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J. A. Santana, inicia los estudios en el Colegio Inmaculada, jesuitas, de

Alicante y posteriormente se gradúa, con sobresaliente, en Derecho y Ciencias Jurídicas por ICADE.

Emprende su carrera profesional en el mundo de la publicidad en Publiespaña (Tele 5). Posteriormente salta a la industria juguetera, desarrollando altos cargos directivos en empresas como Famosa, Playmobil, Mega Bloks, Zapf-Creation y lanzando numerosos juguetes con Licencias de los Gigantes como Disney, Nikelodeon, Warner, Marvel… Ha trabajado en la empresa J. García Carrión (Don Simón) y se ha decidido a afrontar la que siempre ha sido su gran pasión: la literatura.

El Lecho de los sueños es la primera novela de lo que se anticipa a ser el primer libro de una exitosa saga.

J. A. Santana está casado y es padre de dos hijos, vive en El Campello (Alicante) y sigue combinando la literatura con su empresa juguetera.

Título: El Lecho de los Sue-ños

Autor: J. A. Santana

Edición en: Castellano

PVP.: 21,00 €

ISBN: 978-84-16772-04-9

Interior: B/N

Formato: 17x24 cm.

Número de páginas: 496

Encuadernación: Rústica con solapas

La aparición del lecho de los sueños transformó la vida del Continente Meri-diano. El poder de conseguir todo lo que se soñase en él dio origen a numero-sas criaturas y a algunos individuos con dones mágicos. Las consecuencias de esos sueños, incontrolados, serán impredecibles y arrastrarán a un conflicto, entre dos reinos, donde el amor y la ambición serán los causantes de la mayor batalla jamás narrada.

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La convocatoria del cónclave

Krisbja había dispuesto una mesa elíptica de grandes dimensiones en el salón de las ceremonias y me consultó sobre su longitud como querien-do confirmar que sería suficiente para albergar a todos los individuos

relevantes para el debate que nos proponíamos convocar. Confirmé con un gesto afirmativo de cabeza y me dirigí al despacho de embajadores con el fin de no distraerme en otra cuestión y concentrar mis pensamientos en el objetivo principal.

Había descansado toda la noche sobre el costado izquierdo y aún sen-tía un pequeño rumor interno que parecía querer buscar la compensación del otro costado. Pensé para mí que mi cuerpo había buscado de forma intencionada un descanso desequilibrado para ayudar a que también mi mente se concentrase en recuperar el balance y colocar a mi cerebro en la situación idónea para abordar la cuestión a la que me proponía devolver la estabilidad.

Me acomodé en la mesa y, tomando una de las plumas, me dispuse a hume-decerla en tinta y comenzar a redactar de forma sucinta las diversas ideas que había venido rumiando durante algún tiempo.

Lo primero sería identificar a los individuos capaces de aportar algún valor al debate. A continuación, sugerir algunas líneas de actuación y, finalmente, disponer planes de acción, bien individuales, bien por grupos o con la partici-pación de todos si llegara el caso.

La etapa más difícil era, sin duda, la identificación de los individuos a con-vocar. A nadie se le escapaba que llamar a participar en una convocatoria como aquella, de forma que pudiese ser considerada arbitraria o caprichosa, desper-taría las iras de aquellos que se considerasen con mejores o mayores méritos, y, lejos de solucionar nada, solo contribuiría a la desunión y al desequilibrio aún mayor del que ya existía. Por ello, lo primero y más importante era definir unos criterios de convocatoria claros y justificados.

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Necesitaba, de una parte, encontrar a aquellos líderes de opinión que atra-jesen sobre sí el respeto de la comunidad y que a su vez pudiesen conducir las decisiones menos populares con la firmeza y la garantía de que el sacrificio exigido se elevaba por encima de cualquier pretensión individual.

Un primer criterio que se me antojó justo fue convocar a representantes de los colectivos nacidos de los sueños de Elmig. Sin duda, todos aquellos cuyo origen había sido el Lecho de los Sueños aportarían opiniones interesantes y equilibradas sobre cómo afrontar el problema. A mi mente vino inmediatamen-te el nombre de Timbo Caldor, con quien me había cruzado recientemente en el camino. La comunidad de drobis se sentiría bien representada y seguirían sus recomendaciones.

Rápidamente pensé en Kolgo Flumin, primer logbardo nacido de un sueño de Elmig. Los logbardos aparecieron súbitamente en Roysburg y eran una suer-te de atlantes de dimensiones gigantescas, cuyo cometido consistía en cruzar el río transportando enormes troncos a sus espaldas y acercarlos a la ciudad. Los citados troncos servían como base de construcción de las viviendas, pero también como leña para los hogares. Nadie nunca supo a ciencia cierta el nú-mero exacto de logbardos que había en el reino, aunque, ciertamente, no eran un colectivo muy numeroso. Su escaso número contrastaba con su notoriedad, no solo justificada por su enorme tamaño, que los hacía visibles casi desde cualquier punto del reino, sino por la enorme simpatía que despertaban estos colosos de carácter afable, laboriosidad infatigable e inestimable contribución al bienestar de la comunidad.

Kolgo Flumin se había significado, además de por las características comu-nes a todos los logbardos, por una facilidad increíble para hacer felices a los niños, quienes lo esperaban a la entrada de la ciudad, aguardando con ansiedad a que descargase los troncos y se dejase caer al suelo. Desde ese momento, los niños trepaban por su cuerpo descomunal y utilizaban sus extremidades para deslizarse, convirtiendo a aquel coloso en un mullido parque de atracciones. Kolgo reía satisfecho mientras los niños abusaban de su condescendencia. Su bondad infinita tenía una motivación inconfesable: el ir y venir de los niños provocaba un masaje que sus fatigados músculos agradecían, pero sobre todo eran las cosquillas lo que motivaba que no faltase a su cita con los más pe-queños. Aquellas pequeñas manos y pies que trepaban por todas partes esti-mulaban la risa del gigante y le proporcionaban una buena razón para tolerar aquellos juegos.

Sí, sin duda Kolgo Flumin merecería también el apoyo de su comunidad y la de todos los habitantes de Roysburg.

Menos simpatías quizás mereciese Mestralio Pols. Su origen fue un descui-do en la cámara del Lecho de los Sueños. Mestralio se introdujo en la cámara

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cuando contaba con doce años. Sus padres lo habían llevado a la corte para solicitar una audiencia con Elmig. El motivo fue que Mestralio era el único niño de Roysburg que arrastraba problemas con el resto de sus compañeros. Su apetito desmedido y descontrolado lo había llevado a un sobrepeso que provocaba las burlas, no siempre inocentes, del resto de los niños. Sus padres no habían dudado en acudir a Elmig para pedirle un sueño que lo liberase de aquel acoso, pero no hizo falta que Elmig interviniese, pues Mestralio se tomó la justicia por su cuenta. Aprovechando un descuido de la guardia mientras se limpiaba la cámara, se coló en ella, se dejó caer y soñó que su presencia se hiciese notar, y no solo no mereciese burlas, sino que inspirase temor y respe-to. Cuando la guardia lo descubrió durmiendo en el lecho y lo despertó, ya se había cumplido su sueño. Cada uno de sus pasos hacía temblar el terreno, y un fuerte viento tumbaba los objetos vecinos, lo cual lo hizo ciertamente diferente desde ese momento y nunca más fue acreedor de ninguna burla, sino todo lo contrario. Convocar a Mestralio no iba a ser una decisión popular, pero todo el reino había reconocido su inocencia y, con el paso del tiempo, se había utili-zado su peculiaridad en beneficio de la comunidad. No había nadie mejor que Mestralio para organizar batidas de caza. Un par de pasos de Mestralio en el interior del bosque hacía salir de su clandestinidad a los venados, volar a las aves y hacer disfrutar a los cazadores, que solo necesitaban esperar el paso de los asustados animales para abatirlos.

Mestralio sería, por tanto, el tercer convocado al cónclave.

Algunas dudas más se me planteaban sobre la posibilidad de convocar a algunos representantes de algunas nuevas especies. Desde luego, no cabía con-vocar a ningún garzul, pues ello era totalmente incompatible con la presencia de los drobis y, por mucho que tuviesen su origen en los sueños de Elmig, difí-cilmente iban a aportar sino pánico entre nuestros pequeños amigos. Tampoco parecía que fuese a ser posible convocar a ningún cordosíndoro. Se trataba de árboles de grandes dimensiones, pero con brazos similares a los humanos y unas aberturas en su tronco por las que se alimentaban como cualquier otro omnívoro. Sus raíces los mantenían anclados al terreno y ello hacía imposible su convocatoria al salón del reino. Pensé por un momento en la posibilidad de convocar un cónclave a su sombra, pero eso hubiese provocado demasiada publicidad a una reunión que se debía mantener dentro de la mayor discreción posible, a fin de evitar que un injustificado estado de alarma se instalase de forma anticipada en una población donde la paz había sido, hasta hoy, la tónica general.

Los cordosíndoros nacieron de un sueño de Elmig donde concibió que los árboles se humanizasen tras cien años de existencia. Parecía un premio justo para ellos, así como una oportunidad para la comunidad, pues darles a aquellos árboles la posibilidad de comunicar sus experiencias y expresarse con palabras

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Inicia los estudios en el Colegio Inmaculada, jesuitas, de Alicante y posteriormente se gradúa, con sobresaliente, en Derecho y Ciencias Jurídicas por ICADE.

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J. A. Santana, Alicante 1966