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JO JOSE MANUEL LOPEZ GOMEZ SE MANUEL LOPEZ GOMEZ

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JOJOSE MANUEL LOPEZ GOMEZSE MANUEL LOPEZ GOMEZ

PRIMERA EDICIÓN NOVIEMBRE DE 2006HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11.723PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL.

IMPRESO EN ARGENTINA

Este ejemplar se terminó de imprimir en noviembre de 2006en los talleres de CLMMoreno 158 2º C, Ramos Mejía, Buenos Aires, [email protected]

ISBN-10: 987-1351-01-1ISBN-13: 978-987-1351-01-5

Imagen de tapa: “Pendejo argentino”,obra del artista plástico Jorge Gionco.www.jorge.gionco.com.ar / [email protected]

López Gómez, José Manuel Evita, Madonna y las Torres Gemelas - 1a ed. - Ramos Mejía : Editorial CLM, 2006. 352 p. ; 21x16 cm.

ISBN 987-1351-01-1

1. Narrativa Argentina-Novela. I. Título CDD A863

Fecha de catalogación: 12/10/2006

JOJOSE MANUEL LOPEZ GOMEZSE MANUEL LOPEZ GOMEZ

Dedicatorias

A mi madre de adopción (con la cuál nos hemos “adoptado” mutuamente),

Elba Esther Reynoso, oriunda de Navarro. Por su amor, comprometido

visceralmente, y sobre todo, porque nunca marcó diferencias de sentimientos con sus

hijos biológicos.

A mi entrañable hermano, Norberto Andrés López ( el famoso “Tío Norbi’s”)

como homenaje a su admirable integridad moral.

A mi queridísima hermana, María Dolores López, por su estoicismo y

el renunciamiento personal, en aras de acompañar solidariamente a nuestra madre.

A Doña María Elena Arrieta de Milano, por sus excepcionales condiciones

morales, que honran a la condición humana.

A todos aquellos - parientes y amigos -que animaron y animan mi vocación

de escritor.

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PRÓLOGO

Estamos ante la presencia de un autor de sorprendente vuelo creativo,

que amalgama de manera magistral, lo visceral con lo metafísico, y lo

coloquial con los más profundos interrogantes fi losófi cos.

Si resulta sugestivo que un escritor español se ocupe de un ícono sagrado

como Evita, sorprende aún más, descubrir que López Gómez se expresa

en nuestra lengua, con la probidad y solvencia de nuestros mejores

escritores ( y esto, sin desmedro de su raigambre hispana). El capítulo

“Najai y Nam” ( a mi criterio, parábola excepcional sobre la Conquista

española) es una muestra cabal de ambas corrientes literarias.

En suma, un escritor que revive el paisaje existencialista, con un

lenguaje moderno y despojado, a modo de simbiosis perfecta entre la

América hispana y sus raíces españolas; la extrapolación de una serie

de brillantes cuentos cuyas temáticas participan del eje de la historia:

- fantásticos, realistas, metafísicos y eróticos – hacen de “Evita...”, un

suceso literario sin precedentes.

Relato que marca la impronta de un pasado particularmente doloroso,

esta novela, describe el costado siempre traumático de la decepción;

pero a su vez, palpita en sus páginas la esperanza humana, renovada

constantemente.

Como espejo de las contradicciones, se entrecruzan protagonistas que

han perdido los ideales bajo el peso de un poder corrupto, sintiéndose

frágiles e impotentes frente a un enemigo que lo controla todo, incluso

el pensamiento...

Sin embargo, en oposición a aquellos que tienen sus almas sin alforjas,

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persiste un grupo de idealistas que no se resignan a bajar los brazos,

aún a despecho de sus incontables frustraciones; seres que superando

sus reiterados fracasos personales y el desdén de una sociedad hostil,

tampoco renuncian al idealismo, como sino de sus vidas.

Heterogénea mezcla humana: desde veteranos militantes políticos que

no arrían sus banderas, hasta una multitud de los nuevos desarraigados

del sistema - los autodenominados “piqueteros” - que irrumpen en el

escenario social movilizados por la fuerza contestataria y arrolladora

de la marginalidad ( a propósito, en “La vieja me mandaba verdura”,

se advierte en una muy lograda metáfora, el drama de la Argentina

empobrecida; pero a su vez, este capítulo excluyente, se erige en una

especie de épica de la Literatura Nacional, en la cuál la marginalidad,

asume el velado papel de héroe protagónico).

En medio de este derrotero, el amor, pero el amor sublime, esa luz

del espíritu que se niega a la bastarda costumbre de consumir los

sentimientos como bienes gananciales.

“Evita... ” es, además, una historia de violencia, sexo y muerte – como

sabemos, excluyente trilogía de la idiosincrasia literaria española -

como núcleo sustancial de sus protagonistas.

Aglutinando todo - como una inasible niebla -, se percibe la ominosa

presencia de un poder mundial encubierto; un supra-gobierno de las

sombras denunciado por el autor, como una especie de hermandad se-

creta que digita vida y obra de la humanidad, con propósitos elabora-

dos con precisión de laboratorio.

Eduardo Gudiño Kieffer

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CONTENIDO

PARTE I

Bach, la muerte y los cuentos...........................................................13La valija...............................................................................................21El pintor...............................................................................................28No podía dejar de verte........................................................................31Los Etarras...........................................................................................35

Tartagal I............................................................................................49

Tartagal II..........................................................................................57

Tartagal III.........................................................................................75

Tartagal IV.........................................................................................83Top Secret..........................................................................................116

Tartagal IV (bis)..............................................................................135La película.........................................................................................174Tartagal “La Yapa”............................................................................181

Intermedio.......................................................................................197

Najai y Nam.......................................................................................199Acotaciones.......................................................................................223Sólo que fueran pájaros.....................................................................231

PARTE II

Un viejo refrán.................................................................................243

Carpeta de cuentos..........................................................................247Sedicioso...........................................................................................265 Vamos a llevarlos a la parrilla............................................................269Le molesta el nuevo detenido............................................................280Las feas también tienen derecho.......................................................288

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“Cirujano”.........................................................................................301

“La vieja me mandaba verdura”...................................................317

El catalán Serrat Fernández...........................................................333

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PARTE IBACH, LA MUERTE

Y LOS CUENTOS

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Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

El viento del Oeste, después de batir los riscos de la lejana cordillera, cae

sobre las serranías y se cuela a través de la calle solitaria, deslizándose

sibilante sobre los techos de las casas y los ateridos cuerpos de los

piqueteros que han cortado la ruta.

Por momentos, tiene la impresión que los espíritus de los incas muertos,

rondan en la penumbra de la pequeña habitación; pero sabe que las

osamentas y los objetos del antiguo imperio, se corroen entre el detritus,

debajo de las plantas de sus pies.

Detrás de la ventana de la cocina, Gregorio Alonso Lama siente que

los pasados fantasmas de la muerte adquieren identidad en las fi guras

desdibujadas e inasibles de los seres queridos desaparecidos. Muertes

sin velorios ni entierros. Muertes virtuales sin el consuelo cristiano del

abrazo fi nal o la fraternal palabra de despedida; llevando como pesada

mochila en el espíritu, cada uno de los imaginarios ataúdes; velando, sí,

velando sólo él a esos muertos sin certifi cado, todos los días, a lo largo

de los últimos 25 años de su vida.

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

Desde el grabador, la Toccata en Re de Juan Sebastián Bach torna

más dramáticos los dramáticos recuerdos; por momentos también,

los fantasmas de sus hermanos y de Alejandra, se instalan en algún

intersticio de su cerebro fagocitados por la presencia activa de su

memoria. Están detrás de él, de pie sobre uno de los fl ancos de la mesa

del comedor, aguardando el ritual del encuentro metafísico, obsesivo

y repetido. Entonces -como una forma de burlarse de la muerte-, su

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propio imaginario verbal descolgará en silencio sus mensajes, hasta el

instante preciso en que las sinapsis neuronales se abran para generar el

sonido que los muertos ya no pueden emitir.

A tono con el entorno melancólico, el cargo de conciencia se hace

presente con el pase de factura repetido: “si yo no hubiera entrado a

la FURN, ustedes estarían con vida”. Pero al igual que otras veces,

resultarán inútiles los descargos de sus hermanos a favor de su inocencia:

Matías, acotando su decisión personal de ser parte de la militancia en

un grupo político de la Facultad, y María, señalando que a ella la tenían

marcada desde el momento en que empezara a alfabetizar a los habitantes

marginales de la villa miseria. Sólo Alejandra parecía congraciarse con

los reproches, manifestando en su dura mirada lo que él no se atrevía a

decir desde aquella noche en que Ellos la habían chupado en los pasillos

del teatro Colón.

Llueve.

Han vuelto a él los muertos del pasado.

Cierra los ojos. Alejandra y sus hermanos vuelven a las tumbas virtuales

que el cerebro ha instalado en su memoria. Sabe que cuándo abra los ojos,

aparecerán frente a él los otros muertos, los reales; los muertos velados

y enterrados: su abuelo orensano- republicano y justicialista-, el de la

increíble historia de amor no correspondido con Evita; su queridísimo

padre, orensano también pero franquista, ambos, como partes opuestas

de aquella vieja España citada en los versos de Machado.

Ve a su madre sentada a la mesa; el rostro sereno y la mirada luminosa,

pese a que su frágil fi gura se ha ahuesado por culpa de los malditos

eritrocitos que le han envenenado la sangre.

- “Tienes que darte paz, hijo. Debes perdonar como yo a los que se

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llevaron a tus hermanos y a Alejandra”

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

¿Cuántas veces había hablado con su madre después de muerta? ¿Cuántas

veces la frase textual - sello de un corazón extremadamente generoso-,

se había abierto paso en su atormentada psiquis? Bálsamo inútil para

él, incapaz de comprender semejante grandeza moral. Mucho menos

el remate del discurso que aún se resiste al olvido, en una amarillenta

carta que tiene entre sus manos, una de las pocas recibidas durante

su exilio en Estocolmo. Lee (por enésima vez): “Sé que es difícil de

aceptar, pero en gran medida hijo, he llegado a comprender aún en

medio del dolor inmenso, que no somos totalmente responsables de

nuestros actos. La maldad y la bondad condicionan nuestra conducta,

según el código genético que la naturaleza nos ha asignado, hijo.

Mozart puede convocar de manera sublime a un espíritu, pero puede

resultar indiferente a otro. Y ambos son espíritus humanos. De la misma

manera, algunos se horrorizan frente a un crimen, y otros - como Josef

Menguele, por ejemplo- pueden convivir cotidianamente con él, incluso

con la convicción de que están realizando una tarea en aras del bien

común. Eso explica la falta de remordimientos ; ni siquiera el mínimo

cargo de conciencia.

Por alguna razón misteriosa, esos espíritus insensibles (de acuerdo

al patrón de nuestro pensamiento), están desamparados por la

misericordia. Recuerdo que a propósito de esto, tu abuelo siempre se

quejaba del Creador: “ ése cabrón de Dios es el culpable de traer mal

paridos al mundo. Mira hija: a ti no te entiendo. Entre tu devoción

cristiana, tus estudios fi losófi cos y no sé qué de ese asunto de la teosofía,

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más esos libros de antropología que os tienen en vela muchas noches,

se te ha distorsionado la realidad. Según tu manera de ver las cosas,

no existen los culpables. ¡Coño! Nadie es inocente de sus actos. Los

hijos de puta son hijos de puta y saben lo que hacen cuando el mal les

corroe el corazón”. El mal les corroe el corazón... Ya ves hijo mío; tu

abuelo comulgaba con la verdad, sin que él mismo tuviera noción de la

misma”.

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

Siente cada gota de lluvia como parte de las incontables lágrimas

derramadas en silencio: en Buenos Aires, antes del exilio, cuando aún

no estaba muerta la esperanza; cuándo aún era posible que sus hermanos

y Alejandra, pudieran aparecer un día por la casa donde el dolor ya

velaba anticipadamente las desapariciones defi nitivas de sus queridos

muertos.

Lágrimas de vergüenza y dolor vertidas frente a Ernesto Sábato,

en aquella esperanzadora entrevista en la Comisión Nacional del

“Nunca más”. Lágrimas lloradas en Estocolmo, solo en la habitación,

contemplando las heladas aguas del Báltico, o compartiéndolas con

algunos de los otros exiliados latinoamericanos. Lágrimas también a su

paso fugaz por Barcelona, y lágrimas al fi n, en el Madrid de la Cibeles,

durante incontables tardes en que se sentaba, solitario, en cualquiera de

las tascas que se cruzaran en su camino.

Al fi n, cono tantas otras veces, pliega las arrugadas y amarillentas hojas

de la carta.

Siempre ha creído que su madre pertenecía a una categoría exclusiva

y casi incognoscible del pensamiento y el sentir humano. Y si bien en

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cierto sentido compartía su visión escatológica - en el caso de ella, con el

contrapeso de la redención en Cristo -, le resultaba inconcebible el hecho

de que una madre pudiera perdonar a los asesinos de sus propios hijos.

Y no por falta de amor hacia ellos precisamente. Todo lo contrario: las

lágrimas de su madre podrían haber inundado la habitación de la vieja

casona de la calle Mendes de Andes; sólo que era un amor diferente, sin

raíces pegajosas y viscerales; amor de entrega pero a la vez, de absoluto

y sublime desprendimiento. El mismo desprendimiento que la llevó a

pedirle que buscara la salvación del exilio, antes que Ellos vinieran por

él.

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

Sabe (lo supo desde el día que Ellos se chuparan a sus seres queridos)

que no transará jamás con los infames sicarios del Imperio; con los

militares que habían deshonrado a San Martín, con civiles y soldados

que hablaban de la defensa del mundo occidental y cristiano, cuando

en realidad – ahora lo comprendía muy bien -, la gigantesca redada

de la muerte no era más que otra de las acciones del terrorismo de

Estado, a instancias de un plan de dominación impuesto por las grandes

corporaciones industriales y fi nancieras; un supra-gobierno de las

sombras que obraba por encima de los naciones, incluyendo a los

propios líderes políticos del llamado Primer Mundo, gerentes todos

al servicio de los intereses opresores de siempre; homo homini, lupus

est.

No; él no transaría jamás con los postulados sentimentales y clericales

del perdón. Ni olvido ni renuncio de venganza.

Llueve.

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Han vuelto por él, los muertos del pasado.

Un cuarto de siglo después, las lágrimas ya se han vuelto rígidas; se

retuercen en las cuencas de los ojos como perlas diminutas, endurecidas

por el clima destemplado de ese ignoto paraje salteño, en el cual ha

recalado como corresponsal de prensa de medios españoles, para cubrir

periodísticamente un nuevo fenómeno social y político bajo el nombre

de piqueteros.

El viento golpea las celosías y se fi ltra por los orifi cios y hendijas

de puertas y ventanas; el mismo viento desolado que acompañara su

infancia en medio del paisaje húmedo de su Galicia natal.

Aún se percibe en el aire el olor a pólvora y azufre que unas horas atrás

ha desatado la violencia represiva. Como antes. Como siempre.

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

Bach gime entre fusas y corcheas su dolor y su esperanza, la otra

impronta ancestral escrita en los genes de la raza.

Acaba de despachar a través del correo electrónico, la primera crónica

sobre las violentas protestas sociales.

Necesita un respiro.

Llueve.

Han vuelto a él, los muertos del pasado.

Se sienta a la mesa. Tiene ante sí, la carpeta con los primeros cuentos

terminados para enviar al concurso literario en España; su vieja profesión

de escritor tantas veces postergada.

Desde la ruta, los gritos piqueteros han comenzado la ronda de la noche.

Otros muertos. Otras lágrimas.

Es hora de empezar a leer a modo de repaso.

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“La valija”

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Se da cuenta que vivencia las palabras; una especie de misterioso

bienestar derivado del propio pensamiento. Al fi n ha llegado la gran

ocasión, el momento esperado durante tanto tiempo. Comprende que

ni siquiera todas las mejores palabras de vida, serían sufi cientes para

agradecerle a los dirigentes de la organización, haber sido el elegido.

Uno entre centenares. Todos quisieron tener el honor de la gran misión.

Primero, participando del gran robo prodigiosamente preparado y

ejecutado por los propios dirigentes. Luego, el largo viaje con la valija,

transportando en su interior la maravillosa riqueza mineral, luminosa

como un sol.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Es consciente que después de entregar la valija, sus mayores deseos

se harán realidad: un nuevo poder; riquezas espirituales inimaginables;

las más hermosas mujeres - incluso las que quisiera tener de acuerdo a

sus necesidades o deseos - para la cama, para el servicio personal, para

charlas de carácter espiritual...

Mientras viaja en el Tube, cierra los ojos dejando que su imaginación

se atreva a más. Las mujeres son su obsesión. Le gustan todas: altas

y delgadas; bajas y rechonchas, morenas y blancas, de cabello rubio,

negro, o enrojecido; con pecas o sin pecas; de culo grande o culo chico;

lo mismo daba; le agrada la mujer por la mujer misma; Dios se las

ofrece a los hombres como objeto de placer, en premio a su consagración

religiosa.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

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Abre los ojos. Sentado frente a él, un hombre lo observa. Siente la mirada

del desconocido como una aplanadora. Mira a sus dos compañeros de

ruta: a través de sus imperceptibles sonrisas, supone que ellos comparten

su regocijo interior. Es conciente que la misión es demasiado riesgosa

y extremadamente importante para uno solo; por eso han impuesto

esa especie de guardaespaldas; sabe que ante cualquier contingencia

negativa, sus compañeros tratarán de entregar la valija, aplicando un

plan secreto que él desconoce.

Antes de emprender la misión, los dirigentes le han dicho que extreme

los cuidados; que ya ha sido denunciado a las autoridades, el robo

valioso. Pero no tiene temor. Por otra parte, carece del perfi l de un

sospechoso (todo ha sido minuciosamente preparado); incluso puede

pasar por un perfecto caballero inglés: alto, de cuidadas facciones; ojos

celestes de contacto, y traje tradicional oscuro, de impecable alpaca.

Cree que su singular presencia, tal vez sea lo que concite la atención del

hombre que continúa observándolo.

Es el momento de demostrar todo lo asimilado durante el largo

aprendizaje: sostener la mirada; seguridad interior que deberá trasuntar

el rostro, gestos fi rmes, movimientos naturales.

De todos modos, si el desconocido fuere policía, no podrá evitar el

seguimiento de los hombres de Scotland Yard.

Pero el desconocido, luego de bajar la mirada, se pone de pie y avanza

hacia la puerta de salida del vagón. Él lo sigue con el rabillo del ojo

mientras siente el caño del silenciador de su propia arma sobre el codo

izquierdo.

“La valija debe ser entregada en el lugar prefi jado, pero ante cualquier

eventualidad de requisa, inmediatamente, sin dudar un sólo instante, se

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deberá aplicar el plan B”.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

La frase se libera desde algún recodo de su cerebro generando un

imperceptible temblor en su cuerpo. Cierra los ojos invocando la

protección divina. Dios, que es justo y todopoderoso, no permitirá que

eso pase. Sabe que tendrá el paraíso prometido, los manjares exquisitos

y las mujeres más hermosas, sólo a condición de entregar la valija en

el punto preciso. Además, Ellos le habían prometido también que su

familia sería recompensada con una importante suma de dinero para

acabar con la miseria ancestral de los suyos.

Ve que el hombre de la mirada aplanadora desciende en la estación.

Instintivamente, lo sigue con la vista hasta que se pierde entre el resto

de los pasajeros.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Tres estaciones más. Luego, la escalera. La avenida bulliciosa, el

monumento a Nelson O sería el de Lord Wesseley, el famoso duque de

Wellington? ¡Estos ingleses mal paridos siempre han tenido suerte...! De

no haber sido por Blücher, por una parte, y por las hemorroides por la

otra, Napoleón los hubiera derrotado en Waterloo. Citas históricas de sus

estudios secundarios. De nada habían servido. Nunca fueron sufi cientes

para ingresar a la Universidad, otro de sus sueños postergados por la

miseria crónica. Pero qué importa ahora.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Trafalguar Square. El corazón del mismísimo imperio británico.

Cruzaría la calle. En la esquina opuesta lo estaría esperando el enlace.

Traje negro, enteramente negro. No lo sigas. Él sabe que hacer con la

valija.

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Observa a la gente del vagón. Mujeres de impecable belleza. Buena

ropa. Atildados gentlemans; empleados de ofi cina, algunos obreros;

niños sin hambre. Tan cerca pero tan lejos de la gente de su pueblo.

Ahora es un hombre de delicados modales que lo mira con la barbilla

levantada. Cree percibir cierta inquietud en aquellos ojos celestes. ¿Será

cierto lo que se dice? Uno de cada cuatro ingleses es gay. Le parece

demasiado. De todos modos, tiene en claro que no es un pueblo de

maricas. Pero que importa eso ahora. Debe concentrarse.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Una nueva vida. Los indescriptibles placeres.

El conductor ha liberado el freno. Las ruedas comienzan a girar

nuevamente sobre los rieles. Dos estaciones más; sólo dos estaciones.

Tres minutos de tiempo y entonces habrá comenzado la cuenta regresiva.

Adiós a la pobreza; adiós al colchón fl aco, a la ropa raída y las comidas

salteadas.

Piensa en su madre. Se había prometido tratar de evitar los pensamientos

que lo ligan a los afectos. Pero no puede evitarlo. Varias veces ha tratado

de quitar la imagen de ella parada frente a él, mientras el tren subterráneo

continúa raptando por el túnel. Imposible. El recuerdo vuelve una y otra

vez entronizado en la imagen de rostro semita y cabellos grises; una

imagen angustiosa que grita en silencio en su interior.

Está enferma. Es su madre. Neumonía. Hay un sólo remedio. Y un sólo

laboratorio que lo hace. Nombre raro. Paraíso y goce. No, no; no es

momento para pensar en eso. Dios le impone ese recuerdo y Dios sabe

por qué lo hace. Doscientos treinta dólares. Una locura. Su padre no

gana ni la cuarta parte en el mes. Y eso debe repartirse para alimentar

siete bocas. Dos años atrás, a poco de cumplir los diecinueve. Se

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organiza una colecta. La pequeña e ignota comunidad de 456 vecinos

se moviliza. Todos ponen lo que pueden, y más también.

Esa noche, el padre cuenta los billetes arrugados y las monedas de

todo tipo; hacen la conversión: apenas ciento treinta y un dólares con

cincuenta. Su madre se muere. Necesita la droga para sobrevivir. Toma

una decisión. Ha oído hablar de Ellos. Sabe que siempre andan buscando

jóvenes como él. Aceptará trabajar para la organización. No le interesan

los comentarios maliciosos. Sabe que algunos padres prohíben a sus

hijos acercarse a Ellos. Dicen que andan armados, que roban, matan y

todas esas cosas...

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

No, no; debe terminar con el recuerdo; sabe que lo fortalecerá en los

momentos decisivos que se acercan vertiginosamente. El tren ha partido

hacia la última estación de su itinerario. Unos minutos más y estará

frente a la parte más difícil del recorrido. Se pone de pie. Los doce kilos

de la valija, ladean ligeramente su hombro derecho. A través del vidrio

oscuro, observa que sus guardaespaldas aparentan mirar distraídamente.

Su madre continúa reclamándolo a través del recuerdo. Debe acercar su

oído para escucharla. “Ellos no son como nosotros. Dicen que roban y

matan...”. Piensa que su madre no entiende, no podrá entender jamás

porque pertenece a una generación incorporada al sometimiento. Pero

entiende el acto de preservación de toda madre. Su padre lo bendice.

Llora en un abrazo interminable.

Hace el juramento de rigor. No le importará robar; no le importará matar

si se lo ordenan. Está escrito en el libro sagrado de sus ancestros.

La droga milagrosa llega tres horas después.

Oye el mecanismo del aire comprimido. La puerta se abre. Prefi ere

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ascender por la escalera manual. Menos gente.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Cuenta los escalones. Diecisiete, dieciocho. Es mejor pensar en

cualquier cosa para liberar la tensión que se torna extrema. Veinticinco,

veintiséis. Tiene la sensación que la valija pesa mucho más de los doce

kilos declarados. Se lo hemos robado a ellos, padre. En el corazón

mismo del imperio. Treinta y cuatro, treinta y cinco.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

No ve el momento de que se haga realidad el premio prometido. Sabe

que ellos van a cumplir. No tiene duda.

La niebla londinense se ha metido en el último tramo de la escalera a

cielo abierto. Una llovizna pertinaz ha mojado los escalones.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Sale a la calle. Ve a lo lejos la borrosa imagen de la columna y el

tradicional reloj de la torre, que está por marcar las seis de la tarde. Mira

el monumento. Ahora lo ve con claridad. No es el tradicional duque. Es

el manco Nelson, el tradicional y gran almirante de la fl ota. El corazón

ha comenzado a latir de manera incontrolada.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Uno de los tradicionales transportes de dos pisos detiene su marcha al

borde de la calzada. Los tradicionales pubs están atestados de bebedores

de cerveza. El reloj, Nelson, Trafalgar Square, el transporte público, los

pubs, todo muy tradicional, a tono con la tradición del viejo imperio;

bien made in england, bien británico. Enseñanzas del manual.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Cruza la calle. Sus guardaespaldas se confunden con el resto del pasaje.

Por unos momentos lo invade una inesperada duda. No recuerda si

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debe caminar hacia la derecha o hacia la izquierda. Consulta a sus

guardaespaldas. Comienzan a caminar. De pronto se detiene frente

al escaparate de un comercio. El cristal refl eja su imagen y la de

sus acompañantes. Cierto es que las apariencias engañan. Podían ser

tomados por hombres de negocios caminando en medio de la acera

atestada de transeúntes.

Rápidamente, se ha acercado a la columna de Nelson. Paraíso y goce.

Goce y paraíso. Mira hacia su derecha: nada. Mira hacia su izquierda: el

hombre de negro, guarecido debajo de una ochava. Ve su cara de póker.

No hay palabras entre ellos. Le entrega la valija.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Ahora el corazón parece un avestruz dando potentes patadas. La boca

se ha ido resecando lentamente; la siente como una lija fi na. Sigue con

la vista al hombre de negro que se dirige al monumento de uno de los

hacedores del imperio. Ahora lo comprende todo.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Sabe que en contados segundos, las voces cesarán; las caricias serán

detenidas en el aire, y que miles de mujeres penetradas no podrán

evacuar ni escuchar el grito liberador del orgasmo. Trafalgar Square;

Piccadilly Circus, todo Londres, será pronto un intenso atómico sol

cuando el hombre de negro accione el percutor de la valija.

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“El Pintor”

Lleva una hora intentando plasmar el tono índigo sobre el cielo del

palacio imperial, pero es inútil; el pincel permanece rígido en su mano

derecha mientras la paleta circula a diestra y siniestra, de arriba hacia

abajo, de abajo hacia arriba, sin que una sola pincelada se deslice por

la tela. Inútil, sabe que es inútil todo intento; el espíritu se ha mellado

después de haber sido rechazado por segunda vez en su deseo de ingresar

a la Academia de Bellas Artes. Jueces zopencos, idiotas administrativos

aferrados a una ortodoxia burocrática del arte, incapaces de comprender

el supremo mensaje que emana de sus pinturas, piensa. Para colmo, la

falta de un certifi cado burocrático también impide su admisión en la

facultad de Arquitectura.

Pero no importa; como tantas otras veces, terminará por vencer este

obstáculo con el cual el derrotero de la vida pone a prueba su integridad

moral.

Sabe que decidió trasladarse a Viena pese a la férrea oposición de su

padre. Durante un tiempo coqueteó con la ilusión de que su madre

pudiera convencer a aquel hombre alcohólico, violento y arrogante,

pero pronto se dio cuenta que la ilusión carecía de sustento: un empleado

administrativo de aduanas jamás podría comprender los insondables

vericuetos del arte.

Detestaba a su padre. Nunca había podido entender porque jamás

recibiera una caricia o una palabra de aliento de él, cuándo sí lo hacía

con sus hermanos y hermanastros. Tampoco pudo comprender jamás

por qué su madre, bella, amable, con una abnegación sin límites, había

elegido a aquel hombre furibundo, 23 años menor que ella. En fi n, de

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que era ciego el amor no cabía duda.

Ha estado viviendo los peores días de su vida: repentinamente, la

muerte de su adorada madre que siempre le enviaba dinero, había

resultado un golpe demoledor en su carrera; para colmo, algunos de

los parientes que lo apoyaban, también dejaron de girarle los fondos

mensuales imprescindibles para los gastos de pensión y el material de

sus cuadros.

En aquellos momentos durísimos, debió vender sus escasas pertenencias

- incluso sus adoradas pinturas, el bastidor con todos sus elementos

y hasta su propio vestuario - para luego abandonar la pensión y

sumergirse en la más absoluta indigencia: comedores populares, asilos

para vagabundos, tiendas de ropavejeros (recordaba el sobretodo largo y

negro que le había regalado su ocasional amigo judío) e incluso el desfi le

por asilos nocturnos, rumiando su propia impotencia. No obstante - aún

en la oscuridad de aquel abandono- se felicitaba de no haber perdido

el decoro y el orden, la dignidad que elevaba la humanidad sobre el

bestialismo. Nietsche le había mostrado el otro rostro del hombre

superior, lejos del folletín religioso judeocristiano. Un hombre nuevo,

un hombre íntegro capaz de alcanzar las mayores cotas del espíritu.

Leyendo al autor de “Así hablaba Zaratusta”, él había pergeñado su

propio pensamiento, la dínamo que movilizaría los resortes inagotables

de su voluntad de hierro: “...no es precisamente gracias a los principios

de la humanidad que el hombre puede vivir o mantenerse por encima

del mundo animal, sino únicamente por medio de la lucha más brutal.

Si no se lucha por la vida, la vida jamás será vencida”.

Este había sido el basamento de su propio renacimiento.

Después que el judío Hanisch le regalara el abrigo negro, había

30

cimentado una particular amistad, aunada en la conformación de una

sociedad comercial : él, como socio industrial, ponía su talento artístico,

y Hanisch aportaba sus conocimientos de agente vendedor para colocar

sus pinturas en plaza.

El caso es que su amigo judío, no sólo alimentaba su ego vendiendo

una serie de sus cuadros - paisajes vivos y monumentos históricos -; el

hombre había ido más lejos aún: lo haría participar de una exposición

múltiple con otros jóvenes pintores vieneses. No era- claro está, la

Academia de Bellas Artes -; en realidad se trataba de un organismo

público de segundo orden cuyo nombre no recordaba. Pero eso no

importaba; no paraba de decirse que ya llegaría el momento en que

los presuntuosos funcionarios, acabarían por rendirse ante su genio

artístico.

Con la paleta en su mano izquierda, se acerca al ventanal del atelier.

Los últimos retazos del sol otoñal han dejado de reverberar sobre Viena,

y el azul que se ha instalado en el fi rmamento es justo el azul que está

esperando la tela inconclusa, la última de un total de doce para la

inminente exposición.

Movilizado por la nueva e incontrolable pasión, pronto el azul remata el

cielo del palacio real, a tono - se dice - con las viejas y perdidas glorias

del Imperio.

Piensa en Hanisch y de pronto recuerda que su socio le ha dejado la

cartilla de admisión de la entidad auspiciante de la muestra.

Carga la pluma, y, lentamente, con ordenada caligrafía, va completando

los casilleros: Lugar de nacimiento: Brannau-am-Im. Fecha de

nacimiento: 20 de abril de 1889. Nombre y apellido: Adolf Hitler.

31

“No podía dejar de verte...”

Mira hacia la calle.

La interminable espera a través de la ventana. 30 días sin venir. Estúpida

aventura, infi delidad de adolescente. Un par de copas y la pelirroja

que le tira toda la artillería erótica. Ya se sabe: la típica pasión en la

cual el instinto sexual apuesta todo a ganador. “Puedo explicarte...”

“No necesito tus explicaciones. Te encamaste con ella; eso es lo que

importa”. Respuesta visceral. A tono con el signo de fuego. Escorpio es

así. A todo o nada. A mentira o verdad. Nada de medias tintas.

Mira hacia la calle.

Ha comenzado a llover. El viento de Marzo, sibilante, teje su lúdica

sinfonía a través de los intersticios de puertas y ventanas. No vendrá.

No vendrá. O tal vez, sí. El primer aniversario. Mucho peso emocional.

Cinco años fl iltreando a través de cómplices miradas, hablando por

medio de los ojos que lo decían todo. Demasiado en juego. Prejuicios

atávicos. Con mucho en riesgo: las amistades, los parientes, la condena

social a esa relación que todos veían venir. Aristas compartidas. Una

historia común de frustraciones sentimentales. Por suerte sin hijos

como secuela; sin esas sanguijuelas emotivas que tanto condicionan el

espíritu. Tal vez viniere. La esperanza estalla en fragmentos de dudas.

Pero es la esperanza.

25 de Marzo. 2001. Mar del Plata. En medio de un infi erno de marchas

y protestas sociales. Peatonal y Córdoba. Luro y Catamarca. Belgrano

e Independencia. El piquete fi nanciero reclamando a un país que no

existe. Lo sabe bien; lo ha vivido con ella en carne propia.

32

Mira hacia la calle.

Como siempre a lo largo de estos últimos 30 días. Pero hoy más que de

costumbre. No ha podido separarse del amplio ventanal biselado que

da al balcón terraza. La lluvia ha levantado una cortina plomiza que se

extiende a ras de las olas. El mar parece corcovear.

Mira hacia la calle.

Siente que la lluvia predispone al recuerdo melancólico del secreto

develado.

El piquete fi nanciero ha terminado. La larga caminata, el cansancio de

las piernas, la garganta que parece gastarse de improperios y de gritos,

invitan a una pausa. Corrientes y Peatonal. “El Vitti.” El tradicional

café, refugio de tantas tardes solitarias. La angustia exalta el particular

rostro de su amiga. El dinero sustraído; las penurias económicas; las

facturas vencidas. “¿A vos no te parece una injusticia? Estos ladrones

de guante blanco...” Comparte su afl icción. Trata de consolarla. Las

cálidas palabras se descuelgan con pereza de su péndulo bucal. Parecen

enroscarse en las volutas de tabaco que ascienden hacia el cielorraso

en busca de una muerte inasible. Y de pronto el milagro: las manos de

ella que se encuentran con las suyas, los dedos presionados, la mirada

intensa empujando a la confesión que aún hace un último intento de

refugiarse en la garganta. Hasta que el amor explota: “Y sí...; no lo

soporto más. Hace cinco años que lo vengo guardando. Me gustaste

desde el primer día que te vi. Estoy enamorada de vos”. Luego las

manos que se apartan bruscamente porque sabe que se trata de un amor

clandestino.

Mira hacia la calle.

Alguien corre por la acera con un paraguas dado vuelta. No sabe muy

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bien por qué, pero cree estar segura que una voz le dice que no deje de

apostar a la esperanza.

Mejor seguir pensando. Piensa. Si leyó la carta, intuye que el milagro

aún es posible.

Demasiado en juego. Lo sabe. No es una historia de típicos amantes

comunes: una cita- almuerzo o cena, según las horas de disponibilidad-;

una charla donde ambos se desprenden por un rato de sus angustias

hogareñas, de sus comunes frustraciones, y luego sí, a la cama. Hotel

nuevo o repetido - depende, siempre depende - según el peso de la

rutina, y después el consuelo del orgasmo compartido - o no -, vuelta

a soportar la otra rutina del hogar. No, esta historia era diferente. En lo

social, en lo sentimental, en lo espiritual, pero sobre todo era diferente

por la mágica conjunción de buscar a Dios en cada grito del orgasmo.

Mira hacia la calle.

Una bruma incipiente avanza desde el Este. En pocos minutos, sabe que

se devorará la costanera y que luego trepará hacia la calle alta que ahora

permanece desierta. Por momentos, ve el fantasma de ella descender

del pequeño auto rojo y luego cruzar la calle con su andar felino. Veinte

pasos más y estará frente a la puerta de entrada. Oye el timbre, el sonido

virtual que se instala en uno de los intersticios de su cerebro. Le entrega

el ramo de rosas rojas preparado para ella. “No esperaba menos de

vos...” le dice la virtual voz, y de pronto el vacío, la imagen que se

esfuma mientras el ventanal recupera su lugar en la realidad cotidiana.

Mira hacia la calle.

Lleva horas de pie escudriñando el asfalto y las aceras. Mejor volver a

los recuerdos, sumergiéndose en los pasadizos de un amor sublime.

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Siempre en busca del nirvana; un amor en el cuál el sexo, no estaba

condicionado por los genitales. Sí, mejor recordar el último acto de

amor, antes de la ruptura: preludio de masajes japoneses- una Geisha;

una experta en hacer estallar los poros de la piel -. “Hay que liberar al

cuerpo; dejar que hable y se exprese por cada una de estas pequeñas

ventanitas de la piel. El espíritu protesta a través de la voz, pero sólo los

poros abiertos pueden liberar las angustias de la carne”. ¿Piensa, cómo

no amar a una mujer capaz de semejante pensamiento?

Mira hacia la calle.

El ruido de un motor sube por la cuesta. Pronto lo ve: es el pequeño

auto rojo. La PC del cerebro hace clic. Pausa. Sintonía fi na. No se trata

esta vez de un auto virtual parido por la ansiedad de la espera. Es real.

Y de él, no desciende el fantasma de ella. Es ella. Falda larga tableada,

brillante piloto rojo, botas color ciruela.

Comienza a cruzar la calle. Como autómata, va en busca del ramo de

rosas. La chicharra del timbre le suena como el mejor trozo musical de

Mozart. Ruido de ascensor. Las puertas que se cierran.

El toc, toc sobre la puerta de madera. Inconfundible. Aspira hondo.

Ensaya una sonrisa para Da Vinci. Abre la puerta. Las palabras que se

hacen un pequeño amasijo en el paladar. La ve sonriente. Serena. Ella

es la que habla.

- No podía dejar de verte, María.

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“Los Etarras”

Por momentos me costaba creer que los hombres de los Falcon ya no

“chupaban” militantes y que uno podía andar libre sin temor de aparecer

al otro día en un zanjón con un orifi cio de bala en la cabeza.

Llegué a Córdoba a mediados del 84. Por entonces, Alfonsín representaba

la nueva esperanza de los argentinos; en mi carácter de militante

independiente del peronismo (en realidad concurría como ex militante

de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional), había sido

invitado por los muchachos de Franja Morada, para participar de un

encuentro de Juventudes políticas.

Después de los años de terror de la dictadura, sentía que la pasión

política se había instalado con más fuerza, en una carrera contra el

tiempo perdido. Tal vez por eso, todos los que participáramos de una

larga militancia de derrotas y sinsabores, teníamos el íntimo deseo

de que al menos tantos muertos y desaparecidos hubieren abonado la

naciente democracia.

Y este al menos, no era poca cosa; la democracia representaba la

libertad ansiada y la invalorable alternativa de poder expresarnos contra

las injusticias sociales. Pese a sus notorias falencias, de alguna manera,

uno sentía que la vida volvía a sus cauces naturales.

Los organizadores estaban al tanto de mis disidencias con Montoneros,

pese a contar con entrañables amigos de la JP vinculados políticamente

con ellos, y creo que esa había sido una de las principales razones de la

invitación.

Claro que tenía plena conciencia de no ser una fi gura trascendente

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- apenas de segunda línea -; pero acepté la invitación porque tenía el

fi rme deseo de ver cómo funcionaría esta esperada apertura política

entre los jóvenes y los que no lo éramos tanto.

Nunca justifi qué la lucha armada o la utilización de métodos violentos,

con la excusa idealista de acabar con las injusticias sociales; menos aún,

si esa lucha solía valerse de tácticas terroristas en las que casi siempre

se sacrifi caban inocentes. Tuve siempre una postura muy personal al

respecto.

Recuerdo que cuando pasé a España después de abandonar Estocolmo,

a los 10 días de estar en Madrid, me vinieron a ver dos tipos de la

ETA.

Sin remilgos de ningún tipo, se presentaron como responsables de un

comando local, diciéndome que querían intercambiar ideas respecto

a estrategias y tácticas de guerrilla urbana. Por alguna información

errónea que entonces no tuve deseos de averiguar, los vascos creían

que yo era un ex combatiente montonero ; tiempo después, llegué a

la conclusión que los europeos en general, incluso la mayoría de los

movimientos revolucionarios que imperaban en el mundo, consideraban

a todo simpatizante peronista, como parte integrante del movimiento

armado montonero. En un momento estuve por confesarles que mi

verdadera militancia había sido ajena a Montoneros; que nuestros

cuadros universitarios no eran sectarios, sino más bien abiertos a

diferentes matices ideológicos (de hecho, mi formación se nutría de

Jauretche, Scalabrini Ortiz, Perón, pero también de Marx y Lenín;

claro que, a diferencia de los marxistas, mi visión política era más

nacionalista). Pude haberles dicho que yo nunca había sido parte

de Montoneros como entidad en sí, y que todo se había limitado a

37

colaborar intelectualmente con la Juventud Peronista que sí los apoyaba

como factor de movilizaciones populares juveniles, pero que en todo

momento, yo siempre había señalado muy claramente mis disidencias

al respecto (hablo de los actos de violencia y del posterior pase a la

clandestinidad, que me llevó a separarme defi nitivamente de la JP

Regional Oeste). Pero nada de esto aclaré con los Etarras.

“No te sorprendas tío - me dijo un vasco de San Sebastián, cuyos pelos

de la barba parecían piquetes de alfi leres negros-. Tenemos una buena

red de informaciones y sabemos de ti desde que llegaste a Estocolmo.

¡Ya hombre…! Estamos en la misma... Vosotros fallasteis y seguramente

estaréis haciendo la autocrítica correspondiente. Nosotros tenemos aún

un largo camino por delante y entonces...”

No pudo seguir porque su compañero, un tipo de mirada penetrante,

tomó bruscamente la palabra: “ ...vayamos a la verdad; vosotros sabéis

sobre el manejo de grandes grupos de militantes en tácticas de guerrilla

urbana. Además, tenéis más tiempo en esto; sois como los tupamaros,

carajo. Y nos gusta vuestro estilo porque habéis demostrado tener

cojones”.

Claro que hablé con ellos. Además, no tuve opción. Me subieron en un

coche y nos fuimos a una pensión de mala muerte, en las afueras de la

ciudad.

Los etarras se llevaron un chasco conmigo.

Recuerdo que tenían excelentes provisiones; enseguida armamos una

mesa con buenos quesos y embutidos españoles - sobre todo, un jamón

de aquellos - con un par de tintos riojanos que terminó afl ojando los

naturales resquemores.

En principio, confundían las acciones de los distintos grupos: no tenían

38

muy en claro cuáles eran las diferencias entre montoneros, el ejército

revolucionario del pueblo y las llamadas fuerzas armadas peronistas.

Me parece que metían a todos en la misma bolsa.

También creo que ni siquiera tenían en claro los objetivos revolucionarios

de unos y de otros. Poco o nada conocían de las luchas estudiantiles

universitarias. Cuándo les confesé que yo nunca había participado de

una acción directa de lucha armada, y que esto me había traído serios

problemas con la dirigencia, se mostraron sorprendidos.

Pero mucho más se contrariaron al confesarles que parte del movimiento

me consideraba un traidor, y que hasta algunos hablaban de connivencia

con los servicios.

El de barba como alfi leres se atragantó con un pedazo de queso, y su

amigo debió darle dos golpes en la espalda para que el tipo escupiera el

bolo cremoso untado de una gruesa capa de saliva.

“Hombre...” ¿Y por qué coño os metisteis en un movimiento armado?

¡Con eso no se jode, mierda!”

Menos mal que el Riojano disparaba las neuronas convirtiendo lo

dramático en una charla amena y coloquial...

Les expliqué entonces de mi empatía con el movimiento a través de

la imagen de Evita. “¡Hombre! Yo tenía un abuelo franquista en Irún,

cabrón él, que siempre recordaba la visita de vuestra Eva y que siempre

decía que gracias a la Argentina los españoles habíamos tenido pan para

no cagarnos de hambre y no sé cuántas cosas más” - acotó el Etarra.

Cuándo les conté de mi abuelo gallego, ambos fruncieron la boca en

un gesto despectivo; el de barba dura se despachó muy suelto. “Nada

hombre. Nada. Que no nos llevamos muy bien con los gallegos. Eso.”

Claro que por la acción del condenado tinto, yo también terminé por

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soltarme.

Primero les confesé que había llegado al movimiento porque en sus

orígenes planteaba con claridad una lucha anti-imperialista. Que luego,

atento a las dimensiones que tomaba - les conté que en una manifestación

portentosa, se habían congregado más de 200.000 jóvenes de diferentes

corrientes de liberación- el enemigo central, o sea, el corazón mismo

del Imperio del cual los Estados Unidos no eran más que un apéndice,

pronto infi ltraron el movimiento porque representaba la excusa perfecta

para convertir a la Argentina en un país dependiente, vacío de contenidos

nacionales. Violencia y represión , la ecuación perfecta, dije. Y de allí

la escalada de sangre y los miles de desaparecidos y que patatín y

patatán.

Recuerdo que fue el único momento en que los vascos aquellos sintieron

que había una cuestión de piel entre nosotros.

Pero a continuación fruncieron la cara. Fue cuándo les hice referencia

a que el poder político universal -y me refería a las instituciones

parlamentarias formando parte de gobiernos presidencialistas o

monarquías - pronto habría de convertirse en una fachada. Que el

capitalismo entraría en una variante salvaje, como consecuencia del

poder dominante del viejo complejo militar industrial, aliado a los grupos

fi nancieros y las empresas monopólicas ; en algunos casos incluso con

lo peor y más execrable del pensamiento religioso fundamentalista,

ya en boga en EE.UU. Rematé el análisis diciéndoles que no faltaba

mucho para que estos grupos utilizaran a Estados Unidos como ariete,

en aras de establecer un sistema concreto de dominación mundial

¿Quién podía imaginar en aquella primavera del 81, la deserción y

posterior caída de la Unión Soviética, sostén entonces ( interesado,

40

claro) de los movimientos populares que tanto disgustaban a los popes

del Imperio Occidental y Cristiano?

Sin embargo, por intuición, por haber aprendido a leer entre líneas los

códigos políticos en vigencia, y en parte tal vez por haber mamado la

historia del hombre a través de mi carrera de Filosofía y Letras, me

escuché yo mismo con sorpresa aventurar la caída del otro imperio. “Los

rusos no podrán aguantar mucho tiempo más esta carrera armamentista.

En desarrollo económico, están 30 a 1 con los yanquis. Y ese drenaje

van a terminar pagándolo muy caro”

Recuerdo que los vascos se miraron entre sí como si tácitamente se

preguntaran ¿tu escuchaste lo que yo escuché?; luego me observaron

largo rato en silencio, mientras yo permanecía rígido en medio de una

mueca estúpida.

Pero lo peor estaba por llegar. Y llegó cuando les dije que todos los

movimientos populares de supuesta liberación nacional, triunfarían o

caerían en la derrota, siempre atento a los planes del Imperio. Si para

éste resultaban útiles y no entorpecían su alta estrategia política, el

éxito estaba asegurado. De lo contrario, les sobraba dinero, tecnología

y servicios, para destruir solapadamente a cualesquiera de dichas

organizaciones por más poderosas que éstas fueren. Y que así había

pasado con nosotros.

A esa altura, la charla se había convertido en una sucesión de gritos

y risotadas acompañadas de fuertes palmadas en la espalda, con la

complicidad del buen vino de los españoles.

De cualquier manera terminamos bien. Les reconocí su derecho a pelear

por sus ideales - eso sí, tuve huevos (siempre libación etílica mediante)

para decirles que ninguna causa justifi caba la sangre derramada de un

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solo inocente, y esto sí que no les gustó un carajo.

Nos despedimos entre abrazos y deseos de reencuentros y nunca más

nos vimos. Sin duda yo había resultado un chasco para ellos, o tal vez

peor: un loco sin cuidado.

Todas estas cosas las recordaba mientras el micro se acercaba a

Salsipuedes, en plena serranía cordobesa.

Durante las reuniones en la docta - tres días de intensas pujas en las que

cada uno de los grupos había querido imponer sus propios códigos en

la declaración fi nal - me enteré por casualidad (aunque ya se sabe que

lo casual en realidad es causal) que un viejo compañero de secundaria

en el Colegio Dorrego de Morón, andaba circulando por las sierras en

busca de inspiración artística: Carlos Manuel Salgado Paredes, un buen

concertista de piano con aspiraciones de compositor, con el cual no nos

veíamos desde 1967, año de nuestra promoción (en una de las reuniones

de carácter universitario, alcancé a ver un aviso de uno de sus recientes

conciertos; me conecté con los organizadores del mismo y recabando

datos, me informaron que mi antiguo compañero de escuela, vivía en el

pequeño villorrio, hacia el cuál marchaba).

Me entusiasmé y decidí darle una sorpresa.

Por otra parte, estaba en vacaciones, unas vacaciones merecidas - las

primeras en muchos años -. Libre de compromisos sentimentales, me

dije que cada tanto había que darle rienda al egoísmo.

Nos reconocimos al instante. Cierto es que no existía un vínculo de

amigos, pero Carlos Manuel conservaba la loca frescura de los creadores,

y eso generó en ambos una buena química.

Repasamos los temas puntuales de la adolescencia escolar, en una

catarata de anécdotas jocosas.

42

Por ejemplo, la ocasión en la cual le habíamos metido una rata viva

en el bolso a una de las profesoras: “¿Te acordás gallego de la profe

aquella de matemáticas que se parecía a Graciela Borges? ” “¡Ah!,

sí - contesté, consecuente con las imágenes del pasado -; Lily, Lilian

Galarza. ¿Te acordás el susto que le dimos? ¡Me acuerdo cómo se movía

la rata en el bolso tratando de escapar! Tanta risa, tanta risa, que al fi n

la profe no tuvo más remedio que preguntar qué pasaba... Creo que fue

en ese momento cuando el gordo Canteros le gritó: ¡El bolso! ¡El bolso,

profe!, Y la tipa, que siempre andaba en el limbo no tenía ni idea de lo

que pasaba; hasta que el gordo le vuelve a gritar que algo se movía en

su bolso. ¿Te acordás de aquella cara cuando corrió el cierre del bolso?

Todavía me acuerdo el momento en que la rata pegó un salto como de

un metro con un chillido carajo que nos asustó a todos... ¿No me vas a

decir que no lo recordás? - no pude evitar reírme del relato del pianista-.

¡Cómo se puso la Galarza! ¡Son todos unos hijos de puta! - nos gritó,

y se fue a la mierda mientras se le caían cosas de adentro del bolso.

Mundial, Gallego; mundial”

Me presentó a su pareja; una bellísima mujer que hablaba con los

ojos más que con la boca. La encarnación de la sensualidad. Palabras

descolgadas a medio tono- como si las cuerdas vocales emitieran las

vibraciones de la voz a través de un silenciador - arrastrando la última

sílaba con una particular y erótica modulación de decibeles.

Después del inventario de tantos años de ausencia (al cabo de una hora,

la mujer decidió retirarse disculpándose con la más exquisita de las

sonrisas) entramos a bucear en el pasado poniendo en juego sentimientos

y emociones comprometidas.

Para mi sorpresa, Carlos Manuel terminó de confesarme su vinculación

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- solo ideológica, me aclaró- con el ERP, y la enorme desazón sufrida

por el aniquilamiento de la organización.

Sabía - claro está- que lo tenían fi chado y se consideraba muy afortunado

de estar libre y vivo, después de haber estado detenido algo más de tres

meses en un centro clandestino.

Sin duda que la suerte había estado de su lado: el comandante del lugar,

melómano fanático de Beethoven, lo había mandado llamar dos días

después de su detención.

Seguí atentamente el relato de Carlos Manuel:

“Era un despacho austero, con el crucifi co de Cristo y un cuadro de

la virgen María como únicos elementos decorativos en la pared, que

me parecieron entonces, íconos tranquilizadores. ¿Así que vos sos

concertista de piano? Asentí. Me imagino que tendrás tus preferidos

para interpretar. Asentí nuevamente. Y cuándo el tipo escuchó que yo

era devoto de Beethoven y que estaba tratando de recrear las nueve

sinfonías al piano, me pareció que tenía la intención de levantarse de

la silla para venir a abrazarme. ¿Te animás? Como no entendí muy bien

que quería decirme, el hombre redondeó la idea. Digo..., ¿si te animás a

tocar? Claro comandante; claro que sí, le dije con contenida impotencia

porque la verdad que tenía ganas de mandarlo a la mismísima mierda.

Por otra parte, no tenía la menor noción del alcance de semejante

pregunta. ¿Acaso el tipo pensaba llevarme a su casa para que tocara

para él y la familia? ¡Sorpresa gallego! ¡Enorme sorpresa! El coronel

aquel - no me preguntes el nombre porque ellos también tenían sus

nombres de guerra- me llevó hasta una sala dónde había un piano de

media cola. ¡Alucinante! Sobre los fl ancos del instrumento, dispuestas

en diagonal, unas 20 sillas convertían la habitación en una pequeña sala

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de concierto. ¿Te animás con la Claro de luna? Yo tengo una carpeta

con las partituras. Pues sí, contesté con absoluta convicción. La sonata

era mi preferida, la única que realmente era capaz de ejecutar sin que

me importara el entorno. Al avanzar hacia el piano, el milico me detuvo

con su particular registro de bajo. No, no ahora por favor. Esta noche.

Veré que te atiendan bien aquí. Todo esto es de rutina. Ya sabés; uno

no deja de ser instrumento del sistema. Je…parece de locos... pero mi

antigua vocación, mi carrera frustrada, era la tuya; cuatro años, nada

más. Cosas menores. Apenas comenzaba a chapucear a Beethoven,

Mozart, los sagrados, en fi n. Y un día mi padre me dijo basta. Estas

cosas de la música son para los maricones. Ya te arreglé tu ingreso al

Colegio Militar. Ahí aprenderás a ser hombre... Y aquí estoy... Puedo

hacer esto porque él murió hace dos años. Lo jubilaron siendo Coronel,

por invalidez; una caída..., golpeó con la cabeza y un derrame cerebral

lento, muy lento, que prolongó su agonía durante un par de meses. En

fi n, ya está... No le guardo rencor. ¿Carlos Manuel, no? Bien, bien... te

espero esta noche. Voy a dar la orden para que te traigan alrededor de las

nueve y media. A las diez van a venir unos invitados a los que pensaba

entretener con algunas de mis cosas. Obsecuentes de poca monta que

son capaces de aplaudir con hipocresía, sólo por conveniencia. Me dan

asco, pero los necesito. ¡Ah!, espero que me hagas quedar bien... Por

eso por las dudas, te voy a hacer venir un rato antes. ¿De acuerdo?

Bien, afi rmativo. Buenas noches. En esos, momentos hizo una seña y

apareció un joven ofi cial de botas lustrosas y porte solemne. Fue la

primera noche que me dieron una cama aceptable con un pequeño baño

que compartía con un par de ofi ciales.”

Seguí el relato del músico con una creciente tensión. Cada vez que

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nombraba al Coronel y describía los detalles edilicios, invariablemente

se me aparecían las fi guras de mis hermanos y de mi novia; imágenes

difusas y ambiguas en medio de una niebla gris, extremadamente espesa.

En realidad no sabía donde estaban y ni siquiera si estaban vivos. Sólo

recuerdo que como parte de una imaginación incontrolable, surgían los

rostros ensangrentados, los ojos nublados por el llanto, sintiendo que por

momentos me mimetizaba con sus propios dolores, haciéndome cargo

mentalmente de lo que ellos habrían pensado al recordarnos a nosotros.

La imagen de Alejandra era el más perfecto holograma fotográfi co; una

y otra vez la imaginaba en el momento preciso en que Ellos le cierran

el paso en alguno de los pasillos del Teatro Colón, antes de ser chupada

para siempre.

En fi n, no podía evitar que cada vez que Carlos Manuel describía el

lugar de su detención, el pasado me devolviera al maldito resentimiento,

aún muy vivo y latente; por mí, por mi madre; por mi hermana...; por

todos los que quedábamos de este lado de las rejas.

Le pedí a Carlos Manuel que completara el relato.

“ Si bien era cierto que yo no era más que un simpatizante ideológico

de la causa - vos sabés que siempre fui incapaz de matar una mosca

gallego- estaba preocupado porque ellos me habían encontrado una

libreta con algunos nombres y direcciones comprometedoras. Y con tal

de zafar, estaba dispuesto a cualquier cosa, incluso a tocar música todos

los días para el Coronel aquel. Yo nunca tuve ni tendré vocación de mártir

gallego. El caso fue que esa noche me vinieron a buscar puntualmente

como se había acordado. El coronel me esperaba sentado al lado del

piano; para mi sorpresa, un legítimo Sthanway de nogal. Le dije que

no necesitaba la partitura; que conocía de memoria todas las sonatas

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del músico alemán. Levantó las cejas como diciendo será para tanto,

pero pronto, con un gesto de sufi ciencia, me invitó a sentarme en el

taburete. Sólo la primera parte- me dijo. Traté de concentrarme. Era una

escena casi grotesca, pero el respeto a la música pudo más y toqué como

si estuviera en el mismísimo Metropolitan. Cuándo fi nalicé, no pudo

ocultar su euforia. ¡Bien, bien; excelente! Estoy sorprendido, por cierto.

Pronto comenzó a nombrarme concertistas de primer nivel a los cuales

parecía conocer a fondo, haciendo acotaciones respecto a estilos. Aún

estaban en vigencia, Arrau, Malcunzinsky y el sagrado ruso ensalzado

por los yanquis. ¿Qué hay de tu carrera? Pareció contrariado cuándo le

dije que no me había interesado proyectarme como ejecutante; que lo

mío pasaba más por la creación musical, y que mi obsesión mayor se

cifraba en recrear al piano, con variaciones, las nueve sinfonías de

Beethoven; que llevaba 5 años abocado a ese proyecto, y que el

mismo conformaba mi única y excluyente meta. Media hora después,

gallego, llegaron entre 15 a 20 personas - entre civiles y militares-

que fueron tomando asiento después de saludar al coronel aquel. A

juzgar por las charreteras de los milicos, no tenía dudas que se trataba

de ofi ciales jefes. Vi a un grupo de particulares impecablemente

vestidos acompañados por unas minas que ni te imaginás, y también

un dignatario de la iglesia - te aseguro que era mucho más que un

párroco. Se hizo un silencio abrumador. Dejé por unos segundos caer

mis brazos al costado de las piernas – sabés... es la forma que tengo

de descargar mis últimas tensiones- y de pronto, gallego, algo que me

quita totalmente la concentración: Quejidos humanos, gritos de dolor

que yo solía escuchar por las noches desde mi cucheta, que se metieron

repentinamente en ese espacio que momentos antes parecía un templo

47

del silencio. No sabés, Gregorio... Había tenido que hacer tremendos

esfuerzos para concientizarme de que tenía que tocar, olvidándome de

todo lo que ocurriese a mí alrededor. Ya te dije... no tengo pasta de héroe.

Y de pronto... ese drama inesperado que amenazaba con derrumbar

mis precarias fuerzas. Maestro... El coronel comenzaba a mostrarse

perturbado. Maestro, por favor... Entonces, no sé cómo hice Gregorio,

pero pensé en Beethoven; pensé en la maldita sordera de aquel genio

inigualable y cómo este terrible impedimento ni siquiera había hecho

mella en la inspiración de su extraordinaria música. Y entonces me dije

que la única forma de honrarlo era tocar, tocar para honrarlo; tocar para

honrar al hombre, más allá de todas las lacras de las cuales somos

capaces. Sí... tenía que ser capaz de sobreponerme a aquella escena

repugnante y atroz; y así fue como empecé a ejecutar pensando en el

dolor y en el sufrimiento de tantos desgraciados que gemían entre las

paredes. Mirá... empecé a sentir un escalofrío. El caso es que mientras

las notas ganaban el espacio de pisos, techos y paredes, sentí que la

música - lo sentí de verdad, gallego - estaba sobreponiéndose a todas las

miserias humanas. Creeme: cuando terminé, casi ni siquiera escuchaba

los aplausos y los vítores de los presentes. Esperá, ya termino... En

lo personal, mi profesión artística salvó mi vida, El milico estaba

convencido que yo era un genio y a partir de ese momento, me colmó

de atenciones. Lástima grande pibe que te hayas metido con esos zurdos

de mierda ¿sabés qué pibe? Estamos en la tercera guerra mundial y

ustedes son usados por los rusos; qué lástima, pibe, qué lástima. En

fi n, primero, me concedió una habitación al lado de su despacho para

mi uso personal, y luego de un tiempo, me permitió salir de ese campo

de concentración, bajo el compromiso de regresar por las noches. Al

48

principio me mandó un tipo que me estuvo siguiendo durante unos días.

El fi nal ya lo conocés... Después de un par de semanas sin vigilancia, a

poco de cumplir tres meses de mi detención, una noche me escapé con

lo puesto y me rajé para este pueblito. ¡Ah!, te voy a confesar algo que

siempre pensé: yo creo que el milico aquel no estaba muy convencido

de lo que hacían, aunque... la verdad, ese asunto de la tercera guerra

mundial y de que ellos eran como una especie de custodio del mundo

libre, creo que lo sentían de verdad. Bueno...por algo los yanquis les

lavaban el cerebro en Panamá... En fi n... lo demás es parte de una

rutina: me arreglé dando algunas clases de piano, y cada tanto, ya en

democracia, algún concierto sin demasiada trascendencia. Mientras

tanto, con la locura de las nueve sinfonías”.

Cuando Carlos Manuel terminó su relato, ambos nos movimos al

unísono buscando el fraternal abrazo.

49

TARTAGAL I

50

51

- Le falta el destinatario amigo. ¿Ande va a ir el sobre así?

Miré al empleado del correo (del privatizado, claro): tenía la cara cosida

por el frío y los vientos de la puna; ojos oscuros, pómulos salientes, y

una sonrisa desdentada, a mitad de camino entre la resignación y el

resentimiento.

Yo también reí; no hacia fuera; lo hice en el silencio intimista de los que

solemos guardar complicidades con las cuentas impagas del pasado.

Pero reí.

Sebastián Alberto Fernández, Rawson 668, dto 3, Haedo. Pcia de Buenos

Aires. Lo escribí casi maquinalmente, sintiendo que en aquella carta a

uno de mis sobrinos, exorcizaba parte de ese pasado que se había vuelto

presente, como consecuencia de los acontecimientos sociopolíticos que

tenía a estos pagos como protagonista importante.

“¿A Tartagal? ¿Pero qué vas a hacer a Tartagal? ¿En dónde carajo queda

eso...? ¿Jujuy? No, no; Jujuy no. ¿Salta, sí...?”

El fantasma de Jorge Paradela se abre paso entre los poros cansinos de

mi memoria; las imágenes que se agolpan con su secuela de angustia,

terror y muerte, hasta que el fotograma del recuerdo se hace imagen

en la mente con fecha precisa: atardecer del 20 de septiembre de 1974,

sentado a una mesa del Tokio de Morón, junto a Paradela, Ramírez y

otros compañeros de la militancia montonera. Todos sabían que yo era

casi sapo de otro pozo; que mi verdadera militancia estaba ligada con

la FURN de La Plata. Mi relación con ellos se limitaba a maquillarles

los escritos políticos, ante la insistencia de mi entrañable amigo de la

infancia, Pedro Ramírez. Claro que muchas veces, con la excusa de un

52

Cinzano o una pizza, solíamos trenzarnos en apasionadas discusiones.

- Viene dura la mano gallego... (recuerdo que enarqué las cejas - uno

siempre enarca las cejas cuando el miedo embaraza las palabras -.

Hablé con Santos. Dice que el viejo no nos dejó otra alternativa que

la lucha abierta después que nos echó de la plaza; que el asunto de la

sinarquía no debe ser tomado a joda como lo hicimos hasta ahora, y

que como el brujo hijo de puta lo tuvo tanto tiempo agarrado de las

bolas, no tenemos otra opción (en ese instante pareció leer mi mente).

Sí, ya sé que vos crees que la cosa no pasa por ahí; que Perón terminó

ahogado por esa mierda senil que trataron de ocultarnos a toda costa.

Sin embargo, a mí me parece que no es así; que además de las trenzas

del brujo y la infi delidad de Isabelita, el viejo estuvo siempre solo, solo

con ese entorno de mierda que vos sabés a quien respondía realmente;

y eso, y el cansancio, y los quiebres de salud...

“-Sabés qué me causa gracia... (me vino bien la ocasión para ejercer mi

propia y particular opinión); me causa gracia porque estoy por creer

que vos también formas parte de esos idealistas que no tienen la menor

idea del corrosivo poder de la política barata; la barata politiquería que

deshonra a los políticos de raza, che. ¡Pero la puta madre que lo parió,

carajo...! ¿Y sabés por qué? Porque nos cuesta aceptar que nuestro

propio líder nos haya dado una patada en el culo; a nosotros, a esas

formaciones especiales de las que tanto se ufanaba. ¿Y querés que te

diga una cosa?: como buen milico y general de la Nación, él también

terminó por mostrar esa hilacha que es sello de los de su clase ( todavía

recuerdo la sorpresa de Jorge, visible a través de su azulina mirada);

53

y ojo, no lo digo por cuestiones de aristocracia social; ni siquiera por

alternativas vinculadas al poder económico. Además sería ridículo

cuando todos sabemos el origen made in clase media de Perón... Sin

embargo, creo que hay algo jodido en todo esto, porque pienso que hay

cosas que no hemos tenido en cuenta a la hora del análisis.

Momentos en que Ramírez, Paradela y los demás, tuvieron que

“bancarse” mi larga y encendida perorata, en la cuál, por ejemplo, les

hablé del sutil lavado de cerebro a los cuales eran sometidos todos

los futuros generales de la Nación. Piensen, che; piensen - les dije:

-la cosa no es joda; está todo muy bien orquestado. La doctrina, en

lo formal, parece responder a los intereses nacionales; pero la letra

chica, responde sutilmente a los intereses del Imperio. Y eso nos

caga. ¿Quién pone en duda las condiciones de estadista de Perón y su

visión revolucionaria? Pero yo me pregunto: Con el lavado de cerebro

sutil que imperaba en su época – ahora en los Liceos le meten en la

cabeza directamente la Doctrina de Seguridad Nacional que no tiene

sutilezas de ningún tipo- , siempre me pregunté cómo llevar adelante

una revolución nacional con una base pedagógica que se encarga de

remarcar las diferencias sociales; por un lado, los civilachos, y por el

otro, las fuerzas armadas, como si unos y otros pertenecieran a países

diferentes y proyectos diferentes. ¿Quieren una pequeña muestra?

Cuando les entregan el despacho de General de la Nación – y ojo,

bien remarcado lo de General con mayúscula – el objetivo es para que

cada uno se sienta como un pequeño César, convencido que forma

parte del concepto sagrado de la nacionalidad, como si lo de ellos fuera

54

exclusivo y excluyente ¿El espíritu sanmartiniano? Bien, gracias; nadie

va a negar la estoicidad y el ideario moral del general que alguna vez

colgó a los españoles para luego servir a su patria e indirectamente a

los masones. Bueno..., para decirlo con todas las letras: a los ingleses

de mierda...; porque más allá de las auténticas motivaciones patrióticas

del correntino, la verdad de la milanesa es que la pregonada libertad

política estaba bien enganchada con los ideales del libre comercio,

asunto que -ustedes lo saben tanto como yo-, siempre fue digitado y

dominado por todo aquello que oliera a made in england. Luego, por

supuesto..., fueron los primos del norte los que terminaron por emular

a sus maestros... ¡Pero que no me vengan a decir que San Martín dejó

un ejército con mística de auténtico patriotismo! Que él sintió la patria

hasta en la médula, no hay dudas. Pero en realidad y en contra de sus

propios deseos, lo que quedó en pie fue la vieja dicotomía que aún

divide al país de los argentinos: Buenos Aires o el interior; nuestros

productos o las importaciones sin restricciones; el nacionalismo criollo

o el liberalismo que hoy tiene un nuevo ropaje etcétera, etcétera. Espíritu

sanmartiniano... ¡Pero por favor!. Lo que hicieron muchos milicos fue

el mal uso de esa mística; en las palabras, sí; mucho de deber patriótico,

de renunciamientos históricos, pero todo en el haber de un pensamiento

liberal que lo único que ha hecho es servir al imperio en nombre de

ese falso ideario occidental y cristiano... ¡Paaaa... !, Parezco uno de

esos oradores de aula magna che. Pero..., cerrando el comentario:

nuestros milicos - salvo honrosas excepciones -, siempre estuvieron a

contramano de los intereses nacionales y las propias raíces culturales

55

de aquellos que dicen representar. ¡Minga de convertirlo en un hecho

concreto frente al esthablisment de las once manzanas! Digo yo..., ¿a

qué carajo de patria socialista se refería el viejo? ¿Cómo fuimos tan

boludos en creer semejante estupidez...?

56

57

TARTAGAL II

58

59

El hombre se quedó quieto, sometido por el peso emocional de un

pasado que no le daba tregua.

Hacia el horizonte, sobre un asimétrico telón negruzco, pequeñas nubes

grises se movían velozmente en medio de los vivos resplandores de los

relámpagos.

Mirando a través de las sucias cortinas de la habitación, permanecía

de pie, en desigual batalla contra ciertos cargos que el tiempo no había

podido borrar de su memoria.

Fuera, se sucedían los gritos y corridas de una pequeña multitud

heterogénea, que parecía despertar de un letargo fantasmal.

Gregorio Alonso Lama abre y cierra sus ojos de manera intermitente,

como si en ese abanicar de los párpados quisiera borrar las malditas

imágenes que se colgaban desafi antes en sus retinas: hombres de

torsos desnudos con palos y piedras en las manos, corriendo hacia la

ruta; mujeres de crenchas renegridas y aceitosas, cargadas de ropas

colorinches y pesadas, corriendo entre los arbustos y las aceras, rumbo

a la ruta; adolescente blancos y morenos - algunos de rostros aindiados

- desgranando aislados cánticos ofensivos -“¡Fernando, compadre! - La

concha de tu madre-,” también corriendo hacia la ruta; todos corriendo,

corriendo todos al igual que descontrolados limures, como si en esa

espontánea pueblada uno pudiera imaginar la insondable y anunciada

catarsis colectiva.

De pronto, el hombre oye sordos y secos estampidos, y tiene la

repentina sensación de que alguien jala un alambre de púa a través de

su garganta.

Y otra vez el pasado, que a manera de los compases iniciales de la

Quinta Sinfonía (la de Beethoven claro), vuelven a buscar insidiosos

los canales oscuros de su memoria. Y otra vez también el recorte

periodístico que se mete entre las aristas eléctricas de su cerebro, dando

cuenta de la muerte de su amigo Jorge, el entrañable amigo que no había

querido asociarse a él en la decisión de no participar de la lucha armada.

“Abatido en el procedimiento llevado a cabo por el grupo de tareas 601,

en la fi nca dónde se había refugiado el extremista montonero. En el

enfrentamiento, también fueron muertos una mujer y dos niños que

vivían con el delincuente subversivo.”

Veinticuatro años llevando a cuestas el epígrafe, envuelto entre sus

recuerdos con letras de molde; colgado de sus neuronas durante el

maldito cuarto de siglo que el maldito sino del destino se obstinaba en

repetir de manera maldita una y otra vez. “El gallego es un cobarde”

“El gallego arrugó”. “El gallego se borró cuando las papas quemaban”

Siempre el gallego, siempre él en boca de sus ex amigos montoneros

(los vivos y los muertos, claro); no hubo caso, nadie quiso escuchar

su razonamiento político... la lucha armada abierta que nos proponen

no tiene sentido, y además, nos van a llevar al juego que ellos quieren.

Deberíamos saber que detrás de estos milicos está el Imperio, y que la

única forma de luchar contra el Imperio es mediante una causa nacional

sin fi suras; o estamos todos con la soberanía, o de manera aislada nos

terminarán por eliminar a todos, uno por uno. Y no seamos ingenuos:

todo esto forma parte de un plan siniestro que está por encima de ellos

mismos..., incluso de la propia clase política que dicen representar”.

60

Textual, leído como invitado de la JUP, en una reunión de mandos de la

JP Regional, a contramano del resto de las voces que pedían venganza

por los compañeros muertos.

Otra vez el sucio y pegajoso recuerdo: las caras sorprendidas de sus

amigos; las cargadas sutiles y de las otras; las alusiones veladas a una

traición; las sospechas vinculándolo a los servicios, etc. “¿Pero de dónde

sacás semejante cosa gallego?” Nada. Toda explicación fue inútil.

Sus comentarios respecto a que la Trilateral Comission trataba de

imponer y reglamentar una nueva división internacional del trabajo

- plan en el cuál La Argentina había sido condenada al simple papel

de productor de materias primas - le sonaban a sus compañeros de

militancia, como a cuento fantástico de Bradbury. Ni siquiera el nombre

de Mac Namara parecía ser tomado en serio. Hasta el moderado de

Ramírez se había negado a tomar en cuenta sus argumentos “¿ Viste

lo que dice el gallego? Que el propio Imperio le da manija a los grupos

de liberación nacional, sean éstos representantes de la izquierda o del

nacionalismo trasnochado. Que esa es la excusa que necesitan para

justifi car la represión. Entonces, por aquello de matar dos pájaros de un

tiro..., primero buscarán hacernos mierda, y que, en una segunda etapa,

gerenciarán el poder gobernante..., sí, sí; ese fue el término que empleó;

que gerenciarán la política con esa clase de tipos para los cuáles Patria

es la mala palabra que tanto jode a los centros de poder mundial. En

fi n, cosas de este gallego que está más cerca del nihilismo que de la

causa...”

Veinte años no es nada, piensa. Veinticuatro, tampoco, vuelve a pensar,

(*)Refi ere a la Juventud Peronista. 61

62

siempre quieto, inmóvil como una de las piedras de Keops; aferrado

al piso de esa humilde vivienda de Tartagal, en un paraje dónde aún

resonaban las voces de los antepasados indígenas y los conquistadores

españoles; lugar donde había recalado, después de un largo exilio en

el melancólico país de los suicidas y otro más largo aún, en el corazón

administrativo de su patria.

Mirando hacia la calle a través del vidrio salpicado de diminutos puntos

de materia fecal, tiene por momentos la idea de pensar que el peso

emocional lo tiene esclavizado, aferrándolo contra el piso, impedido de

salir fuera a contemplar la desigual pelea, mientras el aire trae olores a

pólvora y azufre.

Momentos de recordar los otros muertos: el vasco Aguirre, la turca

Zulema y el “mencho”, su inolvidable y querido mencho.

Todas muertes diferentes y sentidas de manera diferentes. Todas muertes

políticas salpicadas de idealismo, pero también con pátinas de absurda

y pura ingenuidad (como la del “mencho”, claro).

“Che, pibe: ¿estás seguro de que querés entrar en la jotapé?”, preguntó

entonces, mientras terminaba de leer una escueta carta que le había

entregado el muchacho. “...y te lo dejo en tus manos, Gregorio. Vos

sabés cuánto representa él para mí y cuánto representaría para su padre,

si aún estuviera vivo”, fi nalizaba la esquela.

Volvió a tratar de ajustar la maquinaria silenciosa del recuerdo. Necesitaba

sintonía fi na para recrear la charla con el “mencho.” Enero..., no, no;

Febrero del 74, pensó, volviendo a aquel pasado enrarecido, cuando

el clima político social ya se tornaba agobiante y todos hablaban del

63

futuro golpe que se gestaba entre bambalinas.

“ No sé muy bien pero creo que debemos hacer algo... A mí me dijeron

que vos sabías muy bien como era mi viejo, cuando se ponía a hablar

de Perón y de Evita; sí..., más de Evita; me acuerdo que el tío siempre

repite que el viejo le debía la casita a Evita, y que no sé que de la

dignidad y de que ella sí entendería a los pobres... Todo eso, Gregorio,

se me fue metiendo en la cabeza de chiquito nomás... No sé si será por

eso que yo lo sigo queriendo mucho al viejo, aunque como vos sabes,

casi no lo conocí...”

La relación con el tutor del mencho, había sido primero, de vecindad en

Los Toldos, y luego compartiendo la secundaria en Morón. El padre del

pibe, como integrante civil del movimiento revolucionario encabezado

por el General Valle, fue uno de los primeros adelantados en el drama

por venir: desaparecido antes que el mencho cumpliera su primer año

de vida. Siempre se preguntó por qué el destino lo había elegido a él

como padrino político del pibe, cuando en realidad la J.P. pertenecía

a Montoneros, organización en la que él no militaba pero sí lo hacía

Ramírez. Por otra parte, la suerte estaba echada desde el momento que

le entregaran la tarjeta. ¿Cómo olvidar que el padre del mencho y su

querido abuelo, habían sido grandes amigos y compinches de la causa?

¡Carajo con el pibe!

Más sintonía fi na para calibrar el recuerdo doloroso: Concurrido café de

refugiados, en vísperas de la navidad del 78.

La nieve se había adueñado de la ciudad (de Estocolmo, claro) y

Ramírez paría las palabras con la misma mansedumbre de los copos

64

de nieve que se adherían a la ventana. “ Al pibe lo bajaron en el cole,

gallego. No sé..., creo que había ido para averiguar el asunto de los

exámenes ¿viste...? En realidad se hizo matar como un boludo. ¡Ah!

pobre pendejo... ¡Puta que los parió...! . En la calle estaba estacionado

un Ford Falcon, ya sabés..., con ellos adentro. Habían seguido a un

profesor vinculado al ERP(*) y esperaban que éste saliera de la escuela

para chuparlo ¿viste?. Yo me enteré por una mina del cole con la cuál

andábamos enredados... ( todavía recuerda como la cara de Ramírez era

tomada por la emoción). El asunto es que el pibe sale detrás del tipo

que habían ido a buscar, y... cuando ve como los servicios se lo llevan

a la rastra hacia el auto, chau, descontrolado, comienza a gritar aquello

de ¡Si Evita, viviera...! ...Y sí, gallego, ¡la máxima...!; una locura total.

Pero eso no es nada. Me contó la mina que cuando el Mencho vio como

lo cagaban a palos al profe para tratar de hacerlo entrar en el auto,

entonces el pibe parece que sacó una navaja y empezó a tirar navajazos

contra los tipos. Repentinamente, uno de ellos sacó un revólver, se puso

detrás de él y después de tomarlo de los pelos, le metió una bala en la

cabeza. ¡Qué se yo gallego... ! Desde ese día, no puedo sacarme de aquí

esa muerte “hijadeputalaputamadrequelaparió”.

Ramírez nunca entendió porque se puso a llorar a moco tendido, entre

sordos y acompasados estertores, amortiguando el grito grande que

chocaba una y otra vez contra las paredes de sus carrillos, hasta convertirse

en una aguda y repetida sordina. A pesar de los gemidos entrecortados;

a pesar del ahogo, pudo escuchar gallegobuenochénofuélúnicodehabers

abidoquelosentiastantonotelohubieradicho, la interminable frase con la

(*) Ejercito Revolucionario del Pueblo

65

cual Ramírez quería adherirse a su denso dolor, mientras oía impotente,

el angustioso silbido que se fi ltraba desde el fondo de la garganta de su

amigo, esperando que acabara de una vez con el maldito desahogo.

Pero ahora los gritos arrecian y Gregorio Alonso Lama sabe que, después

de algo más de dos décadas, los métodos de protesta han tomado otros

carriles, más allá de saber también, que el enemigo continuaba siendo

el mismo.

En parte por eso, le resulta difícil tratar de permanecer indiferente

viendo pasar corriendo delante de sus ojos a un grupo de vecinos,

enarbolando en gritos viscerales una antigua rabia, especie de ancestral

resentimiento, cuando otro era el Imperio sojuzgante.

De pronto, cree oír que alguien menciona a Evita y entonces, sí, como

empujado por un sino misterioso, abre la puerta de su casa.

Ya en la calle, su propio grito detiene a un manifestante adolescente - de

un parecido notable con Saviola(*) - que se da vuelta sorprendido.

El hombre ve que el muchacho lleva aferrado en su mano derecha, un

pequeño y arrugado retrato de Evita.

-¡Eh, Don!. ! ¡Vamos a darle a los milicos...! - invita desafi ante el pibe,

mientras deja que caiga una y otra vez sobre su palma izquierda, una

piedra de regulares dimensiones.

-¿Qué gritabas, pibe?

Una incipiente turbación pareció ganar los gestos del escolar.

-Yo... ¡Ah! Eso de... ¡ Milicos!, ¡Compadre... !

-No, no no; algo de Evita te escuché.

-¡Ah! Sí, sí. Lo de Evita, claro... ¡Si Evita viviera sería montonera!

(*) refi ere al jugador de fútbol argentino.

66

- moduló a media voz el muchacho.

¿Y vos sabés quién fue Evita?

-Y... una gran persona ¿no?; una que estuvo con ese Perón. En casa

somos todos peronistas, Don. Esta foto la tiene mi abuelo desde uh..., un

montón de años. Tiene como ochenta, sabe; ... es de esos que caminan

con los pasos cortitos, ¿vio? Entonces..., cuando yo le dije que me iba a

la manifestación...vea, mire, ¿sabe que hizo?, se fue hasta su mesita de

luz, sacó esta foto y me dijo: ¡vaya carajo, vaya y grite bien fuerte que

si Evita viviera sería montonera...!

El hombre preguntó algo acerca del padre del adolescente con cara de

Saviolita.

-...murió por las Malvinas, Don; yo era muy chiquito...

Un elemental cálculo matemático indicaba que algo no encajaba.

-¿En combate?

-No, Don; vino entero según mi mamá - un coágulo de angustia pareció

instalarse en el rostro del pibe-. Un día me lo dijo el abuelo, Don... Me

dijo que mi viejo se había ahorcado en el baño... ¿Vio... ? Ese asunto

de los recuerdos, del pasado, ¡que sé yo... ! - el muchacho comenzó a

lanzar la gran piedra hacia arriba, una y otra vez, tratando de que cayera

sobre la palma izquierda de su mano- Hay que darle a los que están

arriba, Don; el Abuelo dice que están a sueldo de los patrones que nos

manejan y nos explotan, dice. Y que por culpa de ellos se mató mi viejo.

Yo esto no lo entiendo mucho, ¿vio?

El pibe comenzó a toser en forma ahogada, como si los pulmones

estuvieran en medio de un pequeño terremoto. De pronto, sacó del

67

bolsillo de su campera un pañuelo mojado que comenzó a pasarlo

repetidamente por su cara.

-Oiga, Don, ya están llegando hasta aquí los gases. Va a tener que

ponerse un pañuelo mojado...

-Adentro. Yo lo tengo adentro. ¿Por qué no venís así charlamos y nos

tomamos unos mates?

-¿Qué dice, Don...? Está... Oiga, ¿usted no va a venir? - el pibe comenzó

a retroceder girando su cabeza hacia la ruta-. Le van a dar a nuestra

gente, Don. El otro día le escuché decir al abuelo que ahora la cosa es

con todos, no sólo con los piqueteros. Usted no sale mucho Don; lo

tengo poco visto. Lo único que sé es lo que todo el pueblo sabe: ¡Que

usted es el loco de la ópera...! Bah, eso es lo que dicen de usted, ¿vio?

Vamos con la gente... Dele, Don...

-Los van a cagar a palos, pibe; los van a joder a todos. No tiene sentido.

Todo va a seguir igual, pibe, todo. ¿Por qué no te venís y me contás la

historia de tu abuelo?

Pero el muchacho ya estaba a más de veinte metros de él y casi no

lo escuchaba. Como respuesta, alcanzó a oír algo así como... : fueron

todos, que alcanzó a traducir ... que todos los del pueblo se habían ido. .

Entonces, con la mirada fi ja en el suelo, volvió sobre sus pasos.

Maquinalmente transpuso la puerta de calle; de inmediato cerró la

ventana de su habitación, luego la otra ventana del pequeño comedor,

y, movido por una fuerza interior incontrolable, se abalanzó sobre las

celosías de la cocina y el baño, hasta imponer en todos los ambientes

una incipiente penumbra.

68

Desde el exterior, los ruidos llegaban amortiguados y lejanos.

Lentamente - a medida que quitaba el disco compacto del estuche -, una

emoción profunda y siempre renovada crecía en su interior.

Deslizó su mano sobre la fi na superfi cie con la sensación de que las

yemas de los dedos frotaban la suave textura de una rosa. Pronto,

la música de Verdi comenzó a ascender desde el piso de cemento,

circulando sobre las paredes y a través de las puertas y ventanas. Entre

blancas y negras, entre fusas y corcheas, tenía la sensación de que los

armoniosos decibeles de “La Traviata”, raptaban a lo largo del grasiento

cielorraso.

Oyendo las dramáticas confesiones intimistas de Violeta; escuchando el

patetismo que en cada nota transmitía la Sutherland, Gregorio Alonso

Lama, ex militante de la causa peronista, devenido corresponsal de prensa

extranjera en esa pequeña ciudad salteña, se recostó sobre su cama,

entregado a la dictadura musical de Verdi y la privilegiada garganta de

su intérprete. Cada nota del itálico mujeriego metía cuñas de contención

armónica en los sementales de su cavidad craneal, arrebatándolo de una

realidad doblemente opresiva: la del entorno social - hambre y miseria

en una Argentina decadente y frívola-, mezclando angustias con la

otra realidad sofocante e intimista- la de los recuerdos de militancia

universitaria-, empantanada en medio de un pasado de culpas que

amenazaba con hipotecar defi nitivamente sus ganas de vivir.

...In core scolpiti ho quegli accenti! gime Violeta desde el compacto,

y el hombre intuye que la catarata de recuerdos pretende sepultarlo en

vida (para colmo, por momentos, tiene la impresión que la música se

69

erige en especial protagonista cuándo las cuerdas - las de madera y las

vocales - imponen un sesgo de angustia que parece trasladarse hasta el

corazón de los propios piqueteros).

Y mientras la voz de la Sutherland agita y remueve su pasado, capturando

en un minuto casi un cuarto de siglo de padecimientos sentimentales,

no puede evitar de pronto sentirse sometido a ese universo musical que

acaba por envolverlo todo.

Pronto, la pequeña estancia estalla en una especie de vendaval musical

de la mano del más perfecto y sublime instrumento: el de la voz humana.

Y es así como el drama de Violeta - drama a su vez de Dumas hijo -, sé

mimetiza de pronto en su propio y particular drama; sentimental drama

compartido con Alejandra Beliz, tiempo ha, promisoria soprano a la

cual viera por última vez siendo un espectador de privilegio en la platea

del Colón (Alejandra, haciendo uso de una Beca, había deslumbrado a

los músicos de la Orquesta Estable del Teatro durante un ensayo de La

Traviata) compartiendo con ella la ansiedad de un debut inminente.

Una hora más tarde, en medio de las luces incipientes que comenzaban a

trasegar las calles porteñas, esperaba la salida de la futura diva, mientras

la lluvia - en forma de pequeños y múltiples estiletes - se clavaba sobre

su cara, empujada por el viento.

Jamás la volvió a ver. Más tarde comprendió que en algún momento -

vaya a saber en qué oscuro vericueto del teatro - ellos la habían chupado,

supuestamente a consecuencia de su militancia peronista; ciertamente

de la suya- no la de ella-, por cuanto Alejandra no tenía participación

activa en el movimiento.

70

... Ah, fors é luí, continúa gimiendo Violeta -Alejandra desde esa arcana

dimensión que eterniza el registro vocal a manera de lúdico ejercicio

de la criatura humana en el repetido y vano intento por burlarse de

la muerte; tanta carga emotiva hace que el pasado - esclavizado por

los dictados de sus propios y atormentados recuerdos -, estalle en su

mente, en una implosión interior que une de manera mágica los miles

de retazos dispersos.

Y ahora sí, los recuerdos vuelven a ser vivencia a través de la imagen

de su abuelo: Alto él, hirsuto él; un ejemplar rubio de ojos verdes

desprendido de la húmeda geografía gallega; orgulloso ejemplar de sus

antepasados celtas.

Llegado a estas tierras como polizonte. Nada de importancia en la

Capital, hasta que decide aceptar un ofrecimiento para radicarse en Los

Toldos, partido de General Viamonte, para, al poco tiempo, recalar en

Junín.

Luego vendría el casamiento, su hijo que viaja a España para hacerse

cargo de unos campos de la familia (allá conoce una gallega rubia de

ojos verdes que lo tiene a mal traer sentimentalmente); casamiento, los

hijos que llegan en forma consecutiva, y recién a comienzo de la década

del 50, el reencuentro defi nitivo de la familia en la pequeña comunidad

bonaerense.

Los recuerdos, entonces, adquieren dimensión holográfi ca.

El querido abuelo que lo espera como siempre, en medio de otra soleada

tarde juninense; de ese Abuelo que hacia mediados de la década del 60,

solía tener largas pláticas con él, debajo de la higuera de la casa.

71

Extraña escena: mientras otros niños de su edad debían cumplir con el

ritual de la siesta estival, él zafaba, a condición de escuchar interminables

leyendas sobre la vida de los Celtas, matizadas casi siempre con una

referencia a una vecina amiga - bastante menor que su abuelo- que

se había hecho muy famosa en Buenos Aires. “Abanderada de los

humildes.¿Te das cuenta galleguito? Sólo una angelical criatura como

ella pudo ser distinguida de esa forma sublime por el pueblo...”

Y dale que dale el abuelo: que la vecinita se había apoyado en él por

cuestiones de estudio (el Abuelo era profesor de literatura en aquella

ciudad bonaerense); que tenían una relación excelente pese a las

diferencias cronológicas derivadas de la edad; que ella siempre le decía

que soñaba con Buenos Aires; que ella -ella siempre-le juraba que

terminaría por conquistar la gran ciudad, siempre ella en el entorno de

su voz, ella siempre cual una inasible princesa de cristal, amor platónico

y de uno en uno del abuelo; amor rechazado en forma reiterada por

aquella mocosa insolente, la desgarbada hija menor de doña Juana,

titular de la pensión que los tenía de vecinos, en la calle Winter, de

Junín.

Claro que allí dónde el sol brilla, tarde o temprano el cono de sombra

será inevitable (palabras más ó palabras menos, le había dicho su abuelo

en cierta ocasión) como un sino trágico de la existencia.

Y un día, el cono de sombra se hizo presente en la pensión en forma

de guitarra española y presencia melancólica; pronto tuvo nombre y

apellido: Agustín Magaldi; un Magaldi triunfador, de gira artística por

la zona, que en pocos minutos de charla y presencia - primer almuerzo

72

con el resto de los pensionados de su casa -, se ganó el corazón de

Evita.

Claro que supo esto y otras cosas más, no sólo a través de esas

interminables charlas estivales en Junín (pese a que por entonces,

apenas rozaban su inmaduro intelecto); en realidad, la trama oculta,

la verdadera esencia de los hechos, comenzó a afl orar de adulto, más

precisamente durante su época de militancia política, cuándo cada una

de las meticulosas palabras de su Abuelo, penetraron en sus raíces a

manera de un nuevo e íntimo oráculo fi losófi co. Y por si algo faltaba

- la famosa frutilla del postre - el gallego celta terminó de volcarlo de

manera apasionada en la madrugada del 12 de marzo de 1973.

Aquella fecha el destino volvió a juntarlos para festejar el triunfo de

la fórmula Cámpora- Solano Lima. Festejo harto merecido por ellos

después de casi 20 años de ostracismo y persecuciones políticas.

Excusa para una bien regada cena en el Hispano (Por otra parte era un

secreto a voces que ambos buscaban siempre el menor acontecimiento

para compartir los buenos vinos de los López.)

Aquel día su Abuelo había bajado de Junín expresamente, porque ambos

- peronistas de ley - dando pelea por largos años, sentían ese triunfo

como propio; además, porque ambos también, sabían que los votos se los

había llevado el propio General Perón, y por si todo esto fuere poco, era

una bendita forma de sacarse de encima la vieja obsesión por imponer

sus ideales, devenida en revancha desde el día que la Libertadora se

hiciese cargo de los destinos nacionales.

Entonces, en medio de los vahos etílicos, el Abuelo blanqueó sus

73

antiguas ilusiones sentimentales. “Magaldi me la robó. En menos de

una hora, el hijo de puta me volteó una torre de promesas y sueños

que tanto me había costado levantar. Y ojo, ojo galleguito; no es que

yo fuere a estar seguro de que Evita terminaría por sucumbir a mis

demandas. No señor. En realidad, jamás recibí de ella una señal fi rme

en ese aspecto. No me vas a creer, pero un día que quise apurarla con

un beso, me metió una ostia en la cara que me dejó una buena marca por

unos días. No, era brava la Pelusa... Pero bueno...; vino el melancólico

ése y la historia dejó de ser dudosa. Al otro día nomás, debí soportar de

parte de ella, comentarios tales como “... Magaldi es el mejor cantor

y yo voy a ser la mejor actriz”, o, peor aún: ... a mi no me importa que

me lleve más de 20 años; el tipo parece bueno y está dispuesto a ser

mi padrino artístico en Buenos Aires. Y yo por mi carrera soy capaz de

aguantarme cualquier cosa; no te olvides de que siempre logro lo que

me propongo, che”.

Y no hubo caso galleguito; el cantor triste se la llevó nomás a Buenos

Aires y yo no pude hacer nada, rapaz, nada. Ni siquiera quise que me

viera en la despedida. No señor. Tenía demasiado lastimado el orgullo

para exhibirlo en derrota. Pero igual la fui a despedir..., a mi manera,

claro. Casi a la vera de la locomotora, sin exponerme a la vista de

todos, asistí a la ceremonia de la partida, y tengo aquí, en las retinas, la

imagen cristalina de su mano alzada en el momento del saludo fi nal a

los suyos. ¡Ah!, galleguito, galleguito..., tu Abuela es una gran mujer,

que duda cabe... ! Pero mi vida se la llevó Eva, rapaz. Ese día se la llevó

para siempre. Tú sabes que me sentí tan desesperado..., que durante un

74

año ahorré cuanto pude y logré marchar a Buenos Aires... ; ya sabes...,

con el cuento de que yo quería asesorarme respecto a los estudios

universitarios, quería hacer un post grado por entonces... ¡Mentiras! Yo

sólo quería tratar de encontrarla; de verla siquiera un rato... ; aunque

en honor a la verdad, aún guardaba una ilusión secreta: que Buenos

Aires le quebrara sus sueños artísticos y terminara volviendo al pueblo

derrotada. Sí..., ya sé que fui un cochino egoísta..., pero no pude pensar

de otra manera. El caso es que un día me aparecí por Buenos Aires

como un auténtico pajuerano, loco de alegría porque había conseguido

la dirección de la pensión dónde ella se alojaba. ¿La dirección? Me la

dio Doña Juana, con la promesa de que a la vuelta debía contarle todo

cuánto pudiera averiguar sobre su hija. Y no...; no la pude encontrar,

galleguito. Era por la Avenida Callao... ; ahora no recuerdo la altura.

El caso es que cuando ubiqué la dirección, me informaron que sí, que

efectivamente ella había estado allí y que - para mi desgracia - había

sido visitada asiduamente por Magaldi. Que hacía algo más de un mes

se había marchado a otra pensión sobre la calle Sarmiento al 1000 o

algo así. Pasé allí varios días, buscándola por esa zona. Nada, rapaz.

Pero nada, hombre... ¡Como si se la hubiera tragado la tierra! Fueron

los peores días de mi vida... No sabes...; la angustia se me había puesto

mala aquí, y de noche tenía miedo que al corazón le pasara algo...Bueno,

gracias a Dios, ella pudo superar las frustraciones y llegar tan alto.... A

propósito ..., después, sí la vi., convertida ya en una primera dama . Fue

inolvidable. ¿No te conté, galleguito...? ¡Inolvidable! ¡Inolvidable!”

Pero esa noche no hubo más historias. Su abuelo tenía tanto alcohol

encima, que debió cargar con él y su pesada borrachera.

75

TARTAGAL III

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77

Mientras fuera crecían los gritos de protesta en una desigual pelea

contra los otros gritos de la represión, Gregorio Alonso Lama trató de

plegar cuidadosamente ese preciado recuerdo que se había presentado

desde el secreto lugar de las emociones, pero fue inútil. En tanto desde

el disco compacto la Sutherland desgranaba aquello de piú non esiste;

or amo Alfredo, e Dio lo cancelló col pentimento mío, el Sistema

Nervioso Central de su cerebro se negaba a poner el clic a tantos años

de ostracismo voluntario.

Y una vez más, el hombre prefi rió descolgarse de la realidad, en un

viaje escapista a ese pasado que resurgía victorioso: fi nales de 1982,

a una semana del regreso de su largo exilio escandinavo - ya con la

dictadura en plena retirada -. El ratón de los recuerdos hace doble clic y

la escena, entre la sepia y el azul, dibuja el interior del bar Hispano, en

plena madrileña Avenida de Mayo. Se había citado -una vez más- con

su querido Abuelo.

Viéndolo sentado a la mesa de siempre, el escozor fue inevitable:

en apenas 9 años, aquella altivez celta parecía a punto de quebrarse

como consecuencia de una larga agonía, una maldita enfermedad que

le destruía lenta y sostenidamente cada uno de los preciosos eritrocitos

de su sangre.

Enfermedad - él lo intuía - concatenada al sufrido silencio del viejo,

como consecuencia de la desaparición física de sus otros nietos.

Pero más allá del dolor derivado de estos hechos, su Abuelo jamás

había bajado la guardia, circunstancia que no hacía más que aumentar

su admiración por él.

78

El viejo gallego era de esa clase especial de personas que acostumbran

a construir su propia realidad, por encima de las miserias de la vida.

¡Avanti. Molto piú avanti!, como solía decir parafraseando un soneto

de Almafuerte.

“No sabes cuánto te extrañamos galleguito lindo. María y yo fuimos los

que más cerca estuvimos de tus padres. Del asunto de tus hermanos y

Alejandra, ya sabes que tenemos un pacto de silencio y es mejor que

no hablemos... Para colmo, tú sabes que estuvimos años sin saber nada

de tu vida, ignorando incluso si vivías... Cuando supimos que estabas

refugiado en Estocolmo, al poco tiempo alguien nos contó lo del

Mencho. Bueno, tú ya sabes que fue Espinosa quien nos dijo lo de la

carta, ese día que lo recibiste allá en La Plata. En fi n, galleguito, ya

sabemos como la vida nos golpea más allá de las estúpidas defensas que

uno ensaya. Ya ves, con lo del Mencho..., el golpe a ti..., te lo pegaron en

la nuca. Gracias a Dios que pudimos irnos del pueblo durante esa época;

todos estábamos malos por los aprietes de los milicos... Nos tenían

hartos queriendo averiguar sobre tu paradero. No, no...; no te pongas

mal creyendo que te estoy pasando una factura. Tú sabes que la cosa

contigo fue circunstancial; somos una familia peronista y eso en aquella

época era más jodido que ser comunista, coño. ¡Qué cabrones fueron

esos hijos de mil puta! “Los valores de Occidente”. “Nuestro sistema de

vida”. “El mundo Occidental y Cristiano...” ¡Ostias! ¡Cuántos crímenes

han cometido estos jodidos en nombre del propio Cristo... ! Lo lamento

por los buenos militares que se vieron salpicados por estos cipayos

entreguistas... Je, je...; ahora con lo de Malvinas recién se han dado

79

cuenta de los amigos que tenían... Bueno, basta; hablemos de otra cosa.

Hablemos de lo que me pediste por teléfono, ya sabes... la Pelusa...

¿Sabes hombre? No sé cuál es la razón de este interés tuyo por la Eva,

aunque en la carta me comentabas de tu deseo de escribir una novela

para... en fi n...; entiendo que para contar las cosas de nosotros...¡Pues

ala, hombre! Sea lo que sea, me alegro galleguito, me alegro. Tú sabes el

pedestal en el que puse a mi querida Evita. La última vez que la vi, fue

allá por Marzo del 51. Jé... ¡como para no acordarme...! A propósito...,

a Evita se le podían comprender muchas cosas si uno las hilvanaba

desde su génesis astral. ¿Por qué me miras de esa manera? ¡Ah!, ¿por

lo de astral? Bueno hombre..., ignoro tu pensamiento al respecto, pero

nuestros códigos genéticos están estrechamente ligados con los planetas

y las estrellas. Coño, a decir verdad, yo estoy convencido de que todo está

indisolublemente interrelacionado, desde un collar de insectos hasta un

racimo de galaxias...; pero anda, esto forma parte de otra charla. ¡Salud

nieto! ¡Ala!, te cuento: después de los saludos de rigor, de ese inevitable

repaso de nuestro pasado, pronto me di cuenta que la Eva estaba mal,

muy mal. Pobre... la muerte ya le estaba cerrando todos los fl ancos

y aquel rostro de ojos castaños que brillaban como quásar, parecían

arrancados de un lienzo de El Greco. Sin embargo, fíjate galleguito,

cuando digo que la vi mal pero muy mal, en realidad me refi ero a su

estado físico. Por otra parte, no creo que mi buena amiga tuviera real

conciencia de lo que le pasaba realmente con su leucemia por esa época.

Coño, era cabezona como ella sola y no quería oír nada de médicos ni

de enfermedades. Creo que un poco más adelante, sí, me parece que

80

terminó por enterarse a través del propio Juan... ¿Quién diría, no... ? De

frustrada prima donna del espectáculo, a toda una señora estadista. ¡ Y

de qué clase, galleguito, de qué clase...! De primera, rapaz, de primera.

Sorprendente. Porque a decir verdad... yo sé que nunca se destacó

demasiado en la Escuela. Recuerdo que siempre me contaba que cada

vez que tenía que pasar al frente para un examen oral... se largaba a

hablar con cierto tizón encendido en la palabra. Pobre Pelusa... no sabes

como se comía las eses cada vez que recitaba. ¿Sabes que era un tanto

afecta al melodrama? Sí, sí. ; le encantaba -... al menos así lo creo -

toda la obra de Nervo, sobre todo ese manual de melancolía que es La

amada inmóvil.

Gregorio Alonso Lama vuelve a la realidad. Traicionado por un desfase

cerebral, el pasado se baja momentáneamente de su memoria y lo

sumerge de manera transitoria en ese nuevo Tartagal mediático.

Desde el disco, el recitativo de Violetta tiene acentos de contenida

emoción. “Violetta, deh, pensateci...” implora el barítono sobre

un fondo musical preñado de notas repetidas, y casi enseguida ella

responde “Cosi alla misera...” con una coloratura familiar para él; tan

familiar que otra vez se traslada al escenario del Colón en momentos

que Alejandra ensayaba con la sinfónica del teatro.

El pentagrama hecho amor - o el amor hecho pentagrama - libaba la

creación de un hombre muerto; muerta a su vez Alejandra (incienso

de muerte en los pasillos solitarios del teatro); el olor de muerte del

pasado, todo instalado en su cavidad craneana por obra de los compases

musicales, mezclado como una Babel amenazante de la muerte

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colectiva que impregnaba el aire de ese pequeño pueblo, tierra ancestral

de los incas muertos.

Y entonces era mejor volver al hispano, al traumático 82, cierto era,

pero mejor sin duda porque aún podía escuchar a su abuelo, mientras

ambos cataban los buenos tintos de los López.

Pase rápido de la enfermedad con esos leucocitos venenosos que lo

estaban matando al viejo; pase rápido a la fachada de la Fundación

Eva Perón; pase más rápido aún a las frases repetidas de Evita, a los

recuerdos de las tardes estivales juninenses para liberar la pausa en el

instante preciso “... te digo galleguito: siempre pensé que la Eva era un

diamante en bruto..., ¿cómo puedo decirte?, aún dentro de su lenguaje

un tanto duro, se percibía la aristocracia de los elegidos. Sí, a ella sólo le

faltó ilustración..., nada más que eso. Pero bueno, ya está, el caso es que

te hablaba de la increíble mujer en que se había convertido ¿Sabes que

me dijo esa madrugada? Creo que lo tengo esculpido a fuego en cada

una de mis neuronas: “Hay momentos que me siento en medio de la

mierda, Manuel. Sacando unos pocos, estoy rodeada de una dirigencia

política patriotera y corrupta... salvo honorables excepciones, gallego.

En las palabras, parecen antiimperialistas; en los hechos, son unos

cipayos lamentables, che. Por eso, la verdadera liberación económica

no pasa por comprar los ferrocarriles si antes no fi jamos la verdadera

diferencia que hay entre país y nación. Mirá gallego, cuando el

destino me puso a Juan como bandera, comprendí que aquellos

sueños de gran actriz que tenía, no eran más que basura comparada

con lo que la vida me ofrecía a partir de ese momento. Entonces, como

82

una poseída... ¿esta bien dicho, no?; me gusta esa palabra. Bueno,

escuchá gallego, te vas a morir por lo que voy a confesarte pero casi

todas las noches, desde poco después del triunfo de Juan, cuando dejo

de atender a estos pobres desgraciados que vienen con sus dolores

a la fundación..., me hago un alto para leer cuanto libro de política

cae en mis manos. Y ojo, en secreto... Ni siquiera Juan sabe de esto.

“ Dios!, si me habré quemado las pestañas encerrada en esta sala,

después de atender a mis humildes...” ¡Salud , rapaz!, ¡Salud! ¿Sabes

una cosa? Por unos instantes, mientras yo hablaba por ella, Eva ocupó tu

lugar aquí en la mesa - son esas pequeñas compensaciones de la jodida

muerte a través del ejercicio de la imaginación - y sabes, ella me habló

a través de mi propia voz. Increíble, galleguito, increíble. Escucharle

que el mundo ya había sido dividido en Yalta porque Roosovelt y

Churchill tenían miedo del oso ruso..., en fi n, viniendo de la Pelusa, era

algo de no creer... Además, de sus intimidades..., ni jota. Ni una palabra

de Magaldi; nada de sus años estrechos de pensión en pensión; nada de

su apodo de calandria; nada respecto a su erotismo sentimental hacia

Ramón Novarro y Clark Gable...; sí, che, no pongas esa cara...; la Pelusa

tenía locura con aquellos mitos de Hollywood. Pero bueno..., ni una

palabra de aquella renunciación hipócrita y forzada a corto plazo; nada

sobre Pedro Ara, y nada tampoco respecto a la muerte que ya estaba

agazapada en la cuenca de sus ojos, lista para el zarpazo fi nal. De todo

eso, nada, nada, galleguito querido.”

83

TARTAGAL IV

84

85

Despertó sobresaltado a causa de un griterío creciente y una sucesión de

pasos en tropel que agitaban el entorno de su casa.

Desde algún lugar alejado, llegaban hasta sus oídos los secos y

amortiguados disparos de los gases y de las balas de goma.

Como un quejido del aire, sonaba la sirena de una patrulla de las fuerzas

de Seguridad. Sonido que fue creciendo, entrando por las ventanas

como descarado asalto a los soportes de sus tímpanos.

A través de las hendijas, Gregorio percibió los destellos rojizos y

blancos que dibujaban su loco carrusel de colores subiendo y bajando

por las celosías.

Y mientras el que carajo pasa incrustaba su cuña de duda entre los

intersticios neuronales, corrió hacia la puerta, justo en el momento que

los gritos asumían un sesgo particular de angustia.

Al abrir la puerta, la imagen se le secó en el cerebro: en la vereda

opuesta, un grupo de gendarmes rodeaba a un adolescente que tenía

el rostro ensangrentado. A su lado, un policía montado le azuzaba el

caballo, impidiendo que el muchacho pudiera zafar de la encerrona.

-¡Este guachito de mierda se lo pasó tirándome piedras! -vociferó un

gendarme.

-¡Es un pendejo hijo de puta! -dijo otro-. A mí me pegó con un palo....

-¿Te vas a cagar en los pantalones ahora, mariconcito?

El policía de a caballo largó la pregunta socarronamente, modulando

cada palabra en medio de risas y risotadas.

Gregorio había dado dos pasos hacia el centro de la escena, cuando algo

pareció perturbarlo. Imprevistamente, giró sobre sus pasos y volvió en

dirección a la casa.

Al salir nuevamente -ni siquiera había trascurrido un minuto - avanzó

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resueltamente hacia el grupo, mientras terminaba de ponerse una raída

campera negra.

-¿Qué pasa acá? - disparó tratando que su voz sonara lo más fi rme

posible.

Dejó que su vista se posara unos segundos en cada par de ojos que lo

observaban con recelo, justo cuándo uno de los gendarmes le cerraba el

paso levantando el arma reglamentaria, a la altura de su quijada.

-¿Quién te dio vela en este entierro a vos, che? -lanzó el hombre de a

caballo.

Los gendarmes parecieron regocijarse con la humorada.

Gregorio Alonso Lama miró fi jo al uniformado.

-No tanta confi anza amigo. Primero averigüe con quien habla, así se

evitara problemas.

El uniformado tragó saliva. Hizo un gesto como queriendo despedir una

palabra pero apenas fue un amague que cayó en el vacío.

Los gendarmes miraron al recién llegado con renovada curiosidad.

Se hizo un breve pero intenso silencio, roto a intervalos por algunos

esporádicos disparos que circulaban por los túneles invisibles del

viento.

En medio de un relincho, Gregorio volvió a preguntar:

-¿Quién esta a cargo del operativo?

-Yo estoy a cargo del operativo.

Un hombre de mediana estatura, algo fornido, cabello rubio, cutis

blanco y ojos azules, había descendido de la parte delantera del móvil

de las fuerzas de Seguridad. Vestía de civil y portaba una pistola 45,

enfundada a la derecha de su cintura, sostenida por un cinto.

-Identifíquese, por favor.

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Gregorio Alonso Lama miró al hombre. Cabello corto y prolijo, con

un mechón recostado sobre una de las cejas. Luciendo un semblante

distendido - en armonía con un aire casi angelical -, el supuesto jefe

aparecía calmo y sonriente.

Claro que sabía que nunca podía fi arse de las caras aunque portasen a

Jesús en las facciones. Mientras le sostenía la mirada, extrajo de uno de

los bolsillos un rectángulo gris plastifi cado y se lo entregó en la mano.

El rubio miró detenidamente el documento, luego clavó los ojos en él,

volvió a medirlo con la mirada, y después de carraspear un par de veces,

se lo devolvió meneando la cabeza.

-¿Lo conoce al pibe?- acotó con un tono de voz que pretendía ser

amable.

-Soy amigo de la familia.

-Ah...! Esta bien. ¡Negro... ! ¡Dejalo ir al muchacho...!.

El hombre de a caballo se quedó unos instantes tieso, tirando de las

riendas “¿Qué dice el cajetilla éste? ¿Está loco? ¿Largar al pendejo

hijounagranputa...?”

-¿Qué lo deje ir me dijo... ?

-Sí, negro. Que lo largues. ¿No entendés , carajo?

-Está bien, jefe; está bien - el policía había afl ojado las riendas y el

caballo dejó caer el cuello hacia abajo en medio de un sonoro relincho-.

-Podés irte, pibe.

El muchacho comenzó a caminar hacia el medio de la calle, en el lugar

dónde estaban parados el hombre rubio y Gregorio.

-Andá para casa- ordenó.

-Pero....

-¡No hables una palabra! ¡Andá te digo!

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El chico miró al jefe del operativo y salió reculando para la casa.

El hombre rubio, después de prender un cigarrillo, se acercó a escaso

metro de Gregorio Alonso Lama.

-¿Parece que usted no participa de la cosa...?

-Así es.

-Mejor. Esto está lleno de agitadores profesionales.

-Ahá.

-Buenas noches.

-Buenas...

A una señal del rubio, los gendarmes subieron al móvil y antes que

Gregorio Alonso Lama llegara hasta la puerta de su casa, la camioneta

giraba a la derecha, sobre la calle que comunicaba en línea recta con la

ruta.

-¿Qué te pasó en la cara pibe? ¿Qué te hicieron esos?

La frase quedó trunca porque una áspera onomatopeya de cascos sobre

la vereda, le hizo voltear instintivamente la cabeza.

-A vos te conozco pibe... Conozco a tu abuelo y también conocí a tu

viejo. Familia revoltosa la tuya... Con usted no es la cosa, Don; lo que

no sabía es que era amigo de esta gente...; sé que vive aquí porque

lo tengo visto en varios lados. Le digo más: después que lo vi bien,

me di cuenta de quien es usted... Me enteré que el comisario lo tiene

registrado. No por nada que haya hecho en el pueblo...; pero sé que es

alguien de cuidado porque algunas veces oí mentas sobre usted. Pero el

chico éste... Vea; vea como me dejó la cara de un piedrazo - el policía

alzó con una mano un mechón de pelo negro y duro sobre su sien

derecha, y una mancha de sangre que comenzaba a coagularse se hizo

visible a la luz de una de las columnas de la calle-.Yo voy a dar parte en

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la comisaría pibe; te lo aviso -. y alargando la ó de manera ostensible,

espoleó el caballo en dirección opuesta a la que había tomado la patrulla

de gendarmes.

Alonso Lama se quedó unos instantes mirándolo; luego miró hacia

arriba, en el momento que una masa de nubes negras comenzaba a

disgregarse movida por el viento.

La llovizna había cesado y el aire cargado de olores estaba verdaderamente

helado.

-Te lo dije, pibe; te dije que no fueras porque te iban a cagar a palos.

¿Con que te dieron ahí...?

-No sé don; creo que fue una bala de goma de estos milicos hijos de puta-

Saviolita se había puesto a sollozar mientras se pasaba la mano por la

sangrienta y poceada mancha-. Yo no le tengo miedo a los cosos éstos;

ya estuve en varios cortes con los piquetes. No tengo que llorar, soy

un boludo. Pero me da bronca lo del milico ...ese del caballo es Funes,

un sargento que anda con los fi erros. Y ahora se la va a agarrar con mi

Abuelo y yo no quiero líos; no quiero líos porque mi Abuelo es muy

loco; dicen que estuvo en la pesada con ese asunto de los montoneros

y que sé yo... en una de ésas se le da por agarrar el chumbo y vamos a

tener un problema y yo...

-Bueno, calmate pibe; calmate. El milico no te va a joder. Ahora lo que

tenés que hacer es quedarte tranquilo un tiempo. Vos me dijiste que

estudiabas, ¿no? Y bueno, dedicate a estudiar. No te metas en estas cosas

pibe, sos muy chico todavía para andar enredado con estos quilombos;

la vas a pasar mal. A ver, dejame ver esa herida...

Pero Alonso Lama no pudo siquiera rozar con sus dedos el mechón

de pelos enroscados en la herida; el muchacho le lanzó un manotazo y

90

comenzó a recular.

-¡Déjeme, Don! ¡Déjeme! Mi abuelo tiene razón cuando dice que

estamos así porque somos un país de cagones... ¡Y usted también es un

cagón...!

Antes de terminar la frase, ya había comenzado a correr y pronto se

perdió entre las sombras de una calle lateral.

En esos momentos, el pueblo entero pareció ganado lenta pero

sostenidamente por un silencio ominoso que avanzaba por cada una de

las calles dónde había imperado la violencia irracional durante largas

horas.

Alonso Lama cerró la puerta tras sí y de manera cansina, encendió una

de las hornallas de la cocina. Se sentía hambriento y fatigado.

Un churrasco con ensalada y luego se iría a acostar.

La Shuterland había acallado el desconsuelo de Violeta, pero las notas

musicales no cejaban de raptar con sus fusas y corcheas, resistiéndose

a abandonar su cerebro. Por momentos, el viento helado parecía

acompañar el pentagrama verdiano soplando a través de las aristas de

puertas y ventanas.

En el momento que acomodaba el plato y los cubiertos, alguien golpea

a la puerta.

“Quién carajo...; seguro que es el rubio que se quedó caliente y viene

a hinchar las pelotas. O tal vez la cana... ¿Cómo dijo el pibe que se

llamaba? ¡Ah!, ya sé, el sargento Funes; otro resentido. Chau, gallego,

se te acabó la tranquilidad; todo por meterte de Quijote, boludo”

Otra vez se oyen los golpes, sólo que ahora es un objeto que sacude la

puerta de manera rítmica.

-¿Quién es? -la pregunta viene desde un miedo visceral.

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-Es una sorpresa...- dispara una voz en falsete detrás de la puerta.

“¿Pero quién carajo es este boludo que todavía me carga? Seguro que

viene con otros; la puta que me parió. ¿Quién me manda a meterme

dónde no me llaman?”

-¿Una sorpresa...? Bueno, pero yo no le voy a abrir si no se identifi ca

como corresponde...

El también era capaz de modular una respuesta socarrona.

-¿Qué te pasa gallego? ¿Estás cagado? ¿O acaso creés que estoy a cargo

de un grupo de tareas? Abrí boludo... ¡Abrí! ¿Ni una sorpresa se te

puede dar carajo... ?

“No puede ser... ¿Ramírez...? ¡Es el barba Ramírez! ¿Pero cómo llegó

hasta aquí...?”

Alonso Lama corre a abrir la puerta.

-¿Pero cómo carajo...?

-¡Gallego! ¡Venga un abrazo Gallego! Te viniste en busca del paraíso y

caíste en el infi erno, Siempre el mismo inocente de siempre, carajo...

Los dos hombres se abrazan sentida y largamente. El pasado explota en

imágenes. La jotape del Oeste; las reuniones en el Tokio; las discusiones

interminables “¡Si Evita, viviera...!”. Los recuerdos continúan

succionando el cerebro como garrapatas : los ex soldados (de Perón,

claro); las manifestaciones grandiosas donde los suyos compartieran

espacios con la Juventud y los montoneros; la plaza llena (la de Mayo

claro) ;las detenciones antes del maldito golpe, antes de los secuestros

futuros de los grupos de tareas; los infi ltrados de los servicios...; los

canallas de siempre...

Finales de la década del 60 y principios de la del 70, cuando aún los

ideales aglutinaban a una juventud efervescente; una juventud enardecida

92

frente a las injusticias sociales, que pretendía cambiar al sometido país

de los argentinos. Cuando aún la televisión basura y la chabacanería

barata no se había instalado en los medios siguiendo los dictados de un

plan siniestro para engendrar un hombre amorfo y light.

Ramírez, Paradela, el loco Paz, la Turca, el Mencho... ; todos nombres

que volvían a lastimar pero también a regocijar la memoria desgastada,

la memoria en deuda, menoscabada por una clase dirigente corrupta

que se había afanado todo pero que también se había afanado los sueños

de dignidad de millones de argentinos.

Alonso Lama mira una y otra vez al hombre con el cuál acaba de

abrazarse. Pues sí, ahí estaba frente a él, Ramírez; la hirsuta barba de

siempre, con su fl acura quijotesca y esa voz de bajo que le daba a las

palabras cierto tono de impostación pontifi cal.

Eran mucho los recuerdos, los compromisos fi losófi cos pero también

los de barricada; incontables las noches a mate y galleta tratando de

arreglar las cosas del país, en una verborrea que no siempre resultara

coincidente pero que en la esencia, llevaba el sello de los ideales,

siempre ajenos al egoísmo y al egotismo.

Por eso el abrazo largo y sentido; abrazo repetido en silencio, libre de

las ataduras emocionales que condicionan los sentimientos; abierto a

las expresiones genéticas de la sangre con abundante adrenalina.

Al fi n las palabras encuentran el cauce propicio para interpretar las

pasiones genuinas:

-¡Cómo te extrañé gallego! ¡Vos sabés cuánto te quiero, hijo de puta...!

-Yo también fl aco; yo también... ¿Pero cómo viniste a dar aquí? ¿Cómo

te enteraste de que estaba en este arrabal del mundo? Porque mirá que

estamos lejos de Buenos Aires, carajo...

93

-¡Ah...,gallego! Es una historia larga, hermano; muy larga. ¿Pero no

sabés lo que pasó? El otro día...; ¿hoy que es?, ¿viernes, no...? Entonces

fue el miércoles...; sí, el miércoles a eso de las 7 de la tarde. Yo estaba

en la ruta..., en pleno quilombo con los milicos tratando de convencerlos

que se fueran y nos dejaran tranquilos con el tema del corte. Entonces

miro para un costado, allí en esa entrada ancha a la ciudad, ¿viste? Y

veo un tipo y me digo: la puta madre, como se parece al gallego! ¿Vos

te matás de risa...? Ahora vas a ver... Estaba oscuro y la verdad que

no podía verte bien la cara. En un momento te pierdo de vista, justo

cuándo el comisario de aquí viene a hablar con los responsables del

piquete. No vas a creer gallego; fue como un golpe en la cabeza ¿viste?

Los tipos hablaban y yo estaba en otra, pensando en aquella cara que

me había traído el recuerdo de tantas cosas.¡Tu cara gallego! Me decía

por momentos: estás loco Ramírez...¿ como se te ocurre que el gallego

puede estar aquí...? Un pensamiento boludo porque así como estaba

yo, bien podrías estar vos ¿no? Entonces, de pronto, una visión que lo

aclara todo. ¡La campera! ¡Esa campera de cuero negra que tenés ahí

en el sillón, gallego! Inconfundible, gallego, inconfundible... ¡Te vas

a jubilar con esta campera de mierda, che ...! - Ramírez deslizaba sus

dedos callosos por el roído cuero-. La traías a las reuniones en el Tokio,

¿te acordás...? Y de pronto sentí una cosa aquí en el pecho, como una

emoción incontenible. Me dije: puede tener la misma cara pero no la

misma campera. ¡Es el gallego! ¡El gallego! Y claro, salí como loco

a buscarte, pero con todo el batifondo de gente y las corridas de los

milicos detrás de los que tiraban piedras, te perdí. ¡Ah!, no sabés... Te

empecé a buscar desde esa noche. Al otro día recorrí todos los negocios

preguntando si alguien te ubicaba por las señas que yo daba. Todo el

94

jueves y todo el día de hoy. Golpeaba en una casa; en otra. Nada, ¿viste?

¿Pero dónde mierda está viviendo el gallego éste?, me decía Sí..., vos te

reís pero no sabés las puteadas que te mandé...

-¿Y quién te dijo dónde vivía?

-El comisario. Sí, sí; no te sorprendas. Te aclaro que el tipo te tiene

fi chado. Saben todo, hermano. Y eso que vos venís del palo menos

jodido ; pero igual ellos saben todo... Pero no te preocupes... Me imagino

que sabés que ahora algunos de los viejos dirigentes son hombres de

negocios... Algunos están pactando con la política y otros boludos

como yo... todavía somos capaces de no arriar las viejas banderas. En

fi n... Pero con el comisario no pasa nada. El tipo está con nosotros.

Hicimos buenas migas durante algunas charlas, ¿viste? Mirá hermano:

el también es una víctima del sistema. No te equivoques. Pero mirá che

hace que no nos veíamos, gallego...?

-¡Que se yo...! No sé... ¡Qué lo parió! Te miro y no lo puedo creer, che;

no lo puedo creer.

-Y..., mirá: creo que después de aquella noche que hablamos del Mencho

en Estocolmo, nos habremos visto un par de veces más... Después

vos te rajaste a Madrid... Hijo de puta, desapareciste de la noche a la

mañana sin siquiera dejar un aviso. A Madrid, ¿no...?- Alonso Lama

asintió con la cabeza-. Pero alguna vez me dije que tendrías que darme

explicaciones.

-Y te las voy a dar, Pedrito; no tengas dudas.

- ¡Pobre menchito che! Cómo lo hicieron mierda, pobrecito...

-No me hablés de eso, hermano. No me hablés de eso porque vos sabés

que tengo un cargo de conciencia que no termina de atormentarme día

a día...

95

-¡Pero no seas boludo, gallego! Vos no sos responsable de eso. Te lo

dije en Estocolmo hermano. Fueron las contingencias de la vida ¿viste?

¿Qué vas a hacer? Vos sólo no podés hacerte cargo de esa muerte. Todos

pagamos por los que ya no están. A propósito...

-Ya sé... Qué sé de los cumpa... Estaba por hacerte la misma pregunta.

Ambos se miran a los ojos. Durante unos segundos, el dolor y la tristeza

profunda parecieron ganar las imágenes del pasado, la partida en la cuál

la muerte, siempre había tenido el Elo superior. Pero el repaso se torna

un compromiso insoslayable. Cada nombre de los que no están más,

se pronuncia casi con unción; cada nombre de los desaparecidos, es el

homenaje del recuerdo que nunca – ambos lo saben – jamás claudicará

en sus memorias.

De pronto el gallego ha dejado de tirar nombres emparentados con la

historia de la FUNR, ligados de manera exclusiva a su etapa universitaria

platense. Nombres todos que Ramírez recordaba sólo vagamente por

alguna menta de su amigo. Si bien eran todos del mismo gallinero, él

pertenecía a un palo diferente: la JP Regional Oeste, a la que había

acercado al gallego, por su condición de amigo residente y moronense.

Además, porque “...necesitamos un tipo hábil para los escritos; siempre

hay que hacer notas barriales y meter presencia en los medios y las

Instituciones.”

Después del largo repaso, los dos asumen que el casi cuarto de siglo

transcurrido, es sólo una mera circunstancia cronológica ; por lo demás,

todo sigue vivo como entonces.

-Ya está hermano. Pasaron ... ¡Veinticinco años! ¡Qué lo parió, che!

Estamos hablando de cosas de veinticinco años atrás... Mierda

gallego... vamos a tener que asumir que nos estamos volviendo viejos, carajo.

96

Che...; después nos perdimos el rastro cuándo yo me quedé un tiempo

en Mälmoe. Por el laburo ¿viste? ¡Claro! Ahora me acuerdo. Yo te

había dado mal la dirección y sé que me estuviste rastreando para

decirme que habías enganchado un curro de periodista en Madrid, o

que viajabas para conseguirlo; no sé, no me acuerdo bien. ¡Qué boludo!

Nunca analicé esto... ¡Pero mirá las vueltas de la vida, carajo...! Pero

la puta madre! ¿no podrías haber elegido un lugar más cercano? Mirá

dónde te viniste, gallego... ¡Tartagal! ¡Pero esto es el culo del mundo,

che! ¡Tartagal...! -Ramírez lanzó una carcajada limpia y estridente-

Te viniste al medio de los bolonquis. ¿En que andás metido gallego?

Contá...

Alonso Lama no paraba de reír, haciendo esfuerzos para evitar que

las carcajadas entrecortadas, terminaran en llanto.

-Che, ¿Pero vos estabas por cenar...? ¡Dale! ¡Dale! Poné de vuelta el

churrasquito en la plancha. Yo ya comí viejo...

-¿Seguro...?

-¡Pero sí hombre, sí!... ¿Cuándo te hice un cumplido con el morfi ?

Sabés como soy para el tenedor y el cuchillo...

Alonso Lama apretó uno de los brazos de Ramírez. Casi enseguida se

dirigió a un armario del comedor y después de hurgar entre varias

bolsas y parte de la vajilla, extrajo una botella de vino y la puso

ceremoniosamente sobre la mesa.

-¡El choborra de siempre! -acotó Ramírez con infantil alegría-. ¡Y

siempre con los vinos de los López. Sos boludo para elegir ¿eh...?

-Este es especial hermano. No se puede beber todos los días. ¿Sabes

cuánto hace que tengo unas botellitas...? Siempre con ganas de bajarlo,

pero no me animaba. Para darme fuerzas me decía : tiene que ser en

97

una ocasión especial. Y bueno...; Ya ves... Por algo dicen que nada es

casual... ¡Dale!, sentate tranquilo que tengo algunas más.

Los amigos reanudaron el temario vinculado al pasado compartido. Al

principio, mechando la conversación, contando cada uno las pequeñas

historias cotidianas. Saltando de uno a otro tema, como si la ocasión

fuera única y terminal y ambos se vieran obligados a condensar en

unas horas, las vivencias de la militancia, con las historias personales

de los últimos años. Después la charla se convirtió en un monólogo

del gallego. Ramírez pensó que el ostracismo y la soledad de esos

parajes casi inhóspitos, habían condenado al peninsular a un largo

silencio verbal; a una continencia de palabras y emociones que ahora

canalizaba casi con rabia y desesperación. Imaginó que el gallego

esperaba desde hacía mucho tiempo un largo desahogo.

Durante la larga parrafada, apenas había llevado dos bocados de carne

a la boca. Claro que con el vino era diferente. Ramírez sabía de las

condiciones de eximio catador del gallego. Quizá por eso, disfrutaba

cada sorbo escanciado por éste como propio. Y el vino, claro, terminó

por abrir los candados que faltaban.

Habló de su Abuelo - gallego y celta - como el mismo solía defi nirlo.

De la increíble relación del viejo con Evita, sobre todo de aquel amor

platónico contrariado y no correspondido de parte de ella. Del despecho

hacia Magaldi, a quién culpaba de haberla arrancado de su lado.

Habló de la leucemia del viejo. “Ni me quiero acordar hermano. Los

últimos días en el hospital fueron deprimentes. Se había convertido en

un esqueleto que hablaba. Imaginate... apenas 40 kilos. Pero igual mi

Abuelo se mantenía fi rme en su dignidad. “Los celtas y los gallegos

sabemos morir con desprecio hacia la muerte, coño. Nada de pedirle

98

misericordia ni compasión - me dijo poco antes de morir-. ¡Dios es muy

hijo de puta con nosotros a la hora de la muerte! Y yo no voy a darle el

gusto de pedirle misericordia -y a continuación, el insulto bien gallego-:

¡Me cajo en Dios!”

Habló también de la otra muerte: de la muerte injusta y canallesca de

su querida Evita.

De cómo esa muerte, según él, había reparado en parte la relación de

su marido con el esthablisment, escandalizado “con esa campesina

bastarda y cursi” como solían decir en los círculos oligárquicos al

referirse a ella.

Y ya en tren de seguir rindiendo cuentas a la muerte, también habló de

la muerte de su madre, allá por junio del 89. “A ella también se la llevó

la leucemia, hermano. No..., si es como un sino che; estoy convencido

que esas malditas sanguijuelas que envenenan las arterias han marcado

a fuego nuestra genética familiar”

Habló de Nicolás y María, sus hermanos desaparecidos. “Nunca nada,

che. Nada nunca sobre sus paraderos. Bueno...de esto hablamos muchas

veces en el exilio, Pedrito. Nunca pude olvidarme cuando los chuparon

esa noche que le metimos seis pepas a Perú en aquel mundial de mierda.

¡Y nosotros festejando en Suecia! Yo nunca debí dejarlos, che... La

vieja les había pedido... qué digo, rogado que se rajaran conmigo a

Estocolmo; pero no... insistieron que no pasaba nada con ellos; que

la cosa era conmigo y que no me hiciera problemas porque ya habían

convencido a la vieja y todo eso... ¿Sabés qué Pedrito? Es como un

cargo de conciencia, ¡peor que lo del Mencho carajo!

Ramírez le dijo que tampoco podía sentirse culpable de ese hecho

terrible; que el destino era mucho más que un acto volitivo. Que mientras

99

uno actuaba en función de lo que quería, levantando trabajosamente

ladrillo tras ladrillo, otros se encargaban de pasar el fi no; que siempre

fue, es y será así, por encima de nuestros sacrosantos deseos.

Pero el gallego como que no lo escuchaba, sumido en su monólogo

interminable.

-Llevábamos... sí... casi tres años apartados de la militancia activa,

cuando los tuyos tomaron la puta decisión de pasar a la clandestinidad.

Fue la época que estuvimos no sé cuánto tiempo sin vernos porque

había llegado un momento en que en el Tokio había más servicios

que parroquianos. ¿Te acordás cuando un día te viniste de sopetón a

la pensión de la 45? Ya andábamos todos desparramados de un lugar

a otro tratando de cuidarnos el culo, claro. Y un día te acordaste que

mis hermanos solían parar en la pensión y pensaste, el gaita debe andar

por allí. Y así fue carajo; por poco nos encontraste porque ya nadie

se animaba a parar en la 45. Además, justo esa tarde María tenía la

idea fi ja de que fuéramos al Celectro... Igual nos hubiéramos vuelto

porque alguien nos había dicho que el Celectro estaba out. Pero bueno,

la suerte nos hizo un guiño. ¿Te acordás, Ramírez? Sufriendo los dos

las persecuciones y el desprecio de los unos y los otros... ¡Cuántas

cosas jodidas vivimos, viejo....! Pero... la resignación no llegó nunca

laputamadrequelopario... Nunca... Vos sabés las cartas que envíe desde

Estocolmo: Amnesty y cuantos organismos de derechos humanos

existían. Incluso el propio Miguel Angel Estrella me escribió una carta

muy gratifi cante. Ahora ya está. Andá a saber en que lugar de mierda no

descansan en paz, la putamadre...”

Habló de Alejandra, la promesa de la lírica “...la única mujer de la que

estuve enamorado, Pedrito, un sueño inolvidable; lleva casi un cuarto

100

de siglo metida aquí, en mi cabeza; ella y todo el repertorio del papel

de Violeta.”

Habló de las dudas de siempre y de aquella condenada actitud de

tomar las armas por parte de compañeros de la causa con las cuáles

no comulgaba respecto a su metodología aunque sí respetaba; para él,

errática decisión, que llevaría al holocausto a una juventud idealista que

no merecía semejante sacrifi cio.

Habló de su actual condición de corresponsal de periodismo escrito

para medios importantes de España, y también de una cadena radial de

Estocolmo, trabajos conseguidos durante la época en que había recalado

en Madrid, después de abandonar su exilio nórdico.

Guardó silencio repentinamente. Se había dado cuenta que estaba

tocando un tema que también afectaba - y mucho - a su amigo, golpeado

por otras sentidas desapariciones.

-¿Y que pasa con tu vocación, gallego?- acotó Ramírez, como sí,

efectivamente, prefi riera cambiar de tema.

Dejó la pregunta fl otando en la aridez del forzado silencio de su amigo,

modulada en medio de la cuarta copa de vino, cuando el alcohol

amenazaba abrir los primeros cauces de euforia en el cerebro.

-¿Qué querés que te diga hermano?- escuchó el largo suspiro de Alonso

Lama-. Yo cometí el error de creer que la vida dura mil años. Siempre

postergando, siempre pateando la pelota para delante. Escribiré esto;

escribiré esto otro. Sí..., cierto es que algo hice..., pero no hice lo

que tendría que haber hecho: producir de manera intensiva y salir a

venderme; pelear, buscando que se editaran mis obras. Ahora es un tanto

tarde, Pedrito... Argentina se halla en una situación tan lamentable, que

tratar de triunfar en estas condiciones es casi una utopía. Y en cuánto a

101

España... dos problemas; uno: la temática. Dos: que si no tenés historia,

lo del currículum viste...ni te dan la hora. La única que me queda es

pegarla con algún concurso de cierto renombre; ahí sí... En cuanto a

nuestra querida patria...- recordarás que en cierta ocasión te dije que

patria no es la tierra donde se nace -; que nada...que me doy cuenta de

sentirme más argentino que español.

-Y me gusta mucho que lo digas, gallego.

-Me alegro. Mirá...aún recalando en la península... A propósito...

desde que estoy aquí en este pueblo perdido, no sabés la nostalgia

Pedrito; en cualquier momento me vuelvo defi nitivamente carajo! Sí...

de verdad. Lo único que tengo allá es una buena posición económica

y profesional; pero eso no alcanza hermano, no alcanza. Aquí tengo

todo...; la historia... sobre todo la de los vivos y los muertos, claro...

Pero siempre la Argentina presente, siempre, Ramírez querido! Y ojo...

estoy al tanto de todo. Internet es como un milagro...¿Y qué puedo

decirte? Que seguimos atados como siempre... Peor que antes! Mirá

Pedro..., la verdad es que salvando las escasas y honrosas excepciones

de siempre, en los últimos tiempos, la política en la Argentina quedó

reducida a una lucha despiadada por espacios de poder. ¿El país...? ¿Qué

país?, pregunto yo. Hace 50 años que estamos en plena decadencia ;

sin valores genuinos, cada vez más avergonzados al cantar el himno...

En fi n, que estamos rodeados de mierda hermano. Ahora tenemos el

gobierno de la bendita televisión que a falta de un proyecto de nación,

nos vende a los Tinelli, las Morias y Susanas; los edifi cantes chimentos

de la tarde y también los teleteatros de la tarde... ¡Atención con estos

programas que enaltecen la cultura!

-¡Qué embale, gallego! ¡Me parece que no es para tanto...!- se agitó

102

divertido, Ramírez.

--¡Ah...! ¿Vos también sos de lo que creés que no es para tanto...? Yo te

puedo decir, hermano, que el asunto es mucho más jodido que lo que

la gente cree. Pensá en esto: ¿Qué modela a un individuo? Los genes,

la educación y el medio. Nosotros pertenecemos a la generación de la

radio: Tarzán, Sandokán...

-El tigre de la malasia...!

-El tigre de la malasia, sí señor; tenés razón. Y el Zorro, entre

otros. El imperio también pero mas light claro.

-Bueno, gallego, pero yo soy más joven que vos, che. A mí ya me rozó

la tevé.

-Sí, claro, tenés razón. ¿Pero que viste? ¿Qué te sentabas a ver a la

hora de la merienda, viejo? ¡El capitán Piluso! Jodido personaje, ¿no?

¡Vamos Pedrito...! Y qué hacíamos en esa época los dos cuándo no

escuchábamos radio o después del capitán Piluso?

-Leíamos...

-¡Exacto, Pedro! Leíamos. Nuestros respectivos viejos eran gente de

laburo que sabían el valor de un buen libro, ¿o no?- Ramírez asintió

con un gesto-. Yo tenía el tesoro de la juventud, más de 20 tomos, y vos

tenías... ¿como se llamaba? Algo de lo se...

-Todo. Lo sé todo de Larrousse. Y después llegaron las novelas juveniles,

y más tarde, en pleno secundario, los grandes escritores : Cervantes,

Quevedo, Dickens, Dostoievsky ; Tolstoy, Balzac, Flaubert, Sartre,

Víctor Hugo...Jack London...

-Emile Zola, Barbusse, – no vas a creer, me acuerdo que en varios

pasajes de Germinal me puse a llorar... Sthendal... yo prefi ero la escuela

francesa.

103

-Buena escuela, Pedro! Que lo parió, che... me acuerdo que a los 16 años

se me dio por leer a Platón. ¡Dieciséis años y leyendo La República...!

Después descubrí a José Ingenieros y entonces me di cuenta que quería

estudiar fi losofía. ¿Te acordás? Los dos estábamos en la secundaria y

las salidas más importantes era la de los sábados a la noche para ver cine

soviético en el Achával, y después juntarnos a comer pizza y charlar de

los alcances artísticos de la película ¡y todavía no habíamos cumplido

los 18 años Pedrito! De loco, eh. Pero ojo, los dos sabemos que casi

toda la juventud de entonces pretendía una sociedad distinta, y que la

cosa no pasaba sólo por palabras; había que luchar, pero bueno... vos

sabés de que manera... ¡Que lo parió...! A veces me pongo a pensar que

si en aquella época nos decían que teníamos que quedarnos sentados en

la plaza de Mayo una semana para provocar un cambio, lo hubiéramos

hecho ¡y en medio de una huelga de hambre, Pedrito! Pero...

-Nos cambiaron el libreto...

-¡Exactamente! ¡Y de qué manera...! Pero a dónde quería ir... ¡Ah, ya

sé! De cómo infl uye el medio en nuestro derrotero. Libros, cultura,

elevación moral...¡Eso mamamos, hermano! Y el resultado fue una

generación idealista preocupada en crear una sociedad más justa. ¿Y

qué les damos a los chicos de hoy? – Ramírez se encogió de hombros-

¡Mierda! Mierda le damos Pedro! ¡Mierda, carajo! Y si les damos mierda,

¿que otra cosa van a generar que no sea mierda? Después de tantas

frustraciones; después de tanta corrupción generalizada, un día se abrió

la caja de Pandora y ¡Pun! , de menor a mayor, la sociedad argentina

encontró el oráculo sagrado en la bendita televisión, que, como un gran

hermano inasible, se nos mete todos los días y a toda hora en nuestras

casas para decirnos cómo vestir, cómo comer, como divertirnos, e

104

incluso cuándo y cómo comunicarnos con Dios, todo, claro, dentro

de una cursilería lamentable. Y ojo hermano, que esto también está

pasando en España...bueno, en realidad es toda una cuestión política

mundial... ¿Te sorprende lo que te digo? ¡Pero es la verdad, Pedro! ¡Es

la verdad! Lo que pasa, hermano es que para que puedas entender mejor

esto, tenés que saber que estoy haciendo un ensayo que habla sobre las

nuevas armas de dominación mundial...

-No jodas... Pavada de tema Gallego... ¡Mirá el gallego...! ¿Y cómo es

el tema? Digo... ¿cuáles son esas armas de dominación mundial?

Gregorio Alonso Lama se queda unos instantes pensativo contemplando

a Ramírez. Acaba de decirse a sí mismo que después de tantos años,

tendrían que estar hablando sólo de las cosas que marcaron sus vidas en

forma tan dramática. Había tanto para hablar al respecto! Pero sabe que

el dolor no es tonto; y de alguna manera, el pasado doloroso, prefería

recluírse momentáneamente en alguna zona recóndita del cerebro.

Mejor dejar que se expresara tangencialmente, de manera aséptica.

-Las armas me decías... Muchas, muchas y temibles hermano. En

primer lugar, el miedo que impondrá el terrorismo generalizado. Esto

se va a extender hasta puntos casi incontrolables; otra : la toma de las

voluntades a través de un gigantesco y siniestro plan mediático, en el

cuál, la televisión y los generadores de imágenes, jugarán un papel

fundamental.

-¿Qué decís, gallego? ¿Te parece que es para tanto? Personalmente yo

me he hecho otra idea. Yo tengo cable, gallego... un pequeño lujo si se

quiere; no soy adicto a la tele pero veo algunas buenas series que, dicho

sea de paso, no tiene nada que ver con las boludeces de hace 20 o 25

años que nos mandaban los yanquis: los Beberly ricos...Bonanza...la

105

familia Ingalls...aquel engendro de Dallas...todo enlatadito en envases

de lujo. Creo sinceramente, que esta televisión de hoy es muy superior

a aquella...

-Pedrito... te hago una pregunta: el narcotrafi cante, el jefe de un cartel

de drogas, ¿es consumidor?

-No... entiendo que no. No sé...

-Quiero decir dos cosas hermano; en primer lugar, el mundo de los

setenta no es el mundo del dos mil. Por imperio de las circunstancias,

la sociedad se ha puesto mas exigente. Pero estoy hablando de una

sociedad dominante como la yanqui. Por otra parte, el imperio no es

boludo. Sabe que no le conviene narcotizar a todos. Además, entre

ellos, el control es mas sutil. Cuando la intelectualidad de los medios

tira bombas contra el sistema, es una forma de demostrar a propios y

extraños que ese mismo sistema goza de absoluta libertad; libertad entre

comillas, claro. El asunto es tratar de no cagar en casa. La mierda es

evacuada fuera. Cuando se habla de un plan de dominación, ya sabemos

hacia donde se apunta con la artillería. - Lo que escuchaste Ramírez, lo

que escuchaste. Llevo años investigando todo esto. Los que hoy tienen

el sartén por el mango, se han dado cuenta que esa mierda que ves ahí-

Alonso Lama señaló un aparato de TV -, es la herramienta perfecta

para indicarnos cómo pensar y ser buenos y decentes ciudadanos,

empezando por defenestrar a los políticos y a la política. Vos estarás

harto como yo de escuchar el lema hasta el cansancio : ¡Que se vayan

todos!, nos dicen en cuánto programa de opinión emiten, como si no

supiéramos quienes vendrían al desaparecer la clase política. Y ojo, con

esto no estoy haciendo una defensa de quienes deshonraron de manera

vergonzosa la política...

106

-Hay de todo...

-Claro que sí, Pedrito, claro que sí... Lo que te da bronca es que

periodistas supuestamente esclarecidos, se sumen a la histeria general,

sin comprender que están siendo usados gratuitamente. Usados como

forros, hermano. Pero a mí no me joden ; detrás de estos lavadores de

neuronas, están los hijos de puta de siempre. Hijos de puta diplomados,

a los cuáles Menem apañó y mimó durante una década.

-La fi esta inolvidable, Gregorio...

- Sí... la fi esta inolvidable que ahora empezaremos a pagar a un coste

altísimo...

-Yo siempre pensé que Menem es un agente del departamento de

Estado...

-Y ni lo dudes. Pero fi jate que durante el gobierno caricaturesco de

De la Rúa, los yanquis estuvieron todo el tiempo tranquilos. Siempre

supieron que este timorato jamás se atrevería a modifi car todo lo hecho

por el neoliberalismo, ¿y sabés por qué? ¡Sencillamente porque él es un

neoliberal de la primera hora...! Y eso, pese a que su gobierno había sido

tildado de progre. Progre de que... En esto los yanquis no son boludos;

saben que las reformas profundas a favor de los intereses antinacionales

que el riojano llevó a cabo, no podrían ser desvirtuadas en menos de

una generación, y por supuesto que a costa de grandes sufrimientos.

¿O no es así, Pedrito? Mirá lo que lograron estos hijos de puta con

sólo hacerle creer a Carlitos que él era un brillante estadista. Mirá...

el hombre será todo lo doctorcito que quiera, tendrá una gran fortuna

personal, pero el complejo de cabecita negra no es fácil de superar ¡y

para eso estaba todo el esthablishment...! Fue tan grande el lavado del

bocho, que yo estoy seguro que al poco tiempo de hacerse amigote de

107

los hombres de las once manzanas, el tipo, cada vez que se miraba en

el espejo, veía la imagen de un hombre rubio, de aspecto nórdico y ojos

intensamente azules...- Ramírez aprueba con una carcajada la defi nición

que acaba de dar el gallego-. Por otra parte, vos sabés tanto como yo

que Menem tiene de peronista lo que yo de Julio Boca... Lo que sí hay

que reconocerle al tipo, es que tiene una autoestima de la gran puta...

Ramírez reía y sonreía permanentemente.

- Me quedé pensando en ese asunto de los medios audiovisuales como

elementos de estrategia. Me cuesta entender eso de que la televisión es

una especie de nuevo enemigo a vencer...

-No soy tan boludo para decirte eso. La televisión es el iceberg visible

de los emporios informáticos, que ojo... no por casualidad están aliados

a los más importantes intereses políticos.

-Estamos hablando de poder en serio, gallego...

-¿En serio...? Te quedás corto... Mirá Pedro, aquí se da una particularidad

propia de los países emergentes : la noticia larvada, la información que

no comprometa el pensamiento del individuo, o sea, nada que le haga

pensar respecto a las injusticias sociales y mucho menos propender a

evaluar su lugar en el mundo. Eso sería más subversivo y peligroso que

un atentado terrorista. Yo me lo paso viajando; unos meses aquí y unos

meses en España o cada tanto, alguna incursión periodística sorpresiva.

Pero desde que vengo a nuestra querida y maltrecha patria, me tomé el

trabajo de hacer un seguimiento de cómo funcionan los medios. Salvo

alguna revista casi underground, y algún que otro programa de radio

independiente, - gracias a Dios todavía existen románticos incurables

del micrófono y la palabra escrita que no arrían las banderas de la

dignidad - , el resto, responde a los parámetros del sistema : mucha

108

información respecto a los peligros de no asumir los compromisos

derivados de la deuda externa- esto sí te lo meten hasta por el culo;

agitar continuamente del fantasma de la violencia delictiva entre la

asustada clase media; de las genialidades de nuestros deportistas y la

profusa información de nuestros espectáculos televisivos vernáculos:

cuanto midieron los parámetros de teleespectadores...; ya sabés, el

rating famoso, porque acá si no hablás el español tipo made in england,

como que no existís...

-Cierto, che, cierto. Yo siempre dije que la primera muestra de cipayismo

era asumir como propios, ciertos términos lenguísticos del Imperio.

-...es una cosa de locos, pero mirá cómo se habrá impuesto la imagen en

esta campaña mediática, que hoy hasta las propias audiciones radiales,

te informan todos los días y a cada hora, sobre las mediciones de los

ratings televisivos...

-Es verdad, gallego; me tienen podrido con eso. Es como que la radio

se ha convertido en la hija menor de la televisión. Para mí, es una clara

muestra de un complejo de interioridad.

-Ni más ni menos. Y ojo, yo digo : cada tanto, está bien que metan

una boludez; tampoco la pavada de pretender que vivimos en la Grecia

del clasicismo. Pero digo una cada tanto, no que nos inunden con la

boludez como impronta . Pregunto : ¿alguna vez mereció la tapa de

nuestros diarios la reseña de la labor sacrifi cada de nuestros científi cos

del Conicet?¿Alguna vez los medios- y no con carácter de prensa

amarillista como cuándo mostraban a los desnutridos de Tucumán a

página abierta- se ocuparon de instalar una discusión profunda sobre

la necesidad de recrear entre todos, el proyecto de país, que el país

necesita? Y no hablo de proyecto de Nación porque eso está demasiado

109

lejos aún, vistas las circunstancias, claro...

-¿La tan mentada globalización está relacionada con todo esto,no?

- Y ni lo dudes! Esto arranca ideológicamente desde el 76, con la

Trilateral Comission como instigadora. Se acentúa claro durante la

época de Reagan, cuándo los viejos conservadores de siempre, se

aggiornan bajo el cuño eufemístico de la globalización. Mirá Ramírez...

no es casual que de pronto el mundo asiste a una fusión feroz de los

grandes monopolios; hablo de los grandes pulpos internacionales;

sociedades que facturan en conjunto centenares de veces el valor de

nuestras exportaciones... y creo que me quedo corto. Estos son los

nuevos señores feudales; los mismos que tamizan las noticias y generan

los entretenimientos audiovisuales de miles de millones de personas ,

tema que no sería malo en sí si no fuere porque los entretenimientos

están saturados de perversidad interesada, y porque además...- Alonso

Lama chasqueó los dedos- porque además la explosión de imágenes y

texto tiene el avieso propósito de hacer que uno no piense en las jodidas

injusticias de la vida - Ramírez vio como el rostro de su amigo se

contraía-. Fijate como será lo que está detrás de este verdadero eje del

mal, que hay canales que no podrían sobrevivir con la escasa publicidad

que aparece en pantalla.

-Es verdad, gallego; eso lo pensé yo también- acotó haciendo fi ntas con

uno de sus puños.

-Bueno...en esto coincidimos. Quiere decir que una mano generosa

pero interesada, fi nancia los défi cits por razones que jamás se harán

públicas....Casi suena a herejía pensar que algo en apariencia tan inocente

como una pantalla de tevé, pueda esconder un propósito de control

social , manejado por intereses que ni siquiera podemos imaginar...

110

pero yo estoy convencido que es así. Entonces tenés ...: la tevé por un

lado , Internet por el otro, más toda la porquería impresa que se venden

en los quioscos...más miles de emisoras al servicio de estos intereses

de dominio, a lo largo y ancho del mundo. No te olvides la mierda

que ya reciben los pendejitos en esos ciberjuegos que proliferan como

hongos. Lo que pasa, Pedro, es que para entender un poco mejor lo que

trato de decir, tenemos que aceptar que los argumentos de dominación

mundial acordados oportunamente por Churchill, Rooseveelt y Stalin

en Yalta, han pasado a ser un cuento de hadas después de la irrupción

de la informática. La televisión satelital- y la abierta por supuesto- más

los factores dependientes de la satánica informática- han modifi cado

radicalmente la estrategia y la táctica de dominación universal. Antes...

- vos lo sabes tanto como yo- una política de conquista apuntaba al

control y dominio del territorio enemigo. Conquista generalmente

resuelta luego de incontables batallas, miles o millones de muertos a

costa de ingentes gastos militares; gastos onerosos que, por supuesto,

en más de una ocasión, solía sumir al propio vencedor en un desastre

económico. Y... era así viejo. Ahora, con las mismas ansias de conquista

que parecen estar escritas a fuego en nuestro código genético, los

satélites hacen las veces de virtuales ejércitos de ocupación. Antes, las

revoluciones que volteaban los gobiernos de turno, siempre contaban

con las fuerzas armadas como cómplices del esthablismenth dominante;

ahora el terrorismo y el miedo que éste genera, aunado al otro miedo que

los medios generan en la opinión pública, son sufi cientes para producir

los cambios interesados. Ha quedado enterrado ese viejo patrón que

condicionó la conducta humana guerrera durante siglos. ¡Ya no hacen

falta grandes batallas militares para consolidar el poder! De todos

111

modos, eso es algo que nunca desaparecerá por completo, claro. La

destrucción del otro; la muerte del otro; el asesinato colectivo, siempre

será parte de nuestros malditos códigos genéticos ; por eso, siempre

estaremos obligados a ejercitar nuestros peores instintos. Hay que

admitirlo Pedrito ; es algo que tenemos registrado a fuego en nuestro

ADN.

-Tenés razón che...Siempre una guerrita por aquí o una guerra por allá

¿viste?

Los dos ríen largamente.

-Dale...seguí Gallego; está interesante la cosa.

-Bueno...te decía que estoy convencido de que la informática, la

cibernética, y el extraordinario avance de las disciplinas científi cas de

todo tipo, ya han empezado a modelar el mundo imaginado por Orvell

en “1984”; el violento y desquiciado mundo del que nos hablan otros

cultores de la literatura de anticipación.

-Mierda gallego, sos pesimista como la puta madre...

-¿Y vos creés que me gusta, Pedro? Es la realidad, viejo. Siempre habrá

explotados y explotadores; siempre habrá guerras de hombre contra

hombre porque esto forma parte del maldito sino que arrastramos

desde Adán. La diferencia estriba en que las guerras futuras, serán

fundamentalmente de carácter psíquico, es decir, se harán para controlar

la mente humana, pero..., en caso de combatir, lo harán robots, con

una estrategia y una táctica planifi cadas por ingenieros en cibernética

y electrónica.

-Vos sabés que yo soy un fanático de la literatura de anticipación. Ese

futuro alienante está presente en relatos de Clarke, Dirk, Asimov... no

hablemos de Lovecraft... Pero yo digo ...¿y el terrorismo, gallego? ¿Qué

112

papel jugará el terrorismo en el futuro? ¿Será posible un orden dictatorial

único con la excusa de combatir el terrorismo venga de dónde venga?

-Es una de las alternativas. Imaginate este escenario futuro: el ciudadano

común, paralizado por el miedo y el terror que generarán no sólo los

atentados; ojo... no sólo los atentados. Tengo la convicción que un día los

marginados de todo tipo van a salir a la calle a buscar lo que el sistema no

les ha dado nunca ; eso sí, aclaremos... no va a ser una revolución social

reinvindicatoria; nada de eso; será la revolución de los hambrientos a

los que terminarán por encerrar en guetos para luego ir eliminándolos

lentamente por inanición o a sangre y fuego si fuera preciso. Y cuando

eso pase... bueno... no quiero imaginar siquiera ese escenario. No habrá

policías ni ejércitos que controlen semejante quilombo.

-Sí... la verdad que mejor no imaginarlo.

- Y ojo, yo no descarto incluso los atentados del tipo atómico, mediante la

acción de las bombas sucias nucleares... yo tengo un cuento ...La Valija,

que habla de un atentado de este tipo en el corazón de Londres...

-Che Gallego... espero que me des algo para leer carajo. Che... ¿te pasa

algo...?

-No... ¿Por qué?

-Te veo medio pálido...

-No... Bueno... -la boca de Alonso Lama se contrae- ando un poco mal

de los intestinos... Hace días que....

-¿No cagás...? Todavía seguís con ese problema gallego? ¿Cómo es que

vos decías? La palabra esa....

-Constreñido...

¡Constreñido...! - Ramírez descuelga una estentórea carcajada-

¡Constreñido! ¡Resultaste un gallego fi no carajo! Te vas a cagar de

113

risa pero sabés que muchas veces cuándo me acordaba de vos... veía

tu imagen y de pronto aparecía la palabra constreñido. A vos sólo le

escuché decir esa palabra.

-¿Y cómo vas a decir?

-¿Cómo como vas a decir? ¡No puedo cagar...! Incluso los delicados

por ahí dicen ando duro de cuerpo... pero... -Ramírez volvió a liberar su

risa-. ¿Seguro que te sentís bien? Sí...? Bueno, dale... seguí.

-... no... te decía que el otro peligro potencial es que cuando el quilombo

social se generalice; robos, violaciones, asesinatos por dos guitas,

etcétera, etcétera, el pobrerío decente, la clase media baja, la clase

media y la del privilegio, van a salir todas juntas a la calle a reclamarle

al gobierno que ponga mano fi rme de una vez por todas.

-Y entonces va a suceder que como el estado de derecho no puede de

por sí controlar el quilombo madre sin traicionarse a sí mismo...

- ¿Te imaginás en que desembocará todo, no?

-Me imagino, y eso sí me preocupa porque yo también lo pienso.

- El resultado será que la sociedad en conjunto clamará exigiendo el

hombre fuerte dispuesto a dar guerra sin cuartel. Que alguien controle

al pobrerío descarriado! ¡Pobres sí, pero delincuentes no, carajo!

-Casi como un titular amarillista.

-Que hay que tomar muy en serio Ramírez; muy en serio. ¿Y sabés lo que

va a pasar cuando la violencia política y social se torne verdaderamente

incontrolable?

-Dale...

-Que la ciudadanía en general: pobres, menos pobres, los que aún

conservan un buen laburo y los que tienen la sartén por el mango, en el

afán de que una mano dura e impiadosa vele por sus seguridades, van

114

a renunciar sin duda alguna a todos los derechos civiles, con lo cuál, ni

te cuento hermano...; con la excusa de exterminar la violencia delictiva,

van a terminar por perseguir a sus verdaderos enemigos. ¿Moraleja?

Se te van a meter otra vez en tu casa, te van a afanar todo, incluso a tus

hijos, amén de que van a terminar cogiéndose a tu propia esposa.

-Como ya lo vimos pero potenciado...

-Exactamente!

Ramírez observa otra vez el sufrimiento instalado en la cara de su

amigo.

-Che gallego...! ¡Mirá la cara que tenés...! ¿Por que no tratás...

-¿De ir al baño...?

-No ¡de ir a cagar! Hablá con propiedad gallego...!

Alonso Lama ríe unos instantes sin liberar la risa. Sabe que su amigo no

ignora sus ridículos prejuicios respecto a las más elementales funciones

fi siológicas. Prejuicios con las fl atulencias; prefuicios para ir al baño y

ejercitar sus necesidades biológicas si en derredor del baño hay alguien,

conocido o no. Sabe que Ramírez siempre lo ha verdugueado por eso.

Pero sabe también que hay momentos en que la voluntad no basta para

controlar lo que dicta natura.

-Che... Pedrito... me disculpas...

-¿Tenés que ir a cagar...? ¡Andá hermano,andá!

-Sí pero...

-Sí gallego...ya sé que necesitás tiempo. ¡Olvidate de que estoy yo! –de

pronto Ramírez, recuerda que su amigo puede llegar a estar casi una

hora a la espera de evacuar, cada vez que le sobreviene una crisis de

este tipo-. Eso sí Gregorio...¿No tenés algo para que lea mientras tanto?

Algo tuyo...

115

-Sí, sí... justo en la compu tengo un cuento que acabo de corregir para

un concurso en España. Lo estuve retocando hace un rato. No tenés

más que darle enter porque todavía no lo saqué de pantalla. Mirá la

casualidad... La temática tiene relación con parte de nuestra charla; me

refi ero a cuestiones de alta política...hablo del Imperio, claro.

-¿Cómo se llama el cuento, che?

-Top Secret.

-Bueno dale... en serio hermano; andá tranquilo. Tomate el tiempo del

mundo.

116

“TOP SECRET”

“…no sé como contarte esto Jane... pero creo que a John le pasó algo.

Temo lo peor... ¿Y cómo quieres que me sienta? ¡Hace días que no

sé nada de él! Hice la denuncia policial pero hasta ahora ni el menor

indicio. Ya sabes cómo es él... cuando sabía que se demoraría por asuntos

de trabajo, me llamaba para evitarme una preocupación. ¿Qué...? No,

no... no se trata de asunto de polleras; bueno... al menos así lo creo. Tu

hermano es un anglicano en todo el sentido de la palabra. Verás... pensé

mucho antes de tomar la decisión y de pedirte que vinieras; en parte

porque has debido movilizarte desde Harrisburg con todo lo que ello

implica, y en parte también por el tenor extremadamente confi dencial

de lo que debo contarte. Pero antes vamos a hablar un poco de John. Tú

sabes que tu hermano desde chico mostraba una particular predisposición

de carácter psíquico, ese tipo de cosas extrañas de la mente. Sí, sí...,

por supuesto que me enteré de las travesuras que llevaban a cabo

cuando eran niños... ese don que siempre tuvo para mover los objetos a

distancia... Telekinesis o algo así... Exacto Jane. Pero esto no es lo más

importante de tu hermano. Verás... el día que nació Elizabeth ocurrió un

hecho extraordinario: mi médico de cabecera me había anticipado unos

días antes del parto, que no podría atenderme; que tenía que disculparlo

porque la fecha condecía con el inicio de un congreso de ginecología

muy importante para él; creo que presentaba una tesis o algo así. El caso,

Jane…, es que esto me puso extremadamente nerviosa; ya sabes cuán

estúpida somos las mujeres en ese aspecto; sabemos incluso que en el

mundo millones de mujeres indígenas paren solas, pero... una pretende

que su médico esté a la hora en la cuál traemos los hijos al mundo. En mi

117

caso más aún, por mi condición de primeriza. Esperá..., no te inquietes.

Debo terminar de contarte esto para que puedas comprender el resto.

Pues bien..., fue tal el miedo y la angustia que empecé a sentir, que

John se alarmó. Entonces, en un momento - lo recuerdo perfectamente

porque estábamos sentados a esta mesa aquí en la cocina- me tomó de

las manos y me dijo que me quedara tranquila; que el Doctor Fitgerald

-... no sé si tienes presente el nombre de mi médico- me atendería en

el parto. Recuerdo que lo miré con los ojos llorosos sin entender nada,

Jane. Pero de pronto... -mira, cada vez que lo recuerdo se me eriza

la piel- sentí que algo penetraba en mi mente y en todo mi cuerpo;

una increíble sensación de seguridad. ¿Qué pasa? Te conozco Jane…;

con esa mirada sé lo que estás pensando: efectivamente…, el doctor

Fitgerald me atendió en el parto. Todo el tiempo vi su mirada como

extraviada pero las cosas funcionaron de maravilla. ¿Qué había pasado?

Que John, en estado de trance, tomó literalmente el pensamiento, la

voluntad del médico, y éste no pudo hacer nada para evitarlo. Sí Jane,

sí... Pon otra cara por Dios! John es capaz de manejar la voluntad de

las personas. Parece una locura pero no lo es. Desde que comenzaron a

pasar estas cosas, he debido replantearme mis propias ideas frente a los

fenómenos de la inteligencia y el funcionamiento del cerebro. Mucha

tecnología, grandes logros científi cos querida… pero en el campo del

psiquismo, todavía consideramos como rarezas, ciertas manifestaciones

espirituales. Tu hermano posee esos poderes paranormales para lo que

no encontramos nombre; claro, como saberlo si John nunca quiso

consultar a nadie. ¿Hipnotismo? No, no; no fue hipnotismo. Observé

que tuvo entre sus manos unos minutos una foto del médico - te aclaro:

Fitgerald es amigo nuestro; yo soy muy amiga de su esposa- y... que

118

nada… que luego se produjo ese hecho casi increíble, tal como acabo

de contártelo. El me confesó en cierta oportunidad que esos poderes se

le habían manifestado mucho tiempo atrás; que nunca quiso decirme

nada para no alarmarme. Que él mismo estaba muy asustado y que no

sabía qué hacer al respecto. Este fue el comienzo del drama; por eso te

mandé llamar. Pero lo que falta por contarte te va a asombrar mucho

más. Bien... como tú sabes, lo del médico ocurrió... sí... casi 3 años

atrás; la nena cumple 3 añitos el mes que viene. Nos habíamos olvidado

del episodio. Yo respetaba el pedido de John: no quiero que hablemos

de ese tema nunca más, me dijo en cierta ocasión. Así lo hice. Pero

unos días atrás, poco antes del día de Acción de Gracia... sí, sí, ahora

lo recuerdo bien…ocurrió durante la fi esta de casamiento de la hija de

un matrimonio muy amigo. Claro! Si yo te hablé de ese acontecimiento.

Verás... En medio de la reunión ocurrió un hecho terrible: la pequeña

hija de este matrimonio- una encantadora rubiecita de sólo 4 años- no

se sabe cómo, pero en un descuido, cayó desde uno de los balcones

interiores de la casa y quedó tendida sobre el piso de mármol de la sala

de recepción. Te imaginarás el revuelo... La madre se desmayó y el

padre comenzó a correr de un lado a otro pidiendo auxilio. No sé quién,

pero alguien llamó al 911. Entre los invitados había dos médicos: un

pediatra - casualmente el médico de cabecera de la nena- y un clínico.

Recuerdo que estaban en la barbacoa, así que cuando llegaron a la sala,

debieron abrirse paso para prestarle los primeros auxilios a la nena.

¿John... ? Al principio, aturdida mentalmente, no me di cuenta que

pasaba con él. Cuándo reaccioné, lo vi de pie frente al cuerpo de la

criatura, con los ojos cerrados... sí, sí, supongo que en estado de trance.

Lo cierto fue que cuándo los médicos, después de palpar a la nena,

119

el clínico había regresado del auto con su maletín- y auscultarla, el

drama... Primero se miraron entre ellos haciendo nones con la cabeza;

luego volvieron a palparla, y yo, que estaba al lado, escuché que el

pediatra le decía no hay nada que hacer; se desnucó. No, Jane, no; no

te pongas mal. La nena se salvó a Dios gracias. John lo hizo. ¡Por favor

cállense todos!, gritó como poseído. Se hizo un silencio de templo;

nadie se movía. Entonces él se acercó a la nena, puso sus manos sobre

su cabecita, y comenzó a murmurar unas palabras por lo bajo que yo

no podía entender lo que decía. Luego se levantó y he aquí lo increíble:

la criatura abrió los ojos y comenzó a llamar a los gritos a la madre.

Así como te lo cuento, Jane... Los médicos se quedaron petrifi cados;

durante unos segundos se miraron...- recuerdo que decían no puede ser;

no puede ser; es imposible -. Después lo tomaron de un brazo a John y

durante un largo rato se encerraron en una de las habitaciones. Cuándo

salieron... no sabes... vítores, gritos, aplausos, todo el mundo que lo

palmeaba... ; los padres enloquecidos besándolo y abrazándolo...; en

fi n, un delirio, querida, un delirio.

Margaret está sola en la casa. Ayer a la noche dejó a su hija al cuidado

de su abuela paterna. Dos días atrás ha hablado con John, a siete días de

la desaparición misteriosa de su esposo. El mensaje aún gira entre los

intersticios de su mente: Estoy bien Margaret. Lamento todos estos días

de silencio. Por mi trabajo, fue imposible llamarte antes. Tranquilízate.

Todo va a salir bien. Tengo la promesa de Ellos, lamento no poder de-

cirte quienes son pero espero que después de esto me dejarán tranquilo.

He debido viajar muy lejos para cumplimentar la misión. No puedo

darte más precisiones. Pronto estaremos juntos nuevamente. Cuida a

120

la niña. Te amo.

Desde entonces, desde siempre, conjeturas. Todas. ¿Qué había pasado

con John? ¿Quién o quienes lo habían arrebato de su lado? ¿Y con qué

objetivo? Preguntas por la mañana; preguntas por la tarde; preguntas

por la noche; incluso preguntas durante el escaso sueño- las dosis

de Valium ya resultaban insufi cientes para controlar tanta angustia y

ansiedad-. En medio de tanta confusión sólo una cosa resultaba cierta :

los responsables de esta situación estaban al tanto de los excepcionales

poderes psíquicos de su esposo.

Sabía que formaba parte de una sociedad donde millones de personas

ejercían el metódico y pertinaz trabajo de vigilar al resto de los

habitantes que conformaban la población estable de la gran potencia

de Occidente. Más aún: los vigiladores se vigilaban entre sí. Por

imperio de un sistema perverso, todos se desconfi aban mutuamente:

el FBI, la CIA, la DEA, la Agencia de Seguridad Nacional...; cada uno

de los estamentos de informaciones del estado ejercía un contralor

solapado y oculto, infi ltrando sus respectivos agentes en el corazón

de las restantes organizaciones. Margaret también sabía que cualquiera

podía ser un espía: el dueño de la tienda, el cartero, el recolector de

residuos; la simpática pareja que vivía enfrente de su casa; el repartidor

de leche; el hombre que todas las mañanas pasaba por la calzada

haciendo aerobismo... Infi nidad de veces se había ocultado detrás

del cortinado de la habitación husmeando hacia la calle, con la idea

de ver la típica camioneta con la antena en el techo o el automóvil

desconocido con los hombres de gafas oscuras en su interior. Pero nada

de eso había ocurrido; entonces se dijo que esas cosas pasaban sólo

en las películas. Si la vigilancia no era oculta no era vigilancia. Por

121

otra parte, era consciente que el estado poseía elementos mucho más

efectivos y discretos para llevar adelante semejante tarea. Que ahora

existían satélites de seguimiento personal capaces de detectar todos

sus movimientos, incluso aquellos realizados en su propio hogar. ¿Para

qué llamar la atención con vehículos y personas estacionadas en el

vecindario?

Después de la desaparición de John había tratado de armar el complejo

rompecabezas, desde el mismo momento en que su esposo había dejado

de volver a la casa.

Aquel día - como siempre - él se había marchado hacia su estudio a las

ocho de la mañana. La llamó pasadas las doce del mediodía para decirle

que todo estaba bien y que pensaba regresar no más allá de las dieciocho

horas. Luego el silencio. Durante los últimos días, sólo intentando

elaborar con precisión quirúrgica cada uno de los movimientos de John

a lo largo de la última semana. Día por día. Hora por hora. Tomándose

incluso el trabajo de recordar los detalles más nimios, las palabras más

intrascendentes, los gestos de su cara, sus miradas sentados a la mesa;

las charlas casi religiosas frente al hogar después de la cena; incluso

desbrozando las imágenes de los momentos en los cuales habían hecho

el amor. Pero todo había sido inútil. Ningún indicio, ni el mínimo

elemento esclarecedor.

Ahora está sentada frente al hogar, contemplando sin ver los leños que

arden escupiendo volutas verdes y rojizas.

Llueve. El viento, arranchado, empuja las gotas contra los amplios

ventanales biselados. Del cassette del grabador instalado en la cocina,

le llega you do not cry by me, Argentina, la canción emblemática de la

ópera “Evita” que tanto emocionaba a John.

122

La calle parece ausente. De pronto, el disparador de recuerdos, fi ja una

imagen holográfi ca que se instala frente a sus ojos: John recibiendo un

sobre grande y marrón. Trata de congelar la imagen en su cerebro. No

puede. El cerebro lanza a borbotones retazos dispersos recreados desde

distintos vértices, como tomas ordenadas por un invisible director de

cine: John con una sonrisa caminando hacia la puerta de calle; John

abriendo la puerta mientras el empleado de Fedex le entrega un papel...;

John que lo fi rma; las palabras al viento que no llegan a sus oídos...;

el empleado que sube al vehículo de Federal-Express mientras John

comienza a rasgar el sobre; ella que lo contempla desde el parque

mientras sostiene unos tallos de rosas que ha cortado...

Sintonía fi na. Retrocede. Vuelve al instante en que John abre la puerta;

el holograma del recuerdo hace zoom con la imagen; entonces lo ve : ve

el maldito auto azul de las películas sobre la acera opuesta- semi oculto

por el vehículo de las encomiendas -, con los dos tipos de gafas oscuras

observando todo. Se revuelve en el sillón. El fuego hace universos de

estrellas en medio de pequeñísimas explosiones.

Se lleva ambas manos a la cara. Un esfuerzo más. La cinta del pasado

contiene algunas fi lmaciones aún ocultas. Ella ha venido caminando

hacia la gran sala de recepción. John la mira. Parece nervioso. Ya ha

rasgado el sobre. Otra vez sintonía fi na con la imagen : ve el pequeño

rictus en la boca de su esposo. ¿De qué se trata, John?, pregunta con

naturalidad mientras huele el perfume de las rosas amarillas. ¡Oh, nada

de importancia, Margaret! Papeles de rutina del trabajo...

Ahora percibe cierta impostación insegura en la voz de John. Luego él

que se retira hacia la escalera que conduce a su escritorio y el episodio

que termina allí.

123

¿Porqué- se pregunta ahora-, esa imagen que podría develar parte del

enigma, recién explotaba en su cerebro? ¿Cómo no había reparado antes

en este suceso que entonces le pareció rutinario, a tono con la ortodoxia

de los menesteres hogareños? ¿Acaso tal vez por eso?

De un salto se incorpora del sillón. Ganada por una ansiedad incontrolable,

sube de a dos por los escalones de mármol blanco. Sintiendo que el

corazón le obstruye la garganta, penetra en la espaciosa nave del estudio

de John. A lo largo de estos días ganados por la incertidumbre, varias

veces se había instalado en aquella sala de alfombrado mullido, tratando

de hallar el oráculo esclarecedor. Había hurgado en los cajones del

escritorio y en los anaqueles de la biblioteca sin demasiada convicción,

cierto es. En realidad se había dedicado a investigar prolijamente el

contenido de la PC, consciente que John llevaba un registro minucioso

de sus actividades a través del ordenador. Fichas, páginas Word

relacionadas con su trabajo e incluso una exhaustiva mirada a su correo

personal( ella tenía la clave de ingreso) siempre con resultado nulo.

Esta vez será diferente. Tal vez John no haya eliminado el sobre: el

logo de Fedex no es fácil de ocultar. Otra vez hurgar en los cajones del

escritorio y los anaqueles de la biblioteca sólo que ahora el trabajo de

búsqueda es más riguroso y exhaustivo. Nada. Ni rastros del maldito

sobre. Sólo queda el pequeño arcón que guarda los objetos más preciados

de los padres y abuelos de John. Cartas y viejas fotografías familiares.

Margaret recuerda que lo había abierto unos días atrás aunque no con

demasiadas esperanzas. Ella conoce casi de memoria los ancestros

itálicos de su esposo, los abuelos palermitanos llegados a Nueva York

en la década del 50. ¿Acaso podría haber algo de mafi oso en esta

turbia historia? Los hijos de Sicilia habían emigrado a América con

124

lo mejor y lo peor de su cuño. Lo sabía. Pero el abuelo gozaba de una

trayectoria impecable. Una cadena de cantinas y trattorias que John

había recibido como herencia. Negocios que aportaron y aportaban al

fi sco religiosamente. Claro que una nunca podía saber la fi na tangente

que separaba lo legal de lo ilegal, y menos en un país en el cuál el

propio estado era maestro en el arte de ocultar bajo la alfombra, ciertas

cuestiones non sanctas del poder...

Imprevistamente, el sobre. En el último rincón del arcón, debajo del

compendio de la historia familiar, como soportando todo el peso de la

idiosincrasia ancestral de su esposo.

He aquí algo raro. ¿Por qué John había ocultado en forma tan diligente

la misteriosa carta? Amarga decepción. El no era de ocultarle cosas,

pero esto resultaba irrefutable. Segunda sorpresa: en el interior del

sobre, varios folios con el rótulo Top secret en la portada superior. Al

fi nal, la foto de un hombre cuyos rasgos le resultan familiares. ¿Dónde

había visto esa cara rechoncha coronada por escaso cabello? Demasiada

presión para su cerebro agitado e hiperactivo. Pero está segura que esos

rasgos forman parte de un negativo fotográfi co que por ahora su cerebro

se niega a revelar.

Comienza a leer. Debajo del rótulo, un título: “Algunos prolegómenos

sobre la guerra psíquica, en aras de la conquista del poder mundial”.

Y a continuación, el texto:

“El misterioso pasajero subió a bordo del submarino atómico Nautilius

el 25 de Julio de 1959. El submarino se hizo inmediatamente a la

mar y, durante dieciséis días, recorrió las profundidades del Océano

Atlántico. El pasajero sin nombre se había encerrado en su camarote.

Sólo el marinero que le llevaba la comida y el capitán Anderson,

125

que le hacía una visita diaria, le habían visto la cara. Dos veces al

DIA, enviaba una hoja de papel al capitán Anderson. En tales hojas

aparecía una combinación de cinco signos misteriosos: una cruz, una

estrella, un círculo, un cuadrado y tres líneas onduladas. El capitán

Anderson y el pasajero desconocido estampaban sus fi rmas en la

hoja, y el capitán Anderson la encerraba en un sobre sellado después

de haber introducido dos tarjetas en su interior. Una de ellas llevaba

la hora y la fecha. La otra, las palabras “Muy secreto. Destruirlo en

caso de peligro de captura del submarino”. El lunes 10 de agosto

de 1959, el submarino atracaba en Croyton. El pasajero subió a un

coche ofi cial, que bajo escolta, lo trasladó al aeródromo militar más

próximo.

Algunas horas más tarde, el avión aterrizaba en el pequeño aeródromo

de la ciudad de Friendship, en Maryland. Un automóvil esperaba al

viajero. Le condujo hasta un edifi cio que ostentaba el rótulo “Centro

de Investigaciones especiales Westinghouse. Prohibida la entrada a

toda persona no autorizada”. El coche se detuvo ante el puesto de

guardia, y el viajero preguntó por el coronel Willian Bowers, director

de Ciencias Biológicas de la Ofi cina de investigaciones de las Fuerzas

Aéreas de los Estados Unidos.

El coronel Bowers le esperaba en su despecho.

“-Siéntese, teniente Jones- le dijo-.¿Trae el sobre?

Sin decir palabra, Jones tendió el sobre al coronel, que se dirigió a

una caja fuerte, la abrió y sacó de ella un sobre idéntico, a excepción

únicamente de que el sello no llevaba la inscripción “Submarino

Nautilius”, sino “Centro de Investigaciones. Friendship, Maryland”

El coronel Bowers abrió los dos sobres y extrajo de ellos sendos

126

paquetes de sobres más pequeños, que abrió a su vez. Los dos hombres

en silencio juntaron las hojas que tenían igual fecha. Después las

cotejaron. Con una coincidencia del 78%, los signos eran los mismos

y estaban colocados en el mismo orden en las dos hojas que llevaban

la misma fecha.

“- Estamos en un recodo de la historia-dijo el coronel Bowers-.

Por primera vez en el mundo, en condiciones que no permitían el

menor truco y con una precisión de casi ocho aciertos sobre diez, el

pensamiento humano ha sido transmitido a través del espacio, sin

ningún intermediario material, de un cerebro a otro cerebro. Usted

allí en el Nautilius, teniente Jones, y aquí un tal Smith, un estudiante

de la Universidad de Duke. Usted en el submarino, a 2000 kilómetros

de distancia y a varios centenares de metros de profundidad y Smith

aquí, probaron con precisión asombrosa la posibilidad de que los

cerebros humanos se comuniquen a distancia.

Este acontecimiento científi co asombroso, fue comunicado al

Presidente Eisenhower, dando cuenta de la posibilidad de emplear

el mismo procedimiento en cuestiones militares, en una especie de

guerra psíquica contra la Unión Soviética. (*)

El comienzo de esta historia se remite a un artículo publicado en el

suplemento dominical del New York Herald Tribune, el 13 de Julio de

1958, fi rmado por el gran especialista militar de la Prensa americana,

Ansel Talbert.

Éste escribía: “Es indispensable que las fuerzas armadas de los Estados

Unidos sepan si la energía emitida por un cerebro humano puede infl uir,

(*) Tomado de “El retorno de los brujos” de Louis Pauwels y J. Bergier

127

a millares de kilómetros, en otro cerebro humano... Se trata de una

investigación absolutamente científi ca, y los fenómenos comprobados

son, como todos los producidos por el organismo viviente, alimentados

en energía por la combustión de los alimentos en el organismo...

La amplifi cación... .

Margaret avanza en la lectura. Otros títulos se deslizan ante su vista:

“El fenómeno parapsicológico como arma de dominación” “La

URSS considera la guerra psíquica como campo experimental de

nuevas confrontaciones”. “EE.UU. en la defensa del mundo libre; la

tercera guerra mundial se librará por medios inasibles e invisibles,

sin el empleo de las armas de destrucción masiva”

Al pie de la última hoja, en un recuadro en letras rojas, lee: “Por razones

de seguridad nacional, elimínese este documento”

No quiere seguir leyendo. Repentinamente parece surgir la luz hacia el

fi nal del túnel. El nombre Bowers se acurruca en algún lugar recóndito

de su cerebro. Le suena familiar. “Bowers, Bowers...”, piensa, tratando

de encontrar algún indicio esclarecedor. Pero es inútil. Ya no tiene dudas

que Jonh ha sido tomado por los servicios de inteligencia, llámense

como se llamen. ¿Pero cómo supieron ellos de los poderes psíquicos de

John? ¿De qué manera se habrían contactado con él?

¿Acaso su esposo le ocultó información al respecto? Lo cree improbable.

Sabe que John es transparente. Que peca de ingenuidad. Abierto como

un libro. ¿Pero entonces... ?

El escenario de la fi esta se instala nuevamente en su mente. Trata de

registrar uno por uno los rostros de los invitados desconocidos para

ella : El simpático matrimonio de abogados; la mujer rubia parecida

128

a Marilyn Monroe, sola, aislada del resto de los invitados...; el

comisionado Preston...; el agregado cultural del consulado de Italia...;

el rector de la Universidad; en fi n, toda gente respetable con empleos y

profesiones respetables; claro que en una sociedad donde el espionaje

era la columna vertebral de la nación, todo era posible.

Margaret continúa instalada en la sala de recepción del matrimonio

amigo, mientras los anfi triones le van presentando uno por uno a los

distinguidos invitados. La memoria se esfuerza; rechinan las neuronas

activando todos los componentes químicos de la materia gris, la mielina,

el axón, las dentritas y las sinapsis, se aúnan para conformar la esencia

de la razón y el pensamiento, el numen de la maquinaria depredadora

humana.

Recuerda que el matrimonio amigo hace un culto de la puntualidad; por

eso se ha formado una larga fi la al ingreso de la residencia. Algunas

caras aparecen borrosas; las vestimentas se mezclan, sabe que los

colores tal vez no se correspondan con las imágenes holográfi cas del

recuerdo.

Se ha cerrado la puerta. Todos los invitados se han repartido a lo largo

y ancho del espacioso parque. Los sones de la orquesta de cuerdas

transitan por los invisibles corredores del espacio cargando el aire

con los decibeles musicales de Mendelssohn. El inglés del poblado de

nombre difícil, se hace pentagrama a través del Sueño de una noche

de verano.

Transcurren quince o veinte minutos. Mientras los invitados van

tomando asiento para asistir a la ceremonia - John se ha desprendido

y charla animadamente con un hombre de negocios- ella ha ido con

su amiga hasta el cuarto donde la hija recibe los últimos retoques. “Es

129

el día más feliz de mi vida, Margaret” le susurra Beatrice, y siente el

abrazo de su entrañable amiga. Las imágenes se han tornado morosas;

cuadros tras cuadros van desfi lando por su mente como si intuyera que

el hilo de Ariadna está a un paso de ser tomado entre sus manos. Alguien

reclama por micrófono a los anfi triones. Las corcheas y las fusas, nacen

y mueren en el aire impregnado de perfumes. Ella avanza hacia el

verde césped tomada del brazo de Beatrice. Suena el timbre. Alguien

asoma la cara por el ventanal que da al jardín. “¡Bowers!, lanza Beatrice

mientras la arrastra de la mano hacia la puerta. Su amiga franquea

la entrada. Aparece un anciano, de ojos particularmente azulinos y

mirada penetrante. Lo acompaña una bella mujer. Beatrice se abraza

largamente con ambos. Luego se da vuelta y la mira.”Ella es mi mejor

amiga, Margaret. Querida, la señora Loisa Keaton y el sinvergüenza de

William Bowers, su esposo. No creí que vendrían. ¿Sabes? William es

un viejo amigo de mi infancia, un alto militar retirado que se ha venido

desde Friendship para estar en este momento especial de mi vida”.

Presiente que el Bowers del relato se corporiza en las imágenes del

pasado reciente. De todos modos, si bien cierto es que condicen el

nombre y el cuartel, no puede creer que se trate de la misma persona.

Demasiada casualidad. ¿O causalidad? La nota que hace referencia al

coronel de la experiencia psíquica, contiene una fecha precisa: Julio de

1959. Ha transcurrido más de un cuarto de siglo desde entonces. Sin

embargo, coinciden nombre, alto rango, e incluso el coto geográfi co

aludido en la nota. Tal vez debiera llamar a Beatrice.

Piensa en John.

Enciende un cigarrillo. El silencio de la casa la traspasa. Se suma al

silencio ominoso que llega del exterior. Es las seis de la tarde. Las

130

primeras sombras invernales y los juegos electrónicos han sacado a los

niños de la calle. Sabe que es la hora de los orgasmos clandestinos,

de los orgasmos vírgenes, y también el de los orgasmos rutinarios y

cansinos derivados de la ingesta rutinaria de tantos psicotrópicos.

Piensa en John.

Ya ha conectado la alarma y ha pasado los cerrojos a las puertas

reforzadas de su casa. Es la hora del miedo colectivo.

Como todos - desde el Presidente hasta los millones sin techo que

viven de la caridad pública cada vez más escasa; desde los hombres

y mujeres que se mueven a esas horas en los transportes públicos,

hospitales e iglesias; desde los pequeños y los grandes comerciantes;

desde los presos de las cárceles y sus carceleros; desde los vagabundos

y los delincuentes que pululan por las calles desiertas en busca de otras

víctimas - ella también padece el miedo generalizado y de rutina.

Piensa en John.

Siente la ausencia masculina.

Con ambos pulgares, presiona la cuenca de sus ojos tratando que la

imaginación haga viva en la estancia silenciosa, la presencia holográfi ca

del hombre que ama.

Los ladridos del doberman de su vecino contiguo golpean sobre sus

tímpanos como golpes metálicos descargados por un martillo invisible.

La imagen se desdibuja en medio de grotescos retazos de restos

corpóreos y prendas de vestir. Una vez más se dice que debería llamar a

Beatrice. ¿Y si el Bowers de la fi esta fuere el Bowers del relato?

Piensa en John.

Tiene la impresión de que algo está por suceder. Cree percibir entre

los miasmas del aire los sonidos entrecortados de una voz humana.

131

Ya no tiene dudas: su esposo está tratando de establecer una conexión

telepática. Emisión y recepción. ¿Pero será ella una buena receptora?

Recuerda que en tono de broma, él siempre le decía que podía leer sus

pensamientos. Y siempre acertaba. Por ejemplo, si estaba receptiva para

el amor o cuándo la libido sexual se llamaba a reposo.

Se maldice de no haberlo intentado antes.

Piensa en John.

Trata de liberar las neuronas del pensamiento. Intuye que ellas

podrán hacer el milagro. Y el milagro se produce; después de todo -

como química - bióloga, sabe que somos la resultante del compuesto

interestelar del Universo.

A través del éter, la voz de John comienza a instalarse en su cerebro:

“lamento la tardanza querida Margaret, pero no pude ingresar antes

en tu pensamiento. No estabas receptiva. Además, Ellos me controlan.

Sólo puedo decirte que soy parte de una maquinaria militar temible para

lograr el control del mundo por medios psíquicos. Se trata de modifi car

la propia ideología de nuestros enemigos manipulando la acción de sus

voluntades. Hace años que trabajo en esto. Nunca antes te lo confesé por

razones de seguridad. Pero ahora está en juego nuestro futuro y el de

nuestra amada hija. Y también- debo admitirlo- está en juego la seguridad

nacional. O somos nosotros o es el enemigo; enemigo que también utiliza

los mismos recursos aunque sabemos que lo hacen en una escala inferior

a la nuestra. No estoy solo. Somos un grupo de soldados del psiquismo y nos

hemos instalado en la propia red neuronal de nuestro enemigo excluyente,

sin que éste lo sepa. Dentro de poco, la humanidad será sacudida por una

132

noticia que la paralizará. Para entonces, habremos logrado la hegemonía

política absoluta. Me están llamando. Cuida a nuestra hija. Te amo”

Piensa en John.

Tiene la sensación que un alfi ler invisible ha comenzado a pinchar

cada una de las palabras del mensaje telepático; al fi nal, apenas

audible, percibe una vaga referencia a la fotografía del arcón. Presiente

que el mensaje encierra una clave. En un último arrebato, estruja su

pensamiento como si su cerebro fuere una esponja capaz de retorcerse.

Pero es inútil. Las sinapsis neuronales la han devuelto al patrón de sus

códigos genéticos.

Piensa en John.

Ahora la lluvia es un aguacero furioso y gime como una sinfonía lúdica

entre los intersticios de puertas y ventanas. Se levanta. Como una

autómata, asciende los escalones de carrara, el mismo mármol blanco

que alguna vez inmortalizara el genio de Miguel Ángel. Está otra vez

sobre la mullida alfombra. El fantasma holográfi co del hombre que ama

la ha seguido hasta allí y ahora siente su inasible presencia en cada

rincón de la silenciosa sala.

Piensa en John.

La mano abre el arcón como si abriera una caja de Pandora. Intuye el

secreto como una manifestación tenebrosa del espíritu humano. Homo,

homini lupus est, siempre el hombre contra el hombre.¿Era acaso Dios

el demonio? ¿O acaso el demonio se había convertido en nuestro Dios?

En todo caso, la existencia misma parecía ser un juego de perversidades

que tenía al hombre como eje de un proyecto apocalíptico. Debería

llamar a Beatrice. Bowers parecía tan encantador... El mal es sin duda

el más perfecto camaleón. Capaz de mimetizarse incluso en un ángel de

133

la luz. Todo parece ser una trampa gigantesca.

Piensa en John.

La foto está otra vez en sus manos. Ha visto ese hombre en algún lugar

pero el maldito mecanismo de su memoria se niega a revelar el negativo.

Vuelve al memorando secreto. Los títulos de sus páginas saltan entre las

aristas cerebrales: “Hitler era un médium” “Los nazis, pioneros en la guerra psicológica.” “ El fracaso de Vietnam”. “Terrorismo: la amenaza futura”. “Hacia la conquista del aparato político del Soviet”. Se detiene. Piensa en John y de alguna manera, siente que John piensa

en ella. John arrastra el índice de su mano hacia un pequeño título en

negrita: “El objetivo supremo. El hombre a conquistar”. Ahora la memoria ha soltado la imagen del pasado como una catapulta

en el momento de arrojar la gran piedra. Piensa en John. Piensa en

Bowers. Piensa en su hija. Siente de pronto que se instala en ella toda la

angustia colectiva de la raza. Lee el nombre que descifra el enigma de

la foto: Mijail Sergueijevich Gorvachov.

134

135

TARTAGAL IV (BIS)

136

137

-Che, gallego... pero vos resultaste un sadomasoquista...

Alonso Lama enciende el primer cigarrillo de la noche. Lo vuelve hacia

él y observa el rojizo resplandor del tabaco ardiendo.

- Tenés razón Pedrito. Debo tener algo de eso, pero sabés qué pasa...

¡hace 20 años que no tenemos una puta charla política, carajo!

¿Qué querés? ¿Hablar de boludeces?

-No, no; tenés razón gaita. Dale, dale...; vos sabés que me pasma

charlar de política ; lo que pasa es que yo estaba convencido de que

estábamos caminando hacia una esperanza cierta. Por eso me metí con

los piqueteros...

Ambos golpearon sus copas al unísono.

- Después me gustaría que me cuentes tu experiencia en ese asunto de

los piquetes. Por eso estoy aquí. Los de Madrid quieren saber de que

mierda se trata... Incluso no estaría nada mal hacerte un reportaje.

Me imagino que formás parte de la dirigencia...

-Hasta ahí nomás Gregorio; en realidad quise mantenerme siempre en

una segunda línea. Estoy bien con todos pero yo quiero mantener cierta

independencia para plasmar mis propias ideas. Pero ya vamos a hablar

de eso; ahora me interesa que sigas con lo tuyo. Me interesa de verdad

eh. Siempre te dije que con vos aprendo cosas...

Alonso Lama aprieta cálidamente uno de los brazos de su amigo.

-Está bien... sigo. Como te dije, estoy preparando un ensayo respecto

al futuro mapa político mundial. He tomado como eje del trabajo, la

generalización del terrorismo a escala mundial; pero sobre todo, el

138

papel que juegan y jugarán esos monopolios de la información a los que

estamos haciendo referencia. Respecto al terrorismo... tengo la jodida

sospecha de que los que tienen la sartén por el mango, en algunos casos

lo fomentan – me refi ero a los atentados- ; vos dirás

que boluda locura dice el gallego... Pero ojo, Pedro, mientras lo puedan

controlar, es un arma formidable que les permitirá recortar en benefi cio

propio, casi todas las libertades individuales. Durante mucho tiempo, la

política se sirvió del poder económico para consolidar el absolutismo;

pero hoy es diferente...

-El inmenso poder económico representado por oligopolios y monopo-

lios, se sirve del poder político para consolidar el dominio...

-Totalmente de acuerdo. La verdad que no suena a algo descabellado.

El egoísmo marca el derrotero humano; en unos más que en otros. Lo

que pasa es que en esos que tienen la sartén por el mango como vos

decís, el egoísmo es feroz; de alguna manera, esos hijos de puta han

sido programados por la naturaleza para no llorar ni sobre el sufrimiento

ni tampoco sobre la sangre ajena, ¿no? Para ellos, la única patria es el

poder y el dinero.

-Así es, hermano; así es. ¡Si habremos hablado en el Tokio sobre esto...

¿Te acordás...? Y con respecto al asunto de la enorme infl uencia de los

medios, la televisión está haciendo punta. Mirá... yo veo la cosa

de esta manera. A lo largo y ancho de Occidente, la tevé se ha convertido

en el moderno pan y circo de los romanos. Hace poco estuve leyendo un

informe de la Unesco. ¿Sabés cuántos aparatos existen en el mundo?

139

-Ni idea, che.

-¡Más de mil millones! Hagamos un cálculo sencillo. Pongamos tres

espectadores por pantalla ; no podemos decir cuatro o cinco porque por

ejemplo, en Estados Unidos ya tienen más de un aparato por habitante.

Además, en esta estadística, los países musulmanes no occidentalizados

no participan; vos sabés que los tipos –pese a las críticas recibidas y a las

que podemos hacerle a cierto fundamentalismo religioso, - yo creo que

han actuado con mucha inteligencia. Por eso la programación televisiva

pasa por un estricto fi ltro de orden moral. La tienen clara; saben que es

un veneno tanto o más pernicioso que la droga... Pero...en fi n, como te

decía: a tres o cuatro por pantalla tenés cerca de cuatro mil millones de

teleespectadores sentados frente a la caja boba... ¿Cuánto...? ¿Seis horas

por día...? ¿Ocho...? Diez horas por día...? Tal vez me quede corto

porque yo sé de casas dónde está encendida desde la mañana hasta altas

horas de la noche; es tan grande su infl uencia, que en algunos casos,

hay gente que la enciende sólo para sentir su compañía...

-Es cierto, gallego; es cierto lo que estás diciendo. Mientras hablabas

me acordé de algo que me pasó hace un par de semanas. Había tomado

el 136 en Morón para ir a Liniers ; sé que el colectivo es más caro pero

no me banco el tren. Y sabés lo que me llamó la atención gallego?

Desde la altura de la estación Haedo hasta el puente de la General Paz

– no sé si vos te acordás de ese tramo....

-Sí me acuerdo; claro...

-Bueno hermano ; ¿sabés que descubrí? Que uno de cada dos carteles

140

– y ojo, no sé si no me quedo corto –son propagandas de productos

televisivos; de cable y de aire eh. Pero creo que más de cable ¿viste?

-Bueno...eso que decís está en directa relación con el tema...

-Pará, pará...me falta otra cosa; después trato de no interrumpirte más.

Me acuerdo de mi tía Felisa. ¡Es así como vos decís! Todo el día la

tele encendida ¿viste? Y para colmo, tienen una en el comedor, otra en

la pieza de los chicos y otra más en la habitación matrimonial que la

prenden cuando se van a acostar. Que lo parió, che, falta que metan

una en el baño para mirar tele cuando van a cagar, carajo....

-Mirá...la televisión no sé, pero que va a llegar el día que te van a

meter un visor en el ñoba para vigilarte- te acordás que Orwel lo da

como un hecho en su novela?-. Bueno, de eso no tengo dudas. Para

colmo, aunque parezca lo contrario, la puta televisión es el más

antidemocrático de los medios. La radio es más democrática; por

aquello de las FM localistas digo... Pero fi jate que con la televisión, la

cosa es muy diferente. El rico, el de clase media alta y el de clase

media común, tienen en Directv o el cable, la posibilidad de acceder a

un nivel de programación superior – yo no voy a ser tan boludo de no

reconocer que existen cosas muy valiosas en televisión sobre todo si

uno tiene la capacidad de manejarla; -privilegio del cual es privado al

pobre. Para el pobrerío tenemos los abundantes teleteatros de la tarde

para que millones de mujeres condenadas a vivir y morir en la

marginalidad, puedan pajearse mentalmente todos los días con los

galanes que siempre son preciosos, nunca un tipo feo o común como

nosotros che. Te reís... - Alonso Lama no puede sustraerse a la risa

141

contagiosa de Ramírez- . Uno se ríe pero esto es mucho más perverso de

lo que imaginamos. Trato de redondear. Entonces, a millones de mujeres

– perdón, y no sólo mujeres porque el drama es que la ignorancia hace

que sus propios hijos participen de esa mierda general...

-Me acuerdo cuando íbamos a las villas a alfabetizar...¿ Te acordás que

cuando nos aparecíamos por las tardes las minas no nos daban bola

porque estaban emputecidas con los teleteatros?

-¿Y qué te estoy diciendo negro? ¡Drogas de imágenes! Drogas

generalizadas; el acceso a una fábrica de ilusiones confesas unas e

inconfesables otras; una fábrica que alimenta diariamente los sueños

de una vida que no tienen ni tendrán jamás, porque ojo Pedrito, no sólo

les queman las neuronas con la idea de amores prohibidos que forman

parte de la condición humana. Lo más jodido es que con esos programas

y con las boludeces generales que le siguen metiendo por la noche, esa

droga forma parte de un contenido de alta política en tanto y en cuánto

les roba tiempo y neuronas para pensar en los problemas reales. ¿O

no? Y esto es así en todos los países emergentes, aunque te digo una

cosa: España misma no se salva de esta mierda en envase de lujo. Pero

la cosa sigue: programas infantiles donde la violencia es el eje de los

argumentos; muy lejos de la frescura y la inocencia de los programas

que consumíamos en la década del 50 e incluso del 60. Los programas

cómicos en general – hoy con Video - Macht a la cabeza, con lo poco

que he visto me basta y sobra- son, para mi gusto, un asco: procaces,

chabacanos, siempre con el doble discurso de bastardear lo sexual, o

142

buscar generar la risa ridiculizando a pobres tipos que son tomados a la

chacota mediante bromas infames.

Mirá si la televisión estará endiosada sobre todo por la gente de

condición social baja, que las propias esposas de los tipos tomados para

la joda en los programas de Tinelli, son cómplices de las mismas, y con

tal de salir en la tele, ¡no les importa poner al propio marido al borde de

un colapso! No... si es de locos, che. Y el drama Pedro querido, es que

la televisión forma cabezas, las modela con una precisión de relojería

y con una infl uencia mucho más grande que la que nosotros teníamos

con los libros, ¿te das cuenta cuál es el drama?

-Bueno, che..., tampoco hay que cargar las tintas ; no es todo mierda,

gallego. Aún en esa televisión abierta tan cuestionada, hay algunos

ciclos unitarios que realmente tienen calidad. Y también algunos

dignísimos programas de canal siete... para los otros... el despreciado

patito feo de la televisión

-¡Pero claro que sí, Pedrito! No soy un estúpido para no darme cuenta.

¿Pero cuánto representa esto en la programación general? ¿Cuánto?

Una, dos horas de honradez artística contra el resto que es pura mierda.

-Estuviste genial, gallego- ¿Pero cómo pudiste hacer una radiografía de

nuestra tevé estando en España...?

- Es que hay muchas cosas que no sabés, hermano. Me quedé un

tiempo en el 84; volví en el 89 con todo el kilombo... después estuve en

el 93 y en el 97. Lo más reciente lo he descubierto desde las tres

semanas que llevo aquí; hay momentos que no sé qué carajo hacer y

143

me lo paso investigando las producciones que nos mandan de allá. A

propósito... yo sabía que vos te habías venido antes del 84 para quedarte

defi nitivamente. Aprovecho para decirte que durante un tiempo largo

te anduve buscando como un loco. A vos...que sos el rey de las

mudanzas

-Veintisiete tengo ya...

Alonso Lama se atora con su carcajada.

-Veintisiete mudanzas...! ¿Pero qué hacés Ramírez?¿Te rajan los

vecinos...? Cómo carajo te iba a encontrar... Te hice un seguimiento

hasta el 97. Seguí tu rastro durante 4 mudanzas y después... como si

la tierra te hubiera tragado. ¡Ramírez y sus mudanzas! Por eso te decía

que no toco de oído con respecto a nuestra bendita televisión.

Además... como te dije : Te puedo asegurar que me puse al tanto de todo

lo nuevo. Mirá hermano : esta mierda que está ahí, se ha convertido en

una máquina de generar boludeces que no son inocentes.

¡Bienvenida sea para aquellos que lo controlan todo, incluso el

pensamiento! . Vos leíste a Mc Luhan como yo, viejo. Pero el canadiense

se quedó corto. Creo que no llegó a entrever el extraordinario poder

generado por la manipulación de imágenes.

Gubern...¿sabés quién es Gubern, no?

-¿El catalán ...?

-¡Exacto! Bueno... el catalán sostiene que las imágenes no son neutrales.

Ojo con esto eh... Estudios científi cos serios prueban que la palabra

escrita ha cedido al sonido, pero fundamentalmente a la imagen, el

privilegio de ser en la actualidad, uno de los factores de mayor infl uencia

para controlar la voluntad del individuo. Escuchá: en 2000 estuve en

Madrid en un congreso periodístico. Conocí a un gallego que es profesor

144

en la Cátedra de Ciencias de la Información, en el famoso MTI. ¿Sabés

de qué hablo, no?

- Sí... el Instituto de Tecnología de Massachuset

-Bien, bien, Pedrito. Bueno... este paisano me dijo que los yanquis

están trabajando activamente sobre un programa altamente secreto

sobre la incidencia de las imágenes en las acciones volitivas. Que dicho

programa forma parte de la tercera etapa de un proyecto llevado a cabo

por las fuerzas armadas cuyos primeros ensayos tuvieron lugar en la

década del 50. Fijate de la época que estamos hablando...

-En plena guerra fría.

-Así es Ramírez. Parece que por entonces se realizaron experimentos

de telepatía, cuyos resultados serían utilizados en acciones de guerra

písiquica contra la Unión Soviética.

-Ahora me explico lo de tu cuento... ¡Top Secret! Guerra psíquica....

- Así es. ¿Te dije que el cuento está basado en hechos reales, ¿no?

-Sí, sí...

-Bueno... todo está en relación con estos experimentos que tanto les

gusta a la gente del Pentágono. Parece ser que ante la espectacularidad de

los resultados... para..., tengo que acotarte que una de las conclusiones,

fue que el cerebro humano está concebido para descifrar todas las

coordenadas generadas por las imágenes. ¿Entendés cuál es la cosa?

En la genética, el eje de nuestra percepción del mundo y de las cosas,

tiene raíces relacionadas con las imágenes mucho más que con los

sonidos. Por eso hablo de un plan siniestro, concebido desde una central

de inteligencia. Esto, según mi amigo, explicaría porque soñamos

generando imágenes, y porque el misterioso mecanismo que las genera,

convierte nuestro cerebro en una verdadera factoría cinematográfi ca.

145

Bueno...pero acá me estoy metiendo en otro terreno. Gubern sostiene

que las imágenes no son neutrales... ¿Te das cuenta dónde está el

peligro? Cuántos más programas boludos consumimos diariamente, más

seguiremos garantizando este orden de cosas en benefi cio de quienes

tienen la manija. La consigna es : ¡No dejen que el hombre piense por

sí mismo! Y la televisión querido Pedrito, no nos invita precisamente a

desarrollar un pensamiento independiente. Enrique Rojas - prestigioso

psiquiatra- ha señalado que esta cultura postmodernista donde la imagen

es el eje, ha producido -y esto es textual- “un hombre escasamente culto,

pasivo, entregado siempre a lo más facil: apretar un boton y dejarse

caer, porque todo se reduce a pasto para sus ojos”. Insisto con una

cosa: El homo sapiens o symbolicum está perdiendo su capacidad de

discernimiento en aras de un nuevo sujeto: el homo videns, o sea, el ver,

el ver, Pedrito, prevalece sobre el hablar. Todo lo que la pantalla muestra

importa mas que las cosas dichas con palabras. Este nuevo engendro

humano, según un tal Sartori, especialista al que consulto para mi

trabajo, se caracteriza por responder casi exclusivamente a los estimulos

visuales. ¿Te das cuenta lo que trato de decir? Es toda una concepción

de la vida que está a punto de desintegrarse. Este nuevo homo videns

se está haciendo insensible a la lectura, a los estímulos que produce el

saber transmitido por la palabra escrita. ¿Moraleja? En un cuarto de

siglo, no mucho más, los lectores se habrán convertido en verdaderos

dinosaurios. Y entonces, para qué carajo se van a escribir libros si no

habrá lectores para consumirlos... Seamos realistas Pedrito: el libro de

alguna manera fue siempre el reaseguro para que el imperio no nos

cague más de lo que nos caga. Entonces, si vos le quitás al individuo

la posibilidad -lectura mediante- de abstracción, de análisis de crítica y

146

por ende de comprensión para diferenciar entre lo verdadero y lo falso,

estos hijos de puta que quieren un mundo de masas amorfas cuyo único

y supremo objetivo es y será el de utilizar sus capacidades como medio

de producción, terminarán por cogernos y sin vaselina, ¡Sin vaselina,

Pedro! Total, amén de la materia gris que les sirve para imponer este

plan de dominación absoluto, tienen también los idiotas útiles que

participan de la mierda generalizada obnubilados por la frivolidad y la

rentabilidad a cualquier precio. ¡Pero es así, negro! Estamos en medio de

una decadencia lamentable. Incluso para aquellos que creyeron durante

un tiempo que Internet era una panacea para el espíritu, ahora estamos

viendo cómo, con la proliferación de los ciberjuegos, ya empezamos a

cagar desde muy pibes a las futuras generaciones. Ni más ni menos.

-Es cierto, gaita.. la verdad que esos lugares son tenebrosos. Una vez

acompañé a un sobrino mío de sólo 10 años y me quedé loco con los

juegos que manejan. No me acuerdo el nombre de uno... no sabés, de

terror, che. Creo que era una especie de asesino serial al cuál perseguía

la policía. ¿Y quién hacía de asesino virtual?

-¡Tu sobrino...!

-Exacto. Pero es algo infernal gallego. El asesino- o sea, mi sobrino-

entre otras lindezas, arrollaba con un auto a una mujer y su pequeño

hijo, se ve cuando salta la sangre sobre el parabrisas y mi sobrino ...

¡como si nada! Las manos crispadas a una especie de volante, los ojos

saltones... no, cosa de no creer...

-La pregunta del millón es: ¿qué clase de ciudadanos estamos forjando

con la proliferación de estos juegos? Por eso que cuando yo te hablaba

del explosivo asunto de la estudiada agresión de las imágenes, no es una

147

cosa menor. Pero andá a quejarte... todos los medios se te van a echar

encima, tildándote de retrógrado cuanto menos. Por eso prolifera cada

vez más esta decadencia cultural, Pedrito. Desgraciadamente, la falta

de un proyecto de nación permite el fomento y la proliferación de estos

engendros increíbles, que siempre se instalan en nombre de la libertad

de comercio. Forma parte de un drama más jodido que la jodida deuda

externa. ¿Escuchaste lo que dije, no?

-Sí... más jodido que la jodida deuda externa. Yo lo comparto.

-Y la puta desgracia es que la clase dirigente que tendría que controlar

que la mierda no nos inunde, parece estar en otra. Y así nos va... Además,

este tema de las libertades irrestrictas de los medios audiovisuales, no

hace de nosotros una isla. Es parte de la mierda mundial que condiciona

su funcionamiento en casi todos los países, salvo, por ahora, en China,

en cierta medida en los países nórdicos, y, por supuesto, como te dije

antes, en las naciones árabes musulmanas no occidentalizadas, donde

aún estos medios están en manos del estado; a los árabes podremos

criticarlos por muchas cosas, pero hay que reconocerles que siempre han

procurado defender los altos conceptos morales que ilustran el Corán,

y se han cuidado de no recibir nuestro tan pregonado progreso, esa

mierda de las inmoralidades que tanto condiciona la vida en Occidente.

Resumiendo, y para terminar con este tema... en el área local, quienes

conforman el lado de las excepciones, no cortan ni pinchan en las

decisiones de la programación central de los canales. Entonces, vos

tenés: los inteligentes que hacen uso de ciertos programas para fi nes

estrictamente personales; pero también tenés a los descerebrados;

148

los tilingos de todo tipo; los frívolos, ordinarios y chabacanos que

conforman un subgrupo, aliado desde hace poco con toda clase de

travestidos, putos, putazos, putas, reputas, lesbianas ¡y la puta madre

que los parió a todos!

Ramírez comienza a reír frente al discurso infl amado de su amigo.

-¡Pará gallego, pará! ¡Parecés el presidente de Dios, Patria y no sé qué

carajo era lo otro...!- acota en medio de incontrolables carcajadas.

-Dios, Patria y Hogar... - pontifi ca Alonso Lama, y a continuación,

también se larga a reír de manera divertida-. Sí..., reconozco que en

esto de los homosexuales de toda laya, tengo un discurso casi de enano

fascista.

Observa durante unos segundos el líquido rojizo que baila entre las

paredes de su copa.

-Y... cierto tufi llo reaccionario parece evidente.

-Y bueno... no todo es perfecto. Pero yo no tengo nada personal contra

ellos. Lo que me molesta es que se los esté tomando como modelos

de éxito, íconos a imitar. Y en un mundo donde la imagen fi ja los

parámetros sociales, el tema es de cuidado. Si algunos creen que la

sociedad a aspirar es aquella en la cual proliferen los matrimonios

entre homosexuales o lesbianas, les recomendaría repasar un poco la

historia. Y la historia dice- y vos de esto estás tan informado como yo

-, que la decadencia de todas las grandes civilizaciones comenzó con el

libertinaje sexual.

-Es cierto; pese a que en Grecia y en Roma ...

-...la homosexualidad no era condenada. Y es cierto. Pero lo que no se

149

dice es que la homosexualidad formaba parte de círculos sumamente

reducidos, generalmente conformado por artistas e intelectuales y

parte de la clase gobernante. El ciudadano común no era afecto a esas

prácticas; sin embargo, en la actualidad- y he aquí la luz de alarma-

en Inglaterra, las estadísticas dicen que uno de cuatro ingleses tiene

prácticas homosexuales como norma de vida.

-¿Uno de cada cuatro, gallego?

-¡Uno de cada cuatro! Sí señor... Y aquí... parece que ya estamos en uno

cada diez.

-¿Uno de cada diez...? ¿Tres millones y pico...? ¡Carajo que hay

homosexuales!

Alonso Lama se encoge de hombros enarcando las cejas.

-Y... si las estadísticas no mienten... Fijate cuantos salen a la calle a

festejar el día del orgullo gay...

-¿Entonces...?- Ramírez contrae la cara.

-Entonces, Pedrito, que nada es casual. Cada cosa forma parte de un todo.

Me vino a la memoria Ingenieros. ¿Vos leíste “Las fuerzas morales”?

-Sí... tenía 20 años; y también, “Hacia una moral sin dogmas”. El

paradigma de la idealización.

-¿Qué haría hoy José Ingenieros a la vista de esta decadencia?

-Se suicidaría a lo bonzo o se pegaría un tiro en las bolas. ¿Pero cómo

llegamos a esto, gallego? ¿O es que antes no había putos ni lesbianas,

carajo?

-Había, Pedro. Había. Siempre hubo. Imagino que desde los albores de

la sociedad. ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara...?

150

-No... es que quiero preguntarte cuál es tu idea respecto a la homose-

xualidad.

-Que pienso...¿en qué sentido...?

-Sí... por qué se da...

-Bueno...una cosa es la homosexualidad producto de una decisión

volitiva, y otra muy diferente, la derivada de una equívoca falla

genética.

Ramírez mira a su amigo con una mueca de sorpresa.

-Yo entiendo que todavía no está probado el tema de la falla genética.

De todos modos... esto de lo que es natural y lo que no, me suena a

nazismo; los nazis también determinaban lo que estaba bien y lo que

estaba mal dentro de la naturaleza, ¿o no?

-No, no, no; nada que ver lo que decís. En su morbosa idea de

superioridad racista, los nazis eliminaban a los tullidos físicos y

mentales, sencillamente porque no podían admitir su existencia. Creo

que lo hacían – más allá de su dogmatismo político- porque las taras

físicas o mentales de los otros, les recordaba en forma permanente

nuestro origen imperfecto. Y para la idea del pangermanismo, eso era

sencillamente inaceptable. Es algo muy diferente de lo que yo estoy

hablando, Pedro. A ver...dejame... - Alonso Lama comienza a mover las

manos como si modelara una virtual fi gura de arcilla -. La idea es ésta:

sin amor, el sexo es rengo, y sin sexo, el amor también, ¿sí...?

El piquetero alza los hombros; casi enseguida los deja caer fl áccidamente

a lo largo de la prolongación natural de su cuello. Luego junta los dedos

de su mano derecha en una señal inequívoca de perplejidad.

151

-Qué hablo..., ¿en chino, carajo? Lo que trato de decir es que el pene y

la vulva...- vamos a ser un poco fi nos para hablar Ramírez-; el pene y la

vulva no fueron puestos por Dios sólo para cumplir el sagrado mandato

de creced y multiplicaos. ¿Todavía no está claro?- esta vez Ramírez

alza los hombros casi imperceptiblemente-. Mirá Pedro...vamos a dejar

que el espíritu controle por unos momentos nuestros pensamientos.

En nuestra imperfección, en nuestro corto y doloroso derrotero, la

naturaleza o Dios- cada uno elige- nos ha dotado de un alma capaz de

captar y discernir el complejo mundo de los sentidos, por otra parte,

sentidos grabados a fuego en nuestras neuronas. Uno puede preguntarse

con qué objeto... No sé vos, pero yo estoy convencido que la fi nalidad es

la de hacer más viable nuestro trámite de sufrimiento existencial.

-¡Ahora sí que estás en fi lósofo de alto vuelo, gallego!

-¡Vamos todavía...! Me hace recordar a mi corta pero intensa experiencia

como profesor. Pero sigamos con el trámite. A ver si soy capaz de

redondear la idea. Veamos...aquí tenemos- dibuja un círculo en el aire-

inmanencia y materia; alma y neuronas, secuencia indisoluble ligada

al sentido de la existencia. Ahora bien, si Dios hubiera imaginado para

nosotros la sola de idea de la reproducción aséptica, no hubieran sido

necesarios el pene y la vulva, por ejemplo.

-¿Otra vez con eso, gallego?

- Sí..., otra vez carajo. Pero no es gratuito. Prestame atención, concentrate

Pedrito : ¿cuáles son las herramientas que tiene el ser humano para paliar

la idea aterradora frente a la muerte? ¿Respuesta? La sublimación activa

de todos los sentidos; sentidos creados fundamentalmente para generar

152

el placer - y escuchá bien esto, Pedro: en una conjunción suprema de

todos los sentidos, el paradigma está ligado al acto de amor entre un

hombre y una mujer. ¿Moraleja? Que la vulva y el pene están en nosotros

para algo que trasciende el propio acto de la procreación. ¡Que no son

gratuitos carajo! Por lo tanto, homosexualidad y lesbianismo, pueden

sí, ser parte de la libertad humana de decidir, pero generalmente, son la

resultante de una diferencia genética si asumimos que la vida tiene un

sentido, creación mediante, claro.

- Todavía no entiendo por qué el hombre y la mujer no pueden decidir

cómo coger libremente.

-¡Paaaa! Por un ratito estábamos siendo académicos... y vos ya le

metiste el brulote de la vulgaridad. Yo no digo que no podamos decidir

lo que nos plazca; de hecho, el libre albedrío es una opción que nos

fuera regalada como un don único.

-¿Entonces...?

- Pero Ramírez querido...; una cosa es la cuestión espiritual y otra muy

diferente saltar la cerca de nuestro propio universo como especie. Vos

sabés tanto como yo, que la familia es la sublimación de un sentido de

pertenencia derivado de la tribu prehistórica; que psicólogos y sociólogos,

condicen en que los roles defi nidos de padre y de madre -amén de los

afectos- hace que los niños – en tanto hijos - se desarrollen sin cicatrices

en el alma; claro, hablamos de una base familiar mentalmente sana...

Esa es la naturaleza de las cosas fuera de toda especulación fi losófi ca.

Ahora bien... aún admitiendo a regañadientes que cada uno elija cómo

quiere hacer el amor- dejame ser fi no Ramírez-, el problema real es que

153

el fi n ulterior de esta postura- y he aquí el drama real- es que quienes

promueven la homosexualidad en cualesquiera de sus manifestaciones,

están bregando por una elección de vida cuyo objetivo de máxima,

aún cuándo ese grupo no lo tenga concientizado, será la conformación

de una sociedad que acepte la legitimación de los matrimonios entre

componentes de un mismo sexo, lo cuál no es moco de pavo ni

mucho menos... Seamos más prácticos entonces; si la idea es forzar

los principios y la ética en nombre de un mal entendido sentido de la

libertad individual, hagamos tabla rasa con los valores espirituales que

nos elevaron por encima de las bestias, y abjuremos de la moral como

estamento de sujección social. Y ojo... antes que me digas que a veces

la moral es una entelequia de hipocresía, no seamos tan cínicos en no

reconocer que pese a todas sus fallas, sin la misma, hace rato que todos

nos hubiéramos hecho mierda. Enterremos cien o quinientos siglos de

evolución... ¡y cosa juzgada!

-Bueno...me parece que estamos exagerando che...

-Exagerando las pelotas...! Eso forma parte del discurso de los que nos

llevaron a este estado de cosas. Es toda una defi nición de vida que está

en juego. Mientras tanto, a través de las imágenes de la pantalla de tevé

y la de la otra pantalla porno de Internet, el piberío que se está formando

recibe en forma subliminal o directa, de la misma manera con la cual

el amarillismo de nuestra tevé, trata las noticias sobre la violencia

delictual generando émulos de la misma detrás de la pantalla, también

le meten en millones de cerebros en formación, la idea de que ser gay es

de onda como dicen ellos - y ojo, con el agravante de que además se lo

154

emparenta con el éxito -. Con estos parámetros, Ramírez, la mutación

biológica y cultural del homo sapiens será un hecho irreversible a

mediano o largo plazo. Perdoname pero yo me apasiono cuando toco

estos temas. ¡Carajo! Si nos habremos pasado horas fi losofando en la

época de la militancia...!

-Cierto. Vino, pizza, birra, toneladas de café... atados de cigarrillos...

Dale... sabés que a mí también me encantan estas charlas. Decías...

- Que el tema es mucho más grave que una simple elección de nuestras

prácticas sexuales.

-Está bien. Para mí el tema está agotado. Puede ser que necesite

repasar algunos conceptos. Volvamos al tema de las imágenes como

una de las herramientas de dominación mundial. Veo que te informaste

científi camente...

-Claro Pedro. No es un tema menor. De hecho, ya te dije que los popes

de Madrid me han encargado un ensayo a propósito de la incidencia de

los medios audivisuales en relación con las nuevas formas de poder.

Estoy de acuerdo con Gubern cuando sostiene que la imagen es un

simulacro de lo que representa, mientras que la palabra es una simple

convención... y generalmente arbitraria. Por eso, creo, bueno... no

sólo creo; en realidad como ya te dije, estoy totalmente convencido de

que la televisión – y con ésta, Internet, el cine, la publicidad y todo lo

que esté relacionado con los medios audiovisuales- son los elementos

predecesores, diría catalizadores, de un nuevo orden mundial.

- ¿Tanto te parece che?

-Lo que trato de decir es que el capitalismo salvaje, aprovechando la

155

deserción de los soviéticos, se dio cuenta del Imperio excluyente, como

parte de una realidad incontrastable. En estas circunstancias de imponer

el todo vale, ¿cómo desaprovechar el poder tremendo que le brindan

estos medios? Aguantame que traigo otra botella.

Ramírez cree ver que el gallego se tambalea ligeramente mientras

avanza hacia el mueble dónde guarda como un tesoro, los vinos de los

López. Casi sin darse cuenta, ha empezado a tomar muy seriamente las

refl exiones de su amigo.

-Personalmente gallego, me voy a permitir disentir un poco con vos. Y

sabés que...que yo creo que al Imperio las cosas no se le van a hacer tan

fáciles. Las etnias y los diferentes grupos religiosos tienden a buscar su

propia identidad, y eso producirá verdaderos revulsivos internos muy

difíciles de controlar... Cuando la globalización pretendía masifi car la

sociedad, he aquí que empiezan a proliferar etnias culturales, raciales y

políticas que reclaman su lugar independiente en el mundo.

-¡Ah!, ¿ Vos también te creés ese mito?

Gregorio se ha echado con toda su corpulencia hacia atrás y de no ser

por la rápida acción de Ramírez que alcanza a revertir el movimiento

inercial de la silla, el gallego habría terminado con toda su humanidad

en el piso. De todos modos alcanza a liberar una carcajada sonora.

-¿De qué mito hablás?

-¡Pedrito! ¡Pedrito! Una cosa son los llamados grupos de liberación

nacional o las guerrillas emparentadas con los carteles de la droga, y

otra muy distinta, son las acciones terroristas. Esto sí... con las acciones

fundamentalistas la cosa tal vez no resulte tan fácil. Esto me recuerda

156

una charla que tuve una vez con unos etarras en Madrid...

-¿Te viste con los etarras, gaita? ¡Eso sí me interesaría conocer!

-Sí, ya te lo voy a contar, Pedro. Pero no ahora porque quiero terminar

con este asunto. Pero me acuerdo, te decía, que aquella vez les

dije a los etarras que el Imperio se podía dar el lujo de permitir la

existencia de ciertos grupos guerrilleros mientras éstos no afectaran a

sus propios intereses estratégicos. Y la prueba es que el mundo está

lleno de movimientos revolucionarios en armas que no preocupan a

los yanquis, sencillamente porque son movimientos internos en países

que, estratégicamente, no son importantes para lo que ellos llaman

la seguridad nacional. Vamos por parte, ¿vos crees que Bin Laden es

realmente tan escurridizo para que la máxima parafernalia tecnológica

no pueda encontrarlo? ¿O no será que la la gran nación del norte no

quiere encontrarlo porque eso trastocaría sus verdaderas intenciones

políticas?

-No, yo creo que los yanquis no lo quieren juzgar y posiblemente

tampoco matar. Vivo, justifi ca parte de su política represora mundial.

-Bien, Pedrito, bien. Comulgamos como en los viejos tiempos. Por

otra parte, negro, no nos engañemos, ¿cuántos movimientos fueron

apadrinados y fi nanciados por los propios servicios norteamericanos?

Todo eso ya lo sabíamos cuándo nos reuníamos para hablar de política

en la época de la vieja militancia. Ellos saben muy bien de quienes

tienen que cuidarse. Y con Internet pasa lo mismo. Por lo tanto, el

Imperio puede hacerte creer que vos sos parte activa del sistema, una

especie de dueño virtual de ese gigantesco ciberespacio como millones

157

de otras personas a lo largo y ancho del mundo. Y si todos están

convencidos que es así, tanto mejor para el Imperio- Alonso Lama se

detuvo unos segundos mientras le entregaba a Ramírez la botella de

vino. - Sin embargo, fi jate que hace poco, no sé si vos te enteraste de

este caso..., un ex espía al servicio de SMB, amenazó con publicar una

página Web en la cuál daría a conocer secretos que -¡oh, casualidad!-

sí comprometían políticamente las acciones encubiertas de Estados

Unidos y Gran Bretaña. Moraleja. Nunca se publicó tal página.

-Es verdad, gallego. Ahora lo recuerdo y es verdad.

-...con lo cuál, la pregonada libertad de Internet es un formidable mito.

A tal punto, que si alguien trata de sacar los pies del plato, enseguida le

echarán los perros o lo cagarán a patadas en el culo. ¿Está clarito, no?

Ramírez se queda mirando durante largos segundos el semblante de su

amigo sin pronunciar palabra.

¿Por qué me mirás así, che? ¡Salud compadre! ¡Viva el glorioso Tokio

de Morón! ¡Vivan los sábados de gloria cuándo íbamos a la piojera del

cine Achával a ver los festivales de cine ruso!

-¡Uh, gallego...! Me parece que tenés un pedo de aquellos...

-¡Te acordás de la piojera Ramírez? El 41... Pasaron las grullas... La

balada del soldado... No, estoy bien, Pedro; estoy bien. Me traicionaron

las imágenes emocionales de ese pasado que ya no volverá más y ... que

querés hermano, son muchas las cosas que disparan las neuronas: el

viejo, Alejandra, mis hermanos - Ramírez sente como una piedra en la

garganta cuándo ve que el gallego llora hacia dentro-. Pasa que estoy

muy caliente con todo esto, sobre todo porque estos travestidos que

158

pululan por los estudios televisivos se han convertido en modelos a

imitar! Desde el infame gobierno menemista, estamos metidos en una

decadencia que mete miedo. Pero aquí de lo único que se habla es de la

macroeconomía; de las variantes económicas; del miedo a la infl ación y

de los ratings que marcaron los programas más vistos ...

-Si... me tienen podrido con eso.

-¡Ahaaaa...! Pero nadie habla de re - crear al país; nadie nos habla de

las gravísimas consecuencias de haber perdido la mística de nación.

Los escribas de los medios - salvo las honrosas excepciones de siempre

carajo - mutis por el foro. La cosa parece que pasa por asistir impasibles

a una colonización mental lenta y corrosiva que ha comenzado por

la incorporación masiva de términos ingleses como parte de nuestro

lenguaje cotidiano,

-¡Para, gallego! ¡Tomá aire carajo!

Es que me pongo loco, Pedro. Nos estamos haciendo mierda como

país... y gobierno, clase política, dirigentes de toda laya, empresarios,

educadores, artistas en general, parece que no se dieran cuenta.

Putean, protestan en los medios, hacen una marchita y ahí termina la

cosa. Que querés que te diga...; insisto que para mí, esta pretendida

defensa de los valores humanos, esconde propósitos aviesos; forma parte

de una acción subliminal para ejercitar sobre nosotros un sutil lavado

de cerebro. Yo no tengo dudas que detrás de esta visible propensión a la

decadencia moral se mueve un plan perverso de control político que ni

siquiera los directivos mediáticos que los alienta, tienen la mínima idea

159

de lo que hay detrás, carajo.

Ramírez se ha puesto serio de pronto. La imagen exaltada de su amigo

lo habían retrotraído de pronto, a las reuniones políticas en la JP del

Oeste, cuándo aún los sueños no estaban salpicados de sangre; lejos de

la sociedad mercantilista y amorfa en la que les tocaría vivir, 30 años

después.

Le hubiera gustado derivar la charla enfocada únicamente en el pasado

que los tuviera de compañeros insobornables. Pero sabía que el gallego,

como excelente orador, cuándo se enganchaba con un tema, era difícil

sacarlo del mismo; mejor dejarlo hablar porque el hombre trasmutaba

de tal manera, que uno tenía la impresión de que cada palabra que emitía

era un carbón encendido saliendo de su boca.

De todos modos, está dispuesto a meter una cuña para retomar la esencia

ideológica.

-Che gallego: De alguna manera, la manipulación de los medios a la

que hacés referencia, pondría de manifi esto una voluntad organizada

por encima de los mismos gobiernos. Bueno...no es nuevo en vos ese

pensamiento. ¿Pero en serio vos creés que existe una especie de gobierno

mundial en las sombras, por encima de todos los gobiernos del mundo?

-Yo no tengo la menor duda, Pedro. Vos me conocés...; sabés que un poco

por mis estudios de fi losofía, y otro poco por ser un animal político, me

lo he pasado analizando el pensamiento y el comportamiento humano.

-Sí...algo te conozco. Pero vos también sabés que en mi caso, se ha

impuesto la acción por encima de la especulación intelectual. Creo que

160

lo que ha envenado a la humanidad es pasar todo, por el tamiz de la

especulación intelectual.

-Mirá Pedro, realmente tengo una enorme angustia respecto al futuro. Lo

lamento sobre todo por esta juventud mayoritariamente insípida; ¿pero

querés que te diga la verdad? Estoy convencido que en esta sociedad

futura que se está conformando, Bush se convertirá en una especie de

mito casi angelical del pasado. En fi n, lo cierto es que Orvell no previó

el fenómeno del terrorismo fundamentalista, ni tampoco los alcances

del desarrollo económico chino, alternativas que ya han comenzado por

ponerle el cascabel a este Occidente cristiano que ha perdido iniciativa

como consecuencia de su enorme aburguesamiento- y va entre comillas

lo de cristiano, eh...-. Un Occidente tan hijo de puta para con sus hermanos

de raza. Sí, Pedro, sí...; es verdad que aún son necesarios los antiguos

ejércitos de ocupación como los que el gran Ceo de Bush enviará durante

un tiempo donde se le cante. Pero poco a poco, este sistema de sujeción

irá perdiendo fuerza gradualmente. Aunque pueda moverte a risa, e insisto

y rompo las pelotas con esto: el enemigo, el viejo Imperio contra el

cual alguna vez luchamos como idealistas vos y yo, tiene ahora el arma

más formidable de dominio: la manipulación política que los grandes

monopolios de la información y el entretenimiento ya vienen generando

en una sistemática acción contra revolucionaria.

Ramírez se da cuenta que el tema forma parte sin duda de una obsesión

política del gallego.

De pronto ve que éste se levanta, y lentamente, comienza retirar el plato

161

y el resto de la vajilla con la que había tendido la mesa para cenar.

- No es misterio que los medios en general se ven cada vez más

comprometidos con los factores de poder político y con el resto de los

grandes monopolios

-Eso es verdad....

-... monopolios y medios, hermano, que, si ya eran infl uyentes a mediados

del siglo 20, contando con el único recurso de las rotativas y las

primeras emisoras radiales, imagínatelos ahora, controlando los canales

excluyentes de las grandes cadenas televisivas, abiertas y de cable,

dándose el gusto que la mismísima Internet haga las veces de reserva

estratégica, en este verdadero ejército de control y ocupación virtual de

la inteligencia humana.

-¿Pero de verdad te parece para tanto gallego? Contra tu credo, yo soy

de los que piensan que Internet es una de las pocas cosas en las cuales

el Imperio no puede meter baza....

-Ah!, ¿vos seguís con eso? Acordate lo que hablamos del espía que no

pudo exponer sus denuncias en la red...

-Sí, pero...

-¡Pero las pelotas Ramírez!

-...son hechos aislados me parece.

- Bueno... seguí creyendo eso. Sin embargo, yo tengo información- y

no me preguntes ahora de dónde la saqué - de que hace rato que todo

lo que se escribe a través de la red, como así también lo que se habla

por los celulares dispersos por todo el mundo, queda registrado por

Echelón; vos sabés de que hablo...

162

-Sí, de un complejo de vigilancia multinacional que involucra a Estados

Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

-¡El mundo anglosajón en pleno!

-Leí sobre eso y la verdad que sentí un escalofrío. Echelón...La crema

del Imperio por excelencia, claro. Sé como trabaja. Hace un par de

meses leí un artículo con todos los detalles; no recuerdo al autor, en

fi n. Sí... sensores capaces de analizar cien millones de términos por

segundo preparados para dilucidar, por ejemplo, si yo, al escribir

bomba, terrorismo, Iraq, bin Ladem, torres gemelas, 11 de septiembre

o la palabra atentado, formo parte de un inofensivo ejercicio literario,

o, por el contrario, soy un sujeto de un potencial peligro, tratando de

atentar contra el orden establecido.

-¡Exacto Pedrito...! ¡Ah! Ahora empezamos a congeniar....Bueno, aquí

comienza la historia que tiene a los hacedores de imágenes como una

de las mejores herramientas al servicio de quienes gobiernan entre las

sombras. Te vas a sorprender de lo que voy a contarte. Cuándo llegué

a Madrid por primera vez, después de lo de Estocolmo, me sorprendí

que aún después de haber sido parte de un cuadro de dirección de

segunda línea, primero fui contactado con gente de la ETA - si, sí,

quedate tranquilo que ya te voy a contar como fue este episodio-, y

luego hablé con ex integrantes brigadistas que también habían recalado

en Madrid, hasta que una noche, de pie frente a la barra de una tasca,

un tipo me tomó de un brazo y en un español con claro acento inglés,

me dijo que celebraba encontrarme. El tipo en cuestión era el segundo

jefe de Inteligencia de la base aérea del comando estratégico que

163

los norteamericanos tienen en España. Morón creo que se llama...El

caso es que con el tipo nos habíamos conocido un año atrás, cuándo

el medio para el que yo trabajaba, me había enviado a reportear a la

plana mayor de la base, a propósito de cierto recelo sobre el futuro

del tratado militar conjunto, en la epoca que los gallegos empezaban

una experiencia democrática. La cosa venía a cuento porque había que

renovar el contrato de la época de Franco y todo eso.

-Pues ostias, como dezís vosotros los gallegos, es buena ocasión para

una copa de vino, ciripollas! La verdad que ustedes los gallegos son un

cago de risa para hablar... Bueno, ¿pero cómo era ese asunto del yanqui

que te encontró de casualidad en la tasca?

-Casualidad las pelotas! Mirá... la cosa más o menos vino así. Mi

trabajo de periodista me fue abriendo puertas que de otra manera jamás

hubiera podido franquear. Políticos, eclesiásticos, hombres de la cultura,

empresarios poderosos, parte del set jet madrileño...; incluso hasta

participé de alguna reunión en el Palacio de la Zarzuela con los reyes,

que, dicho sea de paso, el Juan Carlos ése resultó todo un tipazo.

-No digas...

-Sí, sí; una noche me fue presentado por el Presidente del Círculo de

Periodistas que allá tiene otro nombre, y cuándo el rey se enteró que

yo era argentino, laputaqueloparió, no sabés, me empezó a hablar de

Borges, de sus obras - a las que sin duda muchas las había leído -;

me habló también de Sábato, del Martín Fierro... Claro, también del

fenómeno Maradona; que tenía una colección de tangos en viejos largas

duración y que incluso en una ocasión, un poco a las escondidas, en

164

cierta oportunidad, había ido con Franco y con Carrero Blanco a una

cena en Puerta de Hierro, invitados por el mismísimo Perón. Habrá

sido una charla de no más de 15 minutos con el Juan Carlos ése, pero

bueno, de alguna manera determinó mi ingreso en eso que le dicen un

círculo áulico; salieron algunas fotos que aparecieron en revistas de

primera y segunda línea, y todo esto comenzó a concitar discretamente

la atención sobre mi persona. Y te aclaro Pedrito, que ya era vox populi

mi pasado en la militancia peronista. Por eso, volviendo al yanqui, supe

por un tipo de los servicios de la CASA REAL – personaje con el cuál

nos habíamos vinculado por nuestra particular devoción con los chatos

de manzanilla -, que yo era discretamente vigilado por la gente de la base

aérea. Luego supe también que los yanquis suponían que yo era mucho

más importante para el movimiento de lo que confesaba; presumían que

yo había recalado en España a raíz de un presunto plan de integrar todos

los movimientos de liberación en una especie de nueva internacional .

Ya ves...una boludez total, producto de la increíble ingenuidad de los

yanquis en las cuestiones políticas. Por otra parte, desconfi aban de mi

presunta desvinculación con la conducción nacional, y, más aún, de

mi proclamada disidencia respecto al ingreso a la clandestinidad del

grupo. Para emplear un refrán bien español, estaban dando por el pito,

más de lo que el pito vale.

Repentinamente, Alonso Lama cambia de tema. Aún con todas las

neuronas sumidas en una incipiente borrachera, Ramírez se da cuenta

que el gallego no esta tan ebrio para no entender la actitud como un

acto fallido. El primer impulso fue el de encarar a su amigo, pero luego

165

desistió; respetaba y quería demasiado a su viejo compañero de aventuras

políticas para intentar forzar una confesión que por alguna razón que él

desconocía, su amigo se había arrepentido de dar a conocer. Ya habría

otra oportunidad para abordar ese asunto confl ictivo.

Durante algo menos de un minuto guardan silencio. De pronto, entre

los vahos etílicos y las volutas de tabaco que ascienden con pereza

hacia el cielorraso, la mente de ambos comienza a generar imágenes

cinematográfi cas creadas y activadas por las neuronas del recuerdo,

en un calidoscopio arbitrario dónde el dolor, los miedos, las angustias

pasadas y la ambigüedad de un futuro incierto, se mezclan con un

presente pródigo en emociones viscerales. El gallego retoma la palabra

después de soltar una miga de pan que estruja entre sus dedos.

Desde el exterior, penetran en la habitación una serie de pequeñas

explosiones.

Ramírez se levanta .

-¿Qué pasa viejo?

-¿Escuchás...?

-Sí..., son los muchachos en la ruta. Hemos traído algunos petardos. Los

tiran los que hacen guardia para mantenerse despiertos.

-Ah...no sabía.

Se miran fi jamente a los ojos; luego levantan al mismo tiempo sus

respectivas copas de vino.

-Yo voy a parar un poco Ramírez porque la cabeza empieza a

chisporrotear...

– Los dos tenemos que parar un poco...Che...estuve pensando en algo

desde el momento que supe que estabas en este pueblo. Me decía: ¿Qué

166

habrá sido de la vida política del gallego? ¿Desde dónde dará pelea?

¿O acaso habrá renunciado a los ideales setentistas?, como se dice hoy

viste... Claro que después de tu descomunal tesis política...¡carajo! Se

nota que estás en medio de un descreimiento que no esperaba. Pero

bueno... las cosas no son siempre las mismas...

Alonso Lama había estado esperando que Ramírez blanqueara las dudas

respecto a su accionar político actual. Las ha sentido fl otar como parte

de los miasmas del ambiente, desde el mismo instante que su llegada.

De alguna manera, se ha dado cuenta que el discurrir fi losófi co reciente

tiene ciertos visos de escapismo.

-Esperá Pedrito. Este tema me mató. Dejémonos de joder con cuestiones

políticas ahora. Vamos a hablar un poco de nuestras cosas más prosaicas,

viejo. A propósito ¿Qué fue de tu vida durante todos estos años, che?

Ramírez mira un reloj a pilas adosado a la pared. Su boca hace un dibujo

tratando de ensayar una sonrisa, pero apenas queda en mueca, trocada

en un rictus de tristeza.

-Gallego...; todavía no lo puedo creer. Pasaron más de veinte años...

Veinte años no es nadaaaa... como dice el tango, pero que no va a ser

nada...; un minuto en la vida de un hombre puede ser la diferencia entre

la vida y la muerte. ¡Imaginate 20 años... ! ¿Qué puedo decir gallego?

Hace muchos años que no hablo de las cosas del pasado. Te habrás

dado cuenta que todo este tiempo te estuve dando cuerda porque de

alguna manera, creo que indirectamente no quería llegar a hablar de

mi pasado. A mí también me cagaron la vida hermano, ¿viste? Perdí

a mi viejo que era lo que más quería en el mundo, y al esposo de mi

hermana.... Bueno..., vos sabés que a ellos también se los chuparon una

167

noche . Mirá..., me acuerdo como si fuera hoy; se lo dije a mi viejo:

viejo: cuidate; tratá de evitar las reuniones. Estos hijos de puta están en

todas partes. No, quedate tranquilo Pedrito; nos juntamos en la casa de

Horacio como si fuera una reunión de amigos. Hace más de tres años

que nos vemos todos los jueves. Lo llevo al Guille porque anda como

loco el mocoso y dice que yo no le doy bola. Eran las nueve y media

de la noche ¿viste? Hay cosas que la maldita vida te las graba a fuego

en el bocho y nunca más se te van ¡laputamadre! Aquella imagen de mi

viejo pasándome la mano por la cabeza, con ese gesto de afecto tan de

él..., no pude borrarlo nunca, hermano; nunca...- Alonso Lama nota el

esfuerzo de su amigo para contener el llanto; está visto que no pueden

hablar de otra cosa que la política o el maldito pasado-. Después la vieja,

la pobre vieja saliendo todos los días de casa, recorriendo comisarías y

cuarteles, preguntando ingenuamente por él y por Guillermito ¿viste?-

mi hermana la acompañó durante un tiempo hasta que no soportó más

la presión, sabés... -. ¡Pobre vieja! Casi un año dando vueltas, agotada,

demacrada, envejecida... Un día le tuve que gritar, gallego. Yo sé que

fui un cochino egoísta cuando le dije que si seguía así también la iba a

perder a ella. No sabés...; me miró como si toda su sufrida humanidad se

hubiera instalado en sus ojos, y me abrazó fuerte. ¡Carajo! Te lo cuento

y se me pone la piel de gallina, ¿viste? Pero ojo eh... Si algo de hermoso

tiene esta tragedia de mierda, es que nunca escuché un reproche de su

parte con respecto a mi viejo y al yerno. Nunca le oí decir por qué se

metieron en esto; yo le decía al viejo que dejara, que algún día le podía

pasar algo... Nunca, gallego, nunca. Se guardó la maldita angustia y

168

siguió adelante. ¿Nunca te dije, no...? Ella fue la que me dijo que me

fuera. Bueno..., parecido a lo que te pasó a vos también... Que hiciera

cualquier cosa para irme del país porque presentía que si me quedaba,

alguna vez yo tampoco volvería a casa... - Ramírez resopla el cargado

aire de sus pulmones-. Se quedó solita con mi hermana. No me preguntés

lo que hicieron pero se las arreglaron solas durante más de 5 años. ¡Que

querés que te diga, gallego! Yo llegué a Estocolmo creo que un par de

meses antes de tu llegada. Al principio viviendo de changas ¿viste...?

Los escandinavos son buenos tipos - vos lo sabés tanto como yo...-,

pero son tan diferentes a nosotros... Medio de llevar los sentimientos

escondidos entre las ropas. Educados, sí..., muy educados, pero uno

extrañaba esas cosas tan latinas... Que era inútil..., me sentía entre ellos

como una tuerca sin encastre. ¿A vos también te pasaba, no? Decí que

estaban los muchachos de la militancia y algunos uruguayos y chilenos

que ayudaban a sobrellevar aquellas noches de invierno interminables,

que si no... Lo único bueno que tenían los rubios eran las minas. ¿Té

acordás como se prendían con nosotros? Cuándo las bombeabas te

gritaban ¡Fego!¡Fego!, y las turras querían más y más,¿viste? Che. vos

sabés que yo anduve un tiempo con una que tenía un bar; bueno, en

realidad era dueña del boliche...¡Hijos de puta como le dan a la cerveza!

Son esponjas los tipos ¿té acordás? -la risa de Ramírez se asocia con la

de su amigo en el jocoso recuerdo-. Bueno, te cuento. Cuándo empecé

a ir - al principio lo hacía sólo; todavía no me había reencontrado con

ninguno de los muchachos-, yo veía que la mina, cada vez que traía un

chopp a la barra, me clavaba la mirada, Tenía unos ojos celestes... Muy

169

buena gallego, eh. Muy buena. Unas gomas que ni te cuento. Rubia,

con unas trenzas largas que le llegaban hasta el culo. ¡Que la parió,

che! Bueno, el asunto es que me miraba y me miraba. Y claro..., yo

al principio parecía un pelotudo... Era como que me daba vergüenza,

estaba apichonado, ¡qué sé yo! Aparte, durante un tiempo me acordé

siempre de Elenita, la piba del barrio con la cuál tenía una especie de

romance...

-Sí, me acuerdo.

-Yo te conté que cuándo mi viejo desapareció, la piba se empezó a

borrar. En la casa de ella eran medios desconfi ados con nosotros aunque

yo creo que era una familia de fachos; esa clase de gente que solía decir

aquello de... si los agarraron es porque algo habrán hecho ¿té acordás,

no? ¡Si habremos puteado a esos mal paridos...! - otro suspiro largo

de Ramírez, que aprovecha para prender un cigarrillo-. Pero bueno,

che, dejemos estas pálidas. Entonces te sigo contando: la rubia meta

fi charme; al fi nal ya me hacía gestos de regalada... En serio, che. No

sabés... Estaba recaliente. Yo ni te cuento...Y la cosa se dio en uno

de los peores momentos que yo estaba pasando. Esa noche me había

quedado hasta última hora, masticando la tristeza por una carta de la

vieja. Che, ahora que lo pienso...; las cosas que tenían que hacer para

escribirnos...; parecía una de espionaje. Y encima sin saber si llegaban

las cartas porque nosotros no podíamos contestarles ¿Té acordás...? A

veces nos comunicábamos telefónicamente con algún amigo que no

estaba fi chado y nada más. ¡Que lo parió! ¡Que mierda de vida pasaron

por nuestra culpa, che! Pero bueno... volviendo a la historia. Como te

170

dije: estaba hecho pelota. Me acuerdo que me había pasado de rosca

con esas cervezas que te pegan en medio de la cabeza ¿té acordás? ¡Vos

también te agarraste fl or de curda gallego! Que lo pario che... Y bueno,

como te decía, cansado de estar como un boludo en la barra, me había

sentado a una mesa que daba a la calle y desde allí meta mirar sin ver las

luces del puente... y de repente..., siento que alguien me toca el hombro

y cuándo me doy vuelta..., el bombón escandinavo que en un castellano

atravesado me dice ...: ¿triesste? arrastrando las eses mientras yo sentía

que un golpe de sangre me subía a borbotones por las venas. Medio

dormido aún, me di cuenta que era el único parroquiano que quedaba

en el bar, ¿viste?

-¿Y te la moviste?

Alonso Lama ha comenzado a hacerse su propia película erótica

siguiendo atentamente el relato de Ramírez

-¿Y vos que pensás, bola ? llevaba casi dos meses en Estocolmo y todavía

no había mojado. Fue increíble gallego; increíble. Hicimos el amor

como si nos conociéramos de toda la vida. Fego! Fego!, me gritaba...;

pero era dulce, no sabés... En el mismo bar tenía una salita detrás de

la cocina - creo que la estoy viendo aún: madera oscura reluciente;

lámparas de bronce; un ambiente de belle epoque, no sabés...- y ahí

nos quedábamos algunas noches sin dormir, hasta la hora en que ella

abría el café por la mañana. Ingrid. Se llamaba Ingrid- Ramírez se

queda unos instantes en silencio mirando hacia el cortinado verde de la

cocina, movido por una incipiente brisa que golpeaba contra el vidrio-.

Le pagué mal gallego. Casi siempre las turras son las mujeres porque

171

vos ya sabés, tienen alma de hijas de puta, pero esta vez fui yo el que

le jodí la vida ¿viste? Estaba enamorada de mí, gallego; me quería en

serio laputamadre... Con su defectuoso español aprendido en el trato

con tantos latinoamericanos que recalaban por allí, se hizo entender

para decirme que quería compartir su vida conmigo y que me ofrecía

todo lo que tenía: la casa, el Bar..., y no sé que otras cosas más- enarca

las cejas en tácita respuesta a un gesto inquisitivo de su amigo-. Ya sé

gallego, fui un boludo de aquellos.¿Sabés?, ella era una gran mina; de

fi erro, de esas que nos gustan a nosotros. En la cama era una diosa.¡Y

encima tenía guita! ¡Pelotudo, yo! ¡Una y mil veces pelotudo!

-¿Pero que pasó? ¿Por qué no agarraste viaje?

Alonso Lama se levanta para sacar la cafetera del fuego.

-Hoy te lo puedo decir. Estuve años sin saberlo, dándome de patadas

en el culo. Hoy si te lo puedo decir. ¿Sabés qué...? Miedo, gallego.

Miedo. Gracias, está bien, ¿no tenés un chorrito de leche? Yo siempre

lo corto ¿viste? Un chorrito nada más. Ya está, gracias. Bueno, como

te decía...; miedo, gallego. Miedo al futuro, miedo a quedar pegado a

los sentimientos; miedo a sentirme esclavo de estas cosas de la sangre

que siempre terminan por traicionarte, ¿me entendés? Con el tiempo

me di cuenta que me había puesto un barniz para que no se fi ltraran

los sentimientos; ni los míos hacia ella, ni los de ella hacía mí. ¡Dios!

Cuando el corazón subía las emociones hasta mi cerebro, las palabras

de amor se hacían un bollo en la garganta y entonces el orgasmo era

un grito terrible; una descarga de energía en la que se mezclaba el

amor, el resentimiento a la vida, y el miedo visceral que me dominaba

172

¡laputamadrequeloparió !

-¡Está bien hermano! Vamos... no te pongas así...

-¿Y como querés que me ponga gallego? Los humanos somos los

puercos más egoístas de la creación. Siempre habrá una víctima

inocente; siempre algún pobre condenado que tiene que pagar los platos

rotos por culpa de nuestro cochino egoísmo. Ingrid no se merecía lo

que yo le hice.... De ninguna manera; de ninguna manera gallego... -

Ramírez se toma la cabeza con ambas manos y comienza a sollozar de

manera contenida.

-Dale, loco; largá lo que tenés adentro. Te va a hacer bien. Esperá un

segundo - se levanta y después de dirigirse al armario del comedor,

regresa con una botella de cognac -. Reserva San Juan, che. No será el

Carlos Segundo de los gallegos, o el tercero o el quinto - ¡qué sé yo!

pero es un buen cognac para nosotros. Dále, todavía está caliente el

pocillo. Te va a hacer bien. ¡Pero mirá que estabas metido, Pedrito...!

¡Que lo parió! Yo que siempre te hice medio amargo con las mujeres...

Ramírez no puede contestarle. Llora a moco tendido.

Llora por la muerte virtual de su padre que nunca terminó de enterrar ;

llora por la muerte de los camaradas perdidos -de algunos, acompañando

el ataúd hasta el infame hoyo rectangular dónde serían devorados los

últimos restos de sus pellejos; a otros haciéndole el entierro silencioso

del olvido en algún recóndito agujero de su cerebro-; llora por los días

amargos de su madre; por la tristeza defi nitivamente instalada en los

ojos de su hermana; llora por los insultos de sus carceleros; por la mal

parida indiferencia de los vecinos, los parientes y los supuestos amigos

173

que trataron de evitarlo para no responder a su saludo de compromiso;

llora por el desarraigo de tantos años de exilio; llora por Ingrid, por

aquel amor que no pudo ser sólo porque el egoísmo había sido entonces

más fuerte que la suma de sus mejores sentimientos, y, en fi n, llora por

el país que tanto ama, convertido ahora en una caricatura de nación.

Llora. Llora...

Llora durante largos minutos. Poco puede hacer el licor y las palabras

de consuelo de su amigo para cortar el llanto. Ese llanto que había

demorado casi un cuarto de siglo en liberarse, creciendo en su interior

minuto a minuto, día a día.

Sólo ahora parece sentir una enorme liberación interior.

Alonso Lama tiene la impresión de que Ramírez es un volcán que

expulsa sentimientos como ríos de lava.

De pronto, ambos se ponen de pie y se estrechan en un largo abrazo.

En medio de un silencio ceñido, Ramírez se deja llevar mansamente a

la cama.

174

“La película”

Se estira en la butaca tratando de acomodar sus nalgas lo mejor posible.

Luego -un rito en él- levanta la entrepierna de los pantalones a fi n de no

sentir el molesto tirón a la altura de sus testículos.

Con curiosidad observa el rostro de sus vecinos a izquierda y derecha.

Caras de nada, piensa.

A su lado, lo observa un hombre de barba desprolija y rala portando una

cara aceitunada con grandes ojos de expresión saltona.

La butaca de la derecha permanece vacía. Ve sólo una butaca ocupada

en la hilera contigua al pasillo: una rubia tipo Brigitte pero la Brigitte

de los sesenta, apetecible como pocas.

En la butaca de adelante, un cuello desmesurado da soporte a una cabeza

de pelo renegrido y abundante gel.

El resto de los espectadores parecen maniquís desdibujados en la

penumbra. EVITA. Madonna. Antonio Banderas. Jhonathan Pryce.

Los titulares avanzan hacia arriba del telón sumando algunos nombres

ignotos con abrumadoras referencias en inglés.

Aparece la Evita de “Los Toldos” y no puede evitar la primera mueca de

fastidio. Demasiado vieja para el papel, piensa. Ni siquiera el encofrado

de cosmético permite congraciarse con una Evita adolescente y creíble,

en consonancia con ese episodio que recrea la película.

Piensa que siendo condescendiente, aquella es una Evita de 30

años. Ridículos. Boludos. Hollywood acartonado. Como siempre. No

aprenderán nunca. Valentino bailando tangos con sombrero sevillano.

175

Cine para cabecitas acostumbradas a los teleteatros de las 15 horas (o de

las 17, o las 20; que más da...) en las didácticas tardes televisivas.

El hombre no puede con su genio. Ama a Evita, es el Icono que el

Abuelo sellara en su mente contándole historias sobre ella aún antes que

él accediese a Salgari y Jack London.

El velatorio del padre (léase padrastro, claro) frío y anodino, con

lágrimas de celuloide, a tono con el bodrio de un realizador serio

que le ha vendido el alma al diablo por una suculenta porción del

engendro. Ridículo. Ridículo también el escenario de la despedida, con la

remanida escena de la locomotora humeante, repetida escena de tantos

melodramas baratos con el tren que llega (o que parte; lo mismo da);

para colmo, un Banderas hablando un inglés un tanto farragoso en el

papel del Che. Un Che absurdo que nunca existiera en la vida de ella,

y para colmo, un Che de pacotilla. Un inglés impostado en una historia

impostada plagada de impostaciones.

-¡Esto es una falta de respeto!!

Asume el engaño pero no puede evitar que la frase de protesta se

descuelgue de su boca.

Un shhhhh colectivo impregna el aire de la sala.

El gigante de cuello desmesurado gira su cabezota de buey. Presiente

que una mirada asesina intenta penetrarlo.

Mejor guardar compostura. ¿Quiénes eran esos tipos? Sobre todo el de

barba rala y escueta que lo mira a través del rabillo de sus ojos...

Evita en la pensión. Caras sospechosas. Personajes menores del

hampa porteña que sugerían una Evita tangencialmente vinculada

176

con proxenetas, supuesto precio social que ella pagaba para persistir

en Buenos Aires a toda costa, en busca del triunfo artístico que tanto

tardaba en llegar.

“Si es lo que yo digo. Hijos de puta, mercaderes del celuloide. Mucha

plata; mucha plata para una mierda for export como ésta. La mentira

infame para tapar las implicancias políticas que ella representaba...”.

El hombre maldice una y otra vez.

No puede soportar la película. Demasiada farsa, piensa.

Para colmo, casi como una grotesca paradoja, algo le dice que debe ser

el único argentino que participa de esa proyección con tantos supuestos

hombres de negocios y alguno que otro periodista como él. Es tanta

la rabia que por unos momentos se siente tentado de levantarse de su

butaca y gritar a voz de cuello: ¡Todo esto es mentira carajo! ¡Y lo digo

yo que fui un militante de la causa! ¡Qué me van a hablar de Evita...!

De pronto, siente que una mano le aprieta el estómago; peor aún: la

mano tiene una bola de plomo en su cuenca haciéndola circular desde

la altura del esófago hasta el nacimiento de la garganta. Una y otra

vez subiendo y bajando; arriba y abajo, como los repentinos tempos

musicales del sordo de Bonn.

Claro que esta no era la Quinta ni la Novena; ni siquiera uno de los

humildes cuartetos del gran Beethoven. ¡Que bah! Madonna-Evita es

un atentado al arte.

Mejor cerrar los ojos, mientras tiene la impresión que la pantalla se

inclina hacia la izquierda en un interminable giro. Cerrar los ojos y soñar

despierto, con la Evita viva que su recuerdo rescata permanentemente

177

de la muerte.

Los discursos todos fuego desde el balcón de La Rosada. Codo a codo

con un esposo que ya presiente; que teme íntimamente en que ella

pueda constituirse en el eje de una revolución que a quedado a mitad

de camino por la presión del esthablismenth, ocupado éste en pedirle

cuentas a ambos por tanta mano suelta con los pobres.

Soñando despierto se pueden escuchar las palabras infl amadas por una

pasión vehemente, con un entusiasmo casi pueril. Soñando despierto, se

la puede ver enfrentando sus propios molinos de viento representados por

el Imperio y sus incondicionales amigos vernáculos. Soñando despierto,

es posible recrear en medio de sonoras puteadas, los momentos en que

se enfrentaba con los funcionarios venales, mientras los eritrocitos

de la sangre habían comenzado la silente destrucción de su pequeño

cuerpo. Soñando despierto se la podía ver aún al lado de sus humildes,

pariendo sus palabras como gritos de guerra ; consumiendo las noches

atendiendo a sus cabecitas negras. Que una silla de ruedas por aquí; que

una vivienda por allá; que un trabajo digno para el desocupado, o los

remedios oncológicos inalcanzables para el bolsillo... Cara a cara con

sus trabajadores; frente a frente con los desamparados de siempre.

Pero de pronto, el soñar despierto se desliza escaleras abajo de la

memoria en busca de otro coto geográfi co; y ahora es la imaginación

que se abroquela en la Avenida ancha; en aquella histórica noche de su

forzada renuncia a la Vicepresidencia de la Nación, cuándo las piernas

ya se negaban a sostener su arquitectura lastimosa, infectada, tomada

ya por las enfermas células que navegaban con sus cruces de muerte

178

por su sangre.

Y entonces es el sueño que despierta; que explota en medio de pasos

ruidosos, de reclamos verbales y gritos que parecen crecer en esa nueva

realidad.

La cabeza de Buey que se levanta de la butaca blandiendo en su mano

derecha una enorme arma de puño plateada.”Esa es una Magnun; una

357”. No puede evitar que lo tome un miedo sorpresivo.

Desde la pantalla, Madonna -Evita canta You do not cry by me,

Argentina,

Primera vez que siente la única emoción que le regala la película

Pero es sólo una emoción musical ; él no puede imaginarse una Evita

recitando en inglés, con aquel cocoliche dónde se mezcla el Che con

Magaldi; Perón con los obreros de la carne; Evita y su leucemia sobre

el balcón de la Plaza( la de Mayo, claro) y en el medio de toda esa

barahúnda, una Aryentina de cartón; una pobre Argentina usufructuada

por los mercaderes del Imperio.

Y para colmo, allí están esos tipos que irrumpían en medio de la

película, mientras el hombre de rostro aceitunado vociferaba amenazas

en un inglés difi cultoso.

Y a su lado, el hombre de la Mágnum (la 357,claro)con su cara rocosa y

cuadrada como cincelada de apuro; también se suma la mujer, la inefable

rubia fotocopia de Brigitte, empuñando un 38 de caño recortado.

Pronto aparecen varios hombres armados con una Uzi cada uno, en el

momento que la proyección se interrumpe antes que Madonna derrame

sus inefables lágrimas de celuloide.

179

Momentos exactos en que surge a través del pasillo, un hombre

uniformado alzando los brazos, gritando no sabe que cosa; luego es

una azafata morena, mientras los hombres armados tratan de imponer

el orden del miedo en medio de un caos fenomenal.

Todo es confuso, tan confuso e inquietante que comienza a preguntarse

que hace ahí, en medio de ese infi erno de gritos iracundos.

Consulta su reloj: Martes 11 de septiembre. 9,32 AM, fecha y hora que

a modo de oráculo, no alcanzan a despejar los juncos de sus propias

neuronas, convirtiendo a su mente en una Babel indescifrable.

Desesperado, descorre la cortina de la ventanilla de la aeronave, y

entonces sí, la angustia que se hace miedo visceral abriendo un boquete

en su cerebro, al ver a través del cristal, una enorme columna de fuego

y humo sobre las alturas de una de las torres del Trade Wordl Center.

-¿Qué té pasa gallego? Te los pasás dando vueltas y gritando...

-Tuve una pesadilla... Tengo como una piedra en el estómago, Pedrito.

Pero no te preocupés. Trata de seguir durmiendo. Me voy a hacer un

té.

Alonso Lama se levanta trastabillando y con difi cultad llega hasta la

cocina. Piensa en encender una hornalla pero de pronto le parece mejor

beberse una copa de fernet, para contrarrestar el agudo dolor en su

estómago.

Apura la copa de un sorbo y casi como un autómata, camina unos pasos

hasta el sofá cama. Pronto lo vence el sueño nuevamente.

179

180

181

“TARTAGAL ( LA YAPA)”

182

183

-Che gallego!: ¿Qué soñaste? Repetías ¡no me maten, no me maten...!

Ramírez se ríe de la cara lastimosa de su amigo.

-No sabes... ,un delirio total. Tuve dos pesadillas de aquellas. Primero

soñé que estaba viendo una película de Madonna, aquel engendro sobre

Evita; no sé si la viste...

-Una mierda.

-Efectivamente. Una mierda. De pronto, la supuesta sala cinematográfi ca,

en realidad era un avión tomado por un grupo terrorista. No sabés...;

se me apareció un tipo con una Mágnum apuntándome a la cabeza.

Después, el supuesto cine - ya te dije que en realidad se trataba de un

avión- que desaparece como idea concreta de la mente, y de pronto me

encuentro mirando por una de las ventanillas. No sabés la impresión

hermano! Vi una de las torres gemelas ardiendo, con una inmensa bola

de fuego que se elevaba hacia lo alto, y sabés qué; de pronto se me vino

de golpe a la cabeza, que el avión en que viajaba se estrellaría contra la

otra torre.

-¿A qué torres gemelas te referís?

-¡Esas que están en Nueva York! No sabés... el avión iba derecho a

hacerse mierda contra una de ellas...

-Lo que se dice una verdadera pesadilla... No, yo lo quiero sin azúcar.

-Y bueno, viejo; yo tomo mate como los gallegos. Ya sé que debe

cebarse sin azúcar pero... Che, Ramírez, ¿vos creés en eso de las

premoniciones?

-No sé. Ni fu ni fa. Aunque creo que soy un poco rígido con esos asuntos

esotéricos. Escuela clásica, gallego. Cogito, ergo sun. ¿Por qué me lo

preguntás?

184

-Me asusta el sueño. Me ha pasado varias veces en la vida; digo...,

eso de las premoniciones. Un accidente. Una muerte anunciada. Un

terremoto... Te digo: la noche anterior al terremoto de Méjico..., no

recuerdo el año....

-Noventa, noventa y cinco- acota Ramírez desde el baño.

-Sí, noventa, creo; lo soñé, negro. Lo soñé. Vi los edifi cios quebrarse

como si fueran maquetas de cartón. Más te digo: la fotografía que al día

siguiente publicaron los diarios, ¡condecía con lo que había soñado!

-No jodas... - Ramírez se da vuelta mientras se seca la cara-. Me estas

tomando el pelo, gallego...

-No, no; no te estoy tomando el pelo, Pedro. ¡Es posta! A veces me dan

miedo estas cosas. En realidad, nunca hablé de esto con nadie. Primera

vez.

Ramírez sostiene el mate que le alcanza su amigo. Sabe que puede dudar

de cualquier cosa, menos de la palabra del gallego; un tipo esclavo de

la verdad como pocos.

-¿Y...?

-¡Que nada! Que es un asunto jodido. Uno siente que está metido

dentro de cuestiones... metafísicas,¿no?; esas cosas enfrentadas con la

racionalidad, que te hacen caer la estantería.

-No entiendo nada, gallego.

-Un delirio. No me des bola, Pedro. La cabeza me está repicando; debe

ser un timbre de alarma.¿Qué hora es?

-Espera que yo también estoy medio dormido. ¿Seis y cuarto? ¡No

puede ser! ¡Seis y cuarto, gallego! Pero no dormimos casi nada...

185

-¿Cómo seis y cuarto? ¿Estás seguro...?

-¡Pero sí, hermano! ¡Seis y cuarto... ! Seis y cuarto... ¡Si no hubiera sido

por tu pesadilla...! ¿Pero que estás haciendo?

- Preparando un desayuno como en los viejos tiempos! Café con leche,

tostadas, manteca y mermelada...¿Qué tal?

-Bueno...levantarse así da gusto...

Los amigos desayunan, en medio de trivialidades varias: el frío, la

distancia a Buenos Aires desde Tartagal; el campeonato que esta vez

sí, podía ser de Racing Club, después de 35 años de sequía, al decir de

Ramírez, y las gastadas al respecto de parte de su amigo, fanático de

los xeneises.

Pero algo sigue dando vueltas en la cabeza de Ramírez.

-Che gallego...: me quedé pensando en ese asunto de las premoniciones.

¿Tenés algo más?

-Ah...!, ahora te picó la curiosidad eh...Vamos a ponernos un poco

serios Ramírez. Si te interesa el tema, tenemos que empezar a fi losofar

de nuevo.

-Me lo imaginaba... Eso me pasa por juntarme con un profesor de

fi losofía.

- Y bueno...vos abriste la boca...

-No ...está bien, gallego. Te estaba jodiendo. Dale... fi losofá no más.

Mientras tanto, yo le voy a dar al café con leche. ¡Mierda que sos fi no

gallego! Todavía te seguís castigando con las tostadas Canale...Yo creí

que no existían más...

-“Y en Europa no se consiguen...!” Bueno... ahora hablando en serio

186

Pedrito; la verdad que te agradezco que me permitas hablar de un tema

que me perturba bastante... Te dije que nunca hablé con nadie sobre

esto... Mirá : yo estoy convencido que el maquinismo y la tecnología

fueron apartando al hombre de su comunicación con la propia naturaleza

de las cosas. ¿Cómo puedo decirte...? Vos conocés mi postura respecto

a la religión; no me va el dogma bíblico pero creo sí creo en el Dios

de Theillard de Chardín ; que existe una supra-inteligencia cósmica la

cual tiene acordados los puntos de ligazón con los acontecimientos,

como si pasado, presente y futuro, fueran un todo orgánico y coherente.

Recuerdo un pensamiento de Goethe: “los acontecimientos venideros

proyectan su sombra por anticipado”. ¡No me mirés con esa cara, che!

Te dije que nos íbamos a poner serios... A propósito: tengo una anécdota

muy interesante para ilustrar este tema y me gustaría que me des tu

opinión al respecto. Allá por el 70, en plena época de la militancia,

yo era vendedor de libros. Bueno..., esto vos lo sabés bien. Tenía una

clienta de apellido López, que vivía en la calle 24 de Octubre al 2300-

si mal no recuerdo, 2365-, en Ituzaingó ; ya ves las precisiones que te

doy. Un par de veces al año, me compraba alguna colección a crédito.

Pues bien, escuchá esto porque vas a quedar pasmado. La visito un día

y al entrar en la casa, me encuentro con sus dos hijos adolescentes que

se hallaban enfrascados en la lectura de un libro sobre numerología. Era

un engendro así de grande. Sinceramente, siempre me había sentido

atraído por la magia y el sortilegio que suelen encerrar los números.

Yo te sé un tipo instruido, Pedrito, y estoy seguro que algo sabés de la

Cábala de los judios...

187

-Algo leí hace mucho...

-Bien, volvemos al libro de numerología. Les comenté de mi entusiasmo

sobre el tema. Alonso Lama- me dice la mujer - hablando de números,

anoche soñé con un número. Pensé que ya tenía un ambo para jugar

a la quiniela. ¿Qué número, señora?, le pregunto. Soñé con el cero

ocho mil quinientos. Segunda sorpresa. Vos sabés..., las mujeres y más

específi camente las viejas, suelen ser las que generalmente sueñan con

números que después terminan jugando... Pero siempre son ambos:

el 33, Cristo; el 79, los ladrones el 48... il morto qui parla-Ramírez

había comienza a reírse-. Rara vez tres dígitos, ¿me explico? ¡Pero esta

mujer me estaba cantando un número de cinco dígitos! ¿Te das cuenta,

Ramírez? ¡Cinco dígitos...! ¡Un número de billete de loteria!

-Me doy cuenta; dale que está interesante la cosa.

- Bueno... sigo con la historia. Dígame una cosa señora: ¿Usted siempre

sueña con números? No, primera vez, me dice. Entonces no lo dude

más; usted tiene que comprar un billete de lotería. La mujer me mira

sorprendida. ¿Y dónde voy a conseguir ese número? Entonces le dije

que tenía que ir al edifi cio de Lotería Nacional y le doy la dirección y

todo. Que allí podía consultar unas carpetas que le informarían en que

agencia estaba ese número a la venta. Ah, mañana tengo que ir al centro,

me dice. ¿Sabés que hice, Pedrito? Metí una mano en el bolsillo y ahí

nomás le quise dejar la plata para que me comprara un tercio, al menos.

No, López Lama; yo lo compro y después me lo paga. ¿Estás atento,

Ramírez?. ¿Estás atento...?

-Decime que salió el número y me tiro aquí mismo...

188

-Esperá. Son esas cosas que se te graban a fuego en el cerebro. ¡No

sabes las veces que pensé en esto...! Era un martes. El jueves de esa

semana, yo estoy en Capital haciendo un trámite, a una cuadra de

Plaza de Mayo. Me encontraba a unas seis o siete cuadras de Lotería,

bueno, vos sabés... Santiago del Estero, Avenida de Mayo... Entonces

me acuerdo del número, y durante unos instantes, entro en duda, ¿Voy

o no voy? Decido no hacerlo. Estaba a dos aguas: por un lado, pensaba

que ella habría estado el día anterior; por el otro, tampoco me sentía

demasiado convencido. Doble cero pensaba; número de mierda.

-Y...?

Ramírez no puede disimular la ansiedad.

-Ya termino. Todos los domingos, recibía el Clarín en casa. Yo vivía

en la misma calle, pero en el 1615. Me mataba la curiosidad. Voy

directamente a la página de los resultados de Lotería y veo en letras

bien grandes, el cero ocho mil quinientos ¡favorecido con el primer

premio! No sabés, hermano...; casi me caigo de culo. ¡No lo podía

creer! Imaginate...: no era sólo el hecho de pensar que tal vez tenía

una pequeña fortuna a cobrar... ¡Era mucho más que eso! ¡Un aviso

del futuro...! Un mensaje del más allá... Metafísica pura. Me dije: Dios

le envió un mensaje a esta mujer, y todo un terremoto de preguntas y

más preguntas sobre que tipo de misteriosas circunstancias se habían

confabulado para que ella recibiera con precisión absoluta, algo que

pasaría; algo que estaba escrito en el libro del futuro. ¿Entendés, Pedro?

Es-cri-to. La cosa es gorda; una especie de disyuntiva de espacio-

tiempo que rompe los moldes de nuestro pensamiento cartesiano. El

189

futuro ya está en nosotros Ramírez; ya fue. Cada acontecimiento tiene

sus estaciones conformadas; sólo que nosotros vamos en tren y sólo nos

es permitido visitarlas por etapas. Al futuro, claro...

-¿No estás delirando un poco, gallego?

-No, Pedro, no; existe otra realidad que pasa frente a nuestras narices.

Yo creo que el progreso, este maldito progreso supeditado a los dictados

de la automatización y el maquinismo, ha bajado las persianas de nuestra

comunión extrasensorial. Nos ha quitado el contacto mágico con el cuál

nuestros ancestros estaban en sintonía con el Universo. ¿Vos sabías que

en un cuaderno de la escuela primaria de Napoleón, está escrita la frase:

Santa Elena, esa isla lejana? ¿Sabías que Swift- creo que en su obra Viaje

a Laputa- sí, no te rías; ése es el título-, da las distancias de rotación de

dos satélites de Marte, desconocidos en su época? Y anotá ésto: Aspa

Hall, un astrónomo norteamericano, los descubre en 1877 y comprueba,

comprueba eh, que lo dicho por Swift, concuerda con sus observaciones.

¿Te sorprende, no? ¿Y por qué creés que bautizó a esos satélites Fobos

y Deimos: miedo y terror? Y hay más, Ramírez, hay más. ¡Carajo!

Ahora que tengo alguien con quien puedo fi losofar de estas cuestiones

esotéricas, no te voy a dejar en paz viejo... largando todas estas locuras

que tengo en la cabeza, te vas a tener que aguantar - Ramírez se muestra

feliz del regocijo de su amigo- Te decía que me acuerdo de algo más.

En 1896, un tal Shell, un casi ignoto escritor inglés, publica una novela

en la que habla de una organización de criminales asolando Europa.

En el libro puntualiza que hordas organizadas matan a las familias que

consideran perjudiciales para el progreso de la humanidad ¡y que luego

190

queman sus cadáveres! ¿Sabés cómo se llama la novela -Ramírez se

encoge de hombros-? ¡Los S.S.! ¡Ah!, Ramírez, Ramírez...; vos sos

mucho del dos más dos igual a cuatro. Pero en algún punto debe ser

igual a cinco. No lo vemos porque hemos perdido la capacidad de la

imaginación. Las cosas no son solamente, alto y bajo; día y noche;

blanco y negro; nacimiento y muerte... Permanecemos fuera de otro

plano de la realidad al que no llegamos porque nuestro espíritu está en

letargo. Duerme. ¡Estamos dormidos, Pedro! ¡Dormidos! A contramano

de lo que sugiere la idea de civilización, ésta nos metió en un corsé

intelectual, y sabés qué..., es como estar metidos en un sueño perverso;

en una postración de la conciencia, hecho que para mí, es responsable

de todos los enfrentamientos de la raza. ¡Hay que despertar, Ramírez!

¡Despertar!

-¿Y cómo...?-Ramírez se ha puesto repentinamente serio.

Por unos instantes, el silencio se instala entre ambos como un mediador

no invitado.

-¿Cómo...?; he ahí el dilema. ¡Cómo...! Pero aquí no termina la cosa...

-¿Qué? ¿Hay más?

Ramírez siente cierto embotamiento. Entre el cansancio, las horas de

sueño postergadas y el loco tema de su amigo, sus neuronas parecen

perezosas a la hora de coordinar las ideas. No obstante, una incipiente

inquietud lo predispone a no cortar la charla.

-No sabés las cosas que tengo al respecto... Pero voy a limitarme a

contarte algo muy personal que ni siquiera se lo comenté a mi Abuelo,

con quién siempre tenía largas charlas fi losófi cas. Es a propósito de un

191

tío mío, Xosé Vives . Nunca supe muy bien los motivos de esta historia

de familia que juntó a gallegos con catalanes. Comparado con lo

nuestro, con las cosas de los argentinos, es como juntar en una familia

a tucumanos con santiagueños; no sé si está claro...

-Bien claro.

- Bueno...te cuento que mi tío era un catalán de primera, Antifranquista

a muerte. Me cago en el ferrolés de Franco. Este tío nos dio por el culo

el muy cabrón. Y cosas por el estilo, Pedro. Yo vivía por entonces en

Morón; no, no; miento. Ya me había mudado a Ituzaingó. Estas cosas

raras me empezaron a pasar en la adolescencia, ¿sabés? Cada vez que

alguna premonición buscaba mi cabeza, seguro que tenía difi cultades

para dormir. Ojo: en realidad también me pasaba en otros momentos...

en la calle.¡Qué sé yo! Pero generalmente, la cosa solía darse más por

las noches, cuándo me iba a acostar. Bien, te cuento lo de la historia con

mi tío. Llevaba no menos de tres horas en la cama sin poder dormirme.

Cualquier otro en mi lugar, estaría loco o a las puteadas. En mi caso no,

Pedro.¿Pongo para unos mates?

-Dale.

-En mi caso no, te decía. No sé..., yo tengo una teoría al respecto pero

ahora no viene a cuento. Cada vez que me pasaban esas cosas, era

como si entrara en trance. De verdad te lo digo...; es creer o reventar.

Entonces se me aparece la imagen de mi tío: Gorra, chaleco de cuero

desabotonado...; pantalón de corderoy...; si me parece estar viéndolo

ahora, che... Sobrino - me dice -. Vengo a despedirme. ¿A despedirte

de qué, tío?, le contesto. No vas a creerme...; hace más de 20 años que

192

guardo esta historia aquí. No sabés lo que signifi caba mi tío para mí.

Brigadista ¿eh...? Estuvo en la defensa de Madrid. Después se escapó

a Francia en marzo, poco antes de la caída de la República. ¡Cómo

despotricaba contra los rusos! Estos cabrones lo único que querían era el

oro de la República! Y decía que se habían hecho un negocio fenomenal

vendiendo armas que eran chatarras. ¡Mi tío Xosé, carajo! Catalán pero

no separatista. No señor. Y ahora que me acuerdo... ¡Justicialista! Llegó

aquí en el 42. Siempre contaba que había estado en el acto del Luna

Park. Por lo del terremoto de San Juan, ¿té acordás?- Ramírez asiente

de manera divertida a la interminable verborrea de su amigo.

-¿Y...?

-¡Y nada! Que allí lo vio pasar por delante de sus narices al mismísimo

Coronel Perón. Mi tío no andaba bien con los milicos, supongo por el

asunto de Franco. Pero Perón le gustaba porque decía que le estaba

dando dignidad al obrero.

-Pero esperá gallego - Ramírez comienza a impacientarse -. Tranquilizate.

¿Qué tiene que ver esto con ese asunto de las premoniciones?

-Que mi tío, o el fantasma de mi tío, o la representación holográfi ca de

mi tío, me dice de pie frente a mi cama: sobrino, vengo a despedirme.

No te voy a volver a ver en este mundo. Pasó la muerte por mi casa y me

dijo que mañana es mi hora fi nal. Hombre, que es la defunción, me cago

en Franco.... Ramírez... no te rías. Te estás meando de la risa, boludo,

y esto es serio -Ramirez es un ovillo de carcajadas -. ¿Cuándo te mentí

yo, Ramírez...?

Ramírez hace fi ntas en el aire como un boxeador, haciendo un esfuerzo

193

por frenar las carcajadas.

-Es que es para morirse de risa. ¡No te enojés, gallego...!

-Y sí, en cierta medida tenés razón... Es casi para reírse... Pero estoy

seguro de que no te reirías si te hubiere pasado a vos...¡Te puedo

asegurar que es algo muy jodido! Rejodido. Pensá bien en lo que voy

a decirte. Yo no dormía. Estaba bien despierto. Te imaginarás...; me

quedé sorprendido; para mí era una puta pesadilla...Recuerdo que en

un momento pensé estoy soñando; esto es una pesadilla. No se me dio

por decir una sola palabra. Creo que en el momento en que abría la

boca para decir una boludez, mi tío que desaparece, que se esfuma en

la habitación.

-Y...?

Ramirez ha logrado recuperar su compostura Siente un molesto

cosquilleo que asciende desde su estómago hasta su tráquea; de pronto,

lo domina una morbosa curiosidad.

-Ahora vas a escuchar. ¡No vas a poder creer lo que sigue! A la mañana

siguiente, yo necesitaba material para un trabajo de la facu; algo así como

el comportamiento de los escritores españoles durante la guerra civil.

Lo primero que pienso es en mi tío Xosé. Mirá lo que es la casualidad...

Tenia una biblioteca sobre temas españoles extraordinaria. Viejos pero

muy buenos. Algunos los trajo de allá y otros los había comprado a

crédito a los clásicos vendedores domiciliarios; incluso yo también

llegué a venderle algo. Pues bien, sin darle demasiada importancia a

las visiones de la noche, me llego hasta su casa. Toco el timbre y veo

que sale mi prima María con los ojos enrojecidos, mientras alcanzo a

194

escuchar que desde el interior de la casa, alguien está llorando. ¿Quién

te avisó Gregorio?-me dice mientras me abraza y se larga a llorar. ¿Qué

iba a decirle? ¿Qué me había avisado el propio padre de la desgracia?

-Gallego... -la voz de Ramírez suena casi solemne, a tono ahora con

el sesgo dramático que Alonso Lama le ha impuesto al relato-. Si no

viniera de vos no podría creer ni el diez por ciento de esto. Vos tenés

videncias entonces... Sos de esos tipos que tienen un don extrasensorial,

o algo así.

-Algo así... -Alonso Lama navega con la mirada perdida en un punto

abstracto.

-¿Y nunca te hiciste ver? Digo..., ¿no buscaste el porque de ese don...?

-La verdad que no. Alguna vez se me cruzó la idea de encontrar alguna

respuesta, pero... ¿a quién recurrir en estos casos?.

-Sí, claro, tenés razón. Che gallego espero que si alguna vez tenés

alguna visión fulera sobre mí, vengas y me lo cuentes -Ramirez suelta

una risa vaga-, aunque pensándolo mejor..., preferible no enterarse.

Che, ya está el agua. ¿Querés que prepare yo el amargo?

Dale. Voy a prender el calefactor. Está haciendo un frío de locos.

En esos momentos, suena el celular de Ramírez.

-Sí, Osvaldo. Buen Día. Sí, hablá..., dale....¿Cuándo...? ¿En la

comisaría...? Está bien, quedate tranquilo, yo me ocupo. ¿Pero por qué

no me avisaste antes...? Ah, sí..., tenés razón... lo tenía con la batería

descargada. Recién hace un rato le puse la otra. Está bien; yo me ocupo.

Después nos vemos.

195

-¿Qué pasa, Pedro?

-Nada. Detuvieron a un cumpa. Tengo que ir a ver al comisario- se

levanta dirigiéndose al comedor en busca de sus efectos personales-.

Che, ¿ y esta carpeta gallego?

-Ah!, es mía. Lo preparé para vos antes de acostarme anoche. Son las

copias de algunos de los cuentos que voy a enviar al concurso literario

en España. Me interesa mucho tu opinión. Yo sé que sos un gran lector

de obras de fi cción. Me quedan tres semanas. Léelos tranquilo y después

cuando nos volvemos a ver, charlamos sobre ellos. ¿Va?

-Sí, viejo, como no. Los pongo en el portafolio y después les doy una

lectura.

Los amigos se despidieron con un fuerte abrazo. Como siempre.

196

197

INTERMEDIO

198

199

“Najai y Nam”

200

201

Le cuesta conciliar el sueño. Demasiadas vueltas en la cama. Inútil. El

insomnio persiste.

De pronto, toma una decisión. Con paso fi rme se dirige al garaje donde

tiene estacionado un 3 CV que alquila.

Fuera, la noche está destemplada.

El viento del cuadrante Oeste sopla arrastrando el aire fresco de la

lejana cordillera.

Por encima de su cabeza, se deslizan las formas caprichosas de

compactas nubes en dirección a las sierras cercanas.

Decide tomar el camino circundante para evitar el corte de ruta que los

piqueteros mantienen sobre el centro de la ciudad.

Los faros iluminan en forma defi ciente el camino de tierra.

Un kilómetro más adelante, cruza con cuidado un pequeño vado -producto

de recientes inundaciones-, que desemboca en el Río Tartagal.

Luego, sí, la ruta 34, en dirección a General Mosconi.

Pronto deja atrás el viejo feudo de YPF -convertido casi en un pueblo

fantasma -, y lanza el auto sobre el camino lateral.

Se detiene justo a la entrada de una precaria vivienda.

Aparecen dos perros fl acos moviendo sus rabos.

Antes de golpear, una mujer morena, de rostro aindiado y algo entrada

en carnes, lo recibe con una sonrisa.

-Te esperaba español - la mujer viste un poncho rojo de guardas negras-.

¡Qué buena tu presencia!

-De pronto tuve ganas de verte... Hace tiempo que no charlamos. Estuve

ocupado escribiendo...; ya sabés...

-Sí, español. El concurso de cuentos... ¿Cómo va eso...?

-Creo que bien. ¿Pero qué te pasó con la luz?

202

-¡Ah!, una falla. Mañana vienen a arreglarlo.

El hombre sabe que la mujer le oculta la verdad (de manera casual

se ha enterado que ella atraviesa por serias difi cultades económicas),

pero sabe también que deberá manejarse con suma discreción; la mujer

mantiene el pacto de orgullo de sus ancestros.

Penetra en la casa. Una lonja de cuatro por diez metros: cocina, comedor,

y una habitación con un pequeño baño. Paredes revocadas sin pintura;

piso de cemento y carpintería de pino; todo limpio y ordenado, con una

pulcritud casi exquisita.

Sobre la mesa de la cocina, vé un libro abierto.

-Veo que estás leyendo... - acota con la mirada fi ja sobre los ojos negros

de la mujer -¿Neruda...?

-Neruda. Ya sabes que es uno de mis poetas preferidos.. ; me gusta

el chileno porque dialoga con la tierra; nos transmite los mensaje de

nuestros antepasados. Hablar de Neruda despierta en mí la poesía

interior. ¿Sabes, español? En este libro me reencontré con los aromas

que afl oran de la tierra, con palabras que desnudan los secretos de las

voces ancestrales... pero por sobre todo, me han parecido maravillosos

sus retratos del alma humana, de las injusticias sociales...

-Hablas como una poetisa. ¿Este escrito es tuyo? -tiene en su mano

derecha un manuscrito hecho en un pedazo de papel- ¿Puedo leerlo...?

-Estaba en eso cuándo tú llegaste- la mujer toma entre sus manos, la

mano libre del hombre-. Siempre hueles bien, español...

Alonso Lama siente un leve cosquilleo en medio de sus genitales; ella

le toma las manos entre sus manos callosas, duras de labranza. Luego

le pone el escrito delante de sus ojos. Lee.

-“Sólo en Dios se trasciende la existencia. A veces, resulta difícil aceptar

203

la idea de un Dios; pero es más incomprensible imaginar la vida sin El.

Ajeno a la idea de Dios, el humano no entendería el mundo. Dios es el

ancla, el barco es la vida, y el hombre” ¿El hombre qué...? Puede ser un

hermoso poema...

-No sé; tal vez el timonel. Me gusta esa palabra. Pero tú tienes frío...

- la mujer gira sobre sí misma y saca de un desvencijado mueble una

botella conteniendo un líquido rojizo-. La cañita casera, español. Ven...,

arrímate al fuego. Unos tragos y el frío lo dejas pronto.

Luego abre la boca mostrando una cuidada dentadura.

El hombre percibe el aleteo en la comisura de los labios.

-La vida es buena. ¡A tu salud, salteña... !

-¡A la tuya, español...!

Ambos beben en silencio, mientras el licor se fi ltra lentamente en busca

de las profundidades viscerales.

Bebedor moderado, el hombre conoce el sabor de sugestiva cantidad de

licores - época de sus recorridas etílicas en los bares de Estocolmo o las

tascas de Madrid-; sin embargo, esa caña casera parece tener un sabor

inigualable. No bien se desliza por su garganta, siente que el viscoso

líquido libera rápidamente las encerradas emociones.

A través de los destellos de la vela encendida, el hombre logra divisar

la pequeña cama vacía hacia el fondo de la sala; casi instantáneamente,

mira a los ojos de la mujer.

-El niño no está. Vino el Abuelo a caballo y se lo llevó al pueblo. Lo

tiene dos o tres días. Estamos solos español. Tranquilos y solos...

Siente el láser penetrante de la mirada femenina. Lo gana de pronto la

impresión que una peonza gira en el centro de su pecho, terminando de

instalarse en el panel superior de su frente.

204

Prefi ere tomar asiento, cerca de los leños que arden en el interior de una

vieja cocina de hierro.

La mujer enciende otra vela.

-Te pido que me des sólo unos minutos; estaba por darme una ducha

cuando llegaste.

-Por favor...

Ve cuándo ella penetra en la habitación contigua. Y ve muy pronto

también el desnudo cuerpo femenino, a través de un cortinado trans-

parente. Espaldas anchas, elevado culo, caderas fi rmes como rocas.

Imagina.

-Aguanta unos minutos español. Tú sabes..., aquí cuesta calentar el

agua.

-Esta bien, salteña.

Las palabras afl oran gordas, crecidas por una incipiente emoción erótica

que comienza a atenazarle las cuerdas vocales.

Cierra los ojos. Es el momento de liberar la presión de los recientes y

sentidos recuerdos.

Había conocido a la mujer a poco de su llegada a Tartagal.

Le llamó la atención verla dentro de una de las librerías de la ciudad

- sombrero gris con cinta roja; la pollera negra y una casaca de un verde

furioso - “vestimenta colla” pensó-, preguntando al dependiente sobre

algún libro de Rigoberta Manchú.

La estampa era imponente. El rostro aindiado pero sin las facciones

duras y prominentes de los aborígenes, con un dibujo de cara de ciertas

connotaciones europeas; sin ese tono de piel tan aceitunado como

estandarte de su gente. La expresión altiva, con la barbilla ligeramente

hacia delante, en franca rebeldía a pasadas sumisiones. Todo en ella se

205

percibía altivo.

Que en aquellas tierras desérticas y poco pobladas una aborigen

preguntara por un libro de uno de los iconos más representativos de

las minorías pre - hispanas, le parecía un tanto insólito; tanto, como

encontrar una Biblia en el corazón de Medina, la tierra caliente de

Mahoma.

Se acercó hasta ella. Sostuvo unos segundos su mirada transparente, al

borde de la arrogancia. Le alcanzó una tarjeta.

“Discúlpeme. Gregorio Alonso Lama, escritor y periodista”.

La mujer permaneció inmutable unos segundos, esbozando una sutil

sonrisa, como una Mona Lisa sin Leonardo. “Yo estoy vinculado con

organismos de derechos humanos. Puedo conseguirle material sobre

Rigoberta a través de Internet”.

Ahora sí, las facciones que se ablandan y la sonrisa que se abre como si

se desprendiese de un resorte.

Momento de poner el índice sobre el domicilio que fi guraba en la tarjeta,

y la cita acordada para la tardecita del día siguiente.

Él dudó, claro que dudó de esa visita. Suponía que ciertos prejuicios

atávicos impondrían el vallado cultural correspondiente.

Pero ella fue. Sin el tradicional sombrero, pero con los tonos rojos y

negros en varios festones de su ropa, acentuando aún más su fornida

fi gura.

Cuándo le abrió la puerta invitándola a pasar, vió la duda en ella, captó

la mirada femenina lanzada al interior de la vivienda. “Estoy solo, no

tiene nada que temer”.

“Yo sólo temo a Dios” le contestó para su propia sorpresa. Luego

adelantó sus pies calzados con unas sandalias artesanales, pero pisando

206

con la seguridad de llevar el mejor Luis XIV en sus pies.

A los pocos minutos, la distensión era total. Casi un milagro; no era cosa

menor superar en tan poco tiempo, siglos de desconfi anza generados

por la codicia de sus antepasados.

Hablaron de casi todo, aunque ese todo - a su expreso pedido- había

girado en torno a la peculiar historia de la mujer. Una infancia estrecha

en lo económico y en lo afectivo. Acompañando a su madre como

cocinera en el establecimiento de campo de un productor vitivinícola

salteño. Compartiendo ambas una pequeña habitación de servicio.

Con una escuela primaria ganada a codazo limpio, a instancias de una

tozudez sin concesiones respecto a los estudios.

Caballo provisto por la mujer del patrón - “buena mujer “, le había

dicho a su madre entonces-y a cabalgar diez kilómetros de ida y diez de

vuelta, hasta el ranchito escolar en el que una raída bandera celeste y

blanca era el mudo testimonio de que en aquella región inhóspita y casi

salvaje, también existía el país de los argentinos.

Comenzando el primer grado a la edad en que otros ya habían completado

el ciclo primario. Pero que no importaba. Como tampoco importaba -

siempre en la voz de ella - que en canje por el préstamo del caballo,

tendría que colaborar en las tareas generales del viñedo.

Juntando de a monedas los pocos pesos de la paga- a la patrona le había

parecido incorrecto que trabajase gratuitamente-, a fi n de transformarlos

en libros, cuándo la señora bajaba a la ciudad para realizar las

compras.

Forzándose desde su adolescencia en captar las palabras de Whitman,

de Neruda, de Mark Twain y de Cervantes; del Melville de la épíca

historia del cazador de los mares; de Poe y de Jack London; todo el

207

siglo de oro español, llegando incluso hasta El hombre mediocre, aquel

temible libro de léxico casi incomprensible, descifrado gracias a los

ofi cios de un viejo Sopena prestado por la dueña de la estancia.

Libro aquel de José Ingenieros que había tenido la rara virtud de aunar

su visión moral del entorno indígena, con el pragmatismo del hombre

blanco, instándole a subir los peldaños de una escala social hosca y

prohibitiva para los de su raza.

A los buenos pese a las privaciones; así, hasta que llegó el periodo más

duro de su vida: el productor que cae en desgracia económica, y, con

20 años y una madre que ya comenzaba a padecer los efectos de una

precoz demencia senil, verse de pronto en la calle, sin trabajo y sin

vivienda.

Puertas y puertas en busca de un conchabo, en canje por un techo y un

plato de comida. Nada. Los nudillos se habían desgastado.

Una y otra vez golpeando chapas y maderas de las puertas de ricos y de

pobres. Nada.

Dos mujeres- una enferma, con la mente desvariada por momentos -

que se ven obligadas a dejar la ciudad Capital de la bella provincia,

en un peregrinaje doloroso, a lo largo de una ruta árida que parecía

no tener fi nal : Gral Güemes, San Pedro, Libertador Gral San Martín;

Urundel, Saucelito, Pichanal, y un leve desvío hacia el norte: Tabacal, y

luego hasta San Román de la Nueva Orán.

Nada. Nunca nada.

Incontables días en medio del frío, la soledad y el hambre. Pasando las

noches en alguna capilla de un párroco sensible, recibiendo un plato de

comida; y si la capilla estaba ausente de Cristo, quedaba el recurso del

pequeño hospital o la modesta sala de primeros auxilios dónde siempre

208

solía haber un alma caritativa y un colchón aunque más no fuera en la

cocina.

En aquella Orán dónde se había despedido defi nitivamente de su madre,

cuando la vieja india le dijo una noche que no quería dar un paso más.

Noche oscurísima, con un telón de fondo negro en el cuál las estrellas

parecían brillar de manera especial, por encima de una luna enorme y

blanca que teñía de morado los cerros circundantes.

Noche de lucidez de su progenitora, apenas una hora en que el cerebro-

luego de recomponer durante unos minutos sus desquiciadas neuronas-,

ponía en sintonía su psiquis con la pasada sabiduría de sus ancestros.

“No quiero ser más una carga para usted, m`hija. La Pachamama me

ha hablado hoy y me ha dicho que la deje caminar sin mi presencia. Yo

elijo morir para que usted viva. Ella me ha hablado aquí esta noche...”.

Incomprensible para el hombre blanco.

Hubo claro, una queja (ya se sabe: la vida no resigna su derrota en su

desigual pelea contra la muerte...); la misericordia que se hacía presente

a través de un reclamo íntimo y verbal a ese Dios que fi jaba de manera

arbitraria el destino de cada una de sus criaturas.

Pero Dios tenía sus propósitos y ella no era quien para torcer ese deseo

de su madre de elegir morir con dignidad.

Por eso la mujer le recuerda al español que en la mirada de su madre,

brillaba la resolución incontrovertible. Y así fue.

Vuelta a los caminos, bajando otra vez hacia la ruta 34, en una quimérica

busca de revancha pero ahora rumbo hacia el noroeste: Gral Ballivián;

Coronel Cornejo, Gral Mosconi y Tartagal, nombres todos registrados,

grabados a fuego en los anales de una memoria demasiado sufrida y

dolorosa.

209

Tiempos de penurias, hasta que un día afl ora el pequeño milagro: el

encuentro con gente de su propia comunidad étnica y cultural, organizada

para prestar asistencia a sus hermanos.

Con escasos recursos - cierto era - pero los sufi cientes para apretarse

codo a codo con esperanzas pequeñas pero creíbles en su realización.

Fueron entonces años de trabajos sociales intensos- ella en tareas de

alfabetización- hasta que el amor se hace presente corporizado en un

hombre que trabajaba en YPF.

Y el sueño de seguir soñando se hizo posible.

Pronto, la pequeña pero confortable vivienda (los primeros ladrillos

propios y las paredes que resguardaban del viento helado en el invierno)

y pronto también, la llegada del hijo, como otro regalo extra de la vida,

que parecía dispuesta a congraciarse con ella.

Era tan maravilloso aquel presente, que libros y libros llegaban todas

las quincenas en las manos de un compañero comprensivo que después

de los cobros quincenales, se llegaba hasta la ciudad para recoger

en la librería las obras que ella le había preparado en unas listas con

antelación.

Claro que la felicidad de los pobres - como suele decirse - siempre es

efímera.

“Mi esposo - parco de palabras pero generoso de espíritu - practicaba la

solidaridad desde su cargo de delegado gremial”.

Alguna vez le había comentado a ella de ciertas “apretadas” conminándole

a abandonar sus actividades sindicales.” No sigas jodiendo porque te

vamos a hacer boleta”, le había dicho un gendarme de bigote ralo.

Ella que indaga. “No es nada negra; gajes del ofi cio. Nada de que

preocuparse”.

210

Frase repetida para amortiguar las angustias.

Pero no hubo caso. Una noche llegaron unos hombres de uniforme

verde con orden de detenerlo; a medio vestir, lo sacaron a la rastra de la

cama. Luego, a cachiporrazos, lo metieron en una camioneta que partió

velozmente.

Todo en un par de minutos, justo el tiempo que había transcurrido

mientras ella saltaba de la cama, corriendo a buscar a su hijo que

dormía en la cuna.

Tiempo sufi ciente para escuchar la sonora puteada de quien parecía ser

el jefe del grupo que era aguardado desde otro vehículo: “Y vos dejate

de joder negra de mierda, porque un día vamos a venir por vos”.

En la confusión, alguien del grupo se había robado el pequeño cofre con

todos los ahorros.

Otra vez cuesta arriba, apretando los dientes, y a pelearle nuevamente a

la vida tratando de despejar las piedras del camino.

Gracias a los ofi cios de la comisión gremial, pudo lograr un pago

simbólico de medio jornal. Esto, y la solidaridad de los obreros, fue

sufi ciente para tirar un tiempo con un resto de dignidad.

Después la historia ya era más reciente: el cierre de la planta como

consecuencia de la compra de YPF por parte de Repsol, y la magra

indemnización gracias a los ofi cios de un joven abogado (recursos

monetarios apenas sufi cientes para comprarse la casita en las afueras

del poblado); y desde unos años atrás, la pensión que el Estado le

había liquidado en concepto de indemnización. Dinero también escaso

pero que al menos servía para sobrevivir y hasta para darse el lujo de

costearse sus estudios secundarios, vieja asignatura pendiente.

El resto lo proveía su pequeña pero efi ciente huerta, algunas gallinas, y

211

una vaca que cada tanto ofrendaba su cuota de leche.

“No me hablaste nada de tu padre”

La mujer había mirado unos instantes hacia el vacío, tratando de

desprenderse de una imagen violenta y escurridiza. Luego volteó la

cabeza en dirección a él, que esperaba ansioso la respuesta.

Ella se mordió los labios carnosos y salientes antes de responder: “Soy

el resultado de una violación que llevara a cabo el administrador de la

estancia. Mi madre a los 20 años tenía la carne dura como el acero, y el

hombre no pudo sujetar su continente”

Ante semejante confesión, él no pudo controlar su disparador morboso

y fue por más. “Por favor español - era la primera vez que lo llamaba

así -; no pactemos con el demonio. El mal corre invisible como el viento

cuando el hombre abreva en él”.

Entonces, guardó prudente silencio.

Sorprendido y conmovido por la historia y la forma en que ella se

defendía de las adversidades, se dio cuenta de que aquella mujer era

la sincronía perfecta entre la sabiduría natural de sus ancestros y el

conocimiento ilustrado de la raza.

Movido por un impulso extraño, se puso de pie y tomó las manos

curtidas de la mujer.

Al instante, ambos estaban confundidos en un abrazo en el cual los

sentimientos puros y genuinos, predominaban sobre los ríos de fuego

que el erotismo comenzaba a gestar entre sus vísceras.

Sólo tuvo una última pregunta, antes que la mujer se marchara. “Con

todas las cosas que te pasaron, no se ven las marcas del rencor. ¿Por

qué?”

Ella sonrió. “¿Rencor...? El rencor es cosa de espíritus pobres y

212

corazones callados. Hace mucho comprendí que la vida es una prueba

de fuego: Si te quejas siempre de tu suerte, acabarás consumido por él.

Si dejas a tu corazón libre de las tinieblas del rencor, siempre pasarás

por encima de las llamas”.

Luego hubo otros encuentros, como cuando ella lo llevó a la Biblioteca

Pública y le mostró parte de un trabajo que estaba realizando con apoyo

de gente de la comunidad. “Estamos tratando de hacer una reparación

histórica, español: mis antepasados son pocos y están dispersos por

estos campos de Dios. Muchos de ellos han perdido contacto con sus

raíces, con la lengua de sus ancestros. Aquí he conseguido unos libros

antiguos que rescatan el alfabeto de mi gente, y la idea es contactarnos

con todos cuantos podamos, para volverlos a la paz de sus tradiciones.

Yo he leído sobre tu patria, español, y si algo especial rescato de tu gente,

es la forma como han mantenido sus tradiciones, pese a la diversidad

de regiones. Me gusta eso de hacer un culto de lo suyo, respetando los

sentimientos ancestrales de los vecinos. Amo a tu Galicia, español: La

he visto a través de un libro de poemas de Rosalía de Castro que me

han traído desde Buenos Aires. Por eso tengo el entusiasmo puesto en

este trabajo. Yo voy a enseñar la vieja lengua a mi gente, español. He

conseguido libros y también me donaron una pizarra que ya tengo en

casa”

Él la vio rebosante, hablando con un entusiasmo arrollador.

Luego se enteró que se trataba del vilela, lengua de raíz andina, que de

manera un tanto misteriosa se había instalado en el sur de la provincia

y en el norte del Chaco.

Cuando él le preguntó si valía la pena semejante esfuerzo - incluso a

tenor que tal vez llegaría a escasos pobladores de la etnia - ella se limitó

213

a decir: “No importa cuántos consiga. Una sola voz, hacen las voces. El

dolor de un hombre, es el dolor de todos los hombres”

Siempre sorprendiéndolo con sus sabias acotaciones.

Otro día se encontraron nuevamente en su casa.

Ella aceptó la invitación para compartir una cena durante la que hablaron

hasta bien entrada la madrugada.

Fue la primera vez que el sexo metió una cuña pequeña entre los dos.

Claro que la cosa no pasó de ciertas miradas cómplices en las cuáles el

erotismo comenzaba a avivar el fuego que ya fulguraba en las pupilas.

Aquella noche, de pie frente al cuerpo de la mujer apoyado contra la

puerta de la cocina, él la besó en la frente, mientras sentía las manos de

ella deslizarse por su cuello.

Luego de tomarla entre sus brazos, él la había apartado rápidamente

de su cuerpo, momento en que la mujer comprendió que él no estaba

preparado para una nueva aventura amorosa; que la joven y bella blanca

desaparecida, aún controlaba las emociones de ese hombre sensible.

Pero no hubo resquemor, ni siquiera un atisbo de protesta verbal, como

si ella conociese y valorase el peso anímico del pasado, la comunión

vital con las que cada gesto y cada una de las emociones pasadas,

marcan a fuego el alma de los protagonistas.

Por eso sabía - el corazón femenino era experto en esto - que él no

estaba aún en condiciones de recibir su ofrenda de mujer; ofrenda

que ella ya había decidido poner a su disposición desde el momento

que aquel extraño comenzara a controlar y digitar sus fantasías eróticas

nocturnas.

Cierto que se trataba de una visita fantasmal del español: un reclamo

de sus neuronas y su carne, activadas éstas por su soledad física y

214

espiritual.

Y entonces la fantasmal imagen del hombre que llegaba en medio de

un frío soberano; los saludos fantasmales de rigor, hola español; hola

salteña, y el cuerpo inasible pero increíblemente caliente del hispano,

introduciendo su virtual imagen entre su otra soledad - la de las sábanas-

penetrando en su intimidad de mujer como preludio de un onanismo

silencioso que solía precipitar algún largo y sentido orgasmo.

Ahora estaba de vuelta con ella, a casi un mes del último encuentro.

Treinta días imaginando que ya se sentía preparado de afrontar una

relación de amor en la cual era mucho lo que ambos ponían en juego

como raíz misma de la vida. Sabía muy bien cuál era la diferencia

entre intercambiar los genitales como simples disparadores sexuales, o

entregarse a la práctica del amor en el que el sexo, sí, estaría supeditado al

sagrado trípode de la existencia humana: espíritu , corazón y vísceras.

Siempre había tenido muy en claro que el amor exigía el compromiso

de la carne pero también la intangibilidad emocional de toda su

espiritualidad.

De pronto, a través de la presión de los recuerdos, comprende que una

ansiedad creciente comienza a dominarlo.

-En un minuto estoy lista, español.

Acicateado por una borrosa imagen escrita en la pizarra clavada en la

pared, se acerca con la vela en mano. Y sin saber porque, siente una

extraña emoción al ver escritas con una tiza, las siguientes palabras:

215

VILELA-ESPAÑOL

Najai, yo Nakic, nosotros

Nam, tú Namqué, vosotros

Tetelá, él Tetelapi, ellos.

Por un momento, deja navegar la mente imaginando el paisaje de ese

páramo siglos atrás, cuando los hombres de esas tierras dominaban ese

entorno salvaje en el que el silencio retumbaba a través de ríos y arroyos;

de montes y de sierras; cuándo aún los calchaquíes eran dueños de sus

destinos, antes que los incas y más tarde sus propios antepasados de

raza, les robasen el alma y las pertenencias.

En el momento que la última imagen de los recuerdos abandona el

anaquel de su cerebro, ella que vuelve desde la habitación. Pollera

negra plisada, con el volado algo más levantado dejando ver el desnudo

nacimiento de los muslos; blusa blanca de mangas largas con puntillas

en los puños; chaleco de cuero abierto tipo verde musgo, y botas negras

de medio taco. Además, un collar artesanal de varias piedras, con

pulseras haciendo juego. El rostro, sin una pátina de cremas, con los

labios descalzos de rouge.

Al ingresar en la cocina, el pequeño ambiente se impregna de un

penetrante aroma fl oral, batiendo en retirada las volutas de la leña y los

vahos del licor.

-Te viniste con todo...

-Tu presencia, español, es importante en mi casa. Yo debo hacer honor

a tu visita.

216

Demasiada dinamita erótica; se apoya de perfi l contra uno de los bordes

del extremo de la mesa.

Ella se halla de pie en el otro extremo, con sus manos sobre el dintel

de la puerta.

Durante algo más de 30 segundos, ambos se observan en silencio, como

virtuales maestros de ajedrez. Cada mirada parece un movimiento a la

espera de la jugada maestra: P.A.R. Jaque Mate.

La mujer permanece con los dedos de la mano derecha jugando con la

cadena del cuello, mientras una de las rodillas oscila entre una posición

rígida y una leve fl exión hacia delante.

-Estaba mirando estas palabras escritas en la pizarra- dice sólo por

decir algo (en realidad tenía la cabeza en otro lugar y otros eran los

pensamientos).

La mujer camina hacia él.

-El alfabeto vilela al que hiciera referencia... Pude rescatarlo. Algunas

de las tribus calchaquíes lo hablaban ya antes de la llegada de tus

antepasados, español. Y antes también que fuéramos sojuzgados por el

imperio Inca.

-¿Tenés idea del número, digo..., sí sabés de datos demográfi cos al

respecto?

-¿Te interesa español? la observa fi jamente como única respuesta-.

Mira, según estudios confi ables, se habla de unos setenta a cien mil

miembros, aunque otros dicen que es un cálculo mezquino. Lo notable

es que la población no constituía una unidad política. Se agrupaban en

tribus y ayllus, cada uno con sus caciques independientes.

-¿Qué es un ayllus?

-Ahí lo tienes - la mujer señala la imagen de una serpiente hecha en una

217

lámina de bronce. Está colgada en la pared, sobre el fl anco derecho de

la pizarra.

-¿Y cómo se manejaban políticamente?

-¡Siempre la política! ¡Siempre la política, español! - ella se ha acercado

de manera casi subrepticia a su posición. Ahora siente la intensidad

del perfume femenino; un halo intangible que asciende por sus fosas

nasales con efectos devastadores. -Te cuento español: las tribus

estaban comandadas por caciques, lo mismo que los clanes en que se

subdividían, Estos se heredaban. Los caciques eran también los jefes

de la guerra. Los calchaquíes - o sea, la gente de mi pueblo -, llegaron a

estar confederados. ¿Me sigues? No..., lo digo porque presiento que tus

pensamientos están en otras cosas... Por eso...

-Es verdad.

-Najai y Nam- dice ella, llevando un índice al centro de su pecho. Luego

lo señala.

-¿Tú y yo....?

-Exacto. Tú y yo, español.

Olfatea los efl uvios del macho en celo. El erotismo comienza a

desbordarse. Puede palpar el frenesí de la danza erótica moviéndose de

manera incontrolable entre los corpúsculos del aire.

Imposible manejar tanta feniletilamina. La mujer capta su mirada

errática.

Ella sabe que no está frente al fantasma que noches tras noches se metía

entre las sábanas de su cama. Ahora el fantasma se ha corporizado;

siente la mirada del extranjero como parte de un desprendimiento, la

pátina de amor que se imponía por encima de desencuentros ancestrales.

Vibraciones infi nitesimales, imperceptibles para una vista prosaica,

218

pero tomadas por ella, gracias a ese don especial que la conectaba con

la memoria colectiva de su pueblo.

Percibe que en la mirada, se aunaban las aristas del pasado argentino,

con aquella Galicia lejana y desmadrada.

Pero también siente que en los ojos del español, está viva la mirada de

su propia naturaleza, parte de ese pasado celta que marca el sino de ese

hombre entristecido.

-Español: mi corazón te pertenece.

Acusa el terremoto verbal bajo sus pies. Primera vez que una mujer

tomaba la iniciativa.

-Bueno... - siente su risa impotente pegando pequeños saltos en el aire.

-No sé qué me pasó contigo español. Siento como...; como si me

hubieras volado la cabeza- su mano adopta la forma de un arma de puño

y se la lleva a la sien-. De pronto, ¡pum!, una bala de amor que me ha

hecho un hueco aquí, y aquí en el corazón...

-Bueno, yo no sé qué decirte... - la frase suena ambigua. Ella capta la

duda momentánea.

-Alma. Mi nombre es María del Alma; pero quiero que me llames Alma.

Nunca me habías preguntado el nombre...

-¿Alma...? Jamás escuché ese nombre en una mujer.

-Lo sé, español.

-Lo sé; lo sé. Vos sabés todo... ¿Cómo es que sabés todo?

La protesta es una caricia sensual en medio de una abierta sonrisa.

-Porque estoy en comunión con las voces de la tierra. Leo los

pensamientos a través de las vibraciones de la voz; me llegan abiertos y

puros. Mi espíritu no opone barreras. Mi mente no especula. Las cosas

son como son..., español; la voz que emite la palabra tiene un valor

219

sagrado y yo aprendí a captarlo; así de simple.

-Muy bien, muy bien... Entonces, ¿qué es en lo que yo estaba pensando

en el momento que dijiste aquello de najai y nam?

Cada segundo que pasa, las implosiones eróticas parecen despejar sus

últimas dudas.

Claro que ella no duda; por primera vez en la noche, la sonrisa se abre

plena como un girasol.

-Que te mueres por tenerme, español. Percibí desde la habitación tu

codiciosa mirada sobre mi cuerpo desnudo - él se deja caer en una silla

de paja, aterrado por el descaro de la mujer-. Debo confesarte que lo

hice a sabiendas, español. Escuché que una voz interior me lo exigía.

Necesitaba saber si yo podría alimentar mi propio sueño..., ya sabes,

ser correspondida por ti... Por favor, español... - la voz indígena suena

densa como una cascada de aceite; después de avanzar decidida sobre

él, toma entre sus manos callosas el cráneo y la frente de Alonso Lama -

Tengo cosas para ofrendarte, español...

Ahora la cascada de aceite se ha convertido en una viscosa y gigantesca

catarata.

Durante un eterno minuto, ella aprieta la cabeza del hombre contra su

vientre, con la sensación de que alguien clava agujas en su vagina.

Repentinamente, el hombre-macho se revuelve; de manera descontro-

lada, lleva sus manos hasta los cantos traseros de la mujer, besando y

lamiendo compulsivamente el vientre y la cintura femenina.

En algún instersticio de su cerebro, siente que la parte de bruto que

anida en él, tira violentamente de la pollera; la prenda cae al piso,

dejando al descubierto los pisos inferiores del desnudo edifi cio de la

mujer, preludio lujurioso de la ofrenda prometida.

Salta de la silla apretándose fuertemente contra ella.

En medio de atávicos gemidos, tratando que sus cuerpos no se separen

220

ni siquiera un milímetro, ambos comienzan a recular en dirección a la

habitación.

Percibe el temblor de la mujer; un temblor que baja desde su cabeza

hasta la punta de los pies; casi sin darse cuenta, una profunda sinfonía de

notas misericordiosas estalla en su corazón. Repentinamente, ha dejado

de ser el macho en busca de su porción de sexo. Ahora ha recuperado al

hombre, la compostura vertical que lo eleva sobre el bestialismo.

Con infi nita ternura, deposita el cuerpo de la mujer sobre las blancas

sábanas.

Desde el mismo centro de su corazón, siente que Alejandra se ha

marchado en silencio, casi en puntas de pies, para no perturbar la génesis

de un amor nuevo, después de 25 años de ostracismo sentimental.

Sobre el limo sagrado de las sábanas, no está la desnudez del 90-60-

90, objeto de todos los rituales eróticos de su raza. Sin embargo, en la

imperfección de las formas arquetípicas, vislumbra una egregia belleza,

un sublime desnudo, como una invitación de Dios para cicatrizar las

antiguas heridas de ambas razas.

Por eso, cuándo ella le suplica que lo penetre, él lo hace de la manera

más suave posible, con la sensación nueva e inigualable, de que al fi n

cedía el viejo cerrojo de los sentimientos.

El orgasmo no tarda en llegar.

Llega en medio de un grito compartido. Decibeles del alma que rebotan

en las paredes de la habitación, traspasando el cristal de la ventana. Grito

de conjunción de frustraciones y dolores, que ambos - separadamente-

habían mantenido celosamente guardados bajo siete llaves.

Ahora, a través de la presión de millones de células enardecidas, los

gritos viscerales corren a campo traviesa, se adentran en los montes y

221

ascienden a los cerros, conformando el más formidable grito de protesta

humana, frente a las limitaciones impuestas por la muerte.

222

223

“Acotaciones”

Madrid, enero de 1982.

Necesito referirme a un acontecimiento que me tocó vivir hoy por a

la tarde, a la entrada de una de las tantas tascas, cerca de la Puerta del

Sol.

Había dejado mi trabajo en el periódico antes de horario porque estaba

en uno de esos días en los cuales los recuerdos me taponan, me asfi xian

con toda su carga depresiva.

En esos casos, siempre contaba con la indulgencia del jefe de redacción-

un madrileño de aquellos, reconocido por el Madrid académico, y el de

los propios lectores - a quien no tenía más que decirle que necesitaba

marcharme para tener su inmediato consentimiento; hoy más indulgente

que de costumbre gracias a una nota sobre el Papa que me salió

redonda.

El aire de Madrid tiene un perfume especial (al menos para mí); cada vez

que salgo del periódico en semejantes condiciones anímicas, el recorrido

a píe se ha convertido en un repetido rito: Desde la Plaza Colón, tomar

por la avenida Carlos Sotelo, girar en Alcalá contemplando largo rato la

Cibeles; seguir por esa calle y detenerme unas cuadras después frente a

la magnifi ca fachada de la Academia de Bellas Artes, y casi enseguida,

la Puerta del Sol, centro de locura colectiva cada vez que el Real se alza

con algún triunfo de campanillas como dicen mis colegas de por aquí)

Luego la calle diagonal que desemboca en el Palacio Real; caminar

en forma muy lenta por la calle Bailén contemplando su arquitectura

224

sugestiva; girar por la Mayor de vuelta a la Cibeles, pasar por el Teatro

Real - cita obligada de muchas noches líricas - y otra vez sobre la Puerta

del Sol, a la búsqueda de algún lugar para comer las suculentas tapas

acompañadas por un buen chato de manzanilla.

El frío de esta tarde de enero se hacía sentir de manera aguda y en mi

caso particular, la caminata me había puesto el corazón casi helado.

Creo que esto me llevó a beber de entrada con exceso - cuatro chatos

de manzanilla no eran mis habituales medidas etílicas -, ¡y en menos

en dos horas!

Pronto comencé a sentir que la cabeza oscilaba tendiendo a irse hacia

el piso por la acción de un contrapeso invisible; para colmo, los chatos

eran dobles y ya las neuronas chisporroteaban en el cerebro como

infi nitesimales luces de bengala.

Estuve sólo todo el tiempo. Mis ocasionales amigos solían caer más

tarde, así que me lo pasé viendo trajes de torero en los cuadros colgados

de las paredes, y oyendo todo el tiempo los coños, tíos y, ciripollas, en

cantidades inimaginables.

Recuerdo que en algún momento, una morena fenomenal que portaba

unos candiles de azabache con una de esas miradas que son capaces de

rajar a la misma carne, había comenzado a relojearme, desde la punta

de la barra.

¡Tío! - me dije. Esta se trae una centella... Pero no hubo caso: el maldito

alcohol no parecía comulgar esa noche con mis efl uvios eróticos, y

poco a poco me fui envolviendo en mí mismo, hasta casi desaparecer

del alcance de aquellas termitas visuales.

Me pregunto qué habrá pensado aquel portento mozárabe. Este tío es un

estúpido. O - peor aún - ha de ser una mariquita...

225

Mala suerte. No siempre se gana. El caso es que quiero contaros esta

historia (a veces se me pegan las cosas de aquí).

Me marché como a eso de las ocho de la noche.

En la calle, un viento helado me pegó una bofetada que puso rojas mis

orejas.

Generalmente tomaba un autobús - vivía a unos 5 kilómetros de allí -

pero esta vez decidí abordar un taxi.

Y he aquí el extraño episodio, objeto de esta nueva página en mi

diario.

Pasan dos taxis frente a mí, y yo que no ensayo siquiera levantar una

mano. Ya con moderados efectos del alcohol, tenía en claro que debía

abordar el primer taxi que pasara por allí (además, hacía un frío de

morirse y no veía la hora de meterme en la cama); mentalmente, me

dije: páralo que allí viene.

Pero fue en vano. La mano se negó a obedecer al pensamiento.

Y al pasar el segundo sucedió lo mismo. Nada; que las malditas manos

parecían estar en huelga. ¡Y hubo un tercero! Y esta vez la mano,

como ancla sin barco, apuntando rígida hacia el suelo. ¡Manolo! ¿Qué

carajo me pusiste en los chatos? Vamos..., bandazos gramaticales, clisés

de titulares que mi cerebro tiraba al azar para ver si despertaba de la

borrachera.

Cuándo de taxis ni esto, le ordené a mi brazo izquierdo que se alzara

¡ y se alzó nomás! Repetí el pedido con mi brazo derecho y arriba

también!. Ostias, qué cabronada hay en todo esto, pensé.

Justo en esos momentos, otro auto de alquiler se detenía a escasos metros

donde me encontraba de pie, y, en el momento que decido abordarlo,

veo que desciende un hombre - barba rala, aspecto hindú (no sé porque,

226

pero yo me dije que tenía cara de hindú) -, gabán azul y lentes de carey

con cristales de tono ligeramente anaranjados.

El hombre que se mueve con premura y que se lleva mi humanidad por

delante, arrastrando mi vertical contra el piso de la acera.

El hindú (me cuesta acostumbrarme al moderno indio) ensayó una

disculpa, se agachó para darme una mano y justo en esos momentos,

observo que de un portafolio que llevaba el oriental, caen al piso unos

papeles.

Mecánicamente me sacudí la ropa y en el instante que buscaba con la

mirada al misterioso sujeto, noté que este había desaparecido. Esfumado.

Humo. Como quieran.

Recogí los papeles del piso - ahora los tengo frente a mí -; eran tres páginas

amarillentas - hojas pequeñas, algo así como de 8x 15 centímetros -, sin

referencia concreta de autor ni de título.

Al pie de la última hoja, en letra apenas visible, alcancé a leer como

único dato bibliográfi co: erinck. Le visage Vert. (seguramente el título

haría referencia a un libro que yo no conocía) No sé cuántas letras

faltaban en el apellido del autor; lo cierto es que no pude descubrir su

nombre ni siquiera a través de la ayuda de la gran Espasa.

Voy a transcribir el texto porque me parece de una belleza exquisita,

y además, como un homenaje peculiar a estas palabras que el destino-

¿quién sino?- había depositado en mí con el bendito propósito de meter

una cuña en mi atribulada y solitaria alma.

“La llave que nos hará dueños de la naturaleza interior, está oxidada

desde el diluvio. Se llama: Velar.

Velar lo es todo.

El hombre está fi rmemente convencido de que vela. Pero, en realidad,

227

está preso en una red de sueños que ha tejido el mismo. Cuanto más

se aprieta a la red, mejor impera el sueño. Los que están sujetos por

sus mallas son los durmientes que caminan por la vida como rebaños

de ganado llevados al matadero, indiferentes y sin pensar.

Los soñadores sólo ven, a través de las mallas, un mundo enrejado;

no perciben más que aberturas engañosas, obran en consecuencia

y no saben que estos cuadros son simplemente los restos insensatos

de un todo enorme. Estos soñadores no son, como tal vez tú crees,

los fantasiosos y los poetas: son los trabajadores, los sin reposo del

mundo, los que están roídos por la locura de obrar (el subrayado me

pertenece).

Velar lo es todo.

El primer paso hacia este fi n es tan sencillo que un niño puede darlo.

Sólo el que tiene el espíritu falseado ha olvidado como se anda y

permanece paralizado sobre sus dos pies, porque no quiere prescindir

de las muletas que ha heredado de sus predecesores.

Velar lo es todo.

¡Vela en todo lo que hagas! No te creas ya despierto. No, tú duermes

y sueñas.

Reúne todas tus fuerzas y haz que por un instante resplandezcan en

todo tu cuerpo este sentimiento: ¡Ahora, estoy en vela!

No existe idea atormentadora que no puedas rechazar de esta manera.

Se queda atrás y ya no puede alcanzarte. Te extiendes por encima de

ella, como la copa de un árbol se eleva sobre las ramas secas.

Tienes que vencer uno tras otro los peldaños del despertar, si quieres

vencer a la muerte.

El escalón inferior se llama, ya, genio.

228

Recuerda que la historia de Troya fue tenida por leyenda, hasta que

al fi n un hombre tuvo el valor de excavar por sí mismo.

En este camino del despertar, el primer enemigo que encontrarás será

tu propio cuerpo.

Naturalmente, la felicidad del perro fi el -servir a un dueño-, no

existirá ya para ti, pero..., sé franco contigo mismo:¿querrías incluso

ahora, cambiarte con tu perro?.

Entonces se habrá cumplido el milagro en que los hombres no pueden

creer - porque, engañados por sus propios sentidos, no comprenden

que materia y espíritu son la misma cosa - y que el milagro de que,

incluso si te entierran, no habrá cadáver en tu ataúd.

¡Vela ya!

Los ladrones que roban la fuerza de tu alma, son los peores ladrones

del mundo.

Sabe que las fuerzas maravillosas que ellos poseen, son las tuyas

propias, desviadas por ellos para mantenerte en la esclavitud. No

pueden vivir fuera de tu vida, pero, si los vences, se hundirán y se

convertirán en instrumentos mudos y dóciles que podrás emplear

según tus necesidades.

Son innumerables las víctimas que ellos han hecho entre los hombres.

Lee la historia de los visionarios y de los sectarios, y aprenderás que

el sendero que sigues está sembrado de cráneos.

Inconscientemente, la humanidad ha levantado contra ellos una

muralla: el materialismo. Esta muralla es una defensa infalible; es

una imagen del cuerpo, pero es también un muro de prisión que te

impide la vista.

Hoy andan dispersos, y el fénix de la vida interior resucita de las

229

cenizas en que ha estado largo tiempo acostado como muerto, pero

los buitres de otro mundo empiezan a batir las alas.

Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros. No tendrías que hacer

más que comportarte como un hombre corriente. Pero, ¿qué ganarías

con ello? Seguirías siendo un prisionero en la cárcel de tu cuerpo

hasta que el verdugo Muerte te llevase al patíbulo.

Cuándo, en el camino del despertar, cruces el reino de los espectros,

comprenderás poco a poco que son sencillamente ideas que puedes

ver de pronto en tus ojos, porque el lenguaje de las formas es diferente

al lenguaje del cerebro.

Entonces llegará el momento de la transformación: los hombres

que te rodean se convertirán en espectros. Los que has amado se

convertirán de golpe en larvas. Incluso tu propio cuerpo.

Todo lo que te digo se encuentra en los libros de los hombres piadosos

de todos los pueblos: el advenimiento de un nuevo pueblo, la vigila, la

victoria sobre el cuerpo y la soledad.

Y, sin embargo, un abismo infranqueable nos separa de esas gentes

piadosa: creen que se acerca el día en que los buenos entrarán en el

paraíso y los malos, serán arrojados en el infi erno.

Nosotros sabemos que llegará un tiempo en que muchos se despertarán

y serán separados de los durmientes, que no pueden comprender lo

que signifi ca la palabra vela. Sabemos que no existe el bueno ni el

malo. Sólo el justo y el falso.

Creen que velar signifi ca mantener los ojos abiertos y los sentidos

lúcidos durante la noche, de modo que el hombre pueda hacer sus

oraciones.

Nosotros sabemos que la vigilia es el despertar del Yo inmortal, y que

230

el insomnio del cuerpo es una consecuencia natural.

Creen que el cuerpo debería ser abandonado y despreciado porque es

pecador.

Nosotros sabemos que no hay pecado. El cuerpo es el principio de

nuestra obra, y hemos bajado a la tierra para convertirlo en espíritu.

Creen que deberíamos vivir en la soledad de nuestro cuerpo para

purifi car el espíritu.

Nosotros sabemos que ante todo, el espíritu debe ir a la soledad para

transfi gurar su propio cuerpo.

Tú debes elegir el camino a tomar: él nuestro o el suyo. Debes obrar

según tu propia voluntad.

No tengo derecho a aconsejarte. Es más saludable coger por propia

decisión el fruto amargo de un árbol, que ver colgado un fruto dulce

aconsejado por otro. (ídem anterior)

Pero no hagas como muchos otros que saben que está escrito. Hay

que andar, no examinar nada y retener lo primero que viene”

Maravilloso. He sentido de pronto una saludable brisa penetrar en mi

espíritu.

Por hoy, al menos, la vida tiene sentido.

Gregorio Alonso Lama.

231

Diario Personal.

Tartagal, 2001.

“Solo que fueran Pájaros”

Me tomé unos días de descanso. La excusa fue un pedido de una editorial

para realizar una nota sobre Manuel Belgrano y el Ejército del Norte;

estas cosas que tienen a Salta como punto de referencia, han comenzado

a interesar a las agencias internacionales, después de los episodios en

Tartagal.

Cuando llegué a la ciudad capital de esta bella provincia, me contacté

con gente de la dirección de Turismo.

El propósito era informarme del lugar preciso en el cual se había librado

la batalla de Salta, allá por Febrero de 1813.

Belgrano siempre marcó una impronta en las referencias históricas

nacionales. Un hombre que no estaba preparado para la milicia; que en

realidad, por su carácter de estudioso, se perfi laba para cuestiones de

Estado.

Por otra parte, una salud quebrantada desde su juventud no lo hacían

apto para la dura y sacrifi cada vida de soldado (claro que esto de la

mala salud no era patrimonio exclusivo del creador de la bandera; todos

sabemos los padecimientos físicos de San Martín al respecto...); sin

embargo, Belgrano fue casi un santo de mi devoción particular.

Todos sabemos que rechazó para sí una importante partida de dinero,

premio del gobierno a su brillante triunfo militar.

No aceptó un centavo, determinando que todo el importe se destinara

232

a la construcción de escuelas. Luego me enteré que la donación no se

había hecho efectiva hasta cuatro años después: el gobierno de entonces,

terminó cumpliendo el compromiso, pagando con bonos del estado

(cualquier comparación con la realidad actual, sería verdaderamente

pura coincidencia). Peor aún fue enterarme que a la fecha, ¡el Estado

no ha completado la construcción de las escuelas! Un tipo, en fi n, que

murió en la más absoluta pobreza, debiendo desprenderse de preciados

objetos personales para poder costear los gastos de su enfermedad, en

las postrimerías de su vida.

A propósito, pocos saben que fue el único de los próceres que tuvo

dos muertes: la real, ocurrida en medio de un cuadro de desolación

total, abandonado por amigos y colegas de armas - demasiado

preocupados todos en las luchas personalistas y de facciones - atados

ya a una Argentina enferma por parir, que mostraba por entonces los

confl ictos internos como sino de los días futuros, y la otra - a un año

de su desaparición física - con un entierro ofi cial - tardío y oportunista

reconocimiento político -, en medio de una multitud, dentro de una

escenografía de ocasión preparada por el régimen (digno de Kafka:

pompa y circunstancia - con salvas de honor correspondientes-;

uniformes de gala; el luto en las mujeres, con lloronas profesionales

inclusive, y todo un cortejo que incluía al pobrerío, caminando todos

detrás de un muerto ¡qué ni siquiera estaba en su ataúd!); en fi n, una

historia también para García Márquez.

Permanecí durante horas en una cuesta del camino del Portezuelo,

imaginando el momento preciso en que Belgrano, después de confundir

a los españoles enviando una partida de sus soldados por el único

acceso posible a la ciudad, toma la decisión genial de llevar al grueso de

233

sus tropas a través de anfractuosidades del terreno, con el inestimable

auxilio del Capitán salteño José Apolinario Saravia, baqueano experto

y conocedor como pocos de la zona.

Se dice que cuándo Pío Tristán (fortifi cado en Portezuelo en un punto

poco menos que imbatible) fue informado de la posibilidad que el

enemigo se le apareciese por la retaguardia, el general americano al

servicio de los realistas, contestó: “Sólo que fueran pájaros”.

Recordando este episodio de la historia, me puse a pensar en la tremenda

decepción que sufrí durante mi residencia en Madrid.

En aquellos años, en el afán de recuperar el tiempo perdido, intenté todo

cuánto el tiempo me lo permitió. Y una de las variantes, fue profundizar

en el pasado de mi patria adoptiva, sin renunciar a la española, claro;

uno siempre lleva en sus venas aquellos versos de Machado “Si quien

oye un Viva España!, con un ¡viva! no responde..., si es español no es

hombre y si es hombre, no es español”

Me intrigaba la trayectoria de San Martín, el llamado padre de la

Patria.

Me costaba entender desde mi época de estudiante, por qué un hombre

que a los ocho años es llevado desde su tierra de nacimiento a un país

lejano (España, desde luego); con padres españoles, y con una formación

moral basada en la idiosincrasia bien defi nida del carácter hispano; con

una extraordinaria carrera militar a lo largo de 20 años (recordemos los

honores recibidos en Bailén y su cargo de Teniente coronel del ejército

Real) de pronto se rebela contra esa patria adoptiva - y esto no es poca

cosa porque sabemos del honor con que los soldados juran fi delidad a

su bandera- en aras de un ideal casi exótico: el nacimiento de una nueva

patria que ni siquiera tenía nombre y - lo que era peor - aún no se había

234

decidido por declararse independiente del dominio español. Misterio,

pensaba. Insondable arcano.

Hasta que llegó la contracara de la historia.

Supe de la existencia de un tal Lord Mac Duff - documentado,

fehacientemente comprobado-, un inglés al servicio de España en su

lucha de liberación nacional contra las tropas napoleónicas; averigué

también que este hombre respondía a las órdenes directas de Lord

Weseley (todos sabemos: el duque de Wellington).

Que este súbdito de SMB, le facilitó la documentación necesaria para

presentarse en Londres en la Logia Americana creada en 1797 por

Miranda; logia dependiente de la central masónica más importante el

mundo (obviamente y a la sazón, también en Londres).

Y -¡oh casualidad!: - que con él, se habían embarcado rumbo a estas

tierras, personajes que más tarde escribirían sus propias páginas en la

historia nacional de los argentinos: Zapiola, Francisco Vera, Francisco

Chilavert, Carlos María de Alvear Balbastro, Antonio Orellana y el

barón de Holmberg. Tengo incluso los rangos de cada uno de ellos en el

ejército español, pero no hace al fondo de la historia.

Aclaro que no es mi intención emitir un juicio de valor respecto a la

masonería. Esto forma parte de otro tema.

El caso es que al profundizar un poco en los propósitos de esta supra

organización secreta, pude comprobar estos hechos objetivos:

A) Que el grado conferido a San Martín fue el 5°, que ya pertenecía a

la categoría superior.

B) Que los primeros grados se los daban a los iniciados, con garantía de

una brillante carrera en el campo en que se desempeñaran (por entonces

la milicia, marcaba derroteros de poder real).

235

C) Que sólo los de los grados superiores recibirían instrucciones para

obedecer, por sobre todas las cosas, a sus matrices extranjeras (la logia

Lautaro por lo tanto, no tenía autonomía)

D) Y por último, que los Hermanos Mayores que ejercieren poder

político, deberían asesorarse a través del Consejo Supremo, para

recibir las órdenes correspondientes, absteniéndose por lo tanto

del nombramiento de jefes militares, gobernadores de provincia,

diplomáticos, jueces y dignidades eclesiásticas, sin previa

autorización de los Venerables de la Orden.

Me dije: ¿de qué patriotismo hablamos cuándo las decisiones y todas las

medidas de fondo que afectaban la vida de los ciudadanos, respondían

siempre a los intereses de una Sociedad secreta, cuyo gobierno en las

sombras se erigía en árbitro supremo?

Pensé: la Logia Lautaro tenía raíces nativas (estaba por escribir

nacionales pero pronto me pareció una incongruencia), pero esta

matriz local, dependía siempre de las decisiones que se tomaban por

entonces en Londres (esto me aclaró defi nitivamente los pormenores

de la famosa reunión de Guayaquil, entre los dos hombres que llevaban

adelante la emancipación de sus respectivos pueblos) lo cual signifi ca

que la tan mentada independencia argentina y la de sus hermanos de

América, no había sido la obra de un genuino y excluyente patriotismo

(y atención que sé de la rectitud, la honestidad y el amor real que el

general San Martín le propiciaba a estas tierras...); sí lo fue en gran

parte y atendiendo otros intereses, la de una organización sin patria ni

bandera, a la cuál todos los revolucionarios de entonces (y algunos de la

actualidad) prestaron juramento de obediencia ciega por encima de sus

personales sentimientos.

236

De esta manera, poco a poco - y a medida que profundizaba mis

investigaciones - comprendí que el verdadero poder mundial se ocultaba

y se oculta entre las sombras.

Segunda decepción: después de trabajar un tiempo en el PESOE, pronto

llegué a la conclusión que - al igual que el resto de la izquierda europea-

se pactaba con el enemigo. Aggiornamiento. Buena mierda, me dije.

Comprendí que luchábamos contra un enemigo poderosísimo e invisible.

Un enemigo que crecía más y más cada día, tejiendo alianzas económicas,

consolidando sus corporaciones, fusionándose económicamente como

en el presente; en fi n, metiendo poco a poco una cuña en cada fachada

gobernante.

Yo entendía que a lo largo de la historia, el llamado poder político se

había servido del poder económico para sus fi nes. Pero que ahora era

diferente: el poder económico bajo el peso de fenomenales infl uencias,

se sirve del poder político para sus fi nes. Digámoslo con todas las

letras: el supuesto poder político en Occidente, es una entelequia.

Primero jodieron a la Unión Soviética (tampoco santo de mi devoción)

comiéndose al oso ruso con piel y todo. Con esto, se sacaron el cuchillo

de los soviéticos que tenían metido en sus ijares.

Ahora bien (la pregunta del millón): ¿Quiénes manejan los grandes

grupos de dominación mundial, llámense corporación militar industrial;

grandes reservas energéticas del planeta; hacedores de grupos que

controlan las palancas del conocimiento y la información, y en fi n, los

que tienen la tela propiamente dicha, el money, sean dólares, euros,

yenes y alguna que otra moneda de segundo orden?

¿Acaso los gobiernos? ¿Qué gobiernos?

Se lo dije a Ramírez. “Reyes, Presidentes, Primeros ministros. Toda una

237

entelequia Ramírez. Una enorme falsedad. Apenas gerentes con órdenes

concretas de sus patrones; el Supra gobierno mundial que digita vida y

obra de todos y cada uno de los ciudadanos del mundo, con propósitos

que seguramente no están animados por la fi lantropía; ni siquiera el

bien común.Y que aquí no hay lugar para las rebeldías caseras. Si

alguien la quiere jugar de patriota, pronto le darán una buena patada en

el culo, ubicando al reemplazante de marras. Y esto es sólo el comienzo

Ramírez. Poco falta para que las sacrosantas fachadas del viejo régimen

político: - parlamentos, justicia y poder judicial -, queden eliminados

por completo. Entonces, se comenzará a hablar de otra concepción

política, haciéndonos creer que es lo mejor para todos. Orwell ya lo

anticipó Ramírez y la profecía está en camino de ser realidad. ¿Qué

carajo vamos a hacer nosotros con los cortes de ruta, las protestas ante

los supermercados, las huelgas de siempre y las marchitas a la Plaza

de Mayo? ¿Enfrentarnos al poder? ¿A qué poder, Ramírez? ¿Acaso al

poder formal de los sátrapas del imperio de las sombras? Nos tienen

atados de pies y manos. Nos han jodido bien jodidos”

Gregorio Alonso Lama.

238

DiarioBuenos Aires, vísperas de Navidad.

En momentos en que se suceden las protestas, siento un cargo de

conciencia mientras escribo, gozando de elementales normas de

confort; esto me hace pensar en nuestros izquierdistas de café, que

suelen conspirar verbalmente, pero que nunca terminan de bajarse de

su propia atalaya, ajenos en la práctica al drama social argentino.

Lo lamento; lo lamento sinceramente, aunque no me siento con ánimo

( y menos con ideales) ni con fuerzas y ganas de tomar parte activa en

la lucha. Los ideales setentistas han caducado por obra de las propias

circunstancias.

No tiene sentido. Las viejas motivaciones han perdido sustento. El

hombre es prisionero del propio hombre.

Bajé a Buenos Aires para cubrir los acontecimientos lamentables

ocurridos recientemente.

Mis amigos de España no pueden entender el drama que vivimos.

“Oye tío: ¿Qué coño pasa con vosotros? Se suponía que la Alianza era

un gobierno de centro izquierda pero nada ha cambiado desde que se

marchara Menem. ¿Cómo se entiende?”

Mi editor está confundido. Todos están confundidos. Y esto pasa

cuando se analiza la política desde ópticas superadas. Ahora no basta

con hacerse cargo del poder si el poder en cuestión no es ejercido en

239

su totalidad. Y en los tiempos que corren esto no es posible porque el

enemigo maneja el resorte esencial de ese poder: el dinero; el maldito

dinero que todo lo corroe.

Recuerdo una anécdota a propósito de esto:

Allá por la época del gobierno de Isabel Perón- fi nales del 74- conocí a

un funcionario del Ministerio de Economía con un importante cargo en

la Junta Nacional de Carnes. Francamente no recuerdo su nombre - mi

memoria suele ser muy frágil-; sí, recuerdo que era abogado y que vivía

en la calle García Lorca, cerca de las vías del ex Ferrocarril Sarmiento.

Llegué a su casa en mi condición de vendedor de libros- su esposa era

una destacada y antigua clienta- y vernos e intimar fue todo uno( ya se

sabe: ese asunto de la química humana...); el caso es que debido a mi

militancia política, no desaproveché la oportunidad de preguntarle al

hombre algunas cosas relacionadas con Isabelita y su entorno. Claro,

una cosa es hablar de bueyes perdidos y otra muy distinta meterse

en los vericuetos sucios de la política. Pero el hombre resultó tener

buena madera y era un funcionario honesto y patriota (ya se sabe, hay

fl ores que crecen en medio de un fangal) que no se amilanaba ante las

presiones.

El caso era muy concreto: el tipo defendía con uñas y dientes la idea de

despegar a la Argentina de las imposiciones internacionales relacionadas

con los cupos de exportación de cárnicos, y esto lo enfrentaba al

monopolio internacional que controla y digita las cuotas asignadas a los

países productores. Una pelea que en la práctica, signifi caban divisas

anuales por algo más de cuatrocientos millones de dólares, lo que no

era precisamente un vuelto.

Primero fue citado por su propio ministro, quien le recomendó mesura,

240

diciéndole algo así como que en la política, uno debía manejarse con

pragmatismo; si el enemigo es más poderoso, no queda más remedio

que ceder.

Él le puntualizó entonces que los argentinos padecíamos de una

enfermedad que en política tenía un altísimo coste: cipayismo. Y que

éste - más allá de su actitud servil y genufl exa - siempre terminaba

atado a los avatares de la corrupción.

Reunión tras reunión; apriete y presiones de todo tipo - incluso la propia

mujer le comentó que habían comenzado a seguirla cuándo llevaba

los hijos a la escuela unos tipos que andaban en un Falcon verde- no

lograron variar su opinión: el hombre se mantenía en sus trece.

Hasta que una noche, el poder decidió cambiar de táctica, enviándole

a su casa a una persona de trato muy cordial, que le pidió por favor

mantener una charla a solas a propósito del tema en cuestión. Como

nuestro hombre desconfi ara ante esa visita no programada - el temor

ya estaba metiendo una cuña en sus pensamientos - el desconocido

le señaló un automóvil estacionado en la calle, diciéndole que había

venido sólo, mientras abría su saco dando a entender que no llevaba

arma alguna encima. Entonces, el funcionario lo hace pasar, lo introduce

en su biblioteca y le pide que le comente el motivo de su visita.

Conclusión: el visitante extrae una chequera - supuestamente del

Banqué Suissé- (“ No estoy muy seguro pero que era suizo, era suizo”)

diciéndole que le iba a extender un cheque por valor de quinientos

mil dólares estadounidenses (“Sí usted me da el okey- la voz sonaba

afl autada -, ni siquiera tendrá que hacer trámite alguno. Será depositado

a su nombre y podrá hacer uso del mismo a su antojo”). El funcionario

me contó que se le subió la sangre a la cabeza y que casi lo echa a

241

patadas en el culo.

La infl exibilidad continuó durante un tiempo. “Me había convertido casi

en un suicida”, reconoció el hombre. Para colmo, los ruegos de la mujer

comenzaban a tener la fuerza demoledora de una presión adicional casi

insostenible.

Lo cierto es que un día recibió un telegrama en el cuál se le comunicaba

que habida cuenta de “...irregularidades administrativas de su Dirección,

quedaba suspendido en sus funciones, según las disposiciones emanadas

de la ley de prescindibilidad en vigencia.”

Para colmo, esa noche, recibió un llamado muy particular: “Viste

boludito- imposible no reconocer la voz afl autada del visitante de la

chequera, sólo que esta vez no sonaba amable-; siempre tenemos una

receta para los patriotas como vos. Te voy a dar un último consejo:

tomátelas. Rajá pronto porque si seguís jodiendo o por si se te da por

recurrir a algún medio para hacer quibombo, primero te vamos a coger

a tu mujer; después te vamos a hacer desaparecer los pibes y por último,

te vamos a derivar a la Eminencia para que se entretenga con vos antes

de arrojarte en un zanjón. ¿Está claro?”

Muy claro. Moraleja: no sólo debió marcharse precipitadamente casi

con lo puesto - los hombres de pelo corto y anteojos ahumados habían

comenzado a proliferar con sus Falcon verdes -; peor aún: quedó

expuesto públicamente, acusado de malversación de caudales públicos,

con lo cuál, las dudas sobre su honestidad, terminaron por instalarse

hasta en los propios amigos y parientes. Cirugía fi na que le dicen...

Pero así trabaja el Imperio. Se lo dije una vez a Ramírez : “La democracia

es una entelequia del poder, sobre todo la democracia que impera en

los países emergentes. Es un sistema que ofrece demasiados fl ancos al

242

enemigo. Por eso es estúpido pretender una acción revolucionaria con

mecanismos fragmentados dónde ese mismo enemigo puede hacer pie

sin grandes esfuerzos. Siempre hay una voluntad voluble y cuándo no

la encuentran disponible para sus fi nes, les sobran medios para sacarse

de encima a los que molestan. Mirá Ramírez, convencete: el poder real

siempre está en las sombras, y la única forma de poder vulnerarlo es

a través de la acción mancomunada de una dirigencia nacional que

actúe en consonancia con el pueblo, y ojo, con las fuerzas armadas

comprometidas con lo nacional. No existe otra. Y así y todo - aún con

todos los huevos sobre la mesa -, tampoco está garantizado el éxito.

Ellos seguirán teniendo la guita que todo lo compra y si la guita no es

sufi ciente, aplicarán otros métodos. La historia de los pueblos así lo

dice”.

Claro que Ramírez aprovechó para decirme que yo me estaba

convirtiendo en un reaccionario. “Si no conociera tu trayectoria gallego,

te diría que sos un facho”. Me encogí de hombros sin contestarle.

Ramírez seguía con su idealismo infantil a ultranza. Estaba convencido

que la movilización de las grandes masas populares, terminaría con

el régimen. Ramírez no se daba cuenta que mientras él peleaba con

piedras y hondas, el enemigo tenía una nueva artillería con nombre y

apellido: fi nanzas e información. Como siempre, claro, sólo que ahora

las diferencias eran mucho más notorias. En fi n, el caso es que tengo

que hacer una nota para explicarles a mis amigos españoles y suecos,

que carajo pasó aquí el 20 de diciembre, en este coto tan particular de

la Plaza de Mayo, y tratar de hacerles entender que ni siquiera hubo un

cambio de gobierno. Que de La Rúa, en defi nitiva, no es más que otro

empleado del Imperio.

243

PARTE IIUN VIEJO REFRÁN REZA...

244

245

“...no hay mal que por bien no venga”. Y es así. En el caso particular de

Pedro Ramírez, acaba de contraer una gripe que lo condena a guardar

cama. Y como la fi ebre no es tanta como para impedirle ponerse al día

con algunas lecturas, le pareció una buena ocasión - entre otras cosas-

examinar la carpeta que le había dado Alonso Lama en Tartagal, con los

cuentos para el concurso literario en España.

Ramírez se dijo que su amigo debería estar pensando que él era un

“chanta”, que se había “borrado” después de su incursión piquetera

en Tartagal. Pero lo cierto es que en al apuro de su urgente viaje a

Buenos Aires (debió salir casi con lo puesto para negociar la liberación

de gente de su mismo palo) había perdido la dirección del gallego, e

incluso el número telefónico de éste. Como último recurso, le quedaba

contactarse con la Embajada de España a fi n de averiguar para que

medios periodísticos trabajaba.

Por de pronto, rasgó el sobre y al abrir la carpeta se llevó la primera

sorpresa: además de algunos cuentos, se encontró con unas hojas sueltas

a modo de Diario Personal, algunas fechadas en el Madrid de la década

del 80 y otros realizadas durante su incursión por la ciudad salteña.

Ignoraba si su amigo las había puesto ex profeso o sólo era el resultado

de una de su típicas distracciones.

Acomodó la carpeta sobre sus piernas y se dispuso a leer:

246

247

CARPETA DE CUENTOS.de Gregorio Alonso Lama

(para el concurso literario en España)

248

249

¿Pero vos no entendés, Evelina?

-Pero querido... tenés que levantarte a las cuatro de la mañana y el acto

seguro que va a terminar muy tarde...

-¡Y qué importa! ¿Pero vos no entendés Evelina? No entendés ¿eh?.

Tratá de pensar lo que signifi ca ese acto para mí. No te pido que sepas

realmente lo que está pasando en la Argentina, pero al menos tratá de

tener en claro que las cosas están muy mal. Por eso el acto en el Luna

es fundamental, fundamental Evelina...

-No..., está bien; te entiendo, pero..., siempre tengo miedo que pueda

pasarte algo... ¿Y qué hago yo sola con los chicos...?

David Mosquera mira distraídamente el reloj colgado en una de las

paredes de la cocina: las veintidós treinta. Luego, mira a Evelina

pensando que el miedo parece robarle unas palabras, y, sin saber por

qué, comprende que está comparando a su mujer con uno de esos relojes

que acostumbran a marchar cada vez que le dan cuerda.

Por unos momentos se mantiene callado. Sólo cuándo ella termina de

acomodarse el mentón sobre sus manos largas y huesudas, continúa:

-Eve… - su voz suena honda, casi solemne-. Evelina..., sé que muchas

veces actué mal con vos...; por ejemplo, la vez pasada cuando te dije

que estaba harto de la vida que llevamos. No sé..., ahora estoy algo más

tranquilo, como si me hubiera quitado un peso de encima - Mosquera

deja de hacer garabatos en un papel, como buscando la luz verde en

el semáforo de Evelina-. Vos sabés muy bien que durante estos cinco

años me cuestioné muchas veces. Me dije hasta el cansancio: ya hiciste

tu parte David; que otros hagan la suya. Así una y mil veces, como si

de pronto ya no hubiere motivos para luchar. ¿Te das cuenta lo terrible

250

que es esto? Un cochino egoísta, eso es lo que he sido; un cobarde

que se la pasaba hablando: que esto sí; que esto otro, no. A estos hay

que matarlos a todos, etcétera. Pero todo de pico, todo de pico, ¿me

entendés? ¡Minga de hacer algo! ¡Que se jodan los otros!- Vuelve a

mirar a su mujer. - No, Evelina, no; yo no nací para llegar del trabajo

y sentarme frente al televisor a ver las boludeces que hoy te pasan casi

todos los canales. Creo que Marx fue el que dijo que la religión es el

opio de los pueblos. Y yo te digo que hoy el opio de los pueblos está

representado por la televisión. La pantalla es el nuevo gurú electrónico:

haga esto; haga esto otro. Compre esto. Compre esto otro.. Sí..., no

me mirés con esa cara... A vos también te veo horas y horas mirando

teleteatros boludos que proponen... no sé, masturbaciones mentales para

no decir otra cosa. No te enojes, Eve... Lo lamento, pero es la verdad

-Evelina deja la silla, apoya el culo contra el frente de la cocina; sorbe

la bombilla del mate. Tiene la mirada extraviada en los corpúsculos de

polvo de un rayo de sol que se fi ltra por la ventana -. Lo lamento, vieja,

pero no puedo evitar que sepas lo que pienso. ¡Qué querés que te diga...!

¡Estoy harto de escuchar las mismas cosas a lo largo de estos años...!

No seas pelotudo, ruso..., ¿qué vas a ganar con protestar...? ¿Cómo no

voy a estar podrido de esta mierda, Evelina? ¡Por favor…! ¿No te das

cuenta que regalé cinco años de mi vida...?

-Pero fueron cinco años de tu vida vividos conmigo y con los chicos...

- protesta ella.

-Sí, Eve…, sí. El hogar es importante. Los hijos son más importantes

aún. Vos sos importante... ¿Pero..., alcanza con eso? Mirá..., bueno...

¡Para qué seguir hablando!

Evelina apaga la hornalla de la cocina. Mientras aspira la bombilla y

251

gime la yerba, se lamenta de su mala suerte. “Justo ahora que estaba

por empezar la telenovela, con ese Dios de Claudito Satur... Y con

lo emocionante que estaba...” Quizás él piense que ella no entiende

los verdaderos problemas del país, pero el David exagera, claro que

exagera. Al fi n y al cabo, el marido de doña Francisca tiene razón:

“Mirá, Evelina, ¿querés que te diga una cosa? El Cholo dice que la

política es una mierda, y que los tipos como tu marido no hacen más

que perder el tiempo. Siempre dice que es una estupidez creer que los

pobres van a estar mejor sólo por hacer huelgas o participar de marchas

y protestas”.

-¿Me hablabas?- pregunta David, levantando la cabeza.

-No, no; hablaba sola. Enseguida preparo otra vuelta.

A la mañana siguiente, cuando Evelina sale de su casa para realizar

compras, se detiene sorprendida, al observar un vehículo de color verde

que circula con lentitud frente a su vivienda. Era el mismo vehículo

con los mismos hombres - sobre todo el morocho de bigotes - que

ya había visto en dos o tres ocasiones. Recuerda que la Francisca le

había comentado que a una cuadra de su casa, había ido a vivir un

tipo acusado de matar a su mujer por cuestiones pasionales. “Eso de

meter los cuernos” piensa. Parece ser que el hombre había estado preso

casi ocho años, y tal vez los del auto verde lo tenían bajo control... Le

costaba entender que una mujer pudiera hacerle tal cosa al marido,

“... porque claro, si una no era feliz, había que hablar, poner las cartas

sobre la mesa y a otra cosa, pero así...”.

Cierto que ella misma, muchas veces, mientras mira a ese bombón de

Claudio en la pantalla..., tiene la sensación de que millones de hormigas

le caminan por la espalda. “Pero eso de tirarse en la cama con un tipo...

252

¡Ma sí! No es que una quisiera justifi carse... Claro que después de todo,

a quién no le gusta que la hagan sentir mujer, diciéndole todas esas cosas

hermosas que dice el Claudio, y no el David, que se la pasa hablando

de cambio de estructuras y que hay que hacer un país distinto y tantas

sonseras más...”

Vuelve a pensar en Doña Francisca: “Mira Eve: el Cholo dice que eso

de que los obreros no tendrán patrones un día es un cuento; que hay que

joderse y se acabó. Es inútil querida. Unos nacen con estrella, y otros

nacemos estrellados”

Mira la bolsa, repasa mentalmente el contenido y comienza a caminar

hacia su casa. Al llegar a la puerta, ve otra vez el auto de color verde

estacionado en una esquina. Pronto se tranquiliza, pensando en el

cornudo de la cuadra.

David Mosquera sale de la fábrica más apurado que de costumbre.

Se siente eufórico, contento de volver a ser protagonista. Después de

mucho bregar, su pequeña organización política, ha adherido al gran

acto que la Central de Trabajadores realizaría por la noche en el Luna

Park. Un reencuentro esperado y con un regalo adicional: hablaría en

nombre del movimiento.

Piensa en la liturgia de esas movilizaciones. Piensa en los carteles, en el

entusiasmo de los militantes; en las miles de gargantas enronquecidas

por los gritos, pero también piensa que esta harto de su trabajo después de

20 años de rutinarias frustraciones: un perno, la guillotina, un remache.

Otra vez un perno, la guillotina, el remache. Alguna escapada al baño

- controlado por el ojo electrónico del capataz - , y vuelta a la máquina.

Otro perno, la guillotina y el maldito remache de siempre, así durante

253

20 interminables años. A veces se sentía parte de la máquina, una pieza

más dentro de un engranaje gigantesco que necesitaba de él para que

todo encastrara a la perfección. Toda la savia de músculos y sangre,

girando a borbotones, en medio de la impotencia de haber hipotecado

cinco años de pelea, sometido a una promesa que el egoísmo de Evelina

le había arrancado en contra de sus propias convicciones: “Está bien,

dejaré la militancia” le dijo el día que Onganía diera el golpe.

Piensa en esto y en mucho más. Piensa en Fernández, el gallego que

mantiene un duelo aparte con los ácidos de la sección Pintura. Desde

varios años atrás, compañero delegado junto a él. Tres veces despedido

y otras tantas reincorporado.

Claro que también piensa en que todo sería distinto dentro de tres

meses, al entrar en vigencia la jubilación forzosa de Fernández.

Sabe que el gallego está terminado, desde que lo ha visto escupir

coágulos de sangre envueltos en pústulas malolientes.

Baigorria le ha dicho que Fernández se parece a un fuelle roto. Quizá

por eso evitaban conversar con él; un poco porque la cosa no era linda

pero mucho más para evitarle la humillación al hombre.

No obstante, Mosquera sabe perfectamente que las limitaciones del

gallego eran sólo físicas. Y el gallego se lo ha confi rmado hoy por la

mañana, después de haberle preguntado si pensaba asistir al acto en el

Luna-Park. ¡Me cajo en Dios...! Gritar no gritaré, coño, pero me queda

esto” le contestó furibundo, alzando un puño amenazante.

A poco de volver activamente a la vieja militancia, no puede ocultar su

euforia ¿Qué podían importarle los apretujones y las incomodidades en

el colectivo, que ya está cerca de su casa?

Evelina debería comprender, tendría que entender que esto formaba

254

parte de su vida. Era hora de acabar con la mentira, de escapar a ese

otro yo, cómodo y egoísta.

Al bajar del colectivo, camina despreocupadamente. La calle está libre

de transeúntes, sumida en la modorra estival.

-¡Entrá o te reventamos aquí mismo!

Mosquera se queda tieso. Con la boca reseca, siente que el temblor de

sus piernas pone en aprietos la vertical de su cuerpo.

Piensa en huir, en ganar en loca carrera los escasos cien metros que lo

separan de su casa. ¡Evelina, abrime! ¡Abrime te digo, no ves que me

persiguen estos tipos...!, le gritaría a su mujer. Y Evelina le franquearía

la puerta y luego llamarían a la policía y todo terminaría bien...

-¿Así que vos sos uno de esos revoltosos de mierda?

Mosquera intenta articular una palabra, pero la garganta ya le resulta

una lija divorciada de sus cuerdas vocales.

-¡Hablá, guacho hijo de puta! ¡Habla! ¡Hablá...! ¡No te van a quedar

ganas de seguir jodiendo...!, ya vas a ver...

Allí están frente a él - dos adelante y otros dos en el asiento trasero -,

los hombres que lo han metido en un auto verde que ni siquiera pudo

ver cuándo venía caminando. Ahora el miedo acelera las neuronas del

pensamiento. ¡Te dije que me abras Evelina! ¡Llamá a la policía! No,

no, mejor llamá a Sánchez, ¿cómo qué Sánchez, Evelina?. ¡Sánchez, el

abogado del sindicato... ! ¡Apúrate, carajo!

Mientras los demás vociferan, Mosquera padece escalofríos Uno de los

hombres lo mira fi jamente, en una mezcla de odio y regocijo: cincuenta,

cincuenta y cinco años; bastante mayor que los otros, de cabello corto

y cuidadosamente acicalado.

-¿Qué le parece Eminencia? - dice uno de los tipos. -¡Con éste sí que va

255

a gozar! ¡Tiene una cara de cagazo...!

La eminencia suelta una carcajada metálica, arrugando el sonido

lentamente.

-Me parece que hay un error – se atreve al fi n Mosquera, con la sensación

que cada sílaba tarda una eternidad en dejar su boca.

-¡Qué error ni qué carajo! ¡Ya vas a ver cómo te vas a querer agarrar

las bolas cuándo la eminencia te meta la picana! ¡Eh! ¡Cuidado que se

escapa!

Tres y cuarto de la tarde. Atraídas por los gritos de Mosquera, un par de

comadronas se han asomado a las puertas de sus casas.

-A ver ustedes... ¡Adentro! ¡Adentro! ¡Vamos, les digo...! ¡A borrarse...!-

grita una cabezota redonda como un zapallo.

Sin volver la vista atrás, Mosquera llega hasta su casa. Intenta abrir la

puerta, pero pronto se da cuenta que está bajo llave. La sorpresa le ha

hecho ganar alrededor de setenta metros con respecto a los hombres

que lo persiguen. Poco tiempo, pero sufi cientes para que la llave gire

al fi n y entre en la casa, justo cuando ellos llegan a tropel. Mientras la

puerta es sacudida a puñetazos y puntapiés, trata de pensar buscando el

mínimo control; sabe que debe hacerlo, antes que el miedo produzca en

sus neuronas la parálisis temida.

¿Dónde estará Evelina? Por unos momentos, imagina que ellos lo

llevarán a alguna repartición del Estado, y que después de un aceptable

apriete, será dejado libre en algún lugar. “Esto es para que no vuelvas a

joder. Tomalo como advertencia”, le dirá entonces el supuesto ofi cial de

bigotes que alcanza a ver a través de las hendijas.

Así ha pasado en otras ocasiones y no tiene por qué dudar de que

volverá a repetirse; sin embargo, sabe que desde un tiempo a esta parte,

256

las reglas de juego han cambiado.

Repentinamente, cesan los golpes. En algún ínfi mo espacio de su

cerebro, supone que los tipos ya no están. Pero poco dura la esperanza:

a través de las hendijas, ve que la Eminencia, concita la atención del

grupo.

-¡Che, Mosquera! ¡Prestá atención que te va a hablar la Eminencia!

No se sorprende que supieran su nombre. Ellos lo sabían todo.

-Amigo David: le pido que refl exione. Disculpe a los muchachos que

han estado nerviosos. Mucho trabajo ¿sabe? La cosa es simple: nosotros

tenemos que cumplir con nuestro trabajo como usted cumple con el

suyo. ¿Está claro? No queremos que los vecinos se junten en la puerta.

Nada de conventillo. ¿Qué le parece?

¿Por qué tendrá tan seca la boca? ¿Qué es eso de correr como un

cobarde? Después de todo, nunca ha estado con los fi erros. El ruso es

más bueno que el pan. Incapaz de matar una mosca. Puede presentar

una larga fi la de testigos… Carajo… hay que controlar la agitación. Del

otro lado de la puerta, la Eminencia no se rinde.

- Si usted colabora, sale tranquilo, y yo le garantizo que la cosa no

pasa de un interrogatorio más. Ya sabe..., cuestiones de rutina. Nosotros

cumplimos, Mosquera. Somos gente de palabra. Usted colabora, y todo

termina bien. ¿Qué dice?

-Pero ustedes ni siquiera tienen identifi cación- al fi n las palabras brotan;

no importa que parezcan coágulos paridos por la angustia. Aspira hondo

antes de continuar. - Qué son ustedes...¿ policías…?

- No amigo, no…- la Eminencia se muestra como un consumado

gimnasta de la voz-; somos de la Dirección de Seguridad - la Eminencia

extrae una credencial y la coloca sobre el vidrio de la ventana del

257

comedor. - Vea usted, Mosquera; no somos delincuentes. Ni siquiera

de los servicios….

En momentos en que Mosquera se dispone a preguntar por qué lo han

detenido, Raúl, un adolescente huérfano al que le alquila una habitación

en los fondos de su casa, se aparece por el pasillo que da a la calle,

preguntando asustado que pasa.

Mosquera intenta detenerlo gritándole qué haces pibe, frase que queda

aprisionada en sus cuerdas vocales. Y antes que el ¡rajá de aquí pibe...!

termine de ser evacuado de su boca, alcanza a ver como el disparo de

una 45, sacude la cabeza del muchacho, arrojándolo unos metros hacia

atrás. Y ahora sí, el ¿¡Qué hacen hijos de puta...!?, emitido de manera

ronca como un grito de furia incontrolable.

“Te dije Ruso; no va más. Te lo dije. Evelina lo sabía, claro que lo

sabía. No va más...” y comenzar a recular hacia la pared, mientras ellos

penetran por el pasillo, y de repente, percibiendo la sombra de uno de

los hombres que se acerca a él. De repente, siente que la sombra le

pone el arma - caliente aún- en una de sus manos; momentos en que la

vieja militancia parece decirle que ya no puede sostener el desborde del

miedo que ahora se ha convertido en un terror avasallante, reculando

siempre hacia la pared, con el dedo en el gatillo, mientras los brazos

dibujan fi ntas en el aire, consciente, sí, de que libra la última pelea.

Perdido por perdido, jala del gatillo de la 45, pero el disparo no sale;

apenas un amortiguado clic ; pero al instante estalla un disparo y ve que

la Eminencia parece sonreírle mientras la bala encuentra la calentura

de su carne. “¡Pero qué hacen hijos de puta…! ¿Qué hacen... ? Los

chicos... Evelina...”

Apenas queda tiempo para tomarse el vientre con las manos y sentirlas

258

mojadas y calientes por la sangre, mientras el otro tiempo, el carnal,

comienza el conteo de la cuenta regresiva.

Claro que también está la estridencia, el ruidoso griterío de sus

victimarios: “Ya es nuestro. ¡Lo tenemos!” Y entonces es preferible

cerrar los ojos e imaginar: sentir que se está mejor en el Luna- Park,

oyendo a la multitud en las gradas de cemento. Y ya no importa que

Evelina no entienda, claro que no importa que le grite un no sé qué de

su muerte y de los chicos, ni esa vieja y egoísta frase de siempre, pero

sos loco, David, no-te metás, recitada, calcada hasta el hartazgo. No

importa porque cada vez las oye menos, igual que las voces azules

de la muerte, tapadas, ahogadas por miles de voces que gritan, gritan,

gritan…

Gregorio Alonso Lama.

(enviar bajo el seudónimo: 2+2= 5)

259

Diario personal.Madrid, Junio 15 de 1982.

“Rendición de las tropas argentinas en Puerto Argentino”

Me enteré leyendo el periódico hoy por la mañana.

“Los ingleses retoman las Malvinas”. Es curioso. El Sum seguramente

dirá lo mismo, salvo que el nombre Malvinas será reemplazado por

el de Fallklands, con lo cual - una vez más - queda demostrado que la

lengua suele marcar a fuego ciertas cuestiones políticas.

No me sorprendió (me refiero a la rendición), y no me sorprendió

- digo- -, porque fuera de la estrategia y la táctica; fuera de la capacidad

de combate que los nuestros soldados hayan manifestado, la suerte

estaba echada.

Muy a mi pesar, yo apostaba cien a uno a favor de la victoria inglesa.

Recuerdo que se lo dije a un viejo compañero de militancia que acertó

a pasar por ésta, de paso hacia Vigo. “La guerra está perdida hermano-

le dije-. ¿Y sabés por qué? Porque además de los viejos intereses del

Imperio, Inglaterra está gobernada por una mujer. Simplemente por

eso” “Vos estás loco. ¿Qué tiene que ver eso con la guerra?” Me reí

acompañando su risa y no le respondí. No tenía sentido. Hoy los hechos

me dan la razón.

Aquellos que estudian las cuestiones de la alta política, debieron haber

previsto que una mujer jamás negocia. La mujer siempre impone

condiciones. Lo de homo, homini lupus est, va más con la mujer que

con el hombre, porque sólo la mujer es un lobo para la mujer; claro

está, también lo es para el hombre. La astucia femenina ha hecho mas

por modifi car el curso de la historia, que todas las cuestiones puestas

en juego por el mismo hombre, ese estúpido macho cabrío a quien

260

ella siempre le va a hacer creer que tiene el mando, el timón de todas

las decisiones. Claro que si las sábanas hablaren, cuántas cuestiones

relacionadas con asesinatos, traiciones, muertes y latrocinios generadas

al conjuro de la hembra humana, llámense Judith, Cleopatra, Catalina

la Grande, María Antonieta... - y sólo para citar algunos de sus íconos

visibles-. ¿Acaso la Thatcher podía modifi car lo que está escrito en la

naturaleza de las cosas?

Por otra parte - y esto lo tengo muy en claro- , si existe en el mundo

un pueblo que ha hecho de la guerra y la diplomacia de las sábanas su

razón de ser, ése ha sido el pueblo inglés, paradigma de las grandes

empresas liberales (económicas, claro).

Por otra parte, a esta altura ya se sabía que la Junta que gobierna la

querida Argentina, necesitaba de este confl icto para perpetuarse en el

poder - aunque más no fueren por otros cinco años-; pero le fallaron los

cálculos.

Pensar que el hermano mayor de los piratas no haría causa común con

nuestros enemigos, era una ingenuidad total (los milicos creían que

por el sólo hecho de haberse constituido en los mejores alumnos de

West- Point en la guerra contra la subversión, el reconocimiento de los

yanquis quedaría garantido; obviamente, desconocían los fundamentos

mismos de la idiosincrasia anglosajona, en fi n, de la historia misma).

Lo lamento por los muertos; lo lamento por los heridos y los huérfanos

de padres y de hijos. Maldita sea la guerra hija de puta!

De cualquier manera y sólo a modo de consuelo, se habrán dado cuenta

- los ingleses, claro- que como decía San Martín, los argentinos no

somos empanadas para comer de un bocado.

Les hemos dado sus buenas patadas en el culo.

Ojalá sirva para algo.

261

DiarioTartagal, Diciembre de 2001.

CrisisMe parece que empezamos la cuenta regresiva (en realidad la cuenta

regresiva entre nosotros, creo que nació antes de comenzar la escala

ascendente).

Hace mucho tiempo que no escribía en mi diario; lo hago cada vez que

la angustia corroe las entrañas. Y en este caso, las entrañas están llenas;

no dan más.

Ayer me enteré de la descarada confi scación de los bienes personales, la

forma como mediante un decreto de Estado, todos los ahorros públicos

quedaron inmovilizados por resolución del Banco Central. Esto me

demuestra que el plan siniestro contra la Argentina, instrumentado por

el Imperio en la época de la dictadura militar, no se detiene ante nada. Ya

lo había impuesto la Trilateral Comissión: la Argentina debe producir

sólo materias primas (“y si es posible, aquellas que no compitan con las

nuestras”).

A esta altura, no tengo ninguna duda que el Fondo Monetario lo maneja

una mafi a internacional del dinero, asociada al gran complejo militar

industrial de Occidente (léase made in U.S.A.) con el avieso propósito

de servir los intereses de sector, o sea, a las respectivas patronales del

dinero y todos los comodities que se sirven del mismo.

No hay caso: este neoliberalismo ultraconservador vino para llevarse

todo. Lo jodido es que a veces ni los dirigentes nuestros con ciertas

responsabilidades políticas parecen tomar conciencia de lo que está

pasando. Andan lamiéndoles el culo, pidiéndole un préstamo tras

262

otros - desde la época de Rivadavia que aquí lo único que se piden son

préstamos - con la idea de aplicarlos al desarrollo nacional. Pero lo que

parecen ignorar estos dirigentes de la democracia, es que el capital dejó

la ortodoxia de ser un vínculo para el desarrollo de la producción y la

creación de riquezas. Ahora el dinero sabe auto reproducirse de manera

autónoma y sin control, como dice el economista español Juan Torres

López.

Hoy sólo pueden crear dinero los propios poseedores de dinero, y ellos

están completamente al margen del gobierno de las naciones; incluso

del gobierno de los organismos internacionales.

¿Por qué el dinero no va a la producción? Sencillo: “Si usted tiene una

cuenta en un banco, lo que le interesa es que las tasas de interés sean

altas, porque le van a retribuir más. Pero a un empresario le interesa

que los intereses sean bajos, para poder endeudarse y crecer, o para que

haya más consumo. Por eso los organismos internacionales del dinero,

buscan favorecer a los propietarios del dinero, empeñándose siempre en

que se adopten políticas monetarias restrictivas (¡Ajuste y más ajuste!)

porque eso benefi cia a las fi nanzas: a los bancos, a los que prestan, a los

fondos de pensión, pero perjudica enormemente a los consumidores, y

a los empresarios que están creando riqueza”.

A ver si despertamos de una buena vez: Las políticas del FMI se

concentran en la cuestión monetaria porque protegen a los intereses

poderosos.

¿Cuándo vamos a darnos cuenta qué el FMI no sabe (y no quiere) aplicar

más remedio que el que sabe: que es hacer rico al más rico?.

Veamos la cosa desde un punto de vista casero: yo poseo una gran empresa

en un coto territorial determinado. Me va muy bien. He prosperado.

263

De hecho, controlo toda la actividad comercial en mi zona. Todo el

resto del comercio minorista depende de mí. La alquimia humana de la

competencia se moviliza. Todos quieren parecerse al gigante. Me vienen

a ver. Solicitan préstamos para desarrollar sus negocios, negocios (claro,

ellos se cuidaban de decirlo) que competirían con la gran empresa que

yo monté. Pero he aquí que el comercio no tiene incorporado en su

impronta la palabra altruismo. El comercio es frío, está mecanizado por

la lógica más implacable regida por la rentabilidad. Pero debo actuar

con inteligencia. Si no presto, corro el riesgo de que se forme un clan

de pobres que atente contra mi pequeño imperio. Ergo: lo mejor es crear

una sociedad prestamista independiente, la cuál me cuidaré de manejar

entre bambalinas, haciendo que el dinero prestado termine por atar a los

deudores a mi política comercial global. Más claro...

Y en nuestro caso, como antes fuera el de Méjico, el de Brasil y el de

Rusia - incluso el de Turquía -, se han provocado los mismos efectos:

pobreza para la gran mayoría, pero grandes benefi cios para una minoría

del dinero. En apariencia, se trata de medidas equivocadas (así dicen

los tontos) pero para quienes ganan con esta política “son medidas muy

acertadas.”

Se nos ha dicho hasta el hartazgo que el libre mercado y las privatizaciones

eran la panacea de la sociedad, pero visto los desastres de esta impronta,

no saben que hacer. Y yo creo que la cosa va a pasar por crear de

vuelta los instrumentos de la “Doctrina nacional”, a fi n de controlar

los descontentos sociales. Sé de buena fuente que los Estados Unidos

está pensando en soluciones de este tipo para los países díscolos de

América Latina (ya se sabe a que clase de díscolos se refi ere el mensaje)

Incluso, no descarto que la receta se aplique hasta en Europa, donde

264

últimamente la derecha autoritaria está ganando predicamento por la

falta de respuestas de una dirigencia que no las puede dar, sencillamente

porque son los gerentes del propio sistema que dicta las reglas de

juego.

Resumiendo: se vienen días difíciles.

En mi caso particular, estoy en una etapa de feroz egoísmo. Después de

25 años he vuelto a conocer las mieles del amor, y por nada del mundo

voy a renunciar a estos goces del alma y del espíritu.

Gregorio Alonso Lama.

265

“Sedicioso”

Buscado.

El Imperio sigue sus pasos. El poder político y el religioso, han comenzado

a perseguirlo. Sus acciones generan miedo e incertidumbre.

Lo sabe por sí mismo. Pero además, lo ha visto en las miradas de

impotencia de sus colaboradores (como parte de un don que arrastra

desde niño, ha buceado en el alma de sus compañeros revolucionarios).

Presiente la desazón, la ambigüedad de sentimientos.

Sabe que en ellos, aún persisten ciertas dudas respecto a su persona;

y sabe también, que hasta es posible la delación entre la gente de su

propio entorno.

Buscado.

El servicio secreto de los que oprimen a su pueblo ya está tras sus

pasos. La vigilancia se ha tornado más estrecha. Ahora los esbirros del

Imperio más poderoso de la tierra, ni siquiera se ocultan. Actúan a cara

descubierta.

Ha pasado la noche con la mujer que ama. Dejó a sus seguidores con las

dudas, y se ha marchado con ella, a un lugar secreto detrás del monte

que circunda la ciudad. Sobre una manta tendida en el rocío, han hecho

el amor compartiendo el incendio y la angustia. Ella le ha pedido que

se marche; que abandone ese lugar dónde el odio político y religioso

rezuma entre los viejos muros de la ciudad.

Buscado.

266

Puede, pero sabe que no debe huir. Le ha prometido a su padre que

enfrentará la persecución hasta las últimas consecuencias. Sabe que

está en juego la entrega de su propia vida, el sacrifi cio de sangre que

jamás podrán comprender los poderosos dirigentes del Imperio.

Sabe también que con palos y piedras no podrán expulsar al enemigo.

No. No defraudará a su padre. La promesa es sagrada. De alguna

manera, presiente que su decisión, comprometerá el futuro de su propio

pueblo.

Además... ¿Dónde se ocultaría y para qué? ¿A dónde ir? El paisaje

físico sólo ofrece un desierto yermo y montañas hostiles, solar sagrado

controlado por los enemigos externos e internos.

Buscado.

Ella se ha puesto difícil. Comprende el alma femenina. Recién ahora

sabe que el amor de mujer es posesivo. Incapaz de comprender su

posible martirio por la causa. Lamenta haber cedido a los reclamos de

la carne. Un error imperdonable.

También sabe que dentro de poco, una patrulla militar vendrá por él.

Uno de sus hombres lo ha denunciado. Fragilidad del espíritu humano.

Ella se ha marchado. En un vano intento por torcer su decisión, le

ha dicho que recurrirá a su madre para evitar lo que ella llama, una

loca decisión. Sabe que será inútil. Su madre lo conoce muy bien, y

sabe también que la abnegación que él siente por su padre, no admite

especulaciones. Aún pensando que se encontrara en riesgo su vida

- la vida de su propio hijo-, su madre ni siquiera intentaría torcer su

decisión. Está seguro.

Buscado.

Su madre ha venido a verlo en compañía de ella. Se le nota en el rostro

267

el trabajo suplicante de la mujer que ama. Mira a su amante. El miedo

se ha adueñado de sus ojos. Sabe que la condición de mujer ha podido

más. Encara a su madre. Se siente irritado, visiblemente molesto. La

suerte está echada, madre. Tú lo sabes tanto como yo. Cada vez que les

lanzamos piedras y palos, se ríen de nosotros.

Buscado.

La milicia irrumpe en la vivienda. El ofi cial a cargo le lee la orden de

captura: ...se te acusa de agitador profesional tratando de subvertir el

orden sagrado y el del propio Estado”.

Mira a sus captores. Ellos no pelean con palos y piedras. Ve los

uniformes relucientes y las armas temibles. Ella ha comenzado a llorar

nuevamente en un rincón. Su madre ha erigido un dique en la garganta.

Al fi n parece haber comprendido que más allá del amor fi lial, está

en juego la libertad de todos los oprimidos por el Imperio que se ha

asociado con los dignatarios religiosos de su querido pueblo.

Buscado.

Se halla recluido en una celda. Desde el exterior, le llegan los gritos e

improperios de hombres y mujeres que han sido puestos en su contra.

Sabe que ahora harán una parodia legal para justifi car su detención.

No le importa; él ha elegido el camino de la inmolación, la entrega de

sangre que sorprenderá a propios y extraños.

En una sala contigua, un grupo de soldados blasfema contra él. Ve que

preparan algo con sus manos. Siente la burla en sus miradas.

Buscado.

Sabe que su amante no ha cesado de llorar. También sabe que su madre

se ha resignado a lo que muchos tildan de suicidio, en medio de infi nitas

268

dudas.

Piensa en su amada. Aún en contra de su voluntad, no puede evitar el

recuerdo voluptuoso de los genitales tomados.

Un grupo de soldados se acerca a la celda. Él más alto y fornido trae

algo en sus manos. Las risotadas rebotan entre las húmedas paredes.

- ¡Toma! ¡Ponte esto!- le gritan casi a coro.

Uno de ellos le calza en forma brutal la corona de espinas.

Seudónimo: 2*2=5

269

“Vamos a llevarlos a la parrilla”

Sí, yo sé que resultaba difícil continuar explicándole al periodista punto

por punto, detalle por detalle, todo lo ocurrido cuándo aquellos tipos

nos buscaban con la intención de matarnos...

Claro que uno no es de fi erro y en algún momento se termina el aguante,

sin esperar a que el corazón diga pido.

Pero pensándolo mejor hubiera sido preferible continuar el reportaje

para acabar de una buena vez con esta pesadilla.

¡Maldita la hora en que se me ocurrió decirle que prefería contarle todo

por escrito... ! (“Me parece bien, no importa como te salga. Vos escribí

lo que sientas. Hacé de cuenta que escribís un cuento; no te olvides que

deberás estar unos cuántos días en el hospital así que tiempo te sobra”)

Ahora me doy cuenta que debí pensar mejor en cada detalle.

Recuerdo que en aquel momento miré al periodista con ganas de

mandarlo al carajo, pero ahora no gano nada con lamentaciones. Le

prometí el escrito y se acabó.

“Aquel día me había encontrado con los muchachos en el mismo

café donde nos reuníamos cada vez que teníamos que tratar un tema

importante. En aquella ocasión, el asunto a resolver era la táctica a

seguir con motivo del acto del día veintidós de Agosto, o sea, a 22 años

de la muerte de Eva Perón (casi era de cábala la cosa: veintidós con

veintidós...).

270

Qué lo tiró..., no es fácil escribir sobre esto; todavía no puedo creerlo;

yo aquí y ellos muertos. Ahora en frío me doy cuenta que tendríamos

que habernos jugado en el momento que nos detienen.

¡Claro! Ahí esta... Empezamos a correr en distintas direcciones y en una

de ésas... No, no; no fue así.

Recuerdo muy bien cuándo me alcanzan con un disparo en la pierna

derecha. Pero es como que no me importa porque sigo corriendo

mientras el Gringo y el Ñato doblan en esquinas opuestas y yo siento

que aún puedo correr con el dolor, claro que sí, ya falta poco pero

ahora es un disparo de escopeta que me perfora el tórax a la altura de la

espalda una y otra vez como si la maldita bala fuere un macho de acero

muy concentrado el hijo de sí en fabricar vaginas pectorales con orifi cio

de salida.

Pero ya estoy pensando cualquier cosa.

Necesito refl exionar, tratar de concentrarme en lo que teníamos

proyectado para el acto del día veintidós.

Estaba claro que en esa fecha, la militancia recordaba a Evita. Y también

teníamos en claro que la oligarquía antipatria había estado seduciendo

los oídos del viejo General.

Claro que ya que hablamos de antipatria podría decir que antipatria es

también la actitud de esos buenos ciudadanos que pagan los impuestos

y todo, cuándo dicen por ejemplo “son todos una manga de negros

los peronistas estos”, y que también le hacen el juego a la antipatria

aquellos otros que pregonan “al fi n y al cabo este es un país de mierda

que ya no lo arregla nadie y los políticos son todos corruptos y que es

mejor que vengan los milicos porque...”

Mejor entonces escribo que aquella fecha del veintidós de Agosto no

271

comulgaba con los que pateaban en contra del arco del país, y que todo

comenzó cuándo salíamos del café a eso de las doce de la noche, y que

después de caminar cuatro o cinco cuadras, se detiene un Falcon al lado

nuestro.

“¿Y si ahora se me da por desmayarme? ¿Quién me atendería? Porque

en una de esas todavía esos tipos son capaces de venir a rematarme,

como una vez lo vi en una película, creo que era El padrino, sí. El

padrino, como se pasa el loco de Brando ahí cuándo los tipos compran

a la enfermera y porque mierda pienso todo esto cuando no puedo

entender lo que pasó; no puedo resignarme carajo a que el Gringo y el

Ñato estén hechos pelota sin que pase nada...”

... desde donde nos encandilaron con un potente refl ector y ahí nomás

se bajaron tres tipos apuntándonos con Itakas y metralletas diciéndonos

que eran policías y que querían hablar con nosotros y vi que dos usaban

campera verde oliva y el otro un sacón de cuero marrón y ahí es cuándo

siento que por primera vez el sudor se mete en mi cuerpo sin permiso

porque mientras los miraba no pude evitar pensar que nos querían

secuestrar, o peor aún, ya que uno podía imaginar cualquier cosa

después que el General nos echó de la Plaza de Mayo. Y más lo pensé

cuando los tipos nos empujaron adentro de la camioneta y después de

cerrar la puerta con llave uno de ellos la puso en marcha y comenzó a

seguir al Falcon en dirección al río.

Y entonces la voz del General comenzó a fi ltrarse con insolencia en mis

oídos, mientras los tipos casi a los gritos querían saber donde estaba

Méndez y que pasaba con Cullo y en que lugar guardábamos los fi erros.

“Vamos a ver hijos de puta, ¿dónde están los fi erros?”

Nunca podré olvidarme de esa maldita frase repetida por una boca

272

con aliento a cebolla, mientras el tipo me retorcía los huevos con una

extraña pinza y siempre boca abajo con otro hijo de puta que nos metía

culatazos por todo el cuerpo y vuelta a preguntarnos por los jefes y

era inútil que tanto yo como el Gringo y el Ñato les dijésemos que

nosotros no teníamos nada que ver con los fi erros, que sólo íbamos a las

manifestaciones y que a veces nos reuníamos para charlar de política.

Inútil.

“Ya van a ver cuando los agarre la eminencia; y dónde mierda están los

fi erros carajo, y a ver quién es el valiente que nos dice que van a hacer

en el acto de mañana” siempre boca abajo, sintiendo o escuchando el

sonido que hacen las ranas o los sapos que también debieron oírlo

los tipos porque el que estaba fuera dice de pronto que tenemos que

cantar como las ranas, y recién entonces asumo los estragos que causa

el miedo en el cuerpo porque siento que tengo la boca pastosa y la

garganta rígida y siento también que me zumban los oídos y que el

sudor también se ha hecho miedo. Ese miedo que acaba de renunciar a

la sospecha afi liándose a la muerte y a uno le viene aquello de andá a

cantarle a Gardel, porque a nadie le deseo eso de andar golpeando las

puertas del omnipotente pidiéndole que acabe con esta pesadilla.

“Pero no puede ser Gringo...; mirá que nos van a reventar, shhhh...;

mirá que nos van a reventar...” frase pronunciada por una voz ronca y

entrecortada, después que los tipos se habían retirado unos metros de la

camioneta mientras yo escuchaba con claridad algunas risas normales

y de las otras; claro que pronto regresan y es entonces cuando el de

la voz gangosa nos ordena que nos saquemos los abrigos y los sacos

con nuestros documentos personales y uno tiene la sensación de que la

muerte es algo más que una palabra de los otros y dale otra vez con el

273

asunto de los fi erros mientras las palabras de los tipos caen sobre nosotros

como martillazos verbales hasta que otro nos ordena que volvamos a la

camioneta y yo subo primero acostándome junto a la goma de auxilio

y casi enseguida lo hacen el Gringo y el Ñato que tiene que apoyar

medio cuerpo sobre el mío porque el espacio es reducido y siento que

algo duro me tapona la garganta cuando el Gringo me dice chau negro

aquí se termina todo y de pronto uno comprende lo importante que es

el pellejo porque la vida no deja de ser una palabra más o menos hasta

el preciso instante en que tenemos la impresión exacta de que puede

despedirse defi nitivamente de nosotros.

Lo cierto es que a esta altura lo único que escucho es el tucutun,

tucutun, del motor en marcha, y me doy cuenta de que los gritos se me

amontonan en el paladar atropellándose por salir, pero yo sé que es

inútil, porque todos juntos apenas conforman un ronquido entrecortado

como si el miedo, sí, el maldito miedo, el cargoso miedo, les hubiera

puesto un silenciador.

Y de golpe, la primera descarga que va dirigida al Gringo y enseguida

le toca al Ñato; y por fi n se me hace carne lo que pasa porque enseguida

comienzo a gritar ¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta! Y siento, claro que

siento, que las balas abren brechas en los cuerpos de mis amigos, pero

algo me dice que no grite, como si el instinto quisiera abroquelarse

en un resto de esperanza, y entonces siento que es una gran cosa el

disimulo, porque escucho que me dice en el oído que estoy vivo, y es

verdad, ya que puedo moverme aunque tengo los pelos enganchados

en alguna parte de la carrocería, y me cuesta bastante desengancharme,

hasta que al rato lo logro, justo en el momento que oigo el ruido del

motor de otro auto que llega, y no puedo evitar pensar que es tarde para

274

ellos; para el Gringo y el Ñato que descargan los ronquidos de la muerte

sobre el piso de la camioneta, sintiendo un líquido viscoso y tibio que se

desliza entre mis dedos, mientras me agarro de la cintura del Ñato.

Sólo en esos momentos me doy cuenta que las muertes son distintas.

“Mirá che, tuvo suerte en morir de esa manera” “Pero doctor ¿cuándo

se va a acabar esta agonía?” .

Seguro, pienso; seguro que son diferentes las muertes, seguro tengo que

pensar, sino..., ¿cómo imaginar que el Che se nos hubiese muerto a lo

burgués con la complicidad de la Santa Iglesia (la Apostólica Romana,

claro)?.

Y aquí punto fi nal. Porque creo que nada aportaría comentar que del

otro auto descendieron varios hombres armados, y, mientras el miedo, la

impotencia y un frenético ¡Nosequeesloquepasa! me arrancan un grito

soberano y visceral, tratando de romper en mil pedazos el silencioso

silencio del Gringo y el Ñato, la puerca realidad me seduce los oídos a

través de la voz de uno de los recién llegados: “Quedate tranquilo pibe,

somos policías”.

Desde entonces estoy tranquilo, muy tranquilo. Sólo escucho y hablo.

Tomado de un hecho real ocurrido en Agosto de 1974, en un descampado a orillas del Río de la Plata, en jurisdicción de Quilmes, Pcia de Buenos Aires (Notal del autor)

275

Diario PersonalTartagal, Junio de 2001.

Hoy se cumplen 21 años de la desaparición física de mi padre.

Hablo muy poco de mi padre. Tengo una asignatura pendiente con aquel

hombre extraordinario que me legó - sin decirme jamás una palabra al

respecto-, las mejores aristas de mi personalidad.

Por él, conocí el respeto, la educación formal y la gentileza como

moneda de cambio en el trato con los demás.

Por él, supe de la diferencia entre ser servil y servicial, esa particular

devoción para hacer que quienes participan de nuestra vida, reciban una

atención especial de nuestra parte: actuar como anfi trión; ser solidarios

en el dolor y la alegría. Saber escuchar a los demás; nivelar entre los que

tienen y los que no tienen (me refi ero a las cuestiones materiales que

suelen marcar la impronta social de muchas relaciones).

Valoré el sentido del sacrifi cio personal, aquello de dar sin pensar en

recibir, porque si algo puedo destacar en la personalidad de mi querido

viejo, fue el desprendimiento, la manera tan particular con la cual se

manejó en la vida, impidiendo que el egoísmo pudiera erigir su barrera de

exclusión con la familia y sus amigos en una permanente demostración

de afectos (debo ser honesto conmigo mismo; no siempre actué con

desprendimiento como hubiera querido. Alguna vez el egoísmo también

anduvo haciendo de las suyas con mis actos).

Nunca me alzó una mano. Siempre dejó que yo tomara decisiones sobre

mi vida, aún siendo demasiado joven para asumirlas.

Tuvimos nuestras diferencias, cierto es. Pero fueron diferencias de

fondo por cuestiones políticas. Como buen franquista de toda la vida,

276

nunca pudo entender ni aceptar mi militancia. Esto nos distanció un

tanto.

Sin embargo - y he aquí parte de ese espíritu selecto - jamás me prohibió

mi participación social, desde los 16 años militando en las juventudes

políticas de la secundaria.

No me he puesto a escribir por el hecho preciso de este aniversario.

Reniego de fechas precisas, de calendarios perpetuos para sacudir la

misericordia que anida vaya uno a saber en que ignoto rincón de nuestro

universo cerebral.

Claro que a veces la memoria - como vigía del pasado- tiene la cuña

a mano para clavarla en la intangibilidad de una determinada fecha.

Y entonces, ¡pum!, el maldito dolor que se hace carne, eclosionando

como un volcán que se libera del fuego de sus entrañas. Y uno - apenas

uno e indivisible entre los millones de individualidades que componen

nuestro ser - como obligado receptor de los reclamos de la sangre.

Pobre mi padre. Gallego él, inmigrante él, que vino como tantos otros

miles en busca de aquella América quimérica.

Aquella América que no era más que una gigantesca trampa: la

realización de la parte material de la existencia como sino supremo de

la vida. Parafraseando a Descartes -“ pienso, luego tengo”: - “mi casa,

mi trabajo, mis ahorros”, entonces, existo.

¿Y qué, respecto a lo espiritual? ¿Qué padre, con todo lo que quedaba

allende a los mares? ¿Qué, de la tierra? ¿Qué, de los castaños y as festas

y as gaitas? ¿Qué hay de aquella... a virxen da Guadalupe cando vai por

laaaa ribeeeiraaaa... ¿Eso que es tan de gallego, padre? Lo que no puede

transferirse porque está atado a los genes, como una comunión perfecta

entre nuestras neuronas y el aire que las dio a luz por vez primera.

277

A veces padre, pienso que deberías haberte quedado en aquella Galicia

postergada tantos siglos por obra dos seores feudaes; pero aguantar

padre. El espíritu sobre la materia.

Medito y vuelvo a escribir. Mi padre es parte de un sino de mi pueblo. Un

Pueblo que a lo largo de su historia, siempre se salió de sí. Desmadrado

de su propia tierra, empujado por el hambre, sí, pero también con una

vocación aventurera, como legado de los celtas.

¿Quién levantará la hipoteca de tu morriña, padre? ¿Cómo volverás de

muerto, a Rosalía de Castro?

Perdona padre. Tal vez es la única factura que te pasa mi cochino

egoísmo. Porque yo también tengo morriña; morriña de muñeiras;

morriña de panderetas y as gaitas y os coros con reminiscencias

religiosas; y morriñas del verde de los bosques, y de ese aroma de nuestra

tierra siempre húmeda, sobre todo cando chove en os invernos.

Claro que si tú no hubieras venido, yo no podría atesorar las tardes de

las siestas inolvidables en Los Toldos con el abuelo; ni sabría de mi

amor por Evita; ni del amor único e indivisible con Alejandra; ni mis

días de melancolía en Estocolmo; ni las tascas de Madrid; ni hubiera

conocido a un amigo como Ramírez; ni tampoco estaría instalado en el

sortilegio de estos páramos ancestrales de Tartagal; ni...

278

Diario personal.Tartagal. 2001

La belleza.Hace un rato se acaba de marchar una mujer excepcional. Una mujer

ajena al paradigma de belleza femenina, según los códigos actuales de

nuestra sociedad de consumo.

Todos sabemos que el ideal femenino del renacimiento y hasta bien

entrado el siglo diecisiete, se fundamentaba en un tipo de mujer crecida

en carnes, con un estúpido rostro virginal, a tono con las madonnas de

Rafael o el Tintoretto (Rubens fue bastante más prosaico y se animó con

aquellas célebres gorditas con un porte de matronas- algunas con cara de

gustarles la joda de verdad- bien putazas ellas); sin embargo, la idiotez

mediática de estos lares, toma como modelo de belleza, fl acuchas de

rostro ansioso, de pechos pequeños y culos escuálidos. Eso sí, las caritas

muy de esmalte, tipo porcelana.

Y he aquí que de pronto se me aparece esta mujer, de aparentes ancestros

quichuas. Porte abierto, como desafi ando nuestros atávicos prejuicios.

Regordeta -no menos de 70 kilogramos - algo así como un metro setenta y

cinco; de senos fi rmes y caderas sostenidas, con una piel particularmente

morena, casi aceitunada por la acción de los rayos solares, a juzgar por

las arrugas de la piel. Cara limpia de cosméticos, con pómulos salientes

y una peculiar riqueza de expresión en sus ojos negros. En fi n, presencia

toda ella de tierra americana, de pasado ancestral bien argentino.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención en esta mujer, es su

mágica aureola interior: la mirada armoniosa, las palabras justas- con

una impostación de mezzo de sensual tersura-, que invita a guardar

279

silencio mientras habla.

Pero hay más: la sabiduría de su pensamiento, siempre transparente, en

el cuál se mezclan las enseñanzas de sus antepasados con los conceptos

fi losófi cos de los más altos exponentes de la llamada civilización

occidental.

Por otra parte me pregunto: ¿Qué es la belleza? Cada parte de una mesa

no tiene nada de absoluto; solo es la proyección de algo. Y ninguno de

nosotros es una persona - entendiendo por esto que somos parte de lo

que nos rodea-, es decir, desde el punto de vista psíquico, no percibimos

más que la expresión de nuestra relación con todo lo que nos rodea. Ergo:

aquello que parece tener una certeza de individualidad, es solo una isla,

la proyección de un continente que carece de contornos reales.

Entonces - como reza una de las hojas sueltas que la causalidad puso en

mis manos aquella noche de Madrid - “... la belleza es lo completo. Lo

incompleto mutilado es totalmente feo. A la venus de Milo, un niño la

encontraría fea. Si un espíritu puro, la imagina completa, se convertirá

en bella. Una mano concebida como mano abandonada en un campo

de batalla, deja de serlo. Pero todo lo que nos rodea es parte de una

cosa que a su vez es parte de otra (el subrayado me pertenece): en este

mundo no hay nada bello; sólo las apariencias son intermedias entre la

belleza y la fealdad. Sólo es completa la universalidad; sólo es bello el

completo”.

Mientras transcribo estos pensamientos sin fi rma, los identifi co con la

escuela maldita de París: Bretón, Guénon, incluso Gurdiejj.

Resumiendo, esta mujer “fea” para los cánones de nuestra particular

forma de apreciar la belleza, manifi esta una universalidad que rompe lo

individual; tal vez por eso es bella. Espero volver a verla pronto.

280

“Le molesta el nuevo detenido”

Le molesta el nuevo detenido.

Sobre todo, le molesta el silencio casi arrogante que éste mantiene con

el resto de los presos.

El revuelo causado por su presencia, la agitación pública gestada en

torno a ese hombre extraño, ha comenzado a fastidiarlo. Más aún,

cuando está en juego su probable liberación, gracias a un indulto del

mismísimo gobernador.

¿Por qué lo han puesto con ese hombre barbado, con apariencia de

andrajoso, que despierta tanta ira en sus captores?

Sabe que se trata de un individuo peligroso para el Estado, el

mismo Estado que le endilga los cargos de subversivo y agitador

profesional.

Le molesta el nuevo detenido.

Lo han puesto en una celda frente a la suya.

Desde el momento de su llegada, lo ve caminar ensimismado,

monologando y murmurando en voz baja extrañas frases que él no

alcanza a comprender. Por momentos, capta términos como padre y

abandono. Luego, lo ve ponerse de cuclillas, y durante incontables

minutos, le parece verlo como ido, en medio de farragosos soliloquios.

Ve como algunos de los guardas, han comenzado a insultarlo. Otros

pasan al lado de su celda lanzando soeces carcajadas.

¿Pero qué pretenderá ese hombre con aspecto taciturno? ¿Por qué

281

resultaban tan ambiguos los comentarios sobre él, en la calle y en

algunas de las tabernas de la ciudad?

Le molesta el nuevo detenido.

No le ha caído bien. Sabe que por un derecho que le asiste al gobernador,

éste cada tanto, puede disponer la libertad de un prisionero. Una especie

de perdón público para que los ciudadanos sepan que a su gobernante,

también le preocupan las cuestiones sociales relacionadas con la

delincuencia. Incluso, para que se aprecie el grado de imparcialidad

de este indulto, era el pueblo mismo, reunido frente al edifi cio de

la gobernación, el encargado de dar el veredicto. Y esto se hacía sin

perjuicio de la causa que había originado la detención: hurtos, robos,

violencias caseras, asesinatos incluidos, rebeldías y desobediencias

civiles...; en fi n, todo formaba parte del famoso perdón.

Le molesta el nuevo detenido.

No le ha caído bien. Y sabe que cada minuto que pasa, crece el rencor

y el resentimiento porque ha comprendido que se ha convertido en su

adversario para gozar los favores del perdón: sólo uno de los dos será

liberado. Sin embargo, sabe que él - por su condición de delincuente

común - tiene cierta ventaja sobre el advenedizo. El es un notorio

bandolero que ha hecho de su vida un latrocinio tras otro, cierto es. Pero

al menos, nunca se metió con el poder público. Ni con las instituciones

políticas ni tampoco con la poderosa institución religiosa estrechamente

relacionada con el gobierno. No puede decir lo mismo de ese hombre

adusto y concentrado que sí se ha atrevido a desafi ar a los poderosos

que detentan el poder.

282

Le molesta el nuevo detenido.

Sabe que se lo tiene por un revoltoso social y político. Un verdadero

subversivo que ha conmocionado a las instituciones. Todo el pobrerío

detrás de él, cada vez que sus secuaces convocan a la gente para escuchar

uno de sus habituales y corrosivos discursos. Sabe que es un hombre

de cuidado. Un hombre que dice las cosas más escandalosas contra el

poder público, casi con la unción de una plegaria en medio del silencio

de un templo religioso. Sin gritos ni estridencias. Y eso es lo que lo hace

más peligroso; sí, es un hombre de cuidado.

Le molesta el nuevo detenido.

Los han venido a buscar los funcionarios públicos a efectos de compa-

recer ante el gobernador del Estado. Presiente un buen augurio al ver

que los soldados lo tratan mejor. No puede entender como las pullas

constantes no parecen perturbar a su adversario. Siempre impasible.

Abstraído y disperso, vaya a saber en que misteriosos pensamientos.

La casa de gobierno está repleta de funcionarios. Nadie ha querido

perderse el espectáculo. Cuando sale al balcón, la multitud ruge pro-

nunciando su nombre. Del discurso del gobernador, apenas alcanza a

escuchar el último párrafo: “¿...a quién quieren que libere?”

Para su alegría, el grito de la multitud es unánime: “¡Barrabás!”

“¡Barrabás!”

283

Diario personal

La medida humana.Hoy a la tarde estuve con la gente de Nunca más, la Comisión Nacional

de derechos humanos que investiga el tema de los desaparecidos.

Fui atendido personalmente por Ernesto Sábato, el maestro al que tanto

se admira en su doble condición de escritor y luchador humanista,

conjunción perfecta si las hay.

Tuvo la gentileza de permitirme explayar toda mi carga de dolor y

resentimiento.

Le dije que sólo quería saber sobre el paradero de mis hermanos y mi

querida novia, y que posibilidades me asistían de poder averiguar datos

sobre sus eventuales secuestradores.

Después de mis comentarios, el autor de “Sobre Héroes y Tumbas” se

quitó los gruesos lentes de carey y sin omitir palabra alguna, comenzó

a limpiar detenidamente los cristales. Luego habló.

“- Estimado Alonso...; Alonso Lama ¿no? Lindo apellido de raigambre

hispana. Conocí creo que un Lama, funcionario gallego, que me atendió

magnífi camente en uno de mis viajes a la madre patria. Buena gente

la gallega. Nobles como todos los españoles sin excepción. Siempre

he pensado que la hispanidad se debe una obra como contracara de la

tenebrosa leyenda negra a propósito de la Conquista; ya sabe usted...

cosa de los anglosajones; en fi n, más específi camente de los propios

ingleses, que han demostrado a lo largo de la historia ser consumados

maestros de la diplomacia -. Hablaba, levantaba la vista, y cada tanto,

continuaba limpiando los cristales con una franela diminuta-. Pero

bueno, volviendo a lo suyo. Esta es otra historia. Han pasado...

284

“Algo más de seis años maestro...”

“No me llame maestro. En todo caso si hubiera un maestro, estaría

allá arriba. Yo sólo soy un servidor de emociones. Dígame: con una

mano en el corazón, ¿usted cree que ellos están con vida? - hice nones

con la cabeza -. Le aconsejo que los entierre - mi imperceptible gesto

fue captado al instante por él-. Veo que no lo ha hecho aún. Y eso es

malo. La razón y los sentimientos suelen estar divorciados entre sí.

Los hechos pertenecen a la razón, para decirlo de algún modo... Pero

claro, los sentimientos actúan como parte de ese afecto de sangre que

siempre se va a negar a la verdad. Entiérrelos amigo; perdóneme mi

dureza, pero entiérrelos. Ofrézcales sepultura cristiana en su propio

corazón. Por ellos y por usted. Mientras no lo haga, será esclavo del

resentimiento y no hay peor cosa para el espíritu que el resentimiento:

lo raquitiza - observó mis manos y mi rostro aunados en otro gesto

de protesta-. Espere amigo Lama. No hablo de olvidar. Hablo de

enterrar el rencor y el resentimiento. Tener presente lo sucedido, será

la comunión permanente y visceral con sus hermanos y su novia. Yo no

veo mucho, pero se ve muy bella en esta foto. Le decía: el rencor y el

resentimiento, son portadores del dolor y el sufrimiento del pasado que

se niegan a perdonar. ¿Sabe...? son como fantasmas que se apropian de

nuestra personalidad. Yo también he tenido cuentas con el rencor que

me atormentaron durante muchos años. Y voy a confesarle una cosa-

una inasible sombra pareció cruzar a lo largo de sus ojos: - cada tanto,

esta pústula del corazón golpea con sus nudillos aquí- se tocó la frente

con una mano- porque no acepta aún la resignación del olvido. ¿Se

da cuenta usted? De cualquier manera, comprometo mi honor y el de

esta comisión para tratar de ofrecerle a usted la necesaria reparación

285

moral.”

Hizo un gesto con la mano señalando una larga hilera de personas que

aguardaban hablar con él y me levanté estrechándole la mano.

En aquella ocasión estuve a punto de quebrarme. Ahora a la distancia,

el sesgo alucinante de mis pensamientos, ha comenzado a desprenderse

del lastre de la misericordia.

Es inútil. El tísico sabe por tísico y el cojo sabe por cojo. Por eso, cuando

el obispo pontifi ca desde el púlpito respecto al pecado de la carne;

cuando habla de la pobreza y da una clase magistral de comportamiento

moral a todos lo desarraigados; cuando en fi n, pontifi ca sobre los

dramas puntuales de la pareja humana..., a mí me mueve un tanto a

risa- en realidad se me revuelven las tripas-, con todo el respeto que

me merece la Iglesia (la católica, claro). Porque el sacerdote, obligado

a respetar sus votos de castidad - que el diablo le sostenga si cae en

la concupiscencia de la carne-; ¿qué puede saber de las miserias o la

sublimidad engendradas por el amor entre un hombre y una mujer? Por

otra parte, cómo se puede hablar de las pústulas del hambre cuando el

sacerdote tiene asegurado su sustento?. ¿Cómo hablar con fundamento

de la marginalidad sin haber padecido los escarnios consecuentes

derivados del dormir en los zaguanes o a la intemperie de la calle?.

Y el hombre-sacerdote, en fi n, jamás podrá saber de odios, resentimien-

tos, disputas conyugales únicas y excluyentes, que afectan la relación

de hombres y mujeres qué alguna vez conocieron el dorado trigo del

amor.

Por eso digo que cada criatura humana se lame donde más le duele su

propia herida.

¿Olvidarme? ¿Renunciar al rencor contra aquellos que secuestraron a

286

mis hermanos y a Alejandra - y que seguramente torturaron y mataron-

por el sólo delito de luchar por un mundo mejor? ¿Es éste acaso el

premio a la solidaridad humana?¿En qué lugar está ese maldito Dios

que ha hecho del hombre, lobo del hombre: Homo, homini lupus est

Yo también soy parte de esa mal entraña que has puesto entre nosotros,

Dios! Y mientras viva, no dejaré de usar mi propio derecho a la

venganza.

Gregorio Alonso Lama.

287

Diario PersonalMadrid, Agosto de 1982

El sentido común es la resaca del espíritu. Lo encontré escrito en un

papel sin fi rma con mi letra, y por lo tanto, infi ero que es un pensamiento

que me pertenece; y aún no siendo así, lo hago propio por compartirlo

en plenitud.

Me asquea la gente que habla de sentido común como si se tratara de

una panacea del pensamiento.

Si la humanidad hubiera tomado como propia esta idea, sustentando

sobre su eje la futura evolución de la raza, es posible que aún no

hubiéramos salido de la rueda.

El sentido común paraliza. Corroe la imaginación, vacía el cerebro

y convierte al hombre en un amorfo ser, el perfecto idiota útil del

sistema.

Viva el sentido común! - claman los opresores de la libertad de

pensamiento - Prohibido pensar! Ustedes trabajen, forniquen y cagen!

De pensar nos encargaremos nosotros por ustedes.

Hoy es un día de mierda para mí. En todo sentido. Nada sobre el paradero

de mis hermanos. Nada sobre la suerte de Alejandra. Mi madre que hace

algo más de un mes que no me escribe...

He sido un cochino egoísta porque yo también fui parte del sentido

común cuándo escapé siguiendo los consejos de mi madre.

¡Me cago en el sentido común!

Gregorio Alonso Lama.

PD) Una pátina de esperanza: después de la derrota de las Malvinas, la dictadu-ra se encuentra en retirada. Se habla de elecciones. ¡Cuánta falta me hacés

288

Argentina!

“Las feas también tienen derecho”

Ella apareció de repente; como otro de los fantasmas que rondaban

mi mente (sólo que esta vez de carne y hueso). Debajo de la lluvia.

Empapada. Con una faja de nylon sobre su cabeza asiendo el mango de

un paraguas dado vuelta.

Mientras bajaba la ventanilla, apreté el pedal del freno.

- Por favor, suba.

Me miró desde algún ignoto rincón de sus dudas, sin poder evitar que

la lluvia, como una pequeña catarata, se desprendiera a chorros por su

cara.

-................

-¡Por favor! ¡Se está empapando! No tenga miedo… Míreme la cara…

soy una buena persona.

La mujer pareció abandonar la duda y al fi n se decidió.

En el momento que se sentaba, volteé la cabeza para mirarla: pensar

que era fea podía interpretarse casi como un elogio: cabello ensortijado

pero escaso; la cara estrecha como un desfi ladero, y una expresión de

cansancio que parecía el paradigma de la derrota y el fracaso.

Me pregunté qué tipo de dramas la perturbarían aunque por el momento,

no tenía intención de averiguarlo.

- Le seré franca; sentí una profunda emoción cuando usted se detuvo. A

Dios gracias, todavía existen personas de bien...

Es una clásica, me dije. Palpitaba en su voz una sensualidad exquisita.

Cuándo me respondió donde vivía, estuve tentado de decirle que tenía

apuro y que la dejaría en el primer refugio. Pero no pude hacerlo; una

289

corriente misteriosa ya había comenzado a extender un puente de plata

entre nosotros.

Fortísimas ráfagas de viento cruzaban la lluvia sobre el parabrisas.

-La alcanzo hasta su casa...

- Sinceramente, no quiero ser una molestia...

- De ninguna manera. Tiempo es lo que me sobra...

Pronto comencé a elucubrar todo tipo de conjeturas sobre mi ocasional

compañera de viaje: - edad, estado civil, cantidad de hijos, trabajo y

vivienda - resumiendo todo en un pantallazo: 45/ 50 años; separada o

madre soltera, limpieza por hora a domicilio; prefabricada humilde

pero prolija. En medio de mis domésticas ecuaciones, no me di cuenta el

momento en que ella se había quedado dormida, con la cabeza apoyada

sobre el respaldo.

El cansancio de la fea parecía hablar a través de su pesada y entrecortada

respiración.

Decidí no interrumpir su sueño; tenía la dirección y conocía perfecta-

mente la zona de su domicilio porque mi madrina vivía a tres cuadras

de su casa.

Unos 20 minutos después, estacionaba el auto frente a la fi nca: un

cuidado ligustro, una reja de hierro y un chalé modesto, con un esmerado

jardín lleno de fl ores.

Un par de perros fl acos y mojados se acercaron al auto moviendo sus

rabos.

Cuando el motor se detuvo, la mujer se despertó.

-Me siento avergonzada por haberme quedado dormida. Le pido que me

perdone- dijo, restregándose los ojos.

La caída de agua era persistente. El viento sacudía una de las ventanas

290

de la vivienda.

“-Por favor, le pido que baje un minuto a tomar un café. Si me dice que

no, me voy a sentir muy mal. Quiero agradecer humildemente tanta

gentileza de su parte”.

Imposible desistir. Sus gestos delicados y la belleza de su voz, borraban

la fealdad de sus facciones.

Pese a aquello de que las comparaciones son odiosas, era imposible

no comparar: mi automóvil reluciente- parte del botín en el reparto

de bienes gananciales de mi separación -, la mejor ropa importada, la

colonia francesa; mi costumbre de llevar encima el oro ...; en fi n, que

las diferencias sociales eran notorias.

- “Pase por favor- la mujer había abierto la puerta de entrada - Tuve que

marcharme temprano para un examen y aún me falta poner un poco de

orden.

Observé la sala: una pequeña recepción, la mesa del comedor con un

centro de mesa cargado de rosas rojas y amarillas; un inmaculado mantel

blanco, dos sillones de cuerina; la mesita ratona de vidrio, un mueble de

algarrobo, y, hacia uno de los fl ancos de la sala, un sillón de mimbre al

lado de una lámpara de pie.

Sobre una de las paredes laterales, una biblioteca con gran profusión de

libros y el monitor de una P.C. sobre la base de la misma.

Sin decir palabra, comencé a caminar fascinado con las reproducciones

pictóricas que colgaban en casi todo el espacio disponible en las paredes.

Un escenario ecléctico: desde Goya a Rembrantd; desde Van Gogh a

Picasso, pasando por Diego Rivera y un par de expresiones artísticas

de su amante.

De pronto, me di cuenta que al poner mis pies en esa sala, sentí una

291

perturbadora sensación de bienestar interior, como si un extraño

sortilegio mudara toda mi gastada piel.

Sin tamizarla , oí que la pregunta se descolgaba de mi boca.

-¿Qué le gusta de Rivera?

-¿De Rivera…? - se dio vuelta conmigo a contemplar las fi guras que

trasuntaban como pocas el sufrimiento humano-. A mi criterio, Diego

expresa la pintura, primero, en su carácter de hombre comprometido;

luego, en su concepción de artista. Encuentro cierta similitud con

Goya. Salvando los estilos, la condición humana habla a través de sus

pinceles.

-¿Y en cuánto a Van Gogh...?

-¡Ah! Esa es otra historia. Arte introspectivo, psicologista si quiere.

El alma perturbada del artista que no alcanza a insertarse socialmente.

Goya y Rivera expresan el drama del hombre en su concepción universal.

Van Gogh sólo trataba de interpretarse a sí mismo, buceando en sus

tormentos espirituales. ¿Por qué se sonríe?

- No..., me gusta; me encanta tu defi nición. ¿Podemos tutearnos ¿no?

-Por supuesto; siempre me pareció ridículo eso de establecer parámetros

gramaticales en las relaciones humanas. Pero supongo- no supongo, en

realidad estoy segura- que la educación que uno recibe nos condiciona.

En mi caso particular, yo he tenido un padre - español para mas datos,

ahí está su foto ; sobre la repisa... - decía que he tenido un padre

consustanciado con la vieja España. No lo vas a creer pero mi hermano

y yo, nos dirigíamos a él a través del arcaico usted. ¡Siempre la maldita

palabra erigiendo barreras de contención emocional! Un personaje,

¿eh? Uno de los últimos dinosaurios de la vieja falange española. De El

Ferrol..., como el caudillo que tanto admiraba. Si me permitís, ya pongo

292

el agua para el café. Seguí hablando que te escucho.

Los giros y las expresiones de la fea me retrotraían en el tiempo.

Comenzaba a tener la impresión de que cada palabra, se descolgaba de

su boca, como gemas del mejor orfebre.

-Entiendo- dije-. Mirá como son las cosas de la vida... Franco trató de

imponerle a España el sello de su Galicia feudal. Si supiera ahora que

el Delfín monárquico en el que puso tanto esmero terminó por aceptar el

socialismo, el viejo se revolvería en la tumba. A propósito..., te escuché

decir que te habías marchado temprano por un examen...

- Así es- la voz cantarina de la fea me llegaba a través de un recodo de

la cocina-. -Filosofía y Letras. Me quedan un par de materias.

-¿Filosofía y Letras... ? ¿Me imagino que no has elegido esa carrera con

un sentido material? Digo..., para afi anzarte económicamente...

-¡Por supuesto! Nada que ver. Además..., a mi edad- estoy próxima a

cumplir 45- es como un poco tarde para eso. No, no; me mueve una

vieja asignatura. Tengo vocación de escritora... Sorprende, ¿no?. Un

tanto a destiempo si se quiere- demasiados problemas personales y

familiares como contrapeso- aunque nunca es tarde cuándo algo se

quiere de verdad, según se dice. Te explico... después de mi frustrado

matrimonio - me separé de mi pareja hace un par de años- y la partida

de mis hijos... Veinte y veintidós años... Están en España… Ya sabés...,

esas cosas del trabajo, de un porvenir que aquí se les ha negado a tantos

jóvenes... En fi n... Si me permitís, me voy a cambiar de ropa. Estoy

empapada. En un ratito se calienta el agua.

- Tomate tu tiempo.

Recuerdo que en esos momentos me puse a pensar que al menos en

algo coincidíamos: frustrado matrimonio. Sin hijos en mi caso- con

293

mi pareja nos cargábamos las tintas con una supuesta impotencia para

procrear que ninguno quería asumir como propia - habíamos cortado

el vínculo marital como si se tratara de una Sociedad Anónima. Para

colmo, ambos éramos abogados: tanto para uno; tanto para el otro. Para

mí, el amor de pareja - ya se sabe: eso de sudadas sábanas y orgasmos

compartidos - era la más monumental mentira de la raza. Frön decía

que sólo puede amarse a través de la entrega del espíritu, que el único

amor real era aquel que tenía el cerebro como protagonista excluyente,

y que yo sepa, esa cualidad sólo es posible a través de la abnegación

que mueve a una madre con su hijo; una madre, por ejemplo, que es

capaz de amar a un hijo con el síndrome de Dawn. El resto es una

entelequia; la pasión que exudan nuestras vísceras sólo es el resultado

de una eclosión química que nos hace decir te amo, en medio de los

genitales tomados. Feniletilamina pura. En todo caso, el supuesto

amor entre un hombre y una mujer, no es más que una infantil defensa

emocional frente a la muerte. La ambigua y retorcida mente suele

mostrarse demasiado egoísta y egoísta para alcanzar las altas cotas de

la entrega y la abnegación. Terminada la calentura, todo a fojas cero.

Así de simple.

Mientras ella no venía, dejé discurrir mi vista por los anaqueles de su

biblioteca: las Obras Inmortales de EDAF, hoy verdaderos incunables.

Aguilar con su colección de papel arroz; García Lorca, Azorín, Pio

Baroja, Shakespeare, todo el siglo de oro español. Vi una estantería

dedicada exclusivamente a autores nacionales: el inefable Borges, el

insustituible Sábato, Sarmiento, Mansilla, Abelardo Castillo, Cortázar,

algo de los nuevos; incluso una novela: -“Jesucristo en Plaza de Mayo”,

de un ignoto José Manuel López Gómez.

294

Tampoco faltaba la fi losofía, desde Platón y Aristóteles, pasando por

Spinoza, Kant, Kierkegaard y alguna referencia al menospreciado

pensamiento español del siglo pasado. Todo prolijo, como parecía

corresponderse con el espíritu de la dueña de casa.

Ella volvió. Parecía otra mujer. El cabello suelto- húmedo aún- achatado

sobre el pequeño cráneo, le daba el aspecto de mujercita de los locos

20. Los ojos negros y un tanto grandes para su rostro modigliesco, se

compensaban a través de una mirada profunda y armoniosa.

Se había puesto un discreto rimel rosa pálido, y sus labios tenían cierto

tono bermellón, que acentuaba aún más el blanco de su cutis. Desde el

punto de vista estético, lucía aún cierta fealdad; pero de pronto se la

podía sentir como una fealdad atractiva, si cabe el término. Además,

yo había descubierto su encanto interior, un particularísimo encanto

trasuntado en su presencia, pero que, sobre todo, se hacía sentir en su

peculiar voz.

Me pregunté si se habría arreglado para mí; entonces, me di cuenta que

una sensación extraña- pero no nueva-, se había apoderado de mi cuerpo,

como una especie de hormigueo que recorría todas mis arterias.

Después de un período de ostracismo amoroso, mi libido sexual parecía

decirme presente nuevamente.

Yo era consciente que desde mucho tiempo atrás - aún dentro de la

agenda sentimental de mi matrimonio- cada vez que alguna mujer

lograba disparar mi erotismo, siempre escapaba a esa demanda interior.

Pero también me decía que era inútil; que no podría seguir ahogando mis

verdaderos sentimientos, sólo por culpa de un reciente fracaso amoroso

(sabía que toda demanda llevaba implícita una carga de necesidad no

satisfecha).

295

Cafés de por medio, la charla se extendió largo rato. De manera

natural, como si nos conociéramos de mucho tiempo atrás, me confesó

intimidades dolorosas. Con esa coloratura de mezo que yo admiraba

en su voz, me dijo que tenía un hermano desaparecido desde Agosto

del 77. “Yo tenía 18 años. Él era dos años mayor. Lo vinieron a buscar

una noche. Parecía un ejército. Se lo llevaron a la rastra. Nunca más le

volví a ver” Quise saber si tenía militancia política. “Para nada. Tenía

un amigo de la JP del Oeste con quien se veía ocasionalmente o se

hablaban por teléfono. Parece ser que encontraron su nombre en la

agenda de este muchacho y eso fue sufi ciente”.

Me contó que se le había muerto una hija a los siete años de edad.

“Leucemia. Fue terrible. Pese a nuestros esfuerzos, murió con la

conciencia de la muerte. No quiero morir mamá. No quiero morirme,

me repetía todas las noches cuándo la llevaba a dormir.”

Pensé que era sufi ciente. Pero faltaba algo más. Hacía poco menos de

dos años que la vida le había pegado otro soberbio cachetazo: tenía la

madre internada en un Psiquiátrico. “Esquizofrenia. No pudo resistir

tanto dolor, y un día las angustias se juntaron entre sí y le volaron la

cabeza; fue como si de pronto le hubieran abierto una zanja en el cerebro.

No... no te preocupés; ya estoy acostumbrada. Ya sabés que el dolor

reiterado termina por poner callos en el alma. Qué vamos a hacer... En

fi n, que la voy a ver casi todos los días. Está en el Alvear. ¿Querés que te

sea sincera? Estoy sola. Muy sola. Mi padre falleció hace un año. Con

respecto a mi esposo..., hace mucho que dejó de aportar su presencia

por aquí. En cuanto al trabajo, tengo un polirubro que atiendo por la

tarde. El resto del tiempo lo dedico a mi carrera. Estudio en un anexo de

la Universidad, aquí en San Miguel, ¿sabés?. Mantengo la casa... ¡Ah!,

296

me olvidaba. Formo parte de la red solidaria de Juan Carr. Eso me ayuda

mucho. Todos los días trato de poner mi granito de arena para aliviar el

dolor de los demás. Me di cuenta que me hace muy bien; tal vez sólo sea

una muestra de egoísmo. En fi n..., como verás, lo que sobra es acción.

Por eso se me ve tan agotada. Pero no pienso rendirme. Sé que es duro,

pero igual le agradezco todos los días a Dios lo que me da.”

Sorpresivamente, me oí preguntarle que había respecto a su vida

sentimental. Me miró fi jo a los ojos - fue en ese momento cuando

descubrí su mirada luminosa- y eso me perturbó profundamente. En

realidad me di cuenta de golpe que habíamos puesto en libertad los

ojos, dejando que las miradas dijesen lo que no nos atrevíamos a decir

oralmente.

Comprendí entonces que estaba frente a una presencia humana de la

cual emanaba todo lo que yo no tenía: templanza, armonía, solidaridad.

La antítesis de mi propia mundo. Buena cuna pero todo con el sello

materialista de quienes somos educados para una escala de valores en

la que suele imperar él sálvese quien pueda. Para colmo de males, mi

carrera de abogacía con un estudio centenario heredado de los viejos

patriarcas familiares, había terminado por cerrar el cerco: demasiada

miseria humana en todos los fl ancos.

Por supuesto que supe gozar de esa vida de placeres mundanos (no

reconocerlo sería una hipocresía de mi parte). El deterioro interior,

la objeción de conciencia que le dicen, comenzó a partir del golpe

militar del 76. Hubo un antes y un después. La familia cuestionada,

con mi propio padre procesado por violación a los derechos humanos.

Los escraches frente a nuestra casa. Los insultos de los hijos de los

desaparecidos. Mis propios cuestionamientos. Luego..., el fracaso

297

matrimonial. Los condimentos sexuales angustiosos, el vacío de mi

vida; las inútiles sesiones de terapia psicológica. En fi n, un excesivo

contrapeso.

De pronto, aparecía esta extraña mujer. Otra impronta de vida. La

posibilidad de un reencuentro con mi verdadera esencia.

Para mi propia sorpresa, descubrí que no me importaba su fealdad física.

Después de todo, era posible que Frönn tuviera razón. Ella representaba

lo que yo me venía negando desde tiempo atrás. Aún no sabía el cómo,

pero no volvería a cometer el error de siempre.

Hubo un momento en que se hizo un silencio inquietante y perturbador.

Temí que mi propio erotismo me hubiere jugado una mala pasada,

transformando mi mirada en un lascivo y lujurioso deseo. Pero sólo fue

un relámpago de duda.

El milagro de amor sobrevino cuando - en un impulso incontrolable - tomé

primero una de sus manos y luego la apreté con fuerza. Mágicamente,

ella cerró sus dedos sobre los míos. Entonces, oí de su boca lo que

estaba esperando escuchar desde hacía tantos años: “Siempre soñé con

amar a una bella mujer como vos”

298

Diario PersonalTartagal, Agosto de 2001

La mujer.La historia del hombre - ya se sabe- está escrita por el mismo hombre.

Una es la historia ofi cial - casi siempre mentirosa- y la otra es la de

los perdedores. Civilizaciones antiguas; Imperios pasados e Imperios

nuestros de cada día.

Otras bucean en los arquetipos humanos: Platón, Alejandro Magno;

Maquiavelo; Miguel Angel, Colón, Beethoven y largos etcéteras.

Sin embargo, poquísimas veces hay registros de la otra historia, la

historia paralela de hombres y mujeres anónimos que, por la dimensión

moral de sus vidas, merecerían el homenaje de la palabra escrita.

Hoy quiero referirme a una de esas peculiares y anónimas personas. A

una mujer excepcional que honra la condición humana .

Se trata de una mujer con la cual estuve relacionado mucho tiempo (y

aún lo estoy).

Yo he sido un nómade toda mi vida - llevo registradas no sé cuántas

mudanzas - pero casi siempre girando en un el mismo entorno geográfi co

(muchas veces me pregunté si en cada mudanza no estaría escapando

de mí mismo).

Volvamos a la mujer. La traté durante muchos años asiduamente (el

grado de vinculación no viene al caso).

Conocí a su familia. Fui amigo de sus hijos.

Invitado permanente de la casa. “Uno más” como se dice.

A lo largo de esta activa relación, esta bellísima mujer - hablo de su

estatura espiritual-, se convirtió en una permanente lección de vida para

299

mí.

Siempre de buen talante; predispuesta a todo y para todos, con una

particular vocación de servicio, ejercitado con una fi nísima impronta.

Jamás se la escuchó quejarse (y motivos le sobraron...).

Nunca un rictus de rencor en su rostro. Enemiga del egoísmo y el

egotismo.

Siempre en sus sabias palabras exponiendo la necesidad de comprender

a los equivocados; la misericordia permanente frente a las debilidades

humanas (incluso aún, exponiendo sus mejillas a ciertas pústulas del

alma).

Siempre el consejo atinado, la búsqueda de las virtudes hasta en aquellos

que suelen ejercitar la perversidad como sino excluyente de la vida.

Valiente y altiva, con una templanza y un coraje dignos del mayor

elogio; poniendo alma y vida para dar permanentemente lo mejor de

sí- y siempre lo mejor de sí- , en la crianza y en la educación de sus diez

hijos.

Sacando fuerzas de sus propios debilidades; generando energías de la

nada.

Sufriendo en silencio y a escondidas.

Volcando cada una de sus lágrimas detrás de las cuencas de sus ojos,

para no hacerlas visibles a los que más amaba.

Pero siempre compartiendo la alegría con propios y extraños.

Los teóricos del alma, aquellos que suelen escribir con recetas griegas

para interpretar la herencia del odio, alegan que la mala praxis del

amor, las frustraciones infames de la infancia, generan los resentidos

del mañana.

Esta mujer, criada en la soledad de las honduras fi liales, vivió una

300

infancia de orfandad de afectos, de falta de emociones viscerales y

espirituales generadas por las carencias del amor. Sin embargo, jamás

un pase de factura; nunca una concesión al dolor pasado.

Siempre así. En las buenas y en las malas. Abnegación sin límites.

Dimensión de amor que empequeñece la palabra Santa.

Valiente y altiva.

Con una templanza y un coraje dignos del mayor elogio Esta mujer que

siempre- pese al heroísmo cotidiano que implica la crianza de 10 hijos

-, ¡se hacía tiempo hasta para la ilustración y el conocimiento!.

En cierta ocasión le regalé la Historia Universal de Jean Duché - sin duda

el mejor obsequio que yo me permití hacer a persona alguna- y aún hoy,

pasando los 90, abreva en sus páginas con juvenil entusiasmo.

Yo también fui alguna vez causa de sus aristas tristes. Pero..., ya se sabe:

el egoísmo humano se alimenta como victimario, y suele condenar al

hambre a sus propias víctimas.

Aún llevo sobre mis espaldas esta hipoteca que nunca pude cancelar.

Tal vez por eso, sentí la necesidad de homanejearla.

No sé si otros podrán leer estos escritos de mi diario. No importa. Hoy

me basta con hacer honor a un viejo reclamo de conciencia.

Si debiera defi nirla sin menoscabar siquiera una pócima de su altura

moral inigualable, diría que ella, toda ella, es una catedral del espíritu.

Esta mujer sin par, es Doña María Elena Arrieta de Milano.

301

Cirujano

Demasiado en juego.

Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.

Otro equipo está listo para el transplante.

El helado fi lo del bisturí se abre paso entre la sorprendida carne. Sabe

que su mano de sexagenario ya no tiene la fi rmeza de las primeras

incisiones.

Sexagenario. El pensamiento dibuja las palabras delante de su mente

como un holograma gramatical.

“Un sexagenario fue atacado por un ladrón...”

No puede sustraerse al recuerdo de la crónica policial en la que el

periodista decide que el sexagenario cede virtualmente su condición de

hombre para convertirse sutilmente en la de anciano.

Demasiado en juego.

Sabe que no puede cometer el mínimo error; que la incisión debe ser

precisa, meticulosa y geométricamente perfecta.

El acero reverbera en el cristal de sus lentes.

La piel del niño se abre con un siseo casi imperceptible.

Observa a su asistente tratando de descubrir el discurso oculto en sus

ojos.

Siente la mirada femenina con la sensación de que ésta trepa por unos

instantes a la suya.

Comienza a sudar. Se ha dado cuenta que ella ha sido tomada por la

acción de la feniletilamina.

302

La imagina rezumando sexo por los poros.

Teme que el metejón estúpido le juegue una mala pasada.

Demasiado en juego.

Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.

El coto del cuerpo humano no tiene secretos para él.

La piel del niño gime de manera apenas audible.

Observa a la anestesista. La mejor sin duda; sabe que no necesita mirar

el instrumento de control.

El niño tolera con holgura la dosis suministrada.

Ella le hace un gesto con la mano.

Tal vez un día la arrincone. Sería capaz de penetrarla sólo para escuchar

los potenciales quejidos que saldrían de su boca.

Vuelve a la operación. No puede equivocarse.

Sabe que en una sala contigua de la casona, los padres del niño comparten

la ansiedad y los miedos.

Cree percibir en su mano un temblor imperceptible.

Demasiado en juego.

Como buen cirujano, observa con morboso placer la violación de la

carne: epidermis, fuste del pelo, glándula sebácea, dermis; folículo

pilífero, glándula sudorípara, estrato subcutáneo, tejido adiposo, arteria

y vena; pero el cerebro sólo registra la proa del cuchillo que se abre

paso en medio de un cordón de sangre, preparando el tórax para el

corte profundo y escindido. Sabe que por ahora, apenas es una incisión

demarcatoria en un universo celular prodigioso y temible.

Sexagenario. El pensamiento remite nuevamente al rechazo visceral

303

de esa palabra. El holograma mental busca otros paisajes. Los senos

turgentes y la piel fi rme de su instrumentista lucen su erotismo virtual

sobre el cuerpo herido del niño.

Demasiado en juego.

Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.

No ha sido fácil, claro que no.

Tres años de sufrimiento, tratando de ahogar la calentura que lo

asfi xiaba cada vez que la veía llegar con sus minis infartantes y los

escotes generosos.

Tres años resistiendo la acción depredadora de la feniletilamina.

Setecientas veinte operaciones - a una por día, de lunes a viernes,

operando incluso en días feriados - soportando ese chanel número 5 que

tiene la virtud de raptar por las fosas nasales como un inasible sembrador

de minas explosivas; tratando que la voz cascada no penetrase por los

poros de su cerebro. Resistiendo. Siempre resistiendo.

De pronto la postura 37 del kamasutra se instala en un rincón de su

cerebro. Se putea a sí mismo. No puede distraerse.

La sangre del niño salta en pequeños borbotones.

Sabe que debe conservar la concentración absoluta.

Demasiado en juego.

Es inútil porque el recuerdo ha fagocitado la feniletilamina enfervori-

zando su sangre; hasta el pensamiento ha perdido su habitual cordura

y rigidez.

Todavía puede afrontar dos relaciones por semana; algunas con efi cacia;

otras con dignidad. Es conciente que maneja como un consumado

304

Casanova a su joven amante, 30 años menor. De alguna manera ella

había lanzado la primera piedra, el explosivo plástico que demoliera

virtualmente su otrora inexpugnable muralla moral, antes de tomar la

decisión de abandonar su casa.

El primero y único engaño después de casi tres décadas de matrimonio

bendecido por la iglesia (la católica apostólica, claro), abriendo el

primer boquete espiritual en una estructura que siempre había creído

sólida.

Demasiado en juego.

Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.

Una familia que se repartía entre devotos de principios, hipócritas que

usaban estos como carta de presentación social y también aquellos a

los que no les importaba más convencionalismo que el de servir a un

egoísmo feroz. Familia cuya piedra fundacional la erigiera el ancestral

guerrero de la independencia, y cuyos ladrillos posteriores fueran

generados por profesiones tan disímiles como las de políticos, literatos,

médicos brillantes (y cirujanos, claro); también religiosos de diferentes

jerarquías eclesiásticas, y, por supuesto, la casta de militares que seguían

honrando a la nación pese a esos mal paridos que no hacían más que

agraviar gratuitamente a los servidores de la patria.

Por alguna razón que ignora, la frase de su primo - ex Coronel del

Proceso de Reorganización Nacional- ronda asiduamente su cerebro,

siempre lista, como un boy scout gramatical.

Alguien le pasa una toalla por la frente mientras la mano sigue la línea

trazada sobre el pequeño tórax.

La sangre corre a lo largo y ancho del espacio ventral del niño.

305

Demasiado en juego.

Casi sin darse cuenta, la hoja ha descendido a las profundidades de la

carne, en medio del río celular de las arterias.

Sus ayudantes separan los elevadores de las costillas y los músculos

intercostales, para que el corte no dañe la porción central fi brosa

atravesada por el esófago, la cava inferior y la aorta.

Por debajo de la estructura ósea, debe deslizar el acero a través del

trapecio, el dorsal ancho y los romboides, desde las vértebras hasta

las costillas. Un tortuoso camino antes de llegar a los músculos que se

sitúan en relación con la propia columna vertebral.

El reloj le indica que hace dos horas que está operando.

Demasiado en juego.

Las funciones vitales dependen de su maestría de cirujano.

Falta poco. El equipo de transplantes está en máxima alerta esperando

su señal. Consulta el visor. La presión, irregular, amenaza convertirse en

crítica; el corazón del niño enfermo se abre y cierra en forma arrítmica,

en medio de un sordo resoplido. A una seña suya, el equipo paraliza

sus funciones. La preocupación mayor es la de evitar que el órgano

vital entre en colapso. Ve la contracción isométrica antes que la presión

expulse la sangre en la aorta. Sabe que la sístole se está debilitando

segundo a segundo. Su agudísimo oído capta una ligera exhalación,

como el de la implosión de una frágil copa de Baccarat; cree sentir y

percibir la confusión de millones de células pulmonares.

No es hora de pensar en el prodigioso culo de la instrumentista ni en las

interminables fellatios a las cuáles lo sometía la libinidosa compulsión

de la mujer. ¿Quién habrá sido el estúpido que dijo que ese era amor a la

306

francesa?

Por primera vez siente como propias la ansiedad del grupo. Mira

atentamente. Ahora es la diástole que relaja las funciones dilatando el

corazón. Los ventrículos reciben la sangre de las aurículas con creciente

esfuerzo, transitando casi agónicamente un nuevo ciclo.

Demasiado en juego.

La mano se abre en señal de reanudar las tareas.

El corazón del niño donante se halla en la caja azul, custodiado por los

paramédicos que esperan una señal suya.

Por fi n, el bisturí ha completado su mortífero recorrido. Sabe que recién

ahora viene la parte más delicada de la intervención, el transplante

propiamente dicho. De todos modos, ha dado un gran paso.

Ella desliza sobre él una mirada lasciva y musita un todo bien que lo

siente más cerca del erotismo que del miedo y la angustia que parece

dominar al resto de los operadores.

El corazón enfermo es arrojado impiadosamente en un recipiente de

residuos humanos. Imagina escuchar el silente sonido de los últimos

restos de aire que siente escapar de los enfermos pulmones. Nunca ha

podido sustraerse a la idea metafísica que no sólo muere un corazón

enfermo; que mueren además, miles de millones de individuos celulares

refugiados en las arterias y las profundidades cavernosas, muertos todos

ellos, antes de explotar literalmente fagocitados por la muerte.

Retrocede unos pasos y se desprende el barbijo. Ahora puede tomarse

un resuello, un breve descanso mientras sus ayudantes acomodan en el

tórax abierto el nuevo y rozagante corazón.

Resiste su deseo de arrojarse boca arriba sobre el mullido sillón. Ve el

307

índice de ella entre los cuerpos masculinos. Tal como se lo prometiera

antes de la operación, la botella de Ballantines y el vaso de grueso cristal

tallado, aguardan el trago reparador.

Momento de un pequeño repaso mental.

Sabe que es el mejor especialista en cirugía del tórax. El complejo

cardiorrespiratorio no tiene secretos para él. Casi 40 años de

padecimientos, en una lucha áspera y descarnada.

Un combate sin concesiones dónde muchas veces se ha visto obligado

a ceder su presa a la maldita muerte. Cuarenta años de romanticismo

estúpido como cirujano exclusivo de hospital, mientras sus compañeros

de promoción - clase media alta y clase alta, todos ellos -se mofaban de

él continuamente.

Demasiado en juego.

Claro que todo tenía y tiene un límite. Le habían prometido el Ministerio

Público. Cargo hartamente merecido. Una forma de terminar dignamente

su carrera asegurándose una jubilación sin contratiempos. Pero algo

falló. El centenario Partido político al que las encuestas señalaban

como holgado ganador en las elecciones, debió ceder la mayoría ante

un movimiento nuevo que gozó de un apoyo mediático imposible de

contrarrestar.

Era tanta la confi anza en el triunfo, que los dirigentes del partido

acordaron adelantarle dinero con el objetivo de mejorar su imagen: casa

nueva, auto nuevo, e incluso la renovación total de su ridícula y gastada

indumentaria. ¿Resultado fi nal? la derrota lo obligó a devolver la casa

y el auto, humillación que su mujer no pudo tolerar; la pobre infeliz

entró en una depresión tan profunda, que lleva tres meses internada en

308

el anexo de Salud Mental del Hospital - esquizofrenia es el diagnóstico-

, bajo intensivo tratamiento psiquiátrico.

Demasiado en juego.

El padre del niño transplantado es el Ceo de una multinacional muy

importante. Sueldo anual de 6 dígitos (y en dólares). Un día se apareció

por el hospital. “Me han dicho que es el mejor cirujano”, le dijo balbu-

ceando. Lo vio bajar del automóvil Mercedes gris Compresor, último

modelo. El empresario lo invitó a beber un café. “Por favor, es muy

importante.” Le habló del problema de su hijo. Una grave anomalía

congénita cardiorrespiratoria. Lo había registrado en lista de espera en

el INCUCAI. Le confesó que había tratado de sobornar a los funciona-

rios pero que resultó peor el remedio que la enfermedad; ni siquiera le

habían permitido insinuar que estaba dispuesto a poner el dinero que

hiciere falta para salvar a su primogénito.

En aquellos momentos, sintió la mirada desesperada del empresario,

como el tacto pegajoso de un ente invisible e inasible. El recuerdo del

remate es minucioso. “Usted es un hombre del Partido; tiene infl uen-

cias. Úselas, por favor, no tiene idea de lo que se sufre pensando que un

hijo se nos muere irremediablemente. Salvo que... yo sé que a usted la

plata no le interesa, pero estoy dispuesto a poner 500.000 dólares para

mover lo que haga falta. Si usted quiere ofrecerla en donación para

campañas políticas del Pardito es cosa suya, pero por favor, no abando-

ne a mi hijo. Usted es su única esperanza”.

Demasiado en juego.

Entonces, el medio palo de verdes resbaló por su cara de póquer como

309

correspondía a un hombre de bien. “No hablemos de dinero. Veré qué

puedo hacer”.

Por primera vez en muchos años, ese día, tuvo la sensación que el viaje

desde el hospital hasta su casa se había triplicado en kilómetros. La

cifra ofrecida por el hombre representaba casi 500 veces sus ingresos

mensuales, el canon hospitalario que un idealismo al que su propia fa-

milia consideraba estúpido, casi extravagante, le impidiera negociar en

forma privada a lo largo de su carrera.

Por unos segundos cerró los ojos. Otra vez la invasión de la mofa de sus

amigos y los decibeles de las carcajadas que parecían fi ltrarse a través

del parabrisas de su viejo Renó 12, mientras se fi ltran también por los

intersticios de los cristales y la carrocería, las repetidas palabras que su

mente solía enhebrar

peroqueganasteboludoaversitecreístequeteibanadarunamedalladeoro-

portudedicacionnotedascuentaquevivimosenunpaíscapitalistaaversitea-

viváviejotenesquecantarlosversosdediscépoloviejoaquellodequeelque-

nolloranomamayelquenoafanaesungil.

Sexagenario. Una vez más el detestable término contrayéndose en su

mente casi como un ritual; la escalera que desemboca en el sótano.

Hasta ella lo presionó el mismo día que le confesara la propuesta del

Ceo. “Quiero que salgamos esta noche”, le dijo, sin poder simular el

temblor que agitó la comisura de sus labios.

El recuerdo comienza a mostrarse luminoso, como una pintura de

Velásquez. Echada de espaldas sobre el centro de la cama, en medio de

la luz azul en degrade que subía y bajaba por las paredes del hotel aleja-

miento, la hembra humana hacía uso y abuso del poder ancestral de su

maldito sexo. Repetidas fellatios habían barrido sus mínimos vestigios

310

de simio superior, de criatura erguida acostumbrada a ejercitar el sagra-

do juego del amor, por encima del bestialismo oscuro de la carne.

Como un animal viscoso, soplaba y resoplaba; jadeaba y reclamaba.

De pronto, el brazo femenino que se instala a modo de cuña entre los

cuerpos de ambos; luego, la voz ligeramente varonil de ella lanzando

con descaro la propuesta inmoral pero irresistiblemente atractiva: “es-

tuve pensando en la propuesta de ese hombre. No podés rechazarla José

María. No estás robando a nadie; el hombre te ofrece ese dinero porque

lo tiene. Así de sencillo. Con respecto al órgano, sabés muy bien cómo

se manejan esas cosas en los hospitales. Ponés unos pesos y vas a tener

cola con los ofrecimientos”

Algo debe haber visto ella en él, porque de inmediato retomó el perfi l

del reclamo. No quiero que tomes a mal esto pero... ¿cuántos años de

vida creés que tenés de aquí para adelante? Vos mismo me dijiste una

vez que después de los 60 se vivía gratis. Ya sabés como pienso yo, José

María. Después de la muerte, ni alma ni espíritu ni ninguna de esas es-

tupideces a las que tratan de someternos los vendedores del cielo y del

infi erno. Se acabó José María. El fi nal es patético; no existe compasión

para la muerte. Todo lo que quieras enrostrarle a la muerte, será poco.

Para mí, toda la vida no es más que el ejercicio sutil de un refi nado sa-

dismo practicado por la muerte: te martiriza con las enfermedades, se

alía con el espíritu para meter sus cuñas permanentes de angustia, y lue-

go te arranca brutalmente de la vida sin importarle nada de tus sueños.

Se acabó. De pronto, el estúpido y soberbio homo sapiens, convertido

en pocas horas, en un horrendo montón de carne informe; una argama-

sa de huesos cuyo destino fi nal- y escuchame bien, José María-, cuyo

destino fi nal será siempre el de mesa comestible de miles de gusanos.

311

¿Qué carajo valdrán tus principios morales; eso que con tanto orgullo

llamás mí espiritualidad, el día que tu ser sea tomado por el silencio y la

oscuridad de la maldita eternidad? ¿En qué lugar de la puta tumba vas a

poner el marquito de persona de bien? Ya te dije una vez, que el bien y

el mal, según nuestro abstracto pensamiento, están ligados a esa espiral

genética que nos marca desde la cuna. De todos modos, el verdadero

bien y el verdadero mal nada tienen que ver con esos humanos estereo-

tipos. Nosotros somos simples conejillos de indias en un laboratorio

en el cuál, Dios y Satanás pujan por controlar el corazón del hombre.

¿Y querés que te diga una cosa? En esto, el diablo la tiene clara, José

María.

Demoledor. Imposible no sentir los cimbronazos de aquellas escalo-

friantes palabras, cada una de las cuales era como un cartucho de dina-

mita que conformaba un temible paquete explosivo.

La mujer no tardó en acercar la mecha.

“Estoy dispuesta a darte lo que siempre me pedís, a condición de que

aceptes el ofrecimiento del empresario. Es por tu bien, José María...”

Inútil resistir. Nada pudieron la formación dogmática de la escuela ca-

tólica, ni tampoco la disciplina, el ascetismo insobornable del hermano

consultado, el mismo que había perdido sus dos piernas durante la gue-

rra contra SMB por las islas Malvinas.

Tampoco habían podido hacer mucho “El hombre mediocre” ó “Hacia

una moral sin dogmas”, libros rectores de su época universitaria; la for-

taleza y el ideario incólume de José Ingenieros, comenzaban a hacer

agua por primera vez en su vida.

Ella puso la última refl exión, segura hacia qué lado se inclinaría el fi el

de la balanza: “Nunca se lo di a nadie; vas a ser el primero. Por favor...

312

dejá de lado esas zonceras de los principios, Josemari; toda basura, mi

amor. Mirá cómo vivís...”

Con el wisky haciendo pequeñas olas en su boca, recuerda que pensó

cómo, en aquellos momentos de soberana calentura, ella podía mante-

ner la mente libre, independiente de las sanguijuelas de la sangre que

devoraban su propio cerebro, convirtiendo cada retazo de su piel en

un géiser ardiente y seco. Pero no lo dijo. Sólo lo pensó. En cuanto a

él, las vísceras se habían impuesto a los viejos prejuicios, acallando al

mismísimo Cristo.

Claro que aceptó; en parte por su enfermiza adicción a la sodomía, y

en parte también porque el remate -: quinientos mil dólares libres de

gastos-, terminó por infi ltrarse en todos los intersticios de su ciudadela

moral. Estaba cansado del viejo Renó 12; de la vieja casa de Ciudadela

sur; del viejo presupuesto recortado; de las viejas falencias y de las

también viejas burlas de la familia.

Después de todo, ¿qué había hecho de malo? En nombre de los sacro-

santos valores de la moral y el sagrado juramento hipocrático, el Estado

se encargó de administrar y preservar un sistema de vida muy acotado

en lo material. En la década del 50, hubiera sido un cirujano pobre; hoy

podía ser considerado clase media baja. Doce horas de trabajo enfermi-

zo y rutinario, todos los días durante casi 40 años; invariablemente, de

casa al trabajo y del trabajo a casa. Las visitas interfamiliares se habían

reducido a las fi estas de cumpleaños o a las odiadas fi estas de Navidad

y Año Nuevo, en las cuales - también invariablemente -, algún pariente

hijo de puta siempre se encargaba de recordarle que todavía no había

podido vacacionar en Punta; lugar donde sí concurría todos los años el

resto de la familia grande y la mayoría de sus amigos y colegas, como

313

apuntaba de costumbre cualquier otro integrante del clan.

Sexagenario. Y dale con la maldita palabreja.

La recta fi nal. Demasiado en juego, sí, pero no el juego de vida del ino-

cente niño al que pronto tendría que acercarse para ultimar los detalles

fi nales de la operación. En realidad ahora se trata de su propio juego, el

de quemar los últimos cartuchos sin las malditas previsiones de siem-

pre. Cuatrocientos setenta y cinco mil dólares. Veinticinco mil dólares

ya no eran suyos. Y aunque no hubiere contrato ni pagaré, ese pago

tenía la garantía de su propia vida, ni más ni menos.

Claro que no era nada fácil acomodarse a esa nueva escala de valores.

Domínguez se lo dijo antes de contratarlo. “Vea, doc. Yo no sufro de

prejuicios; los prejuicios pertenecen a los pobres y a los ignorantes. Sé

con quién hay que hablar y dónde tengo que ir para conseguir lo que

usted necesita. Allí hay de todo. Claro que hay que repartir algunas

regalías, usted me entiende... De todos modos, nada fuera de lo que no-

sotros acordamos. Con lo que usted me da, yo me hago cargo de todo.

¿Y sabe una cosa Doc...?; una vez que me pague, nunca más sabrá de

mí. Esto es sagrado y esto se cumple”.

Demasiado en juego.

Ella había logrado descorrer el velo. Después de todo, resultó más sen-

cillo de lo imaginado el terminar por admitir que pronto llegaría el

momento en que la lápida de piedra se interpondría entre su humanidad

y el cochino mundo. Ana María sí que la tenía clara. Esa era la única y

maldita verdad de la vida. ¿Cómo había sido tan estúpido durante tanto

tiempo? ¿Cómo es que, a pesar de ser una especie de continuo parte-

naire de la muerte, había tardado tanto tiempo en tomar conciencia de

314

su poder? ¿Cómo tardó tanto tiempo en comprender que toda la puerca

humanidad dependía del poder corrosivo de la muerte?

Mentira el amor eterno; mentira el amor fi lial; mentira los te amo y los

te quiero; mentira el altruismo y las buenas acciones, todo, todo una

mentira infame porque la muerte y el olvido se quedarían con cada uno

de esos sueños estúpidos e inocentes. Verdades duras pero verdades al

fi n de su amante instrumentista, la misma que había abandonado la ca-

rrera de Filosofía y Letras, después de comprender que el pensamiento

humano se venía repitiendo a lo largo de los últimos siglos.

Oye pasos. Es ella que viene en su busca.

Al sólo contacto de su mano, tiene la impresión de que su ego hace

cabriolas en su interior. Erich Frönn con El arte de amar asalta súbita-

mente a su memoria. No, aquel hombre no sabía nada con respecto al

amor. ¿Cómo se podía amar con el cerebro? ¿Acaso el amor era un acto

de deber, una obligación moral ineludible? Tonterías. El amor no era

un acto volitivo. Y si era volitivo, no era amor; apenas un remedo parido

por las aristas del afecto o la admiración. Sí, el amor era sádico, cruel y

egoísta, la muestra cabal de la conducta humana, la verdad incontrover-

tible de las vísceras, de la cual el orgasmo, era sólo la parte visible de

un universo aterrador y desquiciado.

Casi como un autómata se deja llevar por ella.

Se acerca a la mesa de operaciones. El nuevo corazón del niño ya fun-

ciona por sí mismo. De todos modos, faltan las costuras fi nales que sólo

sus manos expertas pueden encarar.

El padre del niño transplantado ya le ha pagado por adelantado.

315

Domínguez lo está esperando en el Bar de la esquina. Al término de la

operación le llevará la plata que ha puesto en un sobre; condición sine

qua non para operar.

Demasiado en juego. Nada de exponerse gratuitamente en una actitud

sin retorno.

Por suerte, los hechos se han desarrollado de manera menos traumática

que la imaginada en el preciso momento de asumir la extrema deci-

sión.

Hora de incinerar los ideales. Un giro de 180 grados. Lástima el maldito

cosquilleo; la punción pegajosa y molesta que corre intermitente entre

el corazón y el nacimiento de la garganta. Lástima la imagen repetida,

el holograma mental que se contrae una y otra vez en su cerebro, ima-

ginando como un obseso el momento en que el padre del niño al que

acaba de extirparle el corazón, se habría hecho presente en la seccional

de policía, denunciando la desaparición de su hijo.

316

317

LA VIEJA ME MANDABA “VERDURA”

318

319

-La puta que lo parió! Llueve a cagarse!

La frase de su colaborador no le pareció ingeniosa pero expresaba un

sentimiento generalizado.

Efectivamente, llovía ininterrumpidamente desde algo más de 48 horas.

Sabía que casi todas las calles de tierra que comunicaban la ruta con el

galpón se encontraban anegadas; hasta los tractores claudicaban frente a

los tremendos huellones saturados de un barro chirle y resbaladizo. Sabía

también que desde la mañana, el río había comenzado a desmadrarse

empujando a indigentes y pobrerío en general a abandonar los ranchos

que hacían las veces de vivienda. Sabía en fi n, que primero invadirían la

delegación municipal, luego las escuelas cercanas a la ruta y por último,

que los más rezagados vendrían casi en pelotas a buscar refugio en el

galpón.

Alrrededor de las seis de la tarde, se apareció un muchacho de unos

veintitantos años... Flaco, macilento; piel aceitunada con rasgos

ligeramente aindiados, el pibe portaba una peculiar cabellera renegrida,

tumultuosa y desordenada.

Él le salió al encuentro.

-Me dijeron que acá se ocupan de la gente que no tiene trabajo, don...

Que le consiguen susidios y esas cosas... Yo no quiero que me regalen

nada, don; no vengo por eso; quiero saber si en caso de que la inundación

me agarre la casilla otra vez, puedo venir con mis dos hermanos aquí.

Dicen que si sigue lloviendo todo el día, mañana tengo el agua en el

rancho. Algunos ya se están rajando para la escuela pero las veces que

estuvimos allí, fue un desastre, don. ¿Sabe? El cole fue asaltado varias

320

veces por una patota de pendejos y rompieron hasta los baños, don; es

un quilombo”.

Pedro Ramírez levantó un brazo en señal de alto. Entre el cansancio

y las pálidas vividas durante las últimas jornadas, no tenía deseos de

entablar ninguna charla a propósitos de dramas. Pero había algo en la

cara del muchacho que exigía contención. Un esfuerzo más.

-Dale, contame pibe, contame lo que quieras. ¿No te enojás si me tiro

un poco en el catre?. Con el peligro del agua, me pasé la noche en vela.

¿Dónde vivís?

-A unas veinte cuadras de aquí, don. Para allá...; estamos a unas dos

cuadras más o menos del río. Mi viejo se murió hace casi un año y

a la vieja la tengo internada en Salud Mental del Hospital Parosin o

Parodien, no sé bien como se llama. Esquizofrenia don, parece que es

esquizofrenia no más. La atiende un tordo peruano de apellido difícil

-Hunambal, Huanambal...; un tipazo, don... Pero me dijo que tengo que

esperar; que tiene que quedarse unos días internada en observación para

darme... eso del diagnóstico defi nitivo, ¿vió...?. ¿Sabe...?, la tuve que

llevar una noche porque no va a creer, estábamos en medio de una de esas

tormentas guachas, y el agua del maldito río que ya se estaba poniendo

como loca; como pasa cada vez que se viene la inundada... ¿vió?. Ese

día, mi vieja se lo había pasado hablando de mi viejo continuamente;

que ahora se sentía sola y muy cansada...; la verdad es que la pobre ya

no podía sostener ni una pena así de chiquita, don. Para colmo, hacía

varias noches que no dormia... Y bueno..., como le digo ¿vió?... esa

noche la vi rara...; daba vueltas y vueltas en el interior de la casilla...,

321

y a veces, don, salía afuera mirando cada tanto hacia el río que rugía

cerca de nosotros... y claro, después de cada salida, volvía empapada la

pobre.... Y de pronto..., no va a creer don, pero agarró el cuchillo grande

y se quedó durante unos minutos mirando a mi hermanita que estaba en

medio de un revoltijo de frazadas delirando de fi ebre. Yo estaba tirado

en el colchón de al lado y de repente, no va a creer, siento como un

terrible presentimiento y pego un salto justo cuándo ella se abalanzaba

sobre mi hermanita con la cuchilla en la mano

-¿Y qué hiciste pibe?.

Ramírez largó la pregunta mientras imaginaba a la mujer con la cuchilla

en la mano, en medio de una escenografía sangrienta de libaciones.

-...Le dije a mi hermano Jorge que se hiciera cargo de la nena- Jorge es

más chico, don..., tiene 13 años- y como pude, en medio de la oscuridad,

cagado de barro, pude llegar hasta la ruta con la vieja. Allí conseguí

un remis y la llevé al hospital. ¡Pobre vieja! Lloraba y lloraba. Decía

que ya no podía soportar esta vida miserable y que no podía entender

porque el diosito se había olvidado de ella y de la familia. Fue terrible,

don. Todo el cuerpo se sacudía como si estuviera tomado por el diablo...

y por momentos..., por momentos me miraba..., no sé don, no quiero

pensar en eso...

El ex montonero acusó el repentino y ceñido silencio del muchacho;

la lluvia golpeaba las chapas, como si cayera un fi no pedregullo

arracimado..

-¡Pobre vieja...! Pasó muchas cosas, ¿sabe, don...? Vea..., yo no tengo

nada contra los curas ni me va ni me viene ese asunto de la religión

322

¿pero quiere que le diga una cosa? A veces me parece que dios nos tiene

a los pobres a puro cascotazo. ¡No nos da respiro, la puta que lo parió!

Pero como le decía..., la vieja no sé muy bien que tiene... Cuando le

pregunto al tordo, a veces me mira con cara de nada y me dice que me

quede tranquilo; pero yo no soy un tarado don...; algo malo sé que tiene

porque cada vez que voy a visitarla me tira verdura con las huevadas

que me dice... Además, desde que está allí - no sé..., debe hacer como

dos meses ya-, se ha ido ahuesando y tiene los ojos como si le hubieran

quitado la mirada. ¿Usted me entiende, don?.

Y a él se lo preguntaba... Llevaba años cuerpeándole a la miseria, a

codazo limpio con las injusticias de toda laya.

Pedro Ramírez: más de tres décadas de militancia política y social.

Toda una vida. Una activa vida que había terminado por devorar su

derecho a aquellas vivencias relacionadas con la mal llamada felicidad.

Noviazgos confl ictivos que colapsaban una y otra vez como consecuen-

cia de su activismo político irremediable; frustraciones sentimentales

permanentes; traiciones, delaciones de supuestos compañeros de mili-

tancia( sólo mucho después comprendió que muchos de esos supuestos

compañeros pertenecían a los propios servicios); persecuciones, cárce-

les, destierros, angustias permanentes; en suma, trabas de un ideal que

se negaba a parir una y otra vez.

Por eso había decidido permanecer ajeno a la conducción del movimiento

piquetero, asumiendo trabajos de base, concientizando a los marginales

que en algunos casos carecían incluso de estudios primarios, alfabetizando

a otros que ni siquiera habían tenido la oportunidad de estudios

323

elementales; organizando pequeñas cooperativas de trabajo en las villas,

trabajando mancomunadamente con ONGs que prestaban sus cuadros

de manera desinteresada: médicos, profesionales, religiosos de toda

laya, intelectuales, pequeños artesanos, en fi n, personas que ofrecían

sus experiencias y conocimientos, en aras de servir socialmente a tantos

y tantos expulsados del sistema. La moraleja era: si las políticas sociales

no daban ni para comer, había que armar un comedor comunitario con

ayuda privada o lo que fuere; si el Estado no creaba trabajo, ellos debían

proveérselo a instancias de desarrollar las capacidades individuales; si el

Estado no era capaz de generar fomento para las expresiones artísticas,

pues no quedaba más remedio que crear las pautas con lo poco que se

contaba.

Desde hacía dos meses, también era el responsable de una panadería

que funcionaba en un galpón de una fábrica abandonada. Panadería y

galpón comunitario.

Hasta allí había llegado el pibe.

Ramírez fue por más. Quiso saber cómo vivía el muchacho.

-Ya le dije... Tenemos una casilla cerca del río, don. Una parte de ladrillos;

algunas chapas y cuando las chapas no alcanzan, hay que meterle lo que

venga: pedazos de madera, cartón y algunas bolsas de arpillera para

que el frío hijounagrandeputa no se nos meta tanto en la casilla vió...

¿Sabe, don? Usted se va a reír pero en alguna de esas noches en que eso

de la sensación térmica nos hace castañear los dientes- para colmo casi

siempre con esa niebla de mierda que viene del río ...- no lo va a creer,

¿vió?, pero yo tengo como alucinaciones, y se me pone en la cabeza

324

que le veo la cara al frío... y ojo, don, mire que yo no la fui nunca con la

merca ni con los fasos con los que se hacen volar la cabeza algunos de

los pibes del rancherío... No sé..., tal vez era el maldito frío y el hambre

de algunas noches pero yo a veces me creo ver su cara de mal parido

a través de la ventanita de la pieza y... ¡pero qué bah!, uno se caga de

frío por las noches y siempre andamos escupiendo unos gargajos que

ni le cuento... Perdón..., pero es la verdad... Para colmo, cada vez que

se viene la inundada, el agua puta nos lleva los muebles de mierda, los

colchones de mierda, las frazadas rotosas de mierda y hasta la ropa de

mierda que usamos para vestirnos, don... Todo es una mierda, don...

¡Una verdadera mierda! ¡Si habré puteado cuándo veía a mi vieja llorar

solita detrás de los árboles...!

- ¿Y de qué vivieron durante todo este tiempo, pibe?.

-Andábamos de junta, don. Ya sabe..., eso de juntar cartones, papeles...

cirujeando, ¿vió...? Claro que antes no era así. Antes de que el viejo

cerrara el tallercito... - ¿no le dije, no?, mi viejo se dedicó durante más

de 20 años a armar bobinas para los motorcitos de lavarropas y creo

que también hacía algo para los televisores... - tuvimos una época de

buen pasar. Teníamos una linda casita en Isidro Casanova y en el fondo

el viejo se había hecho un galpón muy prolijo y... ¡cómo laburaba...!

No daba abasto, don; no daba abasto. Nosotros estudiábamos, la vieja

siempre tenía un manguito extra para comprarnos pilchas y muchas

veces nos dábamos el gusto de hacernos una escapada al centro y comer

en un restaurante y todo, ¿vió? Ya sabe usted...cuando el pobre tiene un

manguito la plata le quema los bolsillos. Pero... hasta que un día... - un

325

maldito día digo yo-, el viejo nos dijo que ya era hora de dar un salto

grande. Que el Banco le había ofrecido un crédito hipotecario y que

con la plata ampliaría el galpón y podría traer unas máquinas nuevas,

creo que de Taiguán o algo así. Que como tenía tantos pedidos, tomaría

cuatro o cinco empleados porque ahora las cosas iban a caminar mejor

con el asunto del Mercosur y que lo del uno a uno era algo bueno

porque las cosas valían siempre lo mismo y me acuerdo que decía que

el turco- por Menem, ¿vió...? - era un fenómeno y todo eso. Yo no sé

casi nada de las cosas económicas pero me acuerdo que cuándo hice

el bachillerato nocturno, algo nos habían explicado de ese asunto... Al

principio todo anduvo al pelo, don. Mi viejo andaba contento y en el

taller se trabajaban las 24 horas, no va a creer, los tres turnos meta

y meta con las bobinas, ¿vió? Pero..., un día las cosas empezaron a

andar mal... Los compradores cada vez compraban menos, hasta que

un día dejaron de comprar. No hay venta, le decían a mi viejo. Traen

esas mierdas que vienen de la China y de Taiguán que les salían más

baratas que los motores que nosotros hacíamos. Tuvo que despedir a

los obreros...; eso sí eh, les pagó hasta el último centavo... y de pronto

se nos vino el cielo encima. Se atrasó con las cuotas de la hipoteca,

después renovó el plazo, se siguió atrasando hasta que un día el viejo

decidió algo terrible...

Ramírez había estado escuchando en silencio preparando una nueva

ronda con el mate. Mientras el pibe decantaba sus vivencias, le vino

a la mente aquello de más de lo mismo. Abundaban tanto los cuadros

similares a los del pibe, que cada historia particular con su secuela de

326

frustraciones, dolores y miserias, no eran más que pincelazos en un

fresco de incalculables proyecciones sociales.

-...Y entonces el viejo puso la casa en venta porque dijo que cualquier

cosa era mejor que ver una bandera de remate. El caso es que terminó

por venderla por dos pesos; todos se asustaban por la hipoteca y uno de

esos hijos de puta que se aprovechan de las desgracias ajenas, ¿vió? se

la compró por monedas, don. ¿Sabe...?, alcanzó para pagar las deudas, y

con los pocos mangos que quedaron, pudimos alquilar un departamentito

y allí nos fuimos todos. No sé porque le cuento estas cosas, don, pero

será porque hace mucho que las tenía como atragantadas aquí, ¿vió...? Yo

no tengo con quién hablar de estas cosas y siento como si me estuviera

desahogando. ¡Qué lo parió, las cosas que pasan en la vida! ¿no?. Esto

fue por diciembre del 2001. ¿Se acuerda, don? Era la época en que la

gente salía a la calle con los cacerolazos... De trabajo, ni hablar... Mi

viejo ya tenía 65 años y para los que ofrecían algún empleo, a esa edad

es como estar fuera de servicio. Cuando cada tanto aparecía un aviso

en el Clarín, yo me presentaba temprano y ya había como 500 monos

delante de mí, don... Y la cosa era andar tomando colectivos, o patear

como un loco, ¿vió? Algún pancho cuándo no daba más ésta... y anotar

planillas y planillas, esperando que alguna vez me llamaran...; pero

nunca me llamaron, nunca... Al fi nal..., se me daba por entrar en todos

los negocios ofreciéndome para cualquier cosa, don. Algunos parecían

tocados por la lástima y levantaban los hombros como diciendo... ¿qué

querés que haga pibe?, y otros se la agarraban con De la Rúa. Me

acuerdo que un día... yirando por Constitución..., entré en un negocio

327

que ni las moscas entraban. Sí..., en serio, don; una soledad y una tristeza

que ni le cuento... y el dueño, que estaba sentado detrás de la caja más

desorientado que un heladero en la antártida - Ramírez ve como la risa

desnuda los dientes amarillos y agrietados del pibe - me dijo; va y me

dice: mirá pibe: cuándo el conchudo ese que nos mal gobierna le pegue

una patada en el culo a esos boludos que comen sushi, entonces vení a

pedirme trabajo. “...Ahora me acuerdo, don. …Bueno, el caso es que

los últimos ahorros del viejo se esfumaban rápidamente, y la cosa

comenzó a ponerse fea. Sí, sí..., ya le cuento. ¿Le conté que nos habíamos

ido a vivir a un departamentito de mierda? ¡Ah! Bueno... el asunto es

que tampoco pudimos pagar el alquiler. A los cinco meses nos llegó el

aviso de desalojo. Me acuerdo que una noche vino un vecino gaucho

que siempre nos daba una mano y le dijo a mi viejo que él podía resistir

el desalojo; que además tenía un amigo en la municipalidad que podía

pararlo, ¿vió? pero mi viejo le dijo que podía perder todo menos la

dignidad o algo así... Sí, sí, la dignidad dijo, ahora lo recuerdo bien. ¡Y

así fue como tocamos fondo, don... ! Vendió un reloj de oro que había

sido de mi abuelo y con otras cosas que guardaba mi vieja desde el

casamiento, y con parte de la guita que le dieron..., pudimos comprar

ladrillos, algunas puertas y ventanas usadas, y con eso y algunas chapas

que le dieron los de la municipalidad, hicimos el ranchito cerca del río.

El resto mi viejo lo destinó para comprar un carro viejo y un caballo

más viejo todavía. Y así nos largamos a juntar cartones y lo que viniera...

Pero la mala leche continuaba persiguiéndonos, don. Una noche... -no

hacía más de un mes que andábamos con la cirujeada -nos robaron el

328

caballo. En el barrio empezaron a decir que al viejo mancarrón se lo

habían afanado unos pobres de allá del fondo para carnearlo..., pero yo

no puedo imaginar semejante cosa ¿vió? ¡Ese fue el golpe defi nitivo

para el viejo! Ni una queja, don. ¿Sabe? Mi viejo nunca se quejaba de

las desgracias. Las cuerpeaba siempre y siempre le buscaba la parte

positiva a todo. ¿Sabe qué dijo? ¡Grande el viejo! Que eso le venía bien

porque a su edad, era bueno caminar. Y me dijo otra cosa: no se rinda

nunca. Pase lo que pase no se rinda nunca. ¿Sabe una cosa, don? Eso me

ayudó en un momento muy jodido para mí. Pasamos dos días sin comer.

Nada de nada, ¿vió? En un momento de desesperación me acordé de

una banda de cumpas de la villa vecina que se dedican al choreo... No

son malos muchachos ¿sabe? Afanan para llevar algo de comer a la

casa. Algunos se cansaron de buscar laburo ¿vió?, cualquier cosa...

¿sabe qué...? Sos un boludo viejo; los hijos de puta de arriba no escuchan

a los pobre, no escuchan, tenés que agarrar el bufoso, pibe, me dijeron

una vez. Pero yo nunca entré en esa... bueno, supongo que la cosa tiene

mucho que ver con lo que uno mama ¿no? El caso es que el día que nos

afanaron el caballo, mi vieja lloraba; mis hermanos lloraban; hasta yo

me puse a llorar mientras caminaba hacia el río. ¿Sabe, don? No quería

que mi vieja me viera afl ojando... ¡Qué viejo mi viejo...! Parecía burlarse

de la mala suerte hija de puta ¿vió? ¿Sabe qué hizo? Le sacó las ruedas

a una vieja bicicleta que teníamos, armó un cajón con unas maderas

viejas, y con eso nos largamos a trabajar de nuevo. Pero el viejo se

quebró, don. No de la cabeza. El físico..., el físico don. Se fue quebrando

poco a poco..., como si el cuerpo ya no pudiera sostenerlo.¿Se da cuenta,

329

don...? Tenía la cabeza de acero, el viejo se lo bancaba todo pero..., el

cuerpo empezó a decirle basta ¿sabe...?, como esas casas antiguas que

se van agrietando lentamente y un día se caen solas, ¿vió... ? Así le pasó

al viejo. ¡Calcule...! Había días que caminábamos 100 o 150 cuadras,

¡qué se yo...! Cuándo llegábamos al rancho, quedaba molido tirado en

la cama. Pero nunca una queja, don; nunca una queja carajo... Me tiro

un ratito, vieja; después me levanto para cenar, decía. Pero durante

muchas noches no podía hacerlo, don... Quiero decir que no podía

levantarse ni para comer... ¿se da cuenta? Qué lo pario... La última

noche fue terrible... Como si... ¿intuyera se dice? Bueno..., como si

intuyera algo malo, se levantó con un enorme esfuerzo en medio de la

madrugada. La vieja y mis hermanos dormían pero yo me lo pasaba con

los ojos abiertos mirando las chapas del techo. Bueno, le cuento..., viene

hasta mi cama y con una voz ronca y tosiendo feo, me pide que vayamos

a la cocina. Tuve que ayudarlo a ponerse de pie porque se iba al piso

como si estuviera mareado, ¿vió? Busqué una caja de fósforos y prendí

una vela que la vieja siempre dejaba en el medio de la mesita... y, cuando

yo me senté frente a él..., perdone, don..., cada vez que me acuerdo de

esto no puedo evitar moquear como un boludo... Entonces, apoyó sus

manos temblando sobre las mías- mi viejo tenía unas manazas así de

grandes don; así de grandes... quemadas por el ácido ¿sabe... ?, y esas

cosas raras que usaba para malear los cables, ¡así de grandes eran las

manos de mi viejo...! - y entonces me dijo mirándome fi jo... ¿Sabe,

don...? En medio de la luz temblorosa de la vela, yo le vi la mirada

como perforada por una tristeza profunda... Bueno, va y me dice: quiero

330

que me prometa una cosa m’hijo - mi viejo era salteño, nieto de

españoles, y a veces se le pegaba esa costumbre de tratarme de usted.

Mi vieja no; mi vieja es de raza indígena, de los matacos, bien adentro

del Chaco-, bueno..., entonces mi viejo va y me dice...: en realidad

quiero que me prometa dos cosas por si alguna vez yo falto de esta casa:

quiero que me prometa que usted va a cuidar de su madre y de sus

hermanos... ¡No sabe, don, no sabe cómo le costaba hablar al pobre

viejo... ¡Cada palabra sonaba como un infl ador de mano... Iiiiiii;

iiiiiiiiiiiiiiiiii... se escuchaba una cosa que le salía de la garganta, y del

pecho también... ! ¡Del pecho le salían unos ronquidos que ni le

cuento...!, y entonces va y me sigue diciendo que pasara lo que pasara,

yo nunca tenía que rendirme. Aguante, carajo; aguante siempre, me

dijo. El viejo era duro en esas cosas de demostrar el afecto ¿vió?. Pero

esa noche afl ojó.... No sé como hizo... pero se paró y me abrazó un rato

largo, mientras yo sentía que todo su cuerpo temblaba, así..., mire..., así

temblaba, ¿vió? Después se volvió a la cama... Me acuerdo que yo

apagué la vela y me acosté con una sensación fea aquí, don... No sé...,

me empezó a subir una cosa a la garganta y, mire, no tengo vergüenza

de decirlo, ¡tenía un cagazo encima...! Durante un rato lo escuché roncar

como todas las noches, pero después..., después nada; sólo escuchaba

los ladridos de algunos perros y el sonido del viento que se colaba por

todos los agujeros de la casilla. ¡Qué lo parió...! ¿Sabe? Me acuerdo que

yo me decía que tenía que levantarme, ir hasta la cocina, prender la vela

y acercarme a la cama para ver que le pasaba. Pero no pude hacerlo,

don... Fui un cobarde, ¡un cobarde de mierda...! ¡Laputamadrequelopa

331

rió...! No pude, don; no pude... Me tapé la cabeza con la frazada y me

puse a pensar en la época en que éramos felices ¿vió? Meta recordar los

buenos momentos... esos respiros que a veces tenemos los pobres que

somos priviligiados... Lo imaginaba en el taller, con las bobinas en las

manos, mientras la vieja preparaba la comida y yo hacía las tareas del

bachillerato... Yo hice el bachillerato nocturno, ¿sabe, don...?. Entonces

me lo pasé orando y diciéndome una y otra vez que yo no iba a rendirme

nunca. Por mi viejo, ¿sabe... ? ¡Nunca!

332

333

EL CATALAN SERRAT FERNÁNDEZ

334

335

Los titulares de los periódicos representaban una clara radiografía de la

impronta política de la Argentina.

“Reunión urgente del grupo de los 8 para analizar el incumplimiento del gobierno argentino con las privati-zaciones .”

“El embajador de EE.UU. está reunido en el edifi cio de la Embajada con diri-gentes políticos y gremiales- incluso ha trascendido la presencia de notorios miembros de las FFAA y altos digna-tarios eclesiásticos-; la idea es encon-trar una salida consensuada a la crisis más dramática de la historia argenti-na”.

“Preocupa al Departamento de Estado la creciente infl uencia que ejercen los sectores marginales”.

336

“Continúa la ola de asaltos a los su-permercados; se acrecienta el número de víctimas fatales”.

“La Iglesia hace un último llamado para evitar la disolución nacional”.

“Preocupa a Brasil la amenaza de li-banización en Argentina. Se habla de una inevitable guerra civil entre los argentinos. Ante el estrepitoso fraca-so del MERCOSUR, los halcones de Itamaraty alegan que es el momento oportuno de salvar el honor nacional, mancillado en Ituzaingó”.

Mira el volante que ha redactado durante la mañana - volante que pronto

337

se convertiría en una proclama colectiva a través de miles de copias que

los militantes ya estarían repartiendo a lo largo y ancho del país- y piensa

que está a la altura de las circunstancias. Sabe que el gobierno tiene

como objetivo reprimir de la manera más dura el potencial estallido

social que ahora parece hacerse realidad.

Como si estuviera inmerso en un hermoso sueño, cree que por primera

vez el movimiento de los marginales ha adquirido dimensiones

signifi cativas rompiendo con la imagen esquemática de los últimos años:

muchos cortes de ruta, pero nunca una acción masiva y contundente. En

esta ocasión, está convencido de que los dirigentes y hasta las propias

organizaciones han sido desbordadas y que los miles de piqueteros

movilizados con una espontaneidad - que sorprendiera incluso a quienes

sé auto-titulaban sus representantes - amenaza el corazón mismo del

sistema...

Le cuesta creer que activistas y simpatizantes hayan conformado una

inmensa multitud, a la altura del Hospital Parossien.

Con cierta pesadez mental (dos días sin dormir habían consumido sus

últimas reservas de energía) recuerda que se ha marchado de la reunión

al fi lo de las seis de la mañana.

De regreso al puesto en el que se esta formando la cabecera de la

columna, una nueva sorpresa: sobre la calzada de la ruta - incluso a la

vera de la misma en un ancho de aproximadamente 40 metros hacia el

Oeste -, la manifestación se extiende a lo largo de decenas de cuadras,

formando una masa compacta de hombres, mujeres y niños.

Casi sin darse cuenta se encuentra entreverado entre los numerosos

338

corresponsales extranjeros que se han hecho presentes en el lugar a

quienes llaman la atención los escasos carteles de los partidos políticos

tradicionales. Las pancartas de los manifestantes, sólo contienen consignas

concretas y contundentes: “Basta de Hambre!” “Ladrones!”. “Devuelvan lo afanado!”.“No queremos ser esclavos”. “¡Argentina, ahora!”Además, también genera su particular atención la profusión de pequeños

carteles de confección casera, con la leyenda “Evita vuelve”, o

“Evita” a secas.

Enfervorizado, se desplaza de un lado a otro tratando de coordinar con

sus compañeros los últimos detalles.

Un par de minutos antes, alguien le dijo que las columnas Noroeste

y Sur, conformaban otras excepcionales muestras de explosión social

colectiva (los rumores daban cuenta del posible levantamiento de los

puentes sobre el Riachuelo, para impedir el paso de los manifestantes,

y que las guarniciones militares con base en Campo de Mayo, estaban

prestas a salir de los cuarteles con la misión de reforzar a las fuerzas de

seguridad).

Ramírez se revuelve en el asiento de la camioneta con la cual realizaba

fl etes en la zona (hacía un par de horas que se había retirado a descansar

abrumado por un cansancio que abría zanjas de ambigüedad dentro de

su cerebro) y de pronto se siente tomado por una enorme confusión

mental. ¿Podrían haber sido los titulares la resultante de un sueño?

¿Acaso la enorme masa de manifestantes que él estaba seguro de haber

visto, también formaba parte de un insondable mecanismo onírico?

339

Forzando los párpados recorre lentamente el entorno de la cabina de

su camioneta estacionada sobre uno de los laterales de la calzada, en

la parte donde permanecen las fuerzas de seguridad destacadas para

control de posibles desmanes. Con los nudillos de su mano derecha

golpea la chapa de la puerta y deja que sus dedos se aferren al volante.

Sí, era real; además, luego de erguir su cabeza, ve a los uniformados que

parecen multiplicados con respecto a otras reuniones. Sin embargo, no

se atreve a voltear la vista en dirección a la columna que se encuentra

formada a sus espaldas, como si en ese gesto pretendiera preservar la

verdad irrefutable de los hechos.

Vencido una vez más por el sopor, se deja caer nuevamente a lo largo

del asiento, teniendo la sensación de que la ambivalencia domina sus

actos volitivos.

Imposible evitar que los recuerdos vuelvan a encaramarse en los fl ancos

activos de su cerebro.

Claro que él también convivía con una serie de dudas que condicionaban

permanentemente sus ideales. Salvo las honrosas excepciones de

siempre, el llamado movimiento piquetero estaba lejos de representar

el camino de la tan mentada liberación nacional; frase ésta - lo sabía

- usufructuada a lo largo de casi un siglo de vida política nacional,

por radicales, por peronistas, y por grupos minoritarios de la llamada

izquierda nacional. De cualquier manera, también sabía que no podía

dar un paso atrás: era consciente que incluso con estas falencias, el

movimiento representaba el renovado compromiso con su vieja

militancia, pese a que en muchos aspectos - como le endilgara el

340

gallego- el mismo estaba atado a una visión romántica y casi ingenua

de la realidad política del mundo. Pero aún así, no estaba dispuesto a

negociar los ideales que tantas veces le habían pasado su buena factura

de dolor y sangre.

Claro que lo que más le molestaba- y ése era el sapo que tenía que

tragar para seguir adelante- era saber que muchos de los dirigentes de

los atomizados grupos, asumían su liderazgo movidos por espacios de

poder personalistas.

“...esperá pibe, aquí está pasando algo raro ¿viste esos tipos que bajaron

de ese Falcon? Pero no puede ser, che, si ahora hay democracia pibe; no

puede ser carajo. ¡Dale! Vení, vení, rajemos por esta puerta. El pibe me

sigue y comenzamos a correr por un pasillo chorreado de humedad pero

pronto me doy cuenta que el galpón había sido tomado por Ellos porque

enseguida desembocamos en una nueva puerta con un letrero pintado

en letras rojas que decía Eminencia, “Operaciones Especiales”,

y detrás de aquella puerta se oían unos gritos desgarradores imposibles

de soportar y pronto escuchamos pasos detrás nuestro y casi enseguida

alguien que grita no lo dejen escapar y entonces con el pibe corriendo

detrás de mí nos metimos por otra puerta abierta en medio de la noche

mientras el agua caía a baldes y había gente escapando con colchones

y frazadas, arrastrando a unos pibes rotosos y descalzos cuándo en esos

momentos alcanzo a ver una persona que corre delante y siento que algo

oprime mi corazón y a grandes zancadas logro alcanzarlo y cuándo me

planto frente a él no lo puedo creer; ¿qué hacés aquí, papá?, pero vos...,

y antes que mi viejo pueda articular una palabra siento como un tirón

341

en la frente y otra vez me veo sentado con el pibe tomando mate en el

galpón. Dale pibe, seguí contando pero despacio pibe porque tengo la

cabeza como saturada de cosas. Despacio, pibe....¿Pero dónde se metió

el pibe? De pronto, no sé cómo, el pibe como que se me esfuma y me

veo otra vez en medio de la noche, chapaleando barro por una calle

que desemboca en la ruta tres. A una cuadra más adelante, alcanzo a

ver una compacta columna humana que alza pancartas por encima de

sus cabezas. Ya sobre el asfalto, puedo distinguir un local profusamente

iluminado enclavado en una esquina; luces de neón, marquesina

brillante y un enorme cartel publicitario: Clarín Clasifi cados. Ignoro

si me encuentro en Isidro Casanova, Laferrere o González Catán; lo

cierto es que cuándo miro detenidamente a la multitud, siento una

profunda decepción: ni atisbos de piqueteros ni tampoco muchedumbre

enfervorizada. Sólo veo mujeres; mujeres de todo tipo y laya: altas y

elegantes; minas del tipo 90 60 90 vestidas con minifalda, de taco aguja

o en botas. A medida que pasan a mi lado, comienzo a leer los carteles

que levantan:

Lolita real. Sonia. Atiendo maduros. $100. 4 111 2145.

Bucal + 42+ colita. Diosa única. $ 80. 4 280 1213.

Pelirroja. Tapa de Revistas. La mejor cola del Oeste $ 100 .4 623 4118.

342

Pero también veo a morochas desgreñadas, algunas crecidas en carnes

ofreciendo sus servicios sexuales por veinte o menos pesos. Las hay

veteranas a juzgar por su porte y el cartel que reza:

Madura fogosa( 65).150-70-100.

Acabá en mis pechos. 4 372-1545.

Incluso veo a tiernas adolescentes con pancartas por demás expresivas:

Casi virgen. Necesito que me enseñes todo. 4 371 4001.

Adorable (20) Anita. Estoy toda depiladita. 4372 8199.

Y también veo a una que camina con libros en la mano ofreciéndose

como:

Universitaria caliente. Tomame examen por sólo cien pesos. 4 371 4001.

Repentinamente - mientras la cabeza de la columna se forma ordenada-

mente frente a unos escritorios instalados en la acera con carteles invi-

tando a colocar los avisos en el rubro 59, aparecen caminando sobre uno

de los fl ancos de la ruta unas increíbles bellezas de un “lomo” indes-

criptible: minas altas, de piernas largas y esbeltas y culos portentosos

343

que - ante mi sorpresa - hacen reír a un grupo de curiosos. Qué minones,

eh, le digo a uno de los curiosos, y el tipo me mira sumido en una car-

cajada diciéndome a que clase de minas me refería porque lo que estaba

desfi lando frente a nosotros no eran más qué una columna de machos.

Estos son travesaños, viejo, me acota, sin poder controlar la risa. Fijate

lo que dicen los carteles, che, fi jate, me encara el tipo haciendo oscilar

una de sus manos con los dedos apretados como una fl or cerrada.

Traviesa Activa y pasiva. 22x7(real).s/ globito $ 30. 4 371 4001.

Desorientado, alcanzo la vereda opuesta en busca de un Bar, mientras a

mis espaldas alguien dice que lo de la desocupación es un cuento porque

lo que sobra es trabajo. Y que aquí estaba la prueba. Todavía llueve. Las

gotas repican sobre el techo de chapa del Bar. Me siento frente a la

ventana y pido un café. Al mirar hacia la ruta me doy cuenta que las

putas y los travestis han desaparecido. Las luces del local permanecen

apagadas y ahora el asfalto se puebla de hombres, mujeres y niños que

avanzan en medio de consignas políticas. Miro el reloj que marca las

tres y media de la mañana y me digo que el acto va a ser multitudinario.

Como nunca.

344

Ramírez se revuelve en el asiento de su camioneta. Abre los ojos

contemplando el techo de la cabina. Detrás de él, los gritos de los

manifestantes suenan esporádicamente, como si la lluvia conspirara

contra el fuego de las pasiones. En medio de la resaca mental, ya no

tiene dudas que los titulares de los periódicos y la multitud sobre la ruta,

sólo eran parte de otra excursión onírica que se resistía a abandonar su

cerebro.

Como en el Antón pirulero, se dio cuenta que en la sociedad cada cual

atendía su juego y ésa era una desventaja muy grande para la cual los

pobres y marginados carecían de respuesta.

Le vino a su memoria la imagen del loco Pardo, un tipo esclarecido, a

cargo de los contratados municipales. Un tiempo atrás, y a propósito

de los métodos imperialistas, el hombre había sido terminante. “Mirá,

hermano: estos hijos de puta nos vienen tocando el culo una y otra

vez; pero esta vez se pasaron de rosca. Con sus socios que ponen la

guita, apuestan al incendio del país, pero no tienen en cuenta que una

Argentina en medio del fuego, puede terminar por incendiar a todos sus

vecinos. Y si esto pasa, corren el peligro de terminar con los huevos en

la boca”.

Claro y contundente como siempre el loco.

Ramírez mira hacia la esquina opuesta. Lo ve a Serrat Fernández, el

comisario inspector, siempre a cargo del operativo de control de todas

las marchas.

El policía era hijo de un inmigrante catalán que a fi nes de la década

del 50 - como tantos otros muchachos que escapaban de una España

345

postergada- había recalado en la desaparecida tienda San Miguel

(trabajo y albergue al mismo tiempo); un reducto de compras de la alta

burguesía porteña transformado ahora en el Palacio San Miguel.

Con Serrat Fernández más de una vez habían compartido un café,

aguantando las noches de larga vigilia, cuando el corte de la ruta solía

extenderse por dos o tres días.

Pensaba que el catalán también la tenía clara. “Nos cagaron a todos,

hermano. Nosotros somos el forro de repuesto. Ni siquiera el principal.

Nos aprietan con el sueldo y nos joden con el presupuesto porque a

ellos les conviene un desorden social medianamente controlado. Yo veo

esos pibes con cara de hambre, y me siento una mierda haciendo lo que

hago”.

A través de una fi na llovizna, vuelve a mirar al uniformado: apoyado

contra la puerta delantera de uno de los móviles policiales; parecía dar

órdenes a tres hombres de civil. Pronto los ve caminar por la vereda

opuesta al Hospital, en dirección a San Justo.

Ramírez cierra otra vez los ojos (el sueño continúa reclamando a gritos

unas horas de descanso); Siente los párpados como pesadas bisagras

que a cada instante parecen oxidarse más y más.

32 años. Tres décadas de incorruptible militancia. Pobre como siempre.

Montoneros no existía. Un sueño frustrado. Un ideal sin sustento político

- los años se lo habían demostrado - habida cuenta de la imposibilidad

de amalgamar la doctrina justicialista con el utópico destino de patria

socialista.

De todos modos, pese a las traiciones de adentro y de fuera, en parte

346

sentía justifi cada su militancia. Lástima la decisión de la lucha armada,

justifi cativo de las muertes blanqueadas y las que permanecían en el

anonimato. Lástima el desencuentro social y sobre todo, lástima grande

el genocidio infame de la dictadura, digitado por el Imperio y controlado

por los cipayos de siempre (los mismos que - él lo sabía muy bien -

habían generado la idea del enfrentamiento armado para permitir que el

enemigo entrara en escena con la más dura represión, a modo de caballo

de Troya).

En fi n, una página más en el libro del Imperio.

Pero ahora era diferente. Podría ser diferente. Otra vez presentía a la

multitud, al pobrerío siempre postergado rugiendo a lo largo de cuadras

y cuadras.

Movido por una excitación que se tornaba incontrolable, bajó del

auto decidido a caminar a la vera de los manifestantes, como una

forma de solazarse con ese augurio de triunfo. Avanzando hacia Isidro

Casanova, vió el rostro de la muchedumbre transformado en uno sólo

pero gigantesco, como si de pronto ese puzzle humano se partiera en

millares de pedazos, cada uno con su propia identidad: rostros aindiados,

descendientes directos de pampas o tehuelches, de quichuas o aymarás;

criollos, paraguayos, bolivianos; hombres y mujeres que permanecían

callados pero que sin embargo, gritaban en silencio una rabia mayúscula

acumulada a lo largo de tantos siglos de marginación.

Los había también de rostros caucásicos, hijos o nietos, se dijo, de los

viejos inmigrantes que ahora también habían sido arrastrados por el

vendaval de la pobreza colectiva.

347

Claro que algunos sí gritaban: maldecían la miseria; maldecían el hambre

con la impresión de llevar un simio colgado a sus espaldas; maldecían

también el hambre de sus hijos; maldecían la falta de trabajo e incluso

algunos se atrevían a maldecir la supuesta injusticia divina, puteando

al mismo Dios de la supuesta creación. Desocupados, estudiantes sin

escuela; embarazadas de padres forzados y también embarazadas sin

padres.

Se había cruzado con familias enteras que aún resistían con resabios

de dignidad el embate de tantos años de disgregación social. Luego se

vio rodeado de hombres solitarios, de sombras de apariencia humana,

con tullidos de las más heterogéneas taras físicas, y también - ahora sí -

con prostitutas reales que pretendían escapar de una clientela mezquina,

magra de pesos y de orgasmos.

En esos instantes, dentro del hueco de su mente, agazapado en el vacío

que el cerebro había creado a instancias de la somnolencia, alcanza a oír

algunos gritos aislados pero reales.

Entonces comprende que otra vez se ha quedado dormido. Voltea su

cabeza y a través de la ventanilla trasera de la camioneta la realidad

lo golpea brutalmente: nada de multitud a lo largo de la ruta: apenas

3 o 4 cuadras de manifestantes - la cuota cotidiana que solía sumarse

desde hacía años a la protesta formal -, lejos de los ríos humanos que

su exuberante y onírica imaginación compusiera de manera neurótica

dentro de los laberintos de su mente. “Pueblo manso el argentino, carajo”

se dijo maquinalmente, como si con esa frase de circunstancia pudiera

justifi car el frustrado idealismo de 32 años de sinsabores personales.

348

En medio de los vahos de un cansancio ingobernable, abandona su

posición horizontal y asoma la cabeza en dirección al griterío.

Con el sueño aún colgado en sus retinas - pero otra vez despierto-,

alcanza a divisar a dos coches patrulleros que se han estacionado sobre

una de las bocacalles, mientras un cordón de uniformados custodia a un

grupo de civiles que se acercan trayendo a un hombre esposado.

Ramírez mira detenidamente con la impresión que el corazón se le

desprende de su cuerpo.

¡No puede creerlo...! ¡El hombre con esposas es el gallego! El gallego

esposado!, grita calladamente. Sí, ya no duda: es el condenado gallego:

La cabeza levantada, la barba hirsuta, la campera negra de siempre.

¿Qué carajo hacía el gallego en ese lugar?

Claro que no era tiempo para conjeturas.

Intenta abrir la puerta de la camioneta pero pronto se da cuenta que

la cerradura esta trabada como consecuencia de una vieja falla del

dispositivo.

Mientras mete sus manos a través de la ventanilla, observa que el

grupo se acerca al vehículo y que Serrat Fernández se ha puesto fi rme,

seguramente para recibir los pormenores del procedimiento.

Cuando Ramírez abandona el móvil, comienza a correr con la máxima

energía que se lo permite su cansancio.

Antes de llegar a los autos de seguridad, un doble cordón de policías

le cierra el paso. Momento preciso en que el gallego es introducido en

la parte trasera de uno de los rodados policíacos. -¡Catalán!! ¡Catalán!!

- grita como si le fuera la vida en esos gritos. Pero es inútil. Serrat

349

Fernández acaba de abordar una de las camionetas, y ambos vehículos

parten haciendo sonar los decibeles del caucho patinando sobre el

asfalto.

Por unos instantes se siente fl otar con la sensación de estar dentro de

una cápsula que le impide escuchar los gritos por delante y los gritos

por detrás.

Repentinamente, como un pantallazo tardío de sus neuronas, aparece

en su cerebro la imagen de una mujer morena, alta y corpulenta, en el

momento que ésta apoyaba una mano sobre los hombros del gallego.

Rebobinar. Sintonía fi na. Fijar la imagen, congelarla en la exacta fracción

de segundo que se había instalado en su sistema nervioso central, sin

que las malditas sinapsis de las neuronas, le dieran el preciso registro a

su conciencia.

Sólo ahora la imagen vuelve revivida, realentada dentro de los paneles

de su memoria, encastrándose entre las células fotoeléctricas de los

movimientos humanos con rigurosa objetividad: El gallego que avanza

sobre el centro de la vereda - lo ve a escasos 20 metros de la esquina-;

ahora sí, registra con nitidez a la mujer: rostro moreno, poncho blanco

y pantalón blanco a lo gaucho. La ve cuando ella mueve las manos

hacia los hombros del hombre. No, no aún. Retrocede un cuadro: ahora

sí, es el gallego quién le alcanza un pequeño retrato. Ramírez no lo

duda; no alcanza a fotocopiar en su mente la imagen del retrato pero

está seguro que se trata de la imagen de Evita, el icono sagrado del

entrañable amigo. La mujer que extiende las dos manos tomando el

pequeño póster.

Diez metros para llegar a la esquina. Serrat Fernández que da un paso

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hacia delante. Ramírez piensa en las cosas que habrán pasado por la

cabeza del catalán; somos el segundo forro; ni siquiera el primero.

La memoria que se hincha como levadura del cerebro. Los pasos como

fl otando en el aire; la mano de la mujer que avanza su fraternal gesto

buscando repetidamente un hombro del gallego.

El aire se ha detenido de pronto. Las palabras que salen de las bocas de

unos y de otros para morir en el silencio. Los gritos que se acallan. Todo

se esfuma, se disuelve como cera en su cerebro. Un minuto. Sesenta

segundos. La realidad vuelve a golpearlo.

¿Dónde está ahora la mujer?

Levanta su cabeza por encima de las gorras de los policías registrando

palmo a palmo con su mirada cada uno de los fl ancos de ese pequeño

coto territorial. Nada. Ni rastros de ella.

-¡Ramírez! Te están buscando los muchachos. Es hora de salir para la

plaza...

-¿Qué plaza?- pregunta en medio de una nebulosa de imagines, aún con

el cerebro herido.

-¿Cómo qué plaza, Ramírez...?. La de Mayo, ¿ qué otra... ?

Fin

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