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José María Vilaseca DIGNIDAD Y SANTIDAD DE UN MISIONERO

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José María Vilaseca

DIGNIDAD Y SANTIDAD DE UN MISIONERO

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Siglas

BIBLIA: Traducción de la Vulgata CM: Congregación de la Misión RCM: Reglas Comunes de la Congregación de la Misión, edición 1955 RMJ: Reglas para los Hijos de María y José, edición 1968 SVP: San Vicente de Paúl

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Advertencia

La palabra misionero la extendemos ordinariamente hablando, aún a nuestros coadjutores y aun a nuestras carísimas Hijas de María Josefinas, en cuanto formamos todos juntos el Instituto del señor san José; sin embargo, según todo el rigor de la palabra, no es así, porque sólo los sacerdotes podemos ser enviados al modo de Jesucristo y desempeñar sus funciones, pero nuestros hermanos y josefinas lo son también en cuanto forman un todo con los sacerdotes de la Compañía y en cuanto los sacerdotes hacen por su medio lo que a ellos no les es permitido desempeñar en favor de la mujer, por tanto, no queremos quitarles su propio apostolado en este tratado, y cuando digamos misionero, si entenderemos de ordinario a los sacerdotes, pero lo extenderemos también por participación del mérito a los coadjutores y a nuestras hermanas las Hijas de María josefinas.

José María Vilaseca

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Prólogo

Sin mucha dificultad convenimos que hay en ambos Institutos Josefinos, no obstante de estar en su cuna, un gran número de almas que son fieles al divino llamamiento, almas fervientes que trabajan con empeño en su santificación y almas dotadas de tal generosidad, que sólo anhelan en salir perfectas copias de Cristo Jesús y de María y de José, pero también debe confesarse que no son tantas como podrían ser; y hemos perdido desgraciadamente a muchos individuos; que unos viven todavía algo descontentos y consideran al Instituto no como a su buena madre; que otros tal vez critican de lo que a su parecer observan y que aun hay quienes, sumidos en la tibieza, no viven conforme a su vocación, no obstante de ser vocación divina.

Por parte de Dios no se pierden, porque Él quiere que seamos perfectos como su Padre celestial; de parte nuestra tampoco hay razón para ello, porque todos podemos decir: Todo lo puedo en aquel que me conforta;1 nos parece que estaría la causa en no reflexionar como se debe sobre la Dignidad y santidad de un misionero y la de una josefina. Y este es el motivo de nuestro Tratado, por temor de que seamos culpables por no haber instruido a nuestros hijos e hijas como debiéramos sobre su santa vocación.

Hallábase el profeta Isaías viendo en espíritu al Mesías prometido; lo retrata de un modo tan exacto que superarlo no puede ni un cristiano; y después de haber referido sus obras de hombre y de Dios, y de Dios y hombre verdadero, como saliendo de un éxtasis divino, así exclama: Su generación ¿quién podrá declararla?2 Y concluye afirmando que nadie puede hacerlo; y amenaza, además, al temerario que lo intentara, con todo el peso de la Majestad de todo un Dios. Tal es nuestra situación, porque vemos en nosotros mismos, vemos en nuestros hermanos y vemos en todo nuestro pequeño Instituto tanto de misioneros como de josefinas, vemos, repito, la divina vocación que lleva consigo la dignidad y santidad de un misionero y la de una josefina.

Pero, su generación ¿quién podrá declararla? No trataremos de explicar lo que son estas dos cosas, ni hacer un comentario de cada una de ellas, ni mucho menos de compararlas entre sí, sino que nos hallaríamos muy contentos con presentarlas simplemente a nuestros hermanos y hermanas, ya que nuestra dignidad y santidad según la vocación, es realmente lo más útil, lo más conveniente, lo excelentísimo, lo más santo, lo angélico y es, además, un admirable todo tan divino, que en cierto modo tiene mucha semejanza con la dignidad y santidad del mismo Hijo de Dios, de la santísima Virgen María y del señor san José, según nos las quisieron mostrar cuando vivían entre nosotros.

En consecuencia, vamos a presentar a esta dignidad santísima según la Regla, según el espíritu de nuestras santas Reglas y según las ideas que nos legaron muchos misioneros y josefinas en la observancia regular. En consecuencia, vamos a hacerlo, concluirlo y publicarlo: A la mayor gloria de Dios, de la inmaculada y bienaventurada Virgen María y de nuestro padre san José.

México, Marzo, 19 de 1892. José María Vilaseca

1 Flp 4, 13. 2 Hch 8, 33

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Capítulo 1 Dignidad de un misionero del señor san José

1. Deseos de alabar a Dios Creemos que es un deber nuestro al comenzar a escribir estos míseros borrones, entonar a

nuestro buen Dios un cántico de alabanza. ¡Ah!, ¿quién pudiera alabarlo con las lenguas de todos los animales y de todos los hombres? Y con lenguas angélicas ¿Quién pudiera hacerlo? ¿quién como el señor san José del todo entregado siempre a la más perfecta alabanza de Jesús y de María? ¿y quien pudiera ser tan afortunado que lo ejecutara con la perfección de María en el misterio de su Purificación, ya que en este día lo hemos comenzado? Ella cumplió todos sus deberes para con Dios, para con el prójimo y para consigo misma; ella hizo un acto de humildad que es divino, y se presentó tan obediente que al modo del Salvador, dio principio a aquel: Se hizo obediente hasta la muerte.1

Pero ya que no podemos hacer tanto, es muy justo que tratemos de decir algo, tanto más cuanto sabemos de cierto que no podemos formular siquiera lo que deberíamos decir bien. Porque, ¿cómo explicar una santidad dignísima y una dignidad santísima? ¡Oh María!, venid en mi socorro y haced que ocupen mis deseos lo que no pueden ejecutar mis obras. Y tú, Salvador mío, recibe cuanto abarcar mi deseo que desde el centro de mi ignorancia formulo así: Infinita infinidad de veces, en infinita infinidad de lugares, de infinita infinidad de mundos, por infinita infinidad de padres tuyos; seas para siempre bendito, alabado y glorificado. Y para robustecer nuestro pensamiento con las palabras del Apóstol, diremos: Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria. Amén.2

¡Ah, la dignidad de una josefina! ¡la santidad de un josefino! No, no puede describirse ni con seráficas lenguas, por esto hemos querido hacer con el deseo lo que no podremos ejecutar con la obra. ¡Ojalá que el poderosísimo señor san José, olvidado de nuestra miseria, nos asistiera como se lo pedimos afectuosamente, porque entonces de seguro que haríamos mucho a favor de nuestros carísimos hijos sobre materia de tanta importancia, y ojalá que con un rayo de su divina luz les haga conocer a todos, lo que tan solo hemos procurado indicarles!

2. Dignidad de un misionero según la Regla Habiendo venido nuestro Señor Jesucristo al mundo, como dice la sagrada Escritura, para

salvar a todo el género humano, empezó a practicar y a enseñar. Cumplió lo primero dedicándose a la práctica de todas las virtudes, y lo segundo, evangelizando a los pobres y enseñando a sus apóstoles y discípulos la ciencia necesaria para dirigir a los pueblos. Y como la pequeñísima Congregación de la Misión desea mediante la divina gracia, imitar a Cristo nuestro Señor, según sus débiles fuerzas se lo permitan, no sólo en la práctica de las virtudes, sino también en todo lo que atañe a la salvación del prójimo.3

Así indica el primer capítulo de nuestras Reglas comunes; capítulo que tiene por objeto nuestro fin con relación a Dios adorándolo al modo de su Hijo; con relación al prójimo santificándolo; y por lo que respeta a nosotros mismos, procurando nuestra santificación, de la cual se concluye nuestra admirable santidad. Porque a la manera que nuestro Señor, según la Escritura, fue enviado por su Padre para salvar al género humano; así nosotros somos enviados por Jesucristo

1 Flp 3, 8. 2 1Tm 1, 17 3 RCM 1, 1.

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para continuar esta misma salvación. En confirmación de esto vamos a citar un pedazo de un gran misionero que decía así:

La vocación de los misioneros es altísima, porque a ellos dice el Salvador: “Como el Padre me envió, también yo os envió”.4 Es decir, con el mismo fin de salvar al mundo, de donde resulta que los misioneros deben practicar los mismos medios que practicó Jesucristo, y que son: oración, trabajos, padecimientos y predicación.5

¡Qué hermosura la de nuestra vocación!; que excelencia la de nuestra dignidad! ¡Qué consuelo morir con la sotana de misionero, que es para nosotros el hábito del señor san José! ¡Ojalá que lo comprendamos bien! Baste esto para que nadie piense jamás en abandonar su vocación.

3. Dignidad de un misionero según el Instituto No se contentan las Reglas con hablarnos en general, sino que al modo de solícita maestra,

nos descubrieron toda nuestra dignidad; y cual tierna y solicita madre nos la marcó con estas palabras:

Adquirir la propia perfección... Evangeliza a, los pobres pecadores ya sean fieles, ya también infieles... Formar a los jóvenes para la vida eclesiástica... Enseñar a la juventud en escuelas y colegios... Dirigir en los caminos de Dios a las Hijas de María y de José.6

Nuestra perfección es el fin primario; y perfección que, como veremos, es la misma de Jesucristo. ¡Qué dignidad la que nos confiere este primer fin!, porque si es tan grande la dignidad del hombre solo por ser racional, que el salmista la apellidó: Lo hiciste un poco inferior a los ángeles7, y supera a ésta la del cristiano, y la del sacerdote es ya la suprema; ¿Qué diremos de la dignidad de aquel que unió al sacerdocio el carácter de josefino? ¿de aquel que debe practicar las virtudes que practicó Jesucristo? ¿de aquel que debe evangelizar a los pobrecitos pecadores? ¿de aquel que debe convertir a nuestros indios bárbaros? ¿de aquel que debe enseñar a los ignorantes en las escuelas y en los colegios? ¿de aquel que debe hacer todos estos oficios a la manera de Jesucristo? ¿y de aquel, en fin, que como Jesucristo, debe formar a los sacerdotes? Nosotros no queremos decir más, pues estamos persuadidos que nuestros hijos, con su acostumbrada solicitud, sabrán barruntarlo muy bien, por esto sólo, a lo dicho, añadiremos las palabras de un gran santo, que las profirió después de muchos años de misionero:

Tanta es la grandeza de nuestra vocación, que tiene por objeto hacer conocer a Dios a los pecadores, instruir a la niñez y a la juventud, anunciarles a Jesucristo, decirles que el reino de los cielos se acerca y que es para ellos. ¡Ah! ¡es una cosa grande! Aunque nosotros seamos llamados a ser consortes y partícipes de los designios del Hijo de Dios, esto sobrepuja a nuestro entendimiento. ¿Qué hacer, pues? No me atrevo a decirlo, porque es cosa tan sublime, tan elevado el oficio de trabajar en la salvación de las almas con los medios que nos dan las Reglas, que es por excelencia el oficio del Hijo de Dios. Sepamos de una vez que, como misioneros hemos sido ocupados en tan excelente oficio, como instrumentos de Dios; ya que El mismo continúa haciendo desde el cielo, lo que de hecho hizo es tanto sobre la tierra.8

Según esto, ¿qué idea no hemos de formarnos de la dignidad de un josefino? ¿qué idea la que hemos de tener de nosotros mismos siendo aplicados a las misiones y a los ejercicios espirituales?

4 Jn 20, 21. 5 GIORDANINI 6 RMJ 1, 8, lo. 5o 7 Sl 8, 6 8 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 387.

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¿qué idea tan suprema estando ocupados en la enseñanza, en las obras de la caridad, en la dirección de las almas, y en todas las obras que nos marcan las Reglas? ¿Y qué podríamos decir, hablando de un sacerdote, que obra con la perfección propia de su dignidad?

Digámoslo de una vez: Nuestra vocación es una continuación de la de Jesucristo, que la representa aún en sus más menudas circunstancias, que hemos de preferirla a todas las condiciones y empleos de la tierra, que tenemos grande obligación de aficionarnos a una vocación tan santa, y que con razón hemos de tenernos por los más felices mientras seamos fieles a ella.9

Roguemos al señor san José, que quitando un poco las tinieblas de nuestra ignorancia, algo nos haga penetrar de la excelencia que nos acompaña. Entretanto preguntamos de nuevo: ¿Qué diremos de la dignidad de un misionero? Si un hijo tuviera grande dignidad por sola la vida que hubiera recibido de su Padre, diríamos que la dignidad de éste es la misma que la de aquel que lo engendró. Así sucede con nosotros mediante el ejercicio de nuestro ministerio, por esto nos parece que podemos afirmar, sin temor de exageración, que nada hay ni más digno, ni más noble, ni más saludable, ni más excelente, ni más glorioso, ni más divino que los empleos de un misionero, porque estos son como dijimos, los empleos del hombre Dios. Y aún como si esto no bastara para revestir de la mayor dignidad posible al josefino, digamos según el espíritu de la Regla:

Así como al principio de estas Reglas o Constituciones se propuso la Congregación Josefina imitar a Jesucristo, el cual practicó primero lo que después enseñó; de la misma manera, en este último capítulo debe proponerse imitarle en hacer bien todas las cosas.10

Fíjense en tan admirable conducta nuestros coadjutores y josefinas; y si por su vocación ya forman parte del mismo Cuerpo, procuren todos que sea lo mismo con su santidad y perfección.

4. Dignidad de un misionero según la Escritura A vista de lo que las santas Reglas nos han dicho de la dignidad de un misionero josefino,

nosotros ya no dudamos aplicarle un conjunto de pensamientos de los libros santos, que dice así: He aquí al gran sacerdote, que agradó al Señor. Fue hallado perfectamente justo, y en el tiempo de la ira vino a ser instrumento de reconciliación. No tuvo semejante en la gloria. Guardó la ley del Altísimo. Por eso juró el Señor que se multiplicaría su linaje como el polvo de la tierra. Le dio el Señor la bendición de todas las naciones y confirmó su pacto sobre la cabeza de Jacob. Lo reconoció y lo distinguió con sus bendiciones y le otorgó su herencia. Y le concedió el que en su linaje hubiese siempre varones piadosos, que fuesen amados de todas las gentes.11Lo glorificó en presencia de los reyes. Le dio los mandamientos. Hizo con él una alianza eterna, le dio el sacerdocio de la nación y lo llenó de felicidad y gloria. Le fue concedido ejercer el sacerdocio y cantar las alabanzas de Dios. El Señor lo escogió para que le ofreciese los sacrificios, y el incienso y olor suave.12

Como si dijera: He ahí un misionero, es el sacerdote grande, grande por su vida, más grande por los cargos y empleos que desempeña y supremo por lo demás que se le confía. Es un misionero que en sus días agradó al Señor por su tan admirable sencillez, por esto fue hallado el justo y sin mancha, y reconcilió con el mérito de su súplica al que había perdido a Dios por el pecado; es un misionero que observa la ley del Excelso y aun los consejos más primorosos de su divino Hijo: por esto fue hallado con tanta perfección que, como Pablo, dice al resto de los fieles: Sed mis

9 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 387-388 10 RCM 12, 1; RMJ 10, 5, 1º. 11 Eclo 44, 16-27. 12 Eclo 45, 1-8; 19-20,

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imitadores, como yo lo soy de Cristo13. Es un misionero que forma por la práctica de su celo las complacencias de su Padre celestial; y para que nadie dudare, el mismo Dios se complace en presentarlo a los pueblos con las creces que ha aumentado, con las bendiciones que ha merecido y con la alianza que supo establecer. Es un misionero que con su ruego logra la misericordia, aún cuando la cólera divina fuese ya a establecerse, y como es el que ha hallado la gracia, aparece como comunicándola a los demás. Es un misionero que con la observancia se hizo santo; y magnifica a Dios aún en presencia de los reyes, y el Rey de la gloria como agradecido, lo corona con tantas diademas de honor y bendición cuantas son las almas que le ha ganado. Es un misionero que establece con la perseverancia la alianza verdadera entre Dios y los hombres; recibe el sacerdocio eterno y lo funge a mayor gloria de Dios; así es como convierte a los infieles, reduce a los herejes, aterra a los impíos, gana a los pecadores, alienta a los que flaquean, robustece a los débiles, inflama a los tibios y santifica a los ya santos. En suma, fungir sus cargos un misionero es ofrecer a Dios el divino incienso, y es conocer en algo su vocación para barruntar su excelsa dignidad, que como Pablo, podría exclamar tan intrépido como humilde: ¿Son hebreos? También yo lo soy. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Digo una locura: Yo más que ellos.14

Hasta este punto es excelsa y sublime la dignidad de un josefino; y dignidad que a nuestro parecer, podemos describir harto adecuadamente, diciendo así: Juzgad, hermanos míos, cuán elevado es el oficio de los misioneros eclesiásticos de que se compone nuestro santo Instituto, cuán superior a todas las otras dignidades de la tierra y aun a la misma dignidad real. Cuán alta estima han de tener de los sacerdotes tanto nuestros coadjutores como nuestras hermanas josefinas, ya que su carácter es una participación del sacerdocio eterno del Hijo de Dios que les ha dado el poder de sacrificar su propio cuerpo y de darlo en alimento a las almas, a fin de que los que lo comieren vivan eternamente.15

5. Dignidad que supera a la de Adán y Seth Al paso que recordando las virtudes y los hechos de Adán y Seth mostraremos la dignidad de

que se hallaban revestidos; así comparándolos con un misionero, aparecerá la dignidad de éste por las indecibles ventajas que de hecho tiene sobre aquellos. Es Adán el padre de todo el género humano, es el único que no fue engendrado ni concebido, sino que la mano de Dios lo formó; el solo que fue criado en la inocencia, dotado de incomparables dones, enriquecido con los tesoros del cielo y hecho a imagen y semejanza de Dios; y además fue la primera figura del Unigénito del Padre. Así aparece y mucho más un misionero con el sacerdocio: es el Padre de sólo los santos, al paso que Adán lo fue hasta de pecadores; no recibió la vida del sacerdocio por generación, sino que la gracia de nuestro Señor Jesucristo le infundió este carácter de escogido; y con el recibió de tal modo la inocencia, que pudo comunicarla a los demás; es tan imagen y semejanza de Dios que representa en todo su bondad y misericordia, y obra en su nombre los mayores prodigios; en suma, el misionero no solo es figura de Jesucristo, sino que reúne en sí el complemento de todas las figuras y la realidad de todas ellas. Seth es el tercer hijo de Adán, comenzó a amar a Dios después de los crímenes de Caín; fue el padre de los buenos al modo que Caín lo fue de los malos; y eran tales sus virtudes y las de su descendencia, era tal el culto que desde aquel momento dio al Señor y tal la santidad que adquirió, que fueron apellidados sus hijos, los hijos de Dios. Pues aún a éste lo supera el misionero

13 1Co 11, 1. 14 2Co 11, 22-23 15 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 403.

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sacerdote; y nos parece que si en el mundo se hallara quien cumpliera adecuadamente este precepto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente16

Éste debiera ser, a no dudarlo, el misionero, porque él es el padre de los hijos de la Madre de Dios; sus hijos son los hermanos de Jesucristo;. el culto que le da es el único con que quiere ser adorado y lo es en espíritu y verdad; y sus virtudes son además las más perfectas. ¡Qué dignidad la dignidad de un misionero! Y si el historiador sagrado decía: Alabemos a los varones ilustres, a nuestros mayores, a quienes debemos el ser.17 ¿Qué podrían decir los fieles en alabanza de un misionero josefino? Pero callaremos todo lo que les hemos oído decir en su gloria y alabanza en nuestras misiones y ejercicios, para decir que, según nuestras Reglas:

Somos llamados para evangelizar a los pobres pecadores, enseñar a los ignorantes, convertir a los infieles, inflamar a los tibios y hacer toda clase de buenas obras a toda clase de personas. Por tanto, somos elegidos, y con una elección tal, que es la propia de los apóstoles, pues ella sólo tiene por fin, hacer lo que vino a ejecutar nuestro Señor en la tierra: evangelizar a los pobres pecadores que son con frecuencia un objeto de menosprecio a los ojos del mundo. Esto es nuestro fin, porque haciéndolo desempeñamos lo que vino a hacer Jesucristo en la tierra, y lo que obraron sus purísimos padres, María y José, para la salvación de las almas.18

16 Mt 22, 37. 17 Eclo 44, 1. 18 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI

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Capitulo 2 Dignidad de un misionero del señor san José, fundada en nuestra semejanza con la

de Cristo

6. Pasajes en que se funda nuestra dignidad Habiendo venido nuestro Señor Jesucristo al mundo, como dice la sagrada Escritura, para

salvar a todo el género humano, empezó a practicar y a enseñar. Cumplió lo primero dedicándose a la práctica de todas las virtudes, y lo segundo, evangelizando a los pobres y enseñando a sus apóstoles y discípulos la ciencia necesaria para dirigir a los pueblos. Nuestra Congregación Josefina desea mediante la divina gracia, imitar a Cristo nuestro Señor.1

Tal es el espíritu de nuestras santas Reglas, y por medio de él, parece que podremos declarar lo que prometimos en el anuncio de este capítulo, porque quedará demostrada la dignidad de un misionero josefino, basada en la perfecta semejanza con nuestro Señor, supuesto que el fin al cual nos obliga nuestra Regla es el fin del Hijo de Dios: Imitar a Cristo nuestro Señor, según sus débiles fuerzas se lo permitan2

¡0h Salvador mío!, pero, ¿quién podrá contar tus hechos para inferir de ellos nuestra semejanza? ¿quién se hará cargo de esta embajada que nos atestiguan los libros santos? ¿cómo decir lo que es este Señor que envía y en fuerza de un decreto que es eterno, de esta Persona que es enviada a pesar de su suprema y divina autoridad, de los oficios por los cuales se le envía y la perfección con que los cumplió? ¿quién, en fin, nos narrará los medios divinamente eficaces con que nos ha enriquecido? ¡Poderosísimo padre mío señor san José!, ya que es mi intención ensayarlo, no porque crea poder dar una cabal respuesta, sino para que con lo poco que digamos sea algo menos lo que nuestros carísimos hijos ignoren, sírvete enriquecernos con tanta gracia, que de hecho lo hagamos según la voluntad divina.

7. ¿Quién envía? Nuestras santas Reglas dicen que Jesucristo es el enviado para salvar a todos los hombres,

que habían perecido por el pecado de nuestro primer padre. Pero, ¿quién lo envió? Preguntamos esto porque sabemos que su respuesta es la fuente de nuestra dignidad. Pero, ¿quién lo envió? No lo ignoraban las santas Reglas, más un acto de humildad hizo que lo ocultara con el velo del silencio. Sin embargo ¿acaso a nosotros no nos será permitido el recorrerlo? ¿no queremos glorificar a Dios con una manifestación tan oportuna? Por otra parte, ¿no tenemos necesidad de reanimarnos por este medio, para que conociendo nuestra dignidad podamos mostrarnos agradecidos a fuerza de hacernos santos? Esto es lo que nos anima a declararlo y a decir con grande confianza: la persona que lo envía es el que es desde toda la eternidad; es su mismo Padre que desde toda la eternidad lo engendró; es Padre que como Criador comunicó la experiencia a todas las criaturas y se las conserva; y Padre de tal suerte, que para hacer todas las cosas visibles e invisibles, solo dijo háganse y todas fueron hechas. ¡0h hombre!, tú que ya no eres simple hombre, tú que puedes presentarte con el carácter distintivo de misionero del señor san José, atiende bien que ese mismo Padre, es el que te envió a ti, después de que te confirió Jesucristo la investidura de tu vocación. ¡Qué dignidad la tuya!, por consiguiente, recuérdala, medítala, tenla siempre ante tus ojos y graba en tu corazón que al modo que Jesucristo fue enviado por su Padre, así tú lo eres por Jesucristo. ¡Qué dignidad la tuya, ya que

1 RCM 1, 1. 2 RCM 1, 1.

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todo un Dios es el que te envía! Si acá en el mundo se tienen por muy distinguidos los hombres que nombrados por reyes van a representarlos en algún imperio y se condecoran con los títulos de embajadores y plenipotenciarios ¿qué diremos de un josefino que tiene las credenciales no de un monarca de la tierra sino del mismo Dios; que lo representa no por un negocio sino por todos los que atañen a la salvación, y que se dirigen no só1o a un reino, sino a todo el universo mundo? ¿Que diremos de engrandecimiento semejante? ¿Cómo anunciaremos su dignidad? ¿Y cuánto más cuanto se trata del representante de una Persona divina? Humildad, hijos míos, humildad; só1o humillándonos podemos corresponder a tal dignidad; humillémonos pues de corazón los misioneros, los coadjutores y las hermanas josefinas; y humillándonos como Dios quiere, El mismo nos ensalzará.

8. ¿A quién se envía? El amor que nuestras Reglas suponen a Jesús y la necesidad de fijar en El nuestra vida, no

les permitió ocultarnos a la persona enviada; antes bien nos la puso en el lugar primero para patentizarnos tal vez la otra fuente de nuestra dignidad. Contemplemos quien es el enviado, ya que de un solo rasgo supieron las Reglas trazarnos su economía toda: Cristo Señor nuestro, al descender del cielo a la tierra.3

Por consiguiente, el enviado es nuestro Señor Jesucristo Dios y hombre verdadero; es verdadero hombre; pero es aquel hombre Dios que, según san Juan, trae bordado en su muslo soy el Rey de los reyes, el Señor de los señores y el Dominador de los que dominan; y aquel que tiene en solo su dedo la redondez de la tierra y aquel que encierra en la palma de su mano las aguas del mar océano; y aquel que cuenta las estrellas y las señala a todas con su propio nombre; y aquel que produjo las plantas y les comunica la facultad de reproducirse; y aquel que alimenta a los animales, a las aves, a los peces, y que conserva a todas las criaturas. Este Señor principalmente es nuestro, lo es de todas las cosas como su Criador y Conservador; pero de nosotros lo es en particular por ser nuestro Salvador. Este Señor nuestro es el Cristo, y como tal es el Salvador de los ángeles, y el Redentor de los hombres. Este Señor nuestro y Cristo es además Jesús, y es por tanto el ungido con la plenitud de la gracia del Espíritu Santo, como a Rey, sacerdote y profeta, sobre todos los reyes, sacerdotes y profetas, y este es el enviado del eterno Padre. Barruntemos por ahí la dignidad de un josefino ya que es enviado como Jesús, y con el goce de sus fueros. Por consiguiente, para animar más y mas a todos los josefinos, les diremos con toda verdad que el Instituto de los misioneros Hijos de María del señor san José, ha sido llamado por Dios mismo para continuar lo que hizo Jesucristo, y ha visto que lo mejor que podía hacer era abrazar los mismos medios de que se sirvió nuestro benignísimo Salvador. El misionero debe dar gracias a Dios por el beneficio que le ha hecho llamándole al glorioso estado de continuar la misión que su Hijo comenzó, pues cumplimos con el ministerio apostólico como nuestro Salvador y de la manera con que El lo hacía y sirviéndonos de sus mismas gracias4. ¿Qué diremos de la sublime dignidad de que se reviste un misionero que así es enviado? ¿Quién como el distinguido? ¡Ah! no somos enviados como aquella paloma que despidiera Noe para que se cerciorase de si estaban o no las aguas sobre la tierra; ni como el más anciano de los criados que enviara Abraham a buscar una digna esposa para su hijo; ni como el príncipe de cada una de las doce tribus que envió Moisés a la tierra de promisión; ni aún como el ángel que enviado al Padre de los creyentes le anuncia que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas; ni como el arcángel que recibió Daniel dándole cuenta de las misteriosas setenta semanas que habían

3 RMJ 1, 1. 4 SVP, Conferencia a misioneros del 7 de noviembre de 1659, sobre los votos; ES, XI, 638-639.

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de preceder a la venida del Mesías; ni aun como el arcángel que anunció a María y a José que habían de ser los purísimos padres de Cristo; nuestra misión es más noble, más sublime, más excelente; y es de tal extensión, que no reconoce otros límites, que los que tuviera la del Hijo de Dios al ser enviado para la salvación del género humano. ¿Acaso no es esta la idea de nuestras Reglas? A no dudarlo es así, porque ellas de todo prescinden y únicamente nos presentan a Jesucristo que es al que debemos imitar y que todo el Instituto debe de ello hacer profesión especial. ¡0h misionero!, ¿dónde hemos merecido esta gracia? ¿Que humildad no debe ser la nuestra ya que nuestra dignidad aparece tan divina? ¡Ah!, ¿cuándo exclamaremos como María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra?5 Ya que nuestra dignidad nos autoriza a decir: Por eso desde ahora todas las generaciones nos llamarán bienaventurados.6

9. ¿A qué fin es enviado? Las Reglas nos presentan a Jesucristo enviado; pero ¿a que fin se envía? Tampoco nos los

quieren ellas ocultar; sino qué nos lo expresan del modo más claro. Mas a la verdad que yo no sé lo que experimento cuando reflexiono en su declaración. Son pocas palabras, es cierto, pero que forman una sentencia que siendo la más corta y más sencilla, es tan sublime y tan extensa, que abrazándolo todo, nada nos dejó que decir: Habiendo venido nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a todo el género humano,7 se propuso llevar una vida tal que pudiese ser un modelo el más perfecto a todos los que quisieran seguirlo.8

Por tanto, Dios nos ha escogido como instrumentos de su caridad inmensa para infundirla y dilatarla en las almas, ¡Ah!, si supiéramos cuan grande es la dicha de ser aplicados a una obra tan gloriosa para Dios y tan ventajosa para los hombres, rebozaríamos de alegría en medio de nuestros trabajos, y obraríamos del mejor modo que nos fuera dable! Humillémonos de corazón, porque solo con la humildad podremos corresponder en algo a gracia tan inmensa.

Es cierto que como josefino yo soy enviado no solo para amar a Dios, si que también para hacer que los demás le amen, porque nuestra vocación es abrasar los corazones de todos los hombres, es ir no a una sola provincia o parroquia, sino por todo el mundo, porque en fuerza de nuestra vocación no nos basta amar a Dios, sino que hemos de hacer que nuestro prójimo lo ame; ya que no podemos amar al prójimo como a nosotros mismos, si no le procuramos el amor divino que nos una al soberano bien. Y ¿qué hemos de querer nosotros sino que este amor divino arda en todo el mundo y todo lo consuma?9 Hemos de proponernos también santificar o los demás.10

¿Qué dignidad será pues la de un misionero enviado por el Padre celestial, y al modo de Jesucristo, y para salvar al género humano? ¿Qué dignidad puede compararse con la dignidad suya?

Sirvámonos de algunas comparaciones, para que resalte un poco más: Sea la misión de Moisés enviado por el mismo Dios a Faraón, pero fue para libertar a un puñado de hombres, y para hacerlos libres materialmente, al paso que el misionero lo es para liberar a todo el mundo y proporcionar a todos los hombres la libertad del espíritu; sea la de los príncipes de las doce tribus los enviados a la tierra de promisión, pero fue para facilitar la conquista de aquella tierra prometida a sus padres, al modo que el josefino facilita a los fieles la posesión de aquella mística tierra que

5 Lc 1, 38 6 Cf. Lc 1, 48. 7 RCM 1, 1. 8 RMJ 1, 1. 9 SVP, Conferencia a misioneros del 30 de mayo de 1659, sobre la caridad; ES, XI, 553 10 RMJ 1, 1.

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según el salmista es de los que viven; sea la del ángel enviado a Abraham, pero es para anunciarle que su descendencia será como las arenas del mar y que el hijo de las promesas será su hijo, pero el misionero notifica ya la llegada del Mesías; sea la misión admirable del Bautista enviado por el Señor, pero es para que prepare sus caminos, a la manera que el misionero enseña a seguir las huellas que El nos dejó; sea la de Gabriel el arcángel cuando desempeña su embajada, sin embargo só1o era para notificar a María y a José que ellos eran los purísimos padres de Cristo, al paso que el misionero hace saber ya a todo el mundo quien es Jesucristo y quienes son sus padres María y José; sean los ángeles que al fin del mundo serán enviados por el Supremo Juez, pero lo serán para separar a los buenos de los malos; mientras que el josefino ya ahora hace esta separación y además a los malos los hace buenos, y a los buenos los hace mejores y aun santos. ¿Qué misión podrá compararse pues con la del josefino? ¡Ah! ella es la misión sublime y es tan soberanamente superior que a todas las incluye como el todo a cada una de sus partes; y que a todas las supera como la brillante claridad del sol a la pequeña estrella, porque se trata no de una parte, sino de todas; no de un pueblo, sino de todos los pueblos; no de esclavos materiales, sino de la esclavitud del alma; no de negocios del tiempo, sino de los de la eternidad. Y ¿Por qué no decir que tal es nuestro fin cual es nuestra vocación y dignidad? ¿Por qué no afirmar que el objeto de nuestro llamamiento nos autoriaza asegurar como Pablo, que en favor de los fieles suplimos que nuestra conducta, lo que falta a la pasión del Salvador: Complemento en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo?11

¿Cuándo exclamaremos sumamente humillados a vista de nuestra altísima dignidad: He aquí el siervo del Señor. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurado?12

10. ¿Qué hizo y qué enseñó Jesucristo? Como las Reglas no só1o han querido manifestarnos la dignidad que nos es propia, sino

también servirse de ella como de un estímulo para nuestro bien, pasan inmediatamente a decirnos, que para salvar al género humano comenzó nuestro Señor Jesucristo a hacer y después a enseñar: Se propuso llevar una vida tal que pudiese ser un modelo el más perfecto a todos los que quisieran seguirlo.13

Lección importante y que todo misionero debe grabar con caracteres indelebles en su corazón, y lección que es fundamento de nuestros deberes, fuente de nuestro bien, origen de nuestra felicidad, tabla de nuestra salud; y lección que nos señala cuyo es nuestro fin primario y cuyo olvido precipita al infierno. Vamos a notar que esta lección que nos dan las Reglas no es una consecuencia que ellas hayan sacado de la vida de nuestro Señor, sino que es una verdad que nos ha conservado san Lucas cuando en los hechos de los apóstoles nos dijo: Empezó primero a obrar y luego a enseñar,14 verdad que las Reglas nos comentaron de un modo inimitable, haciéndonos las siguientes preguntas: ¿Cuándo comenzó Jesucristo Señor nuestro a hacer? Dedicándose a la práctica de todas las virtudes. ¿Cuándo comenzó a enseñar? Evangelizando a los pobres y enseñando a sus apóstoles y discípulos la ciencia necesaria para dirigir a los pueblos.15

Tal es por tanto nuestro fin: imitar a Jesucristo, imitarlo en la práctica de las virtudes, imitarlo en las funciones propias del celo, imitarlo en la instrucción y educación de la juventud, imitarlo en la formación del clero, imitarlo en los ejercicios espirituales, imitarlo en las santas misiones, e imitarlo, en fin, en la salvación del género humane. Reflexionemos sobre tanta dicha,

11 Col 1, 24. 12 Cf. Lc 1, 38. 48. 13 RMJ 1, 1. 14 Hch 1, 1. 15 RCM 1, 1.

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exclamemos con toda verdad: Cuán dichosos somos en hallarnos en un Instituto que tiene por fin no solo hacernos dignos de que Dios reine en nuestro corazón, si que también que sea amado y servido de todos y que todos se salven! Cuando leamos la Regla encontraremos que nos recomienda primero el perfeccionarnos, es decir, hacer reinar a Dios en nosotros y cooperar con El en la extensión de su reino: ¿considérese si hay en la tierra condición más apreciable que la nuestra?16

¡0h!, ¿cuándo, cuándo conoceremos nosotros lo mucho que quiso estuviese encerrado en nuestra santa vocación? ¿Cuándo lograremos un conocimiento exacto y apreciativo de éste: Como el Padre me envió, así también yo os envío?17

No, no lo dudemos que así nos habló Jesucristo cuando llamándonos del mundo nos prometió en recompensa su casa, cuando fuimos admitidos por nuestra queridísima y amantísima madre el Instituto Josefino, y cuando nuestros labios formularon los sagrados votos, y cuando ejercemos cada una de las funciones de nuestro 'ministerio. ¡Qué dignidad la de un josefino! El Padre eterno lo envía como a su Hijo; es como El enviado para salvar al género humano, tiene en sus manos hasta sus mismos medios. ¿Qué falta, pues? ¡Ah! no menospreciemos esta gracia, obremos según nuestra dignidad, y practiquemos el empezó a practicar y a enseñar,18 ya que, según las santas Reglas: Primero la propia santificación, después la santificación de los demás.19

Humillémonos, pues, de entendimiento, de pensamiento, de palabra, de obra y de corazón; ya que solo con la humildad corresponderemos prácticamente a tan alta dignidad.

16 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 435. 17 Jn 20, 21. 18 RCM 1, 1. 19 Cf. RMJ 1, 1

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Capítulo 3 Dignidad de un misionero fundada en la imitación de Cristo

11. Resumen de la dignidad de un misionero ¿Quién de nosotros no queda admirado, lleno de pasmo y santamente estupefacto de la alta

dignidad a que es llamado un josefino considerado como misionero? Dignidad verdaderamente sin segunda, porque no hay otra ni digo que la supere, más ni aún que la iguale, ni que pueda compararse con ella; y no la hay ni en la tierra, ni en los cielos, ni entre los ángeles, ni entre los hombres, ni entre los sabios y militares, ni entre los reyes y emperadores, ni aún entre los querubines, tronos y arcángeles de primer orden, porque como misioneros nuestra dignidad es la del Hijo de Dios; dignidad digo, que superando a todo, solo es inferior a El. Pero, ¿qué nos aprovecha todo esto? ¿qué aprovechará al doctor el que disputara con inteligencia de todos los dogmas de la religión si el careciese de la divina caridad? ¿qué le aprovechará al sabio poseer la ciencia de todos los hombres si estuviese privado de las verdades de la fe? ¿Qué le aprovechara al sagrado intérprete el saber comentar toda la Biblia si sus comentarios respirasen el aire inmundo de la soberbia? ¡Ah! todo es vanidad de vanidades, y todo vanidad, a excepción de amar y servir a Dios, porque no es la instrucción la que nos justifica, sino el cumplimiento de los propios deberes. Así de un modo semejante podemos nosotros decirnos: ¿qué nos aprovechará la dignidad de que nos hallamos revestidos, si no pasáramos más adelante? ¿qué fruto sacaremos de cuánto hemos dicho, si nos quedáramos con solo el conocimiento?

Pero jamás, jamás fue este el intento de nuestras santas Reglas ni tampoco el nuestro. Ellas nos han hablado de nuestra dignidad; así lo hemos intentado nosotros para despertarnos del sueño de la tibieza para que amemos una vocación que es tan sin segunda, y para que podamos vivir la misma vida de Jesucristo en cuanto nos lo permitan nuestras fuerzas. ¡Ojalá que así sea en cada uno de los josefinos y de nuestras hermanas las josefinas! Amén, amén, amén.

12. Dignidad fundada en el espíritu de Cristo Nuestras santas Reglas, como dictadas por el espíritu de Dios, tan pronto nos colocan hasta

el trono del Altísimo y tan pronto nos bajan más profundos que la nada. Aquí se conoce que las Reglas respiran los admirables sentimientos de aquel santo que decía: Más deseo sentir la contrición que saber definirla.1

Quieren las Reglas que sintamos la dignidad de un misionero, quieren que cada uno de sus hijos la sienta también, pero con sentimientos tan útiles que fueren suaves conductores de la virtud. ¿A quién no encantan las admirables palabras de las Reglas que desprendiéndose de los labios de nuestro divino Maestro, dicen así: El que entre vosotros quiera ser el mayor, hágase como el menor y como siervo de los demás2?

¡Qué humildad la que supone que debemos tener los misioneros! y humildad que en nuestros actos brillar debe como los resplandores del sol después de una noche la más oscura. No se contenta la Regla como san Francisco de Asís que apellidó a sus hijos menores, porque éstos pueden ser grandes parangonados con otros más inferiores, ya que la palabra menor es término de comparación; no se contenta con apellidarnos mínimos como hizo san Francisco de Paula que llamó a los suyos mínimos entre los menores; sino que con ánimo humildísimo que posee todos los resortes de la

1 Kempis, Imitación de Cristo, l.1, c.1, 3 2 Mt 20, 26, RCM 12, 9.

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sabiduría y santidad, nos dice con Jesucristo, que seamos los ministros de los demás; como si dijera: somos los más pequeños y somos los criados de los menores, los criados de los mínimos y aun los criados de todos los demás

Quiere que consideremos las otras religiones como el astro del día que só1o resplandece fulgor, y a nosotros como a sus criados o como una de aquellas estrellas que apenas se distinguen; a aquellas como una princesa que con su rango atrae la admiración del mundo, y a nosotros como una de estas modestas aldeanas que traen la paz en su rostro, que están destinadas al trabajo. Pero al mismo tiempo, al modo que el niño ama más a la aldeana por ser su madre, que a una reina por su corona, así nosotros hemos de amar a nuestro Instituto con los más sublimes y religiosos sentimientos. ¡Qué humildad la que respiran esas solas palabras de las Reglas! y ¿no es esto un rasgo elocuentísimo de nuestra verdadera dignidad? Ciertamente, porque podemos afirmar que de esta nada sale un todo divino, y sale una dignidad tal, que sin exageración podemos formular en estos términos:

Tanta es la grandeza de nuestra vocación, que tiene por objeto hacer conocer a Dios a los pobres pecadores, anunciándoles a Jesucristo, y decirles que el reino de los cielos que está, cerca es para ellos. ¡Ah!, esto es ciertamente una cosa grande, y que nosotros seamos llamados a ser consortes y partícipes de los designios del Hijo de Dios sobrepuja del todo a nuestro entendimiento. ¡Qué hacer, pues? ¡Ah! no me atrevo a decirlo, porque es una cosa tan sublime y tan elevada, que es por excelencia el oficio del Hijo de Dios, y nosotros somos ocupados en él como sus instrumentos, por tanto, entre la mayor humildad debemos preferir nuestra condición a todas las condiciones y empleos de la tierra y tenernos por los más felices ¡0h Dios! ¿Quien podrá comprender lo que somos?3

La humildad de las Reglas, dignísimamente sabia, supo expresar los sentimientos de nuestra humildad que hemos de practicar; y al paso que indican nuestro fin y nuestro deber primordial, desprende también cierto temor de la pequeñez que es propia a una cosa que comienza; sin embargo, nos funda en la gracia que ha de ser nuestro motor queriendo que como Pablo, digamos también: Todo lo puedo en aquel que me conforta;4 nos funda en las propias fuerzas que van siempre en aumento en un alma verdaderamente humilde; y aun nos anuncia, con toda la fuerza de su significación, que en el camino de la santidad nunca podemos decir basta, porque tenemos por fundamento tender de tal suerte a la mayor perfección, que somos llamados a hacer el voto de hacer lo mejor fundados en él: El justo, justifíquese más y más.5

¿Qué dignidad compararemos a esta dignidad? Esto nos hace descubrir nuestro corazón, diciendo: Siempre he tenido por una gracia de Dios y muy grande, el haber procurado la fundación de nuestro pobre Instituto; y apenas concibo como un misionero o una josefina puedan abandonarlo. De nuestra parte amémoslo, porque será siempre nuestra madre cariñosísima.6

3 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 387. 4 Flp 4, 13. 5 Ap 22, 11 6 Cf. REZZASCO

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13. Dignidad fundada en la imitación de Cristo Estimemos tanto desde ahora nuestra vocación, que consideremos como el primer beneficio

que podemos tener, el ser Misioneros del señor san José, y en espíritu de agradecimiento digamos: Yo he preferido estar en el umbral de la casa de mi Dios37.

Cómo no comenzar con estas apreciaciones a vista de la dignidad de que nos reviste nuestro grande fin, el cual no es otro que la imitación de Cristo, según estas palabras: Imitar a Jesucristo nuestro Salvador.7

¿Hemos meditado lo que esto quiere decir? No digo si lo comprendemos adecuadamente ¿lo hemos meditado al menos? Pero ¡oh Salvador y Dios mío! ¿Quién podrá medir tu dignidad de tu persona? ¿quién podrá medir tu divina perfección? ¿las virtudes de tu niñez, de tu vida oculta y de tu pasión sacrosanta, quien las contará? Con todo, eso es mi vocación. Qué significan, si no, esas palabras de la Regla: Como Cristo Señor nuestro, hemos de proponernos no sólo ser santos nosotros mismos, sino también santificar a los demás.8

Esto quiere decir, que no basta estar en estado de perfección, sino que hemos de aspirar a ella y procurarla, sirviéndose de todos los medios que se nos han dado, y procurar también la salvación de los demás; lo contrario, sería causarnos grande perjuicio a nosotros mismos. Sería como separarnos de nuestra vocación y sería como burlarse de Dios.9 A vista de esto, bien podemos asegurar que al modo que un militar es llamado para hacer la guerra presentando la batalla según el parecer de su jefe, así nosotros estamos destinados a hacerla al mundo, demonio y carne, en los combates del Señor, y empuñando aquellas virtudes que fueron sus armas. Por de pronto y como en consecuencia, nosotros los Misioneros del señor san José podemos considerarnos como herederos de los profetas, y sus heroicas virtudes han de formar de tal modo nuestro asunto, que pueda decirse que somos sus verdaderos imitadores: Verdaderos imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredaran las promesas, como lo decía un gran misionero, que somos los sucesores fidelísimos de san Pablo, el cual se presentaba a los primitivos cristianos como a su modelo: Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo10

¡Qué santidad la de san Pablo! ¡Y qué dignidad! él se dirigía a los primitivos cristianos que el mismo llamaba santos, que los consideraba como los hijos adoptivos de Dios, como los hermanos de Jesucristo, como los miembros de aquella divina cabeza que todo lo hizo por nosotros, como la gente santa que formar debía una nación predilecta, y como los destinados al baño de la divina luz. ¡Qué dignidad la de san Pablo! ¡Qué heroica su santidad! pues aún no contento con la práctica de aquellas heroicas virtudes, que en aquellos días las tenían los fieles, les dice: Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo.

Eran aquellos cristianos los fidelísimos imitadores de nuestro Señor; sus corazones flameaban llamas del amor más puro; la sangre del Calvario que aún enrojecía sus recuerdos, los mantenía en su perfección; el gran número de mártires los alentaba, los continuos milagros les aseguraban de todas las promesas, las profecías cumplidas eran como la mayor prenda de su fe, y el Espíritu Santo que descendía públicamente, consumaba la perfección de su obra; pero a Pablo aún le parecía poco, por esto, para hacerlos más y más santos se les mostraba como siendo una copia de

37 SVP, Conferencia a misioneros del 28 de noviembre de 1659 sobre el deseo de tener beneficios; ES, XI, 669; Sl 84, 11 7 RCM 1, 1. 8 RMJ 1, 1. 9 SVP, Conferencia a misioneros del 7 de noviembre de 1659, sobre los votos; ES, XI, 641-642. 10 1Co 11, 1

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nuestro Señor. ¡Qué alabanza para los Misioneros Josefinos! la dignidad de Pablo es la dignidad suya, es la dignidad gloriosa que patentiza nuestro deber: Imitar a Jesucristo nuestro Salvador.11

¡Qué alabanza para los Misioneros del señor san José! parece que dicen las Reglas a cada uno: Incluso estará dispuesto a escoger, con el apóstol San Pablo, la muerte misma, antes que separarse de la caridad de Jesucristo.12

En vista de tan alta dignidad, humillémonos tanto más cuanto que la augusta Trinidad misma se deshace en alabanza de la dignidad de un misionero: Sois vosotros imitadores nuestros.13

Para que nos animemos bien a la imitación de nuestro Señor, y de este modo correspondamos a ella, convenzámonos que por una gracia singular hemos sido llamados de Dios para continuar aquella misión por la cual el Hijo de Dios dejó el cielo y vino a la tierra; esto es, para continuar su misión en la salud de las almas, por lo cual trabajó Él mismo toda su vida.14 Siendo esto así, verdaderamente apenas concebimos cómo puede uno de nosotros, no digo abandonar su vocación, que jamás podrá hacerse en conciencia, pero ni siquiera pensar en dicho abandono voluntariamente, porque siempre será pecado.

14. Dignidad fundada en las virtudes de Cristo Después de que nuestras Reglas nos hablan en general de la dignidad de un misionero,

quisieron marcárnosla también en lo particular, ya que está fundada en las virtudes de Cristo, por lo que añaden las Reglas: Imitar a Cristo no sólo en la práctica de las virtudes.15

Y ¿qué virtudes? las que practicó nuestro Señor Jesucristo. No vamos ahora a referirlas, por qué esto ha de ser objeto de otro trabajo, si el señor san José nos ayuda con su gracia, pues só1o queremos ahora descubrir algo la dignidad de estas almas venturosas. Pero, ¿y cuán difícil no es esto sólo? ¿por dónde podremos comenzar? ¿diremos lo que esas almas hacen a Dios o lo que Dios hace a estas almas? o ¿en una santa alianza presentaremos ambas cosas? Ellas como David, entonan las misericordias de Dios en favor de los fieles e infieles; dan a conocer a aquellos juicios santísimos que son propios de solo Él, siguen el delicioso e inmaculado camino de la santidad, andan en aquella inocencia de un corazón puro, viven en el centro de su espíritu como en el templo amor; y todo se los hace Dios en favor de ellas. ¡0h, qué venturosas! no ponen los ojos a lo injusto, ni aún se inclinan a conocer lo malo, ni echan las cosas a mala parte, ni secretamente murmuran del prójimo, ni habitan con el soberbio, ni sus obras dejan de ser siempre lo perfecto, porque imitando las virtudes de Cristo solo se adhieren a su conducta; y los ojos divinos descansan hacia ellas como en un lugar de ventura. Y ¿esto podrá practicarse en nuestro siglo? Qué felicidad, en nuestros días en que cambian todos los pecados, todos los crímenes y todas las iniquidades de todos los tiempos y en su mayor escala, qué felicidad, repito, hallarnos nosotros los Misioneros del señor san José en un estado de tanta santidad. ¡Qué felicidad que en estos días, en que el hombre ha prostituído en el pecado toda su gloria y su honor, nos hallemos nosotros los josefinos constituidos en la mayor dignidad! Y ¡qué ventura andar el camino de la inocencia, aparecer verdaderamente grandes, ser inmaculados como el lirio que crece entre las espinas, y hacernos santos como la inocencia de los niños! ¡Nunca, nunca, jamás, jamás abandonemos una vocación que así nos engrandece! Estemos, sí, del todo adheridos a ella.

11 RCM 1, 1. 12 RCM 2, 2. 13 1T 1, 6. 14 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de noviembre de 1659, sobre la pobreza; ES, XI, 649. 15 RCM 1, 1.

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15. Dignidad fundada en las obras del celo de la salud de las almas En fin, las Reglas continúan fundando nuestra dignidad en la obligación que tenemos de

hacer las obras de Cristo: En todo lo quo atañe a la salvación del prójimo,16 de donde resulta que nuestra dignidad no es un tronco estéril abandonado en medio del camino;

Sino que es un árbol divinamente injertado, que producirá óptimos frutos de salud. Porque al modo que las nubes comunican el agua al aire y forman la lluvia y de esa comunicación salen las perennes nieves, los manantiales abundantísimos, las fuentes inagotables, y los ríos y los torrentes y los mares; así de tan excelente dignidad ha de salir nuestra santidad y la lluvia de edificación, y las perennes nieves de perseverancia, y los manantiales de buenas obras, y las fuentes de grandes conversiones, y los ríos de virtudes y los torrentes de caridad, y los mares de bienaventurados que por nuestro medio se precipitaran a millares hacia el cielo. Animémonos, pues, a obrar según nuestra vocación,.a fin de que pueda en algún modo decir la santa Sede de nuestro Instituto al aprobarlo: Esperando que tan útil Congregación produzca los máximos beneficios en favor de las almas, ya que el fin principal y propio de los miembros de la Congregación de san José, es dedicarse, con la ayuda de la divina gracia, a buscar la propia salvación y la salvación de los demás, sea con las escuelas y colegios de primero y segundo orden, sea por media de las misiones y ejercicios espirituales en villas, ranches, pueblos y ciudades, sea también por las misiones entre los indios mexicanos.17

Así de un modo semejante esperamos que se expresará un día el Romano Pontífice de nosotros; así esperamos que nuestro Instituto continuará obrando en nuestros días por la misericordia de Dios.; Qué dignidad ser santo y santificar los demás! sin embargo tal es nuestro fin, fin dichoso que no fue dado ni a los ángeles. ¡Qué dignidad tener por maestro al mismo Jesucristo y aprender sus virtudes! ni esto fue dado a los más encumbrados serafines. ¡Qué dignidad practicar lo que Él hizo por la salud de las almas y hacerlo del mismo modo! ¡Ah! humillémonos, obremos con la mayor humildad, y la gratitud de semejante beneficio sea la verdadera y altísima santidad tal como se desprende de nuestra santa Regla, que dice: El primer fin de nuestro Instituto es santificar a sus individuos, mediante la observancia de estas santas Reglas, y el segundo, la salvación del prójimo, mediante las escuelas, los colegios y las misiones con los ejercicios espirituales a los fieles e infieles 18.

16 RCM 1, 1. 17 Sperans ex tan utili Instituto maximos fructus in beneficium animarum proventuros; quia sancti Josephi illius personarum proecipuus finis et peculiaris divina favente gratia, cum propria salute in eorum salutem incumbere; tum in scholis et collegiis, primi et secundi ordinis; tum in villis, pagis, oppidis et civitatibus; per missiones et excercitia spiritualia; et etiam per missiones in indos barbaros mexicanenses. (URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633). 18 RMJ 1, 2; 1, 7, 5o; Cf. RCM 1,1.

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Capítulo 4 Dignidad de un josefino, fundada en los medios que nos dan las Reglas

16. De otras fuentes de nuestra dignidad Dos cosas nos han enseñado nuestras reglas: la primera ha sido manifestarnos el fin por el

cual había sido enviado Jesucristo al mundo, y el modo de que se sirvió; y la segunda la consagración peculiar nuestra, que tiene por objeto continuar lo que el había comenzado; más como no se contentaba de que supiésemos las cosas, sino que quería que las practicáramos, nos señaló en seguida aquellos medios que podrían conducirnos a tan glorioso fin: Conviene que use medios semejantes para llevar a la práctica el santo deseo de imitar a Jesucristo,1 es decir: de las escuelas, los colegios y las misiones.2

Luego particularizan la idea, diciendo: Tendrán por fin: Su propia perfección, enseñar a la juventud, formar a los jóvenes para eclesiásticos, dar misiones.3

De donde podemos concluir otras fuentes de nuestra dignidad; pero antes de comenzar nuestro comentario, queremos presentarlo todo de un modo general afirmando que por medio de nuestra vocación practicamos todos los actos y afectos del celo, pues en ellos se hacen todas las funciones que les son propias. ¡Qué motivos de humildad y agradecimiento para nosotros el ser escogidos para unas funciones tan ventajosas y gloriosas!; Qué motivos para abrazarnos con la práctica de la mayor abyección, ya que la vocación nos aplica a la obra más divina que es procurar la salvación de las almas! Dios ha querido asociarnos a El en esta obra, pudiéndola cumplir solo, o empleando otras personas mas divinas y capaces; Qué honor será pues, y qué gloria para nosotros el ser escogidos como san Pablo para llevar su nombre a todas las naciones de la tierra! Es para nosotros un honor muy grande el que Dios nos envíe como a san Juan Bautista para preparar los caminos a Jesucristo, como a Jeremías que lo fue para arrancar y destruir los vicios, plantar las virtudes y edificar a los fieles. Porque Dios nos hizo tan grandes siendo como somos tan pequeños? Porque en su misericordia infinita se ha complacido en escoger instrumentos débiles para una obra tan grande? Debemos tanto tener una grande estima de nuestra vocación, aficionarnos más y más a ella, llenar todo cuanto nos prescribe con ánimo y perseverancia,4 y rogar con gemidos inenarrables que aumenten nuestras vocaciones, para que de esta manera cumplamos mejor cuanto Dios nos confiare.

17. Fuentes de nuestra dignidad en general Así como nuestras Reglas antes de hacernos gustar las deliciosas aguas de tan regaladas

fuentes, nos hablan en general de ellas; así hemos creído que era un deber nuestro hacer lo propio y con sus mismas palabras decir: Conviene que use medios semejantes.5

Nos dice que es conveniente, mas este pasaje no debe entenderse de una simple conveniencia que puede hacerse o dejarse de hacer, sino de una conveniencia tan necesaria, que sin ella se desmorona todo el edificio de nuestro Instituto. Usaron las Reglas de este modo de hablar, porque ellas se fían en el fervor de sus futuros hijos y creen que en su alma la sola conveniencia producirá los mismos efectos que el mandato.

1 RCM 1, 1. 2 RMJ 1, 2. 3 RMJ 1, 8, 1º-4º. 4 Renato ALMERAS 5 RCM 1, 1.

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Dicen que nos hemos de servir de medios semejantes. Pero, ¿por qué han de ser medios semejantes y no los mismos medios? ¡0h efecto del primor de nuestras Reglas! ¡Oh, qué grande es su exactitud aun en el lenguaje! Semejantes medios han de ser y no los mismos medios, porque no está en nuestra mano el hacer con solo una palabra lo que ejecutaba nuestro Señor, supuesto que nos podemos obrar los milagros, ni hacer sus magnificas promesas, ni limitarnos a los judíos; preciso es que sean semejantes medios, dependientes de nuestra voluntad y conformes a las santas Reglas.

Igualmente nos avisan el que cumplamos nuestros deberes no de cualquier modo, sino que ese fin gloriosamente dignísimo de salvar al género humano, de santificarnos a nosotros mismos, de dar misiones y ejercicios, evangelizar a los pobres pecadores, servir al estado sacerdotal e instruir y educar a la juventud, hemos de procurar hacerlo tan adecuadamente cuanto nos sea dable: para llevar a la práctica el santo deseo de imitar a Jesucristo.

¡Qué semejanza tan grande con la de Jesucristo! El fue llamado por su Padre y empleado para tan grandes ministerios, como ese mismo Padre llamóme a mí y me aplicó; El pasa los primeros años de su vida en un riguroso retiro, así los primeros tiempos de un josefino lo componen los días del santo noviciado; Jesucristo evangeliza a los pueblos, así nosotros somos enviados a todos los pueblos con el mismo fin; Jesucristo crea a los apóstoles confiriéndoles su santidad, su ciencia y su poder, y nosotros hacemos lo mismo con la juventud a la que instruimos y educamos. ¿Qué humildad ha de tener el que así es elevado por nuestro Señor? ¿cuándo nos humillaremos conforme a la dignidad que nos ha sido dada? ¿cuándo ejecutaremos con toda exactitud esos medios que nos dan las santas Reglas? ¡0h Salvador mío! ¡0h Dios mío! ¡0h!, haz que exclamemos todos y de corazón: Señor, sálvanos que perecemos.6 Somos siervos inútiles.7

18. Primera fuente en particular de nuestra dignidad La propia perfección es la primera fuente de donde desprende la altura de nuestra dignidad la

santa Regla diciendo: La propia perfección o santificación,8 o bien: Procurar la propia perfección, esforzándose por imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos.9

En efecto, la santidad es el primer fin, así como es la fuente primordial de nuestra elevación. ¿Y por qué no decir el sentir de todos los misioneros sobre este punto? Yo que conozco su espíritu, me creo autorizado para decir: Me parece que todos vosotros comprendéis como yo y aun mejor que yo, que la vida toda de un josefino debe ser un acto de piedad, que a este fin salimos del mundo y renunciamos a sus máximas, y que es el medio de recorrer dignamente la carrera de nuestra vocación y de recoger sus magnificas recompensas. Vivimos de la fe para ser cartujos en casa por nuestra regularidad y unión con Dios, y apóstoles en medio del mundo por la instrucción y educación de la juventud, y por la devoción, piedad y trabajos apostólicos. Es tan necesaria esta comunicación con la luz divina que sin ella jamás podremos iluminar a los pecadores e infieles para que quitadas las tinieblas del pecado, los introduzcamos en los eternos tabernáculos de Sión.10 Por tanto, digamos de una vez que toda la base y única base sobre que descansa el Instituto Josefino es nuestra santidad sin la cual no somos otra cosa en la comunidad que lo más inmundo entre la inmundicia.

6 Mt 8, 25. 7 Lc 17, 10 8 RMJ 1, 8, 1º. 9 RCM 1, 1º. 10 Juan Bautista ETIENNE, 1844.

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Cuando decimos qué hasta este punto hemos de ser perfectos, no se entiende que hablemos de una perfección de genio, o de conveniencia, o de circunstancias; sino que ha de tener por objeto las virtudes de Cristo. Qué grande, pues, la dignidad de un josefino, ya que lo que debe imitar no es a un santo de primer orden, ni al más privilegiado serafín, ni al primero de los arcángeles; sino que ha de imitar también a los purísimos padres de Cristo, y aun al mismo Jesucristo debe copiarlo también; y a la manera que para conservar la vida espiritual mía, El no se fió de otros alimentos que los de su cuerpo y sangre; así para formarme a lo divino, El mismo y só1o El mismo, quiere ser mi modelo. Obrando, pues, según mi Regla, hago lo que hizo Jesucristo, del modo que lo hacía Jesucristo, y con las circunstancias que determinan las acciones de Jesucristo. ¿Quién nos diera el saber apreciar convenientemente nuestro estado? ¿Quién sintiera tan de lleno el espíritu de nuestra vocación, como aquel santo que en sus fervores decía: La ocupación fundamental de nuestra vida ha de ser la imitación de Jesucristo.11

¡0h Salvador mío! ¡0h Dios mío! ¡0h, si yo llegara a imitarte! ¿Por qué hasta ahora no lo he hecho? ¡Miserable de mí! Y ¿qué no lo haré en adelante? Yo conozco que en este valle de lágrimas el único que no anda en las tinieblas del pecado, es el que te sigue a Ti, mi Jesús; yo conozco que caeré en la ceguera del espíritu si no trabajo en imitarte; y yo conozco que el obrar según tu vida, es hacerme el hombre mas feliz, ¿Por qué, pues, no te imitaré? ignore acaso que la imitación de Cristo es lo más excelente, que reducida a la práctica es el verdadero Maná de la gloria, y que si no he gustado ese alimento es por mi culpable tibieza y por la carencia del propio espíritu de mi santa vocación. ¿Porque, pues, no amo esa imitación de mi Dios? ¡Ah, basta, mi Jesús; ya quiero despertar del letargo de mi disipación, ya quiero no ocuparme de otra cosa que de imitarte, y ya voy a trabajar con doble empeño en: Procurar la propia, perfección.12

Notemos que no dice que veamos la perfección de Jesucristo, ni tampoco que la examinemos para hacer un estudio de ella, sino que nos exige su práctica. Tan cierto es que sin esta perfección seremos no Misioneros Josefinos, sino misioneros a lo mundano y destinados no a la edificación, sino a la perdición. Si una sola mirada inmodesta puede perder el copioso fruto de una misión, ¿qué hará un josefino no perfecto? ¿qué hará en las misiones el que no tenga el propio espíritu? ¿qué hará en los ejercicios el misionero que no sea una copia de Jesús? ¿Qué hará en el confesionario el que no procure imitarlo? ¿qué hará en medio de tantos peligros el que no estudie prácticamente la vida de nuestro Señor? Es tanto lo que hará, y es tan malo y escandaloso que la pluma se resiste a trazarlo. ¡0h glorioso padre mío señor san José! tu que estas en los cielos y te santificaste con la infinita perfección que es propia del Padre purísimo de Cristo, envíanos un rayo de la luz divina para que alcancemos la propia perfección. Al contrario, un josefino perfecto ¿qué será? ¿Diré que es aquel cielo y la tierra cuya perfección describió el Espíritu Santo: Los cielos y la tierra son perfectos?13¿Diré que es lo figurado por toda la obra perfectísima de aquel adorable tabernáculo: La obra del tabernáculo es perfecta,14 ya que todas las obras de Dios son perfectas15?

¿Diré que es todo aquel conjunto de perfecciones que formaban el todo de aquella figurativa Iglesia? Es todo esto, pero aún mucho más porque a mi me parece ver en un buen misionero josefino al sacerdote que describía el piadoso Esdras: Hasta tanto que se presente un sacerdote docto y

11 Summum igitur studium nostrum sit in vita Jesu Christi meditari (Kempis, Imitación, l.1, c.1, 1). 12 RCM 1, 1, 1º. 13 Gn 2, 1. 14 Ex 39, 31 15 Dt 32, 4.

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perfecto16, y sacerdote que es aquel perfecto17de quien habla san Pablo; y sacerdote que ha practicado el: Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial18 de Cristo nuestro Señor. Siendo esto así, ¿Quién habrá que no ame su vocación con todo su corazón y con toda su alma? Amemos nuestra vocación de modo que jamás la perdamos, que siempre obremos conforme a ella, y de este modo nos aseguremos por toda la eternidad.

19. Segunda fuente en particular de nuestra dignidad La otra fuente de nuestra dignidad es el ejercicio de nuestras misiones, que la Regla nos

impuso diciéndonos: Se dedicarán a dar misiones y a predicar a los pueblos.19 Hemos de evangelizar a toda clase de personas, a toda clase de lugares, sin exceptuar los

lugares de los infieles, y de un modo especial los más abandonados a imitación de Jesucristo, y en nuestra República hemos de fijarnos en tantos ranchos, haciendas y pequeñas vicarías fijas, que están en las mayores necesidades. ¡Qué hermoso es ver a Jesucristo gloriarse de esta ocupación, diciendo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres.20

Y ¡qué consolador oír las palabras con que las santas Reglas nos aplican a toda clase de misiones! Comentándolas, bien podemos decir: la cuarta cosa que nos mandan las Reglas es instruir a los pobrecitos pecadores para convertirlos; a esto somos llamados, y por eso nuestro Señor exige de nosotros el que los evangelicemos. Esto es lo que El ha hecho y quiere continuar haciendo por nuestro medio, y con esto nos aplica el eterno Padre a los grandes designios de su Hijo que vino a evangelizar a los pobres pecadores, y con esto probó la verdad de su misión. Mucho estamos obligados, por tanto, a su infinita bondad por habernos asociado a este divino empleo. Nosotros cuidamos de los pobres pecadores hasta el punto de ser en la Iglesia de Dios los que los tenemos por patrimonio como las religiones más privilegiadas, y los que nos damos del todo a ellos para predicarles, aun en las grandes ciudades. Estar como Jesucristo aplicados a los pobres pecadores es oficio de los josefinos, y esto es lo que somos en la Iglesia de Dios.21 Así con tan clara sentencia nos prueban las Reglas hasta qué punto hemos de ocuparnos de las santas misiones. Pero a la manera que a una gran casa que se le quitaran los cimientos al momento caería desmoronada; así caerá de un modo semejante todo el palacio de nuestro Instituto del señor san José, si no ponemos antes el fortísimo fundamento de la santidad. ¡Ah!, démonos a Dios para que se cumplan en nosotros aquellas palabras de san Pablo: Vivid perfectamente unidos en un mismo sentir,22 es decir, una santidad verdadera según el sentido de la Regla que el señor san José nos ha dado.

20. Tercera fuente en particular de nuestra dignidad De esta tercera fuente que es: Ayudar a, los eclesiásticos a conseguir la ciencia y las

virtudes necesarias a su estado23, o más claro: Formar a los jóvenes para eclesiásticos en los

16 1Esd 2, 63. 17 1Tm 3, 2 18 Mt 5, 48. 19 RMJ 1, 8, 4º. 20 Lc 4, 18. 21 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 386-387. 22 1Co 1, 10 23 RCM 1, 1, 3º.

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clericales. Dar ejercidos espirituales,24 brilla, y en grande escala, nuestra excelentísima dignidad. Porque aquí no se trata de una función cualquiera, sino de una función que es tan propia del Hijo de Dios, y tan difícil y tan costosa, que casi podríamos decir que en toda su vida sólo hizo doce eclesiásticos, aunque uno de ellos lo vendió. Nada tan difícil como esta función; difícil, porque su ejecución requiere una santidad que pueda decir con el Apóstol: Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo;25 difícil, porque se requiere una instrucción tal que ha de tener por objeto no el instruir, sino el formar maestros para que instruyan a los fieles, doctores que defiendan los dogmas de la religión, y padres de la Iglesia que con sus escritos aclaren sus dudas; y en gran manera difícil, porque nada es mas difícil que formar un sacerdote porque se requiere un facto y una prudencia tal que son muy pocos los que las poseen eminentemente. Por esto las Reglas nos lo imponen como la tercera de nuestras obligaciones. ¡Ah! ¡que grande es el josefino cuando vive aplicado a este deber! lo veo como aquel sacerdote que todo lo alcanza con el fervor de su oración: El sacerdote ore por ella y por su pecado,26 como aquel sacerdote de quien dice el Espíritu Santo: Los labios del sacerdote guardan la ciencia,27, y como aquel sacerdote que mereció ser apellidado el fiel por antonomasia: Yo me suscitaré un sacerdote fiel.28

¿Qué dignidad podrá compararse con esta dignidad? ¡Ah! meditémosla a los pies de nuestro Señor, apreciémosla adorando sus divinas llagas; ya que como Jesucristo hemos de ser santos, y evangelizar a los pobres pecadores y formar sacerdotes. ¡Ah, suplamos con la humildad lo que nos falta de disposición y santidad, y entonces corresponderemos a nuestra santa vocación, que a una dignidad suma exige una correspondiente santidad según las santas Reglas que hemos profesado! Que el señor san José nos haga conocerla y practicaría para que amemos de este modo más y mas nuestra santa vocación.

24 RMJ 1, 8, 3º-4º. 25 1Co 11, 1. 26 Lv 12, 8. 27 Ml 1, 7. 28 1Sm 2, 39.

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Capítulo 5 Dignidad del misionero josefino fundada en el sacerdocio que recibió

21. Partes componentes de nuestro Instituto Este Instituto se compone de dos especies de personas, a saber, de eclesiásticos y de

seglares.1 Aquí nos enseñan las Reglas las partes que deben componer nuestro Instituto del señor san

José, y dice que constará de eclesiásticos y legos: Eclesiásticos, es decir, verdaderos sacerdotes y demás ordenados in sacris, los que tienen las órdenes menores y aun los que se preparan para tenerlas; y los legos2 a quienes llamamos hermanos coadjutores: hermanos, con cuya palabra recuerdan las Reglas la unión que debe haber entre ellos y el sacerdote; y coadjutores, indica que están en el Instituto para ayudar a los sacerdotes en las cosas de su oficio. Aquí nos recuerdan que al modo de los miembros de nuestro cuerpo viven en la mayor unión, y uno no menosprecia al otro, sino que la cabeza rige al todo; y los ojos los vigilan, y las manos les proporcionan lo que necesitan y los pies los conducen a donde se debe; así de una manera semejante ha de portarse todo el Instituto, de modo que los sacerdotes como cabezas rijamos a los hermanos, como ojos los vigilemos, como manos los amemos, como pies los respetemos y como destinados a ejercer en favor nuestro el oficio de Marta, los empleemos según la santa Regla. Unos y otros trabajen aunque de diferente modo, en su propia perfección, en la salud de los pobres pecadores y en el adelantamiento del estado eclesiástico, en la piedad y en la ciencia.3 ¡0h! ¡que bueno es ser hermano en el Instituto Josefino! es ser del todo en la ganancia y no tener parte alguna en la perdida, nada de tentaciones en el ejercicio del ministerio, nada de los peligros que nos son propios, y puede decirse que pueden ganar tanto como el sacerdote, y aun más, si lo superan en la caridad. ¡0h bondadoso padre mío señor san José! yo te pido que haya siempre una caridad práctica entre los sacerdotes y hermanos, y que estos respeten a los sacerdotes, ya que los sacerdotes los consideran y les hacen tantos beneficios como a queridísimos hijos suyos.

22. ¿Qué es un sacerdote en el Instituto del señor san José? Oíd, hijos de Leví, ¿acaso os parece poco que Dios os haya separado de todo el pueblo y os

haya unido a Él?4 Con estas expresiones echaba en cara el profeta la conducta no digna de aquellos sacerdotes

de la antigua Ley; ya para que se apartaran de la maldad llorando sus pecados, ya para que se hicieran santos con la práctica de la virtud, y ¿no podremos aplicarnos esos sentimientos del Espíritu Santo? ¿los sacerdotes y los clérigos de nuestro Instituto no tienen la necesidad de este recuerdo? Yo no digo que haya entre nosotros quienes les convengan esas palabras: El hombre, constituido en honor, no tuvo discernimiento,5 ni mucho menos aquellas palabras: Se ha igualado con los irracionales y se ha hecho semejante a ellos,6 porque estos no tienen entrada en nuestro Instituto

1 RMJ 3, 1. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 400. 3 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 400. 4 Nm 16, 8-9. 5 Sl 48, 21. 6 Sl 48, 21.

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Josefino, y esperemos que nunca la tendrán, porque vivimos de modo aun ahora que la observancia de los santos votos lo anatematizan y las santas Reglas lo confirman; sin embargo, hemos de decirnos aún: Oíd hijos de Leví,7 porque ¡ah! ¿cuántas faltas, cuántas imperfecciones y cuántas miserias bajo la sotana de josefino? y faltas e imperfecciones que no sufre nuestra dignidad, porque ella es grande, grandísimo, suprema; y ella se compone de todas las preeminencias y prerrogativas de la tierra y del cielo y por decirlo en una palabra y con la mayor exactitud afirmaremos: que el sacerdote es todo lo que no es Dios y solo inferior a Él. ¡0h!, humillémonos, humillémonos de corazón, humillémonos con todas nuestras fuerzas y humillémonos tan de veras, como se humillaba el señor san José considerándose padre de Cristo.

23. Es superior a la dignidad de todo lo del mundo ¡Un josefino! he ahí al hombre que presentamos superior en dignidad a todo lo del mundo,

porque él no ejerce las artes de la tierra, sino que ejecuta con su ministerio el arte de las artes; no tiene, digo, la ciencia de los hombres, sino que practica la ciencia de las ciencias, porque forma no solo artefactos materiales, sino imágenes y semejanzas de Dios, porque hace no cosas que consume el tiempo, sino lo que ha de recibir un premio eterno, porque elabora no lo que adorna a este mundo, sino lo que es más que el mundo y mil mundos, y porque su estado es una profesión deífica. ¡0h josefino tú eres el grande propietario de todo el mundo y su único dueño, tú representas a todo el universo, tú comunicas la gloria a la Augusta Trinidad, tú alegras a los ángeles, tú alcanzas el perdón al pecador y nuevas gracias a los justos, y tú, en fin, refrigeras aún a las almas del purgatorio. ¿A quién ha sido dada dignidad semejante? ¿Qué son los sabios y los militares, los ricos y los nobles, los reyes y los emperadores, que son desde que se les compara con el más pobre misionero? Son un grano de arena respecto al universo, son una gota de agua comparada con el grande océano son... digámoslo en una sentencia: el misionero no es Dios, pero es todo aquello que no es Dios. Moisés, el grandemente excelso Moisés, ¿qué es comparado como un misionero? Veámoslo: es Moisés el amado de Dios y de los hombres, y su memoria es como una bendición, es semejante a los demás santos por su gloria, y es el que engrandeció al Señor enterrando a sus enemigos y venciendo a los monstruos de la iniquidad, es el que supo y quiso glorificarlo aun en presencia de los reyes, el conductor y director de aquel pueblo que era el de Dios, el que manifestó su gloria con tantos, tales y tan grandes prodigios, que es verdaderamente el único y el solo. El es el que oyó al Señor en el Sinaí, el que recibió la ley escrita por el dedo del mismo Dios, el que bendijo al que la observara y fulminó la maldición al que la quebrantase, y el que habiendo alimentado con el Maná a su pueblo, lo condujo hasta las puertas de la tierra de promisión..

¿Qué hombre más digno que Moisés? ¿qué dignidad compararemos con su dignidad? La del misionero que no solo la iguala, sino que la supera, porque la dignidad del sacerdote no es otra que la del mismo Dios; y porque el josefino no alimenta a cuerpos sino a almas, porque no alcanza del Señor lo que es sólo Maná, sino que Dios mismo es el divino Maná que él reparte, porque recibe no sólo la ley, sino la perfección de la misma Ley, porque no oye a Dios desde la zarza que ardía y no se quemaba, sino que oye la verdad de la boca del Verbo Encarnado, porque no es pueblo carnal el que dirige a la tierra, sino que es el espiritual que lo dirige al cielo, porque no son promesas y figuras el conjunto de sus actos, sino que es la realidad y el cumplimiento de todas ellas; en suma, el misionero glorifica a Dios ante los reyes y los papas, y le da tanta gloria y con tales aumentos y con tal disposición que en el tiempo de la misa le entrega infinitamente mas de cuánto le dio Moisés. ¡0h si comprendiéramos esta verdad, cuánto, cuánto amaríamos nuestra santa vocación!

7 Nm 16, 8.

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24. Es superior a la de los ángeles y a la de los purísimos padres de Cristo El josefino como misionero es superior en dignidad al ángel, a todos los ángeles y aun a

todos los coros de la celestial Jerusalén, porque ellos, aunque tengan el poder y sabiduría, curen enfermos, posean todas las lenguas, hagan milagros, vean a Dios y estén unidos a El con todo el fuego de la caridad, pero jamás podrán perdonar ni un solo pecado, ni decir una sola misa, ni alimentarse con la sagrada comunión; y es tanto más superior en dignidad el sacerdote al ángel, que san Pablo nos lo presenta siendo juzgados por él: Hemos de juzgar a los ángeles.8

¿La dignidad de José y de María como purísimos padres de Cristo qué es? Es la suma de las dignidades, es la reunión de todos los títulos, y cuanto se dice de María y de José, no es otra cosa que variantes del título de padres de Dios. Pero ¡Oh misionero! reflexiona tu dignidad porque tu ores también en cierto modo Madre de Dios y Padre de Dios, con la diferencia que este Verbo que tomo su carne con el consentimiento de José, en el vientre purísimo de María, la toma en tus mismas manos mediante tu voluntad que pronuncia las palabras de la consagración. ¡0h misionero! reflexiona que tu dignidad supera en cierto modo también a la del señor san José, y supera a la augusta y suprema dignidad de María Madre de Dios, porque los padres purísimos de Cristo lo engendraron y concibieron una Sola vez, y en ti se verifica tantas veces cuantas dices la santa misa; y porque los purísimos padres de Cristo con todo su poder jamás han podido perdonar un solo pecado, y tú puedes perdonarlos hasta lo infinite. ¡0h misionero! piensa, pero detenidamente, para que barruntes desde ahí hasta que punto debes ser santo. Tu conducta debe ser tan ejemplar y tu unión con Dios tan estrecha, que sea el resultado del: Sed santos, pues yo soy santo,9 y que todas tus obras y ministerio solo respiren el divino aroma del haré conocer mi santidad en los que se acercan a mí,10 ya que ofreces no un pan ácimo, sino aquel pan que es el Cordero inmaculado; y ya que inmolas no una víctima sin mancilla, sino las carnes sagradas de Cristo Jesús para la salvación de todo el género humano. ¡Qué el señor san José se digne enseñarnos tan consoladora verdad!

25. Es la dignidad de un josefino la dignidad de Cristo Yo confieso que cuanto he dicho para hacer conocer la dignidad de un misionero hasta

ahora, es a la verdad tan poca cosa, que casi no sirve de nada, porque hemos comparado con las criaturas aquella dignidad que es la misma de Jesucristo; y si fuera lícito el repetirlo, yo diría aun que es más que Dios en un sentido, porque de hecho el sacerdote misionero manda al mismo Dios y éste lo obedece. Además es el misionero el que por oficio real y verdadero funge a favor de los pueblos aquellas funciones que Cristo desempeñaba a los habitantes de la Judea; y él es el que instruye y educa a la juventud, y el que forma a los sacerdotes dirigiéndolos en la ciencia y en la virtud. Por esto cuando el Señor en su bondad y misericordia determine nuestra aprobación, entonces según las Reglas parece que podrá decir de nosotros la santa Sede: Los misioneros de san José en los lugares que fueren enviados enseñarán los preceptos de Dios a los ignorantes y los instruirán en los principios de la doctrina cristiana, los oirán en confesión, aun general, predicarán sermones espirituales acomodados a la capacidad popular, catequizarán, procurarán establecer la cofradía llamada universal de san José. Formen a los jóvenes para eclesiásticos en los colegios clericales, en las casas de la Congregación reciban a los párrocos para ejercicios espirituales para que gobiernen bien sus iglesias y por medio de nuestras hermanas de san José, desempeñen con

8 1Co 3, 3. 9 Lv 11, 44. 10 Lv 10, 3

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agrado en favor de las mujeres aquellos beneficios hechos por nuestro Señor Jesucristo a Martha, a la Magdalena, a la samaritana, a la hija del arquisinagogo, a la cananea y a la viuda de Naim.11

¿No será esto declarar que nuestra dignidad es la dignidad de Cristo? Oremos para que esto suceda, por qué la aprobación apostólica definirá, de la manera más clara, que el misionero es en el ejercicio de su ministerio el vicario de nuestro Señor, y que funge de hecho su sacerdocio. Y para que nada falte a nuestra semejanza con Cristo, todo esto debe verificarse en villas, ranchos, pueblos y ciudades,12 y para que tenga el retrato hasta el más insignificante perfil, debe el misionero hacer todo esto: sin ninguna esperanza de premio humano esperando solamente el divino.13

A vista de esto ya no digamos que el Josefino só1o es la imagen de Cristo; afirmemos si, que es a Jesucristo lo que los rayos son al sol, porque es tan igual a Jesucristo, que si bajara El a la Iglesia en donde confiesa el misionero, y ambos dieran la absolución al penitente en igualdad de circunstancias, tan perdonados serian los pecados del uno como los del otro, porque en ambos casos se verifica del mismo modo el: A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados.14 El que os escucha a vosotros, a mí me escucha.15

Digamos de una vez que el misionero es el mismo Jesucristo recién nacido, el mismo en su vida oculta, el mismo predicando el reino de Dios su Padre, el mismo instruyendo a los niños, el mismo enseñando a los ignorantes, el mismo santificando a la mujer, el mismo formando a sus apóstoles y el mismo instituyendo el santísimo Sacramento del altar. ¿Qué significan si no estas palabras: Esto es mi cuerpo?16 Es el Padre de Jesucristo y es su Madre: El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.17 Yo te he engendrado hoy.18 Es su parte más luminosa, como si fuese su divino ojo; y es el Dios de la tierra, es el Dios visible, es el Cristo de los fieles, es... pero, ¿no nos será lícito repetirlo? Es Dios y es superior al mismo Dios: Esto es mi cuerpo,19 cumpliéndose según toda la extensión de la palabra aquel: Obedeciendo el Señor a la voz de un hombre,20 puesto que Dios se ha puesto a sus órdenes y de un modo semejante a san Pedro que hacía milagros que no se lee que los hubiera hecho tan prodigiosos Cristo Señor nuestro. Oíd hijos de Leví, ¿acaso os parece poco que Dios os haya separado de todo el pueblo y os haya unido a Él?21

Ya no me admira que los mayores santos se escondieran cuando se trataba de ingresar en el sacerdocio y que no quisiesen recibirlo sino hasta que veían la voluntad expresa de Dios; mas lo que no puedo comprender es que haya sacerdotes tan abominables que se abajen hasta dar su derecha a una de tantas sirenas como andan por las calles; sacerdotes que sean el oprobio de la religión, sacerdotes que hoy se vean en el santuario, y que ayer se presentaban en el teatro, y que estén en frente de una parroquia ¡Oh

¡Salvador mío! ¡Oh Dios mío! ¡tanta dignidad en el sacerdocio y tanta indignidad en el recibirlo! ¡0h incomparable Instituto del señor san José! por solo este beneficio yo te amare y

11 URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633. 12 URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633. 13 URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633. 14 Jn 20, 23. 15 Lc 10, 16. 16 Mt 26, 26. 17 Lc 1, 35. 18 Sl 2, 7. 19 Mt 26, 26. 20 Jos 10, 14 21 Nm 16, 8-9.

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adoraré todos los días de mi vida, porque tú me obligaste a entrar en el sacerdocio, porque tu me preparaste para que lo recibiera lo menos indignamente posible. Porque ¡ay, ay de ti! la pureza del sacerdote ha de ser superior a la de los mismos ángeles, sus manos destinadas a tocar el divino Sol de Justicia, han de brotar rayos de belleza y de hermosura; su boca y lengua como teñidas en la tremenda sangre de todo un Dios, han de estar cerradas aun a la murmuración más ligera y solo abiertas para la edificación, ¡Oh poderosísimo José! ¿Que haré, Padre amadísimo, para que se cumpla en cada uno de nosotros el: Honraré mi ministerio22 y el No demos a nadie motivo alguno de escándalo, para que no sea vituperado nuestro ministerio, antes bien, portémonos en todas las cosas como deben portarse los ministros de Dios23 de san Pablo? Nosotros somos incapaces de responder acertadamente, pero si aseguramos que lo cumpliremos de hecho, poniendo en práctica con junto admirable de documentos muy espirituales que encerramos en las siguientes palabras:

Ha llegado el momento de hacer fructificar los talentos que nos han sido confiados, para que cumplamos los designios de la Providencia, ya que ella nos ha enriquecido con sus inefables misericordias. Nuestro Instituto del señor san José ha de consagrarse absolutamente a su mayor gloria, por medio de nuestra correspondencia a los designios de Dios. Ella pide que nos entreguemos al ministerio que nos ha sido confiado, que cumplamos las funciones de nuestra vocación con una conducta irreprochable; que en todas circunstancias, ora evangelicemos a los pobrecitos pecadores, ora formemos en nuestros colegios a los jóvenes en la virtud, ora colocados a la cabeza de los Levitas los introduzcamos seguros en la carrera sacerdotal, ora presidiendo los ejercicios espirituales dados a sacerdotes del Señor, les comuniquemos la ciencia y las virtudes que le son propias; ora en fin, atravesando los mares y trabajando en las más remotas regiones, para hacer conquistas en favor del Evangelio, y de un modo especial, cuando estemos ocupados en la conversión de los indios bárbaros; en todos estos casos pide que nos portemos como dignos ministros de Dios, que superemos con valor los trabajos, las privaciones mismas que se presentan a cada paso en la santa carrera que hemos de seguir; que manifestemos en toda circunstancia una virtud que, separándonos del mundo nos ponga el abrigo de sus máximas; una ciencia toda de Dios, una longanimidad que sepa sufrir, una dulzura que se apodere de los corazones más endurecidos, una caridad tan tierna y verdadera que no reconozca imposibles, cuando se trate de procurar la gloria de Dios y el bien del prójimo. Cuando los josefinos procuren esta perfección, entonces todos los miembros predicaremos a Jesucristo y todos y cada uno de nosotros será como un templo espiritual donde el Señor tendrá sus complacencias y manifestará su gloria;24 y entonces, y sólo entonces, recibiremos la aprobación de la Sede Apostó1ica.

22 Rm 11, 13. 23 2Co 6, 3-4 24 Juan Bautista ETIENNE, 1844.

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Capítulo 6 Dignidad del misionero josefino fundada en las misiones de los pueblos

26. Empleo de las misiones Según el espíritu de las Reglas como sacerdotes tenemos este deber: Los eclesiásticos, a

ejemplo de Jesucristo y de sus discípulos, se dedicarán a recorrer ciudades y aldeas, repartiendo en ellas a los pequeños el pan de la divina palabra, predicando y catequizando.1 Y, por decirlo con más exactitud, según nuestras santas Reglas: Se dedicarán a dar misiones tanto a los fieles como a infieles.2

Con estas palabras nos aseguran las Reglas, la cuarta de nuestras ocupaciones, y con esto han empezado a determinar las cosas con las que habíamos de imitar la vida de nuestro Señor, porque al modo que los apóstoles y ministros de Jesucristo se dividieron todo el mundo y lo hicieron cristiano, así los misioneros hemos de dividirnos los pueblos y hacerles en su favor los mismos beneficios. ¡Qué grande es el misionero! No, no extrañemos que se diga de él lo del Dios que habitó entre nosotros: Abarcará la anchura de la tierra, Emmanuel,3 porque discurriendo por las cortes, las ciudades, pueblos, parroquias, haciendas y aun ranchos, hemos de repartirles el pan de la divina palabra, sin exceptuar (a su debido tiempo) la conversión de los indios bárbaros, los cuales en tanto número y en estado de tan grande necesidad están sumergidos en el abismo de todos los vicios; y lo que es más son aún idólatras, y no tienen conocimiento de la religión católica, y ni siquiera del verdadero Dios, por consiguiente ¿Qué será de ellos por toda la eternidad? Esto debemos pensarlo, y llenos de celo, tratar de remediarlo.

27. Origen de nuestras misiones Las necesidades gravísimas y siempre y más en aumento desde la época del año de 1857, en

la que se dio al pueblo mexicano una constitución atea, y por tanto, que al paso que facilitaba la libertad de cultos en toda su extensión, tan sólo ponía trabas a la Iglesia católica, siguiéndose de aquí una corrupción de costumbres siempre mayor, unos periódicos los más soeces, unas doctrinas las más disolventes, y unas ideas contra la religión cató1ica las más atrevidas, todo esto hizo pensar en la fundación de nuestro Instituto que tuviese por cuarta obligación de sus individuos el ejercicio de las santas misiones, que lo encerramos en las siguientes palabras: Nos parece que nuestras misiones son utilísimas para. la salvación de las almas, la enseñanza de los divinos preceptos y las verdades de la fe, la asidua predicación de la palabra de Dios, una frecuente recepción de la confesión y una digna participación de la sagrada Eucaristía.4

Y ¿por qué tomamos esta resolución de hacer misiones? Porque los párrocos apenas si pueden cumplir con su noble oficio. De donde hay que deplorar la perdición de las almas por las que Cristo, Dios y Señor nuestro, habiéndose revestido de nuestra carne, se digno padecer la muerte de la cruz. Por esta razón pensamos que sería utilísimo para, la salvación de las almas y cosa muy agradable a Dios, si se instituyera una congregación de hombres probos e idóneos que procurara la salvación de las almas, no sólo en las rancherías, pueblos y ciudades, sino también en

1 RCM 1, 2. 2 RMJ 1, 8, 4º. 3 Is 8, 8. 4 Videtur nobis nostras Missiones utilissimas esse ad salutem animarum, ad divinorum praeceptorum et rerum fidei catholicae instructionem; ad assiduam verbi divini praedicationem, ad confessionis sacramentalis frecuentationem, et ad sanctissimi Eucharistiae sacramenti condignam susceptionem. (URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633).

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los lugares de infieles. Nosotros, habiendo tenido este pensamiento, principiamos esta Congregación, y poco después, con la ayuda de la divina gracia, hemos encontrado muchos hombres piadosos y prudentes deseosos de formar parte de esta Congregación en la cual viviremos en vida común bajo el gobierno de nuestras Reglas.5

Y si a esto se añade el estado tristísimo en que se encuentran muchos pueblos, la vida de amancebamientos de nuestros cristianos, separándose del matrimonio de la Iglesia y contentándose con solo lo que se llama matrimonio civil; la separación también completa de los fieles de la sepultura eclesiástica, y que muchos han tomando ya la nefasta costumbre de no bautizar a sus hijos, o bien de bautizarlos cuando ya son grandes, todo esto y mucho más que callamos nos hace ver cuán apremiantes han sido los motivos y las razones que han movido a trabajar con todas nuestras fuerzas para formar el Instituto de Misioneros Hijos de María del señor san José. ¡0h cuántos trabajos sufridos! ¡Cuántas persecuciones toleradas! ¡Cuántos obstáculos superados! Tanto hemos sufrido, que ciertamente habríamos de haber sucumbido bajo el terrible peso de tales trabajos. Queremos además, que se sepa, para gloria de Dios, que de parte de los que nos debieran protejer hemos sufrido todavía más; que si aun somos, somos tan solo porque Dios ha querido que fuéramos, habiéndonos conservado sólo el poder de su brazo y mediante un milagro de primer orden, que para nosotros lo tenemos por tan cierto, como el sol que diariamente nos alumbra.

28. Excelencia y necesidad de las misiones Para encontrar el verdadero origen de las misiones es preciso remontarse hasta el mismo

Jesucristo nuestro Señor, que revestido por su Padre celestial de la misión augusta de reacatar al género humano, envió a sus apóstoles y a todos sus sucesores a continuar por todo el mundo esta misión divina. Jesucristo manifestó una predilección para con los pobres y habitantes de las aldeas: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres”.6 Y envió a sus apóstoles y discípulos a predicar el Evangelio a los habitantes de los campos: “Iban de pueblo en pueblo anunciando el Evangelio”.7

Y predicó también en las grandes ciudades, para que todos se aprovecharan de su venida, sin exceptuar siquiera las grandes sinagogas y aun el templo de Jerusalén. La obra de nuestras misiones no es otra que la continuación de la de Jesucristo y de los apóstoles; ella es el tercer fin de los miembros de nuestro Instituto después de la santificación personal, ella es el fundamento sobre el cual está fundado nuestro Instituto del señor san José, atendidas las necesidades actuales, por esto podemos decir: que sin quitar nada a nuestras escuelas josefinas, y a nuestros colegios de instrucción primaria y secundaria, y a los clericales en los que deben formarse los levitas del santuario; sin embargo, son las misiones como su principio vital y como la savia de donde Maná para ella la vida, la fuerza, la fecundidad y la perpetuidad de todo nuestro Instituto del señor san José. Creímos ser un deber nuestro reglamentar las santas misiones como lo hicimos, y recomendarlas tan eficazmente que no se descuiden jamás por atender a otras obras. El nombre de misionero josefino que se nos ha dado por la unánime aclamación de los pueblos, es una nueva

5 Quia parrochi vix possint tanto muneri satisfacere; hinc deplorandun animarum perditionen quarum tamen Christus Deus et Dominus noster, humana carne asumpta, mortem crucis subire dignatus est. Hac de causa nos cogitamus ad saluten animarum utilissimum, Deoque optimo maxime gratissimum fore si aliqua proborum et idoneorum virorum multitudo istitueretur, qui non solum rusticorum et pagorum, oppidorum, et civitatum, sed etiam locorum curam animarum haberent. Hoc salutari concilio inito, Nos huic Institute principium dedimus et mox, divina favente gratia, quam plurimos pios et cordatos hujusce Instituti amplectendi cupidos viros invenimus, atque inibi in comuni vita erimus, et vivimus sub gubernio nostrarum regularum. (URBANO VIII, Bula Salvatoris nostris, 12 de enero de 1633) 6 Lc 4, 18. 7 Lc 9, 6.

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prueba de que la obra de las misiones debe ser mirada por nosotros como la primera y la más excelente de nuestras funciones. Ojalá que todos los misioneros comprendan bien el grador y belleza de su vocación, para que se entreguen sin reserva a la obra de las santas misiones con el celo ardiente y generoso que sabe imponerse toda suerte de sacrificios, y no retrocede jamás ante las fatigas, las dificultades y las contradicciones.8

Esas verdades son las que nos recuerda el Directorio de la misión, y verdades que hemos reducido a la práctica en las primeras misiones, y verdades que hemos de legar a los que vengan después de nosotros, diciéndoles:

Somos llamados para evangelizar a los pobrecitos pecadores. ¡Qué motivo de confusión para todo el Instituto! El ha sido escogido por el señor san José, a fin de que todos sus miembros hagan lo que vino a hacer en la tierra nuestro divino Salvador, el cual vino a ejecutar los mandatos de su Padre celestial, que fueron evangelizar a los pobrecitos pecadores, que son a los ojos del mundo como un objeto de menosprecio. La ignorancia de los pueblos es tanta que es casi increíble; y no habiendo salvación para las personas que ignoran las verdades cristianas que de necesidad deben saberse, ¿qué será con muchos de los que se llaman católicos? Para remedio de tanta necesidad ha puesto Dios a los misioneros para poner a la pobre gente en estado de salvarse y neutralizar así la negligencia de los pastores y los daños de los herejes, impíos, masones, indiferentes en materia de religión, y nuestra existencia es un efecto de la divina bondad para remediarlos. ¡0h Salvador y Señor Dios mío! os damos gracias porque habéis enviado este Instituto Josefino para que los pecadores os conozcan y tengan así la vida eterna. Y por decir lo que sentimos sobre este punto, añadiremos: el hacer misiones y dar ejercicios espirituales de tal suerte es uno de los fines principales de nuestro Instituto, que todo lo demás es en cierto modo como accesorio;9 porque sin las misiones jamás habríamos conocido la necesidad de la instrucción religiosa, de las clases católicas de las escuelas josefinas, de los colegios de primero y segundo orden, de la dirección de los ordenados y aun de la formación de un conjunto de mujeres que hemos llamado josefinas, y que viven del todo dedicadas a la práctica de la más ardiente caridad en favor de los pobres, de los enfermos, de los necesitados, de la niñez, de la juventud, a fin de que estén dispuestas a ejercer la caridad en todo tiempo, ocasión y a toda clase de personas. Para que de una vez amemos nuestras misiones como es debido, acordémonos que nos dice la regla: Preocuparnos por la salvación del prójimo mediante las misiones.10

Por tanto, bien podemos concluirlo de nuevo, diciendo así: El nombre de Misioneros Josefinos que nosotros no nos hemos impuesto, sino que ordenándolo así la divina Providencia, nos ha sido dado por la voz común de los pueblos, muestra a las claras que el ministerio de las misiones debe ser para nosotros el primero y principal de todos nuestros ministerios para con el prójimo, por eso la Congregación no debe omitirlas jamás so pretexto de cualquiera otra obra de piedad, aunque más útil por otro lado; sino que todos se inclinarán a ellas con el mayor afecto de su corazón, de tal manera que estén siempre preparados para salir a misiones en cualquier momento que se lo mande la obediencia, ya sea entre fieles, ya entre infieles.11

Hasta este punto es la excelencia y dignidad que nos confiere el ejercicio de las santas misiones, y tan apremiante la necesidad que tenemos de hacerlas.

8 Congregación de la Misión, Directorio de la misión. 9 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 387-388. 10 RMJ 1, 2. 11 RCM 11, 10.

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29. Carácter de nuestras misiones A la manera que todas las religiones que hay establecidas en la Iglesia de Dios todas son

santas y todas tienen el peculiar espíritu que las anima; así todos los sacerdotes que dan misiones las dan igualmente según la religión a que pertenecen; y a nosotros nos toca por tanto, no el copiarlos y hacer lo que ellos hacen, sino darlas según nuestro espíritu y según el modo que nos ha marcado el Reglamento de la Misión, en el que decíamos: siendo las santas misiones, carísimo hijos, una de las funciones más principales para nosotros, como llamados por medio de una vocación especialísimo... damos a luz estos Reglamentos a fin de poder comunicar a nuestros trabajos apostólicos el carácter que debe ser propio de nuestro Instituto, y obrar en consecuencia, conforme nuestra santa vocación. Encargamos la lectura de nuestro Directorio de las misiones, que hay muchas y muy importantes cosas para darlas a los pueblos perfectamente bien. Por consiguiente no se ha de predicar según el mundo, sino a Jesucristo crucificado, como decía el Apóstol san Pablo. No ha de haber en ellas grandes funciones de iglesia que más sirve a la curiosidad que a la devoción: Se reprueban los gastos superfluos en la música, en los preparativos y las ceremonias,12

Ni deben hacerse las procesiones de penitencia con cruces, sogas, corona de espinas, porque el estado actual de la sociedad no lo permite; tampoco nos debemos servir de calaveras, cabezas de muerto, pinturas de condenados y otras exterioridades, porque no lo permite la santa sencillez que debe brillar en todos nuestros actos, porque los pecadores no se convierten con ficciones, sino con mansedumbre y humildad, y porque los tiempos que atravesamos piden otra cosa. En nuestras misiones debemos hacer lo que dice el Reglamento, y debemos, por tanto, trabajar con todo empeño para que con el visto bueno de los señores curas se establezca la Asociación Universal del señor san José, cuyos socios están destinados a ser con el tiempo como la Tercera Orden del señor san José. Por consiguiente, sea nuestra máxima poner en práctica nuestro Reglamento, y por tanto: nuestros misioneros en sus misiones no deben erigir cruces ni introducir novedades.13

¡Ojalá que la sencillez y la humildad y la mansedumbre y la mortificación.y el celo de la gloria de Dios sea el carácter de nuestra misiones!

Y ojalá que siempre tengamos presentes estos documentos: En las predicaciones se prohíben las novedades como son: lo.—Predicar sin sobrepelliz.

2o. — Disciplinarse con azotes o látigos. 3o. — Llevar achones encendidos en las manos; en la predicación atraer hacia si el

crucifijo, golpeándose. Desnudarse de las vestiduras sagradas para infundir terror; sino más bien oren mucho, vivan santamente, insistan en el orden de la misión, compórtense bien, prediquen piadosa y afectuosamente, y hagan consistir el fruto de la misión en la conversión de vida, y no en las lágrimas o en el aplauso y alabanza popular.14

Que nunca jamás, jamás salgamos de un pueblo misionado, sin que de nuestra parte queden todos devotísimos de nuestro padre y fundador el señor san José y que quede bien establecida de nuestra parte la Asociación Universal Josefina.

12 Expensae superfluae in musica et nimio apparatu reprobantur 13 Cruces in misionibus non sunt e nostris erigendae, nec aliud novum introducendum (JOLY Edmundo). 14 Prohibentur in conciones novitates, quales sunt: 1. Concionarii sine superpelliceo. 2. Flagellis aut funibus se cédere. 3. Manibus funalia accensa percutem gestare declamando crucifixum attrahere. Nec sacris ad terrorem incusiendum vestibus exuant; sed multum orent, sancte vivant, assidue ordini missionis insistant, solide componant, pie et affectuose pronuntient, et fructum missionis constituent in conversione et correctione vitae et non in lacrymis et populorum laude au plausu (CONTY).

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30. Medios para hacer las misiones con fruto Es el primero la guarda del Reglamento que nos ha dado el mismo señor san José, porque su

práctica nos obliga, pudiendo aplicarnos las siguientes palabras de un santo misionero: Habiendo dado nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos reglas para hacer bien las misiones y los ejercicios espirituales, mandándoles que rogasen al dueño de la mies para que enviara obreros a recogerla...

Por eso nosotros, deseando seguir sus huellas según nuestra pequeñez, observaremos con toda exactitud las reglas siguientes, así como también las instrucciones que suelen darse en la Congregación para el buen orden en las Misiones15 y los ejercicios espirituales.

Por consiguiente: 1. Pondremos en práctica la observancia fiel del Reglamento, cuyas prácticas las hallamos en

el origen mismo de nuestras misiones, y tan sabiamente aplicadas por nuestros Reglamentos. 2. Evangelizar no sólo a los ricos, si que también a los pobres; tanto a los ignorantes que

carecen de toda instrucción, como, los hombres sabios cuya alma peligra; ora a todos los católicos ora en suma, a los herejes. a. cismáticos. a los incrédulos. y aun, los mismos bárbaros por eso dice nuestro Reglamento de las misiones que todos hemos de estar siempre dispuestos a misionar no solo en las ciudades, en los pueblos en las villas, en las haciendas y en los ranchos sino que también entre los indios bárbaros, ya que desde el principio nos hemos propuesto ante todo hacer el bien por doquiera que se pueda hacer imitando en esto a Jesucristo Señor, a la santísima Virgen María y al señor san José, quienes pasaban por todas partes haciendo el bien.

3. Ir a las misiones no como quien hace un contrato con cada cura. Sino enviados por nuestros señores los Obispos a las parroquias tuviere a bien, y portarnos con los curas del modo que en seguida expresamos y que la experiencia nos ha demostrado ser utilísimo: Los que vayan a dar Misiones llevarán siempre consigo la patente de los señores Obispos en cuyas diócesis se van a dar las Misiones, y se la enseñarán a los párrocos o vicarios de las iglesias a donde fueren. Terminadas las Misiones, antes de volver a casa, darán cuenta a los señores Obispos, si así lo desean, de lo que han hecho en ellas. Al principio y al fin de la misión pedirán todos la bendición al párroco, y en ausencia de éste, a su vicario, y no harán cosa alguna de importancia en la parroquia sin comunicárselo antes, y se abstendrán de emprender cosa alguna contra su voluntad. 16

Y por decir en menos palabras una circunstancia de mucha importancia, notaremos que las misiones son el glorioso efecto de nuestro cuarto voto: Para consagrarse Dios con más perfección, los misioneros harán el cuarto voto de dedicarse a la enseñanza de la juventud y a las misiones.17

¡Quisiera el señor san José concedernos la gracias de hacer las misiones como varones apostólicos, y hacerlas con la mayor frecuencia y con toda la perfección que nos sea dable, porque de ocupación tan excelente brotan las cristalinas aguas de innumerables fuentes, que nos patentizan más y más nuestra infinita dignidad de Misioneros del señor san José! ¡Dichoso el que morir pudiera en medio de los trabajos de una misión!

15 RCM 11, 1. 16 RCM 11, 5-6. 17 RMJ 8, 1.

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Capítulo 7 Medios para hacer bien las misiones

31. Los ejercicios de piedad En misión son tanto más necesarios los ejercicios de piedad, cuanto la gente nos pide nuestro

ministerio con mayor ahínco, porque si uno se descuida, después de haber limpiado a los demás se encontraría el mismo con la suciedad de la culpa. Por esto conviene la práctica de los siguientes documentos: Observaran las horas señaladas para levantarse y para acostarse; para dedicarse a la oración y para ir a la Iglesia y volver de ella.1

Antes de salir a la misión conviene hacer un día de retiro y después de ella confesarse de las principales faltas. Los primeros días en los que no se confiesa, no son días de recreo, sino que deben emplearse en el estudio y en la lectura espiritual. En las misiones se tienen Las conferencias, y no se acostumbra hacer repetición mas esta se hará en lugar de la conferencia al ocurrir alguna fiesta sobre todo al principio de la misión. Después de la misión parten todos juntos y no se queda ni un solo misionero aunque fuera para dar ejercicios al cura.2

A todo esto, deben añadirse los demás ejercicios tal como están dispuestos en el Reglamento, y su práctica es un medio muy eficaz; no hacer dichos actos de piedad, es destruir por su base las misiones y a loa misioneros; pues aún los más fervorosos pronto perderán su santa vocación, después de haber ofendido mucho a Dios y aun haber escandalizado quizás a los mismos que fueron a evangelizar, lo cual es siempre una falta grave de escándalo.

32. Espíritu de mortificación Este espíritu es tan necesario que si careciera de él, convertiría almas en fuerza de su

vocación, no lo negamos; pero también debe asegurarse que el mismo saldría lleno de faltas; y quiera Dios que la inmortificación no lo condujera hasta cometer faltas graves, porque hemos de tener por cierto que la misión es una de aquellas funciones que no pueden hacerse bien, sino en cuanto se tiene un espíritu verdaderamente apostó1ico, por consiguiente, no debe irse a ella para mudar de temperamento, para conocer otras tierras, para vivir con más anchura, para salir del tedio que causa el aposento y otras cosas semejantes, porque esto sería obrar contra el orden establecido por Dios.3

Obran contra este espíritu de mortificación y aun contra la Regla, los que después de haber sufrido algunas molestias en las misiones no quieren volver a ellas; o bien, porque su corazón está apegado a otra función que desempeñan; obran contra este espíritu los que, cuando se trata de ir a alguna misión en un pueblo de pobres indios, presentan muchas excusas que nunca faltan y el pobre superior gimiendo se ve obligado a tragárselas; obran contra este espíritu aquellos que, cuando se trata de una misión considerable en donde puedan satisfacer su vanidad, ahí están los hombres que la piden y la solicitan, y hacen cuanto pueden directa o indirectamente para ser destinados a ella, pues dicen en su interior: ¡Oh! habrá tales personas que me oigan, tendré muchos oyentes de merito, asistirá mucha gente y haré maravillas, y aun después se hablara de mi y se dirá: éste si que es un buen misionero, un excelente predicador, un hombre de talento.

1 José María VILASECA, Instrucción para los Misioneros Josefinos que se ocupan en las santas misiones, 29 y 39. 2 JOLY Edmundo 3 GIORDANINI

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¡Oh Salvador mío! ¿Esto es ser buen misionero? ¡Ah! este tal es un diablo en vez de un misionero, su espíritu es espíritu de mundo, y el mismo está en el mundo con el corazón y con el afecto, y ha faltado a su palabra, a Dios y al superior, y só1o piensa en si mismo. Por tanto, los misioneros no deben huir del trabajo incesante de las misiones y de los ejercicios espirituales por los padecimientos que traen consigo, como cosas perjudiciales a la salud del cuerpo, sino amarlo mucho como un medio para llegar más pronto a la patria celestial, y porque es ciertamente cosa muy digna de un misionero el tener y conservar un tal deseo de ir a la misión y dar tandas de ejercicios, que le haga vencer todos los obstáculos y aun desear morir en un ejercicio tan santo. Cuando se va a misión o a dar tandas de ejercicios, no se sabe muchas veces donde alojarse, ni lo que se hará, y frecuentemente se encuentran las cosas del todo diferentes de lo que se habían pensado.4 Conclúyase por ahí hasta que punto se necesita en las misiones y al ir a dar los ejercicios el espíritu de mortificación.

33. Espíritu de desinterés Aunque el espíritu de desinterés ha sido siempre una necesidad en los misioneros, pero

nunca lo ha sido tanto como en nuestros días; ya porque los sacerdotes se encuentran tocados del interés, ya porque los mundanos no piensan sino en lo material que los rodea, ya porque ahora só1o un espíritu desinteresado puede convertirles. Cuán culpables no seríamos delante de Dios, si por nuestra culpa algunas almas dejarán de convertirse por no ver en nosotros el desinterés que pide nuestra vocación. Nos lo pide la santa Regla diciendo con las palabras más formales: Haremos las misiones tanto entre fieles como entre infieles sin exigir dinero por darlas.5

Por consiguiente, la misma autoridad que nos colocó en la Iglesia ha establecido el que hagamos nuestras funciones sin exigir dinero para darlas, porque no estamos nosotros menos obligados a hacer nuestras funciones gratis que los capuchinos a vivir de limosna. ¡0h buen Dios! ¿Qué se diría de un misionero que exigiese dinero para las misiones? ¿Qué se diría de los misioneros que no quisiesen misionar, sino por la retribución pecuniaria?6 Ojalá esto esté lejos de todos nosotros, poderosísimo señor san José, y tengamos por cierto que: El Instituto se ha dado a Dios desde el principio para hacer todas las funciones de la misión sin exigir dinero, fundado en estas palabras de nuestro Señor: “De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia”;7 y se ha visto que era un gran medio para hacer fruto en los pueblos, los cuales dicen: estos señores son gente de bien, y tan desinteresados que nada nos exigen y con esto se ganan más fácilmente a Dios.8

Pero cuando los señores curas u otras personas nos ofrecieran lo necesario lo podemos recibir y tener por máxima: No debemos abandonar las misiones, sino que debemos hacerlas con las ayudas que nos ofrezca el pueblo; no a causa de las incomodidades que podrían seguirse de un proceder contrario sino porque hemos aprendido de nuestras reglas que prescriben hacerlas de este modo.9

En fin, el espíritu de la santa Regla nos obliga a hacer una declaración sobre un punto de tanta importancia, y con tales palabras que no dejan lugar ni siquiera a dudas, por esto lo hacemos ahora diciendo: A ejemplo del apóstol san Pablo, el cual, con el fin de no ser gravoso a nadie, trabajaba de día y de noche con sus propias manos, para ganar su sustento y el de sus compañeros,

4 SVP, Conferencia a misioneros del 22 de agosto de 1659, sobre las cinco virtudes fundamentales; ES, XI, 590. 5 RMJ 11, 5. 6 SVP, carta. 7 Mt 10, 8. 8 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de noviembre de 1659 sobre la pobreza; ES, XI, 655-656. 9 Congregación de la Misión, Asamblea general 1835.

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en las misiones a nadie serviremos de carga, antes bien haremos completamente gratis todos los ejercicios de ellas, sin recibir retribución alguna, ni siquiera el sustento del cuerpo.10

Queda, pues, demostrado que así como somos llamados a evangelizar a los pobrecitos pecadores, así también lo somos para hacerlo sin exigirles cosa alguna, aunque podemos aceptar la retribución o sustentación temporal que necesitaremos, atendidas nuestras tristes circunstancias por las que atravesamos.

Concluiremos este punto diciendo que las misiones, o sea, el evangelizar a los pobrecitos pecadores, tanto los fieles como los infieles, es la tercera de nuestras funciones, es la porción más cara que nos ha dejado la Regla, y es una condición esencial para hacerlas bien, y condición formalmente expresa en nuestra Regla, a la cual están adjuntas principalmente todas las bendiciones del cielo, el hacerlas sin exigir nada por ellas, por esto yo estoy persuadido que exhortándoos a hacer las misiones de este modo, cumplo con uno de los deberes más graves de mi solicitud. Las santas Reglas han declarado expresamente que habíamos de hacer nuestras funciones gratis, si es necesario; pero si podemos recibir lo que los fieles nos dieren, como lo recibía el Apóstol san Pablo y demás apóstoles; si podemos recibir la limosna de la misa y demás medios de poder subsistir; pero en ningún caso deberemos exigir las cosas de suerte que sin ellas se dejara de hacer la misión.11

Por tanto en la misión podemos recibir la casa en donde hayamos de habitar con su ajuar correspondiente: Sin embargo podremos aceptar la habitación que se nos ofrezca y los muebles más precisos,12 así como de la leña o carbón que necesitare el hermano: Se puede recibir la leña necesaria para la cocina ofrecida por la comunidad del lugar.13 La limosna de la misa que nos dieren: Pueden recibirse los estipendios de las misas por celebrar en otro lugar.14 La limosna por las ceremonias de cuaresma en el siguiente caso: Si se hacen misiones en tiempo de cuaresma, puede recibirse el estipendio ya estipulado.15

Puede recibirse lo necesario para el viaje y para los gastos que erogaran los misioneros para su alimento, si el señor Obispo o el señor Cura o alguna persona se lo ofrecieren, porque la Regla que manda no exigir, permite que recibamos lo que los fieles nos dieren para poder subsistir, y hacer frente a las necesidades de la Congregación que en nuestros días son a veces muy urgentes.

34. Qué debe hacerse con los regalos Sobre este punto de tanta importancia, trascendencia y peligro, diremos: en misión no se

recibe nada sin licencia del Director de ella; pero con su licencia puede recibirse lo que nos dieren, debiendo entregarlo inmediatamente al superior, pues nos obliga en este caso de un modo especial, el: Nadie usará de ninguna cosa como si fuera propia.16

Pueden recibirse las cosas que se dan para todos a fin de conservar la caridad; y queda a cargo del superior el repartirles las reliquias del señor san José que creyere oportuno así como el dejar de recibir algún regalo que no fuese conveniente por alguna circunstancia.

10 RCM 11, 7. 11 Juan Bautista ETIENNE, 1863. 12 RCM 11, 7. 13 BONET 14 Missarum alibi celebrandum elemosyna recipi potest. (JOLY Edmundo). 15 Si fiant missiones in quadragessima potest admiti stipendium, ab aliquot constitutum. (Congregación de la Misión, Asamblea general, 1736) 16 RCM 3, 5; RMJ 5, 3.

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La dignidad de un misionero en fuerza de las santas misiones es la dignidad de Jesucristo evangelizado a los pobres pecadores; y el origen de nuestras misiones parte de las grandes y apremiantes necesidades de los pobres pueblos, y principalmente de nuestros indios bárbaros; a esto nos consagran las santas Reglas, que nuestras misiones deben distinguirse por el carácter de una admirable sencillez, y que para hacerlas con las bendiciones del cielo, hemos de ser: observantes de la Regla, piadosos, mortificados, y tan apartados de todo cuanto huela a interés, que se cumplan en nosotros completa y absolutamente estas palabras de la Regla: Los misioneros harán completamente gratis tanto las santas misiones para los fieles y como para los infieles, en cuanto sus recursos se lo permitan; mas si carecieren de fondos destinados a tan santos fines lo harán como pudieren, recibiendo toda clase de limosnas a este fin, conforme el dictamen del superior.17

17 RMJ 11, 5.

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Capítulo 8 Se comprueba con ejemplos lo que hemos dicho

35. Cuánto debe amarse una misión Hasta que punto deben los sacerdotes del Instituto del señor san José dedicarse al santo

ejercicio de las misiones, apenas puede decirse, porque las necesidades de la Iglesia mexicana son tantas y tan urgentes, que no hay ocupaciones, ni hay ciencia, ni condición, que suba tanto y valga tanto delante de Dios, como una simple misión en nuestros pueblos. Los señores Obispos nos exponen, y por desgracia se ve y se palpa, la triste situación de sus diócesis, en la que los ministros protestantes les arrebatan diariamente algunas de sus ovejas y en muchos curatos asientan sus reales el protestantismo, la fracmasonería, el liberalismo, la indiferencia en materia de religión, el casi completo olvido de los deberes religiosos, y una inmoralidad cada vez más alarmante. En vista de estas necesidades, bien podemos asegurar que ha llegado el tiempo de que el sacerdote josefino se ponga a la vanguardia del saber eclesiástico, de que como fiel discípulo de León XIII procure iluminar con su ciencia las tinieblas de la ignorancia del pueblo cristiano que le es dado evangelizar, de que se haga cargo de las verdades eternas y las exponga a favor de los fieles y de que trabaje sobre todo para dar a conocer al señor san José, como que ha sido llamado para tan gran fin, trabajando con, todo empeño en las obras que lo den a conocer y sobre todo por medio del Propagador del señor san José y del sacerdocio Cató1ico; mas debemos advertir que sin olvidar estos deberes tan indispensables, hemos de dedicamos en un todo al ejercicio de las santas misiones, ahora con los fieles y después con nuestros infieles que viven en las fronteras de muchos estados. Sepámoslo de una vez: la Providencia nos ha destinado a las misiones, las necesidades urgentes nos llaman a todas partes, en México hay actualmente millares de almas que extendidas sus manos dicen a cada uno de nosotros del modo más tierno: ¡0h misioneros, Dios os ha escogido para nuestra salvación; ea, pues, tened piedad de nosotros; ya de mucho tiempo a esta parte estamos sumergidas en el más espantoso atolladero de la ignorancia y del pecado; nosotros no tenemos necesidad de que poseáis grandes ciencias para salir de este pantano; vuestro celo y el rústico y el grosero lenguaje que usamos en estos montes, haciendas, ranchos y demás lugares nos es bastante; sin vosotros corremos riesgo de perecer! ¡Oh! plugiera al señor san José que los misioneros que en su bondad y misericordia se digno enviarnos sean verdaderos misioneros; no de la familia, ni del amor propio, ni de la propia voluntad, sine Misioneros del señor san José, misioneros que reconociendo que su divinidad es suma, así procuren revestirse de una heroica santidad, de una perfección suma; así cumpliremos con el gran fin que nos distingue en la Iglesia de Dios,

36. Las misiones en nuestros últimos años No obstante las penas, aflicciones, trabajos y toda clase de obstáculos que la herejía, la

incredulidad y aquellos mismos que podemos nombrar falsos hermanos nos han ocasionado, impidiéndonos tanto la dirección de la Asociación Universal como la formación de las josefinas, y sobre todo la de los, misioneros, con todo siempre hemos deseado acabar nuestra vida en el ejercicio de las santas misiones. ¡0h! ¡quién nos diera ver a nuestros hijos tan prontos, tan resueltos, con tanta experiencia y tanto espíritu de Dios, que pudiéramos entregarles la dirección de las diversas obras que nos vemos obligados a desempeñar, no obstante los años que nos aquejan y la multitud de quehaceres que nos acompañan!

Nosotros só1o pedimos a Dios que, por medio de los merecimientos de nuestro gran Padre el señor san José, acorte dichos días de prueba, pero de tal modo que muy pronto nuestros hijos tanto se entreguen a Dios, tanto amen su santa vocación, y tan grande sea el espíritu divino que los anime,

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que siendo ya ministros adecuados de Jesucristo, puedan hacer con seguridad las santas misiones sin abandonar los colegios. ¡Ojalá que no se realice que experimentemos todavía una tercera destrucción que nos aniquile del todo! pero aún en este caso diríamos que, si la divina Providencia así lo dispusiera, no se haga nuestra voluntad sino la de Dios.

37. Amor a las misiones Lo que a nosotros nos falta, y no sabemos comunicarlo a nuestros hermanos, lo hará en gran

parte un misionero de la diócesis de París, llamado Barbajelata: sus virtudes fueron tales que jamás apreciaremos lo bastante; tuvo un grande celo para todas las funciones sacerdotales, pero principalmente por las misiones. Ellas eran como su carácter peculiar y su obra de predilección; así es que se dio todo entero, desde el fin de su seminario hasta el último día de su vida.

Ese gran misionero hizo en persona más de doscientas sesenta misiones y, no contento con eso, quiso participar aun después de su muerte de los grandes bienes que ellas producen en las almas; para cuyo fin dejó un legado con la obligación de hacer cada dos años cuatro misiones. Daba gusto verle cuando se acercaba el tiempo de salir a alguna misión, porque no podía contener la alegría que inundaba su espíritu, y lo demostraba en la serenidad de su semblante y en la sonrisa de sus labios. Si alguna vez el superior en consideración a su avanzada edad buscaba algún pretexto para impedir el que saliese a misión, el suspiraba, gemía y le suplicaba con lágrimas en los ojos que no le rehusase la gracia de morir como el decía con las armas en la mano.1

38. Vocación para las misiones de nuestros indios bárbaros Es tanta la excelencia de la vocación de un misionero josefino, cuando los superiores lo

aplicaren principalmente a las misiones de nuestros indios bárbaros, que jamás podríamos apreciarla cual se merece. Como algunos de nuestros hijos en repetidas ocasiones nos han pedido el poder ir un día a las misiones de los indios bárbaros que están esparcidos en muchas de las diócesis mexicanas, bien podríamos decirles que si, si no desde ahora, por lo menos dentro de algún tiempo, pues esperamos en la misericordia de Dios, que después de la aprobación que dará la santa Sede a nuestro Instituto, vendrán días aceptables y de salud en favor de esos pobrecitos indios bárbaros o de paz, porque al fin son con toda verdad hermanos nuestros. Si; a cada uno de los misioneros que vayan para convertirlos se les podrá, decir: El Instituto ha puesto la vista en vos como la mejor víctima qué tiene para sacrificar y presentar a nuestro Creador. ¡Oh mi muy amable misionero!, ¿qué dice tu corazón de esta noticia? Recibe con mayor humildad tan señalado favor del cielo, porque esta vocación es semejante a la de los apóstoles y santos más grandes de la Iglesia; la humildad, hijo mío; la humildad solamente es la que puede corresponder a tal gracia, acompañada de un perfecto desprendimiento de todo cuanto es y de cuanto en adelante podrá ser, y de una firme confianza en la voluntad divina. Igualmente necesita tener un corazón grande, una fe semejante a la de Abraham, y de una caridad tan ardiente como la de Pablo. El celo, la paciencia, el amor a la pobreza, la discreción, la pureza y el deseo de sacrificarse a Dios enteramente son tan necesarios para vos como lo fueron para san Francisco Javier. Ningún otro lugar apetezca sobre la tierra, y un bien tan grande merece ser deseado mucho tiempo; y usted a quien nuestro Señor le ha dado mucho gusto por la conversión de nuestros indios bárbaros y se ha ofrecido a él para servicio en esta misión, ofrézcase de nuevo a Él como un obrero que es llamado a un puesto, el más elevado, el más útil y el más santificante que se halla sobre la tierra. ¿Puede hallarse dignidad comparable con esta dignidad? Creemos que no.

1 Vida del señor Barbajelata.

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39. Medios que nos dan la Regla y el directorio para las misiones Para que los misioneros ejerzan las funciones de la santa misión con el debido fruto,

mándales la Regla que se entreguen al estudio de la propia perfección y al continuo ejercicio de las virtudes cristianas, con particularidad, de aquellas que son propias de nuestro Instituto, porque sin esto, además del daño que se harían a si mismos, las misiones darían poco fruto; pues es cosa cierta que cuando falta el espíritu en los operarios, poco o ningún bien se hace en los pueblos. Por esta razón establece la santa Regla que en las misiones todos los ejercicios espirituales tengan su tiempo señalado; la oración mental, el examen particular y general de la conciencia, el oficio divino, las conferencias y demás ejercicios que se han dispuesto para conservar el espíritu en los operarios, y, para quitar la ocasión de variar este orden bajo el pretexto de consolar a los penitentes, determinó la Regla el tiempo que debían estar en el confesionario tanto por la mañana como por la tarde, queriendo que pasada esa hora se retirasen juntos a la casa. Así lo hicimos en nuestras misiones. ¡Ay de aquel misionero que con el carácter de bien, de ocupación, o de otras causas, abandona los ejercicios de piedad! Pronto el maldito pecado entrará en su corazón y lo perderá para siempre.

Si tantos, tan grandes y tan continuos y extraordinarios son los frutos que los misioneros podemos recoger mediante el ejercicio de las santas misiones, se sigue con toda verdad que ser misionero es ser un enviado del mismo Dios para salvar las almas y como atravesamos por unos días de tanta maldad bajo todos los aspectos, y días de la mayor incredulidad e indiferencia religiosa, viene el señor san José como instrumento extraordinario y nos llama para que nos afiliemos a sus banderas, y quiere formar de nosotros una compañía de hombres de Dios que extienda el reinado de su Hijo Jesús, y declare guerra a muerte al reino de Satanás. Humillémonos, humillémonos de corazón, humillémonos lo más profundamente posible, ya que nuestra dignidad es la dignidad excelsa de José, de María y de Jesús.

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Capítulo 9 Otros oficios propios de los sacerdotes josefinos

40. Felicidad de un misionero Cuando el bienaventurado Kempis decía: Feliz a quien la verdad por si enseña, bien

podemos decir que el Espíritu Santo le infundía estas palabras para que sirviesen un día de alabanza a un josefino, porque éste es el feliz, ya que el Señor le enseña la verdad. Por esto condensado nuestra santa Regla, relataremos sus oficios, diciendo así: Los eclesiásticos, a ejemplo de Jesucristo y de sus discípulos, se dedicarán a. recorrer las ciudades y aldeas, repartiendo en ellas a los repartiendo en ellas a los pequeños el pan de la divina palabra, predicando y catequizando; a exhortar a todos a que haya confesión general de toda la vida pasada, prestándose a oír sus confesiones; a dirimir sus pleitos y contiendas; a establecer la Cofradía de san José; a dirigir nuestras escuelas y colegios de externos establecidos en nuestras casas y a enseñar en ellas; a dar ejercicio espirituales y a hacer todo esto a favor de nuestros fieles e infieles; y a desempeñar otras funciones que estén en armonía con las susodichos ministerios.115

¿Como, pues, no habíamos de llamar al misionero feliz, sabiendo por boca del mismo Dios que le habla por la Regla lo que quiere que haga? Y feliz, porque no son figuras o voces pasajeras las que lo enseñan, sino que es la voluntad expresa de Dios y tal vez cierto contacto divino que le comunica una doble felicidad; feliz, porque no lo enseñan los sentidos que frecuentemente nos engañan, ni la opinión que de continúa nos traiciona, ni la triste experiencia del error, sino la verdad que opera por medio del don de ciencia, que nos descubre hasta lo más recóndito de la perfección, que nos comunica una santa fortaleza y nos hace llevar a cabo lo que le hemos prometido. ¡Oh dignísima felicidad' ¡Oh dignidad felicísima!

Era Aarón el fabricado por él Excelso, el sin semejante en la tribu de Leví, y el que recibió el sacerdocio del Eterno y el poder de comunicarlo a los demás. Fue como beatificado ante el pueblo por la grande gloria de la que lo dotó, vestido de gloria por los adornos que le cubrían, y coronado de gloria por ser como la cabeza de todo él pueblo; y eran sus vestiduras la púrpura y el jacinto, el lino finísimo de una blancura inimitable, y la plata y el oro y la pedrería, siendo todo arreglado con el gusto más exquisito; y todo fue só1o para el y sus hijos. Fue ungido con el óleo santo para que fungiera el sacerdocio, ofreciera víctimas sin manchas, empuñara el incensario en favor de los culpables y con cánticos divinos perfeccionara el culto del Altísimo. ¿Qué hombre hay máss digno que Aarón? ¿qué dignidad puede compararse con su dignidad? La del misionero que la supera cuanto la realidad supera a la, simple figura; el misionero josefino sí que la supera, pues es el fabricado por el Excelso y no tiene semejante a él, porque: Mi Padre y yo somos una sola cosa;1

él ha recibido el sacerdocio eterno por su fundador, y sacerdocio eterno porque ha de durar eternamente y porque ha de extenderse a todos los pueblos; él es beatificado como que tiene por destino el ser el representante del Hombre-Dios, y su corona es la corona de Dios; su amito es el velo que cubría a Dios, su alba es la túnica de Dios, su cíngulo es el cíngulo de Dios, el manipulo los paños de Dios, su estola el manto de Dios, su casulla la inocencia de Dios, su sacrificio es el sacrificio de Dios y aun su cuerpo es el cuerpo de Dios: Esto es mi cuerpo.2

115 Cf. RCM 1, 2. 1 Jn 10, 30. 2 Mt 26, 26.

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¡Así es un misionero! ¡tal es su dignidad! Y ¿Cuál deberá ser su santidad? Humillémonos, humillémonos siempre, humillémonos de corazón, y humillémonos con la perfección que nos determina la Regla.

41. Oficios: la predicación La santa Regla nos impone este deber a todos los sacerdotes, de modo que discurriendo por

las ciudades, las villas, lugares y aldeas repartamos a todos los hombres y mujeres el pan de la divina palabra. \ Oh que grande es la dignidad de un misionero cuando se ocupa en tan divino ejercicio! porque entonces se verifica en él lo que dice Jesucristo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas,3 palabras que se dirigen también a todo el Instituto y en particular a los que están destinados para la predicación. Yo me hallo muy consolado y lo estoy al presente, al ver que Dios nos ha hecho esta gracia como a los Apóstoles; y que vemos a los josefinos irse por la gracia de Dios a donde los llaman, a llevar el pan de la divina palabra.4 ¡0h, qué grande es la necesidad de que el misionero predique! ¿Cuándo ha podido decirse como hoy: La mies es mucha y los obreros pocos?5

¿Qué vemos? ¡Ah, Dios mío y Salvador mío! ¿Qué vemos? Por todas partes se ven almas que pierden la vida de la gracia por la falta de este alimento, por todas partes revoluciones tras revoluciones, y trastornos los más graves siguen a otros trastornos; pero en esta Republica además de lo que es común a otras partes, ¿qué es lo que vemos? Vemos la discordia entronizada, la ignorancia en materia de religión apoderándose de todas las clases de la sociedad, las costumbres del gentilismo invadiendo los hogares de los cristianos, a los Obispos arrojados de su diócesis y desterrados, a las comunidades religiosas suprimidas, a las monjas sacadas de sus asilos, los conventos reducidos a escombros, a los cabildos apenas contando el número que señalan los cánones, a los párrocos en continuo peligro, y a todos los sacerdotes con la mordaza de la Ley en la boca; y muchos sacerdotes, los vemos hechos indignos de ejercer su divino ministerio por haberse dejado arrastrar de las ideas publicadas por un estado sin Dios. ¿0h poderosísimo José! ¿qué calamidad será semejante a esta calamidad? Y ¿por qué sin ceder en lo más mínimo somos nosotros aún lo que somos? ¿por qué nuestras hermanas josefinas viven lo mismo que antes? ¿por qué nosotros mismos vivimos en comunidad? ¿por qué aún tenemos nuestra repetición de oración y nuestras conferencias? ¿por qué dependemos en un todo del superior como un niño de su padre? Y ¿porque en vez de gemir en un destierro las ruinas de nuestro Instituto podemos ocuparnos en conservarlo? ¡Ah! todo lo debemos a tu voluntad divina, amantísimo Jesús, al cariño que nos profesas, mi buen Padre señor san José; a la protección que nos dispensas, divina María; y por el merito de algunos hijos de nuestro Instituto, que si no son santos desean y anhelan ardientemente por la santidad. Y ha sido también para que fuéramos testigos de la abominación, de la desolación que se encuentra colocada en todas las clases de estados y de un modo especial en el lugar santo. Pero, ¡ay de mi! que no hay quien remedie tanto mal: Ni entre ellos habrá nadie que parta el pan.6

Contemplaba Jeremías la Jerusalén de otros tiempos tan dichosos, veía desierta a la que había sido habitada por gente numerosísimo, la veía sin una de las cien y cien fiestas que la regocijaban, sin ninguno de los mil y mil sacrificios cuyo aroma llegaba hasta el trono de Dios, sin la majestad del Dios vivo que hasta entonces había residido en aquel templo, sin los sacerdotes que

3 Mc 16, 15. 4 SVP, Conferencia a misioneros del 20 de agosto de l655 sobre el método que hay que seguir en las predicaciones; ES, XI, 165. 5 Lc 10, 2. 6 Jr 16, 7.

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con vestiduras misteriosas eran como el ejército del santo de los santos; pero no era esto lo que arrancaba las lágrimas más amargas a su afligido corazón, era otro espectáculo el que se presentaba a sus ojos, veía a la multitud partiendo.., veía a los ancianos más corvos por sus crímenes que por sus años... veía a los hijos que habían consumado la prevariación... veía a los niños que aún no sabían lo que era el pecado... y veía a las vírgenes del templo... ¿y ¿Cómo veía todo esto? No había quien les repartiese el pan.7

Y;¿no es esta la escena que se nos presenta hace ya años? Ciertamente que sí, porque vemos a la Jerusalén de la religión y a sus venerables pastores, y a los hijos de su amor y a las vírgenes consagradas... ¡ay! ¡ay de mi!, ¿cómo los vemos, Salvador mío? Vemos desfilar a los fieles del ejército del Señor... vemos que la Babilonia del pecado los espera como esperaba en otros tiempos a los restos de Israel, vemos que el príncipe de las tinieblas engrosa sus filas, y vemos que no hay quien detenga los pocos restos que han quedado, porque no hay quien les reparta el pan de la divina palabra. Y nosotros; a pesar de la tolerancia que se dispensa, no siempre, ni siquiera por medio de las misiones, tenemos la libertad de cumplir con el ministerio de la predicación. ¡Ah! ¡Salvador mío! ¿Qué alma celosa podrá no imitar el llanto del profeta cuando decía: Inconsolable llora ella toda la noche?8

Pero, ¿desmayaremos? de ningún modo; obraremos sí, como el profeta, y a la manera que él después de haber llorado, haberse cubierto de ceniza, haberse vestido de cilicio, y haberse pasado los días en el ayuno y las noches en la oración, acompaña al pueblo y hace oír su voz poderosa desde las mazmorras del cautiverio; así poderosísimo José, haz que tal sea nuestra conducta y que la desempeñemos con todo el celo de un Jeremías, siendo dignísimos hijos tuyos.

42. Confesiones En nuestras misiones exhortamos a los fieles para que se confiesen, y los que ya se

confesaban para que hagan confesión general como que esto es una de nuestras obligaciones: Exhortar a, todos a que hagan confesión general, y prestarse a oír sus confesiones.

¡Cuán importante no es este punto! ¡Cuántas almas deben su salvación a una confesión general! ¡cuántas viudas se remedian y de hijas de Belial se hacen hijas de Dios, mediante la confesión sacramental! ¡cuántas comuniones de muy sacrílegas que eran se han tornado en muy fervientes! Diré que los pecados que desaparecen, por sólo este medio de salud, son a millones, porque con harta frecuencia se confiesan de diez, veinte, treinta, cuarenta y mas años; y se vuelven santos los que frecuentan confesiones generales de toda la vida, y que Vivían quizá en continuo sacrilegio, por el pecado vergonzoso que habían callado. ¡Qué consuelo para un misionero! ¡tantas almas que irremisiblemente se habrían perdido, y ver que se ha cumplido en ellas aquel: con la boca se confiesa para conseguir la salvación9 de san Pablo! Esto hizo decir a uno de nuestros venerables hermanos, que aunque las misiones no sirvieran de otra cosa que para ir a los pueblos como confesores extraordinarios, ya sería esto mucho, porque no confesándose los pueblos, o confesándose mal, es muy grande el bien que con solo esto se hace,10 son muchos, pero muchos los que hacen su primera confesión en las misiones no obstante sus muchos años, porque nunca han cumplido el precepto pascual; y sobre todo, son centenares los que dejando la mala vida se casan.

7 Lm 4, 4. 8 Lm 1, 2. 9 Rm 10, 10. 10 REZZASCO

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43. Pleitos y asociación josefina La falta de unión separa los pueblos y acarrea todos los males, y todas las miserias y todos

los trabajos; y no hay peste que los diezme tanto, cuanto son las almas que asesina la desunión, porque de ella viene todo: los pecados, las facciones y los partidos; las venganzas y los pleitos y los escándalos y las maldiciones son el fruto terriblemente amargo de la desunión, por consiguiente, es también nuestro deber en las misiones: dirimir sus pleitos y contiendas.11Establecer la asociación josefina, la Asociación de San José, es otro de nuestros deberes.

Con la misión entra el misionero en un pueblo como ángel de paz que todo lo apacigua; se hacen las transacciones, todos se confiesan, comulgan en una misma mesa, y queda la caridad reinando en ellos; y a todo lo dicho, se junta el establecimiento de la Asociación del señor san José, en la que pueden entrar hombres y mujeres, y no sólo los vivos, sino aún los difuntos, con lo cual queda encerrado divinamente todo el pueblo en la red misteriosa de la devoción al señor san José; la asociación está destinada a ser nuestra tercera orden josefina. ¡0h efectos los de una misión! ¡0h dignidad la del misionero josefino!

44. Seminarios, conferencias eclesiásticas, escuelas y colegios josefinos Todos hemos palpado los grandiosos efectos de las escuelas y colegios josefinos, así como

los de un buen colegio clerical, pues frecuentemente una parte del buen clero que edifica una diócesis es un fruto, así como una juventud tan instruida como morigerada y de unas maneras eminentemente católicas, porque se les enseña la práctica de la virtud y el cumplimiento de los deberes eclesiásticos.

Dirigir los seminarios diocesanos establecidos en nuestras casas y enseñar en ellos,126 he aquí un deber más del misionero; a esto se juntan las conferencias que se tienen con todos

los alumnos, y cuyo objeto es coronar la instrucción que recibieran y recordar lo que pudiera haberse olvidado. ¡Qué funciones tan grandemente sublimes! y ¿no es esto hacer lo mismo que hiciera el Hijo de Dios? Mas ¡ay! estas funciones de la enseñanza son las más difíciles, así como son las más útiles y provechosas a la sociedad, así como las que mas glorifican a Dios. Roguemos al señor san José que tanto aumenten nuestras vocaciones que nunca falten sujetos a nuestro Instituto que, uniendo la instrucción y la santidad, sean aptos, también ellos, para que después cumplan lo que dice la Regla: Enseñar a la juventud en las escuelas y colegios de primera clase. Formar a los jóvenes para eclesiásticos en los clericales.12

45 Ejercicios El dar los santos ejercicios es una de las funciones más comunes, y deseamos con grande

empeño que haya casas que tengan siempre un buen número de ejercitantes, y aun que todas las casas de nuestras josefinas sean casas destinadas a dar tandas de ejercicios para mujeres. El fruto es tan óptimo que ni con milagros de primer orden se convierten el que resiste a unos ejercicios. Por esto hemos de darlos a niños y niñas. A casados y casadas; a jóvenes ya ancianos a eclesiásticos y seglares; y distribuirlos en diferentes tandas, porque así lo pide la conveniencia de las materias que pueden tratarse; el fruto de los ejercicios espirituales es en cierto modo el fruto más cierto y verdadero; como es cierta la elección que hizo de nosotros la santa Regla para que diéramos los

11 RCM 1, 2. 126 Ib. 12 RMJ 1, 8, 3º-4º.

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ejercicios espirituales, elección que hemos palpado ser utilísima a los fieles en las diversas tandas que dimos junto con las misiones de Michoacán y a las muchas que hemos dado ya en las casas de las josefinas, y elección a la que nos consagra la Regla con las palabras más claras y terminantes, diciendo: Dar ejercicios espirituales a favor de nuestros fieles e infieles13.

46. Otras obras de caridad Desempeñar otras funciones que están en armonía con los susodichos ministerios.14 Por esta

Regla, en fin, estamos llamados a la práctica de la más ardiente caridad en favor del prójimo, dispensándole toda clase de bienes y librándole de todos los males. ¡Tal es nuestro gran fin, tales son nuestras funciones y tales los deberes que hemos de desempeñar hasta la muerte! Mas, ¿quién no se siente como glorificado aún en vida con tan santo ejercicio? ¡Ah!, humildad y más y más humildad, porque sólo la humildad podrá hacernos ministros idóneos del Instituto Josefino. Humildad, pero humildad práctica, que vaya acompañada del: empezó a practicar y a enseñar15 de nuestro Señor. Humildad, humildad, humildad y tal humildad, que nos haga decir de corazón: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.16 No hay quien obre bien, no hay uno siquiera.17

13 RMJ 1, 8, 4º. 14 RCM 1, 2. 15 RCM 1, 1; cf. Hch 1, 1. 16 Lc 17, 10. 17 Sl 13, 1.

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Capítulo 10 Nuestros hermanos coadjutores

47. La Regla y nuestros coadjutores Según las santas Reglas, hemos de tener coadjutores; y de tal suerte es así, que nuestros

hermanos coadjutores son parte de nuestro Instituto del señor san José: Este Instituto se compondrá de dos especies de personas, a saber, de eclesiásticos y de seglares.1

Los coadjutores son llamados por Dios al Instituto para ayudar a los sacerdotes: Ayudar a los señores eclesiásticos en lo ellos no pueden hacer. Son llamados para ser los porteros, los cocineros y desempeñar los demás oficios caseros: desempeñar en su favor todos los quehaceres domésticos de portería, cocina, aseo. Son llamados a hacer todos los oficios según las disposiciones del superior: y demás cosas que se ofrezcan y les confiare el obediencia.2

Los coajutores son llamados a honrar a los sacerdotes como a sus padres: verán en los eclesiásticos a sus padres en el Señor. Son llamados a ejercer todos los oficios por medio de la más acendrada caridad: Poniendo siempre en práctica el: “La caridad de Cristo nos apremia”.3 Son llamados a hacer todas las cosas en Dios y por Dios y para Dios: cumpliendo en Dios y por Dios sus respectivos oficios. Son llamados para recibir el nombre grandioso de hijos de María y de José: a fin de llevar a cabo debidamente tan santa obra, y puedan ser llamados con toda verdad Hijos de María y de José.4

Los coadjutores son llamados a tener paciencia con los sacerdotes: Siempre en sus mutuos servicios se acordarán del celebérrimo documento del apóstol san Pablo: “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas”5. Son llamados a recibir las bendiciones de Cristo: una admirable serie de bendiciones.6

Los coadjutores son llamados a guardar los votos: desempeñen todos sus cargos según los santos votos. Son llamados a obrar según el espíritu del Instituto: según las virtudes de su propio espíritu. En suma, los coadjutores son llamados a ser santos como los sacerdotes deben ser santos y obedecer en un todo al superior: y conforme las demás virtudes cuya práctica se nos recomienda en estas santas Reglas, y conforme las disposiciones del superior que debe mandarnos.7

¡Tanta es la excelencia y tales los deberes de nuestros hermanos coadjutores!

48. Comparación entre el misionero y el coadjutor El misionero sacerdote josefino será siempre el primero, y jamás podrá compararse con su

dignidad, ni la de los mas grandes santos, ni la de todos los coros angélicos, ni la del señor san José como Padre de Cristo, ni aun la misma de la Madre de Dios. Tal es la dignidad de un josefino sacerdote, que nada puede compararse con ellas; y lo que se presentare de más grande en el mundo, para compararlo con ella, será como la misma pequeñez, y lo más elocuente será como lo más estulto, y lo más brillante como las tinieblas, y el finísimo oro como el vilísimo orpel, y una gota de

1 RMJ 3, 1. 2 RMJ 3, 3; cf. RCM 5,16. 3 2Co 5.14. 4 RMJ 3, 5. 5 Gá 6,2. 6 RMJ 3, 6. 7 RMJ 3, 4.

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agua como el inmenso océano, porque queda demostrado que la dignidad sacerdotal es sobre toda otra dignidad. Por tanto, para que nuestros coadjutores conozcan bien la excelencia de su vocación y no dejen llevarse de la soberbia, les diremos, señalándoles sus importantes deberes:

Los sacerdotes son vuestros padres en el Instituto del señor san José, tratadlos con respecto y sumisión, en su presencia estar con el sombrero en la mano, y no importa que haya en ellos imperfecciones como las hay en mi mismo que estoy cubierto de iniquidades. Los sacerdotes están constituidos en un estado grande y sublime, y por consiguiente, son dignos de respeto, honor y obediencia. Estas muestras han de ser principalmente hacia los superiores y oficiales. Los hermanos deben mantenerse como verdaderos hijos, deben ser fieles para con los sacerdotes, mas si alguno tuviera la temeridad de igualarse con ellos se asemejaría a Satanás que quiso compararse con el Todopoderoso. No queráis, pues, hermanos coadjutores, juzgar a los sacerdotes, ni mezclaros en los negocios, ni obrar según vuestro propio parecer, porque con esto decaeríais del espíritu de Dios, y ya no seriáis hermanos coadjutores de los sacerdotes, sino un cadáver de horror.8

Y por decirlo con más claridad, añadiremos: Los hermanos coadjutores han de dejarse conducir bien de los sacerdotes a los que están encomendados, y tenerles mucho respeto, porque la Escritura dice de ellos, que son boca del mismo Dios, y santa Catalina de Sena siendo tan santa como era, se abajaba con grande respeto a besar la tierra que los sacerdotes habían pisado.9 Pero colocado el misionero en su lugar ¿qué no puede decirse de un hermano no como misionero sacerdote, sino como coadjutor de los sacerdotes en el Instituto del señor san José? ¿Qué hay en el que no sea grande? Es grande en sus oficios, grande en sus lágrimas, grande en sus mortificaciones. De esta grandeza nos haremos cargo ya que todo esta bien marcado en la Regla.

49. Deberes de los coadjutores Los laicos, por su parte, se dedicarán a ayudar a los eclesiásticos en todos los ministerios

enumerados, cumpliendo el oficio de Marta, según les fuere prescrito por el Superior, y cooperando con sus oraciones, lágrimas, mortificaciones y buenos ejemplos.10 Y más breve: Los deberes de los coadjutores serán: ayudar a los señores eclesiásticos en lo que ellos no pueden hacer y, por consiguiente, desempeñar en su favor todos los quehaceres domésticos de portería, cocina, aseo y demás cosas que se ofrezcan y les confiare la obediencia.11

Sí; todo es grande en un coadjutor, y todo está destinado a conducirlo a los cielos; y al modo que la mujer ha de servir al marido porque éste es la cabeza de la casa así los hermanos coadjutores han de servir a los misioneros sacerdotes; y a la manera que ¡ay! de la mujer que insolente y soberbia se atreviese a mandar, así ¡ay! del coadjutor que orgulloso e inobediente resistiera al misionero; mas al modo que la mujer no es una criada sino que ocupa en la casa el debido lugar, así nuestros coadjutores, aunque incomparablemente inferiores al sacerdote, con todo, éste no los desprecia ni debe opacarlos, sino que los trata y ha de tratarlos siempre como verdaderos hermanos suyos. Paréceme que oigo la voz de Dios que dice en favor de nuestros hermanos coadjutores: Hagámosle una ayuda adecuada a él,12 para que los sacerdotes no perdamos de vista lo que son nuestros coadjutores, para que los superiores los respetemos, los ayudemos en las cosas que miran a

8 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 406-407. 9 SVP, carta. 10 RCM 1, 2. 11 RMJ 3, 3. 12 Gn 2, 18.

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su salvación y los pongamos en el camino de la santidad. Por esto hemos de tener por máxima inviolable:

Los hermanos coadjutores son los miembros inferiores de nuestro Instituto, que concurren por medio de sus trabajos materiales a las operaciones espirituales de los sacerdotes, a la conversión de los pueblos, a dar a los hombres el conocimiento de Dios y los hermanos contribuyen además al sagrado ministerio de la salvación de las almas según la Regla con sus empleos, oraciones, lágrimas, mortificaciones y buenos ejemplos.13

Nuestros hermanos coadjutores, son muy útiles: ellos sirven a los que trabajan en evangelizar, sea que rueguen por los pecadores, sea que hagan penitencia, sea que lloren o pidan por la santificación de los eclesiásticos y de los pueblos, siempre cooperan y participan del bien que se hace en las misiones, ejercicios espirituales, escuelas, colegios clericales y las funciones destinadas a la preparación de los ordenandos.14

¡Qué grande, pues, el ejercicio de un hermano coadjutor humilde, generoso, lleno de mansedumbre, trabajador, ferviente, devoto y mortificado! Yo lo veo ejerciendo la perfección más segura que un gran santo formuló así: Desea ser ignorado y tenido por nada,15 porque a esto lo conduce su oficio; lo veo en sus empleos adquiriendo la altísima ciencia del propio conocimiento, lo veo en la lectura utilísima de su desprecio practico, lo veo en la alta sabiduría de tenerse en nada, lo veo en la altísima perfección de sentir bien de todos y como teniéndose el por lo más frágil, lo veo andar vigilantísimo en todo y por todo. ¡Oh quien nos diera ver a los hermanos coadjutores así observantes! ¿que les faltara para poderlos declarar santos? Todos serian como aquel que retrataba un gran santo, diciendo así:

Siendo cocineros honráis a la divina Providencia que cuida de todas las criaturas, haciendo siempre el mismo oficio, practicáis la sólida virtud de la paciencia, Estas pequeñas incomodidades os sirven para santificaros. Continuad, pues, en hacer sacrificios por Dios como nuestro Señor sobre la Cruz, y dirigid a El vuestra intención para que nada perdáis en tantas obras como hacéis.16

50. Deben hacer el oficio de Martha Nuestras reglas señalan que los hermanos coadjutores serán la ayuda de los misioneros, pero

¿como? Cumpliendo el oficio de Martha.17 Nada de estudio, nada de ciencia, nada de instrucción, nada de ministerio sacerdotal, sino que a la manera que Martha servia a nuestro Señor, así ellos han de servir al misionero. Mas no a uno o a otro misionero, sino a todos; no en uno o en otro oficio, sino en todos, porque así como Martha no servia a un solo miembro de Jesucristo sino a toda su adorable persona, así los servicios de los coadjutores han de extenderse a todos los misioneros, loa cuales forman todo el cuerpo místico del Instituto del señor san José; y deben hacerlo no porque les guste, sino porque la Regla lo ordena; no porque aquel padre le cuadra, sino porque el superior lo dispone; y deben ocuparse en los oficios, no porque sea costumbre, sino en cuanto lo dispone el superior: según les fuere prescrito por el Superior.18

13 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 401-402. 14 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 403. 15 Ama nesciri et pro nihilo reputari (Kempis, Imitación, l.1, c.2, 2). 16 SVP, carta. 17 RCM 1, 2. 18 RCM 1, 2.

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Así, con este oficio de coadjutores de los misioneros es como deben trabajar en la salvación de las almas, y no de otro modo. El hermano coadjutor jamás debe intentar servir a Dios de otro modo, porque el administrar los Sacramentos, decir la Misa y anunciar la palabra de Dios es propio de los sacerdotes, y los coadjutores no tienen este oficio, ni este carácter, ni jamás serán llamados de Dios para ello, a no ser que sobrevenga antes un verdadero milagro. Por tanto, tenga cada coadjutor como una sugestión del maligno espíritu que para perderlo le pone en la imaginación que haría maravillas aplicándose a los estudios, y después, como los sacerdotes, a la salud de las almas. Por lo demás, ¿qué podría un coadjutor decir a los fieles, sino que Dios es digno de ser infinitamente amado, y que castiga a los malos con una eternidad de suplicios? Pues todo esto lo saben mejor que tu que careces de ciencia y que debes temer mucho por tu poca virtud. Es cierto que es una tentación peligrosa que tiende a hacerte perder tu santa vocación; es celo, pero indiscreto y temerario, porque Dios no te ha llamado, y los legos no pueden emplearse en estos ministerios, sin incurrir en la maldición de Dios; y por otra parte, no eres capaz de contribuir a la salud de las almas, sino del modo que lo hacen nuestros hermanos coadjutores.19 La santa Escritura nos enseña en la persona de Marta lo que deben hacer los coadjutores de nuestro Instituto: Una mujer, llamada Martha, le recibió en su casa. Martha andaba muy afanada en muchos quehaceres.20

Así como Martha recibió a nuestro Señor, así ellos han de recibir a los misioneros; así como Marta lo recibió en su casa, así ellos han de considerar la casa del Instituto como su casa; tal debe ser la fidelidad y aplicación en todos los quehaceres. Como Martha desempeñaba personalmente los ministerios propios para Jesús, así, ellos personalmente han de hacerlo para los misioneros, ora estén en la portería, ora en la cocina, ora en la despensa, ora en la sastrería, ora en el campo, ora en la zapatería, ora en los demás oficios en que los emplearen los superiores, como dice la santa Regla, ¡Oh! ¡que gozo no darán a Dios obrando así los coadjutores! ¡qué mérito no pueden contraer sirviendo a los misioneros! Y tanto más cuanto que al modo que Marta servía a nuestro Señor, así ellos son por estado los ministros de los sacerdotes del Altísimo. Yo veo una declaración tan formal de esto, que no puedo prescindir de ella: Jesús amaba a Martha y a María.21

Y al modo que amando las acciones de María amaba también las de Martha, así amando los sagrados ministerios del misionero, ama también las obras del coadjutor; ama Dios lo que hace el misionero, pero también ama lo que hace el hermano coadjutor porque con su trabajo le facilita hacerlos; ama los sermones de aquel como que son palabras suyas, y ama las oraciones de este que le hacen fructificar más y más; ama la víctima sagrada que divinamente sacrifico ofrece al eterno Padre, pero ama también las mortificaciones del hermano coadjutor, que se inmola con el seráfico; ama las angustias que se padecen en el confesionario para transformar en mansos corderos a los lobos rapaces, pero ama también las lágrimas que derrama el coadjutor a este fin; ama las instrucciones que se hacen a las almas perfectas, pero ama también el buen ejemplo. ¿Qué más puede desear un coadjutor de los josefinos? Un hombre sin estudio, sin letras, sin fortuna, ¿qué más puede desear que verse participante de las grandes y muy grandes obras que lleva a cabo el misionero perfecto? Pero no digo que pueda igualarlo, eso, no; antes bien, al modo que Jesucristo después de haber declarado que amaba a Martha y a María nos certificó: María ha elegido la parte mejor,22así declaró que jamás ni todos los hermanos juntos podrán dar a Dios la gloria que le da el más imperfecto misionero. Acordémonos que el Instituto es un cuerpo, que los hermanos

19 SVP, carta. 20 Lc 10, 38.40 21 Jn 11, 5. 22 Lc 10, 42

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coadjutores son los miembros inferiores, y que el superior es la cabeza, o como si dijéramos, la fuerza motriz que lo mueve y dirige todo. ¡Oh, qué nuestros hermanos coadjutores obedezcan siempre a los superiores según la regla! Amén.

51. Deben de orar y gemir Conviene que nuestros hermanos coadjutores no pierdan de vista que no les basta el

desempeñar el oficio de Martha, porque por sólo esto el Instituto no los necesitaría, puesto que no le faltarían criados; sino que al oficio de Martha han de unir el de María, en cuanto lo permita su estado, por esto dice de ellos la santa Regla: Cooperando con sus oraciones y lágrimas23 deben, pues, contribuir a la salvación de las almas con oraciones, y no sólo con aquella interpretación clara que dice que el que trabaja por obediencia ora, sino que además del trabajo, todos trabajando han de juntar la ferviente oración dirigida en favor de los justos y de los pecadores. ¡Qué meritoria y hermosa es así la vida del hermano coadjutor con los adornos de la santa oración! A la oración debe juntar las lágrimas; como si dijera, que debe orar con los gemidos del corazón. A mí me parece que nuestro Señor quiere consolarlo en este devoto empleo, porque así como Exequias, después de la fatal sentencia de muerte que le dio el profeta, por medio de su oración llorosa alcanzó el perdón: He oído tu plegaria y he visto tus lágrimas.24 Así acontece de un modo semejante con la oración lacrimosa de nuestros hermanos; y en fuerza de ella ¿cuántos que se habrían hecho impíos se detuvieron en la carrera de la maldad?

¡Oh! ¿quién me diera que tales fuesen nuestros hermanos? Serían verdaderos coadjutores de los josefinos, como dados al trabajo, a la oración y al gemido. ¡Quién nos diera que en portarse de este modo los coadjutores pusieran toda su solicitud! ¡qué gloria la suya en el cielo! ¡qué premio aún en la tierra! ¡qué multitud de hijos los que habrían divinamente engendrado! ¡ah! habrían practicado del modo más perfecto que compete a su estado la significación de aquella palabra: Salva tu vida.25

52. Deber de mortificarse y dar buen ejemplo Un hermano coadjutor empeñado en el cumplimiento de sus deberes debe mortificarse. Hay

mortificaciones ajenas a su estado, a su oficio, a los cargos que se le confían, pues debe aplicarlas a la salud de las almas; hay mortificaciones que se desprenden de la Ley de Dios y de la Regla, pues éstas las ha de hacer y aplicar al mismo fin; pero un hermano coadjutor necesita aún más, necesita esas mortificaciones destinadas a la conversión de las almas; mortificaciones extraordinarias que deben hacerse en ciertos casos, siempre, empero, con la debida licencia; y sobre todo en espíritu de mortificación tal, que pueda decir como Pablo: Por ti somos entregados cada día en manos de la muerte;26 mortificación que ha de tener por modelo la de nuestro Señor: Traemos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús.27

Ahora bien, un hermano coadjutor que así cumple sus deberes, dado a la oración, celoso de la gloria de Dios y completamente mortificado, será un ejemplo vivo de virtud y habrá cumplido con aquella parte que le confiara la santa Regla: Procura ser modelo para los fieles,28 propio del misionero. ¡Oh poderosísimo señor san José! tú que eres el autor del Instituto, consérvalo, y haz que todos conozcamos nuestra dignidad y haz que todos seamos santos. ¡Amantísimo padre mío! haz

23 RCM 1, 2. 24 2R 20, 5. 25 Gn 9, 17. 26 Rm 8, 36. 27 2Co 4, 10. 28 1Tm 4, 12.

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que nuestros hermanos como verdaderos hermanos coadjutores del Instituto sean santos, santos los clérigos, santos los subdiáconos, santos los diáconos, santos los sacerdotes y santos los superiores; pero sobre todo haz santo al que esto escribe, ya que siempre el más miserable es el que más necesita de tu gracia para hacerse santo y santo según las luces que tú le has comunicado. Amén, Jesús, María y José.

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Capítulo 11 Las Hijas de María del señor san José

53. Las Hijas de María del señor san José Desde el principio de la fundación del Instituto del señor san José, viendo el estado actual

de la sociedad, la conducta del gobierno ateo que establecía por doquiera no sólo escuelas laicas, sino lo que es más, escuelas sin Dios, viendo que el gobierno estaba estableciendo en cada uno de los Estados la Escuela Normal de donde habían de salir las futuras profesoras de cada Estado, y viendo que la masonería comenzaba a servirse de toda clase de medios para perder a la mujer, haciéndola también mujer sin religión, sin costumbres cristianas, librecultista, atea y aun masona, concluimos que los misioneros, además de nuestros hermanos coadjutores, tenían necesidad de hermanas coadjutoras que las ayudasen de hecho a establecer escuelas católicas contra las escuelas ateas, colegios donde la juventud se instruyera según el catolicismo contra los colegios normales del Estado en los que se instruye a la mujer sin religión, y se le deja con la moralidad en general, que como no supone otra vida, no tiene más base que la del amor propio, la conveniencia de cada uno y el más refinado egoísmo. Siendo esto así, creímos que un conjunto de mujeres, regidas y gobernadas según las reglas de la Iglesia católica y, lo que es más, consagradas a Dios, formando como nosotros un verdadero Instituto religioso, creímos que podría servirnos según el plan propuesto; y de hecho nos han servido ya en gran manera en las escuelas josefinas, en los asilos y colegios, en las tandas de ejercicios que hemos dado en sus casas, así como en los hospitales y aun cuidando a los enfermos en sus propias casas.

54. Por qué hemos de confesar y dirigir a nuestras hermanas las Hijas de María del señor san José

Aunque hasta ahora nunca ha habido quejas sobre esta materia, sino que todos los Misioneros Josefinos están plenamente convencidos de la necesidad que tenemos de esas coadjutoras josefinas, sin embargo, para que siempre sean consideradas como y conforme al magnífico plan que nos ha inspirado el señor san José ya desde el principio, y para que en materia de tanta importancia no haya innovaciones en lo futuro, preguntaremos desde ahora: ¿A qué propósito forman los misioneros a las Hijas de María Josefinas como a sus coadjutoras? A esto responderemos con las razones siguientes: Jesucristo tuvo a bien que anduviesen mujeres en su compañía, las condujo a la perfección y les encargó la asistencia de los pobres, de los discípulos, de los mismos apóstoles y en ciertos casos aun de su misma sagrada Persona. Ahora bien, si es cierto que cuanto hizo nuestro divino Maestro, todo lo hizo y lo llevó a cabo para enseñarnos, ¿dudaremos que hicimos bien en imitarlo? ¿Podrá acaso parecer contrario al poder de Jesús, cuando, como coadjutoras de nuestro santo Instituto del señor san José, queremos servirnos de estas buenas Hijas de María Josefinas para que instruyan y eduquen en las clases, en las escuelas y en los colegios? ¿Podrá parecer contrario a su divino proceder viendo que como Jesús curan las enfermedades de los cuerpos de cuantos enfermos y pobres necesitados se ponen bajo su cuidado?

Los apóstoles gobernaron también a las diaconisas, que hicieron prodigios en los primeros siglos de la Iglesia; y al modo que ellas instruían y educaban a la niñez y a la juventud y ponían en orden a las mujeres en las juntas, procesiones y demás actos públicos y les enseñaban además el modo de dar culto a Dios, así ni podemos pensar nosotros que no nos convenga tan santo modo de obrar, porque obrando así, obramos como obraron los primeros cristianos, como obraron los santos apóstoles y como obró también Jesucristo Señor nuestro, que no sólo vino al mundo para formar a los sacerdotes, para evangelizar a los pobres pecadores, sí que también para dirigir una compañía de mujeres, a cuya cabeza estaba la santísima Virgen María. Concluyamos que es para

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todos nosotros una bendición de Dios el encontrarnos en un estado en que estuvo el mismo Hijo de Dios, de dirigir como Él mujeres que sirvan a Dios y al mismo tiempo están consagradas a la práctica de la más ardiente caridad en favor del prójimo, y hacerlo del mejor modo que la mujer es capaz, atendiendo a su sexo y condición. Por lo demás, nuestras coadjutoras Hijas de María del señor san José tienen mucho que padecer, no sólo aplicadas en la instrucción y educación de la juventud, sino de un modo especial en los asilos y en los hospitales, beneficencias o casas de salud, o como se las quiera llamar en nuestros días, lo que nos hace ver la necesidad que tienen de una dirección especial, y nadie más a propósito que nosotros, ya que las santas Reglas nos consagran a este fin.

Por lo demás, el mayor tormento de nuestras pobres Hijas de María Josefinas son los disgustos y contradicciones que encuentran en el cumplimiento de sus deberes en los asilos y hospitales. Porque allí tienen que sufrir bastante, el trabajo es mucho, el reposo poco e interrumpido, el disgusto de muchas personas, las reprensiones e injurias frecuentes; los pobres murmuran sin estar jamás contentos, se quejan con las personas de piedad que los visitan y con los administradores que los gobiernan. ¡Pobres Josefinas! Ellas se ven molestadas por todas partes, y tienen tantos que velan sobre ellas y las corrigen cuantos son los dueños, los administradores, los médicos y a veces capellanes de los establecimientos. Figúrense si será justo abandonar un espíritu así afligido y angustiado. Concluyamos que es nuestro deber confesar y dirigir el espíritu de esas coadjutoras hermanas nuestras como hijas que son de María del señor san José del mismo modo que lo somos nosotros.

55. Nuestras santas Reglas nos consagran a confesarlas y dirigirlas Para convencernos de esta verdad, y desde ahora nos aseguramos para siempre que la

quinta de las obligaciones que nos impone la santa Regla es consagrarnos a la confesión y dirección de nuestras hermanas coadjutoras las Hijas de María del señor san José, porque el párrafo 5o. del número VIII del capítulo I de nuestras Reglas lo especifica y declara del modo siguiente: La confesión y dirección de las Hijas de María y de José, ya que ellas fueron como el medio de que se sirvió nuestro Señor para que nosotros pensásemos en esta fundación, que nos parece ser del agrado de Dios; y ya que su objeto es hacer, en favor de las mujeres, los mismos oficios de caridad que nosotros dispensamos a los hombres.1

El quinto fin que nos señala la Regla, que debe ser propio del misionero, es confesar a las Hijas de María del señor san José y dirigirlas en los caminos del Señor, porque por medio de ellas el Señor nos inspiró nuestra fundación, que creímos que sería muy agradable al mismo Señor; y, además, porque ellas tienen por blanco hacer para con las mujeres los mismos oficios de caridad que desempeñamos nosotros para con los hombres. De lo dicho hemos de concluir muy bien que hay una conexión íntima y necesaria entre las funciones de las Hijas de María Josefinas y las nuestras, ya que ellas son, por decirlo así, el complemento de las nuestras, su espíritu está identificado con nuestro propio espíritu y, bajo cuyo punto de vista, las hemos llamado nuestras coadjutoras. De ahí resulta que las dos familias josefinas forman una sola familia, reconocen una misma autoridad que es la del superior general y se proponen un mismo objeto, que es la honra y gloria de Dios en la salvación de las almas conforme los medios marcados en las santas Reglas que el señor san José nos ha dado.

Por consiguiente, debería tenerse por una ilusión, si algún misionero creyere o intentase persuadir a los demás que la confesión y dirección de las Hijas de María Josefinas es para nosotros una obra de supererogación o peligrosa en ciertos casos, por esto creemos un deber nuestro aclarar desde ahora un punto de tanta importancia, diciendo que es con toda verdad uno

1 RMJ 1, 8, 5º.

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de los deberes más bien marcados que tenemos en la Regla, y que así como Martha y la Magdalena, la Samaritana y la Verónica, las tres Marías y demás mujeres dirigidas por la santísima Virgen María, empleadas en las diversas ocupaciones que les señaló nuestro divino Maestro, no fue objeto de peligro ni para los apóstoles ni para los discípulos, así hemos de creer nosotros que el conjunto de las Josefinas, dirigidas por sus legítimos superiores, jamás podrá ser objeto de escándalo y ni siquiera de peligro, porque en ambas Reglas se han tomado todas las providencias que una prudencia divinamente humana y una prudencia humanamente divina pudiera ofrecer para evitarlo.

Además, nuestras Josefinas, en fuerza de su voto de obediencia, forman parte del mismo Instituto del señor san José, porque como los misioneros lo hacen al mismo Superior general, por tanto hemos de creer que él mismo nos lo ha inspirado, para remediar en algo los males gravísimos que por todas partes gravitan sobre la Iglesia. Además, así como nuestras Hermanas Josefinas nos necesitan para que las confesemos y las dirijamos por el camino de la perfección, así nosotros necesitamos también de ellas, porque siendo en nuestros días las obras de caridad las únicas que llaman la atención, podemos creer que el mismo Dios nos ha confiado providencialmente a las Hijas de María Josefinas para que sean para nosotros un poderoso auxilio para que podamos obrar según los designios de Dios. Por tanto, podemos concluir también que trabajar para la prosperidad de las Josefinas es hacer prosperar también nuestro Instituto y comunicar a nuestro ministerio un resultado feliz. Por tanto, las dos familias josefinas se ayudan mutuamente por la admirable Providencia divina, y si aquella tiene su vida en la nuestra, nosotros cumplimos nuestras funciones bajo la protección de sus obras. La existencia de las Hijas de María Josefinas, en fin, descansa de tal suerte en nosotros, que sólo dependiendo de nuestra dirección podrán cumplir como se debe la importante misión que les confiara el mismo Dios, porque la dirección que les hemos de dar nos es bien conocida como que está expresa en las santas Reglas; y ya que nuestro objeto en todas nuestras relaciones con ellas es hacerles conservar el espíritu propio del santo Instituto, las virtudes que lo componen, así como las prácticas de piedad que están señaladas, de ahí se deduce que todo nuestro deber es procurar mantener todas sus casas en la práctica de las Reglas, en el amor más y más acendrado a su vocación y en santificarnos nosotros más y más tratando con personas llamadas a una santidad tan grande y a la práctica de una caridad tan ardiente como universal.

56. Dos cosas ciertísimas entre ambas familias josefinas La unión que hay entre los Misioneros Josefinos y sus coadjutoras las Hijas de María

Josefinas es tanta, tan grande y tan meritoria, que puede decirse con toda verdad que nuestras dos familias josefinas forman no más que una sola que está encerrada en el Instituto del señor san José, por tanto, nuestros méritos se confunden con los méritos de las Josefinas, y nosotros somos delante de la Iglesia los responsables de esta multitud de vocaciones que el mismo señor san José nos envía. Entre ellas establecemos nuestro ministerio, a ellas les comunicamos la perfección de que gozan y hemos, por tanto, de considerarlas con un celo tanto más ardiente, cuanto que el señor san José se ha mostrado su gran protector, estableciéndolas en unos tiempos que eran los más difíciles y que hubieron de mediar en su favor no pocos milagros de los que fuimos testigos. Concluyamos que somos los guardianes de su virtud, que tenemos la misión de conservarlas tales, como se desprende de sus Reglas y de las nuestras, debiendo, por tanto, procurar que sean en gran manera observantes y que nunca abandonen sus prácticas piadosas y su tres veces santísima vocación. Si la unión de las dos familias es tan cierta que forman una sola, así también los medios adoptados por las santas Reglas son tantos y tales, que mediante ellos ambas familias josefinas marcharán sirviendo a Dios, edificando al prójimo y llevando a cabo los actos de la más ardiente caridad, y medios que condensamos en la siguiente sentencia: Ninguno de nosotros se dedicará a dirigirlas o a confesarlas, ni las visitará o hablará con ellas, sin permiso del superior.

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2. Quedando quitado con este solo documento todos los peligros que podría haber si se hiciera lo contrario. Además, cada superior particular encuentra en su Regla: No permitirá que las mujeres entren a la casa3, sino que procurará el superior que haya un recibidor para las mujeres, el que deberá arreglarse de modo que se vea todo lo que pasa dentro de él; y por tanto que ni los más escrupulosos puedan darse motivo de sospecha y ni siquiera de desedificación. Esta misma conducta, y aun mayor si cabe, guardarán todos los misioneros con las Hijas de María y de José, y no sólo en nuestras casas, sino también en las suyas, para que se verifique siempre y con toda escrupulosidad el que ninguno de los nuestros se encuentre: Nunca hablaremos a solas con una mujer, en lugares o en horas inapropiadas.4

Además, como si esto todavía no fuese bastante, se añade el siguiente párrafo: Que el superior de cada casa no tomará la dirección de las Hijas de María Josefinas, si no fuera aplicado a ello por los superiores mayores; y tanto en este caso como en el otro, se abstendrá de visitas no necesarias, ya por no perder el tiempo él mismo o hacerlo perder a las Josefinas, que aunque hermanas nuestras e hijas de un mismo padre, el señor san José, tienen grandes deberes que cumplir distintos de los nuestros; esto mismo procurará que se observe con sus compañeros, recordándoles que una pequeña acción o una palabra indiscreta puede perderlas a ellas, perder la confianza que siempre nos han tenido y, lo que sería peor, perdernos a nosotros mismos. Por tanto: Nunca hablaremos a solas con una mujer, en lugares o en horas inapropiadas.

Queda, por lo dicho, asegurado el resultado de ambas familias josefinas, y que los superiores de su parte han cerrado con tiempo las puertas por donde podría salir alguna falta contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos.

57. Conducta de un misionero al dar los santos ejercicios espirituales a las josefinas

A fin de prever mejor todo inconveniente entre ambas familias josefinas, no sólo se ha procurado señalar los deberes de cada uno en sus respectivos Reglas; si que también se ha marcado la conducta del misionero josefino destinado a dar a nuestras hermanas los santos ejercicios espirituales. No basta ser misionero y ni siquiera superior de una casa particular para confesar a nuestras Hijas de María josefinas, sino cuya facultad no pueden esperar los que lo hicieren las menciones del cielo, y se harán reos de una falta no pequeña por cierto. Recibida ya la conveniente autorización debe portarse en un todo como un verdadero misionero que es observante de su Regla, porque sólo mostrando en su conducta las virtudes propias de su vocación logrará que le tengan tanta confianza, que le abran su corazón, y su dirección se hará entonces tan útil y poderosa que hará para con ellas una obra de mucho bien, saliendo de los santos ejercicios como suponen nuestras Reglas. Además debe portarse con nuestras josefinas con la gravedad que conviene a un sacerdote, y con la prudencia, modestia y simplicidad que nos recomienda nuestras Reglas, debiendo también cerciorarse que no alcanzará el fruto de los santos ejercicios, si en vez del amor a la observancia, el fuese el primero en quebrantar las Reglas que le son propias. Durante los ejercicios principalmente debe procurar el espíritu de recogimiento y amor a la oración, vigilar mucho en su conducta con las josefinas que hacen los ejercicios, y no tener con ellas conversaciones extrañas al sagrado ministerio que ejerce; sólo obrando de esta manera nos presentaremos como verdaderos hijos del señor san José, daremos a las josefinas en todo ejemplo de virtud, y seremos de hecho quizás prudentes e ilustrados de su espíritu. Con esta conducta de parte de los misioneros sacerdotes para con nuestras hermanas las Hijas de María del señor san José, nos parece que nada tendremos que temer, que tendremos mucho que esperar de

2 RMJ 10, 12, 4º; cf. RCM 11, 11. 3 Mulieres domum ingredi non sinet 4 RMJ 6, 5, 2º.

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tan santa y acertada dirección y que el mismo señor san José bendecirá desde el cielo el que tengamos por coadjutoras de nuestro Instituto a todas nuestras hermanas las Hijas de María y del señor san José.

58 Avisos importantes para los misioneros destinados a confesar a las josefinas o darles los santos ejercicios

Todo misionero destinado a confesar o dar ejercicios a nuestras hermanas procurará tener una copia de los avisos para los confesores de las josefinas, ya que ellos indican la dirección que les es propia, la manera de dirigir su conocimiento ya en la vida espiritual, ya en la vida común, y a en las obligaciones del cargo u oficio que desempeñan; y son por otra parte tan importantes para la conveniente dirección, que con ellos podrán dirigir a su confesadas a la perfección. Cada misionero dirigirá a todas por el mismo espíritu, aplicara los mismos principios, indicara los mismos medios para practicar la virtud y cumplir sus obligaciones; al paso que sin ellos todo sería contradicción, arbitrariedad, y aun daría malos resultados y por ventura pérdidas de vocaciones por el mismo camino que se habrían querido ganar. Estos avisos que son necesarios en todo tiempo se clasifican así:

1º Una hija de María Josefina no puede recibir, ni escribir una carta sin que pase por las manos de su superior; exceptuándose tan sólo las que ellas escribiesen al superior general y a la superiora general, o las que ocuparen su lugar y las contestaciones de éstos. Esta excepción no se extiende a ningún otro de los demás misioneros, y autorizar esta correspondencia secreta, aunque sea sobre asuntos de conciencia, es autorizar la violación de su Regla y obrar contra el espíritu de su estado.

2º El que confiesa a las Josefinas o les da los santos ejercicios debe evitar todo trato con ellas fuera del indispensable para los asuntos de conciencia, y deben hacerlo en el confesonario, en cuyo lugar son bien libres para abrirles el corazón y exponerles sus dificultades.

3º Las hermanas Josefinas que quisieren hacer la comunicación interior deben hacerla en el confesonario, ya porque así lo pide el pudor de una Hija de María Josefina, ya porque ellas consideran que sus comunicaciones que tienen de este modo tienen el carácter y la garantía del secreto de la confesión.

4º El confesor o director de los ejercicios no debe mezclarse en las cosas del gobierno de la casa, ni con el gusto o disgusto de las hermanas, ni en reformar tales o cuales cosas, sino que todo es interior de cada una en particular, porque su misión está encerrada en el foro interno.

5º Debe procurar que en épocas determinadas y principalmente en tiempo de ejercicios o de renovación de votos, se renueven de un modo especial en el espíritu de su santa vocación y la amen todos los días más y más, pero con un amor tan práctico que todos los días se hagan más y más observantes.

6º Para que su dirección sea útil y provechosa a las Josefinas debe concretarse en disipar sus dudas, señalar los medios de adelantar en la virtud, hacerles cumplir mejor sus deberes y reanimarlas en el amor hacia la santa observancia.

7º De su parte nada de reforma en el foro externo, ya porque esto es propio de los superiores mayores, ya porque hacerlo, sería hacer su ministerio odioso, provocar la desunión entre las Josefinas y romper los lazos de la caridad que hemos de mantener siempre vivos en nuestro corazón, sin meterse nunca en lo que pertenece al foro externo.

8º Debe insistir con santa frecuencia en la obediencia que les deben a los superiores mayores, sus instrucciones deben tener por blanco tan grandioso fin, sirviéndose de todo su poder para hacer respetar su autoridad, y tener presente que la sujeción a la obediencia, la renuncía del propio juicio, la santa indiferencia en sus empleos y oficios, la puntualidad en cumplirlos con la

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mayor perfección y la dependencia absoluta a su voluntad que es siempre la voluntad de Dios, son los lazos más propios y convenientes para unir la familia, para establecer en una casa la unidad de pensamiento y de conducta. Jamás puede concederse dispensa alguna sobre esta materia, porque esto compete a los superiores mayores.

9º Trabajar con el mayor empeño posible para que la frecuencia de los santos Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía sea todos los días más exacta, más puntual, más fervorosa y más y más devota y edificante.

10º De ordinario guardará esta Regla de dirección: primero, que no cometan pecado mortal; segundo, que no cometan pecados veniales, y que aún los cometidos por inadvertencia o miseria sean lo menos posibles; cuarto, la observancia de las Reglas con toda fidelidad y exactitud; quinto, hacer las cosas, decirlas y pensarlas según el propio espíritu del Instituto que es de sencillez, de humildad y de celo de la salud de las almas; sexto, guardar los santos votos con la mayor exactitud y fervor; séptimo, introducir a su penitente por el camino del voto de hacer siempre y en todo lo mejor como se indica en las Reglas comunes y de los oficios; octavo, sera bueno que en las predicaciones que hiciere en los ejercicios espirituales, sujete sus pláticas a los asuntos que ellas meditaren. Y si bien es verdad que puede cambiar algunos de ellos, también es cierto que si no quiere esterilizarse, tanto en uno como en otro caso, debe predicarles siempre con sencillez, hacerles lo mismo que les dijere, bajar al particular cuanto creyere conveniente, porque siempre será cierto que elevar su estilo sería producir ningún fruto; noveno, en suma, aunque en todo tiempo, edad y circunstancias, hemos de portarnos con nuestras hermanas las Hijas de María Josefinas, como el Apóstol san Pablo cuando decía a los primitivos cristianos: Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo,5 y, por consiguiente, ser su ejemplo en la práctica de la virtud, como luz del mundo y sal de la tierra, también es cierto que deben hacerlo particularmente, cuando son aplicados a ejercer su ministerio con nuestras hermanas las Hijas de María Josefinas, porque en este caso nuestra posición es tanto más delicada cuanto que todos fijan la vista en nuestra conducta, y por tanto nuestro propio bien, el bien de las Josefinas y el de todo el Instituto, piden que nuestra conducta sea irreprochable, que los confesonarios estén a una distancia tal de la suya, que la más perversa malignidad y la más refinada malicia nada encuentren qué decir; así como jamás será conveniente el que comamos con ellas.

Con todo lo dicho queda demostrado que ambas familias josefinas no forman más que una sola; que nuestras hermanas las Hijas de María Josefinas son con toda verdad, bajo el punto de vista explicado, nuestras verdaderas coadjutoras; que ambos Institutos se ayudan mutuamente, y que de parte de los superiores mayores, tanto en las Reglas comunes y en las de los oficios como en otras circunstancias análogas, han dado todos los documentos convenientes y han señalado todos los medios para que sea esta obra con toda verdad, una obra de Dios, mediante la protección poderosísima de nuestro gran Padre el señor san José.

5 1Co 11, 1.

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Capítulo 12 Nuestra santidad como sacerdotes

59. Necesidad de ser santos Ya en su tiempo se derramaba en los más tristes lamentos el venerable Kempis diciendo:

Jesús tiene ahora, muchos amantes de su reino celestial, pero pocos amantes de su cruz,166 muchos deseos de los consuelos del cielo, pocos de la utilísima tribulación; muchos

compañeros de las bodas de Cana de Galilea, pocos en la abstinencia del desierto; muchos en su entrada triunfante de Jerusalén, pocos en los peligros del huerto de Getsemaní; muchos en la admirable fracción del pan, pocos hasta beber el cáliz del dolor; muchos en medio de los milagros que obraba, pocos en la ignominia de la cruz; y muchos para presentarse como ministros suyos en la dignidad sacerdotal, y muy pocos para presentarse ante los fieles como la santidad que ella reclama. ¿A quiénes pertenecemos nosotros? ¿cuál es el estado de nuestra alma? ¡Oh, gracias te sean dadas, poderosísimo señor san José, por mi amada y amable vocación, porque tú me facilitas el ser santo! ¿Soy sacerdote? pues debo ser santo, porque: ¿Qué son los sacerdotes? santos; ¿Qué son los santos? Sacerdotes.1

Tal es la fuerza de esta palabra sacerdote; y porque se cumpla en el sacerdote el: Él mismo nos eligió antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, por el amor.2

Es necesaria la vocación al cristianismo; necesario el santo bautismo para que seamos cristianos; necesario lograr la salvación, porque sin ella todo se pierde; necesaria la ciencia del sacerdote, porque solo con ella puede ser idóneo ministro del Señor; sin embargo nada de esto me aprovecha, si siendo sacerdote no soy santo; y el mismo celo se convierte en vicio si no tiene por punto de partida la santidad; tan cierto es que los sacerdotes somos elegidos desde el principio del mundo para ser santos e inmaculados en la presencia de Dios. Pues para animarnos a tener esta santidad nos hemos hecho primero cargo de nuestra dignidad, para que recordando lo que Dios nos ha dado, le demos de corazón la santidad que nos pide, mediante la fiel imitación de Jesucristo que es el santo de los santos: Para que la Congregación consiga, mediante la divina gracia, el fin que se ha propuesto, es preciso que procure con todas sus fuerzas revestirse del espíritu de Jesucristo.3

Y santidad que lleva consigo el ser santos primero nosotros para poder santificar después a los demás. Mas como queremos tratar este asunto lo menos mal que podamos, y con la mayor claridad y solidez que no sea dable, comenzaremos diciendo que ellas incluye los deberes siguientes, ya que solo cumpliéndolos debidamente podremos ser santos.

60. Deber de estar libre de todo pecado A la manera que por solo el hecho de haber religión hay sacerdotes, porque son dos ideas

correlativas, así por el solo hecho de ser uno sacerdote tienen el deber de permanecer sin pecado. Si a los sacerdotes de la antigua Ley les decía el Espíritu Santo: No queráis manchar vuestras almas,4¿qué dirá a los nuevos sacerdotes, ya que lo son según el orden de Melquisedec? Para aquellos todo era figura, para nosotros todo es realidad; aquellos ofrecían machos cabríos, nosotros el único y solo inmaculado Cordero; aquellos hacían su ministerio como carniceros,

166 Kempis, Imitación, l.2, c.11, 1. 1 Quid sunt sacerdotes? sancti; Quid sunt sancti? Sacerdotes. 2 Ef 1, 4. 3 RCM 1, 3 4 Lv 11, 43.

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nosotros lo aplicamos a las carnes divinas de Cristo Jesús y como a seráficos querubines; y si a ellos ya se les decía que estuvieran sin pecado, ¿qué se dirá a nosotros los sacerdotes de la Nueva Ley? Aún la sospecha de pecado no ha de tener cabida en nosotros porque la fama del sacerdote ha de ser completamente libre de toda duda, la opinión que se tenga de él ha de ser la más justa, el buen nombre colocado en el mejor estado, y todo por Dios, porque ello es cierto que manchándose la fama del sacerdote parece que se manchan en algún modo los procederes de Cristo. Dejemos a los sacerdotes del mundo, porque ¡ay dolor! la conducta de muchos es... y convendría repetirles que el fin para el cual los eligió Dios no es solo el ser sacerdotes, sino el ser sacerdotes santos. ¿¿Qué concepto nos formaremos de tantos sacerdotes que con solo su andar y su semblante dan motivos poderosísimos para concluir que no son santos? ¿Dónde está en muchos la modestia sacerdotal? ¿dónde está la gravedad que debiera caracterizarlos? ¿dónde la vigilancia del ostiario si permite en la Iglesia pláticas no debidas? ¿Dónde el fervor del lector si el pavimento de la Iglesia apenas se ve saludado por sus rodillas, y esto aún después de la celebración del tremendo misterio? ¿dónde la humildad del exorcista, si se presenta con deseos de figurar? dónde la devoción del acólito, el que muchas veces se opone a la piedad de los fieles? ¿y la castidad del subdiácono, y el celo del diácono y la santidad de un sacerdote dónde está? ¡Salvador mío y Dios mío!;cuán pocos son los sacerdotes que se salvan! no brillan con las virtudes eme debieran, se sospecha de su conducta, se les tiene por pecadores, no obstante que se verifica en ellos el: Él mismo nos eligió.5

¡Cuántas erradas le hemos de dar a Dios por el beneficio de la vocación al Instituto del señor san José! Podemos vivir en él sin pecado, vivir sin sospecha de pecado, y tanto es así que la Regla nos lo afirma con toda claridad: Su propia perfección o santificación según las Reglas.6

y es porque las Reglas suponen, y con razón, que por medio de la confesión general que hicimos al entrar en el Instituto del señor san José dejamos para siempre la iniquidad y el porte que pudiera dar lugar a la sospecha. Jesucristo comenzó por hacer, dice, practicando todas las virtudes, porque todas las acciones que hizo eran otros tantos actos de virtud y actos que convenían a un Dios hecho Hombre, que vino al mundo para ser el ejemplo de los hombres. nuestro designio es imitar a nuestro señor san José cuanto puedan hacerlo unas miserables criaturas, que de hecho se han propuesto conformarse con Jesucristo en su conducta, en sus acciones y en sus fines, para que los misioneros nos propusiéramos hacernos semejantes a este divino modelo, sintiéramos en nuestro corazón el deseo de imitarlo y de hecho conformáramos nuestros pensamientos, obras e intenciones con los de nuestro Señor.7 ¡Hasta este punto quieren las santas Reglas que estemos libres de todo pecado y de sus sospechas, que nos presenta por modelo al que es esencialmente impecable! ¡Quiera Dios nuestro Señor que así sea en todos los misioneros! ¡Ay de nosotros! ¡infelices mil veces de nosotros, si con nuestra conducta diéramos lugar a sospechas!

61. Deber de ser santos ¿Con qué palabras ponderaremos el deber que nos cabe ser santos como sacerdotes que

somos? pero ¿qué digo ponderar? No hay necesidad de ponderación en lo que ni siquiera podemos decir: Sed santos pues yo soy santo;8 hemos de ser santos, porque Dios es santo; santos no en una u otra cosa, no en uno o en otro pensamiento, no en una u otra palabra, sino en todas las obras, en todos los pensamientos y en todo cuanto hiciéremos, porque en todo esto Dios es

5 Ef 1, 4. 6 RMJ 1, 8, 1º. 7 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 382-383. 8 Lc 11, 44.

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santo; hemos de ser santos creciendo todos los días en santidad y perfección, ya que este es el mandamiento de Dios: Santificaos y sed santos, porque yo soy el Señor Dios vuestro.9

Hemos de ser santos con aquella santidad que nos presenta el Apóstol enseñándonos al sacerdote irreprensible, tan edificante ha de ser su conducta, tanto candor ha de brotar de su inocencia y tan arregladas han de ser sus costumbres, tan irreprensibles en el ejercicio de sus facultades, en el uso de su fantasía, en los goces de su imaginación, en los recuerdos de su memoria, en los juicios de su mente y en los actos de su voluntad. Ha de ser irreprensible usando todos sus sentidos de modo que nada haya en ellos que no sea muy grave y moderado y plenamente religioso, y tan santo en su corazón, que todo él sea un volcán del divino amor, todo candor purísimo y aun todos sus actos como del más inflamado serafín. ¡Qué grande debe ser la santidad de un sacerdote! ¿quién podrá alcanzarla? ¡Oh Salvador! ¡oh Dios de amor! ¡quién pudiera ser un misionero santo! Nuestras reglas que están lejos de exageración, hablándonos de nuestra santidad, aún nos dicen más:

Nuestra perfección ha de ser semejante a la del eterno Padre, porque es un maravilloso decreto del Hijo de Dios, que nos impuso esta obligación: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”.10 ¿Hay cosa más elevada? se trata de perfeccionarnos como el eterno Padre. Dios nos ha escogido para consagrarnos a su divina Majestad y emprender con su gracia el perfeccionarnos. Esta perfección nos conduce a hacernos agradables a Dios en todo cuanto hacemos y aun en todo cuanto dejamos de hacer. ¡Qué dicha para un misionero que trabaja en hacerse santo! porque trabaja en quitar de si todos los impedimentos, en adquirir todas las virtudes que le faltan y en hacerse más grato a Dios. Es menester trabajar incesantemente en ello; es menester ir siempre adelante y de tal modo, que si por la mañana estamos a seis grados, por la tarde tengamos siete, por haber hecho nuestras acciones lo más perfectamente que se pueda.11 ¡Tan feliz será un acto josefino! Oh amantísimo señor san José, concédenos esta gracia! Amén.

62. Deber de tener una santidad no inferior a su dignidad Ello es cierto y principio adoptado por todos los santos padres, por todas las escuelas y

por todos los teólogos, y de un modo especial por santo Tomás, que cada uno debe ser santo conforme la excelencia de su dignidad. Siendo pues el estado del misionero josefino el más sublime, claro está que él debe poseer la más sublime virtud y santidad, por consiguiente, la extensión de su santidad no debe ser inferior a la extensión de su dignidad. Para vislumbrar algún tanto la santidad que a un misionero le reclama el sacerdocio le recordaremos lo grande y lo sublime de su dignidad, afirmando que nada es cuanto hay de noble sobre la tierra, y aunque se juntaran en uno solo todas las dignidades y prerrogativas, todos los títulos y los mandos, y los gobiernos, todo esto es estiércol y basura, y menos que nada al lado de la dignidad sacerdotal, porque en fuerza de ella los sacerdotes son reyes y más que reyes, son emperadores y más que emperadores, son ángeles del Señor y más que ángeles, son dioses visibles y aun los superan, porque nada de esto ni todo junto basta para llenar el significado de esta palabra: misionero sacerdote. ¿Hemos comenzado a descubrir hasta qué punto ha de llegar nuestra santidad? Por de pronto ha de superar a cuanto se halla en la tierra y en el cielo, en los ángeles y en los hombres, y si pudiera concebirse una santidad mayor que la del señor san José y la de la Madre de Dios, ésta debiera ser ciertamente la del misionero, porque el sacerdocio es la perfección de todas las cosas, sin que se hallen ni aún símiles con los cuales debidamente pueda compararse: el sacerdote no es

9 Lv 20, 7. 10 Mt 5, 48. 11 SVP, Conferencia a misioneros del 6 de diciembre de 1658, sobre la finalidad de la Congregación de la Misión; ES, XI, 384.

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Dios pero sólo es inferior a su Dios Criador. ¡Pasmaos, venerables hermanos, de lo heroico que debe ser vuestra santidad, y cuya gloriosa cima de tan excelso monte comenzasteis a subirla desde vuestro ingreso en el Instituto del señor san José! Y ¿qué haré yo para que todos la vislumbremos? ¿Diré que esta santidad debe componerse de la abstracción completa, de la oración incesante y del continuado silencio de los solitarios? ¡santos solitarios cuya santidad era proclamada por los mismos animales! ¿Diré que ha de componerse de las penitencias y rigores e incomodidades de los anacoretas? ¡Tan penitente ha de ser el sacerdote del Señor! ¿Diré que ha de componerse de los trofeos y de las palmas de las vírgenes? ¡Tan puro, tan paciente y mortificado ha de ser un misionero! ¿Diré que la observancia de todos los fieles ha de encontrarse en él? ¡Tan exacto y tan puntual ha de ser en la práctica de su Regla! ¡Qué santidad la de un sacerdote misionero que así la tuviera! Con todo, yo me engañaría a mí mismo y engañaría a todos mis hermanos los misioneros, si yo asegurara que esta es la medida de la santidad sacerdotal. Me desdigo de solo haberlo apuntado; no, ciertamente no; no es así. Pero sea si se quiere, mas con la inteligencia que la santidad de todos los fieles juntos comparada con la de un solo sacerdote desaparezca completamente del mismo modo que desaparecen los rayos de las estrellas cuando se presenta la luz del sol. ¿Qué significan, si no, estas palabras del Salvador: Vosotros sois la luz del mundo?12

Claro está que no siendo luces materiales son luces espirituales, que con su vivo resplandor deben oscurecer la santidad de los demás. No basta que un sacerdote sea el mejor del pueblo, el mejor de los santos; sino que ha de haber tanta diferencia entre una y otra santidad, cual es la distancia que media entre el cielo y la tierra. No basta tener una santidad como la de los ángeles, sino que, según san Juan Crisóstomo, la santidad de un sacerdote debe ser tal que colocado entre coros angélicos se distinga entre los querubines y arcángeles como el sol entre los astros. ¡Gran Dios! si los cielos y la tierra y los santos y los ángeles aún no son términos que detengan la santidad del sacerdocio, ¿quién podrá ser josefino sacerdote perfectamente santo? Ved ahí, venerables hermanos, la extensión de nuestra santidad; ved el dichoso fin al cual han de dirigirse todos nuestros cuidados! Enséñanos, José amantísimo, tan consoladora verdad; ¡qué ilustres, qué rápidos no deberían ser nuestros progresos en la virtud! ¡qué aventajado no debería ser nuestro estado! ¡qué singular el grado de nuestra perfección! y perfección a la cual estamos obligados por el solo hecho de ser sacerdotes. Y ¿qué, si a esto juntamos los deberes que nos impone el carácter propio de misionero josefino? Es una perfección de otra espera, y que yo no trato, ni aún una palabra quiero decir de ella por no tener las luces que se necesitan. ¿Qué será, pues, la santidad de un misionero josefino? La perfección de un misionero perfecto ¿qué será? Se encuentra en la santa Regla es cierto, pero quien pueda entender, que entienda.13

De nuestra parte, dejando a espíritus mejor dispuestos tan importante explicación, nos contentamos con recordar: Desde su entrada al noviciado, los hijos de María y José procurarán la práctica del más perfecto desprendimiento. Todos procurarán la perfección. Para que podamos emitir a su debido tiempo el voto de hacer siempre y en todo lo mejor.14 Repetimos, pues, que quien pueda entender que entienda. Y voluntariamente dejamos la exposición de tanta santidad a nuestros hijos, quedándonos muy contentos con solo indicarla.

12 Mt 5, 14. 13 Mt 19, 12. 14 RMJ 9, 1-3.

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Capítulo 13 Se enseña con casos prácticos la santidad del misionero

63. Diferencia entre la santidad y la perfección Todos conocemos que una cosa es la santidad de un misionero, que consiste en la

observancia fiel y exacta de la Regla, y otra cosa es la perfección de esta misma santidad que consiste no solo en hacer lo bueno, sino en hacer lo mejor, en hacerlo siempre, en hacerlo en todas las cosas, y obrando todo por medio del santo voto de hacer siempre y en todo lo mejor, y lo más perfecto; divino voto que nos ha enseñado la santa Regla y que con su grande espíritu exhortó a hacerlo a todos sus hijos de alma grande y espíritu generoso.

¡Oh! ¡quién me diese el celo de santa Teresa que hizo voto de preferir siempre la gloria de Dios, y no solo la gloria, sino su mayor gloria! Se le presentaba la ocasión de hacer una obra buena en su honor y otra de mayor importancia, pues ella corría a ésta y difería aquélla; y se obligó en conciencia a obrar siempre así. Esta era también la conducta de san Ignacio de Loyola, pues todo lo hacía: A la mayor gloria de Dios180

Un gran prelado de estos tiempos1 tuvo también la misma práctica de animar sus acciones y su conducta con esta intención de hacer siempre y en todo lo mejor: él tiende siempre a lo más perfecto y hace progresos en ello. Si alguno hay entre nosotros que sienta en sí este deseo, enhorabuena, hermanos míos, abrid vuestro corazón a esta inspiración divina y a este noble movimiento que tiende siempre a lo alto y sublime.2

¡Oh Salvador! ¿qué no debemos hacer nosotros para imitaros? ¿Nosotros a quienes habéis sacado del polvo y llamado a practicar vuestros consejos y aspirar a la perfección? Pues de esta perfección que ciertamente conviene a pocos, nada diremos, no por falta de voluntad, sino por la pequeñez de nuestro espíritu que, rastreando aún por el suelo, no acierta a remontarse hacia tan sublime y elevada perfección. Dígnese el Señor darnos algún misionero que nos la enseñe heroica y prácticamente. De nuestra parte nos contentaremos con delinear la santidad de un misionero tal como conviene a todos los individuos de nuestro Instituto, y lo haremos presentándola con el M.H.P. Almeras, que fue uno de los compañeros de san Vicente de Paúl.

64. Santidad de un gran misionero El Señor D. Renato Almeras, nacido en París, podía aspirar a todos los honores, a todos

los placeres y a todas las riquezas del mundo, porque sobre haber nacido de una muy noble familia que contaba entre sus más cercanos parientes a obispos, presidentes y consejeros del Parlamento, estaba él mismo dotado, de un excelente espíritu y lo había cultivado con perfección por medio de la ciencia. Apenas contaba veinticinco años cuando era ya gran consejero; y entonces, cuando el mundo le brindaba todo lo que tiene de ventajoso lo despreció con generosidad, para dedicarse completamente a Dios nuestro Señor, porque más quería ser el último en la casa de Dios que ocupar el primer lugar en medio del mundo. Uno de sus amigos sabiendo su intención le habló de una de las más santas e ilustres Compañías, que por entonces florecían en la Iglesia de Dios, para que ya que se separaba del mundo, pudiese al menos figurar como convenía a su sangre y a su talento. Mas nuestro fervoroso joven que se sentía llamado de Dios, le contesto: que obrar así, sería huir del mundo por un lado, pero que luego lo encontraría por otro. De ahí es que, habiendo despreciado al mundo con su ciencia, talentos y empleos, puso

180 Ad majorem Dei gloriam 1 Alano de Solminihac, obispo de Cahors. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 442.

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los ojos en la Congregación de la Misión, que en aquellos días estaba en su cuna y compuesta de un pequeño número de eclesiásticos de tan mediana y humilde condición, que san Vicente su fundador los apellidaba los padres de las aldeas, los servidores de los pobres, y que tenían profesión de sencillez, humildad y pobreza. Es mucho de admirar la perfección que acompañaba al llamamiento del señor Almeras a la Congregación. Dos años estuvo para pensarlo bien delante de Dios, y quedó tan plenamente convencido de su vocación que ya le pareció insoportable retardarlo por más tiempo. Mucho tuvo que padecer por parte de su familia, pero mucho más por la de Vicente, el cual viéndolo de excelentes disposiciones, creyó que si ingresaba en la Congregación un hombre de tales prendas, y criado con su delicadeza, abriría la puerta a la relajación del espíritu de sencillez, de humildad y de mortificación que ella profesaba; así es que para apartarlo de su intento, Vicente le habló en estos términos:

La Congregación es lo más humilde que os podéis figurar; se compone de gentes pobres, mal vestidos y peor sociables; mal acomodadas y sin tener lugar seguro, y están todos obligados a ir a donde les indicare la obediencia. La pobreza de nuestra vida, del vestido, de la cama y de todo cuanto nos pertenece es tal, que apenas hay más que decir, y es tal la pobreza y abyección de los seminaristas que están alojados como bestias. Sirvióse igualmente san Vicente de la presidenta Gufol, mujer piadosa y que estaba emparentada con el Sr. Almeras, la cual le dijo cuanto pudo sobre la vida trabajosa y humilde de los misioneros. Más todas estas trazas le inflamaron más y más en su santo deseo, y declaró: que él no buscaba otra cosa en la Congregación que los trabajos y humillaciones, y que no creía se le debiese dar otro trato que el que se da al último individuo de la Compañía, porque estaba persuadido que el dejar al mundo para darse a Dios, no debía buscar otra cosa que la pobreza, los trabajos y la humillación. Con estos pensamientos llegó a la mayor santidad.

65. Un novicio santo Lo fue sin duda el señor Almeras, no sólo para la Congregación, sí que también según el

mundo. Desde el momento de su entrada en la compañía comenzó una vida nueva, pero tan nueva que casi nada le había quedado del hombre viejo; pues parece que se había despojado de sus hábitos juntamente con sus vestidos, y que con la sotana de misionero se había cubierto del hombre nuevo. Lo más difícil y lo que más llenaba de admiración era verlo libre de las máximas del mundo y aun de los modos de hablar que son propios de las personas de su condición; y en cambio obraba con tal sencillez y humildad, que parecía más bien un hombre de baja condición. Todo lo cual alcanzó por medio de una continua atención sobre sí mismo para imitar a nuestro Señor en la práctica de estas virtudes propias de la Congregación, y que veía brillar de un modo todo especial en la persona de san Vicente y en la del señor de la Salle, director del seminario. Habiendo conocido en este tiempo que el espíritu propio de la Congregación consistía en la práctica de la sencillez, de la humildad, mansedumbre, mortificación y celo de las almas, se dedicó de tal suerte a alcanzarlo que, después de san Vicente, puede decirse que él es el que poseyó mejor este espíritu. Los externos no dejaron de notar la santidad de este novicio, y en una asamblea que se componía de muchos sacerdotes y de otros personajes de condición y piedad, se elogiaron tanto las virtudes del señor Almeras que se comparó al venerable Berkmans que era en aquellos días un modelo de excelente perfección para la compañía de Jesús; y aun se aseguró que en la vida del señor Almeras se hallaban cosas de tal perfección, que no se encontrarán en la del devoto Berckmans; tal era la santidad y tal la estima que se hacía en el mundo de su virtud. Así continuó todo el año de su noviciado, y pareciéndole aún que estaba poco aprovechado, pidió y obtuvo estar otro año en el seminario; y desde esta época quedó esta santa práctica establecida en

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toda la Congregación; de ahí es que actualmente todos los novicios hacen dos años de noviciado.3

66. Un misionero santo Para que lograra el señor Almeras ser un buen misionero se ocupó en trabajar todas las

funciones bajo la conducta de los sacerdotes más ancianos de la Congregación, y lleno de otra parte de una gracia singular, pudo desempeñar este oficio perfectamente bien; él mantenía a los obreros que trabajaban con él en la observancia más exacta del Reglamento, y lo hacía no tanto con sus palabras cuando con su ejemplo; él para edificar bien al pueblo a imitación de san Pablo, se hacía todo para todos para ganarlos a todos por Jesucristo nuestro Señor; él a pesar de su grande instrucción y su educación escogida, predicaba según el espíritu de la misión, es decir, de un modo claro, sencillo, y según la inteligencia de los que escuchaban, y al mismo tiempo de una manera sólida, exacta y propia a persuadir en sus oyentes lo que él quería; él tenía una gracia especial de herir los corazones, de excitarlos en el tribunal de la penitencia, de reconciliar a los enemigos, de componer los pleitos y de hacer que asistiesen a los ejercicios prácticos de la misión, porque todas sus palabras y acciones iban animadas no sólo de un grande celo, sí que también acompañadas de una rara prudencia y de una dulzura y paciencia inalterables. Según el apóstol, el camino más excelente en el servicio de Dios es la caridad, y el señor Almeras lo andaba casi de un modo inimitable, porque era todo su móvil los motivos y movimientos de esta divina virtud, verdad que se expresaba en su alma frecuentemente, diciendo: Todo por el amor de Dios. Si la caridad se apodera del corazón en donde reina, hemos de concluir que estaba apoderada del espíritu del señor Almeras, porque aún la satisfacción de las propias necesidades le parecía tener algo de imperfecto para un alma que estaba destinada a amar a Dios tan digno de ser amado. Amaba a Dios con tanta pasión, que quería amarlo sólo por ser El quien es, sin admitir los consuelos deque disfrutan en esta vida sus fieles servidores;

por esto decía: deseo corregirme y perfeccionarme, no por gozar las dulzuras de una buena conciencia, sino únicamente por no desagradar en un solo punto a Dios. Amaba a Dios con tanta pasión, que siempre le tenía presente no obstante sus continuas y graves enfermedades que parece que debían arrastrarle todos sus pensamientos hacia las necesidades de su cuerpo; y en todas sus operaciones partía siempre de este principio: el amor sea el que busque y el que encuentre, el amor el que pida y el que reciba, el amor el que llame a la puerta y el que abra. Amaba a Dios, pero no con un amor impetuoso sujeto a las imperfecciones de la precipitación, sino con un amor dulce y tan deseoso de placer divino, que se conformaba en un todo con la divina voluntad. Amaba a Dios hasta el punto de no poder estar sin El, aún mientras conversaba con el prójimo, por esto en semejantes ocasiones se le oía decir: Oh qué grande es Dios, lo mejor de todo es servirlo por ser El quien es; y partiendo de estos principios le consultaba aún los asuntos de menor importancia; y en lo último de su vida, en medio de los indecibles males que le afligían, tenía en sus manos un crucifijo, besábalo con tanta frecuencia como ternura, y así nos mostró aún en aquella hora en la práctica de los trabajos, dolores y aflicciones el extraordinario amor de su corazón y la grande unión que tenía con Jesucristo crucificado.4

67. Un superior santo Nos parece haberle hallado en la persona del mismo señor Almeras, ya por el grande

número de obras que llevó a cabo para asegurar a la Compañía su espíritu primitivo y hacerla llegar a la perfección propia de su Instituto, ya por las excelentes cualidades que acompañaron a todas sus acciones, porque ¿qué no hizo? Conociendo que el buen orden de las cosas pende del

3 Vida del señor Renato Almeras. 4 Vida del señor Renato Almeras.

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superior, se entregó con todo anhelo a revisar las Reglas de los oficios según las Constituciones generales de la Congregación, obtuvo de la santa Sede cuanto era necesario para la consolidación de la Compañía, y pudo él mismo decir que ya no restaba más que hacer. En una palabra, todo lo hizo, se acordó de todo, puso la Congregación bajo la protección de María, dio reglas de conducta a todos los misioneros, a los superiores y visitadores; las dio a todos para la modestia humana y cristiana, a los sacerdotes que habían de predicar les enseñó en una circular el método sencillo y utilísimo, y para establecer la decencia y uniformidad en todas las cosas de la Compañía hizo imprimir un libro de las ceremonias. Pero todo lo hizo con tanta sencillez, que sólo quiso agradar en todas las cosas a Dios, cumplir con su santa voluntad y aumentar su gloria, y lo hizo con una completa desconfianza de sí mismo y con una perfecta confianza en Dios; y lo hizo con una confianza universal, con una exactitud a toda prueba, con una firmeza que no sabía retroceder, con una prudencia divina y con una dulzura y caridad que jamás se desmintieron.5

68. Un modo de obrar santo El señor Almeras también se presenta ante nosotros como un modelo de perfección en el

obrar: ¡tanta era la vigilancia y exactitud extraordinarias con que desempeñaba todas sus cosas! y no eran menos perfectas la que como superior exigía a los demás. El se aplicó desde su entrada en la Congregación a la observancia exacta de la Regla y de las prácticas santas de la Compañía con una fidelidad y puntualidad tan grande, que todos los ejercicios de la casa llegaron a serle como naturales; y siempre hizo con la misma perfección los ejercicios de las misiones, de los ordenandos y de los diversos oficios de la casa y aun siendo superior general, porque nunca disminuyó su vigilancia y atención particular aún en las prácticas más pequeñas. Esta misma vigilancia y exactitud le hizo arreglar el tiempo de modo que no perdiera ni un instante, ya con Dios mediante la oración, ya con dictar o escribir las cartas que le reclamaban su oficio, ya con hablar con sus hijos o con los externos, y por fin en otras funciones propias del cargo que desempeñaba. Mas no se contentó con vivir él con un orden tan admirable, sino que procuraba introducirlo entre los demás, ya por medio de su conducta edificante y haciéndoles notar las faltas que habían cometido, ya enterándose aún de los desórdenes más pequeños, ya poniendo el debido remedio, y ya recomendándolo con frecuencia a todos los oficiales de la casa y en particular al director del seminario. Por esto después de san Vicente debe decirse que el señor Almeras ocupó el primer lugar no sólo en ser él un perfecto misionero, sí que también en infundir a los demás esta perfección. En suma, lo vemos un perfecto postulante, un perfecto director del seminario, un perfecto superior, un perfecto asistente de la casa matriz, un perfecto consultor, un perfecto visitador y un perfecto superior general. La sola lectura de su vida comprueba de tal suerte esta verdad, que aún siendo novicio ya él se comparaba a un santo; recién salido del noviciado ya eran tales sus virtudes, que san Vicente lo puso de director de los demás, ejercitó de un modo perfectísimo todos los oficios de la Congregación, y de tal suerte lo bendecía Dios en todas sus obras que le bastaba poner la mano en alguna para que saliere muy bien. El señor Almeras trabajó con empeño para hacer en su tiempo perfectos misioneros, y de hecho dio un gran número de ellos a la Congregación, y durante diez y ocho meses o dos años en las conferencias públicas que hacía no tomó otro texto que estas palabras de nuestro Señor: Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto.6

Con el cual trató las virtudes cristianas propias de los misioneros, pero con tanta gracia, energía y exactitud, que sus oyentes consideraban sus exhortaciones como un maná celestial que debía comerse en el más delicioso festín. Con este mismo fin inculcaba a los seminaristas que no

5 Vida del señor Renato Almeras. 6 Mt 5, 48.

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se dejasen alucinar por la apariencia de la virtud, sino que pasasen a lo que ella tiene de más sólido que es la negación de sí mismo, negación rara aún en el corazón de muchos que aspiran a la perfección. Que el señor san José nos conceda a todos sus hijos e hijas tan admirable modo de obrar, es lo que siempre le hemos de pedir con todo el afecto de nuestro corazón.7

7 Vida del señor Renato Almeras.

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Capítulo 14 Nuestra santidad como revestidos del espíritu de Jesús, María y José

69. Necesidad del espíritu de Jesús, María y José Para que la Congregación consiga, mediante la divina gracia, el fin que se ha propuesto,

es preciso que procure con todas sus fuerzas revestirse del espíritu de Jesús, María y José.1 Con estas palabras se nos recopila todo el conjunto de nuestros deberes, porque

revestirnos del espíritu de Jesús, de María y de José, es como si se dijera: que seamos santos como son santos Jesús, María y José, y que nos empleemos en la salvación del género humano como ellos lo hicieron, ya evangelizando a los pecadores, ya formando los sacerdotes que han de ser después los apóstoles de los pueblos, ya edificando a los fieles, ya trabajando siempre, ya instruyendo y educando a la niñez y juventud en las clases, escuelas y colegios josefinos, ya en suma, mediante los ejercicios espirituales y las sagradas misiones a los fieles y a los infieles, y sobre todo pensando, diciendo y obrando en toda ocasión a la mayor honra y gloria de Dios. Por tanto, tengamos por máxima inviolable que:

El medio de cumplir debidamente todos los fines de nuestro santo Instituto es revestirnos del espíritu de Jesús, María y José. ¡Pobres de nosotros que no seríamos mas que un cuerpo sin alma, si careciésemos de éste espíritu! Para llegar a la propia perfección es preciso revestirse de este espíritu, para instruir y educar a la juventud debemos revestirnos del espíritu de Jesús, María y José, y para asistir útilmente a los pueblos y servir a los eclesiásticos es menester esforzarse en imitar la perfección de Jesús, María y José, y procurar llegar a ella, porque sólo así tendremos su espíritu. Como nosotros no somos nada y no somos capaces de nada, por esto hemos de tener por máxima inviolable que es menester trabajar con empeño para imitar a tan sagradas personas.2

El espíritu de Jesús, María y José es necesario a los sacerdotes, a los ordenados in sacris, a los estudiantes, a los profesos, a los novicios, a los hermanos coadjutores, y a nuestras coadjutoras Josefinas para que unos y otras desempeñen dignamente sus obligaciones; y porque el espíritu del hombre no es sino miseria y vanidad, es pues menester ser animados del espíritu de tan sagradas personas, porque sólo así cumplimos bien las funciones señaladas por las Reglas.3

Así juzgamos ser tanta la necesidad de revestirnos del espíritu de Cristo, del de María y del de José, necesidad que la extendemos a todos los hermanos, a todos los oficiales y a todos los superiores. Retratando la conducta de, uno de ellos, así le decimos: Debe encarnar en sí mismo, en cuanto es posible, el mando de nuestro Señor Jesucristo, haciendo suya la humildad de la bienaventurada Virgen María y la mansedumbre y caridad de nuestro padre san José.4

Como si dijéramos: su gobierno ha de ser tan manso, humilde y caritativo, que ha de ser, en cuanto le sea dable, el gobierno de Jesús, de María y de José; y como ellos, atemperar a su tiempo lo severo con lo benigno; conocer el Instituto y sus usos, como ellos la doctrina que practicaban; y como ellos ser el ejemplo de los demás, ora por un amor grande al bien común, ora por sus ejercicios de piedad y devoción, ora, en fin, por cierta paciencia en los trabajos, por una verdadera constancia en el obrar y por una generosidad inimitable. ¡Qué bien andaría el Instituto

1 RCM 1, 3. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 410. 3 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de febrero de 1659, sobre las máximas del Evangelio; ES, XI, 416. 4 In se ipso debet exprimere quod fierí potest, Domini N. J. C. gubernatíonem, sectando humilitatem beatae Mariae Virginis, atque mansuetudinem et charitatem sancti patris nostri divi Josephi. (Reglas para el Visitador 1).

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del señor san José así gobernado! ¡qué bendiciones tan extraordinarias las que recibiera de su Dios! ¡qué perfección la que llegarían a adquirir los misioneros! Y no pudo ser de otro modo, porque tal es el resultado de los que obran con tan bello espíritu. Reguemos, reguemos a Dios que así seamos nosotros. Amén.

70. En qué consiste Mas ¿cuyo es este espíritu? ¿Es aquel espíritu que es como la procedencia del Criador?

¿es como proveniente del corazón del mismo Cristo? ¿es aquél todo esencial que procede del Padre y del Hijo? ¿es el que nos prometiera Jesucristo, que descendió después sobre los Apóstoles y les enseñó toda verdad? No, no es esto; hablamos sí, de otro espíritu del espíritu moral de las Sagradas Personas; del espíritu que resplandeció en todo su ser, del espíritu de sus acciones, de su modo de obrar y de su doctrina. Por tanto, podemos decir que el espíritu de Jesús, María y José, es, con toda verdad, un espíritu de caridad perfecta, lleno de una maravillosa estimación de la divinidad y del deseo de honrarla dignamente; ellas tienen un perfecto conocimiento de todas las grandezas de Dios su Padre y las admiran y alaban incesantemente; ellas tienen del eterno Padre tan alto aprecio que le hacen homenaje de todas las excelentes cualidades de que estaban adornadas sus divinas Personas hasta el punto de referirle todas sus obras y su doctrina, y de reconocerle por autor y principio de todos los bienes; tal es el grande aprecio del espíritu de María, de José y de Jesús para con su Padre que está en los cielos.5 ¡Qué excelente es el espíritu de tan Sagradas Personas! Pero, ¿tenemos este espíritu? ¿Por qué no hemos obrado según la perfección que le es propia??por qué no dirigiremos en adelante todo cuanto hiciéramos a tan glorioso fin? ¡Ah! Acordémonos que la gracia de la vocación nos impuso una necesidad, que esta necesidad exige que nosotros obremos según todas nuestras fuerzas, y fuerzas de las que nos hemos de servir para revestirnos de este espíritu: es preciso que procure con todas sus fuerzas revestirse del espíritu de Jesús, María y José.6

¿Estamos con éste vestido? ¡Yo veo a nuestros primeros padres cubiertos con vestidos nuevos, pero vestido infausto, que publica y publicará siempre aquella falta que es el origen de todos los males! Pues ¿con qué vestidura nos encontramos? ¡Ay de los misioneros no santos! ellos con su tibieza e infidelidad se han cubierto con el vestido de la inobservancia, vestido más vergonzoso si cabe, que el que cubría a Adán y Eva cuando fueron arrojados del Paraíso. ¡Cuántas miserias, Salvador mío! ¡quién pudiera al menos llorarlas! ¡ah!... Con los buenos misioneros no es así, sino al contrario, visten como Jacob las hermosas vestiduras de Esaú: Vistió a Jacob con los más ricos vestidos de Esaú;7 ellos, como Aarón y demás sacerdotes, reciben santos vestidos del divino espíritu: Los revestirás de los ornamentos sagrados para que sean mis ministros;8 y como los sacerdotes predichos por David, se ven cubiertos por la justicia: Revístanse de justicia tus sacerdotes9.

Tan felices seremos si cumplimos este punto de la Regla, y al modo que las Reglas nos suponen vestidos ya con el glorioso ropaje de la santidad, así nosotros obrando con este espíritu, seremos también santos.

Pidamos, por tanto, incesantemente a Dios, este espíritu de Jesús, María y José, ya que estamos faltos de él como verdaderos mendigos.10 Entremos en el espíritu de tan Sagradas

5 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 411. 6 RCM 1, 3. 7 Gn 27, 15. 8 Ex 40, 13. 9 Sl 131, 9. 10 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 440.

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Personas para entrar en sus operaciones, porque no está el todo en hacer el bien, sino en hacerlo bien hecho a ejemplo de nuestro Señor, de quien se dice: “Todo lo ha hecho bien”,11 porque no está el todo en ayunar, observar la Regla y trabajar por Dios, sino que es menester hacerlo con el espíritu debido; esto es, con fe y con los mismos fines y circunstancias de Jesucristo en cuanto es dable a nuestra miseria.12

Notemos de paso esos bellos rasgos de santidad y perfección que hemos de copiar en fuerza de la Regla: ¡tanta ha de ser la santidad de un misionero! ¡tanta y tan grande su perfección! Repitamos siempre: Todos, a imitación de Jesús, María y José, que obraban siempre llevados por el Espíritu, en virtud del Espíritu Santo y por la admirable virtud del mismo Espíritu, obrarán, hablarán y aun pensarán según el espíritu de su santa vocación.13

¡Qué el señor san José nos conceda esta gracia! Amén.

71. Consiste en las máximas evangélicas Este espíritu de Jesús, María y José es para el misionero lo que es la luz en medio de

las tinieblas, y consiste en particular: brilla de un modo especial en su evangélica doctrina.14 Según esto, todo lo del Evangelio, todo lo que nos enseñaron y practicaron Jesús, María y

José, son partes componentes de este espíritu; consiste en este doble precepto: Salva tu vida,15 porque debemos primero salvar nuestra alma y luego aplicarnos a la salvación de los demás. ¡Oh qué hermosos son tus resultados, santo y divino espíritu de nuestra santa vocación! Contigo las grandes conversiones de pecadores endurecidos, el sacar a los tibios de su vida que excitaba al vómito y el trabajar para que los santos se santifiquen aún más; y al modo que los sacerdotes y levitas le dijeron a Débora: Por ti se han salvado las reliquias del pueblo.16

Así nosotros mediante éste espíritu salvado hemos al verdadero pueblo de Dios. ¡Oh Salvador! Y ¿cuándo se ha necesitado más que ahora la operación de tu espíritu? ¿cuándo ha sido el pueblo cristiano más infiel a sus deberes? ¿cuándo los niños han sido tan atrevidos? ¿cuándo la juventud se ha visto precipitarse más hondamente? ¿cuándo los casados han obrado con mayor imprudencia? Y ¿qué diré de los ancianos? ¡Ay! ¡ay de mí! que a muchos de ellos encuentro falsarios y corrompidos y aun en peor condición que los falsos acusadores de la casta Susana. Contentáronse aquellos en lo que refiere la Escritura, pero los nuestros desgraciadamente más instruidos en la seducción, no abandonan su presa, sino que se esperan para devorarla. ¡Oh Salvador! Y ¿nos será dado salvar las reliquias de este pueblo? Porque ¿qué es lo que viene en nuestro socorro? ¡ay! ¡ay de mí! un gobierno impío y descarado y atentatorio y desmoralizador; y vemos tales escándalos y tales hechos que desgarran hasta corazones de mármol; y vemos la publicación de todo lo malo, cubierto con los caracteres de lo bueno y propinado públicamente a cuantos se pueda; y para que nada falte vemos al sacerdocio con la mordaza de la ley. ¿Salvaremos las reliquias de este pueblo? ¡Oh misionero! sí lo harás, y lo harás con el espíritu de Jesús, María y José. Démonos a un Dios tan bueno, seamos prácticamente agradecidos, y pidámosle con todo el afecto de un corazón que ama a lo divino, el: Reposará sobre él el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad y estará lleno del espíritu del temor del Señor.17

11 Mc 7, 37. 12 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de marzo de 1659, sobre la sencillez y la prudencia; ES, XI, 468-469. 13 RMJ 10,1; RCM 2, 14. 14 RCM 1, 3. 15 Gn 19, 17. 16 Jc 5, 13. 17 Is 11, 2-3.

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Este es el espíritu que descansó sobre las sagradas personas de Jesús, María y José, y espíritu que debe descansar sobre nosotros para que todo cuanto hiciéramos sea según él. No es esta la ocasión de declarar este espíritu, de exponer aquel temor santo de Dios principio de la sabiduría, aquella piedad que nos inflame en el amor, aquel consejo que nos confiere una prudencia divina, aquella fortaleza que nos declara más que mártires, aquella ciencia que nos enseña lo del cielo, aquel entendimiento que nos facilita la penetración de lo divino y aquella sabiduría que coronando a los demás dones, todo lo goza, y lo goza suavísimamente. Contentémonos con recordar la medida que se nos concedió de este espíritu con el: Desde lo alto se derramará sobre nosotros el espíritu18. Contentémonos, ya que somos los dichosos que podemos decir: El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido19 y anhelemos con el grande deseo de que se cumpla en nosotros el: Quedaron todos llenos del Espíritu Santo.20

¡Ah! No menospreciemos la gracia de la vocación que es el fundamento de todo y conservémosla mediante la práctica del espíritu con el que siempre obraron Jesús, María, y José.

72. Consiste en los santos votos Creemos un deber nuestro declarar que el espíritu de Jesús, María y José, del que nos

habla la Regla, consiste también en practicar los santos votos: En su pobreza, castidad y obediencia.21

En la pobreza, en la santa y muy necesaria pobreza, ¡oh Salvador!, hazme pobre de espíritu. En la castidad, en la celestial y hermosa pureza, ¡Madre mía María!, hazme casto, muy casto, y tan puro e inmaculado como un ángel y aun como tú lo eres, ya que desempeño la persona de tu Hijo. En la obediencia, mi utilísima obediencia, mi única seguridad, ¡oh José, padre mío!, hazme obediente hasta la muerte y muerte de cruz. A todo esto hemos de añadir el cuarto voto de permanencia en el Instituto, de ocuparnos en las misiones y en la enseñanza, porque este cuarto voto es la perfección y la corona de los demás. Veamos esta observancia de los votos en el venerable señor Ugo. El presbítero Simón Ugo, sacerdote muerto en Roma en monte Citorio, (y en cuya casa vivimos por algún tiempo) el 5 de Enero de 1850, es uno de los misioneros más recomendables que ha tenido en estos últimos tiempos la ciudad de Roma, metrópoli del cristianismo, distinguiéndose por la santidad de su vida por medio de la observancia de los santos votos. En cuanto a la pobreza, bastaba entrar en su aposento para comprender hasta qué punto practicaba la pobreza, imitando a Aquel de quien se dice: El cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros.22

No obstante de que un hombre de estudio como él, parece que habría podido tener un cierto número de libros; sin embargo él tenía muy pocos; y formaban el adorno de su aposento, un Crucifijo y cuatro imágenes de papel de las más comunes, sin admitir cosa alguna no necesaria en él; su vestido era pobre, jamás tuvo reloj, ni quiso tener nada inútil, curioso o superfluo, ni una caja de tabaco; y en sus frecuentes viajes mostraba también su amor a la pobreza, pues no se permitía el menor gasto sin una verdadera necesidad. Bastaba observar su admirable prudencia para concluir de su virtud angélica; jamás se le vio hablar a una mujer sin una grande necesidad, y entonces tenía buen cuidado que fuese delante de otros, y se mantenía todo el tiempo con la vista modestamente baja. Solo una orden del Cardenal Vicario pudo hacerle tener relación con las monjas dominicas. La obediencia la poseía en tan alto grado, que no tenía voluntad propia. Si se le pedía ir a misión iba con gusto; si se le invitaba para desempeñar el

18 Is 32, 15. 19 Is 61, 1. 20 Hch 2, 4. 21 RCM 1, 3. 22 2Co 8, 9.

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último lugar de la casa, estaba siempre pronto y lo hacía con toda la puntualidad, no obstante sus enfermedades. No se daban ejercicios a los ordenandos o a los señores sacerdotes en que él no tuviere una buena parte; tenía a su cargo las conferencias que se hacen a los eclesiásticos todas las semanas y las ocupaciones ordinarias de los importantes empleos que le habían confiado; y todo lo ejecutaba por obediencia y aun prefería lo más repugnante a la naturaleza. Se le vio obedecer como el más fiel seminarista, después de haber sido superior y visitador, a uno que había sido su discípulo, y obedecer no obstante su arruinada salud y los padecimientos que le iba a ocasionar un viaje precipitado; obediencia que ha sido de mucha consolación para los superiores. Imitemos, imitemos a tan santo misionero, porque la verdadera virtud está en la práctica y no en la teoría.23 ¡Concédenos esta práctica, amantísimo padre nuestro señor san José! Amén, amén, amén.

73. Consiste en lo demás que nos dice la Regla Siguiendo el mismo camino para conocer cuál debe ser nuestra santidad, no solo decimos

que consiste en imitar a Jesús, María y José, en la práctica de las máximas evangélicas y en la exacta observancia de nuestros últimos votos; sí que también creemos un deber nuestro decir que nuestro espíritu consiste también puesto en práctica: En su caridad para con los enfermos, en su modestia, en la manera de vivir y de proceder que enseñó a sus discípulos, en su conversación en los cotidianos ejercicios de piedad y en las Misiones y demás ministerios que desempeñó en favor de los pueblos,24 no solamente Jesucristo nuestro Señor, sino también María y José.

Por consiguiente, la práctica de nuestro propio espíritu exige también de nosotros la caridad para con los enfermos, divino destello de aquella caridad que por salvar al género humano descendió del cielo a la tierra; exige la modestia, aquella incomparable modestia de Jesucristo que tenía el secreto de apoderarse hasta de los corazones de los niños; aquella vida apostólica, aquel obrar siempre sencillo, aquella conversación del cielo y los ejercicios. Notemos cuánto, cuánto nos importa estar sin vicios, vivir sin el pecado mortal, estar libres de los pecados veniales, no dejarnos vencer de miserables pasiones, practicar grandes actos de virtud, y practicarlos de modo que, con toda verdad y exactitud, se verifique en cada uno de nosotros el importantísimo: empezó a practicar y a enseñar25. que es tan sumamente necesario para que estemos revestidos del espíritu de Jesús, María y José. Concluiremos diciendo con un gran santo:

Quiera Dios hacernos la gracia de conformar siempre nuestra conducta con la de tan Sagradas Personas, nuestros sentimientos con los suyos, de tener nuestras lámparas siempre encendidas en su presencia, nuestros corazones aspirando siempre más y más su divino amor y aplicados en revestirnos con nuevas creces de tan divino espíritu. Ea pues, hagámoslo así, ya que todos hemos de aspirar a conformarnos con Dios, a alejarnos de las máximas del mundo, y a unirnos con el afecto y con la práctica a los ejemplos del Hijo de Dios, ya que se hizo hombre no sólo para salvarnos, sí que también para que seamos salvadores como El por medio de la cooperación a la salud de las almas.26 Para animarse más y más tomemos por puntos de meditación los siguientes pasajes de la Regla: Todos los Hijos de María José obrarán su santificación mediante el voto de pobreza.27 Todos los Hijos de María y de José obrarán la santificación propia de su estado, no sólo mediante la guarda de la castidad como virtud, sino que también como voto que deben hacer de ella a Dios nuestro Señor.28 El tercer voto con el que

23 Vida del señor Ugo. 24 RCM 1, 3. 25 RCM 1, 1; cf. Hch 1, 1. 26 SVP, Conferencia a misioneros del 13 de diciembre de 1658, sobre los miembros de la Congregación de la Misión y sus ocupaciones; ES, XI, 414-415. 27 RMJ 5, 1. 28 RMJ 6, 1.

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han de consagrarse a Dios los Hijos de María y de José es el voto de obediencia, voto que deben considerar todos como el más importante.29 Todos los Hijos de María y de José no sólo procurarán obrar el bien, sino que también procurarán obrar conforme a los santos votos de educar a la juventud y de dedicarse las misiones, para que de este modo se hagan más y más santos haciendo aun sus acciones ordinarias en fuerza de sus votos.30 En fin, para no extendernos más, tan solo añadiremos aquél terrible y muy consolador pasaje que dice así: Todos procurarán llevar a cabo la obra de su perfección.31

¡Ah!, ilumíname, amantísimo padre mío señor san José, y haz que repita de corazón: Huyamos del monstruo de la soberbia.32 Amén, amén, amén.

29 RMJ 7, 1. 30 RMJ 8, 5. 31 RMJ 8, 5. 32 RCM 12, 9.

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Capítulo 15 Nuestra santidad como que profesamos la doctrina de Cristo

74. Las santas Reglas imponiéndonos esta doctrina Bien podemos afirmar, y sin temor de equivocarnos, que nuestras Reglas son para

nosotros un bellísimo Comentario de los Documentos Evangélicos, como si dijéramos: Documentos que Cristo enseñó, que los evangelistas recopilaron, que la Iglesia nuestra Madre nos ha enseñado, documentos escogidos cuidadosamente por la Regla, para que con su práctica seamos misioneros; documentos que han formado a los santos todos, a tantos varones más venerables por sus virtudes que por sus años; documentos que a los justos les facilitaron siempre su entrada en la gloria y documentos que son también el alma de los demás, la verdad primordial sobre la cual giran nuestros deberes y el fundamento de toda nuestra santidad. Por esto tenemos por máxima: Ante todas las cosas todos se esforzarán por fundarse en esta verdad, a saber, que la doctrina de Jesucristo nunca puede engañar, mientras que la del mundo es siempre mentirosa, afirmando el mismo Jesucristo que ésta se parece a un edificio construido sobre arena; pero que la suya es semejante a un edificio construido sobre firme roca. Por eso la Congregación hará profesión de obrar siempre según las máximas de Jesucristo, y nunca según las del mundo.1

Según esto, hemos de obrar siempre según la doctrina de Cristo y nunca según las máximas del mundo, y ¿por qué razón? Nosotros vamos a referir la que se dignó enseñar un gran santo, lo cual será para nosotros de mucha instrucción:

Debe tenerse por cierto que la doctrina de Jesucristo hace lo que dice, al paso que la del mundo no da jamás lo que promete; la doctrina de Cristo es una roca inmóvil como conjunto de verdades eternas, que antes que ellas pasarán primero los cielos y la tierra; es una ley positiva dada a todos los hombres por Jesucristo, nuestro legislador; contiene todos los mandamientos y consejos; con los primeros nos manda, al paso que con los segundos nos dirige.2

Y hemos de obrar también según esta doctrina, porque a la verdad hace santos. Veamos un efecto de ella en la persona de un venerable misionero llamado Abot, que murió en las misiones de los infieles: puedo deciros con toda sinceridad, dice un amigo suyo y su verdadero admirador, que jamás he conocido un misionero más exacto a todos los ejercicios de piedad y particularmente a la oración de la mañana, como el difunto presbítero misionero el señor Abot. La vida que nosotros llevamos es harto distraída por las idas y venidas continuas que exige de nosotros la práctica de las misiones y de la enseñanza, el cuidado de las parroquias, y con mucha frecuencia aún durante la noche vamos a administrar a los enfermos que nos han llamado, con todo jamás ha faltado a la oración de la mañana, y yo le he visto siempre en dicho ejercicio, aunque hubiese llegado a cualquiera hora de la noche. Esta exactitud a tan santo ejercicio, lo mantuvo en la práctica de la virtud de tal modo que era considerado como un santo aún mientras vivía; y uno de los mejores cristianos que yo he conocido me decía que nada extrañaría que oyera decir que había hecho milagros. En suma, las acciones de nuestro hermano difunto son tantas y tales, que llenarían un grueso volumen. El espíritu de penitencia y mortificación tenían una gran parte en todas sus acciones, él jamás se desayunó, a excepción de los dos o tres últimos años de su vida, que por condescendencia tomaba todas las mañanas una taza de mal café y sin azúcar. Aunque hace mucho tiempo que la compañía de Indias envió a esta Isla vino de Francia o de las Canarias, pero jamás he podido lograr que él lo usara, y si alguna vez por compromiso de dichos señores bebía un poco, era en tan corta cantidad que apenas puede decirse que lo gustaba. Su plato más delicado era comer todo lo que encontraba demás insípido en un país que nada tiene

1 RCM 2, 1. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de febrero de 1659, sobre las máximas del evangelio; ES, XI, 417-418.

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capaz de regalar a la sensualidad. El se acostaba sobre la dura tierra, y por decirlo con toda exactitud, lo hacía sobre una piel de buey extendida sobre una madera sin que usara jamás sábanas o cobertor. Hacia el fin de su vida era su mortificación favorita el dar a su cuerpo el menos sueño que le era posible, de suerte que luego que despertaba, aunque solo fuesen las doce o una de la noche, luego se levantaba, y puesto al pie de un árbol estaba haciendo oración hasta que se hacía de día. Este género de mortificación arruinó naturalmente su salud aunque en sí fuerte y robusta; y cuando yo se lo advertía, me contestaba: Hace ya largo tiempo que se me dice que me acorto la vida, y sin embargo ya paso de cincuenta años. Tal fue la vida y la muerte de nuestro venerable hermano el señor Abot, porque recibidos los santos sacramentos, fijos sus ojos en Cristo Jesús, como que consideraba que debía remunerarlo con la recompensa debida a su fidelidad y a sus trabajos. Murió sin hacer el menor movimiento, sin visaje alguno, sin la más pequeña agitación y sin la pérdida del color; de modo que puede afirmarse que jamás se ha visto muerte ni más dulce, ni más tranquila, y yo añadiré, ni más preciosa a los ojos del Señor. El señor Abot murió como había vivido, lleno de días, de buenas obras y de méritos; llorado de toda la Isla y principalmente de sus ovejas. Por la muerte de nuestro querido hermano ha perdido la Isla de Bourbon la primera de sus luces; yo tenía el título de superior, pero él cargaba con todos los trabajos; estoy moralmente cierto que está en los cielos y que Jesús, María y José lo recibieron en el número de sus más dignos hijos y de sus más perfectos imitadores, porque su vida ha sido verdaderamente apostólica durante los treinta y tres años que lo conozco, de los que los veintidós últimos he vivido con él, porque su vida ha sido una imagen verdadera de Jesucristo, predicando y conversando entre los hombres, y salió una de las copias más fieles de este divino original, porque desde su noviciado esparció el buen olor de su santidad, porque siempre ha sido visto de todos tan sencillo, tan humilde, tan afable y tan obediente, que jamás se observó en su conducta la más pequeña variación. También debo decir de él que marchaba todos los días a pasos de gigante por el camino de la virtud, y que las que más brillaban en él eran las que forman el espíritu de un perfecto misionero, y así, tenía un grande celo por la honra y gloria de Dios y por la salud de las almas, un amor tierno y lleno de compasión para con los pobres, una ocupación continua y una exactitud a toda prueba en los ejercicios de piedad. Por esto es que se hallaba perfecto; y hubo ocasión que él solo sufría un trabajo intenso, que tres o cuatro de los más robustos no lo habrían podido aguantar; en fin, murió como había vivido; y como fue santo murió la muerte de los santos.3

75. Las santas Reglas nos lo encargan extraordinariamente Como por vía de comentario sobre ellas, diremos acerca de la doctrina de Cristo: Ante

todas las cosas todos se esforzarán por fundarse en esta verdad.4 Tal es la obligación que nos impone el espíritu de la Regla. Pero, ¿qué modo de obrar tan distinto? ¿dónde está aquella especie de recelo que acompañan a veces las palabras de la Regla? y ¿dónde aquellas admirables dudas hijas de la humildad? Aquí vemos que hemos de revestirnos del espíritu de san Pablo, y a la manera que este santo Apóstol cuando quería llamar una especial atención sobre ciertas verdades se servía del: Verdad es cierta5. Así, de un modo semejante, queriendo nosotros que todos nuestros hijos atiendan a este negocio y muy bien, comenzaremos este párrafo con el: Ante todas las cosas. ¿Cuál será la perfección que nos reclama la doctrina de Cristo supuesto que hemos de practicarla: Ante todas las cosas?

Por tanto, no un cumplimiento pasajero, no dirigido por el genio o por el humor, ni tampoco por aquellos fervores semejantes a la claridad del relámpago, sino que se nos fije y establezca completamente; y quiere que sea propio no sólo del coadjutor y del novicio, no sólo

3 Vida del señor Abot, p. 55. 4 RCM 2, 1. 5 1Tm 1, 15.

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del estudiante y del sacerdote, sí que también lo ha de ser de los oficiales y superiores: Todos se esforzarán.

Y ¿qué verdad? Ya lo hemos anunciado: que la doctrina de Cristo es siempre la verdad, mientras que la doctrina del mundo es siempre falsedad, por esto nunca hemos de obrar según ésta, sino siempre según los dictámenes de aquella. ¡Oh dichoso Instituto del señor san José! ¡Oh feliz, oh afortunada Madre mía! Todo lo serás desde el momento que en todo operes según la doctrina de Cristo. En suma, para que todos nosotros siempre y en toda ocasión hagamos profesión práctica de esta divina virtud, sirvámonos de otra sentencia del Salvador que nos compara su doctrina al soberbio palacio fabricado sobre la roca viva, y contra la cual nada pueden nilas lluvias, ni los vientos, ni los huracanes, ni los temblores; al paso que la del mundo, construida sin la menor solidez, es por fin completamente destruida. Obrar de esta manera es obrar con la ciencia de un alma que ama a Dios; lo que nos autoriza a concluir diciendo:

Nos hacemos culpables fiándonos más bien de los razonamientos humanos que de las promesas de la sabiduría eterna, más en las apariencias engañosas del mundo que en el amor maternal del Salvador. ¡Oh amantísimo Jesús! Vos que conocéis el valor de las máximas que nos habéis dado, ¿por qué son tan pocos los que las siguen? Ellas, aunque difíciles, son siempre ventajosas en la práctica. ¿Por qué, pues, no nos atenemos siempre a ellas dejándonos conducir por sus luces? Ya que la Regla nos obliga a desnudarnos de las máximas del mundo que siempre son falsas, y adherirnos a las de Jesucristo, ¿por qué no nos damos del todo a Dios y las amamos de modo que a su tiempo las observemos? Pedidle a Dios esta gracia en vuestras oraciones y sacrificios, y empleemos para adquirir su práctica todos los medios que nos conduzcan a tan dichoso fin.6

76. La doctrina de Jesucristo no puede faltar La santa Regla nos dio un grande motivo para que labráramos nuestra santidad, según la

doctrina de Cristo, añadiendo, como comentándola: la doctrina de Jesucristo nunca puede engañar,7 verdad fundamental que no necesita de prueba, porque ¿quién no la sabe? Con todo, nosotros debemos confesar que así como nada hay tan bien sabido, así también nada hay quizás tan olvidado, porque todos los pecadores se fundan en este olvido, pues el mundo siempre será mundo y no puede tener otra cosa que concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida. San Pablo, escribiendo a los Corintios, nos reforzó este argumento diciéndonos: Pues, nadie puede poner otro cimiento que el que ya ha sido puesto, el cual es Jesucristo.8

Con esta maestría y certidumbre nos habla; tan cierto es que la doctrina de Cristo nunca puede engañar. Para animarnos más y más, aseguraremos nosotros:

En el mundo si hay máximas buenas se conocen por la experiencia; al paso que las de Jesucristo son buenas por sí mismas por ser esencialmente infalibles, y porque ha previsto sus resultados desde toda la eternidad y con todas sus circunstancias aún las más ocultas. Hemos de estar convencidos que la doctrina de Jesucristo nos ha sido propuesta por su infinita caridad y que no puede engañarnos; y que todo nuestro mal está en que en vez de fijarnos completamente en ella nos volvemos del lado de la prudencia humana.9

Y es la razón de todo, el ser sólo Cristo la verdad y sólo verdad lo que brota de sus labios. Según esto ¡qué venturoso sería el misionero josefino que fuese enseñado en un todo por la

6 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de febrero de 1659, sobre las máximas del evangelio; ES, XI, 422-424. 7 RCM 2, 1. 8 1Co 3, 11. 9 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de febrero de 1659, sobre las máximas del evangelio; ES, XI, 421-422.

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verdad de esta doctrina! ¡cómo se santificaría en todos sus hechos! porque a la manera que sin las luces de esta verdad nadie puede entender, ni pensar, ni juzgar con exactitud; así cuando se obra según ellas, no se obra proviniendo de discursos humanos, sino por los celestiales y divinos. Y ¡qué virtud la que practicara un misionero con esta doctrina! Me parece verlo con un espíritu completamente unido a Dios, con una sencillez de paloma, y con tanta mayor perfección cuanto fuere movido por tan divina doctrina. Y ¿qué virtud será la suya? Ya podemos contemplarlo santo y amigo de Dios, y sirviendo al Señor en el hambre, y en la sed, en la pena y en la tribulación, en el fervor de la oración y en la sequedad, en los oprobios y en las honras, en la abundancia y en los ayunos y en la penitencia. ¡Qué virtud la de un misionero que obra según la doctrina de Cristo! Paréceme verlo una imagen perfecta de san Pablo, cuando después de haber experimentado lo que hacía la gracia en su corazón, exclamaba: Sobre quien trabado todo el edificio se alza,10 pero perfección cuyo crecimiento no veremos jamás, sino siguiendo la doctrina de Cristo.

Por consiguiente, de hoy en adelante, y por amor positivo a la doctrina de Cristo llenemos nuestro espíritu y nuestro corazón de amor de Dios, y sea la santa doctrina de Cristo la Regla de toda nuestra conducta; reguemos a los Apóstoles que nos la alcancen, ya que ellos tanto la amaron y la guardaban con toda exactitud; reguemos a la Virgen santísima que mejor que otro alguno le ha practicado; y reguemos al señor san José, que nos la ha dado, que nos haga la gracia de ser fieles en su observancia, excitándonos a ella con la consideración de sus ejemplos. Hay motivos de esperar que viviendo según esta doctrina ella nos será favorable en el tiempo y en la eternidad.11

77. La doctrina de Cristo nos alcanza todos los bienes Las promesas que se hacen a los que obran según esta doctrina y con la debida

perseverancia son tales que no las podemos ni siquiera vislumbrar. Porque ¿quiénes son los que tendrán en su corazón al eterno Padre? ¿qué corazones serán como un cielo ambulante? ¿quiénes, al modo de angélicas criaturas, no perderán la vista de Dios? ¿quiénes disfrutarán ya en este mundo las delicias de un cielo anticipado? Todos aquellos que permanecen en la doctrina de Cristo, ese tiene al Padre y al Hijo,12 nos asegura el amado discípulo. ¿Quiénes poseerán en la práctica todas las virtudes? ¿quiénes serán ejemplos vivos de una muy grande perfección? ¿quiénes aseguran con su humildad una eterna gloria? Todos aquellos que permanecen en la doctrina de nuestro Señor Jesucristo.

¿Quiénes continuarán sirviendo a Dios aún en tiempo de la sequedad, aún cuando la prueba opere con todos sus horrores, y la divina mano pose con su gran poder y aun sufra como los apóstoles y mártires y confesores y vírgenes y demás seguidores de Cristo? Todos aquellos que permanecen en la doctrina de nuestro Señor Jesucristo.

¿Quiénes se harán verdaderos misioneros, y llevarán sobre sí las cargas de la comunidad, y sufrirán largas y terribles tentaciones, y resistirán todas las asechanzas del demonio, y ofrecerán a Dios el aromático sacrificio de una oración divina? ¿Quiénes pasarán por rígidas abstinencias, aumentarán su celo para salvar al género humano, procurarán la conservación y aumento de su espíritu, domarán sus pasiones con una guerra incesante y de muerte, y con una intención la más recta transformarán en oro purísimo sus acciones más insignificantes? Todos aquellos que permanecen en la doctrina de nuestro Señor Jesucristo. Ahora conozco por qué san Pablo encargaba tanto a Tito esa importante doctrina: Que su conducta haga respetar en todo el mundo

10 Ef 2, 21 11 SVP, Conferencia a misioneros del 14 de febrero de 1659, sobre las máximas del evangelio; ES, XI, 428. 12 2Jn 1, 9.

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la doctrina de Dios, salvador nuestro13 y ahora conozco por qué todos los misioneros debemos procurar practicarla con el nunca bien ponderado: Ante todas las cosas.14

Supuesto que somos llamados a la práctica de esta doctrina. Por esto hemos de desearla sobre todo deseo, y desearla hasta transformarnos y constituirnos en un estado que lo cumpliéramos por deber. ¡Oh! y ¿cómo decir la santidad eminentemente perfecta a que nos conduciría su práctica? Y además, todas las bendiciones prometidas en el Evangelio, todas serán para las almas que obren según la doctrina de Cristo. ¡Quién habrá que no trabaje siempre según ella! Yo deseo que todos los misioneros comprendamos toda la fuerza de este: Ante todas las cosas.

Por esto nuestro Instituto debe hacer una profesión particular de la doctrina de Cristo, como que es una doctrina divina dada especialmente para las almas que aspiran a la perfección, para las almas justas y escogidas de Dios que deben ser, dice nuestro Señor, luz sobre la tierra para poseer después el cielo. Las máximas evangélicas se dirigen principalmente a nosotros, ya por qué son medios para llegar al fin primario que nos hemos propuesto, que es nuestra propia perfección; ya también por la obligación particular que hemos contraído haciéndolas el admirable espíritu de nuestras Reglas.15

Para concluir este punto diremos que un josefino que obre en un todo según esta doctrina, será un verdadero misionero, está en camino para lograr la perfección de su estado, y continuando en este modo de obrar, llegará a ser un día aquel pastor privilegiado que había de ser nada menos que según el corazón de Dios: Os daré pastores según mi corazón que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina.16

78. Falsedad de la doctrina del mundo La doctrina del mundo es siempre mentirosa.17 Esta verdad ni prueba necesita, porque si

la doctrina de Cristo es la verdadera, claro está que la del mundo que es su contradictoria debe ser falsa. Y ¿cómo la reprendería Jesucristo? Por esto clamaba tan fuertemente contra los pecados de los escribas y fariseos, por esto no obstante su inimitable dulzura, en un solo sermón los maldijo una multitud de veces con aquel ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, por esto los llamaba sepulcros blanqueados, por esto los declaraba hipócritas, por esto los excluía públicamente del reino de los cielos y les decía que el pueblo gentil ocuparía su lugar, y por esto destruyó su templo y su ciudad; despreció sus sacrificios, acabo con sus sacerdotes, y si aún conserva las reliquias de este pueblo, es para que llegue a todas las generaciones. Hasta este punto abomina Dios a los que obran según las máximas del mundo! Y si se hallan rodeados de cristianos por doquiera es para que se sepa también cuánto ama Dios a los que obran según la doctrina de Cristo. Ea, pues, jamás obremos según la doctrina del mundo, no sea que nos alcancen los anatemas fulminados contra los judíos; y obremos siempre 'según la doctrina de Cristo, ya que nuestro Instituto, a fuer de josefino, hace profesión especial de ello; y trabajemos con todo empeño para desnudarnos del hombre viejo y vestirnos de Jesucristo Señor nuestro; que vive y reina en unión del Padre y del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

13 Tt 2, 10 14 RCM 2, 1. 15 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 428. 16 Jr 3, 15. 17 RCM 2, 1.

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Capítulo 16 Nuestra santidad como que hemos de buscar siempre el reino de Dios y su

justicia

79. Aplicación de la doctrina anterior Con la sentencia fundamental de nuestras Reglas quedamos instruidos de que

habíamos de servirnos en un todo y para todo de la doctrina de Cristo, y desterrar de todas nuestras operaciones la doctrina del mundo. ¡Ojalá que así lo hiciéramos siempre! Porque ¿qué es todo cuanto hay en el mundo que no sea vanidad de vanidades y aflicción de espíritu? Vanidad es seguir los apetitos y procurar satisfacerlos, vanidad es ir en busca de riquezas y confiar en su influencia, vanidad es procurar los honores y satisfacerse en sus míseros efectos, vanidad es vivir muchos años, si este deseo no está dirigido por la virtud, y vanidad es poner el apetito en las cosas transitorias con formal olvido de las eternas. Tal es la práctica de la doctrina del mundo, doctrina condenada por Jesucristo y desterrada de entre la admirable conducta de ambas familias josefinas por medio de nuestras Reglas. ¿Quién nos diera, pues, el que obráramos según la doctrina de Cristo? y ¿quién nos concediera que nos la aplicáramos en la práctica hasta en sus más remotas consecuencias? De nuestra parte no sólo la queremos, sino que siempre la hemos querido con todas nuestras fuerzas, por esto decimos de nuevo:

“Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.1 Buscadlo porque es máxima de Jesucristo y El quiere que lo hagamos y por otra parte es Regla de nuestro santo Instituto, porque él es quien nos habla y nosotros debemos obedecer y atender a sus palabras. 2 “Buscad primero el reino de Dios y su justicia”. ¡Oh, qué cosa tan excelente es buscar primero el reino de Dios para sí y luego procurarlo a otros! Un Instituto que practicara bien esta máxima, ¡oh, cuánto crecería con solo esto su felicidad! Tendría grande motivo en esperar que todo se le convirtiera en bien y su dicha crecería incomparablemente.3

Si practicáramos esto, pronto estaríamos muy aprovechados en la virtud, porque ya no querríamos saciar la vista con lo perecedero, ni el oído con las noticias del mundo, sino que abstraídos del amor a lo visible, únicamente aspiraríamos a la práctica de las consecuencias de la doctrina de Cristo. ¿Qué significa si no aquel: Habiendo dicho nuestro Señor Jesucristo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas que necesitéis se os darán por añadidura”?4

¡Oh amantísimo padre nuestro señor san José! haznos conocer tan importante sentencia para que conozcamos como conviene a nuestra santidad, porque con ella pronto seríamos muy perfectos.

80. Exposición de la doctrina anterior Se trata de una obligación que nos impuso nuestro Señor, obligación que forma Regla

especial de nuestro Instituto, y que consiste en buscar el reino de Dios; buscarlo primero que lo demás, o ante todo; y buscar también su justicia; y con esto nos promete por añadidura todo cuanto necesitáramos; y para consumar su obra, supo añadir que era un reino lo que se había de buscar. Mas, ¿de qué reino se trata? Nuestro divino Salvador nos hablaba de un reino cuando dijo a Pilatos: Mi reino no es de este mundo,5 pero reino que ya tenía. La Iglesia es

1 Mt 6, 33. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 429. 3 SVP, Conferencia a misioneros del 28 de marzo de 1659, sobre la mansedumbre; ES, XI, 472. 4 RCM 2, 2; Mt 6, 33. 5 Jn 18, 36.

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comparada a un reino cuyo emperador es el Rey de los reyes y en la oración dominical habíamos de otro reino: Venga tu reino.6

Pues ¿de qué reino se trata? Ese reino trae el determinativo de Dios, por tanto, hemos de decir que ese reino de Dios es el cúmulo de todas las dichas, reino en el cual entró Jesucristo gloriosamente resucitado, y reino prometido a nosotros y que con razón esperamos. ¡Oh Salvador mío! ¡oh, si olvidaos de todo únicamente anheláramos por tu reino! Daremos a conocer todo esto con uno de los más bellos trozos que salieron de la pluma de un gran santo:

Se entiende por reino de Dios el imperio que Él tiene sobre todas las criaturas, como que El es su dueño. Se entiende el gobierno de la Iglesia como que El es único jefe, que de hecho reina en todo; y se entiende de un modo especial sobre los justos que le sirven, ya ejercitando la virtud, ya mostrándosele más y más fieles. En seguida hace una pregunta que es muy justo que nos la apliquemos: ¿Tenemos la dicha de que reine Dios sobre nosotros? ¿reina de tal manera que su virtud haga en nosotros sus operaciones? Si así fuere podríamos decir: como mi Padre que vive me ha enviado así vivo yo a causa de mi Padre; y el reino de Dios estaría con nosotros, como nosotros viviríamos con él.7

¿Qué diremos de la santidad de un misionero que así obrara? ¡Oh santísima, oh incomparable santidad! ¡oh, y cuan incomparable eres! Jesucristo añade: y su justicia: más ¿qué justicia? ¿será la segunda de las virtudes cardinales? ¿será la bondad exterior que corre en el mundo con el nombre de justicia? ¿será la justicia de Dios? ¿Será tal vez la justicia de nosotros mismos o la justicia de este reino? Tal vez acertáramos asegurando que todo puede ser; pero para no extendernos, limitamos nuestra interpretación con decir: que entendemos por justicia la vida perfecta y santa de un josefino, y vida que nos conducirá a la posesión del reino. ¡Oh ¿quién buscará en adelante ese reino de Dios por medio de su justicia? Así lo quiere nuestro Señor, y para que lo hagamos nos promete que todo lo demás de que tengamos necesidad nos será concedido. ¡Oh qué grande es la promesa que se nos hace! se nos prometen los bienes de este mundo y los bienes eternos, a trueque de que busquemos el reino de Dios y su justicia. Tal es la idea del santo; y nosotros concluiremos diciendo:

¡Oh rey de nuestros corazones y de nuestras almas! vednos aquí humildemente postrados a vuestros pies y enteramente dedicados a vuestra obediencia y amor, nos consagramos de nuevo enteramente y para siempre a la gloria de vuestra Majestad, y os suplicamos encarecidamente que os dignéis establecer vuestro reino en nuestro Instituto, y os suplicamos ardientemente que le deis la gracia de referir a Vos el gobierno de nuestros actos, y que nadie se aparte de él, para que así seamos regidos según la conducta de vuestro Hijo y como sus súbditos. Amén.8

81. Exposición de nuestro divino Salvador Según la santa Escritura, estas palabras: Buscad el reino de Dios y su justicia,9 no

forman una sentencia aislada, sino que es el resultado de un discurso que hizo Cristo Señor nuestro y que vamos a recordar: No seáis solícitos de vuestro cuerpo, sino de vuestra alma,10 con cuyas expresiones reprende, no el cuidado prudente ajustado a la ley de Dios, sino aquel aplicarse por completo a las cosas del mundo y adquirir lo que en el mundo se ama y que no ha de servir para la gloria. A este fin se sirve de razones prácticas, les presenta a las aves del cielo sin que les falte cosa alguna, y con todo no tienen terrenos, ni siembran, ni recogen cosechas; sino que se alimentan de los mismos graneros del Padre celestial; se sirve de los seres insensibles, les pinta el hermoso lirio, y les afirma que ni Salomón con toda su gloria, ha

6 Mt 6, 10. 7 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 431-432. 8 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 432. 9 Mt 6, 33. 10 Cf. Mt 6, 25.

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sido tan bien cuidado; les presenta el humilde heno que hoy es y mañana desaparece, y cómo está divinamente cuidado por su Providencia. Y como saliendo en defensa de su bondad paternal, parece decirnos: hombres de poca fe, si nada falta a tales criaturas ¿cuánto menos os faltará a vosotros?, si nada falta a seres insensibles ¿cuánto menos os faltará a vosotros que sois el rey de las creaciones? Por otra parte, ¿qué podéis obrar? ¿podéis mudar la Providencia? y así como sería loco el que dijera que con solo su pensamiento podía añadir un dedo a su estatura, así no son menos locos los que se entregan por completo a las cosas materiales. Cuidad sí de ellas, pero con cuidado pendiente de la Providencia, y cuidado que os haga buscar ante todo el reino de Dios y su justicia, y cuidado que os asegure que todas las demás cosas se os serán dadas por añadidura. Esta doctrina ha de ser de tal suerte nuestra doctrina práctica, que hemos de tener por máxima inviolable:

Que si nosotros hacemos los negocios de Dios, Dios hará los nuestros; procuremos, pues, que reine Dios en nosotros y por medio de todas las virtudes, y dejémosle a El el cuidado de todo lo demás que ciertamente lo proveerá.11

82. Cómo nos debemos aplicar este reino La interpretación que acabamos de dar del Evangelio, aunque genuina y literal,

conviene a todos los cristianos, y por consiguiente no es la peculiar nuestra. Ella está destinada para los que viven en el mundo, y aunque nos hemos de servir de ella según lo hacía nuestro Señor, pero no cumpliríamos con su práctica en un todo, porque estamos obligados a más. ¡Pobres los del mundo! ellos deben cuidar de las cosas materiales, deben emprender negocios de la tierra, y deben dedicar muchos ratos a su desempeño y aun deben procurar un justo aumento en sus intereses, para poder criar la familia y acomodarla. ¡Oh, y con cuánta razón decía san Pablo que la mujer casada no es toda de Dios, sino que está dividida parte en su marido, parte en su familia, parte en sus intereses! De ahí es que apenas le queda tiempo para las cosas de Dios. ¡Oh qué grande es el beneficio que Dios nos ha hecho con la vocación! ¡oh vocación santa, tú me pones en un estado glorioso! ¡tú me colocas en una situación tan feliz, que puedo buscar ante todo y completamente el reino de Dios y su justicia! ¡Oh prenda mía, mi santa vocación! ¡oh la más amable y queridísima vocación! Por tí no tengo más quehacer que buscar el reino de Dios y su justicia, porque por ti tengo un superior que me vigila y me ordena, un asistente que hace sus veces cuando él faltare, un procurador que me facilite lo necesario, un comprador que me procura los alimentos, un cocinero que me hace la comida y me la da a la hora más a propósito, un sastre que cuida de mi vestido, un zapatero que me proporciona el calzado, en una palabra, todo lo tengo, nada me falta, y me sobran muchas cosas. ¿Con qué exactitud, pues, no debo practicar el: Buscad primero el reino de Dios y su justicia?12

De Jesucristo Señor nuestro se dice que las turbas se admiraban de su doctrina. ¿Qué no diría el mundo de los josefinos si pudiera apreciar el valor de tan bellas prácticas? ¿Cómo nos apellidaría? ¿Con qué palabras expresaría su santa envidia? Aun los ángeles envidian nuestro estado, porque él nos pone en el camino de practicar perfectamente el reino de Dios. Todo esto es el reino de Dios, pero aún es más. Porque así como en nuestro Instituto nada hemos de hacer en lo material, así nada hemos de pensar por lo espiritual, por qué todo está determinado, y el josefino puede con toda verdad decir: Estoy en mi Instituto mil veces mejor que todos los sabios y reyes juntos, porque, nada me falta ni en lo corporal ni en lo espiritual, todo está hecho y arreglado según mi gusto, y tengo además quien me despierte por la mañana, quien me convida para la santa oración, quien me acompaña en este dulcísimo acto, quien... pero, ¿cuándo acabaría de decir lo que tengo? Dígolo de una vez, que tengo mi criado para cada una de mis necesidades espirituales y corporales, y aun para satisfacer mis divinos

11 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 436. 12 Mt 6, 33.

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antojos ¿Qué más? ¿dónde está un reino semejante a este reino? Y ¿qué será obrar según la justicia de este reino? Esto es, a no dudarlo, lo más heroico de la santidad.

83. Reino de Dios de un josefino nuestro Señor Jesucristo nos enseñó un reino, y reino que hemos ponderado lo menos

mal que hemos sabido, reino que publica nuestra dicha y felicidad, y reino que retrata con perfiles inimitables la santidad de un misionero. Pero, ¿dónde lo hallaremos? Vamos a concluirlo de la sentencia de un gran santo que decía: nuestro Señor al decirnos que busquemos ante todas las cosas, su gloria, su reino y su justicia, que le prestemos continuas oblaciones de servicio, de deseos de procurar reinos a su bondad y de gracias para su Iglesia y virtudes para nuestro Instituto, que aspiremos siempre a lo que nos está recomendado, trabajemos incesantemente por el reino de Dios, atendamos a nuestro interior para regararlo bien, y busquemos con solicitud la acción de Dios dentro de nosotros mismos.13

Luego ese reino de Dios se encuentra en los misioneros, luego el reino de Dios se encuentra dentro de mí mismo; verdad fundamental que nos ha enseñado Cristo Señor nuestro: El reino de Dios ya está entre vosotros.14

Ahí dentro de nosotros mismos es donde se verifica la entrada triunfal, ahí es donde vemos y contemplamos y queremos las bellezas de este reino, allí es donde uno le dedica su corazón con todo cuanto le pertenece, allí abandona de antemano cuanto pudiera ofrecerle este mísero mundo, allí menosprecia todo la sujeto a los sentidos, allí desde el momento que estemos bien desnudos de nosotros mismos, de cierto que está dentro de nuestro corazón, viendo aparecer con toda su gloria el reino divino: El reino de Dios ya está entre vosotros.

¡Oh misionero! busca ese reino en ti mismo, reino que te proporciona la paz que supera a todo sentido, reino que es el gozo en el Espíritu Santo, reino que ofrece unos consuelos sobreabundantísimos, reino que te transformará en habitación divina de la augusta Trinidad, reino que te adorna con las bellezas de la gloria y reino que te hará reinar un día con Cristo Jesús. Mas ¿qué reino es el de éste josefino, que olvidándose voluntariamente de todo, sólo aspira a buscarlo? Es el siempre admirable reino que nos proporciona frecuentes y extraordinarias visitas de la gracia, reino que hace cotidianamente más interiores todos nuestros procederes, reino que nos favorece con una conversación dulcemente celestial, y reino, en fin, que nos familiariza con Cristo Jesús. ¿Qué hacemos? ¿qué pensamos hacer? Tenemos un reino que nos manda Jesucristo, un reino que la Regla lo hace tan propio de un misionero, que se lo coloca en primer lugar, y reino que ha causado innumerables bienes. ¿Qué hacemos? Tantos misioneros que nos precederán en su práctica; una santidad tan relevada que nos pide y a la cual El nos conduce. ¿Qué hacemos, pues? Quiera Dios que a vista de ese conjunto inapreciable de bendiciones sobrenaturales, busquemos ante todo el reino de Dios y su justicia, y busquémoslo con el celo, fortaleza y perfección, como lo buscó un venerable misionero hijo de la misión. El Pbro. Hanon, Vicario General de la Congregación de la Misión y Superior General de las Hijas de Caridad, que nació en Saint Pol, en la Diócesis de Arras, en Agosto de 1757, murió como un santo, en París, en la Casa de Incurables. A los diez y seis años entró en el seminario interno, y cumplió con la exactitud más edificante todos los ejercicios del noviciado. En sus estudios obtuvo los sucesos más brillantes en la Filosofía y Teología, y desde luego fue destinado a la enseñanza; y sus talentos, la pureza de su doctrina y su virtud fueron en gran manera apreciados por los eclesiásticos. La ciencia, la virtud, la plenitud del espíritu eclesiástico, sabiduría, prudencia, espíritu de orden y de regularidad, y otras grandes cualidades que raras veces se encuentran en un solo hombre, formaban como su carácter principal. Muerto el señor Placiard, fue escogido para que ocupase su lugar; y a no dudarlo fue su dignísimo sucesor, porque trabajó siempre con toda la robustez de su celo para mantener en su vigor las Reglas que les había

13 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 430. 14 Lc 17, 21.

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dado san Vicente, y lo hizo a costa de su misma libertad, pues se vio encerrado por muchos años en las prisiones de Arras, de París, de Turín, de Fenestrelle; y encerrado por no querer permitir las novedades que intentaba el gobierno y que se oponían a la santa Iglesia. En estos combates verdaderamente heróicos y sostenidos en pro de la gloria de Dios y de la religión, conservaba siempre una completa paz, una tranquilidad de ánimo indecible, una decencia y gravedad verdaderamente sacerdotal, efecto todo de su verdadera y sólida piedad. A los grandes obstáculos que se oponían para el restablecimiento de la Compañía, respondía: hagamos lo posible por merecerlo, portémonos como dignos hijos de san Vicente, y conformémonos en un todo con la voluntad de Dios. El Señor Hanon fue llamado el hombre de la Providencia, y lo fue en efecto, no tanto por su raro mérito como por lo heróico de sus virtudes. Además de cumplir el cargo de superior general de ambas familias, y los deberes que éste le imponía en unos tiempos de tanta calamidad, los momentos que tenía disponibles los empleaba en el estudio, de modo que nos ha dejado una obra muy importante sobre la santa Escritura, otra obra sobre la jurisdicción del Romano Pontífice y algunos otros manuscritos no menos preciosos; y lo más admirable es, dice el autor de su vida, que nunca lo vi omitir un solo punto de las Reglas, ni dejar uno de los ejercicios espirituales. En los últimos momentos de su vida bendijo a todos los sacerdotes de la Congregación ya todas las Hijas de la Caridad; y al ver la serenidad de su alma, decían sus admiradores: este es un santo. Perdonó a todos sus enemigos, que eran muchos y mucho lo habían maltratado; y pudo asegurar que había hecho todo lo posible para cumplir con sus deberes según las santas Reglas y los preciosos documentos que le habían legado sus predecesores. En fin, el Pbro. Hanon después de haber dejado en el mejor orden todos sus negocios temporales y espirituales con la mayor resignación entregó su bella alma al Criador, por medio de una muerte la más edificante y cristiana, que le facilitó la recompensa debida a sus buenas obras y a sus largas persecuciones padecidas por la justicia. A las treinta y seis horas después de muerto, aun parecía su rostro la imagen de un bienaventurado que descansa en la gloria, ala cual había ya llegado este santo misionero que siempre había sido digno ministro del Salvador

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Capítulo 17 Nuestra santidad por la perfección con que hemos de buscar el reino de Dios

84. Explicación de la Regla Que hemos de buscar el reino de Dios es para nosotros un triple deber: deber que nos

reclama el mismo Evangelio obligándonos a ello, deber que nos impone la Regla propia de los misioneros y deber que nos manda ya nuestra propia utilidad y la formal palabra que le dimos a nuestro superior al hacer los votos. La Regla no se contentó con proclamarnos estas verdades añadiendo los grandes bienes que nos vendrían con su práctica, sino que pasó a enseñarnos el modo perfecto con que debíamos buscar este reino, por ser máxima suya el que: Cada uno procurará preferir las cosas espirituales a las temporales, la salvación del alma a la salud del cuerpo y la gloria de Dios a la vanidad del mundo.1

De modo que hemos de buscar el reino divino con tan acendrada perfección, que antepongamos siempre y en un todo lo espiritual a lo temporal, la salud del alma a la salud del cuerpo y la gloría de Dios a la vanidad del mundo. ¿Por qué después de haber hablado de las cosas temporales, habla de la salud del cuerpo y de la vanidad del mundo? ¿por ventura no son cosas temporales? ¿por qué habiendo nombrado lo espiritual añade en seguida la salud del alma y la gloria de Dios? ¿a qué vienen esas repeticiones? ¡Ah! guardémonos de menospreciar tan sencillo comentario de nuestra santa Regla por esto que parecen repeticiones, porque ellas son una aplificación que ha de sernos muy útil. Nosotros podemos también decir que así lo pide nuestra ignorancia y que necesitábamos de esta aclaración; y diremos además que así se nos hizo para llamar nuestra atención en dos de los lazos en los cuales pueden caer muchos josefinos. ¡Ah! ¡cuántos pueden dejarse arrastrar del deseo de la salud del cuerpo por cuya causa en este caso no darían a Dios la debida gloria! Nos parece acertado recordar a tales misioneros esas palabras de un gran santo:

Hemos de resistir a la pasión de querer estar y conservarnos siempre buenos y de hacer lo posible e imposible por la conservación de la propia persona. La solicitud de vivir, el temor de padecer y la debilidad de algunos que aplican todo su espíritu (por otra parte capaz de grandes cosas) en el cuidado de su miserable vida, son de grande impedimento en el servicio de Dios. Los que así se ocupan de sí mismos, no tienen libertad de seguir a Jesucristo; son sus discípulos, pero que están atados como esclavos a un poco de salud, a un remedio imaginario, a una enfermería donde nada les falte, a una cosa que les guste, a un paseo que les divierta y a un repozo que huele a pereza. Más, el médico me ha dicho que no me aplicase tanto, que fuese a tomar el aire y aun que mudase de clima. ¡Oh miseria! ¿Por ventura los grandes dejan su habitación ordinaria por hallarse indispuestos? Se dice que el apego a la vida es justo por ser ella una participación de Dios; sí, pero es el amor propio el que quiere conservarse, por esto decía Jesucristo que el que quiera conservar la vida que la perdiera. Pues qué, ¿no es Dios nuestro amigo? ¿no es también el prójimo? Ciertamente que seríamos indignos del ser que Dios nos ha dado, si rehusáramos emplearlo en objetos tan dignos, después que El mismo ha dicho que no puede haber mayor acto de caridad que dar la vida por su amigo, por otra parte, teniendo la vida de su liberal mano, cometeríamos una injusticia no empleándola según sus designios.2

Hermoso trozo que viene a ser como un comentario de las siguientes palabras, que son el espíritu de nuestras santas Reglas sobre el trabajo:

La pereza se introduce poco a poco en nuestro corazón bajo el pretexto de la discreción necesaria para conservar el cuerpo, a fin de que estemos mejor preparados para practicar las cosas que pertenecen al servicio de Dios y a la salvación del prójimo, y a este fin nos introduce a buscar las comodidades corporales y a huir del trabajo que acompaña a la virtud, representándonoslo mucho mayor de lo que es en realidad, hasta tal punto, que

1 RCM 2, 2. 2 SVP, Conferencia a misioneros del 2 de mayo de 1659, sobre la mortificación; ES, XI, 520-521.

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pretende hacernos odiosa la misma virtud, tan digna de ser amada de todos, y nos expone a incurrir en aquella maldición pronunciada por el Espíritu Santo contra aquellos operarios que hacen las obras de Dios con engaño y negligencia..3

Concluyamos de todo lo dicho hasta qué punto será santo un misionero que así obrara, y tomemos la resolución de ser todos los días más y más amantes de la observancia de nuestras santas Reglas.

85. Excelencia de las cosas espirituales Nada encontraremos más excelente que las cosas espirituales, a no ser que queramos

ser semejantes a aquellos de quienes decía Jesucristo que tenían menos prudencia que los hijos de las tinieblas, no obstante de apellidarse ellos los hijos de la luz. Pero a trueque de verdaderos prudentes, a fuer de santamente interesados, ¿qué cosa puede compararse con lo espiritual? Esto es de la eternidad y todo lo demás del tiempo;

lo de acá es incierto, pero lo de allá se funda en la palabra de un Dios Omnipotente; lo corporal podemos tenerlo no más que durante la vida, lo espiritual nos acompaña aún después de la muerte; aquello lo hemos de dejar después de pocos días, y esto lo aumentaremos con la muerte misma. ¿Quién no descubre, pues, aún a primera vista, la excelencia de las cosas espirituales aún parangonadas con las del cuerpo? ¡Qué justicia la que acompaña a nuestra santa Regla, cuando nos exhorta a cada uno a amar lo espiritual! ¡Qué cariño el que nos manifiesta! ¡Oh, si a fuer de agradecidos buscáramos ante todo el reino de Dios y su justicia, y lo buscáramos con la perfección que reclaman las cosas espirituales! ¡Qué nuestro gran Padre el señor san José nos conceda esta gracia! Amén, amén, amén.

86. Excelencia de lo espiritual sobrenatural San Pablo escribiendo a los Corintios creyó un deber suyo instruirlos en la excelencia

de las cosas sobrenaturales, y así les dijo: En cuanto a los dones espirituales no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia;4 tan persuadido estaba de su importancia para las almas que aspiran a la perfección, y de hecho pasó a narrarles cosas dignas del que había sido arrebatado hasta el tercer cielo. Les habló luego de diversas gracias, de diversos ministerios, de distintas operaciones; todo lo cual viene a ser como el meollo de lo espiritual; es por decirlo así, lo más espiritual; lo es tanto, que se concede a un corto número de personas, porque las concede Dios por sólo un efecto de su munificencia divina para la mayor santificación propia y para la mayor utilidad de los demás. Tales son el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de ciencia, el don de curar las enfermedades, el don de hacer milagros, el don de profecía, la discreción de espíritu, el don de lágrimas, el don de lenguas y la interpretación de idiomas. ¡Oh, y cuán nobles son todas estas gracias! Con la interpretación de idiomas uno entiende a todos cuantos le hablan y en cualquier idioma en que lo verifiquen; con el don de lenguas uno las sabe todas y en todas puede predicar la palabra divina y ejercer el ministerio, o hablando en un solo idioma se hace entender de todos cuantos le escucharen; con el don de lágrimas se lloran verdaderamente los pecados y parece que se verifica en el alma aquel: Lava del todo mi delito y limpia mi pecado;5 con la discreción de espíritus uno determina las acciones más difíciles y señala cuál es el espíritu que las mueve; con el don de profecía tiene uno la ciencia del futuro contingente y aun libre; con el don de milagros uno los opera siempre que cree exigirlo la mayor gloria de Dios o la necesidad del prójimo; con el don de curar las enfermedades estas desaparecen a veces con solo un acto de su voluntad; con el don de ciencia se tiene un conocimiento perfecto de todos los dogmas de nuestra santa religión; con el don de entendimiento se penetran estas verdades causando la admiración del éxtasis; y con el don de sabiduría al anterior conocimiento se le junta el gozo de lo celestial y

3 RCM 12, 11. 4 1Co 12, 1. 5 Sl 50, 4.

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divino. Las santas Reglas suponen todo esto, y como que nos ponen en camino de poseer un día tan admirables gracias, por tanto, con mucha razón la Regla nos dice que antepongamos lo espiritual a lo temporal. ¿Qué son todas las excelencias del mundo al lado de esta excelencia? Nosotros bien podemos decir que es mayor que la diferencia que media entre la luz y las tinieblas, porque lo temporal será siempre oscuridad, al paso que las cosas espirituales serán siempre luz brillantísima; y por decirlo de una vez: la nada son las cosas temporales, al paso que el todo son las cosas del espíritu. Ahora comprenderemos con cuánta razón nos dice el espíritu de la santa Regla: Cada uno procurará preferir las cosas espirituales a las temporales, la salvación del alma a la salud del cuerpo y la gloria de Dios a la vanidad del mundo.6

En el mismo capítulo el Apóstol después de habernos hablado de las gracias espirituales en sí mismas, pasa a considerarlas existiendo en las personas. El apostolado ocupa el primer lugar; nada hemos de decir de él, porque todos sabemos lo que significa ser un apóstol; sólo diremos que hemos de acordarnos que somos descendientes de los Apóstoles, que tenemos los mismos oficios que ellos y que hemos de procurar su misma perfección. El de doctores en la Iglesia de Dios, es otra de las gracias que numera; esta es muy excelente, porque supone un conjunto de tales luces divinas, que son suficientes para interpretar los libros santos, darles el sentido conveniente, hacer su aplicación para defender los dogmas de la Iglesia, y quedar sin el más insignificante error en toda su doctrina, como que toda emana del don de ciencia. La gracia de convertir a los herejes es muy distinta de la que constituye un doctor, porque una cosa es explicar las verdades de la religión y otra cosa es convertir a los herejes, lo cual quiso notar el Apóstol llamando a esta gracia: El don de socorrer al prójimo,7 con cuyas súplicas se logra lo que no pueden alcanzar todos los argumentos. Y ¿qué diremos de un profeta? y ¿qué diremos de un taumaturgo? y ¿qué diremos del penetrar los pensamientos más ocultos? Pero basta el que sepamos que hay estas gracias, y muchas otras dadas gratuitamente, pero que casi siempre acompañan a la santidad de la vida; tal es la excelencia de este orden espiritual. ¿Quién se atreverá ni aún a comparar una sola de estas cosas con todas las del mundo? No, ni queremos hacerlo, porque en su comparación todo lo del mundo es indignísimo, es basura, es lo más vil. Concluiremos diciendo que estas cosas espirituales siempre han estado en la Iglesia, y siempre estarán con ella en mayor o menor escala, y que actualmente las tienen también todos los Institutos, que Dios aún lo concede siempre que la necesidad lo pide, y que su posesión es tan lícita, que san Pablo nos ha dicho: Entre esos dones, aspirad a los mejores8

Vivamos, pues, de modo que en ciertos casos Dios las pueda colocar en nuestro corazón, mediante la santidad que se deriva de la práctica de esta sentencia: Cada uno procurará preferir las cosas espirituales a las temporales. 9

87. Excelencia de lo espiritual ordinario Hay otro orden de cosas espirituales inferiores al ya explicado, pero en gran manera

superior a las cosas del mundo, y es la gracia de la vocación; como si dijéramos: vocación al cristianismo, gracia grande por ser como el fundamento en donde descansan todas las demás, la gracia del Bautismo en fuerza de la cual quedamos hechos hijos de Dios y herederos de su gloria, la gracia de todos los sacramentos y de la palabra de Dios, que con tanta abundancia se nos comunicó. Hay además lo que llamarse debe la gracia de la vocación a nuestro santo Instituto, gracia especialísima y sin segunda para nosotros, porque no solo es un segundo bautismo para nuestras almas, sino que es puerta para todas las demás gracias; y por tanto, de

6 RCM 2, 2. 7 1Co 12, 28. 8 1Co 12, 31. 9 RCM 2, 2

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ella, es decir, de la vocación, viene la gracia de los votos, del sacerdocio, del incruento sacrificio de nuestros altares, del anuncio de la palabra divina, de la administración de los sacramentos, y del ejercicio de las funciones todas de nuestro ministerio. ¡Oh amantísimo padre mío señor san José! Llamándome a tu Instituto, cuan grandes y numerosas son las gracias que me has hecho. ¿Por qué me has llamado con una vocación tan divina? ¡Oh amable, oh amabilísima vocación! tú has sido, eres y serás para siempre el día de mis días, la luz de mis ojos, el descanso de mis noches, el alimento de mis comidas, la cama de mi sueño, el aire de mi respiración, y la existencia del tiempo y la vida de la eternidad. ¡Oh qué feos son todos los negocios e intereses del mundo! ¡y que insulsos! ¡y qué bajos! ¡y qué indignos de ocupar el alma; esa alma que, superándolo todo, vuela hasta fijarse en el trono de Dios! Démosle gracias a nuestro Señor, porque en nosotros se ha cumplido aquel: Han sido hechos partícipes del Espíritu Santo10. Démosle gracias con todo rendimiento, ya que nos es lícito enriquecernos con estos destellos de la divinidad. ¿Qué significa, si no éste: Aspirad también a los dones espirituales,11 del grande Apóstol? Animo, pues, y siempre más y más ánimo, para corresponder de una manera la más fiel a la gracia de la vocación. ¡Siempre, siempre será infeliz el desgraciado que la perdiera!

88. Qué es lo temporal ¿Qué entiende nuestra Regla por la palabra temporal? La misma nos lo dice

añadiendo: salud del cuerpo y vanidad del mundo, y nos parece que en estas dos cosas está todo encerrado. Habiéndose hecho una pregunta semejante a san Pablo, así respondió: Las cosas visibles, son pasajeras,12 por tanto, todas las cosas sujetas a los sentidos son las temporales; al paso que es espiritual lo que solo se concibe con el espíritu. ¿Cuál es la diferencia que media entre lo espiritual y lo temporal? Nos creemos autorizados para responder a esta pregunta con repetir que es la que existe entre las tinieblas y la luz, entre el todo y la nada, entre la eternidad y el tiempo, entre el Creador y la creatura; esta es la diferencia que media entre lo espiritual y lo temporal, entre procurar la salud del alma y la del cuerpo y entre trabajar a mayor honra y gloria de Dios o por la vanidad del mundo. ¿Qué más se necesita para determinarnos a obrar según la Regla? Estamos convencidos; pero, ¿obramos según el conocimiento? ¡Miserables de nosotros! ¿De qué nos sirve hablar a lo divino si obramos a lo humano? ¿cumplimos con esta Regla o no? Un verdadero misionero, como verdaderamente espiritual está desnudo de cuanto le rodea; hasta de toda criatura, hasta de su mismo amor propio y tiene una habitación en do sólo habita él y Dios; y después de todo, dice con pleno conocimiento: Somos siervos inútiles.13

El buscar sólo lo espiritual, sólo la salud del alma y sólo la mayor honra y gloria de Dios, es una santidad heroica; es de tanta perfección, que puede considerarse como el resultado de la ferviente práctica de todas las virtudes; y es un punto tan importante que es Regla nuestra. A fin de alcanzarlo podemos emplear toda nuestra vida, todo cuanto hagamos, toda nuestra oración y todas las mortificaciones, porque con ello agradamos a Dios y sin ello le provocamos a vómito. Cerramos este capítulo con estas palabras de un gran santo:

¡Ay, Señor!, atraednos a vos, hacednos la gracia de que abracemos la práctica de nuestras Reglas, ya que todas nos conducen a buscar el reino de Dios y su justicia, y de obrar según vuestro ejemplo, para que podamos abandonar todo lo demás. ¡Ay, Señor!, haced que vuestro Padre reine con nosotros, reinad Vos mismo sobre todo nuestro Instituto por la práctica de la virtud y reinad sobre cada uno de nosotros por medio de la unión de

10 Hb 6, 4. 11 1Co 14, 1 12 2Co 4, 18 13 Lc 17, 10.

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amor. ¡Oh Jesús mío!, enseñadme a hacerlo, y de hecho haced que lo haga, para que viva y muera bajo el reinado glorioso de vuestro divino reino.14 Súplica es esta digna de eterna memoria y de que la repitamos sin cesar, porque entraña la práctica de nuestro documento: Cada uno procurará preferir las cosas espirituales a las temporales, la salvación del alma a la salud del cuerpo y la gloria de Dios a la vanidad del mundo.15

¡Qué el señor san José nos conceda la práctica de tan admirable sentencia en toda su extensión! Amén, amén, amén.

14 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 442-443. 15 RCM 2, 2

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Capítulo 18 Nuestra santidad por la perfección altísima con que hemos de buscar el reino

de Dios

89. Idea de nuestra altísima perfección Pocas cosas nos habían hecho tanta mella en toda nuestra vida, como el asunto que por

fortuna nos va a ocupar, y si por una parte es capaz de acarrearnos cierta pusilanimidad, por otra sabe sumergirnos en los dulces consuelos del amor. Quisiéramos concluir nuestra tarea sobre la santidad de un misionero, pintando aquí, aunque en ligeros rasgos, su última perfección. Pero ¡Oh Salvador! como prontísimo que soy para todo lo malo, mi espíritu no acierta a elevarse hacia lo bueno y mucho menos hacia lo mejor. ¡Oh qué altísima es la perfección de un josefino! ella se compone de prácticas heroicas de la más elevada santidad. Es al nuestra perfección como miembro del Instituto del señor san José, que los mismos ángeles se harían hombres, si pudiesen, para imitar sobre la tierra las virtudes y los ejemplos del Hijo de Dios como lo hacemos los misioneros.1 Ha de ser tal nuestra perfección, que desde nuestra entrada en el Instituto, éste desea muy ardientemente ponernos en el noviciado bajo la conducta de un maestro versado en gran manera en los caminos ascético-místico de la más relevante perfección; y perfección tal como se encuentra en las obras de los santos padres de la Iglesia, y especialmente en las de san Agustín, san Basilio y san Gregorio; san Efrén, san Buenaventura y san Bernardo; Casiano, Ugo y Ricardo de san Víctor; san Lorenzo Justiniano y san Vicente Ferrer; san Francisco de Sales y Fray Luis de Granada; a éstos hemos de añadir el Kémpis y las obras de Dionisio Cartusiano, de Fray Luis de la Puente y todas las demás obras de verdadera y sólida piedad, con las vidas de los antiguos anacoretas, de los santos que se han distinguido por sus virtudes apostólicas y las de tantos y tan grandes santos que fallecieron después de una vida edificante. Por esto decimos a nuestros maestros de novicios o directores de nuestros seminarios internos: El director del seminario interno debe ser un hombre adecuadamente formado en las cosas del espíritu, por tanto, pondrá todo su empeño en estudiar los libros que tratan de espiritualidad.2

Y para que sea un hombre consumado en virtud, intentamos desde ahora avisarlo de lo siguiente: Se abstendrá de leer aquellos libros que se refieren a asuntos meramente mundanos y ajenos a su cargo.3

Deduzcamos por tal maestro la santidad y perfección de sus discípulos, y comenzaremos a concebir algo de la altísima perfección a que somos llamados en fuerza de la Regla. Ha de ser tal nuestra perfección, cual aparece del conjunto de máximas que deseamos sean tenidas por máximas del Instituto: Para que puedan comunicar las ilustraciones sobrenaturales y los sentimientos de arrepentimiento a los varones llamados a tan alta perfección.4

en los cuales se describe cómo ellos deben orar. Y aún creemos explicar mejor nuestro pensamiento diciendo: Siendo llamados los misioneros a una vocación tan grande, deben darse a la oración y a la mortificación, estar crucificados para el mundo, poseer la humildad, la paciencia, y el celo de la, gloria de Dios y la salvación de las almas; y porque muchas cosas que son toleradas en los seglares, en, los misioneros pueden ser cosas muy grandes, sus confesores deben esforzarse en exponerles frecuentemente sus obligaciones; mirarán cómo

1 SVP, carta 7. 2 Directorem Seminarii interni in rebus spiritualibus insigniter versatum esse praecipuam igitur operam colocavit iis libris evolvendis qui tales materias pertractant (CM, Reglas para el director del Seminario interno) 3 Ab iis vero legendis omnino abstinebit quae de rebus civilibus agunt, alienisque ab ejus munere et officio (CM, Reglas para el director del Seminario interno) 4 Ut possint, viris ad tantam perfectionem vocatis, comunicare supernas ilustrationes ac compunctionis affectus (CM, Asamblea general 1673).

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responden a la gracia de su vocación y cuánto avancen en el grado de virtud que deben alcanzar.5

Además el director de las cosas espirituales tiene a su cuidado el llamarnos cada mes para que le demos cuenta de nuestros adelantos o atracos en la virtud; y para que acierte mejor en nuestra dirección, se le dice: Orará siempre de modo que en todo busque primero el reino de Dios y su justicia, conforme al decir de Jesucristo nuestro Salvador.6

También en todas nuestras casas ha de haber un superior que si cuida de nosotros en lo temporal como el más tierno y cuidadoso padre, debe hacerlo con mayor afecto cuando se trata de las cosas espirituales, porque se acuerda de una Regla que le dice: El oficio del superior es poner especial cuidado en el aprovechamiento espiritual de todos y cada uno de sus súbditos.7

Y por decirlo más claro todavía: El oficio del superior es tener un cuidado especial, ante todo, del aprovechamiento espiritual y perfección de todos y cada uno de sus súbditos.8

En fin, nuestro Instituto no es acéfalo; él tiene una cabeza a la cual hemos de apellidar el superior de los superiores o superior general; y rige todo el Instituto en la tierra, como el señor san José lo rige desde el cielo. El es el que debe tener a su cargo entre los negocios el primero de ellos que es la santificación de sus hijos, y a la manera que él aparece ante todo el Instituto como el representante nato de la persona de Jesucristo mandando, pero libre de todo afecto desordenado y con los adornos de todas las virtudes, así nosotros hemos de aparecer ante él como fidelísimas copias de nuestro Señor. ¡Qué hermoso será ver al primer superior de los Misioneros Josefinos y de las Hijas de María del señor san José, profundamente humilde! ¡Qué edificante será verlo del todo recto y lleno de mansedumbre, severo y con una benignidad clementísima, y verlo con la mayor vigilancia y con tal firmeza de ánimo que todo lo supere! ¡Ah! es, a no dudarlo, una imagen del divino Pontífice que nos describe san Pablo cuando dice: Así es el sumo sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos.9

¡Qué santo no ha de ser todo el Instituto Josefino! ¡qué perfecto cada uno de sus miembros! ¡Ah, y cuánto sentimos el no saber explicar esta perfección! y perfección, no ideal, sino la que se desprende de las santas Reglas y principalmente del deber que tenemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia, y buscarlo anteponiendo lo espiritual a lo temporal, la salud del alma a la salud del cuerpo, la gloria de Dios a la vanidad del mundo; y lo hemos de hacer aún sufriendo los rigores de la terrible miseria, aún cuando de hacerlo se trueque nuestro nombre en la infamia, y aunque vayan de por medio espantosas tormentas, y aunque hubiéramos de perder la misma vida. Tal debe ser la perfección de nuestra santidad: padecer todo esto antes que separarnos de la caridad de Jesucristo. Concluiremos este punto con un trozo digno a la verdad de toda atención.

Para que peleemos con las armas de la justicia en los combates del Señor, hemos de trabajar sin descanso en nuestra perfección. Porque a la manera que el hombre terreno solo puede hablar el lenguaje de la tierra, y sus pensamientos, afectos y obras han de ir mareados de su tibieza en el servicio de Dios, así el que es celestial, como libre de la naturaleza y de

5 Cum missionarii ad magnam vocentur perfectionem, ac debeat proinde orationi et mortificationi instare, mundo esse crucifixi, humilitatem, patientíam ac zelum diversae gloriae et animarum salutis habere; et quoniam plura quae in saecularibus tolerantur, in iis maxima esse possunt, confessarii eorum obligationes iis frequenter exponere satagent. Prospiscient quomodo gratiae suae vocationis respondeant, et quantum prospiscient virtutibus gradu quem assequi potest (CM, Asamblea general 1673). 6 CM, Reglas para el superior local; cf. Mt 6, 23. 7 Officium superioris est habere specialem curam progressus spiritualis omnium et singularum quibus praeest. (CM, Reglas para el superior local 1). 8 Officium superioris est praecipue profectus spiritualis, perfectionisque omnium ac singulorum sibi subditorum, specialem curam habere. (CM, Reglas para el Visitador 1). 9 Hb 7, 26.

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las máximas del mundo, recibe las inspiraciones del Espíritu Santo, lleva la imagen del hombre espiritual, se apropia el divino lenguaje y ejerce un poder soberano sobre los hombres cuando se trata de salvarlos. Ved ahí en dos palabras, todo el misterio de la influencia de la virtud, de la unión, de las victorias del espíritu apostólico; ved ahí por qué hemos de tener por primer principio de nuestros deberes, el trabajar en la obra de nuestra perfección, y ved cómo se derrama sobre todos nuestros ministerios el espíritu de la gracia que los vivifica. Y no puede ser de otro modo, porque en fuerza de nuestra vocación somos las ramas del divino árbol Cristo Jesús, y no podemos florecer y llevar frutos sin estar fecundizados con la savia de su espíritu y de su gracia.10

90. Necesidad de obrar conforme nuestra perfección A la manera que nuestro Instituto nos da todos los medios para que podamos ser

santos según nuestra vocación, así nosotros hemos de trabajar lo más que podamos para darle a él nuestra verdadera santidad. Así, así hemos de obrar.

Incluso estará dispuesto a escoger, con el apóstol San Pablo, la pobreza, la deshonra, los tormentos y la muerte misma, antes que separarse de la caridad de Jesucristo.11

Convengo que lo que nos pide es una grande perfección, pero perfección que está fundada en el espíritu de nuestras Reglas; convengo que raras veces se ofrecerá lo que aquí se nos pide, pero hemos de estar en la disposición de hacerlo en caso de ofrecerse, y esto nos lo exige el espíritu de la Regla; convengo que para muchos es una cosa dura, pero lo es para los misioneros a medias que nunca se acaban de determinar, como yo miserable, a entregarse del todo a Dios; pero hemos de considerar también que no se nos pide una cosa nueva, sino lo que le prometimos a Dios con un voto; que si la naturaleza lo resiste, la gracia de la vocación lo pide y lo facilita; y en fin, que si nos es cosa dura el: Niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.12 Será incomparablemente más duro el oír en el último día el: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno.13

Hemos, pues, de cumplirlo si no queremos exponernos a grandes males, si queremos no ser juzgados con el rigor de una eterna justicia, y si queremos acercarnos con confianza al trono de Cristo Jesús. ¿Actualmente estamos prontos a cumplir con esta perfección? ¿nos hemos preparado al menos para hacerlo? ¡Ay, ay de mí! ¿quién tan solícito que haya aspirado a tanta perfección? ¿quién tan divinamente feliz que la haya adquirido? ¿quién tan poderosamente fuerte que sea capaz de afrontar la miseria y la infamia, los tormentos y la muerte? ¿Quién tan dichoso que ya posea de hecho ésta perfección? ¿Quién es éste, y lo felicitaremos? Pues ha hecho cosas admirables en su vida.14

Oigámoslo de nuestra parte puesto que, no obstante nuestra miseria, queremos inculcar esta misma perfección en un trozo muy corto a la verdad, pero tan expresivo, que es de cierto, dignísimo de toda nuestra meditación.

Procuremos conocer bien lo que son en realidad las miserias de nuestra vida; que cada uno debe preferir las cosas espirituales a las temporales; el alma al cuerpo y Dios al mundo; ya que ha de escoger la pobreza, la infamia y los tormentos y aun la misma muerte antes que separarse de Jesucristo. Puede ser que se presente la ocasión o de perder a Jesucristo, o de sufrir la cárcel, el fuego, los tormentos, el martirio. ¡Oh bendita ocasión que nos daría el medio de hacer reinar soberanamente entre nosotros al Hijo de Dios. Démonos a El, a fin de que nos conceda la gracia de preferir las penas y la misma muerte al funesto peligro de perder su amor. Tomemos ahora mismo la resolución de perder todos los bienes, el honor y la vida, a trueque de que Jesucristo sea conocido y servido y reine en todas partes.

10 Juan Bautista ETIENNE, 1844. 11 RCM 2, 2; Rm 8, 35.39 12 Mt 16, 24. 13 Mt 25, 41. 14 Eclo 31, 9.

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Hagámosle anticipadamente esta oblación por más que a la naturaleza le repugne, con la confianza de que cuando se ofrezca la ocasión Dios la fortalecerá. No dudamos que en todo momento está El con nosotros para hacernos obrar y sufrir como verdaderos cristianos; dejémosle, pues, hacer y no atendamos más que a su amable beneplácito.15

¡Qué el señor san José se digne concedernos la gracia siempre admirable de obrar con tanta perfección! Amén, amén, amén.

91. Cumplir nuestra perfección a pesar de la miseria Es la miseria la reunión de tantos males, que casi es imposible describirlos, porque

ella sola excita a todas las pasiones; y sin embargo las Reglas nos suponen tan dueños de nosotros mismos, que a pesar de todo esto nos exige la posesión del reino de Dios y su justicia. La miseria, ¡qué plaga tan terrible! Figurémonos una persona hambrienta y que no tiene cosa alguna qué comer, con una sed que le abraza y que sin embargo no tiene qué beber, con un frío el más intenso y que carece de vestido, con un calor que lo sofoca sin el más pequeño refrigerio, ¿qué nos parece de semejantes padecimientos? Con todo y a pesar de todos ellos, hemos de buscar el reino de Dios y su justicia. Figurémonosla con sólo uno de los efectos de la miseria y supondremos que es el frío. En efecto: ¿qué haríamos si nos viésemos sitiados por sus rigores? si nuestro cuerpo se entumeciese, las extremidades de nuestros miembros hubieran perdido todo el calor, se cayeren muertos y se reconcentrara en la fibra más delicada de nuestro corazón todo el exceso del calor, sintiendo los dolores más horribles? Si nos encontráramos en éste caso ¿qué haríamos? ¿cuál sería nuestra conducta? ¿seríamos como los treinta y nueve mártires de que nos habla la historia, que fueron coronados con el mismo martirio, o seríamos como aquél miserable que abandonó a Cristo en medio de los tormentos producidos por el frío? Pues esta alternativa puede hallarse en nosotros. La santa Regla nos la pone y quiere que no obstante todos los rigores de la miseria, busquemos primero el reino de Dios y su justicia. ¡Tanto nos conviene aprovecharnos y darnos a Dios por medio de la observancia de las Reglas! ¡y tanto nos conviene entrar en los bellos pasos de la vida fervorosa! Pensemos un poco sobre nuestra conducta: ¿qué hicimos cuando hemos padecido algunos efectos de la pobreza? La santa Regla los supone, y supone también que nos abrazaremos con ellos; ¿nos hemos quejado del vestido? ¿de la comida o de alguna otra incomodidad? Pues ¿dónde está el cumplimiento de esta Regla? ¡Cuán lejos estamos quizás de esta virtud! y tanto más cuanto el martirio del hambre obra poderosamente, que supone la práctica de todas las virtudes y de las más heroicas. Bien amaba Jacob a sus hijos y a su querido Benjamín, pero cuando el hambre los puso en la alternativa de enviarlos o de morir en los espantosos brazos de la miseria, cede el amor del Patriarca a las exigencias de la necesidad, y sus hijos parten para Egipto. Pues el amor que un misionero ha de tener a la perfección ha de superar a este amor y no obstante todos los rigores del hambre, de la sed y del conjunto de toda necesidad, ha de buscar, a pesar de esto y ante todo, el reino de Dios y su justicia. ¡Dios mío! ¡Salvador mío! ¡hazme conocer hasta qué punto he de amarte! ¡hazme sentir las exigencias de tan divino amor! ¡haz que me haga santo! ¡hazme fidelísimo imitador del señor san José!

92. Obrar nuestra perfección a pesar de la infamia Pocas son las pasiones que obran tan poderosamente en las personas bien nacidas y

mejor educadas como la honra; y el que sufre y resiste y vence las otras tentaciones, se ve muchas veces, vencido sólo con la idea de la infamia. Las santas Reglas no quieren que seamos así; salgamos, enhorabuena, vencedores de la miseria, de los ayunos, de las

15 SVP, Conferencia a misioneros del 21 de febrero de 1659, sobre la búsqueda del reino de Dios; ES, XI, 441-442.

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penitencias, y de las vigilias; pero a todo esto es preciso juntar la infamia, y como Pablo, que aún sirvamos a Dios: En medio de infamia y de buena fama16

Pablo sí que había llegado a esta perfección pronto ¿lo podemos afirmar nosotros? Si una palabra contra nuestra Patria nos desazona, si una idea que nos contradice nos mueve a ira, si cierto desprecio, tal vez imaginario, nos mortifica, si sólo porque nos parece que no hacen de nosotros todo el caso que habíamos pensado, nos desazonamos, y pasamos de la ingratitud a la murmuración, ¿dónde está, pues, nuestra virtud? la práctica de esta Regla ¿dónde está? ¿dónde el prepararnos para que al menos algún día podamos servir a nuestro Señor aún en medio de la infamia? ¡Ah! ¡qué poca será nuestra virtud si no procuramos buscar el reino de Dios y su justicia, aún en medio de las deshonras! Porque ¿quién habrá que no ame a Dios sintiéndose honrado? ¿quién que no lo ame cuando experimenta el disfrutar las flores del consuelo? pero ¿quién ama a Jesús aún en medio de la infamia? ¡Oh Salvador mío y Dios mío! haz que conozca su mérito para que así cumpla con esta Regla.

93. Obrar nuestra perfección a pesar de los tormentos y de la muerte Las santas Reglas nos quieren tan fundados en la virtud, que nada ha de ser capaz de

apartarnos del amor a Jesucristo y ni aún los tormentos, ni la misma muerte. Los tormentos son propios del alma que quiere servir a Dios, lo concedemos; pero son mayores los de los mundanos, porque los tienen con toda la amargura del destino, y sin la suavidad de la Providencia que premia a los suyos aún en este mundo. ¡Pobres los del mundo! porque sus penas son tales que muchas veces se desesperan y acaban con su existencia y afortunados los misioneros aún en medio de sus tormentos, porque los sufren con un santo gozo al modo de Job, cuando sufriendo el cerco diabólico, decía: Está su espíritu en continua tortura,17 dichosos porque dicen como él en medio de sus infinitos padecimientos: Y volverás a atormentarme de un modo portentoso,18 y aun lo dicen con tales tormentos, que sólo pueden compararse con los de nuestro Señor, pues a todo esto también somos llamados en fuerza de nuestra Regla. En fin, suponen ellas unos tormentos que llegan a causar la muerte, que viene a ser como el sello de la perfección; y a la manera que san Pablo después de habernos hablado de la santa y divina caridad exclamó: que nada podría apartarlo de la caridad de Jesucristo; ni la tribulación que acomete, ni la injusticia que siempre acompaña, ni el hambre que horriblemente opera, ni la desnudez que humilla, ni el peligro que sobresalta, ni la persecución que rodea, ni la espada que arrebata la vida, y aun, ni otra criatura alguna; así debe poder decir un misionero, porque ésta es la santidad perfectísima a que nos obliga el espíritu de nuestras Reglas: Incluso estará dispuesto a escoger, con el apóstol San Pablo, la pobreza, la deshonra, los tormentos y la muerte misma, antes que separarse de la caridad de Jesucristo. 19

Concluiremos este capítulo con un rasgo de la perfección de un gran misionero que apellidarse pudiera un misionero perfecto: Tal lo fue, a no dudarlo, el Pbro. Almeras, el cual desde el momento que dejó a sus padres, parientes y bienes, para seguir a Jesucristo; después que se despojó de las honras del mundo para vestir en la compañía de san Vicente la abyección de Jesucristo; al modo de un viajero que se descarga de un gran peso, comenzó a marchar a tales pasos por el camino de la virtud, que en poco tiempo alcanzó a los demás. De ahí es que de él puede decirse que jamás se encontró en otro misionero ni más prontitud para los ejercicios espirituales, ni aún mayor fidelidad en las cosas pequeñas, porque estaba persuadido que el que ama a Dios no ha de dejar nada de cuanto le pida el amor. El respeto que tuvo a todas las Reglas y prácticas de la Compañía fue tan perfecto, que jamás quiso omitir una sola jota de un solo punto; y no sabía uno qué admirar más, si la voluntad en no

16 2Co 6, 8. 17 Tb 10, 9. 18 Jb 10, 16. 19 RCM 2, 2.

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menospreciar cosa alguna, o si la humildad con que sujetaba su espíritu a cosas que el gran mundo detesta, o si la continua e inviolable fidelidad a sus Reglas y a sus prácticas de abyección, de oración y de modestia. El tenía un amor tan ferviente a Dios que había deseado despojarse de todas las miserias que son propias de esta vida, y tan inevitables que acompañan aún a los mayores santos; con todo, les tenía tal horror aún a las más pequeñas, que las expiaba poderosamente con sus gemidos y admiraciones. Y para trazar de un solo razgo lo que era su perfección, diremos que él estaba resuelto a hacer en todas las cosas lo más perfecto, por el amor «lque tenía a nuestro Señor; amor purgativo que le causaba a veces tales aflicciones, que podían apellidarse una especie de martirio, que era a la vez tan continuado como cruelísimo. ¡Ojalá que hagamos algo de tan vivos esfuerzos que de hecho sea nuestra conducta una fidelísima copia de la suya! Amén, amén, amén.

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Capítulo 19 Dos consecuencias de esta perfección

94. Consecuencias de ella Sentada esta verdad que nos ha enseñado el Espíritu Santo: Vanidad de vanidades,

todo vanidad,1 se sigue que todo cuando hay bajo la capa del sol, todo lo que los hombres usan para satisfacer sus necesidades y aun el caudal de todos los conocimientos, todo es vanidad desde el momento que no sirve para el único y solo fin de amar a solo Dios y servirlo. Vanidad, por tanto, atender sólo a la vida presente, olvidándose de la eterna; vanidad el deseo de vivir en este mundo largos días, sin hacer caso de los años eternos que hay en la otra vida; y vanidad el amar las fugaces delicias que hay acá abajo pasando por encima de las de la eterna gloria, que han de durar para siempre. Tal parece a nosotros que es el pensamiento de nuestras Reglas, porque nos autoriza a decir: Por tanto no andará solícito por los bienes temporales; antes bien dejará todos sus cuidados a la bondad de Dios,2 ya que las cosas espirituales deben ocupar siempre y ante todo el primer lugar. Lo contrario ¿no sería deshacer con una mano lo que habíamos fabricado con la otra? Por otra parte, ¿cuándo se ha saciado el ojo con la vista aún de aquello que se apellida maravilla del mundo? Por tanto, hemos de concluir que es triste y vergonzoso no hacerlo así, porque el verdadero misionero solo debe ocuparse de los tesoros de la santidad. ¿Cuándo ha quedado satisfecho el oído de las vanidades del mundo? ¡Oh Salvador mío!, haz que mi conversación sea siempre celestial como la de José y María. El paladar ¿cuándo se ha aquietado en la abundancia de los manjares? ¿cuándo se ha sosegado el tacto aún con la aplicación de lo más mullido y suave? y aun el mismo olfato ¿cuándo ha dicho basta? Jamás, jamás; con razón decimos que hemos de apartarnos de lo visible y sólo aspirar a las cosas del espíritu; y con razón, por tanto, hemos de fijarnos en esas dos admirables sentencias muy dignas de eterno recuerdo: Por tanto, no andará solicito por los bienes temporales, antes bien dejará todos sus cuidados a la bondad de Dios, ya que son el espíritu de nuestra Regla.

95. La salud del cuerpo Entre los bienes temporales de los cuales no hemos de ser solícitos, ocupa el primer

lugar la salud. Porque ¿qué es todo lo del mundo cuando ella falta? Sin ella nada aprovecha, todo fastidia, los mismos placeres se vuelven amarguras, los gozos que el mundo ofrece se tornan tormentos, las riquezas sólo sirven para apenar más y más el corazón y los mismos honores parece que se convierten en burlas. Tan importante es la salud del cuerpo en el orden temporal; pero con todo no hemos de ser solícitos de ella. Pero, ¿qué nos prohíben las Reglas? No nos prohíben absolutamente el que demos cuenta de nuestras enfermedades, el consultar al médico y el aplicarnos las medicinas que este nos recetare, haciéndolo todo de acuerdo con nuestros superiores, porque toda comunidad establece lo siguiente: Y a fin de que no se introduzca insensiblemente abuso alguno en lo que atañe a los enfermos, todos los que se sintieren indispuestos se lo comunicarán al Superior, o al prefecto de sanidad, o al enfermero, y nadie tomará medicina alguna, ni se presentará al médico de casa, ni consultará a otro sin la aprobación del Superior.3

Por tanto, sólo nos está prohibida la demasiada solicitud de no enfermarse, el excesivo cuidado de recobrar la salud, el hacernos tan delicados que no nos permita ocuparnos en las funciones del celo con la debida regularidad, el querernos servir de los médicos de más fama y querernos servir de los medicamentos de mucho costo, o como se las llama, medicinas de patente. ¡Oh y con cuánta razón se nos prohíbe todo esto! Supongamos un misionero solícito de la salud de su cuerpo, ¿y qué sucede con él? Apenas hay modo de declararlo; es capaz de

1 Ecles. 1, 2. 2 RCM 2, 2. 3 RCM 6, 4.

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hacer todo lo malo y dejar de practicar todo lo bueno. Observémoslo en unas líneas de san Vicente de Paúl, que dice así:

El misionero muy solícito de la salud de su cuerpo, es un pobrecito que no obstante su sacerdocio abandona por su salud, no sólo las funciones de su ministerio, sino que hace además el gravísimo pecado de abandonar su vocación por la maldita salud del cuerpo. Pensemos bien, continúa el santo con tanta exactitud como verdad, que tenemos la vida de su mano liberal y cometeríamos una grande injusticia en no quererla empelar en el servicio de Dios y en la salud del prójimo, y de esta injusticia se hacen reos y con harta frecuencia los muy amantes de la salud de su cuerpo.4 El aire natal no alarga la vida más allá de lo que Dios ha determinado.5 Sentencia es esta digna de todo un san Vicente, y dignísima de que la consideren los amantes de su cuerpo:

El pretexto, dice el santo a un misionero, que usted toma para salirse de la Comunidad es el no tener salud, como si ésta debiera serle más cara que la gloria de Dios. Usted sabe cómo está al presente, mas no sabe como estará después; y además ¿quién le ha dicho que dejando el estado en que Dios le ha puesto no estará enfermo, y que permaneciendo en él siempre lo estará? Nadie lo sabe, y sin embargo usted quiere con el pretexto de salud, cometer una falta irreparable. Vemos que siempre hay algunos en la compañía que padecen de la misma incomodidad que usted y no hay uno solo que no cure de ello.6

¡Cuan culpable, pues, no será delante de Dios, un misionero que cuidara su cuerpo afeminadamente y tanto más cuanto nuestro Instituto no sólo nos cuida sanos, sino especialmente en nuestras enfermedades; démonos, pues, a Dios mediante la práctica de: No andará solicito de los bienes temporales.7

En las obras de san Bernardo se lee que aquellos primeros hijos de san Benito establecían sus conventos en los lugares pantanosos para estar más enfermos, porque tomaban las enfermedades como dulces recuerdos de la gloria. Mas nosotros no aspiramos a tanto por ahora, pero sí deseamos en gran manera ordenar nuestra conducta en las enfermedades; esto, según nuestra santa Regla, queremos también que nuestros hijos confíen su salud no a un cuidado especial, sino a Dios que nos la cuida por medio de los superiores. Por esto tenemos por regla: Cuando alguno se sintiere enfermo, avisará al prefecto de la enfermería o al superior, mas no tomará medicina alguna, ni consultará a otro médico sin la respectiva licencia.8

¡Oh Dios mío! ¿convendría a nuestra piedad un poco del corazón de aquellos que van al encuentro de las enfermedades y aun de la muerte puramente por vanidad? Muchos de nuestros hijos e hijas se lisonjearon de curarse en otros empleos o en su país y fue lo contrario.9

¿Y hay cosa más conforme que, desnudos de nosotros mismos, confiemos en solo Dios? ¿Quién podrá mejor conservar nuestra vida que aquel que nos la ha dado? ¿Por ventura no sabrá servirse de su omnipotencia si confiamos en Él? Nuestra Regla exige de nosotros este abandono en las manos de Dios, queriendo que como el salmista digamos: Di a mi alma: Yo soy tu salvación.10 Así se animaba el santo Rey y quiere la santa Regla que lo hagamos de modo que como una cosa cumplida le digamos a Dios: El Señor es mi salvación11 y aun la salvación de mi alma en la santidad de la justicia.12

4 SVP, carta 10. 5 SVP, carta 6. 6 SVP, carta 8. 7 RCM 2, 2. 8 RMJ 6, 11. 9 SVP, carta 6. 10 Sl 34, 3. 11 Dominus salus mea (Cf. 61, 7). 12 Eclo 30, 15.

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96. El saber El saber es otro de los bienes temporales para cuya adquisición no hemos de ser

solícitos en demasía, sino que hemos de acordarnos en nuestros estudios del espíritu de nuestra Regla, que formulamos así: Y como, según la sentencia de San Zenón, la curiosidad hace reos, pero no doctos, y según el Apóstol la ciencia hincha, especialmente cuando no se hace caso de su consejo de que es preciso saber con sobriedad, y no desear saber más de lo necesario; todos, y de un modo especial los estudiantes, velarán continuamente para impedir que se apodere de sus corazones el deseo desordenado de saber.13

Mas nadie infiera de ahí que reprobamos el saber, al contrario, no se nos oculta que el Espíritu Santo pone la sabiduría como la primera de las cosas creadas: La sabiduría fue creada ante todas las cosas,14 como una cosa tan santa que reconoce a Dios por su autor: Toda sabiduría viene del Señor Dios,15 como tan fecunda que ha producido todas las cosas: La sabiduría de Dios, que precede a todas las cosas16y tan necesaria a un misionero que sin ella no puede ser de Dios: Por haber desechado la ciencia, yo te desecharé a ti.17 ¿Cómo, pues, podríamos desconocer la necesidad que tenemos de la ciencia? Por esto debemos todos tener por máxima inviolable: Sin embargo, no por eso dejarán de dedicarse con todo cuidado al estudio de las cosas necesarias para desempeñar bien las funciones del Misionero, con tal que cuiden de aprender principalmente la ciencia de los Santos, que se enseña en la escuela de la Cruz, de tal manera que no acierten a predicar sino a Jesucristo, a imitación del mismo San Pablo, el cual, escribiendo a los Corintios, confiesa ingenuamente que jamás pensó saber otra cosa entre ellos, sino a Jesucristo crucificado.18

¡Oh, y cuan agradecidos no hemos de estar a nuestro Instituto! ¡Ah! ¡Pobres sacerdotes los del mundo! ¿cuántos serán abandonados de Dios por sólo la falta de saber? sin dogma, sin rúbricas, sin un baño de historia, sin conocimientos de los santos padres, sin haber ni aún saludado la Escritura, ¿qué harán en la Iglesia de Dios? ¿qué dirán en defensa de la Iglesia? ¿qué predicarán para convertir a los pecadores? ¿qué consejos les darán a los justos? ¡Ah! démosle gracias a Dios por el beneficio de la vocación, porque nuestro Instituto tiene a su cargo el formarnos con la ciencia debida; solamente notaremos que ha de ser muy extensa supuesto que hemos de formar en nuestras casas a los varones de la ciencia; la hemos de poseer para ejercerla al modo de maestros del santuario en nuestros ministerios, hasta saber dirigir por caminos extraordinarios a las almas que Dios nos confiara; y notemos que no nos justificará el decir: que no entendimos eso, porque es obligación nuestra el procurar su inteligencia. nuestro Instituto ha celado de tal suerte este punto que nos da maestros para los estudios, un director de estudios, un superior que nos vigile y nos determine, y buenos misioneros que se ocupen de ellos y que los tienen en el debido aprecio. A lo dicho insertaremos unos pensamientos de uno de nuestros hermanos:

El pensar que con poca ciencia se pueden satisfacer debidamente las funciones de nuestro Instituto, es un grande error; como sería una grande necedad, el persuadirse que se podrían ejecutar sin la piedad verdadera. Debe distinguirse entre la ciencia y su vana manifestación, por esto al paso que Jesucristo y sus apóstolos tenían la ciencia hasta el último grado, pero no la manifestaban, sino cuando así lo exigía la gloria de Dios. No pocos han caído en un vano alucinamiento asegurando que lo que importaba era el espíritu, porque con su dicho fomentaron el vicio y la flojedad y se declararon enemigos del estudio y de la

13 RCM 12, 8. 14 Eclo 1, 4. 15 Eclo 1, 1. 16 Eclo 1, 3. 17 Os 4, 6. 18 RCM 12, 8.

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ciencia. Sin la prudente y la debida ciencia el misionero no hará más que descubrir su ignorancia, y hacer graves perjuicios a la gloria de Dios y a la salud de las almas.19

Nosotros diremos que deseamos que sea máxima del Instituto el que cada misionero tenga la ciencia de un santo Tomás, mientras que por otra parte hubiera tenido su humildad. Lo que tememos con verdad, es el abuso de la ciencia y el aspirar sólo en ser buen letrado, quedándose mal misionero. Digamos, pues, y tomémosle como máxima: Novicio y estudiante, adelante; siempre novicios por la ferviente práctica de la virtud, y siempre estudiantes dedicados todo el tiempo que puedan a la adquisición de la ciencia porque ella es buena, es ordenada de Dios, y completamente necesaria. ¡Felices los misioneros sabios, y felices, sí, los sabios misioneros! ¡Qué el señor san José llene siempre la casa de su santo Instituto de un gran número de ellos! Amén.

97. Placeres y honra Cuando hablamos que no hemos de ser solícitos de los placeres, estamos muy lejanos

de entender los placeres mundanales, cuyo solo nombre ni aún ha de asomarse a los labios del misionero; pero sí debe entenderse de los lícitos, como cierto gusto en el comer, en el beber, en el dormir, en el vestir, y principalmente en todo el sentido del tacto; debe entenderse no sólo el proporcionárselo, sino ni aún recibirlo cuando viene, y principalmente hemos de entenderlo de cierta lujuria espiritual que consiste en un deseo desmedido de delicias espirituales como llamados a pertenecer un día, si somos fieles, al número de los que gozan a lo divino, que tal vez como la esposa de los Cantares exclamen: Cuán bella y agraciada eres.20

Eso es bueno, es óptimo, es lo mejor cuando Dios lo concede; pero fuera de este caso hemos de desear: O padecer, o morir.21 Ser despreciado y morir por el Señor Jesús;22 sentido que incluimos al decir a cada uno: no andará solícito por los bienes temporales.23

En fin, a todo lo dicho podemos juntar la honra que sabe meterse y muy bien, bajo la sotana del misionero, y esto después de haber abandonado las riquezas, y los deleites de la carne por el voto de castidad, y todos los honores y el propio juicio y voluntad por el voto de obediencia; a pesar de esto, ¡oh salvador mío! y ¿cuántas acciones cuyo principio, continuación y fin es el deseo de la honra? Reguémosle a Dios para que no sea este el alimento de ningún josefino, para que nunca estudiemos por deseo de honra, ni prediquemos por este deseo, ni confesemos por él; y mucho menos observemos la santa Regla por el maldito deseo de ser honrado, porque como bien temporal nos está prohibido. ¡Qué el señor san José nos haga así perfectos! Amén, amén, amén.

98. Confiarlo todo al señor Todos habremos notado estas dos admirables consecuencias de nuestra admirable

santidad, y son en cierto modo los bellos frutos de tan divino árbol. Hemos de ser santos, pero no como quiera, sino con la santidad que reclama el sacerdocio, y con la santidad que nos pide el carácter honrable de misioneros. Santos obrando no por el propio espíritu, ni por el espíritu del mundo, ni por el diabólico, ni aún por el de los ángeles; sino que prescindiendo de todo, hemos de obrar según el espíritu de Cristo, según la doctrina de Cristo, y hemos de buscar el reino de Dios y su justicia, anteponiendo lo espiritual a lo temporal, la salud del alma a la salud del cuerpo, la gloria de Dios a la vanidad del mundo; y hacerlo hasta

19 GIORDANINI 20 Ct 7, 6. 21 Santa Teresa de Ávila 22 San Juan de la Cruz. 23 RCM 2, 2.

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abrazarnos con la pobreza, con la infamia, con los tormentos y con la muerte, antes que separarnos de la caridad de Cristo; y hacerlo de modo que produzca los admirables resultados, ya de no ser solícitos de nada de lo temporal, ya de depender en un todo de nuestro buen Dios. Hallaremos un modelo de esto en la persona del misionero Almeras, de quien hablamos hace poco. En efecto, poseía todo esto con una perfección que no sabemos describir, porque aún en medio de sus quehaceres y enfermedades decía: yo estoy en las manos de mi Dios, en cualquier estado que me halle soy siempre lo mismo, porque Dios es mi vida y mi fortaleza, y mi confianza descansa en un Padre tan sabio como poderoso. Esta confianza le producía aquella su paz inalterable, hasta el punto de que deseara nunca verse libre de sus males, y cuando le acometía alguna pena que le impidiera el suceso de algún hecho importante, entrando en su santo y acostumbrado recogimiento, entregábalo todo a Dios, diciendo: Yo confío en nuestro Señor que El mismo que formó la Congregación la conservará. Por esto mismo decía con alguna frecuencia: Dios es el que lo hace todo, porque el pobrecito Almeras cargado de enfermedades no puede hacer nada. La casa de san Lázaro estuvo en su tiempo en la miseria, y a pesar de esto no dejó de hacer grandes gastos para sostener las misiones de los pueblos, los ejercicios de los ordenandos y de toda especie de personas, como lo había abrazado la Congregación para salvar a las almas, a pesar de esto continuaban las limosnas ordinarias a los pordioseros y las extraordinarias a los vergonzantes, y cuando se le dijo que las moderase un poco, respondió: Jamás, jamás, porque no asistir a los pobres es renunciar al cristianismo. Con razón hablaba así este digno superior, porque la caridad cristiana es un tesoro inagotable, como que confía en la Providencia divina que nunca se acaba. Dignas palabras de un discípulo de nuestro Señor y de un digno sucesor de san Vicente, porque si la bondad de Dios se extiende en hacer bien aún a los malos ¿cuánto más lo hará con una de nuestras casas cuyos misioneros trabajan no solo para sacar a los pobres de la miseria, sino principalmente para salvar a las almas? ¡Oh poderoso y amantísimo padre mío señor san José! hazme santo, dame esta santidad que acabo de descubrir, dámela según la medida de mi miseria, dámela según el esfuerzo de mis deseos, y dala a todo el Instituto para que todos sus miembros te honremos y glorifiquemos por los siglos de los siglos. A este fin vamos a recordar las siguientes Reglas que nos servirán como jaculatorias para alcanzar la santidad:

Sobre la pobreza: Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros24. La practicarán como María y José, que teniendo a su disposición los títulos y bienes de familia y lo que ganaban con su propio trabajo, sin embargo, eran tan amantes de la pobreza voluntaria. Y la practicarán de suerte que aun sus aposentos sean en el espíritu perfectas copias de la casa de Nazaret.25 Procurarán la práctica del más perfecto desprendimiento.26

Sobre la perfección: Obtendrán por resultado el vivo deseo de su mayor perfección.27 Sobre la santidad: Aspirará cada uno a emitir el voto de hacer siempre y en todo lo

mejor.28 Sobre la observancia de las Reglas: Trabajar empeñosamente para evitar las faltas

contra la santa Regla.29 Sobre las acciones ajenas: No se meterá a examinar o conjeturar lo que hacen los

otros.30 Sobre las cosas que les hubieren encargado: Fiel en el exacto cumplimiento de su

deber ha de llevar a cabo con gran perfección lo que se le hubiere encomendado.31 Y sobre Jesús, María y José: Veneraremos e imitaremos a Jesús, María y José.32

24 2Co 8, 9. 25 RMJ 5, 2. 26 RMJ 9, 1. 27 RMJ 9, 3. 28 RMJ 9, 3. 29 RMJ 9, 6, 3º. 30 RMJ 9, 6, 7º. 31 RMJ 9, 7, 1º.

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32 RMJ 12, 5, 2º.

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Capítulo 20 De los medios generales que nos dan las Reglas para que procuremos la

propia santidad

99. Medios para ser santos según la Regla Al modo que muchos misioneros siguen un método de predicar que lo hacen propio

suyo, y que consiste en convencer primero al entendimiento, y obligar después a la voluntad a hacer o no hacer la cosa de que se trata, luego se la explica a sí misma con los actos que le son propios; y después propone los medios más eficaces para dicho fin; método divino que nosotros hemos seguido frecuentemente en nuestra predicación y que seguimos también, porque sus efectos son admirables, en la formación de las Reglas, y ahora que intentamos explicarlas ¿podríamos seguir otro mejor? No se nos ocurre otro; pero lo que apena nuestro corazón, es que no lo sabremos ejecutar, al menos con la claridad y sencillez que habríamos deseado. ¡Qué el señor san José con su gracia añada en él todo cuanto le falta! Amén, amén, amén.

En este tratadito hemos hablado de nuestra dignidad, tomándola como motivo asazmente poderoso para que seamos santos; luego hemos explicado la santidad de un misionero josefino según la Regla (aunque no la perfección de esta misma santidad porque somos tan miopes en materia de virtud, que no vemos bastante con las luces de Dios) siguiendo una por una las principales de nuestras Reglas, y finalmente, trataremos ahora de los medios que sacándolos del espíritu de nuestras Reglas, los formulamos así: Teniendo por cierto que, mientras esté fundado en la divina caridad mientras esté fundado en la divina caridad y en la esperanza del cielo, vivirá siempre bajo la protección de Dios, y de esta manera no le sobrevendrá mal alguno ni se verá privado de ningún bien, aun cuando le parezca que todas sus cosas están a punto de perecer.1Hermosas palabras que entrañan seis medios eficaces que vamos a declarar.

100. Nos asegura y supone fundados en la caridad El primer resultado de una vida mala es la inquietud, así como el de la vida buena es

la seguridad. Nuestra máxima nos lo recuerda asegurándonoslo: Teniendo por cierto. Esta seguridad hemos de fundarla en la fe para que sea un medio que nos facilite la

santidad; en la fe divina, porque es un resultado de la santa Escritura que la promete con frecuencia al varón santo; y en la fe humana, en cuanto su aplicación nosotros la hacemos a pesar de nuestra tontera. Y al modo que, sin la fe es imposible agradar a Dios,2 así, si nosotros no diéramos crédito a las verdades de la fe no podríamos ser santos y mucho menos podríamos ejecutar lo heróico de la virtud. Un modelo de esta fe la hallamos en la vida del señor Almeras, y este sucesor de san Vicente va a servirnos de modelo sobre la gran perfección del que obra según las luces de la fe, porque a la manera que el hombre por sí mismo es nada, así cuando obra según la fe es todo. El, por medio de esta fe, consideraba todas las verdades de nuestra santa religión al modo de un niño; no porque no tuviese el espíritu penetrante, sino porque estaba convencido que el mejor camino es el de una santa simplicidad. El no practicaba la virtud por otras razones que por las que se desprendían de la fe, por esto las resoluciones que tomaba eran tan eficaces, que siempre las reducía a la práctica y las continuaba con entera constancia asemejándose así a la divina verdad que siempre es lo mismo en todo.

El había aprendido a ser no discípulo racional de Jesús, sino su discípulo fiel que había de poner todas sus glorias en los sufrimientos y humillaciones. El obraba con empeño para hacerse piadoso y llenarse del espíritu del cristiano, espíritu que lo hacía obrar de un

1 RCM 2, 2. 2 Hb 11, 6.

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modo el más semejante a las acciones de Jesucristo. Según él, un alma toda cristiana imitaba a Jesús en sus pensamientos, en sus acciones y en todo su modo de obrar, poseía la práctica de las sólidas virtudes y la consideraba adornada del amor a la abyección, a la mortificación de sus pasiones y sentidos y a la abnegación de sí mismo. El entendía que un alma que posee el espíritu del cristianismo tenía celo de la salud de las almas, porque estaba basada en el celo de la propia perfección y en la victoria de su carne y de sus pasiones. Por esto se le oía decir que el defecto de este espíritu cristiano arruinaría la Congregación, por esto se le oía decir al director del seminario que le diera en cada novicio un buen cristiano, mas no según la idea que nosotros nos formemos de él, sino un hombre tan perfecto que obrase como un miembro de Jesucristo. A esta creencia se sigue la seguridad fundada en la caridad: mientras esté fundado en la divina caridad3 y esta caridad es el todo de lo demás. ¡Qué consuelo para un misionero que trabaja para ser santo! puede decirse de él que está en estado de caridad, virtud tan necesaria que sin ella todo cuanto podemos hacer no sirve de nada. Tal es la idea que nos da san Pablo de la caridad: Aunque hablara el idioma de todas las naciones y de todos los pueblos, sin caridad, nada soy; aunque poseyera el modo de hablar de todos los ángeles, sin caridad, nada soy; y mis predicaciones causarían el mismo efecto de un metal que retiñe, y nada merecería para la gloria. ¡Tan importante y necesaria es la caridad! Es la caridad tan excelente que sin ella todo es para mí como la nada; y aunque tuviera el don de ciencia y lo practicara todo como los antiguos evidentes, nada soy; y aunque poseyera la ciencia de todos los conocimientos y aun de los angélicos, nada soy; y aunque tuviera una fe tan viva que trasladara los montes de un lugar a otro, sin caridad, nada soy; y aunque distribuyera a los pobres todos mis haberes, y aumentara y multiplicara mis limosnas y padeciera las persecuciones, las cárceles, el hambre, los tormentos y la muerte, con todo, sin caridad, nada soy.4

¡Tan excelente y tan necesaria es la virtud de la caridad! Pues, un misionero santo, tal como lo hemos definido, ha de tener la certidumbre completa de que está en gran manera radicado en la santidad: mientras esté fundado en la divina caridad.5 ¡Feliz pensamiento, porque él es, un medio eficaz para ser santo!

101. Nos comunica una gran esperanza y nos pone bajo la divina protección Nuestra máxima nos supone radicados en la caridad, y de ahí saca dos hermosos

frutos, cuya dulzura supera sin duda a la mayor suavidad: fundado en la esperanza del cielo.6 Nos habla aquí de la esperanza extraordinaria, porque descansando en Dios uno espera

contra la misma esperanza y aun aguardando un milagro si fuera necesario. Porque a la manera que Abraham, después de haber dejado su patria y haberse dejado a sí mismo, ofrece en holocausto al único hijo de las promesas que habían de cumplirse sin la más insignificante duda; así, de un modo semejante esperará un misionero josefino cuando tuviere la santidad que brota de nuestra Regla. De este acto sublime de confianza en Dios hace el vivir en un todo como defendido completamente por su divina protección y para decirlo con la Regla: vivirá siempre bajo la protección de Dios.

¡Oh Salvador mío! ¿quién así viviera bajo tu protección? ¡Oh Dios mío! ¿quién esperara en Tí con esos actos heróicos de esperanza? ¿hay acaso cosa más justa? ¿hay cosa más debida a tu suma bondad? ¿hay cosa más conforme a nuestra miseria? ¡Con todo, frecuentemente confiamos en las criaturas, muchas veces en nosotros mismos, pocas en tu amor con entera separación de todo lo humano y muchas menos esperamos en Tí contra la misma esperanza! ¡Oh! ¡Y cuán raro es aún entre personas que tratan de virtud! Al decir nuestra máxima que viviéramos bajo la protección divina nos hace una promesa semejante a

3 RCM 2, 2. 4 1Co 13, 1-3. 5 RCM 2, 2. 6 RCM 2, 2.

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la que Dios hiciera en otro tiempo a los antiguos profetas: protección divina que era como el móvil de todas sus acciones. ¿Quién le hizo portarse a Abraham como un verdadero justo? la caridad; ¿por qué dejó a su país y a su parentela y partió hacia unos lugares desconocidos? por ella; ¿por qué creyó de un modo tan sin segundo que mereció ser denominado el Padre de los creyentes? por ella; ¿de dónde vino el que sus obras correspondiesen a la alta perfección a que el Señor lo llamaba? de ella.

Si por unos caminos los más difíciles llegó a poseer vivo al hijo de las promesas, ¿a qué lo debía? a ella; a ella el que anduviera siempre en la presencia de Dios; a ella el que recibiera las noticias que le comunicaron los ángeles; a ella el que venciera los enemigos numerosísimos con un puñado de criados; a ella el que salvara a Lot del incendio de Sodoma y Gomorra; en una palabra, la protección que tenía Dios sobre Abraham y la grande confianza de Abraham para con Dios fue el principio, la continuación y el fin de todas las maravillas. Pues nuestra máxima nos presenta esa misma protección y nos promete con la mayor claridad que experimentaríamos los mismos resultados y aun mayores si supiéramos esperar con mayor perfección que él, porque por la vocación somos mayores que Abraham. Sin embargo ¿qué es lo que pasa en mí? ¡Dios mío y Salvador mío! ¿dónde están los frutos de este hermoso árbol? Yo debiera ser santo, un gran santo, y soy un miserable y un gran pecador. ¡Oh, si para lo sucesivo tratara yo de ser santo! ¿cuándo me dedicaré a un importante trabajo en penitencia de mis pecados? ¿cuándo me entregaré a la santa oración de modo que este ejercicio me acompañe en todas mis cosas? ¿cuándo trabajaré de manera que redima el tiempo perdido? ¿cuándo tendré tanto amor que me parezca breve todo el tiempo pasado en el servicio de Dios? ¿cuándo vacaré a la contemplación de modo que sus brazos sean mis brazos? ¿Cuándo estaré tan dado a lo celestial y divino que me olvide hasta de tomar alimento? ¡Oh amantísimo padre mío señor san José! Esto sería ser perfecto misionero, sería ser cartujo en casa y apóstol en plaza, y sería obrar conforme la divina protección. ¡Oh protección sagrada y cuan tarde te conocí! ¡Haz que en ti confíe y con un dejo sumo de todo lo criado! ¡Amantísimo padre mío señor san José, alcánzame gracia tan admirable!

102. Nos libra de los males y nos concede todos los bienes Nosotros, como iluminados con las luces divinas sabemos que no son males los que el

mundo llama males, y por consiguiente al decirnos la máxima: Y de esta manera, no le sobrevendrá mal alguno.

No entiende los males según el cuerpo, sino los males según el espíritu; con cuya promesa nos traslada, para nuestra ventura, a la región de la impecabilidad; como si dijera, no se acercará a nosotros el mal del pecado mortal, ni aún del venial, ni de las faltas voluntarias contra la Regla, quedándose sólo con aquellas imperfecciones involuntarias que son las hijas de nuestra miseria. Y ¿no es esta la mejor dádiva que puede darse a un josefino? ¡Ah qué recuerdo! el corazón se electriza para ir en pos de la santidad. A todo esto, preciso es juntar aún la posesión de todo bien: ni se verá privado de ningún bien, como si dijera, no solo seréis impecables, sino que llegaréis a poseer la práctica de toda virtud, de toda perfección y hasta de lo más heróico. ¡Tan divino es el camino que nos conducirá si somos santos, y tanta será nuestra ventura! Un misionero cortado según esa máxima que se desprende de nuestra Regla, como la uña del dedo, no sólo no andará tras de dignidades, sino que aún las más modestas que hay en nuestro Instituto las acompañará con este pensamiento: que más vale ser mandado por cincuenta superiores, que mandar a un solo subdito, porque este tal tendrá todo lo humano bajo sus pies y sólo aspira al honor eterno y a la eterna gloria; nada de amigos y parientes, porque juntamente con el mundo abandonó todos los resabios de la carne y de la sangre; y está tan desnudo de todo lo mundano que le duele el uso que es obligado a hacer de ciertas cosas por la apremiante necesidad. ¡Oh, que misionero tan perfecto! Pobre en este mundo, pero riquísimo en la gloria; pobre y falto de bienes pasajeros, pero en la casi ya posesión de los eternos; desnudo de consuelos vanos, pero poseedor de consolaciones divinas; extranjero en esta tierra de pecado, pero en gran manera familiar de Dios; aquí como la hez del pueblo, y

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como lo más hediondo y como la nada, y allí como lo más precioso y lo más escogido y lo muy privilegiado, ¡Oh, qué grandes y qué consoladoras promesas son las que nos hacen las santas Reglas, si tratamos de ser santos mediante su observancia!

103. Aun cuando todo parezca ya perdido Aquí es donde nuestra máxima operar debe como el más poderoso de los medios

generales, todos los bienes que nos promete si somos santos: el estar arraigados en la divina caridad, el vivir bajo la protección del mismo Dios con una indecible esperanza y el verse uno libre de todos los males y en la posesión de todos los bienes, todo esto se verificará, aún cuando todo parezca que está ya perdido: aun cuando le parezca que todas sus cosas están a punto de perecer.

Contemplemos todo esto en la persona de David. Elegido ya Rey de Israel en lugar de Saúl, éste no sólo no quiere darle el reino, sino que jura quitarle la vida. Anda David fugitivo y vendido por algunos es denunciado a Saúl que marchando éste inmediatamente contra él, lo encuentra en la roca de Zrif, la rodea en forma de corona y comienza la subida por todas partes ¿qué hará David? ¿cómo se escapará de las manos de sus enemigos? ¡Ah! él confía en Dios y su esperanza no quedará confundida, él vive bajo la protección divina y Dios no lo ha de desamparar, puesto que tiene siempre mil y mil medios para defender a los suyos. ¿Qué hará en este caso en favor de David? Sirvióse Dios de una traza admirable, porque cuando estaba el santo Rey en el mayor de los apuros, llega un correo que anuncia a Saúl la invasión de sus tierras por los incircuncisos enemigos, y se vio obligado a abandonar la presa, y de esta manera quedó libre su fiel siervo. Tal es la admirable protección que nos promete la santa Regla, porque aunque todas las pérdidas vengan sobre nosotros y nos acometan todas las desgracias y todas las deshonras y todos los enemigos visibles e invisibles, aún en este caso no nos faltará la protección de Dios, quedaremos libres de todos los males del pecado y seremos abundantemente abastecidos con todos los bienes de la gracia, porque hemos de tener por cierto, que si hacemos los negocios del señor san José, el señor san José hará los nuestros siempre y en toda ocasión. ¡Oh, qué felicidad la nuestra! ¡es la suma felicidad! Démonos, pues, a Dios, busquemos el reino de los cielos y su justicia, y como Pablo, busquémoslo en la pobreza y en la deshonra y en los tormentos y en la misma muerte, así seremos santos porque cumpliremos con perfección el: Buscad primero el reino de Dios y su justicia.7

7 Mt 6, 33.

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Capítulo 21 De otros medios que nos dan las Reglas para que adquiramos la santidad

104. Conformidad con la voluntad de Dios Para que comprendamos toda la importancia de este medio que nos dan las Reglas para

hacernos santos, nos basta meditar un poco en las siguientes palabras: Amarán al señor san José, su padre, su defensor, su protector y aun su todo, después de Jesús y María; lo imitarán en su perfección: “José, siendo justo”; y en su perfecta conformidad con la voluntad de Dios: “Hizo como el ángel del Señor le había mandado”.1 Así hemos de ser nosotros: Nada, nada de voluntad propia, y hacer siempre en todo y para todo la santísima voluntad de Dios.

Para que nos expliquemos menos mal acerca de un punto de tanta importancia, y para que tengamos ideas claras de lo que ea la voluntad de Dios y de sus admirables efectos en favor de las venturosas almas que tienen tan santa práctica, diremos a nuestros hijos sobre ella: Y porque aquel piadoso ejercicio, que consiste en hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios, es un medio seguro para conseguir en poco tiempo la perfección cristiana,2 cada uno hará todo lo posible para hacérselo familiar.

¡Qué medio para ser santos! Este acto en que uno se conforma con el divino querer, parece que entraña los actos de las demás virtudes, porque hay un acto verdadero de fe, un acto vivísimo de esperanza, y un acto de caridad tan ardiente, que hace que uno se conforme con el querer de aquel Dios a quien ama. ¡Oh qué medio para ser santos! No hay falta que se cometa que no tenga el origen en la carencia de conformidad con la voluntad divina, y por su causa se pierde la paz, la tranquilidad y el mérito de todos nuestros actos. A la manera que nuestro Señor despreció los ayunos de los judíos, porque en ellos hacían su propia voluntad, así acontecerá con el josefino que no se conformare en sus operaciones con el divino querer.

¡Oh qué medio para ser santos! Reguémosle a Dios que lo practiquemos, mas no como quiera, sino con los actos que nos pone la Regla, es decir, ya haciendo lo mandado y absteniéndonos de lo prohibido siempre y cuando haya precepto de Dios o de la Iglesia o de la Regla o de los superiores; ya obrando en las cosas indiferentes aquellas que más nos repugnan, y no desempeñando las que nos agraden y satisfacen, sino en cuanto nos obligare la necesidad y fueren ellas agradables a Dios; ya recibiendo lo adverso o lo próspero como venido igualmente de la mano paternal del mismo Dios, y como a tal, aceptarlo de corazón; ya ejecutándolo todo con la sola intención de agradar a Dios con la mayor perfección que nos sea dable, imitando en esto a nuestro divino Salvador, que aseguró que siempre hizo la voluntad de su Padre celestial: Yo hago siempre lo que agrada a Él3.

Practiquemos, pues, este medio en las dificultades de la vida y alcanzaremos la muy grande santidad de la Regla. Notemos cómo poseía el Pbro. Almeras esta virtud. En la escuela de Jesucristo crucificado y en la cruz de sus padecimientos, fue donde aprendió el señor Almeras a no tener otra voluntad que aquella que era conforme con la de Dios, a sacrificar no sólo los deseos de su carne, sino a fin los de su espíritu, y no sólo aquellos que son una fuente fecunda de concupiscencia, que rastrean por el suelo, sino aún los que produce la gracia que eleva a la gloria. Por eso después de haber pedido a Dios la disolución de su cuerpo y la entera libertad de su alma, para que su grande amor operara sobre ella convenientemente, pareciéndole que este pensamiento tenía algo de imperfección, se retractaba y le decía a Dios: Pero no, no es así,

1 RMJ 12, 5, 7; Mt 1, 19.24. 2 RCM 2, 3. 3 Jn 8, 29.

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Señor, sino que si tú quieres que sufra todavía doce años, quince años, veinte años, yo lo quiero también, quiero sufrir cuanto tiempo te plazca, y lo quiero por todo el tiempo de tu adorable voluntad.4

105. Obrar según el primitivo espíritu Todos obrarán, hablarán y aun pensarán según el espíritu de su santa vocación, el cual

no es otro que el espíritu de sencillez, de humildad y de celo por la salud de las almas.5 Y comentando dicho pasaje según nuestro espíritu de la Regla, diremos: Y aunque

debemos hacer todo cuanto esté de nuestra parte para observar las susodichas máximas evangélicas, por ser santísimas y utilísimas; no obstante, como entre ellas hay algunas que nos convienen de una manera especial, a saber, aquellas que se refieren a las virtudes de sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo de la salvación de las almas, la Congregación pondrá cuidado en practicarlas.6

Tales son las virtudes que caracterizan el espíritu de un misionero, y virtudes que nos presentan las Reglas para que las practiquemos. ¡Oh qué santos seremos si somos sencillos, humildes, mansos, mortificados y celosos! Con la sencillez todo lo haremos para dar gloria a Dios, de modo que un alma sencilla no tiene otro motor que el purísimo y ardentísimo amor de Dios, y así es como corre a grandes y agigantados pasos el camino de la santidad. ¡Oh qué gloria la que da a Dios un josefino eminentemente sencillo! Basta decir que esta virtud es el punto de partida y aun la conclusión de la santidad que nos reclama la santa Regla. Con la humildad todo lo continuaremos y lo haremos todo, porque ¿de qué cosas no es capaz un alma humilde? Y a la manera que un acto de soberbia hizo de un ángel un demonio y de un inocente un condenado al infierno, así un alma humilde aún siendo pecadora se santifica. ¡Oh, qué virtud tan perfecta la humildad, y en qué grado tan sublime nos la pide la santa Regla! Démonos a Dios para que seamos sencillos como la paloma, y tan humildes de corazón que seamos mansos y mortificados. La mansedumbre es virtud que debe adornarnos, porque sin ella no podemos cumplir nuestros deberes para con Dios, ni nuestras obligaciones para con el prójimo. Un alma arrebatada y por lo tanto sin mansedumbre, no se concibe que sea sencilla porque esta virtud es tan amante de la calma, que sólo reside en los corazones mansos; ni se concibe que sea humilde porque su mismo acto de cólera es ya un acto de soberbia; ni se concibe mortificada porque por su poca mortificación se airó, y mucho menos tendría el celo de la salud de las almas y de la gloria de Dios. ¡Oh, qué medio tan eficaz la mansedumbre para que nos hagamos santos! La mortificación debe caracterizar de tal modo al josefino, que todas sus obras despidan este suavísimo olor; y digámoslo de una vez para siempre, que con la mortificación lo alcanzaremos todo, al paso que sin ella alcanzaremos nada y nada haremos en bien de las almas. El celo que es la tercera virtud que forma nuestro espíritu, entraña primero el de la salud propia, y si falta éste ¿cómo se ha de trabajar en hacerse santo? ¡Oh amantísimo padre mío señor san José! tú que diste al Instituto el propio espíritu que debía formarlo y conservarlo, concede a todos los misioneros que sólo obren según sus divinas influencias. Roguemos a tan gran santo que nos libre de lo que más se opone a nuestro espíritu como destructor de la santidad, y que nos libre principalmente de lo siguiente: 1º La prudencia de la carne, 2º El deseo de agradar a los hombres, 3º Querer que todos se rindan siempre a nuestro juicio y voluntad; 4º Buscar en todas las cosas la propia satisfacción; 5º La insensibilidad para todo lo que atañe a la gloria de Dios y a la salvación del prójimo.7

4 Vida del señor Renato Almeras, 57. 5 RMJ 10, 1. 6 RCM 2, 14. 7 RCM 2, 15.

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¡Dichosos nosotros si libres de estas máximas del mundo, practicamos las del Evangelio encerradas en nuestro primitivo espíritu! Dichosos, digo, porque este modo de obrar será hacerse todos los días más y más santos.

106. Los santos votos Los santos votos que hacemos en el Instituto es otro de los eficacísimos medios para que

lleguemos a la santidad, pues como dice la Regla: Todos alcanzaran la propia santificación practicando los votos de pobreza, castidad y obediencia.8

Y explicando la misma Regla, diremos a todos los misioneros: Habiendo venido nuestro Señor Jesucristo al mundo para restaurar en las almas el imperio de su Padre, sacándolas de la esclavitud del demonio, el cual se había apoderado de ellas, engañándolas con el amor desordenado a las riquezas, a los placeres y a los honores, juzgó conveniente este benignísimo Salvador pelear con su enemigo con armas contrarias, o sea, con la pobreza, con la castidad y con la obediencia, y así lo practicó hasta la muerte. Por eso todos y cada uno de nosotros observaremos perpetuamente y con la mayor fidelidad la pobreza, la castidad y la obediencia, según nuestro Instituto.9

Estos tres votos son de tal naturaleza que entrañan toda la doctrina evangélica, de modo que no hay consejo o acción de nuestro divino Salvador que no pueda encerrarse en ellos, por consiguiente, cumpliendo los santos votos cumplo con todas mis obligaciones, me santifico a mi mismo, y en cuanto es dable a una criatura, lo hago con la perfección que reclama la Regla.. Mas estos votos para asegurar más y más nuestra divina santidad, es necesario que los practiquemos no como quiera, sino según las Reglas propias de un misionero: Y a fin de que, con mayor seguridad, más fácilmente y hasta con mayor mérito puedan perseverar hasta la muerte en la observancia de estas virtudes, todos se esforzarán, con la gracia de Dios, en practicar con la mayor fidelidad posible lo que se contiene en los capítulos siguientes.10

Y nuestras Reglas exigen una perfección tal que quizá no será fácil encontrar en la práctica otra que la supere, porque se trata no sólo de ser pobre, sino de experimentar los efectos de la santa pobreza y de estar contento de ello, de no usar de nada, ni dar, ni recibir, ni prestar cosa alguna sin la debida licencia; se trata de no tener nada curioso o exquisito o sobrante, sino que hemos de contentarnos con lo necesario, y aun esto necesario ha de ser lo común. Esta misma regla se extiende a todo nuestro tratado, y los vestidos deben ser comunes, las viandas con que nos alimentamos, comunes; en una palabra, todo cuanto usamos ha de llevar el carácter de la santa pobreza. Roguemos a Dios el que se cumpla en todos este punto tan importante: Cada uno de nosotros, según sus fuerzas, hará todo lo posible por imitar a Jesucristo en la virtud de la pobreza, teniendo por cierto que ella será el muro inexpugnable mediante el cual, y con la asistencia de la divina gracia, la Congregación vivirá perpetuamente.11

La castidad de un misionero ha de ser tal que nos presente ante los fieles como ángeles en carne, y a la manera que nadie llegó a sospechar de la pureza de nuestro Señor, así nuestra Regla nos pide a nosotros tal conducta, que nadie pueda ni aún sospechar de nosotros. La obediencia ha de ser tal que como nuestro Señor, seamos obedientes en todo hasta la muerte y muerte de cruz, y nuestros últimos votos que entrañan lo que hemos llamado el cuarto voto, son los que comunican a nuestras acciones la más admirable solidez; y el voto de hacer siempre y en todo lo mejor nos hace como los Franciscos, los Vicentes, los Antonios y los Domingos. Ahora preguntamos, ¿qué

8 Cf. RMJ 5, 1. 9 RCM 2, 18. 10 RCM 2, 18. 11 RCM 3, 1.

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será un misionero así pobre, casto y obediente hasta el fin de sus días? ¿qué será entregado al servicio de Dios haciendo en todo y por todo lo mejor? A no dudarlo que será un santo. Démonos, pues, a Dios, por medio de su práctica, y tomemos los santos votos como grandes medios que nos da la Regla para que lleguemos a la santidad que con tanta verdad y solemnidad profesamos.

107. Ejercicios de piedad Las santas Reglas nos pusieron los ejercicios de piedad y con ellos todo lo necesario para

poder lograr la santidad referida, porque a la manera que el cuerpo si no toma el alimento que necesita se muere de pura debilidad, así moriría el josefino que abandonara los ejercicios piadosos, porque se encontraría imposibilitado para poder practicar la virtud. Todos sabemos cuáles son estos ejercicios porque haciéndolos en común a nadie se le pueden olvidar. Nosotros nada queremos decir sobre ellos, y tan solo haremos notar que son unos medios tan eficaces como poderosos que nos da la Regla diciendo: Por efecto de esta misma piedad harán todos los días, por la mañana y tarde, los actos propios del cristiano.12

Y comentando dichos actos de piedad y religión, diremos: nuestro Señor Jesucristo y sus discípulos tenían sus ejercicios de piedad, por ejemplo, subir algunos días al templo, retirarse de vez en cuando a la soledad, dedicarse a la oración y otros semejantes. Por eso parece muy justo que nuestro humilde Instituto tenga también sus prácticas espirituales, las cuales observará con toda exactitud, y las preferirá a todas las demás prácticas de devoción, si la necesidad o la obediencia no lo prohíben; porque estas prácticas espirituales son las que más conducen a la verdadera observancia de las Reglas o Constituciones y a nuestra propia perfección.13

Por tanto, nuestros ejercicios de piedad son, según la Regla, medios poderosos que nos conducen a su exacta observancia y a la propia perfección que emana de ella. ¡Oh amantísimo padre mío señor san José! haznos la gracia no sólo de que los hagamos, sí que también de que lo hagamos bien; concedemos también la gracia de hacer los actos de la mañana bien hechos, la oración bien hecha, la santa misa dicha o bien oída, el rezo del Oficio del señor san José bien rezado, el Oficio divino bien cumplido, las dos coronas josefinas bien rezadas, los exámenes bien hechos, la presencia de Dios bien fervorosa; en una palabra, hagamos bien nuestros ejercicios de piedad y con ellos seremos santos según las Reglas.

108. Comunicación espiritual A todo esto une la Regla otro medio poderosísimo que llamó la misma Regla

comunicación espiritual, diciendo: Como el demonio se transfigura con frecuencia el ángel de luz para engañar más fácilmente a las almas, por esto procurará cada uno conocer sus lazos para librarse de ellos y, sobre todo, se servirá de las luces de su director espiritual.14

Y comentando la Regla, diremos: Y como es muy difícil hacer progreso alguno en la virtud sin el auxilio de un director espiritual, así también es casi imposible que el dirigido llegue a la perfección a que está llamado, si no trata, como conviene, con su director acerca del estado de su conciencia. Por eso todos harán la comunicación interior con toda devoción y sinceridad, de la manera que se observa en la Congregación, con el superior, o con otro, por él señalado, por lo menos cada tres meses, y de un modo especial durante los ejercicios espirituales, y siempre que al superior le pareciere conveniente.15

12 RMJ 12, 5, 3º. 13 RCM 10, 1. 14 RMJ 3, 10. 15 RCM 10, 11

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Esta comunicación debe entenderse conforme las sagradas instituciones de la Sagrada Congregación. Obrando de esta manera, obraremos según el espíritu de la santa Iglesia; y la comunicación interior, libre de todo abuso, se nos convertirá en uno de los medios más poderosos para que lleguemos, con prontitud y seguridad, al alto grado de perfección a que Dios nos llama en fuerza de nuestra santa y sublime vocación.

109. Oda a la santidad

I Santidad, Esposa mía, ¿Por qué yo no te poseo eminentemente Ya que pienso noche y día, En ti continuamente, Sin que nada del mundo me contente?

II Tú eres la Soberana, Eres tu sóla la única Señora, Tú la fuente que emana Las delicias de ahora, Y las eternas del Jesús que adora.

III Santidad, ¡qué grande eres! ¡Qué bella, qué excelsa, cuan adorable! Cuando tú te ofrecieres, adornando inefable, la sien del josefino venerable.

IV Tú que eres distinción, El Poder, la Esencia del Altísimo; Dame, sí, tu corazón, Dámelo tan santísimo Que sea para Dios muy queridísimo.

V Tú que eres la Hermosura, La Belleza, el Candor, la Luz toda Del Jesús que inagura Vida una toda, toda Consagrada a su Padre con ternura.

VI Ven a mí, ¡oh santidad! Que te amo, pues te quiero con pasión,

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Y adorote en verdad Con abrazo, en unión Del que es por Esencia la indivisión.

VII Debo tenerla tal Que con la de los santos del amor Del todo sea igual; Y abrace tal primor Como tenerla debe el buen Pastor.

VIII Yo quisiera poseer La que es propia de Cristo mi Señor; Porque esto es mi deber, Deber propio de amor, Amor que merece el Dios Redentor.

IX Y debo practicar La que brota purísimo fervor; Puesto que debo amar, Y con todo el primor, Al Dios que se apellida el Salvador.

X ¡Oh quién antes de todo Dejara toda máxima del mundo, Teniéndolas del modo, Que merece lo inmundo Y amara las de Cristo sin segundo!

XI Ellas máximas santas Enseñadas de la Verdad suprema Cual misteriosas plantas Del jardín que es emblema Del Omnipotente divino lema.

XII Quien buscara primero El reino de los cielos, su justicia, ¡Con el mayor esmero! Gozara sí delicia De la celeste y divina Amicicia.

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¡Quién buscarlo supiere Con toda la perfección que reclama La Regla! así pudiere... Hacerlo como que ama La vida feliz del que a Dios más ama.

XIV ¡Quién fuere tan dichoso Que todo lo buscara anteponiendo Lo espiritual donoso, A tenmoral hediendo, temporal Cargado de miserias defendiendo!

XV Es de alma la salud Que debe el josefino amarla tanto, Con tanta prontitud, Que sin menor quebranto Ya la prefiere a la del cuerpo santo.

XVI Del cielo la gran gloria A todas luces debe serle fiel, Contra la gran notoria Vanidad que es tan cruel Que se atreve a levantarse contra El.

XVII En fin, son mis intentos, Que fundo en mi deber y en la firmeza, A pesar de tormentos, De la infamia y pobreza, Servir a solo Dios con gran presteza.

XVIII Servirlo por amor, Con el afecto, entusiasmo y unión, Y hacerlo con primor, De amante corazón, , De Aquel que se alimenta de Pasión.

XIX Y hacerlo hasta morir

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Muerte santa, feliz y muy dichosa, Pues que debe finir, Con muerte cariñosa El que muere por no dejar la cosa.

110. Gratitud a María y a José María y José, purísimos padres de Cristo, yo no puedo menos que acordarme de vosotros

al fin de este tratado, porque sólo vosotros, José y María, lo habéis hecho todo. Vosotros hicisteis que con solo veintiún días escribiera el tratado de la oración mental de un misionero, vosotros hicisteis que en ocho días que emplee pudiera consagraros ya las meditaciones para los santos ejercicios, vosotros hicisteis que con solo diez y seis días concluyera el tratado sobre la observancia de nuestras Reglas, y vosotros hicisteis ahora que en catorce días escribiera la santidad de un misionero. Pero, ¿qué digo? no soy yo el que lo hice, sino vosotros, José y María, porque no es así como se inventa, ni como se escribe. Vosotros lo hicisteis y vuestro es el plan de estas obritas, vuestros los pensamientos que contienen, vuestras las frases con que se expresan, vuestro el afecto con que se ejecutó, y vuestro ha de ser el fruto que produzcan. Habiéndolo pues comenzado alabando a Jesucristo, vamos a concluirlo ensalzándoos a vosotros, José y María, purísimos padres de Cristo y ensalzándoos con todos los que concluyan la lectura de este tratado, para que con verdadero afecto de hijos que os aman, repitamos de corazón: que infinita infinidad de veces, en infinita infinidad de lugares, de infinita infinidad de mundos, por infinita infinidad de santos misioneros y muy santas Josefinas, y muy fieles asociados seáis para siempre benditos y loados en el glorioso misterio de vuestra inmaculada concepción. Amén, amén, amén.

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Índice

José María Vilaseca ....................................................................................................................... 1 Dignidad y santidad de un misionero ........................................................................................... 1 Siglas ............................................................................................................................................... 2 Advertencia ..................................................................................................................................... 3 Prólogo ............................................................................................................................................ 4 Capítulo 1 Dignidad de un misionero del señor san José ........................................................... 5

1. Deseos de alabar a Dios ........................................................................................................... 5 2. Dignidad de un misionero según la Regla ............................................................................... 5 3. Dignidad de un misionero según el Instituto ........................................................................... 6 4. Dignidad de un misionero según la Escritura .......................................................................... 7 5. Dignidad que supera a la de Adán y Seth ................................................................................ 8

Capitulo 2 Dignidad de un misionero del señor san José, fundada en nuestra semejanza con la de Cristo .................................................................................................................................... 10

6. Pasajes en que se funda nuestra dignidad .............................................................................. 10 7. ¿Quién envía? ......................................................................................................................... 10 8. ¿A quién se envía? ................................................................................................................. 11 9. ¿A qué fin es enviado? ........................................................................................................... 12 10. ¿Qué hizo y qué enseñó Jesucristo? ..................................................................................... 13

Capítulo 3 Dignidad de un misionero fundada en la imitación de Cristo .............................. 15 11. Resumen de la dignidad de un misionero ............................................................................ 15 12. Dignidad fundada en el espíritu de Cristo ............................................................................ 15 13. Dignidad fundada en la imitación de Cristo ........................................................................ 17 14. Dignidad fundada en las virtudes de Cristo ......................................................................... 18 15. Dignidad fundada en las obras del celo de la salud de las almas ......................................... 19

Capítulo 4 Dignidad de un josefino, fundada en los medios que nos dan las Reglas ............. 20 16. De otras fuentes de nuestra dignidad ................................................................................... 20 17. Fuentes de nuestra dignidad en general ............................................................................... 20 18. Primera fuente en particular de nuestra dignidad ................................................................ 21 19. Segunda fuente en particular de nuestra dignidad ............................................................... 23 20. Tercera fuente en particular de nuestra dignidad ................................................................. 23

Capítulo 5 Dignidad del misionero josefino fundada en el sacerdocio que recibió ............... 25 21. Partes componentes de nuestro Instituto .............................................................................. 25 22. ¿Qué es un sacerdote en el Instituto del señor san José? ..................................................... 25 23. Es superior a la dignidad de todo lo del mundo ................................................................... 26 24. Es superior a la de los ángeles y a la de los purísimos padres de Cristo ............................. 27 25. Es la dignidad de un josefino la dignidad de Cristo ............................................................. 27

Capítulo 6 Dignidad del misionero josefino fundada en las misiones de los pueblos ............ 30 26. Empleo de las misiones ........................................................................................................ 30 27. Origen de nuestras misiones ................................................................................................ 30

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28. Excelencia y necesidad de las misiones ............................................................................... 31 29. Carácter de nuestras misiones .............................................................................................. 33 30. Medios para hacer las misiones con fruto ............................................................................ 34

Capítulo 7 Medios para hacer bien las misiones ....................................................................... 35 31. Los ejercicios de piedad ....................................................................................................... 35 32. Espíritu de mortificación ...................................................................................................... 35 33. Espíritu de desinterés ........................................................................................................... 36 34. Qué debe hacerse con los regalos ........................................................................................ 37

Capítulo 8 Se comprueba con ejemplos lo que hemos dicho .................................................... 39 35. Cuánto debe amarse una misión .......................................................................................... 39 36. Las misiones en nuestros últimos años ................................................................................ 39 37. Amor a las misiones ............................................................................................................. 40 38. Vocación para las misiones de nuestros indios bárbaros ..................................................... 40 39. Medios que nos dan la Regla y el directorio para las misiones ........................................... 41

Capítulo 9 Otros oficios propios de los sacerdotes josefinos .................................................... 42 40. Felicidad de un misionero .................................................................................................... 42 41. Oficios: la predicación ......................................................................................................... 43 42. Confesiones .......................................................................................................................... 44 43. Pleitos y asociación josefina ................................................................................................ 45 44. Seminarios, conferencias eclesiásticas, escuelas y colegios josefinos ................................ 45 45 Ejercicios ............................................................................................................................... 45 46. Otras obras de caridad .......................................................................................................... 46

Capítulo 10 Nuestros hermanos coadjutores ............................................................................. 47 47. La Regla y nuestros coadjutores .......................................................................................... 47 48. Comparación entre el misionero y el coadjutor ................................................................... 47 49. Deberes de los coadjutores ................................................................................................... 48 50. Deben hacer el oficio de Martha .......................................................................................... 49 51. Deben de orar y gemir .......................................................................................................... 51 52. Deber de mortificarse y dar buen ejemplo ........................................................................... 51

Capítulo 11 Las Hijas de María del señor san José .................................................................. 53 53. Las Hijas de María del señor san José ................................................................................. 53 54. Por qué hemos de confesar y dirigir a nuestras hermanas las Hijas de María del señor san José ............................................................................................................................................. 53 55. Nuestras santas Reglas nos consagran a confesarlas y dirigirlas ......................................... 54 56. Dos cosas ciertísimas entre ambas familias josefinas .......................................................... 55 57. Conducta de un misionero al dar los santos ejercicios espirituales a las josefinas .............. 56 58 Avisos importantes para los misioneros destinados a confesar a las josefinas o darles los santos ejercicios ......................................................................................................................... 57

Capítulo 12 Nuestra santidad como sacerdotes ......................................................................... 59 59. Necesidad de ser santos ....................................................................................................... 59 60. Deber de estar libre de todo pecado ..................................................................................... 59

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61. Deber de ser santos .............................................................................................................. 60 62. Deber de tener una santidad no inferior a su dignidad ......................................................... 61

Capítulo 13 Se enseña con casos prácticos la santidad del misionero ..................................... 63 63. Diferencia entre la santidad y la perfección ......................................................................... 63 64. Santidad de un gran misionero ............................................................................................. 63 65. Un novicio santo .................................................................................................................. 64 66. Un misionero santo .............................................................................................................. 65 67. Un superior santo ................................................................................................................. 65 68. Un modo de obrar santo ....................................................................................................... 66

Capítulo 14 Nuestra santidad como revestidos del espíritu de Jesús, María y José .............. 68 69. Necesidad del espíritu de Jesús, María y José ..................................................................... 68 70. En qué consiste .................................................................................................................... 69 71. Consiste en las máximas evangélicas .................................................................................. 70 72. Consiste en los santos votos ................................................................................................. 71 73. Consiste en lo demás que nos dice la Regla ........................................................................ 72

Capítulo 15 Nuestra santidad como que profesamos la doctrina de Cristo ........................... 74 74. Las santas Reglas imponiéndonos esta doctrina .................................................................. 74 75. Las santas Reglas nos lo encargan extraordinariamente ...................................................... 75 76. La doctrina de Jesucristo no puede faltar ............................................................................. 76 77. La doctrina de Cristo nos alcanza todos los bienes .............................................................. 77 78. Falsedad de la doctrina del mundo ....................................................................................... 78

Capítulo 16 Nuestra santidad como que hemos de buscar siempre el reino de Dios y su justicia ........................................................................................................................................... 79

79. Aplicación de la doctrina anterior ........................................................................................ 79 80. Exposición de la doctrina anterior ....................................................................................... 79 81. Exposición de nuestro divino Salvador ................................................................................ 80 82. Cómo nos debemos aplicar este reino .................................................................................. 81 83. Reino de Dios de un josefino ............................................................................................... 82

Capítulo 17 Nuestra santidad por la perfección con que hemos de buscar el reino de Dios. 84 84. Explicación de la Regla ....................................................................................................... 84 85. Excelencia de las cosas espirituales ..................................................................................... 85 86. Excelencia de lo espiritual sobrenatural .............................................................................. 85 87. Excelencia de lo espiritual ordinario .................................................................................... 86 88. Qué es lo temporal ............................................................................................................... 87

Capítulo 18 Nuestra santidad por la perfección altísima con que hemos de buscar el reino de Dios ........................................................................................................................................... 89

89. Idea de nuestra altísima perfección ...................................................................................... 89 90. Necesidad de obrar conforme nuestra perfección ................................................................ 91 91. Cumplir nuestra perfección a pesar de la miseria ................................................................ 92 92. Obrar nuestra perfección a pesar de la infamia .................................................................... 92 93. Obrar nuestra perfección a pesar de los tormentos y de la muerte ...................................... 93

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Capítulo 19 Dos consecuencias de esta perfección .................................................................... 95 94. Consecuencias de ella .......................................................................................................... 95 95. La salud del cuerpo .............................................................................................................. 95 96. El saber ................................................................................................................................. 97 97. Placeres y honra ................................................................................................................... 98 98. Confiarlo todo al señor ......................................................................................................... 98

Capítulo 20 De los medios generales que nos dan las Reglas para que procuremos la propia santidad ....................................................................................................................................... 101

99. Medios para ser santos según la Regla .............................................................................. 101 100. Nos asegura y supone fundados en la caridad ................................................................. 101 101. Nos comunica una gran esperanza y nos pone bajo la divina protección ........................ 102 102. Nos libra de los males y nos concede todos los bienes .................................................... 103 103. Aun cuando todo parezca ya perdido ............................................................................... 104

Capítulo 21 De otros medios que nos dan las Reglas para que adquiramos la santidad .... 105 104. Conformidad con la voluntad de Dios ............................................................................. 105 105. Obrar según el primitivo espíritu ..................................................................................... 106 106. Los santos votos ............................................................................................................... 107 107. Ejercicios de piedad ......................................................................................................... 108 108. Comunicación espiritual .................................................................................................. 108 109. Oda a la santidad .............................................................................................................. 109 110. Gratitud a María y a José ................................................................................................. 112

Índice ........................................................................................................................................... 113