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En una isla remota Annika Thor

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Page 1: ISBN: 978-84-205-5890-5 En una isla remotapearsonespana.blob.core.windows.net/books/Extracto_En una... · 2013-05-30 · 5 1 El tren reduce la velocidad y se detiene. Desde los altavoces

www.pearson.es

Steffi y Nelly, dos hermanas judías de 7 y 12 años, se ven obligadas a salir de Austria debido a la persecución de los nazis. Viajan a Suecia, donde son acogidas por familias del país. Allí deben esperar a sus padres para luego, todos juntos, marcharse a América. Sin embargo, como en la propia vida, los planes son modifi cados por la realidad.

Novela traducida a numerosos idiomas, ha recibido importantes premios, como el Batchelder, de la Asociación de Librerías de América (ALA), entre otros.

Plan Lector Alhambra Joven:www.pearson.es/mascapaginas/

Cecilia fue al bosqueManuel L. AlonsoÁlvaro se tiene que ir del institutoy de la ciudad en la que vive. Llega a otra y a un bosque en el que ocurre algo que marcará su vida y la de su pandilla.

El encuentroRita WirkalaRosa y Ernesto emprenden un largo viaje. Ella va hacia el Norte de América; él hacia el Sur. Sus propósitos son distintos, sin embargo, comparten muchas cosas.

Nació en Gotemburgo (Suecia), en 1950, en el seno de una familia judía.Trabajó como bibliotecaria, ha escrito guiones para cine y teatro

y es autora de numerosos libros para chicos y jóvenes.

En una isla remota es la primeraentrega de una tetralogíasobre las hermanas Steiner.Los cuatro volúmeneshan sido traducidos a numerosos idiomas y han recibido varios premios.

Desde su primera novela, Annika Thorha contado con el entusiasmo delos lectores y el reconocimiento de la crítica, tanto de su país como extranjera.Muestra de ello es la concesión delprestigioso Premio Batchelder, de la Asociación de Librerías de América (ALA), entre otros.

En una isla remotaAnnika Thor

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Este libro ha recibido una Ayuda a la Traducción del Consejo de las Artes de Suecia.

© Del texto: Annika Thor, 1996Publicado por primera vez por Bonnier Carlsen, Estocolmo, SueciaPublicado en español por acuerdo con la Agencia Bonnier Group, Estocolmo, Suecia© De la traducción: Gemma Pecharromán Miguel© De esta edición: Pearson Educación, S. A., 2012Ribera del Loira, 2828042 Madridwww.pearson.es/mascapaginas/

ISBN: 978-84-205-5890-5Depósito Legal: M-8.351-2012

Traducido de: En ö i havet

Editora: Lupe Rodríguez Santizo

Diseño de la colección: César de la MorenaCoordinadora de diseño: Elena Jaramillo Gallardo

Ilustración de cubierta: Sean Mackaoui

Impreso en España – Printed in SpainRealización gráfica: SAFEKAT, S. L.

Todos los derechos reservados. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).

Annika Thor

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1

El tren reduce la velocidad y se detiene. Desde los altavoces del andén se oye una voz en un idioma incomprensible.

Steffi se acerca a la ventanilla. A través del humo de la locomotora ve un letrero enorme y, más allá, un edificio de ladrillo con el techo de cristal.

—Steffi, ¿hemos llegado? —pregunta Nelli angustiada—. ¿Es aquí donde nos tenemos que bajar?

—No sé —responde Steffi—. Eso creo.Se pone de pie encima del asiento para poder llegar a la

rejilla del portaequipajes. Baja primero la maleta de Nelli, luego la suya. Las mochilas están en el suelo delante de ellas. No pueden dejarse nada olvidado en el tren. Después de todo es muy poco lo que han podido traer consigo.

En la puerta del compartimento aparece una señora que viste un traje claro y sombrero. Habla alemán.

—Deprisa, deprisa —avisa—. Estamos en Gotemburgo. Tenéis que bajaros.

Se dirige hasta el siguiente compartimento sin esperar res-puesta.

Steffi se cuelga la mochila en la espalda y ayuda a su her-mana pequeña a colocarse la suya.

—Coge tu maleta —le dice.—Pesa mucho —se queja Nelly, pero tira de ella de todas

formas. Agarradas de la mano salen al pasillo, donde ya se apiñan

los niños para bajar del tren.

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6

El andén es un revuelo de niños y maletas. A sus espaldas el tren se pone en marcha. Traqueteando y rechinando sale de la estación. Algunos niños pequeños lloran; otro llaman a su madre.

—Tu mamá no está aquí —le dice Steffi—. No puede venir. Vas a tener otra mamá, una que es igual de buena.

—¡Mamá! ¡Mamá! —continúa gritando el niño. La señora del traje claro lo coge en brazos y dice al resto

de los niños:—Venid. Seguidme.La siguen en fila como patitos hasta el interior de la esta-

ción bajo el alto techo abovedado de cristal. Alguien se acerca a ellos, un hombre con una cámara fotográfica grande. Dis-para un fogonazo de luz cegadora. Uno de los pequeños empieza a gritar.

—¡Deje de hacer eso! —protesta enojada la señora del traje—. Asusta a los niños.

El hombre continúa fotografiando.—Es mi trabajo, señora —responde el fotógrafo—. Usted

se ocupa de los niños refugiados. Yo tomo las imágenes con-movedoras que les reportarán más dinero para su labor.

Dispara unos cuantos fogonazos más.Steffi vuelve la cara. No quiere ser una niña refugiada en la

conmovedora fotografía de ningún periódico. No quiere ser alguien a quien haya que donar dinero.

La señora los conduce hasta el otro extremo de la gran sala de espera. Allí hay un grupo de gente tras un cordón de seguri-dad. Otra señora, mayor y con gafas, da unos pasos hacia ellos.

—Bienvenidos —saluda—. Bienvenidos a Suecia. Los repre-sentantes del Comité de Ayuda estamos muy contentos de que estéis aquí. En Suecia estaréis seguros hasta que podáis volver a reuniros con vuestros padres.

Ella también habla en alemán, aunque con un acento raro.

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La señora más joven saca una lista y empieza a leer los nombres en voz alta:

—Ruth Baumann… Stefan Fischer… Eva Goldberg…Después de cada nombre, un niño levanta la mano y se

acerca a la señora que lee la lista. Ella comprueba el nombre en la tarjeta marrón que cada uno de los niños lleva colgada al cuello con un cordón. Una de las personas adultas sale del grupo de los que esperan, coge al niño y se van. A los más pequeños, como no saben responder cuando dicen su nombre en voz alta, los recogen donde están.

Van registrados por orden alfabético, por lo cual Steffi comprende que Nelly y ella tendrán que esperar un rato. Le duele el estómago de hambre y todo su cuerpo pide a gritos una cama en la que poder estirarse. El reducido comparti-mento del tren ha sido su casa desde ayer por la mañana. Los kilómetros de vía que iban dejando atrás eran como una cinta que se prolongaba de vuelta hasta Viena, hasta sus padres. Ahora se ha cortado esa cinta. Ahora están solas.

Poco a poco, va disminuyendo el grupo de niños y el corro de personas adultas se va despejando. Nelly se aprieta contra Steffi.

—Steffi, ¿cuándo llega nuestro turno? ¿No vendrá nadie a buscarnos?

—Aún no han llegado a la S —le explica Steffi—. Tenemos que esperar un poco.

—Tengo hambre —gimotea Nelli—. Y estoy cansada. Y tengo hambre.

—No tenemos nada —dice Steffi—. Los bocadillos se nos terminaron ya. Tendrás que esperar hasta que lleguemos. Siéntate en la maleta si estás muy cansada.

Nelli se sienta en su pequeña maleta y apoya la barbilla entre las manos. Sus largas trenzas negras le llegan casi hasta el suelo.

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—Nelli —dice Steffi—, verás como vamos a vivir en un castillo de verdad. Con muchas habitaciones. Y vistas al mar.

—¿Tendré entonces una habitación para mí sola? —pre-gunta Nelli.

—Sí —promete Steffi.—No quiero —protesta Nelly—. Quiero dormir en la

misma habitación que tú.—Eleonore Steiner —escucha Steffi que lee en voz alta la

señora.—Contesta —le dice en voz baja a Nelli—. Eres tú.—Eleonore Steiner —llama la señora con la lista en la

mano—. ¡Acércate! Steffi lleva a Nelli abriéndose paso entre las maletas espar-

cidas por el suelo.—Somos nosotras —dice Steffi. La señora mira la lista.—¿Stephanie Steiner? —pregunta. Steffi asiente.—Steiner —repite la señora en voz alta—. ¡Eleonore y

Stephanie Steiner!Nadie se mueve en el grupo de las personas que esperan.—Steffi —dice Nelli con voz temblorosa—, ¿no hay nadie

que quiera acogernos?Steffi no contesta. Aprieta con fuerza la mano de Nelli. La

señora se vuelve hacia ellas.—Esperad un momento —dice llevándose a las dos niñas a

un lado—. Esperad aquí. Vuelvo enseguida.La señora de mayor edad coge la lista y sigue leyendo los

nombres en voz alta. Al final desaparecen todos los demás niños. Solo quedan Steffi y Nelli con sus maletas.

—¿Podemos ir a casa ahora? —pregunta Nelli—. ¿A casa con papá y mamá?

Steffi niega con la cabeza. Entonces Nelli empieza a llorar.

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—¡Chist! —la reprende—. Deja de lloriquear, ya no eres una niña pequeña.

Sobre el suelo embaldosado se oye el taconeo de unos pasos que se acercan. La señora joven le explica precipitadamente algo a la señora mayor. Saca un lápiz y escribe en las tarjetas de Steffi y Nelli: «Las niñas no hablan sueco».

—Ven —le dice a Steffi—. Os acompañaré hasta el barco.Steffi coge su maleta con una mano y con la otra agarra a

Nelli. Salen de la estación en silencio detrás de la señora.

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2

Fuera de la estación se suben a un taxi. Hace un sol de justi-cia y el calor de agosto es agobiante. Steffi suda bajo su grueso abrigo nuevo. Antes del viaje a Suecia su madre le encargó a su modista, la señorita Gerlach, un abrigo para cada una y le pidió que pusiera un forro especialmente abri-gado, porque había escuchado que en Suecia hacía mu -cho frío.

Los abrigos son de color azul claro con terciopelo de un azul más oscuro en el cuello. Los gorros, a juego, también son de terciopelo azul oscuro. Si el motivo por el cual se lo hicie-ron no hubiese sido el viaje, a Steffi le habría hecho ilusión el abrigo

Finalmente, el taxi se detiene y se bajan de él. A lo largo del muelle hay atracados algunos barcos grandes como casas. A su lado, el barco blanco de vapor, que se mece en el extremo más alejado del muelle, parece un barco de juguete.

La señora paga el taxi y camina delante con Nelli de una mano y la maleta de la niña en la otra. Steffi las sigue tirando de su pesada maleta.

La señora se detiene junto a la pasarela y compra billetes a un empleado de la tripulación. Le dice algo en sueco y señala a Steffi y a Nelli. Al principio el hombre sacude la cabeza, pero la señora insiste y el hombre asiente al final.

—Venid —dice el empleado a las chicas señalándoles unos asientos en la sala de pasajeros.

Nelli parece decepcionada.

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—Quiero estar ahí fuera —le dice a Steffi apuntando a la cubierta—. ¡Pregunta si podemos salir fuera!

—Pregunta tú —contesta Steffi.Nelli se encoge de hombros y se sienta. Cuando el motor del

barco empieza sonar bajo sus pies, Steffi cae en la cuenta de que han olvidado despedirse de la señora del Comité de Ayuda. Sale corriendo a la cubierta de popa, pero la señora ya no está.

El barco ha abandonado el puerto y maniobra para aden-trarse en la corriente del río. La chimenea desprende un humo negro que se disgrega en ligeras nubes.

Nelli continúa sentada en su asiento, desmadejada como una muñeca de trapo. Steffi advierte entonces que Nelli lleva el abrigo mal abotonado y que tiene la mejilla sucia. Steffi se la limpia con su pañuelo.

—¿Adónde va el barco? —pregunta Nelli.—Al lugar donde tenemos que ir nosotras —responde

Steffi.—¿A ese lugar de vacaciones junto al mar?—Sí.—Cuéntame cómo es —le pide Nelli.—Allí hay extensas playas de arena fina —dice Steffi— y

palmeras que crecen a lo largo del paseo marítimo. La gente está en las playas descansando en las tumbonas bajo sombri-llas de alegres colores. Los niños juegan en el agua y constru-yen castillos de arena en la orilla. Se pueden comprar he lados a un vendedor que lleva las cajas apoyadas en el estómago.

Steffi no ha estado nunca en una playa. Pero Evi, su mejor amiga en Viena, estuvo hace dos años en un lugar de veraneo en Italia. Cuando volvió a casa le contó lo de las playas y las palmeras, las tumbonas y los vendedores de helados. Steffi y Nelli solían ir todos los veranos de vacaciones con sus padres a una casa de huéspedes a orillas del río Danubio. Eso, claro, antes de que llegaran los nazis.

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Steffi advierte que la está observando alguien. Alza la vista y en el banco de enfrente ve a dos viejos que las miran con curiosidad.

—¿Por qué nos miran? —pregunta Nelli preocupada.—Por las tarjetas con los nombres —cree Steffi.Uno de los viejos se coloca una pizca de tabaco de mascar

debajo del labio superior. Por la comisura del labio asoma una gota de saliva marrón. Le dice algo al otro y los dos se ríen cloqueando.

—Vamos a quitárnoslas —decide Steffi, y guarda las tarje-tas en su mochila—. Ven, vamos fuera.

Salen a la cubierta de proa. Ante ellas se abre la desembo-cadura del río en el mar. Un remolcador guía a un navío a través de la bocana del puerto. Resulta divertido ver al pequeño remolcador tirando del barco grande, como un niño que tira con impaciencia de su madre para enseñarle algo. Junto a los muelles hay almacenes de ladrillos rojos. Se ven altas grúas que se elevan como los cuellos de jirafas.

Nelli toquetea su collar de coral. El collar era de su madre, lo compró hace mucho tiempo en su viaje de novios a Italia. A Nelli siempre le gustaron aquellas perlas pequeñas e irregu-lares de color rosa pálido. Su madre se lo regaló antes del viaje.

—Cuéntame más cosas, Steffi —insiste Nelli—. ¿Podré nadar cuando llegue allí?

—Tendrás que aprender —contesta Steffi—. Después del almuerzo todos vuelven a sus hoteles para descansar un rato. Después de la cena pasean por el parque y escuchan la música de pequeñas orquestas.

—¿Viviremos en un hotel?—No sé. A lo mejor las personas con las que vamos a vivir

son los dueños de un hotel.—Entonces tendremos todo gratis.

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—También puede que tengan su propio chalé. A lo mejor tienen una playa privada.

—¿Tienen hijos? —quiere saber Nelli.Steffi se encoge de hombros. —Espero que tengan un perro —dice.—¿Tienen piano? —pregunta Nelli por enésima vez.—Pues claro —afirma Steffi.Steffi sabe lo mucho que Nelli echa de menos su piano.

Estaba empezando a aprender a tocarlo justo antes de que tuvieran que abandonar su amplio piso cerca del parque con la gran noria. Si su madre hubiera podido decidir se habrían llevado el piano, aunque habría ocupado casi de pared a pared su pequeño y único cuarto. Pero su padre se negó.

—Apenas vamos a tener espacio para colocar cuatro camas —argumentó—. ¿Quieres que durmamos encima del piano?

El barco ya ha dejado atrás la desembocadura del río y ha salido a mar abierto. Ante sus ojos se deslizan acantilados e islotes desnudos. Se ha levantado viento y, a lo lejos, se amon-tonan nubarrones negros sobre el mar. Nelli le tira a Steffi de la manga del abrigo.

—¿Podré hacerlo, Steffi? —pregunta—. ¿Estás segura de que podré hacerlo?

—¿Qué? —Tocar el piano —responde Nelli—. ¿Podré?—Sí, claro que podrás —promete Steffi—. Pero no seas

pesada.Nelli empieza a tararear una canción infantil, una de las

melodías que ha aprendido a tocar al piano. Nelli ha heredado la bella voz de mamá; Steffi, no.

El barco dobla un cabo. Aquí arrecia el viento y el barco empieza a balancearse. Steffi se agarra a la borda.

—Tengo frío —se queja Nelli.—Puedes entrar si quieres.

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Nelli duda.—¿Vas a entrar tú?—Aún no —responde Steffi. La cubierta se tambalea bajos sus pies. Se siente mal. El

cielo oscurece muy rápido. Se oyen truenos a lo lejos. Nelli se aleja un poco, se arrepiente y vuelve al lado de su hermana.

—Entra tú —le dice Steffi—. Yo voy enseguida.Steffi se agarra con fuerza a la barandilla y cierra los ojos.

El barco se balancea de un lado a otro. Ella se inclina sobre el agua y vomita. Le pica la garganta y se siente aturdida y agotada.

—¿Estás enferma, Steffi? —le pregunta Nelli preocupada.—Mareada —dice Steffi—. Estoy mareada, creo.Cierra los ojos y se aferra con fuerza a la borda. Siente

como si las piernas se le quisieran doblar. Apoyándose en Nelli vuelve a la sala de pasajeros. Se tumba en el banco, se coloca la mochila a modo de almohada y cierra los ojos. Todo le da vueltas.

Steffi se despierta cuando alguien le tira de la manga.—Déjame —refunfuña—. Quiero dormir.Pero los tirones se repiten cada vez con más insistencia y

no hay manera de zafarse de ellos. Steffi abre los ojos.—¡Steffi! —grita Nelli alterada—. Ya hemos llegado.Steffi tarda un momento en recordar dónde se encuentra.

Nelli está a su lado saltando casi de la emoción. Tiene las mejillas rojas, se le ha soltado el lazo de una de las trenzas y se le está empezando a deshacer.

—¡Date prisa! ¡Ya hemos llegado!

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Steffi y Nelly, dos hermanas judías de 7 y 12 años, se ven obligadas a salir de Austria debido a la persecución de los nazis. Viajan a Suecia, donde son acogidas por familias del país. Allí deben esperar a sus padres para luego, todos juntos, marcharse a América. Sin embargo, como en la propia vida, los planes son modifi cados por la realidad.

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y es autora de numerosos libros para chicos y jóvenes.

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