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interesa muy poco en el personaje de don José María Rincón Gallardo, de tal manera que ni siquiera nos da la fecha de su muerte. Una nota de pie de página nos dice que “los datos biográficos de (...) se encuentran en el acta levantada por el licenciado etc... (p. 25). Nada más. Lástima. Otros archivos de Aguascalientes, Guadalajara, México hubieran dado más vida, más carne al libro. Y en Aguascalientes me consta que no falta el historiador, no faltan las gentes con memoria fa- miliar asombrosa que hubieran podido aclarar la conducta de don Chema. Para no mencionar a los Rincón Gallardo y a su archivo. Este libro está bien apoyado con mapa y buenas foto- grafías de Ernesto García Campos y Armando Luna Ga- llegos, fotografías que son más que ilustraciones y hubieran ameritado mejor comentario. La portada es engañosa, ya que nos presenta una hacienda en ruinas, ruinas recientes, ruinas del siglo XX que no corresponde a la realidad del libro. Hubiera convenido una fotografía como la que presenta su escrito sobre Ojocaliente, un patio en todo su esplendor, con cancel de 1896. Pero si nos ponemos en este plan, hasta el tí- tulo engaña de algún modo, o mejor dicho, el subtítulo que, en lugar de “reparto de las haciendas” (reparto significando ruina, según la foto), debería haber dicho: “situación econó- mica de Ciénega antes de su disolución” ya que más de la mi- tad del libro (85 p. de 150) corresponden a este tema. Estas últimas observaciones no le restan mérito a un li- bro que tiene muchos y que está escrito en forma clara y amena. Jean Meyer El Colegio de Michoacán MARIO A lonso A ldana R end ON, Rebelión Agraria de Ma- nuel Lozada: 1873. SEP/80, Fondo de Cultura Econó- mica, México, 1983. Hace más de diez años Jean Meyer, en su libro sobre los mo- vimientos campesinos en México durante el siglo XIX, Co- mentó que Manuel Lozada, líder agrario y militar de las co-

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Page 1: interesa muy poco en el personaje de don José María Rincón ......miento per se, en reseñar el ascenso y ocaso de Manuel Loza- da. Agregado al texto es un Apéndice compuesto de

interesa muy poco en el personaje de don José María Rincón Gallardo, de tal manera que ni siquiera nos da la fecha de su muerte. Una nota de pie de página nos dice que “los datos biográficos de (...) se encuentran en el acta levantada por el licenciado etc... (p. 25). Nada más. Lástima. Otros archivos de Aguascalientes, Guadalajara, México hubieran dado más vida, más carne al libro. Y en Aguascalientes me consta que no falta el historiador, no faltan las gentes con memoria fa­miliar asombrosa que hubieran podido aclarar la conducta de don Chema. Para no mencionar a los Rincón Gallardo y a su archivo.

Este libro está bien apoyado con mapa y buenas foto­grafías de Ernesto García Campos y Armando Luna Ga­llegos, fotografías que son más que ilustraciones y hubieran ameritado mejor comentario. La portada es engañosa, ya que nos presenta una hacienda en ruinas, ruinas recientes, ruinas del siglo XX que no corresponde a la realidad del libro. Hubiera convenido una fotografía como la que presenta su escrito sobre Ojocaliente, un patio en todo su esplendor, con cancel de 1896. Pero si nos ponemos en este plan, hasta el tí­tulo engaña de algún modo, o mejor dicho, el subtítulo que, en lugar de “reparto de las haciendas” (reparto significando ruina, según la foto), debería haber dicho: “situación econó­mica de Ciénega antes de su disolución” ya que más de la mi­tad del libro (85 p. de 150) corresponden a este tema.

Estas últimas observaciones no le restan mérito a un li­bro que tiene muchos y que está escrito en forma clara y amena.

Jean Meyer El Colegio de Michoacán

MARIO A l o n s o A l d a n a R e n d ON, Rebelión Agraria de Ma­nuel Lozada: 1873. SEP/80, Fondo de Cultura Econó­mica, México, 1983.

Hace más de diez años Jean Meyer, en su libro sobre los mo­vimientos campesinos en México durante el siglo XIX, Co­mentó que Manuel Lozada, líder agrario y militar de las co-

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munidades indígenas del antiguo 7.° Cantón de Jalisco (hoy Nayarit), merecía un libro para él solo.1 Ahora, gracias a los esfuerzos de Aldana Rendón, contamos con tal monografía. En Rebelión agraria de Manuel Lozada: 1873 el autor nos ha ofrecido una historia socio política del lozadismo que abarca, pese a lo que sugiere el título, el periodo de 1850, aproxima­damente, hasta fines de los setentas. La discusión se orga­niza alrededor de dos hilos conductores: la reconstrucción de la trayectoria de la carrera de Lozada como jefe campesino- indígena, y el análisis del movimiento rural que él encabeza­ba. Superando las limitaciones inherentes a un estudio me­ramente descriptivo, Aldana Rendón ha presentado un en­sayo interpretativo de estos fenómenos que pone énfasis es­pecial en examinar el conjunto de fuerzas politicoeconómi­cas, tanto a nivel regional como nacional, que dieron origen al movimiento lozadista.

Como nos relata Aldana, la imagen de Lozada y el ca­rácter del movimiento que aporta su nombre siempre han si­do enigmáticos y controversiales, particularmente para la historia oficial. De hecho, Lozada nunca ha ocupado un lu­gar dentro del panteón de héroes nacionales. La razón, se­gún Aldana, es que el lozadismo representó una moviliza­ción popular y masiva totalmente antagónica al sistema económico impulsado por los liberales, programa que ahora funciona como uno de los principales sostenes ideológicos que legitima el Estado contemporáneo. Consecuentemente, para la historia burguesa, tanto en sus versiones liberales como en las conservadoras, Lozada vino a representar el mal encamado. Para algunos, Lozada era un desgraciado oportunista y reaccionario, carente de escrúpulos, quien se vendió al mejor postor. Para otros, simbolizaba el supuesto “salvajismo” del hombre primitivo quien, libre de cualquier “moralidad civilizada”, amenazaba la existencia misma de la sociedad ordenada, humana. Se dice, por ejemplo, que Ma­nuel Payno calificó a su tocayo Lozada como un “forajido comunista”, mientras que el “ilustre” Ignacio Luis Vallaría opinó que los planes económicos de Lozada (restitución de tierras comunales) constituía “un incoherente y monstruoso ataque al orden social establecido”.2

La idea central de Rebelión agraria es de modificar y corregir este juicio burgués del “tigre de Alica". Aldana Ren-

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dón trasciende las simples caracterizaciones que o bien han reducido a Lozada a un personaje psicótico dominado por una “lujuria de sangre”, una sed insaciable de poder, o bien lo han pintado como un “traidor a la patria” manipulado por intereses extranjeros. En superar tales reduccionismos, Al- dana devuelve a Lozada su personalidad histórica y su im­portancia social. En Rebelión agraria Lozada emerge como un auténtico líder agrario quien, adaptándose y aprovechan­do la coyuntura de intereses regionales y nacionales, orga­nizó y dirigió la lucha de miles de campesinos indígenas marginados por la pérdida de sus tierras comunales a los hacendados.

Siguiendo lincamientos esbozados ya por otros investi­gadores, tales como Meyer y Leticia Reina, Aldana arguye que el lozadismo era sobre todo la respuesta regional al pro­ceso de acumulación capitalista que se llevó a cabo a expen­sas de las comunidades indígenas. Como bien se sabe, el ins­trumento jurídico que legalizó e impulsó la enajenación de las tierras comunales y su acaparamiento por una clase te­rrateniente no indígena fueron las Leyes de Reforma. Al dic­taminar la individualización y la repartición de las tierras, y así “liberarlas” a las fuerzas del mercado, las Leyes de Re­forma operaron como el detonador de la resistencia indíge­na, generando no sólo el lozadismo, sino decenas de otros movimientos en el país.

Aldana argumenta que aunque es cierto que otros fac­tores de índole comercial y política —la lucha por el control del puerto de San Blas, el conflicto entre federalistas y cen­tralistas, la injerencia de las casas comerciales inglesas— ejercieron alguna influencia sobre el desarrollo del movi­miento y afectó la configuración de alianzas hechas por Lo­zada en un momento determinado. El lozadismo era, a fin de cuentas, una rebelión agraria autóctona dirigida a la recu­peración de las tierras enajenadas de los pueblos. Era una rebelión generada por las contradicciones internas creadas por el crecimiento de la economía mercantil bajo condiciones de acumulación originaria. Por eso, ni Lozada ni su movi­miento pueden ser reducidos o explicados como simples crea­ciones de intervenciones extrañas que lograron'engañar a los campesinos indígenas y convertirlos en meros títeres sirviendo fines ajenos.

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Además, en contraste con tantos jacqueries campesi­nos que brotaron a lo largo de los siglos XVIII y XIX, el loza­dismo era un movimiento masivo y relativamente duradero, y durante el cuarto de siglo de su vida experimentó una evo­lución clara en sus metas, conciencia social y pensamiento político. Aldana presta mucha atención al análisis de estos cambios, demostrando cómo el lozadismo que se originó co­mo una especie de “bandolerismo social”, gradualmente se convirtió en un movimiento político y militar con planes so­ciales de mayor alcance: no sólo exigía la resolución de los problemas económicos regionales y la implementación de una política agraria popular, sino también llegó a cuestionar y criticar todo el aparato politicoeconómico burgués. En su programa agrario, Lozada ciertamente preconizaba el le­vantamiento zapatista que estalló una generación más tar­de, pero si la reconstrucción de Aldana es válida, Lozada, al momento de su derrota en 1873, ya había avanzado mucho más allá del reformismo y regionalismo tan típico del caudi­llo del Sur. Lozada aparece como un líder poseído de una con­ciencia revolucionaria, una conciencia de clase cuyos llama­mientos no se limitaban a los campesinos despojados, sino se extendían a todas “las clases menesterosas” de México. Para los especialistas en el estudio de movimientos campesi­nos, creo que esta es una de las sugerencias más interesantes que plantea Aldana.

En síntesis, Rebelión agraria representa una valiosa aportación a nuestro entendimiento de los eventos y proce­sos operantes en uno de los movimientos armados más im­portantes del siglo pasado.

El libro está organizado en cinco capítulos, los prime­ros dos —junto con la Introducción— dedicados a la elabo­ración del contorno político y económico dentro del cual emerge el lozadismo. Los últimos tres enfocan en el movi­miento per se, en reseñar el ascenso y ocaso de Manuel Loza- da. Agregado al texto es un Apéndice compuesto de tres do­cumentos primarios, los cuales apoyan el análisis del autor. (En otro lugar Aldana ha publicado un compendio de 17 do­cumentos relacionados con Lozada y que son de mucho inte­rés para el investigador. Ver Manuel Lozada y las comuni­dades indígenas, Centro de Estudios Históricos del Agraris- mo en México, 1983).

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En términos generales el estudio es empíricamente bien fundamentado, sin embargo, hay un pequeño problema de fuentes derivado del hecho de que la investigación se basaba enteramente en los documentos disponibles en los archivos públicos de Guadalajara. Aparentemente, no se consultaron los acervos de los archivos regionales o municipales y, como consecuencia, se han infiltrado al libro algunos errores. Aun­que estos no son de gran importancia, puesto que no alteran significativamente el análisis global, es conveniente men­cionar y aclararlos para mejor entender la evolución econó­mica del occidente y las características particulares que asu­mió el capitalismo temprano en Jalisco, en lo que resta de este comentario me limitaré a la discusión y corrección de es­tos errores, los cuales se encuentran en el primer capítulo de Rebelión agraria.

En este apartado, titulado “Relaciones de producción en el campo jalisciense hasta 1880”, el autor establece el es­cenario económico en el cual el movimiento lozadista se con­cibe y nace. Se arguye que el proceso de acumulación origina­ria y el desarrollo de las fuerzas productivas en el agro jalis­ciense procedían de una manera y a un ritmo muy disparejo, y que fue este desarrollo desigual el que explica, en gran par­te, el momento histórico y el lugar geográfico donde el movi­miento lozadista se formó. El argumento específico es que fueron las comunidades rurales más alejadas de Guadala­jara —los pueblos de las sierras de Nayarit y del norte de Ja­lisco que todavía preservaron sus tierras comunales— las que sintieron más el impacto de las Leyes de Desamortiza­ción. Debido al poco avance de las fuerzas productivas en la zona, estos pueblos mantenían cierta integridad basada en el régimen comunal, y formaron el núcleo de apoyo para Lo­zada y el movimiento armado.

En cambio, las comunidades indígenas en el centro del estado, donde la intromisión de la economía mercantil fue mucho más profundo, los hacendados ya habían perdido la mayor parte de sus tierras. Aquí pues, la estructura comunal fue gravemente minada y las Leyes Liberales sólo sirvieron para reforzar y consolidar un proceso bastante avanzado. Como resultado, la gente del centro tendía a quedar al mar­gen del lozadismo.

Para manifestar esa diversidad Aldana presenta datos

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económicos y demográficos de cuatro zonas del estado. Dos se ubican en el cantón céntrico de Guadalajara —donde el proceso de acumulación estaba más desarrollado— y los otros dos en el ex-8.° Cantón de Colotlán, en el extremo norte de la entidad. Lejos de mercados urbanos y geográficamente aislado del resto del estado, Colotlán, según Aldana, aún no había experimentado una reorganización general en las fuerzas y relaciones de producción. Aldana afirma que como resultado de su débil integración en el sistema mercantil, Colotlán quedó poco afectado por el proceso de acumulación y que “no existía una tendencia clara hacia la acumulación de tierras y predominaba la pequeña propiedad”. Supuesta­mente, la distribución de la tierra en la zona —se refiere ex­plícitamente al municipio de Totatiche—era tan democrática que “la máxima extensión de propiedad apenas llegaba a veinte hectáreas,\ (33-34)

Aldana tiene toda la razón al enfatizar las fuertes dife­rencias que distinguen la zona norte de Jalisco y el área alre­dedor de Guadalajara, diferencias que siguen existiendo hoy día. Sin embargo, no creo que el cuadro que nos pinta de una sociedad poco diferenciada en cuanto al acceso a la tierra y casi totalmente libre de influencias y nexos externos sea muy exacto. A mi parecer, el problema surge del hecho de que Aldana basa su reconstrucción en una serie de datos recopi­lados por las autoridades municipales de la región y envia­dos al Ministerio de Hacienda y Crédito Público en 1877. Estos documentos, empero, contienen fuertes limitaciones. Por un lado, son poco detallados y presentan un mínimo de datos cuantificados. La información respecto a la tenencia de la tierra, por ejemplo, no está acompañada por ningún censo castatral o lista de propietarios. Por otro lado, la ve­racidad misma de los reportes es bastante sospechosa, espe­cialmente en lo que se refiere al régimen de propiedad. Los informes fueron compilados por oficiales del ayuntamiento de Totatiche, miembros de la élite local cuyo poder económi­co y político se fundaba en el control oligopólico de la tierra. Puesto que, como el mismo Aldana nos dice (en el capítulo II), una de las metas declaradas de las Leyes de Reforma en materia agraria era de fomentar el desarrollo de una clase de agricultores independientes con predios medianos, es dudo­so que la oligarquía terrateniente revelara al gobierno cen­

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tral la verdadera distribución de tierra. Al contrario, más le convenía ocultar el tamaño de sus propiedades y hacer creer al gobierno que en Totatiche las cosas andaban conforme a la filosofía económica del Plan liberal: la tierra repartida entre cientos de productores, cada quien con su parcelita y su vaquita.

Pero Totatiche no fue tan ajeno al proceso de acumula­ción como sugieren estas fuentes o como ha afirmado Alda­na. En el transcurso de trabajos etnográficos que se llevaron a cabo en la zona norte de Jalisco,3 se han encontrado varios tipos de documentos (testamentos, inventarios y “facturas” de compraventa de tierras) los cuales muestran que la estruc­tura de la tenencia de la tierra era mucho más compleja y je­rarquizada que la que nos indican las palabras de los oficia­les de Totatiche.

En primer lugar, no toda la tierra en Totatiche caía bajo el régimen de propiedad privada. Existían varias comunida­des indígenas dentro del municipio, la más grande y viable era la de San Lorenzo de Azqueltan. Azqueltan era (es) una comunidad de indios tepecanos la cual fecibía, en el año 1777, una merced real delimitando las tierras que pertene­cían al pueblo como bienes comunales. Aunque hay contro­versia respecto a la cantidad precisa de terreno incluido en la merced, es claro que los tepecanos poseían derechos in­contestables sobre unas 20 000 hectáreas y probablemente mucho más. Las tierras cedidas a Azqueltan se localizaban en el costado occidental del municipio, dentro del magnífico cañón del río Bolaños, al pie oriental de la Sierra Madre Oc­cidental. Afuera del cañón, yendo por el este, en las tierras ondulantes que se extienden hacia la cabecera de Totatiche y más allá, predominaba la propiedad privada. Estas propie­dades tenían su origen jurídico en varias mercedes expedi­das por la Audiencia de Guadalajara en el siglo XVI, y, en su forma original, abarcaban extensiones considerables: diez a doce mil hectáreas. Pero ya por el siglo XIX, especialmente en la segunda mitad, la subdivisión continúa; por las vías de herencia y venta se habían fragmentado las mercedes ori­ginales en centenares de propiedades individuales. Es la es­tructura de tenencia de estas tierras, pues, lo que da la ima­gen de que en Totatiche predominaba la pequeña propiedad.

Pero reconocer la existencia de centenares de propie­

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dades independientes en un municipio que abarcaba unos 1 600 km.2 no es lo mismo que decir que todas fueron “peque­ñas” o que ninguna rebasaba las veinte hectáreas. Es indis­cutible, basado en los documentos mencionados arriba, que muchas propiedades, a pesar de la aparente fragmentación de la tierra, incluían cientos y, en algunos casos, hasta miles de hectáreas. Y lo que es más importante para nuestro co­mentario, es precisamente en la segunda mitad del siglo XIX, en el mismo momento en que los portavoces de la oligarquía totatichense proclamaban que ninguna propiedad superaba las veinte hectáreas, que los miembros de este grupo recons­truían pequeñas y medianas haciendas maiceróganaderas. Como en todo México, estas haciendas se formaron a expen­sas de las comunidades indígenas.

En Totatiche la comunidad indígena más afectada por la invasión de los ganaderos era la de Azqueltan. Encontran­do las tierras alrededor de la cabecera cada vez más reduci­das e inadecuadas para el pastoreo de sus animales, los gran­des terratenientes de Totatiche se desplazaron hacia la ba­rranca del Bolaños, hasta ese momento poco explotada por la ganadería. En un periodo relativamente breve, los gana­deros establecieron control sobre la mayor parte de la comu­nidad indígena y crearon unidades de producción compues­tas de diversos “ranchos” localizados en distintas zonas eco­lógicas. Las “haciendas” de Totatiche, pues no estaban for­madas de bloques sólidos de terreno, sino de parcelas y pro­piedades —“ranchos”— territorialmente separadas. Este patrón no sólo contribuía más a la imagen del municipio co­mo uno dominado por una multitud de ranchos pequeños o medianos, sino también hacía más eficientes y productivas las actividades agroganaderas de los terratenientes.

Finalmente, podemos señalar que aun cuando el desba­ratamiento de la comunidad indígena de Azqueltan se acele­ró después de la promulgación de las Leyes de Desamortiza­ción de 1856, el proceso ya se había iniciado una generación antes, o sea, inmediatamente después de la Independencia. En el mismo año de su creación la Legislatura jalisciense dic­tó leyes permitiendo la división de las tierras comunales en parcelas individuales. En Totatiche la oligarquía no tardó en aprovechar esta oportunidad, y un año después, mandó a Azqueltan una comisión para dividir las tierras del pueblo

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entre sus pobladores. Al proveer a cada comunero con “títu­los” personales, y al mismo tiempo, revocar las prohibicio­nes coloniales contra la venta o alienación de las tierras, el nuevo régimen jurídico abrió la propiedad de la comunidad a la economía mercantil y dio un golpe fatal a la integridad del pueblo indígena.

Por los 1870s la enajenación de las tierras de Azqueltan llegó a tal grado que más de 20 000 hectáreas habían sido trasferidas a los ganaderos, quienes, queremos enfatizar, no pasaban de media docena de familias.

En resumen, el municipio de Totatiche (y por extensión mucha de la zona norte de Jalisco) era (y continúa siendo) una región caracterizada por un sinnúmero de propiedades privadas de pequeño y mediano tamaño. Pero junto a estos ranchos existían (y existen) los terratenientes-ganaderos —los “ricos”— quienes han controlado la economía política del área desde la Colonia. Por lo consecuente, la breve re­construcción ofrecida por Aldana Rendón de una sociedad relativamente igualitaria y poco diferenciada en cuanto a la distribución de los medios de producción no es sostenible.

El segundo punto que deseamos mencionar se relaciona con el carácter del sistema productivo en Totatiche y sus vínculos con otras regiones. Como vimos arriba, Aldana hace hincapié a las diferencias económicas que separan el norte y el centro del estado, argumentando que en el primero el aparato productivo fue poco afectado por relaciones de tipo mercantil y que, por lo tanto, se preservaba una economía de tipo “natural”. Dice: “la producción agrícola (en Totatiche) no tenía excedentes y toda se consumía entre los vecinos de la municipalidad”. (34) El problema con esta descripción no es que está equivocada sino incompleta. Si consideramos sólo la producción agrícola, es cierto que poco o nada de los granos, vegetales o frutales cultivados localmente salieron del municipio. Empero, con base en la discusión ya ofrecida, debe ser aparente que la siembra no es la única actividad a través de la cual se explota la tierra en la zona norte. La siem­bra provee a los campesinos con la mayor parte de su subsis­tencia, pero es la ganadería la que funciona como la activi­dad rectora en la economía local. Es la ganadería la cual vin­cula (y vinculaba) el municipio con mercados externos, la cual integra el municipio en un sistema comercial que sobre­

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pasa los límites locales, y la cual proporcionaba (antes del desarrollo de trabajo migratorio después de la segunda Gue­rra Mundial) el mayor ingreso monetario al municipio. Y es la ganadería la que ha servido como la base material, el re­curso clave para el ejercicio de poder sociopolítico de parte de la oligarquía municipal.

En suma, la crianza y venta de ganado bovino es la em­presa alrededor de la cual gira mucha de la vida económica y política de los municipios de la zona norte de Jalisco, y sin apreciar las funciones de la ganadería es difícil entender o

.explicar las estructuras de producción y poder de los pueblos de la región. En su relato de Totatiche (y Bolaños) Aldana no hace ninguna mención de la ganadería y, por esto, yo creo, tiende a sobreenfatizar el aislamiento estructural de la zona.

En alguna forma u otra el territorio del norte ha sido in­corporado dentro de instituciones y estructuras macroregio- nales desde la llegada de los españoles. Claro que estas co­nexiones no han sido tan fuertes y no han tomado las mis­mas formas que se daban en las zonas céntricas del estado y del país. De hecho, la zona norte opera como una “periferia” del centro y cumple una función específica para el manteni­miento de este último: la producción de carne barata para consumidores urbanos. Puesto que la ganadería en la zona era de tipo extensivo, no se requerían grandes inversiones en producción. Así, Totatiche podía contribuir a la satisfac­ción de demandas generadas por el “centro” sin que esto implicara un derrame económico hacia el campo. Totatiche, entonces, a pesar de su marginalidad, ha jugado su pequeño papel en el proceso de acumulación capitalista.

El último comentario que deseamos hacer concierne a los datos demográficos presentados en Rebelión agraria para Totatiche.

En la segunda mitad del siglo XIX y (hasta su subdivi­sión en dos con la creación del municipio de Villa Guerrero en 1921) Totatiche abarcaba un área de 1 600 km.2, aproxi­madamente. Aldana pone la población del municipio (¿en el año 1877?) en unos 1 800 habitantes (p. 33). Esta cifra, em­pero, no concuerda con otros datos disponibles para la época. Información proveniente de 1885, por ejemplo, sugiere que la población era mucho mayor, alrededor de 7 500.4 Aun cuando la confíabilidad de esta cifra deja mucho qué desear,

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sí acerca más, .en mi opinión, el verdadero tamaño de la po­blación municipal que el número citado en. Rebelión agraria. En el año 1820 la población de Totatiche se estimaba en 4 865,5 y dado que se considera que la población de toda la región del norte de Jalisco y del suroeste de Zacatecas aumentó a lo lar­go del siglo XIX,6 la cifra de 7 500 habitantes para los prime­ros años del Porfíriato parece más aceptable que la de 1800. Es muy posible que la gran diferencia entre las dos estima­ciones se debe al hecho de que la de Aldana se refiere exclu­sivamente a la población “urbana” del pueblo de Totatiche, mientras que la cifra de 7 500 incluye toda la población mu­nicipal.

En conclusión, quiero enfatizar que el libro de Aldana Rendón es una contribución sólida a la literatura sobre los movimientos sociales en México. He ofrecido estas observa­ciones respecto a Totatiche para aclarar unos errores empíri­cos que más que nada son el producto de la escasez de datos publicados y la poca investigación que se ha hecho en la re­gión. Además, hay que darse cuenta de que la discusión de Totatiche en Rebelión agraria ocupa sólo dos páginas de un texto que llega a las 220 páginas; obviamente, el examen de la situación socioeconómica de Totatiche queda muy en el fondo del análisis de Aldana. Pero es precisamente por esta falta de conocimiento de la zona que he creído conveniente aportar estos comentarios. De hecho, creo que las observa­ciones presentadas aquí, especialmente aquellas relaciona­das con la tenencia de la tierra y la invasión ganadera de Az­queltan, tienden a reforzar uno de los argumentos centrales de Aldana: que el programa liberal tuvo un impacto desas­troso sobre las comunidades indígenas del norte de Jalisco y Nayarit.

NOTAS

1. Jean Meyer, Problemas campesinos y revuelta& agrarias (1821-1910j, SEPSETENTAS 80, México, 1973, p. 16.

2. Citada en Miguel Mejía Fernández, Política agraria en México en el si­glo XIX, Siglo XXI, México, 1979, p. 102.

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3. Estos trabajos se llevaron a cabo en varios periodos entre 1971 y 1976. Un análisis extensivo de la evolución de la tenencia de la tierra en un municipio de la región se encuentra en: Robert Shadow, Land, Labor\ and cattle: the agrarian economy of a west Mexican municipio, Diser­tación doctoral, State University of New York en Stony Brook, 1978.

4. Memoria presentada a la X V Legislatura del estado de Jalisco por el C. Gobernador Francisco Tolentino (1883-1886).

5. Victoriano Roa, Estadística del Estado libre de Jalisco (1821-1822), Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 1981, p. 150.

6. Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, Ensayos sobre historia de la po­blación: México y el Caribe, Siglo XXI, México, Vol. Ill: p. 365.

Robert Shadow El Colegio de México

J. F r a n c isc o P a o l i y E n r iq u e M o n t a l v o , El socialismo olvidado de Yucatán. Siglo XXI, México, 1977.

En este libro Francisco J. Paoli y Enrique Montalvo hacen un rescate de las manifestaciones de la Revolución Mexica­na en el sureste del país, específicamente en Yucatán. Para lograr lo anterior utilizan el surgimiento y desarrollo del Par­tido socialista del Sureste y toda la dinámica social que al­rededor de éste se genera, siendo el punto culminante el go­bierno de Felipe Carrillo Fuerto, que va de febrero de 1922 a enero de 1924.

Los elementos críticos que salen a flote con el estallido de la Revolución Mexicana en el país se manifiestan tam­bién en el sureste del mismo; es el caso del problema agrario que tiene sus propias dimensiones en el campo yucateco. Aquí, durante varias centurias y hasta 1915 las condiciones de los mayas del campo eran de esclavitud, pero con la llega­da a la península del Gral. Salvador Alvarado en este año, la estructura social sobre todo en el campo empieza a cam­biar con las medidas sociales, económicas y políticas imple- mentadas por éste. Felipe Carrillo Puerto afirma en su ar-