jesús ibáñez

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Jesús Ibáñez: La sociología de rostro humano Isidro López Ladinamo Decía Neruda al filo de su muerte: ‘Lo que más me enorgullece es que nunca he vendido ni una palabra al poder’. Si algún día muero, que todo es posible, me gustaría poder decir lo mismo” Jesús Ibáñez Entre todos aquellos que se dedican a la sociología en España el nombre de Jesús Ibáñez (San Pedro del Romeral, 1928-Madrid, 1992) dice mucho. Se le reconoce como uno de los pocos sociólogos que ha obtenido resultados sólidos en la tarea de crear nuevas herramientas empíricas de comprensión de la realidad social que no dependan del calculo estadístico. Esta labor metodológica se encuentra recogida en libros tan decisivos como Más allá de la sociología, Del algoritmo al sujeto o El regreso del sujeto. Después de su muerte, sus numerosísimos discípulos y seguidores han seguido adelante con su tarea de intentar consolidar una verdadera corriente de sociología crítica en un país con poca tradición sociológica y aún menos tradición crítica. Uno de los métodos más frecuentes para desactivar la eficacia política de la crítica social es encerrarla en las universidades. En el caso de Jesús Ibáñez este confinamiento es especialmente injusto. Desde que le encarcelaron en 1956 junto a otros prometedores estudiantes por apoyar a los profesores expulsados por el régimen franquista (Tierno Galván, Aranguren y García Calvo) y hasta 1980, año en que le metieron prácticamente a empujones en la universidad, Jesús Ibáñez se mantuvo al margen de un mundo académico que consideraba dominado por una sociología tecnocrática al servicio de los intereses del poder. Incluso una vez dentro de la institución académica, Ibáñez era considerado un bicho raro y tenía una reputación insólita para un profesor: la de conversador. Ibáñez prefería hablar a escribir y le gustaba decir que había escrito sus libros serios para cumplir con obligaciones burocráticas. Aunque, desgraciadamente, ya nunca podremos disfrutar plenamente del Ibáñez conversador, sí podemos imaginarlo a partir de sus artículos políticos y sociales recogidos en dos libros imprescindibles: Por una sociología de la

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Jesús Ibáñez

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Page 1: Jesús Ibáñez

Jesús Ibáñez: La sociología de rostro humano

Isidro LópezLadinamo

“Decía Neruda al filo de su muerte: ‘Lo que más me enorgullece es que nunca he vendido ni una palabra al poder’. Si algún día muero, que todo es posible, me gustaría poder decir lo mismo”

Jesús Ibáñez

Entre todos aquellos que se dedican a la sociología en España el nombre de Jesús Ibáñez (San Pedro del Romeral, 1928-Madrid, 1992) dice mucho. Se le reconoce como uno de los pocos sociólogos que ha obtenido resultados sólidos en la tarea de crear nuevas herramientas empíricas de comprensión de la realidad social que no dependan del calculo estadístico. Esta labor metodológica se encuentra recogida en libros tan decisivos como Más allá de la sociología, Del algoritmo al sujeto o El regreso del sujeto. Después de su muerte, sus numerosísimos discípulos y seguidores han seguido adelante con su tarea de intentar consolidar una verdadera corriente de sociología crítica en un país con poca tradición sociológica y aún menos tradición crítica.

Uno de los métodos más frecuentes para desactivar la eficacia política de la crítica social es encerrarla en las universidades. En el caso de Jesús Ibáñez este confinamiento es especialmente injusto. Desde que le encarcelaron en 1956 junto a otros prometedores estudiantes por apoyar a los profesores expulsados por el régimen franquista (Tierno Galván, Aranguren y García Calvo) y hasta 1980, año en que le metieron prácticamente a empujones en la universidad, Jesús Ibáñez se mantuvo al margen de un mundo académico que consideraba dominado por una sociología tecnocrática al servicio de los intereses del poder. Incluso una vez dentro de la institución académica, Ibáñez era considerado un bicho raro y tenía una reputación insólita para un profesor: la de conversador.

Ibáñez prefería hablar a escribir y le gustaba decir que había escrito sus libros serios para cumplir con obligaciones burocráticas. Aunque, desgraciadamente, ya nunca podremos disfrutar plenamente del Ibáñez conversador, sí podemos imaginarlo a partir de sus artículos políticos y sociales recogidos en dos libros imprescindibles: Por una sociología de la vida cotidiana y A contracorriente. En estos artículos, Ibáñez demuestra que cuando la sociología esta viva, su poder crítico es capaz de descubrir la dominación ideológica capitalista en objetos tan aparentemente inofensivos como los cafés solubles o en decisiones tan triviales como en qué lugar de la casa se coloca la televisión.

La mayoría de los buenos críticos del consumo en las sociedades capitalistas avanzadas (e Ibáñez era uno de los mejores) acaban pintando un panorama

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tremendo, aunque plausible, donde las personas están atrapadas en un mundo en el que las necesidades solamente se entienden una vez convertidas en dinero, la política es una forma de publicidad y la rebelión una variante de la moda. Jesús Ibáñez conoce bien esta dimensión apocalíptica del consumo: “El paisaje: clientes de un hipermercado, amontonamiento proliferante de mercancías, acosados por el ruido furioso de la música y los gritos, acorralados hasta elegir cualquier cosa -ofertada o simplemente a mano- (...) electores cercados por un frenesí de vallas y altavoces, sin razones para elegir entre el guapo que manda y el guapo que no manda, multitudes de parados a la espera de cualquier trabajo (...)”.

Los autores que han descrito estos mecanismos gigantescos de dominación a través del consumo tienden a hacer caer al lector en la tentación del desencanto y la resignación, cuando no del cinismo. Para Ibáñez, sin embargo, tanto en sus artículos como en su trayectoria personal, no hubo lucha demasiado pequeña –no hay más que recordar su defensa de los movimientos vecinales– ni tampoco la hubo demasiado grande, jamás se cansó de recordar que la única salida verdadera es la revolucionaria: “¿Cómo podemos negociar con ellos en estas condiciones? Hay cosas que se pueden negociar y pactar: las que se miden en términos de más o menos, las que se miden con un patrón de valor instituido (los salarios y los precios, la extensión de un parque o el trazado de una carretera, la composición de una comisión parlamentaria). Pero no se puede pactar sobre las reglas del juego, pues estas reglas establecen que ellos están arriba y nosotros abajo (...). Las reglas del juego se miden en términos de sí o no. La regla que les da a ellos derechos nos los quita a nosotros, y las reglas están hechas para que los vencidos seamos siempre los mismos (para que las víctimas sean siempre los provocadores, para que parezca que los torturados se autolesionan, y que los que denuncian la tortura son los malos)”.

Jesús Ibáñez, Por una sociología de la vida cotidiana (Siglo XXI, 1994) y A contracorriente (Fundamentos, 1997)