ii domingo de pascua
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HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUALTRANSCRIPT
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA
DIVINA MISERICORDIA
“Estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos”
Por eso el tiempo de la Iglesia es tiempo de Pascua, tiempo del paso y la
presencia del Señor Resucitado. Al que vimos muerto y destrozado en la
cruz ahora lo contemplamos resplandeciente vivo y resucitado.
Ante este acontecimiento salvífico no queda más remedio que caer
rendidos y admirados a los pies de Cristo, como Juan, como Tomás y decir
con fe: Señor mío y Dios mío.
Jesús Resucitado se manifiesta a su Iglesia como el que es Misericordia,
Perdón y Amor.
Fue nuestro recordado Papa Juan Pablo II quien estableció este segundo
domingo de Pascua como Domingo de la Divina Misericordia y el cuadro
que está sobre el confesionario así nos lo recuerda.
Cristo revestido de gloria, poder y majestad no se hace presente en el
mundo con la actitud de eclipsar a todos aquellos que por debilidad, miedo,
o cerrazón lo negaron, lo abandonaron o lo condenaron a muerte.
No viene con actitud de revancha, de venganza, de altanería. Todo lo
contrario, viene deseando la paz a todos, enseñando sus heridas en son de
paz, como bandera del que perdona porque ama profundamente.
Lo pueden ver los que lo buscan de corazón, los que lo esperan unidos en la
oración.
No lo encuentran los que separándose de la comunidad y los hermanos se
lanzan en solitario por la vida, como le pasó al apóstol Tomás, que en un
principio ni vio ni creyó el testimonio de los apóstoles.
Los que experimentan la presencia del resucitado, la presencia del Dios
vivo sienten una imperiosa necesidad de anunciar, comunicar, evangelizar.
Las palabras de Cristo son muy claras y sencillas de entender:
“Como el Padre me ha enviado así os envío yo”
Esas palabras abren de par en par las puertas y ventanas cerradas por el
miedo.
Nos decía hechos de los apóstoles cómo se reunían de común acuerdo en el
pórtico de Salomón.
Y la fuerza de Dios estaba con ellos porque los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en el nombre del Señor Resucitado.
La palabra y la vida, la palabra y los signos, así iba creciendo el número de
creyentes y abriéndose paso la nave de la Iglesia en el océano impetuoso de
la historia.
No olvidemos esto en el segundo domingo de Pascua. Cristo Resucitado
sigue aquí entre nosotros, sigue haciéndose presente con su Palabra, en
cada Eucaristía donde nos parte el pan nos sigue diciendo paz a vosotros.
Si tenemos cerradas las puertas y ventanas de nuestra mente, de nuestro
interior, de nuestra boca, es momento de romper cerrojos y correr
cortinajes, salir de la oscuridad a la luz de Dios.
No olvidemos que el Señor nos sigue enviando hoy para ser sus testigos,
cada uno en el lugar que ocupa, en la misión que haya recibido y en la
vocación a la que haya sido llamado.
No olvidemos caminar juntos, compartir la fe con los demás, construir
comunidad e Iglesia, porque solos, “a nuestra manera”, lo más probable es
que nos perdamos y acabemos perdiendo hasta la fe.
Sin temor alguno porque confiamos plenamente en su misericordia, amplia
misericordia que borra nuestras culpas y nos da una y mil oportunidades.
No olvidemos un solo día “dar gracias al Señor porque es bueno, porque es
eterna su misericordia”. Porque El es el primero y el último, el que vive, el
que brilla y resplandece.
A Cristo resucitado, Señor de la Misericordia, la gloria y el honor por los
siglos de los siglos. Amén.
Que así sea.