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LA AVENTURA DE LOS ROMANOS EN HISPANIA JUAN ANTONIO CEBRIÁN ILUSTRACIONES ANTONIO GIL

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L A AV E N T U R A

D E L O S R O M A N O S

E N H I S P A N I A

JUAN ANTONIO CEBRIÁN

ILUSTRACIONES

ANTONIO GIL

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ÍNDICE

Agradecimientos ........................................................ 11Prólogo. Pasión por la Historia, por Silvia Casasola ...... 13Introducción ............................................................. 17

I. EL SUEÑO DE IBERIA ..................................... 21El fulgor de Cartago ....................................... 21La guerra de los mercenarios .......................... 29Amílcar y la conquista de Iberia ...................... 32Asdrúbal, caudillo de Iberia ............................ 35Aníbal at porta ................................................ 39Cronología: presencia púnica en la penínsulaIbérica ........................................................ 53

II. LOS ROMANOS LLEGAN A HISPANIA .............. 57El reto de los Escipiones ................................. 57El fin de la guerra ........................................... 61Citerior y Ulterior ......................................... 68Catón visita Hispania ...................................... 71El ataque lusitano ........................................... 81Cronología: primer período de gobierno ro-mano en Hispania ...................................... 89

III. LAS GUERRAS CELTÍBERAS Y LUSITANAS ..... 91Vientos de guerra ........................................... 91Lúculo el infame ............................................ 99Camino de Numancia .................................... 105La resistencia final ........................................... 110Viriato, el azote de Roma ............................... 119Cronología: las guerras celtíberas y lusitanas .... 130

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IV. LA NUEVA HISPANIA ...................................... 133Tiempos inciertos ........................................... 133La encrucijada de Quinto Sertorio ..................... 137El fin de la aventura ........................................ 150Cronología: segundo levantamiento celtíberolusitano y guerras sertorianas ....................... 155

V. LA HISPANIA DE JULIO CÉSAR ....................... 157El carisma de César ........................................ 157Pretor de la Ulterior ....................................... 162Duelo de titanes ............................................. 167La batalla de Munda ....................................... 179Cronología: Julio César en Hispania ............... 184

VI. OCTAVIO AUGUSTO EN HISPANIA ................. 185La herencia de César ...................................... 185Las guerras cántabras ...................................... 189Cronología: período final en la conquista deHispania ..................................................... 200

VII. LA HISPANIA IMPERIAL .................................. 201Una sociedad en progreso ............................... 201La riqueza natural de Hispania ........................ 210El clan de los hispanos .................................... 212Séneca y otros ilustres ..................................... 214Los emperadores hispanos ............................... 218Cronología: hechos destacados en la Hispaniaimperial ...................................................... 231

ANEXOS

I. LAS LEGIONES DE ROMA ............................... 235Orígenes legionarios ...................................... 235El nuevo ejército profesional ........................... 241

II. LOS GUERREROS HISPANOS .......................... 245Aquellas tribus ................................................ 245

Bibliografía .............................................................. 255

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PRÓLOGO

PASIÓN POR LA HISTORIA

Cuán árida es la historia. Cuántas veces hemos llegado a odiar-la por tener la obligación de aprender de memoria fechas, luga-res, datos o vidas de personajes de nombres imposibles. Todomuy aséptico sin una pizca de pasión. Como si las personas queprotagonizaron esos hechos históricos fueran marmoleas, caren-tes de sentimientos y no hubiesen amado o sufrido como el comúnde los mortales.Hace poco un amigo me decía: «Quien no asume su pasado

siempre es más infeliz». Para poder evolucionar y seguir adelan-te es vital conocer nuestro pasado histórico si no queremos caeruna y otra vez en los mismos errores. Dicen que la historia es cícli-ca, de nosotros depende repetir solo los ciclos que nos puedenbeneficiar como humanidad.Para ello es necesario contar con grandes comunicadores,

divulgadores de la historia que lleguen a tocarte el corazón consus narraciones.Juan Antonio Cebrián, desde muy joven, sintió pasión por la

historia, creo que la oportunidad de mimetizar alguna de lasbiografías que leyó de pequeño despertó su vocación. Julio Ver-ne, J. R. R. Tolkien, Charles Dickens, Robert Stevenson, BenitoPérez Galdós, y tantos otros, fueron algunos de sus referentes. Des-pués llegaría la historia militar, los grandes estrategas y la opor-tunidad de transmitir, primero a través de los micrófonos de OndaCero y después de forma escrita, su amor por la historia.

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Cuando tuvo la oportunidad de transmutar de lector voraz aescritor nobel, lo realizó con el máximo respeto. Existían muchoshistoriadores que habían publicado infinitos libros y él no que-ría competir en ese terreno, esa no era su batalla. Lo que JuanAntonio deseaba era trasladar su particular mirada como divul-gador histórico. De ese modo, personajes antipáticos, anodinos oincluso insoportables comenzaron a tener un lado humano y, asu vez, personajes antaño atractivos tenían un lado oscuro.Los hechos y el manejo de datos históricos pueden ser comu-

nes para todos los autores, en cambio lo que marca la diferenciaes cómo se cuentan esos datos y saber filtrar el polvo de la paja,como se dice comúnmente. Para ello es necesario contrastarmuchísimo y buscar fuentes fiables en los archivos. Eso fue loque le ocurrió a Juan Antonio en su búsqueda de los reyes godos.Doy fe porque estuve acompañándole en su aventura literaria des-de el primer minuto.

La aventura de los godos fue una auténtica revolución, nadieen España se había atrevido a abordar, uno a uno, la temida listade los reyes godos. De hecho los que tuvieron que aprender la lis-ta durante la posguerra española recordaban con terror nombresextraños: Atanagildo, Recesvinto… sin pararse a pensar que aque-llos reyes gobernaron nuestro país durante tres siglos. Cebrián supo dar luz a una época oscura de nuestro país,

descubriendo a unos reyes que lucharon, odiaron, mataron y ama-ron. Reyes que fueron descubiertos por muchos jóvenes que sequedaron ojipláticos al conocer su historia.Después vendría La aventura de los romanos en Hispania. Capí-

tulo del que se declara admirador por ser uno de sus favoritosdel mundo antiguo. En este libro Juan Antonio narra cómo erala personalidad y carácter de muchas tribus que pululaban porHispania. Entendemos porque tenemos un alma de guerrillerosque nos hace ingobernables, característica que va marcada en nues-

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tro ADN a lo largo de los siglos. El tesón de los romanos que,tras dos centurias de cruentas batallas, lograron convertir a His-pania en una de sus colonias más fructíferas.Pero si hay que hablar de aventuras, el descubrimiento de un

nuevo mundo, sería tan trascendental que dio inicio a una nue-va era: la Edad Moderna. Ni en sus mejores sueños pudo imaginar Cristóbal Colón lo

que supondría su descubrimiento. No vamos a detenernos a dis-cutir si fue o no el primero en llegar a América, ni a polemizarsobre los actos cometidos por los conquistadores con algunos nati-vos. Lo cierto es que fue una empresa de una envergadura des-comunal en la que miles de españoles tuvieron la oportunidadde comenzar una nueva vida, sin importar su origen o estatussocial. Ese es el empeño que quiso reflejar Cebrián en La aven-tura de los conquistadores, como un puñado de aventureros inten-taron encontrar su particular paraíso asentándose en territoriosignotos asumiendo que podrían morir en el intento. Podría decirse que esta trilogía de aventuras son un fiel refle-

jo del indómito temperamento de los españoles: guerrilleros fren-te a los poderosos, audaces y temerarios ante lo inesperado y fie-les cuando la causa lo merece. Os invito por tanto a adentraros en la historia vital de godos,

romanos y conquistadores que dejaron su huella en el corazónde Juan Antonio Cebrián y que espero también os dejen huellaen el vuestro. Porque, como siempre afirmaba, «conocer la historia es tomar

contacto con la auténtica realidad de nosotros mismos».

SILVIA CASASOLA

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INTRODUCCIÓN

La historia de España es una de las epopeyas más interesan-tes de la cronología humana, especialmente el período que se refie-re a la Edad Antigua en la península Ibérica. En ella encontra-mos aspectos tan interesantes y épicos que despiertan la curiosidadde numerosos investigadores. En mi caso particular, confieso, sin tapujos, que este capítu-

lo de nuestro periplo histórico es uno de mis favoritos. Siemprequise saber qué sintió Aníbal ante su ejército posicionado en lasllanuras de Cartago Nova en los instantes previos a marchar sobreRoma atravesando los Pirineos, Alpes y Apeninos en una aven-tura sin parangón en su época. En aquellas filas cartaginesas ymercenarias se integraban gentes de distintos orígenes, predo-minando íberos y celtíberos de la península Ibérica. Fue, desdeluego, un momento único para el mundo, y esa gesta nació enestos pagos. También me hubiese gustado vivir la sensación que experi-

mentó Cneo Escipión cuando, en 218 a.C., puso pie en Iberia alfrente de dos legiones dispuesto a cortar las vías de suministro car-taginesas y, de paso, cambiar el antiguo nombre griego de la Penín-sula por el romano de Hispania. Batallas, alianzas con las tribus aborígenes, deserciones en masa

de los mercenarios antes de los combates decisivos, ofensivas, con-traofensivas, enfermedades, hambrunas, luchas enconadas por elcontrol de los fértiles valles fluviales; ése fue, en definitiva, el desa-rrollo de los acontecimientos iniciales en el intento romano porinvadir y, posteriormente, colonizar nuestra tierra.

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La expansión por el oriente levantino y las zonas meridio-nales de la península Ibérica; el choque brutal con las tribus cel-tíberas en un sinfín de largas, crueles y agotadoras guerras; labravura de los guerrilleros hispanos frente a la demoledora maqui-naria bélica romana, y la resistencia de astures y cántabros con-virtiendo sus castros, montañas y bosques en el campo de batallafinal por su libertad.Todo esto hizo necesario el empleo de muchaslegiones para doblegar el espíritu de independencia albergado poraquellos guerreros aferrados a sus tierras, creencias y tradiciones.Un claro ejemplo lo constituye la defensa a ultranza que los autóc-tonos realizaron en algunas de sus ciudades: Sagunto, Numancia,Calagurris…Les invito a descubrir nuestro deslumbrante tránsito por el

mundo antiguo, donde encontrarán personajes como el genialAníbal, quien llevó a la todopoderosa República romana a unaguerra en su propio territorio; la familia Escipión, que intervinodecisivamente en los asuntos de Hispania y protagonizó alguno delos episodios de imperecedero recuerdo, como el asedio y tomade Numancia; la visita de algunos ilustres romanos, como fueronCatón el Viejo, Sempronio Graco, Quinto Sertorio, Pompeyo,Julio César o el primer emperador, Octavio Augusto. Ellos seimpregnaron de la magia hispánica hasta el punto de consideraresta provincia —que tanta sangre y esfuerzo le había costado aRoma— la perla más preciada, primero, de la República y, pos-teriormente, del Imperio.Conoceremos a los héroes de la resistencia tribal al invasor:

hombres como Indíbil y sus feroces ilergetas, Viriato y sus bra-vos guerrilleros lusitanos, o el indomable jefe cántabro Coroco-ta, que consiguieron con sus hazañas atravesar los siglos.Hispania supuso una fuente constante de recursos humanos

y materiales para la potencia latina. Materias primas como trigo,aceite, vino y salazones; productos mineros extraídos de impor-

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tantes yacimientos peninsulares y tropas en origen mercenariasy, más tarde, auxiliares de las legiones, propiciaron un acercamientoprogresivo y real a la más absoluta romanización. En efecto, la Hispania imperial se siente plenamente roma-

na; aporta intelectuales como Séneca, Lucano, Marcial o Quinti-liano, y emperadores de acreditada valía como Trajano, Adrianoo Teodosio; a cambio recibe la luminosidad del Imperio más gran-de que vieron los tiempos: su idioma, su derecho legislativo, suforma de entender el urbanismo, la administración y, finalmente,el camino común de la religión. En resumen, Roma forjó la raízde nuestra idiosincrasia.En este libro encontrarán los momentos apasionantes que jalo-

naron dos siglos de dura conquista. Déjense llevar por la imagi-nación y participen en los principales escenarios de aquellas tanemocionantes centurias. Sean testigos privilegiados de batallasdecisivas, trascendentales alianzas y mestizajes inevitables entreromanos e hispanos. Mi único propósito es que ustedes sigan disfrutando con mis

obras divulgativas. Este trabajo sigue la línea de mis anterioresescritos, La aventura de los godos y La cruzada del sur, aunque enverdad, Hispania supone el primero de la saga. Sólo me resta desear -les buenos momentos históricos al calor de lo que cuenta mi nue-vo libro. Como siempre dije, acercarnos a la historia es tomar con-tacto con la auténtica realidad de nosotros mismos.

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I. EL SUEÑO DE IBERIA

Durante más de un siglo, cartagineses y romanos pugnaron por elcontrol del Mediterráneo occidental, librando tres guerras que atemoriza-ron al mundo conocido. La principal batalla entre las dos potencias tuvocomo escenario la península Ibérica.

El fulgor de Cartago

Año 218 a.C.: tras nueve meses de implacable asedio, las tro-pas cartaginesas de Aníbal Barca se disponían a asestar el golpedefinitivo a la angustiada ciudad de Sagunto. Habían sido sema-nas de incertidumbre en las que la mejor maquinaria bélica dela época se empleó a fondo con el fin de doblegar la heroicaresistencia de los saguntinos, fieles aliados del secular enemigoromano. El genial estratega púnico quería acabar de una vez por todas

con aquel obstáculo tan incómodo para sus objetivos. Torres deasalto, catapultas y los mejores soldados reclutados en los territo-rios norteafricanos e ibéricos se disponían a entregarle una granvictoria. Por su parte, los defensores de la plaza no estaban dis-puestos a sufrir una rendición tan poco honrosa para su forma

Aníbal

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ANÍBAL BARCA

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de entender la vida. Roma no enviaba los ansiados refuerzos, peropoco importaba ya: Sagunto mantendría su palabra hasta el final.Y ahora, ese momento había llegado. En una desapacible mañana de invierno mediterráneo, Aní-

bal ordenó un ataque total sobre las últimas posiciones sagunti-nas. Previamente, la artillería pétrea había barrido de las murallasa sus escasos defensores. Cientos de númidas africanos se emplea -ban con denuedo en el derribo de esas mismas paredes. Por un sin -fín de grietas, los mercenarios cartagineses irrumpieron con ladeterminación de la victoria y las ansias por obtener el presuntobotín que aumentaría sus siempre menguados patrimonios. En el interior de la ciudad, los supervivientes, exhaustos, toma-

ban la decisión final de morir combatiendo al enemigo. En el cen-tro del último bastión crearon una inmensa pira donde fueron aparar todos los objetos de valor. Los heridos o incapacitados parala lucha se suicidaron, y unas pocas decenas de guerreros sagun-tinos tomaron las armas para iniciar una desesperada carga sobrelos invasores. Éstos, aunque sorprendidos por la bravura demos-trada, apenas tardaron unos pocos minutos en acabar con ellos.Sagunto había caído y Aníbal contemplaba el resultado de suvictoria: murallas, casas y palacios en completa ruina; cientos decadáveres, entre ellos los cuerpos de mujeres y niños, sembrabanlas calles, el fuego lo cubría todo y decenas de prisioneros seconvirtieron en esclavos de la soldadesca. Una victoria pírricasin duda alguna, pero trascendental para la historia, pues, aun sinsaberlo, ése fue el detonante que abocaría a Cartago a un tre-mendo final. Las noticias del desastre llegaron a Roma. El temor al ataque

cartaginés provocó un profundo desasosiego y un largo debateentre los senadores del incipiente poder. Tras arduas deliberacio-nes se tomó la decisión de enviar mensajeros a la metrópoli afri-cana para pedir explicaciones sobre el hecho.

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Los delegados romanos se plantaron ante el consejo cartagi-nés de los sufetes con dos opciones; uno de los embajadores, cuyonombre era Fabio, habló en estos términos: «Aquí os traemos lapaz y la guerra. Elegid lo que queráis.» Si Cartago elegía la paz,debería entregar las cabezas de Aníbal y sus oficiales por la ofen-sa cometida contra Roma en la destrucción de su aliada Sagunto.Si en cambio se optaba por la guerra, sería un momento defini-tivo para las dos potencias dominantes del Mediterráneo occi-dental. Los sufetes, que todavía recordaban la humillación de suderrota en la primera guerra púnica, exclamaron: «No nos impor-ta lo que tú prefieras.» Fue entonces cuando el romano, alarma-do por lo que estaba escuchando, gritó: «Tendréis guerra.» A loque los gobernantes de Cartago replicaron: «Lo aceptamos, ycon el mismo espíritu lucharemos hasta el final.» De esa maneratan abrupta estalló la segunda guerra púnica entre romanos ycartagineses, dando paso a 16 años de combates que, sin lugar adudas, marcaron el destino de la península Ibérica. En el veranode ese mismo año, Cneo Cornelio Escipión ponía pie en la anti-gua Iberia al mando de dos legiones romanas. Era el principiode la presencia y dominación de la emergente potencia latinasobre Hispania, que se prolongaría 627 años.Pero volvamos al origen de esta hermosa historia, sepamos

algo más sobre los albores de la conquista romana de Hispaniaen un tiempo entroncado con tradiciones paganas, luchas por lasupervivencia y amor a la tierra natal. Hace más de tres mil años, la península Ibérica estaba poblada

por más de cien entidades tribales, entre las que sobresalían gru-pos de celtas e íberos. Cada comunidad mantenía su propia for-ma de vida y de muerte; lo más parecido a un reino se llamabaTartessos, una enorme y compleja sociedad estructurada en tor-no a las extracciones de mineral y al comercio con los pueblosdel mar.

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Hacia el 1100 a.C., los fenicios se establecieron en el sur dela Península fundando Gades (Cádiz), una pequeña ciudad don-de tan sólo se podían ver un puerto, un mercado y algunas casaspertenecientes a los primeros colonos. En aquellos años el inter-cambio comercial con las poblaciones aborígenes era incesante. Los fenicios fueron durante siglos los grandes mercaderes

del mundo antiguo; sus experimentadas naves practicaban el cabo-taje por todas las costas del Mediterráneo y aun más allá, puessabido es que afrontaron con decisión la exploración atlántica porlas latitudes europeas y africanas. Precisamente, en sus frecuentes contactos con la península

Ibérica dieron a ésta un curioso nombre, Span o «tierra de cone-jos». La verdad es que no eran conejos lo que venían a buscar aestas tierras sino el codiciado producto extraído de los riquísi-mos yacimientos minerales. Tras la fundación de su primera colonia peninsular se crea-

ron nuevos establecimientos mercantiles en diferentes puntosdel sureste, Levante y Baleares. Entre los siglos XI y IX a.C., las relaciones comerciales de las

metrópolis fenicias Tiro y Sidón con sus colonias mediterráneasno pudieron ser mejores. Por entonces un producto ibérico hacíafuror por todo el mundo conocido; nos referimos al garum, unaespecie de salsa espesa de pescado que sirvió para condimentar todasuerte de gastronomías muy acostumbradas a la contundencia derotundos sabores. En efecto, las conservas y salazones de la penín-sula Ibérica cobraron merecida fama en todo el arco mediterráneo. Los asiáticos, celosos rivales de los griegos, llegaron a fanta -

sear terribles leyendas sobre dónde se encontraba el fin del mundoconocido. Se llegó a decir que superar las columnas de Hérculesen el estrecho de Gibraltar supondría, para los arriesgados aven-tureros, nada menos que la muerte en un infierno lleno de bestiasy peligros. Es curioso cómo estas historias destinadas a salvaguardar

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el monopolio comercial fenicio perduraron a lo largo de los siglosen el inconsciente colectivo de los pueblos de mar. Esas tretas y laindudable habilidad empresarial fenicia permitieron el trasiegodurante siglos de naves que transportaban ánforas repletas de comes-tibles ibéricos, así como de vinagres, vinos, etc.Hacia el año 800 a.C. se fundó Cartago en los territorios de

la actual Túnez. Según cuenta la leyenda fue Dido, una hermosaprincesa de Tiro, la que en compañía de algunos fieles seguidoresllegó a esos lares para iniciar la construcción de una nueva ciudad,a la que llamaron Kart Hadasht, que luego los griegos tradujeronpor Karchedon y los romanos por Cartago. En el siglo IV a.C., Alejandro Magno barrió del mapa a las

orgullosas capitales fenicias y quedó como principal depositariadel monopolio comercial fenicio la cada vez más influyente colo-nia africana. Cartago fue una de las ciudades más hermosas delmundo antiguo; no era muy populosa, tal vez contaba unos pocosmiles de habitantes que moraban tras los imponentes muros cons-truidos para su protección. En el interior se levantaban edificiosde hasta 12 plantas y lujosos palacios que albergaban a una clasedominante proveniente de las antiguas urbes fenicias. Pero sobre todo destacaba su impresionante puerto marítimo,

donde se podían amarrar 220 buques de variado calado y tone-laje. El centro de la ciudad estaba a su vez protegido por treslíneas de fortificaciones en las que se podían distribuir hasta 20.000soldados mercenarios con 4.000 caballos y 300 elefantes adies-trados para el combate. Como vemos, el poder de Cartago eramás que evidente, y todo gracias al trabajo de unos incansablesnegociantes que sabían sacar rendimiento a cualquier cargamen-to por extraño que fuera. Los fenicios eran de raíz semita y hablaban un idioma muy

parecido al hebreo. Según los cronistas romanos, era gente de moda-les exagerados, tez cetrina y largas barbas sin bigote. Amantes de

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la buena mesa, se entregaban a juergas sin fin tras haber conclui-do algún trato comercial. No olvide el lector que estos datos hansido aportados fundamentalmente por historiadores romanos, esdecir, enemigos declarados de los cartagineses, y no es de extrañarque hablaran con desprecio de aquellos a los que combatían. Pordesgracia, las bibliotecas de Cartago se perdieron para siempredespués de la destrucción total que sufrió la ciudad en el si -glo II a.C., y eso nos privó de un mejor conocimiento acerca deun pueblo pionero en las comunicaciones internacionales. Quiénsabe adónde llegaron las exploraciones marítimas fenicias. Lo cier-to es que, en el siglo IV a.C., la colonia de Cartago quedó como úni-ca heredera de aquellos incansables empresarios de la antigüedad. En esos tiempos los cartagineses manejaron papel moneda

con el apoyo de unas arcas estatales repletas de oro; tengamos encuenta que, además de los beneficios comerciales, Cartago reci-bía el tributo de algunos reinos vasallos.

Por otra parte, floreció la agricultura, siendo el cartaginésMagón el maestro que supo sacar un vergel de donde antes hubie-ra desierto. En efecto, los cultivos cartagineses de vid, cereales yárboles frutales fueron los más famosos de su época, y todos, inclui-dos los romanos, aprendieron esas nuevas técnicas de siembra y rega -dío que tanto mejoraron el rendimiento de los campos medite-rráneos. Cartago crecía casi sin oposición. Desde Cerdeña a Gibral-

tar, sus naves mantenían un férreo control marítimo; pocos bar-cos osaban navegar por las zonas de influencia cartaginesa, so penade ser abordados y hundidos —sin que mediara provocación algu-na— por los invencibles quinquerremes púnicos, auténticos aco-razados de la época. No obstante, ese poder iba a ser eclipsado porRoma, una flamante potencia surgida en la península Itálica y que,en el siglo III a.C., se encontraba en plena etapa republicana.

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En ese tiempo Roma ya había sometido a todas las tribus veci-nas y empezaba a pensar en su expansión por el Mediterráneo.Ante Roma sólo había un enemigo visible, y ése no era otroque Cartago.Desde finales del siglo VI a.C., las relaciones entre las dos poten-

cias habían sido más o menos pacíficas. Las limitaciones territo-riales romanas y la falta de ambición imperial por parte de Car-tago facilitaron algunos tratados de no injerencia en los asuntospropios de cada uno. Pero en el siglo III a.C. la situación iba a darun giro de 180 grados. Los cartagineses mantenían diversos inte-reses en la isla de Sicilia, donde, además de las consabidas colo-nias, disfrutaban de fructíferas alianzas con algunas ciudades loca-les. Los romanos, temerosos ante el poder cartaginés, decidieronconstruir una magnífica flota copiando el modelo de los que yaentendían como rivales a batir. Esta decisión disgustó a los mag-nates norteafricanos, los cuales empezaron a recelar de aquellosromanos aspirantes a todo, en un universo que parecía debíaobedecer sólo las órdenes del comercio púnico. En el año 264 a.C. sucedió lo inevitable. Se inició la prime-

ra guerra púnica, que duraría veintitrés agotadores años, con unresultado humillante para Cartago, que tuvo que asumir, ademásde la derrota militar, las pérdidas de Sicilia y Cerdeña con undesorbitado pago de impuestos por los gastos ocasionados duran-te la guerra. En definitiva, esta primera contienda entre romanosy cartagineses dejaba a los segundos casi como tributarios de losprimeros y, por si fuera poco, debían asumir su pérdida de hege-monía en los principales puertos mediterráneos. Tras la derrota, miles de mercenarios contratados para esa gue-

rra regresaron a Cartago dispuestos a cobrar su paga. Al frente deesa tropa de fortuna viajaba Amílcar Barca, uno de los pocos mili-tares cartagineses que había salvado la honra gracias a su talentoy habilidad estratégica.

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La guerra de los mercenarios

Amílcar recibió por sus méritos militares el sobrenombre de«Barca», que en lengua fenicia significaba «rayo» o «fulgor». En241 a.C., el consejo de gobierno de Cartago se enfrentaba a laruina más absoluta del Estado, los gastos bélicos superaban concreces cualquier expectativa, se tenía que asumir la pérdida de lajoya siciliana y, para mayor zozobra, 40.000 mercenarios em pleadosen la contienda exigían —al ser desmovilizados— sus pecuniosatrasados de tantos años. Los 300 senadores cartagineses asumieron con estoicismo

todas las desgracias, menos la de pagar a la soldadesca contrata-da. Fue un grave error, ya que de inmediato se produjo una cala-mitosa sublevación que estuvo a punto de hacer desaparecer laotrora superpotencia mercantil.Tras la negativa al justo pago porlos servicios prestados, surgieron entre los mercenarios algunoslíderes, como Magón y Spendio, que condujeron a los descon-tentos hasta las mismísimas murallas de la metrópoli africana.La ciudad quedó sitiada, para mayor perplejidad de sus habi-tantes y gobernantes. Éstos, temerosos ante la previsible heca-tombe, no dudaron en llamar al mejor de sus generales y, porotra parte, el único capaz de solventar con eficacia aquella angus-tiosa situación. Amílcar dudó durante días si debía asumir el mando del ejér-

cito o no, pues a nadie se le escapaba que aquellos soldados queahora exigían sus derechos ante las murallas de Cartago habíansido hombres que lucharon al servicio de la ciudad bajo el man-do del militar que los tendría que combatir, y todo por la negli-gencia de unos senadores con alma de usureros. Amílcar estaba triste. Bien sabía que aquello podía suponer

el fin del poder púnico en el Mediterráneo, algo inimaginablehacía tan sólo unos meses: Cartago luchando contra sus propios

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ejércitos mercenarios, los mismos que le habían asegurado la hege-monía en esa parte del mundo durante tantos siglos. Sin embargo, algo sucedió que terminó por acelerar la difícil

decisión del estratega cartaginés. Una mañana del año 240 a.C.,los mercenarios que sitiaban la plaza dispusieron frente a la mismaa un grupo de prisioneros cartagineses, unos 700 incluyendo muje-res y niños. Sin mediar palabra, los sitiadores cortaron brazos ypiernas a las aterrorizadas víctimas y las empujaron a un foso quepreviamente habían excavado. Una vez aquel grupo de inocentes estuvo en el interior, los

insurrectos cubrieron la zanja, enterrándolos vivos. La escena fue contemplada por los atónitos y encendidos ojos

de Amílcar, el cual disipó cualquier titubeo anterior para asumircon decisión la dirección del ejército cartaginés. Era el momen-to de actuar. Cartago no podía, ni quería, consentir un insulto deesa envergadura. Con presteza se reclutaron todos los hombresdisponibles para la lucha, incluso ancianos y adolescentes fueronsumados a ese contingente de urgencia. Durante semanas losmás experimentados oficiales adiestraron con instrucción espar-tana a los 10.000 efectivos con los que se contaba. En la ciudad todo el mundo era consciente de que Cartago

se jugaba su «ser o no ser» en aquel cruel capítulo de la historia.Concluido el adiestramiento, se pasó revista a las tropas. Se ibana enfrentar a un ejército cuatro veces superior y más experimentadoen el combate. A pesar de la adversa circunstancia, Amílcar supoinfundir valor y agresividad en sus guerreros, les inculcó con maes-tría que la victoria era la única salida posible para la superviven-cia de su pueblo, y con ese mensaje atravesaron las murallas deCartago para combatir a los sorprendidos mercenarios. Los car-tagineses plantearon un frente de combate total en el que no exis-tía la retaguardia. El avance de Amílcar fue devastador, y en pocasjornadas los rebeldes fueron empujados hacia un valle donde se para-

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petaron a la espera de las oportunas negociaciones. Sin embargo,Amílcar no deseaba pactar ninguna tregua, limitándose a obs-truir los pasos francos de aquella geografía con la ambición deagotar por hambre al enemigo. Durante meses los mercenariosresistieron como pudieron, acabaron con los víveres, sacrificaronlos caballos y, finalmente, víctimas de la locura, terminaron porcomerse a los prisioneros y a los esclavos. Al cabo de casi tresaños los orgullosos soldados de fortuna se vieron reducidos a unfamélico ejército de esqueletos. Cuando intentaron forzar susalida, los cartagineses sólo tuvieron que rematarlos, dando a suslíderes un terrible castigo en venganza por su osadía. Terminabaasí la que fue calificada por Polibio como «la guerra más despia-dada y sangrienta de la historia».Con el sabor amargo de la victoria, Amílcar pensó en nue-

vos objetivos que aliviasen la situación económica de Carta-go, agravada por la inesperada conquista romana de Cerdeña.En el año 237 a.C. se debían adoptar decisiones trascendenta-les, de lo contrario Cartago sucumbiría ante el imparable avan-ce de Roma. Fue entonces cuando el inteligente Amílcar ex pusoa los sufetes cartagineses la necesidad de conquistar la riquísi-ma península Ibérica. Era el único modo de mantener a flotela debilitada influencia de la cada vez menos preponderanteheredera fenicia. Ese mismo año se organizó una expediciónmilitar con el ánimo de sojuzgar a la antigua Iberia de losgriegos.

Amílcar y la conquista de Iberia

Durante siglos, griegos y fenicios se disputaron la autoridadsobre las riberas mediterráneas de la península Ibérica. A la antesmencionada fundación de Gades, los púnicos sumaron otras colo-

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