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Introducción Del horror y del humor Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos cobardes y se hicieron pasar por héroes. Eran seres insignifican- tes y se creyeron dioses. Ésta es la historia de un puñado de dictadores africanos. Se presentaron ante los suyos, y ante el mundo en- tero, como seres dotados de cualidades excepcionales. En justa correspondencia con sus supuestos méritos, se otorgaron títulos altisonantes, como Líder de Acero, Mi- lagro Único o Señor de Todas las Bestias de la Tierra y Peces del Mar. Se hicieron transportar en silla gestato- ria. Obligaron a todo un pueblo a dedicarles plegarias. Colgaron sus retratos en escuelas, iglesias, tabernas y burdeles. Dieron su nombre a calles y universidades, y también a islas y lagos. Nada resultaba imposible para estos individuos: po- dían trasladar la capital de su país a un villorrio o depo- sitar el tesoro del banco nacional en los subterráneos de su casa. Eran capaces de imponer la presidencia de una bruja en una sesión parlamentaria, o de proponer en ma- trimonio a otros jefes de Estado... de su mismo sexo. Sus países sólo eran conocidos porque ocupaban los últi- 11 www.aguilar.es Empieza a leer... Payasos y monstruos

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Introducción

Del horror y del humor

Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unosignorantes y se invistieron maestros. Eran unos cobardesy se hicieron pasar por héroes. Eran seres insignifican-tes y se creyeron dioses. Ésta es la historia de un puñadode dictadores africanos.

Se presentaron ante los suyos, y ante el mundo en-tero, como seres dotados de cualidades excepcionales.En justa correspondencia con sus supuestos méritos, seotorgaron títulos altisonantes, como Líder de Acero, Mi-lagro Único o Señor de Todas las Bestias de la Tierra yPeces del Mar. Se hicieron transportar en silla gestato-ria. Obligaron a todo un pueblo a dedicarles plegarias.Colgaron sus retratos en escuelas, iglesias, tabernas yburdeles. Dieron su nombre a calles y universidades,y también a islas y lagos.

Nada resultaba imposible para estos individuos: po-dían trasladar la capital de su país a un villorrio o depo-sitar el tesoro del banco nacional en los subterráneos desu casa. Eran capaces de imponer la presidencia de unabruja en una sesión parlamentaria, o de proponer en ma-trimonio a otros jefes de Estado... de su mismo sexo. Suspaíses sólo eran conocidos porque ocupaban los últi-

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mos puestos en el ranking del desarrollo mundial, peroellos se proclamaban emperadores de imperios fantas-magóricos. Cualquier capricho se convertía en realidadpor obra de su voluntad.

Eran mediocres, pero también eran monstruos. Y enel monstruo la extravagancia es inseparable del espanto.Sus súbditos conocieron todo el espectro de los horro-res. Los monstruos podían expoliar, torturar y matartanto como les apeteciera. Nunca, en ningún sitio, las ga-lerías de los payasos crueles y de los déspotas risibles sehan fusionado con tanta brutalidad.

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IDI AMIN DADA

El espectáculo del poder o el poder del espectáculo

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«Todo el aspecto de este payaso voluminoso parece diseñado porla lujuria. Su insensibilidad está falta del refinamiento

del diletant. Sólo firma deportaciones y penas de muerte, eso en el caso de que sepa firmar. Cuando sea derrocado, este señor

no lo entenderá. Su última reflexión será que el mundo está llenode desagradecidos. Concluirá que su pueblo no lo merece.

Y aquí, mira por donde, tendrá razón».

Diario de Barcelona

«Me gustan los problemas. Hacen funcionar el cerebro».

IDI AMIN

«Cuanto más breve sea la vida de Idi Amin mejor para Uganda».

The Economist

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«Un individuo excelente para tenerlo a tu lado». Así de-finía un oficial inglés al cabo Idi Amin, soldado de for-tuna y semianalfabeto. La figura física de Idi Amin eraimpresionante. Provisto de una corpulencia proporcio-nal a su altura de un metro noventa, durante nueve añosconsecutivos ostentó el título de campeón de boxeo deUganda en la categoría de pesos pesados. Tres incisionesverticales le decoraban la frente. Cuando sufría uno desus habituales ataques de furia las cicatrices se inflama-ban y adquirían un color rojo intenso, que aumentabala ferocidad de su aspecto. En los inicios de su carreramilitar nada hacía pensar que el joven cabo Amin se con-vertiría en el paradigma de los dictadores africanos. Eltirano que asolaría Uganda, el déspota que mataría a mi-les de súbditos, era valorado por sus superiores como unejemplo de disciplina y obediencia al orden colonial. Notenía otros méritos. Tampoco se le exigían. Las auto-ridades ni siquiera se dignaron a enseñarle un inglésmínimamente correcto. Bastaba con que tuviera unos ru-dimentos que le permitieran entender cuatro órdenes.(Cuando llegó a la presidencia, Amin tampoco perdióel tiempo mejorando su inglés: el poco que sabía ya lebastaba para impartir cuatro órdenes).

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En 1962 el país consiguió la soberanía política. Lainmensa mayoría de los ugandeses recibió la indepen-dencia como un giro de la historia que, por fin, los con-vertía en protagonistas de su propio destino. Por des-gracia, muy pronto se hizo evidente la complejidad delpaisaje político ugandés. Cuando la presidencia del Go-bierno recayó en Milton Obote, la inestabilidad se adue-ñó del pequeño país centroafricano. Obote había sidoeducado en la tradición democrática inglesa. Y como tan-tos otros dirigentes africanos, partía de difusas concep-ciones socialistas que aspiraba a instaurar en Uganda porla vía democrática. Los problemas de Obote eran tan pre-visibles como insolubles: un país con estructuras del si-glo XIX tenía que llegar a un ideal socialismo del siglo XXI,y todo ello en un breve periodo. Ante las resistenciasObote recurrió a la fuerza del Estado. Uganda fue deri-vando lentamente en una dictadura encubierta. La para-doja era que, hasta cierto punto, la mentalidad obotista seresistía a abandonar las garantías de un Estado de dere-cho. Así, por un lado se detenía a miles de ciudadanos contodo el rigor de un Estado policial. Por otro, los arrestosse daban a conocer tal y como marcaba la ley, es decir, pormedio escrito. El resultado fue que durante cierto tiem-po los boletines oficiales dedicaban más páginas a publi-car listas de detenidos que a anunciar los decretos del Go-bierno. En un cierto momento de detenciones masivas elEjecutivo no dudó en tomar «prestadas» para ese uso laspáginas de... ¡los periódicos de información general!

Para mantenerse en el poder Obote no tuvo más re-medio que buscar el apoyo del ejército. Al mismo tiem-po desconfiaba de las fuerzas armadas, la única institu-ción que realmente podía amenazarlo. Existía un pequeñonúcleo de oficiales competentes, educados por los ingle-

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ses. Hombres inteligentes, jóvenes, ambiciosos y con cier-ta graduación. Ante la inestabilidad política cualquierade ellos podía verse tentado por la idea del «putsch».

En ese contexto aparece Amin, un oscuro subofi-cial al que no se le conocían otros méritos que la fuerzabruta, una total sumisión al poder establecido, colonialo local, y una insignificancia intelectual pregonada portodos. ¿Qué peligro podía representar? Obote patrocinóa Idi Amin. Éste ascendió rápidamente en el escalafónmilitar mientras se hacía cargo del trabajo sucio. O sea:aterrorizar o liquidar a los enemigos de la presidencia.

Visto con perspectiva resulta obvio que Obote co-metió un error clásico. El problema de adiestrar a un pe-rro para que mate a los lobos consiste en que, al final, elperro ha matado a tantos lobos que es peor que cualquierlobo. No faltaron las advertencias. En una ocasión Obo-te ordenó a Amin que dirigiera una operación secreta. Setrataba de ayudar a los rebeldes zaireños que operabancontra Mobutu desde bases ugandesas. Los rebeldes pa-garían los pertrechos militares que se les proporcionarancon oro y marfil. Naturalmente, nada de todo aquello eralegal. Naturalmente las finanzas derivadas no consta-ban en ningún registro. Y, naturalmente, cuando Aminregresó de la frontera se paseaba por Kampala con enor-mes fajos de billetes que regalaba con inmensa gene-rosidad. Mientras duraron las operaciones Amin y elGobierno se mantuvieron en contacto por radio. Datorevelador: el nombre clave de Amin era «Puñal»; el deObote, «Gorrión».

Poco después el gorrión Obote sufrió una seriede atentados contra su persona. En el curso de uno deesos ataques el presidente resultó herido, pero consiguiósobrevivir. La actitud del cuchillo Amin fue de lo más sos-

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pechosa. Cuando unos soldados se acercaron a su casaAmin ni siquiera perdió el tiempo calzándose. Saltó porla ventana y huyó descalzo. Uno de sus subordinados lerecriminó que aquel acto sólo tenía una palabra en el có-digo militar: deserción. El que así se manifestó muriópoco después en extrañas circunstancias. O quizá nadaextrañas, tratándose de Amin.

Fuera como fuera Obote no sabía, o no podía, de-tener la influencia de su protegido sobre el ejército. Aminse rodeaba de mercenarios sudaneses que había incor-porado a sus unidades. Éstos eran extremadamente fie-les a su persona, muy al margen de Gobierno de un paísque ni siquiera era el suyo. Seguramente Amin se hubie-ra sorprendido si alguien le hubiera dicho que aquelloera «pretorianismo». Más o menos como el buen bur-gués que no tenía ni idea de que hablaba en prosa. Peroel hecho es que Amin llevó la teoría pretoriana hasta lasúltimas consecuencias, y durante una visita de Obote alextranjero, en enero de 1971, dio el golpe. Fue muy fá-cil. Quien más quien menos abominaba del Gobierno.Nada ni nadie, pensaban los ugandeses, podía ser peorque la «democracia» de Milton Obote. Estaban equi-vocados. Muy equivocados.

«REDENTOR NUESTRO Y LUZ DE DIOS»

Así se refería el obispo Lutaaya al nuevo hombre fuerte.Pero sería injusto atribuir al episcopado de Uganda unaceguera particular. Lo cierto fue que por todo el país seextendió una alegría generalizada. El régimen de Obotehabía degenerado en una dictadura encubierta, y Amin sepresentaba como el restaurador de la paz y la concordia

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civil. Su primer gabinete contemplaba, admirado, a unhombre que se reconocía «alumno» de sus ministros,«un simple militar al servicio de la nación», como él mis-mo se describía. Por esa época también manifestó antecincuenta líderes de diferentes confesiones religiosas:

—Todo lo que haga lo haré por Dios y por mi país.Como tantos dictadores, Amin empezó su mandato

liberando a los presos políticos del régimen anterior. En-tre los más destacados estaban los familiares y seguido-res del Kabaka, el rey de Uganda, que se había mostra-do hostil al presidente Obote. Poco después de anular suspenas Amin manifestó:

—Yo siempre he sido uno de los principales defen-sores del Kabaka.

Esa afirmación era ligeramente inexacta. Unos añosantes, durante la revuelta de los waganda de 1966, el pre-sidente Obote decidió recurrir al ejército. O sea, a IdiAmin. Cuando se iniciaron los altercados éste se presen-tó a Obote y, con una alegría pueril, solicitó permiso pa-ra bombardear la residencia del Kabaka. En una acciónque se podría definir de cualquier modo menos de finu-ra estratégica, el palacio fue bombardeado, ametralla-do, asaltado a la bayoneta y saqueado por la soldadesca.Hoy en día aún no se dispone de una cifra exacta de losmuertos causados por el ataque. Lo más irónico de to-do es que el Kabaka pudo huir. Los combates fueron in-terrumpidos por una tormenta tropical. El Kabaka se es-currió por una puerta trasera (que a nadie se le habíaocurrido bloquear) y posteriormente alcanzó la fronte-ra. El único trofeo que Amin pudo mostrar a Obote fueel sombrero ceremonial del Kabaka.

Pero los ugandeses se mostraron indulgentes. Des-pués de todo, ¿qué importaba lo que hubiera hecho Amin

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bajo las órdenes de un Gobierno detestable? ¿Qué im-portaba su cuasi analfabetismo en lengua inglesa, que leobligaba a leer los discursos con un lamentable tartamu-deo en la voz, confundiendo palabras e inventando cons-trucciones sintácticas? Además, en algún momento de es-ta época Amin descubrió que no existía ningún motivoque le obligara a leer sus discursos. Todo lo que tenía quehacer era controlar la oposición a martillazos y recurrira un talento que en él era innato: el de actor. Le encan-taba aleccionar a sus conciudadanos. En un encuentrocon profesionales de la medicina les instruyó: «Sobre to-do, no beban demasiado. Operar a la gente cuando unoestá borracho está muy pero que muy mal». Lo decíaen serio. Los médicos, pese a la presencia del jefe del Es-tado, no pudieron evitar un estallido de carcajadas. Reíanpor lo grotesco del consejo... y porque aún no lo cono-cían bastante. Después ya no se atreverían a reír.

Una de las actividades predilectas de Amin consistíaen desplazarse a cualquier localidad, preferentemente enhelicóptero. La población acogía con entusiasmo a aquelhombre, el presidente del Gobierno, que se dignaba a pi-sar el más humilde de los poblados ugandeses. A conti-nuación su excelencia se paseaba por el lugar rodeado delas autoridades locales, que le exponían sus problemas ydemandas. Muy comprensivo, el «papá» Amin se dirigíaa su ministro de Educación: «Te ordeno que construyasuna escuela», o al de Sanidad: «Inmediatamente se ini-ciarán los trámites para edificar un hospital». Podemosimaginar la estupefacción (y el compromiso) de los mi-nistros en cuestión, que prácticamente no disponían derecursos porque Amin destinaba casi el 50 por ciento delpresupuesto estatal al ejército. Además, se convirtió encostumbre que los pueblos visitados obsequiaran al ilus-

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tre visitante con un regalo de un relieve financiero queeclipsaba el principio simbólico. En una ocasión, nove-cientas vacas. Los hospitales, las escuelas y carreterasnunca llegaban. Las vacas nunca volvían.

Muchos empezaron a entender que el país había caí-do en manos de un individuo que era la mezcla per-fecta entre un showman y un gánster de uniforme. Y esque por esa época Amin había empezado a autoconce-derse títulos que levantaban todo tipo de sospechas. Quese invistiera del pomposo cargo de «Mariscal de Cam-po y Presidente Vitalicio» creaba dudas sobre la saluddemocrática del nuevo presidente. Pero que se proclama-ra oficialmente «Señor de Todas las Bestias de la Tierray Peces del Mar y Conquistador del Imperio Británico,de África en General y Uganda en Particular» creaba se-rias dudas sobre su salud mental. Que se adjudicara el tí-tulo de «rey de Escocia» no dejaba lugar para ningunaduda.

Puesto que el dictador sólo podía confiar en su círcu-lo de mercenarios sudaneses optó por ascenderlos, demodo que coparan los puestos estratégicos en el ejérci-to. En un breve espacio de tiempo un gran número deindividuos vio cómo se incrementaban sus emolumen-tos. Pero Amin rehuía la letra escrita. Por una proverbialdesconfianza hacia el mundo burocrático o porque, sim-plemente, no sabía escribir. Así pues, la mayoría de losascensos eran verbales. Al principio todo parecía funcio-nar sin demasiados problemas. Quien más quien menossabía que Amin había hecho público que el sargento X seconvertía en el capitán X. Sin embargo, en otros casos elascenso sólo se notificaba en privado. El capitán Y se pre-sentaba ante el oficial de pagos en cuestión y exigía sunueva paga de coronel, o el coronel Z pedía su nuevo

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sueldo de general. Muy pronto se incrementó la lista delos promovidos en todos los escalafones del ejército. «Or-den directa del presidente Amin», era el argumento ina-pelable, y eso en el sentido más literal de la expresión.¿Cómo comprobar una orden «directa» del mariscal enpersona? Y en cualquier caso, ¿qué oficial de pagos searriesgaría a oponerse a sus deseos?

Por otra parte Amin se ganaba a los suyos con todaclase de incentivos. Uno de estos incentivos fue el cursillodestinado a crear un cuerpo de inteligencia militar. Sinahorrar recursos se contrató a los expertos más brillan-tes del ejército británico. Fue un fracaso. El juicio so-bre la categoría del alumnado puede resumirse en dosfrases, cuya indulgencia deberíamos adjudicarla a la fle-ma inglesa del instructor:

—Evidentemente, un oficial del servicio de inteli-gencia necesita una cierta inteligencia básica. Mis alum-nos no la tienen.

Tampoco la necesitaban. De hecho, la cualificaciónno importaba demasiado. El conductor de un tanque, porejemplo, pasó a dirigir un regimiento mecanizado. Por loque se refiere a los tan cacareados servicios secretos, Aminliquidó la cuestión poniéndolos bajo la dirección de unsoldado raso.

«GUERRA ECONÓMICA» O GUERRA CONTRA

LA ECONOMÍA

El pasado colonial, las débiles estructuras del país y lainestabilidad política habían dejado una herencia de di-fícil gestión. Gestión realmente imposible para alguiencomo Amin, que no tenía ni la más remota idea de los

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principios financieros que rigen cualquier Estado mo-derno. Al principio a Amin le bastaba con vociferar unargumento más o menos convincente:

—¡Toda la culpa es de Obote y de la herencia de sumal gobierno!

Delegación de responsabilidades que, si somos sin-ceros, convendremos que no era ni es patrimonio exclu-sivo de Idi Amin Dada. En cualquier caso, el ministro deEconomía no dejaba de insistir sobre el déficit que acu-mulaba el Estado, cada día más preocupante. La ordenque le dio fue paradigmática:

—Imprime más moneda. No hace falta ser un genio de las finanzas para adi-

vinar que la solución no funcionó. Ante la situación crea-da recurrió a sus dotes dramáticas a fin de presentarse co-mo un modelo de austeridad. Así, por ejemplo, el mariscalAmin acudía a las inspecciones del ejército en bicicletaen nombre de la «guerra económica». No es ponderableel efecto que podían tener estas demostraciones en la opi-nión pública. Pero el ahorro no fue muy relevante, asíque Amin buscó fuentes alternativas de financiación.

Una de las posibilidades más sugestivas era la in-versión extranjera. Pero un año después de su llegada alpoder, el capital internacional empezaba a ver que Amingeneraba cualquier cosa menos confianza. Respecto a lasayudas externas, el Reino Unido, la antigua metrópolis,se mostraba reticente a proporcionar cualquier cosa queno fuera un flujo insignificante de donativos. ¿Quién es-taría dispuesto a financiar el Estado ugandés? Origina-riamente Amin provenía de los kakwa, una etnia de con-fesión islámica. En Uganda los creyentes musulmaneseran una minoría irrelevante. Y a Idi Amin no se le co-nocía el menor sentimiento por la fe del Profeta ni por

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cualquier otra. Con todo, gracias a un éxtasis religiosooportuno se podían ganar nuevos aliados. En ese con-texto se tiene que enmarcar la histórica visita a Libia. Nosabemos exactamente qué dijo Amin al presidente Gad-dafi. Fuese lo que fuese, el dirigente libio quedó entu-siasmado. Amin era un fichaje de primera división. ¿Có-mo era posible que la comunidad de creyentes aún nohubiera descubierto a aquel hombre piadoso, elegido pa-ra expandir la fe islámica y la cruzada antisionista en elcorazón de África? Desde ese momento el capital del pe-tróleo empezó a fluir hacia Kampala con una regularidadconstante. En contrapartida, y de la noche al día, en Ugan-da estalló el fervor musulmán. Al menos oficialmente. Esmuy posible que Gaddafi se sintiera defraudado cuandodevolvió la visita a su colega ugandés. Durante una con-ferencia en la Universidad de Makerere el presidentelibio se entregó a un discurso de un islamismo feroz. Esmuy probable que Amin lo hubiera informado mal (ypremeditadamente) sobre el número y el vigor de los cre-yentes ugandeses. El hecho es que buena parte de los asis-tentes abandonaron la sala, ofendidos por la vehemenciadel tono.

La segunda fase de la recaudación de donativos pa-ra recuperar la economía se llevó a cabo en el interior delpaís. Buena parte de los capitales ugandeses estaban enmanos de la comunidad asiática, en especial de hindúesy paquistaníes. Un día Amin anunció al mundo que ha-bía tenido un sueño revelador: el Profeta le ordenaba queexpulsara a los asiáticos de Uganda. En un buen princi-pio nadie se tomó el anuncio seriamente. Pero cuando seacercaba el plazo decretado todo el mundo comprendióque el mariscal era un depredador. La voz del presiden-te atacaba a los asiáticos a través de las ondas radiofóni-

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cas, acusándolos de «ordeñar la vaca sin alimentarla».Cuando la expulsión ya era inminente vociferó en unaemisión pública:

—Ya sé que muchos de ellos se pintan la cara con be-tún para parecer africanos. No les servirá de nada.

Y cumplió la amenaza. Más de treinta mil personasfueron expulsadas del país a finales de 1972. Muchosugandeses se alegraron de la expulsión, ya que compar-tían los prejuicios de Amin contra los asiáticos. Pero, co-mo era previsible, la inmensa mayoría de los bienes fue-ron a parar a manos de los acólitos del presidente. Aquellono era una privatización. Más bien habría que definirlo co-mo una «piratización» a escala nacional. Las migajasque dejaron los militares se repartieron entre un desba-rajuste de dimensiones catastróficas. En algunos sitiosse establecieron comisiones que repartían comercios ynegocios con criterios más que dudosos. En otros, ni eso:quien llegaba primero tomaba posesión de lo que en-contraba. Como explicó Henry Kyemba, que en esasfechas era ministro de Amin: «Los nuevos propietariosestaban en desventaja. No conocían los precios de los ar-tículos de sus comercios y preguntaban a los clientes:“¿Usted qué pagaba por esto?”. El comprador establecíael precio. Se vendían los artículos por una fracción de suvalor. El propietario de un comercio de ropa confundíael número de la talla con el precio; así, vendía camisas dela talla 15 por quince chelines. Se entregaron farmaciasa personas totalmente ineptas, que vendían los produc-tos —incluido venenos— a cualquiera que se los pidiera.Buena parte de los nuevos propietarios se limitó a saquearlas existencias y se fue. Una inmensa riqueza se perdiópara siempre. Eso sí: durante unos meses los militares ymuchos funcionarios fueron felices».

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No es sorprendente que Uganda sufriera una gravecrisis en los sectores más estratégicos de la economía. Se-gún un testigo muy cualificado, «llegó un momento enque no pudimos encontrar una aguja ni un alfiler en to-do Kampala; teníamos que adquirir esos artículos en Ke-nia». Quien decía esto era Thomas Melody, embajadorde los Estados Unidos en Uganda. Y cuando todo un em-bajador de los Estados Unidos de América no puede con-seguir una aguja ni un alfiler en una capital populosa, esque la situación tiene que ser muy y muy grave. Ni siquie-ra había envases de vidrio. Las diferentes empresas co-merciales se los disputaban, de forma que las botellasde cerveza se llenaban de refrescos, y al revés. Eso sí: conuna pegatina que especificaba «Guerra Económica». Lomás curioso es que, por lo que sabemos, Amin se extra-ñó sinceramente del caos que siguió a su decreto de ex-pulsión. Como tantos dictadores creía que la economíanacional era una especie de máquina, en la que basta conaccionar palancas y apretar botones para que funcionesola. Sólo para citar unos cuantos parámetros, el BancoMundial calculó que la producción ugandesa de cemen-to se había reducido durante su mandato en un 97,6 porciento; la de acero en un 92,3 por ciento; y la de jabón enun 97,3 por ciento. Uno de los pocos índices producti-vos que aún mantenía cierto vigor era el de la cerveza.

«NUESTRO PAYASO EN KAMPALA»

A principios de 1974 la prensa de Kampala publicó va-rios anuncios en los que se solicitaba la concurrencia deugandeses de raza blanca y provistos «de un alegre sen-tido del humor». No se especificaba mucho más, así que

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nos podemos preguntar qué llevó a algunos individuos apresentarse como voluntarios. Muy probablemente norecordaban que Amin había jurado convertirse en «unacarga para el hombre blanco». Y, muy probablemente,ni se les ocurrió que tendrían que cargar a Idi Amin en elsentido más literal de la expresión. Cuando se celebróla cumbre de la Organización para la Unidad Africana enKampala, todo el mundo pudo ver la enorme figura deAmin sostenida en un palanquín por porteadores blancos.

Amin coleccionaba imágenes de ese estilo, lo que lle-va a pensar en una política premeditada; una política quese podría definir como «el disparate avant toute chose». Elenigma consiste en saber hasta qué punto era conscien-te de las absurdidades que practicaba. Más allá de la ima-gen pública, Amin llevaba el ánimo estrambótico hastala conversación privada. Y si no, que se juzgue el diálo-go surrealista que mantuvieron el mariscal y un perio-dista español, Vicente Romero, que por aquellas fechasse hallaba en Uganda. Romero sufría una urgencia, ex-puso su caso al telefonista del Hotel Kampala Interna-tional... ¡y éste llamó al número personal de Amin!

—Lo siento, no puedo recibirlo —se excusó el jefede Estado—. Intento resolver el problema eritreo. Estoyocupadísimo. Mañana llega una delegación de su Frentede Liberación para hablar conmigo. Es un asunto secre-tísimo. Verá...

No sorprende que la Universidad de Makerere nom-brara doctor honoris causa a un mediador internacionaltan hábil. (Somos partidarios de exonerar a la junta degobierno del claustro de cualquier responsabilidad. ¿Quérector en su buen juicio le negaría el título?) De todasformas, sobre la «causa» concreta del honor se podría es-pecular ampliamente. ¿Consideraba que se merecía la

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distinción por sus méritos como jefe militar? Quizá sí.Por desgracia, su expediente de mariscal de campo teníaun par de manchas negras. La primera se refería a las ma-niobras bautizadas como Operación Ciudad del Cabo,que se realizaron en las cercanías del lago Victoria. Unsimulacro en el que los bombarderos ugandeses se en-trenaban para arrasar Ciudad del Cabo. Lamentablementeni un solo proyectil acertó en el blanco; todas las bom-bas cayeron en el agua. La segunda mancha es el famososecuestro aéreo de Entebbe.

Un comando palestino secuestró un avión comercialisraelí y lo desvió al aeropuerto ugandés de Entebbe. En-tusiasmado, Amin ofreció cobertura a los palestinos. Pesea que durante una época Israel había suministrado ayudamilitar al régimen ugandés, las relaciones con el maris-cal se tensaron con el acercamiento del régimen a Libia.Al final Amin acabó por expulsar a los asesores israelíesy se convirtió al más feroz antisionismo.

«¡Ahora sí que he pillado a los judíos!», exclamó cuan-do tuvo noticias del aterrizaje del avión. Por lo tanto, esmuy difícil entender las emisiones de la radio ugandesa,según las cuales el jefe de Estado «está arriesgando supropia vida para liberar a los rehenes».

Lo que pasó a continuación es más que conocido.Tropas de élite israelíes llevaron a cabo un raid y libera-ron a la práctica totalidad de los rehenes. Durante losbreves minutos que duró la acción murieron todos los se-cuestradores y docenas de soldados ugandeses. Por de-cirlo de algún modo, el alto mando ugandés no estuvo ala altura de las circunstancias: aquella noche los oficialesque supuestamente tenían que custodiar el aeropuertoestaban bebiendo y bailando en el hotel Lago Victoria.Cuando se escucharon los primeros disparos huyeron a

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Page 19: Introducción Del horror y del humor - serlib.com · Del horror y del humor Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos

sus casas. Sus familiares recibieron la heroica consignade que si alguien llamaba no descolgaran el teléfono. Enla confusión de los primeros momentos nadie sabía dequé se trataba. Hubiera podido tratarse de un golpe de Es-tado. Amin mantuvo una actitud digna de un líder: nin-guno de sus domicilios le parecía seguro, así que se es-condió en la casa de su chofer. En fin, pese a la desbandadaque provocó la acción israelí, Amin estaba muy orgu-lloso de su ejército: en un solo día, durante la conme-moración del sexto aniversario del golpe de Estado quelo llevó al poder, repartió un buen puñado de medallas:dos mil.

Ningún fracaso reprimía su incontinencia oratoria.Al contrario. Casi se diría que se convertían en acicatesde su increíble mal gusto retórico. De sus enemigos in-ternos decía que no le preocupaban porque sólo eran «go-norrea política». A su ministra de Asuntos Exteriores ladestituyó fulminantemente con la delirante excusa de que«había mantenido relaciones sexuales en los lavabos delaeropuerto Charles de Gaulle». Y por si quedaba algunaduda sobre el alcance de su humildad personal no tuvoreparos en declarar ante los micrófonos nacionales:

—Me considero la figura más poderosa del planeta. Por lo que se refiere al consumo interno de la ton-

tería, pues, la procacidad de Amin no tenía límites. Lasastracanadas de consumo externo, tampoco.

Como Reino Unido sufría una crisis económica, reu-nió tres toneladas de verduras para enviarlas a Londres,no fuera a ser que los niños ingleses pasaran hambre.Curiosamente el Gobierno británico no envió ningúntransporte para recoger el presente. Después de la en-trevista de Nixon con Golda Meir declaró que la premierisraelí «menea las bragas cuando camina». Afirmación

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Page 20: Introducción Del horror y del humor - serlib.com · Del horror y del humor Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos

rotunda y análisis de una profundidad ideológica que, co-mo es de suponer, paralizó a la intelligentsia del bloquedel Este, del Oeste y de los países no alineados. Se per-mitió aconsejar al mismo Richard Nixon sobre cómo de-bía gestionar el asunto Watergate. Si nos atenemos a laperspectiva histórica hemos de deducir que Nixon le hizocaso. El telegrama que recibió su sucesor, Gerald Ford, fuemuy lacónico pero de un alto poder impactante: «I loveyou» («Te amo»). Los politólogos aún discuten los sig-nificados ocultos de tan misteriosa misiva.

Todo esto parece indigno de un presidente en fun-ciones, pero no es nada comparado con los obuses lite-rarios que reservaba para Kenneth Kaunda, presidentede Zambia. Si existiera un ranking de jefes de Estado vi-lipendiados por sus colegas de otros países, no hay nin-guna duda: Kaunda se elevaría a la categoría de mártir. Yes que, de todas las víctimas de esta peculiar dialéctica,Kenneth Kaunda era el preferido del mariscal. Amin acla-ró lo que opinaba de su homólogo zambiano en un te-legrama. Y tendremos que convenir que la aclaración nopodía ser más diáfana: «No encuentro una forma mejorde describirte que como lameculos, altavoz y marionetade los imperialistas».

Para acabar de rematarlo añadió una reflexión máslírica: «Hasta me pregunto si tus suspiros y tus lágrimasno son como los de una mujer frígida incapaz de satis-facer a su marido».

En Uganda se inició una auténtica ola de «kaundo-fobia», podríamos decirlo así, que se extendía a toda laprensa escrita. El principal diario de Uganda publicabaartículos directamente inspirados por Amin. El punto ál-gido llegó poco después de una cumbre en la que Kaun-da había criticado el régimen de Kampala. Según La Voz

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Page 21: Introducción Del horror y del humor - serlib.com · Del horror y del humor Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos

de Uganda: «Se espera que como prueba de agradeci-miento por lo que han dicho del doctor Amin, estos dosseñores (Kaunda y Ramphal, secretario general de laCommonwealth), quizás Su Graciosa Majestad la Reinade Inglaterra los honre con un par de sus bragas viejascomo recuerdo del aniversario de su coronación. Es po-sible que reciba el mismo premio el primer ministro in-glés, el señor Callaghan, por sus ataques al buen nombrede Uganda».

En 1975 hizo una gira por Europa que lo llevó has-ta la República Federal de Alemania. Poco después la ra-dio ugandesa se refirió al «inmenso estupor» del maris-cal cuando descubrió que en todo Berlín no existía ni unsolo monumento dedicado a la memoria del político másinsigne de la historia de la humanidad: Adolf Hitler. Co-mo desagravio, Amin se comprometió a erigirle uno enKampala.

En fin, el mismo año visitó oficialmente el Vatica-no y fue recibido por el Papa en persona. No consta queintentara convertirlo al islam.

UN PURGATORIO MUSULMÁN

En algunos aspectos el «Dada» (papá) lo era de verdad. Lascifras más precisas hablan de cinco mujeres oficiales, diezsemioficiales, treinta amantes, también semioficiales, ycuarenta y tres hijos, más o menos contabilizados. Pe-ro, sorprendentemente, el más cruel de los tiranos teníagraves problemas para controlar a sus mujeres.

Al margen de una prolífica vida sexual (hasta recibíaen audiencia a algunos ministros en la cama, tras hacerel amor), Amin no se podía permitir el lujo de tratar a sus

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Page 22: Introducción Del horror y del humor - serlib.com · Del horror y del humor Ésta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos

mujeres oficiales de cualquier modo. Cada una de ellaspersonificaba una alianza con diferentes sectores de la so-ciedad ugandesa. Someterlas a un abuso excesivo po-dría debilitar su poder. Así pues, cuando las tres prime-ras mujeres se hartaron de Amin decidieron formar unfrente común. Todo culminó en una fiesta privada, enque las tres invitaron a sus amigos y amantes. La fiestaderivó en orgía y los escoltas corrieron a informar al pre-sidente. Amin telefoneó a sus mujeres conminándolas adetener todo aquello. La respuesta fue que se fuera al in-fierno.

La cuarta mujer recibía palizas de su marido. Pero seasegura que Amin estaba locamente enamorado de ella.En cierta ocasión los golpes acabaron con una fracturade muñeca... del mismo Amin. El dictador sentía autén-tico pánico a mostrarse en público como un ser humanodébil, así que al día siguiente se quitó el yeso que le ha-bían puesto los médicos norcoreanos. El hueso no se sol-dó bien.

La quinta mujer, en fin, era una gogo girl de jazz queactuaba para la Unidad Mecanizada Suicidio. Pese a lapasión que Amin sentía por ella nunca se quedó emba-razada, lo que se convirtió en una auténtica frustraciónpara él.

Las desgracias familiares se extendieron a su vida po-lítica cuando se enfrentó con Julius Nyerere, el presidentede Tanzania. El mariscal reivindicaba una porción delterritorio tanzano. Los litigios diplomáticos entre los dospaíses acostumbraban a culminar con unos irónicos co-municados de Amin, en los que juraba amor eterno almaduro Nyerere. Uno de los telegramas que acabaroncon la paciencia del veterano político tanzano proclama-ba: «Con estas breves palabras quiero asegurarle que lo

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amo, y que si usted hubiera sido una mujer sin duda al-guna la desposaría pese a que su cabeza está llena de ca-bellos grises. Pero como usted es un hombre, tal opor-tunidad no existe».

Cuando la tensión entre los dos países subió de tonoel dictador de Uganda propuso resolver la disputa con unduelo personal: él y Nyerere se enfrentarían en un com-bate de boxeo. Amin era extremadamente corpulento,Nyerere tenía una constitución física casi ascética. Asíque, para compensarlo, Amin se ofreció a saltar al ringcon un brazo atado a la espalda. El árbitro sería CassiusClay. Curiosamente Nyerere no aceptó. En lugar de eso,cuando las tropas ugandesas invadieron Tanzania el ejér-cito de Nyerere inició una contraofensiva que no se de-tuvo hasta la ocupación de Kampala y el derrocamientode Idi Amin.

En abril de 1979 al dictador de Uganda no le que-daba otro camino que el del exilio, que emprendió se-guido de buena parte de su familia. Cuando las tropastanzanas entraron en uno de sus palacios descubrieron,bajo la cama, una misteriosa caja. Lo que encontraron ensu interior podría considerarse una muestra de humornegro. También era una definición perfecta de la menta-lidad de Amin: la caja contenía granadas de mano y cin-tas de Walt Disney.

Es extraño que Idi Amin Dada, Señor de Todas lasBestias de la Tierra y Peces del Mar, no conociera la re-gla número uno de todos los dictadores, que consisteen enviar al extranjero, a Suiza preferentemente, un buenporcentaje del expolio efectuado. Sin recursos a su al-cance, convertido en un paria político, tuvo que aceptarun refugio de fortuna en Arabia Saudí. Tampoco teníamás opciones: hasta diecinueve países le negaron el asi-

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lo. Los saudíes lo acogieron por sus méritos (más bienretóricos) en favor del islam.

A partir de su exilio de 1979 las noticias sobre Aminse vuelven más y más esporádicas.

En 1989 intentó regresar a Uganda. (Podemos su-poner con qué intenciones). En el aeropuerto de Kins-hasa lo reconocieron y lo facturaron de nuevo hacia Ryad.

En 1999 un periodista ugandés pudo entrevistarlo ensu refugio dorado de Arabia Saudí.

Sobre su vida cotidiana: «Llevo una vida tranquila,soy un hombre muy religioso».

Sobre sus actividades públicas: «A mí la política nome interesa».

Pero cuando se le preguntó sobre el nuevo Gobier-no ugandés se indignó: «Sólo pido un poco de yuca demi pueblo, que es la mejor del mundo. ¿Por qué impidenque me la hagan llegar?».

Amin murió en agosto de 2003 a causa de una en-fermedad renal. Las autoridades ugandesas no se opu-sieron a que su familia repatriara el cadáver.

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