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JESÚS, LA REVOLUCIÓN DE LA HUMILDAD
(Retiro Semana Santa 2021).
P. Juan Pablo Rovegno Michell
Introducción
1. En tiempos de incertidumbre y esperanza: la humildad de nuestra
humanidad. Aproximándonos a un sentido de esta crisis.
2. Recorriendo el camino de humildad de Jesús: servir, despojarse,
reconciliar.
3. Tres caminos y un signo: la mujer redimida, el varón enaltecido, el
padre cuestionado. María, escuela de humildad.
Introducción:
Imploración al Espíritu Santo (invitación a crear una atmósfera para el
retiro: vela, biblia, cuaderno, silencio). Los cantos que nos acompañarán.
1. En tiempos de incertidumbre y esperanza: la humildad de nuestra
humanidad.
Video de la reflexión
No cabe duda, estamos viviendo tiempos complejos, no sólo desafiantes,
sino difíciles. Pensamos que el 2020 había ya pasado con su estela de
incertidumbre, no sólo sanitaria, sino social, económica, anímica,
vincular…el 2021 está siendo una continuidad inesperada y, por qué no
decirlo, indeseada. No hay dimensión de nuestras vidas y de nuestros
vínculos que no esté siendo tocada, remecida, confrontada.
Uno puede tratar de evadir o compensar, de relativizar o negar,
espiritualizar o demonizar, pero lo que sí es cierto es que como
humanidad (y no sólo como país), estamos recorriendo un camino
incierto y difícil.
Mirado desde nuestra fe y desde estos días santos, podríamos afirmar
que estamos recorriendo un camino de redención. Porque eso es lo que
estamos reviviendo y renovando: el acontecimiento central de nuestra
fe, la victoria de la Vida y del Amor por sobre la muerte y la
desesperanza.
El tiempo que vivimos es un tiempo de redención, pero para poder
abrirse a esa redención hay un preámbulo necesario e indispensable:
nuestra conversión.
Lo que impide vivir un tiempo complejo y difícil, incierto y agotador
con esperanza pascual, es no dejarse tocar, cuestionar o al menos
conmover o remecer por este tiempo crítico que tiene rostros, espacios,
sentimientos, “alegrías y penas, esperanzas y angustias”, necesidades y
oportunidades.
Podríamos quedarnos en un discurso fatalista, incluso conspirativo,
pero si Dios ha permitido lo que vivimos ¿Qué sentido tiene para
nuestras vidas y las vidas de los demás, para la vida de la humanidad?
Y creo que para nosotros como chilenos el desafío es doble, porque
tendemos a creernos el cuento de ser diferentes, de estar inmunes a lo
que pasa a nuestro alrededor, de ser una “isla o un reservorio”, sin
embargo, este tiempo nos ha mostrado que los dolores y necesidades,
desafíos y fracturas de la humanidad y de la sociedad, son también los
nuestros.
Y ese es el camino que nos abre a la redención, es decir, a la esperanza:
el humilde reconocimiento de la solidaridad de destinos de todos los
miembros de la humanidad, independientemente del lugar donde
estemos, con quienes estemos y en lo que hagamos; no podemos olvidar
ni evadir que formamos parte de una urdimbre mayor. Algunas la
llaman efecto mariposa, prefiero hablar y creer en el entrelazamiento
de vidas y destinos de todos los miembros de la humanidad.
El flagelo de la pandemia nos ha afectado a todos: países desarrollados
y en desarrollo, pobres y ricos, con gobiernos estables o anarquías,
democracias o dictaduras…
Necesitamos redención, necesitamos nuestra conversión. Y esa
conversión parte por salir de nosotros mismos y empezar a mirar a
nuestro alrededor. Eso es lo que hizo Jesús: podría haberse quedado en
su posición divina, podría haber dominado a la creación, podría haberse
identificado con los poderosos, sin embargo, se anonadó.
El Cántico de los Filipenses es decidor:
“Él era como Dios en todo sentido,
pero no se aprovechó de ser igual a Dios. 7 Al contrario, él se quitó ese honor,
aceptó hacerse un siervo
y nacer como un ser humano.
Al vivir como hombre, 8 se humilló a sí mismo
y fue obediente hasta el extremo de morir en la cruz”.
Y nos interpela a cultivar en nosotros esos sentimientos de Jesús:
“¿Lo que les escribo los anima en Cristo? ¿Quieren consolarme mostrándome
cuánto me aman? ¿Compartimos el mismo Espíritu? ¿Me tienen verdadero afecto
y compasión? 2 Entonces voy a pedirles algo que me haría completamente feliz:
tengan la misma manera de pensar, el mismo amor y las mismas metas. 3 No
hagan nada por rivalidad ni orgullo. Sean humildes y cada uno considere a los
demás como más importantes que sí mismo. 4 Que cada uno no busque su propio
bien, sino el de los demás.
5 Piensen y actúen como Jesucristo. Esa es la «misma manera de pensar» que les
estoy pidiendo que tengan.”
(Filipenses 2, 1-11).
Lo que hizo Jesús fue asumir nuestra humanidad y fue más allá: podría
haber sido fácil y hasta seguro, haberse quedado en el espacio familiar,
ser un maestro en la sinagoga de Nazareth, un buen carpintero… incluso
salir a predicar la conversión sólo a los suyos:
“Jesús salió de allí y se fue a la región de Tiro y de Sidón. 22 Una mujer cananea que vivía en esa región salió y empezó a gritar:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija está poseída por un demonio que la atormenta terriblemente!
23 Jesús no le decía nada. Entonces los seguidores se acercaron a él y le rogaron:
—Por favor, dile que se vaya porque viene gritando detrás de nosotros.
24 Jesús les dijo:
—Dios solamente me envió a las ovejas perdidas de Israel”.
Pero, será esa misma mujer quien en su humillación le abre el corazón a Jesús, interpelándolo a hacerse uno con nuestra humanidad, especialmente con los débiles, los sufrientes, los marginados.
“ Entonces la mujer se puso enfrente de Jesús, se arrodilló y le dijo:
—¡Señor, ayúdame! 26 Jesús le contestó:
—No está bien darles a los perros el pan de los hijos. 27 Ella dijo:
—Es cierto, Señor, pero hasta los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños. 28 Jesús le dijo:
—Mujer, tienes mucha fe. Por eso haré lo que quieres que haga.
Y en ese momento la hija de la mujer fue sanada
(Mateo 15, 21-28).
En el transcurso de su peregrinar hasta la cruz, son muchos los encuentros (incontables según el evangelista Juan) que irán moldeando el corazón de Jesús hasta atravesarlo como signo de su total compasión. Se hizo humilde hasta hacerse uno con nosotros en toda la belleza y grandeza del ser humano, pero también en toda nuestra miseria y pequeñez, complejidad y vulnerabilidad, necesidad y límite.
El no seguir de largo ante el misterio humano, hizo vida las palabras del profeta Isaías y que Jesús asumió en sí mismo en la sinagoga de su pueblo:
“Entonces Jesús regresó a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Como de costumbre, fue a la sinagoga en el día de descanso y se puso de pie para leer las
Escrituras. 17 Le dieron el libro del profeta Isaías, lo abrió y encontró la parte donde está escrito:
18 «El Señor ha puesto su Espíritu en mí,
porque me eligió para anunciar las buenas noticias a los pobres.
Me envió a contarles a los prisioneros que serán liberados.
A contarles a los ciegos que verán de nuevo,
y a liberar a los oprimidos; 19
para anunciar que este año
el Señor mostrará su bondad».[f]
20 Luego Jesús enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los
que estaban en la sinagoga le ponían mucha atención. 21 Entonces Jesús les dijo:
—Lo que acabo de leerles se ha cumplido hoy ante ustedes”
(Lucas 4, 16-21).
Jesús se fue anonadando, se dejó estremecer por las personas y sus
realidades, no se quedó en la comodidad de su hogar y de su pueblo,
entre los suyos y los conocidos, no se dejó seducir ni impresionar por el
rigorismo de los sacerdotes y levitas, ni tampoco por la pompa y poderío
romanos, ni por las ideas y sabiduría griegas. Él se hizo uno con todos,
se dejó estremecer y tocar por la realidad de la humanidad, no la que
luce y brilla, la del éxito y los titulares, la del dominio y las pasarelas, las
encuestas y los rankings, sino por la complejidad y variedad de nuestra
naturaleza humana.
Por eso, el tiempo que vivimos es un tiempo de redención y conversión,
es la posibilidad de hacer nuestros los sentimientos de Jesús, de mirar
más allá de nuestros espacios seguros y dejarnos tocar, cuestionar,
enriquecer, complementar, interpelar por la realidad humana en su
pluralidad y complejidad. Superando defensas, prejuicios y herencias
que no nos ayudan a sentir con la realidad.
Y no sólo es la posibilidad de una vida más armoniosa e integrada, de
un equilibrio ecológico y creacional, de lo contrario tenemos el riesgo de
seguir encerrados en nuestro micro mundo.
El desafío es mayor porque parece que nuestro órgano para empatizar,
para ponernos en el lugar del otro se ha ido atrofiando en medio de las
exigencias, expectativas y estímulos que vivimos, en medio de nuestras
burbujas y círculos conocidos, en medio de nuestras ideas y esquemas,
en medio de nuestra hiper conexión y alienación, en medio de la
violencia y la polarización…
Si nadie mira ni se conmueve, si nadie se hace humilde frente a la
precariedad de nuestras condición humana, no nos tiene que sorprender
que los márgenes de la sociedad los asuman las ideologías, los
extremismos, las compensaciones, el narco, la delincuencia, las barras
bravas, el terrorismo, la violencia, la corrupción, los trastornos
alimenticios, las idolatrías, las fiestas sin fin, la eutanasia y el aborto, el
egoísmo disfrazado de proyecto personal, los narcisismos mesiánicos, el
totalitarismo del mercado y la economía, los populismos oportunistas,
los resentimientos sociales y llevado al plano más cercano: los conflictos
que son ruptura, el sin sentido de la vida, la depresión, el estrés, el
bornout, las separaciones tempranas, el bullying, el consumo evasivo,
las dependencias, el pansexualismo, el aislamiento, el juicio público en
las redes, los abusos de todo tipo, la autorreferencia virtual y la
afirmación de sí mismos a través las redes y los likes.
No nos debe sorprender ese vasto campo de evasiones, compensaciones,
frustraciones, fricciones, fracturas… personales, familiares y sociales si
nadie nos ve, si nadie nos da un espacio, si somos invisibles ante los
demás en nuestra precariedad y necesidad, en nuestra humanidad.
Preguntas para el trabajo personal:
Canción sugerida para acompañar este momento: "Veni Sancte
Spiritus"
1. ¿Qué temores e inseguridades, defensas y violencias ha detonado la
crisis transversal que vivimos? ¿Cómo me están afectando a mí, a mi
familia, a mi entorno?
2. ¿Qué realidades se han hecho visibles en medio de estas crisis
(personales, familiares, sociales)? ¿qué me impedía verlas o viéndolas,
las sentía ajenas o indiferentes?
3. Ante este escenario: ¿qué me está conmoviendo especialmente? ¿En
qué aspectos la crisis que vivimos me está ensanchando el corazón, las
ideas y las decisiones?
2. Recorriendo el camino de humildad de Jesús: servir, despojarse,
reconciliar.
Video de la reflexión
En estos días santos, Jesús lleva a su plenitud (y no entendida la plenitud
como la ausencia de dificultades, desafíos y dolores) su identificación y
amor por nosotros, su humildad y humillación hasta el extremo de hacer
suyas las experiencias humanas del fracaso, la soledad, el abandono, la
tristeza, la traición, el sin sentido, el abuso, la violencia, la mentira, la
conspiración, la angustia, la impotencia, la marginalidad, la
irracionalidad, la brutalidad, el dolor físico y anímico, la muerte…
Y lo que va ocurriendo en su corazón y en su vida durante estos días
constituyen una aceleración de ese proceso en tres dimensiones: con la
humanidad, ya que hace suyos los dolores y angustias de todos los
tiempos, también lo que hoy vivimos; con Dios, su Padre, ya que ese
hilo no se corta y es lo que lo sostiene; y la infinitud del amor de Dios
que acoge también a los enemigos, restaurando, reconciliando,
perdonando…
Tres momentos cruciales que tienen como escenario estos días santos;
cada uno en su valor simbólico, en su profundidad y sentido. En ellos
Jesús lleva la humildad al extremo, mostrándonos un camino.
El Triduo que empezamos anoche con la misa de la Última Cena y que
culminaremos con la Vigilia Pascual, constituyen un verdadero camino
y escuela de humildad. Su intensa realidad y simbolismo nos muestran
vivencialmente actitudes, gestos, palabras que son escuela para vencer
el orgullo, la prepotencia, la arrogancia, la autosuficiencia, la
autorreferencialidad, el egoísmo, la indiferencia, la violencia… que tanto
daño causan y han causado a la humanidad, desde la creación y la casa
común llamadas a ser cuidadas por el ser humano, hasta la vida humana
en su dignidad, fragilidad y diversidad.
Recorramos estos días:
Jueves Santo: El poder que es servicio, nunca dominio ni
superioridad
“Mientras estaban comiendo, Jesús se levantó, se quitó el manto y se ató una
toalla. 5 Luego echó agua en un recipiente, empezó a lavarles los pies[a] a sus
seguidores y les secaba los pies con la toalla que llevaba en la cintura.
12 Cuando terminó de lavarles los pies, se vistió, volvió a la mesa y les dijo:
—¿Entienden lo que les hice? 13 Ustedes me llaman: “Maestro” y “Señor” y tienen
razón, porque lo soy. 14 Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies. Así que
ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo 15 para que traten
a los demás como yo los he tratado a ustedes. 16 Les digo la verdad: Ustedes ya
saben que un siervo no es superior a su amo, y que ningún mensajero es más
importante que el que lo envió. 17 Ahora que entienden lo que es servirse unos a
otros y lavarse los pies unos a otros, Dios los bendecirá si lo ponen en práctica”
(Juan 13).
Un relato conocido, la imagen de este retiro está tomada de un momento
que lo revive. A veces tenemos el riesgo de la simplificación (más aún
en estos tiempos en los que por razones sanitarias, el gesto quedará
reducido a nada), o del romanticismo tomado del arte o el pudor pacato
y solemne de más de alguna celebración litúrgica, que nada tienen que
ver con la intensidad dramática, lo radicalmente revolucionario e
inaceptable del gesto, lo impensable para un Dios, para un maestro, para
un mesías, para un profeta.
La humildad dramática del gesto (no sólo porque lo identifica con los
siervos, los esclavos, los últimos eslabones de la escala social), es tal que
produce el espanto y el rechazo de Pedro, el único que se atreve a
expresar abiertamente su escándalo. Ya era suficiente con acoger a
pecadores y marginados, con desdeñar la violencia como forma de
imponer el nuevo reino, con acoger a las mujeres y enaltecerlas, con
afirmar que el Reino de Dios es de los que son como niños, o poner como
ejemplo de amor al prójimo a un samaritano… Jesús revoluciona no sólo
a los escrupulosos y rigoristas, también a un hombre simple e impulsivo
como Pedro.
Las escalas sociales han existido siempre y nuestro país,
lamentablemente, ha ido agudizando cada vez más nuestra frágil
integración: los ghetos, los ciudadanos de primera y segunda clase, los
barrios y espacios segmentados según el grupo social al que se
pertenezca, las diferencias abismales en la educación y el acceso a
servicios primarios como la salud y la previsión, el transporte y la
seguridad ciudadana, hasta las áreas verdes y la configuración de las
calles marcan la diferencia.
La distancia entre las élites de todo tipo: económicas, culturales y
políticas, con la realidad de un gran número de compatriotas, es
tristemente real (un estudio de hace algunos días evidenció con cifras y
gráficos lo que es evidente).
Así como para algunos no hay otra realidad más que la basura, los
fuegos artificiales, los arreglos de cuentas entre bandas y la delincuencia,
las horas de transporte público, la precariedad del mes a mes; para otros
no hay otra realidad que la comodidad de un barrio seguro y limpio, los
grandes espacios para vivir y recrearse, los rituales y lugares conocidos,
un futuro promisorio y el buen vivir.
No se trata de un juicio social, pero si estas realidades no se conocen, no
se conectan, no se valoran…estamos a merced de las desconfianzas y
resentimientos, de los abismos que llevan a la frustración y a la violencia,
por un lado, o a la huida y la ensoñación de la realidad, por otro.
Jesús, radicalmente, rompe ese muro que los separaba y que puede
transformarse en odio:
13 “Pero ahora, unidos a Cristo Jesús por la sangre que él derramó, ustedes que antes estaban lejos están cerca.
14 Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que
existía. 15 Puso fin a la ley que consistía en mandatos y reglamentos, y en sí mismo creó de las dos partes un solo hombre nuevo. Así hizo la paz. 16 Él puso
fin, en sí mismo, a la enemistad que existía entre los dos pueblos, y con su muerte en la cruz los reconcilió con Dios, haciendo de ellos un solo cuerpo.
17 Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. 18 Pues por medio de Cristo, los unos
y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu. 19 Por eso, ustedes ya no son extranjeros, ya no están fuera de su tierra, sino que ahora comparten con el pueblo santo los mismos derechos, y son miembros de la
familia de Dios. 20 Ustedes son como un edificio levantado sobre los fundamentos que son los apóstoles y los profetas, y Jesucristo mismo es la
piedra principal. 21 En Cristo, todo el edificio va levantándose en todas y cada una de sus partes, hasta llegar a ser, en el Señor, un templo santo”
(Efesios 2, 13-21).
Por eso el gesto del lavado de pies es tan revolucionario, nos une porque
nos abaja, quitándonos de cuajo la pretensión de superioridad y
asemejándonos en nuestra humanidad.
Necesitamos erradicar toda pretensión de poder o arrogancia, de
superioridad o discriminación. Tenemos tantos tristes ejemplos, desde
“váyase a su población” hasta calificar a las autoridades
gubernamentales de “infelices”.
¿Qué nos autoriza para descalificar, para discriminar, para marginar?,
cualquiera sea el bando, el lugar social al que pertenezco. ¿Qué hay
detrás del bullying, de la violencia de género, del aborto y la eutanasia,
de los abusos, de la violencia social y el terrorismo, de las injusticias
sociales, de la descalificación, del ninguneo tan de moda en las redes y
en los medios y del juicio público? Dominar, disponer, avasallar…
En ese sentido, que contradictorio, pero qué iluminador resulta
contrastar la primera línea sanitaria de la primera línea violenta, una
busca salvar, la otra destruir. Una se cubre la cara como protección, la
otra como ocultamiento. Hay un valor profundo en las manifestaciones
sociales que expresaron transversalmente las necesidades y fracturas de
nuestra sociedad, pero otra cosa es la violencia sin sentido y sin
propuestas.
Jesús se pone del lado del que sirve, rechazando toda identificación del
poder con el dominio y disposición del otro, quien sea.
Viernes Santo: El camino de la cruz que es despojarse
para amar sin límites
“Después de que crucificaron a Jesús, los soldados le quitaron la ropa. La repartieron en cuatro partes, una para cada soldado. También tomaron su túnica
pero no tenía costura. Era una túnica tejida en una sola pieza de arriba a abajo. 24 Entonces se dijeron unos a otros:
—No la rompamos, más bien echémosla a la suerte para ver quién se queda con ella.Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice en la Escritura:
«Dividieron mi ropa entre ellos y echaron mi túnica a la suerte».[a]Eso fue lo que hicieron los soldados.
25 Cerca de la cruz de Jesús estaban su mamá y su tía María, la esposa de Cleofás, y María Magdalena. 26 Cuando Jesús vio que su madre estaba cerca, junto al
discípulo que él tanto quería, le dijo a su madre:—Mujer[b], ahí tienes a tu hijo.
27 Después le dijo al discípulo:—Ahí tienes a tu mamá.
Desde ese momento el discípulo la recibió en su casa.
28 Después de esto, Jesús supo que había hecho todo lo que tenía que hacer. Entonces, para que se cumpliera la Escritura, dijo:—Tengo sed.[c]
29 Mojaron una esponja en el vinagre de un frasco que había ahí. La colocaron en una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
30 Jesús bebió el vinagre y dijo:—Todo está cumplido.
Entonces inclinó su cabeza y murió” (Juan 19, 23-30).
El Camino de la cruz es un ir despojándose de todo lo que da seguridad,
de todo lo que a los ojos del mundo nos hace valiosos, productivos,
exitosos y ganadores. Ya en las vísperas, Jesús había lavado los pies
como un sirviente, había compartido su cuerpo y sangre, había
experimentado la angustia y la soledad del huerto, la tristeza honda de
la traición, el abandono de los suyos, la conspiración y la corrupción, el
ultraje y la violencia, los insultos y la condenación…de todo se fue
despojando para quedar sostenido sólo del hilo fuerte del amor de Dios,
porque aunque le pregunta y lo cuestiona, le reprocha y le llora, no
rompe el vínculo con Dios, su Padre.
Y este texto de San Juan nos describe un momento hondo y radical de
su despojo: entrega también a su madre, la única mirada fiel e
incondicional, el abrazo y el apego, el ser niño en la adultez…y cuando
todo está consumado y no hay nada más que entregar, entrega la
vida…todo por amor.
Despojarse para amar, incluso a los enemigos… que no queden reservas
ni ángulos retenidos…sólo es posible si se llena de amor, de lo contrario
un despojo así es auto destructivo y enfermo.
Jesús llevó la humildad de su condición hasta identificarse con quien no
tiene nada, pero lo posee todo, porque ama. Su identificación es total con
la vulnerabilidad humana y la precariedad de nuestra condición finita y
mortal, pero nunca deja de amar, recordándonos nuestra vocación y
sentido: hemos sido llamados a la vida para amar y ser amados.
A veces, necesitamos el despojo para darnos cuenta, para valorar, para
integrar, para despertar, para salir de nosotros mismos. Esta crisis, más
allá del temor, los resguardos y límites, es una posibilidad de abrir los
ojos y el corazón a los demás, a la solidaridad, al buen trato, a la
dignificación. Tarea nada fácil porque hemos construido estructuras,
alimentado formas y levantando muros que nos separan, nos aíslan, nos
llenan de juicios y prejuicios.
Sábado de Gloria: “Alégrense…yo estaré con ustedes siempre, hasta
el fin del mundo”
La Pascua testimonia no sólo la victoria de la Vida por sobre la muerte,
del Amor sobre el odio, de la Salvación por sobre la condenación.
Testimonia que en el corazón de Jesús no anida el resentimiento, la
venganza, el dolor trasformado en rabia y amargura. Es tan fácil que las
crisis, los conflictos, las pérdidas, los cambios de timón dejen huellas
irreconciliables. No sólo en el ámbito personal y privado, sino también
en los procesos sociales, en los conflictos sociales, cuando traspasamos
de generación en generación no sólo los avances y desarrollos, sino
también las frustraciones y tensiones no resueltas.
¡Cuánto nos cuesta sanar! ¡Cuánto nos cuesta sanar y perdonar!
¡Sanar y reconciliar! ¡Asumir y redimir!
Un gesto de profunda humildad es ser portadores de reconciliación, de
comunión y Jesús, pudiendo usar su poder y sus energías pascuales para
hundirnos y aplastarnos, las usa para perdonar, reconciliar y reunir. El
“Padre que todos sean uno como tú y yo somos uno en el amor”, será su
impulso interior, su misión y su lucha.
En tiempos como los que vivimos es tan fácil defendernos, dejarnos
llevar por el temor y la desconfianza, la distancia y la defensa, volver a
levantar muros, a usar la violencia, reafirmar prejuicios, endurecer
posturas, polarizar posiciones, extremar seguridades… Pero mirada
desde la fe, esta crisis multisistémica nos impulsa a la conversión, a una
renovación, a un volver a empezar sobre bases nuevas asumiendo las
fracturas, fisuras y fragilidades de nuestras vidas, para sanarlas,
iluminarlas, restaurarlas y reconciliarlas. A volver a empezar con el
gesto humilde de reconocer que nos necesitamos.
En la experiencia del pueblo de Israel estaban los jubileos, eran tiempos
de renovación, de reposo y de restauración. Hoy los jubileos son
eventos, pero no necesariamente momentos de reflexión y perdón, de
restauración y reconciliación.
Hace tanto tiempo que hemos usado y abusado de la tierra y del ser
humano, dejándonos llevar por un economicismo sin límites, en que
todo se reduce o al capital o al estado, olvidando que ambas realidades
están llamadas a servir al bien de la humanidad y de cada persona en
particular.
Hemos olvidado el valor de la solidaridad, la subsidiariedad y la
gratuidad con sentido cristiano, porque antes está la utilidad y el
beneficio personal, o las reivindicaciones y los totalitarismos, más que
cada persona y comunidad con su entorno.
El llevar las cosas a un extremo casi irreparable (basta pensar en el
desafío que nos plantea el cambio climático) ha exigido cambios, pero
¡cuántos de esos cambios no se realizaron en forma oportuna! La
afirmación del Papa Juan Pablo II “los pobres no pueden esperar”, se
refería al rebalse, a la ingenuidad o a la ambición que creía que el
desarrollo y la dignidad llegarían por arte de magia a todos. El creer que
el mercado o el estado por sí solos traerían bienestar, nos llevó a endiosar
al mercado o al estado, olvidando al ser humano y a la comunidad,
produciendo fisuras y costos sociales que no han sanado.
Hoy tenemos la posibilidad de reconciliar, de unir, de sanar. Difícil,
porque hemos llevado las cosas a un extremo tal que los frentes parecen
irreconciliables, basta pensar en la Araucanía: el lugar que no ocupa el
encuentro y la paz, lo ocupa la intransigencia y la violencia, la
indiferencia y la defensa, que usan y abusan de las heridas no sanadas
ni asumidas.
La tentación es la ruptura, la violencia, la división y el resentimiento.
Pero Jesús nos muestra otro camino con su Pascua: la humildad de la
reconciliación y el perdón.
Preguntas para el trabajo personal:
Canción sugerida para acompañar este momento: “Tú modo”
1. ¿Qué realidades personales, familiares, sociales me exigen hoy un
cambio de actitud, un abajamiento de mi orgullo, mi distancia, mis
temores y prejuicios? ¿A quién o a quiénes Jesús me interpela hoy, a
acoger y servir?
2. ¿Qué necesito dejar, despojarme para ser más libre para Dios y los
demás, más libre para amar (desde bienes hasta actitudes, exigencias y
dependencias, expectativas y seguridades, proyectos y planes, control)?
3. ¿Qué necesito reconciliar, a quién necesito perdonar? ¿Qué paso
puedo dar?
3. Tres caminos y un signo: la mujer redimida, el varón enaltecido, el
padre cuestionado. María, escuela de humildad.
Video de la reflexión
Los Evangelios están plagados de pasajes que serán escuela para Jesús,
pero también la vida y las voces del tiempo son escuela de humildad:
cada uno pude revisar su biografía personal y descubrir personas,
lugares y vivencias que han sido escuela de humildad, de desasimiento
de los propios deseos y ganas, proyectos y proyecciones, seguridades y
planes personales.
Reflexionemos tres dimensiones del tiempo y que nos invitan a crecer
en la humildad:
Hoy vivimos tiempos de un fuerte protagonismo femenino, de una
necesaria reivindicación y reconocimiento, de dignificación e
integración de la mujer. Hay una deuda inmensa ante la mujer a lo largo
de la historia.
Lo propio del alma femenina, su originalidad y genialidad, su ser y
misión son indispensables, desde la posibilidad de acoger la vida hasta
dar la vida por lo que ama, pasando por todos los oficios, tareas,
espacios y realidades donde no sólo es capaz, sino tremendamente
necesaria.
Serán las mujeres las que van no sólo configurando a Jesús (“nacido de
mujer” y formado por mujer, María) en su ser, sino también en su
misión. Lo recordamos en el Evangelio que escuchamos en la primera
meditación, hasta la plenitud de la nobleza y magnitud de su amor en
cada mujer que sale a su encuentro. Ellas no sólo necesitan a Jesús (en
medio de una cultura machista y discriminatoria, violenta y abusiva con
la mujer), para ser acogidas y dignificadas, escuchadas e integradas,
reconocidas y enaltecidas por el amor, la amistad y el perdón; también
Jesús necesita de la mujer para descubrir su ser y misión, para ensanchar
su corazón, para vencer la tentación del dominio y la exclusión.
Hoy es tiempo de la mujer y no me refiero a la ideología feminista, que
usa lamentablemente las mismas armas que reclaman: la descalificación,
la marginación y el dominio. Me refiero a esos cientos y miles, millones
de mujeres que han alzado su voz para gritar no sólo quienes son y ser
respetadas en su ser y misión, sino que quieren y exigen compartir en
todos los espacios ese ser y misión.
Los liderazgos femeninos han ido confirmando una capacidad de
empatizar, de unir, de entregar, que no sólo puede equilibrar el
protagonismo masculino, sino colaborar para superar el desequilibrio
de liderazgos competitivos y agresivos, narcisistas y autorreferentes.
Jesús aprendió de la mujer a ser y vivir, trasmitir y desarrollar la
dimensión femenina y maternal de Dios: la ternura y la compasión, la
acogida y el perdón, el servicio y la fortaleza. Rasgos esenciales que el
rigorismo y el legalismo por un lado, y el triunfalismo y competitividad
por otro, habían relegado al subterráneo de la humanidad.
Pero también Jesús aprendió de la humildad de un varón: San José.
Para él tiene que haber sido sorprendente tener como padre a un hombre
que, a ojos puramente humanos, podría parecer débil y sumiso. En San
José aprendió la humildad del que sirve desinteresadamente la vida
confiada y no se sirve de ella, del que no pone su proyecto en primer
lugar sino en el plan de Dios; del que es capaz de escuchar más que
imponerse, defenderse y ganar; del que es capaz de permanecer cuando
todo lo lleva a huir y abandonar. De San José, Jesús aprendió a ser
varón, hermano, hijo y padre.
No quiero terminar estas meditaciones sin referirme a la situación del
padre fundador de nuestra Familia de Schoenstatt, porque es un tema
que nos ocupa y preocupa y, porque podríamos verlo sólo a la luz de la
defensa o la ofensa, de los estudios y la historia, de los peritos y las
pruebas, de los testimonios y los procesos. Creo que tenemos la
posibilidad, a partir del cuestionamiento y las reflexiones, de crecer en
humildad frente a nuestro carisma y a nosotros mismos, así como
también en la comprensión de la santidad y la vida del fundador.
La humildad de ser cuestionados, de necesitar complementos, de no
tener todas las respuestas ni ser la barca que salvará al mundo.
Hemos gestado mucha ida y mucha vida se nos ha regalado, pero
también tenemos el riesgo del mesianismo y la exclusión, de sentirnos
mejores y de pretender ser la nueva iglesia, cuando todos somos iglesia
y participamos de la grandeza y las miserias de la iglesia (basta pensar
en nuestras dolorosas situaciones de abusos, en los que se han sentido
excluidos o no acogidos, en las comparaciones y prejuicios), así como
participamos de las grandezas y miserias de la humanidad.
Este camino es una interpelación a la humildad para la purificación de
la historia, del carisma y de actitudes que no nos ayudan a encontrarnos
y ser familia; a la humildad de dialogar y a complementarnos con otros
carismas; la humildad de renunciar a la pretensión de ser la respuesta a
todas las preguntas.
Es una interpelación a compartirse, a complementarse y a colaborar
humildemente en esta hora difícil para todos, incluidos nosotros.
Humildad para revisar, para cuestionarse y dejarse cuestionar, para
dejarnos incluso observar y visitar de nuevo, la humildad de saber que
lo que es de Dios tendrá que resplandecer y lo que no, tendrá que
redimirse.
Por otro lado, este proceso nos ayudará a una nueva comprensión de
la santidad y de la persona del fundador. La santidad no tiene que ver
con perfección o infalibilidad, sino con un camino de crecimiento y
maduración en el claroscuro de nuestra humanidad, de crecimiento y
maduración en el amor, en la forma de amar y ser amados.
La biografía del padre nos muestra que él tuvo que pre vivir aquello que
anunció y denunció: la orfandad paterna, la incapacidad afectiva, la
unilateralidad de las ideas y la voluntad, la soledad, la incomprensión,
el orgullo y la obsesión, el pensar y sentir mecanicistas, la necesidad de
sanación y el camino de la redención.
Si él no hubiera recorrido hasta el final de sus días un camino de
sanación, crecimiento y maduración (que es el camino humano para ser
hijo, padre y hermano), no hubiera necesitado de Dios ni de la Mater ni
del amor y afecto humanos, ni tampoco hubiera desarrollado una
paternidad tan rica en matices y transversal.
Las últimas palabras del padre antes de partir de Milwaulkee fueron:
“hijo no te olvides de tus miserias, hijo no te olvides de tu Madre, hijo
no te olvides de las misericordias de Dios en tu vida”. No las decía en
primer lugar para el bronce o para un interlocutor anónimo, las decía
seguramente en primer lugar para sí mismo y como un legado para
todos nosotros: quien olvida sus miserias pronto se olvidará de la
necesidad de redención y del Redentor.
Soy hijo del padre fundador, espero que todo se aclare, que la verdad y
la caridad afloren, pero no me cabe la menor duda que este es un camino
de crecimiento en la humildad como carisma, como familia, como
comunidades y en la persona del padre fundador, asumiendo no sólo la
complejidad y vastedad de sus escritos y reflexiones, sino también de su
personalidad.
…Y el signo: María, escuela de Humildad, basta leer y meditar, rezar
y cantar su Magníficat para comprender porque fue la Madre de Jesús
y nuestra Madre,
46 Y María dijo:
—Engrandece mi alma al Señor;
47 y mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador,
48 porque ha mirado
la bajeza de su sierva.
He aquí, pues, desde ahora
me tendrán por bienaventurada todas las generaciones,
49 porque el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo.
Su nombre es santo,
50 y su misericordia es
de generación en generación, para con los que le temen.
51 Hizo proezas con su brazo;
esparció a los soberbios
en el pensamiento de sus corazones.
52 Quitó a los poderosos de sus tronos
y levantó a los humildes.
53 A los hambrientos sació de bienes
y a los ricos los despidió vacíos.
54 Ayudó a Israel, su siervo,
para acordarse de la misericordia,
55 tal como habló a nuestros padres;
a Abraham y a su descendencia para siempre.
(lucas 1, 46-55).
Pregunta para el trabajo personal:
Canción sugerida para acompañar este momento: “Yo si” (Io sì)
1. ¿Qué personas, lugares y vivencias me han ayudado a crecer en la
humildad? Recuerdo, revivo y agradezco.
2. ¿En qué dimensiones Jesús me pide hoy crecer en la humildad frente
a mí mismo, a los demás y el tiempo que vivimos?
3. ¿Con qué gesto o actitud puedo empezar?
Canción sugerida para el cierre del retiro “Declaración de Domicilio”