ed. Porrúa, Col. Sepan Cuántos. Numerado por Ángel Ma. Garibay K.. 4ta. Ed. México 1979, p. 356.

[5] OLMOS, FRAY ANDRES DE: o.c. Ms. F, 115, V, No. 18. Indican al muchacho que no se ciegue por la pasión y que les dé el acatamiento y la reverencia que a ellos corresponde. En Ángel Ma. Garibay K.: “Historia de la literatura náhuatl”, o.c., p. 414.

[6] Continuación del poema anterior. Echa mano el autor del simbolismo propio de la poesía náhuatl: “viento y mal” son símbolos de la muerte y del infortunio.

[7] OLMOS, FRAY ANDRES DE: o.c. Ms., No. 27. Fragmento de una serie de leyes de comportamiento que enseña un padre de familia a su hijo. Traducción al francés de Remy Simeon, de un manuscrito de Olmos, clasificado como “Arte” en la Biblioteca del Congreso de Washington. En “Historia de la Literatura Nahuatl”, o.c., T. I, p. 417.

Consejos oportunosPor Dr. Roberto Robles Nieto

Cuando Juan Diego andaba estrenando los años jóvenes, su padre lo miraba lleno de salud, alegre y con la inquietud propia de su edad. Generalmente los muchachos que han disfrutado de cariño paterno y del cuidado de su madre son así.

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La familia vivía en Cuauhtitlán y Juan Diego estaba asomándose al mundo: se interesaba por las cosas de Tetzcoco, preguntaba por los asuntos de la Confederación y el rumbo que tomaban las cosas en México-Tenochtitlan.

Era el tiempo en que su padre debía intervenir para decirle algo que le sirviera de base para su formación juvenil y, más tarde, siendo ya todo un hombre.

Es Fray Bernardino de Sahagún quien, bien informado por sus colaboradores indígenas, nos hace una exposición clara de los consejos que un padre daba a su hijo en estas circunstancias[1]. Siempre los hijos fueron muy amados y la preocupación por ellos era constante. Si el padre del muchacho no tenía oportunidad de decir esto personalmente, hubiera sido el tío Juan Bernardino quien debía tomar su puesto a ruegos de la madre.

“Hijo -comenzó diciendo-: yo tengo muchas faltas y defectos delante de dios y de los hombres que morirán. (No emplea Fray Bernardino la palabra Dios, escribiéndola con mayúscula, porque se está refiriendo a los consejos de un padre que aún no ha recibido el cristianismo ni conoce a Jesucristo). Tú, que estás presente (...) has de saber que estoy triste y afligido porque pienso que quizá no vas a ser un hombre útil ni has de servir a dios”[2].

“Quizá nuestro señor ha determinado que esta casa en la que vivo, la cual edifiqué con muchos trabajos se caiga por tierra, y sea como muladar y lugar de estiércol, y que mi memoria se pierda y no haya quien se acuerde de mi nombre”[3].

Se emplea la letra minúscula para referirse a “nuestro señor”, porque los indígenas tenían una idea muy elevada de Dios, y se referían a El sólo indirectamente, pero Sahagún quiere dejar claro que está tratando acerca de unos pensamientos escritos y pronunciados antes de la llegada de los misioneros franciscanos.

“Debes tener en cuenta que te has de saber sustentar en este mundo y que te has de acercar a dios para que te haga mercedes y para esto te digo que los que lloran y se afligen y suspiran, y oran y contemplan, y los que de su voluntad con todo corazón velan de noche y madrugan de mañana a barrer las calles y caminos y limpiar casas y componer los petates e “icpales” y aderezar los lugares donde dios es servido con sacrificios y ofrendas, entran a la presencia de dios y se hacen sus amigos y reciben de él mercedes, y les abre sus entrañas para darles riquezas, dignidades y prosperidad...”[4].

Su padre quiere que se grabe en su mente lo mucho que valen los trabajos menudos y aparentemente sin importancia: tanto como los sacrificios y ofrendas. Una cosa debe quedar a plena luz: él debe trabajar no sólo por ganarse la vida, sino porque de esta manera honra a Dios. (Lo escribimos aquí deliberadamente con mayúscula porque se refiere -según el contexto- a los atributos propios de Dios, tal como lo entiende una mente libre de prejuicios. Ver nota Cap. I.

Algo que Juan Diego debía tener presente -como todo muchacho indígena de su tiempo, bien educado-, es que “dios los pone en una u otra dignidad, en diversos grados”. “Que cada una de nuestras acciones sean de buen tono, platicando del hombre, su modo de reír y su caminar revelan lo que es (Cfr. Eccli XIX, 27). En efecto, la actitud exterior es imagen de la disposición del alma, y nuestros gestos manifiestan de un modo excelente la belleza de nuestra alma. Así, si vamos a la plaza, sea tal la serenidad y ponderación de nuestro porte que cause admiración a los que encontramos. Que nuestra mirada no se distraiga por todas partes, ni nuestros pasos anden a la deriva, que nuestra boca pronuncie las palabras con calma y suavidad; en una palabra, que todo nuestro aspecto exterior refleje la belleza interior de nuestra alma”. (San Juan Crisóstomo, “Sermo ad neophytos”, VIII, N. 26). “Él es quien da a merecer alguna cosa preciosa entre los senadores y señores, como es la dignidad que yo tengo -le enseña su padre-, como un sueño y sin merecimiento mío, no mirando nuestro señor cuan poco merezco”[5].

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Estas palabras quedan bien en el ambiente familiar de Juan Diego. El que habla por la pluma de Sahagún es un señor que da consejos a su hijo y humildemente se refiere a Dios como dador de todo bien.

“Nunca dije -continúa-, yo quiero esta dignidad, sino que lo quiso así nuestro señor, y ésta es misericordia que ha hecho conmigo, que todo es suyo, y todo lo da nuestro señor y todo viene de su mano, porque a ninguno conviene que diga quiero ser esto, o quiero esta dignidad, porque ninguno escoge la dignidad que quiere; sólo dios da lo que quiere, a quien quiere, y no tiene necesidad de consejo de nadie sino sólo su querer”[6].

Son conceptos muy elevados acerca de la Providencia de Dios y de su voluntad acerca de sus hijos los hombres. Fray Bernardino es muy profesional en su tarea de transmitir lo que sus asesores iban traduciendo del náhuatl. No hay aquí nada que pueda parecer invento de un fraile piadoso.

“Procura saber algún oficio honroso, como es el de hacer obras de plumería y otros oficios mecánicos; (estas palabras cuadran muy bien -con exactitud- en la vida de Juan Diego, porque en las excavaciones arqueológicas en su casa en Cuauhtitlán se encontraron los elementos necesarios para realizar varios oficios); también -continúa- porque estas cosas son para ganar de comer en tiempo de necesidad. Mayormente, que tengas cuidado de las cosas de la agricultura...”[7]

Estos consejos le valieron a Juan Diego más que el oro nativo, sin duda alguna. Cuando se ve privado de toda dignidad a causa de la conquista española, él se retira de Tetzcoco y de sus “amigos vencedores”. Se resiste a aprender a hablar el castellano y, como sabe trabajar, pone en práctica las enseñanzas recibidas: Alfarería (con el calor y estilo de Cuauhtitlán); la elaboración de “petates” -esteras de tule-; se dedicó al cultivo de las abejas con métodos casi iguales a los que se emplean actualmente; además, entre él y su tío cultivaban sus tierras, especialmente el maíz, que les daba el pan y las tortillas. Las aves y las yerbas, que dan sabor, nunca faltaron en su mesa. A pesar de saberse desterrado de los lares paternos y alejado de los centros del poder situados en Tetzcoco, él vivía con la serena seguridad de los bienes obtenidos por sus propias manos.

“No hay en el mundo ningún hombre que no tenga necesidad de comer y beber, porque tiene estómago y tripas; no hay ningún señor ni senador que no coma y beba; no hay en el mundo soldados y peleadores que no tengan necesidad de llevar su mochila”[8].

Su padre dice al muchacho que lo más importante es que tenga cuidado de hacerse amigo de dios, “que está en todas partes” y “es invisible e impalpable”; a él conviene darle todo el corazón y el cuerpo, y mirad que no os desviéis de este camino...[9] Altísimos conceptos, que dan un profundo sentido a la vida de una persona que encuentra a Dios en su camino.

Le recomienda que tenga paz con todos, que se cuide de no despreciar a nadie. Igualmente le dice que es muy necesario que sea humilde, que no se meta en líos de palabras, aprendiendo a callar. Le invita a ser sufrido, sabiendo que dios le dará honra.

Algo que no debe olvidar, es que el tiempo lo da Dios en este mundo y no debe perderlo, “porque es muy necesario vivir de día y de noche ocupado en cosas de provecho”[10].

La vida debe seguir su curso, y un hombre tiene una misión que cumplir en cualquier latitud y bajo cualquier circunstancia. Juan Diego respetó a fondo los consejos recibidos de sus mayores, no los miró como una carga o imposición. El Calmecac -el colegio donde los jóvenes aprenden a vivir la virtud- le daría una buena preparación para la vida y las palabras de su padre serían como la buena semilla que cae en terreno abonado, en buena tierra.

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[1] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro XVII. Del razonamiento, lleno de muy buena doctrina en lo moral, que el señor hacía sus hijos cuando ya habían llegado a los años de discreción. N. 1 y ss., pp. 342 y ss.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, Nos. 1 y 2, condensados, p. 342. Emplearía otra palabra náhuatl que indica el Ser Supremo.

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 3, p. 342.

[4] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 4, p. 342. “Teotl” - Dios, siguiendo la mentalidad de un escritor católico que traduce del náhuatl.

[5] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 8, p. 343. Por ser un escrito proveniente del habla náhuatl, empleamos Dios, o dios, siempre en el mismo sentido: “el Ser Supremo”.

[6] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 9, p. 343.

[7] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 15, p. 344.

[8] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 19, p. 344.

[9] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 23, p. 344.

[10] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XVII, n. 27; resumidos, p. 345.

Una sincera manera de vivirPor Dr. Roberto Robles Nieto

Juan Diego puso atención a estas lecciones y las hizo suyas. Para él no eran palabras huecas, sino reglas de comportamiento personal en las que meditó largo tiempo y dieron buen fruto en su vida. Aquellos que años después tuvieron ocasión de tratarlo, hicieron comentarios elogiosos de su manera de ser[1].

Pudo haber vivido de otra manera, pero estaba bien advertido de que, si no seguía las recomendaciones recibidas, “se daría a conocer como un gran bellaco: sin sentido ni cordura, que tendría por herencia la hierba embrutecedora, el pulque y el hongo intoxicante”[2]. “Con ellos rodarás, te perderás tú mismo; de modo que ya no tengas sentido de ti mismo”[3].

Es en la juventud cuando un hombre decide muchas cuestiones, por ejemplo, si va a casarse o no, y con quién. Juan Diego conoció a una muchacha de la que se enamoró, llamada “Malintzin”[4]. Siendo él inteligente y cuidadoso en su manera de ser, no cualquiera podía ser su mujer, pero ella había recibido parecidos consejos, y tenía su propia alcurnia. Vivía junto a la propiedad de su padre llamada “Tepetlaostoc”, vecina de unas tierras de Juan Diego en Ixhuatepec.

“... y no hagas amigas entre las mentirosas, ladronas, disolutas, frecuentadoras de casas, perezosas, para que no te contagien. Tampoco salgas a la puerta, ni te quedes en el mercado, en el camino, junto al agua”[5].

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[1] INFORMACIONES DE 1666. Los testigos indios de Cuauhtitlán son ocho, y todos declaran la virtud de Juan Diego. El primero de ellos, Marcos Pacheco -de más de 100 años-, dice que su tía María los amonestaba: “Dios los haga como a Juan Diego”.

Cfr. LUIS MEDINA ASCENCIO: “Documento Guadalupano, 1531-1768”, México, Centro de Estudios Guadalupanos, A.C. 1980, pp. 123-133.

[2] Son los llamados “hongos alucinógenos”. En vez de pulque -que estaba socialmente prohibido-, en las fiestas daban de fumar los anfitriones a los invitados esos hongos desecados, que causaban una insólita borrachera: a unos hacían reír, a otros llorar.

[3] En náhuatl, uno es el “Tapatl”; otro el “mixitl”. El primero es el que se llama “toloache”, gran agresor del sistema nervioso. Esta es la “hierba embrutecedora”; beberlo equivale a fugarse voluntariamente de la vida, sin morir.

[4] “Malintzin” era un nombre empleado comúnmente entre los pobladores del valle de Anahuac; sonaba elegantemente. A una mujer que se volvió famosa y llevó este nombre, los españoles le dijeron “Malinche”: Acompañó a Cortés como traductora. Su nombre significa “enredadera” y “tzin” es un diminutivo afectuoso. Es una enredadera que se apoya en trozos de madera que van artísticamente superpuestos unos entre otros.

[5] OLMOS, FRAY ANDRES DE: o.c., Manuscrito f. 132, V, No. 9. Citado por Ángel María Garibay K. en “Historia de la Literatura Náhuatl”, T.I., p. 418 Ed. Porrúa, 2a. Edición, México 1971 p. 418.

La alegría de vivirPor Dr. Roberto Robles Nieto

Para un muchacho la vida es feliz, a menos que tenga que enfrentarse con asuntos serios que afecten a su familia o a él mismo. Juan Diego no tenía mayores cosas de que preocuparse, porque tenía seguridad económica, estaba al lado de sus padres y apenas comenzaba a ver la vida por su cuenta.

El “Tlacateo” -o “Calmecac”- de Tetzcoco, le había dado fortaleza física, había templado su carácter para que se pudiera dominar la adversidad cuando se hiciera presente. Nada impedía que él se dedicara con gusto al deporte, todos los relacionados con las artes marciales le eran familiares; y el “Juego de Pelota”. Éste era además un espectáculo que siempre atraía al público, y necesitaba destreza y fuerza física.

Había terminado sus estudios en Tetzcoco. Su padre lo vigilaba de cerca, tanto como le era posible, y deseaba para su hijo una buena conciencia en relación con “Tloque Nahuaque”, ese Ser Único, Omnipotente, Eterno, que conocían los chichimecas desde hacía siglos y el Gran Tlatoani Netzahualcoyotl -dos generaciones atrás- lo había llevado a la mente y los corazones de estas gentes que pertenecían a su Señorío.

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Juan Diego tenía muchas fiestas a las que podía asistir, la mayor parte eran de carácter religioso, que se celebraban con música, canto y danza. El había aprendido a bailar con soltura y se vestía de acuerdo a su grupo, con elegancia y joyas, podía usar oro, piedras preciosas y vistosos plumajes. Su rango familiar exigía que el se presentara así ante los demás.

Según los retratos que tenemos de él -los pintores pudieron informarse fácilmente con quienes lo conocieron-, era de estatura regular, tendiendo a ser un hombre alto; su dieta alimenticia permitió que se desarrollara bien. No había presentado enfermedades de importancia. En aquellos tiempos la conclusión de estos padecimientos graves era generalmente la muerte. Cuando Juan Bernardino enferma y está para morir, se debe a una enfermedad conocida como “cocolixtli”, que ahora se domina sin mayores problemas: es la “tifoidea”, una infección intestinal causada por el agua contaminada.

La alegría en los años de juventud no necesita “octli” -el “pulque”-, la sabia del “maguey”, espesa, fermentada y embriagante. Un hombre de su condición no podía darse el lujo de perder la cabeza por el alcohol.

Los amigos que tenía en Tetzcoco eran de su mismo estilo; este grupo, integrado por sus hermanos y compañeros del “Calmecac”, había estado bajo las indicaciones de Netzahualpilli, el Tlatoani que heredó el cargo a la muerte de su padre Netzahualcoyotl.

Eran profundamente religiosos, y la austeridad en que vivían, aun teniendo medios de fortuna y una envidiable posición social, hacía que pudieran vivir mejor las virtudes que perfeccionan el espíritu. Él y sus compañeros se forjaron en una nobleza que templa el carácter, no en la vida muelle del palacio del Tlatoani y sus elegantes funcionarios públicos. A los jóvenes no les estaba permitido vivir así.

Juan Diego llegaba a su casa rendido de cansancio, después de haber bailado horas y horas. Su madre le daría chocolate, preparado a la usanza de Tetzcoco.

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La buena educación recibidaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Es de llamar la atención que estas gentes, tenidas por “salvajes”, fueran tan cuidadosas en los preceptos de la buena educación. Llegaban a los más pequeños detalles: “no estarás dando golpecitos con los pies, como quien se distrae; no volverás el rostro a uno y otro lado; no te detengas de repente”[1]. Parecen naderías, pero estas minucias dan el tono en las relaciones sociales. Aquí está la raíz de la reconocida “cortesía del mexicano”.

Juan Diego no levantaba la voz al hablar; hacer esto entre los chichimecas y en general entre los pobladores indígenas del Valle del Anáhuac, era una evidente falta de buena educación: “conviene que hables con mucho sosiego”, no alces la voz, para que no se diga de ti que eres vocinglero y desentonado, bobo, alocado, o falto de educación”[2].

Hasta para caminar tenían indicaciones precisas: “cuando sigas tu camino, no vayas viendo de un lado a otro, sino que irás con la cabeza inclinada, atento a tu camino. Tampoco irás arrastrando la ropa, ni dando palmadas con las manos, ni en un zig-zag. No te recargues ni te apoyes en el hombro de otro, etc., etc.”[3].

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Por supuesto que ser una persona llena de finura humana -muy del corte oriental; aquí hay muy poco de la rudeza del europeo-, nunca le impidió a Juan Diego el ejercicio de las artes marciales y el deporte.

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[1] OLMOS, FRAY ANDRES DE: o.c., Ms. No. 27. Traducción al francés de Remi Simeon, en Ángel Ma. Garibay K.: “Historia de la Literatura Náhuatl”, o.c. p. 417. El texto es más extenso.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, Cap. XXII, n. 4, p. 360. En enero de 1547, termina Fray Andrés de Olmos su “Arte de la lengua mexicana”. Este documento es el que utiliza Remi Simeon; en él se encuentra un buen fragmento del “Huehuetlatoli” - “Pláticas de los Ancianos”, que utiliza para su Libro VI.

[3] GARIBAY K., ANGEL MARIA: o.c., Ms. en la Biblioteca Nacional de México, foja 8; él es quien numera en este caso, porque está sin paginar.

La sensibilidad del mexicanoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Podía, y todavía puede darse el caso -aunque excepcionalmente-, que un mexicano sea un prodigio de finura en el trato y emplee expresiones llenas de sutileza, pero en un momento dado, por el sesgo que toma la conversación, se indigne, pierda la compostura y lance un reto al que ha lastimado su orgullo.

Puede ser a golpes, o a muerte, según las circunstancias; o bien, que sonría de un modo ligeramente burlón porque ha decidido esperar calmadamente el tiempo de la venganza... No es de fiar..., es mejor tratarlo bien.

Si con el que habla es su amigo y lo conoce bien -y aún así puede equivocarse-, sin pretenderlo, casi sin darse cuenta, estará al pendiente de algunos detalles tan insignificantes como el brillo de los ojos al decir una palabra, o la mirada distraída al comentar algo...; o de plano, está muy claro que ése que está hablando, “lo ha mirado feo”; es decir, lo ha visto con altanería o con desprecio, quizá apenas un instante, y que -de adrede- no ha querido darse por enterado de cuánto lo lastima con esas expresiones tan inocentes en apariencia. Esto, además de ser un insulto, es una burla. Si hay gente alrededor, guarda un silencio expectante, porque está contemplando el juego de las segundas intenciones.

Este es un lenguaje clarísimo y no pronunciado entre mexicanos. No hacen falta palabras, dado que cuenta más “lo que no se dice”, y así se hacen y deshacen negocios y se destruyen antiguas amistades..., todo depende... ¿de qué? De tantas cosas impalpables y apenas perceptibles que intervienen en la conciencia humana. Se podría decir: -“Para un mexicano, otro mexicano”, o bien, -“para un indio, otro indio”. Juan Diego no andaba en problemas de este estilo; él era un hombre de paz y era reflexivo.

Que viajara a Tetzcoco no tiene nada de extraño, porque allí se ventilaban los asuntos que tenían que ver con sus tierras; recibía las noticias de los últimos sucesos, ya fueran de guerra o de paz; allí vivían

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los parientes ricos, y no tan ricos, y además quería estar al tanto de las cuestiones propias de la religión.

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TetzcocoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Al llegar a Tetzcoco, Juan Diego habló en su lengua nativa, el náhuatl. Éste era el idioma común en el Valle del Anáhuac y en todos los territorios dominados por la Confederación, integrada por Tenochtitlán, al centro del lago, y Tetzcoco, al oriente, y Tlacopan -hoy Tacuba-, al poniente del lago. Él se expresaba en su idioma con gran precisión y elegancia.

También sabía escribirlo con destreza, dibujando rápidamente en el papel que entonces estaba en uso, los “glifos” -trazos sencillos, a veces coloreados, que representaban ideas-, que con tanto cuidado había aprendido en sus tiempos de estudiante[1].

El ejercicio de la memoria estaba ligado a la lectura, para poder interpretar correctamente lo que allí se había consignado, a veces con mucho arte. Estaba tan desarrollada la memoria entre los muchos indígenas, que los españoles cuando lo advirtieron se admiraron mucho, porque bastaba que oyeran una sola vez un sermón para que pudieran repetirlo, acto seguido, todo entero[2]. No es de extrañar que cuando la Virgen María hable en náhuatl con Juan Diego, él recuerde punto por punto la conversación.

No habían llegado aún los españoles y todo en aquellas regiones debía estar en paz. Pero esta manera tranquila de vivir se veía alterada con facilidad por la situación de guerra en que se encontraban los habitantes del lago de modo permanente: sus dominios eran ya muy amplios, recibían tributo en los señoríos sometidos a ellos y, además, se volvía una necesidad imprescindible conseguir víctimas entre los guerreros vencidos, para ofrecerles en sacrificio a los diferentes “númenes” -cualquiera de las representaciones de los atributos de Dios-, venerados por los indígenas. Hacían referencia a la Dualidad -y mediante ésta, al Dios único, al Dador de la vida-, a la que rendían acatamiento y homenaje. La gente que vivía como Juan Diego estaba en paz, los funcionarios, guerreros y comerciantes, que aunaban los negocios con la aventura, no conocían esa paz de Juan Diego.

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[1] Estos documentos estaban escritos por el “Tlacuilo” (“el pintor de signos”), mediante los cuales se guardaba la memoria de los hechos. Ninguna nación en América conocía el arte de escribir combinando caracteres; pero si por “escribir” se entiende representar y dar a conocer la posteridad, mediante glifos y caracteres, la historia de su pueblo y los hechos importantes que afectaron su vida, entonces podremos decir que tuvieron su propia manera de escribir. Es cierto que tal arte era conocido y tenía gran uso entre los mexicanos y demás naciones cultas del Anahuac.

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[2] MENDIETA, FRAY GERÓNIMO DE: “Historia Eclesiástica indiana”, Libro III, Cap. XIX, México 1945.

El colibrí zurdoPor Dr. Roberto Robles Nieto

HUITZILOPOXTLI Y LA INTERPRETACIÓN PERTINENTE

Al aproximarse a Tetzcoco vio a lo lejos los pináculos de las diferentes pirámides de los “calpulli” -los barrios- en que se encontraba dividida la ciudad; la pirámide mayor, y un templo que siempre le había inspirado reverencia. Era un edificio que tenía en su pare superior una torre de nueve pisos, que “significaban nueve cielos: el décimo servía de remate para los otros nueve. Este último estaba matizado por la parte de fuera en negro y tachonado de estrellas; por dentro, todo este espacio se encontraba engastado en oro, pedrería y plumas preciosas”. Desde los días de Netzahualcoyotl fue dedicado al Ser que “nadie había visto ni conocido hasta entonces”, y lo más extraordinario es que “no estaba representado en el interior del aposento por ninguna estatua o ídolo”[1].

Tetzcoco era el principal Señorío y cabecera de la Federación chichimeca en los tiempos de Juan Diego; el más poderoso, exceptuando solamente el de México-Tenochtitlan.

El Señorío de Tetzcoco -al que los españoles llamaron “reino”-, se había organizado por señoríos menores en número de catorce, y sus gobernantes eran considerados Señores principales ante el “Tlatoani” -el Gobernante de mayor importancia-, que los representaba a todos en la Confederación de las tres ciudades: Tetzcoco, Tenochtitlan y Tlacopan. Existía, pues, una administración central, a cargo de consejos generales, mayordomías y un aparato judicial[2].

Juan Diego bien sabía que existía en Tetzcoco otro tribunal, bastante peculiar, que se reunía en una gran sala del “Tlacateo” -Escuela de los Infantes- cada ochenta días. Se daban cita allí, puntualmente, el día señalado, el “Tlatoani”, sus hijos e hijas, los demás familiares; y los maestros y tutores, y todos los grandes del Señorío. Allí en su estrado, a manera de púlpito, subía un orador que comenzaba en su discurso a reprender públicamente todos los vicios y cuestiones dignas de ser reprobadas: ya fueran de la vida pública o privada, ya se tratara del mismo “Tlatoani”, o del último de los sirvientes que formaban parte de su Casa de Gobierno. Generalmente el que hablaba era un sacerdote viejo, virtuoso y hábil, quien a lo largo de unas tres horas decía lo que era menester corregir y remediar, al tiempo que alababa el camino de la virtud y su provecho. Igualmente, instaba al auditorio acerca de guardar cuidadosamente las leyes establecidas[3].

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[1] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Historia chichimeca”. Publicado y anotada por Alfredo Chavero. México 1891-1892. Reimpresión con prólogo de Dávila Garibi 1965, México, D.F. T. II, p. 227.

[2] MARTINEZ, JOSE LUIS: “Netzahualcoyotl, vida y obra”. Fondo de Cultura Económica. México 1990. Cuarta reimpresión, p. 35.

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[3] ALBA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Historia Chichimeca”. Publicado y anotado por Alfredo Chavero. México 1891-92. Reimpresa en México, 1965, pp. 183-4. Acerca del “Tlacateo”, colegio de los hijos de los nobles y pochtecas (grandes comerciantes) muy acaudalados, fue probablemente la réplica del “Calmecac” de los mexicas.

El palacioPor Dr. Roberto Robles Nieto

Siempre, desde que era niño, a Juan Diego le causó admiración el Palacio y no era para menos, porque se trataba de una construcción en forma de gran cuadrilátero, vecino al lago por el poniente. Los muros norte y sur tenían una extensión de 1,031metros, mientras que los del oriente y poniente medían 817 metros.

En el interior, entre grandes y medianos aposentos, había más de trescientas habitaciones, distribuidas en torno a dos patios principales; el mayor de ellos, rodeado de columnas donde se apoyaban las terrazas que le daban sombra, servía de plaza o mercado -que aquí a veces son sinónimos-, y allí se encontraba la instalación propia del deporte que atraía a las multitudes, el “Juego de Pelota”.

Una de las entradas principales del palacio recibía el nombre de “la Universidad”; era el lugar donde se reunían los poetas, historiadores y filósofos del Señorío, divididos en sus academias respectivas. En las habitaciones más próximas tenían a mano el archivo más importante de la ciudad.

El lado norte estaba destinado a las salas y aposentos de los Gobernantes de la Confederación, quienes siempre estaban seguros de ser muy bien recibidos y hospedados. Si había rencillas entre ellos, no se ventilaban al exterior. También eran bien recibidos todos los Señores de la demarcación de Tetzcoco, aunque más de alguno tenía en la Capital su propia casa. Este era el caso de Juan Diego.

También hacia el norte estaba situado el jardín zoológico, las jaulas para las aves y los estanques para los peces, donde se habían reunido todos los animales conocidos en el mundo indígena. Los que no era posible tener allí, estaban representados en figuras de pedrería y oro[1].

Un siglo mas tarde, el naturalista español doctor Francisco Hernández, pudo ver aún los restos de esta colección de la flora y la fauna mexicanas, reunida en el ya para entonces derruido palacio. Su visita a este lugar le sirvió para hacer algunas ilustraciones de su “Historia Natural de Nueva España”[2].

Tetzcoco florecía en el mundo de los nahoas -indígenas de habla náhuatl, descritos en plural- como centro de irradiación cultural: era digna de admiración su colección de documentos que fue la más importante del mundo indígena. Desde Netzahualcoyotl hasta los tiempos de Juan Diego, se reunieron en ese palacio varias colecciones que los españoles describieron como “libros pintados”. Fueron: anales históricos, cronologías, genealogías, leyes, ritos y ceremonias religiosas, oraciones, fórmulas mágicas, calendarios adivinatorios y descripciones de dominios y tributos[3].

Se distinguieron los educados en esta ciudad por su manera de hablar. Decía Durán: “es en todo esmerada y política, avisada y retórica, de linda lengua, elegante y pulida, cuya pulicia (pureza del lenguaje) en el hablar puede tener la prima (primacía) como Toledo en España, que salidos de ella es tosquísima la demás y bárbara”[4].

Dice Pomar, que “las leyes y ordenanzas y buenas costumbres y modo de vivir que generalmente guardaban en toda la tierra procedían de esta ciudad (...). Comúnmente se decía que en esta ciudad tenían el archivo de sus consejos, leyes y ordenanzas, y que en ella les eran enseñados para vivir honesta y políticamente y no como bestias”[5].

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Por su parte, William Prescott escribió en un arranque de entusiasmo: “Tetzcoco podía gloriarse de ser la Atenas del mundo occidental”[6].

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[1] ALBA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., T.II, pp. 174-181.

[2] HERNÁNDEZ, FRANCISCO: “Historia Natural de la Nueva España”. Obras Completas. Universidad Nacional Autónoma de México. Vols. II y III. México 1959. Citado por José Luis Martínez, o.c. p. 301.

[3] MOTOLINÍA, FRAY TORIBIO: “Historia de los Indios de la Nueva España”. Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuántos. “Epístola proemial” , nn. 5 y 6, pp. 213. Escribe acerca de la consideración que los españoles tuvieron de los documentos indígenas.

[4] DURAN, FRAY DIEGO: “Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme”. Versión de Ángel Ma. Garibay K. Ed. Porrúa. México 1967, T. II, p. 12.

[5] POMAR, JUAN BAUTISTA: “Relación de Tetzcoco”, en “Nuevos Documentos de García Icazbalceta” 1881, reimpreso en México 1942, p. 22.

[6] PRESCOTT, WILLIAM: “Historia de la Conquista de México”, Colección Sepan Cuántos. Editorial Porrúa, México 1970, Libro I, Cap. 6 p. 82.

Un indio genial ilumina su tiempoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Cuando un hombre es capaz de elevarse a las alturas del pensamiento a donde pocos llegan, sobresale por encima del común de los mortales y recibe el calificativo de “genio”. Este es el caso de Netzahualcoyotl.

El trabajo intelectual de este gobernante de Tetzcoco, influyó notablemente en la vida de Juan Diego.

El día 28 de Abril, al filo de la media noche del año de 1402, nació en Tetzcoco[1] -capital del señorío chichimeca de Acolhuacan-[2], el hijo de Ixtlilxochitl Ome Techtli -también conocido como Ixtlilxochitl el Viejo-, con un parentesco muy cercano con los señores de México Tenochtitlan. El pequeño nació bajo el siguiente signo “será noble y principal, dará de comer y beber a unos, y a otros dará vestidos y joyas”. No se quebró mucho la cabeza el adivino, porque su padre era el sexto señor chichimeca.

Su nombre se publicó por todos los rincones del Señorío; le tocó en suerte llamarse: Acomiztli Netzahualcoyotl, que significa: “Fuerza de León, Coyote Hambriento”[3].

Este niño, en cuanto tuvo uso de razón, entre los seis y los ocho años, fue enviado al “Calmecac” y comenzó la severa educación destinada a la nobleza[4]. Tuvo allí un buen maestro: Huitzilihuitzin, considerado en su tiempo un gran filósofo, quien despertó en el joven alumno el interés por el pensamiento tolteca. En el colegio cultivó su sensibilidad poética y su piedad.

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En su temprana juventud comenzaron los problemas con Tezozomoc, Señor de Atzcapotzalco, que gobernaba el pueblo “tepaneca” en la orilla opuesta del lago.

Ante las frecuentes escaramuzas guerreras, su padre Ixtlilxochitl el Viejo, reafirmó su posición de gobernante e hizo nombrar heredero al niño Netzahualcoyotl que contaba entonces con solo doce años de edad. Seguramente le impresionaron las palabras llenas de humildad que pronunció solemne su padre, de acuerdo al ceremonial.

El 24 de septiembre de 1418, un soldado trajo la noticia de que la guerra iba tan mal para Tetzcoco, que estaban rodeados y no tardaría en caer en poder de sus enemigos. -“Hijo mío, muy amado, brazo de león: ¿A dónde te tengo que llevar...?” Las palabras conmovidas de su padre hicieron llorar al muchacho. Desde un escondite en el mismo teatro de la guerra pudo ver cómo ese hombre que era bueno y lo amaba, moría valientemente. Tenía entonces dieciséis años y heredaba un señorío que acababa de conocer el sabor de la derrota.

El heredero fue protegido por tres nobles tezcocanos, valerosos y leales. En la desgracia del destierro comienza a hacer alianzas entre los señoríos vecinos. Los señores de Tlaxcala eran sus tíos y le dieron protección. En su inquietud juvenil, para estar más cerca de su patria se fue a Chalco, allí lo reconocieron y cayó en manos de sus enemigos.

Quetzalmacatzin lo alimentó en la prisión y cambió sus ropas con él cuando se decretó su muerte. Vida por vida: Netzahualcoyotl pudo huir de nuevo y su salvador fue ajusticiado.

En el año de 1427, muere Tezozomoc, su mortal enemigo, en Atzcapotzalco. Le sucede Maxtla, su hijo, un hombre cruel -había matado a su hermano para apoderarse del mando-, no se detiene ante nada para asegurar su poderío. ¡Cuántas veces estuvo Netzahualcoyotl a punto de caer en sus manos! Era un perseguido, condenado a muerte.

Maxtla y antes Tezozomoc, habían colmado la medida de las injurias que podían soportar los pueblos a orillas del lago. Surge un momento propicio, y a la voz de Netzahualcoyotl se forma una alianza: son muchos pueblos los que están dispuestos para ir a la guerra. Recibe ayuda de México que ya es fuerte, y el primer Moctezuma es su primo; pero la altivez de los mexicanos disgusta a sus aliados. A pesar de todo, cuentan con tres escuadrones, uno de ellos capitaneado por Netzahualcoyotl. La guerra duró ciento quince días y al final vencen los pueblos. Allí terminaron los días de gloria de Atzcapotzalco.

El vencedor vuelve a Tetzcoco y reorganiza el Señorío. Tiene entonces veintinueve años de edad. Es el año 4 Caña, ó 1431.

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Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Historia Chichimeca”, acotada por Alfredo Chavero 1891-92, reimpresión 1965, p. 82.

[2] ALVA, IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., p. 37. “Chichimeca” significa “Águilas”, y “Acolhuacan”, gente alta y de anchos hombros, para distinguirse de los “Colhuas” -los “mexicas”-, más bajos de estatura. Tetzcoco significa “En las varas duras y resistentes”.

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[3] MARTINEZ, JOSE LUIS: “Netzahualcoyotl vida y obra”, cap. I y II, pP. 11 y 55. Para mayor amplitud en la biografía de este personaje, consultar: “Biblioteca Americana”, Fondo de Cultura económica, 4ª. Reimpresión, México, D.F. 1990. Consultar también las notas correspondientes.

[4] POMAR, JUAN BAUTISTA: “Nueva Colección de documentos para la Historia de México”, nueva trascripción dirigida por Ángel María Garibay K. Apéndice I, en Ppoesía náhuatl”, U.N.A.M. México 1964, T.I., pp. 109 y 111.

El sufrimiento, a unos eleva y a otros abatePor Dr. Roberto Robles Nieto

Habían pasado diecisiete años desde que su padre lo nombrara heredero de Tetzcoco. La ceremonia de investidura como Gran Gobernante fue muy solemne: recibió la máxima dignidad de “Acolhua Tecuhtli”. El discurso que pronunció en esa ocasión dice entre otras cosas:

“¡Oh señor nuestro humanísimo -se refiere a “Ipalnemouani”: El que está en todas partes, pero nadie puede ver- tú eres quien me amparas, el gobernante invisible e impalpable! Bien sé que tienes conocido que soy un pobre hombre, de baja suerte, criado y nacido entre el estiércol, hombre de poca razón y bajo juicio, lleno de muchos defectos y faltas, que ni se me conocer, ni considerar quien soy...”

No quiere aparecer entre los suyos como un hombre engreído y soberbio. Por eso hace gala de una humildad que no está lejos de la realidad y cae bien a todo hombre nacido de mujer.

Continúa implorando a Dios: “Tened por bien darme un poquito de luz, aunque no sea más de cuanto echa de sí una luciérnaga que anda de noche, para ir en este sueño y en esta vida dormida, que dura como el espacio de un día, donde hay muchas cosas en que tropezar, y muchas que dan ocasión de reír, y otras que son como camino pedregoso, que se ha de pasar saltando...”[1]

El que ya es Alcolhua Tecuhtli Netzahualcoyotltzin, se inclina reverente ante el sacerdote llamado Quequetzalcoa, sucesor de Quetzalcoatl, quien entre muchas frases de profunda sabiduría acerca del arte de gobernar, le dice:

“No debes decir o hacer cosa alguna arrebatadamente, oye con mansedumbre y por entero las quejas e informaciones que te presenten (...). Mira que la dignidad que tienes y el poder que se te ha dado sobre el Señorío, no sea ocasión de ensoberbecerte o de volverte altivo...[2] Conviene que tengas mucho cuidado en no decir palabras de burla o de donaire, porque esto causará menosprecio de tu persona...”

Su gobierno fue de larga duración: cuarenta y un años, y Tetzcoco vivió una época de oro: de continua prosperidad y mejoramiento en las costumbres.

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[1] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, cap. IX, Nos. 1, 18 y 26, pp. 319 y ss.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, cap. X , No. 37, p. 325.

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Al árbol se le conoce por sus frutosPor Dr. Roberto Robles Nieto

Si Tetzcoco se engrandeció por la belleza de su arquitectura, la maestría de sus artistas y el cultivo de la inteligencia de sus mejores hombres, donde más sobresalió -e iluminó su tiempo- fue en el cultivo de los valores del espíritu y en el conocimiento natural de Dios; es aquí donde brilló con singular esplendor la inteligencia prócer de Netzahualcoyotl.

Hacia el año 1464, sobrevinieron una serie de desgracias para el Señor de Tetzcoco y su pueblo: el heredero del Gran Tlatoani, de unos veinte años de edad, fue acusado de alta traición a la patria y ejecutado. La guerra contra los “calcas” un grupo indígena vecino, muy belicoso-, se volvía feroz. Andaban de cacería dos hijos de Netzahualcoyotl y dos de Axayacatl, Tlatoani de Tenochtitlan, y fueron muertos en una emboscada; después ultrajaron con escarnio sus cadáveres.

Afligido por las adversidades recurrió a los sacerdotes, quienes le recomendaron grandes y solemnes sacrificios a los diferentes númenes que reverenciaban en Tetzcoco; en esta ocasión parece no haber puesto objeciones al sacrificio de los cautivos de guerra, y permitió incluso la edificación de templos a los númenes mexicas.

Nada cambió en la vida de tristeza del monarca y se hastió ante la inutilidad de los sacrificios... Tuvo grandes sospechas sobre el culto de los mexicas y decidió buscar la verdad... Esta vez, dentro de su propia alma.

Salió de la ciudad de Tetzcoco y se fue al bosque de Tetzcotzinco, donde ayunó cuarenta días, haciendo oración al Dios no conocido, creador de todas las cosas y principio de todas ellas, a quien compuso más de sesenta cantos, que se guardan hasta el día de hoy. Hacía oración cuatro veces al día...”[1]

No podía faltar la fantasía, que al escribirse se vuelve leyenda; a partir de esos días de penitencia y oración a Dios único, todo cambia: espera un heredero y sus ejércitos se vuelven victoriosos. Ocurrió efectivamente que hacia 1465 los ejércitos de Netzahualcoyotl vencen a sus enemigos y él se vuelve con toda su alma hacia ese Ser grandioso que supera sus fuerzas.

Hay algo que él no alcanza a explicarse, y es bastante comprensible que sea así: dice que ese Ser tan admirable no puede “ser su amigo”, lo ve tan grandioso y a veces tan distante... Hace falta la enseñanza de Jesús de Nazareth para conocer que Dios es Padre Nuestro, que está en el cielo, cuyo nombre es santo; y que no ha habido ni habrá nadie que nos haya amado tanto. Es nuestro Padre Celestial que encierra en Sí todas las perfecciones.

Netzahualcoyotl intuyó la existencia de un Dios único, creador del cielo y de la tierra, muy semejante al que aprendemos a conocer y amar en la Iglesia Católica.

Ya sabemos que la inteligencia humana es capaz de captar por sus propias fuerzas naturales la existencia de Dios y sus principales atributos[2]. Basándose en lo que recibió como preciosa herencia de los toltecas y con la luz de su propia inteligencia Netzahualcoyotl acercó a su pueblo a Dios, y lo hizo de una manera muy elegante: se sirvió de la poesía.

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[1] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., T. II, pp. 224-5.

[2] Concilio Vaticano I: “Constitución Dogmática sobre la Fe Católica”, Tercera Sesión, Cap. II, “De la Revelación”: “La misma Santa Madre Iglesia cree y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido por medio de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana. ‘Las cosas invisibles, después de la creación del mundo, pueden ser conocidas por medio de las visibles’ (Rom I, 20)”.

Flor y canto: La alegríaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Años más tarde, Juan Diego recibiría estos pensamientos acerca del Dios único y verdadero; el que amó el Gran Gobernante de Tetzcoco y dejó en herencia a los suyos como el bien más preciso que podía comunicarles. Juan Diego hizo suya toda esta doctrina propia de su pueblo y de los toltecas.

Netzahualcoyotzin buscó a Dios y no le fue fácil encontrarlo. En los “cantos antiguos” se narra esta incesante búsqueda; en ellos se habla de un Dios, hacedor del cielo y de la tierra, sustento del universo y sus criaturas; también está escrito que hay un lugar junto a él para los virtuosos y otro de penas y trabajos terribles para los malos. A este dios, sin cuerpo humano ni otra figura se referían los indios antiguos en su lengua, “In Tloque in Nahuaque”, que quiere decir: Señor del cielo y de la tierra[1].

Este gobernante poeta, pensador ilustre, llegó a la cima del conocimiento natural de Dios, que llega a su perfección cuando se recibe la Revelación que Él hizo de Sí mismo y se encuentra en la Sagrada Escritura, y en la Tradición católica. Netzahualcoyotl pudo afirmar que hay premio o castigo para los que obran el bien, o el mal[2]. ¿Cómo no iban a mejorar su vida los de Tetzcoco? Sólo unos pocos años después vendría al mundo un niño al que pusieron el nombre de Cuauhtlatoa, mejor conocido por “Juan Diego”.

Hay que tener en cuenta que el padre de Netzahualcoyotl volvió a vivir las costumbres y el pensamiento de los toltecas. De los toltecas proviene también la idea de que hay un doble principio creador: masculino y femenino que se complementan entre sí -idea religiosa que procede del Oriente: China en gran parte- al que llamaron “la Dualidad”. No es Dios, es manifestación del poder creador que Él tiene; los toltecas no se confundieron[3]. Si los de Tetzcoco hubieran dicho que la Dualidad era Dios, habrían caído en contradicción, al desfigurar la idea tan clara que alcanzó y enseñó a Netzahualcoyotl.

La “Dualidad” ha sido confundida con Dios en los últimos años, y esto se debe a una interpretación confusa del pensamiento tolteca y chichimeca. De la “Dualidad” se pueden hacer figuras; de “In Tloque in Nauque”, nunca.

La tradición tolteca se oponía a los sacrificios humanos: Quetzalcoatl nunca condescendió en esto: su sacrificio era de culebras, aves y mariposas. Cuando Huemac llegó al poder en Tula, entre 995 y 1018 de nuestra Era, “comenzó la gran mortandad de hombres en sacrificio”. Quetzalcoatl derrotado prefirió irse lejos. La leyenda lo convirtió en una estrella[4].

Cuando Netzahualcoyotl trae de nuevo a Quetzalcoatl a la mente de su pueblo, hacía muchos años que Tula había caído en el olvido y Teotihuacan era un mudo testigo -con sus altivas pirámides medio destruidas- del Dios que todo lo ve y todo lo contempla, porque está en todas partes.

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[1] POMAR, JUAN BAUTISTA: o.c., pp. 98-9. La numeración es de Garibay.

[2] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: o.c., T.II, p. 244. Este descendiente de Netzahualcoyotl, escribe que sus fuentes han sido varias: 1.- dos Infantes de México; 2.- los “anales” del primer Señor de Chiahutla, y 3.- las relaciones escritas por los infantes de Tetzcoco: D. Pablo, D. Toribio, D. Hernando Pimentel y Juan de Pomar, hijos y nietos del rey Cuitlahuac, y sobrino del rey Motecuhmatzin (Emplea ya la fonética de los españoles). Hay que advertir que no se trataba propiamente de “reyes” según el concepto europeo de la palabra; sino que designa a “mandatarios”, personas que ejercen la dirección y el poder, pero así fueron considerados por los españoles.

[3] A veces, Dios con mayúscula en el texto, facilita la comprensión de lo que se está tratando, porque es más fácil darse cuenta del pensamiento de los toltecas, actualizado siglos después en Tetzcoco. Escribir “dios”, con minúsculas, se refiere al mismo ser, sólo que tal como lo consideraron lo indios de ese tiempo, antes que llegaran los misioneros españoles.

[4] Anales de Cuauhtitlán. Manuscrito traducido por Primo Feliciano Velásquez. Imprenta Universitaria, México 1945. pp. 38 y 50.

La profecíaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Causa extrañeza que al mismo tiempo que en Tetzcoco se rendía culto a la divinidad de los toltecas, se continuara la construcción del templo a Huitzilopochtli. ¡Oh México!: siempre bordeando las líneas de la contradicción. Son dos pasiones simultáneas, que ocasionaron dos ambientes, con diferentes ánimos; uno guerrero y con tremenda efusión de sangre humana; y el otro, lleno de paz y serenidad; y lo sorprendente fue que vivieron en armonía. No es precisamente “la Dualidad” que aprendió el mexicano desde su propia cuna, sino un efecto de esta misma dualidad.

El guerrero y el hombre de paz se complementan. Los dos son necesarios, aunque tuvieran expresiones tan distintas. Son propiamente dos culturas que afloran en la vida de este pueblo.

Una es trágica y dolorosa y la otra llena de paz y de concierto. Las dos estuvieron presentes en lo alto de la Gran Pirámide el Templo Mayor-; allí estaba Tlaloc el pacífico creador de la maravilla del quehacer de todos los días: conservar el agua y el verdor de selvas y bosques: y el otro: el del temible y temido Huitzilopoxtli, de nombre poético y creador del destino funesto. Estamos en el año “Ce Acatl” -2 Caña- es decir, 1467.

El viejo monarca Netzahualcoyotl veía con tristeza ese edificio, señal evidente de la influencia mexica en sus propios dominios. Le dolía ver ese templo levantado para la muerte, y compuso un canto que aseguraba su destrucción y la de su propio mundo:

“En tal año como éste (Ce Acatl) Se destruirá este templo que ahora se estrena ¿Quién se hallará presente?, ¿Será mi hijo o mi nieto?

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Entonces irá en disminución la tierra. Y se acabarán los señores. De suerte que el maguey pequeño y sin sazón será talado, Los árboles aún pequeños darán frutos, Y la tierra siempre defectuosa, siempre irá a menos”[1].

Se cumplió a la letra esta predicción. Según la cuenta náhuatl de ciclos de 52 años, se inició la conquista española un nuevo año “Ce Acatl”.

Dos años después de haber descrito este destino funesto, fue a visitar a su primo Moctezuma “Ilhuilcamina”[2] -estaba en el gobierno de México desde 1440-. Este Gran Gobernante enfermó en 1469 y el de Tetzcoco compuso un poema:

“Tú con preciosos sauces Verdes, cual jade y quetzal, engalanas la ciudad: La niebla se cierne sobre nosotros...” [3]

Esta niebla es la muerte, que se acerca silenciosa a los dos grandes señores. Ese mismo año murió Moctezuma I “Ilhuicamina”, y en la mañana del “Chicuace tecpatl, ó 6 Pedernal, en el año 1472, murió el Señor de Tetzcoco, a los 70 años de edad.

“Allí está el Árbol Florido junto a los atabales: En él vive el ‘quetzaltototl’ en que se convirtió Netzahulcoyotl: Vive cantando floridos cantos y con ello se Alegran las flores”[4].

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[1] ALVA, IXTLILXOCHITL, FENANDO: o.c., T.II., p. 236. Así como otros anuncios indígenas, señalaron el presagio de la catástrofe que habría de venirles, también Netzahualcoyotl se anticipó lanzando ese poema que es un vaticinio ominoso.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VIII, Cap. I, No. 5, p.449. Moctezuma Ilhuilcamina, V Señor de Tenochtitlan llamado también “Huehue Motecozoma”, “el viejo”. “Ilhuilcamina” significa “Flecha del Cielo”, nombre dado a las personas que, por su origen, se dice aquí que provienen del sol, que está lanzando dardos de luz.

[3] Ms. “Cantares Mexicanos”. Caja fuerte de la Biblioteca Nacional de México, f. 66v- 67r (fragmento). Traducción Ángel María Garibay K., citado por José Luis Martínez: “Netzahualcoyotl, su vida y su obra”. Fondo de Cultura Económica, México 1990 p.87.

[4] GARIBAY K., ANGEL MARIA: “Historia de la Literatura Nahuatl”, T.I. “Cantares Mexicanos”, f. 17. Ed. Porrúa, 2ª. Edición, México 1971. p.101. “El quetzaltototl” es un pájaro de plumaje colorido y exquisito canto

Una vida de trabajo

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La casa de Juan DiegoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Es una hermosa casa, situada en el “calpulli” -el barrio- de Tlayacac, Señorío de Cuauhtitlán -el jeroglífico de la ciudad significa: “Entre los árboles, cerca, o junto de ellos”-, distante de la capital, Tetzcoco, desde donde se gobernaba el dilatado territorio chichimeca.

“...Calpulli o chinacalli, que es todo uno, quiere decir barrio de gente conocida o linaje antiguo, que tiene de muy antiguo sus tierras y términos conocidos, que son de aquella cepa, barrio o linaje”[1].

La tradición nunca interrumpida acerca de la situación de esta morada, que fuera de Juan Diego, afirmó de modo indudable que estaba bajo los cimientos de una capilla levantada en honor de la Virgen María a finales del siglo XVIII. Se eligió precisamente este sitio para la construcción del templo, por el amor y la devoción que siempre le han tenido a Juan Diego sus paisanos en Cuauhtitlán. Consideraron que allí había vivido un hombre santo -una realidad que ha sido siempre timbre de orgullo para todos ellos -, porque Juan Diego, que allí nació y vivió, recibió el privilegio de contemplar a la Madre de Dios aquí en la tierra.

Cuando Juan Diego y su tío Juan Bernardino abandonaron el lugar, los vecinos cuidadosamente cubrieron con tierra suelta las habitaciones y hasta el techo de la casa, quedando visible a partir de entonces sólo un montecillo que a los ojos de cualquiera carecía de importancia. La ocultaron para evitar que se deteriorara, o que alguno la fuera a destruir -eran aquellos tiempos poco seguros para los indios-; o que nuevos inquilinos fueran a ocupar esas habitaciones donde había vivido ese par de Juanes y sus familiares. La veneración que siempre les guardaron, ha ido pasando fielmente de padres a hijos.

Es muy notable que hayan encontrado esa solución para guardar con mucho cuidado todo lo que había pertenecido a Juan Diego y que para ellos eran objetos pertenecientes a un verdadero santo: un hombre digno de ser admirado y seguido en su manera de vivir.

Antes de que se diera la autorización para construir la capilla en honor de la Virgen María en el “calpulli” de Tlayacac, se hicieron las averiguaciones que las autoridades consideraron necesarias. Se levantaron unas informaciones conocidas como “Informaciones Guadalupanas de 1798-1799”[2].

Fue Doña María Loreto de Revuelta, quien se encargó de hacer las gestiones necesarias para levantar el templo en ese lugar, para honra de la Santísima Virgen María de Guadalupe e indirectamente de Juan Diego. Se dirigió por escrito al Virrey, Don José de Azanza, y al Excmo. Sr. Arzobispo de México, Don Alonso Nuñez de Haro y de Peralta. Todas las respuestas fueron afirmativas. En México se veía con agrado que se honrara a Juan Diego y se hiciera honor a la tradición que señalaba el sitio donde había vivido.

En estas Informaciones se preguntó a todos los interrogados cuáles eran las intenciones de Doña María Loreto de Revuelta, y si tenía dinero suficiente para llevar la construcción hasta el final; especialmente: que dijeran todo lo que ellos supieran, por tradición de sus mayores, si en ese lugar había vivido Juan Diego.

Los testigos, bajo juramento, afirmaron que era para mucho bien y honra de Juan Diego que se hiciera ese templo y que tanto Doña María como sus hermanos José y Ana, tenían medios suficientes para llevar a cabo su propósito. Dos de ellos dicen claramente que el lugar donde quieren levantar ese templo le dicen “terremoto”. No es que se trate de un sismo, sino que allí hubo movimiento de tierra -del latín, “terrae motus”-. Pascual de los Reyes, indio y alcalde, refirió que estuvo al servicio, de un Don Luis Benito, de unos cien años de edad, quien, “al pasar por el paraje llamado Tlayacac, le dijo

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repetidas veces (señalándole un terremoto), que allí estaba la casa de Juan Diego, en donde había vivido, que a sus padres y otros ancianos de ese pueblo, les oyó decir lo mismo”[3].

Otro indio, que fue alcalde dos veces en Cuauhtitlán, Juan Manuel Usuan, bajo juramento, dijo que cuando era niño conoció a un hombre, indio también, muy viejo, “que le nombraban Tata Tomás, el que le contaba, que un paraje que nombraban el Terremoto, y hoy en día llaman Tlayacac, que Juan Diego había habitado en ese lugar”[4].

Es muy interesante tener en cuenta que con el movimiento de tierra, entre todos sus amigos indios -al cubrir la casa-, hicieron una loma; no se trata aquí de una acción natural del tiempo que hubiera ocultado poco a poco la casa; o bien de una lluvia de cenizas volcánicas o algo por el estilo. No; fueron ellos, sus paisanos, quienes deliberadamente la enterraron. Esto juró que era verdad Pedro Antonio, indio: “este paraje le llaman Tlayacac, que en el día de hoy es una Lomita”[5]. Lo mismo dice Manuel Basilio, indio, que habla bien castellano y no necesitó intérprete, con noventa y seis años de edad: “Que como vecino de este pueblo tiene noticia (por ser común) de que Juan Diego tuvo la casa de su habitación en lo que ahora es una lomita, que nombran Tlayacac”[6].

El templo de Santa María Tlayacac tuvo buena fortuna, comenzó con buena mano y poco a poco lo fueron construyendo. La familia de Revuelta, Doña María y sus hermanos, se fueron de esta tierra, y tantas otras familias también, pero la tradición acerca de la situación de la casa estaba viva.

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1 “Calpulli” quiere decir exactamente “casa grande o caserío”. Se formaba por relación de parentesco entre los miembros de ese que luego pasó a llamarse “barrio”. “Chinacalli” significa “casa cercada”. Actualmente algunos traducen este modo de agruparse por “clan”. Existía el “calpulli rural” y el “calpulli urbano”. El “calpulli rural” formaba la unidad territorial, militar, económica, política y religiosa. Ocupaba regiones determinadas de tierras, reconocidas por la radicación o el estado. Cada “calpulli” tenía sus propios edificios de culto religioso y de gobierno. Vid. IGNACIO ROMEVARGAS ITURBIDE: “Las Instituciones”, en “Esplendor del México Antiguo”, Centro de Investigaciones Antropológicas de México. Ed. Valle de México. 2ª. Edición, México 1977, T. II, p. 738.

[2] Fueron 19 los testigos. Todos afirmaron que en ese lugar había estado la casa de Juan Diego. En 1802 se iniciaron los trabajos de la capilla con el permiso concedido por el 55° Virrey de la Nueva España, Don Félix Verenguer de Marquina, y por el 19° Arzobispo de México, Don Alonso Núñez de Haro y Peralta. Se terminó en 1810, pero no se abrió al culto a causa de la Guerra de Independencia. Fue hasta 1817 que el Coronel Pedro de Antoneli terminó la construcción. Dio la licencia eclesiástica el 21° Arzobispo de México, D. Pedro José de Fuente y Hernández Miravete. Cfr. “Monumenta Historica Guadalupanensia”, No. 2. C. De B.G.A.C: “Juan Diego el Vidente del Tepeyac”. Ed. Tradición. México 1979. p. 37.

[3] Informaciones Guadalupanas 1798-1799, en el Archivo General de la Nación. Ramo Clero Secular y Regular, Vols. I y IV. Expediente 7, Fojas 277 a 313. Cfr. FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO, en “Histórica Colección”, I. C. de Est. G., fascículo 1°, foja 287 frente y vuelta, p. 28.

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[4] Informaciones Guadalupanas 1798-1799, o.c., Foja 290 frente y vuelta, o.c. pp. 30-31.

[5] Informaciones Guadalupanas 1798-1799: o.c. Fojas 287, frente y vuelta, p. 29

[6] Informaciones Guadalupanas 1798-1799: o.c. Fojas 289. Testimonio de Manuel Basilio (sic en el original), Indio, p. 30.

El descubrimientoPor Dr. Roberto Robles Nieto

El día 14 de octubre de 1963, comenzaron los trabajos de exploración -contando nuevamente con la previa autorización de las Autoridades Civiles y Eclesiásticas-; se hicieron en el interior de la capilla, con resultados muy alentadores[1].

Lo primero que advirtieron los que dirigían esta delicada operación arqueológica es que cuando se construyó el templo, terraplenaron la cima de aquel pequeño montecillo de tierra.

Los muros eran de adobe -ladrillos hechos de tierra apisonada, mezclada con paja-. Los de la casa de Juan Diego no tienen paja, por lo tanto no se distinguieron de la tierra que los había tenido ocultos tantos años. Sin pretenderlo, los recortaron, porque se confundieron con el resto de la tierra que los tenía resguardados. Cuando se dieron cuenta de lo que había sucedido, terminaron de terraplenar, pero dejaron los adobes de la casa que no se maltrataron amontonados con cuidado en algunas habitaciones (los volvieron a enterrar).

El problema no fue grave, porque -como se vio después- el trazo de la casa, una buena porción de sus paredes de adobe y multitud de objetos de uso personal, quedaron al descubierto, dando una idea cabal acerca de la vida y costumbres de las personas que vivieron allí durante muchos años.

El templo de Santa María Tlayacac, se ha conservado intacto. Las excavaciones no lo perjudicaron, al contrario: es ahora un lugar de especial veneración para propios y extraños. Es de agradecerse el esfuerzo que pusieron Doña María Loreto de Revuelta y sus hermanos. A partir de entonces hubo un templo que señaló el lugar donde se encuentra la casa de Juan Diego[2].

Terminó la construcción de la capilla Don Pedro de Antoneli que, según dijo, se levanta “en el lugar que fue de los dichosos indios Juan Diego y Juan Bernardino, y donde se cree haber merecido éste la visión de Nuestra Señora sanándolo milagrosamente de la enfermedad que tenía”.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] Documentación a nombre del Lic. Alberto Fragoso Castañares, en el Arzobispado de México, dirigida al Emmo. Cardenal D. Miguel Darío Miranda. Igualmente al Sr. Jorge Enciso, Subdirector del I.N.A.H.; ver también las gestiones realizadas en la Dirección de Monumentos Pre-hispánicos, dirigidas al Sr. J. R. Acosta y, por último, el dictamen de todos ellos, más el del Arq. D. Luis García Remus, de la Dirección de Urbanismo y Arquitectura de la Secretaría del Patrimonio Nacional.

[2] La foja 277, al margen izquierdo dice: 199, Año de 1799, etc. Al centro: “Doña María Revuelta solicita permiso para erigir una capilla en el sitio llamado Tlayacac, donde dice vivió el venturoso

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indio Juan Diego.-Número 7”. FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO: “La casa de J. Diego en Cuauhtitlán”. Histórica, Col. I.C.E.G.A.C., Ed. Hombre 1984, p. 20-21.

La casa en TulpetlacPor Dr. Roberto Robles Nieto

Los del pueblo de Tulpetlac podrían no estar muy de acuerdo en que la última de las Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe fuera en Cuauhtitlán; ellos tienen muy buenos argumentos para señalar que la casa que tenían en este pueblo Juan Diego y Juan Bernardino, es el lugar donde la Virgen María sanó al viejo tío de la enfermedad que lo tenía a las puertas de la muerte.

El día diez de marzo de 1789, los de Tulpetlac obtuvieron la correspondiente licencia del Virrey D. Manuel Antonio Florez[1] -se adelantaron por nueve años a los de Cuauhtitlán-, para erigir una capilla “en el paraje donde dicen que se apareció Nuestra Señora de Guadalupe”[2].

En la petición que hizo la Sra. Dña. María de Revuelta, en ninguna parte menciona que fuera la casa de Cuauhtitlán el lugar de la última de las Apariciones de la Virgen[3], como claramente afirman los de Tulpetlac.

Queda la siguiente conclusión: desde el punto de vista histórico, Juan Diego nació y vivió en Cuauhtitlán; y en los años ya próximos a las Apariciones de la Virgen María en México, vivió en Tulpetlac acompañado de sus familiares. Hay que tener en cuenta lo que dijo un escritor guadalupano: “la historia se hace a base de rectificaciones”. Cuando se busca la verdad, un documento digno de fe rectifica lo que hasta entonces se había tenido como la última palabra acerca de ese asunto.

Que Juan Diego viviera en Tulpetlac, no cabe la menor duda. Sólo hay que tener en cuenta que cambió su residencia después de haber dejado la casa donde nació en Cuauhtitlán, donde pasó los años jóvenes de su vida; allí vivió feliz con su mujer. Fue en Cuauhtitlán donde nacieron sus hijos -aunque sólo tengamos por ahora noticia cierta de uno de ellos -; más aún: - él nació en esa casa que luego heredó de sus padres.

Su traslado a Tulpetlac fue obligado por las circunstancias de inseguridad en la tenencia de la tierra por la edad que tenía, el trabajo que realizaba y muy probablemente influyó también la muerte de María Lucía, su esposa[4].

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[1] Ramo de Bienes Nacionales, legajo No. 575 Exp. 11, AGNM. En Tulpetlac -o en San Juanico, que está muy próximo a este lugar- es donde se finca el hogar de Juan Bernardino; a quien correspondía -como señor que era- tener su propia casa solariega. María Lucía -la esposa de Juan Diego- era natural de Tulpetlac. Cuando Juan Diego dice a su tío que conviene que él siga al frente del cuidado de las propiedades de la familia, Juan Bernardino ya había cambiado su residencia a sus propias tierras, posesión de su familia de muchos años atrás. Cfr. “Monumenta Histórica Guadalupanensia”, “Juan Diego el residente del Tepeyac”. C.E.G. México 1979, p. 102.

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[2] Archivo Histórico de Hacienda (Cuentas Ecatepec, leg. 406, exp. s/n). Cfr. RAMÓN SÁNCHEZ FLORES: “Juan Diego” . Ed. Jus. México 1981, pp. 69-70.

[3] SÁNCHEZ FLORES, RAMÓN: o.c., p. 71. Texto y Nota N° 15. Dice textualmente: Doña María Loreto de Revuelta que solicita a las autoridades competentes el consentimiento para construir a sus expensas (...) una capilla en “el paraje donde estuvo la habitación del felicísimo Juan Diego, a quien se apareció Nuestra Señora Madre Santísima de Guadalupe”. Ramo Clero Secular, Vol. I, No. 4, exped. 7 ff. 277-312 (foja 278 frente y vuelta).

[4] SÁNCHEZ FLORES, RAMÓN: o.c. p. 29. El encomendero a quien le asignaron Cuauhtitlán fue Gil González de Ávila, ex capitán de Cortés, y uno de los primeros conquistadores. Esto sucedió hacia el año 1525, cuatro o cinco años después de la muerte de Aztatzontzin, el último Tlatani de este lugar. Falleció Gil González y heredó su hijo, quien cayó en desgracia por infidelidad y conspiración y fue ajusticiado en agosto de 1566. Cfr. “Tierras” Vol. 13, exp. 6 Xbal. Llegó la desorganización y el caos en la Tenencia de la Tierra. Recayó entonces la encomienda de Cuauhtitlán en el Rey. Cfr. González de Cossío, Francisco: “El libro de las Tasaciones de pueblos de la Nueva España”, S. XVI, México 1952, pp. 149-150, 190, 192, 657-659.

La casa en CuauhtitlánPor Dr. Roberto Robles Nieto

Teniendo en cuenta los hallazgos arqueológicos, la casa consta de seis habitaciones, bien distribuidas, que se comunican entre sí por medio de un pasillo y una amplia estancia hacia donde abre la puerta de entrada. Los muros son anchos y resistentes, cimentados en piedra del lugar. La casa tenía ventanas de madera: se han encontrado en las excavaciones restos de este material en varios lugares. Juan Diego vivió en una casa llena de luz durante el día.

El techo era de vigas de madera, redondeadas -llamadas aquí “morillos”-, colocadas una al lado de la otra, formando una techumbre recia. Esta manera de “cubrir aguas” de una casa es de buena calidad y defiende muy bien a sus moradores de las inclemencias del tiempo. Las maderas del techo se mantenían en su lugar, por medio de un recubrimiento de argamasa que se hace con agua y tierra arenosa mezclada con cal.

Las puertas y ventanas se hicieron de “tejamanil”, listones de madera de unos diez centímetros de ancho, por el largo que se necesitara; el grosor es el que se suele emplear en esta clase de elementos tan necesarios en una casa. Se colocan de tal modo que el de arriba cubre unos dos o tres centímetros del que le sigue hacia abajo, al estilo de las “tejas”, de allí su nombre. Se encontraron restos de tejamanil en la casa de Juan Diego.

La casa está formada por seis habitaciones, un “tlecuilli” o fogón, un horno para cocer cerámica, un temazcal o baño de vapor; dos piletas de agua y dos corrales, cercados con piedras puestas una encima de la otra, deteniéndose sólo por su propio peso, no llevan argamasa que las una y se llaman “tecorral”. Uno de ellos serviría para guardar los animales y otro para el cultivo de legumbres.

Al abrir la puerta de entrada, el que llega se encuentra con un espacio amplio -la estancia- que mide en el interior: 5.13m. de ancho por 6.67 m. de longitud. Es un lugar de distribución que da acceso al resto de las habitaciones; hay una puerta a la derecha que conduce a un cuarto pequeño -2.65 m. por 2.25 m.- y a la izquierda, otra que se abre hacia el pasillo ya mencionado.

En la habitación grande, por la que se entra a la casa, se halla el fogón, un poco hacia uno de los lados, para no estorbar el paso a los que llegan; tiene unos 75 cm. De altura, de modo que se puede cocinar cómodamente estando de pie. Es cuadrangular y mide 1.75 m. por lado.

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Allí se encendía la lumbre para hacer las tortillas -hojas redondas elaboradas con harina de maíz, flexibles y de agradable sabor-; éste sigue siendo un alimento básico en la dieta del mexicano.

Se prepara el maíz con mucho esmero, poniéndolo en remojo desde el día anterior, añadiendo al agua un poco de cal hasta que se forma el “nijayote”; ya reblandecido el grano, se limpia y queda sólo la pulpa que toma el nombre de “nixtamal” y está listo para ser molido en el “metate”: piedra pulida y porosa tallada en plano inclinado, donde se tritura el maíz, hasta darle la consistencia adecuada para poder “tortear” a mano un poco de esa masa blanda y blanca, que al adelgazarse se pone sobre el “comal”. El comal es un disco delgado de barro cocido, con un diámetro aproximado de 50 cm. o más, que se coloca sobre el fuego para cocer las tortillas. En vez de pan, tortillas; por aquel tiempo en México no había trigo. Se encontraron trozos de varios comales.

En este fogón se prepararon los guisos con que se alimentaba la familia de Juan Diego y que actualmente se siguen cocinando y hace las delicias de quienes gustan la comida mexicana. Como no utilizaban grasa animal al preparar los alimentos, los ponían en agua hirviendo hasta que la carne se ablandaba; de ahí la multitud de salsas “picantes”, hechas a base de “chiles” que les daban diferentes sabores.

Se pudieron recoger los elementos que eran y son todavía indispensables en muchas casas de México: el “molcajete” -recipiente de piedra donde se muelen los “chiles”, ese condimento que se obtiene de algunas plantas y que escuece la boca del que lo come-; los hay de diferentes tipos, colores y sabores. Allí es donde se preparan las “salsas”: chile de uno o varios sabores revueltos con “jitomate” -tomate rojo- o verde, añadiendo hierbas de olor. La mezcla se hace con el “tejolote” -otra piedra tallada- que hace fácil la tarea. En México hay más de uno que no puede comer sin “salsa.”

Los muros estaban cuidadosamente enjabelgados y pintados de blanco con cal; era una casa donde vivía gente que cuidaba la limpieza. El instituto Nacional de Antropología e Historia, confirmó que los muros y utensilios encontrados, pertenecieron a las culturas III-IV Aztecas, o sea que corresponden a la época inmediata anterior a la conquista.[1]

Los pisos son de cal pulida, asentada sobre firme de lodo batido, que al secarse adquiere una buena consistencia. Todo esto se puede advertir, por ejemplo, en los trozos de “tepetate” que se han recogido -es una piedra muy dura, que se encuentra en estas regiones- y que se utiliza a trechos entre los adobes para dar firmeza a los muros, que tienen una anchura que varía entre los 36 cm. y los 56 cm.

Al fondo del pasillo, que mide 3.85 m. de largo por 93 cm. de ancho, se encuentra una puerta que se abre hacia el “temascal”: es un baño de vapor; de forma semicircular con medidas aproximadas de 1.80 m. De diámetro por 1.60 m. de altura. Por supuesto que existió en su interior un asiento, donde se instalaba cómodamente el que tenía la oportunidad de disfrutar de este lujo asiático en su casa: sudaba a mares y relajaba a gusto el cuerpo.

El piso del “temascal” tenía un ligero declive y un agujero en la base de la estructura por donde escurría el agua hacia fuera. El vapor llegaba también del exterior por un ingenioso y sencillo sistema, que le daba la temperatura buscada. Se podía añadir al agua que se vaporizaba, alguna hierba medicinal como el tepozan, la hierba del cáncer, la hierba mora, el piru, etc. Unido a él debió haber otro compartimento hecho también de adobe, llamado “xique”; es allí donde se encendía la leña y se producía el vapor.

La persona que iba a tomar el baño, se quitaba la ropa en un pequeño cuarto, que comúnmente se localizaba junto al “temascal”. Tenía una puerta pequeña por donde llegaba al baño. El calor se templaba mediante una pileta de agua fría situada en el interior y con la que se bañaban después, templándola a buena temperatura con agua caliente, una vez terminada la transpiración.

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[1] ACOSTA, JORGE R., Director del Departamento de monumentos prehispánicos. La casa y los elementos allí encontrados coinciden con el tiempo de la cultura III y IV Azteca, la que es inmediatamente anterior a la Conquista y la que se da poco después.

Más sobre esta casaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Volviendo a la estancia -donde se encuentra situado el fogón cuadrangular, tan amplio, que allí podían comer sentados alrededor, cerca del fuego, en tiempos de frío-, se han encontrado diversos utensilios: trozos de ollas de barro, tiznadas en el exterior por el humo -se ve que les dieron buen uso-. Una de ellas, por la cal encontrada, se deduce que se utilizaba para preparar el “nixtamal”.

También, en esa misma habitación amplia de la entrada, se descubrieron todos los elementos necesarios para la fabricación de objetos de alfarería -sería prolijo hacer una descripción pormenorizada de ellos-, que trabajaban con una arcilla que se vuelve consistente al ponerla al fuego en un horno especialmente diseñado; generalmente se construye en el exterior de la casa. Es fácil darse cuenta que no se trataba de una fabricación cualquiera, porque se hallaron los “sellos” -probablemente había más cuando él vivió allí- hechos de esta misma arcilla que recibe aquí el nombre común de “barro”, que no significa “lodo”; con sus grecas bien definidas que servían para dejar impresos esos dibujos en los objetos que hacía Juan Diego con sus manos. Cerca de allí se recogieron restos de los materiales necesarios para pintarlos.

Se encontró otra habitación destinada exclusivamente para este trabajo.

Hay algo más: dos interesantes “malacates” o husos de barro, en forma de media esfera, con 51 mm. de diámetro y 12 mm. de altura, que servían para hilar algodón. Poco a poco se fue reuniendo todo lo que se necesita, según la técnica indígena, para el tejido de mantas; ya fueran de fibra dura llamada “ixtle”, o bien, de algodón. Esta familia hacía prendas de vestir: “huipiles” -camisas para las mujeres- , “tilmatli” -tilmas o capas para los hombres- , etc., etc.

Por si faltara algo, también se dedicaron a hacer “petates” -esteras de tule tejidas a mano-, muy populares todavía en las casas del campo de México, porque son frescas y resistentes. El material necesario lo obtenían de la laguna de Zumpango que por aquellos tiempos llegaba cerca de la casa de Juan Diego. Si algo caracteriza la artesanía de Cuauhtitlán, es precisamente la confección de los “petates” y su bella alfarería.

Se encontraron adornos para las orejas, un sahumador para quemar “copal” -resina aromática que gotea en el tronco de los cedros- y navajas de obsidiana. Además, fracciones en número considerable de platos con patas, cazuelas, jarros, ollas grandes, la tinaja del agua para beber, etc. En muchos de estos trastes, se notan los adornos sobrios y elegantes que representan la última época precortesiana. Su color naranja, rojizo o café pavoneado, muestra también la belleza de esta cerámica.

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También aparecieron fragmentos de copas, decoradas con gusto, y que fueron diseñadas especialmente para tomar “pulque” -bebida que se obtiene de la savia del “maguey”, planta clasificada como “Agave mexicana”-. La mejor conservada de estas copas mide 108 mm. de alto por 112 mm. de diámetro en su boca superior. El pulque -también conocido por ellos como “octli”- tiene de 4 a 6 grados de alcohol.

Otra interesante piececilla encontrada fue la boquilla de una flauta. Da alegría constatar que en esta familia alguno sabía llenar de música el ambiente. Quizá fuera el mismo Juan Diego. Se tocarían las tonadillas de moda, o las tradicionales: los cantos que habían aprendido en el “Calmecac”, y los himnos dedicados a los diferentes numenes -en tiempos de su gentilidad-; y, después, los que aprendieron de los frailes de San Francisco en honor de Dios y de la Santísima Virgen.

No es posible dejar de mencionar el hallazgo de tres fracciones de rejillas que servían para los cajones del colmenar. Son de barro, con un espesor medio de 30 mm. llevan agujeros simétricos para el paso de las abejas. La miel que recogían tío y sobrino, se vendía en el mercado y era también una provisión más entre los alimentos de la familia de Juan Diego[1].

La casa de Juan Diego estaba en medio del campo; por las noches podría admirar el brillo sedoso de la luna en las hojas de las plantas que cuidaba su mujer en el patio, y en ese ambiente despejado, volvería a recordar, mirando las estrellas, lo que él había aprendido en el colegio acerca de las constelaciones.

Cuauhtitlán es el nombre de un pueblo y un valle de clima templado, rodeado por hermosas montañas; lo riega un río que también se llama así. En tiempos de Juan Diego este lugar estaba rodeado de lagos: los de México y Tetzcoco, el de Xaltocan y uno que quedaba más próximo a su hogar: el de Zumpango. Todo esto lleno de árboles: pinos, cedros, oyameles, que formaban tupidos bosques y cobijaban una variada fauna[2].

Cuando llegaba el tiempo de cultivar la tierra, porque se acercaban las lluvias, su actividad cambiaba por completo. La labor hacía que se fuera temprano al campo. Como él era más bien un artesano y comerciante es de pensarse que alquilara más de algún “macehualli” para que, usando la “coa”, una estaca con la que se hacía un agujero en la tierra, depositara con cuidado los mejores granos de maíz, esperando luego verlo crecer y que la cosecha fuera buena[3].

Sembraba Juan Diego lo que se producía en Cuauhtitlán, además del maíz: frijol y chia; ésta última es una semilla que remojada suelta gran cantidad de mucílago y, si se muele, produce un aceite secante. También se hace con ella una bebida agradable y fresca.

Malintzin, su mujer -como es costumbre todavía en muchos lugares del país-, le habrá llevado a la labor, pasado el medio día, tortillas con algún guiso, doblándolas por la mitad; aquí se llaman “tacos”, y también agua fresca para beber. La jornada terminaba al filo de las cuatro de la tarde.

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[1] FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO: “Hallazgo de la Casa de Juan Diego”. Editorial JUS. México 1965, pp. 203-214. Es muy de agradecerse al Lic. Fragoso su interés y profesionalismo para poner a la luz del sol este importante descubrimiento arqueológico.

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[2] “MOTOLINIA”, FRAY TORIBIO DE BENAVENTE:. “Historia de los Indios de la Nueva España”. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos. No. 129. México 1979, n. 324, p.142

[3] MILLON, RENE: “La agricultura como inicio de la civilización”. “Esplendor del México Antiguo”, Centro de Investigación Antropológica de México, 2ª. Ed. Editorial Valle de México 1977, T II, p.997 y ss. Cfr. “Códice Florentino”, 33: Figuras de hombres sembrando maíz con la “coa”.

¿Era Juan Diego un "macehualli"?Por Dr. Roberto Robles Nieto

Después de haber visitado su casa en Cuauhtitlán, tal parece que no, porque la condición del “macehual” es muy diferente de la que vivía Juan Diego. Él voluntariamente quiso vivir pobre, después de haber recibido el bautismo en la Iglesia Católica y buscando una mayor perfección para su alma; no quería que le estorbaran los apegamientos a las cosas terrenas, pero por su educación no era un “macehualli”. Este es un labriego y Juan Diego es un señor: un propietario inteligente, hábil, que es capaz de desarrollar las pequeñas industrias que necesitan ingenio y dedicación. Juan Diego se gana la vida y la de los suyos pensando las cosas que debe hacer y llevándolas a la práctica.

Se ha dicho y descrito que esta familia vivía en una choza -como las tantas que existen en el campo mexicano actualmente- y hemos comprobado visitando su casa, que esto no es así. Podemos afirmar que vivía en una verdadera casa, nada ostentosa por otra parte, y que Juan Diego se encontraba continuamente ocupado en algo.

Con la palabra “macehualli” se designa al individuo que no es apto para las artes de la orfebrería, la pintura, los mosaicos de plumas... No sabe fundir el oro ni tallar las piedras de jade -tan estimadas por los indígenas, más aún que el preciado metal amarillo-; tampoco es hábil para las artesanías, ni conoce los secretos para pintar el hilo de algodón, ni sabe decorar la alfarería.

El “macehualli” no pertenece a una familia encumbrada, que ha prestado servicios meritorios al Tlatoani o a sus principales colaboradores; no tiene medios para vestir con elegancia y aunque ha asistido al colegio viviendo en régimen de internado sin distinguirse exteriormente de los jovencitos que son hijos de las familias acomodadas, su mentalidad ha cambiado muy poco. Esta no es una regla fija, porque en los tiempos de Juan Diego, no se escatimaban los puestos de categoría y los honores a quien los mereciera, sin tener en cuenta su origen.

El “macehualli” sabe que no es esclavo de nadie, que vive de su trabajo -generalmente en el campo, aunque a veces sea requerido para los servicios públicos de la ciudad- y que no tiene por qué envidiar a nadie. Se casa, atiende a su familia, ama a sus hijos y los enseña s ser virtuosos. Los niños irán al colegio de su -calpulli-, de su barrio y aprenderán -igual que los que vienen de la nobleza- a llevar una vida austera, muy rigurosa, al cuidado de sabios sacerdotes y buenos guerreros.

Tampoco es un “pochteca” -comerciante que es capaz de organizar expediciones a tierras peligrosas, infestadas de enemigos, pero muy tentadoras por sus riquezas-; el “macehualli” podrá ser “tameme” -un cargador- pero no el dirigente que arriesga su vida y fortuna al irse a la tierra caliente que rodea el Valle del Anahuac, especialmente hacia el sur. El “pochteca” rico y decidido, puede llevar consigo un ejército de expertos guerreros que paga a sus expensas y protegen sus intereses.

El “macehualli” no es un guerrero ni le atrae el oficio. Aprendió en el “Telpochcalli” el manejo de las armas y es apto para soportar los rigores de la guerra. Todos estos hombres son buenos para pelear en un momento dado, pero esto no es lo suyo.

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No se distingue tampoco en la literatura: puede ser un poeta y tener una gran finura de espíritu, pero le cuesta trabajo expresar sus pensamientos por escrito y en un nahuatl armonioso.

No conoce los intrincados pasillos del Derecho y la política, no tiene necesidad de consultar ningún archivo; su horizonte es corto y siendo un verdadero apoyo para la vida económica de la Confederación, le importa muy poco que sus méritos sean reconocidos por alguien. Vive su vida, asiste a los festejos religiosos, bebe pulque y llega a viejo.

Es el último en la escala social del Señorío al que pertenece y se sitúa inmediatamente arriba del hombre que no es capaz de ganarse el sustento por sí mismo y debe ser conducido por otros, estando como añadido a una familia que mira por él y lo protege.

La clase de los comerciantes es dinámica, la de los artesanos es estática. El artesano no tiene nada que ocultar, ni tiene que disculparse -como el “pochteca”- de ser un hombre rico e importante, porque esto le tiene sin cuidado. Este es el caso de Juan Diego. Un “pochteca” pesa mucho en el ambiente social y político, y -como buen indio- desea con toda su alma pasar inadvertido y hacer sentir su influencia sólo cuando lo juzgue necesario para su propio beneficio.

En este tiempo, al comienzo del siglo XVI de nuestra Era, había en México verdaderos artistas en los diferentes ramos de la artesanía: esto no es el caso de Juan Diego.

Entre los artesanos, algunos fueron verdaderos artistas, que realizaron auténticas obras maestras. Alberto Durero tuvo la oportunidad de ver en Bélgica, en 1520, algunos regalos que Moctezuma hizo a Cortés y que éste envió a Carlos V. Escribió: “estos objetos son tan preciosos que su valor se ha estimado en cien mil florines. En mi vida he visto cosas que alegren tanto el corazón, porque en ellos he encontrado un arte admirable y me he quedado sorprendido del genio sutil que tienen las gentes de esos países extranjeros”[1].

Juan Diego nunca pretendió ser un gran artista, aunque con sentido del humor podría habernos dicho que los colores y dibujos que él aplicaba a sus creaciones eran tan buenos como los de cualquiera.

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[1] SOUSTELLE, JAQUES: “La vida cotidiana de los Aztecas, en vísperas de la conquista”. Fondo de Cultura Económica, 2ª. Reimpresión. México 1974, p.78. Y especialmente DURER, ALBRECHT. “Tagebuch der Reise in die Büderkabdem”. Anno 1520, en “Albrecht Durer in seinen Briefen und Tagebüchern zusummengestellt”, von Dr. Ulrich Petery. Verlag von Moritz Diestenweg. Frankfurt am Main 1925, pp. 24-25.

La vida de Juan Diego, ¿era aburrida?Por Dr. Roberto Robles Nieto

Llevó una vida modesta, pero no monótona. También cultivó la tierra: “su propia tierra”.

En principio, la tierra pertenecía al “calpulli”, pero en la práctica -ya en los años próximos a la conquista-, el que la posee conserva la propiedad y la transmite a sus herederos directos. Juan Diego

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heredó tierras de sus padres y de sus abuelos; si alguno de ellos fue funcionario público de cierta dignidad, las tierras recibidas en herencia se llaman “pillali”, es decir: tierras de un “pilli”, de un señor de categoría reconocida. En tiempos de Juan Diego, ya existían las dos formas de tenencia de la tierra: la comunal y la personal o privada[1].

La familia de Juan Diego, desde muchos años atrás, integraba un “calpulli”, el de Tlayacac. Estas tierras eran de ellos y pasaban de padres a hijos. La diferencia está en que si faltaba el padre de familia, o no había quien cultivara las tierras, pasaban a otro miembro de la misma familia, no a un extraño. A Juan Diego le tocó la herencia de tierras hecha ya de padres a hijos.

El “macehualli” solamente tenía una parcela, mientras que los altos funcionarios disfrutaban de bienes considerables en muchas provincias, de fincas de campo y jardines de recreo.

Juan Diego tenía varias casas y parcelas en varios lugares; el Padre Florencia las sitúa en el mismo Cuauhtitlán; pero esto lo diferencia a todas luces de un labrador o “macehualli”[2]; conocemos otra, por lo menos: “Ixhuatepec”.

¿En qué lugar de la escala social situamos a Juan Diego?

No tenía el lujo deslumbrante del soberano; ni tampoco, en diversas escalas, el propio de los dignatarios, próximos al Tlatoani. No existen datos de que él haya sido un “tecuhtli” -gobernante de una ciudad o territorio-. Juan Diego disfrutaba de la comodidad que tenían en la vida los artesanos y comerciantes; pero no la del “pochteca”: éste era un hombre acaudalado. Tampoco tenía la existencia frugal de un “macehualli”: de un “plebeyo”, como los llamaron los españoles cuando imaginaron que había aquí reyes y emperadores.

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[1] ROMERO VARGAS ITURBIDE, IGNACIO: “Las Instituciones”. “Esplendor del México Antiguo”, o.c. p. 741. “Pillalli”, tierras de “Piltin”; eran conseguidas directamente por el “Huey Tlatoani”, el Gran Gobernante. Estas tierras eran cultivadas por colonos y “mayeque”, braceros de la tierra.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE : “Historia General de las cosas de la Nueva España” . Ed. Porrúa, México 1979 p. 933: “Macehualli” significa un hombre, en general, pobre y paciente.

Sus paisanos de CuauhtitlánPor Dr. Roberto Robles Nieto

Juan Diego tenía muchos amigos. Era un hombre de paz, y bien entendido acerca de cómo debía tratar a la gente. Él recibía la admiración de los suyos sin darse cuenta de la estima tan especial que le guardaban en el pueblo. Si oía decir algo agradable de su propia persona, no le daba mayor crédito, porque un hombre que tiene trato con Dios, se mide por lo que el Señor piense de él, no los demás.

Sea como fuere, el afecto de sus vecinos le conmovía y lo agradeció siempre. Quizá no se lo dijeron, pero consideraban que Juan Diego era un hombre santo, es decir: humilde, servicial, trabajador, con

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amor al prójimo y un firme deseo de servir a todos. Las virtudes propias de su alma, sólo Dios las conocía bien; lo que captaban los que lo trataron de cerca, era sólo el reflejo de lo que Juan Diego llevaba en su propio corazón[1].

Quizá cuando le fueron a decir que habían ocultado su casa para conservarla como un grato recuerdo a su memoria, él se habrá echado a reír de buena gana. Les habrá preguntado por sus tierras, las cosechas, noticias familiares y los asuntos que sabía que interesaban a ellos.

Cuenta el Padre Anticoli -quien terminó la construcción del templo allí donde la tradición señaló que estaba la casa de Juan Diego- que “teniendo casas propias en que vivir y tierras en que sembrar en dicho pueblo de Cuauhtitlán, en donde había nacido, dejó su pueblo, casas y tierras a un tío suyo -Juan Bernardino-, y se fue a residir a un “aposentillo” que, pegado a la ermita, levantada por Fray Juan de Zumárraga en el Tepeyac, le construyeron sus paisanos de Cuauhtitlán[2].

Muchos años vivió Juan Diego en Cuauhtitlán, pero al tiempo de irse a vivir cerca de la pequeña ermita donde se colocó la venerada imagen de la Virgen, ya había cambiado su residencia a Tulpetlac. Quizá por eso le importó menos que hubieran ocultado tan afectuosamente su casa.

Antes de sus conversaciones con la Virgen María, ya era considerado como un hombre santo por sus amigos; es muy probable que después de este hecho tan singular, ellos hayan decidido conservar su casa ocultándola a las miradas indiscretas, a la acción destructora del tiempo y a los ladrones.

¿Por qué se fue Juan Diego de Cuauhtitlán? Una razón parece oportuna: la muerte de su esposa. A veces los recuerdos pesan mucho y si él podía vivir en otro lugar, sin descuidar sus propiedades, lo hizo. Estaba más cerca de Tlatelolco -donde comerciaba sus productos-, y la relación con Tetzcoco había cambiado radicalmente: ya había pasado la guerra de conquista de parte de los españoles y las circunstancias eran muy diferentes.

Los datos que poseemos acerca de María Lucía, indican que ella murió en el año de 1529. Hay otra razón para su traslado y se refiere al repartimiento de tierras que ya estaban haciendo los españoles[3], con una política agraria muy distinta de la que tenían los indios. México se cimbró hasta los cimientos cuando Tenochtitlan perdió la guerra. Por su parte Tetzcoco se vio afectado poco a poco, porque fueron aliados de Hernán Cortés y podían hacer sentir el peso de su influencia ganada en la batalla. Sin embargo, la realidad fue muy diferente. Los conquistadores, a Tetzcoco -su gran aliado-, no le dejaron nada que valiera la pena. Por eso los grandes se exiliaron.

Los de Cuauhtitlán lo visitaban a menudo; buena oportunidad tuvieron, porque Juan Diego vivió unos diecisiete años en el cerro del Tepeyac, al lado de la Virgen de Guadalupe.

Sus amigos decían que él era un “varón santísimo”. Es conveniente darse cuenta que desde antes que viera personalmente a María de Guadalupe, ya tenía fama de santidad; que por otra parte no le impedía para nada comportarse normalmente, sin dar mayor importancia a lo que los demás pudieran pensar de su persona. El se comportaba como uno más y vivía cerca de Dios.

Se levantaron oficial y solemnemente unas Informaciones el año de 1666 acerca de las apariciones de la Virgen María en el Tepeyac, y tuvo necesariamente que mencionarse a Juan Diego. Los testigos fueron ocho indígenas ancianos “que oyeron de los que vieron”, o bien: “que oyeron de los que oyeron”, una serie de datos acerca de Juan Diego y su familia; estando seguros que eran gente digna de crédito porque eran contemporáneos de Juan Diego. Los demás testigos de estas Informaciones no son indios[4], fueron españoles o “criollos” -español nacido en México- que se informaron bien, antes de jurar que dirían la verdad.

Fueron convocados para declarar: ocho indios, un sacerdote del clero secular, nueve personajes que dirigían en México muy estimadas y venerables órdenes religiosas, y dos nobles de la Nueva España.

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Los indios son los siguientes:

Marcos Pacheco, de ochenta años de edad, bajo juramento de decir verdad, declaró que su tía María, hermana de su padre, decía a él y a dos hermanos suyos: “Dios los haga como a Juan Diego, indio natural de este pueblo (Cuauhtitlán) de donde son ustedes, a quien conocí y traté familiarmente, y asimismo a María Lucía, su mujer, y a Juan Bernardino, su tío, como a parientes de la madre de mi marido”[5].

El apellido Juárez, era bastante común en Cuauhtitlán en tiempos de Juan Diego. Un individuo de esta familia, llamado Gabriel, que cuando hizo su declaración contaba ya ciento diez años de edad, juró que él conoció a Juan Diego, y que oyó decir a sus padres y a otros indios e indias -han pasado ya de esto noventa años- , que era muy buen cristiano y temeroso de Dios “aún antes de la aparición”, después de la cual se fue a vivir a una casita que se le hizo junto a la ermita. Afirmó también que sus amigos iban frecuentemente a visitarlo y le pedían que intercediera por ellos ante la Virgen; porque contaban con que alcanzarían por su medio lo que pedían, siendo que Ella lo había favorecido tanto[6].

Andrés Juan, cuando hizo su declaración, tenía entre ciento doce a ciento quince años de edad, y dijo que sus padres le contaron la mucha cristiandad de Juan Diego, que todos lo habían tenido siempre por un gran santo y que, como a tal, lo respetaban y lo iban a visitar a la ermita del Tepeyac, donde tenía una casa pegada a ella y que todavía la vio en pie[7].

Estas informaciones son auténticas, están perfectamente documentadas y se han tomado siempre, tanto en México como en Roma, como dignas de todo crédito.

Una india de ochenta y cinco años, llamada Juana de la Concepción, declaró que su padre don Lorenzo de San Francisco Tlaxtlatzontli, gran Cacique de Cuauhtitlán, tenía escrito en mapas todo lo que pasaba en México y que allí se encontraba la relación de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe; apariciones que supo su padre de boca del mismo Juan Diego, el cual siempre fue tenido por un varón santo[8].

Un indio de setenta y ocho años, gobernador de Cuauhtitlán, declaró que su abuela llamada Justina Cananea, que había fallecido hacía ya cuarenta años, y vivió hasta los ciento diez, le había dicho a él, Pablo Juárez, que ella conoció y trató a Juan Diego, a María Lucía su mujer y a su tío Juan Bernardino. Que ella, con sus padres y mucha gente, iban a visitarlo cada ocho días a la ermita, y como lo tenían por santo, pedían a Dios que sus hijos y nietos fueran como él, pues fue tan virtuoso que hablaba con la Virgen[9].

Martín de San Luis, indio de ochenta años, declaró que Don Diego Torres Bullón, Maestro de Capilla de Cuauhtitlán, le dijo que conoció a Juan Diego, a su tío Juan Bernardino y a su esposa María Lucía, y que Juan Diego siempre fue tenido por un varón santo[10].

Este hombre fue escueto en su declaración, pero consistente.

Cuando tocó el turno a Juan Juárez, dijo que tenía ya cien años de edad y afirmó que todos los que vivieron en los años de Juan Diego, lo habían venerado como santo y que vio una pintura al óleo en el dormitorio antiguo, en que estaba con la Virgen, y que si no fuera santo no lo hubieran pintado en ese cuadro[11].

Por su parte Catarina Mónica, también de cien años, declaró que lo llamaban “el ermitaño”, porque le gustaba andar sólo pensando en Dios, y que oyó decir que estaba pintado en el dormitorio antiguo de la Iglesia de Cuauhtitlán; y su tío Juan Bernardino, a un lado de la Santísima Virgen del Rosario, y al otro lado un Padre Lego de la Orden de San Francisco, que le llamaban el Padre Gante; y que a dicho indio Juan Diego lo veneraban mucho, por haber sido tan dichoso y haber hablado con la Virgen Santísima de Guadalupe[12].

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Hasta aquí, los testigos indígenas de estas Informaciones del año 1666. No solamente se habló de Juan Diego, sino de otros temas relacionados con las Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe.

El resto corre a cargo de gente bien conocida en la capital de la Nueva España por su cultura y vida de hombres de bien, la mayor parte de ellos al servicio de Dios, dirigiendo la familia religiosa a la que pertenecieron.

Tenemos en primer lugar al Pbro. Lic. D. Miguel Sánchez, de sesenta años de edad, autor de la primera Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, impresa en letras de molde. Declaró que tenía larga noticia que le habían dado muchas personas antiguas del reino, de que Juan Diego vivió cuidando la ermita y falleció dejando opinión de mucha virtud y gran santidad[13].

Como fácilmente se advierte, Juan Diego fue bien conocido por todos los de su tiempo y en la generación siguiente le recordaban como si aún viviera: realmente tenía fama de santidad, bien ganada por su comportamiento ante Dios y sus contemporáneos.

Otro personaje eminente es Fray Pedro de Oyanguren, Predicador General de la Orden de Santo Domingo, de ochenta y cinco años de edad, quien declaró que él supo que Juan Diego había sido en sumo grado un hombre bueno, que frecuentaba los sacramentos y edificaba con su virtud a todo el pueblo cristiano[14].

Un religioso, relativamente joven, don Bartolomé de Tapia, Provincial de la Orden Sagrada de San Francisco, declaró que fue público y notorio que después de la Aparición vivió en la ermita al servicio de la Celestial Señora, donde murió lleno de virtudes y con gran fama de santidad[15].

Son coincidentes en su declaración el resto de los eminentes informantes: Fray Antonio de Mendoza, de la Orden de san Agustín; Fray Juan de Herrera, de la Orden de la Merced; Fray Pedro de San Simón Stock, religioso carmelita descalzo; el R.P. Diego de Monroy, de la Compañía de Jesús; Fray Juan de San José, franciscano; Fray Pedro de San Nicolás, religioso de San Juan de Dios; Fray Nicolás Serdán, de la Orden de San Hipólito. Ellos afirman que Juan Diego dejó fama de santidad por el extraordinario ejemplo que dio a todos con su vida al servicio de Dios y de la Virgen de Guadalupe[16].

Dos hombres de gran prestigio en la ciudad de México, uno de ellos el Alcalde Mayor de la Nueva España, Don Manuel de Cuevas Dávila, de ochenta y un años de edad, declaró que sabía por tradición, como cosa averiguada y cierta, que jamás alteró Juan Diego sus buenas costumbres y que murió con fama de santidad. El otro es Don Diego Cano Moctezuma, nieto de Moctezuma II, “Huey Tlatoani” de México -al que los españoles trataron como “emperador”- , Caballero de la Orden de Santiago, etc., etc. Este declaró que Juan Diego pasó toda su vida ejercitándose en las virtudes y sirviendo a la Celestial Señora en su primitiva ermita donde acabó su vida virtuosa y santamente[17].

Después de tantas declaraciones bajo juramento de decir verdad, lo único que resta es rendirse a la evidencia de que Dios nos hizo un regalo cuando nació Cuauhtlatoatzin, un hombre que al bautizarlo le dieron el nombre de Juan Diego.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] INFORMACIONES GUADALUPANAS, 1666. Lauro López Beltrán: “Almanaque de Juan

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Diego”. Editorial Jus México 1965 p. 44. Testigo 8°, Catarina Mónica, India de 100 años: “Oyó decir este testigo que estaba pintado en el dormitorio antiguo, con su tío Juan Bernardino al lado, la Virgen del Rosario, y un padre leyó que le llamaban Padre Gante. Y que a dicho Indio, lo nombraban mucho por haber sido tan dichoso y haber hablado a la Santísima Virgen de Guadalupe”. “Oficio del Excelentísimo Señor Virrey acompañado a S.E.I. (al Arzobispo Alfonso Núñez de Haro), el expediente promovido por el Cura y naturales de Santa María Tulpetlac, jurisdicción de San Cristóbal Ecatepec, solicitando licencia para construir una capilla en el pasaje donde dicen se apareció Nuestra Señora de Guadalupe”.

[2] ANTICOLI: “Historia de la Aparición”, libro I, cap. III.

[3] Juan Diego no tenía por que pasar problemas con las tierras que le pertenecían. Cuando las dificultades convengan en Cuauhtitlán, se fue a sus posesiones de San Juanico, o Tulpellac, que serían de la herencia de María Lucía, ya que era de una condición social parecida a la suya.

[4] LOPEZ BELTRAN, LAURO: “La Historicidad de Juan Diego”. Extracto de las Informaciones de 1666. Ed. Tradición, S.A. México 1977 pp. 54-58.

[5] Testigo No. 1, Informaciones de 1666, Marcos Pacheco, Indio, p. 54.

[6] Testigo No. 2, Informaciones de 1666, Gabriel Juárez, Indio, p .54.

[7] Testigo No. 3, Informaciones de 1666, Andrés Juan, Indio, p. 54.

[8] Testigo No. 4, Informaciones de 1666, Juana de la Concepción, India, p. 54.

[9] Testigo No. 5, Informaciones de 1666, Pablo Juárez, Indio, p. 54.

[10] Testigo No. 6, Informaciones de 1666, Martín de San Luis, Indio, p.55.

[11]Testigo No. 7, Informaciones de 1666, Juan Juárez, Indio, p.55.

[12]Testigo No. 8, Informaciones de 1666, Catarina Mónica, India, p.55.

[13] Testigo No. 9, Informaciones de 1666, Pbro. Lic. D. Miguel Sánchez, autor de la primera “Historia de Nuestra Señora de Guadalupe”, impresa en letras de molde en el año 1648, p. 55.

[14] Testigo No. 10, Informaciones de 1666, Fray Pedro de Oyanguren, p. 55.

[15] Testigo No. 11, Informaciones de 1666, Fray Bartolomé Tapia, p. 56.

[16] Testigos 12 al 18, Informaciones de 1666, pp. 56 y 57.

[17] Testigos 19 y 20, Informaciones de 1666, pp. 57 y 58.

Una ermita para Juan Diego en pleno siglo XVIPor Dr. Roberto Robles Nieto

Este es “su siglo”. Tanto lo quisieron en Cuauhtitlán, que pidieron licencia de levantar un templo que fuera un recuerdo permanente de los que lo conocieron y veneraron como al mejor de sus amigos y como a un santo. Al no haber sido declarada todavía su santidad por la Iglesia Católica, sino que su fama era solamente popular, fue dedicado a Santa María de Guadalupe. No podían hacer otra cosa, menos una ermita a Juan Diego, porque éste aún vivía cuando les vino a la cabeza honrarlo de esta manera.

Que fuera por un afecto muy grande a Juan Diego, no hay duda, porque se construyó a escasos metros de su casa, diez aproximadamente. Probablemente la hicieron pensando que no le molestaría, porque al

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fin y al cabo era para la Virgen Madre de Dios. Su casa quizá todavía no estuviera cubierta por la tierra que amontonaron sobre ella para defenderla del paso del tiempo y la podrían ver todos los que pasaran por allí sin dejar de recordar: -Allí vivió Juan Diego, el que habló con la Virgen María en el Tepeyac.

Cuando se levantaron informaciones entre el pueblo para que se abriera al culto el templo que había construido la familia de Doña María Loreto Revuelta y sus hermanos, ya habían transcurrido años que había sido terminado. En el curso de las declaraciones surgió el dato de la ermita de Juan Diego ya desaparecida para entonces.

La noticia de su existencia la da el testigo Don Manuel Sánchez: “...que por cierto, de una capilla que llaman la Tercera Orden, se arrancaron muy buenas piedras de cantería labrada”[1].

Este documento se conoce como “Informaciones Guadalupanas de 1852”[2].

Era necesario localizar esta edificación. “Los trabajos de exploración nos llevaron a profundizar hasta dos metros en derredor de la capilla”[3], la que fue construida sobre la casa de Juan Diego. El 18 de agosto de 1964 se localizó en la esquina suroeste de la casa el primer muro. Al excavar, aparecieron todos los muros, cuatro columnas circulares pareadas y, al frente de las columnas, el altar.

Entre las columnas y el altar, quedó al descubierto una caja de piedra oculta en el piso de la ermita, tapada con una piedra lisa. Al abrirse, no salió de allí ningún tesoro, contenía una ofrenda: cuentas de jadeita en forma de pico de ave; puntas de flecha: una blanca y otra negra; un “bezote” -adorno para el labio inferior- de cristal de roca; una cuenta de color naranja y un espejo de obsidiana.

En el grueso muro del lado norte, ocultas en su espesor, estaban dos ollas de barro cocido, tapadas con platos del mismo material, que contenían esqueletos de niños, con platos pequeños y jarritas, donde les pusieron el alimento que les serviría -según creencias pre-cristianas- para que no desfallecieran en su viaje hacia la eternidad[4].

En ese mismo muro, pero en el exterior, se encontró un gran brasero ritual. Una bella pieza en forma de flor, decorada con el rostro de “Tláloc”. Seguramente allí se quemó incienso en honor de la Virgen de Guadalupe. Con estos datos, no se puede dudar de su antigüedad y de la intervención de los indios que amaban a la Virgen, y eran también amigos de Tláloc.

La construcción de esta ermita data del primer tercio del siglo XVI. Estas exploraciones se hicieron con el asesoramiento de los arqueólogos del Instituto de Antropología e Historia y de la Secretaría del Patrimonio Nacional. Intervinieron D. Jorge Enciso, Subdirector del Instituto mencionado, y D. Jorge R. Acosta, Director del Departamento de Monumentos Pre-Hispánicos. Emitieron sus dictámenes por escrito, confirmando que, tanto los muros de la casa de Juan Diego, como los de la Ermita, corresponden a la cultura III y VI, inmediata a la conquista de México: Cfr. “La Ermita”[5].

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] INFORMACIONES GUADALUPANAS DE 1852, Testigo 2º., en “Histórica”: o.c., Colección I, p.51. Centro de Estudios Guadalupanos, México D.F. (sin fecha de publicación).

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[2] INFORMACIONES GUADALUPANAS DE 1852, “Histórica”: o.c., pp. 50 y 55. Fueron encontrados por D. José María Muñoz, Párroco de Cuauhtitlán, en un armario donde había papeles viejos, en casa de su amigo Lauro Covarrubias. Se tomó testimonio a nueve personas.

[3] FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO: o.c., p. 17. Museo de Antropología de la Ciudad de México: “Entierro de niños en ollas de barro”.

[4] Museo de Antropología de la Ciudad de México: Ver “Entierro de niños en ollas de barro”.

[5] FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO: o.c., p.17. Museo de Antropología de la Ciudad de México: “Entierro de niños en ollas de barro”.

María Lucía, la mujer de quien se enamoró

La educación que recibió esta damaPor Dr. Roberto Robles Nieto

¡Qué importancia tan grande dieron los indígenas a la educación de los niños: ellos y ellas! El Códice Mendoza presenta una serie de figuras sobre este interesante tema[1]. Las niñas llevan desde la más tierna edad blusa y falda, que es al principio corta, y bien pronto se alarga hasta los tobillos.

En los primeros años recibe muchos consejos y aprende a realizar labores domésticas sencillas. La niña observa cómo hila su madre y cuando cumple seis años, empieza ella también a manejar el huso; estará al lado de su madre por lo menos hasta los quince años.

Se trata de una educación práctica y severa: los castigos llueven sobre el niño o la niña perezosos[2].

El “Calmecac” era un centro educativo reservado a los hijos e hijas de los dignatarios: aunque eran también admitidos los hijos de los comerciantes[3]. En Tetzcoco el equivalente al colegio era con mucha probabilidad el “Tlacateo”, la Escuela de los Infantes[4]. Un pasaje de Sahagún permite pensar que eran admitidos también los hijos de los “plebeyos” como él designa a los que no provenían de familias acomodadas.

La administración del “Calmecac”, para las mujeres -no había la llamada “educación mixta”: hombres y mujeres en el mismo plantel educativo-, estaba a cargo de las “ichpochtlatoque” -maestras de las doncellas,- que son funcionarios laicos: no tienen oficialmente actividades de tipo religioso, sino solamente educativas; aunque para la formación de la mente y el corazón de la persona, jugará un papel tan importante la enseñanza y la práctica de la religión.[5]

Por las noches hacían penitencia y se les sometía a ayunos frecuentes y rigurosos. Debían ser hombres y mujeres recios, con un gran dominio de sí mismos. También aprendían a hablar bien, saludar y hacer reverencia. Se les enseñaban todos los versos del canto, para que pudieran entonar “los divinos cantos”, los cuales estaban escritos en sus libros mediante los caracteres empleados por ellos.[6]

Las jovencitas estaban consagradas al templo desde los primeros años de la infancia; ya fuera para permanecer en él durante un determinado número de años, o bien para esperar su matrimonio. Vivían castamente y se ejercitaban en la confección de hermosas telas bordadas. Ofrecían incienso a los númenes, varias veces por la noche[7]

La educación recibida cumplía muy bien su misión. Una vez terminada, ellas volvían a casa de su familia y ellos a sus trabajos o al ejército; la preparación del “Calmecac” les aseguraba un futuro próspero, a menos que las cosas no fueran bien a causa de la guerra.

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Los cantos aprendidos se referían a la historia de la ciudad y a sus héroes; como los aprendieron de memoria, estaban muy al tanto de todo lo que les llevaba al amor de la Patria. Las danzas y la música, contribuían a hacer más profundo este sentimiento.

Es notable que en esa época y en este continente, un pueblo indígena haya practicado la educación obligatoria para todos.[8] Los que no asistían al “Calmecac”, forzosamente debían recibir su educación en el “Telpochcali”: La casa de los jóvenes.

Malintzin -después de bautizada en la Iglesia Católica cambia su nombre por el de María Lucía- estudió en su colegio: lectura, escritura, adivinación, o sea la interpretación de los calendarios compuestos años atrás, acerca de los días en que debían hacerse o no algunas actividades porque podría tratarse de días funestos; cronología: los tiempos y fechas importantes de la historia de su país, y retórica. Ella sabía expresarse bien, comedidamente y de acuerdo a las circunstancias.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] El Códice Mendoza o Códice Mendocino está realizado según la técnica náhuatl. Fue mandado hacer por el Virrey Antonio de Mendoza de quien tomó su nombre. Es una copia de códices antiguos que el Virrey enviaba a Madrid. Va desde la fundación de la ciudad de México hasta Moctezuma II. Nos interesa especialmente la tercera parte, que se refiere a las costumbres: el nacimiento, educación y matrimonios, etc. Constituye una fuente importantísima para la historia antigua de México. En 1549 fue enviado al Rey de España, pero el barco en que viajaban fue apresado por un corsario francés y las pinturas fueron adquiridas por René de Francia. Fue vendido por sus herederos al Capellán de la embajada inglesa en París y publicada por primera vez en el año de 1625; la mejor edición es de Lord Kingsborugh Londres 1831.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: “Historia general de las cosas de la Nueva España”. Ed. Porrúa, Colección Sepan cuántos. No. 300. Edición preparada y numerada por Ángel Ma. Garibay K., Libro VI, Cap. VIII, No. 9, p. 213: “quien no se levantaba y despertaba punzábanle las orejas, el pecho, muslos y piernas meciéndole punta de maguey por todo el cuerpo”.

[3] LEON PORTILLA, MIGUEL: “La filosofía náhuatl”. U.N.A.M. México 1983, p. 225: “los ‘Calmecac’ eran los centros donde los sabios comunicaban lo más elevado de la cultura náhuatl por esto no es de extrañar que de ordinario estuvieran ellos los hijos de los reyes, nobles y gente rica. No había exclusivismo de clase, porque podía entrar el que así lo quería”.

[4] MARTINEZ, JOSE LUIS: “Netzahualcoyotl, su vida y su obra”. Fondo de Cultura Económica, 4ª. Reimpresión .México 1990, p.42. María Lucía, desde niña asistió al Calmecac -en Tetzcoco, “Tlacaltoa”-, dedicado a las mujeres. Allí estuvo al cuidado de mujeres expertas en la educación femenil y en especial en la enseñanza de las buenas costumbres.

[5] TORQUEMADA, FRAY JUAN DE: “Monarquía Indiana”. Introducción de Miguel León Portilla. Ed. Porrúa, México 1969. 3 Vol. Vol. II p.189.

[6] TORQUEMADA, FRAY JUAN DE: o.c., T. II, pp. 220-221.

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[7] RUMEROVARGAS YTURBIDE, IGNACIO: “Las Instituciones”, en “Esplendor del México Antiguo”. Ed. Valle de México, S.A., I, II, México 1977 p.764.

“Las Ichpochcalli” (casas de las jóvenes), tenían la misma organización de los Calmecac. Estaban dirigidos por los “Ichpochatlahtoque” (Gobernantes de muchachas) y las “cihuatlamachtiani” (maestras), quienes impartían la enseñanza. Sus trabajos manuales estaban relacionados con el servicio del Templo.

[8] Los hombres terminaban su educación alrededor de los 21 años y las mujeres a los 18. Iniciaban su ingreso a la vida social con el matrimonio. Las edades para ser admitidos en los colegios y las de salida variaban de un caso a otro. Era notable el logro de la educación de todos, con tanta dedicación y esmero. Cfr. TORQUEMADA: o.c., T. II, pp. 220-221.

Advertencias afectuosasPor Dr. Roberto Robles Nieto

Cuando la niña llega a ser una jovencita y mira ya la vida de otro modo, entonces su padre la pone al tanto de lo que espera de ella, le dice con mucha sabiduría:

“Tú eres preciosa como cuenta de oro y como pluma rica y eres mi sangre y mi imagen, oye con atención lo que te quiero decir, porque ya tienes edad de discreción. ¡Oh hija mía, este mundo es de llorar y de grandes descontentos, donde hay fríos y destemplanzas de aire y grandes calores del sol que nos aflige, y es lugar de hambre y de sed! Nota bien lo que te digo: que este mundo es malo y penoso, donde no hay placeres sino descontentos”[1]

Continúa Fray Bernardino de Sahagún diciéndonos las palabras de un padre de familia preocupado por el futuro de su hija: “Hay un refrán que dice que no hay placer sin que no esté junto con mucha tristeza, que no hay descanso que no esté junto con mucha aflicción, acá en este mundo; este es un dicho de los antiguos, que nos dejaron para que nadie se aflija con demasiados lloros y con demasiada tristeza”.

“Nuestro señor nos dio la risa, y el sueño y el comer y el beber con que nos criamos y vivimos, nos dio también el oficio de la generación con que nos multiplicamos en el mundo; todas estas cosas dan algún contento a nuestra vida por poco espacio...”

“Nadie piensa en la muerte, solamente se considera lo presente que es el ganar de comer y beber y buscar la vida, edificar casas y trabajar para vivir, y buscar mujeres para casarse: y las mujeres se casan pasando de la mocedad al estado de los casados: esto, hija mía es como te he dicho”.

“Ruego a dios que vivas muchos días”. (Fray Bernardino escribe intencionadamente “dios” con minúscula, porque se está refiriendo al conocimiento y relación que tenían con Dios los indígenas mexicanos). “Es menester que sepas como has de vivir, porque el camino de este mundo es muy dificultoso y mira hija mía, palomita mía, que no sólo es así, sino espantablemente dificultoso”.[2]

“Ten entendido que vienes de gente noble, de hidalgos y generosos: eres de sangre de señores y senadores que ha ya muchos años que murieron, y reinaron y poseyeron el trono y estrado del reino, y dejaron fama de honra...” Efectivamente, para casarse, Juan Diego escogió una mujer de su misma categoría y a ella cuadran muy bien estas frases de Fray Bernardino:

“Mira que no te deshonres a ti misma, que no te avergüences a ti misma, que no te afrentes a nuestros antepasados: mira que no hagas alguna vileza. Ve aquí la regla que has de guardar: has de orar muchas veces y suspirar al dios invisible e impalpable que se llama “Yoalli Ehcatl”, clama a él en el secreto de tu habitación y de tu recogimiento”.

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“Su padre le indica que debe levantarse temprano y con rapidez ponerse de rodillas, clamar a dios en su corazón, lavarse la cara, las manos, la boca... y ponerse a trabajar en lo que es su oficio: hacer cacao, moler maíz, o hilar y tejer. Y si viniere a ella la pobreza, debe trabajar todavía con mayor interés y más cuidado, siendo muy experta en colorear las telas y en el manejo de la lanzadera para fabricarlas”.

“Todo esto debe tenerlo en cuenta antes de morir, para que después de la muerte pueda vivir honrada y entre personas honradas.” Los paternales consejos no terminan aquí: pero con los anteriores nos damos cuenta del modo de ser y de vivir de una mujer como la que escogió Juan Diego para que fuera su esposa.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE . o.c. Libro VI, cap. XVIII, No. 2, p. 345.

[2] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c. Libro VI, cap. XVIII, n. 8, p. 346.

Un amor limpio y profundoPor Dr. Roberto Robles Nieto

En Tetzcoco, oyó decir Juan Diego que en México-Tenochtitlan, el Tlatoani Ahuizotl (1486-1502) se disponía a engrandecer aún mas la ciudad y especialmente el templo, la Gran Pirámide, que estaba dedicada a honrar a dos númenes muy importantes, puestos al mismo nivel de veneración: Huitzilopochtli -a quien los guerreros dedicaban sus mejores esfuerzos- y Tláloc -el pacífico representante de las fuerzas de la naturaleza- en su aspecto más acogedor: la fecundidad de la tierra.

Era una muestra más de la riqueza de sus vecinos, los del lago. Nunca estaban satisfechos con la grandeza y hermosura del templo, siempre querían más. El Año 8-Caña (1487) se había hecho la consagración de esta suntuosa e imponente pirámide de cien metros de largo por ochenta de ancho: acudió tanta gente, que parecían hormigas en hormiguero. Fue un aplauso a la majestad de la ciudad de México.

Juan Diego vivía de acuerdo a las circunstancias que enmarcaban su vida: cuando él cumplió veinte años de edad, el año de 1494, hacía apenas dos años que habían desembarcado los españoles en las islas del mar caribe. En Tetzcoco y en México-Tenochtitlan este hecho era perfectamente ignorado: nadie sabía que unos hombres de raza blanca se habían aproximado a ellos. Por su parte los que vinieron con Cristóbal Colón tampoco se imaginaban que existieran los chichimecas y los aztecas; ni sabían que los separaba apenas un brazo de mar.

En México y en Tetzcoco los hombres siguieron su ritmo acostumbrado de trabajo, y las preocupaciones de la vida diaria no habían cambiado en nada.

En Cuauhtitlán -y en el resto del dominio chichimeca- la costumbre era que un muchacho se casara a los veinte años, poco más o poco menos. El casamiento era un asunto que se resolvía entre familias y de ninguna manera entre los individuos en particular. Es probable que los jóvenes pudieran hacer algunas sugerencias a sus padres.

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Para que el muchacho pudiera llegar a contraer matrimonio, era necesario ante todo, que estuviera libre del Calmecac -o del Telpolchcalli en su caso-; debía obtener de sus maestros la autorización necesaria que lo acreditaba como un hombre responsable. Había vivido varios años al lado de ellos y lo conocían bien.

La familia preparaba un banquete en toda forma para agasajar al profesorado del colegio; cuando terminaban de comer fumaban tabaco que les ofrecían en pipas decoradas con verdadero arte y generalmente obtenían las buenas recomendaciones para su hijo. No podía faltar un discurso: “Señores y maestros, no recibáis pena porque vuestro hermano Cuauhtlatoatzin, nuestro hijo se aleja de vuestro lado... ya quiere tomar mujer”. Estos discursos son más largos, de acuerdo a las posibilidades del orador, que parece era rico en recursos para hilar unas tras otra las ideas.

Los profesores no se quedaban a la zaga y en sustancia decían: “-Como habéis terminado casarle, hágase como mandáis” y dejaban la casa ceremoniosamente[1].

También el sacerdote no se separaba de sus alumnos sin dirigirles una homilía; los amonestaba que fueran solícitos servidores de ese Ser al que debían la vida; que ya que iban a tener mujer y casa, trabajaran como hombres esforzados para mantener a su familia. “Aunque infieles, escribe Motolinía, los mexicanos no carecían de buenas costumbres”[2].

Una vez que se había concertado el matrimonio entre los padres de los dos jóvenes, entraban en escena las “cihuatlanque”, ancianas encargadas de servir de intermediarias entre las dos familias para todos los asuntos grandes y pequeños que se suscitan en la preparación de una boda; más aún si se trata de gente importante como es el caso de Cuauhtlatoatzin y Malintzin (Juan Diego y María Lucía). Ellas “pedían” oficialmente la mano de la novia y volvían a decirse más palabras ceremoniosas y corteses.

Los padres de la elegida respondían con fingida y muy apropiada extrañeza: “no sabemos como se engaña ese mozo que la demanda, porque ella sirve para poco y es un tanto boba -palabras que reflejan su buena educación, porque rebajan la persona de su amada hija; enaltecer sus virtudes habría sido visto como algo presuntuoso y molesto-, pero ya que con tanta falta de oportunidad habláis de este negocio, es preciso que lo consultemos con sus tíos y tías... mañana daremos conclusión a este negocio”.

Se hizo el consejo de familia de Malintzin, y se fijó la fecha de la boda.

Estos tratos se hicieron en el pueblo que después de la Conquista española se llamo Santa Cruz el Alto, según se puede verificar en el testamento de una india de Cuauhtitlán, llamada Juana Martín, que deja a la Virgen María de Guadalupe unos terrenos y habla del matrimonio de Juan Diego. Este documento está fechado el 11 de marzo de 1559, se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, Sala Oriental, sección Manuscritos raros[3].

Probablemente Juan Diego conoció a Malintzin en sus ires y venires de sus acostumbradas caminatas, desde Cuauhtitlán a Ixhuatepec (hoy San Juanico).

La muchacha que le gustó a Juan Diego y de la que se enamoró, fue también del agrado de su familia, ambos habían recibido una educación semejante y las costumbres de las dos familias estaban basadas en la honradez y el trabajo. Ellos vivían conforme a las mejores tradiciones de sus antepasados. En el orden moral, los dos eran intachables porque, como veremos después de la conversión al catolicismo de Malintzin, ella siguió a su marido muy de cerca en la búsqueda del amor de Dios y sería su gran colaboradora en la vida llena de virtudes que mostró Juan Diego.

Dicen que siempre tras un gran hombre se encuentra una gran mujer.

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El amor de Juan Diego, limpio y noble, se puede expresar con las palabras de un antiguo poema náhuatl:

“¡Ya llego, ya llego... vengo del fondo de las aguas del mar, de donde el agua se pinta; sus tintes son los rojos de la aurora! También yo soy cantor: flor es mi corazón, ofrezco cantos”[4].

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO: o.c. Libro VI, Cap. XXIII, No. 6, p. 366. A esta cita corresponden todos los párrafos entrecomillados.

[2] MOTOLINÍA, FRAY TORIBIO: “Historia de los indios de la Nueva España”, Tratado I, cap. 14, N.139, añade a lo anterior: “Estos indios que en sí tienen estorbo que les impida para ganar el cielo, de los muchos que los españoles tenemos y nos tienen reunidos, porque mi vida se contenta con muy poco (...) en despertando están aparejados para servir a Dios y si se quieren disciplinar no tienen que estarlo ni embarazo de vestirse y desnudarse. Son pacientes sufridos sobre manera, mansos como ovejas; nunca me acuerdo haberlos visto guardar injuria, humildes, a todos obedientes, ya de necesidad ya de voluntad, no saben sino servir y trabajar”.

[3] Tengo copia en mi poder.

[4] GARIBAY, ANGEL MARIA: “Historia de la Literatura náhuatl”. Ed. Porrúa, S.A. 2 tomos, México 1971. T. I. Cantores Mexicanos, f.19, lin. 1 y 55.

La fiesta de bodasPor Dr. Roberto Robles Nieto

Antes de fijar la fecha, se consultó a los adivinos para que dieran los días más favorables, de acuerdo a los calendarios que recogían experiencias de muchos años atrás. Cuando se llegó a un acuerdo los novios supieron el día que habían decidido sus padres.

Antes de que Malintzin se uniera en matrimonio con Cuauhtlatoatzin, su madre le dio ese consejo inapreciable:

“Si a tu lado y contigo vive, lo pondrás en tu regazo, entre el cruce de tus brazos. No te has de sobreponer a él como un águila o un tigre. No harás de tal manera lo que él te mande, que des motivo de ofensa a Dios y el no te de tormentos. En paz y sosiego le dirás a él aquello que te cause pena, no delante de otros, junto a otros, porque le causarías vergüenza”[1].

Había que tomar el tiempo necesario para preparar el festín: el chocolate, que llevaba mucho trabajo porque se comenzaba por moler el cacao; las flores que llenarían toda la casa; pipas para ofrecer tabaco a los invitados y los variados platillos que harían la delicia de todos los asistentes a esa fiesta; buena

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cantidad de pulque y los “tamales”: “toda la noche y todo el día haciendo tamales; por espacio de dos o tres días no dormían sino muy poco durante el tiempo que duraban los preparativos”[2].

La ceremonia de la boda se hacía por la noche en la casa del novio; pero el día anterior había fiesta grande en casa de la novia; fue allí donde la alegría de su familia y sus amistades se desbordó en muchos detalles amables para ella.

Los invitados llegaron a hora temprana con muchos regalos, eran sus amigas del Calmecac y los amigos de su novio; gente joven que llenó la casa de alboroto y de risas.

Al mediodía hubo un gran banquete, en el que no participaron más que los mayores, con toda la buena educación que pedía la ceremonia. Los ancianos bebieron “octli” -pulque-, nadie podía beberlo a su gusto, excepto ellos, en atención a su edad, porque era una bebida embriagante; los demás comensales debían ser muy moderados. Malintzin se presentó espléndidamente ataviada por su madre: su ropa era una ostentación de colorido en los bordados y del buen gusto que cultivaba esa familia. Lució ese día en toda su belleza: la de una jovencita que ya se considera mujer, contando apenas con un dieciséis años de edad.

Por la tarde se arregló a la novia con el vestido de bodas. Tomó un baño y lavaron su cabellera. Adornaron brazos y piernas con plumitas de color rojo y la cara con polvos amarillos y ocres: algo así como oro y fuego. Nunca se había visto mejor, su madre y ella seguramente estarían un poco asustadas. Y no era para menos: hay que tener presente que quizá nunca había hablado con Cuauhtlatoatzin, aunque seguramente lo habría visto más de alguna vez. Sólo las muchachas “alocadas” se atrevían a mirar y a hablar a solas con los jóvenes[3].

Al caer la noche, vinieron por ella los parientes del novio y, entre ellos, muchas viejas y honradas casamenteras. Subió a una litera que transportaron dos cargadores hasta su nuevo hogar. Sus amigas todavía solteras y los familiares mas allegados la acompañaban en dos filas con antorchas en las manos[4]. En el testamento que hace ante notario Juana Martín -la india de Cuauhtitlán que dejó unos terrenos a la Virgen de Guadalupe-, como de paso comenta que Juan Diego “se fue a unas casas en Santa Cruz el Alto”, con una doncella llamada “Malintzin”; este pueblo en lengua indígena se llamó “Tlacpac”, conocido por otro nombre como “Tulpetlac”, que se encuentra entre San Pedro Xalostoc y San Juan Ixhuatepec[5]. A este San Juan le dijeron desde el principio “San Juanico”.

Por su parte, Andrés de Tapia, al hablar del novio, afirma que es un “indio del pueblo de San Juanico”[6]. En este pueblo la familia de Juan Diego tenía posesiones, por eso no tiene nada de sorprendente que al andar por estos rumbos conoció a Malintzin y se casó con ella.

Están los dos lugares tan cerca uno del otro, que se ha dicho que San Juanico es un barrio de Tulpetlac. Si alguien dijera que Juan Diego se casó allí, más o menos acierta; pero sería mejor decir que la fiesta fue parte en el pueblo de Malintzin y parte -la que correspondía de acuerdo a las costumbres del paso de la novia a la casa del novio- en Ixhuatepec (San Juanico).

Cuando llegó la novia, descendió lentamente de las andas que le condujeron a la presencia de Juan Diego. Salieron a recibirla también los familiares más distinguidos de ambos. ¡Cuánta alegría había en ese ambiente de fiesta!

Ya en la casa de la que sería su nueva familia, les indicaron a los dos que se sentaran juntos en una estera -un petate-; la madre de Cuauhtlatoatzin regaló a Malintzin un hermoso “huipil” -una blusa de mucha calidad- y una falda; a su vez, el novio recibió de su suegra una “tilma” -manta larga que se usaba anudada al cuello- y un “maxtlatl” -prenda de vestir que dejaba el torso y las piernas al descubierto-; entonces se acercaron las casamenteras y anudaron una esquina de la manta con la orilla

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del huipil de la novia. Enseguida se les dio a comer a los dos un poco -cuatro bocados de un tamal a cada uno-, que el novio daba a la novia y ella a él, y con esto terminó la ceremonia nupcial[7].

La alegría se desbordó y hubo cantos y danzas. La fiesta no tenía para cuando acabar porque las provisiones eran abundantes.

Ya están casados. Ninguno de los dos se imaginaba que pasarían a la posteridad y que sus nombres sería repetidos incontables veces, al paso de los siglos, en su propio país y fuera de él. El don que recibieron ambos fue el de actuar en la vida con sentido común, y de perseguir el Bien hasta encontrarlo y adueñarse de él. Poseyeron esa gracia tan especial que se llama “la sabiduría”.

Las mujeres de la familia de Juan Diego dijeron a la novia: “Hija mía, nosotras, las madres que aquí estamos y tus padres, te queremos consolar; no te aflijas por la carga del casamiento que tomas a cuestas, con la ayuda de nuestro señor[8] la has de llevar; y la madre de Malintzin se expresó así dirigiéndose a Juan Diego: “Aquí estás, hijo mío, que eres nuestro tigre, águila, pluma rica y nuestra piedra preciosa. Entiende que ya eres hombre casado... esto no es cosa de burla, trabaja, porque con sudor has de ganar la comida”[9].

Los esposos pasaron a la cámara nupcial, para orar durante cuatro días y cuatro noches. Durante estos días, sólo salían de su aposento para ofrecer incienso en el altar familiar al medio día y a la media noche.

Al fin de este tiempo, la joven desposada se adornó la cabeza con plumas blancas y recibieron nuevos regalos; una ocasión más para hacer todo un festín: música, cantos, baile y flores.

Este rito se celebra solamente con la mujer principal; si se trataba, por ejemplo, de dignatarios que deseaban tener varias mujeres, ellas serían sus esposas secundarias. Sólo existía una esposa “legítima” como suelen nombrarla los cronistas.

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------------------------------ [1] OLMOS, FRAY ANDRES: “Huehuetlatolli” - “Pláticas de los Ancianos” ("Mamiserdt" en náhuatl). Biblioteca Nacional de México. T.133, sin paginar. Lugar 14. Traducción de Ángel María Garibay K., “Historia de la Literatura náhuatl”: o.c., pp.421-422.

[2] DAHLGREN, JORDAN B: “Una vida indígena”, en “Esplendor del México Antiguo”, Editorial Valle de México, S.A., 2ª. Edición, 2 tomos. T. II, p. 689

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c. Libro VI, Cap. XIX, No. 14, p. 350: “Mira también es hija de no poner atención a las palabras que oyeres en el camino, ni hagas cuenta de ellas, digan lo que dijeren los que van o viene, no te preocupes de responder, ni trates de hablar; haz mas bien como que no lo oyes ni entiendes...”

[4] SOUSTELLE, JAQUES: o.c.,.p. 179 Por la noche se formó el cortejo que acompañaría a la novia donde su casa, a la del novio. Delante venían los padres del novio, detrás muchas honradas damas, después la doncella; que, siendo de familia importante, venía en una litera llevada a cuestas por dos cargadores. Sus parientes y amigos, la acompañaban en dos filas con antorchas en las manos.

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[5] La Casa de Malintzin -María Lucía- en Tulpetlac estaba cerca de Ixhuatepec, llamado después San Juan, y mejor conocido como San Juanico, donde se encontraba la casa de Juan Diego. Los dos pueblos están tan próximos, que a Juana Martín -la del testamento de Cuauhtitlán- le bastó decir: “Juan Diego se fue a casar a Tulteplac”.

[6] Juan Diego y su familia tenían posesiones importantes en San Juanico -o Ixhuatepec- por lo que Andrés de Tapia, capitán de Cortés e historiador, nos dejó consignado este interesante dato.

[7] La educación que recibieron los dos de sus padres -recogida por Fray Bernardino Sahagún en su libro VI de su “Historia General de los casos de la Nueva España”, y por Fray Andrés de Olmos, especialmente en sus “pláticas para comprender perfectamente las obligaciones propias del matrimoni”. Ellos lo entendieron como único e indisoluble. No hubo más que una esposa principal, María Lucía, y no sabemos que en este matrimonio haya habido esposas secundarias. Ninguno de los numerosísimos testigos que hablan de Juan Diego mencionan nada acerca de esto.

[8] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, cap. XXIII, n. 28, p. 365. El discurso es un poco más largo.

[9] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: o.c., Libro VI, cap. XXIII, nn..30, 31 y 32; se han resumido los consejos que recibe el novio.

Es una casa de familiaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Malintzin vivió con Juan Diego desde su juventud: fue su esposa y colaboró con él en todo momento, en las circunstancias favorables y en las que no lo son tanto, si nos atenemos a lo que suele suceder en la vida de un hombre y una mujer normales. ¡Cómo habrán vivido ambos la tragedia de la guerra de Conquista! Seguramente la zozobra y las penas se dejaron sentir muchas veces.

Ella conoció la doctrina de Jesucristo por la predicación de los padres franciscanos en Cuauhtitlán. No es fácil pensar que haya sido en Tetzcoco, porque esta señora no se movía de un punto a otro con la misma facilidad que tenía su marido a viajar por razones de trabajo.

Estaba al cuidado de su casa. En ese hogar donde habían vivido sus suegros -aunque fuera por temporadas- y quizá los familiares mas próximos a Juan Diego. El dato seguro que tenemos es que el tío Juan Bernardino -desconocemos el nombre indígena que usaba antes de bautizarse- formaba parte de ese grupo familiar y, dadas las circunstancias, en esa casa se vivía en paz y trabajaban todos. Los padres de Juan Diego residían habitualmente en Tetzcoco.

Por lo que atañe a los escritos acerca de este matrimonio, el que más habla es Juan Diego es el llamado “Nican Motecpana”, por las palabras con que se inicia este relato en lengua náhuatl. No dice nada al respecto de sus bodas, si se casaron antes o después de la conversión de los dos al catolicismo. Al referirse a ella, el texto mencionado la llama “cihuahutzin” -la esposa-; esta palabra se refiere al ceremonial indígena antiguo, no al matrimonio según la Iglesia Católica, que llegó a Cuatlitlán por el año de 1524, cuando vinieron a México los primeros doce frailes franciscanos.

Cuenta el Padre Florencia[1], siguiendo al Nican Motecpana -un escrito de Alva Ixtlitlxochitl que documenta los primeros milagros de la Virgen de Guadalupe y da algunos datos sobre la vida de Juan Diego-, que “por lo menos desde que recibieron el santo bautismo, o poco después, decidieron vivir en perpetua continencia” (se suele poner un ejemplo para que esto se entienda mejor: “como hermano y hermana”).

Esta es la tradición al respecto de la vida conyugal de este matrimonio. María Lucía -así se llamó Malintzin al recibir el bautismo por el año del 1524 o 1525- decidió junto con su marido que vivieran

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de esta manera, “porque oyeron cierta vez la predicación de Fray Toribio de Benavente -apodado ‘Motolinía’ por los indios, al ver la extrema pobreza con que vivía este santo franciscano- acerca de que, la castidad era muy grata a Dios”[2].

De ser así, tuvieron pleno derecho de actuar como mejor les pareció, sin faltar a la Ley de Dios. Bien sabemos que para ser santos en la vida matrimonial, lo que hace falta es vivirla según Dios hizo la naturaleza humana.

Es castidad matrimonial la que se vive en las relaciones normales de la vida conyugal[3]. Cristo Nuestro Señor, instituyó un sacramento que es una especial fuente de gracia de Dios para los esposos, al que San Pablo llama “gran sacramento”[4]. Se puede llegar a ser maravillosamente santo teniendo muchos hijos, o pocos, los que Dios quiera: teniendo en cuenta la indispensable generosidad de los esposos.

Juan Diego y María Lucía tuvieron por lo menos un hijo del que hay noticia -quizá hayan tenido mas, pero hasta el momento la documentación a la vista no da mayores datos-; de este hijo suyo sabemos algo por su propia descendencia: Se trata de la quinta generación de Juan Diego; una descendiente suya decide entregarse a Dios y va al Convento de monjas “cacicas” -gente de alcurnia- de Corpus Christi. Cuando los liberales jacobinos decidieron en el siglo XIX acabar con el catolicismo en México, les dio por destruir monumentos de la Colonia y por poco acaban con éste, que se encuentra frente a lo que hoy conocemos como la Alameda Central.

Una pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe, con unos cuantos renglones escritos al dorso, permitieron dar toda la veracidad a las palabras que escribió el Padre Florencia acerca de este hijo de Juan Diego y María Lucía, y a la vez con su nieto y bisnieto. Todos ellos llevaron el nombre de Juan.

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[1] FLORENCIA, FRANCISCO DE: “La Estrella del Norte de México”, “Historia de la Milagrosa Imagen de María Santísima de Guadalupe”. Guadalajara. Imp. de J. Cabrera 1895. Cap. XVIII.

[2] ALVA IXTLILCOXHITL, FERNANDO DE: “Nican Molecpana” , documento escrito en náhuatl y traducido por Primo Feliciano Velázquez, México 1926. Carreño e hijo, Editores p.79. “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada murió su mujer que se llamaba María Lucía. Ambos vivieron castamente, su mujer murió virgen. El también vivió virgen nunca conoció mujer. Porque oyeron cierta vez la predicación de Fray Toribio (...) Sabía que la castidad era muy grata a Dios y a su Santísima Madre...” . Estos datos a todas luces son exagerados. Es más coherente en sus conclusiones el P. Florencio que Alva Ixtlilxochitl.

[3] PABLO VI: Encíclica "Humanae Vitae”, n. 9: “Notas de amor conyugal: es ante todo plenamente humano, es decir sensible y espiritual al mismo tiempo (...) destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana. Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo sin reservas ni cálculos. Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Es un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos, sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas”.

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“El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y a la educación de la prole. Los hijos son sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres” (Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, n. 50). [4] Eph 5,32.

Las ocupaciones de una mujer laboriosaPor Dr. Roberto Robles Nieto

María Lucía, en el patio de su casa podía hilar y tejer. Siempre han sido “hacendosas” las mujeres de estos lugares, principalmente cuando han recibido buena educación de sus madres. Cuidaría los pájaros que tenía en jaulas de “carrizo” -planta que se cría cerca del agua y tiene tallos largos y huecos-: sería feliz cuidando sus macetas -tiestos que se llenan de flores- y ayudaría a su marido en todo lo que estuviera a su alcance.

Como toda buena ama de casa, seguramente puso mucho interés en el aspecto del interior de las habitaciones: el mobiliario siempre fue sencillo, porque las casas de gente rica o simplemente acomodada, no se distinguían por los muebles. Como en el Oriente -que los europeos llaman “lejano”- se utilizaban tan pocos que actualmente esto nos parecería una incomodidad. Las camas no eran otra cosa que “petates”, esteras de tule, más o menos numerosas, de mejor o peor calidad. Podían llevar arriba de ellas una manta cuidadosamente estirada, un “baldaquino”. Cuando llegaron los españoles al palacio de Axayacatl, en la ciudad de México se encontraron con que “...no se da más cama por muy gran señor que sea”, dice Bernal Díaz del Castillo[1].

Cuando el “petate” se colocaba sobre un estrado de tierra o de madera, para mayor solemnidad, al enrollarlo, servía de asiento no sólo en las casas particulares, sino también en los tribunales. María Lucía tenía en su casa asientos más elaborados, como el “icpalli”, con respaldo, hecho de madera o de juncos. No se parecen a nuestros “equipales” de ahora, porque son muebles bajos, casi a ras del suelo; las gentes se sentaban cruzando las piernas sobre un cojín puesto directamente sobre el piso de la habitación[2]. El “icpalli” se fabricaba en Cuauhtitlán, más que en otras partes.

Los vestidos, telas y joyas de la familia, los tenía guardados María Lucía en unos cofres tejidos. Eran unos sencillos cestos con tapa, llamados “petlacalli”; de allí pasó la palabra al castellano como “petaca”. Pudieron tener también en su casa mesas bajas y biombos de madera; en las casas de gente acomodada, algunos estaban ricamente adornados. A Bernal Díaz le cuesta trabajo describir estas mamparas que seguramente no había visto por sus tierras de España[3].

Ni siquiera en las casa grandes había un comedor; podían comer en cualquiera de las habitaciones. Cuando el matrimonio recibía un invitado, adornaban el interior de la casa con ramas de árboles y flores.

Por la noche, la casa se iluminaba encendiendo astillas de madera resinosa, generalmente de pino, a la que llamaban “ocotl”, el ocote que se sigue usando en muchos lugares y se puede comprar en los mercados.

Las casas se distinguieron no tanto por los muebles, que eran más bien escasos, sino por el número de las habitaciones y especialmente por los jardines. Juan Diego tendría su buen jardín y las comodidades de una casa bien hecha en medio del campo. Se han descubierto las cercas de piedra de dos corrales. Allí estaban los animales domésticos de María Lucía: “guajolotes” -pavos- que son originarios de México y se llaman en náhuatl “uexolotl”, de donde deriva la palabra con que se designa habitualmente; gallinas, perritos de una raza especial, de carnes blandas, palomas...

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[1] DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL: “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Espasa-Calpe. Colección Austral, 5ª. Ed. Madrid 1982, p.181.

[2] El “equipal” es un mueble tipo occidental, parecido a una silla de brazos, hechos con materiales indígenas y piel curtida y madera, sumamente cómodo. El “icpalli” no se usa en ninguna parte. Cuauhtitlán debía pagar como impuesto a México -en tiempos de Juan Diego había pasado a poder del dominio mexicano.

[3] DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL: o.c., p. 186: “Y ya que comenzaba a comer echábanle delante una como puerta muy pintada de oro para que no le viesen comer

Los cuidados de una casaPor Dr. Roberto Robles Nieto

María Lucía debía realizar todos los menudos cuidados y ocupaciones, que hacen agradable y digna la vida de una familia. La preparación de los alimentos era tarea exclusivamente suya. Juan Diego era el que se beneficiaba de sus apuros -que pasan todas las señoras en su propia casa, aunque tengan quien les ayude a los quehaceres domésticos-; la comida debía estar a tiempo y bien sazonada; la casa limpia y recogida: las esteras -petates- que servían para dormir, se enrollan con cuidado y se colocaban en vertical en algún lugar de la habitación que les sirve para pasar la noche. Otros “petates” adornados con grecas, permanecen en el centro de ese aposento y allí se distribuyen los “icpalli” -asientos con respaldo tan propios de Cuauhtitlán- para descansar al final de las faenas del día.

Ella iría probablemente al mercado de Cuauhtitlán para comprar al trueque -no existían las monedas- , lo que necesitaba para cocinar ese día. Otros alimentos vendrían desde el mercado de Tatelolco, que era entonces el más grande del Nuevo Mundo[1], se encontraba distante de Cuauhtitlán, pero se podía ir a pie desde su casa, se invertían en esto unas tres horas y pico de camino[2]. Las gentes de aquel tiempo tenían que caminar mucho y estaban habituados a largos desplazamientos caminando paso a pasito.

El chocolate no lo producían ellos, porque el cacao es de las tierras bajas del trópico; mucho les agradaba tomarlo caliente por las mañanas o al anochecer; la vainilla, es un típico producto tropical también; diversos tipos de chiles, semillas de calabaza ya molidas, que mezcladas con chile verde hacen una salsa espesa, muy del gusto de los mexicanos; las producían las tierras aledañas a su casa, o los compraban en el mercado.

Si una persona buscaba un platillo selecto para un almuerzo especial, se dirigía a la sección de carnes del mercado, en donde había variedad de ellas: de conejo, venado, jabalí, perro cebado -de los que ella tenía en el corral de su casa-, zarigüeya, comadreja, topo, serpientes diversas, iguana y huevos de iguana, ranas, sapos, gusanos de maguey, hormigas voladoras, chapulines -saltamontes- “jumiles” y otros parásitos de algunas plantas. Para el gusto actual, parece que los indígenas tenían una dieta deficiente y de mal gusto; pero hay que precisar que bien condimentada la comida y aderezada con

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legumbres y el sabor de los chiles, resultaba algo sabroso. Actualmente muchos de esos platillos son muy estimados.

Podía ir también la señora de la casa al lugar del mercado donde se abastecía de pescado blanco y oscuro, camarón, caracoles, salamandras, pasteles de algas con sabor a queso, ostiones de río, tortugas y huevos de tortuga, huevos de toda especie, de mosca de agua, angulas y hasta renacuajos.

Si alguien nos dijera que en Europa -procedentes de Francia- les gusta comer los quesos apestosos y rancios, pensaríamos quizá que son indudablemente personas de mal gusto.

Del lago procedían también más de una docena de aves acuáticas, desde patos hasta grullas. Los animales domésticos también se podían adquirir allí, se vendían junto con las variedades silvestres; había: codornices, perdiz y faisán, etc., etc.

Los antiguos mexicanos no conocían la grasa y el aceite, y así su cocina ignoraba las frituras. Todo se comía asado y con mayor frecuencia, cocido, muy sazonado y picante.

Las verduras las cultivaban al lado de su casa los que tenían la posibilidad de hacerlo, como sucedía en el huerto de hortalizas que cultivaba Juan Diego; las más importantes eran calabazas, frijol negro, frijol bayo, jitomate, tomate verde, chayote, cebolla silvestre, amaranto y su semilla, la salvia; corazones de planta de maguey; el hongo parásito del maíz llamado “huitlacoche” -que por cierto desde hace algunos años gana premios de cocina internacional-; hongos de muchas variedades, incluyendo el “teonocatl” que produce visiones.[3]

De los árboles del patio recogían aguacates -algo así como una mantequilla de color verde, de agradable sabor-; guayabas -frutos muy aromáticos y sabrosos, con los que se puede hacer un postre casero agradable al paladar-; mangos -frutos tropicales muy codiciados- , zapotes, chicozapotes, chapulines, papayas, etc.

La variedad de los árboles frutales no termina aquí, porque la variedad de climas, que va desde el montañoso, arriba de los dos mil metros de altura, al tropical bajo y cálido, permite que existan verdaderas maravillas de la Naturaleza, como por ejemplo: el “mamey”, sólo gustándolo se puede apreciar la finura y calidad de esta fruta.

Tenían segura el agua, un clima benigno y el regalo de una Madre Naturaleza pródiga, que permitía a María Lucía tener una cocina muy variada a su disposición. Por supuesto que hacía tamales -carne envuelta en masa de maíz, recubierta con hojas secas de maíz y puestas a cocer a fuego lento- y atole, una bebida espesa, de harina de maíz, endulzada con miel.

El pulque, bebida fermentada en que se convierte el jugo dulce del maguey, era lo que acostumbraban de ordinario como acompañante de sus platillos favoritos; puede cambiarse su sabor al gusto, añadiendo jugo de diversas frutas.

Sin tener el conocimiento de una dieta medida en calorías y planeada como se acostumbra ahora, disfrutaban sin embargo de ella. Comiendo bien y trabajando, eran un pueblo fuerte y sano.

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[1] CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER: “Historia antigua de México”. Editorial Porrúa. Colección

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Sepan Cuantos, No. 29, México 1979, Libro VII, No. 35, p. 235: “El número de los contratantes (comerciantes y compradores) que diariamente concurrían a aquella plaza, era, según el mismo Cortes, da más de 50,000”.

[2] FRAGOSO CASTAÑARES, ALBERTO: “La casa de Juan Diego en Cuauhtitlán”, en “Histórica”, Colección I, C. Est. A. México 1983, p. 7: “Tres adultos hicieron el recorrido de Cuauhtitlán a la Basílica del Tepeyac, a pie y emplearon tres horas veinticinco minutos”.

[3] SAHAGUN, FRAY BERNARDINO: o.c., Libro XI, Cap. VII, N.6, p. 666: “los que comen ven visiones y sienten asco en el corazón... son medicinales contra las calenturas y la gota”.

El amor a los hijosPor Dr. Roberto Robles Nieto

Los hijos fueron llegando a este matrimonio que unió a Juan Diego y a Malintzin, la suya fue una unión normal, realizada según la Ley Natural; se llevaban bien y eran cuidadosos en el seguimiento de las reglas que marca la Naturaleza -que es sabia y no admite violaciones: siempre las cobra muy caras-. ¿ Cuántos hijos tuvieron? No lo sabemos.

Tenemos al menos la seguridad de un hijo de ellos llamado Juan como su padre.

Lo que conocemos acerca de sus hijos es que por el año de 1548, al morir Juan Diego, dejó en herencia una pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe a uno de sus hijos llamado Juan “y este hijo se la dejó estando para morir a otro hijo suyo llamado también Juan, nieto del principal Juan Diego, el cual nieto estado “in agone” (en agonía) envió llamar al dicho R.P. Juan de Monroy, en cuyos brazos dio el alma a Dios”[1].

La imagen que Juan Diego traía siempre con él, mide 17 cm. de largo por 12.5 cm. de ancho[2]. Tiene su historia. Nos ha llegado por tradición que l la llevaba colgada al cuello, bajo la camisa; esta pintada de un modo muy especial: es una magnífica copia del original y se encuentra muy bien conservada. En la parte posterior se pueden leer los nombres de quienes fueron sus afortunados custodios. Actualmente está enmarcada en un artístico trabajo de plata, que tiene algunas rosas entre las volutas talladas en el marco. En total mide 25 cm. por 19 cm.

El Padre Florencia nos da mas datos de esta imagen y también de los descendientes de Juan Diego: “Dejó, a lo que he podido rastrear, un hijo, que, o lo era suyo o por tal era tenido. A este hijo, llamado Juan como su padre, dejó en herencia una imagen trasunto de la original que traía consigo, que hoy tiene y conserva por inestimable presea el Lic. Don Juan Caballero y Ocio. De la cual habiéndole yo preguntado, en carta, el origen de ella, y el modo como la adquirió, me respondió por escrito en una del 21 de agosto de 1687, que de su Hacienda del Puerto de Nieto, dice lo siguiente...:[3]

“El R.P. Juan de Monroy, después que vino de Roma, viviendo en el Colegio de la Compañía de Jesús en Querétaro, me dio dicha imagen de N. Señora de Guadalupe...”

La historia es muy interesante y se encuentra narrada extensamente aquí, unos párrafos más adelante.

Vino a parar ya en nuestros días, a manos de la familia Mead, en San Luis Potosí, quien pidió autorización al Obispo para adquirirla, porque supieron que fue robada de la Catedral de México. Con buen sentido, el Señor Obispo dio su venia y ellos la guardaron, hasta que decidieron obsequiarla al Papa Juan Pablo II en su primer viaje a México, enero de 1979.

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[1] FLORENCIA, FRANCISCO DE: “La Estrella del Norte”, de la Imprenta de Lorenzo de San Martín, México. Madrid 1785, p. 425.

[2] SENTIES RODRIGUEZ, HORACIO: “Genealogía de Cuahtata”, en “Historica”, Colección III, Centro de Estudios Guadalupanos, Fascículo 7º. México 1990, p. 1.

[3] CABALLERO Y OCIO, JUAN: “Carta dirigida al P. Francisco de Florencia”: o.c. p.425.

Juan Diego era todo un señor de CuauhtitlánPor Dr. Roberto Robles Nieto

Juan Diego fue noble por su origen: tiene esta dignidad por nacimiento. Después del conflicto armado en la lucha contra España, en la que los naturales perdieron la guerra, se adaptó a las nuevas circunstancias, y en Cuauhtitlán vivió de acuerdo a su condición y mediante un trabajo intenso y ordenado.

No es el único ejemplo de alguien que se encuentra en esta situación; los nobles rusos, y de otros países vagaron por Europa después de la destrucción que causó en su patria el comunismo. Se vieron obligados a huir: muchos de ellos padecieron grandes penurias por falta de trabajo. Juan Diego simplemente cambió de vida: se volvió más modesta, y pudo llevar con garbo la dignidad de su propio trabajo.

Años después, movido por el amor de Dios, decidió vivir como un labrador, dejando de lado las comodidades de que antes había disfrutado. Por eso se le describe como “un pobrecito macehual”[1]. El quiso librarse de las ataduras que crean las cosas para poder dedicarse con mayor profundidad a la vida del espíritu. Para entonces ya es católico, tiene buenos ejemplos que contemplar y sigue de cerca la vida generosa de los frailes franciscanos.

Los dignatarios formaban una “nobleza” en el sentido europeo de la palabra, porque las distinciones estaban unidas a la categoría de su trabajo al servicio del Gran Gobernante; en los días de Juan Diego, ya eran títulos hereditarios. Un hijo de un dignatario -de un “tecuhtli”-no volvería a ser “macehualli” y llevaba desde su nacimiento el título de “pilli” -niño, hijo-, pero ahora es “hijo de alguien importante”, por ejemplo: Netzahualpilli, hijo de Netzahualcoyotl, y su legítimo heredero en el gobierno de Tetzcoco y sus vastos dominios.

Juan Diego era un “pilli”, un “noble” en el sentido que le dieron los españoles en México a esta palabra, para referirse a los altos dignatarios y a los descendientes de antiguas familias, engrandecidas por sus servicios al “Huey Tlatoani” en bien de su país.

Después fue un “tzin”, tomado no en diminutivo afectuoso y familiar, sino en el de “venerable”, es decir: un “Señor” de su tiempo, relacionado con los demás señores y los “pilli” de Tetzcoco especialmente, y los de Tenochtitlan, debido a sus encumbrados parientes chichimecas. Estas relaciones con los de México, se harían principalmente cuando ellos iban a tratar asuntos a Tetzcoco y eran hospedados en el palacio del Tlatoani.

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[1] VALERIANO, ANTONIO: “Huey Tlamahuizoltica: Nican Mopohua”. Traducción del Lic. D. Primo Feliciano Velásquez. Carreño e Hijo, Editores México, 1926, p. 25.

Un matrimonio normal y felizPor Dr. Roberto Robles Nieto

Por ahora, este es el último dato que tenemos de la familia de Juan Diego. Ya se han ido muchos años de su paso a esta tierra al Cielo, que tan noblemente supo ganarse sirviendo a la Santísima Virgen María, con mucho amor de Dios y viviendo santamente aún antes de las Apariciones.

Juan Diego y María Lucía amaron a sus hijos. Tenemos constancia sólo de uno de ellos y el Padre Florencia es muy cauto al hablar de él, aunque nombre la descendencia de éste con toda seguridad; porque Alva Ixtlilxochitl extendió a toda su vida de casado la decisión de este matrimonio de vivir como hermano y hermana a partir de una predicación que sobre la castidad oyeron a Fray Toribio, su amigo franciscano.

Para los dos, como para todo matrimonio normal, es un gozo tener hijos, poder criarlos y decirles tantas cosas. En aquel tiempo, las palabras de cariño dichas a los niños eran estas: “nopiltzeh, nocosqueh, noquetzaleh, otiyol, otlitlacat, otitlaticpac, quixtico”, que se traducen: Hijo mío, plumaje mío, tuviste vida, naciste, saliste a la tierra[1].

Sí, pero ellos tendrían la responsabilidad de enseñar a sus hijos la ciencia del vivir, especialmente cómo aprovechar muy bien la vida, que se va tan pronto y de esto eran perfectamente conscientes. Es más, para ellos era agobiante la inseguridad del tiempo que alcanzarían a vivir, porque les hacía falta la virtud de la esperanza, según la predicó Nuestro Señor Jesucristo, y no aquietaba su mente la idea que tenían del mas allá.

Los acosaban las enfermedades, la guerra y los sacrificios, todo esto les daba una sensación de inestabilidad que les oprimía el corazón. Los jóvenes estaban mentalmente preparados para ofrecerse en sacrificio a los diferentes “teotl” -númenes, a los que reverenciaban y que significaban de algún modo las variadas expresiones de la Naturaleza-, ellos sabían que la entrega de su vida no era en vano, porque pensaban que con su sangre el sol tomaba fuerza para seguir enviando su luz inestimable: vendrán las lluvias, habría cosechas, la tierra se cubriría de verdor y fecundidad.

“Sólo un breve instante, sólo un corto tiempo viene uno a tener vigor en la tierra, por influjo del que da la vida; después, de una vez se va uno de la tierra”[2].

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[1] OLMOS, FRAY ANDRES DE: Ms. ed. en Remy Simeón, p.247, No. 20. Ángel María Garibay K., o.c. p. 423. De los 29 discursos de Olmos, Remmy Simeón tradujo del náhuatl los dos primeros y los presentó en su “Gramática o Arte”: pp. 331 a 264. París 1875.

[2] OLMOS, FRAY ANDRES DE: Ms. ed. en Remy Simeón, p.252, No. 25. Ángel María Garibay K., o.c. p. 424.

Sus abuelos, tíos y primosPor Dr. Roberto Robles Nieto

¡Qué Importante es tener con toda nitidez en la mente, y en los afectos la idea de la vida familiar! Es en ese medio donde se consigue el apoyo necesario para las grandes o pequeñas victorias: las de la vida diaria.

La vida de Juan Diego y María Lucía está entretejida de insignificantes logros y fracasos, que en su conjunto hacen grandes triunfos o grandes derrotas. Ellos supieron vivir, de acuerdo a la realidad, un conjunto de pequeños detalles que hacen a una persona prudente. Puede decirse que los dos triunfaron en esta pasajera existencia humana, porque fueron personas de buen corazón y formaron una familia orientada hacia el amor de todo lo que es bueno. ¿Les costaría esfuerzo hacer un buen ambiente a su alrededor? Seguramente que sí.

La familia de Juan Diego en Cuauhtitlán se apoyaba en tradiciones recibidas de sus antepasados, teniendo en cuenta que el refinamiento de las costumbres lleva tiempo, y las leyes civiles las protegen[1].

Tenemos pues ante nosotros a un hombre que ha conocido el amor y el sufrimiento, la opulencia y la escasez y, más que otra cosa, que luchó por encontrar a Dios y lo encontró.

Cuando nació Juan Diego, la organización de la familia en Cuauhtitlán era muy semejante a la que existía en Tenochtitlan. Ellos vivían de acuerdo a su condición, en el “Calpulli” -el barrio- de Tlayacac, que pertenecía a su familia desde mucho tiempo atrás.

En el Capulli, los personajes de mayor importancia eran el padre y la madre -“tlatli y nantli”-, le seguían en importancia el abuelo y la abuela -“tecul y citli”-. A continuación, el bisabuelo y la bisabuela: -“achontli y poptontli”-. Continuaba el tío, hermano del padre -“tlali” y el tío, hermano de la madre -“tetla”-. Enseguida, la tía, hermana del padre y la hermana de la madre, en ese orden: -“ahuitl y teahui”-. Por fin venía el hijo -“tepiltzin” (diminutivo afectuoso) o “tetelpuch”-; su madre le llamaba también “noconeuh”. El resto se contaban como parientes colaterales[2].

Esto es muy importante, especialmente cuando consideremos en el capítulo siguiente, que una prima nieta de Juan Diego, descendiente de él en línea recta, nos hace conocer con datos fidedignos, la ilustre finura y la importancia política que tuvo “el quinto abuelo” del humilde Juan Diego.

El parentesco “por tener la misma sangre” (consanguinidad) sólo podía ser completo entre los indios, en línea ascendente y descendente. No se extendía hacia los lados; no alcanzaba a llegar a los tíos y primos o sobrinos segundos como acostumbraban actualmente en México.

También es digno de tenerse en cuenta que recibían una atención respetuosa tanto los hombres como las mujeres, en línea colateral, antes de la familia. Y si se trata de la madre, la abuela y la bisabuela, eran muy estimadas y reverenciadas.

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El parentesco colateral era más limitado que el que consideramos ahora, solamente eran tíos los hermanos del padre y de la madre, de los abuelos y las abuelas. Sobrinos eran únicamente los hijos de las hermanas y los hermanos: “Temach” y “Machtli”.

Los parientes por afinidad, que llamamos ahora “políticos”, eran el suegro, la suegra, cuñados, yernos y nueras; además de los suegros, las madres de éstos: “moncolli” y “moncitli”. Este último parentesco nunca se consideró en la Europa de los tiempos de Juan Diego ni en los actuales. En México se ha perdido[3].

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[1] BANDELIER, ADOLPH F. “Organización social y forma de gobierno de los antiguos mexicanos”, en Miguel León Portilla: Antología “De Teotihuacan a los Aztecas”. U.N.A.M., México 1972, p. 310.

[2] SANCHEZ, RAMÓN: “Juan Diego”. Editorial Jus. México 1981, p. 36.

[3] Era una señal más de la sumisión y el respeto a la dignidad de los mayores, y la consideración afectuosa que se daba a los ancianos, como en el oriente.

Tierras, herencia y descendientes de Juan Diego

"San Juanico" tiene historiaPor Dr. Roberto Robles Nieto

¿Por qué escribió Andrés de Tapia que la Virgen se estampó en el ayate -tilma o capa- de Juan Diego, “indio del pueblo de San Juanico”?[1]

Dice a la letra: “Para primer Obispo de Tenochtitlan, México, al Ilustrísimo Señor Don Fray Juan de Zumárraga, a quien el año del Señor de mil quinientos treinta y uno, se le apareció a la santísima Virgen de Guadalupe estampándose en el ayate (capa o “tilma”) de Juan Diego, indio del pueblo de San Juanico, sujeto a Tlatelolco, el día doce de diciembre de dicho año...”

Este lugar se encuentra a una legua escasa de Tulpetlac, donde vivieron Juan Diego y su tío Juan Bernardino, ya siendo viejos los dos.

Los hilos de la Historia a veces se desatan y a veces se enmarañan. En estos asuntos, tenemos la fortuna de que muchos estudios han puesto las cosas en claro. Por ejemplo, una india hija de Juan García Martín, en su testamento hecho en Cuauhtitlán, nos dice que Juan Diego se casó en el pueblo de Santa Cruz el Alto –antes llamado “Tlacpac”-, conocido también como Tulpetlac, el pueblo donde nació su mujer: “Malintzin”[2].

Este lugar se encuentra entre dos pueblos: Xalostoc e Ixhuatepec, nombrados por los españoles a su llegada: San Pedro y San Juan respectivamente; mejor conocido por todos este último como San Juanico.

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La familia de Juan Diego tenía posesiones en San Juan Ixhuatepec –San Juanico- y en otros lugares. A él le tocó atender y disfrutar de todo eso que heredó de sus mayores. Cuando los indios comenzaron a usar apellidos castellanos, a este grupo familiar le tocó el apellido Escalona. Y los señores indios de esta familia, tuvieron durante muchos años posesiones en San Juanico y sus alrededores[3].

¿Cómo es que sabemos esto? Por la quinta nieta de Juan Diego que se apellidó Escalona, y su familia viene de los Juanes que fueron el hijo, nieto y bisnieto de Juan Diego, de quienes escribió con tanta precisión el Padre Florencia.

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[1] TRES CONQUISTADORES Y POBLADORES DE LA NUEVA ESPAÑA. Cristóbal Martín Millán de Gamboa, Andrés de Tapia y Jerónimo López. T. XII del Archivo General de la Nación. Ver el escrito correspondiente al mencionado Andrés de Tapia. Cfr. OLIMON NOLASCO, MANUEL: “Líos de tierras y los descendientes de Juan Diego en el Tepeyac”. “Histórica”. Colección II, Centro de Estudios Guadalupanos. México 1989, fascículo V, p.17.

[2] En el testamento de Juana Martín -india, “paisana” de Juan Diego- afirma ella que el matrimonio de Juan Diego fue en Santa Cruz el Alto, punto próximo a San Pedro Xalostoc y San Juan Ixuhupetec. Santa Cruz el Alto se llamó, antes del nombre cristiano, “Tulpetlac”, de donde era originaria la mujer que le gustó a Juan Diego. Cfr. Sánchez Flores, Ramón “Juan Diego”. Ed. JUS. México 1981, p.43.

[3] INVENTARIO RAZONADO DE LOS DOCUMENTOS INTERESANTES A LA HISTORIA DE LA APARICION. Manuscrito de la Colegiata de Guadalupe.

“Los Escalona eran caciques de Tepetlaostoc, San Juan Ixhuatepec y, ya en el Siglo XVIII, gobernadores de la Villa de Guadalupe”. El dueño y cacique de San Agustín de las Cuevas Tlaxcantitlán, en Tepetlaostoc, fue antes de los Escalona, D. Miguel Cortés Ixtlilxochitl, por su parentesco con doña Ana Cortés, nieta de Netzahualpilli; por lo tanto, los Escalona -la familia de Juan Diego- está dentro de la descendencia de la “casa real” (entre comillas y con cierta sorna, porque este concepto español, no se usó nunca en estas tierras) de “Tetzcoco”. Investigación del Lic. HORACIO SENTÍES RODRÍGUEZ: “Genealogía de Cuauhtlatoa”, en “Histórica”, Colección III, Centro de Estudios Guadalupanos, fascículo 7, pp. 1 y 55 -las frases entre paréntesis son mías-.

Una ilustre descendiente de Juan DiegoPor Dr. Roberto Robles Nieto

Un buen día del año 1739, en su número de mayo, la “Gaceta de México”, que circulaba por toda la Nueva España, dio la siguiente noticia[1]:

“El 24 (del pasado mes de abril) recibió el hábito religioso en el Monasterio de Corpus Christi de Nobles Cacicas Francisco Descalzas, Doña María Antonia de Escalona y Roxas, quinta nieta del Venerable Venturoso Indio Juan Diego, a quien el año 1531 se apareció Nuestra Señora de Guadalupe”.

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En la ciudad de México hubo un cierto revuelo y sus correspondientes comentarios. En la alta sociedad del país, se sabía de sobra que a ese Convento sólo entraban personas de viejo linaje, algunas de ellas acaudaladas, que deseaban entregar su vida a Dios.

El Convento de Corpus Christi había sido fundado el año de 1720 por el Marqués de Valero de Ayamonte y Alenquer, Don Baltasar de Zúñiga Guzmán Sotomayor y Mendoza. Por allí pasaron monjas célebres, como Doña María Teresa de los Reyes Valeriano y Moctezuma, sexta nieta de Moctezuma II, quien fuera el Gran Tlatoani de México cuando llegó Hernán Cortés con sus capitanes y soldados. Otras monjas estuvieron emparentadas con Virreyes y Caciques (mandatarios) de diferentes lugares del país.

La familia Escalona, de vieja prosapia -cinco generaciones habían transcurrido ya-,tenía posesiones en San Juanico y sus alrededores, como los ranchos “viejo y nuevo”, colindantes con un mayorazgo, y una hacienda, propiedades también de familias conocidas[2].

En los días en los que se retiró de la vida mundana Doña María Antonia, los Escalona vivían junto a la Iglesia de Santiago Atzacoalco y eran dueños también de unas tierras conocidas como “San Agustín de las Cuevas Tlascantitlán”, en las cercanías del poblado de Tepetlaocstoc, donde eran caciques[3].

No paraban allí las tierras y fortuna de los Escalona, porque los padres de Doña María Gerónima Antonia de Escalona y Roxas, india cacique y noble, era hija de Don José Jacinto Escalona Cortés Pimentel, cacique de Atzacoalco, Tepetlaostoc y Gobernador de la Villa de Guadalupe. Su madre se llamó Ángela de Roxas y Ayala, quien por su parte era también gente adinerada.

Su abuelo paterno fue Don Nicolás de San Diego, casado con Doña María Jerónima, natural del pueblo de Santa Clara.

Su bisabuelo paterno, es decir, el padre de Don Nicolás, se llamó Juan Diego, quien se casó con una india llamada Juana María. Este señor, es segundo nieto de Juan Diego. Es el último de los tres Juanes que menciona el Padre Florencia.

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[1] “GACETA DE MÉXICO”, Sahagún de Arévalo (1728-1742). Secretaría de Educación Pública. Testimonios Mexicanos. Historiadores 6, p. 178.

[2] Archivo General de la Nación. Ramo de Tierras. Tomos 514 y 520, Primera y Segunda parte: 521, 522 y 2865. Expediente 8, en OLIMON NOLASCO, MANUEL: “Líos de tierras y descendientes de Juan Diego en el Tepeyac”, “Histórica”, Colección II, Centro de Estudios Guadalupanos, Fascículo 4º, In fine, nota 10.

[3] La india cacique y noble María Jerónima Antonia de Escalona y Roxas era hija de Don José Jacinto Escalona Cortés Pimentel, cacique de Atzacoalco, Tepetlaostoc, y Gobernador de la Villa de Guadalupe. A través del testamento de José Buenaventura, hermano de María Jerónima Antonia, del 10 de agosto de 1753, ante Joaquín Guerrero Taesle, Notario público, nos enteramos de que sus bienes corresponden al vínculo y cacicazgo que fundó en Tepetlaostoc Don Miguel Cortés Ixtlilxochitl, “por merced que le hizo el Emperador Moctezuma”, como a descendiente en línea recta de los reyes de

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aquella ciudad y reino de Tetzcoco (Se refiere a Netzahualpilli, hijo de Netzahualcoyotl, de quienes y del referido Don Miguel, descienden D. José Buenaventura Cortés Pimentel y sus hermanos). Los Escalona resultan estrechamente vinculados con los reyes de Tetzcoco y, por consiguiente, nobles por su nacimiento, desde antes que llegaran los españoles.

Esta es la familia de Juan Diego. Después de la guerra de Conquista, pasó a Juan Diego el cacicazgo que fundó D. Miguel -probablemente su tío-, por merced de Moctezuma II, Xocoyotzin. Ver: Testamento de José Buenaventura de Escalona Cortés Pimentel en la fecha y notario señalados: pag. 183, vta. a 184 vta., 189, 259 a 263. OLIMON NOLASCO, MANUEL: o.c., p. 21, nota 12.

Hijo, nieto, bisnieto y uno másPor Dr. Roberto Robles Nieto

El Padre Francisco de Florencia, célebre historiador jesuita, en su libro “La Estrella del Norte de México” escribió[1]:

“Dejó, a lo que yo he podido rastrear, un hijo, que o lo era suyo o por tal era tenido...” (así escribió para no meterse en complicaciones con el historiador Alba Ixtlilxochitl).

Se muestra cauto al hablar de la descendencia de Juan Diego, porque Fernando de Alva Ixtlilxochitl, en su escrito conocido como “Nican Motecpana” afirmó que Juan Diego nunca tuvo relaciones conyugales con su mujer, “murió virgen” dice[2]. Que viviera como hermano y hermana al final de su vida, siendo ya católico, “después de oír un sermón de Fray Toribio de Benavente sobre la virginidad”[3], se entiende sin grandes dificultades; pero que el asunto se extienda a toda la vida de este matrimonio, sencillamente no es comprensible: eran jóvenes, gente sana, de buenos sentimientos, y seres normales, casados que aspiran a tener descendencia, cosa que forma parte de la castidad conyugal bien entendida[4].

Continúa el P. Florencia: “A este hijo, llamado Juan como su padre dejó en herencia una imagen, trasunta del Original, que traía consigo y conserva por inestimable presea el Licenciado Don Juan Caballero y Ocio, de la cual habiéndole yo preguntado en carta, el origen de ella y el modo como la adquirió, me respondió en una (le contestó igualmente por escrito) de 21 de agosto de 1687 desde su hacienda del Puerto de Nieto, lo siguiente:

“P.N. y Señor mío, la noticia que V.P.M.R. (Vuestra Paternidad Muy Reverenda) me pide en la suya de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que era de Juan Diego y hoy para en mi poder; la que puedo dar es la siguiente: El Reverendo Padre Juan de Monroy después que vino de Roma, viviendo en el Colegio de la Compañía de Jesús de Querétaro me dio dicha imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, encargándome mucho que la estimase mucho, porque sabia y tenía averiguado haber sido del dichoso Indio Juan Diego, a quien se le apareció la Imagen milagrosa que está en ese Santuario de México, y quien la tuvo consigo desde dicha aparición; dejósela a la hora de la muerte a su hijo llamado Juan: y este hijo se la dejó también estando para morir a otro hijo suyo llamado Juan, nieto del principal Juan Diego, el cual nieto estando “in agone” (para morirse) envió a llamar a dicho Reverendo Padre Juan de Monroy, en cuyos brazos dio el alma a Dios:

“Y por el mucho amor que le tenía este natural a su Padre Reverendo como a su Padre de espíritu, se la dio, diciéndole como había sido de su abuelo Juan Diego desde luego que gozó del favor de la Aparición de la milagrosa imagen de ese Santuario, que así se lo había oído a su Padre y a sus parientes.

“Aquí le oí -en su Hacienda del Puerto de Nieto- ponderar a dicho Reverendo Padre con su mucha capacidad, que no habiendo de las Indias en aquella ocasión pintores ¿quién se la daría o trasuntaría al

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dicho Juan Diego? Esto es lo que sé, oído de la boca del Reverendo Padre Juan de Monroy, quien me la dio por lo mucho que me quería, diciéndome, que porque conocía el afecto tan grande que yo tenía a esta Sagrada Imagen: y por llamarme Juan me daba esta presea de su mayor estimación, su compañera en el viaje a Roma, y en todas sus necesidades y peregrinaciones.

“La Imagen es una tercia de largo, y una quarta de ancho; la hermosura de ella es asombro y admiración de quantos la ven. Esto es lo que sé y no otra cosa, referido del Indio Juan último a Nuestro Padre Monroy, y de su Padre Reverendo os ad os (hablando los dos, textualmente del latín; ‘boca a boca’) a mí: y esto podré jurar y declarar, si necesario fuere, en la forma que llevo dicho: no porque yo tenga otras noticias, no las presentes haya oído de otra boca sino de la de Nuestro Padre Monroy (que Dios tenga en su gloria)”.

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[1] FLORENCIA, FRANCISCO DE: “La Estrella del Norte de México”. Imprenta de Lorenzo de San Martín, México 1785. pp. 425 y ss.

[2] NICAN MOTECPANA: “Ambos vivieron castamente, su mujer murió virgen, él también vivió virgen, nunca conoció mujer”, en “Monumenta Histórica Guadalupanensia”, No. 2, Centro de Estudios Guadalupanos, A.C., “Juan Diego, el Mensajero del Tepeyac” (1474-1548). Ed. Tradición. México 1979, p. 103.

[3] NICAN Motecpana: “Porque oyeron cierta vez la predicación de Motolinia, uno de los doce frailes de San Francisco que habían llegado poco antes, sobre la castidad, que era muy grata a Dios y a su Santísima Madre”. Cfr. LOPEZ BELTRÁN, LAURO: “La Historicidad de Juan Diego”. Fuentes Históricas de la Devoción Guadalupana, Centro de Estudios Guadalupanos, 1ª. Parte. Ed. JUS. México 1979, p. 64.

[4] CONCILIO VATICANO II: Decreto “Apostolicam actuositatem”, n. 4: “Los laicos (...), al cumplir como es debido las funciones propias del mundo, en las circunstancias ordinarias de la vida, no separan la unión con Dios de su vida personal (...). La vida espiritual de los laicos debe tomar su nota peculiar a partir del estado del matrimonio y familia, de celibato o viudedad, de la situación de enfermedad, de la actividad profesional y social”.

Y ¿qué sigue?Por Dr. Roberto Robles Nieto

Esta imagen de la Virgen de Guadalupe que perteneció a Juan Diego, y que él traía siempre consigo, fue a dar a la Catedral de México, al momento no sabemos ni cómo ni cuándo; de ella tenemos noticia cabal por la carta citada líneas arriba.

En los tormentosos días de la Revolución de 1910, la imagen de Juan Diego fue sustraída del Altar de los Ángeles, donde se encontraba en la Catedral de México. Por los azares propios de toda convulsión social fue a parar inexplicablemente a un pueblo llamado Tamuin, situado en la selvática zona de la Huasteca: una porción de la República Mexicana en el Estado de San Luis Potosí.

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En la capital de esta provincia, que lleva el mismo nombre: San Luis Potosí, se presentó un día de tantos un indio huasteco vendiendo una imagen pequeña de la Virgen de Guadalupe. Escogió como posibles compradores a la familia Meade. Ellos se informaron de su procedencia, porque era una obra de arte, presentada en un bellísimo marco de plata.

Al enterarse que había estado en la Catedral de México, Don Edgardo Meade habló con el señor Obispo Trishler, quien le dijo que podía adquirirla, porque en mejores manos no podía estar. Así pasó a formar parte de la vida de esta familia. Doña Elena Diez Gutiérrez, su esposa, le tuvo gran afecto, y año con año en su Hacienda de la Ventilla, se rezaba un novenario reuniendo a todos los trabajadores, que terminaba el día doce de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.

Los Meade sabían que se trataba de la Imagen de Juan Diego, que le había pertenecido después a sus descendientes durante varias generaciones; por esto, la estima que le tuvo la familia fue muy grande.

Al morir Don Edgardo y Doña Elena, sus diez hijos decidieron que, siendo muy difícil para ellos determinar quién sería el heredero de tan singular tesoro, lo más conveniente era regalarla al Santo Padre Juan Pablo II, que había anunciado ya su primer viaje a México.

Pidieron una entrevista que les fue concedida el 29 de enero de 1979; fueron recibidos en la sede de la Delegación Apostólica en la ciudad de México. El Santo Padre se mostró muy complacido ante el obsequio; le explicaron cuidadosamente que esa imagen había pertenecido a Juan Diego y le obsequiaron también dos volúmenes escritos por el Padre Francisco de Florencia, S.J., donde el Papa podría enterarse con más detenimiento sobre la historia de ese auténtico tesoro.

El comentario del Papa fue el siguiente: “¡Muy bien! Nada mejor que ese cuadro sea mío, porque yo también me llamo Juan”[1].

El Santo Padre Juan Pablo II, quiso hacer una precisión al respecto: como allí cerca se encontraba el Emmo. Cardenal D. Ernesto Corripio Ahumada, Primado de México, no quiso recibirla hasta habla con él, teniendo en cuenta que había estado en la Catedral de México. El Señor Cardenal le dijo: “Llévesela Usted, Santo Padre”[2].

Esta preciosa imagen de la Virgen de Guadalupe, obra de arte debida a un desconocido pincel del siglo XVI, se encuentra desde su regreso a Roma, sobre el escritorio de trabajo del Papa en sus apartamentos del Vaticano.

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[1] De una conversación con una persona de la familia Meade, presente al obsequiar al Santo Padre Juan Pablo II la imagen de la Virgen de Guadalupe que llevó siempre Juan Diego consigo desde la Aparición y la estampación de la Imagen en su “tilma”.

[2] SENTIES RODRÍGUEZ, HORACIO: “Genealogía de Cuauhtlatoa”, en “Histórica”, Colección III, Centro de Estudios Guadalupanos, 7º Fascículo, México 1990, p. 5.

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El enojo de Don LorenzoPor Dr. Roberto Robles Nieto

El disgusto que recibió en esta ciudad de México Don Lorenzo Boturini Benaduci (1702-1775) -noble italiano, Señor de la Torre y Hono-, comenzó cuando leyó “La Gaceta de México” del mes de mayo de 1739 y recibió la noticia de que “una quinta nieta de Juan Diego..., apellidada Escalona...”

Don Lorenzo vino a la Nueva España sin más propósito que el de viajar y ver nuevas tierras, contratado por la condesa de Santibáñez para que le cobrara unas rentas. Escribe él mismo, que llegó “sin tener licencia alguna, porque ignoraba las leyes de España”. Se embarcó rumbo a México el año 1735, y llegó sin mayor problema a la ciudad de México en marzo del año siguiente. No contaba con grandes recursos, pero se echó a cuestas la tarea de recoger y hacer copiar códices y documentos antiguos.

Su visita a la Colegiata de Guadalupe cambió su vida y se propuso conocer a fondo la historia de las Apariciones de la Virgen María en México, “habiendo corrido muchas provincias de los indios para indagar las pruebas contemporáneas del portentoso milagro de sus apariciones”[1].

Estando en estas cuestiones, sobrevino una epidemia de un mal no bien conocido, que los indígenas llamaron “matlazahuatl”. Se propagó en forma pavorosa; en la ciudad de México murieron más de cuarenta mil personas, en Puebla cerca de cincuenta y cuatro mil y así por el estilo en otras ciudades. En mayo de 1737 el Virrey, la ciudad y los gremios, según el historiador Andrés Cavo, “por una especie de aclamación, determinan jurar por patrona a la Santísima Virgen de Guadalupe”, de quien esperan el fin de esta desgracia. Resultó una medida afortunada y D. Lorenzo de Boturini cobra un mayor entusiasmo en sus pesquisas.

Encontró una documentación inédita de maravilla, al grado que organizó el que llamó su “Museo Indiano”: “tuve la dicha, que ninguno puede contar, de haber conseguido un museo de cosas tan preciosas en ambas historias, eclesiástica profana...”[2]

Más de seis años dedicó Don Lorenzo a la búsqueda de testimonios. Nunca hubo en México nada tan rico como lo que él escogió hacer. Copió las piezas que formaron la colección que el siglo anterior había formado Don Carlos de Sigüenza y Góngora; los escritos de Don Domingo de San Antón Chimalpain Cuauhtlehuanitzin; la hasta ahora inédita Crónica de Tlaxcala de Zapata y Mendoza, las Crónicas de Don Hernando Alvarado Tezozomoc, etc., etc.

Mientras andaba en estas aventuras de coleccionista, se metió en una empresa difícil y riesgosa, que no advirtió cuánto le iba a costar. Se propuso promover la Coronación de la Virgen de Guadalupe. Buscó apoyo en Roma y en la Nueva España y para su desgracia lo encontró. Dio participación de su éxito a la Real Audiencia con la súplica de que participaran de este asunto al Arzobispo. Respondió la más alta autoridad eclesiástica del país, que no podía ejecutar nada, aunque iniera de Roma, “si no lleva el pase del Supremo Consejo (de Indias)”[3].

Don Lorenzo no era un hombre al que vencieran las dificultades; duró en la brega un par de años más, hasta que llegó un nuevo Virrey que se molestó muchísimo al enterarse de que un extranjero, sin papeles en regla, se dedicaba a promover coronaciones y a recoger papeles y antiguallas. Don Lorenzo se defendió lo mejor que pudo, aunque no logró evitar que fuera detenido y todos sus papeles confiscados. Estuvo nueve meses en prisión. Lo declararon formalmente preso el 4 de febrero de 1743. Lo defendió Don Domingo Valcárcel, de la Audiencia de México, alegando que no había habido mala fe. No tuvo mayor resultado, porque fue deportado a España; llegó de regreso a Madrid a principios de 1744. Lo peor del caso estuvo en que sus papeles se quedaron en México y a los pocos años fueron sabrosa presa de todo mundo.

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[1] LEON PORTILLA, MIGUEL: “Don Lorenzo Boturini Benaduci”. Prólogo. Cita a Torre Ravelo: “Declaración”. Boleta del Archivo General de la Nación, T. VI, n. 2, p. 231. Publicado como un “Estudio Preliminar” al libro de Boturini (nota 14).

[2] BOTURINI BENADUCI, LORENZO: “Ideas de una Nueva Historia de la América Septentrional”. Ed. Porrúa, 2ª edición, México 1986, p. 5.

[3] LEON PORTILLA, MIGUEL: o.c. Estudio Preliminar, p. XIX.

La cartaPor Dr. Roberto Robles Nieto

La “quinta nieta descendiente de Juan Diego”, estaba muy sin cuidado acerca de lo que se pudiera decir o escribir sobre su decisión de entregarse a Dios en el Convento de Corpus Christi. Sin embargo, su sola presencia molestaba a más de alguno que había leído acerca de la pretendida virginidad de su abuelo, en quinto grado. Uno de estos era Don Lorenzo Boturini.

Como era hombre de armas tomar, se dirigió por escrito al Ilmo. Sr. Dr. Dn. Alonso de Moreno y Castro, Deán Gobernador. Cuando ya estaba en España sintetizó así su carta:

“Una apología que yo hice en defensa de la virginidad del dichoso Juan Diego, para que no se le quitase una gloria tan singular y se replicasen también los indios, que cada día pretenden hacer pruebas con testigos necios, de parentesco en línea recta, descendiente de dicho Juan Diego”[1].

Se incomodó Boturini -como dice en este inventario, uno de tantos que hizo de sus documentos-, porque se trata nada menos que de “descendencia en línea recta” de Juan Diego y María Lucía, su mujer: de no ser así, no hubiera escrito nada. Si la “Gaceta de México” hubiera señalado a la religiosa de Corpus Christi como “pariente” de Juan Diego, esta noticia para él no hubiera tenido la menor importancia.

En el texto de su carta, se siente en la imperiosa obligación de aclarar que “es cosa totalmente extraña a la verdad que dicha Doña María de Escalona y Roxas pertenezca al linaje, y proceda por línea recta descendiente de dicho Juan Diego”. No es posible porque, como dice un testamento antiguo: “murió virgen” (el de la india de Cuauhtitlán). Bien se ve que Don Lorenzo, que no estuvo casado, no entendió bien la santidad del matrimonio cristiano. El matrimonio hace a Juan Diego un hombre común y corriente, que llega a la santidad. Buen ejemplo para tantos a quienes Dios lleva por este camino.

Se queja aún más, porque “se hace culto público (de Juan Diego) por la notoriedad y publicidad tan propia de las Gacetas aprobadas con la Licencia del Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Arzobispo”, cuyo autor -el del escrito que tan mal le sentó- “me dicen tiene el Título de Historiador Mayor de la Imperial Ciudad” (se refiere a la cuidad de México).

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Efectivamente, así es: el dato lo dio una persona que tiene buenos conocimientos de la historia de México y en particular de Juan Diego. Lleva además la aprobación del Arzobispo –la mayor autoridad en este asunto- en la Nueva España.

¡Qué vamos a hacer...! Las cosas son como son: personas muy respetables, como un historiador, el Arzobispo de México, la misma Doña María Antonia, sus ilustres parientes y relaciones sociales, en ningún momento pretendieron desmentir la noticia de que “una quinta nieta...”, Doña María Michaela Jerónima Antonia de Escalona y Roxas, profesó -hizo sus votos- el 12 de junio de 1740 en el Convento de Nobles Cacicas Francisco Descalzas de Corpus Christi. Se llamó al profesar: María Antonia del Sacramento[2].

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[1] ARCHIVO GENERAL DE INDIAS: “Estampas”, 68, Secc. Indiferente General, legajo 398, cuadernillo 1, documento 14-26, Guadalupe, manuscritos, foja 101. Ver Romero Salinas, Joel: “Precisiones históricas de las tradiciones Guadalupanas y Juandieguina”. Centro de Estudios Guadalupanos. Ed. Itumbre. México 1986, pp. 130 y 140.

[2] “Libro de Profesiones”, No. 63, del Convento de Corpus Christi en México, D.F. Este documento se guarda celosamente en el archivo del Convento de Corpus Christi, y fue puesto a la luz del día por el Ing. Romero Salinas que pacientemente buscó hasta encontrarlo.

Apellidos de Castilla en piel morenaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Los primeros bautismos que se realizaron en la Nueva España, se hicieron en Tetzcoco, después de una diligente preparación recibida de Fray Pedro de Gante y reconocida por Fray Marín de Valencia, el sacerdote franciscano que capitaneaba a los llamados “primeros doce” que vinieron a reforzar la evangelización de México.

Tetzcoco se había aliado con Hernán Cortés en contra de México Tenochtitlan, y ganaron la guerra, pero el orden de las cosas había cambiado ya profundamente.

Los primeros en recibir el bautismo fueron los “principales” del Señorío de Tetzcoco, comenzando por los hijos de Netzahualpilli, hijo a su vez del gran Netzahualcoyotl, que diera a Tetzcoco tanta grandeza.

Un hijo de Netzahulpilli que sobresale especialmente es Ixtlitxochitl Tlatoani, Gobernante de Tetzcoco. Más de una vez salvó a Cortés de la derrota, especialmente cuando puso el cerco a la ciudad de México e iba perdiendo poco a poco sus soldados y sus barquitos -botó trece en el lago-. La táctica de los de México iba dando resultado, pero para “un indio, otro indio”. Ixtlilxochitl aconsejó a Cortés su defensa y el ataque. Se dio el cambio y con él, la victoria.

Cuando llegó el día de los bautismos, los nombres debían ser cristianos, sin perder los indígenas que ya tenían y el Gran Ixtlilxochitl pasó a llamarse Hernando Cortés Ixtliltxochitl. Posesiones e importancia social, ya la tenían, desde antes de que llegaran los españoles. Los recién llegados sólo tenían al momento la de ser “conquistadores” de un inmenso país. Por supuesto que la adquirieron y les fue

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reconocida su categoría en la Corte de Madrid; además, les fueron concedidos títulos nobiliarios por sus méritos de armas.

Se comprende con facilidad que los indios participaran de lo suyo y de lo que les llegó con los apellidos españoles, y que este nivel adquirido fuera reconocido tanto en México como en España. La mujer de Pedro de Alvarado fue una india de Tlaxcala, hija del Gobernante de esta República, que fuera punto clave en el apoyo prestado a los españoles. Participó con todas sus consecuencias del título que la Corona española concedió a su marido.

Los nombres y apellidos que dieron entonces en Tetzcoco fueron los siguientes:

Yoyontzin, Don Jorge, por Jorge de Alvarado. A Cohuanacotzin le fue dado el nombre del que ellos llamaban “Tonatiuh” -el Sol-, valiente capitán, famoso por su imprudencia: Don Pedro de Alvarado. A uno de los hijos de Cohuanacotzin le llamaron Fernando Pimentel, por el nombre del Conde de Benavente.

Otro más, Omeotochtzin, apodado el Idólatra, recibió el nombre de Don Carlos.

Llega por fin el que se llamó Don Juan Escalona. Este hombre es hijo de Netzahualpilli, y se llamó: Cuauhtliztactin -Águila Blanca-. Lo llamaron Juan Escalona en reconocimiento de su valentía y decisión en la guerra, y en recuerdo de un Capitán que murió en la batalla y llevaba este nombre y apellido; o bien, por otro Escalona, apodado “El Mozo”, el joven.

Los nombres los eligió el mismo Hernán Cortés. Águila blanca peleó al lado de los grandes capitanes de Tetzcoco en ayuda de los españoles.

La quinta nieta de Juan Diego se apellida Escalona y procede en línea recta de él: ¿Qué se puede concluir? Que a Juan Diego le tocó este apellido en el reparto[1]. Y también que “Águila Blanca” y “Águila que habla”, son el mismo hombre, si la lógica no falla.

En náhuatl, “Águila Blanca” y “Águila que habla”, suenan de un modo muy semejante: Cuauhtliztaczin, para el primero, y Cuauhtlatoatzin para el segundo. Es posible que se trate de la misma persona. Con facilidad pudo darse un cambio al copiar los textos y existe solamente una fuente de información: Don Carlos de Sigüenza y Góngora. (1645-1700).

Sigüenza es de origen español, y el único que nos dice el nombre indígena del que habló con la Virgen María en el Tepeyac; él escribe después de estos sucesos tan extraordinarios. Bien pudo suceder que este piadoso señor quisiera dejar patente que más de un color -Águila Blanca-, lo que convenía a Juan Diego era el habla, unida al vuelo del águila -Cuauhtlatoatzin- por la importancia que tiene sus conversaciones con la Santísima Virgen.

Otra posibilidad de mucho peso, es que los mismos indios amigos de Juan Diego cambiaron su nombre, debido a lo que narró acerca de los sucesos de Tepeyac. No es difícil que dadas las circunstancias, se alterara su nombre por este último “Cuauhtlatoa” -Águila que habla-, que le viene mejor. Águila Blanca no le cae nada mal, porque ese color siempre se ha relacionado con todo lo bueno y noble que hay en el hombre, como el color negro indica lo que es triste y funesto.

Estos asuntos relacionados con tierras, nombres y poseedores, estaban tratados en veintiocho volúmenes y en el tiempo de la persecución de los jesuitas se perdieron veinte; restan ocho en poder de la Universidad de México.

Juan Diego era, sin duda, pariente próximo de Ixtlilxochitl, porque recibió nombre y apellido de un Capitán de Cortés, que solamente recibieron los más distinguidos. Además, resulta curioso que las tierras de Juan Diego coinciden con las del mencionado Cuauhtliztaczin -Águila Blanca-. Este hombre, hermano de Ixtlilxochitl, se llamó Juan al ser bautizado y se apellidó Escalona. Fue el dueño de las

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tierras de San Juanico, especialmente las de San Agustín de las Cuevas Tlaxcaltitlan de Tepetlaoztoc, que le fueron otorgadas a un Escalona. La Real Cédula de Carlos V de España hace merced de tierras a Don Fernando Cortés Ixtlitxochitl, en razón, justicia y benevolencia por haber ayudado a Cortés en la toma de Tenochtitlan.

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[1] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Compendio histórico del Reino de Tetzcoco”. En “Obras históricas”, T.I., U.N.A.M., México 1975, p. 484.

Nombres y apellidos que dio Hernán CortésPor Dr. Roberto Robles Nieto

Se inicia esta relación a partir de[1]:

NETZAHUALCOYOTL Su hijo y heredero es NETZAHUALPILLI

Los nombres de algunos de sus hijos al ser bautizados los conocemos; otros no. Nos constan los siguientes:

IXTLITLXOCHITL FERNANDO CORTES

CACAMATZIN

COHUANACOTZIN PEDRO DE ALVARADO

OMETOCHTZIN CARLOS MALDONADO

TLAHUELILTZIN ANTONIO PIMENTEL

YOYONTZIN JORGE DE ALVARADO

CUAUHTLIZTACTZIN JUAN DE ESCALONA

QUESALTZIN GABRIEL DE AYALA

ALCOLMISTLI PABLO DE SANTA MARIA

TETLAHUEZQUITITZIN DON PEDRO

HUEXATZICATZIN

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TIYACAPANTZIN

TLACOYEHUATZIN

TOYECUITZIN

XOCOTZIN

NONOHUALCATZIN

DON LAZARO

DON PABLO

DON TORIBIO

A Cuauhtliztactzin -Pluma Blanca-, llamado Juan el día de su bautismo en la Iglesia Católica, después de la diligente preparación que recibieron todos de Fray Pedro de Gante, es al que conocemos como Juan Diego.

Estos bautismos se realizaron el año 1524 en Tetzcoco. Fueron los primeros. La descendencia de Juan de Escalona -del indio llamado en su gentilidad “Pluma Blanca”- coincide exactamente con la del indio Juan Diego, que todos conocemos como el hombre que escogió la Virgen María para que fuera su leal servidor.

Juan Diego Escalona, en su humildad no hace ninguna relación de los ilustres hermanos, ni de su padre Netzahualpilli, ni de su abuelo Netzahual-coyotl.

Cuando menos lo esperamos, una quinta nieta, descendiente suya en línea recta, salta a las páginas de una publicación que era popular en toda la Nueva España: se llama María Micaela Gerónima Antonia de Escalona y Rojas Cortés Pimentel, apellidos propios de su encumbrada familia.

El relato del Padre Florencia sobre la herencia y familia de Juan Diego, encuadra perfectamente en la genealogía de los abuelos en quinto grado de la monja de Corpus Christi; y otra más, que no hemos mencionado aquí, también descendiente de él: Doña Gertudris de Torres Vázquez, cuyos ascendientes llegan a Don Juan Bautista Coacxochitl esposo de Doña Elena de Guzmán y Escalona, cacica de Tetzcoco[2].

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[1] SENTIES RODRÍGUEZ, HORACIO: o.c., fascículo 7, pp. 1-2 y 16.

[2] SENTIES RODRÍGUEZ, HORACIO: o.c., p

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Cuando Carlos V dio tierras en MéxicoPor Dr. Roberto Robles Nieto

“Cortés le dijo a Ixtlixuchitl que le daba en nombre del emperador, para él y sus descendientes tres provincias, que eran Otumba, con treinta y tres pueblos, Itziucohuac con otros tantos que caen hacia la parte de Pánuco y Cholula, con ciertos pueblos”.

“Ixtlixuchitl le respondió que lo que le daba era suyo y de sus antepasados y que no lo habían quitado a nadie para que el Emperador le hiciese merced, que Cortés y los suyos gozasen aquello, pues habían pasado tantos trabajos y caminado tantas mil leguas por mar y tierra con harto riesgo de sus vidas; que así como los de aquellas provincias y las demás que eran del reino de Tezcuco eran sus vasallos y le habían de acudir a él y a sus hermanos como a sus señores naturales y otras muchas razones; las cuales oídas por Cortés, y viendo que respondía a la verdad, calló y no le repitió más”.

“Ixtlixuchitl se fue a Tezcuco y allí se concertaron entre él y su hermano Quauhnahuac, de partir por medio el reino de Tezcuco en este modo: que él como señor que era, se quedase con la ciudad de Tezcuco y tomase para sí todas las provincias que caen hacia la parte del medio día (...) y la otra mitad, hacia la parte norte se la tomó Ixtlixuchitl echando sus linderos (...) y se fue a Otumba donde edificó ciertos palacios para su morada y lo mismo hizo en Teotihuacan, el cual entró postrero día del año de nahui-toxtli que la nuestra (en nuestro calendario) fue a diecinueve de marzo del año veintitrés”[1].

La aventura había terminado. Los dados se habían tirado ya, y lo único que restaba es mirar la suerte de cada uno. Juan Diego se fue a su casa.

Hay varios asuntos que considerar en esta honrosa retirada. Uno es que la vida pública tal como lo habían vivido, ya era otra. Había que contar en todo y para todo con los españoles. Ellos en adelante iban a decidir tantas cosas. Como siempre en las grandes crisis, los menos afectados son los poderosos. El pueblo llano quedó perfectamente arruinado: las gentes salieron huyendo; se dirigieron a todas partes y a ninguna.

De la ciudad de México los echaron fuera: era imposible vivir allí, y después ya no los querían ver regresar; pero la mano de obra hacía falta, así que volvieron no como libres de moverse a su antojo entre iguales, sino sujetos a las condiciones de empleo de los nuevos señores. Así es la guerra y sus consecuencias.

Los grandes de Tetzcoco y Tlaxcala padecieron menos. El pueblo ya no se educó porque dejaron de existir los colegios. No más Telpochcalli ni Calmecac. Su habilidad y sus disposiciones para el arte fueron muy estimadas y pronto se pusieron de manifiesto. México tendrá siempre su propio carácter; el de ser indígena y español al mismo tiempo.

Juan Diego se dedicó al trabajo y se hizo más reflexivo todavía; en su mente se movían muchos interrogantes, pero la gran solución para él fue siempre meterse de lleno al trabajo. Mostró en estas circunstancias su nobleza: la del trabajo intenso y ordenado.

No en vano era un “principal” del Señorío chichimeca de Tetzcoco.

Así como Ixtlitxochitl se fue hacia Otumba y Teotihuacan, Juan Diego centró de lleno su vida en Cuauhtitlán. Las crónicas dicen que él es oriundo de este lugar; pueden ser muy verdaderas, porque si Juan Diego tenía posesiones en varios pueblos del Señorío, su padre también; y uno de ellos era éste, rodeado de lagos, ameno y tranquilo: Cuauhtitlán.

¿Nació Juan Diego en Cuauhtitlán? Sí. Los datos que tenemos lo afirman. ¿Vivió en Tetzcoco, hizo la guerra, venció y vio confirmados sus dominios? Los datos que tenemos dicen que sí.

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[1] ALVA IXTLILXOCHITL, FERNANDO DE: “Compendio Histórico del reino de Tetzcoco”, en Obras Históricas, U.N.A.M., T.I., México 1975, p. 484.

Poniendo en orden a la familiaPor Dr. Roberto Robles Nieto

Esto es, ni más ni menos, que escribir una genealogía:

JUAN DIEGO

se casa con MARIA LUCIA

Su hijo:

JUAN DIEGO II

se casa con

Su nieto:

JUAN DIEGO III

se casa con

Su bisnieto, o segundo nieto:

JUAN DIEGO IV

se casa con JUANA MARIA

Hasta aquí llega el relato del Padre Francisco de Florencia, donde se hace la mención detallada de los tres Juanes, que fueron los felices poseedores de la Imagen de la Virgen de Guadalupe que llevaba siempre consigo Juan Diego. El Padre Florencia no pone apellidos a ninguno, por esta razón no se citan aquí tampoco.

Su tercer nieto:

NICOLAS DE SAN DIEGO

Se casa con MARIA GERONIMA (nació en 1653)

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Su cuarto nieto:

JOSE JACINTO DE ESCALONA

(muere en 1725)

Se casa con ANGELA DE ROXAS AYALA

(muere en 1742)

Su quinto nieto:

MARIA MICAELA GERONIMA ANTONIA DE ESCALONAY ROXAS

nace en 1721)

Sus hermanos son:

JUAN PEDRO (nace en 1716)

MARIA GUADALUPE (nace en 1703)

JOSEBUENAVENTURA ESCALONA ROXAS CORTES PIMENTEL (nace en 1709 muere en 1753)

Sus hermanos son también

CORTES PIMENTEL, pero solamente en él se encuentran citados estos apellidos que pertenecen a su familia.

Se casa con PRUDENCIA XIMENES (muere en 1737)

Sus hijos son:

MARIA ANTONIA EVARISTA (nace en 1741)

JOSEFA MARIA nace en 1744)

JOSE MARIA ESCALONA CORTES PIMENTEL (nace en 1738 y muere en 1791)

Se casa con MARIA JUANA MONTALVO

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Sus hijos son:

VALENTE VICENTE

CAMILO MANUEL

ANTONIO AGUSTIN Y

DIONISIO

Hasta aquí la relación de la descendencia en línea directa de Juan Diego[1]. La averiguación acerca de estas personas llegó hasta el año de 1791.

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Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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[1] OLIMON NOLASCO, MANUEL: o.c., p. 26.

¿Había indios nobles en México?Por Dr. Roberto Robles Nieto

Los había, ciertamente, desde antes que pusieran por aquí sus pies los españoles. No se usaba la palabra “nobles”, pero había una equivalente.

Los europeos llaman “noble” al personaje que se ha distinguido en el servicio a su patria y ha sido recompensado por el gobernante de más alto rango, con un título que lo acredita como un hombre de valía y de méritos indiscutibles. Generalmente se trata de distinciones otorgadas por el monarca según hechos de guerra que los hacen famosos y dignos de honra23.

Con la distinción venía la fortuna, porque el Rey les daba propiedad sobre tierras, que cultivaban en su propio beneficio; también eran señores de ciudades y pueblos de los que cobraban impuestos. Como estaban para la guerra, ya fuera de ataque o de defensa, solían construir una plaza fuerte: surge el castillo24.

Con el tiempo, esta nobleza llamada “feudal”, desperdigada por el país, se concentra en torno al Rey, dedicándose “en la vida de la Corte” a su servicio inmediato... y a la intriga25. Nobles juntos y más o menos desocupados, no tendrían mucho en que pensar. Un caso interesante es el del Príncipe de Condé, buen servidor de Luis XIV en la amable Francia, quien manejó los hilos de tal modo que se quedó con el cargo de Nicolás Fouquet, quien murió en la cárcel, donde vivió prisionero los últimos diecinueve años de su vida y se vio obligado a abandonar su maravilloso palacio de Vaux le Vicomte26.

Los títulos de nobleza, en Europa se heredan de padres a hijos con las posesiones correspondientes. Si el heredero era torpe como una calabaza, o un tanto desequilibrado, como Ludwig de Baviera, la educación que recibía quizá pudiera volverlo útil. En realidad, bastaba con que fueran seres normales.

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Podemos decir que un elevado porcentaje lo fueron y, además, notables en el desempeño de sus cargos y funciones.

En México no existía el concepto ni la función de “Rey”; encontramos Grandes Gobernantes, por ejemplo “Huey Tlatoani” de México Tenochtitlan, los de Tetzcoco y de Tlacopan. Tienen cargos muy bien determinados y están sujetos a un Gran Consejo de Notables27. Las tres ciudades con sus territorios, formaron una Confederación poderosa. Siendo México Tenochtitlan al arribo de los españoles la más importante de las tres, se confundieron los recién llegados y designaron “Emperador” a Moctezuma II; los demás fueron considerados “Reyes”. Estas palabras de nuevo cuño en México, se impusieron, porque fueron las que emplearon los que ganaron la guerra: todo lo vieron bajo el prisma hispánico peninsular.

La nobleza en México estaba dividida en varias clases que los españoles confundieron bajo el nombre general de “caciques”. Esta es una palabra importada por los españoles y viene de la lengua que se habla en Haití, que ellos oyeron en la isla Española. Los mexicanos para referirse a un “noble” añadieron a su nombre la terminación “Pilli”, o bien, le llamaron “Teuctli”.

Cada clase tenía sus propias características y usaba particulares insignias. Solamente los “nobles” podían usar adornos de oro y de piedras preciosas en los emplumados penachos y en el vestido. En Tlaxcala, para llegar a ser un “Teuctli”, era necesario ser “noble” por nacimiento o haberlo ganado por su valentía en las batallas: en este último caso, necesitaba el guerrero recibir los signos de su nobleza del mandatario principal. A partir de ese momento, podía añadir la terminación “Teuctli” a su propio nombre: como “Chichimecateuctli”, Pilteuctli y otros28.

Continúa Clavijero: “La mayor parte de la nobleza mexicana era hereditaria; y hasta la ruina del imperio, se mantuvieron con esplendor varias familias, descendientes de aquellos ilustres aztecas que fundaron México. Precedían los ‘Teuctli’ en el senado a todos los demás, así en el asiento como en el sufragio y podían llevar por detrás un criado cargando con el ‘icpalli’ o taburete que era un privilegio de mucho honor”.n México, el Gran Tlatoani gobernaba como un auténtico monarca, y era elegido por el Gran Consejo, pero la designación seguía un orden hereditario: “fue costumbre de estos mexicanos que fuesen reinando sucesivamente los hermanos unos después de otros y acabando de reinar el último, entraba en su lugar el hijo del hermano mayor que primero había reinado”29. Sin embargo, los electores en más de un caso alteraron el orden señalado, en virtud de las cualidades que buscaban para el bien del país atendiendo a las circunstancias. Hecha la elección, la confirmaban Tetzcoco y Tlacopan (las otras dos ciudades de la Confederación).

Dice Sahagún por su parte que “el electo debía ser valiente, ejercitado en las cosas de la guerra; prudente y sabio, criado en el ‘Calmecac’; que no bebiese ‘octli -pulque-, justo y amigo de los dioses: junto con él nombraban cuatro consejeros que le ayudasen a entender en los negocios graves del reino”30.

El Señor de un pueblo, o de un territorio, se denominaba “Tlatoani”, no “cacique”. Los “Tlatoani” ejercían jurisdicción civil y criminal. Muriendo, dejaban el señorío a sus hijos o parientes, aunque necesitaban la confirmación de los Grandes “Tlatoani” de las tres ciudades. Era nobleza hereditaria. Este linaje de propietarios constituía una nobleza o clase privilegiada en las poblaciones31.

La tierra que el Gran “Tlatoani” conquistaba, las repartía entre ciertos nobles conocidos como “tecpantlaca”: gente de palacio. Estaban obligados a cuidar las casas del Señor y no pagaban tributo alguno.

También hacía el Gran “Tlatoani” donaciones libres, llamadas “pillalli” o tierras de nobles, y sus poseedores se nombraban “pipiltzin”.

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La suerte de los nobles propietarios estaba asegurada, no así la de los “macehualli” que era dura y afanosa; sin embargo, este era dueño de sus bienes; y si tenía talento podía fácilmente encumbrarse en aquella sociedad. Los nobles solían contratar “macehualli” para los trabajos de campo.

Juan Diego es noble por su origen. Gozó de esta elevada posición hasta el final de la guerra de conquista.

A partir de entonces, se retira al campo -Cuauhtitlán- sin haberse desligado nunca plenamente de este lugar que tantos recuerdos le trae. Se adapta a las nuevas circunstancias: es entonces, un Señor, un “tzin”.

Después, por amor a Jesucristo, sigue muy de cerca la feliz y santa enseñanza de sus maestros, los venerables Frailes de San Francisco de Asís, y vive voluntariamente la pobreza de un “macehualli”, con todas las consecuencias que acarrea esta condición en México, especialmente bajo la mirada del español.

Esta es su condición cuando se encuentra con la Virgen en el Tepeyac, y así le llega la muerte; viviendo libremente en la estrechez, pared con pared de la Ermita que construyó Fray Juan de Zumárraga -primer Arzobispo de México- a Santa María de Guadalupe.

No tiene nada de extraño que quienes lo conocieron y trataron, hayan considerado que su amigo era un santo.

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Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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23 NOBLEZA: “Gran Enciclopedia Rialp” (GER).

24 NOBLEZA FEUDAL: GER.

25 NOBLEZA: “LA CORTE” : GER.

26 DES GRANGES, CH. M.: “Histoire Illustré de la Litterature Française”. Librairie Hatier, 5me. Ed. París 1920, p. 513.

27 ORTIZ DE MONTELANO, GUILLERMO: Archivo particular.

28 CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER: “Historia Antigua de México”, Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuantos, Libro VII: “Nobleza y derechos de sucesión”. México 1979, Libro VII, Nos. 13 y 14, pp. 212 y 213.

29 TORQUEMADA, FRAY JUAN DE: “Monarquía Indiana”. Introducción de Miguel León Portilla. Ed. Porrúa. México 1969. Libro II, Cap. XVIII.

30 SAHAGUN, FRAY BERNARDINO DE: “Historia General de las cosas de la Nueva España”. Numeración de Ángel Ma. Garibay K., Libro VIII, Cap. XVIII, n. 2. Ed. Porrúa. Colección Sepan Cuantos. México 1979, p. 473.

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31 OROZCO Y BERRA, MANUEL: “Historia Antigua de la Conquista de México”. Edición preparada por Ángel María Garibay K. y Miguel León Portilla. Ed. Porrúa. México 1960, pp. 299-307.

Casos y cosasPor Dr. Roberto Robles Nieto

El día 30 de marzo de 1648, el Obispo hace comparecer ante él algunos indios principales, para averiguar qué pensaban acerca del Lic. D. Luis Lasso de la Vega, acerca de la administración de los sacramentos en la Parroquia y Villa de Guadalupe, y si estaban a gusto con él. La respuesta fue afirmativa. Lo interesante es que entre los convocados estaba un Juan Diego... Podría parecer mera coincidencia, porque quizá había más de alguno que llevará este nombre..., si pero este Juan Diego es Escalona.

Hay que reseñar que los Escalona están sepultados en el Santuario y en la Parroquia de Guadalupe.

También hemos de tener en cuenta que Don José Buenaventura de Escalona llegó a ser Gobernador de la Villa de Guadalupe32.

Seguramente la historia de esta familia será mejor conocida con el paso del tiempo y el interés de los estudiosos por el afecto tan grande que tenemos a Juan Diego.

Reproducido con autorización

Roberto Robles Nieto Médico por la Universidad Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Roma).

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32 OLIMON NOCASCO, MANUEL: “Histórica”. Colección II. Centro de Estudios Guadalupanos, Fascículo 4to., p. 25.

Hijo Mío... No te aflijas por ninguna cosaJuan Diego Un indígena cuya humildad fue premiada

Juan Diego (1474 - 1548) En Juan Diego están representados todos los indígenas que acogieron el Evangelio que comenzaba a predicarse en las tierras americanas recién descubiertas y conquistadas. Es la figura más relevante en la historia de la naciente comunidad cristiana indígena. Su nombre está inscrito de manera imborrable en la gran epopeya de la evangelización de México. Su existencia histórica y santidad, que algunos han puesto en duda, sosteniendo que Juan Diego es sólo un símbolo o un mito, están suficientemente probadas[1].

"Águila que habla" La aldea de Cuautitlán, a unas dos leguas de la populosa Tenochtitlán, está enclavada en tierras de amplios horizontes, campos resecos de peñas y nopales, que en la época de lluvias se verdean con los retoños de las milpas. Allí, alrededor del año 1474, nació Juan Diego. Su nombre de nacimiento era Cuauhtlatoatzin, que significa águila que habla.

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En aquellos caseríos vive una vida pobre, aunque no miserable. Casado con María Lucía, no tuvo hijos. Con el tiempo adoptaron un niño que luego relataría la vida de su padre. Poco después de 1524, cuando llegaron los doce primeros misioneros franciscanos a México y empezaron a predicar la fe cristiana, Juan Diego y su esposa, luego de tres años de aprendizaje de la doctrina —la unánime tradición cuenta que fue oyendo predicar a Fray Toribio de Benavente (Motolinía), uno de Los Doce —, las oraciones y liturgia de la fe católica, reciben ambos el Bautismo, posiblemente en la iglesia de Tlatelolco. Durante esos años pasaba innumerables veces por el cerro del Tepeyac, camino obligado desde el pueblo de Tulpetlac donde vivía con su tío Juan Bernardino. Poco después de su Bautismo, murió Lucía.

Promesas de buena madre Pasaba, pues, Juan Diego junto al cerrillo del Tepeyac, una fría madrugada del sábado 9 de diciembre de 1531 y oyó en la parte alta del cerrillo un canto dulce y sonoro; le pareció que era de pajarillos. Alzando la vista vio una nube blanca, resplandeciente y en su contorno un arcoiris que se formaba de los rayos de una gran luz que emergía del fondo de la nube. Cesó el canto de los pájaros. Se acercó y oyó que una voz dulce y delicada que le llamaba por su nombre. Subió la pequeña cuesta y vio a una hermosísima joven que le decía que se acercase. Su ropa brillaba notablemente. Le habló en el idioma mexicano de aquél entonces:

—Hijito, mío, Juan Diego, a quien amo tiernamente como a un pequeño y delicado, ¿a dónde vas? [2] —Voy a tu casita de Tlatelolco a escuchar la doctrina que nos enseñan los ministros de Dios le respondió.

Ella le dijo: —Sábete, hijo mío, muy querido que soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, autor de la vida, creador de todo, Señor del Cielo y de la tierra... Y es mi deseo que se me alce un templo en este lugar donde, como Madre piadosa tuya y de sus semejantes, mostraré mi clemencia amorosa y la compasión que tengo de los naturales, de aquellos que me buscan y aman y de todos los que soliciten mi protección o me invoquen en sus trabajos o aflicciones. Y donde enjugaré las lágrimas y oiré sus ruegos para darles consuelo y alivio.

Le pide entonces que vaya al Obispo para pedir en su nombre que se edifique allí un templo ... ten por cierto que mucho te agradeceré lo que por mi hicieres, en este encargo y te afamaré y te exaltaré por ello. Ya has oído hijo mío mi deseo, vete en paz y advierte que te recompensaré el trabajo y diligencia que pusieres.

Como mensajero obediente fue presuroso Juan Diego a ver al Obispo, que por entonces era Fray Juan de Zumárraga. Tuvo que esperar mucho tiempo pues le vieron muy pobre y sencillo. Por fin, después de mucho, le dejaron entrar; el Obispo lo escuchó con paciencia, pero no le creyó.

Era mejor un mensajero humilde Triste regresó por la tarde Juan Diego y se acercó a la cumbre del cerrito donde había visto a la Señora en la madrugada. Allí estaba ella aguardándole por la respuesta de su mensaje. Le contó lo sucedido y le pidió a la Señora que mejor enviase a otro, a una persona noble a la que le creyeran: —Yo soy un pobre campesino, hombre humilde e ignorante. Perdona, reina mía, mi atrevimiento, si en algo he excedido el decoro que se debe a tu grandeza; no caiga yo en tu indignación o te haya agraviado con mis respuestas.

La Virgen le dijo: —Hijo mío, muy amado sábete que no me faltan servidores ni mensajeros a quien mandar, porque tengo muchos a quien pudiera enviar. Más conviene que en gran manera que por intervención tuya tenga acierto mi voluntad. Y así te ruego hijo mío que vuelvas mañana a ver y hablar con el señor Obispo y le digas que levante el templo que le pido y que te envía la Virgen María, Madre del Dios verdadero. Juan Diego acepta gustoso obedecer de nuevo el mensaje y asegura que volverá al día siguiente en la tarde y le traerá la respuesta.

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El 10 de diciembre, después de oír Misa y de asistir a la doctrina cristiana, volvió al palacio del Obispo. Le permitieron entrar y le dijo que había visto de nuevo a la hermosa señora que vio la primera vez. El Obispo le hizo muchas preguntas amonestándole a que se fijase bien lo que decía. Reconoció que no podía ser una sencilla invención del campesino, pero le dijo que, para darle crédito, le pidiese a la señora una señal de que era la Madre de Dios. Para asegurarse mejor, el Obispo llamó a dos personas de su confianza y les mandó que lo siguieran para saber con quién hablaba y dónde vivía.

Los criados le siguieron teniéndole siempre a la vista, pero al poco tiempo se les desapareció y ya no le encontraron. Volvieron al palacio del Obispo pidiéndole que no le creyese más; y que si volvía lo castigara por mentiroso.

Una vez que se perdió de la vista de los seguidores, llegó de nuevo Juan Diego al cerrillo. Ya estaba entrada la tarde. La Virgen le esperaba para oír la respuesta a su petición, Juan Diego le dijo que el Obispo le pedía a Ella una señal cierta para conocer que realmente era la Reina del Cielo la que le enviaba: —Volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido... Y sábete, hijo mío que yo te pagaré tu cuidado, el trabajo y cansancio que por mí has pasado. Y ahora vete, que mañana te aguardo.

“Señora... ¿cómo has amanecido”? Al día siguiente, lunes 11, Juan Diego no pudo volver, pues al llegar a su pueblo encontró a su tío Juan Bernardino muy enfermo, con una fiebre maligna. Fue a buscar a un médico que le atendió, pero más se agravó la enfermedad. Pasó muy mala noche y, al día siguiente, pensando que moriría, le pidió que le trajesen un sacerdote.

Salió pues Juan Diego de casa, aquél martes muy de madrugada. Esclarecía el día cuando llegó a las faldas del cerro por el oriente y le vino a la memoria no haber vuelto el día anterior para obedecer el mandato de la Señora, como le había prometido. Temiendo que, si pasaba por el mismo camino de otras veces se la encontraría, y quizá le reprendería, determinó tomar otra vereda. Pero llegando a un paraje donde hay un manantial, le salió al encuentro la joven Señora. —¿A dónde vas, hijo mío por este nuevo camino?

Quedó Juan Diego avergonzado y postrado de rodillas y se disculpó, muy a la mexicana, como pudo: —Señora y niña mía, muy amada, Dios te guarde, ¿cómo has amanecido?... Y le explicó la enfermedad de su tío y que iba por un sacerdote a Tlatelolco:

—Perdóname, señora mía, y tenme paciencia... Le escuchó la Señora con semblante apacible y le dijo: —Oye, hijo mío, lo que ahora te digo: no te aflijas por ninguna cosa, ni temas enfermedad alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿tienes necesidad de otra cosa? No tengas pena de la enfermedad de tu tío, que no ha de morir por ella; y ten por cierto que ya está sano.

Quedó Juan Diego tan consolado que le dijo: —Pues envíame, señora mía, a ver al Señor Obispo y dame la señal que me prometiste para que me crea.

—Sube, hijo mío, muy querido, a la cumbre del cerro donde otras veces me has visto y corta las rosas que hallarás allí, y recógelas en el regazo de tu capa, tráelas a mi presencia y te haré lo que has de hacer y decir .

Obedeció Juan Diego y, aun cuando no era tiempo de flores y crecían sólo espinos entre las peñas, en la cumbre halló admirado hermosas rosas muy frescas y de penetrante olor. Recogió en su tilma todas las que pudo y bajó con ellas a donde estaba la Señora. Al llegar, la misma Señora las tomó en sus manos y las volvió a poner en el ayate: —Ve aquí la señal que has de llevar al Obispo y le dirás que estas rosas tenga por seña y que haga pronto lo que deseo. Ten cuidado, hijo mío, no muestres a

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persona alguna en el camino lo que llevas, ni despliegues tu capa, sino en presencia del Obispo, al que dirás lo que te mostré en este día.

Un retrato admirable que consuela Llegó presuroso al palacio episcopal y rogó a los porteros que le avisaran, pero no le hicieron caso y se enfadaron de su insistencia. Al cabo de estar mucho rato de pie, con la cabeza baja y firme, se dieron cuenta que algo traía en su manta. Quisieron registrarla, y aunque se resistió lo posible, le hicieron descubrir muy poco lo que llevaba. Viendo que eran rosas quisieron coger alguna, pero no pudieron tomarlas.

Ya en presencia del prelado, Juan Diego abrió su tilma y al esparcirse las rosas por el suelo, apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen María, tal como hoy se venera en la Basílica de Guadalupe. El Obispo y los que allí estaban se arrodillaron. El Obispo desató el nudo de la manta y llevó la tilma a su oratorio. Allí pasó largas horas Fray Juan contemplando la belleza, gracia y hermosura de aquél rostro tan bello que causa tanta admiración y consuelo a los que lo miran atentamente.

Al día siguiente el Obispo Zumárraga pidió a Juan Diego que fuese en compañía de gente de su confianza y señalara el lugar donde debía edificarse el templo.

El mismo día que se trasladó la Sagrada Imagen a la primera ermita, Juan Diego dejó su casa y su pueblo y se fue a vivir la casa de la Virgen. Durante 17 años se ocupó de barrer, cargar y llevar todo lo necesario para el culto, atender a los peregrinos, con oración, ayunos y penitencias, siendo un ejemplo de piadosa vida cristiana para los indígenas, sus paisanos, que mucho lo quisieron y apreciaron. Cuando bendecían a sus hijos les decían: "Que Dios te haga como Juan Diego". Dejó santamente este mundo en 1548. Siempre llevó sobre sí una manta con una copia de la imagen original, que al morir la dejó a su hijo. A partir de su muerte hasta hoy se extendió prodigiosamente el culto y la veneración por Juan Diego

El Papa Juan Pablo II el día de su beatificación en la Basílica de Guadalupe, el 6 de mayo de 1990, hacía resaltar su fe sencilla, nutrida de la catequesis y acogedora de los misterios, su esperanza y confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica. Su vida es una fuerte llamada a todos los fieles laicos de esta nación para que asuman todas sus responsabilidad en la transmisión del mensaje evangélico y en el testimonio de una fe viva y operante en el ámbito de la sociedad mexicana. Desde este lugar privilegiado de Guadalupe, corazón de México siempre fiel, deseo convocar a todo el laicado mexicano a comprometerse más activamente en la reevangelización de la sociedad.

Hombres y mujeres católicos de México, vuestra vocación cristiana es por su misma naturaleza vocación al apostolado(...). No podéis por tanto permanecer indiferentes ante el sufrimiento de vuestros hermanos: ante la pobreza, la corrupción, los ultrajes a la verdad y a los derechos humanos. Debéis ser sal de la tierra y luz del mundo.

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[1] Las objeciones sobre la no existencia de Juan Diego y las apariciones de la Virgen de Guadalupe se remontan al siglo XVIII y han sido abundantemente refutadas. Por su parte, la Santa Sede hizo durante seis años un proceso para constatar la existencia histórica y la santidad de Juan Diego en el que intervinieron teólogos consultores e historiadores profesionales que analizaron cuidadosamente documentos auténticos. Este proceso concluyó positivamente el 3 de abril de 1990. Cfr. el extraordinario estudio de José Luis Guerrero, “El Nican Mopohua, un intento de exégesis”.

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Universidad Pontificia de México, 1996, obra que expone la autenticidad del documento guadalupano y responde a todas las impugnaciones. Del mismo autor, ¿Existió Juan Diego?, Obra Nacional de la Buena Prensa, mayo de 1996, 30 páginas. Cfr. también Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, Palabras a la Santísima Virgen de Guadalupe, 2 de junio de 1996.

[2] Los textos de estos diálogos están tomados de la narración más antigua de los hechos, llamada Nican Mopohua (palabra náhuatl con que empieza la narración y que significa Aquí se cuenta...) escrita por Antonio Valeriano, indígena (1520-1602), contemporáneo de Juan Diego.

Juan Diego: Su HistoriaUn "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio ¿Por qué se le apareció la Virgen?

El Beato Juan Diego

- Nació en 1474.

- Originario del barrio de Tlayácac en Cuautitlán.

- Su nombre pagano fue Cuauhtlatóhuac que con terminación tzin (Cuauhtlatoatzin) en náhuatl significa un trato reverencial.

- Su esposa se llamaba María Lucía, quien falleció en 1529.

- No tuvieron hijos Juan Diego y María Lucía, pero adoptaron un hijo.

- En 1526, junto con su esposa María Lucía y su tío Juan Bernardino, recibió el sacramento del Bautismo en el Templo de Santiago Tlaltelolco.

-A la muerte de su esposa, en 1529, Juan Diego decidió trasladarse a Tulpetlac para vivir con su tío Juan Bernardino.

-En la presentación que se hace de Juan Diego, se dice de él: "Ce Macehualtzintli", es decir que era un "macehualli" que bien puede traducirse como un "indiecito", o mejor aún, como "un honorable hombre de pueblo".

-Su trabajo consistía en tejer petates que vendía junto con otros productos elaborados con Tule.

-Tenía algunas propiedades, entre ellas la casa donde habitaba con su tío (hoy Templo de Nuestra Señora de la Salud) y otros bienes los cuales regaló después de su encuentro con María en el Tepeyac.

-Las tradiciones refieren que el mismo día que se trasladó la Sagrada Imagen a la primitiva Ermita, Juan Diego dejó su casa y su pueblo y, con licencia del Obispo se trasladó a vivir y a servir en la de María Santísima.

-Desempeñó los oficios de cuidar, barrer, cargar y llevar todo lo necesario para la Ermita; todo con humildad, prontitud y devoción.

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-Ocupaba largos ratos de tiempo en oración ante la Santa Imagen.

-Con permiso del Obispo comulgaba tres veces por semana, cosa muy rara entonces, y se ejercitaba en la mortificación y en ayunos. Además, atendía con gran amabilidad a los peregrinos a hora y deshora.

-Llevó Juan Diego sobre sí una manta con una copia de la Imagen original de la Vírgen de Guadalupe, "de una tercia de larga y una cuarta de ancha; hasta que a su muerte se la dejó a su hijo adoptivo, quien a su vez la dió a su nieto y fue a parar a un sacerdote de Querétaro" y luego se perdió.

-Falleció el día 12 de junio de 1548, a la edad de 74 años.

- Fue sepultado junto con su tío Juan Bernardino en la primera ermita dedicada a la Vírgen de Guadalupe.

-Desde antes de las apariciones ya era tenido Juan Diego entre los que le conocían como un hombre bueno y justo. Después de sus encuentros con la Vírgen llevó una vida muy ejemplar y las gentes lo tenían por santo.

-A partir de su muerte y hasta nuestros días se ha extendido el culto y veneración. Muchas familias han puesto a sus hijos el nombre de Juan Diego por la devoción que le tienen. Y algunos padres al bendecir a sus hijos, todavía dicen: "Que Dios te haga como Juan Diego".

-El día 9 de abril de 1990, en el Palacio Apostólico de Roma, en presencia del Papa Juan Pablo II, de varios cardenales y de muchos Prelados, se aprobó públicamente el Decreto de la Congregación de las Causas de los Santos "de culto inmemorial" por el que se declaraba que Juan Diego había vivido las virtudes cristianas en grado heroico.

-El Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, en una solemne ceremonia en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe de México, lo reconoció oficial y solemnemente como Beato el día 6 de mayo de 1990.

-El 9 de diciembre ha sido declarado como fiesta del Beato Juan Diego. Inicialmente se le había pedido al Papa que eligiera el 12 de junio (aniversario de su muerte y día de su nacimiento al Cielo) como fiesta litúrgica, pero el Papa Juan Pablo II dijo: "No; que sea el 9 de diciembre, porque fue el día en que vio el Paraíso", es decir la primera aparición.

"desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México." (Juan Pablo II, 27 de enero de 1979,en su primer viaje a México).

Juan Pablo II en el día de su beatificación hacía resaltar "su fe sencilla, nutrida de la catequesis y acogedora de los misterios, su esperanza y confianza en Dios y en la Vírgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica".

Conocer a Juan Diego "puede servir a todos nuestros hermanos de México, aún a los no católicos o no creyentes, para conocer mejor y amar más las raíces de nuestra Patria". (Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, 12 de julio de 1991).

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"Desde este lugar privilegiado de Guadalupe, corazón de México siempre fiel, deseo convocar a todo el laicado mexicano a comprometerse más activamente en la reevangelización de la sociedad..." (Juan Pablo II, el día de la beatificación de Juan Diego, 6-V-1990).

"Hombres y mujeres católicos de México, vuestra vocación cristiana es por su misma naturaleza vocación al apostolado (...) No podéis por tanto permanecer indiferentes ante el sufrimiento de vuestros hermanos: ante la pobreza, la corrupción, los ultrajes a la verdad y a los derechos humanos. Debéis ser sal de la tierra y luz del mundo (cfr. Mt. 5, 13-14)". (Juan Pablo II, el día de la beatificación de Juan Diego, 6-V-1990).

El Beato Juan Diego: Un modelo de humildad

En abril de 1990 Juan Diego fué beatificado por el papa Juan Pablo II en el Vaticano. Al siguiente mes, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la ciudad de México, durante su segunda visita al Santuario, Su Santidad presidió la solemne ceremonia de beatificación. Quién era este Juan Diego?

La mayoría de los estudiosos concuerdan que Juan Diego nació en 1474 en el calpulli de Tlayacac en Cuauhtitlán, el que fué establecido en 1168 por la tribu nahua y posteriormente conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467; y estaba localizado 20 kilómetros al norte de Tenochnitlán (ciudad de México).

Su nombre de nacimiento fue Cuauhtlatoatzin, que podría ser traducido como "el que habla como águila" o "águila que habla".

El Nican Mopohua lo describe como un "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, etc., es decir que pertenecía a la mas numerosa y baja clase del Imperio Azteca, pero no a la clase de los esclavos. Hablándole a Nuestra Señora él se describe como "un hombrecillo" o un don nadie, y atribuye a ésto su falta de credibilidad ante el Obispo.

El trabajaba duramente la tierra y fabricaba matas las que luego vendía. Era dueño de su pedazo de tierra y tenía una pequeña vivienda en ella. Estaba casado pero no tenía hijos.

En los años 1524 o 1525 se produce su conversión al cristianismo y fue bautizado, así como su esposa, recibiendo el nombre cristiano de Juan Diego y su esposa el nombre de María Lucía. Fueron quizás bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios "Motolinia" o "el pobre" por su extrema gentileza y piedad y las ropas raídas que vestía.

De acuerdo a la primera investigación formal realizada por la Iglesia sobre los sucesos, las Informaciones Guadalupanas de 1666, Juan Diego parece haber sido un hombre muy devoto y religioso, aún antes de su conversión. Era muy reservado y de un místico carácter, afecto a largos silencios y frecuentes penitencias, y que solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa.

Su esposa María Lucía enferma y luego fallece en 1529. Juan Diego entonces se translada a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, que le quedaba mas cerca de la iglesia en Tlatilolco - Tenochtitlán, solo 14 kilómetros.

El caminaba cada sábado y domingo a la iglesia, partiendo a la mañana muy temprano, antes que amaneciera, para llegar a tiempo a la Santa Misa y a las clases de instrucción religiosa. Caminaba descalzo, como la gente de su clase macehualli, ya que solo los miembros de las clases superiores de

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los aztecas usaban cactlis, o sandalias, confeccionadas con fibras vegetales o de pieles. En esas frías madrugadas usaba para protegerse del frío una manta, tilma o ayate, tejida con fibras del maguey, el cactus típico de la región. El algodón era solo usado por los aztecas mas privilegiados.

Durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, caminatas que solían tomar unas tres horas y medias a través de montañas y poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar ahora conocido como "Capilla del Cerrito", donde la Santísima Virgen le habló en su idioma, el náhuatl. Ella se refirió a él con grandísimo cariño, llamándolo "Juanito, Juan Dieguito", "el mas pequeño de mis hijos", "hijito mío".

Juan Diego tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40 años.

Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, luego de dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino, pasando el resto de su vida completamente dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.

Juan Diego muere el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años.

Juan Diego amaba de sobremanera la Sagrada Eucaristía, y por permiso especial del Obispo recibía la Comunión tres veces por semana, algo completamente inusual en aquellos tiempos. Su Santidad Juan Pablo II alabó en Juan Diego su simple fé enriquecida por la catequesis y lo definió (a aquél que le dijo a la Santísima Virgen: "soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda..") como un modelo de humildad para todos nosotros.

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