jorge luis borges - · pdf fileentregas de jorge luis borges. comprando siempre sus libros...

Download JORGE LUIS BORGES -   · PDF fileentregas de JORGE LUIS BORGES. Comprando siempre sus libros en el mismo punto de venta, se beneficiará de un servicio más rápido,

If you can't read please download the document

Upload: dokhanh

Post on 07-Feb-2018

216 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • JORGE LUIS BORGES

    EL HACEDOR

  • El hacedor fue publicado originalmente en 1960.

    Diseo de la coleccin: Nesl Soul

    Mara Kodama, 1995 Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1972, 1975, 1979, 1980, 1981, 1984, 1986, 1987, 1990, 1993, 1994, 1996, 1997, 1998

    Distribuye para Argentina: Vaccaro Snchez Moreno, 794 - CP 1091 Capital Federal - Buenos Aires Interior: Distribuidora Bertrn - Av. Vlez Sarsfield, 1950 CP 1285 Capital Federal - Buenos Aires

    Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las correspondientes indemnizaciones por daos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin, interpretacin o ejecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacin.

    Para su mayor comodidad, pida a su proveedor habitual que le reserve las entregas de JORGE LUIS BORGES. Comprando siempre sus libros en el mismo punto de venta, se beneficiar de un servicio ms rpido, ya que nos permite lograr una distribucin de ejemplares ms precisa.

    ISBN: 84-487-0479-7 Depsito Legal: B-9.586-1998 Impreso en Espaa - Printed in Spain - Abril de 1998 Impresin y encuadernacin: Cayfosa Ctra. Caldas, km 3 Santa Perptua de Mogoda (Barcelona)

    Alianza Editorial, S.A. Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; telf. 393 88 88

    ndice

    A Leopoldo Lugones El hacedor Dreamtigers Dilogo sobre un dilogo Las uas Los espejos velados Argumentum ornithologicum El cautivo

  • El simulacro Delia Elena San Marco Dilogo de muertos La trama Un problema Una rosa amarilla El testigo Martn Fierro Mutaciones Parbola de Cervantes y de Quijote Paradiso, XXXI, 108 Parbola del palacio Everything and nothing Ragnark Inferno, I, 32 Borges y yo Poema de los dones El reloj de arena Ajedrez Los espejos Elvira de Alvear Susana Soca La luna La lluvia A la efigie de un capitn de los ejrcitos de Cromwell A un viejo poeta El otro tigre Blind Pew Alusin a una sombra de mil ochocientos noventa y tantos Alusin a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74) In memoriam A.R. Los Borges A Luis de Camoens Mil novecientos veintitantos Oda compuesta en 1960 Ariosto y los rabes Al iniciar el estudio de la gramtica anglosajona Lucas, XXIII Adrogu Arte potica Museo

    Del rigor en la ciencia Cuarteta Lmites El poeta declara su nombrada El enemigo generoso Le regret d'Hraclite In memoriam J.F.K.

    Eplogo

  • A Leopoldo Lugones

    Los rumores de la plaza quedan atrs y entro en la Biblioteca. De una manera casi fsica siento la gravitacin de los libros, el mbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mgicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lcido sueo, se perfilan los rostros momentneos de los lectores, a la luz de las lmparas estudiosas, como en la hiplage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y despues aquel otro epteto que tambin define por el contorno, el "rido camello" del Lunario, y despus aquel hexmetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:

    Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

    Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engao, usted no me malquera, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algn trabajo mo. Ello no ocurri nunca, pero esta vez usted vuelve las pginas y lee con aprobacin algn verso, acaso porque en l ha reconocido su propia voz, acaso porque la prctica deficiente le importa menos que la sana teora.

    En este punto se deshace mi sueo, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea est en la calle Mxico, no en la calle Rodrguez Pea, y usted, Lugones, se mat a principios del 38. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. As ser (me digo) pero maana yo tambin habr muerto y se confundirn nuestros tiempos y la cronologa se perder en un orbe de smbolos y de algn modo ser justo afirmar que yo le he trado este libro y que usted lo ha aceptado.

    J.L.B.

    Buenos Aires, 9 de agosto de 1960.

    El hacedor

    Nunca se haba demorado en los goces de la memoria. Las impresiones resbalaban sobre l, momentneas y vvidas; el bermelln de un alfarero, la bveda cargada de estrellas que tambin eran dioses, la luna, de la que haba cado un len, la lisura del mrmol bajo las lentas yemas sensibles, el sabor de la carne de jabal, que le gustaba desgarrar con dentelladas blancas y bruscas, una palabra fenicia, la sombra negra que una lanza proyecta en la arena amarilla, la cercana del mar o de las mujeres, el pesado vino cuya aspereza mitigaba la miel, podan abarcar por entero el mbito de su alma. Conoca el terror pero tambin la clera y el coraje, y una vez fue el primero en escalar un muro enemigo. vido, curioso, casual, sin otra ley que la fruicin y la indiferencia inmediata, anduvo por la variada tierra y mir, en una u otra margen del mar, las ciudades de los hombres y sus palacios. En los mercados populosos o al pie de una montaa de cumbre incierta, en la que bien poda haber stiros, haba escuchado complicadas historias, que recibi como reciba la realidad, sin indagar si eran verdaderas o falsas.

  • Gradualmente, el hermoso universo fue abandonndolo; una terca neblina le borr las lneas de la mano, la noche se despobl de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies. Todo se alejaba y se confunda. Cuando supo que se estaba quedando ciego, grit; el pudor estoico no haba sido an inventado y Hctor poda huir sin desmedro. Ya no ver (sinti) ni el cielo lleno de pavor mitolgico, ni esta cara que los aos transformarn. Das y noches pasaron sobre esa desesperacin de su carne, pero una maana se despert, mir (ya sin asombro) las borrosas cosas que lo rodeaban e inexplicablemente sinti, como quien reconoce una msica o una voz, que ya le haba ocurrido todo eso y que lo haba encarado con temor, pero tambin con jbilo, esperanza y curiosidad. Entonces descendi a su memoria, que le pareci interminable, y logr sacar de aquel vrtigo el recuerdo perdido que reluci como una moneda bajo la lluvia, acaso porque nunca lo haba mirado, salvo, quiz, en un sueo.

    El recuerdo era as. Lo haba injuriado otro muchacho y l haba acudido a su padre y le haba contado la historia. ste lo dej hablar como si no escuchara o no comprendiera y descolg de la pared un pual de bronce, bello y cargado de poder, que el chico haba codiciado furtivamente. Ahora lo tena en las manos y la sorpresa de la posesin anul la injuria padecida, pero la voz del padre estaba diciendo: "Que alguien sepa que eres un hombre", y haba una orden en la voz. La noche cegaba los caminos; abrazado al pual, en el que presenta una fuerza mgica, descendi la brusca ladera que rodeaba la casa y corri a la orilla del mar, sondose Ayax y Perseo y poblando de heridas y de batallas la oscuridad salobre. El sabor preciso de aquel momento era lo que ahora buscaba; no le importaba lo dems: las afrentas del desafo, el torpe combate, el regreso con la hoja sangrienta.

    Otro recuerdo, en el que tambin haba una noche y una inminencia de aventura, brot de aqul. Una mujer, la primera que le depararon los dioses, lo haba esperado en la sombra de un hipogeo, y l la busc por galeras que eran como redes de piedra y por declives que se hundan en la sombra. Por qu le llegaban esas memorias y por qu le llegaban sin amargura, como una mera prefiguracin del presente?

    Con grave asombro comprendi. En esta noche de sus ojos mortales, a la que ahora descenda, lo aguardaban tambin el amor y el riesgo, Ares y Afrodita, porque ya adivinaba (porque ya lo cercaba) un rumor de gloria y de hexmetros, un rumor de hombres que defienden un templo que los dioses no salvarn y de bajeles negros que buscan por el mar una isla querida, el rumor de las Odiseas e Iladas que era su destino cantar y dejar resonando cncavamente en la memoria humana. Sabemos estas cosas, pero no las que sinti al descender a la ltima sombra.

    Dreamtigers

    En la infancia yo ejerc con fervor la adoracin del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paran y de la confusin amaznica, sino el tigre rayado, asitico, real, que slo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo sola demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoolgico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todava me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.) Pas la infancia, caducaron los tigres y su pasin, pero todava

  • estn en mis sueos. En esa napa sumergida o catica siguen prevaleciendo y as: Dormido, me distrae un sueo cualquiera y de pronto s que es un sueo. Suelo pensar entonces: ste es un sueo, una pura diversin de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre.

    Oh, incompetencia! Nunca mis sueos saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso s, pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamao inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pjaro.

    Dilogo sobre un dilogo

    A. Distrados en razonar la inmortalidad, habamos dejado que anocheciera sin encender la lmpara. No nos veamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura ms convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernndez repeta que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho ms nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abra y la cerraba. Un acorden vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, es