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Revista de la Arquidiócesis de Medellín

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CONTENIDO

CAMPOS PRIORITARIOS EN LOS QUE SE DEBE REALIZAR LA RENOVACIÓN DE LAS PARROQUIASPor: + Ricardo Tobón Restrepo

HOMILÍA EN LA MISA CRISMALPor: + Ricardo Tobón Restrepo

LA NOTICIA DEL DOMINGOPor: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

HOMILÍA EN LA ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS 100 AÑOS DE EL COLOMBIANOPor: + Ricardo Tobón Restrepo

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Por: Diego Alberto Uribe Castrillón, Pbro.PASCUA Y EUCARISTÍA.22

Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez Pbro.

Por: Orlando Arroyave Valencia, Pbro.

EVANGELIZAR EL UNIVERSO DE LA POLÍTICA24

EL QUE HACER DESDE LA PEDAGOGÍA PASTORAL DEL SACERDOTE DE LA ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLÍN27LA POSTMODERNIDAD40

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10SACERDOTES MISIONEROS: EL HOY DEL CONCILIOPor: Juan David Torres Martínez, Pbro.

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SER DIÁCONOPor: Diego León González Giraldo, Diácono18

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

CAMPOS PRIORITARIOS EN LOS QUE SE DEBE REALIZAR LA RENOVACIÓN DE LAS PARROQUIAS

El anuncio del Evangelio es la primera y más apre-miante tarea que nos incumbe en la Iglesia (cf Mt

28,19); para realizarla, en un mundo con profundos cambios, necesitamos que las parroquias, espacio en el que la Iglesia particular se hace concreta, como hemos venido analizando, se renueven profundamente. En medio de un creciente pluralismo cultural y religioso, las parroquias no pueden estar tranquilas si no evangelizan de un modo real, si no son el lugar donde la gente puede crecer y llegar a ser discípulos de Jesús, si no resultan interesantes también para quienes no son sus feligreses habituales, si no están abiertas a escuchar y a acoger los temores y esperanzas de la gente, si no saben ofre-cer un claro testimonio y un anuncio creíble de la verdad que es Cristo. En las parroquias no debe haber sino un solo horizonte y un solo compromiso: que todos conozcan a Cristo, lo sigan con alegría y expe-rimenten su amor en la fraternidad de los cris-tianos. De esto depende, en el futuro, no sólo el rostro del cristianismo sino también el bienestar de la sociedad. Una pastoral de conservación ya no basta. Es necesario un compromiso misionero que anuncie nuevamente el Evangelio, que mues-tre a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que hoy es bueno y posible vivir la existencia hu-mana al estilo de Jesús, y que contribuya a reno-var la sociedad. Se trata, en último término, de ayudar a todos a mantener, como Cristo, una re-lación filial con Dios, que trasforme desde la raíz la vida humana en todos sus aspectos, llegando a una experiencia de santidad. En este sentido, hay unos campos muy concretos, que es preciso atender con urgencia.

En las parroquias no debe haber sino un solo horizonte y un solo compromiso: que todos conozcan a Cristo, lo sigan con alegría y experimenten su amor en la fraternidad de los cristianos.

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1. El primer anuncio del Evangelio. Hoy no podemos dar por supuesto que la gente y aun los mismos católi-cos sepan quién es Cristo, conozcan exactamente en qué consiste la vida cristiana, tengan alguna experiencia de Iglesia. La descristianización y el secularismo han lle-vado a que la formación religiosa de muchos esté hecha de fragmentos inconexos, de ideas incompletas, de sen-timientos vinculados a personas o situaciones; esto no les permite tener una síntesis para su vida y ni siquiera captar completamente el contenido de la predicación y la catequesis. Por tanto, es necesario comenzar siem-pre desde el primer anuncio de la fe, para desde allí con-figurar todas las acciones pastorales. El primer anuncio comienza con la acogida. Todos deben encontrar en la parroquia y en las perso-nas que la atienden una cordial y gratuita acogida en los momentos dolorosos o alegres de la vida. Esta relación benévola y amable abrirá el camino, con los modos y tiempos adecuados, para una presentación explícita de Cristo y una invitación a participar activamente en la vida de la Iglesia. Para la transmisión de la fe es esencial la comunicación de persona a persona; cosa que resulta imposible realizar sin una amplia participación de los lai-cos a los cuales es necesario prepararlos para que pue-dan ayudar a que otros escuchen, en la fe de la Iglesia, la Palabra de Dios. El primer anuncio del Evangelio exige verdade-ro espíritu misionero que lleve a los evangelizadores de las parroquias a desgastarse con celo apostólico e inclu-so a ir más allá de sus fronteras; igualmente, pide que se fortaleza la unidad de criterios y de métodos pastorales al interior de la comunidad diocesana, no solo para ser más eficientes sino para ser un signo creíble; y finalmen-te, dentro del pluralismo religioso de hoy, hay que unir la firmeza sobre la verdad evangélica con el respeto a otras religiones, vigilando también para que el proselitis-mo de las sectas y de grupos cismáticos no obstaculicen el anuncio del Evangelio, especialmente entre quienes están más débiles en su fe. Por tanto, como Jesús, te-nemos que continuar anunciando que el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, que es la hora de convertirnos y creer en el Evangelio (cf Mc 1,14-15).

2. La iniciación cristiana. Las parroquias son el lugar ordinario en el que la Iglesia ofrece itinerarios de inicia-ción a quienes quieren vivir, desde Cristo, en Dios. La Iglesia, que es madre y misionera, mediante la iniciación cristiana engendra a sus hijos, acompaña a las nuevas generaciones y responde a quien pide el don de la fe.

Hasta ahora los sacramentos del Bautismo, la Euca-ristía y la Confirmación se han recibido en el contexto de familias cristianas y se han “preparado” con algunas catequesis. Hoy ya existen familias que no piden el Bau-tismo para sus hijos; jóvenes bautizados que no reciben los otros sacramentos de la iniciación o que sólo en po-cas ocasiones participan en la Misa dominical; muchos, después de haber recibido la Confirmación, desapare-cen de la vida eclesial. Ante esta realidad, que tiene variantes según las parroquias, y ante la inexistencia o escasez de propuestas serias y bien articuladas para llevar a la vida nueva en Cris-to a niños, jóvenes y adultos, algunos hablan de una crisis en la iniciación cristiana. Se impone una renovación si que-remos que las parroquias logren ofrecer a todos la posibi-lidad de asumir la fe, de crecer en ella y de testimoniarla a través de su vida. Hasta ahora, con diversas metodologías, se ha tratado de “preparar para los sacramentos”; esto, no se puede negar, ha hecho mucho bien, pero es preciso ir más lejos. Debemos, más bien, hacer la iniciación a través de los sacramentos. No se trata tanto de “recibir bien” tres sacramentos sin relación, sino de vivir un único acto de gracia que parte del Bautismo, se fortalece en la Confirma-ción y se consuma plenamente en la Eucaristía. Este camino debe hacerse por etapas que permitan conocer, celebrar y vivir la fe, dando en ellas amplio espacio a la escucha de la Palabra, a la partici-pación en la Eucaristía y al servicio a los pobres y nece-sitados. De otra parte, la iniciación cristiana de los niños compromete la responsabilidad originaria de las familias en la transmisión de la fe. Corresponde a las parroquias ofrecer a los padres de familia los elementos esenciales que les permitan cumplir esta tarea; es incluso la oca-sión para que también ellos vivan un proceso de forma-ción en la fe. Igualmente, es preciso hacer un cuidadoso acompañamiento a los jóvenes o adultos que quieren conocer y vivir la fe cristiana o completar los sacramen-tos de la iniciación.

3. El día del Señor. La iniciación cristiana no se concluye en la Eucaristía, sino que gracias a ella se renueva cada semana en el día del Señor. Cristo congrega a sus discí-pulos, cada domingo en cada parroquia, para que “hagan su memoria”. Así la Eucaristía es culmen de la iniciación cristiana, alimento de la vida eclesial, fuente de la comu-nión con Dios y con los hermanos, vigor para la tarea de la evangelización. La Eucaristía es Cristo muerto y resu-citado presente en medio de su comunidad, dirigiendo y animando con su Espíritu el proceso de vida que ella lleva.

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Un cristiano no puede vivir sin el encuentro que tiene con el Resucitado cada domingo en la Misa. La vida de la parro-quia tiene su centro en el día del Señor y la Eucaristía es el corazón del domingo. La liturgia dominical bien vivida logra la unidad entre las diversas experiencias que caracterizan la parroquia, es capaz de hablar al corazón de la gente, más allá de las palabras, llevando a un encuentro con Dios. En torno a la palabra y al pan partido, logramos orientar el camino, nutrir la vida, protegernos de la dispersión, acre-centar el ardor apostólico, mantener la esperanza. Hoy cuando ciertas corrientes culturales, el fe-nómeno de la movilidad y la organización del trabajo, amenazan la celebración cristiana del domingo, es ne-cesario presentarlo en toda su riqueza: día del Señor, que nos permite la experiencia de su resurrección; día de la Iglesia, que crea la comunidad y la lanza a la mi-sión; día del hombre, que revela el sentido del tiempo y abre al futuro; día de la creación, que anticipa el do-mingo sin ocaso de la eternidad. Las parroquias deben, por tanto, promover el sentido religioso, pero también antropológico, cultural y social del domingo; en segundo lugar, cuidar de modo especial la celebraciones euca-rísticas del domingo; finalmente, defender el domingo como día de verdadera fiesta, de profunda fraternidad y de compromiso con la evangelización. Cuidemos el domingo y el domingo cuidará nuestras parroquias.

4. La maduración en la fe. Las parroquias no sólo de-ben engendrar nuevos hijos, sino ayudar a los engen-drados a mantener vivo el entusiasmo de seguir a Cristo en medio de los desafíos que presenta el mundo. Sin embargo, vemos que la catequesis está dedicada prác-ticamente a los niños y jóvenes, cuando debería tener como primer objetivo a los adultos. Es preciso empren-der esta “revolución copernicana” de la pastoral, pues poco se hace catequizando a los niños y olvidando a los adultos, que constituyen y determinan el tejido de la sociedad. De otra parte, se aprecia la fe pero vincu-lándola sólo a la necesidad religiosa, como una ayuda para resolver dificultades; resulta difícil introducir a la fe como apertura a lo trascendente y a opciones estables en el seguimiento de Cristo, superando lo inmediato. Urge pasar de la petición de curación y de ayuda en las necesidades a querer vivir la propia vocación, responder por los compromisos familiares, tener honestidad profe-sional y ser capaz de dar testimonio en la sociedad. Por último, frecuentemente se entiende la catequesis como un tiempo de formación sin implicaciones apostólicas. Es necesario mantener el doble movimiento que impri-

me Jesús a sus discípulos: “vengan” y “vayan”. Para Je-sús el formar la comunidad está siempre en función de enviarla a la misión. Una parroquia con verdadero espíritu misio-nero debe ayudar a madurar la fe de las personas en todos los momentos y lugares en que se expresa. Esto implica comprender sus dificultades, responder a sus in-terrogantes, ofrecerles un espacio comunitario para vivir la acogida y la fraternidad, dedicar tiempo al diálogo y al acompañamiento personal. Hay momentos que piden un particular acompañamiento: la preparación al matri-monio, la espera de los hijos, la iniciación cristiana de los hijos, las situaciones de sufrimiento, las necesidades personales sobre el sentido de la vida y el manejo de los afectos, la iniciación al apostolado. Para acompañar verdaderamente a cada persona, la catequesis debería estar dada en tres niveles: el personal, el grupal y el comunitario. En el fondo de la catequesis está el redes-cubrimiento permanente del Bautismo: “Si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5).

Urge que las parroquias logren impartir una catequesis “vivencial”, es decir ligada profundamente a la vida de los destinatarios y con una metodología y un lenguaje ade-cuados. Hay que llegar con una presentación atractiva del mensaje cristiano, con contenidos sólidos, que respondan a los interrogantes de fondo que tienen las personas sobre Dios, sobre su vida y sobre la Iglesia. En este campo, todas las parroquias tienen mucho para hacer y deben aprove-char todos los recursos posibles: estudio bíblico personal o en grupos, lectura orante de la Palabra de Dios, ciclos de conferencias en determinadas oportunidades, espacios de catequesis sistemática ya establecidos, encuentros con grupos de personas, retiros espirituales, escuelas de dis-cipulado, eventos para el diálogo fe y culturas, iniciativas que propicien una lectura de la realidad o un análisis de las riquezas que tiene el arte y la historia valorando en ellas el patrimonio cristiano. Son muchos los caminos para pre-sentar el misterio fascinante que es Cristo; por supuesto, para ello necesitamos ardor apostólico y muchos evange-lizadores bien formados.

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HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL

Pocas veces, como en este momento, brota del alma, viva y actual, la palabra de alabanza del

vidente del Apocalipsis: “A aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el poder por los si-glos” (Ap.5,1-6). En efecto, de la Misa que estamos celebrando se reparte en nuestra Iglesia particular, como de una única fuente, el río de la gracia sa-cramental del cual somos indignos pero verdaderos ministros. Por eso, en esta fiesta eclesial, nos sen-timos profundamente unidos todos los miembros de la comunidad arquidiocesana, vinculados a sus parroquias e instituciones; hacemos memoria de todos nuestros hermanos en la fe, en las diversas circunstancias en que se encuentren; nos hacemos un solo corazón con todos los presbíteros y diáco-nos y sentimos cercanos especialmente a aquellos que por la ancianidad, la enfermedad, el servicio en otros lugares o aun circunstancias dolorosas no pueden estar con nosotros en esta mañana.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido” (Is 61,1). Con estas palabras, el profeta nos revela el origen de su misión: la presencia sobre él del Espíritu Santo. Es una presencia activa, puesto que el mismo Espíritu que consagra al profeta lo hace capaz de su misión. Lo que vive el profeta, como de modo figurado, se cumple perfectamente en Cristo: “Hoy se cumple esta Escritura” (Lc 4,21). Así, la palabra profética y evangélica nos conducen a contemplar la misión redentora de Jesús en su origen, en su brotar del Espíritu Santo. Aquí está escondido un gran misterio. Todo tiene su inicio en

Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

“…el profeta nos revela el origen de su misión: la presencia sobre él del Espíritu Santo. Es una presencia activa, puesto que el mismo Espíritu que consagra al profeta lo hace capaz de su misión. Lo que vive el profeta, como de modo figurado, se cumple perfectamente en Cristo.”

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la decisión inescrutable del Padre de bendecirnos “con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo… predestinándonos a ser sus hijos adoptivos por obra de Cristo” (Ef 1,3.5). La dispo-sición de que en nosotros fulgure su gracia miseri-cordiosa ha sido realizada en el Hijo, quien no ha hecho alarde de su categoría de Dios, sino que “se anonadó a sí mismo y tomó la condición de escla-vo” (Fil 1,3.5). La decisión del Padre ha sido de tal manera la del Hijo encarnado que, al culminar su misión terrena, ha podido afirmar: “el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna; por eso, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn 12,49-50).

La decisión del Padre, realizada en el Hijo, aconte-ce por el Espíritu Santo. Es el Espíritu quien está, al comienzo, en la encarnación del Verbo: “el Espíritu Santo descenderá sobre ti y te cubrirá la sombra de Altísimo” (Lc 1,35). Y es el Espíritu quien está también, al final, en el don de sí mismo que Cristo realiza en la cruz: “la sangre de Cristo se ofreció sin mancha a Dios por un Espíritu eterno” (Heb 9,14). En verdad, Cristo puede decir: El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido. Es el Espíritu del Pa-dre “rico en misericordia” (Ef 2,4) quien guía a Je-sús. El, como persona divina, sopla libremente don-de quiere y por esto viene concedido a Cristo sin medida (cf Jn 3,8.34). “Me ha enviado” dice el pro-feta y se cumple también en Jesús. Su programa le viene sugerido de un modo concreto: anunciar a los pobre el alegre mensaje, proclamar a los cautivos la libertad, dar la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y cambiar el tiempo en año de gra-cia del Señor (cf Lc 4,19-20). Hoy se ha cumplido esta Escritura; hoy está sucediendo este evento en nuestro mundo. Hoy se está realizando la obra que el Padre le ha confiado al Hijo, en función de la cual el Espíritu está sobre él y lo ha ungido. Nos hemos reunido para celebrar este misterio de salvación en el cual brilla la misericordia de Dios.

Pero, la Palabra de Dios habla hoy también de nosotros: “nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre”. También nosotros

podemos decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido”. Todos hemos sido con-sagrados por el Espíritu en el Bautismo que nos ha hecho, en verdad, sacerdotes, profetas, pastores. Algunos, por la imposición de las manos, hemos participado también del sacerdocio ministerial de Cristo. Es el mismo Espíritu que descendió sobre Cristo para cumplir la obra que le había encomen-dando el Padre y que nos hace un solo cuerpo con él. Quedamos, entonces profundamente vinculados a la vocación y misión de Cristo, evangelizador y salvador. El Padre, en Cristo, por la unción del Es-píritu, nos ha asociado a su obra de misericordia. Por tanto, nosotros existimos, vivimos y actuamos en el mundo, por la misma razón que existe, vive y actúa Cristo: somos sus discípulos, somos sus mi-sioneros, llevamos en nosotros su vida y continua-mos su obra. Estamos ungidos y somos enviados a dar la luz a los ciegos, a liberar a los cautivos, a anunciar el Evangelio a los que sufren, a proclamar un tiempo de salvación.

Esta gracia que el Padre ha querido vincular sacra-mentalmente a nuestra vida por el Bautismo y por el Orden Sagrado consiste, como lo ha recordado el Salmo, en la fidelidad de Dios, en el amor eterno que nos ha dado en Cristo para que podamos diri-girnos a él diciéndole: “Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora” (Sal 88,27). Nosotros estamos al servicio de esta gracia. Estamos para ayudar a las personas a reconstruir su existencia cotidiana sobre los fundamentos más profundos de su hu-manidad y su dignidad: la eterna predestinación en Cristo. Nuestro trabajo tiene sus raíces en el mis-mo plan con el que las tres divinas Personas han proyectado, desde toda la eternidad, “el designio de recapitular en Cristo todas las cosas” (Ef 1,10). Estamos inmersos en el misterio de la redención y somos ministros de esta redención. Todo esto lo vivimos en esta solemne Eucaristía cuando recor-damos el amor eterno de Dios que nos ha dado al Hijo y nos preparamos para entrar en los misterios santos del Triduo Pascual, cuando bendecimos y consagramos los óleos santos con los que se rea-lizará la vida sacramental en toda la Arquidiócesis, cuando los sacerdotes renovamos con gozo los

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compromisos de nuestra vida sacerdotal. Esta es una Eucaristía que nos llena de consuelo porque, en medio de las dificultades de nuestra peregrina-ción, en medio de nuestros cansancios y de nues-tras debilidades, celebramos con alegría el proyec-to salvador de Dios, que no fallará jamás. Podemos decir con el salmista: “¡Anunciaré su fidelidad por todas las edades!”.

En este momento, me dirijo a los señores obispos presentes, digo una palabra a los sacerdotes, mis primeros y necesarios colaboradores, sin los cua-les es prácticamente impensable mi ministerio epis-copal. Los invito a cuidar la incomparable gracia y dignidad que hemos recibido, a custodiar intacta la conciencia de nuestra misión. El don de Dios ha sido muy grande para cada uno de nosotros, tan-to, que cada uno puede descubrir en sí mismo los signos de una singular predilección divina. Vivamos en el gozo de este descubrimiento, en la luz de esta elección, en la plenitud de esta gracia que se nos ha dado. Estemos vigilantes para no entristecer al Espíritu que nos ha consagrado con su unción. Lejos de nosotros todo lo que nos pueda causar desilusión, amargura y tristeza. Lejos de nosotros todo lo que pueda generar divisiones, discordias y

rupturas. Lejos de nosotros lo que nos pueda qui-tar la autoridad, la fuerza y el encanto para vivir el ministerio. Lejos de nosotros todo lo que nos pueda privar de la libertad, la paz interior y el don que he-mos recibido del Señor.

Igualmente, llamo y aliento a todos los bautizados de la Arquidiócesis de Medellín a sentir la alegría de ser hijos de Dios, a redescubrir la posibilidad de conducir toda la vida como discípulos de Cristo, a experimentar la gracia de pertenecer a nuestra Iglesia, a asumir con seriedad la tarea de ser mi-sioneros y anunciadores del Evangelio. Los invito a no ceder a la mentalidad secularista que quiere prescindir de Dios, a la vida hedonista que termi-na oprimiendo a los más débiles e indefensos, a la cultura egoísta que nos atrinchera en nuestro bien-estar y nos hace olvidar la tarea de ayudar a que la sociedad se renueve desde sus fundamentos para alcanzar una vida justa, digna y en paz para todos. Queridos religiosos, religiosas y fieles, den gracias al Señor por el don del sacerdocio ministerial y su-pliquen con fuerza que nunca falten muchos y san-tos sacerdotes a la Iglesia que está en Medellín. Reconozcan el don de Dios en sus sacerdotes no obstante sus debilidades y agradezcan el servicio que les prestan unas veces con humildad, con fe, con amor y otras, tal vez, llorando sus pecados. De todas formas, ellos son para Ustedes un signo del amor del Padre. Estén siempre cercanos a ellos con la oración, con la colaboración y con el más sincero afecto.

Queridos hermanos y hermanas, sintamos en esta mañana que realmente se realiza en nosotros el oráculo de Isaías que hemos escuchado: “Ustedes se llamarán sacerdotes del Señor, dirán de Ustedes: ministros de nuestro Dios… Su estirpe será célebre entre las naciones… Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor”. Ante el amor con que hemos sido amados, ante la unción del Espíritu con que hemos sido consagrados, ante la misión que se nos ha confiado, proclamemos con la Santísima Virgen María las grandezas de Dios y dispongámonos, con el Salmista, a cantar eterna-mente las misericordias del Señor.

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HOMILÍA EN LA ACCIÓN DE GRACIAS POR LOS 100 AÑOS DE EL COLOMBIANO

Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

La familia de El Colombiano viene hoy, después de 100 años de camino, como el samaritano curado, que nos ha

presentado el Evangelio, a dar gracias a Dios (cf Lc 17,11-19). La acción de gracias brota de un encuentro profundo consigo mismo, con la historia, con la vida que se ha tenido, con la misión que se ha cumplido. De repente, como que se encuentra uno con la pregunta de San Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Cor. 4,7). Y, entonces, se com-prende que la vida, la inteligencia, el trabajo, la misión, todo, ha sido un don que es preciso valorar y agradecer. Dar gracias es descubrir a Dios siempre presen-te y activo en nuestra vida para unirse profundamente a Él. Esto es lo que significa la expresión bíblica “dar gloria a Dios”. Es sentir a Dios aconteciendo en nosotros con un amor que potencia nuestra libertad, haciéndonos más nosotros mismos y, entonces, no pueden no surgir es-pontáneas la alabanza y la gratitud. Por eso, la acción de gracias da alegría, libera, construye la persona y la comu-nidad desde adentro, lanza hacia nuevos horizontes. Para que la acción de gracias no sea una palabra vana o un sentimiento vacío es preciso permitir, a la luz del plan de Dios, que aparezca lo que se es, lo que se ha recibido, la dimensión social que pesa sobre la tarea asu-mida. Esto no siempre es fácil pues, como decía André Malraux, “no es posible para un pez ver su propio acua-rio”. Sin embargo, éste debe ser hoy el propósito de El Co-lombiano: verse como una empresa que produce bienes y servicios, que ofrece a muchos un trabajo digno, que crea relaciones solidarias y genera desarrollo. Pero El Colombiano es mucho más. Es una casa periodística que debe informar sobre aspectos tan impor-tantes de la actividad humana como la política, la econo-mía, la ciencia, el arte, el deporte, la diversión. Siempre en la tarea de escoger y verificar las noticias, haciendo una

“…es necesario tener como fin en todo lo que se hace la persona humana con su dignidad y sus derechos; de tal manera que el teleobjetivo no se quede en lo exterior, sino que vaya allí donde cada ser humano lucha, sufre, crece, ama, construye su libertad y su destino”.

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mediación muy útil entre los hechos y el conocimiento de las cosas que llega a las personas. Todavía más, El Colombiano es un centro de pensamiento que analiza la realidad y la interpreta, que orienta en la comprensión del mundo y proyecta los lectores hacia nuevas búsquedas y conquistas. Por tanto, estos 100 años han sido una per-manente transmisión de vida, un servicio a la cons-trucción de la sociedad, un aporte a la unidad y al progreso de un pueblo. Hoy, damos gracias porque, por bondad de Dios, todo esto lo ha podido realizar El Colombiano acompañando a tantas personas por los senderos que se van abriendo en el mundo, sirviendo a Medellín, configurando el alma de Antioquia, contri-buyendo a causas muy importantes en Colombia. La lucidez, que propicia la acción de gracias, sobre los dones y la misión recibidos lleva, a su vez, a la responsabilidad. La sentencia evangélica señala que “a quien mucho se lo dio, mucho se le reclamará y a quien mucho se le confió, se le pedirá más” (cf Lc 12,48). Podemos decir que sobre todo don pesa una hipoteca social. El servicio de la comunicación es un poder muy grande que no puede administrarse desde el egoísmo, la codicia, el odio o la superficialidad. La comunicación hoy, más que nunca, reclama una ética que logre ilu-minar las crisis que vivimos, a raíz de las cuales hay siempre una crisis cultural, antropológica o moral. Podríamos recordar entonces, desde la doc-trina social de la Iglesia, algunos elementos funda-mentales que sirven de faro en esta travesía. En pri-mer lugar, darle más espacio al bien que al mal; es mucho más lo bueno y son muchas más las personas que se desgastan en construir y en servir; sin embar-go, nos deslumbra con su fuerza el mal porque hace más ruido. Luego, es necesario tener como fin en todo lo que se hace la persona humana con su digni-dad y sus derechos; de tal manera que el teleobjetivo no se quede en lo exterior, sino que vaya allí donde cada ser humano lucha, sufre, crece, ama, construye su libertad y su destino. Para hacer una buena comunicación hay que ser libres. No cabe en un comportamiento ético ven-derse o dejarse manipular por intereses económicos o políticos. No es posible entregarle la misión propia a ideologías de cualquier tipo o al propósito de compla-cer las pasiones humanas. Es necesario liberarse de

la dictadura del sensacionalismo o de la primicia noti-ciosa. Urge empeñarse seriamente, en todo lo que se diga y se haga, en construir un mundo nuevo basado en valores fundamentales como la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Es preciso acompañar las personas en su iniciación a la vida y en su participación en la sociedad, pues en esta hora de la velocidad mu-chos no logran pensar, sino sólo hacer surfing sobre la cresta de las imágenes. Finalmente, los medios de comunicación, con una identidad clara y una misión definida y asumida, pues no de otra manera se puede participar y aportar en una sociedad pluralista, deben dar espacio a lo religioso y espiritual. Es un gran servicio acompañar las personas hasta esa última frontera donde, desde Dios, se encuen-tra la más profunda humanidad. Qué aire tan refrescan-te, cuando sin fanatismos, se abre esa ventana que toda persona tiene, por donde le puede entrar el sol de Dios. En esto, siempre puede ayudar Jesús de Nazaret, el más grande comunicador de la historia, que después de 2.000 años con una buena noticia que no pasa, transmitida con unas comparaciones sencillas, sigue abriendo el corazón humano al amor y a la esperanza. La gran familia de El Colombiano, al agradecer 100 años de vida y de servicio, hasta por su mismo nombre, tiene ante sí una responsabilidad histórica que no puede eludir: continuar ayudando a construir una Colombia nueva, una Colombia más equitativa, una Colombia que madure en su democracia, una Colombia reconciliada que descubra que todos, más allá de la opciones y diferencias que tengamos, somos hermanos; una Colombia que elimine las escandalo-sas desigualdades sociales, que destierre el flagelo del crimen organizado y el narcotráfico, que sane el cáncer de la corrupción y la impunidad; una Colombia que corresponda a las predilecciones que con ella ha tenido el corazón de Dios. Que Dios siga bendiciendo abundantemente a esta familia de El Colombiano y que todos los que la con-forman, empresarios, directivos, periodistas, administrado-res, colaboradores, distribuidores y voceadores se sientan confortados y protegidos a fin de seguir realizado este no-ble servicio de comunicar, ahora cuando la globalización y las nuevas tecnologías abren horizontes insospechados. Al acompañarlos a todos, de corazón, en esta acción de gra-cias, no puedo sino desearle lo mejor a El Colombiano, con el tiple augurio latino: vivat, crescat, fulgeat.

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LA NOTICIA DEL DOMINGO

Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Hechos 4, 32 - 35

Ya desde 4,4 nos dice Lucas que, gracias al dis-curso que Pedro dirige a los judíos luego de la

curación del paralítico, texto que comentaremos en los próximos Domingos, muchos abrazaron la fe y la comunidad creció hasta llegar a ser cinco mil her-manos. Ahora bien: el texto de hoy constituye el se-gundo sumario que el autor nos ofrece para darnos una imagen de dicha comunidad de creyentes: la idea fundamental es su capacidad de dar testimonio de la Resurrección, hecho que obraban “con gran poder” (“dýnamis”), es decir, se trata de un hecho convincente; pero ¿en qué consistía dicho testi-monio? No es otra cosa sino dar vida perdiendo la propia, tal como había hecho Jesús pocos días atrás; en efecto, el desprendimiento de los propios bienes con el consiguiente compromiso del compar-tir era un signo evidente y prolongación de aquello que habían visto en Jesús durante su ministerio pú-blico: partir y compartir su existencia con los más necesitados. Comenzando, pues, el tiempo Pascual, pida-mos al Resucitado nos dé la fuerza para comprome-ternos en el cambio de nuestra sociedad motivados por el ejemplo de aquel que «siendo rico, se hizo po-bre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9).

“Jesús se mostró misericordioso, no sólo perdonando a sus discípulos y encomendándoles una misión sin precedentes, sino también, como dice Juan en su carta, viniendo “con agua y con sangre””.

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Salmo 118 (117) remitimos al comentario de la Vi-gilia Pascual

1 Juan 5, 1 - 61 Entre el segundo y el sexto Domingo de Pascua pro-clamaremos algunos textos de esta carta; vale la pena, entonces, presentar en breves líneas la situación a la que responde. El Cuarto Evangelio fue escrito con una finalidad concreta: llevar a la fe en Jesús como Mesías, Hijo de Dios, y por la fe en Él alcanzar la vida (20,31, texto que hoy proclamamos); en otras palabras: a un auditorio judío, Juan debía demostrar un elemento no fácil de entender para ellos: la divinidad de Jesús. Ahora bien: algunos entre las comunidades joáneas llegaron a malinterpretar lo que pretendía el autor en el Evangelio, y, contaminados por una especie de gnosti-cismo, absolutizaron la naturaleza divina del Salvador, afirmado que su humanidad era simple apariencia. Se-mejante doctrina invitaba además a una espiritualidad incoherente, ya que reducía la fe al sólo encuentro con Dios, sin importar la caridad hacia el prójimo; es ahí, entonces, donde el autor de esta carta escribe para orientar su comunidad según la recta enseñanza. De-tengámonos en dos realidades que, desde la lectura de hoy, responden a los problemas apenas mencio-nados: + Todo el que cree en Jesús como Mesías, Hijo de Dios (vv. 1. 5; Cf. Jn 20,31), ha de aceptar que en su ministerio el Bautismo y la Cruz están íntimamente unidos: en efecto, Él vino no sólo con agua (alusión al Bautismo), sino también “con sangre” (v. 6), clara alusión a su Pasión y a la Eucaristía que la actualiza. Semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (Hb 4,15), Jesús se hizo solidario con nuestros dolo-res y padeció realmente en su carne, ratificando así su compasión (padecer con el otro). + Los mandatos de Dios no se reducen sola-mente a creer en Cristo, sino en amar al prójimo (v. 2). Ya lo decía el autor pocos versos atrás: «quien no ama al hermano, a quien ve, no puede decir que ama a Dios, a quien no ve» (4,20). Resulta, entonces, que esta caridad se deriva de la entrega generosa de Jesús por nuestra salvación: si Él fue capaz de “venir con sangre”, quienes

1 Como podremos ver, las lecturas de esta carta propuestas para el Tiempo Pascual, se complementan y enriquecen unas a otras, por lo cual sería conveniente lograr una visión de conjunto de las mismas.

creen en Él han de llegar a hacer lo mismo, elemento esencial luego de haber celebrado la Pascua, ya que nos exige vivir como auténticos resucitados.

Juan 20, 19 - 31 El versículo final del texto que hoy proclamamos nos aclara cuál es la finalidad del Cuarto Evangelio: sus-citar la fe en Jesús como el Mesías (Cristo) e Hijo de Dios, alcanzando así la vida eterna. Ahora bien: si tenemos en cuenta el macarismo del v. 29 y lo rela-cionamos con la otra bienaventuranza que trae Juan (13,17), podremos comprender mejor en qué consiste la fe mencionada: + En primer lugar hemos de observar el ca-rácter eucarístico que rodea las dos escenas del tex-to: es el primer día de la semana, cae la tarde, Jesús viene (v. 19) y concede el Espíritu Santo con miras a la remisión de los pecados, es decir, prolongación de su misma actividad. En otras palabras: enviados por el Hijo, así como Él fue enviado por el Padre, los dis-cípulos hacen de su apostolado un ministerio de re-conciliación, signo vivo del reinado de Dios entre los hombres. Ciertamente la nueva creación ha llegado, pues, de la misma forma que Dios insufló su Espíritu en el ser humano para que tuviese vida (Gn 2,7), ahora hace lo mismo para que aquellos cobardes y temero-sos que lo habían traicionado y abandonado pudiesen ser dichosos sirviendo hasta dar la vida (Jn 13,17). Nos encontramos aquí con una fe capaz de trascender las simples palabras y que se convierte en signo vivo de entrega desinteresada. + Pero, por otra parte, el relato de Tomás, igualmente en ambiente eucarístico, pretende resaltar la fe de aquellos que creen aún sin gozar de una apari-ción del Resucitado: se trata de creer por el testimonio de otros! No es de extrañar que ya desde el inicio del Evangelio, muestre Juan la importancia del llevar a otros a la experiencia de encuentro con Cristo, tal como ocurrió a Andrés con Natanael, quien se parece a Tomás en su incredulidad. Hoy recordamos de manera especial la miseri-cordia divina: Jesús se mostró misericordioso, no sólo perdonando a sus discípulos y encomendándoles una misión sin precedentes, sino también, como dice Juan en su carta, viniendo “con agua y con sangre”. Es en-tonces, urgente, que los creyentes nos preocupemos cada día por vivir el imperativo de Jesús: «sed miseri-

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cordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36), práctica en la que nos ayuda el ejemplo de los primeros cristianos, según el libro de los Hechos.

TERCER DOMINGO DE PASCUA

Hechos 3, 13 - 15. 17 - 19 Luego de la curación del mendigo cojo en el templo de Jerusalén, Pedro pronuncia un discurso para aclarar las cosas: no son los poderes de los apóstoles (v. 11), sino Dios mismo Quien, por medio de ellos, ha restablecido al enfermo. Pero el discurso no se queda en una simple aclaración, sino que es ante todo un Kerigma que pre-tende anunciar a los judíos la salvación en Jesucristo. En efecto, el milagro apenas acontecido no es otra cosa sino un signo de las bendiciones de Dios para su pueblo: todo lo prometido a Abrahán ha llegado a plenitud en Jesús, de modo que los israelitas, como primeros beneficiarios de la acción divina (v. 25), han de ser responsables de extenderlas a toda la humanidad. Resaltemos dos elementos fundamentales de este kerigma:

1) La centralidad de Cristo queda manifiesta en todo el discurso (vv. 12b – 26) por el empleo de diversos títulos: “siervo” (v. 13), “santo” y “justo” (v. 14), “au-tor de la vida” (v. 15), “Mesías” (v. 20) e, implícito, el título de “profeta” (v. 22).

2) El llamado a la conversión significa ante todo des-cubrir en Jesús el cumplimiento de las promesas hechas a los padres. Si pocos días atrás lo recha-zaron por ignorancia (v. 17), es el momento de ha-cer una opción libre y radical por Él y la motivación brota precisamente de la sanación del cojo, signo evidente de las maravillas que obra el Salvador en Quien lo acoge por la fe (v. 16).

La Pascua, celebrada apenas hace pocos días, ha de ser actualizada en el diario vivir, de modo que, trascendiendo la celebración, afiancemos cada día nuestra opción por Jesús y nos dispongamos así a vivir una auténtica conversión, que no puede limitarse simplemente al tiempo de Cuaresma. Sólo en la medi-da en que demos a Cristo el puesto que merece, Él nos levantará y podremos caminar para anunciar lo que ha hecho con nosotros.

Salmo 4Nos encontramos aquí con un orante que, en medio de sus problemas (¿ocasionados por los infieles del v. 3?) y una vez llegada la noche, manifiesta su absoluta confianza en Dios, Quien le concederá un nuevo día lleno de buenas noticias. El comienzo del salmo (v. 2) evidencia una lamentación, dada la situación de angustia que hace sentir al orante como prisionero; de ahí que el verbo empleado para suplicar la liberación (“rhb”) haga re-ferencia al espacio abierto, algo así como la libertad nómada de los orígenes de Israel. El cuerpo central del poema (vv. 3 – 7) con-siste en un llamado a optar por la confianza en Dios; es por eso que el salmista interpela a los idólatras (v. 3), al mismo tiempo que describe las bendiciones para quien permanece fiel a Dios: Él lo colma de prodigios y lo escucha cuando pide ayuda (v. 4). Continúa el poeta sus palabras hacia los infieles invitándolos a un examen de conciencia antes de reposar en la noche, de modo que les sea posible alcanzar la tranquilidad de espíritu (v. 5). Su conversión será legítima en la medida en que pueda ser manifestada en el culto y la fe (v. 6). La estrofa concluye con una pregunta que puede atribuirse al colectivo de la humanidad en busca de realización plena: “¿Quién nos mostrará la felicidad?” La respuesta es indudable: sólo el rostro luminoso de Dios da alegría a sus hijos (v. 7). Ya ha llegado la noche; el orante se dispone a dormir, y lo hace lleno de gozo y esperanza en el comienzo de un nuevo día (vv. 8 – 9). La alegría y la paz (“shalom”), elementos que dirigen la última estro-fa, encuentran su simbolismo en el trigo y el vino, que representan el bienestar de cada día.

1 Juan 2, 1 – 5aEl contexto inmediato de estas líneas es la relativiza-ción del pecado por parte de aquellos que defendían un conocimiento (“gnosis”) de Cristo separado de cualquier compromiso fraterno. Es por eso que apa-recen aquí los dos temas que creaban confusión en la comunidad: + Con respecto a la Cristología, el autor afir-ma qué hace el Salvador ante el ser humano pecador: no solo es “paráclito” o abogado, intercesor, sino que va más allá: es “víctima de propiciación”, derramando

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su sangre por nuestra salvación. De esta forma, Jesús aparece en su perfecta entrega, reafirmando así la na-turaleza humana despreciada por los disidentes. + Consecuencia de lo apenas afirmado es el compromiso de guardar sus mandamientos, que en el conjunto de la sección no representa otra cosa, sino amar a los hermanos, es decir, “andar como Él anduvo”. Así, el verdadero conocimiento, la verdadera “gnosis” de la que presumían los herejes, se evidencia ante todo en la capacidad de dar la vida por los demás. Comprendemos, pues, que para vivir en per-manente Pascua, lejos del pecado (inicio de la lectu-ra), hemos de aprender a hacernos otros Cristos: Él es “paráklētos” en la medida en que nos enseña a dar vida perdiendo la propia.

Lucas 24, 35 – 48 Una vez los discípulos de Emaús están compartiendo la experiencia de encuentro con el Resucitado, Él se hace presente en medio de “los Trece” (los Once más los dos caminantes) y los saluda, como es usual en la cultura hebrea, deseando la paz (Cf. 10,5). Es interesante su-brayar la especial relevancia que da Lucas al sustantivo “eirēnē” ya que sirve de marco a todo el Evangelio, des-de el inicio, a propósito de la profecía de Zacarías (1,79: Cristo nos guiará por el camino de la Paz), y sobre todo en el Nacimiento de Jesús (2,14: « … y Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor»), hasta el final del mismo, tal como hoy leemos (24,36). No obstante todo el ambiente sea positivo, los discípulos reaccionan de dos maneras: con gran temor (v. 37) y con dudas: aquí, como en sus otras apariciones en Lucas, “dialogismos” (v. 38) hace referencia a una acti-tud escéptica con respecto a Jesús (2,35, 5,22; 6,8). Sin embargo, el Resucitado les muestra las manos y los pies, signos evidentes de que Él es el mismo crucificado pero con vida nueva: todo está orientado a la superación de cualquier duda y al reconocimiento concreto del Vencedor de la muerte. Ahora bien: ante la “insuficiencia” de dichos signos, Él pide de comer: si los dos de Emáus lo habían reconocido al partir el pan, ahora los Once restantes pue-den convencerse de su presencia por medio de una acción que vieron realizar a Jesús frecuentemente: comer con los más necesitados para dignificarlos (Cf. 7,34; 15,2). Contamos hasta aquí dos intervenciones del Resucitado: da la Paz y demuestra Quién es por me-

dio de signos concretos. Llegamos, entonces, a la en-señanza, cuyo contenido esencial es cómo todo el AT está orientado a Él (v. 44), para pasar así a la misión: ser testigos de la vida nueva que Cristo regala a todos los hombres gracias a la conversión. Concluye, pues, en Jerusalén (v. 47 ss) el Evangelio que había comenzado allí mismo (1,9 ss); concluye con el don de la Paz el Evangelio que desde el inicio la prometía. Pero el apostolado está apenas por comenzar, y de ello dará cuenta la segunda parte de la obra lucana, que hemos venido leyendo en las primeras lecturas durante estos Domingos. He ahí, pues, la enseñanza de este Evangelio en contexto Pascual: encuentro vivo con Cristo, en-señanza, misión, tres elementos fundamentales que sólo es posible vivirlos en comunidad, como aquella de los Trece personajes que acompañan hoy a Jesús. Ani-mémonos, pues, a vivirlos en la Misión Continental.

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

Hechos 4, 8 – 12 La proclamación del Kerigma por parte de Pedro lue-go de la curación del mendigo cojo había sido todo un éxito, tanto así que muchos abrazaron la fe y la comu-nidad creció hasta el número de cinco mil miembros! (4,4). Esto alarmó a las autoridades judías, quienes los enviaron a prisión; pero dicha situación no será sino la gran oportunidad de anunciar el Kerigma también a los dirigentes del pueblo. Dos elementos complementan el discurso del que hablábamos una semana atrás: + Pedro recurre a la imagen veterotestamenta-ria de la piedra desechada que se transforma en piedra angular (Sal 118, 22): Jesús es presentado, por medio de este símbolo, como el fundamento único sobre el que se levanta la estructura del nuevo orden de salva-ción otorgado por Dios. + Unido a lo que acabamos de afirmar, de Je-sús se dice que es único Salvador: la mediación de la Ley ha cesado, pues con su entrega gratuita ha resta-blecido la comunión con el Padre. Tengamos presente, en todo caso, que el testi-monio petrino, más que un reproche a quienes entrega-ron a muerte a Jesús, es ante todo un llamado a la con-versión que, dadas las circunstancias, no sólo obligó a

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la prudencia por parte de los dirigentes (vv. 17 – 18. 21), sino que los hizo reflexionar hasta el punto que muchos entre ellos se unieron a Cristo (6,7).

Salmo 118 (117) remitimos al comentario de la Vigilia Pascual

1 Juan 3, 1 – 2Ya en la sección precedente el autor ha establecido la diferencia entre los herejes y aquellos que, fieles a la ver-dad, permanecen unidos a Cristo (2,29) 2. Estos últimos han recibido la gracia de “ser hijos en el Hijo”. Todo apun-ta, según el contexto de la carta, al que hemos hecho alu-sión en otros comentarios, a tres ideas fundamentales:

1) La adhesión a Cristo como condición para una perfec-ta comunión con el Padre.

2) El énfasis implícito en una profunda vida fraterna, ya que, siendo todos hijos, se deduce que todos somos hermanos, llamados a vivir la caridad “no de pala-bras”, sino en consonancia con la fe que se profesa.

3) Si el pecado había distorsionado ése “ser imagen de Dios” en el ser humano, la gracia recibida por la fe en Jesús implica un progresivo retorno a la edad pa-radisíaca, hasta el día en que, viéndolo tal cual es, lleguemos a ser semejantes a Él.

Juan 10, 11 – 18Con el fin de entender mejor el texto de hoy, recordemos aquello que escribíamos un año atrás a propósito de los vv. 1 – 10: «Para comprender mejor la imagen de Jesús como Buen Pastor hemos de tener presente la escena que ante-cede a nuestro relato: el Maestro interpela a los fariseos, quienes han expulsado al ciego de nacimiento (9,34), y que se engañan persistiendo en su ceguera espiritual (9,41). Desde esta perspectiva se entiende qué pretende enseñar Jesús: los dirigentes del pueblo, aquellos que debían pas-torear el rebaño, sólo se preocupan por explotar las ovejas, juzgar algunas de ellas y hasta expulsarlas; por eso se les llama “ladrones” y “bandidos” (v. 1), pues sólo saben robar, matar y destrozar (v. 10). La actitud de Jesús es, por el con-trario, muy diversa: hay un conocimiento mutuo entre Él y sus ovejas; además, lo que pretende con respecto a ellas es liberarlas del dominio de aquellos dirigentes que sólo buscan su daño. Cristo se transforma así en el único senti-

2 Sobre el “permanecer en Él” hablaremos en el Evangelio del próximo Domingo.

do de la existencia, tanto así que el rebaño, en actitud de discipulado, camina detrás de Él (v. 4); es más: las ovejas sólo pueden entrar por esa Puerta, obteniendo movimien-tos libres (entrar y salir) y alimento para vivir (v. 9). Ya, al final del texto, el mismo Jesús afirma en qué consiste su misión de Pastor: dar vida, no quitarla». Teniendo en cuenta estas palabras introductorias, observemos cuál es la novedad del texto que hoy procla-mamos: en oposición a los dirigentes judíos, Jesús no pas-torea buscando sus propios intereses o con fines materia-les, como el “asalariado”; por el contrario, tres elementos fundamentales caracterizan su ser BUEN PASTOR:

1) Al no buscar su propio beneficio y al renunciar a sí mismo (a diferencia del que trabaja por dinero), Je-sús es capaz de dar la propia vida, idea central, ya que se repite tanto al inicio (v. 11) como en el me-dio (v. 15) y al final de la sección. Hay que resaltar la libertad y disponibilidad con la que asume dicha actitud: nadie lo obliga, todo se da en un clima de libertad por amor (v. 18).

2) Existe una profunda relación de conocimiento recípro-co entre Jesús y sus ovejas (v. 14), de donde brota, no sólo la comprensión del Pastor, sino la confianza que el rebaño deposita en Él.

3) Su misión no se limita al pueblo judío: ya desde el prólogo se decía que Él es la Luz “que ilumina a todo hombre” (1,9). Para el Buen Pastor, pues, no existen ovejas de segundo rango: todas son importantes, tanto así que en su rebaño no existe distinción alguna; si el contexto social y religioso de su época no evitaba la división y el exclusivismo, Jesús se presenta aquí como Aquel que viene a formar una familia de hermanos.

Es interesante que las lecturas de hoy nos ofrezcan una imagen que complementa aquella del Buen Pastor: la piedra angular y nos movemos así del campo pastoril al campo arquitectónico. Ambas repre-sentaciones, que parecen aparentemente opuestas, no nos quieren hablar sino de unidad: de las ovejas en tor-no al Pastor, de las piedras en torno a la que sirve de fundamento del edificio. Dando gracias, pues, a Aquel que da la vida por nosotros, nos conoce y busca con-formar una gran familia, comprometámonos a imitar su ejemplo y oremos hoy por las vocaciones sacerdotales.

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SACERDOTES MISIONEROS: EL HOY DEL CONCILIO

Por: Juan David Torres Martínez, Pbro.

El anuncio del “año de la fe”, en palabras del Papa Benedicto XVI, ha generado luces del Espíritu que

nos permitirán con máxima claridad y esperanza, dar un nuevo impulso a la misión de toda la Iglesia. Este fortalecimiento eclesial, ha venido actuando generosa y de manera providencial; así lo expresa el Papa Be-nedicto: “Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el ca-mino del siglo que comienza». Yo también deseo rea-firmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia». (Porta Fidei, 5). El Papa nos ha invitado a celebrar los cincuenta años del concilio Vaticano II con el mismo espíritu que abrió las puertas y ventanas de la iglesia, y en la voz de su pastor de aquel pontificado, el Papa Juan XXIIl, se vis-lumbraba una primavera nueva para el pueblo de Dios, un nuevo pentecostés soplaba en los ambientes eclesiales, se movía el Espíritu en cada púlpito y altar, en cada sa-cristía de los templos parroquiales se alentaba una nueva opción, un nuevo camino, un verdadero “Effetá” bautis-mal y ministerial( Mc 7,34) extendido hasta nuestros días; su viento fuerte comenzaba a engalanar los atrios como puntos fundamentales donde la Iglesia acogerá a sus hi-jos, los reunirá y enviará. Aparecida ha sido el eco más reciente y la misión continental la actualidad de aquel Concilio Pastoral dirigido y encendido por el fuego purifi-cador, alentador y purificador del Espíritu de Dios.

“Compartiendo nuestra vida sacerdotal hablamos… de que somos felices, nos llenan las bienaventuranzas de la comunión sacerdotal, la fraternidad en el compartir lo que nos gusta, sentimos la dicha de ver crecer y creer en la gente de nuestras comunidades”

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Toda esta Providencia, difundida desde el Concilio, ha nutrido y perfilado según el corazón del buen Pastor nuestro ministerio sacerdotal. Hemos sido promovidos con especial sabiduría e inscritos en el libro de la nueva Evangelización. El sacerdote de hoy si se conecta con lo que el Espíritu alentaba, en el nuevo pentecostés conciliar, es bien definido como pastor, gestor de comunión y comunicación, es audaz y profundo en la respuesta a los momentos tensos y difíciles donde se nos prueba y se nos pide respues-tas concretas no para el temor sino para la verdad y la esperanza, es ministro que enseña y transmite la liturgia, la celebra como viva y operante, es creativo y participativo, una pieza clave en hacerle frente y no dar la espalda a los procesos que abren la esperanza de un mejor orden en la justicia y de la paz en las co-munidades, es misionero de la palabra, es el que sabe dar el paso de la sacristía a la reunión de comunida-des, del altar a la mesa de los pobres, del confesiona-rio a los rincones de muchas calles en barrios difíci-les y hostiles, del ambón a la enseñanza y presencia en una asamblea, comunidad o grupo pastoral, de la casa cural a los establecimientos educativos o las canchas del deporte donde siempre esperan que el curita, como lo llaman, llegue, nos diga algo, nos pro-ponga, nos prepare, nos anime y nos celebre, se una a cada acontecimiento de la vida, vive el estilo ecu-ménico de manera prudente y respetuosa obediente a la enseñanza de la Iglesia, perfilado hacia la pro-moción del discipulado y de la misión, exhorta como padre a sus hijos, escoge entre muchos, algunos que sean sus más cercanos colaboradores; los laicos van definiendo y aclarando mas todo este panorama re-novador; el sacerdote sabe muy bien que el Concilio le ha confiado más la riqueza de la apertura hacia el laico, sabiéndolo orientar en su misión. Dice el mismo Concilio: “Reconozcan y promuevan sinceramente, los presbíteros, la dignidad de los seglares y la suya propia, y el papel que desempeñan los seglares en la misión de la Iglesia. Respeten, asimismo cuidadosa-mente, la justa libertad que todos tienen en la ciudad terrestre. Escuchen con gusto a los seglares, consi-derando fraternalmente sus deseos y aceptando su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de poder reconocer junta-

mente con ellos los signos de los tiempos”. (Decreto Presbyterorum Ordinis 9). Nuestra misión, en el compromiso con el laico, nos está diciendo hoy que somos fieles al Espíritu y a la gran marcha conciliar y de que vivimos y hablamos el mismo lenguaje de la Iglesia en comunión y partici-pación: “Id pues y haced discípulos a todas las gentes enseñándoles a guardar todo lo que yo os he manda-do”. Mt 28, 19-20. Todo esto lo hemos heredado y comprendido desde el gran momento Conciliar, cuya insistencia es que Cristo llegue a todos enteramente. Todo este pa-norama salvífico nos ha permitido hablar de un minis-terio sacerdotal redimido, ha sido el Resucitado quien congregue y derrame el Espíritu para seguir respon-diendo con claridad de conciencia a los nuevos retos del mundo. En la misma voz suave del Papa Juan XXIII con su tono de padre amable, sabio y angélico se es-tablece una nueva manera de hablar, gobernar y pas-torear al pueblo de Dios: “Iluminada la Iglesia por la luz de este Concilio -tal es nuestra firme esperanza- crecerá en espiritua-les riquezas y, al sacar de ellas fuerza para nuevas energías, mirará intrépida a lo futuro. En efecto; con oportunas “actualizaciones” y con un prudente ordena-miento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales”. Discurso inau-gural de Juan XXIII Pontífice. Ésta voz no es desconocida, pues, quien ha-bla es el Espíritu, lo vivimos , lo hemos recibido, en tantas iniciativas, novedades, testimonios, estilos, virtudes y realidades pastorales puras y santas que han vivido muchos de nuestros sacerdotes , aque-llos que tienen que ver con este presente de bendi-ción, los que ya descansan en la morada eterna del Padre y de quienes heredamos toda esta inmensa bondad cuando escuchábamos sus voces que nos llamaban a la participación en el trabajo apostólico; los sacerdotes de hoy que viven con pasión y con fe, que sufren, que son perseguidos o que están ya enfermos o esperando dar el paso a la eternidad. Muchas son las sombras que tratan de oscurecer la claridad de este panorama que no es más que

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pura gracia divina, si bien, reconocemos los muchos errores y pecados del pasado y presente de la Igle-sia que son dolorosos, el Espíritu a partir de sus mu-chas fuentes conciliares nos ha iluminado en la clara conciencia de luchar y de mostrar con las obras del Evangelio ,que Creemos lo que anunciamos, vivimos y celebramos; así no existan muchas publicaciones y difusiones de lo bueno, justo y noble, preferimos orar al padre que ve en lo secreto y Él nos recompensará (Mt 6,6), humildemente nos abrimos a la pura correc-ción fraterna, que no somos sacerdotes para los pe-destales superfluos, sino para la oración, el sacrificio y el trabajo; las comunidades cristianas sólidamente unidas y bien evangelizadas en la misión darán la pauta para decir con el Señor desde su Evangelio que por sus frutos los hemos conocido (Mt 7, 16). Compartiendo nuestra vida sacerdotal habla-mos convencidamente de que somos felices, nos lle-nan las bienaventuranzas de la comunión sacerdotal, la fraternidad en el compartir lo que nos gusta: el estudio, el deporte, el descanso, el arte, la cultura, la música, la reunión para orar, el encuentro para planear y estudiar

el evangelio, el insistir en el no aislamiento, el luchar porque todos estén bien y al que está mal redimirlo, sentimos la dicha de ver crecer y creer en la gente de nuestras comunidades, nos alienta la entrega de mu-chos en lugares con situaciones difíciles y limitadas, de pobreza extrema, la presencia de hermanos que luchan en otros lugares del mundo sin importar distan-cias; todo esto no es la suma de simples satisfaccio-nes personales, nos ha capacitado , nos ha sostenido y nos alienta el Reino, nos llama también dichosos con nombres propios, nos consuela y nos anima en la tristeza, en el cansancio, en la incomprensión y en las muchas tribulaciones a las que nos vemos sometidos, el que ha resucitado nos sigue llevando en su barca y esta barca es la Iglesia ( Jn 15, 11) la Iglesia madre que nos acoge y que nos duele, la Iglesia que resurge desde el concilio, que se levanta, se extiende y que ha abierto sus brazos en las manos de quienes desde el altar seguimos consagrando el pan para todos, para seguir haciendo de ella lo que felizmente se ha pro-clamado y vivido hasta hoy: Sacramento Universal de Salvación.

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Por: Diego León González Giraldo, Diácono

SER DIÁCONO

En el Nuevo Testamento“La tradición cristiana desde, San Ireneo de Lyon, y los documentos del Magisterio son unánimes para ubicar el ministerio del diaconado, o sea la institución de los diáconos, en la selección de los siete hombres helenistas” 1. El evento puntual al que se refiere Jacques D’arcy es el conocidísimo texto del libro de los Hechos en el que los após-toles sugieren escoger siete hombres de “buena fama, llenos de Espíritu Santo y sabiduría” (Hch 6, 1ss) para que se dedicaran al cuidado de las viudas de los griegos, y así ellos poder dedicarse al ministerio de la Palabra.2

De otra parte, en las primeras comunidades cris-tianas se conocía el ministerio del diaconado y se le asociaba íntimamente al ministerio de los epís-copos. (Flp 1,1) Así pues, “La Iglesia ha tenido una gran veneración por el diaconado, como da fe de ello el mismo San Pablo, cuando presenta su saludo no sólo a los epíscopos sino también a los diáconos”.3

Más adelante, el apóstol de los gentiles, en la pri-mera carta pastoral remitida a Timoteo, nos ofrece las virtudes y cualidades con las cuales deben es-tar adornados los diáconos para ejercer dignamen-te su ministerio, a saber: “hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conser-

1 D’ARCY, Jacques. Manual de preparación al Rito de Admisión, Ministerios y Órde-nes Sagradas (III). CELAM: Bogotá. 2000. p 196

2 Véase también: “Normas básicas de la educación de Diáconos permanentes. Editri-ce Vaticana: Ciudad del Vaticano. 1998. p 13”.

3 Op.cit. D’ARCY, Jacques. p 197

“…sea oportuno mencionar que es pertinente que no se reduzca el ministerio diaconal sólo a la vivencia de la liturgia. En ocasiones, pareciera que la función del diácono es sólo litúrgica, olvidándosenos que también están llamados a servir en la Palabra y la caridad…”

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ven el misterio de la fe con una conciencia pura”. Cfr (1Tim 3, 8-9).

En definitiva, el diaconado, desde sus inicios, es entendido como la acción de servir. El diácono, es en la Iglesia signo sacramental específico de Cristo Siervo. “Su tarea es ser interprete de las necesida-des y de los deseos de las comunidades cristianas y animador del servicio, o sea, de la diakonía”4.

Es inevitable, pues, no traer a colación la etimo-logía de la palabra diácono; que como bien sabe-mos procede del griego, específicamente del verbo diakonein que traduce literalmente servir, “sus de-rivados (diakonos y diakonia), en el griego profa-no, expresan ante todo un ‘servicio de la mesa’” 5, tal como se evidencia en el ya citado texto de los Hechos de los apóstoles. Asimismo, “la raíz diakon expresa una actividad realizada en nombre de, bajo la autoridad de otro (de allí viene el sentido de apostolado)”6. Por lo que queda claro que el diaco-nado no es sólo un “servicio de la mesa”, pues sería una acepción que demeritaría en demasía la razón misma del ministerio. En efecto, el diácono ejerce más que un “servicio de la mesa”, el diácono, desde su ordenación, se configura con Cristo Siervo. Esto quiere decir, que ejerce su ministerio a la manera de Cristo quien nos enseña que “no vino a ser servi-do, sino a servir”. (Mc 10, 45). Igualmente, es aquel que ejerce su ministerio desde el abajamiento, des-de la kenosys. En efecto, el mismo Jesús nos ense-ña que: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. (Mt 9,35). Esto es, el servidor es el que se abaja, aquel que es capaz de agacharse hasta entregar todo de sí, tal como lo hizo el Maestro al lavar los pies de sus discípulos. (Jn 13, 4-5).

En la TradiciónLa Lumen Gentium, gran constitución dogmati-ca del Concilio vaticano II, que nos habla sobre el misterio de la Iglesia, nos dice en su numeral 29: “En el grado inferior de la jerarquía están los diá-

4 PABLO VI, Carta apostólica Ad Pascendum, Introducción: l.c 534-5385 Op.cit. D’ARCY, Jacques. p 1936 Diaconado Permanente, I Congreso Latinoamericano y del Caribe (Documento de trabajo). CELAM

conos, que reciben la imposición de las manos “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio” así, ellos, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad”. Sí, tal como se lee, la Iglesia tiene claro que el diaconado hace parte de la estructura jerárquica de ella. Esta división triparti-ta: Obispo, presbítero y diácono, viene dada desde el gran S. Ignacio de Antioquia, uno de los prime-ros Padres de la Iglesia, más concretamente era un Padre Apostólico, dada su cercanía cronológica al periodo de los apóstoles. “Para San Ignacio una Iglesia particular sin obispo, presbítero y diácono era impensable. Él subraya como el ministerio del diaconado no es sino el ministerio de Jesucristo […]. No son, en efecto, diáconos para comidas o bebidas, sino ministros de la Iglesia de Dios” 7.Documentos posteriores a las cartas escritas por San Ignacio de Antioquia valoraron en gran medida el ministerio del diaconado, entre ellos: la didaje y el Pastor de Hermas; y resaltaban los dotes espiri-tuales y cualidades que debían tener los ministros diáconos, a saber: la fidelidad a Cristo, la integridad de costumbres y la sumisión al obispo.

“La institución diaconal floreció, en la Iglesia de Oc-cidente, hasta el siglo V; después, por varias razo-nes, experimento una lenta decadencia, terminando por permanecer sólo como etapa intermedia para los candidatos a la ordenación sacerdotal”.8 En este punto es preciso anotar que en la Iglesia existe el diaconado permanente y el diaconado transitorio. El primero de ellos es el que floreció hasta el siglo V, en la Iglesia de occidente, y que luego declino len-tamente. El segundo fue el que permaneció como etapa intermedia para los candidatos al sacerdocio. El primero de ellos, el diaconado permanente, fue el que restauro la eclesiología del Vaticano II, ejercido por varones casados, a los que después de un pe-riodo formativo, se les considera dignos de ejercer el ministerio.9 –Pausa- la recepción del ministerio

7 Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes. Editrice Vaticana: Ciudad del Vaticano. 1998. p 13-14”

8 Op.cit. Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes. p 149 La declaración conjunta de las normas básicas de la formación de la formación de

los diáconos permanentes nos dice que: el diaconado permanente, restablecido por el Concilio Vaticano II […] en estos últimos decenios ha conocido, en numero-

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presbiteral no suprime el diaconado. La ordenación diaconal también imprime carácter, esto es, mar-ca para siempre a la persona que la recibe. Por lo tanto, todos aquellos que han recibido el ministerio diaconal y ahora ejercen el ministerio presbiteral o episcopal, siguen estando llamados a ser servido-res a la manera de Cristo. Recuerden que están llamados a servir desde el abajamiento, desde la entrega completa por aquellos a quienes se les ha encomendado para enseñar, regir y santificar. En efecto, “Todo don recibido debe ser puesto al ser-vicio de todos (1Pe 4,10); el apostolado mismo es una diaconía (2Co 3,3)”.10

Vivir el diaconadoRegreso a la definición ofrecida por la Lumen Gen-tium: “ellos, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad”. Por consiguiente, queda claro que la vivencia del diaconado se experimenta en una triple dimensión del servicio: la liturgia, la Palabra y la caridad.

1. Vivir la Liturgia“Según la tradición de la Iglesia y cuanto estable-ce el derecho, compete a los diáconos ‘ayudar al obispo y a los presbíteros en las celebraciones de los divinos misterios’”.11 Así pues, una digna partici-pación en la Eucaristía acrecienta la espiritualidad y vivencia del ministerio diaconal. Vivir la Eucaristía con decoro y dinamismo, no como elementos orna-mentales de la celebración, evidencia la vivencia del ministerio dentro de la liturgia. La liturgia es estéti-ca, y como tal exige elegancia y preparación, como también respeto por lo establecido. Por lo tanto, se espera que toda acción litúrgica realizada por un diacono, a saber: bautismo, matrimonio, exequias, liturgia de las horas, entre otras, sea realizada de manera digna y respetuosa. Celebrar bien los actos litúrgicos, que le son propios al ministerio, manifies-ta qué tan bien se está viviendo el ministerio.

sos lugares, un fuerte impulsos […]. Los documentos responden a una necesidad ampliamente sentida de aclarar y reglamentar la diversidad de perspectivas de los experimentos hasta aquí realizados, tanto a nivel de discernimiento y preparación, como a nivel de actuación ministerial y de formación permanente.

10 Op.cit. D’ARCY, Jacques. p 19511 Op.cit. Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes. p 95

De otra parte, sea oportuno mencionar, que es perti-nente que no se reduzca el ministerio diaconal sólo a la vivencia de la liturgia. En ocasiones, pareciera que la función del diácono es sólo litúrgica, olvidándose-nos que también están llamados a servir en la Pala-bra y la caridad, tal como veremos a continuación.

2. Vivir la PalabraDice el ritual de ordenación: “Recibe el Evange-lio de Cristo del cual te has transformado en su anunciador”. Nos dice Carlos María Martini: “El servicio de la palabra supone, pues, a Cristo re-sucitado, centro de la historia y de la vida, supo-ne una historia de salvación fundada sobre las promesas de Dios y las expectativas del hombre, y explica la relación entre esa historia, esas pro-mesas de Dios y la salvación definitiva presente en Jesús”.12 Es evidente pues, que vivir la Pala-bra es vivir a Cristo mismo, gozar de la fuerza de la resurrección; sólo de esta manera es posible transformarse en su anunciador, pues como se va a anunciar a quien no se conoce.

Nuevamente es preciso exhortar a que la viven-cia del ministerio no sea exclusivamente la pro-clamación del Evangelio y la predicación dentro de la Eucaristía, que es propio del diácono. Una verdadera vivencia de la Palabra se experimen-ta cuando esa Palabra, que es Cristo mismo (Jn 1,1), está haciendo morada en quien la escucha, forja el espíritu de quien la anuncia y transforma la vida de quien la porta (Gal 4,19). De otra par-te, la vivencia de la Palabra también se da en la catequesis, la enseñanza, la Nueva Evangeliza-ción. Por lo tanto, el diácono tiene que abrir los horizontes de compresión de su ministerio. Abrir sus ojos y percibir que, frente a él, hay un mundo que espera que se les anuncie el kerigma. Que hay muchas personas deseosas de escuchar las primicias del Reino.

El Cardenal Martini expresa: “Personalmente, cuan-do me piden que explique la Escritura, siento instin-tivamente la necesidad de reflexionar mucho sobre

12 MARTINI, Carlos María. Esteban, servidor y testigo. Ediciones Paulinas: Bogotá. 1991. pp 54-55

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el texto y el contexto bíblico, sobre las personas a quien debo hablar, tratando ante todo de captar lo que la Palabra de Dios me dice en ese momento”13. En ese sentido, vivir la Palabra exige también, para el diácono, estudiar, meditar y orar esa Palabra de vida que anuncia. Pues, dicho sea de paso, el mun-do de hoy exige que lo que se anuncia se realice competentemente, sin mediocridades; y esa efecti-vidad y competencia del anuncio sólo será posible alcanzar con el estudio, la meditación y oración asi-dua de la Palabra.

Vivir la caridadJacques D’arcy en el manual de preparación para el rito de admisión, ministerio y órdenes sagradas dice: “El ejercicio de la caridad ha sido siempre una función esencial de la vida eclesial bajo la autoridad del obispo […]. El obispo recibía estos dones y de-bía distribuirlos entre los más pobres; y allí se valía de la colaboración de los presbíteros y los diáco-nos. El ejercicio de la caridad se ha traducido para el diácono en la visita y el cuidado de los enfermos, de los necesitados, de todos aquellos que no te-nían esperanza”.14 Dos puntos tendrían que resal-tarse en este momento. En primer lugar, que en el ejercicio de la caridad, el diácono es colaborador del obispo (también en la liturgia y la Palabra); y, en segundo lugar, que a él se le confía el cuidado de los más necesitados.

En cuanto a la colaboración del obispo es oportuno resaltar que, la eclesiología del diaconado, mani-fiesta que éste debe estar atento a ejecutar las ór-denes del obispo y estar siempre a su disposición.15 En efecto, la esencia del ministerio del diácono, así como la de los presbíteros, viene dada por la parti-cipación de aquel que goza de la plenitud del sacer-docio de Cristo, el obispo.

En lo que se refiere al cuidado de los más nece-sitados, dice al respecto Martini: “La caridad pas-toral […] es la asunción y la participación en el amor con que Jesús, buen pastor, da la vida por

13 Op.cit. MARTINI, Carlos María. p. 5814 Op.cit. D’ARCY, Jacques. p 20815 El Testamenum Domini Nostri Iesu Christi considera que el primer oficio del diaco-

no es acoger las ordenes del obispo y ejecutarlas.

el rebaño. No la conquistamos nosotros: es una gracia que hay que pedir, un don que hay que aceptar; es el don del Espíritu invocado sobre ustedes en el día de la ordenación diaconal”.16 Así pues, que al diácono se le encomiende el cui-dado de los más necesitados, significa que debe interesars por ellos, preocuparse; y sobre todo, atenderlos con el mismo amor que Cristo amó a quienes el Padre le confió.

Vivir la caridad supone la entrega y el sacrificio, la comprensión y la compasión. Como vemos son vir-tudes que, si no se tienen, menguaran la vivencia de la caridad entre aquellos desfavorecidos, pero ante todo, necesitados de amor. Sin embargo, si no se poseen se pueden alcanzar, basta pedirlas incansablemente en la oración y confiar en la gra-cia de Dios (2 Cor 12,9), pues “estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús”. (Flp 1,6)

16 Op.cit. MARTINI, Carlos María. p. 119

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Pascua y Eucaristía.LA EUCARISTÍA, MISTERIO PASCUAL Y SACRAMENTO DE UNIDAD Y DE ESPERANZA.

Por: Diego Alberto Uribe Castrillón, Pbro.

Jesús vivió con intenso gozo su misterio pascual. La Pascua que estamos viviendo tiene, entonces, la mis-

ma gozosa connotación que la del Señor que la instituyó, la Pascua es el Sacramento de la fe, el centro de nuestro camino de creyentes, el principio de la Iglesia, el culmen de la Evangelización y el anticipo del glorioso destino de la Iglesia junto a su glorioso Pastor, como diremos en la Colecta del Cuarto Domingo de Pascua. La Iglesia del Señor está llamada a dar gloria a su Dios. Su misión es anunciar con la palabra, la vida y el culto, la presencia de Dios en la Historia, manifestar a Cristo glorioso en medio de las realidades del mundo, celebrando visiblemente su triunfo sobre la muerte. Ya lo decimos en nuestras celebraciones: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús1. Por eso en cada celebración, llenos de fe, volvemos a pensar lo que nos dice la Liturgia de las Horas:

Aquella noche santa te nos quedaste nuestro, nada para el sentido, todo para el misterio.2

En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacri-ficio de Cristo. Su Pascua es celebrada en sus tres mo-mentos gloriosos: La Cena en la que ofrece su entrega, el Sacrificio en el que hace realidad su entrega amorosa, su victoria, en la que el Resucitado nos anuncia que co-mienza un tiempo nuevo, el tiempo de la vida y de la paz, cuando la muerte es derrotada por la muerte del Corde-ro. La Eucaristía es presencia de Jesús. Es la totali-dad de su amor, es la luminosa manifestación de toda su vida, de su Encarnación, de su Palabra, de su Sacrificio, de su triunfo Pascual.

1 Misal Romano.2 Liturgia de las Horas, Himno del Corpus Christi.

La Eucaristía es la alegría del mundo. Por eso Jesús insiste en decirnos también que nos llenemos de gozo. Benedicto XVI decía el año pasado: “No se puede ordenar la alegría. Sólo se la puede dar. El Señor resucitado nos da la alegría: la verdadera vida.

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Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: “Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre”3. Pero el Cristo presente en la Eucaristía es el Cristo ya glorificado, el que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz con el vino: “Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos”4

Sabemos que Jesús se ofrece en sacrificio por la humanidad, por lo que la expresión “sangre derra-mada” la que aparece en los relatos de la Institución de la Eucaristía implica el drama de la muerte, pues, como atestigua el lenguaje bíblico del Génesis 9,6, es sinónimo de muerte cruenta. Pero esa muerte cruenta en Jesús se transforma en sacrificio, en ofrenda amo-rosa, voluntaria, generosa, que se hace, como dice el texto de la misa, “por muchos”, que alude a los desti-natarios de esa sangre derramada. Esa multitud está profetizada en el cántico del Siervo Doliente, el cuarto canto de Isaías y luego admirablemente aplicada por la Carta a los hebreos: con su sacrificio, “entregándose a la muerte”, el Siervo del Señor “llevó el pecado de muchos” (1 Pedro 2, 24). Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de la “nueva alianza” que había predicho Je-remías (cf. Jeremías 31, 31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los Hebreos exalta pre-cisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. Hebreos 10, 14-17). Pero este excelso sacrificio no concluye en el Sepulcro. De allí brota la vida en un destello maravilloso de luz y de paz. El Resucitado, como nos lo cuentan los Evangelios (Cf. Lucas 24, 13-35), avanza con sus discípulos, los busca, les ilumina el camino de la vida, les hace presente el gozo de su Resurrección. Con razón el poeta francés Paul Claudel, hace hablar a Jesús en el misterio de la Eucaristía:

Ven conmigo, a donde yo estoy, en ti mismo, y te daré la clave de la existencia. Donde yo es-toy, está eternamente el secreto de tu origen... ¿Dónde están tus manos, que no estén las mías? ¿Y tus pies, que no estén clavados en la misma cruz? ¡Yo he muerto y he resucitado una vez para

3 Mateo 26,28ss.4 Mateo 26, 28; cf. Marcos. 14, 24; Lucas 22, 20

siempre! Estamos muy cerca el uno del otro… ¿Cómo puedes separarte de mí sin arrancarme el corazón?5

Ahora también nosotros acudimos a buscarlo y sabemos que le encontraremos en la Fiesta Pascual de la Eucaristía. Es esta, de verdad, la Pascua Semanal, la Pascua Diaria de toda la Iglesia. Emaús nos lanza a dar una mirada a Cristo en la cruz como Sacerdote de la nueva alianza, como mediador e intercesor desde el sacrificio generoso y redentor. Cristo nos acoge pero también nos reta a no quedarnos en el dolor del Viernes Santo y nos pide que trascendamos, justo en un mundo tan intrascendente, la feliz noticia de la Resurrección del Señor porque la Eucaristía nos hace descubrir la victoria de Cristo, el que nos encomienda, de modo particular a los Sacer-dotes, la misión de celebrarla de tal modo, con tal aten-ción, con tal claridad, con tal piedad, con tal convicción, que permita que todos los que nos acercamos a esta fiesta, nos hagamos testigos de la Resurrección. Como es un signo que da vida, hemos de invi-tar a participarla a seres humanos vivos, vivos porque han recibido la vida de Jesús, de su palabra, del amor de sus discípulos, de la entrega generosa y muchas veces silenciosa y probada de su Iglesia. En ella, en el Sacramento y en la Fiesta, en el Sacrificio y en el Convite fraterno, reconocemos a Jesús, pero también reconocemos a los hermanos, los vemos iluminados por la luz del cordero, lavados en su sangre, redimidos por la voluntaria y admirable dona-ción del Pastor de este Rebaño de elegidos. La Eucaristía es la alegría del mundo. Por eso Jesús insiste en decirnos también que nos llenemos de gozo. Benedicto XVI decía el año pasado: “No se pue-de ordenar la alegría. Sólo se la puede dar. El Señor re-sucitado nos da la alegría: la verdadera vida. Estamos ya cobijados para siempre en el amor de Aquel a quien ha sido dado todo poder en el cielo y sobre la tierra”6. Que la Pascua de Cristo, que el Sacramento Pascual restaure el mundo en el que vivimos, sane las heridas de tantas violencias y nos conceda reunir en la mesa de los hermanos a muchos Resucitados con Cristo, para volver a conocer al Señor en la Fracción del Pan.

5 Paul Claudel, La Messe là-bas, citado por el Beato Juan pablo II en su catequesis del 11 de octubre del año santo 2000

6 Benedicto XVI. Homilía en la Vigilia Pascual 2011.

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Tarea ineludible para la Iglesia (primera parte)

Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez Pbro.

EVANGELIZAR EL UNIVERSO DE LA POLÍTICA

Introducción

Una primera dificultad al definir nuestro objeto de estudio es determinar con precisión de qué vamos a hablar: ¿De lo

político?, ¿de las políticas?, ¿de la política?, ¿de los políticos? Si bien todas estas expresiones remiten al término griego “po-lis” cada una de ellas tiene giros según las esferas en que se desenvuelvan.1

No es precisa la traducción “polis” por “ciudad” (como derivación del civitas latino), por demás la concepción que hoy tenemos de “ciudad” no se corresponde con la voz griega po-lis. La palabra designaba más bien la posición fuerte y venta-josa en la que aldeanos y agricultores que vivían dispersos po-drían protegerse de eventuales ataques militares, algo similar al “castro” gallego-asturiano que alude a un pueblo fortificado o un castillo. Originariamente se entiende por polis un lugar para protegerse de agresiones militares, es un sitio estratégico para defenderse, en este sentido tiene que ver con la milicia/la guerra. En Ciencia Política la anterior acepción se relaciona con una condición inherente al ser humano: el miedo. Es inne-gable que el miedo es un factor generador de poder dentro de las sociedades a la vez que es producto del mismo y asegura su reproducción.2

En la Atenas clásica cuando se produce el origen de la política3 polis designaba no sólo un recinto urbano y la comunidad de personas en él asentada sino zonas rurales (aldeas) depen-dientes del mismo, de manera que la polis disponía de amplias extensiones geográficas que le avalaban su autarquía; en esta realidad social ya se evidenciaba la dialéctica centro-periferia y emergían nuevas clases sociales. Desde el punto de vista sociológico e incluso geográ-fico la acepción original de polis se asemeja a la concepción

1 Prélot, Marcel. “La Ciencia Política”, Eudeba, Bs. Aires, 1964, p. 52 Cf. Bauman, Zygmunt. “En busca de la política., FCE, México, 2002, p. 57 y s.s.3 Cf. Finley, M.I. “El Nacimiento de la Política”. Crítica, Barcelona; 1986

“El poder político procede de Dios y es parte integrante del orden creado por Él, este orden es advertido por las conciencias y se realiza en la vida social a través de la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad que procuran la paz”.

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actual de ciudad, sin embargo hay que precisar que no es así desde lo estrictamente político porque la antigua ciudad grecorromana 4 disponía de independencia, mientras que la ciudad moderna si bien tiene autonomía administrativa está inserta en la compleja estructura del Estado soberano, por lo tanto, ¿tendríamos que entender que lo distintivo de la polis era su independencia, llamada hoy soberanía y denominada autarquía por Aristóteles? Es evidente que la polis remite a una estructura de poder y a través de ella se va constituyen-do una comunidad más global (involucrando otras comuni-dades menores) ejerciendo un poder englobante, lo que no-sotros denominamos globalización (financiera, cultural, etc.) no es un fenómeno nuevo.

1. La comunidad política veterotestamentaria: institu-ción de la monarquía en el horizonte del tiempo esca-tológico. Inicialmente Israel no tuvo rey como los demás pueblos porque el pueblo elegido sólo reconocía el señorío de Yahvé. Dios interviene en la historia a través de hombres del pueblo que actuaban con el Espíritu de Dios, así lo relata el libro de los Jueces. A Samuel, juez y profeta, el pueblo le pide un rey: “Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Por tanto, asígnanos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones” (1 S. 8,5; 10, 18-19), ahí encontra-mos referenciada la institución de la monarquía en Israel. Es interesante como Samuel advierte al pueblo sobre las consecuencias de un ejercicio despótico de la realeza (1 S. 8, 11-18) con la amonestación “se lamentarán a causa del rey que han elegido, pero entonces Yahvé no les responderá” (v.18b). No obstante, el poder real se experimenta también como don de Dios que viene a favorecer a su Pueblo (Cf. 1 S. 9, 16). Saúl recibe la unción real (Cf. 1 S. 10, 1-2) con una in-terpelación que acompañará a todos los reyes de Israel, “¿No es Yahvé quien te ha ungido como caudillo de su heredad?” (v.1b). El Pueblo de Dios concibe de manera sustancialmente distinta la realeza con respecto a las concepciones de otros pueblos, es un rey elegido por Yahvé (Cf. Dt. 17, 15; 1 S. 9, 16), consagrado por Dios (Cf. 1 S. 16, 12-13), y será para Dios como un hijo (Cf. Salmo 2, 7), por lo tanto, obligado a hacer visible el señorío y la salvación de Yahvé (Cf. Salmo 72), ha-ciéndose defensor de los débiles. Los profetas denunciarán los extravíos de los reyes que olvidan que han recibido la heredad directamente de Dios, el episodio de la viña de Nabot ilustra esto (Cf. 1 R. 21), los pro-fetas no escatiman expresiones fuertes para denunciar desca-rríos, “¡Ay! Los que decretan decretos inicuos, y los escribien-

4 De Coulanges, Fustel. “La Ciudad Antigua”. Panamericana Editores, Bogotá, 1996.

tes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín, y despojando a los huérfanos” (Is. 10, 1-2); “así dice Yahvé: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y desvían el camino de los humildes” (Amós 2, 6-7ª); “escuchen esto los que pisotean al pobre y quieren su-primir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?” (8, 4-7), son frecuentes las denuncias contra los jefes que oprimen al pueblo (Cf. Mi. 3, 1-4). David se constituye en el prototipo de rey elegido por Yahvé, su condición humilde es subrayada en los rela-tos bíblicos (Cf. 1 S. 16, 1-13), David es depositario de la promesa (Cf. 2 S. 7, 13-16; Salmo 89, 2-38; 132, 11-18), lo cual lo hace iniciador de una tradición real en la línea de la expectativa mesiánica, a pesar de las infidelidades de David, ésta tiene su culminación en Jesucristo, el ungido de Yahvé (Cf. 1 S. 2, 35; 24, 7.11; 26, 9.16; Ex. 30, 22-32; Mt. 1, 1-17; Lc. 3, 23-38; Rm. 1,3). En el plano histórico la monarquía fracasa. Esto no lle-vará al desvanecimiento del ideal de un rey fiel a Yahvé capaz de gobernar con justicia y sabiduría, este ideal se expresa con frecuencia en la oración del pueblo (Cf. Salmo 2; 18; 20; 21; 72). Para el tiempo escatológico se espera un rey habitado por el Espíritu del Señor, sabio y justo con los pobres (Cf. Is. 11, 2-5; Jr. 23, 5-6), así lo dejan entrever los oráculos mesiánicos. Por otra parte, se espera un verdadero pastor (Cf. Ez. 34, 23-24; 37, 24) que traerá la paz a los pueblos (Cf. Za. 9, 9-10). La literatura sapiencial nos presenta al rey como aquel que aborrece la iniqui-dad y pronuncia juicios justos (Cf. Pr. 16, 12), amigo del hombre de corazón puro (Cf. Pr. 22,11) y que juzga a los pobres con justicia (Cf. Pr. 29, 14).2. La praxis de Jesús de Nazaret y la prístina comunidad cristiana respecto a la autoridad política5

En Jesús no hay un rechazo directo a las autoridades de su tiempo, sí hay una postura frontal respecto al poder opresi-vo y despótico, “saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y las oprimen con su poder” (Mc. 10, 42; Cf. Mt. 20, 24-28; Lc. 22, 24-27), opre-sores que incluso se hacen llamar “benefactores” (Cf. Lc. 22, 25). En la diatriba sobre el pago del impuesto al César (Cf. Mc. 12,

5 el artículo “Pastoral Social: ser y quehacer en la vida eclesial” hicimos referencia a las inci-dencias normativas del acontecimiento Jesús de Nazaret. En: El Informador, edición 190. Febrero 2012. Pág. 22-26

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13-17; Mt. 22, 15-22; Lc. 20, 20-26) encontramos una condena implícita a la absolutización y divinización del poder temporal, únicamente Dios puede exigir todo del hombre. Otro aspecto relevante es que el Mesías prometido derrota la tentación de un mesianismo político (Cf. Mt. 4, 8-11; Lc. 4, 5-8), su misión no es dominar las naciones porque ha venido “a servir y a dar su vida” (Mc. 10, 45; Cf. Mt. 20, 24-28; Lc. 22, 24-27). La respuesta de Jesús a la discusión de los discípulos sobre quién es el más grande es muy reveladora, el Señor enseña que hay que ocupar el último lugar y hacerse servidor (Cf. Mc. 9, 33-35), mostrando así el ineludible camino de la cruz (Mc. 10, 35-40; Mt. 20, 20-23). La praxis de Jesús de Nazaret se constituye en la fuente de las primeras comunidades cristianas insertas en un ambiente sociopolítico complejo y hostil. San Pablo ex-horta a una sumisión no pasiva sino por razones de con-ciencia (Cf. Rm. 13, 5), definiendo los deberes y relaciones de los creyentes respecto a las potestades temporales, “so-métanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas /…/ ¿Quieres no temer a la autori-dad? Obra el bien /…/ Pero, si obras el mal, teme; pues no en vano lleva la espada” (Cf. Rm. 13, 1-7). Además es un deber pagar tributos, “den a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor” (Rm. 13, 7). No hay en la teología paulina un intento de legitimar alguna forma de poder, el propósito es más bien que los cristianos “procuren el bien ante todos los hombres” (Rm. 12, 17), esto incluye las relaciones con quienes ejer-cen la autoridad porque están al servicio de Dios en orden al bien personal y común (Cf. Rm. 13,4; 1 Tm. 2, 1-2; Tt. 3,1), y con la finalidad de “hacer justicia y castigar al que obra el mal” (Rm. 13, 4). La 1 Carta de Pedro,6 con certeza utilizada por Po-licarpo y probablemente por Clemente de Roma, exhorta a los creyentes a permanecer sometidos “a causa del Señor, a toda institución humana” (1 P. 2, 13). Los que gobiernan y el rey están para “el castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien” (1 P. 2, 14), por lo cual su autoridad debe ser reconocida y honrada (Cf. 1 P. 2, 17), Dios exige obrar con rectitud y la libertad no puede utilizarse para encu-brir la maldad propia sino para servir a Dios (Cf. 1 P. 2, 16), la obediencia está enmarcada en la libertad y responsabilidad en orden al bien común y a la justicia. San Pablo, en contexto de persecución religiosa, re-comienda orar por los gobernantes, explicitando lo que debe asegurar la autoridad política: “una vida pacífica y tranquila,

6 La Carta es atribuida explícitamente a Pedro por Ireneo.

que transcurra con toda piedad y dignidad” (1 Tm. 2, 1-2). Los creyentes deben estar “prontos para toda obra buena” (Tt. 3,1) “mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres” (Tt. 3,2). La teología paulina no olvida la miseria de la condi-ción humana marcada por el pecado y redimida por el amor de Dios, esto tiene significativas repercusiones sociales. Sin el “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tt. 3, 5-6), todos los hombres son “insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y en-vidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros” (Tt. 3,3). En la historia muchas veces el poder humano se ha extra-limitado, cuando el poder se auto-diviniza reclama absoluta sumisión, es la imagen bíblica de la Bestia del Apocalipsis icono del poder imperial perseguidor y ebrio de “la sangre de los santos y la sangre de los mártires de Jesús” (Ap. 17,6). El “falso profeta” (Ap. 19,20) al servicio de la Bestia seduce con el espíritu de la mentira para gobernar a las naciones y absolutizar el poder del maligno en la historia humana, sin embargo, Cristo es el Cordero Vencedor de todo poder co-rrupto y maligno, los mártires se constituyen en testigos de esta gloria. La Iglesia anuncia que Jesucristo gobierna sobre el universo que Él mismo ha redimido, su reinado incluye también el tiempo presente y concluirá sólo cuando todo sea consignado al Padre y la historia humana concluirá con el juicio final (Cf. 1 Cor. 15, 20-28), el Señor Jesús revela a la autoridad humana, tentada por el poder y el dominio, que su auténtico significado es el servicio.

Conclusión (de la primera parte) La soberanía es sólo de Dios, no obstante, el Señor “no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los po-deres. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que go-biernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina”.7 El poder político pro-cede de Dios y es parte integrante del orden creado por Él, este orden es advertido por las conciencias y se realiza en la vida social a través de la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad que procuran la paz.8 En la segunda parte de este artículo haremos re-ferencia al fundamento y fin de la comunidad política y al ejercicio de la autoridad como fuerza moral.

7 Catecismo de la Iglesia Católica, 1884.8 Cf. Juan XXIII. Carta Encíclica Pacem in terris: AAS 55 (1963) 266-267. 281-291. 301-

302; Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 39: AAS 80 (1988) 566-568

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EL QUE HACER DESDE LA PEDAGOGÍA PASTORAL DEL SACERDOTEDE LA ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLÍN

Resumen

La situación actual que vive la Iglesia en Mede-llín, amerita repensar la evangelización y la for-

ma como se está trasmitiendo el mensaje de salva-ción a las comunidades parroquiales, cómo se lleva a cabo la formación integral como uno de los ejes transversales, que posibiliten el avance armonioso de la cultura en la sociedad. La presencia de la Igle-sia en Medellín dentro del plan pastoral y misión continental garantiza la participación activa e inclu-yente dentro de los conocimientos formativos-edu-cativos que se proponen mediante el acercamiento crítico, sistemático y objetivo, al mundo de lo edu-cativo. El presente artículo tiene como objeto hacer una análisis de los métodos pedagógicos que se deben utilizar para la evangelización y, desde lue-go, indagar qué saberes poseen los sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín para evangelizar con criterios metodológicos claros y que permitan la de evangelización con objetividad y disciplina apoya-dos en el saber pedagógico y en el de las ciencias pedagógicas que estudian el hecho de aprender a aprender y aprender a enseñar. Con este artículo se quiere indagar a los sacerdotes diocesanos de la necesidad que urge de una formación pedagógica y didáctica que contribuyan a la transformación de las comunidades parroquiales.

Palabras claves: Evangelización, Didáctica, Pasto-ral, Clero, Comunidad.

“Con este artículo se quiere indagar a los sacerdotes diocesanos de la necesidad que urge de una formación pedagógica y didáctica que contribuyan a la transformación de las comunidades parroquiales”.

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Abstract

The current situation the local Church of Medellin lives in, deserves to rethink the evangelization and the way the message of salvation is being transmitted to the pa-rish communities, carrying out the integral formation as one of the cross axes, enabling the harmonious develo-pment of the culture in the society. The presence of the Church in Medellin inside the pastoral plan and conti-nental mission guarantees the active and inclusive par-ticipation within the formative - educational knowledge that are proposed by means of the objective, systema-tic, and critical approach, to the educational world. The present article has as an object to do an analysis of the pedagogical methods that should be used for the evan-gelization and of course to investigate that possessed knowledge the priests of the Archdioceses of Medellin have to evangelize with clear methodological criteria, which allow processes of evangelization with objectivi-ty and discipline supported on pedagogical knowledge and in that of the pedagogical sciences that study the fact learning to learn and learning to teach. With this article one wants to be investigate the diocesan priests of the need that presses of a didactic and pedagogical formation that contribute to the transformation of the pa-rish communities.

Keywords:Evangelization, Didactic, Pastoral, Clergy, community.

INTRODUCCIÓN

La Iglesia existe para evangelizar: esa es su razón de ser y el mayor motivo de su alegría. Si la Iglesia no evangeliza no tiene razón de existir. Formar en la fe se ha convertido en la mayor preocupación para todos los que forman la comunidad eclesial de la Arquidió-cesis de Medellín. Cada parroquia, familia, escuela, colegio y universidad están comprometidos a formar creyentes, animar en la fe, de todos los que integran el pueblo de Dios, los niños, adolescentes, jóvenes adultos y personas mayores. Para renovar y revitalizar la pastoral evange-lizadora de nuestra Iglesia particular de Medellín es

necesario leer la realidad y aplicar los métodos de la pedagogía de Jesús para lograr ser más efectivos en la misión que se ha confiado a los sacerdotes y agentes de pastoral de anunciar el Evangelio, con el testimo-nio de vida y la palabra. Cada bautizado participa del “Envío” (Mc 16,15; Mt 28,19) que Jesús propuso a sus discípulos; implica salir, acompañar, señalar el camino, proponer e interpretar el mensaje de salvación hoy y aplicarlo a la realidad cultural. El Episcopado Latinoamericano retoma el mé-todo de ver, juzgar y actuar en la acción de la pastoral evangelizadora, que implica tener una claridad diag-nóstica de la realidad para intervenirla desde el Evan-gelio y llegar a un compromiso expresado con el testi-monio de vida en la praxis cristiana. En efecto, en el documento de Aparecida (2007) se afirma:

Este método nos permite articular, de modo siste-mático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con sen-tido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo. La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son presupuestos indispensables que garantizan la eficacia de este método (2008, p. 8).

Abierta a la gran responsabilidad de la Iglesia, frente a las nuevas tendencias que nos presenta el mundo contemporáneo, como lo presenta Aparecida, sobre todo cuando se trata de vincular la evangeliza-ción desde los parámetros formativos, pensando en las nuevas generaciones de evangelizados y catequiza-dos que asisten a las comunidades parroquiales para adquirir la fe; desde la formación evangelizadora. De hecho, la Iglesia es una de las instituciones que tienen la responsabilidad de formar y educar en la fe y en la pastoral. La situación actual que vive la Iglesia de Amé-rica Latina, amerita repensar en la evangelización y la forma como se está trasmitiendo el mensaje de salva-ción a las comunidades, es menester llevar a cabo la formación integral como uno de los ejes transversales, que posibiliten el desarrollo armonioso de la cultura en

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la sociedad, puesto que uno de los grandes retos que se le presenta a la Iglesia, es responder a la pregunta: ¿cómo evangelizar en momentos de crisis de valores y pérdida del sentido de pertenencia a la sociedad? Las noticias que nos llegan por doquier acerca de la socie-dad fragmentada, hacen pensar que falta una reevan-gelización o reelaboración de la forma de evangelizar como factor determinante para el desarrollo de las co-munidades. La historia nos ha enseñado, a través de los grandes pensadores, filósofos, teólogos historiadores, pedagogos, educadores e investigadores, entre otros, hombres y mujeres de conocimiento, para quienes la evangelización fue el pilar fundamental en toda expre-sión, para formar al hombre en todas sus dimensiones: física, psíquica, emocional, espiritual, cultural, ética, moral y socialmente. Hoy, en pleno siglo XXI, las aspiraciones y pen-samientos de nuestros ancestros, siguen presentes en este mundo contemporáneo, rico en diversidad de ideo-logías: unas excelentes, que contribuyen al desarrollo del ser humano y otras que siembran el caos y el sin sabor de la vida; ahora bien, frente a esta realidad que vivimos hoy, cabe preguntarse ¿cuál es el papel de la Iglesia en un mundo cambiante y lleno de incertidumbres? Respon-der a esta pregunta hace pensar en la renovación de las comunidades a las que Aparecida (2007) invita: “a que toda comunidad parroquial esté llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se ex-presa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del discípulo misionero. Su propia reno-vación exige que se deje iluminar siempre de nuevo por la Palabra viva y eficaz” (172, p. 40). La situación de la pérdida de valores de la so-ciedad de hoy, compromete a pensar que es a través de la evangelización como se puede seguir aportando elementos que ayuden al desarrollo armónico y social del individuo, por lo tanto, la educación, la formación y la capacitación de los sacerdotes y agentes de pastoral, constituye un tema enunciado en los documentos con-ciliares, encíclicas actuales y en especial el documento de Aparecida (2007) los cuales sirven como referencia, y hacen sus aportes a la evangelización, vislumbrado que es necesario un cambio de paradigmas en cuan-to a la misión se refiere: “la renovación misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de

las grandes ciudades como del mundo rural de nues-tro continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo”. (173, p. 40). Consciente de la situación actual de la Iglesia, especialmente en el contexto colombiano, es oportuno en esta propuesta ahondar en un modelo pedagógico y didáctico como eje transversal de la evangelización, de tal manera que se convierta en perspectiva de in-vestigación de la pastoral arquidiocesana de la ciudad de Medellín; este interés nace de la reflexión sisté-mica, trazada por el documento de Aparecida como modelo integrado del sacerdote mediador de los pro-cesos de la transformación y reconfiguración pastoral, quien debe tener como base un saber epistemológico debidamente fundado y con criterios metodológicos claros, que permiten procesos de evangelización efec-tivos, apoyados en el saber pedagógico y en el de las ciencias humanas que estudian el hecho de aprender a aprender y aprender a enseñar. La evangelización debe estar enfocada en la formación de un sujeto capaz de relacionarse con los otros y los contextos que favorezcan el reconocimien-to de la persona humana en su dignidad. Este recono-cimiento lleva a un nuevo aprecio de los valores que se viven en la sociedad actual, dar sentido a la exis-tencia. Esta relación no se puede dejar en el campo meramente especulativo, sino que debe integrar todas las dimensiones de la persona humana con sus pro-blemas, sus angustias, sus miedos y sus alegrías. La Iglesia, al formar un sujeto integral, no puede olvidar la dimensión humana del individuo que acompaña al hombre y que se mueve sobre otro tipo de saber, el cual, aunque no sea empírico, es impor-tante y da sentido a la existencia humana; teniendo en cuenta que depende siempre de la disposición a la apertura que el laico tenga para la transformación concreta de su propia realidad. La Evangelización, entonces, tiene toda su validez en la realidad de la Iglesia de hoy, y se hace necesaria en virtud de aquellos que se evangelizan; pero, a la vez, en una actitud de respeto y diálogo fren-te a aquellos que forman; unos y otros se unen en la búsqueda plena y total de la existencia, basados en los principios de la libertad y de libre expresión.

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DISEÑO METODOLÓGICO

Tipo de investigaciónEsta investigación es de carácter cualitativo–etno-gráfico, se realiza en la Arquidiócesis de Medellín, tiene como intencionalidad buscar la manera como los sacerdotes se apropian de los conceptos de educación, pedagogía, didácticas y de la formación integral que ayude a elevar la calidad de la evan-gelización de acuerdo con el querer del papa Be-nedicto XVI quien propone, a través de la Misión Continental, nuevas alternativas para fortalecer el Evangelio de Cristo.

Esta Investigación capta, mediante la en-cuesta, estrategias metodológicas y didácticas en el ambiente natural y la interpretación que el grupo investigador hace de los mismos a través de algu-nas técnicas de interpretación y de análisis

Población y muestraEl objeto de estudio de la investigación se centra en el clero arquidiocesano de la ciudad de Medellín, cuya población es la siguiente:

Análisis de la Información

Sacerdotes diocesanos: 723 y 322 parro-quias constituidas canónicamente. En total, la po-blación es de 723 sacerdotes.

Muestra De los 723 sacerdotes diocesanos, población ob-jeto de estudio, se toma la siguiente muestra: 100 sacerdotes diocesanos.

Unidad de análisis

Está conformada por:

• 100 sacerdotes a quienes se aplica la encuesta.

Técnicas e instrumentos para la obten-ción de la informaciónEntre las técnicas e instrumentos que se utilizan para la obtención de la información, se tiene:

• La encuesta (anexo A).

Cuadro 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Cuadro 2. Métodos pedagógicos.

Cuadro 3. Recursos didácticos empleados en la homilía.

Cuadro 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Cuadro 5. Metodología utilizada para la Misión Continental.

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Cuadro 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Cuadro 2. Métodos pedagógicos.

Cuadro 3. Recursos didácticos empleados en la homilía.

Cuadro 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Cuadro 5. Metodología utilizada para la Misión Continental.

Figura No. 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Figura No. 2. Métodos pedagógicos utilizados en la pastoral parroquial.

Figura 3. Recursos didáticos empleados en la homilía

Figura. 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Figura 5. Metodología utilizada para la misión continental

* Información obtenida sobre la pregunta 1.

El 41% de la muestra de la población está conformada por sacerdotes que tienen bien definido la intencionalidad pastoral dentro de sus parroquias, en tanto que el 19%, o sea 19 sacerdotes, manifies-

tan, por medio de la pregunta No. 1, la intencionalidad de transformar la comunidad a través de la pastoral; preocupa el 25% de los encuestados, pues no sabe cuál es la intencionalidad de la pastoral parroquial (Véase la figura 1).

*Información obtenida de la pregunta 2.

El 43% de la población encuestada no tiene claridad frente a los métodos pedagógicos que se de-ben utilizar en la pastoral parroquial, no saben res-ponder frente a las cuestiones curriculares, es decir, no están enfocados a los métodos pedagógicos que exige la evangelización de hoy para que el mensa-je de la Buena Nueva pueda llagar a su fin; de otra parte, el 22% utiliza talleres para que el mensaje del

Evangelio sea más explícito, en tanto que 20 sacer-dotes, es decir, el 20% de los encuestados se acerca a las propuestas de las TIC para articular la pastoral con métodos pedagógicos. Inquieta un 15% de los encuestados que no sabe responder. Todo esto per-mite analizar que urge la necesidad de formar al clero arquidiocesano en métodos pedagógicos para que la labor pastoral sea más eficaz y pertinente en tiempos cambiantes. (Véase Figura 2).

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Figura No. 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Figura No. 2. Métodos pedagógicos utilizados en la pastoral parroquial.

Figura 3. Recursos didáticos empleados en la homilía

Figura. 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Figura 5. Metodología utilizada para la misión continental

Figura No. 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Figura No. 2. Métodos pedagógicos utilizados en la pastoral parroquial.

Figura 3. Recursos didáticos empleados en la homilía

Figura. 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Figura 5. Metodología utilizada para la misión continental

*Información obtenida de la pregunta 3.

Para los recursos didácticos empleados en la ho-milía, el 11% de los encuestados responde que lo hace a través de signos, en tanto que un 15% utiliza “títeres” para explicar los evangelios. Haciendo la sumatoria de estos dos componentes se obtiene un

Cuadro 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Cuadro 2. Métodos pedagógicos.

Cuadro 3. Recursos didácticos empleados en la homilía.

Cuadro 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Cuadro 5. Metodología utilizada para la Misión Continental.

26% que utiliza elementos “didácticos” en la homi-lía. En un alto porcentaje, el 65%, es decir, 65 sa-cerdotes no saben qué elementos didácticos utilizar en la homilía para darle claridad al Evangelio. Un 9% no responde (Véase figura 3).

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Figura No. 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Figura No. 2. Métodos pedagógicos utilizados en la pastoral parroquial.

Figura 3. Recursos didáticos empleados en la homilía

Figura. 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Figura 5. Metodología utilizada para la misión continental

*Información obtenida de la pregunta 4.

*Información obtenida de la pregunta 5.

Cuadro 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Cuadro 2. Métodos pedagógicos.

Cuadro 3. Recursos didácticos empleados en la homilía.

Cuadro 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Cuadro 5. Metodología utilizada para la Misión Continental.

Cuadro 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Cuadro 2. Métodos pedagógicos.

Cuadro 3. Recursos didácticos empleados en la homilía.

Cuadro 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Cuadro 5. Metodología utilizada para la Misión Continental.

En la pregunta 4, que basada en la formación pe-dagógica que posee el clero arquidiocesano, en un alto porcentaje, el 77%, responde que no ha reci-bido ninguna formación pedagógica, mientras que

12 sacerdotes, es decir, el 12% de la población en-cuestada, sólo ha tenido una formación pedagógi-ca. No sabe responder el 5% de la población (Ver figura 4).

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Con respecto a la pregunta sobre los métodos que se están empleando para fortalecer la Misión Continen-tal, el 34% de los encuestados, es decir, 34 sacerdo-tes del clero arquidiocesano, no sabe qué métodos emplear para asumir la misión. Esta variante tiene un gran índice de los que dicen que no están emplean-do métodos; mientras que 33 sacerdotes dicen que

hay que acompañar los grupos que ya existen en las parroquias. Mientras tanto, el 19% de la población encuestada suele decir que hay que formar peque-ñas comunidades para fortalecer la misión. El 13% dice que lo hace para formación continua a toda la comunidad interesada, y el 1% dice que hay que in-formar sobre la misión (Véase figura 5).

Figura No. 1. Intencionalidad formativa pastoral.

Figura No. 2. Métodos pedagógicos utilizados en la pastoral parroquial.

Figura 3. Recursos didáticos empleados en la homilía

Figura. 4. Formación pedagógica que posee el sacerdote.

Figura 5. Metodología utilizada para la misión continental

ANÁLISIS INTERPRETATIVOLa investigación no pretende únicamente reprodu-cir la realidad sino que se constituye en un desarro-llo con base en la percepción y el pensamiento. Sus hallazgos son el resultado de la interacción con los sujetos (objeto de estudio) recibiendo éstos, a su vez, influencia de valoración y puntos de vista. Se toma como unidad de análisis de la investigación al clero arquidiocesano de la ciudad de Medellín, ubicado en el área metropolitana.

El propósito es conocer lo que piensan los sacerdotes frente a las estrategias metodológicas y didácticas, el aprendizaje, el interés de los clérigos con respecto a la educación, la pedagogía y, des-de luego, la formación integral como eje transversal de la misión evangelizadora que necesita la Iglesia hoy. En este sentido, Aparecida (2007) dice:

Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los pla-nes pastorales de diócesis, parroquias, comu-nidades religiosas, movimientos y de cualquier

institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las es-tructuras caducas que ya no favorezcan la trans-misión de la fe (365 p. 80).

Una vez aplicada la técnica, el análisis per-mite dilucidar las categorías básicas de: estrategias metodológicas, didácticas, interés de los sacerdo-tes con respecto a la educación, la formación in-tegral, que serán explicadas a continuación en el análisis interpretativo.

Desde las experiencias y percepciones de las personas focalizadas en la investigación, de acuerdo con lo expresado en la encuesta, es posi-ble presumir que los sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín hacen de las estrategias metodológicas tradicionales su principal instrumento para la evan-gelización, valiéndose poco de otra de clase de mé-todos de proyectos, solo se toman algunos aspectos de él, lo que evidencia que existe poca profundiza-

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ción acerca de éste y de otros métodos activos. Las respuestas a las encuestas dejan entrever que las estrategias metodológicas utilizadas por los sacer-dotes, hace que la predicación se vuelva monótona y poco convincente para los fieles. Así lo demues-tran las respuestas a las preguntas: 2, 3 y 5.

Asumir la postura de una estrategia me-todológica determinada, debe impulsar también a considerar los propósitos formativos, los conteni-dos pedagógicos y sus secuencias, por cuanto el método es el que se hace posible que se materiali-cen los fines propuestos para el trabajo pedagógi-co y evangélico que exige la Misión Continental. Fi-nalmente, determinar una estrategia de método es aportar elementos para las etapas que atraviesan las comunidades parroquiales, quienes exigen una nueva manera de transmitir el evangelio de Cristo a lo que Aparecida (2007) define como:

Las comunidades eclesiales de base… son fuente y semilla de variados servicios y minis-terios a favor de la vida en la sociedad y en la iglesia. Manteniéndose en comunión con sus obispos e insertándose al proyecto pastoral dio-cesana, las CEBs se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular. Actuando así, juntamente con los grupos parroquiales, asocia-ciones y movimientos eclesiales, pueden contri-buir a revitalizar las parroquias haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el tesoro precio-so de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia (179 p. 42).

En la categoría de Métodos Pedagógicos, la cual está ligada al método de enseñanza, es relevante señalar que, desde las respuestas a las preguntas 2 y 5, se presume que en los sacerdo-tes de la Arquidiócesis de Medellín predominan los aprendizajes memorísticos y repetitivos, haciéndo-se necesaria la utilización de variadas estrategias metodológicas que propicien la evangelización, la comprensión, el análisis de textos bíblicos, la re-

flexión, la adquisición de algunas técnicas de estu-dio y la resolución de problemas. Se hace énfasis en métodos pedagógicos, para la evangelización, puesto que ayudan a desarrollo cognitivo y la rea-lización personal e intelectual de las comunidades parroquiales, tal como lo afirma la encíclica Novo Millennio Ineunte (2000).

El proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica, debe ser una respuesta cons-ciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy, con: indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de formación y valoración de los agentes y la bús-queda de los medios necesarios, que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamen-te mediante el testimonio de los valores evangé-licos en la sociedad y en la cultura (29).

Esto implica un cambio en torno a las es-trategias generadoras de métodos de trabajo con significado que seguramente dan pautas confiables para que el la nueva evangelización se identifique con características que sean significativas para la comunidad parroquial.

Con la categoría de los recurso didácticos empleados en la homilía, que ésta ligada a la ma-nera como se emplean los elementos prácticos, no sólo para la pastoral catequética, sino también para la pastoral bíblica y celebrativa de la Iglesia, cabe señalar que, desde la encuesta realizada y las respuestas a las preguntas 2, 3 y 5, se de-duce que en los sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín necesitan una fortalecer la utilización de nuevas didácticas para que el mensaje dominical del Evangelio pueda llegar a su fin. Al respecto dice Aparecida (2007):

Los esfuerzos pastorales orientados hacia el encuentro con Jesucristo vivo han dado y si-guen dando frutos. Entre otros, destacamos los siguientes: crecen los esfuerzos de reno-vación pastoral en las parroquias, favorecien-

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do un encuentro con Cristo vivo, mediante diversos métodos de nueva evangelización, transformándose en comunidad de comunida-des evangelizadas y misioneras. Se constata, en algunos lugares, un florecimiento de comu-nidades eclesiales de base, según el criterio de las precedentes Conferencias Generales, en comunión con los Obispos y fieles al Ma-gisterio de la Iglesia (Documento de Puebla 261,617, 638, 731 y 940. Santo Domingo 62). Se valora la presencia y el crecimiento de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades que difunden su riqueza carismática, educati-va y evangelizadora. Se ha tomado conciencia de la importancia de la Pastoral Familiar, de la Infancia y Juvenil (99, p. 24).

Estas respuestas dejan entrever que a los sacerdotes les hace falta una educación apropia-da, en formación pedagógica y didáctica, que les interese y les impulse a tomarla como un elemento primordial para el futuro de cada uno de ellos y de sus comunidades; ahora bien, desde este plantea-miento es posible evidenciar la necesidad de mo-tivar a los sacerdotes desde sus propios intereses y saberes pero proponiéndole nuevos retos que estimulen su natural deseo de superar obstáculos, de construir y crear, sobre todo, de acompañar la transformación de las comunidades por medio de recursos didácticos coherentes y tangibles con el querer de la Iglesia. El Concilio Vaticano II (1665) en el decreto Presbiterorum Ordinis, dice:

Los presbíteros se ven impulsados a completar convenientemente y sin intermisión su ciencia divina y humana, y a prepararse, de esta forma, para entablar más ventajosamente el diálogo con los hombres de su tiempo. Para que los presbíteros se entreguen más fácilmente a los estudios y capten con más eficacia los métodos de la evangelización y del apostolado, prepá-renseles cuidadosamente los medios necesa-rios, como son la organización de cursos y de congresos, según las condiciones de cada país, la erección de centros destinados a los estudios pastorales, la fundación de bibliotecas y una

conveniente dirección de los estudios por perso-nas competentes”. (Po 19, p. 225).

Luego de resaltar la importancia de los recursos didácticos empleados en la homilía, el análisis conduce a otra categoría: Formación pe-dagógica que posee el sacerdote como eje fun-damental en la formación continua que necesitan los sacerdotes. La encuesta y las respuestas a las preguntas 2, 3 y 4 permiten tener una visión clara de la urgente necesidad de una formación pedagógica dentro del campo de formación con-tinua que tiene la Arquidiócesis de Medellín. Este compromiso de cualificación continua se debe realizar mediante la puesta en marcha de estra-tegias por parte de la Iglesia Arquidicoesana para mejor la calidad de las celebraciones eucarísti-cas, pastoral parroquial y la homilética del sacer-dote, por medio de actividades de que conlleven a los sacerdotes a tener interés por la pedagogía, trabajo en equipo y motivación frente a las tareas que se encomiendan y ante todo el clima parro-quial que permite el crecimiento de cada miembro de la comunidad. El Concilio Vaticano II (1965), en el decreto Optatam Totius, afirma:

Enséñeseles también a usar los medios que pueden ofrecer las ciencias pedagógicas, o psi-cológicas, o sociológicas, según los métodos rectos y las normas de la autoridad eclesiástica. Instrúyaseles también para suscitar y favore-cer la acción apostólica de los seglares, y para promover las varias y más eficaces formas de apostolado, y llénense de un espíritu tan cató-lico que se acostumbren a traspasar los límites de la propia diócesis o nación o rito y ayudar a las necesidades de toda la Iglesia, preparados para predicar el Evangelio en todas partes (OT 20, p. 249).

La formación pedagógica del sacerdote contribuye cualificar la acción evangelizadora de la Iglesia, propiciando así un buen clima comu-nitario y sobre todo formativo tal como lo afirma el Papa Juan Pablo II (1994) en la Encíclica en Pastores Dabo vobis:

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Ciertamente no faltan también razones simple-mente humanas que han de impulsar al sacer-dote a la formación permanente. Ello es una exigencia de la realización personal progresiva, pues toda vida es un camino incesante hacia la madurez y ésta exige la formación continua. Es también una exigencia del ministerio sacerdotal, visto incluso bajo su naturaleza genérica y co-mún a las demás profesiones, y por tanto como servicio hecho a los demás; porque no hay pro-fesión, cargo o trabajo que no exija una continua actualización, si se quiere estar al día y ser efi-caz. La necesidad de «mantener el paso» con la marcha de la historia es otra razón humana que justifica la formación permanente (p. 66).

Todo lo anterior permite aplicar la formación pedagógica como una nueva tendencia transversal en el campo la evangelización, de tal forma que sirva como medio eficaz para una formación integral de la persona en una sociedad cambiante que exige for-mar al hombre para asumir los nuevos retos que se le plantean. Sobre este aspecto, dice Juan Pablo II (1994):

Precisamente porque la formación permanente es una continuación de la del Seminario, su fina-lidad no puede ser una mera actitud, que podría decirse, «profesional», conseguida mediante el aprendizaje de algunas técnicas pastorales nuevas. Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua madura-ción, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación —humana, espiritual, intelectual y pastoral—, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella. (p. 68).

Finalmente, es necesario recoger la expe-riencia que se ha planteado a lo largo de la investi-gación y su línea de estudio a través de la categoría de la Misión Continental, porque permite hacer una relación entre las preguntas 1, 2, 3, 4 y 5 en donde se expresa implícitamente que en el quehacer misione-ro es necesario una excelente formación humana del sacerdote como lo plantea Juan Pablo II (1994):

Una primera profundización se refiere a la di-mensión humana de la formación sacerdotal. En el trato con los hombres y mujeres y en la vida de cada día, el sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permite comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas, compartir las esperanzas y expectativas, las alegrías y los trabajos de la vida ordinaria; ser capaz de encontrar a todos y dialogar con todos. Sobre todo conociendo y compartiendo, es de-cir, haciendo propia, la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones, desde la indigencia a la enfermedad, desde la margina-ción a la ignorancia, a la soledad, a las pobrezas materiales y morales, el sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente, en un creciente y apasionado amor al hombre (p. 69).

Esta firme decisión misionera debe im-pregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de las diócesis, parroquias, co-munidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excluirse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en la constante renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.

La necesidad de esta formación surge como frutos de testimonios a través la encuesta y de hechos observados, desde luego a partir de la experiencia de sacerdotes que han ahondado en prácticas pedagógicas para evangelizar, lo que hace presumir la necesidad de implantar una nueva formación pedagógica integral que sea apropiada a la formación continua del sacerdote, con estrategias para estructurar en el pastoral una fundamentación teórico–práctica, en relación con la enseñabilidad de la fe dentro de un marco dinámico y significativo para los fieles y comunidades como lo plantea Pue-bla (1977):

En la experiencia eclesial de algunas iglesias de América Latina y de El Caribe, las Comunida-

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des Eclesiales de Base han sido escuelas que han ayudado a formar cristianos comprometidos con su fe, discípulos y misioneros del Señor…Ellas recogen la experiencia de las primeras co-munidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 2, 42 – 47). Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estruc-turación eclesial y foco de fe y evangelización. (Cf. Medellín, 15.) Puebla constató que las pe-queñas comunidades, sobre todo las comuni-dades eclesiales de base, permitieron al pueblo acceder a un conocimiento mayor de la Palabra de Dios, al compromiso social en nombre del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los adultos. (Cf. Puebla, 629.), sin embargo, también consta-tó “que no han faltado miembros de comunidad o comunidades enteras que, atraídas por institu-ciones puramente laicas o radicalizadas ideoló-gicamente, fueron perdiendo el sentido eclesial (630. P .103).

Desde esta concepción, la Misión Conti-nental ha de ser no solamente como un cuerpo de conocimientos, sino el punto donde convergen todas las interacciones que se dan en la comuni-dad parroquial, por lo tanto, en la Arquidiócesis se requiere en la intervención activa para im-plementar una nueva formación integral peda-gógica, de tal forma que permita consenso en los diferentes actores de la evangelización: laicos, fieles, religiosos, religiosas, clero para transfor-mar la comunidad.

Se trata, entonces, de construir y propo-ner didácticas participativas, creativas, flexibles, integradas y pertinentes que respondan a las necesidades, intereses y problemas más senti-dos de las comunidades, como invita Aparecida (2007):

Las comunidades eclesiales de base… son fuente y semilla de variados servicios y minis-terios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia. Manteniéndose en comunión con sus obispos e insertándose al proyecto pastoral

diocesana, las CEBs se convierten en un sig-no de vitalidad en la Iglesia particular. Actuan-do así, juntamente con los grupos parroquia-les, asociaciones y movimientos eclesiales, pueden contribuir a revitalizar las parroquias haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de correspon-der a los desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidaran de no alterar el tesoro precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia (179 p. 42).

En síntesis, se busca rescatar la parte pe-dagógica del sacerdote en la construcción y de su comunidad evangelizadora, así mismo, se busca armonizar los diferentes aspectos de la pastoral para que ejerza una verdadera acción transfor-madora que tenga trascendencia en la vida sa-cerdote como insistentemente invita Juan Pablo II (1994). “Todos los sacerdotes están llamados a ser conscientes de la especial urgencia de su for-mación en la hora presente: la nueva evangeliza-ción tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino específico ha-cia la santidad” (p. 79).

CONCLUSIONES

La pedagogía pastoral es un tema de gran interés en la formación de comunidades de base y en las propuestas de la nueva evangelización, para reali-zar la misión como tarea encomendada a la Iglesia particular de Medellín; sin embargo, a pesar de los grandes esfuerzos que se han realizado, no se pue-de concluir que haya una formación en pedagogía pastoral que responda plenamente a los retos y de-safíos de la pastoral parroquial.

La formación en pedagogía pastoral para sacerdotes es un proyecto que siempre está por realizarse y que sus logros no están referenciados al crecimiento cuantitativo de las comunidades, sin descartar que este criterio no deja de tener su relevancia, por eso se requiere de un encuentro

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permanente y articulado que se dinamice desde la formación propuesta por la universidad en el cam-po pedagógico, que permita estructurar el pensa-miento didáctico para los agentes de la pastoral y así contribuir al querer del Magisterio actual de la Iglesia, de transformar las comunidades por medio de métodos y metodologías tangibles para la evan-gelización.

Cabe señalar que el futuro de la Nueva Evangelización está estrechamente ligado con la necesidad de implementar nuevas pedagogías que garanticen los contenidos doctrinales, procedi-mental y actitudinales de acuerdo con los nuevos lineamientos del documento de Aparecida, siendo claros, que la pedagogía no constituye un fin en sí misma, sino el medio que dinamiza el acompaña-miento para el crecimiento de la fe y la respuesta al

APARECIDA. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Bogotá: Conferencia Episcopal Colombiana, 2007.

BENEDICTO XVI. Carta Encíclica Caritas in Veritate. Roma: Vaticano, 2009.

________. Discurso en la Pontificia Universidad Gregoriana. En: Revista Gregoriana. Roma. No. 27 (Nov., 2006).

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constitución pastoral Presbiterorum ordinis. Bogotá: Paulinas, 1991.

CONCILIO ECUMENICO VATICANO II. Decreto Optatam Totius. Bogotá: Paulinas, 1991.

CONFERENCIA EPISCOPAL COLOMBIANA. Escuela y religión, hacia la construcción de un modelo de edu-cación religiosa. LXVIII Asamblea Plenaria Extraordinaria. Santafé de Bogotá: C.E.C., 2000.

DOCUMENTO DE PUEBLA. III Conferencia del Episcopado Latinoamericano Puebla 1977.

JUAN PABLO II. Encíclica Novo Millennio Ineunte. 2000.

JUAN PABLO II. Encíclica Pastores Dabo vobis. 1994.

mensaje del Evangelio. Para fortalecer la formación en pedagogía pastoral en los agentes de la evange-lización en la Arquidiócesis de Medellín, se requiere comprometer al clero con el fortalecimiento de una pastoral de conjunto que cuente con la presencia y participación de formadores idóneos y competentes en pedagogía y didáctica con métodos que respon-dan a la evangelización para afrontar los retos y desafíos de la hombre de hoy.

Finalmente y, ante la gran necesidad de im-plementar métodos de evangelización, es oportuno evidenciar el compromiso de la formación perma-nente da calidad de acuerdo con los requerimien-tos y demandas de los contextos comunitarios para seguir fortaleciendo los canales de comunicación aprovechando los medios que ofrece la tecnología y los medios de información.

REFERENCIAS

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La Postmodernidad

Por: Orlando Arroyave Valencia, Pbro.

En la actualidad existen varios problemas profun-damente emparentados y que deben ser real y

eficazmente conocidos para poder acceder a nuestro mundo y a nuestra realidad. El primero es el que va-mos a tratar en este pequeño ensayo y que lleva por título la postmodernidad. En los próximos números intentaremos plantear otros problemas de gran actua-lidad: el relativismo, el nihilismo; así de esta manera estos tres problemas profundamente emparentados e interrelacionados nos ayudan a tener una visión más o menos clara de la manera como funciona y está conformado nuestro mundo contemporáneo. A estos problemas habría que sumarle otro que ya habíamos tratado: el de los antihumanismos. En este pequeño ensayo sobre la postmo-dernidad vamos a tratar los siguientes puntos: tres formas de entender la postmodernidad; ideales no consumados en la modernidad; alternativas postmo-dernistas; la identidad y la diferencia; conclusión.

Tres formas de entender el término postmoderno.Desde el punto de vista de la filosofía contemporánea, especialmente desde lo que se ha llamado la filosofía tar-domoderna, el problema de la postmodernidad es uno de los temas más discutidos, más cuestionados e incluso uno de los temas más negados. El término postmodernidad alude a tres po-sibles significaciones, vamos a tratar de mirarlas de modo muy somero: Primero. Postmodernidad es la actitud que toma una distancia y una lejanía de la modernidad; en este sentido se puede decir que la postmodernidad es la época que se aleja de la modernidad; la causa de este alejamiento radica en el hecho de que la mo-dernidad ha llegado a su fin, es decir estamos en una

“En este pequeño ensayo sobre la postmodernidad vamos a tratar los siguientes puntos: tres formas de entender la postmodernidad; ideales no consumados en la modernidad; alternativas postmodernistas; la identidad y la diferencia”.

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época diferente a la moderna; este primer significado alude al hecho de que la postmodernidad es la época que se despide de la modernidad, la postmodernidad es la época que le dice adiós a la modernidad; sobre todo porque la modernidad fue la época que llegó a su cumplimiento y a su ocaso en fenómenos sociales que constatan su ocaso: las guerras mundiales, por ejemplo; el holocausto nazi. Segundo. La postmodernidad, en esta se-gunda acepción, se puede entender como la época que continúa, sigue adelante y prosigue con los idea-les no cumplidos en la época moderna; en este se-gundo sentido se puede entender a la postmoderni-dad como la época en la que se continúan los ideales que la modernidad no llegó a cristalizar ni a cumplir, ideales tales como: la libertad, la sabiduría, la fraterni-dad, la justicia, la igualdad para todos los hombres, la democracia. Tercero. El tercer sentido que se le da al tér-mino postmodernidad alude al hecho de que la post-modernidad es una actitud que por un lado asume críticamente la época moderna; en este sentido se puede decir que la postmodernidad es la época que evalúa, valora, cuestiona e interroga a la modernidad respecto al hecho de si la modernidad cumplió o no los ideales que proclamaba; por otro lado la postmo-dernidad es la época que continúa, prosigue, lleva a término y a la realización los ideales no consumados en la modernidad; en este sentido algunos pensado-res contemporáneos hablan de asumir de forma dis-torsiona la modernidad. Ideales no consumados en la modernidad.¿Cuáles son los ideales que la modernidad no llegó a cumplir según los postmodernos? Por razones de brevedad en el escrito vamos tan solo a ver algunos fenómenos. Primero. La concepción de la historia. La lectura que hacían los modernos del acontecer histórico fue duramente criticado por Nietzsche con el término de “enfermedad histórica”; este es un fe-nómeno que se presentó en la modernidad y que consistía fundamentalmente en el hecho de que los pensadores modernos sabían mucho intelectual-mente acerca de la historia, conocían la historia, ellos se paseaban por la historia cual si ésta fuese el jardín de sus casas; sin embargo los pensadores

modernos tenían miedo de hacer historia, en este sentido Nietzsche les hacía la pregunta ¿Qué senti-do tiene conocer y saber tanto acerca de la historia si se tiene miedo de hacer y realizar la historia? Lo que aquí está de fondo es el gran abismo que existe entre el conocimiento de la historia y la capacidad de hacer historia. Walter Benjamín es un pensador contem-poráneo, de origen judío, que murió a causa de la persecución nazi, que escribió un libro titulado Angelus Novus; en dicho texto este pensador leyó esta crítica de Nietzsche a los modernos en el sen-tido de que “la” historia universal proclamada por los modernos, no es más que “una” concepción de la historia, ya que la narración de la historia está motivada y movida por unos intereses determinados (recuérdese que en este sentido se pueden hablar por ejemplo de las dos narraciones históricas so-bre el descubrimiento de América); de modo que de la narración de la historia universal que hacían los modernos quedaban excluidos los pobres y los mar-ginados; de ahí que toda concepción de la historia no sea más que la concepción de una visión de la historia narrada y contada bajo unos intereses; este es el fenómeno que en la filosofía contemporánea coincide con la llamada muerte de la historia. Segundo. La concepción del progreso.Si la historia es el ascenso progresivo que parte de un punto cero hacia un punto determinado, mientras más cercano esté este punto determinado más progreso se puede dar; por el contrario mientras más lejos esté el punto determinado menor progreso se puede dar, porque la lejanía del punto determinado al cual se as-pira, todavía se percibe como muy lejano; el progreso se medía en la modernidad como el ascenso hacia un punto determinado que estaba ubicado en algún lugar de la historia. Sin embargo al quebrantarse el concepto uni-tario de la historia, al decir que no existe una historia universal sino unas concepciones de la historia narra-da de acuerdo a unos intereses, entonces se quebran-ta el concepto de progreso, ya que si la historia no tiene un punto determinado hacia el cual debe enca-minarse, entonces no hay camino para hacer, ni para andar, en este sentido se puede parodiar “caminante no hay camino”. Esta concepción de progreso quedó

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definitivamente sepultada con la desilusión vivida du-rante las dos guerras mundiales, la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki y los campos de concentra-ción de Auswichtz entre otros. En este sentido, pensadores como Marcuse, Adorno y Horkheimer y la teoría crítica sostienen que la actitud optimista planteada por la Ilustración y por los pensadores Ilustrados termina convirtiendo la tie-rra en un desierto donde las sombras de la muerte pueblan por do quier. Tercero. El ideal del saber o de la racionalidad.Descartes autoproclamó el cogito ergo sum enten-diendo esta consigna como el ideal del hombre mo-derno; desde esta autoproclamación cartesiana el hombre empieza a depender no tanto de Dios cuanto que empieza a depender de sí mismo, de su capa-cidad para pensar, de su razón, de su certeza. Des-pués Kant leyó esta consigna cartesiana en términos de racionalidad pura; Kant intentó leerla tratando de desentrañar los límites de la razón, y con ello intentó clarificar las categorías desde las cuales el hombre aprehende y se apropia de la realidad, categorías que necesariamente debían ser apriorísticas; después fue el filosofo alemán F. Hegel quien leyó el lema carte-siano pienso luego existo en los términos de concien-cia pura, conciencia que es consciente en cuanto que se apropia de lo que le es externo, apropiándose de lo externo se apropia de sí misma y en este sentido la conciencia se hace autoconsciente. Cuando Kant estaba planteando la razón en los términos de razón pura basada en categorías apriorís-ticas, al mismo tiempo otro filosofo alemán, Alexander Gottlieb Baumgarten estaba planteando una racionali-dad alternativa a la razón pura de corte kantiano; lo que Baumgarten planteaba es que la razón no solamente se basa en categorías apriorísticas sino en la facultad sensitiva, en la sensibilidad; en este sentido el concepto de aisthesis que es acuñado por este pensador alemán designa una racionalidad sensitiva, racionalidad alterna a la racionalidad kantiana; justamente este término y el planteamiento propuesto por Baumgarten habrían de dar inicio a una nueva disciplina llamada la estética. Por otro lado, cuando Hegel desarrollaba su concepto de conciencia, autoconciencia y razón, otro pensador alemán llamado F. Schleiermacher desa-rrollaba paralelamente y desde un movimiento llama-

do el Romanticismo, el concepto de hermenéutica o arte de la interpretación, disciplina que desde enton-ces guarda las mismas características que conserva hasta nuestros días. Se puede decir que paralelo al concepto de razón tal cual lo acuña Kant, después Hegel, nacían otros dos movimientos que trataban de plantear racionalidades alternas a la razón carte-siana; estos movimientos son la estética y luego la hermenéutica. Con esto queda claro que el concepto de razón tal cual lo acuñara Descartes, lo prosiguie-ra Kant, y después Hegel no es un concepto unívoco sino que es un concepto equívoco; con esto debía quedar claro que el único ejercicio de la racionalidad no podía ser solamente el que planteara Descartes, Kant o Hegel sino que había además una racionalidad estética basada en la sensibilidad y una racionalidad hermenéutica basada en el arte de la interpretación.Lo que aquí estamos intentando mostrar es que se da el resquebrajamiento del concepto mismo de razón, la misma racionalidad que intentó mostrarse como una sola, termina convirtiéndose en racionalidades, con esto se puede hablar de un salto que va del concepto de ra-zón al concepto de racionalidades. El mundo postmoderno es el mundo donde primero que todo se dan las pluralidades y las diferen-cias; el mundo postmoderno es el mundo de lo frag-mentado, de los ámbitos particulares, es el mundo donde cada uno de estos ámbitos y de estas fragmen-taciones reivindican o buscan reivindicar sus propios derechos. El mundo postmoderno es el mundo donde se resquebrajan los viejos ideales presentados por la modernidad: el progreso, la historia, la sociedad, el derecho, incluso el ámbito religioso. Esta idea puede no ser tan descabellada si nos ponemos a pensar que nuestro mundo es el mundo de los derechos humanos, pero por derechos humanos entendemos los derechos de las minorías: los derechos de los ancianos, los derechos de los ni-ños, los derechos de los enfermos, los derechos de la mujer, etc., cada uno de estos pequeños grupos o de estas minorías reclama que le sean reconocidos sus derechos; en este sentido cuando grupos como los transexuales, las lesbianas, los movimientos gay pi-den ante un gobierno que les sean reconocidos tales o cuales derechos lo que están pidiendo es su propia reivindicación, sus propios derechos; son minorías sociales que buscan ser reconocidas socialmente.

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Alternativas postmodernistas.Desde lo anteriormente dicho se puede concluir pro-visionalmente que el pensamiento postmoderno es un pensamiento que nos ha hecho conscientes de que los viejos ideales planteados por la modernidad, des-de la identidad y la unidad, se han venido al suelo, se han resquebrajado o han llegado a su final; surge entonces la pregunta ¿Cuáles son entonces las posi-ciones de los postmodernos frente al quebrantamiento de los ideales propugnados por la modernidad? Se pueden rastrear dos posibles posiciones: la de los neoconservadores que propugnan por un retor-no a los viejos ideales de la modernidad, sobre todo en una época, como la nuestra en que no se han cumplido los ideales de la modernidad; según esto de las racio-nalidades individuales es posible hacer o elaborar un solo concepto de razón; de las racionalidades particula-res es posible retornar a un concepto der razón; de las historias locales o parciales es posible hacer o elaborar una historia universal; de los progresos particulares es posible realizar un solo concepto de progreso; en este sentido se pueden rastrear en la filosofía contempo-ránea propuestas como las que plantean Habermas y Apel en la teoría de la acción comunicativa; incluso el mismo J. F. Lyotard repropone la noción de resistencia y en ella se puede alcanzar a perfilar un sueño o ideal de reunificación del concepto de razón. El teólogo Hans Küng en su propuesta de una ética mundial intenta res-catar un sueño de reunificación de los viejos ideales planteados por la modernidad. La otra posición surge de la propuesta filosó-fica de Gianni Vattimo, pues él propone que este res-quebrajamiento y esta fragmentación se deben vivir a plenitud sin la necesidad de ir a buscar ideales de reu-nificación; él propone que esta torre de Babel se viva sin buscar una posibilidad que intente reunificar toda esta serie de aldeas locales; para este pensador, en el hecho de vivir a profundidad este resquebrajamiento, se encuentra nuestro único chance de supervivencia. La identidad y la diferencia.Es evidente que con todo este planteamiento nos en-contramos frente a un nuevo-viejo problema; el pro-blema de la identidad, ésta entendida como unidad, y el de la diferencia, que es la lejanía del otro o de lo otro que en cuanto otro no soy yo pero que pue-do llegar a ser yo. Frente a esta dicotomía surge una pregunta ¿Cómo leer la identidad, desde donde leer

la identidad en un mundo como el nuestro donde te-nemos que enfrentar permanentemente la diferencia, lo diferente, un mundo posmoderno? ¿Cómo leer la identidad y desde dónde leer la identidad en un mun-do lleno de diferencias? Lo primero que habría que hacer es presentar un presupuesto básico: “no se puede valorar la dife-rencia si no se tiene conciencia de la propia identidad” o también podríamos decir que “el termómetro para valorar la diferencia es la conciencia que se tiene de la propia identidad”; en este sentido surge una nueva pregunta ¿Cuáles son los elementos que nos ayudan a valorar y a reconstruir nuestra propia identidad? En este sentido se pueden proponer varios elementos: Primero. La pregunta por la identidad es la pregunta por nosotros mismos, la pregunta por la identidad es la pregunta por lo que somos ac-tualmente o si se quiere es la pregunta por lo que estamos siendo en la actualidad. Esta pregunta por nosotros mismos desde Kant adquiere una relevan-cia filosófica; luego el filósofo francés Foucault re-tomando la cuestión kantiana hablará de que esta pregunta por nosotros mismos inaugura lo que se llama una ontología de la actualidad o una ontología del nosotros. Si queremos reflexionar sobre la identidad de la familia, de la sociedad, de la cultura o de la religión necesariamente tenemos que retraer el problema a la categoría de una ontología de la actualidad donde la caracterización se haga evidente a partir de lo que somos nosotros mismos y de la manera como lo esta-mos siendo. Segundo. La pregunta por la propia identidad es la pregunta por el de dónde venimos, es la pregun-ta por nuestra propia historia, esa historia que no es algo ajeno sino algo que nos marca en nuestro ser y quehacer; en este sentido la pregunta por la identi-dad es la pregunta por el lugar que ocupan nuestras tradiciones, el conocimiento de nuestras tradiciones y de la tradición, en este sentido se puede decir que la pregunta por la identidad es la pregunta por nuestra historia que siendo lo sido sigue estando presente en lo que somos; esta es la pregunta por la manera como la tradición nos afecta, nos marca y nos determina; es la pregunta por el suelo natal, por el terruño que nos dio origen, es la pregunta por el suelo donde echamos raíces.

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En este sentido estamos llamados a escuchar y a leer los ecos que nos vienen del pasado, pues ellos se convierten en las direcciones que orientan nuestra existencia; ellos son el terreno y el camino en el cual nos encontramos caminando y del cual hace-mos parte. Tercero. La identidad solo se revela en el lenguaje; la realidad se patentiza como experiencia lingüística, ya que es el lenguaje el que desvela el ser; esto quiere decir que la experiencia lingüística no solo se agota en el habla o en el diálogo, además en el texto, en el pretexto, en el contexto, en el rostro, en el gesto, en el símbolo, incluso en la lectura que otros, en otras latitudes y en otras épocas han hecho de no-sotros, así como en las lecturas que nosotros hace-mos de nosotros mismos; esto implica que debemos leernos a nosotros mismos en el lenguaje artístico, en nuestras instituciones, en nuestras expresiones calle-jeras y en nuestros fenómenos sociales; lectura que surge del rostro del hambriento, del rostro del despla-zado y del marginado. La hermenéutica contemporánea nos ha he-cho conscientes de que solo lo que es lingüístico es susceptible de ser interpretado y de ser comprendido; pero que el lenguaje es mucho más que de lo que dice y quizás el sentido fundamental del lenguaje es el que no es perceptible a primera vista, aquel que hay que rastrear, aquel que hay que interpretar. El sentido de identidad que hemos querido plantear como alternativa y vía de salida o solución y alternativa a la época postmoderna es el que se con-forma como unidad frente a la diversidad y a la plura-lidad; es el sentido que desde la época postmoderna nos ayuda comprender quiénes somos, de dónde ve-nimos y para dónde vamos; este sentido de identidad que hemos querido perfilar como ayuda para tratar de comprender este mundo postmoderno, es el que nos ayuda a saber quiénes somos, a valorarnos a noso-tros mismos y a valorar los otros y lo que ellos son, esos otros que en cierta medida podemos ser noso-tros mismos. Si hoy nos preguntamos y cuestionamos acerca de la identidad es porque nuestro mundo post-moderno está traspasado por los resquebrajamientos

y por las diferencias de todo tipo; sin embargo hemos visto que la identidad se hace problemática cuando en el quiebre, en el pliegue o en la torsión de la moderni-dad nos encontramos en una nueva época que llama-mos postmoderna y que reviste unos caracteres que hasta ahora no habían sido cuestionados; caracteres que, como la corporeidad, el género, el desplazamien-to, la prostitución hoy se convierten para nosotros en lugares de reflexión. Conclusión: La postmodernidad es una época en la que al no existir puntos de referencia, ni puntos uni-ficantes como la razón, el progreso, la historia, etc., es una época de grandes incertidumbres, es una época de grandes estados de incerteza, pues además donde no existen puntos fijos hacia los cuales dirigirse cualquier punto es un punto válido, en este sentido la postmoder-nidad coincide con una época relativista y a la vez nihilis-ta; por lo tanto es una época donde la fuerza del anuncio se debe acentuar en la certeza, en la esperanza y en el testimonio de la propia convicción. La postmodernidad es una torre de Babel don-de todos hablan lenguajes distintos y por lo tanto existe el peligro de que nadie oiga, pero donde todo el mundo tenga la tentación de oírse solo a sí mismo; en esta to-rre de Babel solo el lenguaje del testimonio, el lenguaje del profeta, el lenguaje del Santo puede llegar a tener gran acierto; quizás sea esa la razón por la cual nuestra época es una época que cree mucho en milagros, en apariciones milagrosas, en personajes milagrosos, aún cuando muchas veces sean producto de la patraña para ganar adeptos. Justamente nosotros poseemos un gran re-corrido y una gran experiencia en el estudio sobre la identidad y la diferencia, dos mil años de vida cristia-na, dos mil años de relectura filosófica y teológica del cristianismo son la carta de presentación ante nuestro mundo; dos mil años que coinciden con un cristianis-mo centrado en la unidad y en la diferencia, en el cen-tro y en la periferia, en el reconocimiento de lo propio pero también de lo extraño. Estos dos mil años de his-toria tienen que educar nuestros ojos y nuestra mente para poder leer en medio de esta torre de Babel, en medio de los signos de los tiempos la presencia salva-dora de Jesucristo.

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