jenmarie federico - mas liviano que el aire

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Federico Jeanmaire, 2009 De esta edicin: AGEA / Aguilar U.T.E., 2009 Tacuar 1842, Buenos AiresDiseo de tapa: Adriana YoelImagen de tapa: Liliana Porter, Trabajo forzado. Tejedora, 2005ISBN: 978-987-04-1399-8Impreso en UruguayHecho el depsito que indica la ley 11.723Primera edicin: diciembre de 2009

En el ocano del vacohay nombres, nombres, nombres.En el ocano de lo perdido,hay nombres.Quin respondea este chorro de almaque los llama? Un oleajede nombres, nombres, nombres.Qu los separa de la grande muerteen brazos ya de lo que fueron?Juan Gelman, Ocanos

Jueves 29 de noviembreSintese sobre la tapa del inodoro. Si quiere. No vaya a creer que lo estoy obligando. Se me ocurre, noms, que puede estar ms cmodo sentado sobre la tapa del inodoro. Yo tambin me traje una silla y la puse cerca de la puerta.Le voy a contar algo.No refunfue. Le va a hacer mal ponerse as y, adems, no va a ganar nada. Hasta le puede llegar a subir la presin. Se lo juro. A m me ha pasado.Algo. Le voy a contar algo que tengo muchas ganas de contarle.Por favor. Sea bueno. Cllese de una vez, clmese, deje de golpear la puerta como un tonto y escuche quietito que no le va a venir nada mal escucharme.Le conviene, yo s lo que le digo.Siempre se aprende de los viejos. Claro que a ustedes, me refiero a los jvenes, les parece que no, que nada se puede aprender de una vieja tan vieja como yo. Noventa y tres aos, tengo. Para noventa y cuatro. Mucho, no?Da la impresin, no se lo voy a negar, pero la verdad es que se pasa rapidsimo; una casi ni alcanza a darse cuenta de que est viva y ya tiene que morirse. Aunque usted no me crea, est en todo su derecho. Sin embargo, le repito que el tiempo vuela, que pasa volando, como dice la gente. Y una ni se entera. A una le parece que todo ocurri ayer o un rato antes de ayer. Pero no lo quiero entretener con estas cuestiones: si usted me deja, yo le cuento lo que quiero contarle sobre mi madre y listo, ya est, le prometo que no lo molesto ms.S, sobre mi madre.As me gusta, que sea un poco ms dcil, que entienda, que se deje contar. Usted es joven y, aunque sea mentira, estoy segura de que todava cree que tiene toda la vida por delante. Un montn de tiempo por delante. Y eso es mentira, por supuesto. Una mentira tan grande como el tiempo. Pero usted todava no lo sabe y, cuando lo sepa, crame que ya va a ser demasiado tarde. Como me pas a m. De todos modos, le agradezco que ahora tenga ganas de escuchar. Y de aprender, tambin.Ah. Entonces no tiene ganas. Ni de una cosa ni de la otra. Y, bueno, puede ser que no tenga ganas. Aunque, claro, yo le voy a contar igual lo que quiero contarle. Mejor es que lo sepa desde ahora. Usted se me queda bien calladito, yo le cuento y, despus, ya me dir si le interes lo que le cont o no le interes un comino. De cualquier manera, la verdad es que estoy un poco sorda, qu se le va hacer, problemas de la edad. As que.El asunto es que mi madre se llamaba Delia. Pero le decan Delita. Y aunque no llegu a conocerla, permtame que yo tambin la llame Delita. Para m es Delita, siempre ser Delita, vio cmo son esas cosas.Tampoco le importa saber cmo se llamaba o cmo le decan a mi madre?Tendra que importarle, es el asunto del que quiero hablarle y, si usted no registra el nombre de la protagonista, se le va hacer muy difcil seguirme. Adems se trata de mi madre, no sea maleducado, tenga un poco ms de respeto.No, no, no. As no vamos a llegar a ningn lado: usted no me deja que le cuente y entonces todo se alarga. A m no me importa, le digo la verdad, estoy muy sola. Todo el santo da, sola. Todos los das de toda la vida, sola. Sin embargo, a usted me parece que s debera importarle. Usted todava supone, se le nota, que tiene la vida entera por delante, que tiene muchas cosas por hacer, que tiene futuro, un porvenir. Para m, creo que ya se lo dije antes, disclpeme si me repito, usted no tiene nada, ninguna de esas cosas. Pero no por usted mismo, no se piense que le tengo ojeriza o que tengo una cuestin personal en contra suya. No. Nada de eso. Se lo digo a usted porque usted es el que ahora mismo est ac, encerrado en el bao, si fuera otro cualquiera el que estuviera en su lugar, tambin le dira lo mismo.Se lo juro.As me parece mucho mejor. Que se lo tome con paciencia. La paciencia es la madre de todas las virtudes. De qu sirve ponerse ansioso, desesperarse? No sirve de nada. Y eso tambin se lo juro: yo s de paciencia y tambin s de desesperacin.Est bien, no me voy ms por las ramas. Voy al grano.Al asunto de mi madre, de Delita quiero decir.Yo no la conoc. Por eso me cuesta tanto llamarla mam. Me sale Delita. As la llamaban todos los que me contaron algo sobre ella cuando me puse ms grande. Pobrecita, muri muy joven, apenas tena veintitrs, a principios de mil novecientos diecisis, en marzo, hace una eternidad. Muri justo dos aos despus de que yo naciera. Por eso es que le digo que no la conoc.Es cierto. Reconozco que tiene razn. En realidad, la conoc. Pero la realidad es un problema, no se vaya a creer que se trata de una cuestin tan fcil como usted lo acaba de argumentar. La realidad, vaya asunto. Algo muy complicado. Aunque, si me apura, hasta me animara a afirmarle que la historia de mi madre tiene mucho que ver con la realidad. Creo. No s. Se me ocurre. Con lo difcil que resulta hablar de la realidad sin caer en la zoncera.Est bien. Ya empiezo.Sin embargo, si se fija bien, el culpable de que todava no haya podido comenzar a contarle lo que quiero contarle es usted.Se la pasa interrumpindome.Ve lo que le digo. Otra vez me interrumpe. Pareca que se haba tranquilizado y nada. Ahora me sale con esto. Le dur un rato, apenas, la paciencia.Por supuesto.Eso est mejor.Tomarse las cosas con paciencia resulta mucho ms inteligente de su parte. Incluso, me gustara avisarle que aunque hace unos minutos usted me haya asegurado que no quera escucharme, que no quera aprender, ya est aprendiendo. Al menos ya est aprendiendo la paciencia y, si aprende a ser paciente, todos los dems aprendizajes de la vida le van a resultar ms fciles. Uno se pone ms receptivo, ms humano. Menos egosta.Me lo va a terminar agradeciendo. Y, quizs, hasta yo misma aprenda algo con usted. Sera raro, estoy demasiado vieja como para todava tener algo que aprender de un muchacho. Pero, quin le dice, en una de sas.No, no. As, no. As la cosa no va ni para adelante ni para atrs. No le va a servir a usted ni me va a servir a m. Usted pasa de la paciencia a la impaciencia en un par de segundos. Es una persona sumamente inestable, me da la sensacin.Mejor voy a prepararme un t.S, un t.Y a usted, mientras tanto, creo que le convendra reflexionar.Estoy ac noms, a unos pocos pasos, la cocina est pegada al bao, no s si se fij cuando entr. Se lo digo porque como entr tan nervioso, tan entusiasmado por el dinero que me iba a robar, capaz que ni siquiera se dio cuenta de que la cocina est ac al lado.Si quiere aprovechar para desahogarse, hgalo con toda confianza, yo lo escucho igual desde all. Aunque, la verdad, le repito que estoy un poco sorda. Pero eso s, le pido encarecidamente que cuando vuelva hasta ac, despus de tomarme el t, usted ya haya entendido todo lo que tiene que entender acerca de la extraa situacin en la que, por su culpa, estamos los dos inmersos y, entonces, me deje contarle lo que tengo que contarle sin tantas interrupciones odiosas.Recapacite.Por favor.Y no se ilusione: si grita o si golpea la puerta, por ms fuerte que lo haga, nadie ms que yo lo va a or. Se lo aseguro: ste es el ltimo piso del edificio y abajo no vive nadie desde hace un montn de aos.Delita quera volar. Soaba con volar. Y era muy bella. Si usted viera la foto. Despus, si quiere, se la muestro. Se la paso por debajo de la puerta. Pero slo si me promete que no la va a ensuciar o a romper, es la nica que tengo. Era preciosa, Delita, eso decan todos los que la conocieron. Y tan joven.Delita, mi madre.No, por favor. Yo lo escuch gritar un rato largusimo, sin molestarlo, desde la mesa de la cocina, y ahora usted, apenas comienzo, me vuelve a interrumpir. Cre que habamos llegado a un acuerdo.Est bien. No es que fuera un acuerdo. Pero al menos pens que me haba entendido, que despus del desahogo de gritos y de golpes contra la puerta con el que me tortur mientras tomaba el t, me iba a dejar contarle lo que quera contarle sobre mi madre.S, por supuesto.Usted me escucha, aprende, y listo, ya est.Bueno. Entonces. Le deca que Delita quera volar. Y que era muy linda, extraordinariamente linda. Y eso no lo digo porque sea su hija. No. Si ni la conoc. se era el comentario de todos los que la rodeaban, de todos los que la conocieron. Yo no. Yo tuve mala suerte. Sal bien fea. Igual a mi padre, pobre. Usted sabe, tampoco conoc a mi padre. Me cri con una ta. La ta Alcira. Mi padre muri enseguida despus de que se muriera Delita. Si le digo que era feo, que yo sal a l, tambin es por los comentarios que me hicieron los dems. Y por una foto que tengo. Si quiere, despus se la paso por debajo de la puerta, tambin. Pero slo si me promete que no las va a ensuciar ni a romper, a ninguna de las dos.No. No me estoy yendo por las ramas otra vez. Lo de mi padre tiene que ver. Se muri de vergenza.S, de vergenza.Por lo que le pas a mi madre.No se ra, eran otros tiempos, la gente todava tena honor y poda sufrir de vergenza hasta el lmite de dejarse morir. Y eso, precisamente, fue lo que le ocurri a mi padre. Un gran hombre. De una sola pieza. Un caballero de los que ya no quedan. Se dej morir de vergenza cuando pas lo de mi madre.Est bien. No me crea. Sin embargo, fue as: el hombre se muri de vergenza. Se encerr en su habitacin, se meti en la cama, se tap hasta las orejas, lloraba todo el da y no quera comer ni hablar con nadie. Ni siquiera quera verme a m, su nica hija, la luz de sus ojos.Se muri apenas unas semanas despus que Delita. Porque vio usted cmo son las cosas. Si bien es cierto que el asunto de mi madre se tap, que no apareci en los diarios ni se abri ninguna causa judicial, en Belgrano, el barrio donde vivamos, toda la gente o, al menos, toda la gente como uno, la gente amiga de la familia, los que nos rodeaban, los de nuestra misma condicin social, saban perfectamente lo que haba ocurrido en Longchamps y no dejaban de hablar del asunto. Por lo bajo, por supuesto. Lo que se dice, chusmeaban. Y a mi padre lo miraban como si miraran a un novillo que acaban de subir al carro que lo va a llevar al matadero. Lo hacan sentir un perfecto desgraciado, lo maltrataban, lo ninguneaban. Y se ve que mi padre no fue lo suficientemente fuerte como para soportarlo. En el fondo, se trataba de un hombre. No s si me entiende, un hombre como usted, un muchacho, un ser bien dbil. No era una mujer, como Delita o como yo, quiero decir.Disclpeme, pero no tiene que hacer eso.Lo de gritar y lo de golpear la puerta como si fuera un orangutn.Yo no me refera a ese tipo de debilidad: cualquiera sabe que un hombre es ms fuerte fsicamente que una mujer.No tena que demostrarme nada.Sin embargo, ah tiene, lo que termina de hacer demuestra fehacientemente que yo tena razn en lo que terminaba de decirle: la bestialidad con la que acaba de manifestarse usted no hace ms que expresar su completa debilidad frente a m, que, aunque vieja, en este caso vengo a ser la mujer de la historia. A esa debilidad era a la que me refera. A la del carcter. A la flaqueza absoluta que muestran los varones al tener que enfrentarse con el mundo en general o con una mujer en particular.Bueno, ya est bien.Djeme seguir, por favor, que si no esto se va a hacer interminable.As me gusta, se ve que, aunque hombre, usted es bastante menos dbil de lo que fue mi padre en aquellos das del otoo de mil novecientos diecisis. Mucho ms fuerte, usted.No le estoy tomando el pelo. Por qu habra de hacerlo? Se lo digo de verdad.Mejor cllese y djeme seguir.Estbamos en que mi padre se muri de vergenza por lo que haba ocurrido con mi madre o por la reaccin que haba tomado su entorno respecto de lo que haba ocurrido con mi madre, que eso nunca se sabe, me refiero a qu es lo ms importante para una persona, si lo que le pas o lo que dicen o hacen los dems respecto de aquello que le pas. Pero. Qu era lo que haba pasado con Delita? se es el asunto que quiero contarle.Paciencia. Ya mismo voy ah.No, no. Lo que le vengo diciendo hasta ahora no es ninguna pavada. Era necesario. Si no, despus, usted no va a entender nada.Delita quera volar. Pero no es que quera tirarse desde un techo o desde la ventana de un cuarto piso. No como un pjaro, quiero decir. Lo que ella quera era subirse a un avin. Y no subirse como pasajera o como acompaante, no, lo que en verdad quera mi madre era pilotear un aeroplano, as se llamaba a los aviones en aquel tiempo. Usted se imagina: mil novecientos diecisis y una joven y bella mujer de la alta sociedad portea que pretende pilotear un avin.Era imposible. Perfectamente imposible.Si la mujer era apenas algo ms que un animal domstico. Un animal antiptico pero necesario. Necesario para la reproduccin de la especie o el mantenimiento de las fortunas familiares o la satisfaccin de los deseos masculinos ms bajos. O necesario para alguna otra cosa que ahora mismo se me escapa por completo, muchacho, le pido mil disculpas. Una bella nada, era la mujer por aquellos das. Pero los tiempos estaban cambiando y a mi madre se le puso entre ceja y ceja que tena que pilotear un avin. Que ella poda hacerlo, igual a como lo hacan los varones. Aunque, por supuesto, eso Delita no poda contrselo ni a mi padre ni a nadie. Ni siquiera las otras mujeres, sus amigas o sus tas, lo hubieran aprobado. Era su secreto. Y, con paciencia, ya ve lo importante que es la paciencia en el ser humano, ella supo esperar hasta el momento en que dej de esperar y pas a la accin.Ah, no. No se lo voy a permitir. Justo cuando haba arrancado, cuando haba tomado cierto envin con la historia, usted me interrumpe. Y encima diciendo esas barbaridades que est diciendo.No se lo voy a permitir.Basta de gritarme porqueras.Por si todava no se dio cuenta, le informo que fue usted el que me detuvo en la calle, justo cuando estaba sacando del monedero negro la llave para abrir la puerta de entrada al edificio y me dijo, ayudndose de un cuchillo o de una navaja, que eso no lo s, algo filoso que me pinchaba en la espalda, que me quedara callada, que no me diera la vuelta, que abriera la puerta como si no pasara nada y que lo trajera caminando muy despacio, en perfecto silencio, sin abrir la boca y sin avisarle a nadie, hasta mi departamento y, despus, ac adentro, le diera toda la plata que tena guardada.S, s, claro.Usted puede decir todo lo que quiera decir sobre m, todo lo que se le ocurra, pero sa es la verdad de lo que pas.Ah, bueno, qu quiere. Si despus tuve que engaarlo, indicarle que guardaba todo mi dinero en el botiqun del baito del fondo, el que est pegado a la cocina, en el que usted, ahora mismo, est gritando como un orangutn, eso fue, simplemente, porque no quera darle mi dinero.Por qu tendra que haberle dado mi dinero? Slo porque usted poda matarme con ese cuchillo o esa navaja o lo que fuera que me pinchaba la espalda?No. De ninguna manera. Yo no tengo la culpa. Si se fija bien, se dar cuenta de que cometi muchos errores. Y una torpeza fundamental: usted se cree que la vida de una persona vale lo mismo a los noventa y tres aos, como tengo yo, que a los quince o diecisis, como tiene usted?Catorce?Peor, todava.Para m la vida ya no vale nada. Me da casi lo mismo morir hoy de un cuchillazo en la espalda que morir dentro de un tiempo equis, que de cualquier manera no ser mucho, cunto me puede quedar, de una pulmona o de un resbaln en la baera. Me da exactamente lo mismo. Por eso lo enga. Si me sala mal, me mora hoy, ya estara muerta. Y si me sala bien, como me sali, apenas usted me daba la espalda para investigar dentro del botiqun, yo le cerraba la puerta del bao con llave, usted se quedaba encerrado ah adentro y yo tena, por algn tiempo, alguien a quien contarle la historia de mi madre o contarle cualquier otra cosa, lo que se me ocurriera. Usted me quera robar mi dinero y, al final, fui yo la que le rob su tiempo.S, usted puede decir lo que quiera, pero robarle a un ladrn, como dice el refrn, tiene por lo menos cien aos de perdn.Lo noto muy nervioso. Muy enojado. En estas condiciones, sospecho que va a resultar perfectamente imposible que me escuche con algn entusiasmo. Vamos a hacer una cosa: mientras usted se calma, yo me hago una sopita de cabellos de ngel y despus le sigo contando.Y no, usted no puede comer.Si le abro la puerta para pasarle un plato de sopa, seguro que se aprovecha de su fuerza masculina y me da ese navajazo que tiene tantas ganas de darme desde que nos conocimos.No, no le creo.Agua puede tomar de la canilla: ahueca las dos manos y se sirve todo lo que quiera. Pero comer, no. Ni se le ocurra.Por eso mismo.Yo que usted me calmo y dejo que la vieja le cuente lo que quiera contarle. Si no, si sigue alargando las cosas, me da la impresin de que va a morirse de hambre ah adentro: hasta que no termine con el cuento de mi madre, no lo pienso dejar salir.No. Yo no soy ninguna vieja de mierda. Est equivocadsimo. Apenas si soy una anciana que est sola, que fue asaltada por un delincuente en la calle y que, en tan infelices circunstancias, se defendi como pudo. Y ya mismo me voy a hacer la sopa. Ojal que este tiempo le sirva, que entienda la situacin, que se calme, que se tranquilice, que se deje contar de una buena vez.Hasta lueguito.Ahora el da se puso mucho ms lindo. Sali el sol y no quedan casi nubes en el cielo.No se ponga as. Si se lo digo es porque usted, ah adentro, no tiene ninguna ventana, pobre, no tiene manera de saber lo que pasa ac afuera. Y enseguida le voy a avisar algo ms. Ya mismo empezar a contarle lo de Delita. Pero, si usted me interrumpe con sus porqueras acostumbradas, yo voy a continuar igual. No voy a parar a cada rato porque a usted se le antoje decirme alguna grosera.Ya est, ya se lo avis. El que se perder partes del cuento ser usted. Yo me lo s de memoria. Me he pasado toda la vida pensando y repensando lo que ocurri en Longchamps aquella madrugada. Y, adems, le advierto que voy a ir, directamente, al da preciso en que ocurrieron los hechos que ocurrieron, usted me ha demostrado que no tiene ninguna paciencia, que no sabe apreciar ninguno de los infinitos recovecos anteriores de la historia.Me gusta ese silencio, me parece que empezamos a entendernos.Si me hace un comentario o una pregunta atinada, yo no voy a tener inconvenientes en parar de contar y, de inmediato, responderle sus dudas. Pero, si se trata de barbaridades o de zonceras, no. Que le quede bien clarito.Liviano es el aire, le dijo aquel hombre a Delita mientras abra cortsmente la puerta trasera izquierda del automvil para permitir que ella descendiera. Haban alquilado el vehculo una hora antes, en una esquina arbolada de la Recoleta. El hombre acompa esa corta oracin con el dibujo en sus labios de una mueca ms o menos pcara. Era el gesto soberbio de un macho que ya lo haba conseguido todo. O, todava mejor, el gesto altanero de un macho que crea haberlo conseguido todo de aquella que supona una frgil hembra descendente. Una asquerosidad mundana, la mueca. Y un asco la escena en su conjunto, tambin. Sobre todo teniendo en cuenta que, apenas cincuenta y cuatro minutos ms tarde, aquella hermosa mujer que se aprestaba a salir de ese coche alquilado iba a morir. Delita, mi madre, iba a morir. Todava no haba salido el sol. Y eso quera decir, entre otras cosas, que an no haba terminado la largusima noche en la que, sin ninguna caballerosidad, aquel mismo hombre le haba abierto a Delita, de un manotazo, salvajemente, con mucho de desesperacin, los infinitos botones de una fina blusa blanca y, de otro manotazo, igual de salvajemente, le haba alzado una falda tambin blanca y, en el mismo movimiento, se las haba ingeniado para descorrerle la bombacha de cualquier color con la ayuda de su dedo ndice y de su dedo medio, dos dedos que se haban mostrado extremadamente torpes en la tarea: apenas si haban logrado descorrer lo imprescindible como para dejar que aquel hombre penetrara slo unos centmetros, tres o cuatro, no ms, dentro de las entraas de Delita sin ninguna consideracin para con sus tiempos ni para con sus espacios; sin ninguna consideracin para con su completa ausencia de deseos. Dos dedos torpes que slo haban servido para entrarle a mi madre con alevosa, sin tener para nada en cuenta su pasiva o, mejor, su completamente seca aceptacin de los trminos casi unilaterales del trato impuesto por aquel hombre, en definitiva. Un par de zonceras, si se fija bien, la mueca risuea en la cara y la escena de mi madre descendiendo del automvil rodeada de su corta oracin. O una zoncera minscula dentro de otra enorme, insoportablemente gigante. Porque, entre otras muchas cosas, an no haban terminado de secarse, en el hueco oscuro de la entrepierna de mi madre, los pegajosos y violentos y desconsiderados jugos varoniles. Aquel hombre se haba cobrado con creces, de esa asquerosa manera, algunos favores que le haba hecho a mi madre: las clases de navegacin area durante el par de semanas anteriores a esa noche repleta de manotazos, el secreto social ms absoluto acerca del asunto de esas mismas clases de navegacin y, tal vez lo ms importante para un tipo que aparentemente saba cobrarse tan bien las deudas, acerca del prometido prstamo de su recin importado Farman para el vuelo que deba llevarse a cabo esa misma maana.Farman es el nombre del avin que el tipo acababa de importar desde Francia. El modelo ms moderno de la poca.Sigo.Por anticipado, apenas algunas horas antes, aquel hombre le haba exigido a Delita, a media voz, ya en la lujosa habitacin de un hotel, que le entregase la pasividad de su cuerpo porque as era como se acostumbraba a pagar en la corta historia del discurrir humano a travs de los cielos. Y enseguida se haba apresurado a agregar la obviedad de que uno nunca poda saber si la persona a la que le haba enseado hasta los ms recnditos misterios sobre la conduccin de los aeroplanos durante las ltimas semanas y a la cual, adems, le prestara gentilmente su amado Farman, regresara con vida al lugar desde donde partira la maana siguiente.S, aunque le cueste creerlo, muchacho, el muy asqueroso utiliz la palabra gentilmente.El tipo se haba cobrado lo que se haba cobrado por las dudas. Por eso mi madre le contest, apenas bajarse del automvil, que ms liviano que el aire era el deseo de cualquier mujer. Y l, sin entender la profundidad que encerraban esas palabras, por toda respuesta slo atin a dibujar, por ensima vez, esa estpida mueca en la cara. Aunque, pensndolo un poco mejor, quiz ni siquiera se haba tomado el trabajo de desdibujarla durante el breve lapso que le llev a la pierna derecha de Delita afirmarse en el suelo de Longchamps a esperar que la izquierda hiciera el mismo ejercicio y, despus, lentamente las manos ayudaran al resto del cuerpo a levantarse y salir del coche.Pero usted no sabe nada, querido. Y eso, si me permite que se lo diga, tiene que ver con que en lugar de andar robndoles a las viejas indefensas con un cuchillo en la mano, en este preciso momento debera estar en la escuela. Para que se entere, en Longchamps estaba el nico aerdromo que haba en el pas por aquellos aos.Djeme que siga, por favor, no empiece otra vez con las interrupciones.Mi madre tampoco saba si se trataba de un nuevo gesto o si, en realidad, en todo ese tiempo no se haba producido ningn cambio facial en el hombre. Aunque sospecho que no le pareca que fuera demasiado importante saberlo con exactitud: estaba convencida, para sus adentros, de que cualquier da poda morir sin haber vivido lo que quera vivir o lo que soaba vivir o lo que imaginaba llegar a vivir. Y ese da poda ser antes que despus. Como a m hace unas horas en la puerta del edificio, a esa altura de los acontecimientos a ella tampoco le importaban, me da la impresin, los estpidos gestos masculinos que se dibujaban a su alrededor. Poda llegar ese da, hoy, incluso, la muerte. Por la maana. Lo nico que Delita saba con certeza aquella madrugada era que tena ante s solamente dos posibilidades. Slo dos. Convertirse en aviador o seguir siendo mujer durante el resto de sus das. Porque ser hombre, como era aquel que a su lado llevaba puesta esa estpida mueca en la cara, era optar entre el blanco y el negro. Siempre. Todos los das de la vida. Ser ladrn o ser aviador, por ejemplo. O incluso alzar faldas con facilidad para cobrarse algunos favores por anticipado. Ser mujer, en cambio, tena y, me parece, no s, no estoy segura, todava tiene que ver con los matices. Matices del blanco o del negro. Pero matices que venan, o vienen, siempre un rato despus de la blanca o negra opcin masculina. Despus de sentir un pinchazo fro en la espalda o un manotazo en la blusa o dos dedos torpes descorriendo una bombacha que no ofrece ya ninguna resistencia o, incluso, despus del jugo pegajoso en la ahuecada oscuridad de la entrepierna. Por eso. O Delita segua siendo mujer y ya saba, a grandes rasgos, lo que poda esperar del porvenir, o se converta en aviador, pagando lo que fuera necesario pagar en el preciso momento en el que tena que pagarlo y, de esa manera, poda optar. De verdad. Ella. Enteramente ella. Entre el blanco y el negro. Y, si le quedaban ganas y algn futuro despus del vuelo de esa maana, todava tendra los matices femeninos para seguir caminando o volando sobre el mundo por los siglos de los siglos. Amn.Creo que ya est bien.Me cans mucho contar todo lo que le llevo contado. Debe ser que no estoy acostumbrada a hablar tanto tiempo con alguien. Usted sabe, estoy tan sola, casi no hablo con nadie.Con el portero, a veces. O con el verdulero. No mucho ms que eso. La chica de la panadera. Cada tanto tambin voy hasta la veterinaria de la otra cuadra, la mujer es muy simptica y supongo que espera que algn da le compre un gato siams. Yo dejo que se lo crea, le digo qu lindos que son los gatitos y eso. Pero nunca le comprara uno. No me gustan los gatos. No me gustan nada. Los odio. Me parece que saben todo acerca de los seres humanos. Que lo saben todo y, aunque podran decirlo, no lo dicen, prefieren guardar silencio, mirarnos fijamente a los ojos, dar vueltas por nuestros alrededores, maullar. Nunca le comprara un gato siams. Voy al negocio porque ella me deja que le hable durante un rato. Me da charla. Slo por eso. Y tambin porque no es tan chusma como el portero.Mrelo al seor, tan enojado que pareca y ahora me pide que por favor le siga contando lo de mi madre.Vio, yo saba. Pero no puedo. No ahora.Me cans mucho. Le juro que no doy ms. Estoy muerta. Voy a hacer una siestita y dentro de un rato vuelvo.No se ponga as, no tardo nada.Se lo prometo. Una horita a lo sumo, no ms. Lo suficiente como para recuperar las fuerzas y poder continuar.Trese usted tambin, le va a hacer bien, yo s lo que le digo. Ponga las toallas en el piso y acustese encima.No me discuta, no sea cabeza dura, va a estar cmodo, entra perfectamente.Ya estoy de vuelta. Dorm una buena siesta. Usted pudo dormir algo?Ya va a poder, muchacho, no se lo tome as. Es cuestin de acostumbrarse, uno se acostumbra a casi todo en la vida.Ya va a poder, se lo aseguro. A m, en cambio, me encant eso de irme a dormir sabiendo que alguien me estara esperando cuando me despertara. Una linda sensacin. Sin embargo, apenas abr los ojos, ca en la cuenta de que hace un montn de tiempo que nos conocemos, desde esta maana muy temprano; adems, claro, de que encima yo le estoy contando algo muy ntimo, algo que no le he contado a nadie antes que a usted y que, seguramente, tampoco le voy a contar a nadie despus de habrselo contado a usted y, a pesar de todo eso, todava no me dijo ni siquiera cmo se llama.Santi?Ah, Santiago.Est bien, est bien. Le dir Santi, como le dicen todos. No se haga problema.A m me dicen Faila.No, no le pienso decir cul es mi nombre. De ninguna manera. Nunca me gust. En realidad, debera decir que lo odio. Es horrible, lo odio con toda mi alma. Me lo pusieron por mi abuela materna. Un horror, el nombre. Mejor yo le digo Santi, usted me dice Faila y tan amigos como siempre.Cmo que se comi la pasta dentfrica? No sea loco, le puede hacer mal. Eso debe ser puro jabn, puro detergente.Y, bueno, va a tener que aguantrsela.Tendra que haberlo pensado antes de pincharme con ese cuchillo en la espalda. Adems, no debe ser la primera vez que no come durante algunas horas, se lo ve bastante flaco, si me permite que se lo diga.No, por favor. No quiero que ahora me venga con el cuento de que pasa hambre.S, claro. Y despus del cuento del hambre seguro que viene el de que sus padres se emborrachan y le pegan y tambin el cuento de que son trece y viven todos apretados en una humilde casilla de madera que se inunda cada vez que llueve.No.No me interesan sus cuentos.No. Y no me va a hacer cambiar de parecer: usted cometi el gravsimo error de meterse conmigo porque me vio muy vieja, indefensa, una vctima fcil. Ahora aguntesela, qu se le va hacer, as es la vida de sorprendente. Yo le cuento lo de mi madre y usted me escucha, calladito. Nada de ponerse a contar usted tambin.No diga ms malas palabras, Santi. Es muy feo escuchar a un muchacho tan joven como usted hablar tan mal.Por favor, clmese y, si se calma, yo le sigo contando la historia de Delita y de aquel otro hombre.Que cmo s yo lo que pas esa maana entre ellos? Mire, no lo s con seguridad. Pero se trata de mi madre, y creo que, aunque no la conoc, el hecho de que haya sido mi madre me habilita a imaginar cmo fue que le sucedieron las cosas que le sucedieron. Adems de que muchas de esas cosas me las fui enterando con el tiempo: un pariente me contaba algo, otro me deca algo ms, una cualquiera de las que haban sido sus amigas despus me lo aclaraba hasta el detalle y as sucesivamente.No, por supuesto, tiene usted toda la razn, Santi, la conversacin que mantuvieron esa madrugada no la escuch nadie ms que ellos dos. Sin embargo, para qu est la imaginacin si no para rellenar los agujeros de las historias?No, no es mentira. Pudo haber ocurrido as como yo lo imagin. O no. A m no me importa, qu quiere que le diga. Para algo existe la imaginacin. Por algo Dios nos la meti en la cabeza a cada uno de nosotros. Y est la intuicin femenina, tambin. Qu mejor que una hija para intuir lo que hizo o lo que dijo su madre una maana cualquiera de casi un siglo atrs.No es mentira, no insista.Es una forma de la verdad. O se piensa que si yo le permito que me cuente del hambre que usted pasa o de lo borrachos y pegadores que son sus padres o de cmo se las arreglan los trece para dormir en una casilla de madera tan pequea, todo lo que me diga va a ser verdad.No, recapacite, por favor.No todo sera verdad. Usted tambin rellenara los huecos con lo que pudiese. Los rellenara con su imaginacin. Incluso lo hara aunque no se diera cuenta de que est rellenando lo que est rellenando.Pero mire la tontera con la que me sale ahora. A veces parece un chico, usted, Santi. Cuntos aos tiene?Catorce? Nada ms que catorce?Ya me lo haba dicho?Y, bueno, qu quiere que le haga, no puedo andar acordndome de todo lo que usted me dice, ya le avis que tengo noventa y tres aos.Catorce.Entonces es un chico, noms.Disclpeme, Santi, pero la verdad es que no tiene edad para andar robndoles a las viejas indefensas con una navaja o con un cuchillo en la mano. Debera estar en la escuela, ahora mismo. O en su casa, con sus padres, mirando la televisin.Eso est muy mal. No puedo entender que sus padres no lo obliguen a ir a la escuela.Disclpeme otra vez, Santi, pero sigo sin entenderlo. Quiz le parezca egosta, pero mejor contino con lo mo, creo que a lo mo lo entiendo bastante mejor. Y tambin creo que escucharme, si es que me escucha con atencin, le va a ayudar a comprender su propia historia. Muchas veces pasa as.De verdad, crame que muchas veces ocurre de esa manera.Entonces. Liviano es el aire, insisti aquel hombre mientras la tomaba del brazo y, aunque mi madre seguramente no tena ganas de que el tipo insistiera o la tomara del brazo, lo dej hacer pensando en que tal vez el dueo absoluto de sus posibilidades de volar imaginara que ella todava le deba algo y que, insistir o tomarla del brazo, constituan una buena forma de terminar de saldar definitivamente esas deudas. Delita no quera discutir. Pero. Muy a pesar de su falta de inters en entablar una discusin, volvi a repetirle en voz muy baja que el deseo de cualquier mujer era ms liviano que el aire. Menos mal, para ella, que en esta ocasin aquel hombre no dijo nada. Ni dibuj ninguna zonza mueca con sus labios. Lo cierto es que l tampoco andaba con ganas de discutir. Ya se haba cobrado lo que se haba cobrado por anticipado y ahora prefera cambiar de tema. Afirmaba, como al pasar, que soplaba un poco de viento, del sudeste, que le pareca que lo mejor sera dedicar tambin esa maana a practicar y esperar hasta el da siguiente para realizar la salida. Imagino que entonces mi madre quiso gritarle que no, que de ninguna manera, que no iba a esperar otro da as como l no haba esperado un solo minuto dentro de aquella lujosa habitacin del hotel. Sin embargo, lo cierto es que el grito no le sali. Nunca le sali. Con toda seguridad se le qued dando vueltas por la garganta hasta apagarse. O hasta que, quizs en un instante de lucidez, comprendi que no vala la pena gritar. Para qu gritarle que no a aquel hombre cuando, de todas maneras, ella iba a volar ese mismo da. Hasta que comprendi que con viento o sin viento ella iba a volar esa misma maana. Para qu pretender convertirse nuevamente en hombre justo en el momento en el que ya no lo necesitaba. Para qu. Haba sido hombre cuando haba tenido que serlo: precisamente durante la largusima noche an inconclusa en la que haba abierto sus piernas y haba dejado que aquel otro le hiciera lo que quisiera hacerle a los manotazos. Ya no necesitaba ser hombre. No. Desde haca algunas horas, Delita poda permitirse ser mujer otra vez. Sin sobresaltos. Tranquilamente. Una bella mujer a la que aquel hombre le deba el prstamo de un aeroplano. El prstamo de su amado Farman recin importado. Por eso, ya descendida del coche alquilado, se apret fuerte contra el brazo derecho de aquel hombre y apoy con ternura la cabeza sobre su hombro. Por supuesto, el tipo se puso incmodo. Muy incmodo. Tanto que slo atin a desembarazarse de mi madre con un brusco movimiento, se aproxim hasta la ventanilla del chofer, le pag, el vehculo parti y, desde donde estaba, a unos tres o cuatro metros de los ojos de Delita, prefiri insistir con el asunto de las dificultades insalvables para volar con un viento como se, un viento que vena desde el ro, segn l, cargado de traiciones grises. Mi madre, creo habrselo dicho antes, Santi, haca un buen rato, ms precisamente desde el instante mismo en que no le haba salido un grito que haba querido dar, haba decidido que ya estaba bien de ser hombre, que ahora poda volver a funcionar como una mujer. Y eso fue lo que hizo: se subi la solapa del saquito de hilo que llevaba puesto y junt las dos puntas en su cuello con la ayuda de ambas manos dndole al tipo la inequvoca sensacin de que tena fro, ah de pie y sola como estaba, y a aquel hombre no le qued otra posibilidad que olvidarse por un rato del asunto del viento, acercarse hasta donde estaba ella y cubrirla con uno de sus brazos. Enseguida, al darse cuenta de que con ese brazo no alcanzaba, que ella segua tiritando, se separ unos centmetros, se quit el saco que llevaba puesto y se apur a envolver con l los hombros y la espalda de mi madre. Recin entonces ella le sonri. No antes. Y al tipo, esa sonrisa le hizo suponer que Delita haba comprendido, finalmente, que no podra volar esa maana, que estaba desarmada por completo. Pero, fjese lo que voy a decirle, Santi, y por favor trate de no olvidrselo nunca: no es bueno desarmar por completo a alguien o suponer que alguien est completamente desarmado. Por lo general, siempre que conseguimos eso, o lo suponemos, lo nico que logramos, a la larga, es precisamente lo que no queramos, que ese otro u otra se ponga a la defensiva. Y alguien que se pone a la defensiva es un peligro. Si no me cree, mire lo que le pas a usted conmigo: yo me encontr tan desarmada, esta maana, en la entrada del edificio, con ese cuchillo filoso pinchndome la espalda, que no pude ms que dedicarme a pensar qu hacer para defender mi dinero. Qu hacer para que usted no se lo llevara tan fcilmente, quiero decir.No le creo.Me est mintiendo, Santi.Y yo que hasta sent el fro de la hoja. Qu barbaridad. Cmo es que se anima a hacer algo as?Slo con su dedo? Est seguro?El ndice?Debe tener las uas muy largas, usted. Yo le aseguro que sent la hoja del cuchillo en la espalda, qu quiere que le diga.Un mentiroso es usted, Santi. Adems de un forajido y de un ladrn y de un abusador de viejas.Un verdadero mentiroso.Un fraude.Una porquera de muchacho.Cmo se atreve a asaltar a la gente empuando una ua? Es una barbaridad. Un despropsito. Cualquier da de stos, alguno se va a dar cuenta de la farsa y la jugada le va a salir muy mal. Hasta lo pueden matar.Usted est loco. Y yo estoy muy desilusionada con su proceder. Me siento engaada. Muy desilusionada, de verdad. Sin fuerzas.Adis.Creo que ya se me pas. Me llev algn tiempo, lo siento. Necesitaba desahogarme: llorar un buen rato a solas, en mi habitacin. Que me haya asaltado empuando la ua de uno de sus dedos, no es lo mismo que si lo hubiese hecho con un cuchillo o, al menos, con una navaja pequea. No s si me entiende.No, qu va a entender.Sin embargo, lo importante es que lo super, que ya se me pas el disgusto.No, no lo pienso dejar salir del bao porque me haya dicho eso. Cmo se le ocurre? Cmo s yo que ahora mismo no me est mintiendo y entonces cuando le abro la puerta usted se aprovecha y me salta al cuello con la navaja o con la enorme cuchilla que en verdad s tena cuando me atac esta maana?Disclpeme, Santi, pero si no le creo es porque usted se ha ganado a mis ojos una tremenda fama de fabulador. A partir de ahora, me va a costar muchsimo creerle cualquier cosa que me diga.Por supuesto que hubiera preferido que usted me asaltara con un cuchillo. Que me asaltara como Dios manda. Esto es un fraude. Lo nico que me ayuda, le soy sincera, es saber que quien puede mentir en una cosa as, puede mentir en cualquier momento. Que puede tener el cuchillo ah dentro, quiero decir, y con lo que dijo slo intenta ganarse mi confianza para que yo le abra la puerta. Estar alerta, Santi. Usted no me va a agarrar de estpida a m. Le aseguro que nunca ms me dejar engaar por sus catorce aos. Nunca ms.No, no. Se equivoca. Yo no soy ninguna vieja mentirosa. Lo enga por necesidad, en legtima defensa. Eso no es mentir, no seor, no se lo voy a permitir. Eso constituy un intento desesperado por salvar lo poco que me queda: algn dinero o un restito de vida o las dos cosas al mismo tiempo.Eso ya se lo expliqu.Imaginacin, se llama eso, Santi, no mentira. Mentira es lo que hace usted: asaltar a la gente con la ua de su dedo ndice. Una ua largusima, seguro. Y bien sucia, tambin. Pero le voy a aclarar algo, a ver si en una de sas empieza a comprenderme. Ya le cont que mis padres se murieron, que me cri con una ta. La ta Alcira. En realidad, debera haberle dicho que me cri sola. La ta Alcira nunca me quiso. Estoy convencida de que ella vea en m al demonio: una especie de animal horrible, deforme, que, aunque haba nacido de las entraas de su hermana Delita, era el pecado mismo o, mejor, la exhibicin, el recuerdo cotidiano del pecado mortal que haba cometido contra ella, sin ningn miramiento, su propia hermana. Porque ella senta que lo que mi madre haba hecho, se lo haba hecho a ella. A propsito. Para arruinarle la vida. No me dejaba acompaarla a ningn lado. Deca que yo les recordaba a todos lo que haba pasado en Longchamps. Tampoco me dejaba juntarme con sus hijas, con mis primas, pensando, seguramente, que yo las contagiara con la enfermedad pecaminosa que arrastraba desde la cuna. Me cri sola. Con los sirvientes de la casa que tambin me despreciaban, vaya a saber uno por qu. Sola me cri y sola segu toda la vida. Por eso me da mucha rabia que usted me haya engaado, muchacho. Tuve una sensacin muy linda esta tarde. Una sensacin nica. Creo que, por primera vez en mis noventa y tres aos, me fui a dormir la siesta con la certeza de que un hombre me iba a estar esperando cuando me despertara. Un hombre, usted, Santi, me estara esperando con ganas de que yo le siguiera contando lo que haba pasado con mi madre aquella tremenda maana de hace casi un siglo. Una sensacin nica, muchacho, que usted arruin, sin ningn miramiento, con su estpida mentira cargada de uas largas y asquerosamente sucias.Est bien.S.Supongo que podr perdonarlo. Pero deme algn tiempo, por favor. Me hizo acordar de mi soledad. Justo cuando pens que, por fin, haba encontrado alguien a quien le interesaba de verdad lo que le haba pasado a mi madre.Es muy feo estar sola.Todo el da, todos los das.Usted no sabe, qu va a saber. Usted tiene amigos que le dicen Santi. Yo no. A m me dicen Faila. Yo misma le ped a usted que me llamara Faila. Y enseguida le aclar que jams le dira mi verdadero nombre porque lo odiaba. Pero, querido, la verdad es que tambin odio que me digan Faila. Faila me pusieron mis primas. Y no hace falta, me parece, que le cuente del desprecio con que pronunciaban Faila tanto mis primas como mi ta.No insista, no se lo voy a decir.En serio tiene tantas ganas de saberlo?Mire, Santi, por favor no me engae otra vez. Si se llega a rer o dice alguna tontera al respecto, le juro que me voy y lo dejo solo ah encerrado. Le aseguro que no le sigo contando lo de mi madre. Lo dejo ah encerrado para siempre.Rafaela.No, no. Cmo le va a gustar?No se haga el tonto porque lo dejo encerrado ah adentro para siempre, usted no me conoce, sabe todas las bromas que tuve que aguantar de mis primas?Lita? Por qu Lita?No est mal.Me cae bien, usted, Santi. Si no fuera por lo del engao inicial.S, claro, querido.Est bien, entonces lo autorizo a que me llame Lita de ahora en adelante. Se nota que, en el fondo, usted es una buena persona. Que tiene buenos sentimientos, quiero decir. Buenas intenciones.Lita.Gracias, Santi.Creo que me gusta.Pero no quiero emocionarme. Si me emociono se me va a venir el llanto otra vez. Ya llor demasiado a lo largo de los aos. Y hace un rato, otra vez. Mejor sigo con la historia de mi madre.Ve. Lo que yo le deca. Hay asuntos que usted iba a necesitar saber para entender por qu pasaba lo que pasaba esa maana en Longchamps. Sin embargo, con su impaciencia, se negaba a escuchar pensando que yo me estaba yendo por las ramas.Le cuento, entonces, lo que usted necesita saber.Unos cuantos das antes de esa desgraciada madrugada, Delita lo haba conocido durante una fiesta que se haba dado en honor, precisamente, de aquel degenerado. El Presidente de la Repblica le haba dado la bienvenida en persona, en la puerta misma de un teatro colosal, supongo que sera el Coln, no s. Despus el Presidente haba entrado con l del brazo, charlando y rindose. El numeroso pblico que esperaba dentro se haba puesto de pie y los haba aplaudido hasta la exageracin. Ella no. Delita no. Delita se haba quedado sentada. Sin aplaudir. Creo que saba que sa era la nica posibilidad que tena a mano de llamarle la atencin al primer argentino propietario de un Farman, aquel que iba a hacer un vuelo rasante sobre la Costanera Sur durante el siguiente nueve de julio, el da en que se celebrara el centenario de la independencia patria. De todas maneras, el hombre en cuestin pareca no querer darse por enterado de su desdn. Muy a pesar de que mi madre se las haba ingeniado para ocupar la primera fila en el recibimiento. Sin embargo, sospecho que todo encajaba perfectamente dentro de sus clculos. Y no creo, por otra parte, que haya ningn misterio en lo de sus clculos: es lo que suele ocurrir con las mujeres que quieren algo de cualquier hombre. Hacen clculos. No paran de hacer clculos. No paramos. Diseamos hasta los ms mnimos detalles de la geografa sobre la cual vamos a actuar, si nos resulta necesario hacerlo, por supuesto.S, como yo.Tiene usted razn, lo reconozco.Pero mejor contino.Enseguida aquel hombre se dio cuenta de que el seor que la acompaaba, seguramente el marido de la bella dama, la miraba a ella de manera adusta. La manera ms cruel que el pobre haba podido inventar para reprender a la mujer de sus sueos. Delita le contestaba con los prpados cados y cierto rubor, la forma que, con toda seguridad, haba aprendido desde muy chiquitita alcanzaba para llevarle un poco de paz a la insegura conciencia pedaggica masculina. Entonces aquel hombre se apur y lleg hasta las cercanas de la pareja en el momento mismo en que la hermossima dama levantaba los prpados. Buenas noches, dijo el tipo. Y entonces mi padre, el marido de Delita, le devolvi las buenas noches y agreg una bienvenida demasiado exagerada. Una bienvenida con la que, evidentemente, pretenda no slo bienvenirlo sino hacerlo olvidar, tambin, del reciente mal comportamiento pblico de su amada mujer. Mi padre, Santi, necesito aclarrselo, adems de gustarle demasiado el vino, era bastante ms mayor que mi madre.S, este otro tipo tambin era mayor que ella.Buenas noches, le respondi Delita sin otra intencin que la de duplicar su desdn. Pero aquel hombre no se inmut. Casi de inmediato, se puso a contar maravillas de su Farman recin importado y del completo aprendizaje para su conduccin que haba realizado durante algunos meses en suelo francs: Delita, le dijo mi madre cuando crey que ya estaba bien de tanta fanfarronera. Pero aquel hombre no entendi y entonces ella tuvo que ser todava ms explcita: Delita, me llamo Delita. Enseguida mi padre comprendi que nada ms tena que hacer dentro de esa conversacin, que poda desaparecer hacia la mesa de las bebidas sin que Delita lo reprendiera, invent un saludo poco creble a espaldas de aquel hombre y desapareci con inocultable entusiasmo. Delita. Suena bien. Dijo entonces el tipo y mi madre agradeci el cumplido apenas con un gracias. Para, despus, dejar que el silencio se multiplicara entre ellos. Lo hizo a propsito, claro. El silencio es uno de los asuntos que ms les disgusta a los varones que se acercan intempestivamente a las mujeres que los han desdeado.Es as, Santi, crame. Usted todava es muy joven como para saber de esas cosas.Soltera? Arremeti aquel hombre con alguna hidalgua al cabo de unos instantes. Exactamente en el momento en el que ya no pudo aguantar por ms tiempo tanta soledad pblica. No, casada, le respondi Delita. Pero el asunto no mejoraba, Santi, y, quizs, a Delita le pareci que ya estaba bien de humillarlo, de rebajarlo. Que ya era hora de ayudarlo un poco a salir del pantano en el que lo haba metido, quiero decir. Entonces, lo ayud con una pregunta: El hombre es un animal? Y al tipo le pareci que la pregunta no estaba del todo mal. Que aquella enorme belleza posea cierta inteligencia, adems. Por eso le contest como le contest: El hombre es un animal que quiere volar aunque no est preparado por la naturaleza para hacerlo. Pero a Delita, desde luego, la respuesta no le alcanz y volvi a preguntar: Y la mujer? La mujer es un ngel, le contest el muy zonzo. Una contestacin que, como podr usted imaginarse, muchacho, a mi madre no le agrad en absoluto. De alguna manera, quien afirmaba que la mujer era un ngel pretenda argumentar algo as como que la mujer era un espectro con alas incorporadas, con alas propias: un ente de ndole celestial que jams necesitara de los aviones para poder treparse a las nubes. De ah que Delita se tomara el trabajo de aclararle con cierta indignacin: No creo que las mujeres seamos ngeles. Aquel hombre, entonces, slo atin a suspirar un Ah. Y estoy convencida, Santi, que con ese Ah fue que el tipo se anim a dibujar por primera vez, enfrente de mi madre, su estpida mueca en los labios. Por eso fue que Delita se atrevi a dar su zarpazo final: No soy un ngel y, precisamente por ese motivo, es que me encantara encontrar al hombre que se anime a ensearme a volar, aunque, la verdad, no s si existe o si algn da existir sobre la faz de la tierra tamao ejemplar del gnero masculino.No, mi querido. No le voy a permitir que diga esas cosas acerca de mi madre. Usted no sabe lo que es ser mujer. Ni lo sabr nunca. Yo s que lo s. Y tambin lo saba muy bien mi madre.Est bien. Le acepto las disculpas, Santi. Pero le recomiendo que en el futuro de la charla se ande con un poco ms de cuidado en sus comentarios sobre mi madre. Usted no me conoce. No tiene ni idea de lo que puedo llegar a ser capaz si se mete con ella.S, ya lo disculp. Djeme terminar de una buena vez con el cuento de cmo fue que se conocieron.Gracias.La mueca risuea o la perplejidad ante las ltimas palabras que le haba propinado Delita o ambas cuestiones, no s, duraron tanto tiempo suspendidas en el aire que eso le permiti a la gente que pululaba por los alrededores meterse dentro de la conversacin. Algo bastante natural en esas circunstancias. O, al menos, algo que poda ocurrir. Lo que aquel hombre no haba previsto, sin embargo, era que apenas se terminara de armar la ronda de preguntones, la joven belleza se iba a escabullir sigilosamente de su lado en direccin a la mesa donde se amontonaban las bebidas, la mesa en donde estaba su marido conversando tranquilamente con otros invitados.Pas as, Santi. Crame que, cuando aquel tipo quiso acordarse, ya estaba perdido entre una multitud de personas que no paraban de felicitarlo o de hacerle preguntas tontas y mi madre estaba muy lejos. Lejsimo. No la volvi a ver hasta el final de la noche. Justo hasta el momento en que Delita, ya con su abrigo colocado sobre los hombros, lo salud con una sonrisa lo suficientemente inspida como para que l se abalanzara hasta su oreja derecha, sin ningn miramiento para con las normas sociales de la poca, y le dijera que la esperaba al da siguiente en Longchamps, que por favor, que a las nueve de la maana, en punto, para comenzar con las clases de navegacin area.S, fue as.Por supuesto que estoy segura de que as fue como ocurrieron los hechos aquella noche.Tambin.La imaginacin slo completa, nunca inventa los datos, muchacho. Usted sigue sin comprender cmo es que funciona ese asunto, me da la impresin. Rellena, complementa, alimenta lo escaso de la realidad.Y yo qu s. Mire lo que se le ocurre. Supongo que lo que hizo mi padre fue lo correcto dadas las circunstancias. Dejarlos solos, que Delita se disculpara convenientemente, yo qu s. Por ah no quera molestarlos, ser un estorbo. O no le interesaba el tema. Creo haberle dicho con anterioridad, justamente cuando le cont acerca de cmo se dej morir, que mi padre era un verdadero caballero, de una sola pieza, de los que no abundan. Si hizo lo que hizo, debe ser porque era lo que tena que hacer. Y punto.Le dije que punto.Qu barbaridad.Que usted no hubiera hecho lo mismo que hizo mi padre no significa nada, querido. Absolutamente nada. Disclpeme, usted ser muy simptico, muy compaero, pero no es un caballero. Apenas si es un morochito sin ninguna educacin, con serios problemas de conducta y emocionalmente inestable. Un delincuente. Un simple ladrn de viejas.Ah, no. Eso no se lo voy a permitir. Mi padre no era ningn estpido. Cmo se le ocurre decir lo que acaba de decir?Me parece que en esta oportunidad ha llegado demasiado lejos, muchacho. Demasiado lejos.Lo escuch, Santi. Estaba ac al lado, muy cerca, en la cocina. Y le voy a advertir algo: me parece que no estoy tan sorda como sospechaba.S. Todo. Escuch todo. Y no le pienso contestar nada al respecto. No, seor. De ninguna manera. Pdame disculpas y entonces yo hago como que nunca lo escuch.Muy bien, creo que es lo mejor que podamos hacer.Est disculpado.En dnde era que habamos quedado?No, eso ya est terminado: as fue como se conocieron. Slo puedo agregarle que Delita, como usted podr imaginarse, estuvo la maana siguiente a las nueve en punto tomando su primera clase de aeronavegacin. Y tambin, claro, estuvo en Longchamps las varias maanas que siguieron a esa maana primordial.No, no le voy a contar cada una de esas clases. Ni se le ocurra. Fueron un par de semanas.Para qu? Sera una prdida de tiempo. Y a m, querido, ya no me queda tanto tiempo como le queda a usted.No insista. No me voy a adentrar en esas minucias. Lo que yo le preguntaba era en qu punto de la historia habamos quedado antes de que le hiciera el cuento de cuando se conocieron en el teatro.Ah, s. Muchas gracias. Ahora me acuerdo. Entonces estbamos en que el tipo, al darse cuenta de que Delita tiritaba, se quit el saco de gamuza que llevaba puesto y se apur a envolver con l los hombros y la espalda de mi madre. Enseguida, ella le sonri y esa sonrisa le hizo creer que mi madre haba quedado desarmada por completo.S, el saco del tipo era de gamuza.Si no se lo dije antes no es porque invente, muchacho, ya le expliqu; seguro que fue porque ya vena muy cansada de contarle todo lo que le haba contado de un tirn y no repar en el asunto de la gamuza. Estoy un poco achacada, usted sabe, la edad, noventa y tres aos.Por favor, qu importancia tiene. Parece que le estuviese buscando la quinta pata al gato. Djeme que siga.Le agradezco.Aquel tipo tena la llave del candado del portn del aeropuerto, as eran las cosas en esa poca, no vaya a pensar que haba empleados o policas o una multitud esperando la partida de los aviones.No, Santi. Ni siquiera exista la Fuerza Area, en aquellos tiempos.Entonces el tipo sac la llave, abri el candado, empuj apenas una de las hojas del portn, se hizo a un lado para permitir que Delita ingresara primero y, enseguida despus, entr l. Luego se volvi de espaldas, empuj la hoja del portn y cerr otra vez el candado.Es verdad, usted es muy inteligente, es una verdadera lstima que no vaya a la escuela. Claro que tiene razn: hay que conocer muy bien a una mujer para animarse a darle la espalda.Es cierto. No se lo voy a discutir. A usted tampoco le fue bien cuando entr en ese baito y me dio la espalda, muy orondo, esta maana. Un error gravsimo. Muy parecido al error de aquel otro hombre, hace casi un siglo.Bueno, qu se le va hacer. Tiene que ser un poco ms optimista, Santi. Usted es muy joven, todava. No puede andar reprochndose los errores todo el tiempo. No le va a hacer ningn bien. Pero aquel tipo, en cambio, no era nada joven. Y cometi un yerro crucial al darle la espalda a mi madre. Delita llevaba un revlver en su bolso. Un revlver pequeo.No s el calibre. Cmo lo voy a saber? Yo no s nada de armas. Usted sabe porque es un delincuente.Djeme que siga.Bien.Apenas vio que el hombre se daba la vuelta, Delita empu el revlver contra su camisa. De inmediato le pidi que no se moviera y que, por favor, si no quera morir, le hiciera mucho caso a partir de ese instante. Mucho caso, repiti. Claro que l gir el cuerpo igual. Como sorprendido. Sin poder entender lo que estaba haciendo esa hermossima y otrora tierna mujer. Ah la vio. Vio su seriedad, quiero decir. Y tambin vio su determinacin. Entonces, un poco asustado, le pregunt qu le pasaba y Delita le explic, muy tranquila, que por favor no diera un paso adelante ni intentara hacer ninguna tontera porque lo matara, que no embromara, que ella lo nico que quera era volar esa maana. Ninguna otra. Esa misma maana. Y se tom el trabajo de aclararle que no le importaban ni el viento ni la lluvia. Que ella haba pagado con su cuerpo ese vuelo, que le pareca que lo haba pagado bien pagado, que bajo ningn punto de vista iba a permitir que la engaara, que ni se le ocurriera hacer ningn movimiento extrao, que aunque l en verdad se lo mereciera, ella no tena ganas de matarlo si es que no haca falta hacerlo. Aquel tipo se asust bastante ms, Santi, despus de escuchar la slida argumentacin de mi madre. Tanto se asust que slo atin a bajar los ojos. No respondi nada. Absolutamente nada. Pero usted no se vaya a creer que ese gesto amilan a mi madre. Nada de lstima. De ninguna manera. Enseguida le orden que caminara unos cuantos pasos delante de ella, sin darse la vuelta, rumbo al hangar.Un galpn, muchacho. El galpn en donde se guardan los aviones.Cuando llegaron, al cabo de unos instantes, mi madre le hizo abrir ese segundo portn. El tipo lo abri en silencio con otra de las llaves que guardaba en uno de sus bolsillos. Sin embargo, apenas tuvo abiertas de par en par las dos hojas de chapa, levant los ojos hasta los ojos de Delita y le dijo en voz muy baja que no entenda lo que pasaba, que l crea que eran amigos, que nunca haba esperado de ella una reaccin semejante, que el viento soplaba del sudeste, que era mejor no volar esa maana, que por favor lo entendiera, que l no le estaba negando el prstamo de su Farman, que de ninguna manera, que l era un caballero, que en verdad era muy peligroso volar bajo esas circunstancias climticas. Mi madre, sosteniendo el arma firmemente con ambas manos en direccin a su cabeza, ni se inmut con sus dichos, slo le aclar que tendra que haberlo pensado antes, la noche anterior, por ejemplo; que el clima no haba cambiado de repente, que el viento soplaba del sudeste por lo menos desde la tarde anterior. Y el tipo, llorando como un beb, le jur que haba hecho lo que haba hecho porque ya no se aguantaba ms las ganas, que la amaba desde la noche misma en que la haba conocido, que por favor se escaparan juntos, en el avin, a cualquier rincn del mundo apenas el clima mejorara. Usted est loco, repuso mi madre, completamente loco: yo no lo amo y, adems, tengo una familia: un marido carioso y una nia pequeita que es lo que ms quiero en el mundo, jams la dejara para irme con un ser tan repugnante y tan ingrato como usted.Qu? No se haga el estpido, muchacho, no sabe con quin se est metiendo.No invent nada. Mi madre me amaba, Santi, yo era su sol, se lo aseguro.No, eso no.Usted es un tarado. Un perfecto tarado.Me tuve que ir. Si me quedaba un segundo ms lo mataba, Santi. Crame que, aunque a esta altura de las circunstancias de a ratos ya me cae hasta simptico, lo mataba.S. De verdad.Se comport como un perfecto idiota.Que a usted su madre no lo quiera no le da ningn derecho a pensar que todas las madres son iguales a la suya. Ningn derecho a rerse de lo que mi madre le dijo sobre m a aquel hombre esa maana nefasta en Longchamps. S que puede resultar difcil de entender para usted. Me refiero a que, con la historia familiar que carga sobre sus espaldas, le parezca del todo imposible que las madres amen a sus hijos. Pero es as. Eso ocurre. Hay madres y madres. Y mi madre me amaba, por eso le dijo lo que le dijo a aquel hombre en un momento tan crucial.No invent nada.Estoy convencida de que, en esos ltimos minutos de vida, dentro de las entraas de mi madre luchaban a brazo partido, por un lado, el impostergable deseo de volar y, por el otro lado, el horrendo temor de perder la vida y, de esa manera, dejarme a m sola en el mundo. Sola para siempre.Su madre no lo quiere, muchacho, no se engae. Lo tuvo porque lo tuvo. Igual a como tuvo a los otros. A todos esos hermanos con los que dice que vive en la casilla. Lo tuvo sin darse cuenta. Sin pensar en lo que estaba haciendo cuando abra las piernas. No por amor, sino de casualidad.Disclpeme, pero si su madre lo quisiera no lo dejara andar por las calles robndoles a las viejas indefensas.Usted debera estar en la escuela, ahora mismo, y no encerrado en ese bao como est. Cuanto antes se d cuenta de que su madre no lo quiere ni lo quiso nunca, mejor. Aunque le cueste escuchar la verdad, dentro de algn tiempo me lo va a agradecer. Crame. Yo s lo que le digo.No, no. Est muy equivocado, Santi. Su madre y su padre son unos vagos. Deberan buscar un trabajo, ganar algn dinero dignamente y, con ese dinero, mandarlo a usted a la escuela.S que trabaj. Por supuesto que trabaj. Aunque no lo necesitaba, tena dinero suficiente como para vivir con comodidad. Pero no se trata de comodidades, se trata de que una tambin debe ayudar a los que ms nos necesitan.Fui maestra normal.Hasta que me echaron los peronistas. Despus no pude trabajar ms.Me echaron porque en mis clases yo deca la verdad. La verdad sobre los gauchos, por ejemplo. O sobre los peronistas, que son casi la misma porquera.Decan que yo no respetaba los lineamientos educativos impartidos desde el ministerio, que era un peligro para los alumnos. Tantas mentiras, decan.Y tambin he ayudado cada vez que me lo han pedido en la iglesia. He acompaado enfermos, he hecho tortas, muchas cosas. Siempre he colaborado con el prjimo. Pero creo que lo que usted pretende es sacarme del tema de sus padres. Y no lo va a lograr. Ellos, en vez de holgazanear todo el santo da, lo que deberan hacer es darle lo que necesita cualquier chico de catorce aos. Lo que pasa es que ste es un pas de vagos. Est lleno de gente como usted o como sus padres, gente que prefiere robarles por las calles a las viejas, antes que ir a trabajar. Nadie respeta nada, ac. En el fondo, seguimos siendo gauchos. Todos gauchos. Cada uno hace lo que le parece, lo que se le antoja, lo que le viene en ganas. Nadie piensa en los dems. Nunca. Es un desastre cmo est este pas, muchacho. La verdad. Todos gauchos: cada uno monta sobre su caballo, se cubre un poco los hombros con el poncho que tiene ms a mano y ya est, all va, a lo que sea, a lo que se le ocurra, a lo que se le antoje. No se respeta ningn alambrado, en este pas. Nada.Usted no tiene la culpa, muchacho. No se ponga as. No quise decir eso. La culpa la tienen los mayores. Sus abuelos, sus tos, sus padres, por ejemplo.No, yo no. Qu cuerno tengo que ver yo con lo que le sucede a usted?S, est bien, yo soy mayor. Pero casi ni lo conozco. Es ms, si no hubiera pretendido robarme esta maana en la puerta del edificio, jams me hubiera enterado de que usted exista.As son las cosas. Yo no tengo nada que ver con lo que le sucede. Todo lo que le pasa, Santi, es por culpa de que somos un pas de gauchos, crame. Todava hoy. Igual a como fue siempre.Y eso?Si no los ha visto es porque no se ha fijado. Andar distrado. Seguramente, no ha mirado con atencin a su alrededor. Le juro que estn por todos lados.No me estoy inventando nada, no sea grosero. No se trata de que anden por la calle con unas boleadoras o con un poncho o con unas bombachas o con una rastra de monedas de plata en la cintura. No me entiende. Cambiaron las vestimentas, noms. Se trata de algo mucho ms profundo: una forma de ser contagiosa que se transmite de generacin en generacin. Supongo yo que a travs del mate, entre sorbo y sorbo, se pasa esa enfermedad. Por eso odio tanto el mate. Y la yerba. Me parece que son los culpables de todos nuestros males patrios. De todos.No se haga el estpido. Usted no es ningn estpido, Santi. Es lo mismo, se lo acabo de decir: gauchos, abuelos, padres, chirip, mate, tos, yerba.S, odio el mate. Por eso yo tomo t. El t no contagia. Cada uno lo toma en su respectiva taza y listo, no anda infectando a nadie de costumbres horribles. Pero el mate, no. El mate anda de mano en mano, un rato largusimo con la misma yerba, incluso. Es una porquera. A usted le gusta?Ve. Es lo que yo digo. Si en su casa toman mate, ya estn todos contagiados. Son todos gauchos. Y por eso, con toda seguridad, es que sale a la calle a hacer las cosas que sale a hacer. Tambin es peronista?Menos mal. Pero es un gaucho, ya est contagiado. Aunque nunca haya visto una vaca, si me disculpa.Por favor, Santi, no diga barbaridades.Tiene que prometerme que cuando salga de ese bao va a empezar a ir a la escuela. No puede ser que no sepa casi nada de los gauchos.Est bien, yo le explico. Pero esto deberan enserselo las maestras y no yo, que le quede bien claro.El gaucho era el habitante original de la pampa. Una mezcla explosiva de espaol con indio. Un tipo que tena muy poco: un caballo, un recado de cuero de oveja, una nica muda de ropa y un cuchillo grande que se llamaba facn. Poco ms. Eso le alcanzaba para andar por donde se le ocurra andar. Como sus padres, apenas si trabajaba. Slo lo haca cuando se quedaba sin dinero para tomar alcohol o para jugar a los naipes. Si tena hambre, carneaba la primera vaca que encontraba por el camino sin importarle quin fuera su dueo, coma un poco y dejaba el resto ah tirado, pudrindose o engordando aguiluchos. Si tena sed, tomaba agua de cualquier charco. Si tena ganas de estar con una mujer, se robaba una india. Si se enojaba con alguien, lo mataba. As era la vida del gaucho. Eso lo haca libre, aparentemente. No haba nada ms importante que la libertad, para el tipo. Esa libertad. Por supuesto, no aceptaba ninguna norma, ninguna ley. Slo era fiel a s mismo: a las propias leyes que se iba inventando segn su propio gusto y conveniencia. Un despropsito de vida, la que llevaba. Y se, el gaucho primordial, el fanfarrn, el prepotente, es el que desapareci. Sin embargo, aunque ahora la gente se vista de otro modo y no ande a caballo por las calles, a m me parece que ni sus ideas ni su manera de encarar el mundo ni su forma de ser tan antisocial han desaparecido. Tampoco su fanfarronera ni su prepotencia. No slo no han desaparecido, sino que han infectado a casi todos los que vivimos en esta zona del universo. Y la culpa de esa infeccin, como ya le dije, para m la tiene el mate.No, no estoy loca. No se lo voy a permitir.Yo le expliqu lo que me pidi que le explicara. Si ahora usted no quiere entenderlo, o reconocerlo, es problema suyo y no mo. Peor para usted.Basta. Me cans.S, me cans.No, no se haga el zonzo que no tiene nada de zonzo. No lo voy a dejar salir de ah slo porque me cans o me dijo que estaba loca. No soy tan dbil, muchacho. Todava me queda bastante para contarle de la historia de mi madre. Si quiere, aproveche y reflexione acerca de lo que le expliqu sobre los gauchos que yo, mientras tanto, me voy a tomar una taza de t y descanso.S, otro t. As es como me he conservado sana a lo largo de toda la vida.Vuelvo al asunto de mi madre. No quiero irme otra vez por las ramas ni dejar que usted me lleve de las narices hacia donde se le ocurra.Es un animal. Cmo se va a comer el jabn, Santi. Eso le va a hacer mal. Le va a caer horrible al estmago. No sea tonto.Aguntesela. Sabe la cantidad de cosas que he tenido que aguantarme yo en noventa y tres aos?Pasar un poco de hambre no lo va a matar. Al contrario, hijo, las dificultades suelen ayudarnos a endurecer el carcter. Nos hacen madurar. Convertirnos en seres humanos ms cabales. Ms completos.No, se equivoca. Yo tambin pas hambre cuando era chica. Hasta los veintiuno, pas hambre. Cualquier cosa que no le gustaba a la ta Alcira y ya me mandaba a la cama sin comer. Una mala nota en la escuela, un grito, si lea mucho o si no lea. Todo le daba un motivo para dejarme sin comer. Muchas noches pens que su idea era matarme de hambre para quedarse con la fortuna que me haban dejado mis padres. Pero me hice fuerte. Sobreviv. Cuando nadie me vea, aprovechaba y sacaba algunas galletitas de agua que mi ta guardaba en un frasco enorme sobre la mesada de la cocina. Luego las esconda debajo del colchn o entre la ropa. Sobreviv, muchacho. Me hice fuerte. Templ mi carcter. Aguntese el hambre y saldr de ah convertido en un hombre, yo s lo que le digo. Vaya si lo s.Est bien.Se me acaba de ocurrir una idea. Espere ah que voy a probar algo. La verdad es que me da un poco de lstima, usted.Ya estoy de vuelta. Yo no me puedo agachar, usted sabe, estoy a la miseria de la columna y de la cadera. Pero igual lo vamos a intentar. Voy a arrojar una galletita de agua al piso, la idea se me ocurri cuando le cont lo de mi ta Alcira, vio qu extraas que son las conductas humanas, apenas me fui de su casa y tuve la ma, lo primero que me compr fue un frasco de vidrio enorme para tenerlo repleto de galletitas de agua. Y lo sigo teniendo. Todava. El mismo frasco, despus de setenta y dos aos. Siempre lleno, hasta arriba. Bueno, entonces, yo dejo caer una galletita al piso y, cuando ya est all, le pego una patadita y, si la ranura de debajo de la puerta lo permite, usted encontrar la galletita y podr comrsela.Gracias, me gusta que me llame Lita.Ah voy.Pasa, pasa lo ms bien, me parece que encontramos la solucin para que no tenga que andar comindose el jabn.Y bueno, s, se rompe en pedazos, qu pretende. Ya le dije que no me puedo agachar. Igual, si le parece mal, no le tiro ms y usted se come lo que encuentre. Todava le quedan las toallas y el papel higinico y una esponja.Eso. As me gusta. Le paso otra, ah va.No es nada, Santi, usted se lo merece. Pero no se vaya a pensar que voy a estar todo el santo da pasndole galletitas por debajo de la puerta. Ni lo suee.Ya comi dos, no sea glotn. Con eso le alcanza para sobrevivir, yo s. Por favor, ahora sea bueno y djeme que le siga contando de mi madre.S, por supuesto. Si se porta bien despus le doy ms, no se preocupe.Ya estbamos en el hangar, con mi madre apuntndole a la cabeza y aquel tipo suplicndole perdn en medio de un mar de lgrimas. Sin embargo, Delita no le tuvo ninguna clemencia, por qu habra de tenerla si l tampoco la haba tenido apenas entrar en la habitacin del hotel. Mi madre era una mujer de una sola palabra: haban hecho un trato, ella haba cumplido su parte y ahora slo faltaba que l cumpliera la suya. Entonces le orden que se secara las lgrimas y empujara el aeroplano hasta la pista. Y le repiti que no intentara nada raro, que ni se le ocurriera, que ella estara apuntndolo a la cabeza todo el tiempo y que no le temblara el pulso a la hora de gatillar la pistola si tena que hacerlo. Aquel hombre sac un pauelo de uno de los bolsillos de atrs de su pantaln, se sec las lgrimas, estornud un par de veces, se arremang la camisa y se ubic en la parte posterior del avin. Desde ah volvi a hacer un intento para convencer a mi madre de que lo mejor sera esperar por una futura maana ms propicia para hacer el vuelo. Pero nada. Delita le grit que basta, que ya estaba bien de tanta mariconeada, que empezara a empujar el aeroplano hacia la pista de una buena vez.Me sorprende, muchacho.Al final usted no sabe nada de nada. Acaso se piensa que los maricones son un invento de estos das. No, querido, faltaba ms. Siempre hubo maricones. Y siempre los va a haber. Por los siglos de los siglos.Claro, hijo. Fjese en los gauchos, si no. Toda la vida solos, ah, arriba de sus caballos. Usted se cree que de las pulperas no salan abrazados? Vamos, eran todos maricones, por eso ahora estamos como estamos. Si no haba casi mujeres en la soledad de la pampa. Todos gauchos. Varones. Ninguna mujer en los alrededores. Y siempre solos, de un lado para el otro. Estoy segura de que se emborrachaban y dorman entre ellos. Es como si los estuviera viendo.Est bien, disculpe, no le hablo ms de los gauchos, ya s que el tema no le interesa. Aunque debera interesarle, me parece.Bueno, bueno. Pero mire que salirme con eso. Usted tiene algo de culpa, tambin.Contino.Aquel hombre comenz a empujar el aparato. Muy lentamente. El pasto estaba todava hmedo del roco que haba cado durante la noche. Delita lo segua, desde atrs, a tres o cuatro pasos de distancia. Desde ms cerca no, si se acercaba ms, quedaba a tiro de que el tipo girara de repente y le arrebatara el arma o le pegara una trompada o vaya a saber qu cosa peor le poda hacer. Por eso se decidi a seguirlo a tres o cuatro pasos. La distancia ideal para no sufrir un ataque repentino y, al mismo tiempo, no fallar con el disparo si es que al tipo se le ocurra hacer alguna locura. Una mujer muy precavida, mi madre. Si me permite el comentario, creo que yo sal a ella, Santi.Claro que poda, muchacho. Esos aviones no pesaban nada. Eran pequeos, muy livianitos, as era como los construan para que consiguieran levantar vuelo.No estoy inventando. Para nada. Le aseguro que eran muy livianos. Un hombre solo poda empujarlos con facilidad. Y, si no, ya va a ver cuando me deje seguir con la historia. Porque usted se queja y se queja de que yo me voy por las ramas, querido, pero permtame que le diga que usted tambin hace lo suyo: me interrumpe a cada rato y por cualquier tontera. Ni siquiera va a la escuela y, sin embargo, ah est, discutindome, como si supiera, acerca del probable peso de aquellos aeroplanos de hace un siglo.Bueno.El da estaba clareando. Algo ya se poda ver y eso tranquilizaba a mi madre. Igual se mantena alerta. Aquel hombre no la iba a sorprender. Tuvieron que andar unos veinte metros, quiz treinta, en lnea recta, desde el hangar hasta la pista. Y, por las dudas, enseguida me apuro a informarle que la pista no era de cemento ni estaba pavimentada.No. Era de pasto, tambin, como el resto del sitio, slo que tena algunas marcas a sus costados; marcas de colores, como para hacerla bien visible desde el aire. Slo eso.S, slo eso.No se ra, no entiendo de qu se re. As eran las pistas, entonces.No se haga el tonto, Santi. Si se sigue riendo se va a quedar solo y sin galletitas por un buen rato.Basta.Lo dicho, se acaba de quedar solo. Y sin galletitas, tambin.Haca un montn de tiempo que no me llamaba Lita. Me gusta que lo haga. Es raro. Me hace sentir otra persona. Volv por eso.Ah va una galletita.S, creo que le perdon su estpida risa slo porque me llam Lita. Es lindo. Fue escucharlo y perdonarlo.No le entiendo, muchacho.Yo? Mi vida? Tome, mejor le alcanzo otra galletita.Por favor, djese de tonteras. Qu quiere que le cuente de mi vida? No vale la pena. Le aseguro que no vale la pena. Coma y djeme en paz.Hombres? S, claro.En serio le interesa?Bueno, Santi, est bien, si tanto le interesa el asunto, se lo cuento. Yo tena diecisis o diecisiete aos. Un amigo de mi to, del marido de mi ta Alcira, se fue el primer hombre. Un seor mayor que me caa muy simptico. Vena cada tanto de visita a la casa y pareca el nico ser en todo el universo al que yo le importaba algo. Me traa regalitos, me deca que estaba cada da ms grande y ms bonita, ese tipo de cosas. Y fue as durante muchos meses. O aos, quizs. Hasta que un da lleg ms temprano que de costumbre: no haba nadie ms que yo y alguna sirvienta en la casa. Entonces me pidi que lo acompaara hasta el jardn, me dijo que quera mostrarme o darme algo, no s, no recuerdo bien. Yo fui, claro. Como una tarada. Y ya se puede imaginar lo que ocurri.Me da un poco de vergenza contarle el resto. Le alcanzo otra galletita, mejor.Ah va.Pas lo que pas, muchacho. Para qu quiere que se lo diga si ya lo sabe?No s.Bueno, si insiste tanto. Pas que me empuj dentro de un galponcito que haba en el fondo del jardn, me tap la boca con un pauelo, me hizo que le agarrara esa porquera que le colgaba entre las piernas, despus me rompi la bombacha de un tirn y ya se puede imaginar lo dems.Fue un horror.Y encima, el muy degenerado me dijo que si se me ocurra contarle una sola palabra de lo que haba ocurrido a mis tos o a mis primas, l se encargara de explicarles que el asunto haba sido bien diferente: que en realidad haba sido yo la que lo haba seducido y obligado, prcticamente, a ir hasta el galpn. Tambin me asegur que le creeran a l y no a m, que en esa casa a nadie le importaba en lo ms mnimo lo que me pasara a m y s, por el contrario, a todos les importaba, y mucho, los tantsimos negocios que l tena con mi to.Horrible, s.Por supuesto que hubo otro. Pero slo uno ms, no se vaya a creer que hubo demasiados.Dos.Slo dos.La cuestin con ese primer tipo, con el amigo del marido de Alcira, se repiti algunas veces ms. Varias veces ms. Siempre en el galponcito del fondo. Llegaba cuando no haba nadie en la casa, no tengo ni idea de cmo es que lo averiguaba, y me haca una sea para que lo acompaara hasta el jardn. Yo iba, noms, en silencio, me daba mucho miedo que le contara algo a mi ta y me pudieran sacar lo que era mo: la fortuna que me haban dejado mis padres. Lagrimeando, pero iba. No me animaba a no ir. Le tena terror. Fue un asco, muchacho. Y me cost superarlo, sa es la pura verdad. Hasta me cuesta estar ahora contndoselo y no largarme a llorar como una tonta. Todava tengo grabado en la mente las palabras que el muy asqueroso me susurraba al odo mientras lo haca: Putita como tu madre. Qu porquera. Una verdadera inmundicia. Creo que fue el nico momento de mi vida en el cual hubiera preferido estar muerta. Hasta dej de llevarme galletitas a la habitacin.S.Tiene usted razn.Me duelen hasta los huesos cuando me acuerdo. Mejor le cuento del otro.S.El segundo y ltimo hombre de mi vida lleg mucho despus, cuando haca algn tiempo que yo ya viva sola. Tendra veintids o veintitrs aos. No, no, veintids, con exactitud, ahora recuerdo que justo en ese momento haba comenzado la guerra entre Franco y los comunistas en Espaa. Veintids aos, tena yo. Y l bastante ms. Alrededor de cuarenta, si no recuerdo mal. En ese tiempo yo viva en la casa que haba sido de mis padres, en Belgrano. Lo conoc a la salida de la misa, un domingo. Era morocho. Algo gordo. Se me acerc cuando yo cruzaba la plaza. Me pregunt si le permita que me acompaara un par de cuadras. Me gustaron sus ojos, eran clidos. Le dije que s, que iba para el lado de las barrancas. Y me acompa mucho ms que dos cuadras: hasta la puerta misma de mi casa. Me gust. Era muy simptico. El domingo siguiente tambin estaba ah en la plaza, esperndome. Y lo dej que me acompaara otra vez, claro. As empez todo, Santi.A usted se ve que no, pero a m s me parece importante la manera como empezaron las cosas entre nosotros.Para m s: fue la nica relacin, en toda mi vida, que empez de una manera ms o menos correcta. Por eso es que le cont el comienzo.A usted el asunto no le dice nada porque sus relaciones sern ms normales. Las mas nunca lo fueron. Fjese, si no, en nuestra propia relacin. Es verdad que ahora somos amigos y nos contamos todo, pero cmo empez? Empez en la puerta del edificio, usted me estaba pinchando la espalda con un cuchillo o con la ua de su dedo ndice y encima pretenda robarme el dinero que tena guardado aqu en mi departamento.Est bien, si es lo nico que le interesa, le cuento cmo termin todo con este segundo hombre. Aunque insisto en que el comienzo fue, quiz, lo mejor que me ocurri en la vida. No entiendo por qu no le import el tema.Termin mal, por supuesto. Muy mal.Era dulce. Tierno. Y muy galante. Me llevaba a tomar el t o a comer a sitios muy bonitos. Me contaba los viajes que haba hecho, las diferentes costumbres de los muchos lugares que haba visitado. Yo lo escuchaba embelesada.No, caliente no. Lo escuchaba encantada. Embobada. Arrebatada. Como suspendida dentro de una nube de algodones. Me fascinaba pasar el tiempo con l. Por primera vez, el tiempo se me escurra entre los dedos; no se me haca lento ni interminable; no me pesaba, quiero decir.Y dale con lo mismo. Usted debe pensar que todas las personas son como usted o como los de su entorno. Pero no, querido, el mundo es bastante ms grande que su casilla de madera.Porque s. Termin porque tena que terminar, porque todo se termina y, si encima es algo maravilloso, se termina ms rpido. Crame, Santi, que as es como ocurren las cosas en la vida. Hasta lleg a pedirme matrimonio.S, claro. Yo acept. Se imagina, me hice tantas ilusiones, vivir con alguien tan simptico, tan buen mozo y que, encima, me trataba como a una reina, como nadie antes me haba tratado.No, no me cas.No me cas porque ocurri que una maana son el timbre de mi casa, cosa rara ya que nunca sonaba el timbre, casi no tena visitas. La que haba tocado el timbre era una de mis primas, la ms chica, Elvirita. Yo, ilusa de m, pensando en que quiz mi prima se haba arrepentido del maltrato al que me haba sometido a lo largo de los aos y vena a pedirme disculpas y a entablar una amistad, sin rencores, la hice pasar y la convid con una taza de un t ingls muy caro, el mejor que tena en ese momento. Y hasta la convid con unos bizcochos de grasa que acababa de comprar para comrmelos esa tarde, mire lo que le digo. Riqusimos, los hacan en una panadera que quedaba a unas cuantas cuadras de mi casa. Los bizcochos siempre fueron mi perdicin, muchacho. Siempre lo fueron. Ahora mismo, con noventa y tres aos como tengo, soy capaz de caminar hasta donde sea para conseguir unos buenos bizcochos.No, mate no le convid. Y no se haga ms el tonto, Santi, porque no le sigo contando. Adems se va a perder los bizcochos, justo estaba pensando que tengo unos que por ah pueden llegar a pasar por debajo de la ranura de la puerta. Son bastante chatos. Si se vuelve a burlar, se los pierde.Espere un poco, no sea ansioso. Le termino de contar y pruebo.Elvirita, por supuesto, no estaba arrepentida de nada ni quera entablar ninguna amistad conmigo. Se tom el t y se comi por lo menos tres bizcochos, eso s, aunque lo que buscaba era otra cosa. Segn sus propias palabras, vena a salvarme la vida. Me dijo que lo lamentaba muchsimo pero era su obligacin, como prima, avisarme quin era, en verdad, ese hombre con el que pretenda casarme, que el t y los bizcochos estaban muy ricos pero que el tipo era un famoso vividor.Un estafador, un vivo, un aprovechador.S, un trucho.Entonces decid probarlo. Por las dudas. En el fondo, y a pesar de que me cont tantsimas historias horribles con nombre y apellido, no cre en lo que me haba dicho mi prima. sa es la pura verdad. En el fondo no le cre. Por eso decid probarlo. Esa misma tarde lo invit a tomar el t a mi casa. l vino, amoroso como siempre, y yo me apur a decirle que haba estado pensando con detenimiento acerca del asunto del casamiento y que me pareca que debamos esperar un tiempo prudencial, un par de aos, y as conocernos mejor; que casarse era una decisin para toda la vida y que yo tena mucho miedo de equivocarme, que haca muy poco que lo conoca, que por favor me entendiera: un par de aos para estar segura y despus s, casarnos para siempre. l me dejaba hablar, me escuchaba en perfecto silencio. Como un verdadero caballero. Y, de verlo as, tan tierno, tan educado, al mismo tiempo que yo iba argumentando mi pedido, me convenca cada vez ms de que no podan ser verdad los cuentos de mi prima; que haba sido otra de sus maldades, que ese hombre era maravilloso y que Elvirita slo haba hecho lo que haba hecho por envidia, para separarme del hombre ms dulce que habitaba la tierra.Cmo termin? Bueno, de repente, me asegur con alguna seriedad que l aceptaba mis temores, que comprenda perfectamente mis miedos, que no me hiciera ningn problema, que l estaba dispuesto a esperarme todo el tiempo que fuera necesario esperarme, que lo importante era que yo estuviese segura del paso que iba a dar y, ya con una sonrisa pcara dibujada en la cara, que, muy a pesar de todo eso, l segua teniendo muchsimas ganas de tomarse ese t con bizcochos al que lo haba invitado. Yo me ruboric, Santi. En realidad, el rubor, la vergenza, tena que ver con que me senta fatal, un desastre de mujer, cmo se me haba ocurrido dudar de ese hombre tan amable, tan clido, tan simptico. Cmo haba podido ponerme tan nerviosa y no haberle ofrecido el t al que lo haba invitado. De inmediato, corr a hacerle el t. Y llor en la cocina. Llor mucho. Me senta realmente mal con lo que acababa de hacer. Incluso me promet a m misma que volvera al saln, me arrojara en sus brazos, le pedira millones de disculpas, le contara toda la verdad, lo que haba pasado con mi prima Elvirita quiero decir, y le rogara que por favor se olvidara de todo lo que le haba dicho y nos casramos cuanto antes, esa misma tarde si era posible.Ya va, no sea impaciente.Aunque me repita, djeme decirle, antes de contarle el final, que nunca debe darle la espalda a nadie.Nunca, querido. Jams.Claro, es verdad.Y bueno, aprenda, qu quiere que le diga. Usted se confi, no me tuvo en cuenta, pens que yo era demasiado vieja como para defenderme o encerrarlo en el bao tan rpido.Y, s. As pasan las cosas cuando uno se confa y da la espalda. Le pas a aquel tipo con mi madre, en el portn del aerdromo, me pas a m aquella tarde y tambin le pas a usted hoy por la maana.No me estoy burlando, le digo para que aprenda, noms. Tranquilcese, por favor.As est mejor. Ya termino.Mientras yo no poda parar de llorar, en la cocina, prometindome una disculpa detrs de la otra, l me rob el cofrecito en donde guardaba todas mis joyas.Muchas joyas, muchacho. Las mas ms las de mi madre ms alguna que haba sido de mi abuela paterna.Se rob todo, el muy degenerado. Y huy. Cuando volv al saln dispuesta a cualquier cosa, el tipo ya no estaba. Con el apuro, hasta la puerta de calle haba dejado abierta. Y nunca ms volv a verlo. Ni siquiera volv a saber algo de l en todos estos aos.No, nada.Se esfum.Ahora s voy a buscarle unos bizcochos, enseguida vuelvo. Nunca me gust que me vean llorar. Es muy triste dar lstima.Voy a intentar pasarle uno.S, entr. Y casi ni se haba roto, va a ver qu ricos que los hacen en esta panadera que queda ac a la vuelta.Vio, le dije. Ah le alcanzo otro.No se rompen. Es una maravilla. Creo que acabo de encontrar una buena forma para mantenerlo bien alimentado. O, al menos, sin tanta hambre.S, llor.No s lo que me ocurre con usted, Santi. Le cuento todo lo que nunca me anim a contarle a nadie. Se lo juro. Siempre pens que no era bueno contarle a otra persona algo que slo me importaba a m. Y encima cosas que casi siempre son tristes, bien feas. Ya le dije que no me gusta dar lstima. Pero con usted es distinto. Si se fija bien, el hecho de que al contarle no le vea la cara se parece mucho a la confesin, y eso creo que me ayuda a sincerarme.En la iglesia, la confesin con el cura.Ay, mhijo, acaso nunca se confes?Qu barbaridad. Seguro que ni bautizado est.El cura est encerrado en una especie de casita de madera, dentro de la iglesia, entonces uno se arrodilla a un costado, le enumera los pecados que cometi y l, a travs de una ventana pequea que tiene una rejilla, le dice la cantidad de padrenuestros o de avemaras que debe rezar en penitencia.Ve, ya me lo imaginaba.Ah, s, a esos templos. Pero sas son todas religiones falsas, para sacarle el dinero a la gente, nada ms que para eso.Dios es uno solo y habita en las iglesias.No, sos son los curas, Santi. Usted no tiene ni idea de nada. Los curas son como mensajeros de Dios, pero no son Dios. Hace muchsimo tiempo, Dios les dio unas tablas y, segn esas tablas, ellos deciden cunto es lo que uno debe rezar para pagar sus culpas.Dejmoslo, muchacho, se ve que se est haciendo una ensalada terrible.Ah va otro bizcocho. Le gustan?Me alegro.Antes de explicarle lo del confesionario, le estaba diciendo que con usted me ocurre algo que nunca me haba ocurrido; que me animo y le cuento intimidades que antes jams le haba contado a nadie. Es increble. Apenas si lo conozco, Santi, y usted ya sabe casi todo de m. No puedo parar. Me siento escuchada, tenida en cuenta.Muchas gracias. Me encanta cuando me llama Lita.No. No s. Tal vez el motivo de que haya podido abrirme hacia usted de esta manera no sea ms que el hecho de saber que est encerrado, que no puede escaparse corriendo y dejarme sola, que me necesita hasta para que yo le alcance unos bizcochos o unas galletitas, quiero decir.Usted ya sabe ms de m que cualquier otra persona que haya conocido en mis noventa y tres aos de vida. Es como si fuera mi amigo. Mi nico amigo.S, tambin mi mejor amigo.No, no le creo. Usted tiene una familia y muchos amigos que lo llaman Santi.No me gusta cuando me miente. No me gusta nada. Si se piensa que le voy a creer eso y lo voy a dejar salir, se equivoca. Se equivoca fiero.Usted me atac a la maana y hasta que no le termine de contar la historia de mi madre no lo pienso dejar salir de ah adentro.Seguira, pero ahora no puedo. Voy a poner a calentar unas verduras. A las ocho, todos los das, veo el noticiero de la tele. Y me gusta comer mientras lo miro. Me hace compaa y, de paso, me entero de lo que ocurre afuera.Es cierto.No, no voy a cambiar mis costumbres slo porque ahora usted me acompaa. Mientras yo caliento las verduras y miro el noticiero, no le vendra nada mal baarse. Aproveche, ya que est en el bao y no tiene otra cosa para hacer.Pguese una ducha, hgame caso, as cuando salga de ah, al menos est limpito.Bueno. Ah van dos. Son los ltimos. Despus del informativo le traigo ms. Pero slo si se baa, si no, no.No sea asqueroso. Ya tiene catorce aos, Santi, parece mentira.Qu mal que est el mundo, muchacho. Pasa cada cosa ah afuera. Da miedo. Hoy contaron de un chico que mat a tres compaeros en una escuela. Se enoj porque le hacan bromas, le rob la pistola a su padre que era polica o gendarme, no me acuerdo, fue a clase y empez a tirar tiros. Mat a tres de sus compaeros y hay unos cuantos ms que quedaron heridos. Y tambin contaron que otro pibe, bastante ms chico que usted, de once aos, rob un quiosco y mat al dueo. Para robarle veinte pesos, lo mat. Un horror.Se ba?Muy bien, as me gusta, lo felicito.Ya mismo le voy a traer los bizcochos que le promet si se baaba. Para que vea que soy una mujer de palabra.Ahora vuelvo.Tome. Y no se haga el vivo, Santi, porque no le paso ni un solo bizcocho ms y se muere de hambre ah adentro. Usted tendra que ir a la escuela, dejarse de tonteras. No ser tan burro, tan ignorante. Ese pibe era un loquito.Siempre se hacen bromas en la escuela. Sin ir ms lejos, no sabe todo lo que tuve que aguantarme yo. Las cosas que me decan. Mis primas se encargaban de contar barbaridades sobre m o sobre mi madre. Y despus, claro, se puede imaginar lo que me decan mis compaeras. Pero no por eso iba a andar a los tiros. Eran otros tiempos. ramos ms dciles, ms educados. Yo lloraba mucho, en los recreos me encerraba en el bao a llorar. No sala hasta que no tocaba la campana. Y no tena ni una sola amiga. Sufr mucho en la escuela, no vaya a creer. Sin embargo, nunca se me pas por la cabeza vengarme de mis compaeras.Era un colegio de monjas, todas chicas, una ms mala que la otra.No. Ni siquiera se me pas por la cabeza vengarme de mis primas alguna vez. Y eso que, quiz, bien merecido lo hubieran tenido. Bien merecido. Aunque no le voy a negar que alguna noche no haya soado con que las mataba.S, cada tanto lo vuelvo a soar.Sueo que las ahogo en el mar.Me acerco sonriente y les hundo la cabeza. A las dos juntas. Ellas se defienden, aunque no pueden