interpelación de la víctima y exigencia de justicia - alberto sucasas

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  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    1/12

    INTERPELACIN DE LA vCTIMA

    y EXIGENCIA DE mSTICIA

    Alberto Sucasas

    1. Historiavictimaria y exigencia de justicia

    Es imposible

    hacer

    balance de cualq uier mome nto civilzato

    rio sin que, al tiempo que se constatan

    sus

    logros, se imponga l a

    evidencia insoslayable de

    su

    coste

    en

    sufrimiento: si es cierto que

    al sujeto

    humano cabe

    el honor

    de ser

    el artfice de

    su

    propia

    historia, no hay

    menor

    razn

    para afirmar que

    tambin es

    su

    vctima. Nuestra autoconciencia,

    como

    especie o como comuni

    dad histrico-cultural particular, tiene

    en

    ese nexo civilizacin

    barbarie

    un momento

    nuclear,

    brotando de

    l tanto el legtimo

    orgullo

    por

    los avances efectivos

    como la

    indignacin ante el do

    lor y la frustracin

    que

    acarrea.

    En su expresin conceptualmente ms elaborada, esa auto

    conciencia se convierte

    en

    filosafla

    e

    la

    historia

    Durante la poca

    moderna, perodo

    en

    que tal disciplina alcanz

    su

    mximo desa

    rrollo, el discurso filosfico-histrico

    se

    configur

    en

    clave decidi

    damente optimista: desde diferentes mbitos de experiencia los

    tres principales seran el cognitivo, el tcnico y el poltico-moral:

    avance del conocimiento cientfico, de la natu raleza pri mero y del

    hombr e ms tarde; ampliacin del control sobre los procesos na

    turales y en consecuencia, incremento indito de la capacidad

    productiva; paulat ina consolidacin de una nueva forma

    de

    orga

    nizacin poltica, presidida por

    los ideales

    de

    libertad y bienestar),

    ganab a terreno la conviccin de que,

    tras una l rg

    etapa evoluti

    va durante l a cual la expansin civilizatoria

    no

    fue capaz

    de

    desli

    garse de la inercia de la barbarie supersticin, miseria y tirana),

    por

    fin se abra al gnero

    humano

    un horizonte de despliegue

    76

    indefinido de sus facultades y

    de

    satisfaccin plena

    de

    sus necesi

    dades. Aun cuando la tarea

    no

    pudiese darse por rematada en

    realidad, estaba

    en

    sus comienzos), lo cierto es

    que

    se haba dado

    el paso fundamental, e irreversible:

    no

    hay

    marcha

    atrs; la regre

    sin es impensable. De

    al

    el tono celebratorio

    con

    que la

    nova

    aetas registraba,

    en

    sus mejore s voces, la cesura epocal y

    su

    poten

    cia inaugural:

    en

    la constatacin kantiana

    de que

    la humanidad

    acceda,

    de

    manos

    de

    una

    razn

    ilustrada, a su mayor a de edad, o

    en

    el augurio marxiano de un inminente

    fin de

    la prehistori a de la

    humanidad protagonizado

    por

    la emancipaci n proletaria. La es

    pera haba sido larga, pero las mejores expectativas empezaban a

    cumplirse. Un nuevo origen justificaba, en visin retrospectiva,

    los dolorosos tanteos que lo precedieron

    y

    sobre todo, liberaba

    un

    promet edor futuro.

    Qu queda hoy, t ras la experiencia del siglo recin concluido,

    de ese ideal o ideologa del progreso Como mnimo, hemos

    de decir

    que

    la conmocin

    ha

    sido tal que, de sobrevivir, la afirma

    cin del progreso obliga a

    repensar

    el nexo

    entre

    civilizacin y

    barbarie, que se crea, ingenuamente, superado. Tambin noso

    tros vivimos bajo el signo

    de

    una ruptura epocal,

    pero

    sta ya no

    tiene un sentido inequvoc amente positivo: la

    primera

    de las con

    flagraciones mundiales introdujo

    un

    escenario destructivo que,

    amplificado

    en l s

    dcadas siguientes, ha llevado la historia con

    tempornea a un apoteosis

    de

    la catstrofe. Parecen haberse

    ex-

    tinguido los vientos favorables, sustituidos por un soplo huraca

    nado. Metonmicamente, Auschwitz e Hiroshima permiten nom

    brar

    el paisa je desolado que el siglo deja tra s de s. Y la con

    ciencia de ese pasado inmediato obliga a reconsiderar, desde

    una

    ptica

    menos

    complaciente, etapas

    ms tempranas

    del mundo

    moderno, acentuando las

    sombras

    expolio colonial, voracidad

    del capital, acumulac in alarmante

    de

    poder en el Estado, ..) que

    acompasa ron la gradual implantac in del proyecto ilustrado.

    Se entender

    que,

    en ese

    contexto, apenas resulte posible

    mantener la

    adhesin a

    una

    filosofa de la his toria constituida al

    amparo de la

    fe

    en

    el progreso. Si se

    ha

    visto en aqulla

    una

    ver

    sin secularizada del im pulso escatolgico

    de

    raigambre bblica

    olvidando, quiz, que la idea mesinica, desde

    sus

    primeras for-

    mulaciones

    en

    el profetismo judo, nunca separ la esperanza re

    dentora de la inminencia de la catstrofe), su revisin crtica bien

    puede

    haber

    llevado a

    una

    demonologa

    tambin

    secularizada: en

    77

    Jos M. Mar ones y Reyes Mate E s. :

    La tica ante las vctimas. Rub (Barcelona):

    Anthropos Editorial 2003.

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    2/12

    sus formulaciones

    ms

    extremas, la reflexin asume

    la

    negativi

    dad y la barbarie como exclusivo a priori

    de

    cualquier discurso

    filosfico-histrico; all donde

    el

    ilustrado cont empla satisfecho la

    construccin de

    la

    ciudad de

    la

    razn,

    la

    visin crtico-negativa

    slo percibe

    un

    amontonamento de ruinas.

    Basta considerar

    la

    acumulacin del mal histrico

    en

    el siglo

    para

    entender,

    aun

    sin

    suscribir

    e

    sesgo

    en

    extremo negativo

    por

    ella adoptado, el

    porqu de esa

    mirada

    desesperanzada.

    Acaso

    su

    negativismo sin concesiones

    tambin

    represente

    una

    respuesta unilateral (ahora

    de

    signo pesimista, segn

    un

    re

    flejo pendular) a

    la

    candidez del progresi smo ilustrado. La expe

    riencia histrica reciente quiz abone,

    ms

    bien,

    una

    postura

    que, sin

    por

    ello pretender situarse dogmticamente

    en

    un

    punto

    equidistante de

    la

    celebracin del progreso y de la

    amarga

    pro

    clama

    de

    una

    devastacin sin lmites (al

    borde

    del gnosticismo),

    est

    en

    condiciones

    de

    reconocer

    la

    coexistencia de logros civili

    zatorios (quin

    puede

    negar

    su

    presencia

    en

    las ltimas dca

    das?) y elementos

    de

    barbarie entrelazados

    en

    ese tejido

    nico

    al

    que damos el

    nombre

    de historia. Puede que as sea. Pero, en

    cualquier caso,

    tampoco

    con

    ello

    nos

    sustraeramos (ms

    bien

    al

    contrario:

    en ltima

    instancia, hay algo

    de

    tranquilizador en

    cualquier forma

    de

    extremismo, en el esquematismo simplifica

    dor

    que reduce

    e

    espectro cromtico a

    sus

    dos valores extremos,

    e

    blanco y el negro) a

    la

    inquietud

    que

    acompaa

    al despertar

    del sueo ilustrado. No, el desarrollo

    de la

    civilizacin

    no ha

    con

    seguido desterrar

    la

    presencia de

    la

    barbarie;

    ms

    an,

    en

    poca

    reciente sta

    ha

    revestido formas inditas, de

    una

    crueldad hasta

    entonces insospechada. A ese respecto, la lucidez del diagnstico

    de Benjamn sigue siendo imprescindible; la historia

    en tanto

    que

    acontecimiento y

    en

    tanto que relato

    que

    lo

    transmite

    ofre

    ce por

    doquier

    pruebas

    de

    la

    profunda

    complicidad de civiliza

    cin y barbarie:

    Jams

    se

    da un documento

    de

    cultura sin que lo sea a la vez de

    barbarie. E igual que l mismo no est libre de barbarie, tampoco

    lo

    est

    el

    proceso de transmisin en

    el

    que pasa de uno a otro. Por

    eso el

    materialista histrico

    se

    distancia

    de l

    en la medida

    de lo

    posible. Considera cometido suyo pasarle a

    la

    historia el cepillo a

    contrapelo.

    2

    78

    Adentrarse

    en

    el claroscuro (ni claridad sin mcula ni negro

    absoluto) de la historia obliga,

    en

    primersimo trmino, a prestar

    odo a la voz silenciada de las vctimas, pues slo

    su

    escucha aten

    ta

    permitir ider ltificar,

    para

    intentar neutralizarlo, el ncleo de

    barbarie inherente a

    la

    dinmica civilizatoria,

    Desde

    la

    filosofa, ese imperativo resulta particularmente

    apremiante

    en

    el territorio de la filosofa prctica, Se invalida a s

    misma cualquier teora tica o filosfico-poltica que, dando la

    espalda al sufrimiento de las vctimas, pretenda elaborar

    un

    dis

    curso sobre lo bueno o lo justo.

    Y sin

    embargo,

    el

    grueso de la

    filosofa

    moral

    y poltica contempornea apenas parece haberse

    sentido afectada

    por

    la

    onda

    expansiva del

    horror

    consumado en

    Auschwitz o Hiroshima; de la conmocin provoc ada

    por

    los acon

    tecimientos metornmicamente nombrados

    con

    esos topnimos

    no

    exhibe huellas el elemento del concepto,

    3

    2. Ilmitaciones

    el

    neocontractuaJismo eRawIs

    Sea

    el caso

    de

    Rawls. Constituye, sin duda,

    un

    solo ejemplo de

    los muchos que cabra considerar. Pero se

    trata

    de un caso parti

    cularmente relevante, incluso paradigmtico, por cuanto eorfa

    de l justicia (1971)

    ha

    estado

    en

    el centro de las principales discu

    siones tico-polticas de los ltimos decenios.

    En orden a determinar el

    grado en

    que

    la

    teora de la justicia

    de Rawls hace o no justicia al sufrimiento

    de

    las vctimas (en caso

    negativo,

    no

    resultar fcil absolver a esa propuest a terica de la

    acusacin de ser injusta), convendr recordar primero sus lneas

    fundamentales.

    Frente a las doctrinas teleolgicas, donde

    una

    previa concep

    cin del bien sirve de base

    para

    determinar el contenido de

    la

    idea

    de justicia, el planteamiento

    de

    Rawls es, desde las primeras pgi

    nas de

    su obra

    magna, de cididamente deontolgico, establecien

    do

    la prioridad de lo justo sobre lo bueno. Ahora bien, el conteni

    doS

    de la justicia no puede

    darse

    por

    sentado, sino que

    ha

    de

    ser

    establecido

    en

    base a premisa s que no comprometan la teora con

    presupuestos

    de

    orden axolgico. Con otras pala bras, se trata de

    establecer

    un

    procedimiento neutral del que quepa derivar los

    principios de la justicia. Al servicio de ese desidertum, se recu

    rre al paradigma contractualista, cuya reelaboracin constituye

    79

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

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    un elemento nuclear, acaso

    su

    aportacin ms relevante, de todo

    el dispositivo teri co de Rawls.

    Si los clsicos del contractualismo Hobbes, Locke, Rousseau)

    postulan un estado de naturaleza del que, mediante el contrato

    social, surge la soci edad poltica, ofreci endo as una instancia le

    gitimadora del

    Estado

    moderno, Rawls

    retoma

    esa concepcin

    con vistas a fundamentar una teora sustantiva de la justicia. Lo

    que

    en

    los primitivos contractualistas represent el estado de

    naturaleza se convierte, en Teona de la justicia, en la posicin

    original. Slo desde ella cabe establecer el contenido sustantivo

    de

    la justicia en la concepcin rawlsiana, los principios que inspiran

    el ordenamiento institucional

    estructura

    bsica

    de

    la socie

    dad de una sociedad justa):

    Mi objetivo es presentar una concepcin de la justicia que genera

    lice

    y lleve a un

    nivel

    superior de abstraccin la conocida teora del

    contrato social tal como se encuentra, digamos, en Locke, Rous

    seau y Kant. Para lograrlo no debemos pensar en e contrato origi-

    nal como aquel que es necesario para ingresar en una sociedad

    particular o para establecer una particular forma de gobierno.

    Ms bien, la idea directriz es que los principios de la justicia para

    la estructura bsica de la sociedad son el objeto de acuerdo origi-

    nal.

    Son

    los

    principios que

    las

    personas libresy racionales intere

    sadas en promover sus propios intereses aceptaran en u na posi

    cin inicial de igualdad como definitorios de

    los

    trminos funda

    mentales de su asociacin. [ ..] A este modo de considerar lo lla-

    mar

    justicia como imparcialidad.

    De esa imparcialidad o equidad faimess) original depende lo

    bien fundado de los princip ios establecid os, y ello explica la minu

    ciosa construccin rawlsiana del concepto de posicin original,7

    Decimos construccin, y

    no

    descripcin, pues no se trata de

    un estado efectivo, histricamente acontecido, sino de

    una

    situa

    cin ideal, de una conjetura cuyo valor terico no deriva de su

    verdad fctica,

    sino de su

    aptitud

    para

    reconstruir, y justificar,

    nuestro sentido

    de

    la justicia, elevando lo

    que

    en el nivel pre-teri

    co

    acta de

    un

    modo intuitivo y

    no

    exento

    de

    conflictos al

    orden arquitectnico de una teora coherente y de

    gran

    alcance

    explicativo. Es decir, la posicin original funciona a manera de

    hiptesis terica o ficcin que debemos adoptar, comportndo

    nos como si participsemos de esa situacin, a la hora de elaborar

    80

    nuestros juicios sobre lo justo.) Toda l fuerza probatoria de la

    propuesta

    descansa

    sobre

    esa piedra angular. la posici n original

    ha

    de

    ser

    tal que, en virtud de las reglas y supuestos procedimen

    tales que

    en

    ella se materializan, asegure lo

    fundado

    de los princi

    pios de justicia que de ah puedan deducirse.

    Cmo

    han

    de

    ser, entonces, los sujetos

    que participan de

    la

    posicin original? Se supone en ellos, como es natural, una capa

    cidad racional que gue sus deliberaciones, un equilibrio y cons

    tanc ia reflexivos que, unidos a la tenaz voluntad

    de

    tener en cuen

    ta todos los datos pertinentes, garantice n el carcter razonable de

    los principios adoptados. Sin embargo,

    con

    ello

    no

    basta,

    pues

    la

    presencia del inters es decir, de intereses

    en

    conflicto)pone bajo

    sospecha el crdito de esa racionalidad, int roduciend o el peligro

    de que los resultados de la deliberacin no expresen

    tanto

    la con

    clusin

    de

    un ejercicio impecab le de

    razonamiento

    prctico como

    el

    enmascaramiento

    o racionalizacin de intereses ms bien in

    confesados pero

    no por

    ello menos operantes). De qu modo

    superar esa amenaza? Rawls desecha, en nombre del sentido

    realista y

    de

    la

    prudencia

    metdica

    que

    aconseja

    no adoptar

    supuestos demasiado fuertes,

    una

    subjetividad configurada

    de

    tal modo que excluya

    -o

    al menos, combata la pulsin egosta,

    a la manera de una

    moralidad

    de la simpata natural o de l acti

    tud compasiva como exigencia primordial del un iverso tico. Re

    sultara errneo, e injusto, atribuir a Rawls

    una

    filosofa moral de

    base

    egosta,

    8

    pero no

    es

    menos

    cierto

    que

    el primado egocntrico

    no es cuestionado en la posicin original: aunque el objetivo sea

    sentar las bases de l solidaridad social llega a hablarse de una

    amistad cvica en la que resuena el sentido de la fraternidad

    como virtud republicana),9 pues lo que

    el

    acuerdo de la posicin

    original persigue es generar un esquema estable y eficaz de coo

    peracin, no es menos cierto que los participantes

    en

    la posicin

    original

    son

    sujetos

    empeados

    en

    promover

    sus

    propios intere

    ses, cuya legitimidad l a

    teora

    da por supuesta. Digamos, ms

    bien, que eona de

    la

    justicia busca un equilibrio entre el factum

    antropolgico del inters propio, donde siempre est latente el

    conflicto, y la necesidad poltica de vnculos solidarios, acorde en

    esto con la tradicin liberal:

    Si

    la

    propensin de los hombres al propio interes hace necesaria

    una mutua vigilancia, su sentido pblico de la justicia hace posi-

    :

    A

    81

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    4/12

    ble que se asocien conjuntamente.

    Entre

    individuos con objetivos

    y

    propsitos diferentes, una concepcin com partida de la justicia

    establece los vnculos de la amistad cvica; el deseo general de

    justicia limita la b squeda d e otros fines.

    10

    As

    pues, el desafo puede

    ser

    formulado

    en

    los siguientes tr

    minos: cmo justificar que

    una

    pluralid ad de sujetos, racionales

    pero interesados, diseen de

    modo

    imparcial o equitativo

    una

    concepcin vlida de lo justo?

    Para

    Rawls, la clave est

    en

    sus

    traer a quienes participan en la decisin aquella informacin que

    pudiera conducirles a pervertir el sentido del acuerdo. A ese pro

    psito responde

    la

    justamente clebre propuesta del velo de la

    -

    norancia.

    Quienes

    tomen

    parte

    en

    el

    acuerdo original

    nada pueden

    sa

    ber sobre aquellos elementos de su situaci n efectiva que pudie

    sen

    perturbar

    la

    equidad de

    su

    decisin: desconocen el lugar que

    ocupan

    en

    la sociedad, as como los talentos y capacidades que

    el

    azar

    les

    ha

    deparado, pues de ese

    modo

    no

    pueden orientar

    en

    I

    sentido egosta

    su

    decisin, privilegiando el e stado

    en

    que ellos

    mismos se encuentran; por idntica

    razn

    ignoran tambin cul

    sea su propia concepcin del bien o los detalles de

    su plan

    racio

    I

    al de vida

    Oes basta

    saber que poseen alguno), incluso sus pecu

    liaridades psicolgicas carcter, temper amento, personalidad);

    ni siquiera tienen noticia de las circunstancias particulares de su

    propia sociedad o

    de la

    generacin a la que pertenecen,

    en

    orden a

    evitar que el acuerdo

    pueda

    beneficiar, injustamente, a

    unas

    gene

    raciones en detriment o de otras. Slo les est permitido el acceso

    a enunciados generales sobre

    la

    sociedad o

    la

    condicin huma

    nas, sin que

    de su

    sociedad les conste otra cosa que el hecho de

    estar sujeta a las circunstancias de l justicia, condiciones nor

    males en las cuales la cooperacin

    humana

    es tanto posible como

    necesaria.

    12

    astar

    con

    ajustar

    la posicin original a esas exigencias

    para

    que el acuerdo resultante sea, nicamente

    en

    virtud del procedi

    miento adoptado del

    que

    los requisitos del velo de la ignoranci a

    son

    ingrediente esencial), justo,

    pues

    la decisin es

    tomada

    por

    individuos racionales que,

    no

    necesitando respo nder a motivacio

    nes altruistas,

    actan en

    funcin de

    un

    desinters mutuo. Sin re

    nunciar a la perspectiva egocntrica, Rawls pretende sortear la

    amenaza del egosmo; y lo hace

    adoptando

    supuestos dbiles,

    82

    dado que

    no

    postula

    una

    subjetividad compasiva o altruista, sino

    una

    intersubjetividad

    basada

    en

    el desinters mutuo:

    cada

    uno de

    los participantes busca la salvaguarda de sus propios intereses,

    pero

    y

    se es el elemento

    clave lo

    hace

    en un

    estado de igno

    rancia respecto a

    su

    situacin particular, con lo

    que

    optar

    por

    un

    orden social que permita,

    en

    una

    medida razonable, la consecu

    cin de sus objetivos, sea cual sea su circunstancia especfica. Es

    decir, define

    una

    situacin social

    en

    la que el

    nico

    modo de de

    fender los propios intereses es defe nder los intereses decualquiera

    Oa deficitaria informacin con que cuenta convierte a cada uno

    de los participantes en

    un

    cualquiera).

    Es conocido el resultado; los dos principios de justicia resul

    tantes de la posicin original establecen:

    1.

    El sistema de libertades bsicas

    ha

    de

    ser

    el mismo

    para

    todos los individuos, reconociendo como nica limitacin

    de los derechos de

    cada uno

    los derechos de los dems.

    2.

    Las desigualdades en la distribucin de los bienes sociales

    ante todo, riqueza y autoridad) slo se justifican si redun

    dan

    en

    beneficio

    de

    los

    ms

    desfavorecidos tanto en fun

    cin de sus capacidades naturales

    como

    de su estatus so

    cial) y se vinculan a funciones accesibles a todos

    en un

    rgimen de igualdad de oportunidades.

    Basta

    aadir

    que el

    primer

    principio tiene prioridad sobre el

    segundo es decir, no cabe justificar

    una

    restriccin de la libertad

    en nombre

    de mejoras econmico-sociales)

    para

    disear

    un

    or

    den social cuyo tejido

    institucional la

    rawlsiana estructura b

    sica de

    la sociedad sea

    justo.

    sa

    es, a grandes rasgos,

    la

    propuesta terica de Teorfa de

    l

    justicia.

    A continuacin,

    hemos de

    interrogarnos sobre

    su

    plausi

    bilidad, y

    no en

    ltima instancia sobre el grado

    en

    que satisface el

    axioma inicialmente establecido, de acuer do con el cual se auto

    invalida cualquier filosofa prctica que

    d la

    espalda a la perspec

    tiva de las vctimas.

    Toda

    la

    argumentacin reposa

    en

    la transicin d e la equidad o

    imparcialidad lairness) de

    la

    posicin original a la justicia de la

    decisin resultante, tal y

    como

    viene expresada

    por

    los dos princi

    pios aludidos. Dos son, a nuestro entender, las crticas mayores

    que

    cabra

    oponer al modelo

    de

    Rawls.

    83

    http:///reader/full/norancia.11http:///reader/full/norancia.11http:///reader/full/norancia.11
  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    5/12

    En

    primer lugar, la amenaza de circularidad

    en su

    argumenta

    cin: el paradigma procedimentalista presup one

    un

    punto de par

    tida axiolgicamente neutro es decir, no comprometido con nin-

    guna concepcin de

    la

    justicia)

    como

    aval o garanta de lo funda

    do de la concepcin de la justicia der ivada de aqul. Ahora bien,

    no recurre encubiertamente la descripcin de

    l

    posicin origi

    nal, en su carct er imparcial o equitativo, a

    una

    idea de lo justo

    exigencia de

    un

    trato igualitario como imperativo fundamental:

    no hagas a los dems lo que no quieras para ti mismo)? No se

    trata de una objecin menor, pues, de confirmarse la sugerencia,

    el primado procedimentalista se desmorona: el punto de llegada

    Gusticia) operara ya, aunqu e en forma clandestina la sutil dife

    rencia semntica entre equidad y justicia sera su disfraz), en el

    punto de partida posicin original). Ricoeur lo

    ha

    apreciado as:

    [...] un sentido moral de la justicia fundado en la Regla de Oro

    No

    hagas al otro lo que no quieras que te hagan a

    t i

    ya est

    siempre presupuesto en la justificacin puramente procedimental

    del principio de justicia.

    [.

    ..

    ] la extraordinaria construccin de

    Rawls toma prestada su dinmica subyacente del principio mis

    mo que pretende engendrar por su procedimiento puramente

    contractuaL En otros trminos, la circularidad del argumento de

    Rawls constituye, desde mi punto de vista, un alegato indirecto en

    favor de la bsqueda de una fundamentacin tica del concepto

    de justicia. 13

    Rawls podra contra-a rgumenta r aduciendo que la teora pre

    tende formular, en el elemento conceptual, un sentido ms

    O

    me

    nos intuitivo) de 1 justo que sin duda preced e al discurso filosfi

    co-prctico. Pero, reconocindolo, habra tambin de renunciar a

    la pretensin de neutralidad de su construc to terico, desplazan

    do

    la discusin

    de un

    contexto formalista a otro hermenutico:

    14

    si las premisas estn ya contaminadaspo r la conclusin, el proce

    dimentalismo abstracto no se mantiene.

    En segundo lugar, cabe dudar de la viabilidad de la posicin

    de

    no

    ser el caso, carecera

    de

    sentido que el crit erio de lo justo

    consistiese

    en

    juzgar y

    actuar

    como

    si

    cada

    uno de

    nosotros, en

    cuanto sujetos morales, fusemos participes de la posicin origi

    nal. Pues bien, las exigencias del velo de la ignoranci a nos parecen

    harto problemticas: qu puede significar

    un

    sujeto que tiene

    intereses, pero

    no

    sabe cules son; que cuenta

    con una

    concep

    cin personal del bien y un proyecto racional de vida, pero nada

    sabe de su contenido; que ignora a qu sociedad pertenece y el

    lugar que ocupa

    en

    ella;

    que

    desconoce cules

    son sus

    facultades

    personales y tendencias psicolgicas; que no

    puede

    determinar

    en

    qu mome nto histrico vive? Sigue siendo eso parece dificil re

    nunciar al gnero neutro)

    un

    sujeto con toda la dignidad que,

    desde la explcita fidelidad de Rawls a la concepcin kantiana de

    la irreductible dignidad de la persona humana como voluntad

    moral,

    ha

    de atribursele)

    o

    ms bien, se ha convertido en

    unens

    rationis que, aunque conservase intacta la capacidad de racioci

    nio, difcilmente podra

    aspirar

    a razonar sobre lo justo? Para

    garantiza r la imparcialidad del sujeto

    humano en

    la posicin ori

    ginal, Rawls opta

    por

    constituir

    un

    sujeto abst racto que dificil

    mente cabe seguir considerandohumano tras la radical neutrali

    zacin de la experiencia tambin d e la injusticia infligida o sufri

    da) impuesta por el clebre velo de la ignorancia, A la postre,

    esa ignorancia no desembo ca en una intersubjetividad liberada

    de las asechanzas del inters, sino en una abstracci n desolada,

    en un

    monstruo

    moral. Cmo confiar a semejante

    engendro

    te

    rico la decisin sobre lo justo?

    Cules son los supuestos tcitos del plantea miento de Rawls

    responsables de la inconsistencia de

    su

    propuesta? eora de

    l

    justicia compart e la idea antropolgica subyacente a la tradicin

    filosfico-poltica moderna, cuya expresin paradigmtica ofrece

    el modelo contractualista: pensar la sociedad a partir de sujetos

    individuales libres y aislados,

    cada uno

    de ellos centrado sobre sus

    propios intereses; 15 en tales condiciones, materializadas e n el es-

    tado de naturaleza, la adopcin de un esquema justo de convi

    vencia slo es posible si,

    en

    virtud de las mejoras que

    para

    cada

    original tal y

    como

    eora de l justicia la describe.

    No

    se trata

    una

    de las partes suponga, librement e deciden elaborar un marco

    ahora de

    reprochar

    al modelo rawlsiano su carcter abstracto,

    de cooperacin imparcial.

    As,

    la universalidad de lo justo no anu

    ajeno a la efectividad histrico-social;

    aun

    aceptando la idealidad

    la el

    primado

    egocntrico, sino que se po ne a

    su

    servicio: el curso

    de la construccin, cabe seguir preguntando si la situacin con

    de accin que

    me

    resulta

    ms

    favorable es el qu e respet a los inte

    tractual originaria describe una intersubjetividad plausible, pues,

    reses del otro garanta de que tambin lo ser n los mos)

    y

    por

    84

    85

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    6/12

    tanto, la adhesin a un Estado justo se sigue del beneficio que

    para supone conside rar a los otros

    como

    cooperantes en vez de

    enemigos.

    s

    el beneficio mutuo, estimado

    por cada uno

    de los

    participantes, la

    base

    fundamental del pacto.

    A esa gnesis ideal de lo poltico se une,

    en

    la tradicin del

    pensamiento moderno,

    una

    filosofa de la historia d e signo pro

    gresista: si la idea de contrat o social permite establecer el ideal de

    una

    sociedad justa, la confianza en

    su

    realizacin efectiva la sumi

    rustra la fe

    en

    un progreso inevitable. L a experiencia de la

    cia, innegable

    en

    el plano de los hechos, es neutralizada

    por

    la

    confianza

    en su

    inminente desaparicin. De modo tal que el mito

    fundacional del contra to ms atento a la legitimacin

    que

    a la

    gnesis del Estado)

    se

    ve corroborado

    por

    el mito escatolgico del

    gr n relato filosfico-histrico: el complejo de la filosofa prc

    tica moderna

    se

    asienta en el nexo velado entre la decisin origi

    naria de

    una

    comurrldad de sujetos libres, aut nomos e iguales, y

    la secularizacin de la providencia llevada a cabo

    por

    la filosofa

    de la historia.

    No es posible que uno de ambos elementos entre en crisis sin

    que tambin el otro resulte conmovido. Y eso es lo

    que la

    expe

    riencia histrica reciente nos impone: la apoteosis de la barbarie

    en el

    siglo XX refuta el mito progresi sta y,

    po r

    tanto,

    pone en

    entre

    dicho la escena del contrato. Y lo hace

    con

    especial virulencia en

    una

    versin que, como ocurre

    con

    Teorla e la justicia excluye de

    la descripcin del estado de naturaleza transmutado en posi

    cin original) todo rastro de violencia o dominacin. No se trata

    de reprochar a Rawls una cndida negacin de la injusticia l

    mismo reconoce

    que

    nuestra conciencia de lo justo

    nace

    de la

    indignacin

    ante la

    constatacin de

    la

    injusticia), pero s el escaso

    papel que la evidencia de la injusticia juega

    en

    la articulacin de

    su

    proyecto terico:

    las

    miserias de nuestro tiempo

    y,

    por tanto,

    la

    cruda realidad

    del

    momento) estn en

    el

    origen de la

    reUexin,

    pero no en el

    interior de la teora,

    es

    decir, forman parte del contexto de descu-

    brimiento de la teora pero no de su constluccin. Esos problemas

    quedan rpidamente desvirtuados al traducir injusticia por esca

    sez o interpelacin

    del

    otro por libre competencia. [ ..]

    La

    autono

    ma

    de Rawls

    responde a

    la

    mnada egosta, a

    la

    mnada racional

    de la

    ficcin antropolgico-burguesa.

    6

    86

    La bancarrota

    de la filosofa de la historia, cuyo optimismo

    no puede

    sobrevivir a

    un

    escenario de la

    barbarie

    desatada, obli

    ga a confrontar los ideales modernos con la sit uacin de las vcti

    mas. La de Rawls no es una teora que sat isfaga el imperativo de

    prestar odos a su voz sufriente y, en tal medida, prolonga, aun

    que

    sea de modo

    involuntario, los efectos del

    mecanismo

    victi

    mario, en absoluto ajeno a una perversin del

    contrato

    en la for

    ma de persecucin unnime de la vctima inocente.

    17

    La adver

    tencia de un superviviente del genocidio nazi es, a ese respecto,

    decisiva:

    En el reino del mal no tenan peso alguno los testigos ni las pnle

    bas, y no exista palabra ms ridcula que justica.18

    3.

    l

    rostro e

    vctima

    La de Levinas es

    una

    filosofa nacida d e

    la

    escucha de

    las

    vcti

    mas, de donde extrae el imperativo de pasarle el cepillo a contrape-

    lo a la tradicin filosfico-moral: sus supuestos fundamentales,

    plenamente vigentes en

    la teora

    de Rawls,

    son

    sometidos a

    una

    radical inversin, que prov oca un autntico sesmo en el paisaje

    categorial

    de la

    filosofa prctica.

    Al

    hacer de

    la

    tica

    la

    filosofa

    primera denunciando la complicidad entre el primado milenario

    de la ontologa y la barbarie histri camente acontecida, 19 Levinas

    apuesta

    por una

    renovacin en profundidad del dis curso sobre lo

    bueno y lo justo, aunque para ello sea preciso violentar la axiom

    tica incuestionada durantesiglos.

    o

    Hemos comprobadocmo es esencial a la tradicin filosfica,

    y

    en

    particular a la moderna, el fundamentar

    moral

    y poltica en

    la

    utonom

    del sujeto, demorrlzando la

    heteronom{a

    como resi

    duo

    de barbarie incompatible

    con

    el progreso civiliza orio. Pues

    bien, el planteamiento levinasiano neutraliza esa primac a al de

    nunciar el ncleo violento inherente a dicha a utonoma: en cuan

    to prolongacin de la pul sin egosta,2l la autonoma no sino el

    ejercicio inintetrumpido de un cona us essendi de una auto-afir

    macin del Yo o Mismo slo posible mediante la neutralizacin

    del Otro. El no-yo es obstculo

    que se

    interpone a la

    marcha

    triun

    fal del Mismo, o presa de su voracidad: el

    dinamismo

    de la subje

    tividad autnoma consiste

    en

    establecer

    una

    relacin de dominio

    87

    http:///reader/full/antropol%E3%A7%A9co-burguesa.16http:///reader/full/antropol%E3%A7%A9co-burguesa.16http:///reader/full/inocente.17http:///reader/full/inocente.17http:///reader/full/justic%EF%BF%BD.18http:///reader/full/siglos.2ohttp:///reader/full/siglos.2ohttp:///reader/full/antropol%E3%A7%A9co-burguesa.16http:///reader/full/inocente.17http:///reader/full/justic%EF%BF%BD.18http:///reader/full/siglos.2o
  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    7/12

    -tcnico o social- con la alteridad natural o humana; el conoci

    miento mismo,

    en

    cuanto apropiacin de lo conocido

    en

    el meta

    bolismo intencional,

    no

    es ajeno a ese designio violento. Si el

    ser

    natural es, primordialmente, medio de satisfacer el hambre,

    el

    otro hombre, competidor potencial o efectivo, se presenta como

    blanco de

    un

    impulso homicida. Tras elcogito y

    el

    prestigio de la

    autoconciencia, desvela Levinas la pr ehistor ia depreda dora y sal

    vaje de un deseo animal gozosa y cruelmente encerrado en el cr

    culo

    de

    su

    inmanencia:

    El psiquismo se precisar como sensibilidad, elemento del gozo,

    como egosmo. En el egosmo del gozo, apunta el ego, fuente de la

    voluntad. Es el psiquismo, y no la materia, lo que aporta un prin

    cipio de individuacin. [

    ..

    ]

    La

    sensibilidad constituye

    el

    egosmo

    mismo del yo. Se trata el que siente y

    o

    de lo sentido. El hombre

    como medida de cualquier cosa

    es

    decir, medido

    por

    nada-

    que compara todas las cosas, pero incomparable, se afirma en

    el

    sentirde lasensacin.

    22

    Denunciar la supervivencia del deseo animal en el ideal deuna

    subjetividad autnoma es otro

    modo de

    encarar la complicidad

    profunda en tre civilizacin y barbarie:

    Toda la filosofa de la interioridad, socapa de desprecio del mun

    do, es

    la

    ltima sublimacin de

    la

    brutalidad del brbaro

    en el

    sentidode

    que

    el que estaba primero es quien ms derecho tiene, y

    la prioridad del ego

    es

    tan falsa como la de todos los que hacen de

    s mismos

    su

    casa.

    23

    De la clausur a de esa inmanencia infernal (pero de

    un

    infierno

    terrestre -natural si se quiere--, sometido a la sola ley de la

    satisfaccin egosta) slo cabe salir renunci ando al imperati vo de

    autonoma; es decir, restableciendo los derechos de la denostada

    heteronoma. Aunque para ello haya q ue enfrentars e a la tenden

    cia hegemnica

    dellogos:

    Autonoma o heteronoma? La eleccinde la filosofa occidental

    se

    ha

    inclinado las

    ms

    de las veces del lado de la libert ad y del

    Mismo. [.

    .

    ]

    Tambin

    el pensamiento occidental pareci excluir

    muy

    a

    menudo lo trascendente, englobar

    en

    el Mismo a cualquier Otro

    88

    y

    proclamar

    el derecho de primogenitura filosfica de la auto

    noma.

    24

    Para

    Levinas, la alternativa es clara: si el discurso filosfico de

    la tradicin consagr la hegemona ontolgica del Mismo, de la

    que es

    un

    avatar moderno el ideal de

    una

    subjetividad autnoma,

    el nuevo pensamiento ha de

    adoptar

    un curso resueltamen te hete

    rolgico y promover la heteronoma como principio esencial de

    una

    reconstruccin en claveno ontologista de la intersubjetividad

    tica. A la filosofa del Mismo ha de oponerse una filosofa del

    Otro tica, meta{fsica o pensamiento del infinito) como nico me

    dio de dejar at rs el nexo civilizacin-barbarie.

    La de rostro es

    su

    categora esencial, pues nombra una expe

    riencia en la que la iniciativano corresponde al ego sino a la alteri

    dad que se le revela. Por cuanto abre

    una

    escena, irreductible

    mente tica, que interrumpe el designio egosta, la epifana del

    otro

    hombre

    como rostro inaugura un espacio de trascendencia

    radical, genuinamente meta-fsica, donde el Yo es sometido a

    una

    exigencia proveniente de

    un

    exterior sustrado a

    su

    dominio.

    El encuentro se produce

    en

    un marco acentuadamente dual

    (Otro y Mismo), sin que ning(m ter cer trmino ac te como media

    dor y por ende, si n que nada amortige

    el

    impacto traumtico de

    la alteridad revelada: el cara-aocara temible

    de

    una relacin sin

    intermediario, sin mediacin.

    25

    El

    t humano

    adquiere, en la epi

    fana del rostro, el carcter de

    un

    absoluto revelado en su inmedia

    tez; el prjimo es

    tal

    en virtud de una proximidad que excluye cual

    quier tentativa de apropiacin o distanciamiento del objeto respec

    to a la m irada que lo domina. Presencia indomeable que obsesio

    na

    al Mismo; tactilidad deun contacto inconvertible

    en

    visin:

    a

    tica

    no

    indica

    una

    inofensiva atenuacin de los particularis

    mos

    pasionales,

    que

    introducirla

    l

    sujeto humano

    en un

    orden

    universal y reunirla a t odos los seres razonables,como ideas,

    en

    un reino de los fines. Indica una inversin

    de

    la subjetividad,

    abierta sobre los seres, [ .. ] en subjetividad

    que entra

    en contacto

    con

    una

    singularidad

    que

    excluye la identificacin

    en

    lo ideal, que

    excluye la t ematizacin y la representacin; con una singularidad

    absoluta y como tal irrepresentable. [ .. ] Elpunto preciso

    en

    que se

    produce y

    no

    cesa de producirse esa mutacin

    de

    lo intencionalen

    tica, donde la cercana atraviesa la conciencia, es piel y rostro

    humano. El contactoes ternura y responsabilidad. 6

    89

    http:///reader/full/sensaci%E3%AE%AE22http:///reader/full/sensaci%E3%AE%AE22http:///reader/full/nom%EF%BF%BD24http:///reader/full/nom%EF%BF%BD24http:///reader/full/sensaci%E3%AE%AE22http:///reader/full/nom%EF%BF%BD24
  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    8/12

    As pues, la inmediatez tica resulta inseparable de la trascen

    dencia, pues el rostro

    se

    sustrae, en virtud de su estatuto tico, a la

    condicin de objeto. a presencia tica, inobjetivable,

    impone un

    lmite irrebasable a la voracidad de la mirada. Miramos

    una

    mi

    rada. Mirar una mirada es

    mirar

    lo que no se abandona ni se

    entrega, sino que os

    enfoca [vise];

    es mirar el

    rostro

    [visage] 27

    Aunque sugiera una nocin anatmica y

    por

    tanto el espectculo

    de una superficie corporal ofrecida a la visin, el rostro no es, en

    su sentido tico, fenmeno ptico o

    imagen

    plstica,

    sino

    algo

    esencialmente invisible. Su presencia (tica) es solidaria de una

    ausencia (ontolgica), por lo que Levinas insiste en la ambige

    dad del prefijo en la palabra

    in-finito:

    a la vez presencia

    en

    lo finito

    y negacin de lo finito.

    Mientras que la pluralidad de sujetos en la tradicin de la

    filosofa prctica configura

    un

    espacio definido por la simetra

    (igualdad

    de

    quienes participan

    en

    el contrato;

    faimess

    rawlsia

    na), la

    dualidad

    tica adquiere, en Levinas, un carcter a-simtri

    co que determina la curvatura

    del

    espacio intersubjetiva. 8 No

    estamos

    ante

    una

    dualidad

    de

    posiciones intercambiables, sino

    ante un espacio jerrquico donde la alteridad del rostro ocupa

    una

    posicin superior al Mismo egosta. De ah las notas de

    exte

    rioridad

    y

    altura

    que caracterizan al rostro. Levinas impugna la

    subjetivacin egosta sometiendo al

    Mismo

    a la exigencia absolu

    ta proveniente del rostro. Hetero-noma: dominio del Otro, a la

    vez jq,ez y maestro. Pero no se

    trata de

    un dominio ontolgico,

    sino tico y por ende, del todo ajeno al imperio de la fuerza: la

    supremaca tica del rostro

    no

    obedece a

    una

    superioridad en

    trminos de poder; representa, muy al contrario, la autoridad del

    desvalimiento y la impotencia,

    que

    Levinas, fiel al profetismo

    bblico, identifi ca con

    la

    debilidad

    extrema de

    la

    viuda

    y el hur

    fano. As se produce la complet a inversin del egosmo ontol

    gico, excedido

    por

    la

    autoridad de la

    miseria.

    El

    acontecimiento

    tico

    nace

    all

    donde

    el otro hombre

    se

    revela

    como

    vctima y el

    yo

    como

    verdugo:

    La

    trascendenciadel prjimo [autrui] que constituye su eminen

    cia su altura y su seoro, engloba en su sentido concreto su mise-

    ria, su destierro y

    su

    derecho como extranjero. Mirada del extran

    jero,de

    El rostro habla y su palabra expresa un imperativo:

    o matars.

    Esa orden, trasunto de la autoridad de la vctima (qu e el Otro siem

    pre

    es en

    relacin al Mismo egosta), supone

    la

    quiebra definitiva

    del imperio egolgico,

    por

    cuanto impugna la libertad salvaje e

    introduce, frente a su pretensi n de inocencia (el podero del Mis

    mo

    se ejercera ms

    ac de

    la distincin entre el

    bien

    y el mal), una

    fenomenologa del sujeto cul pable y deudor. Al

    atribuir

    al vnculo

    intersubjetiva

    un

    carcter verbal, Levinas reconcilia las dos deter

    minaciones en apariencia antitticas del rostro: por

    un

    lado, la

    inmediatez o proximidad con que aborda al

    ego;

    por otro, su radi

    cal invisibilidad o trascendencia. En la palabra, por

    cuanto

    supone

    la prioridad de lo auditivo s obre lo visible, se dan cita la cercana

    mxima del interlocutor (que sale de s al encuentro del otro:

    se

    expresa

    y, a la par,

    su

    inaprehensibilidad como

    imagen

    (voz audi

    ble, hablante invisible). Adems, y precisamente en virtud del ca

    rcter

    prescriptivo de la voz, se subraya la disimetra del espacio

    verbal,

    pues la

    distribucin

    de

    papeles en ese

    acto de

    habla

    no

    responde al modelo dialgico (alternancia o reversibilidad

    de

    las

    funciones de emisor y receptor: igualdad de los interlocutores),

    sino a una escena decididamente jerrquica: el rostr o habla y el yo

    escucha. A ello responde la distincin filosfico-lingstica entre

    Decir

    (lenguaje tico, donde

    predomina

    la pragmtica del impera

    tivo) y

    Dicho

    (lenguaje ontolgico, expresin de la verdad del ser).

    Hasta aqu hemos abordado la intersubjetividad tica desde

    su

    polo heterolgico (Otro revelado en el rostro). Cmo

    se

    configura

    la subjetividad del Mismo ante

    la

    epifana

    de la

    alteridad? Ingre

    sando en un mbito de radical

    pasividad,

    enfticamente nombra

    da como pasividad ms pasiva

    que

    cualquier pasividad,

    que

    desconstruye la descripcin del sujeto como autonoma (libre ini

    ciativa del Mismo ontolgico). Si la tica moderna se

    empea

    en

    construir el universo moral desde la irrenunciable autonoma del

    sujeto, Levinas ve

    en

    la pasividad, correlato

    de la

    heteronoma, la

    clave

    de

    acceso al

    mbito

    tico.

    a

    fenomenologa

    de

    la pasividad

    acoge seis figuras principales:

    1.

    Pasividad,

    en primer

    trmino,

    de una

    escucha inseparable

    de la obediencia: audicin silenciosa de la voz que ordena; sumi

    sin absoluta al habla del rostro. El acto de decir habr sido,

    desde el comienzo, introducido aqu como la suprema pasividad

    de la exposicin al Prjimo

    [Autrui].

    }}30

    91

    90

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    9/12

    n L ..] el rostro del Prjimo [Autrni], cuya epifaIa misma

    consiste en la ofensa sufrida, en el estatu to de extranjero, de viuda

    y de hurfano.

    La

    voluntad est bajo el juicio de Dios cuand o

    su

    miedo a la muert e se invierteen miedo a cometer

    un

    asesinato.,,31

    No matars: ante ese manda miento el Mismo descubre la pulsin

    homicida que lo constituye; se descubre culpable

    en

    virtud de la

    acusacin que la santidad del rostro formula. Inversin extrema

    de la autonoma: el caso del yo

    no

    es

    ya

    el nominativo Moi);

    ahora se declina

    en

    acusativo

    Soi).

    In. Pasividad, en tercer lugar, del pasado. Pero

    no

    de

    un

    pasa

    do evocable por el recuerdo, y por ende sujeto al dominio inten

    cional, sino de

    un

    pasado in-memorial o an-rquico, absoluta

    mente irrecuperable, del pasado del Bien inconvertibleen presen

    te del recuerdo. En ese punto de fuga diacrnico sita Levinas la

    creaturalidad

    del sujeto. Pasividad an terior a toda receptividad.

    Trascendente.

    Anterioridad anterior a toda anterioridad representa-

    ble: inmemorial. El Bien antes del ser.

    Diacron{a:

    diferencia in

    franqueable entre el Bien y yo, sin simultaneidad, trminos des

    hermanados.

    32

    IV.

    Paciencia como modo de

    la

    pasividad impuesto por la

    diacrona de

    una

    sucesin irreversible. Al sueo fustico de

    una

    juventud eterna o al anhelo proust iano de un pasado reencontra

    do opone la heterono ma tica la evidencia ineludible del enveje

    cimiento, de un transcurso cronolgico no domeable por el pre

    sente. Pero esa aceptacin resignada de la sucesin irreversible

    tiene

    un

    sentido tico, porque desplaza el centro de gravedad de la

    conciencia identificado con el presente) a la diacrona de

    un

    tiempo indisolublemente unido a la alteridad del prjimo:

    [oo.]

    no-anticipacin;

    una

    duracin a su pesar, modalidad de la obe

    diencia: la temporal idad del tiempo c omo obediencia.33

    V. En el

    sufrimiento alcanza la pasividad

    una

    figura

    extrema

    Pasividad del

    pathos

    que hace de

    la

    tica

    una

    pattica: el Mismo

    egosta, que se afirm a

    en el

    goce, da paso a

    un

    sujeto definido

    por

    la vulnerabilidad extrema

    en

    la exposicin al otro. Asumir, contra

    el hedonismo egolgico, no slo el d olor que el otro p ued a infligir

    me, sino su propio dolor como vctima. Patetismo sublime que

    Levinas expresa medi ante el exceso metafrico del fuego y la ceni

    za, de la piel desollada, la hemorra gia incontenible y la fisin del

    ncleo atmico del

    yo.

    VI. Pasividad, en fin, de la inspiracin. El Otro en el Mismo:

    92

    cmo pensar

    una

    heteronoma

    ms

    profunda que la de una sub

    jetividad que, vacindose de su ntima sustancia, acoge en su

    interior al Otro?

    En

    la escucha del imperativo se produce esa

    transferencia, en virtud de la cual la alienacin se convierte en

    secreto ltim o del

    yo

    habitado ahora

    por una

    presencia extraa

    que,

    sin

    abandonar

    su

    estatu to trascendente, se in stala en el inte

    rior

    del Mismo.

    Esa serie de seis figuras ofrece la fenomenologa de

    una

    radi

    cal de-subjetivacin, de una desconstruccin

    en

    clave heterno

    ma del Mismo egosta. Sin embargo, siendo

    su

    moment o inicial y

    fundante, la heteronoma

    no

    agota el sentido de la subjetividad

    tica. Tambin la autonoma debe r ecuperar sus derechos, siem

    pre y cuando resulte de una heteronoma previa. Si la moderni

    dad filosfica estableci

    una

    hostilidad irreconciliable entre hete

    ronomfa y autonoma, Levinas

    ve

    en aqulla el fundamento de

    sta. Del antagonismo a

    la

    fundamentacin:

    Posibilidad

    de

    encontrar, anacrnicamente, la orden

    en

    la propia

    obedienciay

    de

    recibir la orden a partir

    de s

    mismo, esa inversin

    e

    la heteronornf en utonornf es

    l

    modo en que el Infinito tie

    ne lugar, y que la metfora

    de

    la inscripcin

    de la

    ley

    en

    la concien

    cia expresa de

    un

    modo notable, conciliando en una ambivalencia

    cuya diacrona es la significacin misma

    y

    que,

    en

    el presente, es

    ambigedad) la autonoma y laheteronornfa.

    34

    La interpelacin que nace

    en

    el rostro deviene

    principium indi-

    viduationis:

    el sujeto egosta, depuesto de

    su

    soberana ontolgi

    ca, recupera su identidad autnoma en cuanto objeto de una

    elec-

    cin a cargo de la alteridad. Soy yo, nico e irreemplazable, en la

    medida en que respondo a la exigencia absoluta expresada por el

    rostro del otro hombre. El sentido tico de la subjetivacin hace

    de sta

    una

    tarea que, asignada

    por

    el Otro, me convoca sin dimi

    sin posible; mea

    res

    agitur. A la demanda o interpelacin de la

    vctima

    he

    de ser

    yo

    quien responda y

    por

    ello soy insustituible;

    individualismo tico en las antpodas del

    individualismo posesivo

    yvictimario).

    La idea de respuesta tiene un doble sentido. En primer trmi

    no, el de restituir al yo, mero oyente del imperativo tico-metafsi

    co, sus derechos como hablante.

    La

    escena tic a recapitula,

    en

    el

    93

    http:///reader/full/heteronornfa.34http:///reader/full/heteronornfa.34http:///reader/full/heteronornfa.34
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    10/12

    elemento del concepto, los relatos de vocacin proftica: inicial

    sumisin del profeta (sujeto-oreja) a la escucha del mensaje tras

    cendente; u lterior emisin, ahora a cargo del portavoz humano,

    del imperativo interiorizado. Hay un profetismo inherente a la

    subjetividad, que sup one la inversin del

    ser en

    signo.35

    Palabra

    dada que es un darse en la palabra, inscribiendo la generosidad en

    el corazn

    mismo

    del significante; segundo sentido de

    la

    respues

    ta: responsabilidad que, en vez

    de

    ser corolario de la libertad, la

    precede. Hay en Levinas, pensador del exceso, una hiprbole de la

    responsabilidad, convertida

    en

    ncleo de la subjetivacin tica: si

    el

    rostro expresa una exigencia infinita, pues es el in-finito mismo,

    la responsabilidad del otro y ante el otro: el prjimo es vctima

    que reclama mi auxilio pero tambin suprema autoridad que me

    pide cuentas) tambin

    ha

    de

    ser

    infinita, no haciendo sino acre

    centarse a medida que se satisface. No: soy responsable de los

    actos libremente realizados; sino: s oy responsable

    de

    cuanto afec

    ta al otro, incluso de las consecuencias de actos de los queno soy

    autor. Ycuanto

    ms

    saldo

    la

    deuda, ms crece su monto, sin lmi

    te alguno. A contracorriente del c oncepto hegemnico de sujeto

    (para s: fr sich; pour soi , la nocin de

    una

    responsabilidad que

    precede a la libertad (soy libre

    porque

    soy responsable, y

    no

    a la

    inversa) y que materializa

    una

    exigencia infinita abre

    un

    espacio

    indito a la filosofa prctica, configurado en

    tomo

    a

    la

    experien

    cia de

    un

    yo cuyo caso es el dativo tico, un yo que con pala

    bras de

    Levnas-espara-el-otro,

    su

    dicono o rehn. En esa figura

    de la subjetividad heteronoma y autonoma se entrelazan:

    La exaltacin de la singularidad en e juicio se produc e precisa

    mente

    en

    la responsabilidad infinitade la voluntad

    que l

    juicio

    suscita. [

    ..

    ] El infinito de la responsabilidad no traduce il inmensi

    dad actual, sino un incremento de la responsabilidad, a medida que

    es

    asumida;

    los deberes se amplan a medida

    que

    se cumplen.

    Cuanto mejor cumplo mi deber, menos derechos tengo; cuanto

    ms justo soy, ms culpable soy. El yo

    que

    hemos visto surgiren el

    gozo como ser separado que tiene aparte, en si mismo, l centro

    alrededor de cual

    su existencia gravita se confirma en su singula

    ridad vacindose de esa gravitacin, que

    no

    acaba de vaciarse y

    que se confirma, precisamente,

    en

    ese incesante esfuerzo de va

    ciarse. A eso se le llama bon dad. La posibilidadde un

    punto

    del

    universo donde semejante desbordamiento de la responsabilidad

    se produc e quiz define, a fin

    de

    cuentas, al

    YO}6

    94

    Paroxismo de la responsabilidad que, en un esfuerzo discursi

    vo dominado por el exceso, an ha de alcanzar su lmite extremo

    en la nocin de sustitucin, donde el discurso levinasiano se sita

    en el punto de encuent ro de tica y exper iencia sacrificial. Apu

    rando

    las posibilidades de la sublimacin proft ica del sacrificio

    (que trasciende la prctica cmenta en accin moral), Levinas

    piensa la subjetividad como anudamiento de heteronoma

    yauto-

    noma, tensadas ambas hasta sus ltimas posibilidades. A una

    historia victimaria y sacrificial, donde el a ntagonis mo entre vcti

    ma y verdugo anega el espa cio intersubjetivo de violencia y domi

    nacin, opone el pensamiento de la sustitucin otra lectura de la

    semntica sacrificial, redimida de cualquier significacin victi

    maria en virtud de

    la

    identificacin de oferente y vctima (no: yo

    sacrifico al otro; sino: yo me sacrifico por el otro):

    La incondicin de rehn no es el caso lmite de la solidaridad, sino

    la condicin de cualquier solidaridad. Toda acusacin y persecu

    cin, al igual que toda alabanza, recompensa o punicin inter

    personales,

    suponen la

    subjetividad del

    Yo,

    la sustitucin: la posi

    bilidad de ponerse

    en

    l

    lugar del otro

    que

    remite al

    transfrt

    del

    por el otro al para el otro- y, en la persecucin, del ultraje

    intligidopor l otro a la expiacinde

    su

    falta por m. Pero la acu

    sacin absoluta,

    anterior

    a la libertad, constit uye la libertad que,

    aliada al Bien, sita ms all

    y

    fuera de toda

    esencia.J7

    *

    , t

    No se escucha

    la

    voz de

    la

    vctima para invertir el reparto de

    papeles, sino para pensar, y materializar en la accin, una situa

    cin aj ena a la lgica victimaria. La ltima palab ra de la filosofa

    prctica no tiene por qu ser la del

    tormento

    de

    un

    altmismo

    paroxstico.

    38

    Pero sin

    el

    exceso de esa generosidad quiz tampo

    co

    sea posible

    constmir-n i

    sobre todo,

    preservar los

    derechos

    de la ciudad de los iguales. La justicia rawlsiana no puede prescin

    dir de

    la

    tica levinasiana; el principio poltico democrtico lega

    do

    por

    Atenas requiere una escucha paciente y ate nta de la voz de

    Jemsaln.

    95

    http:///reader/full/esencia.J7http:///reader/full/esencia.J7http:///reader/full/parox%EF%BF%BDico.38http:///reader/full/parox%EF%BF%BDico.38http:///reader/full/esencia.J7http:///reader/full/parox%EF%BF%BDico.38
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    11/12

    NOTAS

    l. As lo establece la novena de las Tesis de filosaffa de

    la

    historia de W. Ben

    jamn: Y este deber ser el aspecto del ngel de la historia. Ha vuelto

    el

    rostro

    h ci el pasado.

    Donde

    a nosotros se nos manifiesta

    una

    cadena d e datos, l ve

    una

    catstrofe nica que amontona incansablemente

    ruina

    sobre

    ruina, arra-

    jndolas a sus pies Discursos interrumpidos, [ed. de J. Aguirre], Madrid, Tau

    rus. 1973. p. 183).

    2.

    Ibd

    p. 182. Otro pensamiento atent o a

    la

    radicalidad del mal, el de

    Simone Weil, lo corrobor a en forma hiperblica: La historia est basada en

    la documentacin, es decir, en el testimonio

    de

    los asesinos sobre las vcti

    mas Escritos

    de

    Londres

    y

    ltimas cartas [trad.

    de

    M. Larrauri], Madrid,

    Trotta, 2000, p. 123).

    3. Con lo dicho

    no

    pretendemos darpor sentado que cualquierpropuesta

    filosfico-prctica haya de pasar, en nuestros das. por la tematizacin del

    mal histrico

    en

    sus form s

    ms

    recientes y pavorosas. Pero s debe reflexio

    nar desde

    una atenta

    escucha del testimonio de las vctimas, pu es constituye

    el nico vestigio que nos queda de la experiencia de la injusticia radical. Se

    impone

    pensar desde esa

    experiencia,

    atmque no

    sea ella lo explcitamente

    pensado.

    Con todo, una mirada superficial podia inducir a un diagnstico del todo

    equivocado.

    l

    mal no slo est presente all donde es explcitamente nom

    brado;

    son

    numerosas, por el contrario, las creaciones cultura les contempo

    rneas

    decisivamente determinadas por el aconteciIniento victimario que, no

    obstante, apenas lo incoIpora n a su campo enunciativo.

    Y,

    sin embargo, gra

    vita sobre ste con todo su peso. A fulta de un tratamiento detallado de la

    cuestin,liInitmonos a

    nombrar

    tres casos ejemplares, dos filosficos y

    uno

    literario: nos referimos a las obras de M. Foucault, R. Girard YS. Beckett

    Tres cOIpus donde la barbarie de Auschwitz constituye el origen secreto del

    discurso expreso.

    4. En las consideraciones criticas de este apartado hemos tenido muy

    presente el trabajo indito de Reyes Mate, Justicia y memoria. Agradecemos

    al

    autorque nos haya

    facilitado el acceso al manuscrito.

    5.

    Ocasionalmente hay comentar ios y digresiones metodolgicas, pero

    en su mayor parte, lo que trato es de elaborar una teoria sustantiva de la

    justicia (J. Rawls, Trona de la justicia [trad. de

    M. D.

    Gonzlez], Madrid,

    FCE, 1997, p. 11).

    6.

    J. Rawls, op. cit., p. 24.

    7. Cf. ibfd. pp. 119-184.

    8. l egosmo es el punto en el

    cual

    se empantanarian las partes si fue

    ran incapaces de alcanz.arun acuen:lo (J. Rawls, op. cit., p. 135).

    9. Cf. J. Rawls,op. cit., pp. 107-108,451 Y468.

    10. J. Rawls, op. cit., pp. 18-19.

    11

    CE

    J. Rawls, op. cit., pp. 135 y ss.

    12. J.Rawls,op.cit.,p.126.

    13. P.

    Ricoeur, Lo justo (trad. de A. Domingo Moratalla), Madrid, Capa

    rrs, 1999, p. 77.

    14.

    De nuevo i C O e t l ~ No slo la perspectiva deontolgica, sino incluso

    la dimensin histrica del sentido de la justicia, no son simplemente intuiti

    vas, sino que resultan

    de

    una larga Bildung proveniente

    de

    la tradicin juda y

    cristiana. tanto como griega y romana (P. Ricoeur, op. cit., p. 97). Y, aad

    maslo,

    con

    ello no slo

    entra

    en juego la referencia a tradiciones culturaIes

    dispares (cuya desigual contribucin a nuestro sentido de la justicia habria,

    por lo dems, que determinar: no hay razn para suponer de antemano que

    la aporta cin de Atenas haya de ser equivalente a la de Jerusaln), sino tam

    bin a procesos histricos atravesados por la exigencia de justicia, s, pero

    tambin por la presencia de la violencia y la dominaci n, lucha ndo aqulla

    por constituirse desde

    la

    experiencia dolorosa

    de

    stas. Lo cual nos llevarla,

    como es obvio, muy del formalismo de Rawls, cuya definicin de la

    posicin original excluye,

    como

    condicin indispensable

    de su

    equidad, tener

    presente l a historia.

    La segunda parte del trabajo de Reyes Mate, titulada Por una justicia

    con

    tiempo, reivindica el papel de la memoria (registro

    de una

    historia pas-

    sionis) en la constitucin de la nocin de justicia: Lo que hace

    el

    tiempo es

    desvelar la causalidad humana del sumIniento. Cualquier planteaIniento

    universalista que haga abstraccin de la realidad lo que est haciendo es re

    ducir a la insignificancia la experiencia de injusticia de los hombres> (Reyes

    Mate,Justicia y memoria, p. 46).

    15. El hombr e

    autnomo acta como

    una

    mnada

    aislada y egocntri

    ca,

    pues no

    puede

    tener en cuenta

    los intereses

    de

    los dems (R. Mate,

    op.

    cit p. 23).

    16. R. Mate,

    op

    cit., pp. 24-25.

    17. La ambiciosa teoria de R. Giranl sobre el ftmcionamiento del meca

    nismo victimario nos advierte contra los peligros de un acuerdo no inrntme a

    la persec ucin implacable: todos contra uno puede

    ser la

    divisa de un vinculo

    social donde la cohesin comunitaIia todos) resulta indisociable del ensaa

    miento con la vctima uno).

    18. R. Frster, 1 gorra o el precio

    e

    la vida (trad. de R. P. Blanco), Barce

    lona, Galaxia Gutenberg Crculo de Lectores, 1999, p. 345.

    19. No es necesari o

    probar

    mediante oscuros fragmentos

    de

    Herclito

    que el ser se revela como guerra al pensaIniento filosfico; qu e la guerr a

    no

    slo le afecta como

    el

    hecho ms patente, sino como la patenciamisma -{ la

    verdad- de lo real. En ella,

    la

    realidad desgarra las pa labras y las imgenes

    que la disimulan para imponerse en su desnudez y en su dureza. Dura reali

    dad

    (eso suena a plconasmo ),

    dura

    leccin de las cosas, la guerra se produce

    como la experienciapura del ser puro, en el instante mismo de su fulgor, en

    el

    que arden

    los ropajes de la ilusin. El acontecimiento ontolgico que se

    dibuja en esa negra claridad consiste en tma movilizacin de los seres, ha sta

    entonces anclados

    en su

    identidad;

    una

    movilizacin

    de

    los absolutos a cargo

    de un orden objetivo al que

    no

    cabe sustraerse (E. Levinas, Totalit et Infin i,

    La Haya, Martinus Nijhoff, 1984, p. IX [Totalidad e infinit o (trad. e intr. de

    D.E. Guillot), Salamanca, Sgueme, 1977]). Visin implacable de la tradicin

    filosfica como ontologa de la guerra a la que se opone, en la pgina siguien

    te, la escatologa de

    la paz

    mesinica. n el vibrante prefacio

    de

    esa obm

    mayor del pensaIniento contemporneo que es Totalidod e Infinito se abre

    paso, pues, la contraposicin entre una ontologa

    de

    la guerra hegemnica en

    97

    6

  • 7/24/2019 Interpelacin de La Vctima y Exigencia de Justicia - Alberto Sucasas

    12/12

    ellogos

    de

    Occidente y la fidelidad al ideal mesinico.

    Como

    si la escucha

    de

    las vctimas slo fuese posible por

    medio

    de la rehabilitacin de

    la voz

    de

    JelUsaln, secularmente silenciada po r la locuacidad

    de

    Atenas.

    20. Ya

    en

    el

    temprano

    ensayo de 1935 De la evasin, del que

    cabe afirmar

    que contiene

    in nuce todo el

    proyecto

    filosfico levnasi ano,

    se abre camino

    un gesto de lUptura radical con los presupuestos de una cultura

    contaminada

    por el primado

    de

    la ontologa.

    stas

    son las

    palabras

    finales del texto:

    e

    trata

    de salir

    del

    ser por

    un

    nuevo camino con

    el riesgo

    de

    invertir algunas

    nociones

    que,

    para el sentido comn y la

    sabiduria de

    las naciones, parecen

    las

    ms

    evident es E. Levnas,

    De

    l vasion

    edo

    de J. Rolland], Montpellier,

    Fata Mor-gana, 1982, p. 99 [ e la evasin trad. de I Herrera), Madlid, Arena

    Libros, 1999]).

    21. Previamente a cualquier lenguaje, la identiticacin

    de la

    subjetividad

    consiste

    en

    el hecho,

    para

    el ser,

    de

    referirse a

    su

    ser. La identificacin de A

    como

    A es

    la

    U S i e d a d de A por A.

    La

    subjetividad del sujeto es tUla identifica

    cin del Mismo

    en su

    preocupacin por el Mismo.

    Es

    egosmo. La subjetividad

    es un

    Yo

    E. Lcvinas,

    Noms propres,

    Montpellier,

    FataMOI-gana,

    1982, p. 101).

    22. E . Levinas, Totalit... ,Ol . cit., p. 30.

    23. T.W. Adorno, Minima morala trad.

    de

    J.

    Chamorro ,

    Madrid, Tau

    lUS, 1987, p. 155.

    24. E. Levinas,

    n

    dcouvrant l exislence avec Husserl el Heidegger, Paris,

    VrID, 1982, p. 166.

    25. E. Levinas,

    De l existeJ1.ce

    a

    l existal1t, Paris, Vrin, 1986, p. 162

    De

    la

    existencia al existeJ1te

    [trad. y eplogo

    de

    P. Peflalver], Madrid, Arena Libros,

    2000).

    26. E. Levin as,En dcouvrant .. ,op. cit., p. 225.

    27. E. Levinas,

    Difficile libert,

    Paris, Le Livre

    de

    Poche, 1984, p. 20.

    28. E. Levinas, Totalit .. , Ol . cit., p. 267.

    29. lbd., p. 49.

    30. E. Levinas,

    Autrement qu etre

    ou

    au-delil de l essence,

    Dordrecht, Mar

    tinus Nijhoff, 1986, p. 61 (De o/ro modo que ser, o mds all de

    la

    esencia [trad.

    e intr. de A. Pintor-Ramos], Salamanca, Sgueme, 1987).

    31. E. Levinas, Totalit .. ,

    Ol .

    cit.,

    p.

    222.

    32. E. Levinas, Autrement... , op. cit., p. 157.

    33. [Mi.,

    p. 68.

    34. Ibd., p. 189; cursiva

    nuestra.

    35. [bd., p. 195.

    36. E. Levinas, Totalit .. ,

    op.

    cit., p. 222.

    37. E . Levinas, Autrement... , op. cit., p. 150.

    38. Ni siquiera lo es para el propio Levinas,

    que

    piensa la necesidad del

    orden

    poltico y, por tanto,

    de

    la:

    igualdad

    y la justicia) y

    de introducir

    medi

    da ley; instit uciones) en la desmesura tica. Pues el

    rostro

    no es nico si as

    fuese, el imperativo

    que

    l encarna seria absoluto y la tica no

    podra

    dar

    paso

    a

    la

    politica),

    sino

    mltiple: la

    escena dual

    de la

    tica

    Mismo y Otro)

    se

    complica

    ante

    una alteridad plural aparicin del tercero). Nace as la justicia

    y

    su

    exigencia de igual

    ciudadana, pero

    ese nuevo orden no

    puede

    renegar

    de sus origenesen el absoluto tico.

    Toda

    filosofa prctica

    ha

    de afrontar la tensin entre tica y poltica, pues

    98

    ha de asumir al

    menos

    tres presupuestos: 1 finitud del sujeto

    humano, atra

    vesado por la necesidad; 2) no-indiferencia

    hacia

    el otro; 3)

    un orden

    institu

    cional justo. Compartiendo lo primero, Levinas y Rawls y as tradiciones

    que representan-

    difieren por el nfasis que

    ponen,

    respectivamente, en la

    segunda

    y tercera exigencias. Ambas son irrenunciables. Pero el peligro de

    despotismo

    e injusticia que

    acecha al orden

    ciudadano

    demanda que

    el im

    perativo tico

    -voz

    de la

    vctima-

    no

    sea acallado.

    Como

    el profeta bblico

    zahiere

    al monarca

    al

    que previamente

    ungi, el Bien

    pide

    cuentas a

    la

    Justi

    cia nacida de l.

    99

    http:///reader/full/l'existeJ1.cehttp:///reader/full/l'existeJ1.ce