investigación sobre el significado y la verdad

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INVESTIGACIÓN SOBRE EL SIGNIFICADO Y LA VERDAD Bertrand Russell Capítulo XIII LA SIGNIFICACIÓN DE LAS ORACIONES A. GENERALIDADES La cuestión de determinar qué es lo que hace significante una oración nos es impuesta por varios problemas. Hay, en primer lugar, las reglas conocidas de la sintaxis de los lenguajes ordinarios. “Sócrates es un hombre” está construida de acuerdo con estas reglas, y es significante; pero “es un hombre”, considerada como oración completa viola las reglas y es sin-sentido. (Empleo en este caso “sin-sentido” como lo contradictorio de “significante”.) Las reglas de sintaxis del lenguaje ordinario pretenden evidentemente impedir los absurdos, pero no lo logran de un modo completo… “cuadriplicidad bebe dilación” es absurdo, pero no viola ninguna regla de la sintaxis castellana. Es patente que forma parte de nuestro problema actual la construcción de mejores reglas de sintaxis que eviten automáticamente los absurdos. En anteriores fases de nuestro estudio, nos guiábamos por la mera impresión de lo que es significante, pero esperamos que acabaremos por llegar a algo mejor. Hay un sentido de la palabra “posibilidad” que se enlaza con nuestro problema presente. Podemos decir que todo cuanto es enunciado por una oración significante tiene cierto género de posibilidad. Yo llamaría “sintáctica” a esta posibilidad. Es quizás un concepto más amplio que el de posibilidad lógica, y a su vez más aún que el de posibilidad física. “La luna está hecha de queso verde” es posible sintácticamente, pero no físicamente. Es difícil dar cualquier ejemplo indiscutible de una posibilidad lógica que no sea posible sintácticamente; quizás “esto es a un tiempo rojo y azul” sea un ejemplo de estos, y “el sonido de un trombón es azul”, otro. No voy a plantear en esta fase la cuestión relativa a qué es posible en el caso de que una oración sea significante y falsa. No puede ser la oración, porque ésa es real, ni tampoco puede serlo “que la oración es verdadera”, porque esa sería otra oración falsa. Aquí hay, pues, un problema, pero de momento lo dejaremos de lado. La cuestión de la “significación” es difícil y algo intrincada. Quizás contribuya a aclarar su estudio la exposición en sus líneas generales, de la conclusión a que llegaré, que es la que a continuación se indica.

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INVESTIGACIÓN SOBRE EL SIGNIFICADO Y LA VERDADBertrand Russell

Capítulo XIII

LA SIGNIFICACIÓN DE LAS ORACIONES

A. GENERALIDADES

La cuestión de determinar qué es lo que hace significante una oración nos es impuesta por varios problemas.

Hay, en primer lugar, las reglas conocidas de la sintaxis de los lenguajes ordinarios. “Sócrates es un hombre” está construida de acuerdo con estas reglas, y es significante; pero “es un hombre”, considerada como oración completa viola las reglas y es sin-sentido. (Empleo en este caso “sin-sentido” como lo contradictorio de “significante”.) Las reglas de sintaxis del lenguaje ordinario pretenden evidentemente impedir los absurdos, pero no lo logran de un modo completo… “cuadriplicidad bebe dilación” es absurdo, pero no viola ninguna regla de la sintaxis castellana. Es patente que forma parte de nuestro problema actual la construcción de mejores reglas de sintaxis que eviten automáticamente los absurdos. En anteriores fases de nuestro estudio, nos guiábamos por la mera impresión de lo que es significante, pero esperamos que acabaremos por llegar a algo mejor.

Hay un sentido de la palabra “posibilidad” que se enlaza con nuestro problema presente. Podemos decir que todo cuanto es enunciado por una oración significante tiene cierto género de posibilidad. Yo llamaría “sintáctica” a esta posibilidad. Es quizás un concepto más amplio que el de posibilidad lógica, y a su vez más aún que el de posibilidad física. “La luna está hecha de queso verde” es posible sintácticamente, pero no físicamente. Es difícil dar cualquier ejemplo indiscutible de una posibilidad lógica que no sea posible sintácticamente; quizás “esto es a un tiempo rojo y azul” sea un ejemplo de estos, y “el sonido de un trombón es azul”, otro.

No voy a plantear en esta fase la cuestión relativa a qué es posible en el caso de que una oración sea significante y falsa. No puede ser la oración, porque ésa es real, ni tampoco puede serlo “que la oración es verdadera”, porque esa sería otra oración falsa. Aquí hay, pues, un problema, pero de momento lo dejaremos de lado.

La cuestión de la “significación” es difícil y algo intrincada. Quizás contribuya a aclarar su estudio la exposición en sus líneas generales, de la conclusión a que llegaré, que es la que a continuación se indica.

Una aserción tiene dos aspectos, uno subjetivo y otro objetivo. Subjetivamente “expresa” un estado del locutor, susceptible de ser calificado de “creencia” y de existir sin palabras, estado propio incluso de niños y animales que no posean el don del lenguaje. Objetivamente, la aserción, si es verdadera, “indica” un hecho; si es falsa, pretende “indicar” un hecho, aunque no lo logra. Hay algunas aserciones, a saber, las que enuncian estados presentes del locutor que los advierte, en las cuales lo “expresado” y lo “indicado” son idénticos; pero en general estas dos cosas son distintas. La “significación” de una oración es lo que ésta “expresa”. De esta suerte, son igualmente significantes las oraciones verdaderas y las falsas; pero una sarta de palabras que no pueda expresar estado alguno del locutor, es sin-sentido.

(…) La cuestión de la significación puede ser enlazada más bien con las oraciones oídas que con las pronunciadas. La audición de una afirmación significante tiene efectos que dependen de la naturaleza de la afirmación, pero no de su verdad o falsedad; la audición de lo reconocido como absurdo no tiene semejantes efectos. Es verdad que lo que realmente es sin-sentido puede tener efectos que dependen de la naturaleza de la afirmación, pero no de su verdad o falsedad; la audición de lo reconocido como absurdo no tiene semejantes efectos. Es verdad que lo que realmente es sin-sentido puede tener efectos como sólo debería tenerlos una afirmación significante, pero en ese caso el oyente suele imaginar una significación de la que propiamente hablando no serían susceptibles las palabras de que se trata. Hablando en sentido lato, podemos decir que una afirmación oída que el oyente interpreta como significante, es capaz de producir efectos que no podría producir un sin-sentido notorio. Este es uno de los puntos que deben tenerse in mente para la búsqueda de una definición de “significación”.

La cuestión de la significación ha revelado ser más difícil de lo que parecía, por obra de las paradojas. Está claro que todas las paradojas surgen de atribuir significación a oraciones que realmente son sin-sentido. Las paradojas deben ser tenidas en cuenta para formular reglas sintácticas destinadas a evitar sin-sentidos.

El problema de la ley del tercero excluido se enlaza también con la cuestión que en este momento nos ocupa. Es corriente decir que toda proposición es verdadera o falsa, pero no podemos decir que toda oración sea verdadera o falsa, pues las oraciones sin-sentido no son lo uno. Si tenemos que aplicar la ley del tercero excluido a oraciones, tenemos que saber previamente qué oraciones son significantes, pues, cuando

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más, es a éstas que la ley puede aplicarse. Si ésta se aplica o no a todas ellas, es una cuestión que estudiaré después de terminado el examen de las actitudes proposicionales.

Vamos a estudiar, primero, el adjetivo “significante”, para examinar luego la cuestión de si, cuando una oración es significante, hay algo que “signifique”. La palabra “César” quiere decir César, ¿existe algo análogo con respecto a las oraciones? Técnicamente, si “p” es una oración, ¿bastará distinguir entre “p” y p como basta distinguir entre “César” y César?

Vistos estos preliminares, pasemos ahora a un examen detallado.Las oraciones son de tres clases: verdaderas, falsas y sin-sentido. Síguese de ahí que, aplicado a

oraciones, “falso” no es sinónimo de “no-verdadero”, pues una oración sin-sentido no es verdadera aunque tampoco sea falsa. Por consiguiente, si S es una oración sin-sentido, tenemos que distinguir entre “S es falsa” y “ ‘S es verdadera’ ”. La última será verdadera, pero no la primera. Si S es sin-sentido tendremos “no-(S es verdadera)”, pero no tendremos “S es falsa”. Diremos que cuando una oración carece de significación, lo mismo reza de su negativa.

De esta suerte, si “p” es una frase respecto de la cual no hemos decidido aún si tiene significación o no, la situación será la siguiente:

De “p es verdadera” podemos inferir “no-p es falsa”, y viceversa:De “S es falsa” podemos inferir “S no es verdadera”, pero no viceversa;De “ ‘S es falsa’ es verdadera” podemos inferir “ ‘S es verdadera’ es falsa”, pero no viceversa;De “ ‘S es falsa’ es falsa” podemos inferir solamente “S es verdadera o sin-sentido”, pero de “ ‘S no

es verdadera’ no es verdadera” podemos inferir “S es verdadera”.Iluminemos esto con un ejemplo. Partimos de la oración “esto es rojo”, en la que “esto” es un

nombre propio. Llamemos “S” a esta oración. Examinemos ahora la oración “S es roja”. Esto parece evidentemente sin-sentido; pero si por “S” entendemos una forma oracional escrita o impresa, no lo sería, porque entonces podría estar escrita o impresa en color rojo. Tenemos que examinar la oración “p”, el nombre de la oración, “que p” y la proposición problemática de la que pueda suponerse que es la significación de la oración. Si hay algo que signifique una oración o expresión oracional significantes, demos el nombre “P” a la expresión oracional “esto es rojo” y el nombre “F” a la significación de esta expresión. Entonces, P significa F, y F es verdadera. Dando el nombre “Q” a la expresión oracional “F es roja”, y el nombre G a la significación de esta expresión, no hay ningún G tal que Q signifique G, y Q no significa nada. Siendo así, veremos que una “proposición” (si hay algo que lo sea) es algo “significado” por alguna frase, y que las frases sin-sentido nada significan. El problema que queda pendiente en ese caso es el de decidir qué frases significan algo y qué sea este algo.

Pero todo esto supone que podemos rechazar cualesquiera razones que existan para negar que haya algo significado por una oración significante, tanto si es verdadera como falsa…

La distinción entre sartas de palabras que significan algo y sartas de palabras que nada significan, es perfectamente clara en muchos casos. “Sócrates es un hombre” significa algo, pero “es un hombre” no. “Una vez hubo bebido la cicuta, Sócrates se despidió de sus amigos” significa algo, pero “habiendo bebido la cicuta, se despidió de” no significa nada. En estos ejemplos es insuficiente el número de palabras para que den sentido; en otros, puede haber demasiadas palabras y tener… el mismo efecto. Por ejemplo “ ‘Sócrates es un hombre’ es un hombre” no significa nada. “La ley de contradicción es amarilla”, es una muestra análoga de sin-sentido. A veces puede haber duda, por ejemplo en un caso tal como “el sonido de un trombón es azul”. La paradoja surge de oraciones que parecen significar algo cuando en realidad nada significan. La más simple de todas es “Yo estoy mintiendo”. Esta oración es susceptible de un número infinito de significaciones, pero ninguna de ellas sería totalmente lo que queremos dar a entender. Si pretendemos decir “Yo enuncio una oración falsa en el lenguaje primario” mentimos puesto que esta es una oración del lenguaje secundario; el argumento de que si mentimos decimos la verdad, falla también porque nuestra afirmación falsa es del orden secundario y nosotros decimos que enunciábamos una afirmación falsa del orden primario. De modo análogo, si pretendemos decir “yo enuncio una proposición falsa del orden primario, además una del secundario, terciario, cuaternario… ad infinitum” estaría afirmando simultáneamente (si…fuera posible), un número infinito de proposiciones, de las cuales la 1ª, la 3ª, la 5ª…serían falsas, y la 2ª, la 4ª, la 6ª…verdaderas.

Como puede verse, pues, la cuestión de determinar si una forma de palabras significa algo, no siempre es fácil, pero no puede caber duda alguna de que algunas formas de palabras significan algo, mientras que otras nada significan, y que, entre las que significan algo, unas significan lo que es verdad y otras lo que es falso. Por consiguiente, tenemos que encontrar algún modo de definir la diferencia entre sartas de palabras que son sin-sentido y sartas de palabras que significan algo, y en el caso de una oración que significa algo tenemos que indagar si este algo tiene que ser diferente de la oración o si la significación puede ser meramente adjetiva.

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Si una forma de palabras significa una proposición, llamaré a la proposición la “significación” de esta forma de palabras. De momento, supondré que hay una proposición significada por una oración significante.

Dos cuestiones se plantean: 1ª, ¿qué quiere decir “significación” de una forma de palabras? 2ª, ¿qué reglas sintácticas pueden darse para el caso de que una forma de palabras sea significante?

¿Qué quiere decir “significación” de una forma de palabras? En este caso uso la palabra “significación” en un sentido restringido; la significación de que se trata, tiene que ser proposicional. Por ejemplo, “el rey de Inglaterra” es una frase que tiene significación en un sentido, pero no la tiene en el sentido de que ahora nos ocupamos. Para nuestra finalidad actual lo que la frase significa tiene que ser verdadero o falso. Lo que vengo llamando “significación” podría denominarse “significación proposicional” para distinguirla de otras clases, pero en honor a la brevedad omito la palabra “proposicional”.

Un criterio suficiente, pero no necesario, de la significación, es que pueden imaginarse, o darse realmente, experiencias preceptúales que nos hagan usar la frase (o su contradictoria) a modo de aserción. En ciertas circunstancias podríamos decir, como si expresáramos lo que percibimos, “la nieve es blanca”; por lo tanto, la frase “la nieve es blanca” es significante. En ciertas circunstancias perceptivas podemos decir “la nieve no es negra”; por consiguiente, la frase “la nieve es negra” es significante. Quizá esto nos dé una idea de lo que en general se “significa” con una frase que tenga significación.

Cuando digo “la nieve es blanca” una cosa es lo que hace verdadera mi afirmación y otra lo que yo expreso. Lo que hace verdadera mi afirmación es un hecho de la física, relacionado con la nieve; pero yo estoy expresando un estado de la mente, a saber cierta creencia –o, admitiendo la posibilidad de que mienta, un deseo de que otros tengan cierta creencia. Podemos hacer caso omiso de esta complicación y suponer que al proferir estas palabras expreso una creencia. Pero yo no afirmo que tenga una creencia; afirmo el objeto de ésta. Si hay un objeto de la creencia, ¿qué es lo afirmado con la frase “la nieve es blanca”? Ciertas experiencias nos deciden a creer que la nieve es blanca; si esta creencia tiene un objeto, podemos decir que afirmando este objeto expreso el hecho de que yo creo algo (a saber, que la nieve es blanca). No afirmo que yo crea el objeto; eso sería una aserción diferente, que podría ser verdadera incluso si la nieve fuese negra. El problema que estamos estudiando es el siguiente: ¿hay algo –y en caso afirmativo, qué– que yo crea cuando creo que la nieve es blanca?

Por otra parte: cuando usted dice “¿es blanca la nieve?”, ¿qué es lo que pregunta? Supongamos que usted hubiera vivido siempre en Etiopía y que de resultas de un ataque de aviación hubiese sido hecho prisionero y transportado al Círculo Ártico con los ojos vendados, y que allí se familiarizara usted con el tacto, el sabor y el olor de la nieve, aprendiendo que “nieve” es el nombre de la sustancia que se manifestaba de esta suerte a tres de sus sentidos. Usted no preguntaría por la palabra “nieve”, ni por la palabra “blanco”, sino por percepciones. Con aquella pregunta usted querría decir: ¿Ven la blancura los que sin tener los ojos vendados experimentan las sensaciones de tacto y olfato que yo aprendí a asociar a la palabra “nieve”? E incluso esto es aun demasiado verbal. Si en aquel momento usted se encontrara tocando y oliendo la nieve, usted querría decir con aquella pregunta “¿suele ir asociado esto a la blancura?” Y si usted se estaba imaginando la blancura, el pensamiento de su mente sería ¿suele ir esto asociado a eso? en donde esto sería la percepción táctil y la olfativa y eso la imagen de la blancura. Pero “eso” no debe ser interpretado como si fuese la misma imagen, antes bien significa una percepción análoga a la imagen. Pero al llegar a este punto, se hace sumamente difícil ser claro; porque la imagen parece “dar a entender” una percepción del mismo modo en que lo hace una palabra.

Huelga decir que si las creencias tienen objetos, lo que yo creo cuando creo que la nieve es blanca, es lo mismo que aquello de que dudo cuando pregunto “¿es blanca la nieve?”. Esto, sea lo que sea, es, aceptando esta hipótesis, la significación de la oración “la nieve es blanca”. Si la significación de la oración es verdadera, ello es en virtud de acaecimientos que no son palabras ni imágenes; si se conoce que es verdadera estos acaecimientos tienen que ser o haber sido percepciones. Lo mismo reza, mutatis mutandis, si es falsa. Verdad y falsedad dependen de una relación entre la significación de la oración y algo que no son palabras ni imágenes (excepto cuando la oración versa sobra palabras o imágenes).

Si podemos decidir qué se entiende por “significación” de una oración, diremos que es esta significación lo que hay que llamar “proposición” y que es o verdadera o falsa. Una oración puede significar una verdad, significar una falsedad o no significar nada; pero si una oración significa algo, entonces lo que signifique tiene que ser verdadero o falso.

Para intentar descubrir lo que se entiende por “significación” de una oración, cotejemos una oración significante con una no significante. Tomemos “Sócrates bebe la cicuta” y “cuadruplicidad bebe dilación”. De éstas la primera puede ser lógicamente –y lo fue una vez– un juicio de percepción; cuando no es un juicio de percepción, es susceptible de provocar una imagen compleja que tenga la misma significación que la frase –o que acaso sea la significación de ésta. Cuando intentamos hacerlo así, imaginamos simplemente alguna persona a quien, por modo de chanza, llamamos “Cuadruplicidad”. Preguntémonos: ¿Cómo puede una palabra tal como “cuadruplicidad” referirse a algo experimentado? Supongamos que ustedes están haciendo

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la instrucción militar y que oyen repetidas veces la orden “formar de a cuatro”. Si ustedes fuesen aficionados a las palabras abstractas, se harían la siguiente reflexión: “la cuadruplicidad es importante en la instrucción”. Esto significa: “En instrucción, hay varios acaecimientos en cuya descripción verbal es natural que se emplee la palabra ‘cuatro’. Podríamos definir la cuadruplicidad diciendo que es “la propiedad de una función proposicional consistente en ser verdadera para exactamente cuatro valores de la variable”. De esta suerte, tendríamos que preguntar: ¿Cómo conocemos que es sin-sentido suponer que una propiedad de una función proposicional pueda beber?

Es difícil, aunque no mucho, construir reglas de sintaxis que, dados los significados de cada una de las palabras, aseguren que toda combinación de palabras que obedezca a tales reglas será significante, y que toda combinación de palabras significante obedecerá a tales reglas. En realidad esta tarea ha sido llevada a cabo por los lógicos, quizás no de un modo completo pero con cierto grado de perfección. Lo malo es que en esta tarea se hayan guiado, por lo menos en parte, por la impresión, como una persona ingenua cualquiera. No podemos darnos por satisfechos con nuestras reglas de significación a menos de que logremos ver alguna razón en su favor, y esto exige que decidamos cuál es la forma de palabras que significa cuando es significante.

Podemos plantear la cuestión en esta forma: “¿qué creemos cuando creemos algo?” Ilustremos esto con un ejemplo. En algunas canteras se suelen efectuar grandes explosiones todos los días a mediodía. Por medio de una bocina se llama la atención para que nadie se acerque al lugar; puede haber también algunos obreros con banderas rojas por las carreteras y caminos cercanos. Si preguntamos por qué están allí, dirán “porque va a haber una explosión”. Los obreros que entienden la bocina, los vecinos que saben lo que significa la bandera roja y el transeúnte forastero que necesita que se lo expliquen con palabras, creen todos, al fin y al cabo, la misma proposición: la expresada por las palabras “va a haber una explosión”. Pero es probable que sólo el forastero transeúnte y quien le informa traduzcan en palabras esta creencia; para los demás, la bocina y las banderas rojas sirven a los efectos del lenguaje y producen las acciones apropiadas sin necesidad de intermediario verbal alguno.

La bocina y la bandera pueden contar como lenguaje, puesto que su finalidad es proporcionar información. Pero la proximidad de un casco explosivo proporcionaría una información muy semejante, sin ser lenguaje, puesto que su finalidad no sería informativa. El casco, la bocina y la bandera pueden causar todos creencia sin causar palabras. Cuando unas cuantas personas creen todas que va a haber una explosión ¿qué tienen de común? Cierto estado de tensión que descargará cuando ocurra la explosión; pero si su creencia fuese falsa, la tensión continuaría algún tiempo para transformarse luego en sorpresa. El estado de tensión puede ser denominado “expectación”; pero la dificultad surge con respecto a la conexión de ésta a) con la explosión o su ausencia y b) con algo que, para dejarlo en la vaguedad, podríamos llamar la “idea” de la explosión. Huelga decir que una cosa es esperar una explosión y otra esperar, por ejemplo, la llegada de un tren. Las dos tienen de común la impresión de expectación, pero difieren en cuanto al acaecimiento que cambiará esta impresión en conformidad o sorpresa. Esta impresión, por lo tanto, no puede ser la única cosa que constituya el estado de la persona que espera algo, puesto que de ser así cualquier acaecimiento conformaría su expectación, mientras que en realidad sólo un acaecimiento de un tipo determinado producirá tal efecto (…)

Acaso podamos explicar ahora la “significación” de una oración del modo siguiente: Primero: algunas oraciones significan hechos observados; ya hemos examinado como ocurre esto. Una creencia no necesita implicar palabras de ninguna clase, por parte de la persona que cree, pero siempre es posible (dado un vocabulario adecuado) encontrar una oración que signifique el hecho percibido de que yo tengo tal o cual creencia. Si esta oración comienza con “yo creo que”, lo que sigue a la palabra “que” es una oración que significa una proposición, y de la proposición se dice que es [acerca de] lo que yo creo. Observaciones exactamente similares podrían hacerse con respecto a dudar, desear, etc.

Según esta opinión, si “p” es una oración, “yo creo p”, “yo pongo en duda p”, “yo deseo p”, etc. pueden significar hechos observados; por tanto, puede suceder que “p” signifique un hecho observado. En este caso “p” puede estar sola y ser significante de una percepción, pero, de otro modo, “p” sola no significa nada percibido. Es posible que “p” sola signifique algo percibido; quizás…significa un complejo subordinado que es elemento integrante de una actitud proposicional. Sin embargo, en tal caso tendremos que explicar por qué tales complejos no se dan nunca si no es en calidad de elementos integrantes de actitudes proposicionales.

La teoría que acabamos de exponer suscita dificultades. Una de ellas es explicar la relación de p con el hecho cuando p es verdadera. Supongamos, por ejemplo, que veo las letras “A B” en ese orden, y que juzgo “A está a la izquierda de B”. En este caso creo una proposición p que tiene cierta relación con un hecho. Suponemos que p no es verbal, sino algo no-verbal, que es significado por las palabras “A está a la izquierda de B”, aunque no es el hecho en virtud del cual estas palabras expresan una verdad. Podría objetarse que tenemos que atribuir a las palabras dos usos diferentes, uno cuando afirmamos p y otro cuando afirmamos que creemos p (suponiendo que p sea un juicio de percepción) se diría que las palabras

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de “p” denotan objetos, mientras que cuando afirmamos que creemos p, estas palabras tienen algún significado mental. Según esta opinión, cuando digo “Sócrates es griego”, implico a Sócrates, pero cuando digo “creo que Sócrates es griego” lo implicado es solamente mi idea de Sócrates. Me parece muy difícil que esto sea así.

Creo que esta objeción carece de valor. Supongamos que veo un círculo rojo y digo “esto es rojo”. Al usar palabras, he prescindido de la percepción; si en vez de palabras uso imágenes, éstas, lo mismo que las palabras, significan la percepción, pero son una cosa diferente de ella. Cuando yo digo “esto es rojo” o cuando tengo una imagen de rojo con una impresión de sí, tengo una creencia; si después digo “creo que era rojo”, las palabras o imágenes implicadas serían exactamente las mismas que eran cuando hice un juicio de percepción. Ver no es creer, y un juicio de percepción no es una percepción.

Lo que sugerimos ahora es que una oración “p” es significante si “yo creo que p” o “yo pongo en duda que p” o etc., puede describir un hecho percibido en el que no es necesario que se den palabras. Hay dificultades: “puede describir” es vago; “no es necesario que se den palabras” necesita de aclaración…

En primer lugar, tenemos que elucidar la afirmación de que no es necesario que se den palabras. Algunas veces se dan éstas, otras no; en proposiciones que son complicadas, resultan prácticamente indispensables, aunque podríamos pasarnos de ellas si tuviéramos una mayor capacidad mental. La otra cuestión, la relativa a qué se entiende por “puede describir un hecho percibido”, es más difícil. Es evidente que no pretendemos excluir todas las oraciones que no se hayan convertido positivamente en actitudes proposicionales. Necesitamos encontrar una característica de oraciones que nos dé la impresión de que es posible creerlas o ponerlas en duda, y hasta que la encontremos no podremos considerar resuelto el problema que nos ocupa.

Podríamos intentar definir la significación con un criterio más lingüístico. Dividamos primeramente las palabras en categorías afines a las partes de la elocución. Decimos entonces: dado un juicio de percepción cualquiera (que puede ser de la forma “yo creo p”), toda palabra puede ser sustituida por otra perteneciente a la misma categoría sin hacer perder su significación a la oración. Y nosotros admitimos la formación de proposiciones moleculares y generalizadas por medio de los métodos ya estudiados. Diremos entonces que el conjunto de oraciones de esta suerte obtenido, es la clase de oraciones significantes –ya sea la que acabamos de dar, ya otra; pero no podemos darnos por satisfechos hasta que hayamos encontrado alguna razón en favor de nuestras reglas lingüísticas.

Si hay que encontrar una razón en favor de nuestras reglas lingüísticas, deberá consistir en propiedades de complejos que en algún modo estén relacionados con las reglas. En una proposición tal como “A está a la izquierda de B”, cuando esto es un juicio de percepción hacemos un análisis de una percepción compleja. Parece que en toda frase que exprese un análisis semejante, tendría que haber por lo menos una palabra de relación. Yo no creo que esto sea una propiedad exclusiva del lenguaje; y pienso que el complejo tiene un elemento integrante correspondiente que es una relación. Opino que cuando decimos que una frase es significante damos a entender que un complejo descrito por la frase es “posible” sintácticamente; y cuando decimos que un complejo descrito por una frase es “posible” sintácticamente damos a entender que hay un complejo descrito por una frase obtenida a base de sustituir una o más palabras de la frase dada por otras palabras pertenecientes a las mismas categorías. Así, si “A” y “B” son nombres de personas, “A mató a B” es posible porque Bruto mató a César; y si “R” es el nombre de una relación de la misma categoría que matar, “A tiene la relación R con respecto a B” es posible por la misma razón.

(…) lo que queremos decir por la “significación” de una oración, diremos que en el caso de una oración de forma atómica la significación es el estado de la persona que cree, o, mejor dicho, una serie de estados que tienen entre sí ciertas similaridades. Una forma posible de un estado semejante es una imagen compleja y mejor aún una serie completa de imágenes complejas similares entre sí. Las imágenes forman un lenguaje, pero este lenguaje difiere del de las palabras por el hecho de que no contiene ningún sin-sentido. Extender la definición de “significación” más allá de las oraciones atómicas, es, evidentemente, una cuestión que incumbe sólo a la lógica.

Hasta ahora he venido suponiendo que cuando una oración es significante, hay algo que ella significa. Puesto que una oración significante puede ser falsa, es notorio que la significación de una oración no puede ser el hecho que la hace verdadera (o falsa). Por consiguiente, tiene que haber algo en la persona que cree la oración, no en el objeto a que ésta se refiere. Las imágenes son naturalmente sugeridas. Las imágenes “significan” poco más o menos del mismo modo en que lo hacen las palabras, pero tienen la ventaja de que no hay imágenes complejas correspondientes a las oraciones sin-sentido. Los cuadros reales tienen la misma virtud. Yo puedo hacer un cuadro de Bruto matando a César, o, si así lo decido, de César matando a Bruto, pero no puedo hacer un cuadro, ni real ni imaginario, de cuadruplicidad matando dilación. Las reglas sintácticas para obtener otras oraciones significantes a base de juicios de percepción, son en realidad, de acuerdo con esta teoría, leyes psicológicas relativas a lo que puede ser imaginado.

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La que acabamos de exponer es, a mi juicio, una teoría posible. Sin embargo, en ciertos aspectos resulta poco recomendable. El uso de imágenes debe ser evitado en todo lo que sea posible; y la navaja de Occam nos hace desear que, si podemos, evitemos proposiciones como algo distinto de las oraciones. Por consiguiente, intentemos formular una teoría en que la significación sea simplemente un adjetivo de las oraciones.

La sugerencia que mayores perspectivas tiene, es la de distinguir por sus propiedades causales las oraciones significantes de las sin-sentido. Podemos distinguir las oraciones verdaderas de las falsas (en lo que concierne a los juicios de percepción) atendiendo a las causas de que se formularan, pero como que ahora estamos tratando de un problema en que la verdad y la falsedad se hallan en un mismo nivel, tendremos que examinar los efectos producidos en el oyente más bien que en el locutor.

Muchas oraciones oídas no tienen efectos observables sobre los actos de los oyentes, pero son susceptibles de tener un efecto en circunstancias adecuadas. “César ha muerto” nos hace muy poco efecto a nosotros ahora, pero en su tiempo causó grandes efectos. Las oraciones sin-sentido, reconocidas como tales, no provocan ninguna acción relacionada con lo que significan sus palabras integrantes; lo más que pueden provocar, es una invitación a quien las profiere a que modere su lengua. Parecería, por lo tanto, que son causalmente distinguibles de otras oraciones.

Existen, sin embargo, ciertas dificultades. En un altercado que tuvo con una vendedora de pescado de Billinsgate, Lamb la llamó paralelogramo, logrando con ello mayor efecto del que habría obtenido con cualquier otro insulto; ello se debió a que la mujer no sabía que la oración empleada por él era un sin-sentido.

(…) En “Mind” de octubre de 1939… Kaplan y Copilowish,… sobre “¿Tiene que haber proposiciones?”…se inclinan por la negativa.

Estos autores emplean el término “conducta implícita” en un sentido muy amplio: en el de cuanto ocurre a o “en” un organismo cuando éste usa signos. Dejan en el aire la cuestión de si la conducta implícita debe ser descrita en términos característicos o en imágenes. Llaman “interpretación” a la conducta implícita provocada por un signo-vehículo. Asociada a todo signo-vehículo hay una ley de interpretación que expone la índole de conducta implícita que aquél ocasiona. Un signo es una clase de signos-vehículos que tienen todos [ellos] una y la misma ley de interpretación; esta ley se llama interpretante del signo. Una interpretación de un signo-vehículo es correcta si la ley que describe la interpretación ha sido establecida previamente como modelo de tales signos-vehículos. Decimos que O entiende un signo cuando O interpreta correctamente un miembro de él en ciertas condiciones. O cree [en] un signo-vehículo cuando O tiene una interpretación correcta de él junto con una “actitud de afirmación” (provisionalmente indefinida). Creer [en] un signo es una disposición. Dicen los referidos autores: “De un organismo puede decirse que tiene una creencia incluso en las cosas en que no se implican signos. Esto es lo que ocurre cuando un organismo tiene una conducta implícita de un género tal que si hubiese sido ocasionada por un signo-vehículo habría constituido una creencia de [en] aquel signo-vehículo”.

Pasemos ahora a la definición de “apropiado”: La conducta implícita de un organismo O es apropiada a la situación S si es causada por S y O reconoce S… Como la interpretación es un género de conducta implícita, decimos que una interpretación de un signo es apropiada a S si S está presente y reconocida. De ahí se sigue una definición de “verdadero”: “Un signo oracional es verdadero si y sólo si existe una situación de tal género que una interpretación correcta de cualquier signo-vehículo del signo, es apropiada a la situación”.

Antes de poder examinar con perspectivas de éxito la adecuación de esta teoría, necesitamos hacer una serie de consideraciones preliminares. En primer lugar: La palabra “signo”, o, mejor dicho, “signo-vehículo”, no es definida por estos autores. Yo diría que para poder definirla hay que partir de lo último de la serie de definiciones que acabamos de exponer. Un acaecimiento adquiere sólo el carácter de signo-vehículo de otro en virtud de la similaridad de sus efectos. Yo diría: “Una clase de acaecimientos S es, para un organismo O, un signo de otra clase de acaecimientos E, cuando, como resultado del hábito adquirido, los efectos de un miembro de S sobre O son (en ciertos aspectos y con ciertas limitaciones) los que un miembro de E tenía antes de ser adquirido el hábito en cuestión”. Esta definición es incompleta por cuanto no especifica los aspectos y limitaciones a que acabamos de aludir; pero esto no constituye una objeción de principio. Además: No estoy convencido de que sea justo limitar los signos a los hábitos adquiridos; quizás habría que admitir también los reflejos incondicionados. Sin embargo, como que nuestro principal objeto es el lenguaje, resulta conveniente excluirlos.