jorge luis arcos, la máscara y la identidad

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De la máscara y la identidad Yo es otro Rimbaud En unos poemas que deseché en mi juventud oponía al vértigo de Narciso, movimiento de las bestias que indiferentes pueden beber su propia image conciencia de la perturbadora capacidad erótica del espejo, como sugiri nos arrostra enseguida al tema de la identidad. !a", como se sabe, dive de identidad# la de la especie, que puede a su ve$ desgajarse en la de o en regiones supranacionales, o en la de grupos étnicos, culturales " en la de diferentes se&os, profesiones, etc. 'ero sin duda la m(s gener especie que, por for$osa dialéctica, se cuestiona desde la identidad pe 'or un sin fin de ra$ones históricas conocidas ha sido una constante en cubana la e&presión de la identidad nacional. )e la paulatina, históric muchos de los rasgos o im(genes donde se e&presa una determinada toma d conciencia de esa identidad, da fe un libro tan controvertido como tan Lo cubano en la poesía, de *intio +itier. tros, desde diferentes mirad apro&imado a esta problem(tica, como Historia y estilo e Indagación del choteo , de -orge a/ach, Manual del perfecto fulanista, de -osé 0ntonio Ramos, de 1ernando rti$, algunas calas de L"dia *abrera, El ingenio, de anu 1raginals, Ese sol del mundo moral , del propio +itier ", por supuesto, documentos de diversa índole, entre los que sobresalen los literarios# -osé aría !eredia, novelas de *irilo +illaverde, Ramón e$a, *arlos L especialmente, Paradiso, de -osé Le$ama Lima, " paradigm(ticas $onas d obras poéticas o no de -osé artí, Nicol(s 2uillén, Eliseo )iego, 1ina 3

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La mscara y la identidad

De la mscara y la identidad

Yo es otro

RimbaudEn unos poemas que desech en mi juventud opona al vrtigo de Narciso, el movimiento de las bestias que indiferentes pueden beber su propia imagen. La conciencia de la perturbadora capacidad ertica del espejo, como sugiriera Borges, nos arrostra enseguida al tema de la identidad. Hay, como se sabe, diversos grados de identidad: la de la especie, que puede a su vez desgajarse en la de nacionalidad, o en regiones supranacionales, o en la de grupos tnicos, culturales y lingsticos, o en la de diferentes sexos, profesiones, etc. Pero sin duda la ms general es la de la especie que, por forzosa dialctica, se cuestiona desde la identidad personal.

Por un sin fin de razones histricas conocidas ha sido una constante en la poesa cubana la expresin de la identidad nacional. De la paulatina, histrica fijacin de muchos de los rasgos o imgenes donde se expresa una determinada toma de conciencia de esa identidad, da fe un libro tan controvertido como tan necesario: Lo cubano en la poesa, de Cintio Vitier. Otros, desde diferentes miradores, se han aproximado a esta problemtica, como Historia y estilo e Indagacin del choteo, de Jorge Maach, Manual del perfecto fulanista, de Jos Antonio Ramos, muchos de Fernando Ortiz, algunas calas de Lydia Cabrera, El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals, Ese sol del mundo moral, del propio Vitier y, por supuesto, un sin fin de documentos de diversa ndole, entre los que sobresalen los literarios: poemas de Jos Mara Heredia, novelas de Cirilo Villaverde, Ramn Meza, Carlos Loveira y, especialmente, Paradiso, de Jos Lezama Lima, y paradigmticas zonas de las obras poticas o no de Jos Mart, Nicols Guilln, Eliseo Diego, Fina Garca Marruz, Virgilio Piera, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas. Incluso pudieran considerarse, desde un nivel ms general, obras de Alejo Carpentier, La expresin americana, de Lezama o Caliban, de Roberto Fernndez Retamar, para citar solo algunos ejemplos tpicos.

No va a constituir sin embargo el centro de mi inters esta rica y polmica zona del tema de la identidad, acaso porque ese conjunto de documentos ya da pruebas, en su polmica diversidad, de una acendrada conciencia de la identidad nacional cubana. Ms interesante me parece entonces referirme a ciertos ejemplos universales y/o cubanos donde el tema de la identidad personal pasa a un primer plano, a veces mezclado o en tenso contrapunto con el de la identidad nacional.

Hay, entre otros, dos imaginarios, dos referentes arquetpicos que quisiera recordar, y que se expresan desde el territorio proteico y ancestral de la infancia y que luego se trasvasan a la poesa. El primero es el del deseo de volvernos invisibles que est en la raz de nuestra poesa, representado por la locura de Zequeira, cuando crea que al ponerse un sombrero se volva invisible, lo que dio lugar a la frase popular de ponerse el sombrero de Zequeira. Pero el sombrero no es una mscara? Y si mscara es persona, entonces nos enfrentamos a una de las ms poderosas tendencias creadoras de la poesa. En cierto sentido todo poema es una mscara. Todo poema clama por la condicin fantasmal del sujeto lrico. Quien nos interpela desde un verso es un ente invisible, el otro, una voz desconocida, que a su vez apetece posesionarse de nosotros, ser nosotros. Yo es otro, escribi Rimbaud, o poesa eres t, Gustavo Adolfo Bcquer, o aquella exquisita metafsica de Antonio Machado: El ojo que ves no es ojo porque t lo veas es ojo porque te ve, y podran citarse muchos ejemplos hasta llegar a los dos Borges, a la metamorfosis de Kafka, a las invenciones de William Blake o Gastn Baquero, al nombre como mscara: Me llamo Nadie, le dijo Ulises al cclope, o cuando se enmascara en un mendigo, que es otra de las formas que adquiere el deseo de invisibilidad, o a la historia bblica de los peregrinos de Emmas... Precisamente en uno de los libros ms tpicos para la expresin de una determinada identidad nacional en nuestra poesa, En la Calzada de Jess del Monte, se deja leer en El segundo discurso. Aqu un momento: Dante, mi seudnimo. En cierto sentido escribir poemas es tambin ponernos el sombrero de Zequeira y acceder a una libertad aorada desde la niez. Frente a la fatalidad de la identidad personal, que puede confundirse con la nacional, se escribe La pupila insomne, de Rubn Martnez Villena, se escribe Palabras escritas en la arena por un inocente, se escribe La noche de los pasmosos, de Lorenzo Garca Vega (quien en libros posteriores puede ser el doctor Fantasma y vivir en La playa Albina), se escribe El pabelln del vaco, de Jos Lezama Lima, se escribe La isla en peso o Aire fro, de Virgilio Piera, se escribe El otro, de Roberto Fernndez Retamar, se escriben los autorretratos de Jos Kozer, se escribe Violet Islands, de Reina Mara Rodrguez, se escribe Los stadiums, de Emilio Garca Montiel, o tantos poemas de Ral Hernndez Novs y Angel Escobar, pero sobre todo se llega a escribir: Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche / O son una las dos?, por Jos Mart. Pudieran recordarse aqu tambin las mscaras casalianas o los anhelos de otra patria, otros siglos, otros hombres, de Juan Clemente Zenea. Pero para volver a los orgenes de nuestra poesa, se escribe un poema como La ronda, de Zequeira, uno de los textos ms extraos, ms perturbadores de nuestra poesa. Acaso esas eran las rondas, los viajes que realizaba el fidelsimo espaol de ultramar en las noches habaneras o en la noche obscura del alma cuando se pona el sombrero, la mscara de la poesa? A esos profundos, a esos infiernos, a esos purgatorios y parasos descendi Dante como un incgnito viajero. La invisibilidad como viaje, como libertad proteica, como compensacin, como desdoblamiento, como confusin con lo otro, lo desconocido, como fatalidad tambin, como anegamiento en un lgamo impersonal, como mirador inaudito, como metamorfosis o transfiguracin, como trascendencia o feroz inmanencia (que suelen ser lo mismo en el fondo), en fin, todo un vasto abanico de posibilidades que nos permiten acceder a los anhelos de rebasar, cuestionar, enriquecer, conocer tanto la identidad personal como la nacional o incluso la genrica, la de la especie. Yo recuerdo, de nio, cmo me atraan esos comics donde Batman o Superman, escondan en una identidad anodina su verdadera naturaleza. O ese clsico de H. G. Wells, El hombre invisible. Los ejemplos pudieran ser innumerables, desde el imprevisible proceso de descubrimiento de la identidad sexual como ese arquetipo terrible del inconsciente colectivo, o como se le quiera llamar, que nos entrega la ominosa imagen de la belleza que se transforma o transfigura en su contrario.

Creo que no hay que enfatizar que en el anhelo de invisibilidad hay una suerte de vrtigo o demonio de perversidad, para decirlo con palabras de Edgar Allan Poe (recordemos, a propsito, su cuento William Wilson), que nos lleva a desear ya la disolucin de la fatalidad del yo personal o la de la pertenencia a un nosotros. Aunque a veces la confusin con el nosotros, lejos de permitir el acceso a una salvadora entidad suprapersonal, es tambin y esencialmente una mscara, de ah lo sospechosos que pueden resultar muchos de los discursos identitarios, sobre todo los que provienen de la poltica, o de ciertos mitos nacionalistas. Asimismo, hay una profunda apetencia por lo marginal o clandestino en la mirada desde la poesa. O por lo desconocido, de ah esa tendencia hacia la literatura fantstica, o de horror, o de ciencia ficcin. Algo semejante ocurre tambin con cierta literatura de viajes. O con el mundo de las drogas alucingenas. Precisamente por eso los mitos creados o expresados por Freud perturbaron y fascinaron tanto a la humanidad, porque introdujeron una aleatoriedad, una indeterminacin, una incertidumbre, una relatividad, una impredecibilidad en el imaginario colectivo y personal semejante a los que introdujo en la ciencia el principio de incertidumbre de Heisenberg o el de la relatividad de Einstein.

Desde cierto mirador, la poesa, la literatura en general, adems de propiciar, como en la tragedia griega, una anagnrisis y una catarsis, que nos abocan a un reconocimiento, funciona tambin como un tembloroso espejo que nos muestra un rostro desconocido. Yo soy esto y lo otro, o yo soy otro, o yo soy tambin el otro. De ah ese miedo a encontrar un doble, como le gusta a Borges y a Eliseo Diego sugerir. Solo quiero aadir sobre este tpico que en una de los textos ms ledos de Julio Cortzar, Rayuela, donde el tema del doble es preeminente, la cita que preside toda la novela, una frase de una carta de Jacques Vach a Andr Breton, reza ms o menos as: Nada mata a un hombre tanto como estar obligado a representar un pas.

Otra de las constantes arquetpicas es la de la otra mano, la desconocida, referida por Lezama en un ensayo, y reconocida por l mismo como comn en cualquier tratado de sicologa infantil. Esa otra mano que se esquiva y a la misma vez se desea encontrar, es otra de las fuentes, de las constantes de la imaginacin potica. Vuelve aqu a ser pertinente citar la frase de Bcquer o los versos de Machado. En cierto sentido, tanto escribir como leer un poema es desear encontrar la otra mano, la desconocida. Pero esa otra mano, por definicin desconocida, es decir, como una suerte de misterio material, sustantivo, carnal, no es tambin la fuente, el misterio primordial? Claro que aqu puede introducirse el tremendo problema que implican las creencias religiosas. Acaso si William Blake no hubiera tenido la visin del rostro de Dios asomndose y mirndolo desde una ventana, no hubiera desplegado todo ese universo simblico que nutre su poesa o viceversa (recordemos tambin, por ejemplo, las ventanas de Rilke o de Alfonso Corts) Y qu necesidad llev a los poetas msticos a escribir sus anhelos o certidumbres de unin con Dios? El mismo Rimbaud, qu senta cuando lo visitaron esas visiones absolutas de lo desconocido. Toda la imaginacin simblica y religiosa se nutre de la certidumbre o deseo de que todo soporte una lectura anaggica. Pero, por si fuera poco, la propia ciencia se aboca tambin a esa tendencia irrefrenable de la conciencia humana. Su indomeable fe de que tiene que haber un sentido ltimo, no hace otra cosa que legitimar lo desconocido. El misterio de la identidad, que es el de la conciencia que se mira a s misma, o de la naturaleza que se imagina y piensa a s misma, es por eso el mayor misterio de la humanidad. Una frontera donde la poesa, la religin y la ciencia coinciden.

Hay un experimento cientfico, conocido como la paradoja del gato de Schrdinger, que, desde la teora de la fsica cuntica, ha perturbado a la comunidad cientfica tanto como o ms que el concurrente principio de incertidumbre. Ese gato, en determinadas condiciones cunticas, cuando es mirado, es decir medido por un observador, puede lo mismo e indistintamente estar vivo o estar muerto, por donde se concluye que antes de ser mirado o medido o no est vivo ni muerto o ambas cosas a la vez. Acaso el misterio de la identidad tenga mucho que ver con el misterio de la mirada Quin mira y desde dnde y cmo y qu miramos? Tambin es pertinente la pregunta: qu deseamos mirar? Si la mirada tiene un valor participativo, es decir, si inexorablemente participa en o cambia incluso lo que mira, no podemos olvidar tampoco que tambin somos mirados. Por Dios? Por nosotros mismos? Por el otro, lo desconocido? Represe en que en la poesa, desde sus orgenes, hay una apetencia de unidad. El poeta mira desde un fragmento, desde el caos, pero apetece acceder a la totalidad, a la armona invisible, desconocida. Por eso las intuiciones de la poesa nos entregan imgenes reales, materias y no simplemente simulacros de la imaginacin. Por eso mirar al otro es tambin mirarnos a nosotros mismos, cambiar al otro, cambiarnos, amar al otro, amarnos, desconocer al otro, desconocernos. Y el misterio del otro o de lo otro es tambin y sobre todo nuestro personal e inextricable misterio.

La ltima poesa de Angel Escobar y una zona central de la de Ral Hernndez Novs estn traspasadas por una tensin, la de la problemtica, incluso desconocida, identidad personal. Acaso no sea una mera casualidad que ambos poetas optaran por o no pudieran evitar el suicidio. Traspasar el umbral, atravesar el espejo, mirar desde un borde, regresar al universo amnitico, llegar a ser el que eres o el que deseas ser, en fin, toda una vasta gama de posibilidades existenciales y ontolgicas.

Uno no puede menos que mirar la realidad desde la fatalidad del nacimiento, formacin y convivencia dentro de una determinada cultura. Y desde una lengua inclusive. Desde esos lmites, porque no son otra cosa, se expresa la poesa, pero no exactamente para testimoniar una nacionalidad determinada, aunque pueda hacerlo, sino para expresar la siempre hiriente y huidiza la realidad o, lo que es lo mismo, el corazn errante y vulnerable del ser humano, su hora pasajera, como dira Rilke, y la dispora csmica, ancestral de una mirada sobre un universo que nunca podremos abarcar, y que, como dijera Borges, rememorando al Oscuro, es el mismo y es otro como el ro interminable.

Jorge Luis Arcos

Jueves 26 de abril, 2002

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