ii domingo de pascua

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PARROQUIA EL SALVADOR DE BAEZA HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA. D. MARIANO CABEZA PERALTA

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HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUAL

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PARROQUIA EL SALVADOR DE BAEZA

HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA.

D. MARIANO CABEZA PERALTA

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA

DIVINA MISERICORDIA

“Estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos”

Por eso el tiempo de la Iglesia es tiempo de Pascua, tiempo del paso y la

presencia del Señor Resucitado. Al que vimos muerto y destrozado en la

cruz ahora lo contemplamos resplandeciente vivo y resucitado.

Ante este acontecimiento salvífico no queda más remedio que caer

rendidos y admirados a los pies de Cristo, como Juan, como Tomás y decir

con fe: Señor mío y Dios mío.

Jesús Resucitado se manifiesta a su Iglesia como el que es Misericordia,

Perdón y Amor.

Fue nuestro recordado Papa Juan Pablo II quien estableció este segundo

domingo de Pascua como Domingo de la Divina Misericordia y el cuadro

que está sobre el confesionario así nos lo recuerda.

Cristo revestido de gloria, poder y majestad no se hace presente en el

mundo con la actitud de eclipsar a todos aquellos que por debilidad, miedo,

o cerrazón lo negaron, lo abandonaron o lo condenaron a muerte.

No viene con actitud de revancha, de venganza, de altanería. Todo lo

contrario, viene deseando la paz a todos, enseñando sus heridas en son de

paz, como bandera del que perdona porque ama profundamente.

Lo pueden ver los que lo buscan de corazón, los que lo esperan unidos en la

oración.

No lo encuentran los que separándose de la comunidad y los hermanos se

lanzan en solitario por la vida, como le pasó al apóstol Tomás, que en un

principio ni vio ni creyó el testimonio de los apóstoles.

Los que experimentan la presencia del resucitado, la presencia del Dios

vivo sienten una imperiosa necesidad de anunciar, comunicar, evangelizar.

Las palabras de Cristo son muy claras y sencillas de entender:

“Como el Padre me ha enviado así os envío yo”

Esas palabras abren de par en par las puertas y ventanas cerradas por el

miedo.

Nos decía hechos de los apóstoles cómo se reunían de común acuerdo en el

pórtico de Salomón.

Y la fuerza de Dios estaba con ellos porque los apóstoles hacían muchos

signos y prodigios en el nombre del Señor Resucitado.

La palabra y la vida, la palabra y los signos, así iba creciendo el número de

creyentes y abriéndose paso la nave de la Iglesia en el océano impetuoso de

la historia.

No olvidemos esto en el segundo domingo de Pascua. Cristo Resucitado

sigue aquí entre nosotros, sigue haciéndose presente con su Palabra, en

cada Eucaristía donde nos parte el pan nos sigue diciendo paz a vosotros.

Si tenemos cerradas las puertas y ventanas de nuestra mente, de nuestro

interior, de nuestra boca, es momento de romper cerrojos y correr

cortinajes, salir de la oscuridad a la luz de Dios.

No olvidemos que el Señor nos sigue enviando hoy para ser sus testigos,

cada uno en el lugar que ocupa, en la misión que haya recibido y en la

vocación a la que haya sido llamado.

No olvidemos caminar juntos, compartir la fe con los demás, construir

comunidad e Iglesia, porque solos, “a nuestra manera”, lo más probable es

que nos perdamos y acabemos perdiendo hasta la fe.

Sin temor alguno porque confiamos plenamente en su misericordia, amplia

misericordia que borra nuestras culpas y nos da una y mil oportunidades.

No olvidemos un solo día “dar gracias al Señor porque es bueno, porque es

eterna su misericordia”. Porque El es el primero y el último, el que vive, el

que brilla y resplandece.

A Cristo resucitado, Señor de la Misericordia, la gloria y el honor por los

siglos de los siglos. Amén.

Que así sea.