individuación y diferenciación familiar
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Jonàs Gnana
Individuación y diferenciación familiar En mi experiencia en el trabajo de Constelaciones Familiares y Profesionales, y en la Terapia Familiar
Sistémica, he podido observar que la diferenciación familiar es quizá la idea más importante, tanto para el
desarrollo y crecimiento personal, para la plenitud en la pareja, como para la realización de los proyectos
profesionales. Ninguna de estas tres áreas fundamentales de nuestra vida, está libre del proceso de
individuación y la diferenciación familiar. En cada caso en el que he trabajado sobre un proyecto vital o
profesional, he podido reconocer que detrás de cada dificultad había una lealtad familiar, una dificultad
para distinguirse de ciertos aspectos familiares, que a la vez que daban una identidad a la persona, le
retenían para crear su propio proyecto vital con prosperidad y logro.
En algunos casos más graves donde no es posible alcanzar cierta autonomía o cierta experiencia de
realización profesional, es más fácil observar la lealtad familiar, en otros mucho más difícil. Cuando
vemos que es algo leve o que no podemos asociarlo con nuestra experiencia familiar o de la infancia, es
prácticamente imposible descubrir por la propia lógica, que tiene que ver con cierta indiferenciación
familiar. Porque no siempre está directamente relacionada con una experiencia traumática de la infancia,
o con un patrón o unas creencias familiares evidentes. Hay veces que es algo alejado de nuestra
experiencia familiar directa. Algo que marcó a nuestra familia varias generaciones atrás, algo que define el
inconsciente y los mitos familiares. Algo que se ha asumido de un modo orgánico, y que sólo al querer
construir una relación de pareja o al tener alguna dificultad relacional, profesional, económica… podemos
reconocer que hay algo que impide nuestro crecimiento.
Es obvio que nuestro inconsciente colectivo es el potencial y la fuerza, a la vez que el límite personal y la
restricción vital. Somos nuestra familia, y en esta identidad encontramos confort y límite. Y a la vez este
confort es un lugar conocido donde se han desarrollado valores y experiencias que nos hacen sentir que
formamos parte de algo más grande que, a pesar de haber tenido las experiencias que hayamos tenido,
nos identificamos. Nuestra forma de ser, nuestra personalidad con sus capacidades y dificultades, está
integrada dentro de una identidad sistémica, en la que en el sentido de pertenencia que vayamos
creciendo (la familia, el partido político, la nación, la cultura, el mundo…) encontrará siempre un límite
dependiendo de nuestra capacidad de diferenciación. La conciencia se amplía en la medida que estamos
dispuestos a ir más allá de nuestra identidad actual. Así como dejamos la casa de los padres para construir
nuestra propia familia. Es la aventura del hijo pródigo. El Viaje del Héroe.
Lo que permite e impide la diferenciación
A medida que los hijos crecen, hay factores que promueven su bienestar psicológico y su capacidad
adaptativa y su fuerza resiliente, y otros que, por el contrario, les dificultan su inteligencia emocional y
resiliente. Entre los factores de crecimiento y protección, destacan tener una autoestima alta, buena
empatía, capacidad para sostener un objetivo a largo plazo, saber expresar los sentimientos y los
pensamientos, buena adaptación escolar y profesional. Para ello es necesario desarrollar una buena
relación con los padres y con los iguales. Por el contrario, las relaciones familiares conflictivas, la
depresión de alguno de los padres, la ausencia de un progenitor y otras desventajas sociales y económicas
son, entre otros, factores que se han asociado con problemas emocionales y conductuales.
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Las funciones parentales se complementan en el padre y la madre ( o en las funciones masculinas y
femeninas de la parentalidad). Mientras que la madre ampara, cuida y nutre, lo paternal facilita el sentido
de los límites, empuja hacia la autonomía personal, contrasta lo emocional con lo mental, explora las
capacidades del hijo en el mundo.
Sin embargo, la infravaloración del papel del padre en el desarrollo de los hijos y su bienestar es
especialmente desacertada, teniendo en cuenta que hay varias razones por las que cabría esperar que el
padre, es particularmente significativo para determinados aspectos de la socialización y la autonomía.
Las influencias de la figura paterna en el desarrollo del niño, establecen que hay tres áreas del
comportamiento infantil que resultan particularmente importantes. En primer lugar, el padre tiende a a)
desarrollar una mayor autonomía e independencia en el hijo, facilitando el proceso de
separación-individuación de la madre; asimismo, b) el padre impulsa la diferenciación sexual en los
hijos. Por último, c) el padre promueve la adquisición de los valores sociales y, por consiguiente, el
desarrollo moral.
Desde la terapia familiar sistémica, el proceso de individuación se conoce como proceso de diferenciación
del sí mismo en la familia de origen, y describe el funcionamiento de las personas en relación a sus
familias. Sin embargo, el proceso de diferenciación requiere que la person a haga consciente un yo
distinto (del inconsciente colectivo) sin distanciarse del resto de miembros de la familia o cortando la
relación con ellos
La diferenciación del sí mismo, el proceso de triangulación, la fusión y/o el conflicto intergeneracional
son principios fundamentales de la Teoría Sistémica, siendo el concepto de diferenciación el más central.
Esta teoría se basa en la idea de que la diferenciación es la variable de personalidad más importante para
el desarrollo adulto y el logro del bienestar psicológico y ,en este sentido, afirma que tanto la capacidad
de autonomía como la capacidad para vincularse emocionalmente son necesarias para el desarrollo y la
adaptación óptima de la persona (M. Bowen)
El concepto de la diferenciación del sí mismo, comienza gradualmente en el niño que se va
diferenciando emocionalmente de la madre. Puede comenzar a distinguir que lo que siente su madre no
es lo mismo que siente él, y que los sentimientos de la madre pueden tener una causalidad diferente a la
suya. En un sentido amplio, el hijo/a se separa físicamente de la madre en el momento del nacimiento,
pero el proceso de separación emocional es lento, complicado y por añadidura incompleto. Es el proceso
a largo plazo en el que el hijo se desvincula lentamente de la fusión inicial con la madre y se mueve hacia
su propia autonomía emocional. Así, la diferenciación ha de ser considerada en su contexto evolutivo.
Los bebés nacen dependientes y fusionados con su madre. Dependen de ella para saciar todas sus
necesidades, su campo emocional es el de su madre. Conforme avanza el tiempo, el niño y más tarde el
adolescente han de desarrollar su propia identidad y personalidad. Cualitativamente, la medida en que la
identidad se diferencia, se fija y se alcanza sobre la base del grado de diferenciación de los padres y del
clima emocional predominante en la familia de origen.
El modelo sistémico sostiene que la familia bien diferenciada permitirá a los hijos alcanzar un mayor nivel
de diferenciación del sí mismo, lo que en último término estará estrechamente relacionado con niveles
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más bajos de ansiedad y síntomas psicológicos. Existe una asociación entre el nivel de diferenciación de
una persona y su grado de bienestar psicológico.
Inicialmente, la diferenciación del sí mismo depende mucho de factores emocionales de la madre y de su
capacidad de permitirle al hijo crecer alejándose de ella. En el trasfondo existen muchos otros factores,
incluyendo, entre otros, el grado en que la madre ha sido capaz de diferenciarse de sus propios padres o
su capacidad de soportar el estrés y la tensión.
El funcionamiento maduro y óptimo en la primera edad adulta es el resultado de las propias relaciones
familiares caracterizadas por la regulación emocional y el equilibrio entre autonomía -independencia y
apoyo-vínculo . Este equilibrio hace referencia a la diferenciación del sí mismo y es la capacidad de un
sistema familiar y de sus miembros de manejar la reactividad emocional, permanecer calmados en
momentos de intensa emoción y, experimentar tanto intimidad como autonomía en las relaciones. De
este modo, la diferenciación del sí-mismo es un constructo multidimensional que consta de un nivel
intrapsíquico y de un nivel interpersonal.
El nivel intrapsíquico hace referencia a la habilidad de un individuo de distinguir entre pensamientos y
emociones, identificar aquellos actos que están guiados por procesos emocionales o, por el contrario, por
procesos intelectuales y, elegir aquellos actos en función de lo que es más conveniente tanto para él
como para las circunstancias en las que se encuentra. Las dimensiones intrapsíquicas de la diferenciación
incluyen la reactividad emocional y la capacidad para tomar una posición del yo clara.
Por su parte, el nivel interpersonal es la capacidad de mantener un equilibrio entre las dos fuerzas
vitales de individualización y unión, inherentes a todo sistema familiar, alcanzando un yo autónomo e
independiente que busque y logre sus propias metas, al mismo tiempo que mantiene la unión o el vínculo
con los otros significativos, fundamentalmente con la propia familia de origen. Las dimensiones
interpersonales de la diferenciación incluyen el corte emocional (saber separarse emocionalmente de los
demás) y la fusión con los otros (empatía y conexión mental con los demás). Evidentemente estos dos
polos pueden ir desde lo natural y necesario, a lo patológico.
Existen cuatro factores que están relacionados con el nivel de diferenciación de una persona :
1. La reactividad emocional,
2. la habilidad para adoptar una posición del yo,
3. el corte (independencia) emocional
4. y la fusión con los otros.
En primer lugar, las personas poco diferenciadas tienden a ser más reactivas emocionalmente. Las
personas cuyo nivel de diferenciación es alto, por el contrario, no se ven desbordados por sus fuertes
emociones. En segundo lugar, las personas más diferenciadas son capaces de adoptar una posición del yo
y apropiarse de sus pensamientos y sentimientos sin la necesidad de cumplir con las expectativas de
otros. En tercer lugar, cuando las experiencias interpersonales son muy intensas, las personas poco
diferenciadas se aíslan de los demás y de sus emociones, mientras que las personas altamente
diferenciadas no sienten la necesidad de hacer ese corte emocional. Muchas personas creen que lo
saludable es ser independiente emocionalmente de los demàs, pero esto implicaría poca empatía y
compasión por el dolor ajeno y propio. La salud relacional y emocional tiene que ver con el grado de
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autonomía, y por lo tanto con la conciencia de la interdependencia. No hay nada que no seamos sin los
otros, es decir, que todos lo que somos es la suma de todas nuestras relaciones.
Las personas altamente diferenciadas son capaces de mantener relaciones bien definidas, mientras que
una baja diferenciación lleva a una sobreimplicación o “fusión” con los otros (replicando la relación con
la madre en la infancia) en la mayoría de sus relaciones significativas, donde uno se pierde en el otro,
olvidando sus propias necesidades, y confundiendo los sentimientos de uno mismo con los del otro. En la
fusión hay una experiencia placentera (de regresión a las fases orales de relación con la madre), pero
después de conflicto por no saber encontrar la autonomía en la relación. Pueden ser relaciones muy
demandantes, pero después con dificultad para sostener y tomar lo que uno ha pedido o necesita.
Las personas con un nivel bajo de diferenciación (poco diferenciadas o indiferenciadas) pueden llevar una
vida aparentemente tranquila y sin síntomas, pero son muy vulnerables a la tensión, encuentran muchas
dificultades para adecuarse a las exigencias de la vida y manifiestan una alta tasa de patologías y
problemas. Por el contrario, las personas cuyo nivel de diferenciación es alto son más adaptables al estrés,
tienen menos problemas y los afrontan mejor.
Aquellas personas que están más diferenciadas son menos reactivas emocionalmente y más capaces de
regular sus emociones, pensar con claridad bajo situaciones estresantes y permanecer vinculados con los
otros significativos, mientras que mantienen un sentido claro del sí mismo tanto dentro como fuera de las
relaciones. Una mayor diferenciación del sí mismo se considera que lleva a una mayor competencia
interpersonal, madurez emocional y menor malestar psicológico, ya que permite al individuo modular
su intensidad emocional experimentado durante situaciones interpersonales estresantes. Por el
contrario, aquellas personas que están menos diferenciadas se sienten menos cómodas con la intimidad
y/o la autonomía, piensan que son menos efectivos en sus relaciones, experimentan más problemas
interpersonales, tienen más dificultades para regular sus emociones.
La diferenciación del sí mismo es esencial para un buen funcionamiento relacional y psicológico, llevando
bajos niveles de diferenciación a problemas tales como la ansiedad crónica, el malestar físico y
psicológico, la elección de una pareja con un nivel bajo de diferenciación similar, la insatisfacción marital,
la reactividad emocional y/o, la triangulación con otras personas (dentro de la familia o el trabajo), la
dificultad para la realización de los propios proyectos profesionales, y la plenitud en la pareja.
Cuando no hay estrés emocional, las personas poco diferenciadas o indiferenciadas pueden interaccionar
entre sí con espontaneidad y libertad. Sin embargo, cuando la tensión aumenta, se vuelven más reactivas
emocionalmente y tienden, bien a cortar o distanciarse en sus relaciones, bien a fusionarse con los otros
en respuesta al estrés. Mientras que aquellos que tienden al corte emocional suelen retirarse o
distanciarse de los otros cuando están estresados, la fusión con los otros se caracteriza por un malestar
con la autonomía en las relaciones, deseo de fundirse psicológicamente con el otro y dificultades para
tolerar diferencias de opinión.
Las personas que se diferencian satisfactoriamente, son capaces de separarse de su familia de origen
sin por ello tener que romper los lazos en sus relaciones significativas. Por el contrario, las personas con
dificultades en el proceso de diferenciación, tienden a permanecer fusionados en la relación con sus
padres o desconectados de estas relaciones, no pueden encontrar un punto medio. Y actúan del mismo
modo en la pareja. Mientras que las primeras, no se ven abrumadas por sus fuertes emociones, no
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sienten la necesidad de cortar emocionalmente y son capaces de tomar una posición del yo clara en sus
relaciones (actuando conforme a sus propios pensamientos y sentimientos sin la necesidad de cumplir
con las expectativas de otros). Las segundas tienden a entrar en fusión o a cortar emocionalmente en la
relación con los otros cuando están bajo estrés.
Los patrones interpersonales de fusión con los demás, o por el contrario de corte emocional, representan
en ambos casos mecanismos destinados a controlar la indiferenciación, es decir, dirigidos a manejar o
afrontar el apego emocional inseguro con la familia de origen. Aquellos que tienden hacia el uso del
corte emocional (desapego) en las relaciones suelen proyectar una fachada exagerada de
independencia y distancia de los otros en situaciones de estrés. Por el contrario, la fusión interpersonal
es como la confusión de límites entre los miembros familiares, una sobreimplicación con los otros en la
toma de decisiones y dificultades a la hora de formular opiniones o perspectivas independientes de la
de los padres (o de su influencia directa). En otras palabras, la fusión consiste en internalizar y/o asimilar
las creencias y valores de los otros en su totalidad, sin llevar a cabo un análisis para determinar si se
ajustan o no con los principios y valores propios.
Se entiende la fusión emocional, como la tendencia de los miembros de una familia de compartir una
misma respuesta emocional. De algún modo la persona aún siendo adulta, no ha podido desarrollar su
propia autonomía emocional, y sigue compartiendo el campo emocional compartido con la madre o los
padres. Esto es el resultado de límites interpersonales pobres entre los miembros de la familia. En una
familia fusionada hay poco espacio para la autonomía emocional. Si un miembro se mueve hacia la
autonomía, es vivido como abandono por los otros miembros de la familia. La lealtad familiar es grande.
Si una persona en una familia con este perfil siente ansiedad, todos los miembros deben sentir una
ansiedad similar.
De este modo, cuando un miembro de una familia emocionalmente fusionada experimenta ansiedad, se
produce una escalada del proceso emocional negativo. Un miembro de una familia diferenciada, por el
contrario, es capaz de contener su ansiedad, permitiendo gestionar o abordar problemas emocionales. Es
capaz de equilibrar la demanda de ser autónomo y, a la vez, estar vinculado a los otros. Sin embargo, para
una persona que ha desarrollado poco la diferenciación familiar, ha progresado poco en su
individuación, y esto implica que no necesita tener una relación cercana con sus padres, o ni siquiera
verlos, su indiferenciación familiar funciona de un modo inconsciente, por lo que aún con padres con
comunicación escasa, ausente o muertos, la dificultad emocional para funcionar de un modo autónomo
es enorme. Se puede dar una proyección por ejemplo, con el jefe o la pareja, donde la relación fusional se
está expresando en un nivel inconsciente, de modo que todo lo que este diga o haga tiene un efecto
exagerado en la dimensión emocional de esta persona.
El proceso de diferenciación familiar, describe el proceso a largo plazo en el que el hijo se desvincula
lentamente de la fusión inicial con la madre y se mueve hacia su propia autonomía emocional. Es el grado
en que una persona es capaz de equilibrar a) funcionamiento emocional e intelectual, y b) intimidad y
autonomía en las relaciones.
El proceso de individuación y diferenciación familiar, que están íntimamente vinculados, dura toda la vida,
es especialmente importante en la niñez y la adolescencia. Responde en gran medida al grado de
diferenciación de los padres hacia los hijos, y al clima emocional predominante en la familia de origen. El
grado de diferenciación que alcance un adolescente determinará, por una parte, su transición a la vida
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adulta, un estilo de vida autónomo o dependiente, la elección de pareja y su bienestar psicológico. Y
por otro, su capacidad para no sobredimensionar sus problemas relacionales y emocionales (al poder
diferenciar sus distintas dimensiones intrapsíquicas). Y por supuesto, la capacidad para llevar al éxito y
la realización de los proyectos profesionales.
La diferenciación durante la adolescencia
La necesidad de diferenciación durante la adolescencia es entendida como la necesidad de expresión
del propio ser, unida a la necesidad de cohesión y mantenimiento del grupo familiar a través del tiempo.
Si la persona posee la seguridad de su pertenencia al grupo familiar, tenderá a diferenciarse en su
identidad individual. En este proceso se hará cada vez más independiente de su familia de origen, hasta
que finalmente logre una separación que permita la construcción de un nuevo sistema familiar o su
propio proyecto vital.
El adolescente ha de desprenderse de los lazos de dependencia familiar, debe lograr cierta autonomía
psíquica y material, y establecer relaciones con otras personas con profundos lazos emocionales, desde
la intimidad fuera de la familia. En concreto, el grupo de pares proporciona una fuente de nuevas
identificaciones. Un ser humano necesita de personas externas que le proporcionen apoyo emocional y le
ayuden a continuar con el proceso de diferenciación. Es a través de los otros que podemos conocernos.
La familia pasa de ser una unidad que nutre al niño a ser una plataforma para entrar en el mundo adulto
de responsabilidades y compromisos. Han de establecerse unos límites flexibles que permitan al
adolescente salir del sistema familiar, explorar y experimentar sus nuevas capacidades y, a la vez,
refugiarse cuando no pueda manejar las cosas solo.
Con respecto a la adolescencia, las manifestaciones de apego no resuelto o de indiferenciación son
típicas de esta etapa del ciclo vital. Un adolescente bien diferenciado, que haya iniciado en la infancia el
proceso de crecimiento emocional que lo aleja de los padres, seguirá desarrollando durante la
adolescencia un proceso de crecimiento tranquilo y ordenado, sin necesidad de tormentas emocionales.
Por supuesto existen aspectos de una familia que favorecen el proceso de diferenciación de sus
miembros y otros que la dificultan. De hecho, la autonomía, en la adolescencia, depende del apoyo de
los padres y la transferencia gradual de la regulación emocional y conductual desde los padres hacia el
adolescente. En general, cuando la familia es sensible y comprensiva a las necesidades evolutivas de su
hijo adolescente, puede funcionar como un ambiente facilitador para el logro, por parte del adolescente,
de tareas evolutivas tales como la diferenciación de la familia de origen y el establecimiento de una
identidad consolidada.
La figura paterna en el proceso de individuación
En nuestra sociedad la figura paterna está menos implicada o involucrada a nivel emocional con su hijo
adolescente respecto a lo que lo está la madre. La tendencia general indica que el padre es menos
intrusivo y protector, y es percibido como tal por sus hijos adolescentes. Sin embargo, ser más distante
permite también, un “mayor espacio” entre el padre y el adolescente. Posibilita al adolescente ejercer su
individualidad. Lo que puede parecer como indiferencia por parte del padre, desinterés o actitudes
críticas, puede sin embargo servir como un incentivo para el proceso de diferenciación de la
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individualidad (self) del adolescente. Es la excesiva cercanía y control de la madre lo que puede interferir
con la tendencia a la separación y, de ese modo, llevar a conflictos.
El padre, a través de sus actitudes no intrusivas, permite al adolescente un espacio más amplio para sí
mismo. La madre al estar más cerca de la dimensión emocional y sentimental de su hijo, le permite la
introspección, y la experiencia de intimidad (desde un apego seguro o inseguro). El padre o la figura
masculina de referencia, actuando de una manera que a menudo parece indiferente, posibilita al
adolescente experimentar mejor su progresiva diferenciación. De este modo, el padre sirve como modelo
para las relaciones donde la separación está permitida y es respetada y entiende que ser más
despreocupado no significa estar desapegado; más bien refleja la búsqueda de más espacio personal
dentro de una relación cercana.
Generalmente, a pesar de que la presencia inmediata del padre es baja, lo que cuenta, especialmente
durante la adolescencia, es la fuerza de la confianza en la disponibilidad de los padres. Las teorías del
apego ya han mostrado que un apego seguro está basado en la confianza y en la disponibilidad del
cuidador más que en la presencia inmediata y continua de éste. El padre ofrece así al adolescente la
seguridad de pertenecer al grupo familiar, al tiempo que le anima a diferenciarse.
En general el padre, a ser menos sobreprotector, es más capaz de aceptar, respetar y apoyar el deseo
del adolescente de diferenciarse. Además, dado que el hecho de que el padre se mantenga distante no
refleja desinterés o falta de apego, el padre puede servir como un modelo alternativo para la
diferenciación dentro de una relación cercana. Se propone entonces que el padre indirectamente apoya la
tendencia del adolescente a diferenciarse. Este modelo aparentemente distante es lo que los
adolescentes necesitan en esta etapa de separación; un modelo de padre afectivo pero no sobreprotector
que permita y respete la separación y apoye los esfuerzos del adolescente por diferenciarse. Además, la
figura paterna es percibida como modelo para posteriores metas del desarrollo tales como la vida marital.
Así, el padre que cuida pero no sobreprotege, es más capaz de equilibrar la proximidad y la separación
que la madre (quien generalmente está más implicada emocionalmente y tiene menos capacidad de
permitirle al hijo crecer alejándose de ella) y que éste es más flexible a la hora de responder a las diversas
metas del desarrollo de sus hijos adolescentes.
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La necesidad de pertenencia y la necesidad de diferenciación
El ser humano adulto se debate permanentemente en un eje que oscila entre dos grandes necesidades: la
necesidad de pertenencia a un sistema familiar que nos ha dado la vida y el nombre y con el que hemos
acumulado miles y miles de interacciones, y la necesidad de diferenciación , impulso espontáneo que nos
lleva a explorar el mundo y diseñar un proyecto existencial autónomo para insertarnos creativamente en
la cultura circundante y, eventualmente, reciclarnos con nuestra descendencia en un mecanismo
transgeneracional de supervivencia de los valores heredados.
En este eje más o menos dificil de equilibrar, más o menos facilitado por la familia de origen y por la
sociedad en la que vivimos, se inscriben las disfuncionalidades más frecuentes que llevan a una persona a
terapia: La necesidad de realización personal o profesional y la plenitud de la experiencia individual.
Para facilitar este proceso de diferenciación, ayuda especialmente en la terapia familiar, convocar siempre
que sea posible, a los familiares significativos a la sesión, solicitándoles su contribución e intentando
ponerlos a favor del proceso terapéutico. Pero gracias al trabajo simbólico de las Constelaciones
Familiares, es posible elaborar algunos procesos de reconocimiento, reconciliación, diferenciación e
integración, dentro del campo emocional y sistémico de la Constelación, sin la participación directa de los
familiares, aunque siempre que sea factible ayuda la presencia física de la familia.
Existe el mito muy extendido de la psicoterapia de que una persona adulto debe arreglárselas en un
período difícil sin recurrir a la ayuda de la familia de origen. Este prejuicio es una de las causas de muchos
puntos muertos y abandonos terapéuticos, dado que el terapeuta se enfrenta, consciente o
inconscientemente, en un pulso imposible con las familias de origen, con la consiguiente pérdida de
tiempo, energía y sobre todo con el empobrecimiento cualitativo de la psicoterapia.
Convocar a la familia a la terapia, solicitarles su contribución, aclarar los malentendidos y, cuando es
posible, favorecer un encuentro emocional profundo que ayude a la diferenciación, puede ser el modo
más rápido para ayudar a un individuo y diseñar un proyecto existencial viable para la inclusión creativa
en la sociedad y no en contra de una familia, vivida como hostil y poco colaborativa.
Los prejuicios del terapeuta nacen, de una inadecuada comprensión de las dinámicas familiares que
forman parte de la vida relacional de un individuo, y también de la dificultad no resuelta con las propias
familias de los terapeutas.
Los terapeutas que escuchan las quejas de sus pacientes sin tomar en consideración la ambivalencia de
éstos son como aquellos (amigos o familiares) que escuchan a los miembros de una pareja
separadamente, sin verlos en interacción.
Todos al final dirán: ¡Si tu pareja es así de poco confiable, desatento, te maltrata y no te quiere, sepárate!
¡Será lo mejor para ti! Pero nunca una lectura individual es suficiente para entender la complejidad de ese
vínculo.
Los terapeutas somos siempre más débiles que un sistema familiar, y sólo la consciencia de nuestra
debilidad nos puede dar la fuerza para intervenir en un modo, a veces intrépido, en las dinámicas
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familiares, favoreciendo un encuentro clarificador que pueda servir de impulso a la realización personal
autónoma, fuera del contexto familiar.
El sentimiento de pertenencia, no se agota nunca, y tiene una continuidad y un reinicio con nuestros hijos
en un vínculo, que nos une tanto a nuestros antepasados como a nuestros hijos, cambia con el tiempo,
pero no se pierde jamás.
Tendremos siempre la necesidad de estar en relación con nuestros padres y hermanos, incluso más allá
de que mueran, sólo que se deberá adecuar al momento del ciclo vital de la familia y de los individuos que
la componen.
Llevar dentro de nosotros el odio por un padre o madre, con el que no hemos podido reconciliarnos,
hará que odiemos para siempre una parte de nosotros mismos o, veamos enemigos por todas partes,
en nuestra pareja o en nuestros hijos, en un intento ilusorio de aliviarnos de este sufrimiento.
Mientras los padres estén vivos, sin importar la edad que tengan un encuentro terapéutico que afronte
los nudos irresueltos y pueda eventualmente disolverlos, puede cambiar una vida. Muchas situaciones
arrastradas durante años sin resolución, mediante una adecuada aclaración, y cuando es posible
escuchando la petición sincera de perdón de un progenitor anciano, que reconoce sus errores, pueden
cambiar completamente la vivencia de un paciente
El mito de la independencia familiar
Muchas personas después de un corte emocional en la adolescencia, tratan de arreglarse por sí solos
mediante uno o más tratamientos individuales incompletos, para luego llegar a una nueva petición de
ayuda.
Estos dos mitos, correlacionados entre sí, (el paciente que va a convertirse en adulto debe prescindir de la
contribución familiar, y la prescripción del alejamiento físico y emocional de los pacientes de sus familias
de origen para poder diferenciarse) son los más nocivos de las terapias individuales,
Lograr poner en práctica las condiciones de un encuentro emocional que pueda recrear las condiciones de
una nutrición afectiva y de una confirmación de sí mismos, ayuda a los pacientes a encontrar el impulso
espontáneo para la realización de sus proyectos autónomos, y la ayuda terapéutica será más fácil después
de este recorrido.
Nuestros padres, además de darnos la vida y el amor necesario para nuestro crecimiento, deben darnos la
confirmación de nosotros mismos (reconocer la autonomía y el diseño del proyecto existencial en
libertad, nuestra valía como personas originales y no sólo productos de los deseos o del modelado de la
familia de origen).
Pero lo que nos pertenece lo tienen ellos, y no siempre nos lo quieren dar, por miedo a perdernos. Si te
sientas a la mesa y te sacias, lo más frecuente que podría suceder es levantarte e irte por tu camino.
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La reticencia emocional y el no dar satisfacción pueden ser estrategias inconscientes que llevan a la
frustración, que tienen como sentido retener a los hijos para no sentir el vacío existencial o la
adaptación de la relación, con menor dependencia.
Clarificar estas dinámicas y favorecer el encuentro emocional, pueden ser el punto de partida para una
búsqueda espontánea del propio proyecto existencial. El retornar para partir mejor es una estrategia
paradójica y mucho más efectiva para asegurar la diferenciación familiar que hará que muchos síntomas
no tengan más razón de ser. Ataques de pánico, frustraciones sentimentales reiteradas, depresiones,
abandonos de trabajo o profesión, etc., a veces no son más que intentos mágicos de detener el tiempo, o
ir hacia atrás para elaborar el “despegue” fracasado.
Esta clave de lectura de los problemas individuales, presupone la fase del proceso terapéutico en la cual la
invitación a la ampliación de las sesiones a los familiares significativos, o introducirlos en la Constelación
Familiar en el caso que no sea posible, resulta indispensable para pasar luego el paciente a una fase
distinta, más dirigida esta vez hacia el encuentro consigo mismo y al diseño de un proyecto existencial
autónomo .
Los cormoranes y la reprogresión biológica
Juan Rof Carballo, en su libro Urdimbre afectiva y enfermedad, destaca la capacidad plástica del
organismo de reaccionar a la enfermedad o al trauma haciendo retroceder los tejidos a fases menos
diferenciadas de desarrollo, para encontrar una capacidad regenerativa.
“Si los sistemas biológicos no fueran capaces de retroceder a una fase primaria del desarrollo, es decir, a
una fase embrional de su estructura, menos diferenciada, el organismo perdería uno de sus más
importantes mecanismos de seguridad”
Y agrega “Si en un momento dado sucede una situación que el individuo no es capaz de tolerar, la
estructura humana no puede subsistir y cae en depresión o neurosis. Entonces, si el entramado de la
personalidad humana fuera definitivo, el problema no tendría solución. Los hombres estarían incluidos
dentro de ese tipo humano esclerosado, pleno de anquilosis espirituales, rígido e inerte, que tantas veces
encontramos en la vida, ejercitando alrededor de ellos una influencia nefasta, tantas veces disfrazada de
falsa moral “
Pero la naturaleza, también en la esfera psíquica, ha dispuesto sus estructuras de forma que puedan
rehacerse. El gran misterio tal vez radica en esta disposición de la vida a recrear de nuevo lo que ha sido
destruido por el trauma o por la enfermedad. La personalidad del ser humano, como su biología,
conserva plasticidad, es decir, es capaz también de recuperarse, reformarse hasta su profundidad.
Los cormoranes, antes de emprender el vuelo hacen una regresión a fases anteriores del desarrollo. El
cormorán, como el hombre, aspira a ser independiente, a madurar como sujeto autónomo. Esto lo
consigue después de cinco etapas, cinco “saltos”. Al inicio de cada salto, el cormorán retrocede a modos
de actuar más infantiles, es decir, menos organizados de conducta, para después progresar, es decir,
volver se más independiente y autónomo.
Aparecen unas manifestaciones reprogresivas: “Hay ocasiones en las que el cormorán permanece un
tiempo sin territorio, como un vagabundo; existe todavía una cuarta crisis, también con ausencia de la
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colonia por algunos días, hasta que vuelve y goza de la alimentación de sus padres. Después de dos o tres
días, ya maduro, desaparece para no ser visto hasta la próxima primavera. Esta última fase le ha otorgado
plena independencia y, libre, vuela hacia las costas de Túnez, Francia o España sin hacer caso al piar de de
los padres que lo llaman”.
Es conmovedora la similitud de esta descripción con los relatos de muchos padres, desesperados frente a
los comportamientos erráticos e incomprensibles de sus hijos, acusados tantas veces de crueldad o
indiferencia, cuando en realidad tratan, a veces de un modo desesperado, de encontrar su camino.
Un nuevo inicio
Es importante acompañar la regresión del paciente hasta un nuevo inicio. El nuevo inicio significa:
a) volver a algo primitivo o primario, a un punto precedente a la iniciación del desarrollo dificil y de las
etapas donde apareció el sufrimiento, que podría ser descrito como regresión; y,
b) al mismo tiempo descubrir una modalidad nueva, más adecuada, que equivale a un progreso. He
llamado a la acumulación de estos dos fenómenos fundamentales, regresar para progresar.
Se olvida a menudo que probablemente cada progresión, es decir cada paso a una estructura más
integrada, compleja y autónoma, requiere para arribar a buen término una regresión previa .
Está muy difundido entre terapeutas de las distintas orientaciones, sostiene la necesidad de distanciarse
física y emocionalmente de una familia disfuncional para poder diferenciarse o al menos para preservarse
psicológicamente. Es el así llamado corte emocional:
La distancia emocional ya sea alcanzada con mecanismos internos o con la distancia física. El tipo de
mecanismo puesto en práctica para adquirir la distancia emocional no es indicativo de la intensidad o del
grado de apego emocional, sino el resultado, es decir, la persona que se va de la casa está
emocionalmente ligada como aquella que se queda en casa y pone en práctica mecanismos internos para
controlar su involucración. Naturalmente, el que se va le imprime un giro diferente a su vida. Tiene
necesidad de la proximidad emocional pero es alérgico a ésta. Se aleja ilusionándose con conquistar su
“independencia”. Cuanto más definido es el corte con los padres, más previsible es que repita el mismo
modelo en las relaciones futuras. La principal manifestación del corte emocional es la negación de la
intensidad del apego emocional no resuelto con los propios padres, es decir, la persona se comporta
fingiéndose maás autoónoma de lo que en realidad es, y alcanza la distancia emocional ya sea por medio
de mecanismos internos, como a través de una efectiva distancia física
Murray Bowen
Muchos terapeutas individuales incapaces de dominar la complejidad del proceso terapéutico,
desvalorizando gravemente la importancia de una positiva pertenencia a la propia familia, se sobre
dentifican con la parte anti-familia de sus pacientes, llevan a cabo una estrategia terapéutica en teoría
dirigida a sostener sus capacidades asertivas, pero que a veces cae —incluso inconscientemente— en una
permanente instigación contra los familiares y la pareja.
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Esta estrategia es muy perjudicial porque no favorece en absoluto procesos integrativos y reequilibrantes,
al contrario, desequilibra y polariza hacia la negatividad de la relación familiar. En estos casos encontrar
directamente a los familiares ¡es la mejor de las supervisiones!
Acaso la función biológica de la emoción sea la de mantener al hombre en una constante posibilidad de
immadurez, es decir, de reprogresión . Esta metáfora de la reprogresión de los cormoranes, podemos
aplicarla muy bien a situaciones de la vida de las personas que, no sintiéndose suficientemente fuertes
para realizar un proyecto autónomo, se deprimen o buscan algún tipo de fracaso repentino (en la pareja,
en el trabajo), para hacer una regresión incomprensible hacia sus padres.
Todos conocemos casos de personas que tuvieron que madurar prematuramente. Y podemos ver que en
algún momento de su vida algo se rompe. No pueden hacer frente a una determinada situación, una
dificultad en la pareja, un nuevo ascenso, la llegada de un hijo. Estas personas de pronto entran en una
depresión, o se desmoronan ante un determinado conflicto, que quizá comparado con lo que vivieron
anteriormente no parece tan grave. En esas fases de crisis todos tenemos la oportunidad de
reencontrarnos con aquellos aspectos no resueltos, no reconciliados, no integrados. En todos nosotros
existe alguna etapa que nos hemos saltado, o que nos vimos forzados a madurar prematuramente.
Podemos reconocer también como durante el proceso terapéutico, la reprogresión biológica nos puede
explicar cómo extrañamente, un paciente que está mejorando sorpresivamente empeora, con la
consecuente desconfianza que esto genera en la terapia unido a la sorpresa del paciente, y la de su
familia.
Paradójicamente, este empeoramiento es una mejoría, ya que el paciente, gracias también a su terapia
tiene ahora la fuerza de afrontar temas o situaciones que había dejado al margen por la falta de fuerza
para afrontarlas.
Este volver atrás para partir mejor, lo encontramos en muchas situaciones familiares, involucra figuras
significativas y representa la necesidad de redefinir la relación con sus figuras parentales de referencia:
“despedirse” de ellos (cerrar bien los duelos pertinentes) y de etapas anteriores de la vida y volver a
partir, ayudado por el consenso familiar y por el alimento afectivo recibido, a fases o etapas de la vida no
alcanzadas antes.
Este tomar fuerzas para afrontar desarrollos cualitativos nuevos no se puede y no se debe entender como
un empeoramiento, sino como una oscilación necesaria del proceso terapéutico que no ocurre nunca en
línea recta ascendente, sino en zig zag.
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El hijo del padre y la hija de la madre
El Orden del Amor de las Constelaciones Familiares, entre hombre y mujer, implica renuncia. Comienza
durante la infancia, ya que para hacerse hombre, el hijo tiene que renunciar a la primera mujer en su vida,
a su madre. Y para hacerse mujer, la hija tiene que renunciar al primer hombre en su vida, al padre. El hijo
tempranamente, tiene que pasar de la esfera afectiva y emocional de la madre, al padre. La hija, muy
pronto, tiene que pasar de la esfera del padre a la madre. En la esfera de la madre, el hijo que no logra
pasar del estadio de la adolescencia y vincularse al padre como primera referencia, queda siendo un
mimado por las mujeres o sólo un amante, pero nunca un hombre. La hija que queda en la esfera del
padre, por no lograr pasar en la adolescencia a un vínculo más profundo con la madre, la mayoría de las
veces, no logra ser más que una querida o una chica atractiva, pero nunca una mujer.
Cuando el hijo de la madre se une a la hija de del padre, el hombre busca alguien que sustituya a su
madre, y la mujer alguien que sustituya a su padre, sin éxito. Nadie puede competir con unos padres de
los que no nos hemos diferenciado. Ningún amante puede reemplazar a un padre o una padre con quien
estamos fusionados. Sólo cuando el hijo del padre y la hija de la madre se encuentran, pueden construir
una relación de igualdad, de pareja.
Es algo curioso observar en la terapia familiar, como el hijo del padre, se suele llevar bien con su suegro, y
la hija de la madre, se suele llevar bien con la suegra. Y por el contrario, el hijo de la madre, se suele
entender bien con la suegra, y mal con el suegro, y la hija del padre, se suele entender bien con el suegro
y mal con la suegra.
Ánima y Ánimus
Si el hijo permanece indefinidamente en la esfera de la madre, lo femenino inunda su alma. Le impide
tomar a su padre, limitando así lo masculino que le sería propio. Y cuando la hija permanece en la esfera
del padre, lo masculino inunda su alma. impidiéndole tomar a su madre limitando así lo femenino que le
sería propio.
C. G. Jung define lo femenino en el alma del hombre como ánima, y lo masculino en el alma de la mujer,
como ánimus. El hombre desarrolla el ánima con su madre, y el ánima se desarrolla con más fuerza
cuanto más permanezca en la esfera de su madre. Pero entonces, paradójicamente, muestra menos
comprensión y sensibilidad para otras mujeres, y no es bien acogido ni por las mujeres ni por los
hombres. Del mismo modo sucede con la mujer, que su alma ha quedado inundada por lo masculino. El
animus de la mujer muestra menos comprensión, sensibilidad y respeto por los hombres, y de este modo
no es acogida de un modo pleno ni por hombres ni por mujeres.
El efecto del ánima en la conciencia del hombre queda contenida y más equilibrada, si éste en la segunda
infancia (sobre los 7 años), comenzó a pasar a la esfera del padre, de modo que no se mantuvo fusionado
con la madre. En este caso, curiosamente, muestra más sensibilidad, comprensión y respeto por las
cualidades de lo femenino. Puede ver mejor a la mujer. Del mismo modo, si el efecto del ánimus se ha
contenido y limitado tempranamente, ya antes de la adolescencia, en la hija, podrá mostrar más
sensibilidad, comprensión y respeto por el funcionamiento y las cualidades masculinas. Podrá ver mejor al
hombre.
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El poder de control inconsciente del ánima, es el resultado interiorizado de que el padre no es tomado
por el hijo. Y el poder de dominación inconsciente del ánimus, es el resultado de que la madre no sea
tomada por la hija. De modo que a mayor presencia de estas fuerzas arquetípicas y pulsionales en nuestra
vida, menos capacidad para realizar nuestra individuación, y la expresión tanto de nuestra feminidad y
masculinidad en nuestros proyectos vitales y profesionales, se verá perjudicada.
Podemos ver los símbolos por ejemplo del animus en las obras artísticas o en el cine, como bestias
gigantes que atemorizan a la mujer, la subyugan o la dominan sexualmente. King Kong, el hombre lobo o
drácula, son claros ejemplos. Las sirenas, las hadas o ninfas como seres que manejan la energía sexual
desde una inocencia seductora hasta una expresión sexual dominante, son ejemplos del animus. Lilith, la
primera esposa de Adán, al cual abandonó por desear su libertad sexual ante todo, y por negarse a la
dominación pulsional del hombre, es el arquetipo por antonomasia de nuestra cultura occidental y
nuestro inconsciente colectivo. Eva y Lilith representan los dos polos opuestos y complementarios en el
que la conciencia de la mujer se mueve, con todas los otros arquetipos intermedios (Helena, Sofia..).
Cada arquetipo animus atrae a su par complementario en su vida, y lo mismo para el ánima de cada
hombre. De ahí que por más que queramos otro tipo de relación de pareja, solemos construir un tipo de
relación u otra, sin poder dejar de repetir ciertos patrones inconscientes.
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LA TÉCNICA DE LA MOCHILA.
El reconocimiento y la herencia de los padres. (A. Canevaro)
Durante el crecimiento de un individuo en el seno de su familia, y por un largo período, es necesario
protegerlo y cuidarlo, para crecer y desarrollar un sentido de pertenencia, y al mismo tiempo, una
identidad original producida por su predisposición filogenética y por las múltiples identificaciones de base
con sus objetos primarios. Si bien el hombre es la especie más desarrollada a nivel cognitivo, que culmina
con la adquisición del lenguaje, al mismo tiempo es la especie más vulnerable biológicamente.
Un perro o un caballo logran ser biológicamente adultos al primer o segundo año de vida, y pueden
reproducirse y adquirir el dominio del territorio.
En el ser humano son necesarios entre 15 y 18 años para llegar a la madurez biológica, cerca de 25-30
años para alcanzar una madurez psicológica, muchos más para una madurez emocional, a veces jamás
alcanzada.
A medida que digo Tú, me convierto en mí mismo. Toda vida real es un encuentro
El nosotros indiferenciado se funda principalmente sobre la fusión intersubjetiva de todos los miembros
de la familia, el nosotros diferenciado, por el contrario, sobre la posición sujeto–objeto distinta (diálogo)
entre los miembros de una familia sana. Para llevar a cabo la necesidad de diferenciación, es necesaria la
curiosidad innata que permite adquirir el dominio del territorio extrafamiliar, es necesario el alimento
afectivo y la confirmación de la propia identidad que proviene de los familiares significativos,
fundamentalmente los padres, y también con la confianza y la seguridad con la que estos padres permiten
e impulsan a los hijos a realizar el propio proyecto existencial. Las carencias emocionales y psicológicas de
los padres o los conflictos concernientes al área conyugal o parental hacen que a menudo la
diferenciación del hijo amenace el equilibrio disfuncional alcanzado, provocando activas maniobras para
impedir aquel movimiento exogámico con una gama infinita de tonos como la culpabilización, la
victimización e incluso el sabotaje económico o el chantaje. Sin llegar a estos estadios altamente
disfuncionales, la salida de casa, o de la verdadera y propia diferenciación, es un momento agridulce
donde se mezclan sentimientos de alegría con sentimientos de pérdida.
Para facilitar esta fase el ejercicio experiencial de la mochila permite el intercambio emocional y la
redefinición positiva de la relación padres–hijos volviendo a asignar a cada uno lo que le corresponde: al
hijo la confirmación de sí y el per- miso para explorar el mundo, al padre el cumplimiento de una tarea
inseparable de su rol.
Pasadas las primeras fases de la definición del problema y de la convocatoria de los familiares en sesión,
estamos de lleno en la tercera fase, central, del protocolo, es decir, del encuentro terapéutico que
permite aclarar los malentendidos y el logro de los objetivos terapéuticos. Después de esta explicación y
cuando existe el acuerdo de los padres para ayudar al hijo o hija a superar sus dificultades, se invita a los
tres a hacer la experiencia.
Para entender mejor el ejercicio y contextualizarlo, comentaré un caso clínico, el de Antonio:
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Su familia consulta al terapeuta por los comportamientos muy ansiosos de su único hijo, de 22 años, que
después de haber empezado sus estudios universitarios en Diseño Industrial, abandona los estudios y
atraviesa un período de depresión, confusión y aislamiento en sí mismo.
En el primer encuentro, al que vinieron también los padres, la madre, de profesión psicóloga, muy ansiosa,
trae para el terapeuta un genograma de varias generaciones familiares donde se ve una pista que
comienza en la generación de sus abuelos: un hermano del abuelo con diagnóstico de psicosis, luego
repetida en la generación siguiente, hasta llegar a una prima, tratada durante años por esquizofrenia.
Cristian el padre, arquitecto de profesión, interviene poco y relata que su familia nuclear ha estado
siempre muy por debajo de la familia de origen de su mujer, donde la figura de relieve es su suegro,
persona muy estimada por todos y al que su mujer está muy unida. Cristian, gran trabajador y más bien
ausente de la familia, no ha tenido muchos contactos con Antonio, dejándolo además a cargo de su mujer.
Antonio escucha a sus padres, interviene poco y habla de un viaje que hizo al extranjero donde fue presa
de un ataque de pánico que le impedía visitar los lugares elegidos. Para el segundo encuentro, el
terapeuta les pide a Antonio y a su padre venir solos y “permitir” así a la madre hacer un pequeño viaje
con dos de sus colegas.
Durante el segundo y tercer encuentro, el terapeuta indaga sobre los aspectos de la relación padre–hijo e
identifica claramente la falta de complicidad entre ellos. El padre, de todos modos, le dice a Antonio que el
único que no se preocupó durante su estancia en el extranjero fue él, demostrando confianza en la
capacidad de Antonio de poder manejarse solo.
Entre la segunda y tercera sesión, padre e hijo hacen un viaje a una ciudad cercana donde el padre dirige
una construcción, y Antonio le ayuda en el trabajo haciéndole unos diseños de gran utilidad.
Crece la intimidad entre ellos, y Antonio señala cómo su padre es muy estimado por colaboradores y
clientes, para él un aspecto antes desconocido. Llegamos así a la cuarta sesión, donde la madre comenta
con gran alivio su viaje con las colegas, simultáneo al de Antonio y su padre, diciendo que le ha permitido
relajarse, confiando en que su marido estaba conduciendo bien las cosas con Antonio, que ahora
encuentra mucho interés en retomar los estudios en un cam- po complementario al de su padre.
En esta sesión, una vez moderada la ansiedad de Antonio y de sus padres, se comienza a hablar del futuro
de Antonio y llega el momento justo para iniciar la experiencia de la mochila. La fórmula es más o menos
esta:
“En este momento sería muy útil tener una experiencia juntos.
Pónganse (a los padres) de frente a su hijo y uno a uno iniciará esta experiencia, mientras el otro se sienta
cerca y espera su turno observando lo que sucede, en silencio.
Comenzamos con usted, Laura. Siéntese frente a su hijo, tocándose con las rodillas y sin cruzar las piernas.
Tómense de las manos y mírense a los ojos.
En este momento vuestro hijo está a punto de iniciar un largo viaje en la vida y lleva con él una mochila.
Trate de encontrar dos o tres cosas importantes de sí misma, que usted haya logrado cultivar, y de lo
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que se sienta orgullosa, para dárselas a Antonio como don; él lo meterá en la mochila y cuando tenga
necesidad, en el largo camino de la vida (repetir) las tomará y las hará propias. Veamos por ejemplo un
aspecto de su carácter que le haya servido en la vida y del cual esté orgullosa.
Laura, entonces, tomando las manos de Antonio con mucha determinación y mirándolo intensamente a
los ojos, le dice:
—Te doy mi entusiasmo, porque en la vida me ha permitido superar las dificultades y emprender nuevos
caminos
(El terapeuta toma una hoja, la divide por la mitad y escribe con cuidado todo cuanto Laura dice, por una
parte el concepto, por la otra la explicación del mismo).
—Te doy mi confianza en la mujer, porque siempre me ha parecido justo el equilibrio y la colaboración
entre los sexos.
—Te doy mi amor por los hijos porque este ha guiado siempre mi comportamiento.
El terapeuta dice: “Bien, Laura, recapitulemos de nuevo estas tres cosas...”
Repite los conceptos y los hace repetir a Laura, tratando de definirlos en una sola palabra, para explicar el
por qué de estas palabras.
Una vez repetidos los conceptos, el terapeuta le pide a Antonio, que mientras tanto se ha emocionado y
mira a su madre con ojos vidriosos, que le deje a la madre algo de sí antes de partir por el largo viaje, algo
que él considere le pueda gustar tener con ella, sentimientos, aficiones, sueños, etc.
Entonces Antonio con voz conmovida, le dice:
—Te dejo mi protección que estará siempre.
—Te dejo una sensibilidad diversa, aunque ambos tenemos una creatividad similar.
Y en fin,
- Mi capacidad de observar e intuir quién está delante de mí, una puerta hacia el mundo.
El terapeuta relee lo dicho por Antonio y se lo hace repetir.
A continuación les pide a ambos que se abracen sin palabras, descansando la cabeza de cada uno sobre el
hombro del otro, el tiempo necesario. Así lo hacen ambos, en un largo abrazo que concluye con un beso.
Cristian mira conmovido y en silencio cuanto ha sucedido entre ellos y se dispone a sentarse frente a
Antonio. El terapeuta le dice:
“Ahora Cristian, le toca a usted. Siéntese frente a Antonio y como Laura, escoja dos o tres cosas de sí
mismo de las cuales se sienta orgulloso para darle a su hijo, para su largo camino en la vida”.
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Las palabras escogidas y las metáforas utilizadas para este ejercicio despiertan profundas emociones en
todos los participantes que contribuyen a crear una atmósfera muy cálida y envolvente .
El padre elige con cuidado sus palabras, ayudado por el terapeuta para definir claramente los conceptos.
—Te doy mi sentido de libertad intelectual que me ha permitido no condicionar por nada y por nadie.
—Te doy mi duda, porque en la vida me ha permitido analizar mejor las cosas.
—Te doy mi coraje para dedicarme en la vida, para ir hasta el fondo de las cosas.
Antonio, muy conmovido, toma ambas manos del padre y temblando, las lleva hacia su cara, teniéndolas
firme sobre el rostro, en un silencio muy pesado.
Luego dice:
—¡Te dejo un nuevo espacio en el que bajar la guardia y divertirte des- preocupadamente!
—Te dejo mi manera de vivir el tiempo, dejándolo fluir suavemente.
Una vez finalizado, el terapeuta le hace repetir los conceptos, a continuación les pide a ambos abrazarse,
sin palabras, apoyando cada uno su cabeza sobre el hombro del otro, el tiempo necesario.
Así lo hacen, en un largo y emotivo abrazo. Laura atiende en silencio, con los ojos vidriosos.
Luego interviene el terapeuta:
“Estos momentos que han vivido con intensa emoción, déjenlos fluir dentro de vosotros, sin pedir
explicaciones y disfrutando de cada sensación ...”
Cerca de un mes y medio después de la experiencia de la mochila, viene Antonio a sesión, pasadas las
vacaciones.
Está mucho más tranquilo y sonriente, y dice que lo ha pasado muy bien en el campo con su familia y el
abuelo. Luego ha estado en la playa con sus amigos y se ha divertido mucho.
“Estuve enredado en mí mismo. He superado aspectos muy complejos en mi auto-observación que me
llevaron a una crudeza y a una fragmentación. Este último periodo ha sido una recuperación”.
Terapeuta: “¿Y los tuyos cómo están?”
“Me parece que están bien. Las cosas están sensiblemente mejor. La relación con ellos se ha distendido,
hay más aceptación. Después de la sesión de la mochila, he necesitado dos días para recuperarme. Tenía
necesidad de elaborar aquellas cosas que jamás había dicho antes. Ha sido como una coma, que me ha
hecho cambiar de tema. Fue muy violento. Amé y odié ese momento. Me di cuenta que soy una persona
delicada, no fuerte, pero muy emotiva. Lo que más me ha golpeado fue el destello de amor en los ojos de
mi padre. Lo vi de una manera en que no lo había visto nunca. Veo que está gastando reservas físicas,
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mentales y económicas que no puede ir más adelante. Espero que con mi partida logre reencontrar alegría
y ligereza”.
Volvió un mes después para el último encuentro y contó que ha comenzado Diseño Gráfico con mucha
dedicación. Siente que ha encontrado su camino, estudia.
Está muy contento de la experiencia terapéutica y muy agradecido con el terapeuta que le permitió pasar
a una etapa mucho más autónoma y creativa de su vida.
Los matices técnicos de este ejercicio son muchos, es necesario que el terapeuta sea cercano, no sólo
emocionalmente, sino incluso físicamente (una distancia que le permita tocar el hombro del hijo cuando
dice: “y lleva consigo una mochila...”) permaneciendo en una escucha atenta y silenciosa mientras escribe
en un papel todo lo que ellos dicen.
1) Es importante ayudar a los padres a expresar un concepto claro dentro del mar de palabras que a
veces expresan, tratando de sujetar las ideas o de sintetizarlas en una palabra, para después pedir el
por qué de cada cosa. Por ejemplo: si el padre le dice al hijo: “Debes ser tú mismo sin pensar en los
demás y tener una personalidad fuerte” , le haría definirla:
“Te doy mi determinación a ser yo mismo, para que te sirva para tener una personalidad fuerte no
marcada por los otros”.
2) Tratar de evitar que den consejos o sugerencias, pero sí que se esfuercen para mantenerse en
contacto, para encontrar una cualidad o un aspecto del carácter que regalarle al hijo. En vez de decir:
“Debes ser fuerte en la vida”, decir, “Te doy mi fuerza para que en la vida te sirva para superar momentos
de desconsuelo y superar momentos de dificultad, etc...” O en vez de decir: “Espero que puedas venir a
mí en momentos de dificultad, el padre que has perdido físicamente desde niña está aquí”, decir: “Te doy
mi presencia, para que pueda servirte en los momentos importantes y de dificultad”.
3) Tratar de estar atento a que se miren a los ojos mientras hablan, y se tomen de las manos, incluso si
surgen lágrimas y tratan de evitar los sentimientos o la emocionalidad.
4) Evitar hablar en tercera persona, por ejemplo, volviéndose al terapeuta hablando del hijo, sino
hablarse recíprocamente.
5) Hacer repetir una o dos veces cuanto ha dicho cada uno y, si es necesario, hacer leer lo que el
terapeuta ha transcrito sobre la hoja dividida verticalmente en dos, la primera parte a la izquierda con
lo que el padre o la madre ofrecen de regalo, y la derecha con lo que el hijo deja por su parte.
Cuando terminan, se les pide abrazarse, en silencio, el tiempo necesario, apoyando cada uno la cabeza en
el hombro del otro.
Éste es un momento importante, habitualmente muy emotivo, que además de ser muy relevante para los
participantes, proporciona numerosa información al terapeuta.
Hay personas que apenas abrazan y acaban inmediatamente el abrazo. En este caso, si es posible, pedir
estar más tiempo en contacto.
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La forma como se produce el abrazo, las manos que pueden acariciar la espalda o la cabeza, el
movimiento de la respiración o las lágrimas son información preciosa para el terapeuta.
Habitualmente el efecto de este ejercicio es muy grande, no solo en la expresión de los sentimientos (a
veces por la primera vez) de esta intensidad y significado simbólico, sino también, en el efecto duradero
de la demarcación de los límites relacionales. Es como una lente desenfocada que después de que los
límites interpersonales pasen a ser más netos y las funciones vicariantes no tengan más sentido de
continuar, se centra, se enfoca.
Se ve claramente cómo los padres dan al hijo lo que necesita para completar su crecimiento y “partir para
un largo viaje en la vida”. Es igualmente claro ver cómo las cosas que el hijo deja de sí, son los aspectos
complementarios que el padre o la madre no tienen o que el hijo produce, la inmensa mayoría de las
veces de manera inconsciente, para sostener a los padres o compensar sus carencias.
La importancia de este trabajo experiencial es que se hace dentro de la relación y que la metáfora del
“largo camino de la vida” no supone necesariamente una separación física, sino sólo psicológica, lo
suficiente para permitir un diálogo individual y familiar que puede durar siempre.
Pasar de la intimidación intergeneracional a la intimidad intergeneracional
Si es posible que ambos padres estén presentes es importante registrar, el comportamiento del otro
padre, que a veces se conmueve silenciosamente, a veces expresa fastidio o celos de esa interacción, a
veces permanece indiferente. Este ejercicio es al mismo tiempo un test que permite tener información no
verbal preciosa, para confirmar o desmentir las declaraciones expresadas de solidaridad parental en la
tarea de favorecer la diferenciación del hijo. Este ejercicio aporta por supuesto informaciones muy
importantes sobre el funcionamiento mental de los participantes. Por ejemplo, el padre de una paciente
mía, importante empresario que se había hecho a sí mismo, considerado por todos omnipotente, frente a
la hija y a la petición de dar algo de sí de regalo, tartamudea y no encuentra nada válido de sí mismo que
ofrecerle; o un joven deprimido que puede sólo repetir lo que el padre le ha dado sin encontrar en sí nada
original. Los estados depresivos, la baja autoestima o los trastornos del pensamiento se evidencian
claramente en este ejercicio. La experiencia de la mochila, hecha en ese momento del recorrido
terapéutico, tiene un efecto sinérgico que abrevia el paso a veces muy sufrido de esa fase del ciclo vital de
la familia, ya que involucra a todos los participantes en la relación y permite experimentar las intensas
emociones vinculadas a esa vivencia de diferenciación que es una doble vía. Los padres sienten que
pueden cumplir su tarea y tienen el permiso de mostrar sus sentimientos sin moderación, lo que es sin
duda un espaldarazo muy importante para el hijo/a que tiene necesidad de una confirmación, de la
aprobación de sus padres para su crecimiento.
Ayuda también a los padres a replantear su vida menos en función del hijo y a afrontar la fase del nido
vacío , probablemente el momento más difícil de la vida de la pareja parental, ya que en nuestra cultura
mediterránea la pareja vive casi exclusivamente en función de la capacidad de procreación y mucho
menos en función de una intimidad que debe ser construida y enseñada. Solo en los últimos dos decenios
se está poniendo más énfasis sobre este aspecto de la pareja, ayudado quizás por una mayor longevidad
(aumentó en el siglo pasado en 25 años) que coloca a la pareja de frente a la eventualidad, después de la
emancipación de los hijos, de vivir aún veinticinco o treinta años solos. Se asiste, gracias a una falta de
prevención de cada tipo de patología, a crisis conyugales, separaciones, enfermedades, infidelidad,
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desequilibrios económicos que marcan esta fase a veces dolorosa de la vida de una pareja que estaría
muy mitigada si sólo se pusiera más atención. Cada profesional sabe que si no revisa las cuentas de la
empresa, sino hace cierta revisión de cada aspecto de su proyecto, arriesga a fracasar o tener pérdidas en
alguna de sus áreas. ¿Cuántas veces se sugiere a una pareja hacer una revisión al menos una vez al año?
Pero no se hace. Es quizás la institución más castigada de la vida humana, ya que no solo debe afrontar las
vicisitudes de la vida compartida, silenciosamente
Y, por el contrario, debe ser la columna vertebral de todo el sistema trigeneracional. Precisamente la fase
de despegue de los hijos coincide con la fase de la declinación de la primera generación, la de los abuelos,
en la que es posible que alguno esté muerto o enfermo y pesa sobre la segunda generación, la de la
pareja, que se ve solicitada ya sea desde una generación o de la otra que piden dando poco. En sustancia,
el trabajo terapéutico con los sistemas familiares de origen contiene un elemento altamente paradójico:
“volver para partir mejor”. La búsqueda de una mejor diferenciación se obtiene nutriéndose hasta
alcanzar la madurez, como un fruto cuando se separa del árbol en el momento justo y no cuando, para
continuar con la metáfora, se corta todavía verde para conservarlo mejor en la nevera: “Dar un paso hacia
atrás para hacer dos hacia adelante”, significa tomar fuerza de esa energía mal usada para intentar
neutralizar las disfunciones de los vínculos relacionales y utilizarla para una expresión creativa de nuestro
propio proyecto vital.
El elemento central de una simbiosis es un desencuentro emocional.
La frustración del paso de una generación a la otra de elementos afectivos, psicológicos y funcionales, que
caracterizan recíprocamente la confirmación de la identidad del otro, es aquello que contribuye al
bloqueo transgeneracional, fuente de numerosos conflictos. Este bloqueo es aquello que quita
funcionalidad a un sistema familiar, impidiéndole avanzar en el proceso de la vida.
En la armonía intergeneracional, en la cual cada uno cumple el rol asignado por su momento evolutivo,
está el secreto de la funcionalidad de un sistema familiar. La transmisión generacional de los valores
afectivos y culturales es aquello que garantiza la supervivencia de las personas más allá de la muerte
física. Como todas las personas en edad avanzada en esta escala generacional tienen derecho a esta
suerte de “trascendencia”, así también todos aquellos que siguen tienen derecho a sentirse nutridos de
esa fuerza que proviene de las propias raíces.
Cuando un hombre y una mujer forman una pareja, en realidad unen los dos sistemas familiares de
pertenencia, los cuales interactúan a través de este vínculo , lo influencian y lo modifican en un pacto
consagrado por la sociedad. Este vínculo de alianza tiene un valor antropológico y cultural, y es distinto
del vínculo de filiación que une a los cónyuges con sus propios padres y con los hijos que junto a ellos
formarán una familia.
Estos dos vínculos son esencialmente diferentes, antitéticos y al mismo tiempo complementarios entre
ellos uno es biológico y endogámico, el otro es cultural y exogámico. Los dos existen en una relación
inversamente proporcional, y es decir, mientras más se consolida el vínculo de alianza creando una serie
de reglas propias, en un cierto clima de complicidad de esa pareja, más tienden a debilitarse los vínculos
que unen a los dos cónyuges a sus respectivos sistemas familiares de origen, y la complicidad desarrollada
con estos a través de tantos años de convivencia.
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El ejercicio de la mochila es una experiencia terapéutica que facilita la diferenciación y al mismo tiempo
un test, que nos muestra cómo va la relación parental y la capacidad de funcionamiento mental del hijo.
De su capacidad símbolica, y de la aceptación de esta despedida recíproca puede depender el curso futuro
de su relación y del proyecto existencial del hijo o hija.
Hay situaciones en las que, después de este ejercicio, emergerá más claramente una crisis en el sistema
parental, después de la regularización producida, pero en general no se necesita una intervención
terapéutica, ya que los sistemas familiares son muy resilientes y se recomponen rápidamente de las
intervenciones terapéuticas.
Otra metáfora convincente en estos casos es preguntar a los padres si han visto cómo los pájaros enseñan
a sus hijos a volar: “Los padres pasan juntos en vuelo rasante, una, dos, cinco veces, hasta que el pajarito
comienza a duras penas a volar, las veces necesarias hasta que emprende el vuelo detrás de los padres.
Pero deben volar juntos...” Se subraya así la importancia del acuerdo parental para que este paso tenga
una valor positivo para el hijo.
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