iguel Ángel sÁnchez de armas e - revista el búhoy frédéric mistral, por quienes tenía una...
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� El Búho
de nuestra portada
En El Lencero, muy cerca de Xalapa, se encuentra
el casco de una hacienda que fue de Santa Anna.
Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y
un lago en el que se deslizan cisnes negros altivos y ausen-
tes. A un costado, la capilla que el Generalísimo levantó para
una de sus bodas. El visitante que pasea por los prados o
toma asiento a la sombra de una higuera centenaria, si es
sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo
de voces del pasado y sentir cómo, en
pequeñas pulsaciones, un efluvio de
cantos apenas perceptibles le penetra
e ilumina. La alegría resultante no se
explica bien a bien, pues difícilmente
esa magia podría conectarse al “seduc-
tor de la Patria”. Se sigue, entonces, que
otra presencia hay entre la verdura de
la comarca. Y esa otra presencia, seño-
ras y señores, es nada menos que la de
Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce
se alza al oriente del conjunto como un
centinela en perpetua contemplación
del paisaje que amó profundamente.
Miguel Ángel SÁnchez de ArMAS
Rruizte
de nuestra portada �
Estoy seguro de que muy pocos mexicanos serán los
que no han oído hablar de Gabriela Mistral y han dis-
frutado su enorme poesía. Quizá no tantos sepan
que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, que fue
la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel,
que se sentía mexicana y que, en un sentido poético,
murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xa-
lapeños debemos celebrar que la efigie de la poeta vigile
nuestra comarca y su mirada esté siempre en nosotros.
Su fama como poetisa (aunque ella prefería decirse
poeta) comenzó en 1914 luego de haber sido premiada
en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de
la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio
Urieta, su primer amor. En ese concurso se presentó con
el seudónimo que desde entonces la acompañaría toda
su vida y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio
y Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda de-
voción. (Esto de adoptar apelativos es algo maravi-
lloso, pero asusta a los espíritus chatos y a las almas
pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince
años menor que ella, Pablo Neruda, había nacido
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el ape-
llido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua
literaria checa entre cuya obra se encuentra el delicio-
so tomo Historias de la Malá Strana publicado en es-
pañol allá por los setentas en la desaparecida Editorial
Sudamérica.)
Su vida fue de una intensidad alucinante. A los ca-
torce años comenzó a publicar en periódicos de su natal
Vicuña, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma
y desde el principio de su carrera se refugió en distintos
seudónimos. “Alma”, “Soledad” y “Alguien” fueron algu-
nos de los nomes de plume con que la niña Lucía firmaba
sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la natura-
leza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue
desde siempre un ser que vivía en y para el amor.
El padre de Gabriela era un modesto profesor rural
y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue direc-
tora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como
educadora.
Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor
a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy
continúa recitándose en salones de todo el continente;
el amor a la educación, y el amor por Romelio Urieta.
Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió
el suicidio como una pérdida irreparable. Su propia obra
sugiere tal cosa, aunque, como veremos más adelante,
ella misma lo desestimó.
En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo
de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir.
Un fragmento:
Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en
un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se
van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo,
se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana
/ cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis ges-
tos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus
ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira,
el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alien-
tos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti
con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me
borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no
nacieron ni en llanos ni en sotos. // (…) ¡Se nos va todo,
se nos va todo!
� El Búho
Sin embargo, en una “autobiografía” publicada en
la revista Mapocho en 1988, la propia Gabriela se encar-
garía de precisar:
“Cara M. Rosa, le digo con la franqueza ruda con
que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar
en un comentario amoroso de mí misma. A pesar de la
publicidad cruda y no poco repugnante a que han lle-
gado los biógrafos respecto de los escritores, nunca en-
tenderé y nunca aceptaré que no se nos deje a nosotros,
lo mismo que a todo ser humano, el derecho a guardar
de nuestros amores cuanto nos hemos puesto y que por
alguna razón no dejamos allí razones de pudor, que tan-
to cuentan para la mujer como para el hombre. Pero se
han hecho disparates tan descomunales a este respecto,
que esta vez tengo que hablar y no por mí sino por la
honra de un hombre muerto.
“Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era
próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encon-
tramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo ca-
torce años y él dieciocho. Era un mozo nada optimista ni
ligero y menos un joven de zandungas. Había en él mu-
cha compostura, hasta cierta gravedad de carácter bas-
tante decoro. Por tener decoro se mató. Nos comprome-
timos a esa edad. Él no podía casarse conmigo contando
con un sueldo tan pequeño como el que tenía y se fue a
trabajar unas minas no recuerdo dónde. Volvió después
de una ausencia larga y me pidió cuentas a propósito
de murmuraciones tontas que le habían llegado sobre
algún devaneo mío. Yo vivía desde que él se fue con mi
vida puesta en él, no me defendí la mitad por aquella
timidez que me dejó muda aceptando mi culpa en la es-
cuela de Vicuña y creo que la otra mitad por esa excesiva
dignidad que me han llamado soberbia muchas veces.
La queja me pareció tan injusta que pensé entonces,
como pienso hoy mismo, que no debía responderse y
menos hacer una defensa. Por eso rompimos y las nove-
lerías necias tejidas en torno de este punto no son sino
cosa de charlatanes. Este hombre siguió su vida y era
natural que la viviese como casi todos los hombres chi-
lenos que no sobresalen en la temperancia. Iba a casarse
y llevaba a la vez una conducta ligera que no había sido
nunca la suya; se divertía demasiado y su novia parece
que no lograba retenerlo.
“Mucho después de unos cinco años de separa-
ción nuestra yo lo encontré casualmente en Coquimbo;
hablamos bastante tiempo; negó la noticia de su matri-
monio y nos despedimos reconciliados casi sin palabras,
tan cordiales como antes y con la impresión de un vín-
culo reanimado y definitivo. Cuantos lo han denigrado,
hablando de un robo común y hasta de una estafa,
no han dicho que su hermano, que era casi su padre
pues lo había criado por ser ambos huérfanos, era en ese
tiempo el jefe de los ferrocarriles en su zona. A cualquie-
ra podría ocurrírsele que Romelio Ureta cogió aquel dine-
ro pensando en restituirlo de inmediato o contando con
que su hermano, ausente por unos días se lo prestaría.
Este señor era persona de situación holgada y lo quería
mucho. No creo que nadie piense en arruinar su carrera
por la suma infeliz que él cogió de una repartición fiscal.
Parece que vino un arqueo impensado de caja: el herma-
no andaba en Ovalle o en otro punto de la provincia y no
pudieron comunicarse de ningún modo. Romelio Ureta
era hombre tan pundonoroso como para matarse, antes
de sufrir vivo una vergüenza. A esta altura del tiempo
de nuestra portada �
y de la costumbrea, el hecho no se entiende, pues la
probidad escasea más que la moneda de oro. Yo lo com-
prendo por haberle conocido a él y al viejo Chile. Doy
cuantiosos detalles porque me irrita que se remuevan
los huesos de un muerto con una falta tal de inteligen-
cia y de consideración. Más que eso me indigna el que
por escribir una gacetilla sobre mí y por cobrarla en un
periódico y también por alimentar la glotonería del pú-
blico, se revuelva una sepultura.”
Gabriela Mistral llegó a ser directora de varios li-
ceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven
visitó México, país al que amó al grado de sentirse
mexicana. Aquí fue una decidida militante de la refor-
ma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos
y Europa estudió las escuelas y métodos educativos.
A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el
cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid,
Lisboa y Los Ángeles, entre otras.
Los poemas para niños de la Mistral se recitan y
cantan en muy diversos países. En 1945 se convirtió en
el primer escritor latinoamericano en recibir el Premio
Nobel de Literatura. Posteriormente, en 1951, se le
concedió el Premio Nacional de Literatura de su país.
A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le
siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y
otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado
misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, ita-
liano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos
escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo
Neruda y Octavio Paz.
Se le ha llamado escritora modernista, pero como
la verdad no tengo idea qué sea eso o cómo se lea,
transcribo lo que de su obra leí en algún texto académi-
co: su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado
Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de leja-
nos lugares, sino que se sirve de su estética y musicali-
dad para poetizar la vida cotidiana, para “hacer sentir
el hogar”.
Pero yo, sentado a la sombra de la higuera en El
Lencero y muy cerca de su efigie en bronce, lo único que
siento es que haya muerto de amor.
Tuit: @sanchezdearmasBlog: www.sanchezdearmas.mxSi desea recibir Juego de ojos en su correo, envíe un mensaje a: [email protected]
Yurazzy
10 El Búho
I
En el río de mis sueños eres, mujer,
la ribera en que despierto,
y navegando entre tu luz,
todas las rutas me conducen a la dicha.
Embriagado en tu hermosura,
me convierto en pedestal de tus deseos.
Tu cuerpo es florida primavera
y yo soy potro, ruiseñor y flecha.
Sediento de tus táctiles aromas,
yo maduro en espiga venturosa
que desgrana itinerarios de caricias
en el cultivo memorioso de tus formas.
Inauguro el manantial de tu recuerdo
con banderas delirantes de entusiasmo;
celebro la vida en que te gozo
y prolongo el instante en que eres mía.
roberto bAñuelAS
Carlos Pérez Bucio
de nuestra portada 11
II
En la densidad del ámbito sombrío
quedó impresa la huella de tu ausencia
y otra vez la evasión de tu forma
llenó el molde de mis sueños truncos.
Transitas en llamas de recuerdo
para cubrirme con el eco de palabras
la isla de mí mismo en que me pierdo.
Aunque divagues en la tierra firme
al rechazar lo que fue y lo que no es,
somos náufragos de una pasión no consumada
que nos obliga a nacer y a crecer
en la celebración de otro día
y de otro encuentro.
III
El barco se ha enloquecido
con los antiguos aromas
de la rosa de los vientos
y gira en perpetuo círculo.
Tú y yo deseamos y miramos
una orilla imaginaria.
No es remoto que nos encontremos
a la mitad de un sueño sin retorno
o que cambiemos de sueño
y lleguemos a la luz.
IV
Los recuerdos son el carrusel tenaz
del pasado candente
que se instala en este presente
donde gira tu ausencia.
La memoria se hace cómplice insomne
de los éxtasis ya vividos
cuando eras mi aliada en la hora ebria
de soñar despiertos para detener al tiempo.
La luz interior nos investía de poderes
para dialogar con la aurora
y prescindir de los túneles oscuros
que el temor y la soledad habían construido
en la roca insomne de la espera
que crece y se devora a sí misma.
V
Volcán impaciente
que geometrisas el silencio,
estruendo floreciente de la luz,
veloz esfera del alba,
vibración bajo la piel del mundo,
fundación cotidiana de horizontes solemnes,
forma del sueño y claridad sin fronteras
que se ayuntan bajo el mismo sol.
12 El Búho
VI
Tú, la esperada,
dejaste de ser la ausente
revestida de duro silencio;
no serás más la estatua
que se desvanece
en la distancia dolorosa
del deseo en un auxilio de nostalgia.
Ahora, cuando las palabras
de amor nacidas en tu voz,
se vuelven campanario
enloquecido de promesas,
sé que mañana,
antes de que despierten los ruiseñores
a derramar con sus cantos
las copas de los árboles,
tu cuerpo cumplirá con el mío
la victoria de un rito celebrado
desde la raíz de mis antiguos sueños
con el fruto maduro
de mis delirios presentes.
VII
Ante la invicta soledad
de tu historia renovada,
ni tú ni yo faltamos a la cita
en la hora espontánea del deseo.
Sobre el yunque dorado de la aurora
forjamos el exorcismo para ahuyentar
el dolor de juramentos no cumplidos.
Todos los nombres
tienen la dimensión de tu presencia,
y todos los caminos se someten
para formar el lugar de tu llegada.
VIII
Ante la eterna vibración de las esferas,
padezco de una curiosidad noctívaga
que se orienta hacia los estallidos
de tus polos anclados en la luz.
Te bañas en el tiempo que no cuentas,
te ciñes en el espacio que no cantas
y te bruñes de estrellas proclamadas
por telescopios que gimen de amor
cuando desertan los astrónomos
con el canto de los gallos aurorales.
Caminas, como templo vagabundo,
en busca de creyentes y cipreses,
y rumias la letanía del pasado ya remoto
con un coro infantil de optimistas ruiseñores
que fingen haber perdido la memoria
para no recordar las amenazas del presente
o del futuro que no acaba de llegar.
de nuestra portada 13
IX
Frente a la desesperación de un crepúsculo
sin voces que proclamen su esplendor,
la noche iza su bandera de tinieblas
entre las nubes que suplantan a barcos
con tripulación de ángeles caídos.
Me quedo buscando el reflejo
de un recuerdo intenso que me sirva de guía
en este huerto cerrado de tu nombre.
Frente a la soledad que calla su dolor,
los espejos dan la espalda
a la distancia del deseo
tatuado por tu cuerpo.
Tu imagen me sigue y me circunda
en las horas que tu ausencia rompe
las redes que tejí para atrapar olvido.
¡Qué lejos y qué cerca
tus acosos de estatua delirante!
Creyéndome dueño de tus cantos
de sirena domeñada,
rompí las arpas y las liras
que no cumplieron con la misión
de rimar mis delirios con tus besos.
En este presente sembrado de duras lejanías,
que se alargan como sombras rotas
de fantasmas marginados,
llega la hora más cruel de tu recuerdo
con la invasión de todo lo que fue tu entrega.
X
De cuerpo presente y con el alma dolida,
ante la inmensa redención de mis ensueños
pregunto, proclamo y acepto, vida,
la geometría que propones
y das a la existencia.
El dolor inevitable
y el delirio del placer
nos acompañan en el camino
de la vida hacia la muerte.
Filósofo con más insomnios que sistemas,
comprendo que la historia
es el libro que todos formamos
con las páginas en blanco
de lo que no vivimos.*Tomados del libro Trashumancia del amor cautivo. 2 Tintanueva ediciones. México, 2008.
Francisco Tejeda Jaramillo
14 El Búho
Un marido fiel
Y bien, ya que hablamos de esto, por mi parte
la única vez que estuve a punto de serle infiel a
Norma, me llevé un gran susto. Volvía yo de una
de mis frecuentes caminatas por las colinas a donde -de
recién casados- solía salir a despe-
jarme un poco la cabeza, cuando por
un senderillo de casuarinas y nopales
apareció una joven. Veinte o diecio-
cho años, cuerpo hermoso, la mira-
da ardiente, manos ávidas, nerviosa
lengua en punta como una cola de
alacrán. Algo decía con la mirada; mi
pensamiento respondió y, dócil, la
seguí hacia unos prados en los que
florecían los mirasoles y había hojas
tiernas, pero también espinas, rocas
y unas fragancias misteriosas, que,
casi sin darme cuenta, me perturba-
ron los sentidos.
herMinio MArtínez
Gelsen Gas
de nuestra portada 15
Ella me contemplaba, riendo y su actitud traía has-
ta mí un mar de limpia música. Yo no entendía por qué.
Hasta que, quitándose la ropa, me atrajo hacia su piel,
toda cubierta de una pelusa gris, en el preciso instante
en que a sus manos les crecían las uñas y una cola de
lobo se le movía en la espalda, agitándola, mientras
en cuatro ágiles patas corría a mi alrededor, gruñendo,
olfateándome, dando saltitos como la gata o la perrilla
a la que se le ofrece un trozo de hígado.
-¡Ave maría Purísima! -exclamé- ¿Qué está pasan-
do? ¿En qué animal se ha convertido?
Y cogí un palo. Pero la fea criatura continuaba
rodeándome, ansiosa, a punto de saltar sobre mi boca,
seguramente para darme un beso, morder mi cuello,
romperme la camisa, el pantalón, hacerme suyo.
-¡Tiene que ser el diablo! -continué-. Voy a rezar
un Padrenuestro y a partir la vara en dos para formar
la cruz.
Y sí, en cuanto la puse ante sus ojos, tras un hon-
do chillido reculó asustadiza, mirándome el estómago
y desapareció entre los peñascos.
En tanta confusión, no le conté nada a mi esposa
ni anduve con la curiosidad de conocer más del asun-
to, porque mi pensamiento era otro:
-¡Ni loco regreso a esa colina! -murmuraba-. No
volveré a caminar por la barranca.
Hasta que, por casualidad, un día, al salir del mer-
cado, encontré a uno de los señores con los que oca-
sionalmente conversaba al bajar del cerro. Al recor-
darme, sin más se puso a platicar la historia de varios
adolescentes muertos aquel mismo año y en las mis-
mas laderas a las que yo subía.
-¡Qué bueno que a usted no le tocó! Estaban destro-
zados. Sin ojos, sin entrañas, sin sus partes íntimas.
Tonto
Nuestro matrimonio no iba bien. Desde el primer día,
Clementina me llamó insecto, cucaracha, rondón, es-
carabajo. Pero no experimenté la sensación de ser algo
distinto, diferente a mi cuerpo de sólo veintiún años
cumplidos: apuesto, erguido -según los comentarios de
mamá-, culto, estudios, responsable y muy trabajador.
Ella tampoco era este monstruo. Las cosas em-
peoraron a partir de que inventó que yo andaba con otra.
Nada menos que con la hija de un herrero al que le había-
mos mandado hacer una ventana. Y después con otra,
y otras. No hubo felicidad, sólo alegatos, gritos, golpes.
En una ocasión traté de hablar con ella, motiván-
dola a cambiar sus hábitos y ser más consecuente.
-Intenta comer menos, Clementina, para que vivas
sana, existen fórmulas; busca lo natural. Haz ejercicio…
-¡Por eso no has querido que tengamos hijos!
-argumentó llena de rabia-. Para sentirte libre, gu-
sarapo… -y me arrojó un cuchillo, el cenicero, la
guitarra-. Para irte por ahí, pero te arrepentirás cuando
conozcas mi poder, llegará el día en que necesitarás de
más de cuatro patas para moverte por la tierra, insecto.
-Conoces la recomendación del médico -le
dije-. Hay que bajar de peso, tienes el colesterol muy
alto. Pondrías en riesgo tu estado de salud y el del
bebé, si lo tuviéramos… Tal vez después, con trata-
mientos y menos carne roja, ni refrescos.
1� El Búho
-¿Me llamas gorda? ¡No me ofendas, Arturo! -es-
talló-. ¿Qué insinúas, ciempiés? Te guste o no, así me
siento bien.
-Pesas ochenta kilos más que yo. Perdóname.
-¿Y qué?
-La calidad de vida, Clemen.
-¡Mosquito! -disparó.
-La autoestima, mujer.
-¡Maldito!
-Hay que querernos más.
-¡Energúmeno!
De ahí en adelante la noté distinta. Aun me acom-
pañaba a la iglesia, colgada de mi brazo, pero sin
suspender la retahíla de denuestos con que continua-
mente me trataba.
-¡Estúpido! ¡Sólo a alguien como tú se le ocurre no
tener un niño! Con lo que yo los amo… Mis
chiquitos.
-Algún día…
-¡Algún día! ¡Algún día! ¡Siempre es lo
mismo, imbécil! ¡No sales de ese cuento!
-Perdóname… -insistí.
-Ni para eso sirves. Ya ves, Carmen el
loco, loco, loco, pero lleva tres y al hilo. Se-
guramente Guadalupe y él ya habrán pensado
en cinco.
-De acuerdo, pero es que…
-¡A callar!
-Está bien, no quiero que te enojes.
Sin embargo, continuó insultándome,
esa mañana y todas las demás, vistiéndome
con todos los oscuros nombres que su alma
le dictaba: zancudo, ruedalomos, chapulín,
langosta, insecto, tijerilla, araña, ¡perro!
Su poderío es asombroso. Dice que lo
heredó de su mamá y ésta, a su vez, lo trajo de la
suya, quien tenía la virtud de hipnotizar lechu-
zas y murciélagos, preparar bebedizos y trans-
formarse en una hormiga, de esto ella se jacta.
Enrique Zavala
de nuestra portada 1�
Ayer volvió a lo mismo. Ya casi anochecía, porque
era la hora de cenar y discutíamos…
-Entonces ten paciencia -respondí-. Con el amor
de Dios todo se puede.
-¿Paciencia?
-Vamos a pedírselo al Señor. Se necesita fuerza;
voluntad, amor, coraje. Todo consiste en que controles
esa manera de comer.
-¿Otra vez con eso?
-Dios es muy grande. Él…
-¡Silencio, come santos y caga diablos! ¡Cállate!
-Perdón…
-¡Hormiga!
La alcancé a escuchar. Estábamos en la cocina,
contemplándonos. Ella, enojada; yo, preparándome
un café. Luego gritó:
-¡Fuerza de voluntad! ¡Yo tengo esa fuerza! ¡Donde
las mujeres comen las hormigas lloran! ¡Tonto!
Y siguió comiendo, burlándose de mí, que me que-
dé tirado, bocarriba, asustado, moviendo las patitas,
tres, cuatro, seis… ¡Ocho! Ocho y una barriga enorme,
aparte de las antenas, el olor y mi cabeza con su tena-
za en la mandíbula.
Las Muchachas
El autobús se detuvo justamente cuando Ramiro Bel-
trán Rosas, el Beltranejo, parado a media carretera le
apuntaba al conductor con un rifle de diábolos.
-¡O se para o se muere! -gritó, como si en reali-
dad hubiera sostenido un arma de fuego, sin siquiera
titubear frente a la gran mole de fierro y láminas que,
bramando peor que una tormenta del verano, se le
venía encima- ¡Se tiene que parar el hijo de su madre!
-repitió con el dedo en el gatillo y el ojo bien puesto en
la mira del cañón.
-Ojalá lo haga, porque detrás de nosotros vienen
más de diez hombres disparándonos tiros de verdad…
-murmuré yo, abrazado a una de las tres chicas re-
cién rescatadas de El Palmar de Ojuelos: prostíbulo,
fonda, cantina y hotel de paso, del que acabábamos
de huir. Rosa Rangel, Albertina de Santiago y Ana Lilia
Arriaga eran las jóvenes mujeres, adolescentes todavía,
que tres días antes, al llegar nosotros a aquellas playas
de Salina Cruz, habíamos visto bañándose, comple-
tamente desnudas, en un mar intenso y plagado del
color azul de los sitios recónditos que tienen la cos-
tas de Oaxaca. “¿Qué es lo que ven mis ojos?”, clamó
uno de nosotros. “Pescaditos dorados”, me acuerdo
que respondí yo, tropezándome en la arena. “¿Qué no
son ilusiones mías?”, exclamó otro. “No, son cuerpos
-insistí-. Las ilusiones no poseen volumen ni formas
de ésas”. “Pero también brillan, ¿no?”, se defendió es-
tático el otro compañero.
Nosotros: Ramiro Beltrán Rosas, Luis Valdés del
Pinar, Lino Dorantes y yo, habíamos optado por ir-
nos de vacaciones, de aventón hasta Puebla o hasta
donde el dedo nos llevara, dando la feliz casualidad de
que el segundo auto que nos levantó, ya en las goteras
de la ciudad de México, iba a Cholula, conducido por
un médico borracho, quien, casi sin preguntarnos
nada, se detuvo a recogernos, porque, como nos ex-
plicaría después, vio que éramos escolares con cara
1� El Búho
de buenas gentes. “Pongan sus mochilas atrás para
que vayan cómodos, chamacos”, nos pidió, bajándose
él mismo a abrir la cajuela del equipaje. Observamos
que también era gordo, alto e iba muy bien vestido.
“¿De dónde son? ¿Qué rumbo llevan? ¿Dónde estu-
dian?”, nos interrogó con la curiosidad de un policía.
“Somos de aquí y vamos adonde nos lleve el viento...
Estudiamos el tercer semestre de filosofía”, Ramiro se
anticipó a mentir. “Pues entonces ni hablar: llegare-
mos a Cholula, si ustedes lo desean, porque ése es mi
destino”. Después, con el gusto reflejado en las pala-
bras, uno a uno le fuimos recitando nuestros nombres.
Al último, él nos dijo el suyo, sólo que era tan largo
que únicamente se nos grabó el tercer apellido: de los
Cobos y Sánchez de Tagle Melgarejo. “Ya que nos hace
este favor, nos quedaremos en Puebla. De allí contin-
uaremos el viaje a Veracruz -manifestó, otra vez por
nosotros, Ramiro Beltrán Rosas. “Ustedes nada más
ordenan. Yo haré lo que me indiquen, chavos”. Con-
cluyó de los Cobos y Sánchez de Tagle Melgarejo.
Recorrimos más de cien kilómetros hasta la
urbe poblana. En compañía de aquel médico a quien
nuestra plática lo llevaba emocionado y hasta medio
sobrio. Y él, por su parte, hablaba y hablaba de un
familiar suyo que era poeta, al que iba a ver porque
recibiría, lo recitaba con orgullo, la Flor Natural en los
Quincuagésimos Sextos Juegos Florales de la Escuela
Normal Superior de aquel estado. Era un hombre de
lentes, con más papada que pelo en la cabeza y segu-
ramente más dinero que un senador de la república,
por el carro y las alhajas que le fuimos admirando has-
ta la “ciudad de los conventos” donde nos dejó tras
habernos regalado cincuenta pesos a cada uno, antes
de continuar él solo por su camino. “Que se diviertan
mucho... -todavía nos dijo al despedirse-. De verdad.
Están en la edad de merecer. Vayan con Dios, hijos”...
“¿Y los suyos? -alguien preguntó, ya casi sin que hu-
biera necesidad-. ¿Sus hijos, doctor? ¿Son pequeños
todavía?”... “Yo no tengo hijos. Me casé, pero no pude
conseguir familia. Ahora vivo solo”. Nuevamente le di-
mos las gracias y lo dejamos ir.
Al principio, no supimos qué hacer; sólo vagar, va-
gar y vagar, observando los aparadores, los árboles,
la catedral, los portales, la gente, hasta que nos meti-
mos a una librería de monjas. “Aquí nos quedaremos
a pasarla bien, en buena cama y con mejor cena”, les
dije yo, con la misma determinación con la que día a
día me iba enfrentando a los ramalazos que no logra-
ban hacerme huir completamente de los recuerdos de
una infancia hundida en la pobreza, para lo cual, an-
tes de cruzar las primeras palabras con las religiosas
que estaban al frente del establecimiento, con aires de
ser personas sumamente ocupadas, les expuse:
-Ustedes nada más síganme. Escuchen bien cómo
voy a hacer creer a estas monjas que somos semina-
ristas -les conté en secreto a mis amigos. Después,
con gran ternura y dominio de la situación, me dirigí a
ellas: “Madres, somos paulinos”... “¿De los de México?
¿De los que hacen libros?”, se apresuró a preguntar
una de ellas, no de tan mal ver y casi tan joven como
nosotros. “Sí, de Taxqueña”. “Aquí vendemos La familia
cristiana y todas sus colecciones de libros sobre pas-
de nuestra portada 1�
Francisco Del Castillo Lozano
toral -continuó explicando la religiosa, antes de hacer
la obligada pregunta-: ¿Qué andan haciendo por acá?
¿Adónde se dirigen, si se puede saber?”. Se interesó. “A
las misiones, madre. El padre Costamagna nos envía
al Soconusco. Allá vamos a vacacionar haciendo ado-
bes... ¿usted cree?”. “¡Magnífico! -exclamó ella, aún
más interesada-. ¡Magnífico y adelante! El padre Costa
es un gran apóstol. Somos amigos, de vez en cuando
también nos visita. Qué bien que los envíe a esa región
de México. ¿Son novicios?”, volvió a preguntar. “Sí. Por
eso mismo vamos. A los profesos les permiten ir a sus
casas, a nosotros no”... “Lo sé. Lo sé. Yo también pasé
por ésas. Un día fui novicia”. Habló otra vez, suspiran-
do. Al parecer, era la que mandaba en la librería “San
Pablo”. Más tarde les expliqué a los compañeros cómo
era que yo conocía los nombres de los superiores y
las actividades que los muchachos, allí en el seminario
paulino, realizaban desde su arribo, durante la niñez
hasta su ordenación sacerdotal ya en la edad madura.
De modo que esa noche, bastante fría, la pasamos en
la casa de las hermanas, donde cenamos a cuerpo de
rey y -tal como se los había pronosticado- dormimos
en buena cama hasta que fuimos descubiertos por una
postulante que, mientras nos turnábamos la regadera
20 El Búho
de un baño que estaba en el otro extremo de la cons-
trucción, se había metido a revisar las pocas perte-
nencias que llevábamos, encontrando de todo, menos
vidas de santos ni sotanas: preservativos, revistas de
mujeres denudas, nuestros minúsculos trajes de baño,
visores, el rifle de diábolos, cigarrillos, bronceadores
y hasta una botella de tequila a medio consumir, ro-
bada al médico. Naturalmente que su hallazgo puso en
alerta a la pacífica comunidad. Armadas con sartenes,
cuerdas, escobas y recipientes para recoger basura,
nos enfrentaron. “Mejor váyanse -clamó la superio-
ra: una redonda y sonrosada alma de Dios, quien, al
mirarnos en nuestros cueros, soltó un largo suspiro.
¡Váyanse ya, por caridad, antes de que llamemos a las
fuerzas públicas!”. Y sí lo hubieran hecho. De no haber
sido por las edades que teníamos, seguramente hu-
biéramos ido a parar a la cárcel con todos nuestros
huesos. Pero nos vieron tiernos, sin malas intencio-
nes; nada más con el afán de divertir-
nos. “Nos vamos, madre”. Murmuró Luis
Valdés, temblando. “Nos vamos”, repetí
yo, sin avergonzarme para nada. “Sí, nos
vamos”, agregó Lino Dorantes, guiñán-
dole un ojo al Beltranejo, quien comenzó
a reír: “¡Ah, qué madres!… Ni hablar...
Nada más permítanos cubrirnos, ni modo
que nos vayamos así, nos lincharían, ya
ven cómo son de mochos los poblanos”.
“¡Tienen quince minutos para que se arre-
glen y desaparezcan de esta casa! ¡Ni un
segundo más! ¿Entendido?”. Exclamó la
mujer, quien voluntaria o involuntaria-
mente volvió a suspirar, paseando su
mirada entre los cuerpos. “Correcto”,
otra vez tomó la palabra Ramiro Beltrán
Rosas. “Y no vuelvan a burlarse, criatu-
ras”, murmuró ya más tranquila, apar-
tándose de nosotros, pero sin desviar los
ojos. “Lo prometemos. Ésta ha sido una
emergencia. Gracias”. Se atrevió a con-
Hugo Navarro
de nuestra portada 21
cluir el Beltranejo. De manera que antes de la una ya
íbamos hacia Veracruz en un camión de tablas, cele-
brando la victoria y la ocurrencia. Ni siquiera habíamos
almorzado. Después lo haríamos con toda libertad
y a manos llenas, antes de subirnos al tren, también de
carga, que esa noche nos llevaría hacia Juchitán, ya en
el estado de Oaxaca.
Lo demás sucedió en el trayecto, durante la
madrugada. En el vagón sobre el que nos habíamos re-
costado a contemplar el cielo, algo se empezó a agitar
debajo de las lonas sobre la que habíamos acomodado
las mochilas. “¿Qué ocurre? -se inquietó Luis-. ¿Es-
cucharon? Parecen fieras”... “No lo sé, algo ruge allá
abajo, es verdad -le respondí, poniéndome de pie-. Es
como si este ferrocarril llevara leones”. “¿Qué?”, excla-
maron los demás, levantándose también, impulsados
por el mismo susto. “Sí, ¡leones! Óiganlos”. Efectiva-
mente, el carro se estremecía por los zarpazos y los
brincos que adentro de él daban las fieras. El hambre
los había despertado. Nos olieron, nos sintieron al al-
cance de sus garras y querían comernos. Eran de un
circo. Lo supimos en Juchitán. Para nuestra desgra-
cia, al abordar clandestinamente el tren, coincidimos
en el vagón donde llevaban también los animales. Eso
fue todo. Saltaban con la esperanza de alcanzarnos,
sin lograr su objetivo, porque nosotros, al escucharlos
rugir, calculábamos bien el momento en que brincarían
a arañar la lona con que iba cubierto el carro. Así nos
fuimos divirtiendo, jugando con las fieras, y al llegar
a la estación donde nos bajaríamos para de allí irnos
hasta Salinas Cruz, corrimos la cubierta para arro-
jarles los restos de unos pollos que habíamos com-
prado en Veracruz, antes de partir. La escena fue es-
pantosa, casi se mataban entre ellos por una brizna.
“Desaparezcan -habló Ramiro Beltrán Rosas-. O estos
demonios nos engullirán también”. “Si se escapan
-dije-. Porque de otra manera, no”... “Salten. Vámonos.
Dejémoslos antes de que otra cosa nos suceda”, insis-
tió. Fue cuando en el carro contiguo descubrimos el
letrero, “Circo Rey”, entre lienzos multicolores, barras
de acero, cuerdas, rollos de alambre, vestidos de ar-
tista y enanos que cantaban canciones de amor bajo la
luz de las estrellas, como para contrarrestar la enorme
tristeza que el silbato de aquella locomotora iba re-
gando por los pueblecitos tropicales. El tren continuó
hacia Tonalá. Nada más alimentaron a los leones y a
otros animales: varios camellos, algunas llamas y no
menos de una docena de caballos blancos.
Fuimos a comer algo mientras llegaba el trans-
porte que nos llevaría al mar. Recorrimos las calleci-
tas del lugar y conversamos con todas las mujeres
y hombres, que, a esas alturas del amanecer aún no se
acostaban. Al puerto de Salina Cruz arribamos en un
camioncito verde que se llamaba El Tunco Loco, al filo
del mediodía. A esas horas, en que desordenadamente
soplaba el viento, el mar brillaba como un vidrio que-
brado por el fragor del aire. Comimos en una palapa,
junto a un río de flores y enredaderas primorosas; en
seguida se nos ocurrió irnos a caminar, entre las tor-
tugas y los cangrejos gigantes que nos salían al paso,
para presenciar el milenario aunque siempre nuevo
acontecimiento del atardecer hecho crepúsculo.
22 El Búho
Fue entonces que las vimos. Allí estaban las tres,
como las sirenas de Ulises, nadando solas y bellas en
una superficie de aguas y luces encendidas. El venda-
val lo había acercado todo: el cielo, el sol, las emocio-
nes de hallarnos en aquel sitio sin nadie, nada más
nosotros y la selva. “¿Ya vieron? -preguntó Luis-. Ob-
serva, Leonardo Albor, échate ese taco de ojo”. Me dijo
a mí. “Sí. Ya veo”, respondí, aferrándome al suelo para
que no me fuera a derrumbar el viento. “¿Y tú, Lino?
¿Y tú, Beltrán?”. “No estamos ciegos ¡caramba!... Sí.
Allí están: son tres”. Dijeron. “Sí, tres hermosas niñas
para estos cuatro niños, ¡ahh!”. Hicieron bajo el enro-
jecimiento general de aquel ocaso. “Vamos a verlas,
pues”. “Vamos a agarrarlas antes de que se las lleve la
tormenta”... “A hablar con ellas. A que nos platiquen
una historia”.
En sólo quince minutos nos enteraron de su vida.
Y aunque estuvieron con nosotros hasta que la oscuri-
dad barrió completamente los añiles, no se quisieron
fugar esa noche con nosotros, como les propusimos,
por temor a ser asesinadas. “Si nos escapáramos aho-
ra. Si ya no volviéramos al Palmar de Ojuelos, nos bus-
can. ¡Son unos desalmados! Además, tienen espías en
todas las regiones. A quien no trabaja la estrangulan.
“Las visitaremos. ¿Están de acuerdo?”… “Claro. Si pa-
gan el consumo... Ése es precisamente su negocio. Si
quieren ayudarnos, vayan mañana al Palmar de Ojue-
los y allí planearemos nuestra fuga”... “Iremos. De
eso no tengan la menor duda. Mañana iremos a bailar
con ustedes hasta el amanecer”. Dijimos, mientras
ellas seguían informándonos cómo, desde pequeñas,
todas aquellas mujeres allí cautivas eran secuestradas
en otras poblaciones, para ser llevadas a ése y otros
antros que eran propiedad de los señores Pola. Alber-
tina era de Torreón; Rosa de Tlaxcala y Ana María de
Pénjamo. Además, después de trabajar, las encadena-
ban. Y solamente les daban permiso de ir a bañarse a
la bahía para que las sales del mar les desinfectaran
aquello tan buscado por una clientela compuesta de
truhanes, pendencieros, borrachos comunes y presta-
mistas de nivel. Viudos, escolares precoces y alguno
que otro cónyuge de buen comportamiento. De mane-
ra que, a la noche siguiente, las conocimos en su ám-
bito de humo, gritos y pleitos en los que de inmediato
sacaban las pistolas. Su historia nos conmovió pero
no estábamos enamorados de ninguna de las tres.
Simplemente quisimos ayudarlas a escapar de aquel
punto sin ley. Con ellas hicimos planes, fingiendo ser
sus clientes. El dinero que nos regaló el médico sirvió
para comprarles algunos tragos y caricias. “Entonces
hasta mañana”, les dijimos. “Sí, hasta mañana”, res-
pondieron al servirnos y servirse la última copa con
nosotros, y cobrarnos los tragos y los besos. De mane-
ra que al día siguiente, en punto de las diez, de pie
en la angosta carretera, esperábamos con ansiedad el
autobús que nos llevara a la ciudad de México. Ramiro
continuaba apuntándole al conductor, y el muy bruto
hubiera sido arrollado de no haberse detenido aquél,
justamente en el instante en que la turba de los enar-
decidos clientes y dueños del negocio estaba a punto
de alcanzarnos.
-¿Qué sucede, muchachos? ¡Suban! ¡De prisa! -dijo
de nuestra portada 23
el hombre, abriéndonos la puerta.
-Nada, señor, que nos persiguen -respondió Bel-
tranejo, ocultando el rifle-. Vinimos a cazar pajaritos y
esos señores se enojaron...
-Se nota -respondió el chofer, cuando ya había acele-
rado el motor y estábamos fuera del alcance de ellos.
-Salimos a cazar güilotas y hallamos estas tres
-dije yo, ruborizándome-. Es de diábolos -enseguida agre-
gué, señalando el rifle-. Para que nadie se preocupe...
-Siéntense por ahí. Así es la gente en esta costa
brava. Cuando no sucede de noche sucede de día, pero
es lo mismo.
El camino fue largo. Y aunque todavía traíamos
dinero, el conductor no quiso nada.
-Déjenlo -dijo-. En México les hará falta. Segura-
mente van a tener que dormir en algún hotel. Les reco-
miendo El Perro Negro, en el corazón de la Merced.
Pero no tuvimos que dormir en ningún hotel de
paso, porque las muchachas decidieron regresar in-
mediatamente a sus hogares, no sin antes despedirse,
llorando, de cada uno de nosotros, dándonos sus di-
recciones, con la promesa de que en cuanto estuvieran
con sus padres nos escribirían para invitarnos a ir a
visitarlas. Lo cual no sucedió.
Carlos Bazán
24 El Búho
Tres razones me hicieron aceptar la
presentación de este libro: la primera,
corresponder a René Avilés Fabila por
la gentileza que tuviera de presentar mi novela
Don Julián echa su gato a retozar de editorial
Nueva Imagen, hace algunos años; la segunda
por el tema que aborda en torno a los sucesos
de 1968, de los que no me siento ajeno y que
marcaran mi vida para siempre, y el tercer mo-
tivo porque tuvimos un amigo en común tan
convencido del triunfo del socialismo que se
marchó a la Unión Soviética para estudiar ad-
ministración en campos de producción colec-
tiva, doctorándose en esa materia. Me refiero
a Rafael Aguilar González, quien murió sin ver
cumplir su sueño.
EL GRAN SOLITARIO DE PALACIO, es una
novela sobre los acontecimientos de 1968, así
como su entorno político y social. Para muchos
Rafael JunqueRa
José Juárez
de nuestra portada 25
lectores quizá sea el único documento que les per-
mita tener una idea de lo acontecido. Ello es expli-
cable porque las referencias sobre esos hechos son
escasas, El periodismo mexicano, salvo contadas
excepciones, careció de objetividad y profesiona-
lismo y no estuvo a la altura de las exigencias de
ese momento.
Así que la literatura, también escasa por cier-
to, es la única opción que las nuevas generacio-
nes tienen para conocer esos hechos que tanto
han marcado la historia reciente de México. Salvo
los estudios de Ramón Ramírez, El Movimiento Es-
tudiantil de México, Parte de Guerra; Tlatelolco 1968,
de Carlos Monsivais y Julio Scherer y El 68, de Paco
Ignacio Taibo II, los libros que hablan sobre los
acontecimientos de esos días son muy pocos. Así
lo reconoce Gonzalo Martré, uno de los pocos ana-
listas que quiso ofrecer un compendio general que
recogiera con amplitud toda la creación literaria
sobre esa etapa. En su libro El Movimiento Popular
Estudiantil de 1968 en la novela mexicana a 50 años
de la tragedia, sólo destaca a Las Muertes de Aurora
de Gerardo de la Torre; Los octubres del Otoño de
Martha Robles; La Plaza de Luis Spota, novela para
congratularse con el gobierno, y que más le valiera
no haber escrito nunca; Los días y los años de Luis
González de alba; El 2 de Octubre no se Olvida de
Antonio Velazco Piña, Amuleto del chileno Roberto
Bolaño y La Noche de Tlatelolco de Elena Ponia-
towska, como las obras más conocidas en relación
a ese momento histórico.
Mención aparte merece, EL GRAN SOLITARIO
DE PALACIO de René Avilés Fabila, obra que hoy co-
mentamos y a la que se le considera, a la distancia,
como uno de los más serios esfuerzos por dar fe de
ese movimiento.
René Avilés Fabila nos dice en alguno de sus es-
critos: “Yo concebí el libro como un amplio mural.
No se trataba de hacer una crónica novelada del 68
ni un testimonio, mi intención era repasar los cin-
cuenta o sesenta años y ver que había terminado en
una parodia. Y algo más: equiparar a todo los gobier-
nos “revolucionarios” con los tiranos latinoameri-
canos. Crear a un dictador eterno al que cada seis
años lo transformaban dándole nueva apariencia y
un programa distinto.” Su idea de hacer de todos los
gobernantes, uno solo, unificados por el atropello,
autoritarismo y servilismo, le dio en su momento
una gran aceptación. Un solo hombre y distintas
mutaciones sexenales. El revolucionario, El caba-
lleroso, El civilista, El austero, El viajero que nos
promueve por el mundo, El guardián que nos pro-
tege, Todos infalibles y patriotas; Inmensos, epóni-
mos, fuertes como Hércules, de altos vuelos como
el cóndor andino, Conquistadores como Carlo-
magno o Gengis kan, inquebrantables como Aníbal
o como Juárez. Esta etapa del centralismo mandón y
adulador, pensamos que se había ido para siempre.
Señores debo decirles con profunda pena, como
en el cuento de Monterroso que hemos despertado
de un sueño guajiro y el señor presidente está ahí,
frente a nosotros sin moverse, sin haberse ido, tan
2� El Búho
grande, tan sabio e infalible como ha sido siempre,
y por si fuera poco ahora hasta copetón y gaviotón.
Si se pretende analizar el movimiento del 68
sólo en función de la rebeldía, el incumplimiento
de un pliego petitorio y la reacción desmedida y
violenta del gobierno, no se llega muy lejos. Sería
difícil entender lo que pasó. No es tan simple, ni li-
neal como algunos suponen, no fue ocasionado por
el enfrentamiento entre dos escuelas y la represión
que le siguiera. Es mucho más que todo eso, mucho
más que el mismo pliego petitorio cuyo contenido
parece insustancial a la distancia. Destitución de los
jefes policiacos de la ciudad de México por haber
iniciado la represión, Desaparición de los cuerpos
de granaderos, Derogación del artículo 145 del có-
digo penal a donde se tipificaba el delito de diso-
lución social, El cese de la represión a estudiantes
y centros de educación, Libertad a presos políticos
y libertad a estudiantes detenidos e indemnización
a las víctimas de las distintas agresiones.
Expliquemos brevemente el entorno en que se
dieron esos acontecimientos. Sólo así podremos
apreciar y valorar la pretensión del autor de dejar
constancia novelada de uno de los momentos más
dolorosos de la nación y ello nos hará valorar el
esfuerzo de René Avilés Fabila. No está por demás
exponerlo. Parece mentira que después de casi cin-
cuenta años se sepa muy poco de esos sucesos tan
cruciales en la vida de México
En la víspera de los acontecimientos que sacu-
dieron a este país, México presumía ante el mun-
do su éxito económico y su estabilidad interna. En
efecto, entre 1940 y 1968, en México se construyó
la base industrial que le permitió la consolidación
de una gran clase media, se disminuyeron impor-
taciones mediante una política proteccionista de la
industria nacional (todo lo opuesto a lo que ahora
se hace), se mantuvo uno de los niveles de inflación
más bajo del mundo, menos de un 3 por ciento, y
el campo, con todos sus problemas, vivía una gran
productividad, pero el mayor orgullo de la clase
dominante era el crecimiento que el país tenía de
un seis por ciento anual, además, claro, de una gran
estabilidad política. Lo que no era poco comparado
con el resto de los países de américa, que Vivían
sumidos en golpes de estado, revueltas políticas y
dictaduras militares.
Lo que no se decía es que esa estabilidad no
se debía a la plenitud de una democracia, sino pre-
cisamente a la suplantación de ésta por el autori-
tarismo. La clave de nuestro sistema se sustentaba
en un partido político dominante, un férreo control
de las instancias electorales y un sistema corpora-
tivo, y de cuerpos policiales brutalmente eficaces.
Y por si algo faltara, un pleno dominio sobre los
medios de comunicación. Dentro de este sistema
que pretendía venderse al mundo como ejemplar,
había grandes inconformidades. Entre enero y ju-
lio hubo fuertes represiones que trataron de inhibir
todas las protestas sociales. Se reprimió una con-
centración popular que exigía la libertad de los es-
tudiantes de la universidad Nicolaita de Michoacán
de nuestra portada 2�
que permanecían presos desde que la misma fuera
tomada por el ejército. En febrero, un zafarran-
cho entre preparatorianos, provocado por porros,
arrojó varios heridos y un muerto, y con las mar-
chas del 26 de julio, se generalizó la violencia. En
marzo, Demetrio Vallejo y Valentín Campa que per-
manecían en prisión después de que se aplastara al
movimiento ferrocarrilero, se declararon en huelga
de hambre con el apoyo de grandes núcleos socia-
les y estudiantiles. Las cárceles estaban atiborradas
de luchadores sociales y de líderes obreros como
resultado de la represión sistemática a los mov-
imientos por incumplimientos contractuales, como
fue el caso de mineros, telegrafistas, electricistas,
médicos, y maestros. El gobierno, por su parte,
justificaba su dureza contra las demandas laborales,
como una forma de propiciar las inversiones extran-
jeras y no ausentar a la industria que ya se había es-
tablecido en el país y que permitía nuestro llamado
milagro mexicano. Esta situación permeaba a las
escuelas de educación superior y existía una estre-
cha interrelación entre ellas y el explosivo ámbito
social. Situación que inquietaba y ponía nerviosos
a los centros de poder que daban los últimos toques
a los preparativos para la celebración de los Juegos
Olímpicos que habrían de celebrarse ese año en
Mayra Armijo Ugalde
2� El Búho
nuestro país. Poco se ha considerado pero la suce-
sión presidencial que ya estaba en puerta, sería otro
factor determinante. A escasos dos años del relevo
presidencial había alguien a quien de forma par-
ticular le interesaba enrarecer una atmósfera so-
cial que le permitiera mayores posibilidades para
acceder al poder. Se hablaba de Alfonso Corona
del Rosal jefe del departamento del D.F., de Emilio
Martínez Manatou secretario de la
Presidencia y de Luis Echeverría Álva-
rez, secretario de gobernación. A uno
de ellos, en particular, le interesaban
ciertas condiciones de inestabilidad y
violencia que le hicieran propicia su lle-
gada a la Presidencia de la República.
Los elementos externos que inci-
dieron en el pensamiento de la época,
fueron diversos y ello explica, en cierta
forma, las conductas de ciertos sec-
tores sociales. El maniqueísmo ideo-
lógico era lo dominante. No había más
que el mundo libre o el totalitarismo.
Economía estatal o libre empresa.
Frente a frente, potencialmente explosi-
vas, estas dos concepciones de la orga-
nización social marcaron a la llamada
guerra fría. De acuerdo a su ubicación,
los países estaban alineados en uno u
otro bando. En el caso de México, la
sujeción al imperio, lo obligaba a rep-
rimir a todo aquél que protestara y en
el colmo de la paranoia se juzgaba como comunis-
tas a toda organización que levantara la voz, o que
planteara cualquier demanda de mejoría salarial. El
capitalismo, por su parte, trataba de presentarse al
mundo como la opción más humana y justa. Los
salarios y prestaciones en esa época eran altos si
los comparamos con los actuales. Era una estrate-
gia para aislar a obreros y empleados de la tentación
Pepe Maya
de nuestra portada 2�
comunista. Este modelo presumía el nivel de bien-
estar que los asalariados podían alcanzar.
Otros factores de inquietud social que estaban
presentes, eran La Revolución Cubana; la interven-
ción americana en Vietnam, el creciente desacuerdo
contra esa guerra por parte de amplios sectores
en el mundo, incluyendo a los EE.UU; la lucha por
los derechos civiles y la muerte de Martin Luther
King; la paralización de Paris por el movimiento
de mayo de obreros y estudiantes; y las luchas por
la independencia en muchos países de África, que
se sacudían del yugo colonialista, en especial la lu-
cha en el Congo acaudillada por Patricio Lumumba.
Por otra parte también impactaban en la juventud
las luchas generacionales y el sentido de la existen-
cia que se daba en el viejo mundo. La guerra que
terminara en la década de los cuarenta había exigi-
do enormes sacrificios para la población europea.
Esos sacrificios, en muchos casos, tenían que ver
con la cancelación de libertades y el racionamiento.
La generación de la posguerra había reconstruido
su mundo con sacrificio y disciplina. Las nuevas
generaciones decidieron ya no pagar ese precio tan
alto. Querían vivir a plenitud sin ataduras a un pasa-
do tortuoso y de falsos valores, ni estar sujetos a un
futuro incierto. Querían un protagonismo en razón
de su juventud, no querían seguir teniendo al adulto
como modelo infalible a quien se tenía que imitar
a ultranza. Buscaban la identidad que siempre les
habían negado. Por eso, en estos años, brota la cul-
tura, la moda, la literatura, la música de la juventud,
amén de su propia filosofía. Vivir hoy, a plenitud
este día, era la consigna en una gran parte de ellos.
Los cambios contraculturales estaban presentes con
el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comu-
nicación y la naciente fiebre por las drogas psico-
délicas, la revolución sexual, el feminismo moder-
no y el arte que proponía una reivindicación del in-
dividuo frente al estado.
La lectura de la novela de René Avilés me inquie-
ta. Me regresa en el tiempo. Me mueve por dentro,
trae a mi mente y a mis emociones todo cuanto
he señalado. Lo que relata en forma directa, como
crónica, o de manera sesgada, refleja, da cuenta
de un hecho monstruoso que se dio en México, y
que nos estigmatizó ante el mundo, vil y oprobio-
so como la matanza de la Plaza de Tiananmen en
1989, o el genocidio de Ruanda de 19 que dieran
a esos países una imagen detestable. Lo que ocu-
rrió en Tlatelolco ese trágico atardecer, a pesar de su
magnitud y de su enorme vileza, quiso ser ocultado,
junto con los cientos de muertos que cayeron abati-
dos por las balas. Así hubiera sido con la complici-
dad de los medios nacionales, y la prohibición que
hicieran de la prensa extranjera, que era numerosa
con motivo de la olimpiada, para no presentarse
a ese lugar, pero no contaban con la sagacidad de
una periodista como Oriana Fallaci, quien estuvo
en el lugar y fue testigo de aquellos sucesos que
conmovieron al mundo y que ella diera a conocer.
En efecto, la crónica de esta gran mujer, herida por
el impacto de balas que recibiera en esos aconte-
30 El Búho
cimientos, circuló entre los más importantes periódi-
cos del viejo mundo. Previamente, en impreso de
mimeógrafo hizo circular en México su versión, sa-
biendo que el silencio forzado nos impediría saber
la verdad. Oriana Fallaci, entonces dijo al mundo
lo que nadie se atrevió a decir en México. Esta sin-
gular mujer tenía 39 años y era reconocida como
heroína de la resistencia italiana contra la invasión
nazi cuando sólo contaba con 14 años de edad. Por
cierto, debo decirles que esta mujer ejemplar murió
en 2006 en Roma, víctima de cáncer, a los 77 años
de edad, Oriana Fallaci, en el testimonio oral y Ma-
rio Menéndez, en el testimonio gráfico, son las dos
grandes fuentes que dan vida permanente a esos
hechos.
Avilés Fabila, en el capítulo 12 y subsiguientes
de su libro, hace un relato, casi cinematográfico,
del genocidio del 2 de octubre en la plaza de las
tres culturas. Teje una crónica detallada, dramática
donde plasma las acciones del batallón Olimpia al
mando del Gral. Hernández Toledo y de las distintas
corporaciones policiacas que provocaran a las fuer-
zas armadas para generar la agresión contra la
masa estudiantil. Ese atardecer, aquel lugar se con-
virtió en un escenario de dolor y de violencia, donde
cientos de jóvenes, encontraron la muerte. Era la
respuesta brutal e inhumana que el gobierno daba a
quienes creían que se podía aspirar a una sociedad
más libre y democrática. Era el enorme precio que
tenía que pagarse. En la página 128, como prueba
de la gran participación ciudadana en el movimien-
to, señala Avilés Fabila, el caso del hombre que se
presentó con sus dos pequeños hijos y un cartel
que decía “Mi esposa no pudo venir: está enferma,
pero aquí estoy yo con mis hijos”. Ese hombre, en-
tonces desconocido se llama Daniel Ponce Montuy
y era un pintor tabasqueño. Él me conto la forma
milagrosa como pudo escapar de aquel infierno.
Las bengalas, los helicópteros, el fuego cruzado, los
gritos desgarradores, las expresiones de pánico, las
ráfagas, el zumbar de las balas, el grito desesperado
de los heridos, el último aliento de los muertos, de
los cientos de muertos. Todo junto, como una nueva
versión del Guernica de Picasso. Estremece, lacera,
nos despierta la rabia e impotencia de entonces,
nos hace regresar a una pesadilla que no se borra
aun del recuerdo.
La prensa mexicana dio cuenta de esa masacre,
minimizándola, o haciendo creer que había sido un
enfrentamiento entre los soldados y los enemigos
de México. El Universal decía en su página principal:
Tlatelolco Campo de Batalla. Durante varias horas
Terroristas y Soldados sostuvieron Rudo Combate.
El Sol de México: Manos Extrañas se empeñan en
Desprestigiar a México. El Objetivo Frustrar los XIX
Juegos. Novedades: Balacera entre Francotiradores
y el Ejército. La Prensa: Balacera del Ejército con
Estudiantes. Excélsior: Recio Combate al dispersar
el Ejército un Mitin de Huelguistas. El Nacional:
El Ejército tuvo que Repeler a los Francotiradores.
El Heraldo: Sangriento encuentro en Tlatelolco.
Ningún encabezado reflejaba la realidad de los
de nuestra portada 31
hechos. Cada una de estas publicaciones daba dis-
tintas cifras de heridos y en ninguno se rebasaba
la treintena de muertos. Si bien esa masacre fue
tergiversada por la gran prensa mexicana, no así
por los grandes diarios del mundo donde salió des-
tacada en las primeras planas. Los más notables
intelectuales franceses hicieron pública su pro-
testa por lo acontecido. Simone de Beauvoir, Jean
Cassou, Claude Roy, Leo Matarasso, Jean-Luc
Godard, Jean Paul Sartre, Andre Kastier, Françoise
Sagan, etc. Hermanándose con el pueblo mexicano
enviaron un enérgico telegrama al Presidente Díaz
Ordaz, donde le decían en su parte final “... Pedimos
solemnemente al Gobierno Mexicano que repruebe
la sangrienta provocación policiaca y militar, que
reasuma el diálogo como lo piden los estudiantes
y que no destruya para siempre la imagen del país
de Hidalgo, de Juárez y de la Revolución de la cual se
dice heredero”. Clamor mundial inútil. La decisión
de asesinar masivamente a estudiantes era una or-
den presidencial y esa orden para nuestro sistema
era sagrada y más que el reproche merecía la admi-
ración al Presidente y el aplauso. “Yo asumo la res-
ponsabilidad de esos hechos y si de algo me siento
orgulloso es de haber salvado a la patria ese día”
había dicho el Presidente. Y por si quedara duda,
Rocco Almanza
32 El Búho
un año después, el 1ero. de septiembre, durante
su quinto informe de gobierno había reafirmado:
“Asumo íntegramente la responsabilidad personal,
ética, social, jurídica, política e histórica por las de-
cisiones del gobierno en relación con los sucesos
del año pasado”. Había mil 172 personas ese día
en la Cámara de Diputados. 1172 se pusieron de
pie y lo aplaudieron largamente. Algunos lloraron,
otros lo hicieron con un nudo en la garganta. Gus-
tavo Díaz Ordaz, con voz trémula por la emoción no
se cansaba de decirles: “gracias”, “gracias, señores
diputados”. ¡Qué espectáculo! ¡Qué emoción! ¡Qué
orgullo tener un país así!, debieron pensar muchos
de ellos, ¡Qué orgullo tener un Presidente así!, debió
ser el clamor de aquellos ejemplares mexicanos.
Quienes no hayan leído el libro de René Avilés,
les recomiendo que lo hagan. No le demos la es-
palda a ese momento de la historia que nos ha to-
cado vivir. Si soslayamos esta etapa tan significati-
va, sería muy lamentable, porque ello explicaría, en
gran medida, los errores del presente. Deseo cerrar
mi intervención con la opinión del crítico italiano
Giussepe Bellini, quien señala que “El gran soli-
tario de Palacio concentra, con certeza y vitalidad
elocuente, una fuerte denuncia, un juego extraordi-
nario de humor e ironía, una interesante propuesta
Peter Saxer
de nuestra portada 33
de estilo y de estructura, por la vía de una ágil y
efectiva novela testimonial que con maestría logra
mezclar los mejores atributos de un escritor y perio-
dista en plena madurez.” Yo por mi parte agregaría
que la obra tiene mucho de crónica mordaz e inci-
siva, de sátira grotesca. Refleja, en cierta forma, el
espectáculo bochornoso, ruin y tragicómico de la
vida nacional, de nuestra historia reciente.
Ayer como ahora, la impunidad sigue imperan-
do como un símbolo que nos es muy propio. México
es el país de la impunidad. Hace ya muchas déca-
das que la amnesia parece dominarnos y nada nos
perturba, como si también estuviéramos muriendo
en vida. El crimen vinculado a la democracia y a las
libertades, quizá tenga su arranque en la masacre
de Huizilac, Morelos, a donde encontrara la muerte
el General Serrano y sus más cercanos partidarios,
por oponerse a la reelección de Álvaro Obregón. Cri-
men que hubiera quedado en el olvido, de no haber
sido por Martin Luis Guzmán quien en su novela
La Sombra del Caudillo dio cuenta de esos hechos.
No menos conocidas son la masacre de Topilejo de
1930, donde se diera muerte a un centenar de vas-
concelistas o el asesinato de más de mil almaza-
nistas en los años cuarenta para acallar a quienes
ponían en duda el triunfo electoral de Ávila Cama-
cho, así como los incontables crímenes para acallar
a los seguidores del General Enríquez Guzmán en
la década de los cincuenta, quienes de igual modo,
ponían en duda el resultado electoral. Nuestro olvi-
do no sólo se remonta al pasado, sino a hechos
recientes. El crimen de la guardería de Hermosillo,
ocasionado por un incendio para borrar evidencias,
el de los mineros sepultados en vida en Pasta de
Conchos, La masacre de Aguas Blancas en Guerre-
ro, en 1995, el Crimen de Acteal de 1997, en Chen-
alho, nos muestran al mundo como una nación de
cínicos e inmorales, de asesinos despiadados que
no se detienen ante nada cuando se trata de preser-
var los privilegios borrar huellas o cobrar vengan-
zas. Seguimos con las mismas falacias, Los mismos
patrones de adulación a quien gobierna. Estamos
ante un grave proceso de desintegración nacional.
Nuestro cuerpo, el cuerpo de la república carcomido
por la corrupción y la gangrena de la inmoralidad,
muere minuto a minuto ante nuestro propio aplauso.
Estos días Arturo González de Aragón, señaló que
las principales plagas que infectan a México, son: la
mala educación, impunidad, inseguridad, partidos
políticos, monopolios y el mal gobierno. No dejó
títere con cabeza. Debe saber de qué habla. No es
ningún guerrillero verbal. Durante muchos años fue
el titular de la Auditoría Superior de la Federación.
Sé que este día, es un día de alegría por ser el
día de la Libertad de Prensa. No quiero echarles a
perder la fiesta. Celebren, siéntanse felices, pero
no olviden, 2 de octubre no se olvida, no debe
olvidarse.
*Se presentó en el Palacio legislativo de Xalapa, Veracruz, el
sábado 7 de junio.
34 El Búho
Si el tiempo reuniera nuestra materia después de la muerte, y nuevamente la ordenara
tal y como está ahora, y otra vez nos fueran dadas las luces de la vida (...)
Lucrecio
I
Dijo mamacita Naturaleza:
Saliste un día de la nada con el
compromiso de regresar otro día a la
nada. ¿No lo recuerdas?
¿Cómo que no sabes de qué estoy hablan-
do? ¡Se trata del breve recreo conocido como la
vida! Las plantas, los animales, el hombre. To-
dos despiertan a la vida. La vida: un alinearse de
partículas inorgánicas sujetas a instrucciones y
dotadas de magia, magia denominada propie-
dades de la materia.
Pero yo no quiero regresar a la nada o lo que
sea. No será nada fácil convencer a Mamaci-
ta. Pero lo intentaré. Veamos. ¿Cómo el hom-
bre volcó esa magia a su favor? ¿Qué practicar
MArcoS Winocur
Perla Estrada
de nuestra portada 35
la cirugía, inventar el oficio de médico, en una pala-
bra: invadir el recinto del cuerpo humano, confieso
que se viene haciendo desde hace milenios. Segundo,
trasplantes de órganos, desde hace décadas. Tercero,
la construcción genética, desde hace algunos años. Fi-
nalidad confesa: la longevidad. Finalidad secreta: aca-
bar con la muerte, no regresar a la nada.
Has sacado viaje redondo, me recuerda Mamacita
Naturaleza.
No me importa, no quiero.
Pero si no duele.
Ahí está el problema, no duele nada, ni me doy
cuenta, entro a una zona de insensibilidad para
después acabar en la nada.
No es para tanto, se trata de un recaer en el reino
inorgánico, eso es todo.
Callé, me quedé pensando. ¿Qué es eso de recaer
en el reino inorgánico? ¿Así disimula el regreso a la
nada? A mí, que no me venga con cuentos. Una vez
reducido a polvo ¿quién irá a rescatarme? No, no y no.
Me rebelo contra Mamacita Naturaleza, perdónenme.
Me gustaría imaginar mi regreso a la nada pero no
puedo, no puedo entender qué será mi propio no-ser,
es extraño, no logro ponerme en paz conmigo mismo,
quizá resultaría más adecuado preguntar: ¿cómo no-
será mi propio no-ser? Y llegado a este punto, me pier-
do completamente, ya ni sé de qué estoy hablando.
Ser, no-ser, morir, dormir, son las palabras de Hamlet.
Claro que en él tienen otro sentido: el ser es más bien
su deber ser dentro de la vida, enfrentar a los asesinos
de su padre. Y aquí, en este diálogo con la Mamacita,
estamos navegando en aguas metafísicas, es un no-
ser que desde luego supone no-vida.
La mente se dispara, no la puedo detener. Preferi-
ría pensar en un suave helado de fresa o en una suave
mujer, pero ya la mente está disparada, rechaza las
tentaciones. ¿Cómo será no ver, no oír, no moverse,
mirarse sin ojos en un espejo sin imagen, no estar, y
a pesar de todo continuar siendo? Lo curioso es que,
si bien no puedo imaginar mi propio no-ser, sí puedo
concebir la muerte del otro. Ahí está su cuerpo, ten-
dido en la caja, esperando el fuego. Ahí están sus ceni-
zas, esperando la tierra. Y ahí está su ausencia. Está
su ausencia presente, es algo que se palpa, le pasa
a los otros, la muerte, un día están, al siguiente no, y
la vida continúa.
Pero yo ¿dónde quedo? ¿Qué es eso de estar au-
sente y no estar en ningún otro lado? El lugar de donde
me fui ¿cuál es? Ese lugar ¿se va conmigo o permanece
“acá abajo”? Ese lugar ¿lo ocupa mi cuerpo desprovisto
de energía, es decir, mi cadáver, mis cenizas, mi nada?
Porque recaer en el reino inorgánico, es una broma de
Mamacita Naturaleza, no creo que nadie me reconoz-
ca en el polvo o en la piedra o en el viento. Tampoco
al otro, es cierto. Pero de él está su presencia ausen-
te y su ausencia presente, tal vez sea un inútil juego
de palabras, no encuentro mejor manera de expresar
las ventajas que tiene sobre mí aunque él tampoco a
su turno, pueda explicarse su propio no-ser y sí pueda
hacerlo con el mío porque yo, para él, soy el otro.
Pero hay más. ¿Por qué? ¿Por qué la nada? ¿No
se trata más bien de el todo? Ese todo indiferencia-
3� El Búho
do donde yo hacía precisamente la diferencia. Estaba
vivo. Pertenecía al reino animal. Era un primate su-
jeto a evolución. Así, era parte del todo más que de la
nada, diferenciándome cada vez más, de un individuo
a otro.
Como si escuchara mi pensamiento, Mamacita
Naturaleza retoma la palabra.
Hijo, ya estuvo bueno, deja de intervenir en lo que
no sabes, ya estuvo bueno de andar curando enfer-
medades, de cirugía, de médicos, de trasplantes... ¡y
la construcción genética es el colmo, tu temeridad
no tiene límites, eres el clásico expulsado del Paraíso
que trata de recuperarlo a como dé lugar, atragantán-
dote con los frutos del árbol de la ciencia! Ya vimos qué
hiciste con tus descubrimientos en el campo de la ener-
gía nuclear, ya lo vimos: Hiroshima, Nagasaki, Cher-
nobyl, y el revólver atómico constantemente puesto en
la sien de la humanidad, claro, con abundante retórica
en contra de las armas de destrucción masiva. Mira,
te lo repito: mejor déjame hacer a mí, hasta ahora las
cosas no me han salido tan mal que digamos, manejo
una buena herramienta, ¿es que no has oído hablar de
la evolución?
Cómo no, la tengo muy presente: ¿quién sino ella
nos ha traído hasta el punto en que estamos?, nos ha
dado una reforzada inteligencia poniendo en nuestras
manos torpes (ahí está Chernobyl, ahí Hiroshima y
Nagasaki) poderes tan peligrosos como la energía nu-
clear o como la clonación. Y de ahí hemos pasado a
creernos dioses, cuando, con suerte, somos aprendi-
ces manejando irresponsablemente la facultad de dar
vida y de quitarla, y repartiendo apocalipsis a tontas
y a locas. En una palabra, la evolución, herramienta en
manos de Mamacita Naturaleza ¡nos dejó en posición
de volvernos contra ella y de paso contra nosotros
mismos! Pero nada dije y Mamacita Naturaleza retomó
la palabra.
Hijo mío, no tengas miedo. Tus cenizas serán echa-
das al vuelo o en la corriente de las aguas. También allí
se encuentra tu hogar, dejarás lo orgánico para entrar a
lo inorgánico. Este deambular es conocido y se celebra
desde remotos tiempos. El poeta Virgilio en su Eneida
así lo describe: “y la vida retrocedió a los vientos.”
Sólo que… pero déjame recordarte a Sócrates, el
filósofo sin par. Condenado a beber la cicuta, declara
a sus discípulos que ha descubierto algo maravilloso:
la muerte. Y la describe como una alternativa donde
“el tiempo íntegro no parecería más largo que una sola
noche.”
El agua o el aire, allí donde tus cenizas encuen-
tran el nuevo hogar, sea durante una noche socrática,
sea por mudanza instantánea, te serán generosos: han
de devolverte al mundo de los vivos. Entrar, es salir de
la piedra. Claro, desde la limitada conciencia plane-
taria, que es la tuya, la muerte luce como el fin de
todo, o bien te encomiendas a un ser superior, cuyo
nombre escribes con mayúscula. No, chiquito, no. Te
insisto: no acaba de disiparse la energía de tu cuerpo,
cuando ya estás de regreso al mundo de los vivos. ¿No
me crees...? Pues, pregúntale a la piedra, al relámpago,
a los vientos, a las aguas, a tus futuras cenizas. ¿Y qué
te dirán? ¡Que ellos no traen reloj!
de nuestra portada 3�
Y si no traen reloj, no envejecen. Así que, vámonos.
¿No te convence? Pero mira que eres necio. No será
para ti otra cosa que el antiguo susto de ser inyectado,
más que dolor sientes tu piel vejada, allí, allí mismo:
donde un día de tu infancia decidiste depositar los
miedos: las inyecciones... herramientas para curar, eso
dicen. Para ti, la mismísima muerte.
-Y los miedos, ya sabes, se guardan intactos, y
luego, multiplicados, en plena actividad, te nublan el
relevo: siempre conservarás el ser, harás
pausas en el existir. Es la milicia de Job, es-
perar todas las horas el relevo. Un día estás
aquí, otro no lo estás, un día vienes, otro te
vas, el futuro te ha traído y te traerá tantas
veces como no tienes idea. Tu existencia
es vertical como la coordenada del tiempo,
y horizontal como la coordenada del espa-
cio. Ambas un día se encuentran, tú saltas
a la existencia y los relojes se ponen en
marcha.
-Mira, hombrecito. Déjame decirte
algo más. Cuando te quitas la soberbia y
aceptas que “todo es vanidad”, te vuelves
inteligente y tu cabeza dicta las palabras
del Eclesiastés, que más sabias no las
hay. Escucha, por favor. Escucha tu propia
voz: “lo que es, ya fue; lo que será, ya ha
sido (...). Lo que fue, eso será; lo que se
ha hecho, eso se hará; y acá en la tierra
no hay nada nuevo bajo el sol.” Y continúa
con esta pregunta: “¿Hay acaso alguna cosa
de la cual se diga: ‘Mira, eso es nuevo’? Eso ha existido
ya en las edades que nos han precedido. Aunque no hay
memoria de las cosas pasadas, ni habrá tampoco me-
moria alguna de las cosas que sucederán después.”
-Te invito a que lo leas nuevamente en el con-
texto de la Biblia. Y así, el domingo por la mañana,
cuando unos pesados llamen a la puerta de tu casa,
recomendándote la lectura del libro sagrado, tú po-
drás contestarles “ya lo hago”. Y me dirás si las pá-
Luis Roberto García
3� El Búho
ginas del Eclesiastés no te traen serenidad, en esto le
damos razón a los predicadores del domingo y ya, que
de una vez se vayan. En cuanto tú les haces el menor
comentario, te sueltan un sermón... es parte de su tra-
bajo. Pero tú tienes otra milicia y callas y te atrincheras
en Job: “Muerto el hombre ¿podrá volver a vivir? En-
tonces, todos los días de mi milicia esperaría la hora
de mi relevo.”
-¿En qué estábamos? Ah, sí. En que tú, hombre-
cito, de nada eres creador, eres repetidor de todo. Y la
ignorancia te protege. Pues, si recordaras lo que pasó,
conocerías lo que pasará, y eso, hijito, te quitaría las
ganas de vivir. La novedad, su descubrimiento, es lo
que te mantiene en pie.
-Y algo más. Hablo del eterno retorno, no de la
reencarnación de las almas, no confundir. Del eterno
retorno que pone límites a la evolución. En cuanto un
evento se repite sin agregarse nada nuevo, la evolu-
ción cesa. No en general pero sí en determinada área
del tiempo y del espacio, y todo entra a repetirse. Es el
eterno retorno donde la evolución no existe, ya nada
va a cambiar. Todo seguirá cambiando, es la evolución
limitada por el eterno retorno. Todo seguirá cambian-
do, nada va a cambiar.
Así dijo Mamacita Naturaleza. La quiero mucho,
pero, no sé, huele a gato encerrado.
II
Y ¿qué creen? Hamlet no se ha
ido y quiere saber de qué se trata,
si nuestro “ser” se relaciona con el
suyo, que significa vengar al padre,
castigar al asesino y usurpador
del trono, en una palabra: la ac-
ción comprometida. Y cuando el
“no ser” se confunde con el morir,
dormir, cerrar los ojos, dejar co-
rrer a la infamia, nada quiero sa-
ber del mundo, arréglenselas sin
mí. ¿Triunfa la infamia? No es
cosa mía, los espectros del pasado
no me conciernen, así sea el de mi
padre. Ya conocemos la decisión
de Hamlet.
Margarita Cardeña
de nuestra portada 3�
Lo nuestro difiere con la situación vivida por el
joven príncipe. No nos debatimos entre dos actitudes
morales, donde el “ser” es el “deber ser”. No, lo nuestro
es el “no existir” atemporal: un sueño profundo como
ningún otro, sin imágenes, donde el despertar es: el
existir de quien nunca ha dejado de ser, y que hace
entrada a escena armado de mente fresca, memoria
virgen, músculos a estrenar. Un volver a la vida, que es
desmorir y más tarde será desvivir, volver a la vida, que
es desmorir y... así por los siglos de los siglos.
En fin, la inmortalidad con cortes. Y “lo demás es
silencio”, diría Hamlet.
III
Y bien, tengo las manos libres. Incluso para llevarme
de acuerdo con la ciencia, sus cifras son a tal punto
desmesuradas, que equivalen a lo infinito para nos, los
pobres terrícolas. Enunciarlas es relativamente simple.
Darse una idea de las medidas que cubren, es ya otra
cosa. Entonces, digamos: cifras a la enésima potencia.
La vertical del tiempo me multiplica, contiene to-
das las posibilidades, entre ellas la que más nos inte-
resa: nosotros mismos. En fin, prefiero la metáfora a
las cifras, no me atrevo a intentar desplegarlas, tam-
poco computadora de por medio, me limito a darles
este trato: “a la enésima potencia”. Y sin embargo,
tales cifras son posibles dentro de nuestra lotería cós-
mica. Más: son inevitables.
Persiguiéndolas, llenaría primero un libro, luego
una biblioteca. Y no habría hecho más que comenzar.
IV
Sí, seremos lo que fuimos: polvo, pero “polvo enamo-
rado”, al decir de Francisco Quevedo y Villegas. Cuan-
do venas y médulas “serán ceniza mas tendrán senti-
do, polvo serán, mas polvo enamorado.” Si me propu-
siera traducir el lenguaje poético al biológico, diría:
esa tendencia de lo inorgánico a devenir en lo orgáni-
co; esa tendencia que se resiste a despedir para
siempre la vida, es el “polvo enamorado”. Tárdense
lo que se tarden, mis partículas tienen cita conmigo.
Así es este juego del nunca acabar. La virtud del in-
finito, por su parte, se manifiesta en el movimiento
perpetuo, éste, padre del tiempo: todo se va y nada se
va, todo se acaba y nada se acaba, todo está y no está
pero nunca deja de ser, “nada se pierde, todo se trans-
forma”, es la palabra de la Física.
La virtud del infinito, decía... Para tener una refe-
rencia de lo finito no hay problema, suficiente con mi-
rarnos al espejo. Pero lo infinito... Una imagen ha ido
pasando de mano en mano, no, de cabeza en cabeza.
De los griegos antiguos, Sixto el Pitagórico, unos cinco
siglos a. C., a los reflexivos de la modernidad, alre-
dedor de dos milenios después, como Thomas Brad-
wardine, Nicolás de Cusa, Blas Pascal, llegando hasta
nuestro hoy. ¿Y cuál es esa imagen?
Ésta: el infinito es un círculo cuya circunferencia
está en ninguna parte y cuyo centro está en todas par-
tes. La definición nos gana por su ingenio y originali-
dad. Además, toma una de las figuras más respetadas
de la Geometría, el círculo, gran señor de la perfec-
40 El Búho
ción: todos los puntos de la circunferencia son equi-
distantes de otro llamado centro. Pero ¿qué ocurre? A
pesar de un comienzo tan auspicioso, algo anda mal:
hago centro en un punto y no llego nunca a describir la
circunferencia, de donde el centro queda como punto
a secas, y el círculo se evaporó. En este ejemplo, cir-
cunferencia y centro están reconocidos como los ele-
mentos constitutivos del círculo pero en condiciones
de imposibilidad. Y el centro en todas partes, que daba
la impresión de ventaja, no había que ir a buscarlo vaya
saber a qué galaxia, a la postre resultó un elemento de
incertidumbre, como si estar en todas partes y en nin-
guna fuera lo mismo en definitiva. Nos han timado. O,
si se quiere, este juego geométrico ha demostrado una
cosa: la impotencia para describir lo infinito.
V
Apostamos por él si se trata del gran animador de la
fiesta, el señor don Nunca Quieto, el señor don Movi-
miento. Nos retiramos del juego si la cuestión versa
sobre la extensión del universo, cuáles son sus límites,
si los tiene o si es como el mentado círculo. Y votamos
decididamente por el principio de conservación de la
energía (y de la masa) pues nos entusiasma saber que
ni una sola de las escenas será omitida por extravío
cuando toque el eterno retorno, donde cada secuencia
vivida hoy ya fue, e infinito número de veces fue e in-
finito número de veces es.
Veamos.
De Lavoisier en el siglo XVIII a Einstein en el siglo
XX, se consolida el principio de conservación de la ener-
gía (y de la masa) al punto que Carl von Weizäcker, uno
de los notables físicos contemporáneos, ha escrito en
la Biblioteca de autores cristianos: “no se conoce una
sola experiencia que, ni hipotéticamente, pudiera pre-
sentarlo como falso”. Si la equivalencia entre energía
y masa enseña que todo es uno, el principio de con-
servación de la energía enseña que todo es siempre.
Ambos son presupuestos del eterno retorno, ninguna
combinación posible de los elementos del universo se
escapa, ninguna se consume y desaparece para siem-
pre, sino que deja su sombra: muta en otra, y la combi-
nación que ha sido desplazada se guarda dentro de un
sobre cerrado, custodia a cargo del Ser. A la espera del
regreso, a la espera del llamado al juego del eterno re-
torno. Éste, cuando la mutación consiste en la muerte
biológica, es un entrar a la piedra y en el acto salir
a repetir la actuación, según discurso de Mamacita
Naturaleza.
VI
Y preside la contradicción. ¿Cuál? Ésta: sólo podemos
abarcar lo finito a condición de concebir lo infinito.
Abarcamos lo finito: voy de aquí para allá, de la sala
al comedor, de Puebla al Bronx, de la Tierra a la Luna.
Multiplicado el ojo por el telescopio, recibe el brillo
de una estrella que estuvo situada a la distancia de
no sé cuántos años luz. Así, hay un área para el ir y
venir dentro del sistema solar, otra área para percibir
de nuestra portada 41
la presencia de astros lejanos, de distintas galaxias. ¿Y
luego? Se siguen áreas dando la continuidad al percibir
de nuestros sentidos. ¿Y tras de las galaxias? Nuevas
y nuevas áreas... no podemos concebir la ruptura en
el universo, sólo la continuidad. Incluso si al cabo de
“los algos” nos envuelve la nada, esa nada ¿qué otra
cosa puede ser sino una distancia mayor entre objetos
celestes?
Así, lo finito a condición de concebir lo infinito,
ni más ni menos que los números cardinales, según
la axiomatización de Peano: “el sucesor in-
mediato de un número es un número”. Que,
traducido al mundo de los objetos, da: la
sucesora inmediata de un área es un área
(de un “algo” es un “algo”, de un segundo es
un segundo). Es la sucesión de lo finito... que
no se acaba.
Es decir, lo finito es inconcebible si no en-
cuentra su “más allá” en proyección indefini-
da. Es un mundo donde reina la continuidad
hacia lo desconocido. Así, no podemos apos-
tar a que los objetos se prolonguen eterna-
mente (en el tiempo) o infinitamente (en el
espacio) y tampoco los números. Para unos
y para otros, objetos y números, preferimos
el término de “indefinidamente”, que no nos
compromete, quiere decir: por lo que sa-
bemos y deducimos de la experiencia, no
tienen fin. De ahí que nuestra certeza sea el
sucesor “inmediato”, sobre los mediatos nada
apostamos.
Como aquel cartelito de la tienda: “Hoy no se fía,
mañana sí”. Pero nunca llegaba el prometido mañana,
nunca aparecía el cartelito que dijera: “Hoy se fía”. Y al
dueño de la tienda le bastaba con dejar puesto el mis-
mo cartelito un día y otro pues en realidad la leyenda
debía leerse así: “Hoy no se fía, mañana tampoco”. Y la
serie de los días “de no fiar” se prolongaba indefinida-
mente. Pero nadie podía asegurar que de pronto, en un
acceso de locura, contagiado por las ideas del sobrino,
el dueño de la tienda por fin anunciara: “Hoy sí se fía”.
Luis Argudín
42 El Búho
VII
Es el eterno retorno que, sin embargo, no termina
de convencer ni nos predispone a compartir el júbi-
lo nitzscheano sino más bien su locura. El miedo,
como efecto cultural de la muerte, el miedo sordo
y sin pausa, alojado en las vísceras, no se calma con la
promesa “sine die”, sin fijar fecha para el regreso con
la historia del instante único vivido o “morido”. Puede
más lo que está a la vista, la degradación del cuerpo,
que todo ese rollo. Y sin embargo, el eterno retorno
no tiene trampas, claro, si aceptamos sus premisas
base. Una, el carácter incesante del movimiento. Dos,
el carácter finito de las partículas integrantes del cos-
mos asequible. Dejamos de estar, dejamos de existir,
pero no dejamos de ser. Caemos del reino orgánico
al inorgánico, es la muerte. Caemos de lo complejo a
lo simple, es la muerte. Pero provisoria. Y a la manera
del príncipe víctima de un encantamiento,
llega un día el beso de la doncella para
dejar la forma de sapo y retomar el conti-
nente humano.
“Es un soplo la vida”, dice el tango. Y
no menos cierto -agrego-: es un soplo la
muerte. Y también, como alguien escribió,
“de la vida no saldremos con vida”, agrego:
de la muerte no saldremos con muerte.
Claro que no, el eterno retorno nos irá a
buscar a los confines del universo para or-
denarnos, como a Lázaro:
- Levántate y anda.
Y de la muerte saldremos con vida.
Acatando desde luego el catálogo de mode-
los posibles de Mamacita Naturaleza. Allí
figuramos, somos el “homo sapiens sa-
piens”, alineados escalones arriba de
nuestros abuelitos los primates, escalones
abajo del marciano telepático, del ET tipo
película ET, del langostón modelo filmes
“Hombres de Negro” o “Día de la Indepen-
Loenel Maciel
de nuestra portada 43
dencia”, etcétera. Por desmesurado que sea, el catálogo
es finito como finito es el número de partículas cósmi-
cas y, por lo tanto, finito el número de combinaciones
posibles entre sí, por desmesurado que resulte.
Volveremos. Lo proclamaron Nietzsche y Blanqui
en el siglo XIX. Jubilosamente el primero antes de caer
en la locura, el segundo durante vacaciones forzadas
después de la Comuna de París. Y lo habían adelan-
tado los hindúes y los griegos antiguos, Platón y otros,
la idea cautivó a Borges y no fue ajena a Engels si se
lee el prólogo a su “Dialéctica de la Naturaleza”. Lue-
go de afirmar “la sucesión eternamente repetida de
los mundos”, cierra Engels el texto con estas palabras:
“por la misma férrea necesidad con que un día desapa-
recerá de la faz de la tierra la floración más alta de la
materia, el espíritu pensante, volverá a brotar en otro
lugar y en otro tiempo.” Por su parte, la literatura y el
cine de nuestros días han dado cobijo al eterno re-
torno. Kundera, el novelista, arranca su conocida obra
La insoportable levedad del ser, con una prolongada
reflexión sobre el tema. Por su parte, Tarkosvski, el di-
rector de cine, en su filme El sacrificio nos presenta un
cartero culto de nombre Otto, quien discurre también
sobre el eterno retorno. Sí, es una idea que seduce, un
espermatozoide idéntico de mi papá idéntico ganará
idéntica carrera para fecundar idéntico óvulo de mi
mamá idéntica. Y colorín colorado, este cuento habrá
recomenzado.
¿Cuál cuento?
Éste: un soplo de existir, un soplo de no existir... y
así de seguido en el eterno retorno de cada uno de los
modelos contenidos en el catálogo de Mamacita Natu-
raleza, donde lo posible cobra existencia y deviene lo
real. Puede aquí cerrarse el razonamiento o todavía
ir más lejos. Veamos. En el infinito espacial todo está
sucediendo. En el infinito temporal todo ha sucedido
y todo sucederá.
¿Volveremos, volveremos para que lo posible sea
real? El mundo físico, que está a la base, se conduce por
rígidas leyes como la ya mencionada: “nada se pierde,
todo se transforma”. Y luego, cuando de lo general
descendemos a los procesos de transformación, nos
damos con que las estrellas siguen un determinado
curso evolutivo y la ínfima mota de polvo también.
Dentro de esas leyes físicas cabe el eterno retor-
no. Pero se interpone Mister Tiempo. A ver, a ver, un
chequeo. Ese doble mío del futuro ¿quién es? Por más
idéntico que a mí sea, es otro, hay algo de él que no
se puede reproducir: el lapso durante el cual yo existí.
El tiempo, no conforme con hacernos envejecer, nos
juega una mala pasada. A ver, a ver. Yo desaparezco,
me ha tocado morir, preguntan por mí, no estoy. De
cabeza, me fui al pasado. ¿Y quién podría descender
hasta allí, darme unos plumerazos quitándome el pol-
vo para una segunda vuelta? Dicho en forma tajante,
nadie. Existí, ya no existo, punto. Todo podrá dupli-
carse, menos el lapso durante el cual existí. Con mi
muerte, nos separamos, yo brinqué al pasado inmóvil,
el movimiento a su destino incesante.
Un solo hecho es suficiente para dar jaque al tiem-
po desde el pasado inmóvil y ningún hecho pone fin al
tiempo, a su destino incesante.
44 El Búho
La lengua es la herramienta que utilizaban los seres
humanos para conocer la realidad, hasta que alguien
descubrió su enorme valor como instrumento de domi-
nación. Se convirtió así en firma aliada de los imperios, para per-
petuar la autoridad de la metrópoli, cuando, tras la conquista, las
armas perdían su poder disuasorio. En
nuestros días, la situación no ha cambia-
do mucho, aunque timbales y clarines
se hayan acallado para invocar su valor
económico.
Las hazañas bélicas del pasado va-
lieron para que el castellano sea hoy
la segunda lengua más hablada del
mundo como lengua nativa, tras el chi-
no mandarín —aunque nadie discute
la supremacía del inglés como medio
de comunicación internacional—, con
450 millones de usuarios (casi 500, si se
incluyen las personas que lo han apren-
dido como lengua extranjera), y una ca-
pacidad de compra equivale al 9 por 100
MAnu de ordoñAnA
Jesús Anaya
de nuestra portada 45
del PIB mundial. Es también la segunda lengua de comuni-
cación en Internet.
Estos datos imponen una reflexión sobre la naturaleza
económica de la lengua, más allá de su condición de bien
intangible de dominio público, ya que representa uno de los
activos más importantes que tienen los países que lo prac-
tican para generar riqueza y ocupar a la población con sala-
rios mejor retribuidos. Así lo ha entendido Fundación Tele-
fónica que, desde el año 2006, está patrocinando un amplio
estudio bajo el rótulo general “Valor económico del español:
una empresa multinacional”.
Su lectura prueba que la influencia del castellano está
en alza. Se estima que, en 2030, el 7.5% de la población mun-
dial será hispanohablante (un total de 535 millones de per-
sonas), porcentaje que destaca por encima del ruso (2.2%),
del francés (1.4%) y del alemán (1.2%). Para entonces, solo el
chino superará al español como grupo parlante de dominio
nativo. Si no cambia la tendencia, dentro de tres o cuatro
generaciones, el 10% de la población mundial se
entenderá en español, dado que el crecimiento
demográfico en el ámbito hispano es más alto que
en el chino o en el inglés.
En Estados Unidos, vive la segunda comuni-
dad hispana más grande del mundo —después de
México— y se espera que, en 2050, sea la primera,
con 132 millones de miembros, casi un tercio de
la población norteamericana, de los cuales, más
de un 70% utiliza el castellano en sus hogares.
Es además el grupo inmigrante que más mantiene
el dominio de su lengua a través de las sucesivas
generaciones y el que congrega más hablantes
adoptivos.
Compartir lengua multiplica por cuatro los intercam-
bios comerciales y por siete las inversiones provenientes
del exterior. Eso explica el valor que el idioma español tiene
para los que buscan trabajo. En Estados Unidos, el “premio
salarial” por su conocimiento puede llegar hasta un diez por
ciento. Las empresas ya saben lo que hacen: se estima que
esa capacidad de compra de los hispanos alcanzará niveles
del 12 al 13% del PIB mundial, en un futuro no muy lejano,
debido a las perspectivas de crecimiento económico que se
prevén en el continente americano.
El español es la segunda lengua más utilizada en las
redes sociales (Facebook y Twitter) y la tercera lengua en
la web por número de usuarios. De los casi 2,100 millones
de internautas que hay en todo el mundo, el 7.8% se comu-
nica en español, detrás del inglés y del chino, pero con un
potencial de crecimiento mucho más alto. El uso del español
en la red se ha multiplicado por ocho en el periodo 2000-
2011, mientras que el inglés lo ha hecho sólo por tres, debi-
4� El Búho
do a la incorporación de usuarios latinoamericanos, aunque
el nivel de penetración es todavía bajo, comparado con la
media europea, por lo cual es posible que ese porcentaje del
7.8% se acerque al 10% en unos pocos años.
Sin embargo, la autoridad del español no se corres-
ponde con su nivel de difusión. Siendo una de las lenguas
oficiales de la ONU, es sólo la tercera en uso y no es idioma
de trabajo de su secretaría. En Europa, su importancia de-
clina, ya que tan sólo es la quinta más hablada en la Unión
Europea —junto con el polaco—, tras el alemán, el inglés, el
italiano y el francés. Ni siquiera es lengua oficial en la Corte
Internacional de Justicia, con sede en La Haya, cuyo estatuto
dispone que sean el francés y el inglés sus idiomas oficiales,
lo que pudo tener su justificación en el momento de su fun-
dación, pero no setenta años después.
Hasta hace poco tiempo, el ICANN no admitía el registro
de dominios con la letra “ñ”. Ahora ya es posible, pero poco
útil, ya que los ordenadores del universo no hispano carecen
de esa letra en sus teclados, con lo cual el acceso es más
complicado (Alt + 165). Los desvelos de la Real Academia de
la Lengua no consiguieron evitar que, por razones económi-
cas, la Unión Europea aprobara en 1991 los teclados sin “ñ”,
un símbolo de identidad de la cultura hispánica en el mun-
do, a pesar de ser un sonido usado por numerosas lenguas,
aunque con grafías de dos letras (“gn” en francés e italiano,
“nh” en portugués, “nj” en neerlandés, croata, serbio, finés
y albanés, entre otras). Es que la marca “España” está algo
devaluada, por encima de los Pirineos.
Este discurso laudatorio tiene una sola objeción, pero
muy importante: el poco respeto que tiene el español en el
Edgar Mendoza
de nuestra portada 4�
mundo. Porque ésa es la cualidad que hay que mejorar, la
reputación del idioma, no para competir con el inglés —la
lengua franca del mundo globalizado—, sino para consoli-
darlo como la segunda realidad lingüística —dejando apar-
te al chino, por su singularidad nacional—, por delante
del francés, que todavía hoy goza de un prestigio residual
de pasados esplendores como lengua diplomática.
Para ello, sería necesario que los gobiernos afectados
adquirieran conciencia de los beneficios que la lengua pue-
de aportar a la economía de sus países. Se estima que el
español genera el 15% del PIB y ocupa de forma directa o
indirecta al 16% de la población activa en España. A poco
que se realicen actuaciones pertinentes para reconducir la
opinión pública hacia su reconocimiento como bien cultural
de garantía internacional, su peso en la economía tenderá
a crecer, paliando así los efectos de una crisis que todavía
durará unos cuantos años. Argumentos que reforzarían las
ventajas que proporciona la demografía los hay a montones,
desde la calidad de la literatura escrita en castellano, hasta
su ubicación geográfica en un continente llamado a ser el
contrapeso del gigante que emerge al otro lado del Pacífico.
Pero hay más cosas que se pueden hacer. Una de ellas
es la ortografía. Si ya en 1997, Gabriel García Márquez pro-
ponía jubilar la ortografía en el discurso inaugural del I Con-
greso de la Lengua Castellana (Zacatecas, México), el año
pasado, el escritor colombiano, Fernando Vallejo, se dirige
a las academias de la lengua para que el español deje de ser
un idioma “estúpido” y no siga cediéndole espacios al inglés
por no adoptar un sistema ortográfico basado en la fonética
y no en la etimología.
Su propuesta consiste en asignar un sonido a cada letra
y viceversa, mediante una relación biunívoca indestructible,
una fórmula que ya adoptó en la antigüedad la lengua feni-
cia y todas las que vinieron detrás. A este alfabeto le sobran
ocho consonantes, las tildes y la diéresis, para convertirlo en
un instrumento acorde a los requisitos de Internet y facilitar
la lectura y su aprendizaje. De esta forma, su manejo sería
más simple que el inglés, lo que permitiría ganar usuarios y
consolidar con holgura la segunda posición internacional.
¿Y la otra…? En la última etapa de mi vida profesional,
tuve la suerte de frecuentar ese hermoso país que es Brasil
y, más concretamente, el estado de Rio Grande do Sul y su
capital Porto Alegre. Allí se habla un dialecto derivado del
castellano y el portugués que ellos denominan “portuñol”,
surgido de forma espontánea —luego he constatado que
también existe algo parecido en la frontera hispano—portu-
guesa de Extremadura— y muy fácil de entender. Lo utilizan
habitualmente unos veinte millones de habitantes que viven
en los cuatro países ribereños (Argentina, Uruguay y Para-
guay, además de Brasil) del río Uruguay, como han podido
comprobar los miles de hispanoparlantes que se han des-
plazado a Brasil para seguir el Campeonato del Mundo de
Futbol que se celebra en este momento.
Pues bien, se trataría de crear una lengua única que sus-
tituyera a las dos originarias con los numerosos elementos
comunes que poseen y los más calificados entre los discor-
dantes, incorporando los bellos sonidos de la lengua lusa a los
más rudos del castellano y las muchas voces propias con lustre
de las lenguas autóctonas radicadas en sus territorios —tan-
to en la Península, como en el continente americano— para
construir el idioma más rico del mundo en cuanto a raíces
y vocablos, adaptado a la era digital y consumido por 750
millones de ciudadanos. Ambas son lenguas próximas y también
lo son sus culturas. Creo que el proyecto no es un dislate.