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Organiza: Patrocina: 1 LECCIÓN 22 La neurociencia y la imagen del Hombre Prof. Tomasz Trafny ÍNDICE DE CONTENIDOS 1. Introducción…………………………………………………………………………………2 2. Cómo se forja la imagen del hombre………………………………………………………2 3. La neurociencia y la imagen del Hombre……………………………………………………6 4. Definiciones de base…………………………………………………………………………8 5. Algunas cuestiones antropológicas………………………………………………………10 5.1. Unicidad del Hombre……………………………………………………11 5.2. Autoconsciencia……………………………………………………13 Libre albedrío……………………………………………………………14 5.3. Una mirada crítica………………………………………………………16

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Organiza: Patrocina:

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LECCIÓN 22La neurociencia y la imagen del Hombre

Prof. Tomasz Trafny

ÍNDICE DE CONTENIDOS

1. Introducción…………………………………………………………………………………2

2. Cómo se forja la imagen del hombre………………………………………………………2

3. La neurociencia y la imagen del Hombre……………………………………………………6

4. Definiciones de base…………………………………………………………………………8

5. Algunas cuestiones antropológicas………………………………………………………10

5.1. Unicidad del Hombre……………………………………………………11

5.2. Autoconsciencia……………………………………………………13

Libre albedrío……………………………………………………………14

5.3. Una mirada crítica………………………………………………………16

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LECCIÓN 22La neurociencia y la imagen del Hombre

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1. Introducción

Son pocos los que nunca han oído hablar del término “neurociencias”, o “ciencias neuro-cognitivas”. Una simple búsqueda en internet del término “Neurociencias”, produce un elevado número de resultados, superando los 40 millones1, cifra que aumenta día a día. El uso de este término no se circunscribe al ámbito de los libros científicos, revistas especializadas o aulas universitarias. Hace tiempo que este término atravesó el umbral de los periódicos más divulgativos, convirtiéndose en objeto de interés incluso para diarios y telediarios. Más aún, hace tiempo que las nociones aparecidas en el ámbito de la investigación neurocientífica se trasladaron desde las aulas universitarias y departamentos hospitalarios a los círculos de la bolsa financiera (neuroeconomía), despuntando igualmente en las salas de tribunales, donde a veces se han basado en alguna teoría neurocientífica para justificar un delito.

Por ello parece importante comprender la relación existente entre el saber neurocientífico, el filosófico y el teológico. En efecto, se trata de relaciones con los contornos aún imperfectos debido a la continua acumulación de nuevos datos y de nuevas teorías en el ámbito de las investigaciones neurocientíficas, pero que ya han modificado la imagen centenaria del hom-bre, forjada en un pasado lejano con diversas mediaciones, y que están suscitando algunos interrogantes importantes.

2. Cómo se forja la imagen del hombre

Propiamente hablando, el género Homo sapiens, nace cuando se adquieren las capaci-dades cognitivas más complejas2, tanto que les permitiera no solo la producción y el uso de utensilios y una cierta organización social, sino especialmente la expresión de manifestacio-nes simbólicas con las que dejó huellas tangibles de su unidad con respecto al resto de los seres vivientes. La fabricación de objetos que superan la dimensión meramente utilitarista, como adornos personales3, sepulturas intencionales4, el culto a los antepasados, las represen-

1 Casi tres millones si se efectúa la búsqueda en chino, más de un millón si se realiza en italiano y poco menos de un millón si buscamos el término correspondiente en español.

2 En lo que se refiere a la atribución de los rasgos humanos al género Homo, los antropólogos toman posturas dife-rentes. Alison S. Brooks manifiesta esta divergencia poniendo en evidencia que, a veces, ni siquiera queda claro qué debe ser incluido en el género Homo, “comienza con los primeros signos de aumento cerebral en los fósiles de Etiopía y Kenia de 2,3 millones de antigüedad, o solamente con el primer individuo con un cerebro más gran-de, dientes más pequeños, dimensiones modernas del cuerpo y proporciones modernas de las extremidades encontradas en Kenia, de 1,5 millones de años de antigüedad”. A. S. Brooks, What is a Human? Archaeological Perspectives on the origin of humanness, en: M. Sánchez Sorondo (ed.), What Is Our Real Knowledge About the Human Being?, PAS, Vatican City 2007, pág. 22. Sin embargo, la cuestión del género Homo sigue abierta a día de hoy, como se puede deducir del artículo de E. Callaway, Oldest stone tools raise questions about their creators, en: Nature 520 (23 April) 2015, pág. 421.

3 Cfr. Una breve pero exhaustiva contribución de F. d’Errico, M. Soressi, Los comportamientos simbólicos de los neandertales y el origen de la modernidad cultural, en: F. Facchini, M. G. BelcaStro (eds.), La lunga storia di Nean-dertal. Biologia e comportamento, Jaca Book 2009, pág. 239-256, o bien a. Balter, «First Jewelry? Old Schell Beads Suggest Early Use of Symbols» Science 312 (5781) 2006, pág. 1731.

4 Cfr. Y. SMirnov, «Intentional human burial: Middle Paleolithic (last glaciation) beginnings» Journal of World Prehis-tory, 3 (1989) 2, pág. 199-233.

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taciones geométricas e iconográficas bajo la forma de arte rupestre5, que no se limitan a dejar un simple dibujo sino imágenes llamativas que parecen constituir verdaderas narraciones pro-pias6 conseguidas con la ayuda de pigmentos colorantes, consideradas señales evidentes de una actitud mediada simbólicamente, marcando un rasgo característico del género Homo, es decir, de su autoconsciencia7. La autoconsciencia se convertirá en uno de los grandes interro-gantes surgidos ya en los albores de su existencia, persistiendo junto a otras cuestiones como la unicidad del ser humano o su libre albedrío como una de las palabras clave en la búsqueda de la imagen más nítida de nosotros mismos.

Sin embargo, antes de que esta imagen comenzase a aflorar, alterando de manera decisiva la percepción del ser humano, las ideas que circulaban sobre el Hombre y, en general, sobre el mundo y el cosmos, eran fruto de una generalización basada en la observación superficial de cuentos mitológicos, creencias religiosas y, posteriormente, del discurso especulativo filo-sófico-teológico. De hecho, si quisiéramos recorrer la centenaria historia de las ideas sobre el universo, tendríamos que comenzar de la misma manera en que empezaban tradicionalmente las fábulas y los cuentos de mundos encantados que animaban nuestro imaginario infantil. Probablemente, todos nosotros estábamos acostumbrados a escucharlos adentrándonos en mundos de fantasías y leyendas.

De este modo, el verdadero comienzo de este párrafo tendría que ser formulado en estos términos: Había una vez, a decir verdad no hace mucho tiempo, una difusa convicción de que la tierra era plana, situada en el centro del cosmos y con el hombre en el centro de la crea-ción… Ésta ha sido durante siglos la narración que resumía nuestro presunto conocimiento de las cosas relacionadas con el cosmos, la Tierra y el Hombre. Al principio se trataba de una falta de instrumentos aptos para alcanzar un conocimiento más adecuado de las cosas o, usando términos más corrientes, más científico. Desgraciadamente, aún hoy en día, temas como la creación, la evolución, la acción divina, el alma o el libre albedrío, suscitan vivas polémicas

5 Un caso emblemático son las incisiones simbólicas en plaquitas de ocre, cfr. c. S. henShilwood, F. d’errico, i. wattS, «Engraved ochres from the Middle Stone Age levels at Blombos Cave, South Africa» Journal of Human Evolution 57 (2009) 1, pág. 27-47, c.S. henShilwood, et al., «Emergence of Modern Human Behaviour: Middle Stone Age engravings from South Africa» Science 295 (5558) 2002, pág. 1278-1280; o bien los dibujos --- en el 17300 a.C. en la Gruta de Lascaux (Francia) (http://www.lascaux.culture.fr), cfr. G. Bataille, Prehistoric Painting: Lascaux or the Birth of Art, Skira 1955, J. D’’HUY, J.-L. LE QUELLEC, «Les animaux ‘fléchés’ à Lascaux: nouvelle proposition d’interprétation» Préhistoire du Sud-Ouest 18 (2010) 2, pág. 161-170. Es muy interesante la observa-ción que hace Bradley sobre las divergencias interpretativas del arte rupestre, especialmente en lo que respecta las opiniones personales de los investigaciones en religión, cfr. R. BRADLEY, Image and Audience. Rethinking Prehistoric Art, Oxford University Press 2009.

6 Aún queda abierta la cuestión acerca de si la adquisición de la capacidad simbólica es el resultado de la invención del lenguaje o viceversa. Cfr. F. Ferrett, i adornetti, «Origin and Evolution of Language» Humana.Mente. Journal of Philosophical Studies, 27 (December) 2014.

7 Coppens, cuando indica los rasgos relevantes del ser humano, incluye también la religiosidad: “el Hombre apa-rece así, un buen día hace 3 ó 4 millones de años, en África, bajo el aspecto de un primate en la árida sabana, bípedo, omnívoro, oportunista, listo y prudente, artesano y sociable, muy pronto consciente de sí mismo y reli-gioso”, cfr. Y. coppenS, Pre-amboli. I primi passi dell’Uomo, Jaca Book, 1990, pág. 29.

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muy a menudo recargadas de lugares comunes que revelan una escasa comprensión teológi-ca, filosófica y científica8.

Arraigadas en la creencia más que en la evidencia, generaciones enteras de fieles y pas-tores, durante muchísimo tiempo, al contemplar y pensar en la realidad, le atribuían una in-terpretación más mítica que científica. Esta postura duró hasta que varios terremotos cogni-tivos y culturales sacudieron su serenidad, precipitando así a muchos hacia lo definido por un científico como “la angustia antropológica”9. Ésta tuvo algunos momentos significativos de gran consideración que merece la pena recordar para darse cuenta tanto del cambio cognitivo radical que estaba teniendo lugar con el avance del saber científico, como de las dificultades a la hora de aceptarlo a causa de un error metodológico de fondo que, a veces, persiste en algunos contextos. Se trata de la convicción errónea de considerar que la narración bíblica no es solo la expresión de la verdad salvadora, sino también una verdad histórica y científica (suprema e inmutable, entre otras cosas).

Partiendo de tal presupuesto, se atribuyó un significado importante a las sugerentes imá-genes transmitidas por los textos bíblicos, de forma que crearon un particular modelo inter-pretativo basado en una representación del mundo y del Hombre verdaderamente singular. Es preciso decir que se trataba de una imagen fascinante y atractiva: la Tierra era el centro del Universo, con cuerpos celestes que giraban alrededor. Por consiguiente, si la Tierra ocupaba un puesto privilegiado en el Universo, el Hombre lo ocupaba en la Tierra, en tanto en cuanto toda la creación “giraba alrededor” de él. De esta forma se obtenía una expresión sublime de perfección del Universo imaginado. De hecho, al Hombre se le asignó no solamente el puesto más alto de la creación, sino que, más tarde, se define como microcosmos, entendido como representación ideal de todo el Universo. En un Universo imaginado de esta forma, Dios, sus ángeles y santos vivían en el cielo, garantizando al Hombre un profundo sentido de acogida, estabilidad, magnificencia y seguridad.

En este horizonte no nos debe maravillar lo que sucedió cuando, tras las observaciones y estudios de Copérnico y Galileo, resultó válida la antigua idea griega del heliocentrismo10, que basándose en cálculos matemáticos afirmaba que la Tierra no era en absoluto el centro

8 Incluso si suena inverosímil, aún en el siglo XIX, algunos ingleses: William Carpenter (1830-1885), grafista y es-tenógrafo, y Samuel Birley Rowbotham (1816-1884), inventor y escritor, mantenían que la Tierra era plana, idea que se sostuvo posteriormente y que se difundió también en América por un predicador protestante, Wilbur Glen Voliva (1870-1942). Pero el caso más impactante, y tal vez el más singular, es el que se refiere a Samuel Shenton (1903-1971), miembro de la Royal Astronomical Society, que en 1956 fundó la Sociedad de la Tierra Plana (Flat Earth Society) que aún hoy, si bien en otro marco, difunde esta misma idea.

9 Cfr. P. Benvenuti, Más allá de un simple “Bang”, en: F. SeraFini - p. Benvenuti, Génesis y Big Bang, Editorial Citta-della, Asís 2013, pág. 98.

10 Son pocos los que recuerdan que el heliocentrismo fue mantenido, aunque durante un breve periodo, alrededor de veinte siglos antes de Galileo. Al contrario de lo que manifiestan muchos textos, parece ser que la primera persona que defendió la idea del heliocentrismo no fue Heráclides Póntico (ca. 388-310 a.C.), sino uno de sus seguidores, Aristarco de Samos (ca. 310 - 230 a.C.). De hecho, tal y como demuestran los estudios más re-cientes, Heráclides, aún habiendo introducido la idea de la rotación de la Tierra sobre su propio eje (en contra de la opinión de Aristóteles), mantuvo la visión geocéntrica del cosmos, mientras que sus ideas sirvieron solo, probablemente, de impulso o intuición inicial al heliocentrismo de Aristarco. Cfr. B. S. eaStwood «Heraclides and Heliocentrism: Texts, Diagrams, and Interpretations» Journal for the History of Astronomy, 23 (4) 1992, pág. 233-260; d. l. couprie, Heaven and Earth in Ancient Greek Cosmology: From Thales to Heraclides Ponticus, Springer 2011, pág. 221-228.

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del cosmos, sino que giraba alrededor del sol. Se produjo un primer pico de la angustia antro-pológica mencionada anteriormente. De hecho, el valor del trabajo de Copérnico disminuyó desde la primera impresión de su obra De revolutionibus orbium coelestium (Revoluciones de los cuerpos celestes), publicada el año de su muerte (1543) o, como algunos mantienen, pocos días antes de que muriese Copérnico. Sin embargo, las ideas de Galileo encontraron en la Iglesia una gran resistencia que culminó con su condena por parte del Santo Oficio en 1633. Sobre este doloroso aspecto se ha indagado profundamente en el seno de la Iglesia por voluntad del Papa Juan Pablo II y otros, por diversas razones.

No obstante, incluso si las ideas de Copérnico y Galileo alteraron radicalmente la concep-ción del sistema planetario, resultaba difícil alejarse de la idea de la presunta cientificidad de las Sagradas Escrituras y, por consiguiente, de la imagen del Universo. Siguiendo esta estela, partiendo de los textos sagrados y recorriendo un camino hacia atrás, no son pocos los que se han prodigado en establecer con exactitud el momento de la creación del mundo. Casos patentes de dicha mentalidad son las figuras de John Lightfoot (1602-1675), Vicecanciller de la Universidad de Cambridge y de su contemporáneo, James Ussher (1581-1656), Arzobispo de Armagh de la Iglesia de Irlanda y destacado erudito, además de Vicecanciller del Trinity Co-llege de Dublín. Este último, en su The Annals of the World, recorre la historia milenaria de la narración bíblica, estableciendo las fechas precisas de cada uno de los acontecimientos. Así, Ussher sostiene que Dios comenzó su obra creadora el domingo 23 de octubre de 4004 a.C., a medianoche, corrigiendo, si bien mínimamente, el anterior cálculo de Lightfoot que estable-cía el momento de la creación a las nueve de la mañana del mismo día11. Además, el lector podía conocer que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso el 1 de noviembre de 4004; que el Arca de Noé se posó en el monte Ararat el miércoles 6 de mayo de 2348 a.C. y que Israel abandonó Egipto el martes 5 de mayo de 1491 a.C.12 Como podrá verse a continuación, las

11 Cfr. andrew D., A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom, D. Appleton and Co., 1897, pág. 9.

12 J. uSSher, The Annals of the World: Deduced from the Origin of Time, and Continued to the Beginning of the Em-peror Vespasians’ Reign and the Total Destruction and Abolition of the Temple and Commonwealth of the Jews, (1650), London 1658, pág. 1-3, 13. Es curioso, y sorprendente por ciertos versos que, junto con Usher, el intento de indicar la fecha exacta de la creación del mundo haya sido llevado a cabo por eruditos como Giovanni Keplero o Isaac Newton. Keplero estableció como año de la creación el 3992 a.C., mientras que Newton lo atrasó hasta el 4000. Por desgracia, lo que podía ser una simple curiosidad histórica – como tendrían que ser consideradas las ideas expresadas en las obras de Lightfoot y Usher – aún hoy constituye para algunos un trasfondo de con-vicciones de corte fundamentalista que vengono spacciate per scienza. Por tanto, si por una parte la comunidad científica continúa perfeccionando los instrumentos y métodos de investigación y de medición para una mejor comprensión de, por ejemplo, la edad del Universo que, tras la misión del satélite Planck se descubrió que ronda-ba en torno a los 13,8 mil millones de años, o la de la Tierra, estimada entre los 4,5 y 4,4 mil millones de años; por otra parte, aquél que no quiera renunciar a la visión de la Biblia como fuente del relato científico de corte crono-lógico, se convierte en presa de otro pico de angustia antropológica que, en detrimento de toda evidencia, afirma y defiende el llamado “creacionismo de la Tierra joven”, que sostiene que la Tierra fue creada en un acto directo de Dios hace entre 6 y 10 mil años. De este modo, al camino centenario de una ardua investigación científica y a la claridad de sus resultados se intenta contraponer una investigación alternativa construida a medida, incluso con el Instituto de Investigación (Institute for Creation Research, ICR), con publicaciones sobre la evidencia de la creación y con un Museo de la Creación y de la Historia de la Tierra, donde la visita comienza con un recorrido por los seis días de la creación para llegar a la “pared del séptimo día”, sobre la que se apoya el “banco del reposo”. Sin embargo, el aspecto amargo es la presunción del reconocimiento de los cursos universitarios de ciencias, astro-geofísica, biología y geología, con las controversias que suceden a la obtención de títulos científicos en la llamada “ciencia de la creación” (creation science). Para un recorrido histórico bien documentado sobre el creacionismo, ver el texto de ronald l. nuMBerS, The Creationists: The Evolution of Scientific Creationism, University of Califor-nia Press 1993. De este modo, la instrumentalización de la Biblia no ha causado daño solamente a la verdadera ciencia, forzando los datos para concordarlos con una visión religiosa del mundo, sino también a la propia Biblia, presentándola como fuente de convicciones ridículas además de erradas.

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consideraciones anteriormente mencionadas, no son exclusivas de la imagen del Hombre. De hecho, existe un cierto paralelismo simbólico entre el progreso de la investigación cosmológi-ca y una mirada más articulada del Hombre.

Aquél que haya intercambiado los textos bíblicos por un manual de cosmología habrá sen-tido una gran desilusión al comprobar los descubrimientos de la ciencia. Cuanto más progre-saba el saber científico, más nos alejábamos de la melancólica imagen religiosa del mundo, creado en seis días, y de la Tierra como centro del Universo, puntos de vista que no encajaban con los datos científicos. Se dio un paso ulterior a principios del siglo XX, cuando Harlow Sha-pley estableció de modo indiscutible que no estábamos situados ni siquiera en el centro de nuestra galaxia. En resumidas cuentas, en un breve lapso de tiempo, pasamos de la certeza de estar situados “en el centro” a encontrarnos en los alrededores. De hecho, nuestro siste-ma solar está ubicado en la zona periférica de la Vía Láctea que, a su vez, se encuentra en los márgenes del Universo conocido.

Y por si no fuera suficiente, a la inquietud provocada por el progreso de la cosmología se sumó otra, la de la biología. De hecho, con la teoría de la evolución (o las teorías de la evolu-ción), la paz del imaginario colectivo, que parecía tan clara y tranquilizadora, fue perturbada por otra sacudida. El Hombre resultó ser mucho “más pequeño” de lo que siempre se había imaginado, con menos privilegios con respecto a los animales y, sobre todo, lejos de ser el señor de las criaturas, incluso un posible descendiente de éstos. Con el trascurso de los siglos, en una visión gloriosa del ser humano, modelada por la antropología teológica que causó un impacto totalizador (donde el Hombre aparecía únicamente como creado a imagen y semejanza de Dios), la perspectiva de un proceso evolutivo que desconcertó incluso a otras especies, generó preocupación en quienes, una vez más, consideraban los textos bíblicos una verdad histórico-científica.

Sin embargo, lo que para algunos supuso un motivo de angustia, representa en realidad un gran símbolo del entusiasmo cognitivo emprendido por el Hombre, constituyendo una gran oportunidad para la investigación de posibles caminos de diálogo y, quizás, también de convergencia. De hecho, el progreso científico ofrece una oportunidad única para la reflexión filosófico-teológica que, desafortunadamente, aún no ha encontrado el interés adecuado ni la correspondiente profundización, especialmente en el terreno de la investigación de esta última. Es más, hay que decir que se tendría que reconsiderar la posición de una presunta ruptura entre ciencia y teología. La ciencia, de hecho, contempla al ser humano e indaga en la realidad con diversos medios y con una perspectiva diferente, pero siempre con el interés y la búsqueda de respuesta a los interrogantes de siempre, que surgieron inicialmente de la filosofía y la teología.

3. La neurociencia y la imagen del Hombre

Si antiguamente, aunque en un un contexto diferente y, entre otras cosas, sin una profun-da investigación científica, y solamente en base a una intuición e idea teológica, se definía al Hombre como microcosmos, hoy más que nunca esta definición se podría mantener, si bien con las debidas precisiones y limitando la aplicación de este término a un solo órgano – el cerebro.

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Con tan solo ver la complejidad estructural del cerebro se tiene la sensación de que tiene algo que ver con un verdadero microcosmos. Existen tres analogías simbólicas por las cuales se puede comparar el cerebro con el cosmos, considerando una escala espacial muy redu-cida. La primera está relacionada con el concepto de complejidad. Como el Universo está formado por unos 100 mil millones de galaxias visibles, cada una de las cuales reagrupa otras tantas estrellas, así el cerebro reagrupa unos 100 mil millones (10¹¹) de células nerviosas y de casi un billón (10¹²) de sinapsis, es decir, de unidades funcionales13.

La segunda analogía tiene que ver con el interés mostrado por ambos fenómenos. Como la maravilla del cosmos fascinaba al Hombre de las antiguas civilizaciones dejando numerosas muestras artísticas, culturales y religiosas transmitidas por la historia hasta nuestros tiempos, así como muestras similares del interés por el cerebro se remontan hasta, al menos, los tiempos de los egipcios, que usaban una palabra equivalente al actual término “cerebro” hacia 4200 años a.C. y, por consiguiente, casi cuatro mil años antes de que Aristóteles presentase el primer resultado de la disección de un encéfalo en el 340 a.C.

La tercera analogía entre el cosmos y el cerebro se manifiesta en la expresión “subestima-ción histórica”. Como en el curso de los siglos la visión del cosmos se englobaba en descrip-ciones muy limitadas, a menudo, el caracter mitológico y a menudo poético más que científi-co, obviamente debido al hecho de que hasta los tiempos de Galileo se observaba el cielo sin otro medio que los propios ojos, de modo que la falta de instrumentación que sirviera para estudiar el cerebro conllevó la subestimación de éste. Además de la antigua concepción por la cual el cerebro no adquiría una justa consideración – los egipcios no lo conservaban durante el proceso de momificación y Aristóteles le atribuía la función de radiador para enfriar la sangre -, un destacado ejemplo de tal subestimación lo presenta John Barrow, quien menciona un cálculo de Robert Hooke, físico inglés del siglo XVII que mantuvo que eran 3.155.760.000 las ideas distintas que la mente es capaz de retener.14

El argumento de Barrow es punzante: “Por muy alto que pueda parecer este número (no sería suficiente toda una vida para contar hasta esa cifra) hoy día se consideraría una enor-me infravaloración15, ya que según Holderness, un número de conexiones eléctricas16 que el cerebro podría desarrollar y contener alcanzaría una cifra exagerada de unos 1070.000.000.000.000. Así pues, el cerebro, como el resto del cosmos, no solo estaba infravalorado, sino que hasta ahora ambos se encuentran inexplorados, en gran parte, representando un verdadero desafío del presente y del futuro.

13 Cfr. F. Pensamientos, Genes, neuronas y mente del Hombre, en: F. Facchini, Complessità, evoluzione, uomo, Jaca Book 2011, pág. 186.

14 Cfr. J. d. Barrow, I numeri dell’Universo. Le costanti di natura e la teoria di tutto, Mondadori, Milán 2003, pág. 113.

15 Íbidem.

16 Cfr. M. holderneSS, «Think of a Number» New Scientist, 16 de junio de 2001, pág. 45.

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Hoy, el interés por este órgano crece de manera exponencial cada día, siendo protago-nista la neurociencia. Por motivos obvios, no será posible presentar aquí, de modo detallado la cuestión de la investigación neurocientífica. Hará falta limitarse a algunas consideraciones generales con el fin de simplificar la exposición del tema. Serán esbozadas, pues, algunos conceptos de base para, posteriormente, individuar unos pocos rasgos sobresalientes refe-rentes a la visión del Hombre o las cuestiones antropológicas en general.

4. Definiciones de base

La neurociencia representa un estudio interdisciplinar destinado a comprender los múl-tiples aspectos de la estructura y funcionamiento del sistema nervioso en su conjunto (el cerebro, la médula espinal y la red neuronal presente en todo el cuerpo). En este sentido, concurren diversas ciencias, a menudo muy diferentes entre sí, como la biología, la química, la psicología, la lingüística, la medicina y disciplinas relacionadas, además de los conocimientos que, a primera vista, no se pueden englobar en el ámbito biológico, como la informática, la ingeniería, la sociología, las matemáticas, la física e incluso la filosofía. Así pues, se considera que el término “neurociencia” es globalizante, indicando un conjunto de disciplinas que estu-dian el cerebro en diferentes niveles (desde una célula hasta las redes más complejas) y con la ayuda de diversos métodos. El fuerte caracter interdisciplinar de la investigación neurocien-tífica hace que sea difícil distinguir de manera neta y clara las diferentes disciplinas. Tanto es así, que a menudo se sobrepasan los límites por parte de las ramas y cierta superposición de las áreas investigadas, como recurrir a los mismos métodos incluso reclamando la autonomía de los recorridos17. Se pueden distinguir tres grandes campos de investigación destinados a la comprensión del sistema nervioso en sus múltiples aspectos: la neurobiología, la neurolo-gía y la neuropsicología.

A veces y en algunos contextos, se utiliza el término “neurobiología” como sinónimo de neurociencia. En realidad, con neurobiología se entiende un conjunto de estudios dedicados específicamente a los aspectos biológicos y bioquímicos del sistema nervioso. En este sen-tido, la neurobiología tiene un significado más circunscripto, ocupándose de la investigación anatómica (neuroanatomía), histológica (neurohistología), fisiológica (neurofisiología), además de embriológica (neuroembriología), endocrinológica (neuroendocrinología), por citar algunas. La neurobiología está en continua expansión gracias a su versatilidad a la hora de sacar partido de otras áreas de investigación como la biología celular o la molecular, la microelectrofisiolo-gía, la inmunología y otras.

La neurología es una de las muchas especialidades de la ciencia médica. Si damos una descripción simplificada diremos que la neurología indaga en los trastornos o patologías ori-ginadas en el sustrato orgánico que tienen las repercusiones en las capacidades cognitivas o motoras de la persona, porque influyen de manera determinante en el sistema nervioso central o periférico (a veces en ambos) impidiendo un funcionamiento correcto. La neuro-

17 Cfr. v. McGeer, «Why neuroscience matters to cognitive neuropsychology» Synthese 159 (2007), pág. 347-371.

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logía no necesita una presentación particular salvo la precisión de que el desarrollo de la neurociencia ha dado origen a diferentes especialidades. Basta mencionar algunas, como la neurosonología, dedicada al estudio de los vasos sanguíneos en su curso extra e intracraneal, la neurogenética, que estudia los factores genéticos de las enfermedades hereditarias, la neuroinmunología, interesada en la relación entre el sistema inmunitario y las enfermedades neurológicas, la neuroepidemiología, que trata sobre el estudio de la difusión de las enferme-dades neurológicas entre la población, y otras.

La neuropsicología es una disciplina que estudia el sistema nervioso (su parte anatómico-funcional, o la estructura, la organización además de sus mecanismos) en relación con pro-cesos físicos específicos y comportamentales intentando descubrir el nexo entre cerebro y mente. Se considera parte de la psicología clínica que centra su atención en los individuos con algún déficit cognitivo implicando una o más capacidades cognitivas superiores como: la memoria, el lenguaje, la atención, la percepción, el razonamiento, la programación (planning), la resolución de problemas, etc. En ese sentido, la neuropsicología tiende a circunscribir su propio interés más en la finalidad cognitiva, concluyendo su propia investigación en la com-prensión de los trastornos mentales y las aplicaciones clínicas. Con la neuropsicología está ligada también la neuropsiquiatría, la neurología comportamental, la psicología cognitiva y la ciencia cognitiva.

Desde los años 80 del siglo XX se va desarrollando, igualmente, la “neurociencia cogni-tiva”. El término, acuñado por George Miller y Mike Gazzaniga en 1977 en el ámbito de la in-vestigación neurocientífica, designa la disciplina nacida en el cruce de la neurociencia, ciencia computacional y la ciencia cognitiva18. Estas últimas, de un marcado caracter interdisciplinar19, se dedican al estudio de los procesos mentales y de la comprensión de la cognición humana, de sus formas y contenidos y de su funcionamiento a la hora de adquirir, procesar y utilizar la información20. La neurociencia cognitiva, a veces mencionadas en plural (las neurociencias cognitivas), estudia las bases biológicas del pensamiento con particular atención en la rela-ción existente entre los procesos mentales y los sustratos nerviosos del cerebro. Así pues, indaga sobre cómo la mente, o más concretamente las diferentes funciones cognitivas (pro-cesos cognitivos superiores, emociones, memoria, lenguaje, percepciones, atención, acción

18 Sobre la relación entre estas disciplinas y el desarrollo de la neurociencia cognitiva véase r.p.cooper, t. Shallice, «Cognitive Neuroscience: The Troubled Marriage of Cognitive Science and Neuroscience» Topics in Cognitive Science 2 (2010) 3, pág. 398-406.

19 La ciencia cognitiva bebe de varias disciplinas como: filosofía, psicología, antropología, lingüística, biología y Com-puter Science. Especialmente en lo que respecta la investigación de la inteligencia artificial.

20 Ya en 1980 Donald A. Norman publicó un artículo que, a muchos, pareció provocativo, indicando cuatro grupos de cuestiones, cada uno de los cuales contenía tres temas de los cuales tendría que ocuparse la ciencia cognitiva: Belief Systems, Consciousness, Development; Emotion, Interaction, Language; Learning, Memory, Perception; Performance, Skill, Thought. (sistemas de creencias, consciencia, desarrollo; emociones, interacciones, lenguaje; aprendizaje, percepción; prestación, habilidad, pensamiento. Cfr. «Twelve Issues for Cognitive Science» Cognitive Science 4 (1980) 1, pág. 1-32.

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y control motor, etc.) son producidas por circuitos neuronales del cerebro21. De este modo, la neurociencia cognitiva recurre al uso de protocolos combinados de investigación, como los tests de comportamiento, métodos avanzados de visualización del cerebro (brain imaging) y elaboración de modelos teóricos.

El entusiasmo que acompaña la investigación neurocientífica es tan grande que Gerald Edelman declaró: “Estamos al comienzo de la revolución de la neurociencia; al final, sabremos cómo funciona la mente, qué es lo que gobierna nuestra naturaleza y de qué manera cono-cemos el mundo. En efecto, lo que sucede hoy en la neurociencia podría ser considerado el preludio de la más grande revolución científica posible, con consecuencias sociales inevita-bles e importantes22. Indudablemente, el desarrollo de la investigación neurocientífica ha con-trubuido de manera decisiva a una mejor comprensión de la estructura del sistema nervioso, de sus mecanismos y de la relación existente entre el funcionamiento del estrato biológico y las funciones cognitivas y comportamentales del Hombre. Al mismo tiempo, la constante ampliación de los campos de investigación llevó a nuevos y originales caminos. De hecho, son varias las subdisciplinas que indagan en las preguntas formuladas y afrontadas en el pasado en el ámbito de la especulación filosófica y la reflexión teológica. El problema cuerpo-mente (cerebro-mente), la unicidad del Hombre, su autocinsciencia, el libre albedrío y su dimensión ética, la percepción estética o incluso el comportamiento económico o la experiencia religio-sa –por mencionar solo algunos temas destacados - han sido retomados y ubicados en una nueva perspectiva de investigación. En ese sentido, se tiende a legitimar nuevos sectores de estudio como la neuroética, neuroeconomía, neuropolítica o neuroteología, que dejan algunas onfusiones que serán tratadas a continuación.

5. Algunas cuestiones antropológicas

Para ver de qué forma la neurociencia retoma y afronta los temas clásicos del pensamiento filosófico-teológico resulta útil confrontar algunos conceptos clave de la antropología cristiana. Cada uno de ellos merecería un estudio aparte y profundo, pero por las razones anteriormente mencionadas se presentarán de manaera simplificada.

21 A primera vista no parecería que no existiese una sustancial diferencia entre la neuropsicología y la neurociencia cognitiva. Los respectivos campos de investigación, de hecho, parecen en gran parte superponerse entre ellos. Parece que la diferencia consiste en los respectivos recorridos de referencia. La neuropsicología encuentra sus raíces ideales en la psicología, mientras que la neurociencia cognitiva parece estar más ligada a la investigación del sustrato biológico y, por consiguiente, tiende cada vez más a reconocer su propio anclaje en la biología.

22 “We are at the beginning of the neuroscientific revolution. At its end, we shall know how the mind works, what governs our nature, and how we know the world. Indeed, what is now going on in neuroscience may be looked at as a prelude to the largest possible scientific revolution, one with inevitable and important social consequences”, G. M. edelMan, Bright Air, Brilliant Fire. On the Matter of the Mind, BasicBooks 1992, pág. xiii.

Santo Tomás afronta este tema de manera exhaustiva en su Pars Prima del Summa Theologiae (---93). Véase tam-bién la contribución de S. L. Brock, Tomás de Aquino y el estatuto físico del alma espiritual, en: El alma. Anuario de Filosofía, (V. Possenti), Mondadori, Milán 2004, 67-87 & 323-326.

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5.1. Unicidad del Hombre

La tradición filosófico-teológica católica se ha visto influenciada durante años por el pen-samiento de Santo Tomás de Aquino. En su visión antropológica, el tema de la unicidad del Hombre está ligado indudablemente al concepto del alma. Al Hombre se le considera persona gacias a la existencia del alma, que es única e irrepetible. El alma está ligada al cuerpo de for-ma sustancial de igual modo que su forma, estando expuesta al impulso de las pasiones que, aún siendo impulsos intensos, quedan sujetos a su control. El alma opera a través de varias facultades, entre las cuales se encuentra la intelectual. Esto lleva a Santo Tomás a indicar un aspecto exquisitamente teológico de la unicidad del Hombre, o sea, parecerse de algún modo a Dios (imago Dei)23.

El hecho que el Aquinate focalice su atención en el alma, inicialmente hace que su pensa-miento quede lejos de la investigación de la actual neurociencia. De hecho, tras el giro carte-siano, la reflexión sobre el alma comienza a desaparecer progresivamente, si bien el propio Cartesio la buscó individuando su sede en la glándula pineal24. E incluso si a principios del siglo XX se encuentra un rastro sugerente de investigación en la que Duncan MacDougall, médico del hospital de Haverhill en Massachusetts, intentó comprobar científicamente la presencia del alma recurriendo a la medición del peso de las personas en el momento de la muerte25, los caminos habituales de investigación han eliminado el concepto de alma de los diccionarios científicos.

Si ya no se podía considerar el alma como punto de referencia en la investigación de la unicidad del Hombre, ¿cuál es? Durante un cierto periodo, los investigadores estaban conven-cidos de que la unicidad del ser humano podía ser reconducida hacia su codificación genética. La era genómica que comenzó con el descubrimiento de la estructura de la doble hélice por parte de Watson y Crick causó un gran impacto científico y mediático, creando grandes es-pectativas con el proyecto de la secuenciación del ADN humano26. No solamente se pensó en resolver los enigmas de miles y miles de enfermedades genéticas, sino a descubrir el misterio de la naturaleza humana27 y, por consiguiente, su unicidad. Debía de ser bastante chocante el

23 Santo Tomás afronta este tema de manera exhaustiva en su Pars Prima del Summa Theologiae (q. 93). Véase tam-bién la contribución de S. L. Brock, Tomás de Aquino y el estatuto físico del alma espiritual, en: El alma. Anuario de Filosofía, (V. Possenti), Mondadori, Milán 2004, 67-87 & 323-326.

24 R. Descartes, Las pasiones del alma, primera parte, art. 31, 32, en: Obras, Laterza, Bari 1967, vol. II, pág. 420-421.

25 d. MacdouGall, «The Soul: Hypothesis Concerning Soul Substance Together with Experimental Evidence of the Existence of Such Substance» American Medicine. New Series 2 (1907) 240-243. M. ISHIDA, «A New Experi-mental Approach to Weight Change Experiments at the Moment of Death with a Review of Lewis E. Hollander’s Experiments on Sheep» Journal of Scientific Exploration, 23 (2009) 1, 5–28.

26 Entre múltiples publicaciones vale la pena destacar un estudio realizado por ph. r. Sloan, Controlling Our Desti-nies. Historical, Philosophical, Ethical, and Theological Perspectives on the Human Genome Project, UND Press, Notre Dame 2000.

27 Cfr. Íbidem, Prefacio, pág. Xxiii.

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hecho de que el genoma humano ---- mostrar un enorme número de genes, estimado inicial-mente en 100000, tuviera en realidad unos 24000, es decir, menos del doble con respecto al mosquito de la fruta.

Hoy en día, la cuestión de la unicidad humana se ha trasladado al ámbito de la neurocien-cia. Todo esto no solo por el descubrimiento de un gran número de unidades funcionales mencionadas anteriormente, sino también porque queda claro que el mismo ADN no lleva nunca al desarrollo de dos encéfalos absolutamente idénticos28. “Aunque sea evidente que los seres humanos son únicos desde el punto de vista físico, es igualmente evidente que nos distinguimos del resto de los animales por características más complejas29. El cerebro huma-no muestra, bajo muchos aspectos, rasgos específicos únicos30. Así pues, parece que desde el punto de vista de la investigación neurocientífica, la unicidad del Hombre está ligada al extraordinario desarrollo cerebral del Hombre respecto a los animales. Marc Hauser relaciona cuatro elementos de esta unicidad31:

1) Elaboración generativa (Generative computation), es decir, operaciones recurrentes y combinatorias que proporcionan los únicos mecanismos conocidos por generar una cantidad casi ilimitada de expresiones significativas ya sean matemáticas, lingüísticas, musicales o morales32.

2) Simbolismo mental (Mental symbols), los hombres, sin la ayuda de instrucciones, transforman experiencias sensoriales y pensamientos abstractos en símbolos externa-lizados, como palabras o imágenes33.

3) Promiscuidad de la interfaz (Promiscuous interfaces), los hombres tienen capacidades creativas únicas y la habilidad de resolver problemas que derivan de la capacidad de combinar de manera promiscua representaciones procedentes de diferentes dominios del saber34.

28 Cfr. F. Pensamiento, Genes, neuronas y mente en el Hombre, en: F. Facchini, Complejidad, evolución, Hombre, Jaca Book, Milán 2011, pág. 186.

29 M. S. GazzaniGa, Human. Quel che ci rende unici, Raffaello Cortina Editore, Milán 2019, pág. 9.Íbidem, pág. 7-43.

30 Íbidem, pág. 7-43.

31 M. D. Hauser, The possibility of impossible cultures, en: Nature Horizons, 460 (9 July) 2009, pág. 190-196.

32 Generative computation Recursive and combinatorial operations provide the only known mechanisms for gene-rating an almost limitless variety of meaningful expressions, whether mathematical, linguistic, musical or moral. Íbidem., pág. 192.

33 Humans readily, without instruction, convert sensory experiences and abstract thoughts into externalized sym-bols, either as words or images. Íbidem, p. 193.

34 Humans have unique creative capacities and problem-solving abilities, which stem from the capacity to combine representations promiscuously from different domains of knowledge. Íbidem.

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4) Pensamiento abstracto (Abstract thought), algunos pensamientos derivan de experien-cias sensoriales directas: como pensar en objetos rojos como cerezas y sangre requie-re su experiencia en contraste con los objetos que no sean rojos, como el pepino y el hueso. Sin embargo, muchos pensamientos humanos son abstractos, sin que exista ninguna conexión sensorial explícita o incluso necesaria. Esto comprende conceptos tales como infinito, categorías gramaticales como sustantivos y verbos, y juicios éticos como permitido y prohibido35.

Hay quien añade más puntos a esta lista. Ajit Varki, siguiendo y remitiéndose al pensamien-to de Danny Brower, añade que la unicidad humana, más allá de las referencias de Hauser, consiste en la aparición contemporanea de mecanismos neurales que permiten la negación de la muerte36. Indiscutiblemente, podrían señalarse otros rasgos esenciales que caracterizan al Hombre en su unicidad. Una cosa es cierta, los neurocientíficos encuentran su fundamento en el sustrato biológico del sistema nervioso formado a lo largo de su recorrido evolutivo.

5.2. Autoconsciencia

Otro concepto antropológico importante, objeto de investigación neurocientífica, es el de la autoconsciencia. Si volvemos la mirada al pasado, descubriremos que se trata de un térmi-no que no aparece directamente en la filosofía de Santo Tomás, sino que se media a través del concepto del alma, del cuerpo y de la consciencia. La autoconsciencia indica la capacidad del Hombre para autoposeerse a través de las propias actividades cognitivas, volitivas y afectivas. También en este caso el concepto básico es el alma humana. La autoconsciencia, de hecho, se obtiene, según Santo Tomás, a través de un proceso reflexivo “pasando de los objetos a las acciones, de las acciones a las facultades y de las facultades a la sustancia en la que radican, el alma vuelve (reditio) a sí misma37. Esto quiere decir que el alma intelectual no se conoce per suam essentiam, sino por medio de una investigación larga y dificultosa. Como se puede ver, desde incluso esta breve descripción, la explicación de Santo Tomás no es en absoluto muy intuitiva pero, no obstante, queda siempre ligada al concepto del alma y de su capacidad cognitiva.

En el terreno de la neurociencia existen diversas aproximaciones al problema de la auto-consciencia. Una de ellas recurre a la definición operativa del estado consciente, consideran-do que los procesos cognitivos son conscientes, en función de la capacidad del sujeto de

35 Some thoughts derive from direct sensory experiences: for example, thinking of red items such as cherries and blood requires experience with these, as opposed to non-red objects such as celery and bone. But many human thoughts are abstract, with no explicit or even necessary sensory connection. These include concepts such as infi-nity, grammatical categories such as nouns and verbs, and ethical judgements such as permissible and forbidden. Íbidem.

36 Cfr. A. varki, «Human uniquenees and the denial of death» Nature 460 (6 August) 2009, 684.

37 B. Mondin, «Autocoscienza», en: Diccionario Enciclopédico de Santo Tomás de Aquino, Edizioni Studio Domenica-no, Bolonia 20002, pág. 80.

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percibirlos (darse cuenta) y de referirse a ellos. La definición operativa, aún no siendo exhaus-tiva, permite la valoración objetiva de datos subjetivos. En este sentido, Singer reconoce clara-mente las restricciones que derivan de la dificultad de establecer las relaciones causales entre procesos neurológicos y cognitivos, lo cual permite llevar a cabo la investigación dentro de los límites de la llamada colección de evidencias correlativas38. No obstante, subraya la impor-tancia de los mecanismos funcionales del cerebro (ampliamente estudiados en la actualidad) que elaboran la información coherente basándose en los múltiples estímulos recibidos y, al mismo tiempo, permitiendo “suprimir” o “silenciar” algunos datos, dando privilegio a otros39. En realidad, ésta es solamente una de las muchas aproximaciones posibles.

Otra, aún poco conocida pero particularmente interesante, determina el estado consciente según la base de la capacidad de integrar la información40. Se trata de una teoría neurocien-tífica de autoconsciencia por la cual la capacidad de referir la experiencia cognitiva no juega un papel fundamental. De hecho, se desarrolló para responder a la necesidad de establecer los parámetros del estado de consciencia mínimo de pacientes del síndrome locked-in, los cuales, en el pasado, eran a menudo considerados simplemente “pacientes en estado vege-tativo”. Este acercamiento permite objetivizar el estado de consciencia midiendo sus valores con la ayuda de un instrumento compuesto de TMS (estimulador magnético transcraneal) y de EEG (electroencefalógrafo). Con el primero se perturba el conjunto de neuronas corticales, mientras que con el segundo se puede registrar la extensión (la integración) y la complejidad (la información) de la respuesta eléctrica producida por todo el sistema talamocortical41.

Libre albedrío

Para terminar, merece la pena detenerse en el “libre albedrío” – concepto fundamental para la antropología que aún hoy día tiene un puesto relevante, tanto por la reflexión filosófica como por la teológica. Con esta noción se define la capacidad del Hombre de ser dueño de sus propias acciones por medio de las decisiones tomadas frente a las cuales el Hombre toma el papel de árbitro. En el pensamiento de Santo Tomás, se trata de una actividad que procede tanto del intelecto como de la voluntad, pero no de la misma manera. En primer lugar, es un acto de la propia voluntad, por cuanto que es la causa eficiente; pero también es un acto del intelecto, porque éste proporciona la especificación del acto libre. En el comportamiento hu-mano concreto estas dos facultades concurren juntas en una única operación. En ese sentido, el acto libre no mana exclusivamente del intelecto o de la voluntad, sino de ambos, e implica prácticamente todos los ámbitos de la libertad humana. De hecho, está relacionada tanto con

38 Cfr. L. Melloni - w. SinGer, «The Explanatory Gap in Neuroscience», en: The Scientific Legacy of the 20th Century, PAS, Vatican City 2009, pág. 61-73.

39 Íbidem.

40 G. tononi, Phi. Un viaggio dal cervello all’anima, Codice Edizioni, Turín 2014; M. MaSSiMini - G. tononi, Nada Nulla di più grande. Dalla veglia al sonno, dal coma al sogno. Il segreto della coscienza e la sua misura, Baldini&Castoldi, Milán 2013.

41 Cfr. M. Massimini, G. Tononi, Op. cit., pág. 139.

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la elección de actuar como de no actuar. Cuando se trata de actuar, está relacionado con elegir el bien o el mal. Santo Tomás concebía esta elección en dos fases. La primera se refería al intelecto, denominándose deliberación (deliberatio) o bien consejo (consilium), mientras que la segunda está relacionada con la voluntad, denominándose elección (electio). A los actos voluntarios libres se les llama así por su relación con la razón. El recorrido del ejercicio del libre albedrío es más bien lineal: la voluntad tiende hacia una cosa reconocida como buena, ya que la razón la reconoce como verdadera. De aquí deriva que el Hombre sea un ser moral, responsable de sus propias acciones, por cuanto que actúa libremente y es árbitro de las mo-tivaciones de sus propias acciones, a diferencia de los animales, que actúan instintivamente.

La cuestión del libre albedrío es una de las más discutidas en el campo de los estudios neurocientíficos de los últimos años, influyendo en la reflexión filosófica, jurídica e incluso teológica. El problema radica en el ámbito de cómo definir la relación cuerpo-mente, y la más amplia cuestión concerniente al tema del determinismo de la naturaleza. La cuestión surgió de forma radical después de que Benjamin Libet publicase, en 1983, un artículo en el que sos-tiene que entre la intención consciente de actuar y la actividad cerebral existe una transición de varias centenas de milisegundos a favor de la actividad cerebral. Por consiguiente, Libet afirmó que los actos voluntarios comienzan, en realidad, en los procesos cerebrales incons-cientes. La repercusión más radical de tal afirmación podía resultar una total desconfianza del libre albedrío, con la legitimación del determinismo absoluto. Sobre el experimento y la con-tribución de Libet recayó una marea de críticas, no solamente alguna crítica sobre su método de investigación o alguna duda acerca de la credibilidad de los experimentos llevados a cabo. Probablemente, la cuestión más espinosa viene representada por potenciales repercusiones sociales y culturales en caso de que el libre albedrío resultara ser una simple ilusión. Incluso hoy día, esta cuestión divide a algunos investigadores, entre los cuales están los que rebaten las afirmaciones de Libet y los que las comparten: “Se ha demostrado que los procesos in-conscientes tienen un papel fundamental en la forma en que tomamos las decisiones y resol-vemos los problemas. Incluso las decisiones importantes se apoyan en la actividad cerebral inconsciente42.

Algunos, como Wolf Singer, presentan tesis más moderadas en este terreno, libres, pues, de posturas radicales reconducibles hacia el determinismo absoluto43. Aún manteniendo las debidas distancias con las convicciones radicales como la de la falta del libre albedrío, hay que reconocer la estrecha relación entre procesos cerebrales muy articulados (debidos al número de células neuronales además a la complejidad de sus conexiones) y al comportamiento hu-mano condicionado por múltiples factores estructurales y procesos bioquímicos del cerebro. Singer, en su investigación, recurre a datos bien consolidados y universalmente aceptados, que ponen en evidencia la interdependencia entre mutaciones fisiológico-químicas del cere-bro (llamadas brain constraints) y el comportamiento humano.

42 P.S. churchland, L’io come cervello, Raffaello Cortina Editore, Milán 2014, pág. 12. Cfr. también: M. S. GazzaniGa, Human. Quel che ci rende unici, Raffaello Cortina Editore, Milán 2019, pág. 83.

43 W. SinGer, «The Transition from Biological to Cultural Evolution» en: Science and the Future of Mankind. Science for Man and Man for Science, PAS, Vatican City 2001, pág. 350-359, especialmente pág. 350-351.

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En todo esto, Singer subraya la importancia del elemento formativo y, por consiguiente, de la relación entre – saber neurocientífico y la educación. Sobre esta última, Singer evidencia es-pecialmente dos fases cruciales: 1) el periodo hasta la pubertad y 2) el periodo más amplio de consolidación y de desarrollo estructural del cerebro hasta, aproximadamente, los veinte años de cada individuo44. Como se puede ver, el problema persiste, y el debate entre investigadores continúa exigiendo la confrontación seria y rigurosa del problema real de la complejidad de los procesos cerebrales, de la que forma parte la cuestión del libre albedrío.

Una cosa es cierta. Por una parte, las investigaciones demuestran que la cuestión del libre albedrío y de la decisión a la hora de actuar no es lineal, tal y como supuso Santo Tomás, y que las elecciones concretas pueden estar influenciadas por procesos inconscientes. Por otra, la neurociencia confirma algunas antiguas intuiciones filosóficas como aquella sobre el hecho de que el ser humano, en su dimensión racional, está orientado hacia la verdad. En efecto, algunos estudios llevados a cabo sobre las mentiras han confirmado que esconder la verdad y sustituirla por la mentira requiere un mayor esfuerzo por parte del cerebro, marcado por un mayor consumo energético por consistir en la supresión de la verdad y sustitución de la mis-ma por la mentira45.

Ya a partir de estos simples recorridos se deduce que la investigación en el ámbito de la neurociencia representa una gran esperanza. Ésta se dedica a explorar en profundidad las diferentes correlaciones entre el estrato biológico y las funciones cognitivas y comportamen-tales. In tal modo ya ha cambiado la tradicional perspectiva de investigación especulativa, contribuyendo a enriquecer nuestra mirada hacia el Hombre para obtener su imagen de forma más nítida y coherente.

5.3. Una mirada crítica

Es interesante destacar que el rápido desarrollo de la investigación del cerebro lleva, a veces, a conclusiones opuestas, causando no poca confusión, especialmente entre los pro-fanos. Cada vez con más frecuencia sucede que ya en la portada de publicaciones polarizan claramente a los lectores como si se tratase de una simple opinión individual sobre el color o el corte del abrigo que ponerse. Así, encontramos un libro de Dick Swaab titulado: Somos nuestro cerebro, y el texto de Alva Noë: Por qué no somos nuestro cerebro. Volviendo a la librería nos encontramos con la publicación de Patricia S. Churchland: El yo como cerebro; y el libro escrito por Palazzani y Zannotti: El derecho en la neurociencia. No “somos” nuestro cerebro. Parece evidente que no exista una idea común entre los investigadores que indagan sobre el gran horizonte del saber neurocientífico.

44 Cfr. W. SinGer, «Genetic and Epigenetic Shaping of Cognition – Prerequisites of Cultural Evolution» Scientific Insights into the Evolution of the Universe and of Life, PAS, Vatican City 2009, pág. 337-347.

45 Cfr. D. D. lanGleBen, et al., «Telling Truth From Lie in Individual Subjects With Fast Event-Related fMRI» Human Brain Mapping 26 (2005), pp. 262-272; F.A. kozel, et al., «Detecting Deception fMRI» Biol Psychiatry 58 (2005) 8; pág. 605-613; S.A. Spence, et al., «A cognitive neurobiological account of deception: evidence from functional neuroimaging» Phil. Trans. R. Soc. Lond. B (2004) 359, pág. 1755–1762

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Es más, un estudio de Legrenzi y Umiltà46 pone de relevancia el hecho de que un continuo fraccionamiento de algunas disciplinas podría resultar nocivo y que las noticias publicadas en diferentes periódicos no tienen en cuenta la complejidad de los métodos y de los protocolos empleados por la neurociencia. De hecho, la utilización de modernos y potentes instrumentos de investigación como la tomografía axial computarizada (TAC), la resonancia magnética fun-cional (fMRI) o la tomografía a emisión de positrones (PET) conllevan un laborioso y complejo trabajo de interpretación sin el cual las imágenes obtenidas no son de especial ayuda. En efecto, tal y como destaca Churchland, “las imágenes del cerebro no explican nada en reali-dad. Relacionan simplemente un estado psicológico, como un sentimiento o un pensamiento, con un área cerebral levemente más activa. Estas correlaciones no muestran siquiera que existan módulos anatómicamente dedicados, por ejemplo, a pensar en el propio dinero, del mismo modo que en un coche existe un módulo dedicado al control del carburador”47. Una vez obtenidas las imágenes en el curso de algún experimento, es necesario “limpiarlas”, ya que contienen tanto las activaciones que no pertenecen a las funciones mentales específicas de la tarea experimental, como las áreas de interés potencial implicadas selectivamente en las ya mencionadas funciones mentales48.

No hay duda de que la neurociencia representa una enorme ventaja para una mayor y más veraz comprensión del Hombre. No obstante, todavía no ofrecen una visión unificada de una sólida teoría antropológica. Las diferentes disciplinas indagan paralelamente o en competen-cia, fragmentándose demasiado a menudo. Asimismo, falta una verdadera convergencia en la investigación compartida entre el saber de las ciencias especulativas tradicionales, como la filosofía, la sociología, la teología, etc., y la neurociencia. Un esfuerzo en esta dirección sigue siendo uno de los grandes postulados no satisfechos y un gran desafío para asegurar una ima-gen del Hombre integrada, en el cual los diferentes saberes pudieran concurrir hacia la verdad.

En el patio del Teatro-Museo Dalí de Figueras se encuentra aparcado un Cadillac negro, sobre el cual se ha colocado una barca de pescador montada sobre una columna. La instala-ción es extravagante, pero muy sugerente, siendo espontáneo para el visitante imaginarse, al menos por un instante, dentro de la barca. Si quisiéramos encontrar una imagen que repre-sentara el puro estudio neurocientífico sin la ayuda de las ciencias humanas y un profundo enredo interdisciplinar, lo podríamos comparar con la subida a la barca de Dalí en el patio de su casa. Indudablemente resultaría una experiencia curiosa, emocionante y definitivamente inusual y por su altura, nos permitiría, quizás, vislumbrar un horizonte más amplio, pero sin la posibilidad de navegar por la inmensidad del océano, para lo cual la barca está pensada. La neurociencia, de hecho, representa un extraordinario instrumento que permite vislumbrar nuevos horizontes, pero las ciencias humanas son un gran océano que permite la navegación dinámica sin el encarcelamiento de un angosto patio.

46 P. leGrenzi - c. uMiltà, Neuro-mania. Il cervello non spiega chi siamo, il Mulino, Bolonia 2009.

47 P.S. churchland, L’io come cervello, Raffaello Cortina Editore, Milán 2014, pág. 11.

48 P. leGrenzi - c. uMiltà, Op. cit., pág. 36.