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Testimonio Ser instrumentos del Señor Lectura sugerida Escuchar para amar Una carta para ti Construyendo el futuro Jesús en nosotros, la esperanza de la gloria 51º Congreso Eucarístico Internacional

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TestimonioSer instrumentos del Señor

Lectura sugeridaEscucharpara amar

Una carta para tiConstruyendoel futuro

Jesús en nosotros,la esperanza de la gloria

51º Congreso

Eucarístico

Internacional

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2021222426

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Editorial: Santa obsesión por la paz

51º Congreso Eucarístico Internacional en Filipinas

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de la Paz

La liturgia, encuentro con Cristo

Partícula para eucaristizarnos

Formación carismática

Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

Milagrosa curación por intercesión del beato Manuel

Orar con el obispo del Sagrario abandonado

Cordialmente, una carta para ti

Con mirada eucarística

Lectura sugerida

Cartelera recomendada

Asuntos de familia

Conoce y vive

Familia Eucarística Reparadora

Desde la fe

Sum

ario

8 Semana de Oración por la Unidad

de los Cristianos26Orar con el obispo

del Sagrario abandonado

33 Cartas a DiosCartelera

recomendadaRevista y Editorial

fundadas por el BeatoManuel González García

en 1907

Edita:Misioneras Eucarísticas de NazaretTutor, 15-17, 28008 - MADRIDTfno.: 915 420 887E-mail: [email protected]

Imprime:Azul IbéricaISSN: 2340-1214Depósito Legal: P. 7-1958

En portada: Cruz de Magallanes, símbolo escogido para el 51º Congreso Eucarístico Internacional de Cebú (Filipinas). Foto: Joshua Lim.

HacemosEl Granito de Arena

Dirección:Mónica Mª Yuan Cordiviola

Equipo de Redacción

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Manuel Ángel Puga

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EDITORIAL

Santa obsesiónpor la paz

E l 1 de enero de 1968 el papa Pablo VI pe-día a todos, «posiblemente juntos en nues-tras iglesias y en nuestras casas», que orá-

semos por la paz, para que «no falte la voz de nadie en el gran coro de la Iglesia y del mundo que invoca a Cristo, inmolado por nosotros».

Desde entonces, todos los años, la Iglesia ca-tólica invita a sus fieles y también a quienes tra-bajan por la paz, a unirse en la oración y el tra-bajo, en el deseo y en el diálogo, para que la paz, que es don de Dios, sea llevada a la prác-tica, para que los hombres y mujeres, conscien-tes de este gran regalo, la hagan fructificar.

Este anhelo de paz no es característica ex-clusiva de los católicos ni los cristianos. Es de-seo que está en todo corazón humano. Es una cuestión genética inherente a nuestra condición creatural. Así lo entiende el papa Francisco cuan-do, 48 años después, en una nueva Jornada Mun-dial de la Paz pide en su Mensaje que no se pier-da «la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal». El hombre tiene la fuerza y las herramientas para construir un mundo en armonía porque es capaz de «actuar con soli-daridad, más allá de los intereses individualis-tas, de la apatía y de la indiferencia ante las si-tuaciones críticas».

Hace unos días se dio a conocer que al papa Francisco le había sido otorgado el Premio Car-lomagno, una noticia no tan sorprendente por el honor que implica sino por la aceptación del mismo. En efecto, el santo padre no suele acep-tar ninguna condecoración. Sin embargo, en es-ta ocasión sí lo ha hecho y, según afirmó en rue-da de prensa el p. Federico Lombardi, portavoz vaticano, ha sido porque es una forma de lan-zar un nuevo mensaje a favor de la paz, de orar por la concordia, de animar al trabajo conjun-to para que cesen las guerras y todos estemos

dispuestos a trabajar por un mundo más fra-terno, más humano, más acogedor.

El gesto del papa es, a la vez, un aliciente pa-ra todos los católicos. El santo padre nunca se cansa de predicar, de orar, de suplicar, de com-prometerse para que la paz germine en nues-tro suelo, crezca, comience a florecer sobre to-do en las zonas más violentas de nuestro pla-neta. Para muchos recordará a Juan Bautista, aquel que era «una voz que clama en el desier-to» (Mc 1,3), que no calla ni ante la indiferencia ni ante la aparente inacción de los poderosos.

También nosotros, pueblo de Dios, tenemos una misión en esta tarea de hacer fructificar el don de la paz que Dios nos ha regalado y que sigue ofreciéndonos a cada instante. Una mi-sión doble: orar y actuar, «ora et labora» en pa-labras de san Benito. Los responsables de los gobiernos tienen una tarea urgente en la bús-queda del bien común. También los que no ocu-pamos puestos de gobierno tenemos un deber. El trabajo a escala internacional no exime del trabajo a nuestro alrededor, en nuestro entor-no. Si comenzamos a ser constructores de paz en lo pequeño esa paz se extenderá y crecerá de una forma insospechada, porque es buena semilla, germen divino.

El papa debe seguir alzando su voz, en el de-sierto o ante las multitudes, en audiencias pri-vadas o en grandes foros internacionales. Tam-bién nosotros debemos seguir alzando nuestra voz, incluso cuando la mejor forma de hacerlo sea callar, sea aceptar, sea acompañar en silen-cio el grito de quienes sufren por la falta de paz y de justicia. Más que un deber que asumir, es un deseo de nuestro corazón que, con ayuda de nuestra voluntad, podemos hacer realidad. Que el Príncipe de la Paz, que hemos adorado hecho Niño, nos ilumine en este 2016. «

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51º Congreso Eucarístico Internacional

Filipinas se ha destacado, en muchas ocasiones, por la gran cantidad de fie-les que participan en las celebracio-nes católicas. Como ejemplo, pode-mos citar la Jornada Mundial de la Ju-ventud de 1995 que reunió, junto al papa Juan Pablo II, a más de 5 millo-nes de personas.

La Cruz de MagallanesEl Comité local del 51º Congreso Eu-carístico Internacional ha escogido un símbolo que distinga a este even-to. Se trata de la Cruz de Magallanes, que fue colocada por exploradores

portugueses y españoles comanda-dos por Fernando Magallanes al arri-bar a Cebú, en las Filipinas, el 21 de abril de 1521.

Se encuentra en una capilla al la-do de la Basílica del Santo Niño, fren-te al ayuntamiento de Cebú. Un le-trero debajo de la cruz describe que una reliquia de la Vera Cruz está ba-jo la cruz de madera que se encuen-tra en el centro de la capilla.

La Cruz de Magallanes es un sím-bolo de Cebú, y la imagen de la capi-lla se puede encontrar en el sello de la ciudad.

Para el Congreso se ha realizado una réplica que contiene un trozo de la Vera Cruz y que irá recorriendo las distintas zonas de Filipinas, de forma tal que al ser acogida en las comuni-dades, los fieles puedan venerar y orar ante aquel leño del que brota nuestra salvación.

Se ha escogido este símbolo por la gran importancia que tiene en Ce-bú y también porque la Cruz nos re-cuerda el lema del Congreso, al ser símbolo claro e inequívoco de la es-peranza que nace y tiene su meta en Jesucristo. También simboliza la fe que hemos abrazado, aquella fe que nos permite recibir a Jesús en la Eu-caristía.

Ciertamente, a veces se asoció la Cruz de Magallanes a la imposición de la fe a los nativos filipinos en los inicios de la evangelización. Por eso,

Ya quedan pocos días para la celebración del 51º Congreso Eucarístico Internacional que tendrá lugar en Cebú, Filipinas, del 24 al 31 de enero de 2016. Los congresistas inscriptos son alrededor de 15.000, si bien en las ceremonias de apertura y clausura se estima una afluencia mucho mayor, seguramente superando el millón de asistentes.

Interior de la Capilla que conserva la Cruz de Magallanes. Las pinturas de la cúpula representan el Bautismo de Rajah Humabon, la Reina Juana y otros 400 filipinos.

Cristo Eucaristía, esperanza de la gloria

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en este momento es signo de purifi-cación y conversión en nuestro cami-no misionero. Es la Cruz la que nos ilumina para avanzar en la senda de la nueva evangelización, cimentada en la alegría del Evangelio y el com-promiso de ser testigos con nuestras propias vidas.

Los lugares de encuentroDado que la ciudad de Cebú no con-taba con un edificio adecuado para acoger a una cantidad tan grande de personas, fue necesario adaptar el an-tiguo Seminario Diocesano, que no se utiliza en la actualidad. Se llegó a un acuerdo para que una empresa rea-lice esta adecuación edilicia y, tras el Congreso, sea ella la propietaria del nuevo Centro de Convenciones para recuperar el dinero invertido. Se es-tima que el costo ha sido de 10 millo-nes de euros.

Además de este pabellón princi-pal, una universidad privada (Cebu Doctors’ University) acogerá el sim-posio teológico previo al Congreso. Cuenta con un Auditorio para 1.800 personas sentadas y ocho aulas más, estilo anfiteatro, con capacidad entre 100 y 200 personas.

El Hotel Waterfront, que se en-cuentra a 20 minutos del Centro de Convenciones, alojará a los ponentes

y autoridades y sus dos vestíbulos principales, para 2.000-3.000 perso-nas, servirán para algunas sesiones.

La Misa de apertura tendrá lugar en la Plaza Independencia, en el cen-tro de Cebú, y el estadio Cebu City Sports Center acogerá la Misa en la cual 5.000 niños recibirán la primera Comunión.

Más de 5.000 voluntarios colabo-ran en la preparación y organización del Congreso y unas 600 familias han ofrecido sus casa para acoger a los pe-regrinos que más lo necesiten.

El Congreso contará con la pre-sencia de 20 cardenales, 50 obispos de otros países y, al menos, 100 obis-pos filipinos que se reúnen para la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal en enero de 2016 .

El programaCada día comenzará con la oración de la mañana y, a continuación, se ten-drá la catequesis sobre diversos temas entre los que destacan la «Eucaristía como celebración del misterio pas-cual» y «Eucaristía y el diálogo inter-cultural». También habrá un tiempo para los testimonios y la Misa, que se-rá la conclusión de la mañana.

Por la tarde diversos ponentes par-ticiparán en mesas redondas simultá-neas, en las que los asistentes podrán

hacer sugerencias y preguntas. Los te-mas abarcarán distintas temáticas. Así, por ejemplo, se abordará la Eucaris-tía como principio de unión entre los cristianos y la esperanza en un mun-do secularizado, entre otros.

La tarde del jueves 28 estará dedi-cada al Congreso Joven por lo que, al concluir la catequesis vespertina los participantes se trasladarán a la Plaza Independencia, donde tendrá lugar la Vigilia que durará hasta el amanecer.

La Misa de clausura tendrá lugar en la tarde del sábado 30, y el domin-go 31, por la mañana, el legado papal celebrará la Statio Orbis.

Actos culturales previosDesde el mes de noviembre Cebú ha acogido numerosos actos culturales, el último de los cuales: «El cuerpo místico de Cristo», tendrá lugar el 22 de enero. Está a cargo de la Universi-dad de San José (de los P. Agustinos Recoletos) y mostrará con música, danzas, canciones e imágenes, un via-je a través de las dimensiones de la Igle-sia purgante, triunfante y militante.

La Misa será el trasfondo de la re-presentación, que también mostrará las obras de misericordia corporales para profundizar en la dimensión mi-sionera de la Eucaristía.

Mónica M. Yuan Cordiviola, m.e.n.

Oración para el 51º Congreso Eucarístico Internacional

Señor Jesucristo, esperanza de la gloria,cumplimiento del designio del Padre para salvar a toda la humanidad,misterio escondido durante siglos y generaciones y manifestado ahora a nosotros;te reconocemos presente en la Iglesiay en el sacramento de la Eucaristía que nos dejaste como don admirable.Cuando celebramos la Santa Cena y comulgamos del Pan de la vida y del Cáliz de la salvación,reaviva la conciencia de tu presencia,que nos apremia a continuar tu misión salvadora en el mundo.Concédenos a todos, personas y comunidades,tender la mano a los hombres y mujeres de Asia y del resto del mundo,y comprometernos a comprender sus culturas y sus expresiones de fe.Tu presencia divina nos sostenga en nuestro caminar humilde con los pobres y los jóvenes,en comunión con María, a quien nos dejaste como Madre.Ella, Estrella de la Nueva Evangelización, presente al pie de la Cruz,que compartió tu sufrimiento y tu gloria,nos conduzca también a nosotros a la comunión contigo.

A ti, Señor Jesucristo, Pan de vida, todo honor, gloria y alabanzaen la unidad del Padre y del Espíritu Santo, Único Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

El logo del 51º Congreso EucarísticoInternacional

El sol, que en cada amanecer nos invita a un nuevo comienzo, simboliza nues-tra esperanza de la gloria. Es también un símbolo de Filipinas, ya que es el elemento más grande de su bandera. Los rayos son 7, al igual que los dones del Espíritu Santo.

El cáliz y el pan son un signo eminentemente eucarístico. El monograma IHS (Iesus Hominum Salvator) simboliza el Santo Nombre de Jesús. En su fun-dación Cebú fue denominada Villa del Santísimo Nombre de Jesús.

Las personas en la canoa, cada una de un color distinto, son signo de las virtudes que hicieron posible que el Evangelio arraigara en esta tierra:

l   la esperanza que florece incluso en las adversidades (verde)l   la fe a la que nos adherimos (azul)l   y la caridad que nos urge a la acción (rojo)El color del agua recuerda nuestro peregrinar hacia el Cielo, nuestra «Je-

rusalén celeste» (Hb 12,22).

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Vista exterior de la capilla que conserva la Cruz de Magallanes. Foto: Mike Gonzalez.

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ninguna de las cuales domina sobre las demás.

Llamados a ser pueblo de DiosSan Pedro le dice a la Iglesia primiti-va que en su búsqueda de sentido an-tes de encontrarse con el evangelio era «no pueblo». Pero a través de la escucha de la llamada a ser «raza ele-gida» de Dios y de recibir el poder de salvación de Dios en Jesucristo, se ha vuelto «pueblo de Dios». Esta realidad se expresa en el Bautismo, que es común a todos los cristianos, en el que renacemos del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5). En el Bau-tismo morimos al pecado para resu-citar con Cristo a una nueva vida de gracia en Dios. Constituye un desa-fío cotidiano mantenernos conscien-tes de esta nueva identidad que tene-mos en Cristo

Escuchando sus grandezasEl Bautismo nos abre a un nuevo y apasionante viaje de la fe uniendo a cada cristiano con el pueblo de Dios que peregrina a lo largo de los siglos. La palabra de Dios –las Escrituras que

los cristianos de todas las tradiciones rezan, estudian y meditan– es el fun-damento de una comunión real aun-que incompleta. En los textos sagra-dos que compartimos oímos acerca de las grandezas de Dios en la histo-ria de la salvación, sacando a su pue-blo de la esclavitud; y de la gran obra de Dios: la resurrección de Jesús de la muerte que inauguró una nueva vi-da para todos nosotros. Más aún, la lectura orante de la Biblia lleva a los cristianos a reconocer las grandezas de Dios en sus propias vidas.

Respuesta y proclamaciónDios nos ha elegido pero no como si esto fuera un privilegio. Nos ha hecho santos, pero no en el sentido de que los cristianos son más virtuosos que los demás. Nos ha elegido para llevar a cabo una misión. Somos santos en la medida en que estamos compro-metidos con la obra de Dios, que es siempre la de llevar su amor a todos los pueblos. Ser un pueblo sacerdotal significa estar al servicio del mundo. Los cristianos viven esta llamada bau-tismal y dan testimonio de las gran-

dezas de Dios de distintas maneras:Curando las heridas: Las guerras,

los conflictos y los abusos han heri-do la vida emocional y relacional de la gente de Letonia y de otros países. La gracia de Dios nos ayuda a pedir perdón por los obstáculos que impi-den la reconciliación y la sanación, de obtener misericordia y de crecer en santidad.

Buscando la verdad y la unidad: La conciencia de nuestra identidad común en Cristo nos empuja a traba-jar para superar las cosas que aún nos dividen como cristianos. Como los discípulos de Emaús, estamos llama-dos a compartir nuestra experiencia para poder descubrir que en nuestra común peregrinación Jesucristo está en medio de nosotros.

Un compromiso activo a favor de la dignidad humana: Los cristianos que han sido sacados de las tinieblas a su luz maravillosa reconocen la enorme dignidad de toda vida hu-mana. A través de proyectos sociales y caritativos nos acercamos a los po-bres, los necesitados, los adictos y los marginados.

Tema para cada díaDía 1: Removió la piedra que cerraba

la entradaDía 2: Llamados a ser mensajeros de

alegría Día 3: El testimonio de la comuniónDía 4: Un pueblo sacerdotal destina-

do a proclamar el EvangelioDía 5: La comunión de los apóstolesDía 6: Escuchen lo que he soñadoDía 7: Hospitalidad para orarDía 8: Corazones que arden por la

unidad

En el hemisferio norte la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. En el hemisferio sur, donde el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano, las Iglesias frecuentemente adoptan otras fechas para celebrar la Semana de Oración, por ejemplo en torno a Pentecostés, que representa también otra fecha significativa para la unidad de la Iglesia.

T odos los años, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos junto con la Comisión Fe y Cons-titución del Consejo Mundial de Iglesias elabora unos textos

para que todas las comunidades cristianas se unan en la oración. Para esta ocasión, la cita bíblica escogida es: «Pero ustedes son raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su po-sesión, destinado a proclamar las grandezas de quien los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Ustedes, que antes eran no pue-blo, son ahora pueblo de Dios; ustedes, que no eran amados, son ahora objeto de su amor» (1 Pe 2, 9-10).

Pero no solo es posible orar en comunidad, sino que todas las personas que desean orar en privado encontrarán en los textos propuestos una ayuda para focalizar las intenciones por las que rezan y , así, sentirse en comunión con otros que en todo el mun-do oran por una mayor unidad visible de la Iglesia de Cristo.

Un país que acoge a todosLos materiales para la oración de este año fueron elaborados por miembros de diferentes Iglesias de Letonia, cuya pila bautismal más antigua data de los tiempos del gran evangelizador san Mei-nardo. Originalmente se encontraba en la catedral de Ikšķile. Hoy se encuentra en el mismo centro de la catedral luterana de la ca-pital del país, Riga. La ubicación de la pila, tan cerca del púlpito ornamentado de la catedral, expresa elocuentemente la relación entre Bautismo y proclamación, y la vocación que comparten to-dos los bautizados de proclamar las grandezas del Señor. Esta vo-cación constituye el tema de la Semana de Oración por la Uni-dad de los Cristianos 2016.

A lo largo de los siglos la tierra de Letonia ha sido un campo de batalla para muchas potencias nacionales y confesionales. Los cambios en el poder político en distintas partes del país se veían frecuentemente reflejados en cambios en la afiliación confesio-nal de sus gentes. En la actualidad, Letonia es un cruce de cami-nos en el que regiones católicas romanas, protestantes y ortodo-xas se encuentran. A causa de esta peculiar ubicación, Letonia se ha vuelto la casa de muchos cristianos de diferentes tradiciones,

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Destinados a proclamar las grandezas del Señor

Pila bautismal y Catedral luterana de San Pedro (Riga, Letonia). Foto: Diego Delso.

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P or tanto, no perdamos la espe-ranza de que 2016 nos encuen-tre a todos firme y confiadamen-

te comprometidos en realizar la jus-ticia y trabajar por la paz en los diver-sos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llama-dos a llevarlo a la práctica.

Razones de la esperanzaLas guerras y los atentados terroris-tas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las perse-cuciones por motivos étnicos o reli-giosos, las prevaricaciones, han mar-cado de hecho el año pasado, de prin-cipio a fin, multiplicándose dolorosa-mente en muchas regiones del mun-do, hasta asumir las formas de la que podría llamar una «tercera guerra mundial en fases». Pero algunos acon-tecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a reno-var la exhortación a no perder la es-peranza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la in-diferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capaci-dad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la in-diferencia ante las situaciones críticas.

El año 2015 ha sido también espe-cial para la Iglesia, al haberse celebra-

do el 50º aniversario de la publicación de dos documentos del Concilio Va-ticano II que expresan de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo. El papa Juan XXIII, al inicio del Concilio, quiso abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que fuese más abierta la comunicación entre ella y el mundo. Los dos documentos Nostra aetate y Gaudium et spes son expresiones em-blemáticas de la nueva relación de diá-logo, solidaridad y acompañamiento que la Iglesia pretendía introducir en la humanidad. En la Declaración Nos-tra aetate, la Iglesia ha sido llamada a abrirse al diálogo con las expresiones religiosas no cristianas. En la Consti-tución pastoral Gaudium et spes, des-de el momento que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angus-tias de los hombres de nuestro tiem-po, sobre todo de los pobres y de cuan-tos sufren, son a la vez gozos y espe-ranzas, tristezas y angustias de los dis-cípulos de Cristo» (n. 1), la Iglesia deseaba instaurar un diálogo con la familia humana sobre los problemas del mundo, como signo de solidari-dad y de respetuoso afecto (cf. n. 3).

En esta misma perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo in-vitar a la Iglesia a rezar y trabajar pa-ra que todo cristiano pueda desarro-llar un corazón humilde y compasi-vo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de «perdonar y de dar», de abrirse «a cuantos viven en las más

contradictorias periferias existencia-les, que con frecuencia el mundo mo-derno dramáticamente crea», sin caer «en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye» (MV 14-15).

Hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que ac-túa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia inter-conexión e interdependencia, preo-cupándose por los miembros más frá-giles y la protección del bien común. Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vi-da común. La dignidad y las relacio-nes interpersonales nos constituyen como seres humanos, queridos por Dios a su imagen y semejanza. Como creaturas dotadas de inalienable dig-nidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsa-bilidad y con los cuales actuamos en solidaridad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Precisa-mente por eso, la indiferencia repre-senta una amenaza para la familia hu-mana. Mientras nos encaminamos ha-cia un nuevo año, deseo invitar a to-dos a reconocer este hecho, para ven-cer la indiferencia y conquistar la paz.

Formas de indiferenciaEs cierto que la actitud del indiferen-te, de quien cierra el corazón para no

tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade pa-ra no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presen-te en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha su-perado decididamente el ámbito in-dividual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la «globalización de la indiferencia».

La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferen-cia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante la creación. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y ni-hilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; bus-ca no solo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y preten-de tener solo derechos (cf. CV 43). Contra esta autocomprensión erró-nea de la persona, Benedicto XVI re-cordaba que ni el hombre ni su desa-rrollo son capaces de darse su signifi-cado último por sí mismo (cf. CV 16); y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que «no hay, pues, más que un humanismo verdadero, que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea ver-dadera de la vida humana» (CV 42).

La indiferencia ante el prójimo asu-me diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de tele-visión, pero lo hace de manera frívo-la, casi por mera costumbre: estas per-

sonas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Des-graciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, pro-pias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sen-tido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativi-za la gravedad de los problemas. «Al-gunos simplemente se regodean cul-pando a los pobres y a los países po-bres de sus propios males, con indebi-das generalizaciones, y pretenden en-contrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Es-to se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e institucio-nes–, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes» (EG 60).

La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especial-mente la más lejana. Algunas perso-nas prefieren no buscar, no informar-se y viven su bienestar y su comodi-dad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin dar-nos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos in-teresa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete (EG 54)...

Al vivir en una casa común, no po-demos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intenta-do hacer en la Laudato si’. La conta-minación de las aguas y del aire, la ex-plotación indiscriminada de los bos-ques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto de los demás, por-que todo está relacionado. Como tam-bién el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus re-laciones con los demás (cf. LS 92), por no hablar de quien se permite ha-cer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa (cf. LS 51). En estos y en otros casos, la indiferen-cia provoca sobre todo cerrazón y dis-tanciamiento, y termina de este mo-do contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.

La indiferencia globalizadaLa indiferencia ante Dios supera la esfera íntima y espiritual de cada per-sona y alcanza la esfera pública y so-cial. Como afirmaba Benedicto XVI,

Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y los Responsables de las religiones.

Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz

La indiferencia representa una verdadera amenaza para la familia humana

«Mirando al horizonte».Iker Cortabarria (2009).

CONQUISTA LA PAZVence laindiferencia y

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«existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra». En efecto, «sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz»(Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado an-te la Santa Sede, 7/1/2013)...

En el plano individual y comuni-tario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asu-me el aspecto de inercia y despreocu-pación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave de-sequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en to-do caso, generar un clima de insatis-facción que corre el riesgo de termi-nar, antes o después, en violencia e inseguridad.

En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la so-ciedad, al bien común, de modo par-ticular a la paz, que es uno de los bie-nes más preciosos de la humanidad (cf. EG 217-237).

Cuando afecta al plano institucio-nal, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos funda-mentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justi-fica, actuaciones y políticas que ter-minan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia pue-de llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, pre-monitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hom-bres tengan como objetivo conquis-tar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los dere-chos y las exigencias fundamentales

de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos ele-mentales, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a conseguirlos por la fuerza.

Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambien-te de vida, forzándolas a la precarie-dad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de in-justicia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social. ¿Cuántas guerras ha ha-bido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para sa-tisfacer a la insaciable demanda de re-cursos naturales? (cf. LS 31, 48).

La conversión del corazónHace un año, en el Mensaje para la Jor-nada Mundial de la Paz «No más es-clavos, sino hermanos», me referí al primer icono bíblico de la fraternidad humana, la de Caín y Abel (cf. Gn 4,1-16), y lo hice para llamar la atención sobre el modo en que fue traiciona-da esta primera fraternidad. Caín y Abel son hermanos. Provienen los dos del mismo vientre, son iguales en dignidad, y creados a imagen y seme-janza de Dios; pero su fraternidad creacional se rompe. «Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia, cometiendo el pri-mer fratricidio» (n. 2). El fratricidio se convierte en paradigma de la trai-ción, y el rechazo por parte de Caín a la fraternidad de Abel es la primera ruptura de las relaciones de herman-dad, solidaridad y respeto mutuo.

Dios interviene entonces para lla-mar al hombre a la responsabilidad ante su semejante, como hizo con Adán y Eva, los primeros padres, cuan-do rompieron la comunión con el Creador. «El Señor dijo a Caín: “¿Dón-de está Abel, tu hermano?”. Respon-dió Caín: “No sé; ¿soy yo el guardián

de mi hermano?”. El Señor le replicó: “¿Qué has hecho? La sangre de tu her-mano me está gritando desde el sue-lo”» (Gn 4,9-10).

Caín dice que no sabe lo que le ha sucedido a su hermano, dice que no es su guardián. No se siente respon-sable de su vida, de su suerte. No se siente implicado. Es indiferente ante su hermano, a pesar de que ambos es-tén unidos por el mismo origen. ¡Qué tristeza! ¡Qué drama fraterno, fami-liar, humano! Esta es la primera ma-nifestación de la indiferencia entre hermanos. En cambio, Dios no es in-diferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, Dios se revela desde el inicio de la huma-nidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre. Cuando más tarde los hijos de Israel están bajo la esclavitud en Egipto, Dios interviene nuevamente. Dice a Moisés: «He vis-to la opresión de mi pueblo en Egip-to y he oído sus quejas contra los opre-sores; conozco sus sufrimientos. He bajado a liberarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). Es importante destacar los verbos que describen la intervención de Dios: Él ve, oye, conoce, baja, libera. Dios no es indiferente. Está atento y actúa.

Del mismo modo, Dios, en su Hi-jo Jesús, ha bajado entre los hombres,

se ha encarnado y se ha mostrado so-lidario con la Humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identi-ficaba con la humanidad: «el primo-génito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocu-paba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta (cf. Mc 6,34-44) o desocupada (cf. Mt 20,3). Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Cierta-mente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesi-dad. No solo, sino que se deja con-mover y llora (cf. Jn 11,33-44). Y ac-túa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte.

Jesús nos enseña a ser misericor-diosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesi-dad de los semejantes: «lo vio y pa-só de largo» (cf. Lc 6,31.32). De la misma manera, mediante este ejem-plo, invita a sus oyentes, y en particu-lar a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de es-te mundo para aliviarlos, ante las he-ridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando

por el propio tiempo, a pesar de tan-tas ocupaciones. En efecto, la indife-rencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos ritua-les, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos ale-jan los unos de los otros, los prejui-cios de todo tipo que nos impiden ha-cernos prójimo.

La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el co-razón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que late fuerte allí donde la dignidad humana –re-flejo del rostro de Dios en sus criatu-ras– esté en juego. Jesús nos advier-te: el amor a los demás –los extranje-ros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos– es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno. No es de extrañar que el apóstol Pa-blo invite a los cristianos de Roma a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran (cf. Rm 12,15), o que aconseje a los de Corinto orga-nizar colectas como signo de solida-ridad con los miembros de la Iglesia que sufren (cf. 1 Co 16,2-3). Y san Juan escribe: «Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en ne-cesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17; cf. St 2,15-16).

Por eso «es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmi-tir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Igle-sia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediado-ra ante los hombres. Por tanto, don-de la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Pa-dre. En nuestras parroquias, en las co-

munidades, en las asociaciones y mo-vimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de miseri-cordia» (MV 12).

También nosotros estamos llama-dos a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nues-tro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nues-tras relaciones de los unos con los otros (cf. MV 13). Esto pide la con-versión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36,26), capaz de abrirse a los otros con auténtica solidaridad. Esta es mu-cho más que un «sentimiento super-ficial por los males de tantas perso-nas, cercanas o lejanas» (SRS 38). La solidaridad «es la determinación fir-me y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (SRS 38), porque la com-pasión surge de la fraternidad.

Así entendida, la solidaridad cons-tituye la actitud moral y social que mejor responde a la toma de concien-cia de las heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia que aumenta cada vez más, especial-mente en un mundo globalizado, en-tre la vida de la persona y de su comu-nidad en un determinado lugar, así como la de los demás hombres y mu-jeres del resto del mundo (cf. SRS 38).

La cultura de la solidaridadLa solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de to-dos aquellos que tienen responsabi-lidades educativas y formativas.

«Caín y Abel» (1084).Catedral de Salerno (Italia).

Existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra

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En primer lugar me dirijo a las fa-milias, llamadas a una misión educa-tiva primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la con-vivencia y del compartir, de la aten-ción y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.

Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juve-nil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsa-bilidad tiene que ver con las dimen-siones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la liber-tad, del respeto recíproco y de la soli-daridad se transmiten desde la más tierna infancia. Dirigiéndose a los res-ponsables de las instituciones que tie-nen responsabilidades educativas, Be-nedicto XVI afirmaba: «Que todo am-biente educativo sea un lugar de aper-tura al otro y a lo transcendente; lu-gar de diálogo, de cohesión y de escu-cha, en el que el joven se sienta valo-rado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el pró-jimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna»(Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2012, 2).

Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comu-nicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especial-

mente en la sociedad contemporá-nea, en la que el acceso a los instru-mentos de formación y de comuni-cación está cada vez más extendido. Su cometido es sobre todo el de po-nerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares. En efecto, los medios de comunicación «no solo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación no-table a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los la-zos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la edu-cación se produce mediante la comu-nicación, que influye positiva o nega-tivamente en la formación de la per-sona» (cf. íd.). Quienes se ocupan de la cultura y los medios deberían tam-bién vigilar para que el modo en el que se obtienen y se difunden las in-formaciones sea siempre jurídicamen-te y moralmente lícito.

La paz es el frutoConscientes de la amenaza de la glo-balización de la indiferencia, no po-demos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la soli-daridad de las que el hombre es capaz.

Quisiera recordar algunos ejem-plos de actuaciones loables, que de-muestran cómo cada uno puede ven-cer la indiferencia si no aparta la mi-rada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana.

Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritati-vas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epi-demias, calamidades o conflictos ar-mados, afrontan fatigas y peligros pa-ra cuidar a los heridos y enfermos, co-mo también para enterrar a los difun-tos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atravie-

san desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vi-da. Estas acciones son obras de mise-ricordia, corporales y espirituales, so-bre las que seremos juzgados al tér-mino de nuestra vida.

Me dirijo también a los periodis-tas y fotógrafos que informan a la opi-nión pública sobre las situaciones di-fíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aque-llos que viven en condiciones de ma-yor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misio-neros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y di-ficultades, de modo particular duran-te los conflictos armados.

Además, numerosas familias, en medio de tantas dificultades labora-les y sociales, se esfuerzan concreta-mente en educar a sus hijos contra-corriente, con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la com-pasión y la fraternidad. Muchas fami-lias abren sus corazones y sus casas a quien tiene necesidad, como los re-fugiados y los emigrantes. Deseo agra-decer particularmente a todas las per-sonas, las familias, las parroquias, las comunidades religiosas, los monas-terios y los santuarios, que han res-pondido rápidamente a mi llamamien-to a acoger una familia de refugiados (cf. Ángelus, 6/9/2015).

Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar pro-yectos de solidaridad, y a todos aque-llos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciuda-des, en su país o en otras regiones del mundo. Quiero agradecer y animar a todos aquellos que trabajan en accio-nes de este tipo, aunque no se les dé publicidad: su hambre y sed de justi-cia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y, como

trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios (cf. Mt 5,6-9).

Jubileo de la MisericordiaEn el espíritu del Jubileo de la Mise-ricordia, cada uno está llamado a re-conocer cómo se manifiesta la indi-ferencia en la propia vida, y a adop-tar un compromiso concreto para con-tribuir a mejorar la realidad donde vi-ve, a partir de la propia familia, de su vecindario o el ambiente de trabajo.

Los Estados están llamados tam-bién a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los en-carcelados, los emigrantes, los desem-pleados y los enfermos.

Por lo que se refiere a los deteni-dos, en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención espe-cial para quienes están detenidos en espera de juicio, teniendo en cuenta la finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacio-nales penas alternativas a la prisión. En este contexto, deseo renovar el lla-mamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí don-de está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía.

Respecto a los emigrantes, quisie-ra dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre los emigrantes, pa-ra que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el respeto de los recí-procos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la integración de los emigrantes. En esta perspectiva, se debería prestar una atención especial a las condiciones de residencia de los emigrantes, recordando que la clan-destinidad corre el riesgo de arrastrar-les a la criminalidad.

Deseo, además, en este Año jubi-lar, formular un llamamiento urgen-te a los responsables de los Estados para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas

que sufren por la falta de trabajo, tie-rra y techo. Pienso en la creación de puestos de trabajo digno para afron-tar la herida social de la desocupa-ción, que afecta a un gran número de familias y de jóvenes y tiene conse-cuencias gravísimas sobre toda la so-ciedad. La falta de trabajo incide gra-vemente en el sentido de dignidad y en la esperanza, y puede ser compen-sada solo parcialmente por los subsi-dios, si bien necesarios, destinados a los desempleados y a sus familias. Una atención especial debería ser dedica-da a las mujeres –desgraciadamente todavía discriminadas en el campo del trabajo– y a algunas categorías de trabajadores, cuyas condiciones son precarias o peligrosas y cuyas retribu-ciones no son adecuadas a la impor-tancia de su misión social.

Por último, quisiera invitar a rea-lizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los enfer-mos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los me-dicamentos indispensables para la vi-da, incluida la posibilidad de atención domiciliaria.

Los responsables de los Estados, dirigiendo la mirada más allá de las propias fronteras, también están lla-mados e invitados a renovar sus rela-ciones con otros pueblos, permitien-do a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comuni-dad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones.

En esta perspectiva, deseo dirigir un triple llamamiento para que se evi-te arrastrar a otros pueblos a conflic-tos o guerras que destruyen no solo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también –y por mucho tiempo– la integridad moral y espiri-tual; para abolir o gestionar de mane-ra sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para adop-tar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de al-gunas ideologías, sean respetuosas de

los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudi-quen el derecho fundamental e ina-lienable de los niños por nacer.

Confío estas reflexiones, junto con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromi-so cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario.

Vaticano, 8 de diciembre de 2015Francisco

Dios se revela desde la Creación como Aquel

que se interesa porla suerte del hombre

Praça do Papa, Belo Horizonte,Minas Gerais. Foto: Leandro Vinagre.

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L a importancia que don Manuel daba a la liturgia le lleva a publi-car en 1932 –recién proclamada

la República en España– su obra di-vulgativa Arte y liturgia, donde se po-ne de manifiesto la mutua relación que existe entre ambos; si bien, que-da, pedagógicamente, muy clara la de-pendencia del primero sobre la se-gunda: «El arte en la Iglesia es un ac-cidente, no una substancia; es un me-dio, no un fin. No se hacen las iglesias para atiborrarlas de objetos artísticos que atraigan amateurs y turistas que las curioseen y admiren. Las iglesias se edifican para homenaje a Dios y servicio espiritual de los fieles; todo en ellas, pues, debe estar subordina-do a ese fin» (OO.CC. III, n. 5140), Ridiculiza con tino y gracejo lo que llama «el arte-yedra» (OO.CC. III, n. 5189), que comienza por tapar el muro con el pretexto de decorarlo, continúa ocultándolo y acaba por de-molerlo. Es un ejemplo sublime de pedagogía que hemos de recuperar.

Reclama, en esta obra que de-

beríamos releer, la auténtica simbólica

para el arte cristiano; por ejemplo, cuando pro-

pone recuperar la represen-tación de la Cruz con la serpien-

te, las letras Α y Ω, el Pez, el Corde-ro en la Cruz, a Cristo mostrando su realeza desde el madero, etc.

Es sumamente interesante con-templar cómo sus enseñanzas rezu-man de profundidad y de sentido de lo sagrado. Postula un altar reserva-do «solo para el Santo Sacrificio, cuan-do se ve que el mismo Sagrario de es-tas primitivas iglesias no descansa so-bre la mesa del Altar sino que, como la cruz, cuelga en forma de paloma» (OO.CC. III, n. 5150).

Es muy actual, por profunda e in-teresante, la relación con el pensa-miento y la obra de Antonio Gaudí, al que califica «amigo de la liturgia» (OO.CC. III, n. 5176). Los ejemplos de la obra gaudiana, como aquellos del padre Granda, podrían ser pro-puestos como referentes. Desde ellos se comprenden mucho mejor las pro-puestas de nuestro obispo.

El beato Manuel González se ade-lanta a la Ordenación General del Mi-sal Romano de Pablo VI en la teolo-gía de los polos celebrativos: sede,

ambón y Altar. Una propuesta pasto-ral y litúrgica que se hace desde una profunda Cristología: la sede recla-ma a Cristo Kyrios, Cabeza de la Igle-sia congregada, memoria de la segun-da venida del Rey; el ambón hace que resuene la voz de Cristo, el Profeta, el Maestro, la misma Palabra de Dios; y el altar –la mesa santa– hace presen-te al Cordero con la fuerza de su sa-crificio, de aquel que es también Sacer-dote que intercede por nosotros y nos concede el don del Espíritu.

Por falta de espacio, pero no de in-terés, no tocamos el tema de la cons-trucción de las iglesias o sus espacios celebrativos (la Cruz única, el orden y número de las imágenes, la impor-tancia de la capilla para el Sacramen-to, el Sagrario o Tabernáculo, el Bap-tisterio, etc.).

Así, confesando a Cristo como Sacerdote, Profeta y Rey, la Iglesia eri-ge en cada aula celebrativa un altar, un ambón y una sede. No se puede expresar mejor. Pero mejor hay que vivirlo y en esos tres polos celebrati-vos mejor hay que celebrar. Su des-cuido es uno de los lamentos de D. Manuel: «¡En qué abandono tan es-pantoso se ofrece sacrificado cada día Jesús! ¡El altar del Señor está despre-ciado!» (OO.CC. I, n. 158).

La centralidad del altar la expone siguiendo la doctrina del gran Padre

hispalense, san Isidoro (+636). Vin-culando la mesa santa con «el miste-rio de la cruz y el recuerdo de los már-tires». Es muy interesante, por pro-fundamente teológica, el lugar de la cruz en la celebración: «Colocada la Cruz o colgada del techo del balda-quino o sostenida al lado del Evange-lio por un Subdiácono revestido» OO.CC. III, n. 5150), superando con-ceptos afectados o devocionalistas que aún perviven para centrarse en la auténtica simbólica celebrativa.

Reclama, asimismo, la importan-cia de la sede. Se diría que está vién-donos celebrar hoy…

Son, estas, solo unas pinceladas. Una llamada de atención para provo-car la lectura directa y personal de las obras de l beato Manuel. La fe en Cris-to Jesús (lex credendi) ha llevado a su Iglesia a expresar en su oración plás-

tica –arquitectura y escultura– su es-piritual convicción.

No tiene miedo de hablar de de-vastación y ostentación cuando el ar-te está conducido por una «piedad desorientada o poco ilustrada» (OO.CC. III, n. 5171). Menciona proféti-camente las horrendas «edificaciones de cemento armado y las imágenes de cartón piedra» (id.). Afirma que esta concepción del arte como expresión de la belleza divina (via pulchritudi-nis) también ha de manifestarse en las vestiduras sagradas: «Las solemnes y vistosas casullas se trocaron en las ra-quíticas guitarras de nuestros días…, las dalmáticas… en recortados man-diles» OO.CC. III, n. 5165).

A modo de corolarioNo podemos agotar toda la riqueza litúrgica de este autor, al que solo nos

atrevemos a presentar ofreciendo apuntes. Tampoco él agota todo el universo litúrgico. Quedan en sus obras algunas lagunas que conviene rellenar y caminos por recorrer: el sentido de la asamblea celebrante o ekklesia y, en ella, la importancia de la Palabra bíblica proclamada. Son so-lo un par de ejemplos porque no po-demos sacar al autor de su época, pe-ro podemos enriquecernos con su profundidad y seguir recorriendo un camino que abra puertas.

Además, junto con la liturgia, fuen-te y cumbre de la vida cristiana, D. Ma-nuel mostró que no se puede olvidar en la nueva evangelización el papel, nada desdeñable, de los ejercicios pia-dosos que –con tantos sacramenta-les– pueden ser medios de santifica-ción de situaciones humanas y acica-te para el encuentro objetivo con Cris-

Ofrecemos el final de la ponencia sobre liturgia que tuvo lugar en el I Congreso Internacional Beato Manuel González, en Ávila. En esta ocasión, presentamos los dos últimos puntos: «El arte sagrado o Lex agendi» y el corolario final.

La liturgia, encuentro con Cristo

Desarrollo del temaSu espiritualidad litúrgica la intentaremos desarrollar –tras una introducción– en los siguientes puntos:Introducción

– A cincuenta años del Concilio Vaticano II (2015)– El Movimiento litúrgico en España

(Montserrat 1915)– Pléyade de santos

1. Espiritualidad litúrgica– Opus Trinitatis/liturgia terrena y liturgia celeste– Promoción de una educación litúrgica y fomento de

la vida espiritual– Actio liturgica

2. El misterio eucarístico (Calvario / Tabor)– Cristo como Kyrios –el Amo– y

Cordero–Hostia– La celebración y la concelebración– El culto a la Eucaristía

3. La sacramentalidad en la Iglesia– Participación activa en los sagrados misterios

4. El Oficio Divino o Liturgia de las Horas– Psallite sapienter– Música

5. El Año Litúrgico– El Cronocrator o el Amo del tiempo– El Corazón de Cristo: misericordia desgranada

6. El arte sagrado o Lex agendi– Gaudí, «amigo de la liturgia»– El arte-yedra– Polos celebrativos

7. Corolario– Las consecuencias: Lex vivendi o «apertura

de puertas»– Caminos por recorrer: La ekklesia y la Palabra– Per Matrem Inmaculatam in Ecclesia Catholica

Apuntes sobre Espiritualidad litúrgicaen el beato Manuel González García (V)

Jesús como Cordero en la Cruz es una de las imágenes que el beato Manuel propone recuperar. Detalle de la vidriera de la Iglesia de Todos los Santos (St. Peters, Missouri). Foto: Nheyob.

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to en las celebraciones litúrgicas. Las plurales manifestaciones de la piedad popular constituyen un aspecto im-portante en la nueva evangelización.

Leer a comienzos del siglo XXI al beato Manuel nos lleva a valorar el ca-mino emprendido por el Movimien-to Litúrgico, que desembocó en la Constitución Conciliar sobre la Sa-grada Liturgia. Hoy, esa lectura habría que hacerla desde la comprensión de la acción de Dios mediante una ade-cuada mistagogía: que no consiste en un conjunto de elementos pedagógi-cos, porque ni siquiera ella misma es un instrumento de pedagogía religio-sa. Más bien, es la misma acción litúr-gica (sacramentos, sacramentales y Oficio Divino) en cuanto celebración y presencia del misterio en los signos y las palabras rituales de la Iglesia, y en todos los demás elementos que in-tervienen en la liturgia, desde el ca-lendario, la asamblea y sus ministros hasta la ambientación, el canto y los objetos sagrados. La mistagogía vie-ne a ser, en la práctica, el modo ple-no de celebrar la liturgia para que es-ta sea efectivamente una comunión con el Padre en Jesucristo por la ac-ción del Espíritu Santo (cf. CIC 1127; 1153-1155). Tiempo y lugar son las dos coordenadas en las que transcu-rre la existencia de los hombres.

Un gran logro –anhelado por D. Manuel– y un reto –para nosotros– es una participación activa, conscien-te y fructuosa en nuestras celebracio-nes, sin olvidar que la actio se hace pa-ra Dios y no para nosotros mismos. Se ha repetido hasta la saciedad: la li-turgia no es catequesis aunque toda celebración debe ser catequética. Con-viene recordar que cuanto más hace-mos una liturgia para nosotros mis-

mos, tanto menos atractiva resulta, porque todos perciben claramente que se ha perdido lo esencial («Los pastores deben procurar que el sen-tido del misterio penetre en las con-ciencias, redescubriendo y practican-do el arte mistagógico»; Spiritus et Sponsa, 12). Es necesaria, pues, nos pide el beato, una profundización, una inmersión espiritual que permita pa-sar del signo al significado. La vida es-piritual se deteriora cuando se debi-lita la conciencia de algunos valores esenciales de la misma liturgia.

Hoy, como ya se hizo en la anti-güedad cristiana, necesitamos una ca-tequesis y una reflexión teológica que parta de la misma celebración, de sus textos y gestos. Por ello, después de leer a don Manuel, invito a acercar-nos a la actio litúrgica desde una pers-pectiva mistagógica en la Iglesia y con el ejemplo de la Madre: Per Matrem Inmaculatam in Ecclesia Catholica.

Acabamos, como acaba el día li-túrgico o la hora de nona del sábado al finalizar la semana, con la Madre. «He ahí a tu Madre». Esta es, recuer-da el beato, «la palabra más grande, solemne y generosa del Corazón de Jesús en el Evangelio después de “Es-te es mi Cuerpo”» (OO.CC. II, n. 2739). María, a la que gusta de deno-minar siempre la Inmaculada, en la más señera tradición española, es con-templada como «la gran intercesora de ayer en el Evangelio, hoy en el Sa-grario y siempre en el eternidad». Nos unimos al bienaventurado fun-dador de esta Obra en la acción de gracias pues «a Ella debo el Verbo encarnado y Jesús sacramentado… ¡Gracias, gracias, Madre Inmaculada a quien deben los hijos de la tierra te-ner al Hijo del cielo hecho su pan de cada día!» (OO.CC. I, n. 1301).

Si admitimos que el auténtico ce-lebrante es el Christus Totus, la Cabe-za y el Cuerpo eclesial, una recta teo-logía de las acciones litúrgicas no po-drá dejar de lado la visión total de la Iglesia: la celestial y la peregrina visi-

ble o invisible (cf. SC 8; LG 50). Con María, la Madre, la toda santa, nos uni-mos a los ángeles y a los santos de to-das las épocas que están delante del Trono y del Cordero de donde mana el río de agua viva (Ap 22,1; CEC 1137). Esto, a la vez y de alguna manera, re-lativiza la acción sacramental, que per-tenece al tiempo de la Iglesia peregri-na. De hecho, en la concreta acción ce-lebrativa ya pregustamos en pignus gloriae futurae los dones reservados pa-ra la Jerusalén del cielo. Por la partici-pación en nuestras ekklesías, nos diri-gimos hacia ella como peregrinos, allá donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero.

Este aspecto lo expresó de mane-ra notable la Instrucción pastoral del Episcopado Español a los cuarenta años de la clausura del Concilio: «La litur-gia, en cuanto es obra de Cristo y ac-ción de su Iglesia, realiza y manifies-ta su misterio como signo visible de la comunión entre Dios y los hom-bres, introduciendo a los fieles en la Vida nueva de la comunidad… La Iglesia será llevada a su plenitud al fi-nal de los tiempos, cuando el género humano, juntamente con el universo entero, será renovado» (cf. nn. 40.41, Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Con-cilio Vaticano II. Instrucción pastoral de la LXXXVI Asamblea Plenaria de la CEE, 17).

La Parusía o Presencia activa del Cristo glorioso, no se sitúa únicamen-te al final de la historia: entonces se-rá revelación plena (Apocalipsis), su «manifestación» (Col 3,4). Pero tam-bién, en nuestro hoy, «el Señor vie-ne» en los misterios de su economía, que la Iglesia actualiza a lo largo del año sacramental. La Liturgia es un modo por el que Cristo, en el tiempo presente que media entre Pentecos-tés y la Parusía, comunica la plenitud de su vida divina a los hombres, re-produce en ellos su Misterio y los atrae hacia él mismo .

Animados por este breve recorri-do en lo que podrían ser apuntes pa-ra rastrear una espiritualidad litúrgi-ca en Manuel González García, ha-bría que pedir para nosotros «una profundización cada vez más intensa en la liturgia de la Iglesia, celebrada según los libros vigentes y vivida, so-bre todo, como un hecho de orden espiritual» (VQA 14). Desde ahí, y con la fortaleza del Espíritu, se nos llama a evangelizar para la renovación personal, eclesial y de todo el mundo (cf. Mt 28,18; Mc 16,15).

Per Matrem: Por ella, con ella… como Madre sacerdotal que interce-de en la única intercesión de su Hijo, el Sacerdote eterno (pro eis). Aquí, en este acento cultual (per… pro) es in-teresante recordar que María entró en el culto litúrgico por un motivo dis-tinto que los demás santos: aparece en la liturgia al celebrar a Cristo. No se podía celebrar la Encarnación sin que estuviera presente aquella en la cual se había encarnado. Es lo que ex-

presaba nuestra venerable y antigua fiesta del 18 de diciembre. Lo mismo se tiene que decir del nacimiento, de la presentación en el templo, etc. Ofe-rente se la contempla de pie junto a la Cruz del Hijo (Calvario), asociada a la Pascua como primer fruto de la Redención (Sión), modelo de nues-tra escucha y contemplación (Tabor), etc. Ella es la Mujer asociada a la ac-ción de Dios en favor de los hombres y, consecuentemente, celebrada en la vida de la comunidad creyente (in Ec-clesia Catholica) como Hija de Sión , como fruto pascual del Espíritu.

«Durante el tiempo de Adviento la liturgia recuerda frecuentemente a la santísima Virgen –aparte de la so-lemnidad del día 8 de diciembre, en que se celebra conjuntamente la In-maculada concepción de María, la preparación radical (cf. Is 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz co-mienzo de la Iglesia sin mancha ni arruga–, sobre todo en los días feria-les desde el 17 al 24 de diciembre y,

más concretamente, el domingo an-terior a la Navidad, en que hace reso-nar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al na-cimiento inminente de Cristo y del Precursor.

De este modo, los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Advien-to, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo (cf. Prefacio II de Adviento), se sen-tirán animados a tomarla como mo-delo y a prepararse, vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene.

Este período, como han observa-do los especialistas en Liturgia, debe ser considerado como un tiempo par-ticularmente apto para el culto a la Madre del Señor: orientación que confirmamos y deseamos ver acogi-da y seguida en todas partes» (Ma-rialis cultus, 4).

Manuel Glez. López-Corps. Pbro.

Cuanto más hacemos la liturgia

para nosotros mismos, menos atractiva resulta

«Pantocrator». Ábside de Sant Climent de Taüll. S. XII. Museo Nacional de Arte de Cataluña. Barcelona (España).

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«Las ideas es menester entenderlas a fondo para amarlas;las personas, cuando son buenas,

basta conocerlas un poco para quererlas» (Cartilla del catequista cabal, p. 24)

Partícula para Eucaristizarnos

«E l bien de la humanidad debe consistir en que ca-da uno goce al máximo de la felicidad que pue-da, sin disminuir la felicidad de los demás» (Al-

dous Huxley). De otra manera, también se dice que ser buena persona significa hacer lo que sea por brillar uno mismo, haciendo que los demás también brillen. No po-demos olvidar que formamos parte de un Ser más gran-de que brilla si todas sus células brillan, y que la única manera de brillar plenamente es eliminando las zonas oscuras. Fomentar las zonas oscuras y las de los demás no nos hace buenas personas (cf. hazlodiferente.com).

Es indudable que todos queremos ser buenos, es un deseo que llevamos en nuestro corazón, una disposición de nuestra naturaleza. «La Palabra de Dios reafirma la bondad originaria del hombre» (Verbum Domini, 85). Pero aunque sea un don que todos tenemos, no todos lo desarrollamos de la misma manera; unos lo potencian más y hacen que se manifieste en su vida diaria, y otros lo ocultan y parece que nacieron sin ella. A pesar de es-to, hemos de tomar conciencia de que siempre está den-tro de cada persona.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que, una de las veces en que san Pedro habló por primera vez de Jesús, dijo que «pasó la vida haciendo el bien, por-que Dios estaba con Él» (10,38). Esto muestra que, cuando el apóstol se encontró con Jesús y conoció su forma de vivir, se dio cuenta que había conocido a un hombre bueno de verdad, un hombre que con su vida enseñaba quién era Dios.

En una ocasión en que los fariseos, que estaban al acecho de lo que Jesús iba a hacer, para poder acusarle, les dijo ante un enfermo que se presentó en sábado pa-ra que lo curará: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla» (Lc 6,9).

Jesús quiere decir que lo importante en la vida no es tener éxito en todo, ni poseer muchos conocimientos, ni ser una persona significativa; no, lo importante es lo que hayamos sabido dar a los demás, es hacer el bien. Dios nos ha hecho para ser buenas personas: ayudar, sembrar serenidad, dejar paz, dar alegría.

La persona bondadosa es desinteresada, no espera que le paguen, le agradezcan o le gratifiquen por las obras buenas que realiza, porque procura hacer las cosas por ayudar, no por quedar bien, prefiere pasar desapercibi-da. No hace propaganda de la bondad que posee, por-que entonces perdería su naturaleza y calidad. «El cris-tiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bon-dad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres» (papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2015).

Debemos dejar de creer que hacer el bien y servir a los demás es algo que va contra nuestra forma de ser y solo lo lograremos con mucho esfuerzo, porque también sabemos y hemos experimentado alguna vez, que hacer el bien es lo que nos lleva a ser personas felices de ver-dad. Por algo Jesús, que vino a enseñarnos un nuevo es-tilo de vivir, eligió esa manera de ser y actuar.

Por su solicitud y preocupación, el beato Manuel González «iba ganándose los corazones de sus sacerdo-tes. ¡Era tan bueno! Y conocía, a la vez que su corazón sentía, de día en día, más ganas de amar a sus sacerdotes palentinos.

Él había ganado los corazones de los sacerdotes y es-tos se lo habían ganado a él (…) Para que no faltara un pedazo de pan a sus queridos sacerdotes en los años de más carestía, no tuvo inconveniente en contraer grandes deudas» (cf. J. Campos Giles, El Obispo del Sagrario abandonado, 6ª ed., p. 428).

Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.

Enero 2016 Formación carismática

YDios actúa siempre desde la pa-ciencia y la misericordia. Dios nos elige para colaborar con Él

en el anuncio del Reino y, a pesar de nuestros fallos y mediocridades, Él es fiel y nos sigue acompañando. El mé-todo de Dios es el amor paciente, del que brota la audacia y la creatividad que lo hacen siempre encontradizo con el hombre.

En nuestras diversas actividades pastorales no es extraño oír quejas y desazones al descubrir la poca res-puesta de los destinatarios de nues-tra acción. En ocasiones pensamos que no sabemos hacerlo y nos entra un cierto sentimiento de culpa. Pe-ro, fijándonos en el hacer de Dios, tendríamos que salir de nosotros y confiar más en su gracia, que actúa a través nuestro, y ser conscientes de que el que atrae es Él, el que convier-te es Él, el que salva es Él. Estamos llamados a colaborar con Dios hacien-do de nuestro ser evangelizadores un canal de la gracia por el que el Señor atraiga a todos hacia sí.

El beato Manuel González en Car-tilla del catequista cabal nos recuer-da estas intuiciones constantemen-

te al indicarnos que hemos de inge-niárnoslas para buscar modos de ro-zar a los niños con Jesús. Don Ma-nuel sabía que el roce hace el cariño y que un catequista ha de procurar llevar al niño a Jesús confiando en que Él hará el resto.

El catequista que don Manuel quie-re es el catequista que conoce el po-der de Dios y el que ha experimenta-do que su presencia viva, operante y real en la Eucaristía puede transfor-mar los corazones. El contacto con Jesús nos cambia, este es su método, el roce hace el cariño, y su mirada de amor es lo único que nos transforma: «Para mí, más que la sabiduría de sus sermones y el brillo de sus milagros, lo que atraía y arrastraba a los niños en torno de Jesús eran sus miradas. Es cierto que presentarse Jesús en un pueblo y verse seguido y aclamado por todos los niños era una misma cosa ¡Cómo miraría Jesús a los ni-ños!» (p. 36).

Al modo de JesúsAsí pues, el catequista está llamado a imitar a Jesús y a atraer a los niños, jó-venes y adultos como Jesús los atraía. Un evangelizador no convence por sus palabras o por sus técnicas, sino que convence por su testimonio y so-bre todo por su amor. Don Manuel se pregunta ¿Cómo atraía Jesús? y contesta: «En una sola palabra se pue-de decir: amando» (p. 41).

Como catequistas que nos pre-guntamos cómo podemos atraer más y cómo podemos hacer más fructífe-ra nuestra acción evangelizadora, en-contramos también en el obispo del Sagrario abandonado algunas intui-ciones que, a la luz del modo de mi-rar y de amar de Jesús, nos sirven pa-ra amar más a cada persona.

En primer lugar hemos de orar mucho para que vengan los que Dios quiere que vengan y, sean pocos o mu-chos, hacer todo lo que está en nues-tra mano. En segundo lugar llaman-do, saliendo, no contentándonos di-ce el beato con «anuncio escrito en la puerta de la Iglesia» (p. 42), sino siendo creativos en nuestra convoca-toria. El tercer consejo es el de dar buen contenido, «buen género a los muchos o pocos que vengan, aunque no sea más que uno» (p. 43). Otra intuición es la de que un niño (o jo-ven) es el que evangeliza mejor a otro niño (o joven) y que el catequista tie-ne que fijarse en educar a aquellos que tienen más influencia en sus com-pañeros para que estos sean a su vez evangelizadores. Por último, don Ma-nuel nos invita a combatir el desalien-to y a confiar: «después de haber he-cho eso y dispuesto a no dejar de ha-cerlo por fracasado que se sienta uno, confiar tranquilamente en que la gra-cia del Corazón de Jesús hará lo su-yo, que será siempre lo mejor y más inesperado» (p. 44).

Aprendamos de Jesús y del beato Manuel González el arte de la atrac-ción, para que, en nuestras acciones pastorales brille la confianza y la espe-ranza de saber que la semilla dará su fruto cuándo y cómo el Señor quiera.

Sergio Pérez Baena, Pbro.

Atracción desde el amorSer catequista no se improvisa. Transmitir a otros la fe es un arte. Para anunciar el Evangelio hemos de conocer muy bien las técnicas y los métodos pero, sobre todo, nos hemos de dejar hacer por el Maestro. El gran método que un evangelizador está llamado a reproducir en su trabajo apostólico es el mismo que Dios emplea con su pueblo. Dios es el gran pedagogo que tenemos que imitar.

Estamos llamados a ser canal de la gracia

por el que el Señor atraiga a todos hacia sí

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Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

Querido Miguel, sabemos que antes de la celebración del I Congreso In-ternacional impartiste, también en el CITeS, un curso sobre la mística del beato Manuel González. Nos gusta-ría que compartas con nosotros, los lectores de El Granito de Arena, lo que ha significado para ti acercarte a la fi-gura del fundador de la Familia Eu-carística Reparadora.Conocí al beato hace casi veintitrés años, cuando la sra. Carmen Ramos Barroso impartía en Puerto Rico los seminarios introductorios de la UNER. Hice mi ofrenda como Discípulo de San Juan, el 18 de marzo de 1993, de la mano del P. Santiago Vela. Pero el

carisma reparador no se activó de ma-nera eficaz hasta que me vi confron-tado con el abandono de la fe en la presencia sacramental de Jesús en la Eucaristía en Europa central.

Siempre me fortaleció el «aunque todos... yo no» de don Manuel, aun-que sin sospechar todavía que su teo-logía sacramental y espiritualidad eu-carística pudiera estar relacionada con una experiencia mística. La lectura del Tratado de Eucaristía y Mística del beato Jan van Ruusbroec me reveló que existía en la tradición cristiana una corriente literaria sobre las expe-riencias extraordinarias vividas delan-te del Santísimo Sacramento con efec-

to transformador en el ser humano. Esa nueva dimensión fue un auténti-co detonador que propició una con-ferencia en el Encuentro de Anima-dores de la UNER, en septiembre de 2011, y un ciclo de conferencias en las Nazarenas de Málaga, en enero de 2012. La acogida y respuesta por par-te de las hermanas y demás miembros de la Obra me confirmó la importan-cia de esta nueva consideración. Así, convencido de que D. Manuel podría dialogar con otras figuras de la talla de santa Teresa y san Juan de la Cruz, decidí aprovechar mi pertenencia a la plantilla de profesores del CITeS para proponer un cursillo de fin de

semana sobre don Manuel: Mística y Eucaristía. Conté con el entusiasmo de la Hna. Ana Mª Palacios, el apoyo logístico de la Hna. Mª Esther Herre-ro y el Equipo coordinador de la UNER. El primer fin de semana fue un éxito rotundo. El segundo fue me-nos concurrido pero no menos im-portante porque, contando con el in-terés y apoyo del futuro especialista, el sacerdote Antonio Jesús Jiménez Sánchez, y de la Hna. Mª Esther, de ese segundo encuentro los tres pro-pusimos organizar un Congreso In-ternacional en el CITeS.

También sabemos que has formado parte de la Comisión organizadora del Congreso. ¿Cuál ha sido tu expe-riencia en la preparación y desarro-llo del mismo?La preparación fue un reto inmenso. Hubo momentos de alegría y también de mucho sufrimiento. Esto es nor-mal porque es la primera vez que la FER se embarca en una empresa aca-démica de esta envergadura. Si final-mente se decidiera hacer otro congre-so, tomaría lo bueno del primero y propondría algunas modificaciones con el objetivo de ampliar la oferta académica con ponencias y comuni-caciones de expertos en áreas de es-tudio seculares, como la arquitectu-ra, sociología, economía, humanida-des, etc. En un mundo cada vez más secularizado, sigo insistiendo en la importancia de ponerlo a dialogar con otras figuras religiosas de renombre, reconocidas por la comunidad reli-giosa y secular internacional. De igual forma que un ateo puede acercarse con fascinación y asombro a santa Te-resa, un arquitecto, filósofo, lingüista o sociólogo debería poder reconocer

en don Manuel un referente impor-tante para su ciencia. Para hacerlo creíble como clérigo, necesitamos re-velar al hombre: subrayar su experien-cia de Dios, su fe inquebrantable, su afectividad, su compromiso social con el sencillo, con el pobre, con el mar-ginado, su lenguaje gracioso y cerca-no al pueblo. Los análisis teológicos, de los cuales no carece nuestro bea-to, son necesarios para comprender-lo desde la fe, pero insuficientes para completar el retrato del hombre y ar-tista en la sociedad secularizada. Por eso, hoy más que antes, hay que pro-poner lecturas nuevas.

Has acompañado a D. Antonio Jesús en la preparación de su tesis docto-ral que lleva por título «Vida y Obra del Beato Manuel González: Revi-sión histórica y Valoración literaria». ¿Puedes decirnos si su contenido nos puede ayudar a conocer más la figu-ra del beato Manuel? ¿Cuál es el men-saje que nos transmite en su tesis?La tesis doctoral recibió la mención europea y fue calificada con la máxi-ma nota. Después de la quema de las iglesias y conventos en Málaga, don Manuel tuvo que salir rumbo a Gi-braltar. Intentó regresar pero las au-toridades civiles no se lo permitieron. La falta de una aclaración científica acabó generando una leyenda negra entre algunos que acabaron pensan-do que don Manuel había abandona-

do la diócesis en un acto de cobardía, por temor al martirio, y que su trasla-do a la diócesis de Palencia constitu-yó un castigo por parte de la Iglesia.

La primera parte de esta tesis in-tenta completar, con documentación inédita hasta el presente, esas páginas de la historia que los biógrafos ante-riores dejaron en el aire.

La segunda parte comprende dos estudios. El estudio de la simbología del Seminario malacitano pone de manifiesto otro aspecto de su perso-nalidad: el filósofo–artista. El estudio de las tres voces (puerta, mirada y co-razón del hombre) hace hincapié en la importancia de la experiencia fun-dante como generadora de lenguaje. En lenguaje llano, a veces típicamen-te andaluz, comunica misterios: el en-cuentro con Dios, la comunicación en clave contemplativa y hasta las di-námicas del centro afectivo del ser.

El mensaje principal es que don Manuel fue un hombre comprome-tido con su Iglesia y con su pueblo. Su espiritualidad y lenguaje eucarís-ticos rebasan en contenido la piedad de la época. Don Manuel no fue un ñoño de la piedad eucarística. La te-sis pretende ahondar en el retrato del hombre valiente, con profunda expe-riencia de Dios. Además de alpinista y maestro del espíritu eucarístico, tam-bién expone a la consideración del lector al filósofo, pedagogo y escritor.

Mª del Carmen Ruiz, m.e.n.

«El Libro del Apocalipsis refiere una característica esencial de los santos, y dice

así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una

multitud inmensa de “elegidos”, vestidos de blanco y marcados por el “sello de Dios”. Y,

¿qué significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Significa

que en Jesucristo nos hemos transformado verdaderamente en los hijos de Dios. Una

segunda característica propia de los santos es que son ejemplos para imitar. Imitar sus

gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este

mundo. Un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar,

una visita, una palabra buena, una sonrisa, ante nuestros ojos pueden parecer insignificantes, pero a los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte» (papa Francisco, Ángelus, 1/11/2015).Queridísimo D. Manuel: Aún nos siguen llegando ecos de la enorme gracia que ha supuesto para la FER la celebración del Congreso Internacional dedicado a ti. Hoy queremos entrevistar a D. Miguel Norbert, que participó en la comisión preparatoria del Congreso, que ha dado cursos sobre la mística de tus escritos y que ha orientado la tesis doctoral de D. Antonio Jesús Jiménez Sánchez, de la diócesis de Málaga.

Los santos para el beato Manuel«La tierra sin santos es Dios sin amigos en ella y los hombres sin intercesores» (OO.CC. I, n. 2767). «Que la triste ciencia de mi barro, lejos de apartarme de Ti me haga sentir más viva, más apremiante, la necesidad de Ti… Que nunca olvide yo que si barro con soplo de Dios fue mi padre Adán, barro con gracia tuya puede

llegar a ser santo» (OO.CC. II, n. 3165).

Palabras que fortalecen

D. Miguel Norbert Ubarri en el I Congreso InternacionalBeato Manuel González.

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V iví muy de cerca los extraordi-narios hechos sucedidos en mi madre en su milagrosa curación

gracias a la intercesión del beato Ma-nuel González. Viví igualmente muy de cerca su fe.

Desde el primer momento me pre-gunté por qué nosotros, cuál era el sentido de que el Señor nos hubiera dado el regalo de unos años más de vida a mi madre, para qué.

Pronto brotó en mí de forma cla-ra la respuesta: ser instrumento del Se-ñor en la transmisión del mensaje y obra del beato. Algo tan maravilloso no se podía quedar solo en nosotros, en nuestra familia. Teníamos que co-municarlo, dar testimonio, y todo ello debía ser ayuda en la obra del beato.

Palabras que transformanFui conociendo sus textos, sus obras, sus mensajes claros y directos. Pala-bras escritas hace casi cien años pero que siguen siendo plenamente actua-les y necesarias. No necesitan revi-sión. Enseñanzas prácticas, consejos útiles y sencillos. Y sobre todo su men-saje eucarístico: la Eucaristía como fuerza para el cristiano.

A través de la Eucaristía hacer co-munión con Jesús, y desde la Eucaris-tía y desde Cristo poder desarrollar nuestra vida como cristianos, salir afuera y relacionarnos con los demás, en nuestro entorno: en nuestra fami-lia, con nuestros amigos, en el traba-jo, con desconocidos, … Cuánta ver-dad hay en esto. Y estamos tan nece-

sitados de este apoyo. Percibí en pri-mera persona la fuerza y el empuje que en las Hermanas Misioneras Eu-carísticas de Nazaret, en la UNER, en la Familia Eucarística Reparadora, en la difusión del mensaje del beato Ma-nuel González, había significado lo que había sucedido en mi madre. Sa-via fuerte que se ramificaba y se di-fundía con rapidez.

Un Dios cercanoHe sido siempre una persona cre-yente, a quien la fe le ha ayudado a superar momentos difíciles. Pero a raíz de estos hechos un cambio pro-fundo se produjo en mí. La sensa-ción de la proximidad del Señor en mi vida, en mis actos se hizo inten-sa. De una forma natural, mi fe se ha visto fortalecida, y está presente en mí y así lo siento. No como una par-te distinta de mi raciocinio, sino ple-namente integrada en él.

Y esto me ha dado mucha paz, mu-cha felicidad interior, y mucha fuer-za. Un enfoque sereno de la vida. No han cambiado sustancialmente mis actos o actividades habituales, como padre, como esposo, como amigo, co-mo profesional (soy abogado y tra-bajo en un banco), pero sí que sien-to mucha fuerza vital, y especialmen-te señalaría con una mayor sensibili-dad hacia los que me rodean en un plano de ayuda interior. A lo largo de estos años en numerosas ocasiones, con amigos, en el trabajo, con gente incluso desconocida con la que for-

tuitamente me he cruzado, percibien-do a veces desorientación, dolor, he dado testimonio de lo que sucedió, y he querido transmitirles mensajes del beato que creo que les podían ayudar. Les he animado a orar y a encomen-darse a él, les he dado en ocasiones estampitas y reliquias. Más creyentes o menos, o incluso nada, siempre he percibido que el mensaje y el testi-monio les tocaba, y escuchaban. Y he sentido en muchas ocasiones que re-confortaba, y por testimonios poste-riores que les había ayudado a tener paz, sosiego, aceptación. Incluso con los escépticos, en su silencio, que una semilla quedaba plantada.

Esta es mi misiónMe siento partícipe de una obra, y eso me reconforta porque creo que es esa mi misión, y la forma de agradecer es-ta gracia recibida a través del beato Manuel González. La oración, mi co-

Ofrecemos, en este número de El Granito de Arena, el testimonio de D. Ramón Carballás, cuya madre fue curada de forma inexplicable tras pedir la intercesión del beato Manuel González (ver cuadro en página siguiente).

municación con el beato a partir de entonces me ha llevado a entender la fortaleza cuando no se pide algo con-creto predeterminado, sino que sea lo que deba ser, y que lo acepte, y lo entienda y lo asimile. Que la Provi-dencia intervenga en mis actuacio-nes. Y esto me ha dado mucha paz y serenidad.

Sé que el Señor nos ha dado un regalo maravilloso a mí y a mi fami-lia. Mi mujer, mis hijos (de 16, 13 y 8 años), todos hemos vivido, recibido, compartido este regalo. Ahora nos to-ca que seamos dignos merecedores de ello.

Espero que mis hijos conserven todo esto y que igualmente les ayude y lo transmitan a los demás, que no se lo guarden solo para ellos. Y para todo ello contamos con la fuerza de la oración y la Eucaristía. Así lo sien-to. Así lo creo. Tengo la certeza.

Ramón Carballás Varela

Lo grande se hace en el silencio

¿Por qué nosotros? Para ser instrumento del Señor

Milagrosa curación por intercesión del beato Manuel

Os quería hablar de Dª Mª del Carmen Varela Feijoo, gallega de nacimiento, pero residente en Madrid. En el año 2009, estando de vacaciones comienza a en-contrarse mal, con molestias en la cavidad oral. Poco a poco, se fue extendiendo hacia el cuello. Los médicos comienzan las pruebas, más pruebas y el resultado final es desalentador: un cáncer del más agresivo. Creo que hasta aquí, de lo es-crito, ha pasado a muchas personas, pero a Mª del Carmen tenían que ponerle quimio y pesaba 35 kilos. Si no la ponían, el cáncer se apoderaba; si la ponían, dada su extrema delgadez, podía ser que no lo resistiese. Las vísperas de ir al Hospital de La Princesa, en Madrid, donde la trataban, y sintiéndose mal, le dice a su esposo que baje a la parroquia y llame al sacerdote. Y así lo hizo. El sacerdote en aquel momento no podía ir pero le dijo: «Voy enseguida. Mientras tanto, ponle esta reliquia y reza esta oración». Era la reliquia del beato Manuel Gonzá-lez y su novena. Un desconocido para ella. Este sacerdote era el mismo que se la dio, hace varias décadas, en un pueblo de Palencia, a Sarita y cuyo milagro fue el que sirvió para la beatificación de D. Manuel. Carmen hizo lo que le dijo D. Paco.

Cuando llegó el día de la cita, se presentó en la consulta y le dijo la doctora, tras mirarla, volver a mirarla y mil veces más: «No le puedo poner la quimio por-que está totalmente curada. Los católicos dirán que es un milagro, pero yo que no creo, digo que científicamente es inexplicable». Es suficiente para que, además de curar a Mª del Carmen, los médicos y la Congregación para las causas de los Santos vienen a decir: «científicamente es inexplicable». ¿Verdad que es grande tener fe en que los santos son intercesores nuestros ante el Señor? Pues ¡ánimo! Porque en el silencio de una mujer con mucha fe se hizo lo más grande: el milagro.

Mª del Pilar Brieba, m.e.n., Vicepostuladora Causa de Canonización del beato Manuel

Dª María del Carmen junto a su esposo y D. Paco, en mayo de 2009, en la clausura del proceso diocesano.

Ramón junto a Marta, su esposa, y sus hijos Lucía, Ramón y Jacobo.

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Orar con el obispo del Sagrario abandonado

E stas palabras del beato Manuel González poseen plena actuali-dad. Es como si estuvieran es-

critas por alguno de los valientes obis-pos de hoy para los católico de la Es-paña actual. Palabras de aliento y em-puje, de arrimar el hombro para plan-tar fuerte el Reino de Dios y su justi-cia. Palabras de esperanza y compro-miso: aportar cada uno lo mejor de sí mismo, para que transparentemos la vida y la verdad, la paz y la solida-ridad de la acción social de la Iglesia.

En este Año Jubilar de la Miseri-cordia la Iglesia celebra, con alegría desbordante, cómo Jesucristo vino a la tierra, enviado por el Padre, para anunciar la buena noticia a los pobres, llevar a cabo un tiempo de gracia del Señor, liberando a los cautivos, de-volviendo la vista a los ciegos, libe-rando a los oprimidos, resucitando a los muertos, abriéndonos las puertas del Paraíso e intercediendo por no-sotros –¡por cada uno!– como sumo y eterno Sacerdote.

Este tiempo de adoración euca-rística que vamos a vivir nos adentra en el misterio de la Palabra hecha car-

ne, que acampó entre nosotros. El Verbo Encarnado, presente en el San-tísimo Sacramento, nos invita a ado-rarle postrados a sus pies y a descu-brirle también presente en los exclui-dos de la tierra, los pobres más po-bres, los que están en la cuneta del camino, los que nadie ama. Dejémo-nos mirar por Cristo Eucaristía, pa-ra que Él nos lance a ser buenos sa-maritanos, capaces de atender a los moribundos de cualquier tipo que están a nuestro lado. ¡Pidamos esa gracia de ser servidores suyos!

Oración inicialOh Dios, Padre de la Misericordia, ri-co en clemencia y piedad, que envias-te a tu Hijo como el verdadero buen samaritano para que socorriera a la Humanidad herida por el pecado y la muerte; concédenos, por la gracia del amor eucarístico y la fuerza del Espí-ritu Santo, atender a cuantos están caídos en las periferias de las ciuda-des y pueblos, lavándoles sus heridas, llevándoles a la posada de la Iglesia y ofreciéndoles lo mejor de nosotros mismos. PNSJ.

Escuchamos la PalabraLc 10,25-37

Heredar la vida eternaLa parábola quiere responder a la pre-gunta que el maestro de la ley le ha-ce a Jesús: «¿Qué tengo que hacer pa-ra heredar la vida eterna?». El juris-ta lo plantea «para ponerlo a prue-ba», ateniéndose a la religiosidad deu-teronómica, donde para vivir hay que cumplir con la ley. «Heredar» era un término referido a la tierra. Ahora la verdadera tierra es la vida eterna. Je-sús le devuelve la pregunta: «¿Qué está escrito en la ley?», porque Él no legisla, sino que urge al cumplimien-to de esa ley.

Jesús obliga al maestro de la ley a definir cuál es el mandamiento más importante de la ley, mandamiento pa-ra heredar la vida eterna. El jurista res-ponde bien, sintetizando la esencia de la ley: el amor a Dios y el amor al pró-jimo. Ahora bien, para el pueblo judío, ¿quién es el prójimo? ¿El hermano, un familiar, un amigo, un extranjero, el enemigo? ¿Se puede separar el amor a Dios y el amor al prójimo?

Jesús y el maestro de la ley coinci-den en señalar cómo son inseparables ambos amores. Por eso, le dirá: «Haz esto y tendrás la vida eterna». Pero no basta estar de acuerdo en los gran-des principios. Era necesario bajar a los detalles concretos sobre quién es el prójimo.

Quién es mi prójimoEl maestro de la ley quiere tender una encerrona a Jesús. Vuelve a pregun-tar: «¿Y quién es mi prójimo?». En la definición de quién es «mi próji-mo» se debatían los distintos movi-

mientos religiosos de aquella época. Jesús no responde con un discurso o un argumento religioso. Se sirve de una parábola ejemplar para mostrar quién es el prójimo.

El hombre que cae en manos de los bandidos es un personaje anóni-mo, víctima indefensa de los saltea-dores. Yace medio muerto en la cu-neta de aquel camino. Representa a tantos hombres y mujeres que son víctima de tantos odios, injusticias, marginaciones o pobrezas.

Dar una respuesta valienteEl sacerdote y el levita representan a los funcionarios del culto. La ley de Moisés indica que tocar un cadáver suponía quedar impuro durante una semana. Pero también estaba manda-do que era obligatorio atender a un moribundo. Ambos debieron pregun-tarse si estaría vivo o muerto ese que estaba caído al borde del camino. Se presenta una situación límite: si está moribundo, están obligados a cuidar-lo; si está muerto, no lo pueden tocar, para no quedar impuros. Ellos prefie-ren lo más fácil: pasar de largo, darlo por muerto, y desentenderse de él. Ese no es su prójimo.

El beato Manuel González sabía poner el dedo en la llaga de los cris-tianos que pasan de largo ante los que sufrían. Era valiente. Denunciaba con audacia la indiferencia de tantos que frecuentaban los templos:

«En el camino entre el hogar y la Iglesia hay mucha gente que ni tiene hogar, ni quiere a la Iglesia, y digo yo: ¿No podría la mujer católica, de pa-so para la iglesia, dar medios con que crear ese hogar y enseñar a amar a esa Iglesia? No se trata de apartar a la mu-

jer de sus lugares tradicionales y san-tos, sino solo de darle ocupación en el camino que ha de recorrer para ir de uno a otra» (OO.CC. II, n. 3372).

Un samaritano se compadecióEl samaritano, en la mentalidad judía, es un impuro, un semipagano; debe ser considerado como un extranjero. Los samaritanos se habían separado del templo de Jerusalén y adoraban a Dios en el monte Garizim.

El samaritano tiene entrañas com-pasivas. Es solícito, generoso, servi-cial, desprendido. «Se compadeció» significa: entrañas compasivas, «pa-decer con» el otro, entrar en sus mis-mos sentimientos, sus mismos dolo-res. Se baja de su propia cabalgadura y se hace cargo de él.

El samaritano, a diferencia del sacer-dote y el levita, piensa que el mori-bundo está vivo: se para, no pasa de largo, se preocupa del herido, se im-plica en el dolor del que está caído. Es-ta compasión entrañable «levanta» al moribundo, le dignifica y le salva de la muerte cierta. La verdadera com-pasión se compromete con el bien; es siempre ganadora: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).

D. Manuel González insiste en esa misión de las buenas mujeres cristia-nas de salir a los cruces de los cami-nos, siendo instrumento del amor de Cristo, con gestos concretos:

«Mis estimadas unas cuantas, vo-sotras que gracias a Dios tenéis casas y vais a la iglesia, ¿no podríais llevaros en vuestro bolso un poco de dinero, en vuestras manos un rollo de buenas lecturas, en vuestros labios una son-risa de agrado y en vuestros corazo-nes un gran depósito de paciencia y

caridad, para írselo repartiendo a los niños, a los jóvenes, a los pobrecillos, a todos los necesitados que os vayáis encontrando?» (OO.CC. II, n. 3373).

La preocupación por el herido es-tá llena de detalles y cuidados: ven-dó sus heridas, echándole aceite (sua-viza las heridas, imagen del aceite sa-grado de la unción bautismal) y vino (desinfecta con su alcohol, signo de la limpieza de la sangre de Cristo); le carga en su propia cabalgadura (ima-gen del buen pastor que carga a la ove-ja perdida sobre sus hombros); lo lle-vó a una posada (icono de la Iglesia, casa de acogida a todo el que cree en Jesucristo y participa de los Sacra-mentos); cuidó de él (en la Iglesia, Jesucristo es el médico de cuerpo y alma, que hace nuevas todas las co-sas, que atiende con toda delicadeza al que está caído y se siente solo).

Cuida de élEl samaritano entrega al posadero dos denarios, el jornal de dos días de tra-bajo, y le garantiza que, si hay otros gastos, los pagará a la vuelta. Son sig-nos de generosidad en abundancia, en desbordamiento de amor compa-sivo por aquel herido. Signos de có-mo la verdadera compasión se com-promete hasta el final, se hace cargo de toda esta pérdida: de tiempo, es-fuerzo y dinero. La verdadera compa-sión desborda gratuidad y gestos ge-nerosos. El buen samaritano es Jesús. La parábola describe los rasgos huma-nos de Jesucristo. Jesús sintió compa-sión al ver a la humanidad caída bajo el yugo del pecado. El Padre le envió como Salvador.

Jesús, como el buen samaritano, se sintió extranjero dentro de su pro-

«El que practicó misericordia con él»Lc 10,37

«Si queremos que el Corazón de Cristo vuelva a ser el corazón del pueblo, si queremos que todas las cosas se restauren en el amor de ese mismo Corazón, si queremos poner un remedio a tanto escándalo público, a tanto mal espiritual, moral y material como aflige a la sociedad presente, es preciso, es urgente que los que nos preciamos de amar todavía un poco a ese Jesús tan perseguido, y a ese pueblo tan desgraciado (siempre la desgracia de éste ha seguido a la persecución de Aquél), es preciso, repito, que pongamos al servicio de aquella gran causa todo lo que tengamos. Los hombres, su fuerza, su resistencia, su cálculo, su espíritu luchador. Las mujeres su abnegación, su amor, su ingenio, su flexibilidad de carácter. Y así, con la acción combinada de unos y otros elementos, si la victoria no es nuestra, poco le faltará» (OO.CC. II, n. 3367).

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Cordialmente, una carta para ti

par es nuestra meta final: «el encuen-tro con el Señor resucitado», puntua-lizó el papa. Esta meta final es muy importante para nosotros porque, con toda seguridad, proporcionará espe-ranza y dará sentido a nuestras vidas.

Por la razón anterior, el pontífice precisó que el problema no está en saber cuándo tendrán lugar esos acon-tecimientos apocalípticos. Aquí no está el problema. El verdadero pro-blema radica en si estamos debida-mente preparados para alcanzar nues-tra meta final, es decir, para realizar ese encuentro con el Señor resucita-do. Esto es lo esencial, lo que hoy nos debe preocupar.

Y el papa Francisco aún precisó más, ya que a continuación dijo que no solo no es lo esencial el cuándo su-cederán esas señales premonitorias del fin del mundo, sino que tampoco lo es el cómo sucederán. Ni el cuándo ni el cómo son lo esencial; lo esencial es el estar preparados, sabiendo compor-tarse mientras esperamos lo que ha de suceder. «No se trata –matizó el pa-pa– ni siquiera de saber cómo sucede-rán estas cosas, sino cómo debemos comportarnos hoy mientras las espe-ramos. Estamos llamados a vivir el pre-sente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios».

Vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y con-fianza en Dios… ¡Maravillosas pala-bras que se convierten en una valio-sísima pedagogía de la vida! Una pe-dagogía, apreciado lector, que nos propone vivir el hoy, pero pensando en el mañana con serenidad y con-fianza en Dios. Frente al estilo de vi-da que propugna el laicismo, es decir,

vivir como si Dios no existiera, go-zando del hoy y sin pensar en el ma-ñana, se alza esta pedagogía cristiana, iluminada por la luz de la fe, que acon-seja vivir el momento presente cons-truyendo nuestro futuro con sereni-dad y con la confianza puesta en Dios.

Eficaz pedagogíaFrente a una concepción de la exis-tencia humana basada en la filosofía del carpe diem, esto es, gozar al máxi-mo del presente, disfrutando de la vi-da sin pensar en el mañana y sin plan-tearse el rendir cuentas a nadie, el pa-pa Francisco nos ofrece una pedago-gía que enseña a vivir el presente de la forma más responsable posible: construyendo nuestro propio futuro.

Y lo que es más, esta pedagogía enseña que la construcción de ese fu-turo ha de hacerse con fe, con un sen-tido trascendente de la vida, confian-

do en Dios y confiando en que logra-remos la meta final: el encuentro con Jesús resucitado, lo que significa ha-ber alcanzado la salvación eterna. Co-mo vemos, amigo lector, se trata de una pedagogía que tiene muy en cuen-ta aquellas divinas palabras: «¿De qué le vale al hombre ganar el mundo en-tero si pierde su alma?» (Mc 8,36).

Al término de la oración mariana, el papa Francisco tuvo duras palabras de condena por la masacre de París. Dijo: «Deseo expresar mi dolor por los ataques terroristas que en la no-che del viernes ensangrentaron Fran-cia, causando numerosas víctimas… Deseo volver a afirmar con vigor que el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la hu-manidad, y que utilizar el nombre de Dios para justificar este camino ¡es una blasfemia!». Cordialmente,

Manuel Ángel Puga

Apreciado lector: El pasado 15 de noviembre, en la Plaza de San Pedro, el papa Francisco condenó con duras palabras los sangrientos atentados terroristas de París, cometidos por yihadistas del autodenominado Estado Islámico y que, como sabes, causaron numerosos muertos y heridos.

C omenzó el santo padre hacien-do referencia al Evangelio del día, que correspondía al penúl-

timo domingo del Año Litúrgico. Ex-plicó parte del discurso que Jesús pro-nunciara en Jerusalén, en el monte de los Olivos, cuando profetizó la des-trucción de Jerusalén y el fin del mun-do: «Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y la luna no dará brillo, y las es-trellas se caerán del cielo, y las poten-cias de los cielos se conmoverán. En-tonces verán al Hijo del hombre ve-nir sobre las nubes con gran poder y majestad» (Mc 13,24-26).

Lo esencialLlama la atención que el papa Fran-cisco nos diga, ante algo tan aterra-dor como es el fin del mundo, que ta-les sucesos no son lo más importan-te del mensaje evangélico. Lo esen-cial, según sus palabras, «es el mis-mo Jesús, es el misterio de su perso-na, de su muerte y resurrección, y su regreso al final de los tiempos». Co-mo podemos apreciar, estimado lec-tor, no son los sucesos apocalípticos lo esencial, sino que lo esencial, lo im-portante y lo que nos debe preocu-

construyendo el futuroVivir el presentepio pueblo: «Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Baja a la tierra, haciendo suyas las heridas de todo hombre apaleado y moribundo: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestro do-lores; nosotros lo estimamos lepro-so, herido de Dios y humillado» (Is 53,4). Se identificó de tal manera con el sufrimiento humano que car-gó con los pecados de toda la hu-manidad: «Él llevó nuestros peca-dos en su cuerpo hasta el leño, pa-ra que, muertos a los pecados, viva-mos para la justicia. Con sus heri-das fuisteis curados» (1P 2,24).

La universalidad del amorJesús da la vuelta a la pregunta que le formuló el maestro de la ley. No se trata de definir quién es mi pró-jimo, tal como lo establecía la ley judía, sino de exponer de manera gráfica la universalidad del amor cristiano. El amor agapé es gratui-to, generoso, oblativo, servicial, sa-crificado y capaz de perdonar siem-pre. El amor cristiano es universal, pero no genérico y abstracto. Es cercano y práctico, en la persona que el Señor te pone delante, per-sona con nombre y rostro concre-to, en quien descubrimos al mis-mo Jesús.

La respuesta que da el maestro de la ley a Jesús muestra qué bien entendió la parábola; cómo la mi-sericordia es la clave del amor al pró-jimo; cómo la misericordia expre-sa la compasión, ternura, ayuda, ser-vicio, desprendimiento, universali-dad, que nos pide Jesús: «En ver-dad os digo que cada vez que lo hi-cisteis con uno de estos mis herma-nos más pequeños, conmigo lo hi-cisteis» (Mt 25,40).

Así nos lo encarga el papa Fran-cisco para este Año de la Misericor-dia: «En cada uno de estos más pe-queños está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado,

flagelado, desnutrido, en fuga... pa-ra que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cui-dado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgamos en el amor”» (MV 15).

La conclusión final de la pará-bola está dicha también hoy para nosotros, cristianos del siglo XXI. Somos enviados por Él y por la Igle-sia, cada día, en lo pequeño y coti-diano, a ser signo de la caridad de Cristo, a ser servidores de nuestros hermanos, a ser instrumento de su sanación, ayuda, cercanía, compa-sión y misericordia.

Nuestro querido D. Manuel sa-bía bajar a lo concreto de la ayuda a los más pobres cuando proponía a las Marías de los Sagrarios la unión inseparable entre la visita a Jesús-Sacramentado y la ayuda a los que lo pasan mal:

«¡Y mire usted que se pueden hacer cosas buenas en una hora bien empleada! ¡Cuántas puntadas en prendas para los pobres, cuántas vi-sitas de enfermos, cuántas lágrimas enjugadas, cuántas lecciones de doc-trina enseñadas, cuántos pecados evitados, etc., etc.,! ¿Y del gran des-perdicio que hacen nuestras muje-res de esa gran facultad o bello don que Dios les ha dado de sacrificar-se?» (OO.CC. II, n. 3414).

Padre nuestro

Oración finalOh Padre de compasión infinita, que nos llamas en este Año Jubilar de la Misericordia a poner en prác-tica el amor gratuito de tu Hijo ha-cia quienes padecen hambre, sed, desnudez, migración, enfermedad o encarcelamiento; llénanos de tu luz, fuerza y consuelo para que se-pamos dar gratis lo que tú no das gratuitamente, como servidores de cuantos lo necesitan. PJNS.

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

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Con mirada eucarística

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E n una sociedad decadente lo pri-mero que muere es la esperan-za. Dicen los entendidos que

nuestra civilización occidental, la vie-ja Europa, está en decadencia porque ha olvidado los valores cristianos en los que fundamenta su existencia. Pa-

ra muestra, un botón: El texto de la llamada Constitución Europea no re-coge ninguna referencia a su heren-cia cristiana.

Y aunque esto fuera así, nos falta-ría la suficiente perspectiva de tiem-po para afirmar que Europa se está

acabando. Lo que sí puede observar-se, a nuestro entender, es el carácter cada vez más pasivo, acomodaticio, abúlico de la sociedad occidental acom-pañado de una valoración cada vez más alarmante del placer y la como-didad. En síntesis, la falta de compro-miso se alía mortalmente con el he-donismo. Dicho con otras palabras: No hay que complicarse la vida, no hay que sufrir en la vida, solo tene-mos derechos.

Tal comportamiento puede fácil-mente comprobarse en cualquier ac-tividad, en la educación, en la sani-dad, en la política, en la religión, in-cluso en el terrible azote del terroris-mo, en cualquier actividad tanto in-dividual como comunitaria. Y ello es debido a que fallan los ejes de la es-peranza. La esperanza es la cuerda que tensa al amor. El amor es como un estanque de agua viva, pero que necesita del viento de la esperanza pa-ra que el agua se mueva y se note que no está muerta. La esperanza invita al deber y al sacrificio.

Y sin embargo, y en su lugar, hay miedo, mucho miedo. Porque lo con-trario de la esperanza no es la deses-peración, sino el miedo. Nos está to-cando vivir en una sociedad miedo-sa y, consecuentemente, paralizada, anquilosada, acomodada.

La historia de un tetrabrik El niño escuchó de su profe, aunque él ya sabía algo, la historia del niño, del pesebre, de la mula y el buey. Insistió la maestra sobre todo en que aquel ni-ño no tenía nada para comer y que por eso los pastores de alrededor llegaron hasta el Portal de Belén para llevarle la leche de sus ovejas y de sus cabras. Dijo más, dijo que hoy en día también había niños que no tenían nada para comer y que por eso sus mamás (las mamás de los niños de su clase) de-berían llevar alimentos, eso sí impe-recederos, a los sitios de recogida ins-talados a la entrada del supermerca-do. La profe trabaja desinteresadamen-te en el Banco de Alimentos.

El niño, que no conocía el concep-to de «imperecedero» ni el valor del

dinero, pero que sabía que la leche le sobraba cada mañana en su desayu-no, cogió su moneda de cinco cénti-mos de euro, se llegó al supermerca-do, tomó un tetrabrik de leche y an-te los ojos extrañados de la cajera se expresó: Es para los niños que no tie-nen leche para desayunar. El resto lo puso la cajera sonriente que conocía bien al niño y a su mamá. La escena era contemplada por el voluntario del Banco de Alimentos que puso una marca en tan singular cartón de leche. Quería saber su destino.

El destino del tetrabrik fue el ni-ño de una joven emigrante, abando-nada por el marido, en paro, que vi-vía en una habitación con derecho a cocina gracias a Cáritas y que encima estaba en estado de buena esperanza.

Menos mal que la esperanza ha-bita entre nosotros.

El valor del testimonioHay muchos testimonios esclarece-dores que nos demuestran que el gé-nero humano tiene perspectivas, tie-ne futuro, porque la esperanza forma parte inherente de él. Instituciones, como Cáritas, son puertas abiertas a la creencia del ser humano en su des-tino. Personas, como Teresa de Cal-cuta o Manuel González, son ejem-plos de que, por encima de las cir-cunstancias concretas, este ser huma-no, capaz de los mayores desatinos, es siempre una criatura donde habi-ta la esperanza.

Quien porta la esperanza, no por-ta miedo, lleva amor. Aún resuenan en nuestros oídos las palabras de Juan Pablo II, cuando dirigiéndose a los jóvenes les decía con su voz inapela-

ble: «No tengáis miedo». Que era tanto como decirles: «Tened espe-ranza, tened compromiso».

También el papa Francisco en su reciente viaje por África ha desafiado al propio miedo, porque en su lugar llevaba un mensaje de esperanza. Un viaje desaconsejado por inseguro. Cuando alguien cree en el ser huma-no es capaz de la mayor entrega, que es la de dar la propia vida por la vida de los demás. Y encima sin darse im-portancia alguna cuando jocosamen-te llegó a decirle al piloto que, si te-nía miedo por aterrizar, que a él lo lanzara en paracaídas.

El Niño Dios que acaba de nacer es el mayor testimonio de esperanza que se ha producido en la historia, in-cluso independientemente de cual-quier tipo de creencias. Fue capaz de morir de la manera más horrorosa, morir en la cruz, por la causa del hom-bre. La muerte que vence a la muer-te, la trascendencia de la finitud, esto es, la resurrección es el testimonio ma-yor nunca visto de Jesús de Nazaret. Por eso, cuando decimos «Feliz Na-vidad» debemos entender «feliz es-peranza». Y actuar en consecuencia.

No tengamos miedo. Seamos mi-sioneros constructivos de la herman-dad de los hijos de Dios. Pongamos en práctica el mensaje más bello, más exigente, más comprometedor, más testimonial que contiene el Sermón de la Montaña. El mensaje más es-peranzador. Y sobre todo, para los tiempos de hoy, el que dice: «Feli-ces los que trabajan por la paz, por-que serán reconocidos como hijos de Dios» (Mt 5,9).

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER

Acaba de nacer un niño en un pesebre. Es pobre, tan pobre que ni siquiera ha tenido una casa donde nacer. Su ropa y sus alimentos son prestados. Pero nos ha traído lo más importante: el rostro de Dios que da esperanza.

La esperanza habita entre nosotros

«La Virgen con el Niño». Angelo Trevisani (1708-1710). Museo del Prado. Madrid (España).

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Lectura sugerida

S u obra Escuchar para amar ayu-da a ejercitarse en el arte de la es-cucha, que implica abrirse a in-

numerables sorpresas y emociones, tantas como cada persona que trata-mos en nuestro día a día.

La finalidad del libro no es sino «sostener y ayudar a quien busca es-te saber de escuchar, sin ocultar las dificultades. Necesitamos para este arte constancia, empeño y humildad» (p. 17). Moiso utiliza un lenguaje muy positivo, rico y atractivo, así lo expre-sa cuando dice: «descubriremos que escuchar a nuestro prójimo es esen-cial como respirar, nutriente como comer, fascinante como vivir, porque abrirse al otro es abrirse a innumera-bles sorpresas y emociones. Acoger

la palabra del otro es acogerlo a él mis-mo, es darle vida».

Y es que las palabras son llaves que abren corazones, son cauces de cari-dad y de esperanza, a veces dulces ca-ricias y otras heridas mortales, pero siempre realidades fundantes. Hasta el mismo Dios ha creado el mundo con la Palabra. Nosotros, con lo que decimos, creamos o destruimos el mundo. No podemos olvidar que el lenguaje es un instrumento de cono-cimiento y de indagación poderosísi-mo, que desea solo ser descifrado y usado con amor.

La costumbre, un obstáculoComo experimentado psicoanalista reconoce un obstáculo en la escucha: la costumbre. En los primeros años de vida todo fascina porque es nuevo. Luego las cosas se repiten, se hacen familiares, presupuestas, y pierden el encanto del primer impacto. La cos-tumbre adormece nuestra percepción sensorial, auditiva, visual, táctil, gus-tativa, olfativa y nada se salva. «La costumbre es un tirano, porque mata la escucha», afirma el autor. La cos-tumbre es una prisión porque nos en-cierra en las fauces de nuestro yo. Re-sistir a la monotonía de una frase oí-da miles de veces quiere decir acoger, aceptar y amar a quien la pronuncia.

Para entrar en relaciónEscuchar es establecer un contacto, entrar en relación, hacerse próximos al otro. Es el primer paso para encon-

trar al otro en el respeto, la acogida y la aceptación. La escucha está rela-cionada con el amor al prójimo como a ti mismo.

Escuchar para amar, amar para es-cuchar. Nos despojamos de nosotros mismos y abandonamos el control que queremos tener sobre el otro. No traicionamos nunca su palabra, «le permitimos existir. Cuando escucha-mos, lo amamos» (p. 38).

Para comprender cómo puede na-cer la verdadera escucha tenemos que liberarnos de algunas actitudes que a menudo realizamos incons-cientemente: identificarme con quien habla («esto me pasa a mí»), inte-rrumpir, juzgar, imponerse, imagi-nar, dar consejos. El autor llega a afir-mar que «la escucha no puede ser una experiencia solamente humana». La persona, solo con sus facultades, no es capaz de penetrar el significado profundo y el sentido verdadero de las palabras del otro ser humano. Ne-cesitamos al Espíritu Santo y la cola-boración activa entre ambos: Dios y hombre.

Michele Moiso trata en la segun-da parte del libro el tema de la empa-tía y desarrolla, a la luz de Lc 24, có-mo escuchó Jesús (los discípulos de Emaús). Desarrolla brevemente va-rios textos bíblicos y los presenta des-de el enfoque del Dios cercano, dia-logante, Maestro, que enseña tanto cuando habla como cuando calla, ha-bla por su vida, se dirige a nosotros como enviados por el amor infinito del Padre. Este es el salvoconducto para escuchar su voz: amar a Dios. Cuando amamos a Dios sobre todas las cosas, le oímos hablar en nuestro corazón.

Mª del Valle Camino Gago, m.e.n.

Michele Moiso es italiano, nacido en Turín en 1963. Sociólogo, psicólogo y periodista. Formado en Italia y en el extranjero, ha ejercido la profesión de psicoanalista en París. Es conferenciante y autor de varios libros (Vivir el perdón, Liberar del miedo, etc.).

Escuchar para amar

Autor: Michele Moiso

Año: 2015Editorial: Paulinas

Páginas: 156Formato: 10, 5 x 17 cm

Precio: 10 €

Para que el otro exista

E s casi imposible no querer ser mejor, no querer vivir con inten-sidad y sentido, después de ver

esta hermosa película dirigida por el francés Eric-Emmanuele Schmitt, au-tor también del libro en el que se ba-sa el film y que circula en numerosos hospitales como una gran ayuda pa-ra los enfermos y sus familiares.

Más que un argumentoÓscar es un niño con cáncer y le que-dan pocos días de vida. El hospital, al ver como se encierra en sí mismo, en-fadado con sus padres y con los adul-tos, recurre a Rose, una extravagante repartidora de pizzas que, no se sabe por qué, ha conquistado la simpatía del niño. Ella propone al niño vivir diez años cada día: lo que implica la adolescencia, el enamoramiento, las decepciones, la madurez, la fragilidad de los últimos días…

En la cinta, las cuestiones de la en-fermedad y la muerte se abordan di-rectamente, a la vez que se aportan atractivas respuestas mediante un mensaje muy humanista y espiritual, accesible a todo el mundo. No viene

solo a tratar este tema sino que nos encontramos muchas otras aventuras como son la esperanza, el amor, la existencia de Dios y todo lo relacio-nado con el alma.

Óscar plantea preguntas cruciales y Rose ofrece una respuesta cristia-na. Entre otras cosas, le hace ver que Cristo también sufrió en la cruz y que dio ejemplo de confianza; compren-der que la enfermedad o el sufrimien-to no nos dispensan de practicar vir-tudes como la generosidad o la justi-cia; que el desahogar nuestros pensa-mientos y sentimientos con Dios nos ayuda a liberarnos de la angustia y el egoísmo o a distinguir lo esencial.

Amistad que viene de lo altoLa historia demuestra que, como en toda verdadera amistad, no solo es Óscar quien aprende de su compañe-ra. A Rose el encuentro con el niño le hace redescubrir a Dios y conocer la alegría de entregarse a los demás. Tanto es el amor que les unía, que la propia mujer siente que su actitud an-te la vida ha sido transformada, re-conducida positivamente.

Es, en términos generales, una bue-na película con algunos momentos divertidos y otros emotivos, un rela-to optimista que invita a considerar el sufrimiento, la enfermedad y la muerte como trances inevitables que demuestran que la vida es frágil, efí-mera, pero que también nos ayudan a amarla más y mejor.

La historia, alegre y hasta cómica en muchos casos, no trata solo de un niño enfermo: trata de todos noso-tros, que envejecemos, morimos y en-fermamos. Cuando vemos envejecer a Óscar, nos vemos envejecer a noso-tros: sus problemas son los nuestros. Óscar y Rose nos enseñan a ser como niños, libres, sin temores, y también a ser maduros, encajar los golpes y evitar el autoengaño.

En cualquier caso, a pesar de que el film puede parecer emotivo y lla-mar la atención en general, lo cierto es que nos encontramos con una pro-posición truncada. Una apuesta de fe de un niño que conoce su destino y que pide refugio a Dios a través de sus cartas como incesante llamada de auxilio.

José Manuel Bacallado

Ficha técnicaNombre: Cartas a DiosDuración: 105 minutos Año: 2009País: ItaliaGénero: DramaDirector: Eric-Emmanuel

SchmittActores: Michèle Laroque,

Amir Ben Abdelmoumen, Max von Sydow, Amira Casar

Un chico lucha contra el cáncer y escribe cartas a Dios. Basada en un hecho real, todos los que entran en contacto con él se ven inspirados por su fuerza espiritual y despierta en ellos la esperanza que habían perdido.

Cartelera recomendada

Cartas a la esperanza

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AgendaEnero

El santo padre recibe el premio Carlomagno 2016La ciudad de Aquisgrán ha otorgado al papa Francisco el Premio Car-lomagno 2016 por el mensaje de esperanza que ha traído a Europa en un momento de crisis que ha puesto en segundo lugar «todas las conquistas del proceso de integración». En la motivación se lee que particular importancia revistieron sus intervenciones en su viaje a Estrasburgo el pasado mes de noviembre. El papa es la «voz de la conciencia» que pide colocar en el centro al hombre, «una autori-dad moral extraordinaria». También Juan Pablo II lo recibió en 2004.

El papa Francisco nunca ha aceptado premios ni condecoracio-nes dedicadas a su persona, pero sí lo ha hecho en esta ocasión por-que es un premio para la paz y él considera que hablar de la paz, alen-tar a actuar por la paz, es fundamental en este tiempo en el que so-mos testigos de estos graves riesgos por la paz en el mundo.

Participación en los encuentros con el papa Francisco

La Prefectura de la Casa Pontificia ha hecho público un comunica-do en el que señala que en el año 2015, más de 3.200.000 fieles han participado en los diversos encuentros con el Papa Francisco: au-diencias generales (704.100) y especiales (408.760), celebraciones litúrgicas en la Basílica Vaticana y en la Plaza de San Pedro (513.000), Ángelus y Regina Coeli (1.585.000).

Intenciones del papa para el mes de enero

Universal: Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de di-versas religiones, conlleve frutos de paz y justicia.

Por la Evangelización: Para que mediante el diálogo y la caridad fra-terna, con la gracia del Espíritu Santo, se superen las divisiones en-tre los cristianos.

Asuntosde familia

4Lunes

1Viernes

10Domingo

16Sábado

17Domingo

18Lunes

6Miércoles

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Iglesia: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios49ª Jornada Mundial de la Paz. Tema: «Vence la indiferencia y conquista la paz»Jubileo de la Misericordia: Apertura de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor

FER: Fiesta litúrgica del beato Manuel González García

Iglesia: Solemnidad de la Epifanía del Señor

Iglesia: Fiesta del Bautismo del Señor

FER: En 1916, el beato Manuel González recibió la consagración episcopal en la Catedral de SevillaI Centenario

Iglesia: Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Tema: «Emigrantes y refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la misericordia»

Iglesia: Hasta el 25, Semana de oración por la unidad de los cristianos. Tema: «Destinados a proclamar las grandezas del Señor» (cf. 1 P 2,9)

Personalidades presentes en la entrega del Premio Carlomagno 2015. Foto: ACBahn.

Señor Jesucristo,Tú nos has enseñado a ser misericordiososcomo el Padre del cielo,y nos has dicho que quien te ve,lo ve también a Él.Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una criatura;hizo llorar a Pedro después de la traición,y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: «¡Si conocieras el don de Dios!»Tú eres el rostro visible del Padre invisible,del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidadpara que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unciónpara que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señory tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidosy restituir la vista a los ciegos.Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,a Ti que vives y reinascon el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 

Oración para el

Jubileo de la

Misericordia

Page 19: Jesús en nosotros, la esperanza de la gloriaelgranitodearena.com/revistas/granito/EGDA_enero_16_baja.pdf · Lectura sugerida Escuchar para amar Una carta para ti Construyendo el

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16 de enero de 1916Consagración episcopal del beato Manuel Gonzálezen la Catedral de Sevilla

«Como obispo, al igual que como sacerdote antes, yo solo quiero llevarle a Jesús la dulce compañía de las almas»

El Granito de Arena, 20 de diciembre de 1915, pp. 6-7