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1 1 IV SUJETO –HERENCIA Y TRANSMISIÓN . Acoger en la transferencia. ¿Cómo conmover y acoger el sufrimiento a veces petrificado que nos llega en un embalaje social que legaliza la prestancia narcisista? El análisis ofrece la posibilidad de “dolerse”, de hacer duelo, y aunque en algunos adopta la forma de una melancolía, y éste es uno de sus riesgos, el paciente no es necesariamente un melancólico. Ésta aclaración es importante porque debemos tener presente que si en la melancolía el sujeto se obstina en una identificación narcisista con el objeto perdido, éstos pacientes consiguen con el arduo recorrido del análisis, hacer un quiebro y renunciar a esa unión con el objeto. Su funcionamiento puede ser melancólico pero hay algo de la transferencia con el analista, que da soporte con su presencia y posibilita esa suerte de traición al objeto que caracteriza al trabajo de un duelo. Zizek explica como el melancólico confunde la falta con la pérdida. La falta es lo imposible a perder porque nunca se ha poseído. El melancólico en cambio, oscurece el vacío sin poder reconocerlo como tal. Recordemos una sugerencia de Guy Briole. En la clínica con estos pacientes se trataría de desanudar, pero no de deshacer esa comunidad imaginaria que no dejará de ser referente para el sujeto, abriendo la posibilidad de reconducir su propia historia. Recuperar los significantes que estuvieron para cada uno en relación a su transferencia al origen. Transferencia al origen que el análisis debería interrumpir para que el sujeto pueda traicionar su herencia allí donde ha sido capturado por ella. Sabemos que no hay posibilidad de estar en el mundo sin transferir y que todo discurso tiene un destinatario. Sostener la transferencia envuelve al analista en ese dejarse habitar por las transferencias del paciente, las mismas que en otro momento habrá que desalojar. Acompañar en el recorrido, equivale a desvelar sin denunciar las repeticiones transferenciales. Sin denunciar, porque hacerlo, además de ser inútil, obstaculizaría la secuencia de la repetición; a su vez indispensable para poder prestarse al juego de las pulsiones. Prestarnos a éste juego no equivale a pasajes al acto del analista, muy al contrario. La apertura de ese juego permite un desciframiento callado para

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IV SUJETO –HERENCIA Y TRANSMISIÓN. Acoger en la transferencia. ¿Cómo conmover y acoger el sufrimiento a veces petrificado que nos llega en un embalaje social que legaliza la prestancia narcisista? El análisis ofrece la posibilidad de “dolerse”, de hacer duelo, y aunque en algunos adopta la forma de una melancolía, y éste es uno de sus riesgos, el paciente no es necesariamente un melancólico. Ésta aclaración es importante porque debemos tener presente que si en la melancolía el sujeto se obstina en una identificación narcisista con el objeto perdido, éstos pacientes consiguen con el arduo recorrido del análisis, hacer un quiebro y renunciar a esa unión con el objeto. Su funcionamiento puede ser melancólico pero hay algo de la transferencia con el analista, que da soporte con su presencia y posibilita esa suerte de traición al objeto que caracteriza al trabajo de un duelo. Zizek explica como el melancólico confunde la falta con la pérdida. La falta es lo imposible a perder porque nunca se ha poseído. El melancólico en cambio, oscurece el vacío sin poder reconocerlo como tal. Recordemos una sugerencia de Guy Briole. En la clínica con estos pacientes se trataría de desanudar, pero no de deshacer esa comunidad imaginaria que no dejará de ser referente para el sujeto, abriendo la posibilidad de reconducir su propia historia. Recuperar los significantes que estuvieron para cada uno en relación a su transferencia al origen. Transferencia al origen que el análisis debería interrumpir para que el sujeto pueda traicionar su herencia allí donde ha sido capturado por ella. Sabemos que no hay posibilidad de estar en el mundo sin transferir y que todo discurso tiene un destinatario. Sostener la transferencia envuelve al analista en ese dejarse habitar por las transferencias del paciente, las mismas que en otro momento habrá que desalojar. Acompañar en el recorrido, equivale a desvelar sin denunciar las repeticiones transferenciales. Sin denunciar, porque hacerlo, además de ser inútil, obstaculizaría la secuencia de la repetición; a su vez indispensable para poder prestarse al juego de las pulsiones. Prestarnos a éste juego no equivale a pasajes al acto del analista, muy al contrario. La apertura de ese juego permite un desciframiento callado para

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salir del lugar en el que la transferencia del paciente ha intentado coagularnos. La dependencia del otro para devenir sujeto hace que la trama que opone y a su vez liga un sujeto con otro empiece a tejerse desde el origen así como el hueco donde se construya la singularidad de cada uno. Es allí donde el analista tiene una cita en la búsqueda de ese hilo donde uno y otro se anudan. Su localización exige un atravesar el surco del tiempo subjetivo para poder operar con la interpretación en acto desde el interior de la transferencia a una distancia adecuada entre el espejismo narcisista del deseo y la pulsión. El quehacer del analista investido por el deseo inconsciente, da soporte a la transferencia y se confronta con un nuevo reto al escuchar el discurso atravesado por una dimensión traumática. Es ésta dimensión la que conmueve al analista que acoge al hijo de un psicótico: el sonido de un sufrimiento que no es neurótico, en un discurso neurótico; la impotente pasividad del desamparo ante un otro siempre gigante. (Mientras el gran Otro, ordena; este otro gigante desordena). Es ante la escucha de este sonido, que me permito afirmar, que la posición del analista debe propiciar la situación de encuentro donde solo la transferencia horizontal aunque asimétrica será capaz de acoger a ese núcleo de opacidad en el que certeza y saber se dan la mano. Subrayo la transferencia horizontal puesto que la relación de éstos pacientes con el padre/madre psicóticos se caracteriza por una transferencia vertical. Y también insisto en las nociones de certeza y de saber puesto que: “Certeza y saber se distinguen en nombre de la cuestionabilidad de sus enunciados respectivos: la primera rechaza la puesta a prueba, el segundo la acepta, aunque lo haga a pesar suyo”. (Castoriadis-Aulagnier: 1975- en español 1997,pag. 19, Palabras Preliminares) Algunos “saberes” de éstos sujetos se tiñen a veces con el color de la certeza; siendo en ocasiones despreciados por el paciente e incluso por el analista, como si de imperativas doctrinas religiosas se tratara. “Saberes” que con el recorrido del análisis se revelarán como su patrimonio subjetivo. Frente al desamparo originario e incluso frente a otros no tan primordiales, donde la presencia de un otro inquietante o amenazante sitúa al hijo en un desierto imaginario inmenso y deshabitado, la tarea analítica presta puntos

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de anclaje para que la soledad, hasta entonces entregada a su destino, consiga no resignarse. “Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo”. (Luis Cernuda) Dimensión traumática. Si todos los movimientos de apertura de un análisis son movimientos de apertura a su demanda, éste trayecto siempre difícil de recorrer, es con éste tipo de pacientes un viaje signado por la dimensión traumática del amor ya sea por su exceso o por su falta. Recordemos brevemente lo que ya sabemos sobre el trauma. Un traumatismo psíquico se caracteriza en el pensamiento freudiano por la violencia que irrumpe en el psiquismo de manera sorpresiva, donde el nivel de excitación del aparato psíquico hace fracasar la barrera de protección aunque ésta barrera haya resultado eficaz en otras ocasiones. La noción de una violencia que irrumpe en el psiquismo la retomaré más adelante al hablar del aporte de P. Aulagnier respecto de la transmisión, el proyecto identificante y la potencialidad psicótica. Volvamos a Freud. A corto o a largo plazo produce una desorganización en la economía psíquica ya que no se ha podido evacuar el exceso de excitación, o bien la descarga no se ha producido en el lugar adecuado. La excitación proviene de la acción patógena de un acontecimiento brutal o de la suma de efectos de una serie de incidentes que se inscriben en esa dimensión. A partir de 1916 a raíz de las reflexiones suscitadas por las neurosis de guerra, Freud no duda en afirmar que el término traumático no tiene otro sentido que el económico. De tal forma que el trauma por su misma intensidad, produciría una sobrecarga pulsional, ante la incapacidad del aparato psíquico de evacuar el exceso de excitación por el principio de constancia; exceso proveniente del acontecimiento patógeno ó como hemos dicho de la suma de ellos. El Yo desbordado por una angustia de tal magnitud, sucumbe al efecto sorpresa siendo incapaz de neutralizar el peligro, obligando al aparato psíquico a movilizar toda la energía disponible. Cuando las estrategias defensivas no sean suficientes, se verá exigido a ligar “más allá del principio del placer” la carga de excitación para hacerla soportable; buscando otras formas de ligar la energía que triunfen sobre la repetición mortífera.

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Es en la última teoría de la angustia cuando pone el acento en el desamparo psíquico, retomando la idea del “Proyecto”. El fallo de la angustia señal sumerge al Yo en la incapacidad de contener la irrupción pulsional: el desamparo inaugural del bebé sin recursos para descargar la excitación interna, sumido en estado de tensión en ausencia de una función materna y generando un sufrimiento incontenible; se fue transformando en modelo prototípico de toda situación traumática. Ésta idea freudiana de “suma de efectos” está en la prehistoria del concepto de telescopaje de P. Aulagnier. El aporte de P. Aulagnier al concepto de trauma radica en pensarlo desde su teoría del encuentro. La experiencia traumática dependería del “contexto situacional” en que el trauma se precipita. Dependería del potenciamiento que pone en acto una escena fantasmática, un acontecimiento y un enunciado significativo. Aulagnier postula en 1975 un tipo de trauma al que llama télescopage,

telescopaje. Freud ya asimilaba la idea del aparato psíquico al telescopio apuntando a la idea de una organización interna. Lo imaginaba como un instrumento compuesto por sistemas recorridos por excitaciones a la manera de un telescopio. El fenómeno del télescopage sería resultado de un encuentro en la realidad externa de un acontecimiento que se presenta y pone en acto una puesta en escena fantaseada, produciéndose un potenciamiento entre ésta y aquel. Télescopage se refiere a un choque frontal, en español diríamos meterse, empotrarse, por ejemplo en un choque violento de trenes un vagón se mete en otro como los tubos de un telescopio. El télescopage deviene traumático cuando al producirse un encuentro entre “un acontecimiento”, “un fantasma inconsciente” y “un enunciado de valor identificante”, es decir cuando se suma a ello la interpretación de una voz privilegiadamente investida. Entonces el efecto se “imprime” en el niño, se estampa sin mediación alguna. Su condición de experiencia traumática reside en que exige al niño un trabajo psíquico precoz sin una barrera defensiva que le proteja. Desde mi experiencia clínica diría que ésta circunstancia es a la vez riesgo, de quedar bajo la acción de lo no-reprimible y fijado en el estatuto de certeza, y de la posibilidad de una experiencia que se constituya en estímulo de la inteligencia y en saber. En ambas alternativas anidan las predominancias de las pulsiones de vida y de muerte del sujeto. Siguiendo éste desarrollo la idea-pivote con la que opero en éste exposición es la de una continuidad traumática, no la de un suceso traumático

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aislado. Por eso me ha interesado el concepto de telescopaje, que alude a una dimensión de la identificación y del trauma con el tiempo como pivote organizativo. Si para la cría humana construirse como sujeto responde siempre a una continuidad, frente a un padre/madre psicóticos esa continuidad en la construcción tendrá una correspondencia con el viaje del análisis. En estos casos el tiempo del análisis estará ritmado por el compás del desmontaje identificatorio que dará paso a la aparición del tiempo narrativo que va a mutar el pasado en historia. La presión por transmitir del deseo inconsciente atraviesa como una flecha el universo de lo transgeneracional. Aún cuando el origen y el destino de lo que se transmite sea anónimo, el sujeto del que hablamos quedará prendado de un dios ciego; un dios sin mirada para sostener la figura del hijo que ha de recoger el legado. Flaco favor que garantiza la angustia y el conflicto. La inercia de convivir con la psicosis parental marca con su trazo diferentes ejes de la vida de un sujeto que edifica en torno a ellos su relación con los otros y con lo otro. Son formas de anticipación y de sobre adaptación que están destinadas por un lado, a aplacar al monstruo cuya presencia se espera en alerta silenciosa y por el otro, en muchos casos se constituye en una estimulación importante de la inteligencia del hijo abastecida por la pulsión de vida. Forma parte de ésta rutina la cita permanente con esa extraña amenaza no capturable pero que a la vez ha capturado al sujeto, dejándolo solo y extranjero a su ser. Cuando lo esquiva siente alivio, pero este pequeño triunfo no es más que el fracaso acumulativo de un encuentro que antes o después deberá producirse. Considero que este encuentro deberá ser promovido por el analista ya que solo será tolerable en la escena analítica. Este encuentro fundamental para que el sujeto desaloje lo que porta y no le pertenece requiere del marco de la transferencia para ser asilado. No alcanza con la puesta en escena del dispositivo analítico. Estos pacientes invadidos en un espacio desolado, estarán disponibles para hablar de su locura solo a condición de hacerlo ante otro que haya superado la prueba de no espantarse ante su espanto. Como dice el poeta Roberto Juarroz:

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“una mirada sostiene al espantajo una mirada que no puede ser la suya que lo mira desde fuera. Ninguna figura puede mantenerse si una mirada no la sostiene sobre todo si está al borde del vacío.” (Juarroz, 2005) Herencia y Transmisión. Transmisión es una noción que en psicoanálisis además de recoger el común sentido de una acción que pasa o transfiere algo a alguien, contiene la interpretación de lo que se va a transferir. En 1912, en Totem y Tabú, sin haber hecho de la transmisión un concepto propiamente dicho, Freud advertía: “no hay nada verdaderamente importante que una generación pueda sustraer a la siguiente”. Será a partir de la década de 1970 que los psicoanalistas franceses van a mostrar un notable interés por los procesos y las formaciones psíquicas capaces de explicar los efectos de la transmisión de la vida psíquica entre las generaciones. Sabemos que la experiencia clínica con pacientes que en su infancia han rozado la psicosis, pone de manifiesto las incidencias psíquicas de la psicosis parental. Las problemáticas que germinan en esas incidencias psíquicas pertenecen a un campo suficientemente basto para que se pretenda abordarlo en su totalidad. Me limitaré ahora a subrayar algunas figuras de su dolor psíquico que por su insistente presencia en el relato de estos pacientes, dotan de especial importancia la función de acogida de la transferencia: - La soledad como destino. - La búsqueda de sentido y de coherencia. - Miedo “desparramado”, incontenible. - La vergüenza del origen. - El sentimiento de ajenidad, de imposibilidad de pertenecer a un grupo ó sin derecho a entrar. - Bordear la imposibilidad de una relación horizontal con el otro; ya que el otro siempre es más grande. - El “no voy a poder”…frase incrustada como música de fondo que esquiva la certeza. - Experiencias de des-realización en las que retorna la angustia de desaparición infantil.

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El eje de la reflexión sobre nuestra clínica lo podemos resumir diciendo que aunque algo no se haga presente no quiere decir que no esté en el ser. Aunque no aparezca no quiere decir que esté abolido. No podemos negar el entrecruzamiento inconsciente que liga a una generación con otra. Para comprender algunos puntos de cruce en la clínica no podemos quedarnos en la linealidad temporal. Si discurrimos en la linealidad temporal la relación con el objeto no está nunca interrumpida, hay algo que tiene que ocurrir antes, para que algo ocurra después. Esta manera de pensar lo temporal se acerca a una relación causa- efecto; es más determinista y obvia la diferencia de la repetición entre una y otra generación. Tendremos que recurrir a los dos ejes del lenguaje: diacrónico y sincrónico para acercarnos a la dimensión de lo transgeneracional, donde el corte que atraviesa a la relación con el objeto permitirá descifrar los puntos de cruce en los que entran en contacto fantasmas, deseos, organizaciones pulsionales etc. Si hay vacío no es identificatorio, puesto que si fuese así no habría sujeto. Serán los cortes que atraviesan la relación con el objeto los que construyan bajo una auto-organización la novedad sustancial de cada sujeto único en la dimensión del inconsciente. Lo que marca con la filiación una pertencia a la estirpe. Allí inscribirá el ser su relación al origen y su obra de arte más lograda: haber llegado a ser. Recordemos que la identificación es lo que da soporte a la transmisión. La cuestión de la herencia y la transmisión psíquica es un tema que sigue generando sus interrogantes hasta nuestros días. Podríamos afirmar que Totem y Tabú es un texto sobre la transmisión: por un lado transmisión del tabú tanto dentro de la organización social como de la psíquica, y por otro sobre la transmisión entre generaciones, ya que lo que asegura la transmisión, dicho brevemente es: el padre muerto y la culpa retroactiva. De ciertos escritos de Oscar Masotta se puede deducir sin esfuerzo que la función de la culpa retroactiva, recogida interesadamente por las religiones, tiene una función que garantiza la transmisión de la prohibición, concepto controvertido en la sociedad actual y que sin embargo protege la continuidad de la especie. El reconocimiento del determinismo intrapsíquico implica una renuncia a la causalidad histórica y social, a la vez que resitúa la idea de transmisión

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como producción intersubjetiva de la psique: siendo el sujeto generador de cultura, un efecto de la cultura misma. Por lo tanto o bien como generador, o bien como efecto, se vehiculiza una información que es ajena al saber del sujeto. Luego no se apuesta por una causalidad exterior, pero se admite que en el sujeto se entrecruza una herencia psíquica, social, y cultural: en suma, una herencia significante y vincular difícil de administrar. Fue René Kaës quien insistió, en “Transmisión de la vida psíquica entre generaciones”, en los cuatro términos utilizados por Freud para designar la transmisión: die Übertragung, ( traducción- transferencia ) para calificar el acto de trasmitir o la transmisibilidad, término que designa la transferencia analítica, en su acepción de traslación y traducción; die Vererbung, (herencia ) que nombra lo que se trasmite por legado o por herencia; die Erwerbung, ( adquisición- ganancia ) que designa lo que se adquiere como resultado de la transmisión y die Erblichkeit, ( herencia: viene de e’rblich: adjetivo, hereditario- sucesible ) término utilizado para lo heredado o la herencia psíquica. De ésta polisemia surge la diferenciación de los tipos de transmisión realizada por varios autores: transmisión intrapsíquica, transmisión intersubjetiva y transmisión transpsíquica. De la 1ª transmisión intrapsíquica nos habla Freud en “La interpretación de los sueños” refiriéndose a las transferencias intersistémicas de la energía y de las representaciones. No hay más que tener presente el esquema del peine en el capítulo VII de la Traumdeutung. La 2ª transmisión intersubjetiva, contempla la constitución del sujeto en el espacio imaginario, real y simbólico, su anclaje en el fantasma prescribiendo el complejo de Edipo su posición frente a la castración y una Ley que instaurada por la prohibición del incesto, tendrá como producto el devenir de su responsabilidad subjetiva frente a su deseo. Es decir la ley del deseo inconsciente regirá la transmisión en su doble variante: la dimensión diacrónica y la dimensión sincrónica. La 3ª transmisión transpsíquica estará referida a lo que se trasmite entre sujetos, que no es lo mismo que lo que se trasmite a través de los sujetos, supone la abolición del límite y del espacio subjetivo, a favor de la exigencia narcisista. Por ejemplo el Tabú: intermediario entre los individuos y que una vez transmitido obtiene su potencia del transmisor; no es lo mismo que el transmisor sea un sacerdote, un shamán, un rey o un sujeto desinvestido.

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La bisagra o la manivela, a la que pertenecen estas observaciones es el de la dimensión intersubjetiva, teniendo en cuenta que la transmisión intrapsíquica, y la transmisión transpsíquica se anudan con ella. En éste eje se ubica la premisa de que aunque algo no aparezca, no implica que pueda ser abolido ya que puede presentarse algunas generaciones después, y ser rastreada en la genealogía de ciertas identificaciones. La continuidad de la vida psíquica entre generaciones ya en Tótem y Tabú se propone a través de vías de transmisión, donde la cultura y la tradición tendrán como soporte al aparato cultural y social que asegurará la continuidad de generación en generación y donde el deseo de trasmitir es un proceso que consuma un deseo inconsciente. En su doble significación: consumar y consumir. La presión por transmitir también forma parte de la lucha por la conservación de la especie y el deseo de trascender la propia existencia en el otro. Continuidad y discontinuidad, repetición y diferencia, transmisión e identificación, serían los pares conceptuales que se entrelazan en el análisis de toda historia. Freud dejaba claro que el hombre poseía un aparato que le permitía interpretar, constituir y producir sentido, y que ese era: el aparato inconsciente de la transmisión. Como sabemos, lo inconsciente como sistema está atravesado por una carga de energía, que se trasmite más allá de sus fronteras. Lo que se trasmite es al menos una huella, pero no solamente una huella: huella de lo que no pudo ser pensado y trazo de una herencia significante e identificante. El sujeto no puede despojarse del legado de la huella. Es su portador. En “Función y campo de la palabra” dice Lacan: “El inconsciente es la parte del discurso concreto, como transindividual, que falta a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad del discurso del inconsciente”. (Escritos I, pag. 79) Transindividual equivale aquí a transpsíquico y transubjetivo. El hijo del psicótico busca coherencia en cualquier aproximación al conocimiento que realice. La palabra coherencia incluye la palabra herencia, de tal forma que su presencia nos llevará hasta el hilo conductor que teje en el discurso, la locura del progenitor anidando en alguna esquina del sujeto. Es evidente que nos vamos a encontrar aquí con la herencia fantasmática.

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La noción de fantasma hereda por una parte el término freudiano “fantasía” (en alemán phantasie ) y por otra responde a una configuración subjetiva que se organiza para dar satisfacción imaginaria a un deseo. El término fantasma no es asimilable al término imagen, representa psíquicamente a la pulsión y aporta la sustancia imaginaria al deseo inconsciente. Surge en la cura detrás de las producciones del inconsciente (sueños, síntomas, actos fallidos…) y su descubrimiento permite aproximarse al sentido del deseo. Lacan decía que el primer objeto que el niño propone al deseo parental, es su propia pérdida: “El fantasma de la muerte, de su desaparición, es el primer objeto que el sujeto tiene para poner en juego en ésta dialéctica…” (Lacan, 1964). A partir de entonces, de nuestro origen, el fantasma será lo que opone y liga al niño con el otro. Así el niño va a evocar con facilidad el fantasma de su desaparición cuando tropieza con lo inexplicable; con la originalidad incoherente de un espacio secreto pero poroso: el enigma del deseo del adulto psicótico en busca de un destinatario. Siguiendo con la perspectiva de Lacan en el seminario sobre “La carta robada”, él utiliza el cuento de Edgard A. Poe para explicar cómo una carta que ha sido hurtada es difícil de encontrar por estar a la vista de quien la quiera ver. Alrededor de la carta-significante giran todos los personajes, sin que nadie sea dueño de su destino, pero siendo éste determinado por él. Lacan se apoya en su modificación del algoritmo saussuriano para mostrar que la segunda tópica freudiana no sustituye ni a lo biológico, ni a lo psicológico. Privilegia al significante ya que la significación reenvía a otra significación. Hace de él, el elemento significativo del discurso que determina, actos, palabras, y hasta el destino del sujeto a sus espaldas y bajo la forma de una nominación simbólica. La obsesiva persecución del sentido marea al analista y al analizante, la religión es un buen ejemplo de ello, genera una transferencia al sentido y esto es lo que ofrece a sus fieles: “Dios lo ha querido así, el señor me ha mandado este sufrimiento para poner a prueba mi fe, etc…” La religión debe articularlo así porque bordea el vacío, no lo enfrenta solo lo circunda. Toda transferencia al sentido busca completarse en el próximo sentido al que se habrá de llegar. Es un tipo de transferencia que no responde a la falta.

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La carta-huella del cuento de Poe, tiene un sujeto portador que con el beneplácito inconsciente de los otros llegará a su destinatario sin necesidad de que su emisor lo haya instituido como tal. Lacan afirma: “El lenguaje entrega su sentencia a quien sabe escucharlo…” (pag. 24 Escritos II Edición 1976) Lacan agrega en el seminario citado:”Es la imbecilidad realista que no se para a cavilar que nada, por muy lejos que venga una mano a hundirlo en las entrañas del mundo, nunca estará escondido en él, puesto que otra mano puede alcanzarlo allí, y que lo que está escondido no es nunca otra cosa que lo que falta en su lugar, como se expresa la ficha de búsqueda de un volumen cuando está extraviado en la biblioteca. Y aunque éste estuviese efectivamente en el anaquel o en la casilla de al lado, estaría escondido allí, por muy visible que aparezca. Es que solo puede decirse a la letra que falta en su lugar de algo que puede cambiar de lugar, es decir de lo simbólico. Pues en cuanto a lo real,… está siempre y en todo caso en su lugar, lo lleva pegado a la suela, sin conocer nada que pueda exiliarlo de él” ( Ibid. P. 25). Es decir, como el título del cuento lo indica, la protagonista del cuento es la carta, puede sufrir una desviación pero tiene un trayecto que le es propio: rasgo de la insistencia significante y del discurrir del sujeto por el desfiladero de lo simbólico. Para Lacan, el verdadero asunto, entonces es ser el eslabón de una cadena a la que se está sujeto. La carta-letra- significante está ahí. El sujeto no puede hacer nada para no ser portador de la huella, lo cual no implica que no pueda sustraerse al legado que esa huella le exige. Por su parte el estudio que hace Kaës en su artículo “Introducción al concepto de transmisión psíquica en el pensamiento de Freud” (1993) le lleva a ordenar una serie de ideas que resumo a continuación: 1. Junto al modelo neuronal de la transmisión de la energía nerviosa, utilizado por Freud en 1895 para diseñar el primer modelo del aparato psíquico, conviven tres modelos de transmisión: a) el de la degeneración, noción superviviente en nuestros días y donde aún hoy se inscribiría la añeja idea de que “eran necesarias tres generaciones para hacer una psicosis”; b) el modelo epidemiológico y la inmunidad, ya que lo social fue instituido como vector de transmisión y la equivalencia metonímica entre cuerpo y sociedad aglutina el pensamiento de la época; y c) el del contagio mental noción desarrollada por Le Bon en 1895 (año de la publicación de Estudios sobre la histeria y retomado por Freud en Psicología de las masas, ya que se correspondería con la transmisión transpsíquica).

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2. Freud tomará para su concepto de transmisión rasgos de estos modelos del pensamiento médico del siglo XIX. 3. Freud mantendrá la idea de la transmisión como proceso que se desliza en una continuidad de tiempo y espacio. 4. No hay transmisión fuera de una temporalidad: “El tema del tiempo de/en la transmisión recorre el pensamiento de Freud cuando introduce el debate sobre lo heredado de las neurosis y sobre la transmisión intergeneracional.”(Ibid, pag.45) 5. La temporalidad de la transmisión psíquica no es fluidica. Se conserva a través de las huellas. Dice Kaës: “Entre fluido y huella, Freud articulará la relación de la pulsión, en tanto energía, de la representación y del afecto, en tanto información. La memoria del afecto y de la representación será una huella que podrá seguir un destino en lo inconsciente…Lo que se trasmite es el afecto y el representante de la pulsión.”(Ibid, pag.45) 6. “La huella sigue su camino a través de los otros hasta que un destinatario se reconoce como tal”. (Ibid, pag. 61) Respecto de ésta afirmación de Kaës resaltaría que en el caso de los hijos de psicóticos, el destinatario puede no reconocerse como tal aunque lo sea, y en ocasiones el pensarse como destinatario surge en el análisis. En cuyo caso sin el reconocimiento de ésta creencia no es posible asumir un legado ni ser infiel a la herencia. Por el contrario aquel que se siente destinatario, aún sin serlo, estará sujeto a la certidumbre de tener una misión por realizar: salvar al progenitor enfermo, protegerlo e incluso disculparlo ante los otros. 7. A partir de Introducción al narcisismo, Freud precisará que el individuo además de ser para sí mismo su propio fin, quedaría inscripto en una herencia, será un eslabón de transmisión sujeto a la cadena de las generaciones. 8. La herencia no puede recibirse desde la pasividad. El concepto freudiano de transmisión no es fatalista: el individuo se constituiría en sujeto para heredarla. La concepción freudiana de la transmisión es simbólica.

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9. Entonces, la formación del inconsciente respondería a la transmisión de la represión misma, no sólo a la de los contenidos reprimidos. 10. “Lo que se trasmite es por lo menos una huella, pero no es solamente una huella. Lacan en el seminario sobre La carta robada se hizo eco de esta idea: “la carta llega siempre a su destinatario… nada puede ser abolido que no aparezca algunas generaciones después, como enigma, como impensado, es decir, incluso como signo de lo que no pudo ser trasmitido en el orden simbólico”. (Kaës, pag.61/62) 11. Freud propone tener en cuenta el proceso de apropiación en la trasmisión psíquica, lo que lleva al entrecruzamiento de trasmisión e identificación. Lo que se trasmite es la prohibición de matar al padre (Tótem y Tabú): “Lo que se transmiten los hermanos después del asesinato del padre originario es lo que tienen en común. Lo mismo que transmiten a la generación siguiente: la prohibición de matar al animal totémico, en tanto representa al padre…” (Ibid, pag. 64) Según Kaës habría un doble movimiento, por lado la imposibilidad de no transmitir y por otro el proceso de la identificación apropiativa. “Ésta apropiación es efecto del deseo del otro, por el objeto del otro”.(Ibid) Cuando hay apropiación no hay solo incorporación, es la introyección la que se apropia de la identificación. Que algo quede de aquello en algún lugar: muy ligado con la pulsión de vida por deseo de trascendencia. 12. Las identificaciones imaginarias son el soporte del proceso de trasmisión intersubjetiva. 13. La transmisión como trabajo psíquico consiste en proceso y resultado de ligazones psíquicas entre aparatos psíquicos así como las transformaciones producidas por estas ligazones. (Ibid, pag. 64) (Ibid, pag. 64) 14. Hay que distinguir entre lo que es transmitido y lo que se recibe y transforma el sujeto a través del proceso de historización. Este proceso de historización es la condición para que el sujeto pueda apropiarse de la herencia. Hasta aquí he recogido brevemente las diferentes vías de pensamiento de Freud, P. Aulagnier, Lacan y Kaës. Intento mostrar las desemejantes configuraciones y sus puntos de intersección; así como la necesidad que tenemos los clínicos de no prescindir de todos aquellos recursos que puedan aportarnos un espacio de reflexión más, ante la dificultad que los pacientes de los que nos ocupamos comportan en nuestra práctica.

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Sería deseable que el cuestionamiento de nuestra práctica del psicoanálisis y por el psicoanálisis se mantenga a pesar de nuestros temores. Ellos también, autores y pacientes, como nosotros los analistas, tropiezan con el vacío inexorable que designa el discurso y que recogemos los clínicos cuando no encontramos ninguna apelación interpretativa accesible al psiquismo del paciente. La angustia y la soledad también son nuestras y en muchas ocasiones nuestro mérito pasa solo por contener la del otro en el espacio de nuestra propia ignorancia. Identificación. Por su parte, Haydée Faimberg, con la clara influencia del pensamiento de Aulagnier y apoyándose en un caso clínico, en su artículo “El telescopaje (encaje) de las generaciones: Acerca de la genealogía de ciertas identificaciones”; señala la importancia de las identificaciones inconscientes que se revelan en la transferencia, promoviendo en primer lugar la posibilidad de existir como analista en el psiquismo de un paciente, “que daba la impresión de tener un psiquismo vacío”. (Pag. 75) La autora advierte que el concepto de telescopaje de las generaciones designa la aparición en el transcurso de la cura de un tipo especial de identificación alienante. Identificación alienante es un concepto teórico-clínico, también esbozado por Aulagnier y concerniente al campo de las identificaciones inconscientes, inaudibles y que deben mantenerse así durante mucho tiempo a lo largo de la cura. Faimberg analiza la historia de un secreto y de un tipo de identificación en el que están implicadas tres generaciones. A pesar de no consistir necesariamente en secreto de contenido cuando el paciente lo ha contado en el transcurso de alguna sesión. Sin embargo ella lo apunta como secreto por tres razones:

- ciertos aspectos de la historia parental de los que los padres no hablan se ponen en juego en la historia del sujeto;

- el paciente ignora hasta qué punto ha sido tocado por la secreta historia de los padres;

- la analista se sorprende ante la escucha de un relato que desconocía.

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Psicoanalistas de la escuela húngara varios años antes, como María Torok y Nicolás Abraham ya habían orientando en esta dirección sus investigaciones sobre la noción de “cripta”. Para ellos el significado no es secundario. Del significado provendría el corte del “significante del drama” ya que la cadena significante encontraría un tope, un punto particular en cada portador de la cripta; por eso sería necesario para el progreso de la cura destapar esa significación oculta y quebrada. Esa palabra-objeto de la cripta, cosificada es la que necesita de un desciframiento cuando retorna del inconsciente. La doctrina de Lacan sitúa el corte en lo simbólico no en lo imaginario. En la intervención del analista en la cadena significante que introduce en el engranaje de la repetición el desvío del “significante del drama”. Hablemos ahora de la dificultad instalada en forma de pregunta: ¿cómo se puede hablar con otro, cuando ese otro, el paciente, ignora que le concierne y cuando el analista no tienen conocimiento de ello? El mantenimiento mudo de estas identificaciones exige del analista soportar la angustia de no saber y de no saber que no sabe, sin resignarse, y sabiendo que habrá de implicarse hasta la suela de sus zapatos. La transferencia asiste así al hallazgo de algo inédito de la historia del paciente y tal vez sea en estos casos cuando podemos decir que un enigma que se activa en lo actual de la transferencia puede acercarse a un desciframiento. A partir de ahí sabemos que esa historia es parte constitutiva del psiquismo del paciente. Un nuevo sentido revelado por un fragmento secreto permite una interpretación retroactiva que posibilita al paciente resituarse en relación a su historia. Alegar que una identificación está en juego en la estructura psíquica de un paciente requiere un largo trabajo de desciframiento de ese trazo inconsciente. Sólo a posteriori, después de haberse revelado el elemento inconsciente en juego y habiendo comprobado la identificación se puede localizar el origen del rasgo tomado del objeto y apropiado por el sujeto… y siempre retroactivamente. Es entonces cuando se puede decir que por ese rasgo inconsciente, inscripto como tal, ese objeto se ha convertido en objeto de identificación. En toda identificación estructurante, afirma Korman con precisión: participa tanto la introyección como la incorporación, pero también la transformación de lo que se ha internalizado a través de esos mecanismos

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“en elementos intrínsecos y permanentes del aparato psíquico”. “Probablemente el término “apropiación” que Freud utiliza, además de aludir a ese “paso más”, necesario para el establecimiento de una identificación, apunte a la discontinuidad que se produce (respecto de ese mismo rasgo) entre la estructura psíquica de origen y la de destino.” (Korman. 1996, pag.152) Es decir, lo que se construye a partir de los rasgos psíquicos que se trasmiten, es un sujeto único, en cierto modo ajeno a la generación anterior y a la vez, como sucede en todo proceso de filiación: extraño y familiar. Para Faimberg el proceso de una identificación alienante puede llevar a la cristalización muda del psiquismo. Se trata de identificaciones que se detectan en un momento crucial de la transferencia y que se hacen audibles cuando se revela una historia secreta del paciente. Si la identificación responde a un vínculo intergeneracional, obviamente el rasgo del objeto de la identificación lo será de un objeto inscripto en una dimensión histórica. La investigación de la historia de las identificaciones permite que devengan audibles y permite también descubrir que esa identificación condensa una historia ajena a la generación del paciente. Es ésta condensación la que se nombra como “telescopaje de las generaciones” (lo que se encaja) observable en algunas identificaciones inconscientes que llegan revelarse en la transferencia. Resumiendo: iniciamos esta reflexión con Freud, Aulagnier, Lacan y la carta- huella que llegará a su destinatario: ese sujeto que es eslabón de la cadena significante. Continuamos con Kaës, pasando por Freud, y su vecindad con la idea de que lo que se trasmite no es solo una huella, sino también, y aquí coincide con Lacan, lo no abolido, el enigma a veces impensado en generaciones anteriores. Nos detuvimos en la precisión de Korman al hablar de la identificación. Luego volvimos a Freud: la identificación por apropiación gestiona la transmisión. Y terminamos con la afirmación de Faimberg que sitúa a cierto tipo de identificaciones inconscientes y alienantes como mediadoras entre las generaciones. Ahora volvamos al hecho clínico. Una vez más encontramos allí el testimonio de un tipo particular de identificación, que cuando se historiza,

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permite al paciente acceder a una posición también particular: instalarse en la diferencia de generaciones. Esta instalación en la diferencia no consiste solo en someterse a la castración, sino en aceptarse como portador de lo que no le pertenece y por lo tanto separarse del mensaje enigmático, guardián de su fidelidad a la herencia. Para los analistas de la escuela húngara los padres fantasmáticos o “padres internos” que han quedado inscriptos en el psiquismo, funcionan como padres que consideran al hijo como parte de ellos y solo pueden amarlo apoderándose de él; ya que solo pueden reconocer su diferencia, odiándolo e integrándolo en la historia de su odio. Cuando estos padres funcionan dentro del régimen narcisista al que hacía referencia, aunque diferencien al hijo de ellos tienden a apropiarse de lo que al niño le causa placer, son intrusivos y no toleran que su hijo sea distinto de ellos. Al amar narcisísticamente llegan a odiar al hijo por su singularidad, ya que ésta es vivida como afrenta y traición al ideario familiar. Estas condiciones son responsables del surgimiento de una identificación perteneciente a otra generación donde el mecanismo de apropiación e intrusión son funciones características de la forma de regular la relación narcisista paterno-filial. El mecanismo de apropiación actúa el amor, la captura por el vacío del otro o por la ocupación de una locura que tampoco pertenece ni al padre ni a la madre, sino a la generación de los abuelos, pero que se transmite en cascada, hasta que alguien, un analista, descubra y denuncie su procedencia. El mecanismo de la intrusión es el que actúa el odio. Es como un tornado voraz que engulle lo que encuentra a su paso. No porque necesariamente sea ese hijo el verdadero destinatario, sino porque es el más próximo, y para un padre/madre psicótico el más próximo es el es aquel que presentifica un rasgo del objeto amado en el origen. Allí donde el psicótico encuentra algo que otorga el sentido de la “mismidad”. Ese es siempre el elegido para inocular su pasión de muerte. Digo de muerte y no por la muerte, porque no se trata de que estos padres amen la muerte, sino que ellos están poseídos por una pasión mortífera. Vampirizado por ese otro que le absorbe como partenaire indiscutible de su “deseo de no deseo” en términos de Piera Auglanier. “Deseo de no deseo” ha sido la fórmula elegida por P. Aulgnier para situar la pulsión de muerte.

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Su triunfo no consistiría solamente en la desinvestidura de los objetos investidos por la sexualidad y la pulsión de vida, sino en la desinvestidura del soporte en la relación con el objeto. De ahí el vacío como consecuencia. A modo de cierre de éste capítulo querría enunciar desde qué pensamiento surge el recorrido teórico y mi posición ante la cuestión de la transmisión psíquica:

• Todas las teorías psicoanalíticas, son limitadas, por eso considero primordial para la producción no temer a las diferentes lenguas que habitan la teoría.

• Habitar la lengua del psicoanálisis no se puede resignar al anhelo prudente de un obrero del tiempo, es decir de un psicoanalista. Sino que habitar implica cabalgar entre el rigor de arriesgar, y la sabiduría para desistir reconociendo que la herramienta no es la apropiada en ese momento.

• Hacer uso de las diferencias es también aprovecharnos de lo que aportan, de lo que las diferencias suman en sus puntos de cruce. Algunas veces los conceptos se petrifican y allí donde había discurso, lo que queda es el dogma.

• La responsabilidad en la práctica clínica, es del analista para sortear el hiato que separa teoría y práctica clínica y en ésta última no hay más novedad que la creación que se produce en el acto analítico.

Hay dos ideas fundamentales en las que me interesa insistir: 1ª la creatividad que Freud demuestra a lo largo de toda su obra, su invitación constante a volver a pensar si los instrumentos de los que disponemos en la teoría resultan suficientes para la cura o debemos instrumentar nuevas maneras que faciliten la apertura del inconsciente. Nos ha propuesto que no hagamos de la teoría un amo que nos esclavice, sino que estemos dispuestos a poner en cuestión nuestro quehacer. Las teorías, también las psicoanalíticas, son el marco simbólico que ordenan el uso de nuestras herramientas, pero no suturan el hiato que las separa de la práctica. Los historiales clínicos freudianos, demuestran su interés por la reflexión y la modalidad terapéutica a utilizar en cada caso y cada caso lo presenta y lo aborda de manera diferente, porque no solamente el relato del sueño es tomado como “texto sagrado” sino que la historia del paciente en tanto única, obliga a indagar los ejes que han pivotado la transmisión y por lo tanto, sus consecuencias.

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Creo que una forma de agradecer a Freud su legado, debería ser que las intervenciones psicoanalíticas de los últimos años salgan de las cuatro paredes de las consultas y vean la luz de los interlocutores. Es el rigor y la ética del analista lo que da la dimensión de creatividad y aparta al analista de la actuación. 2ª Para el psiquismo, no hay hechos sin consecuencias, luego no hay transmisión sin efectos. La potencialidad psicótica es uno de los ejes de éste trabajo.Se presenta como efecto de transmisión y por lo tanto empuja al analista a salir de la inmovilidad a la que sus servidumbres lo someten. 3º La práctica clínica es la que nos permite afirmar que la metáfora paterna, herramienta insustituible del proceso, opera desde una función del padre desustancializada. Es decir, allí donde el fallo del psiquismo parental sumerge al hijo en la orfandad psíquica, pueden intervenir otros personajes que marquen con su afortunada existencia la historia del sujeto aportándole su función de metáfora. Así como la cultura filia a la especie ofreciendo un universo simbólico que pre-existe al sujeto; el otro que mira, el otro que nombra y que acoge en su psiquismo al niño le permite construir un imaginario. Aún cuando la imaginación sea pobre, es una disposición para el descubrimiento, soportada por la pulsión de vida, y recorre como diría Lorca: los “fragmentos de la realidad invisible donde se mueve el hombre. La hija directa de la imaginación es la metáfora, nacida a veces al golpe rápido de la intuición, alumbrada por la lenta angustia del presentimiento.”

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