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El Búho de nuestra portada E n El Lencero, muy cerca de Xalapa, se encuentra el casco de una hacienda que fue de Santa Anna. Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y un lago en el que se deslizan cisnes negros altivos y ausen- tes. A un costado, la capilla que el Generalísimo levantó para una de sus bodas. El visitante que pasea por los prados o toma asiento a la sombra de una higuera centenaria, si es sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo de voces del pasado y sentir cómo, en pequeñas pulsaciones, un efluvio de cantos apenas perceptibles le penetra e ilumina. La alegría resultante no se explica bien a bien, pues difícilmente esa magia podría conectarse al “seduc- tor de la Patria”. Se sigue, entonces, que otra presencia hay entre la verdura de la comarca. Y esa otra presencia, seño- ras y señores, es nada menos que la de Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce se alza al oriente del conjunto como un centinela en perpetua contemplación del paisaje que amó profundamente. MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ DE ARMAS Rruizte

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Page 1: iguel Ángel SÁnchez de ArMAS E - Revista El Búhoy Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda de-voción. (Esto de adoptar apelativos es algo maravi-lloso, pero asusta a

� El Búho

de nuestra portada

En El Lencero, muy cerca de Xalapa, se encuentra

el casco de una hacienda que fue de Santa Anna.

Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y

un lago en el que se deslizan cisnes negros altivos y ausen-

tes. A un costado, la capilla que el Generalísimo levantó para

una de sus bodas. El visitante que pasea por los prados o

toma asiento a la sombra de una higuera centenaria, si es

sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo

de voces del pasado y sentir cómo, en

pequeñas pulsaciones, un efluvio de

cantos apenas perceptibles le penetra

e ilumina. La alegría resultante no se

explica bien a bien, pues difícilmente

esa magia podría conectarse al “seduc-

tor de la Patria”. Se sigue, entonces, que

otra presencia hay entre la verdura de

la comarca. Y esa otra presencia, seño-

ras y señores, es nada menos que la de

Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce

se alza al oriente del conjunto como un

centinela en perpetua contemplación

del paisaje que amó profundamente.

Miguel Ángel SÁnchez de ArMAS

Rruizte

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de nuestra portada �

Estoy seguro de que muy pocos mexicanos serán los

que no han oído hablar de Gabriela Mistral y han dis-

frutado su enorme poesía. Quizá no tantos sepan

que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, que fue

la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel,

que se sentía mexicana y que, en un sentido poético,

murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xa-

lapeños debemos celebrar que la efigie de la poeta vigile

nuestra comarca y su mirada esté siempre en nosotros.

Su fama como poetisa (aunque ella prefería decirse

poeta) comenzó en 1914 luego de haber sido premiada

en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de

la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio

Urieta, su primer amor. En ese concurso se presentó con

el seudónimo que desde entonces la acompañaría toda

su vida y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio

y Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda de-

voción. (Esto de adoptar apelativos es algo maravi-

lloso, pero asusta a los espíritus chatos y a las almas

pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince

años menor que ella, Pablo Neruda, había nacido

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el ape-

llido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua

literaria checa entre cuya obra se encuentra el delicio-

so tomo Historias de la Malá Strana publicado en es-

pañol allá por los setentas en la desaparecida Editorial

Sudamérica.)

Su vida fue de una intensidad alucinante. A los ca-

torce años comenzó a publicar en periódicos de su natal

Vicuña, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma

y desde el principio de su carrera se refugió en distintos

seudónimos. “Alma”, “Soledad” y “Alguien” fueron algu-

nos de los nomes de plume con que la niña Lucía firmaba

sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la natura-

leza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue

desde siempre un ser que vivía en y para el amor.

El padre de Gabriela era un modesto profesor rural

y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue direc-

tora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como

educadora.

Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor

a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy

continúa recitándose en salones de todo el continente;

el amor a la educación, y el amor por Romelio Urieta.

Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió

el suicidio como una pérdida irreparable. Su propia obra

sugiere tal cosa, aunque, como veremos más adelante,

ella misma lo desestimó.

En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo

de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir.

Un fragmento:

Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en

un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se

van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo,

se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana

/ cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis ges-

tos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus

ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira,

el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alien-

tos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti

con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me

borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no

nacieron ni en llanos ni en sotos. // (…) ¡Se nos va todo,

se nos va todo!

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� El Búho

Sin embargo, en una “autobiografía” publicada en

la revista Mapocho en 1988, la propia Gabriela se encar-

garía de precisar:

“Cara M. Rosa, le digo con la franqueza ruda con

que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar

en un comentario amoroso de mí misma. A pesar de la

publicidad cruda y no poco repugnante a que han lle-

gado los biógrafos respecto de los escritores, nunca en-

tenderé y nunca aceptaré que no se nos deje a nosotros,

lo mismo que a todo ser humano, el derecho a guardar

de nuestros amores cuanto nos hemos puesto y que por

alguna razón no dejamos allí razones de pudor, que tan-

to cuentan para la mujer como para el hombre. Pero se

han hecho disparates tan descomunales a este respecto,

que esta vez tengo que hablar y no por mí sino por la

honra de un hombre muerto.

“Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era

próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encon-

tramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo ca-

torce años y él dieciocho. Era un mozo nada optimista ni

ligero y menos un joven de zandungas. Había en él mu-

cha compostura, hasta cierta gravedad de carácter bas-

tante decoro. Por tener decoro se mató. Nos comprome-

timos a esa edad. Él no podía casarse conmigo contando

con un sueldo tan pequeño como el que tenía y se fue a

trabajar unas minas no recuerdo dónde. Volvió después

de una ausencia larga y me pidió cuentas a propósito

de murmuraciones tontas que le habían llegado sobre

algún devaneo mío. Yo vivía desde que él se fue con mi

vida puesta en él, no me defendí la mitad por aquella

timidez que me dejó muda aceptando mi culpa en la es-

cuela de Vicuña y creo que la otra mitad por esa excesiva

dignidad que me han llamado soberbia muchas veces.

La queja me pareció tan injusta que pensé entonces,

como pienso hoy mismo, que no debía responderse y

menos hacer una defensa. Por eso rompimos y las nove-

lerías necias tejidas en torno de este punto no son sino

cosa de charlatanes. Este hombre siguió su vida y era

natural que la viviese como casi todos los hombres chi-

lenos que no sobresalen en la temperancia. Iba a casarse

y llevaba a la vez una conducta ligera que no había sido

nunca la suya; se divertía demasiado y su novia parece

que no lograba retenerlo.

“Mucho después de unos cinco años de separa-

ción nuestra yo lo encontré casualmente en Coquimbo;

hablamos bastante tiempo; negó la noticia de su matri-

monio y nos despedimos reconciliados casi sin palabras,

tan cordiales como antes y con la impresión de un vín-

culo reanimado y definitivo. Cuantos lo han denigrado,

hablando de un robo común y hasta de una estafa,

no han dicho que su hermano, que era casi su padre

pues lo había criado por ser ambos huérfanos, era en ese

tiempo el jefe de los ferrocarriles en su zona. A cualquie-

ra podría ocurrírsele que Romelio Ureta cogió aquel dine-

ro pensando en restituirlo de inmediato o contando con

que su hermano, ausente por unos días se lo prestaría.

Este señor era persona de situación holgada y lo quería

mucho. No creo que nadie piense en arruinar su carrera

por la suma infeliz que él cogió de una repartición fiscal.

Parece que vino un arqueo impensado de caja: el herma-

no andaba en Ovalle o en otro punto de la provincia y no

pudieron comunicarse de ningún modo. Romelio Ureta

era hombre tan pundonoroso como para matarse, antes

de sufrir vivo una vergüenza. A esta altura del tiempo

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y de la costumbrea, el hecho no se entiende, pues la

probidad escasea más que la moneda de oro. Yo lo com-

prendo por haberle conocido a él y al viejo Chile. Doy

cuantiosos detalles porque me irrita que se remuevan

los huesos de un muerto con una falta tal de inteligen-

cia y de consideración. Más que eso me indigna el que

por escribir una gacetilla sobre mí y por cobrarla en un

periódico y también por alimentar la glotonería del pú-

blico, se revuelva una sepultura.”

Gabriela Mistral llegó a ser directora de varios li-

ceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven

visitó México, país al que amó al grado de sentirse

mexicana. Aquí fue una decidida militante de la refor-

ma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos

y Europa estudió las escuelas y métodos educativos.

A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el

cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid,

Lisboa y Los Ángeles, entre otras.

Los poemas para niños de la Mistral se recitan y

cantan en muy diversos países. En 1945 se convirtió en

el primer escritor latinoamericano en recibir el Premio

Nobel de Literatura. Posteriormente, en 1951, se le

concedió el Premio Nacional de Literatura de su país.

A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le

siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y

otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado

misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, ita-

liano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos

escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo

Neruda y Octavio Paz.

Se le ha llamado escritora modernista, pero como

la verdad no tengo idea qué sea eso o cómo se lea,

transcribo lo que de su obra leí en algún texto académi-

co: su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado

Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de leja-

nos lugares, sino que se sirve de su estética y musicali-

dad para poetizar la vida cotidiana, para “hacer sentir

el hogar”.

Pero yo, sentado a la sombra de la higuera en El

Lencero y muy cerca de su efigie en bronce, lo único que

siento es que haya muerto de amor.

Tuit: @sanchezdearmasBlog: www.sanchezdearmas.mxSi desea recibir Juego de ojos en su correo, envíe un mensaje a: [email protected]

Yurazzy

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10 El Búho

I

En el río de mis sueños eres, mujer,

la ribera en que despierto,

y navegando entre tu luz,

todas las rutas me conducen a la dicha.

Embriagado en tu hermosura,

me convierto en pedestal de tus deseos.

Tu cuerpo es florida primavera

y yo soy potro, ruiseñor y flecha.

Sediento de tus táctiles aromas,

yo maduro en espiga venturosa

que desgrana itinerarios de caricias

en el cultivo memorioso de tus formas.

Inauguro el manantial de tu recuerdo

con banderas delirantes de entusiasmo;

celebro la vida en que te gozo

y prolongo el instante en que eres mía.

roberto bAñuelAS

Carlos Pérez Bucio

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II

En la densidad del ámbito sombrío

quedó impresa la huella de tu ausencia

y otra vez la evasión de tu forma

llenó el molde de mis sueños truncos.

Transitas en llamas de recuerdo

para cubrirme con el eco de palabras

la isla de mí mismo en que me pierdo.

Aunque divagues en la tierra firme

al rechazar lo que fue y lo que no es,

somos náufragos de una pasión no consumada

que nos obliga a nacer y a crecer

en la celebración de otro día

y de otro encuentro.

III

El barco se ha enloquecido

con los antiguos aromas

de la rosa de los vientos

y gira en perpetuo círculo.

Tú y yo deseamos y miramos

una orilla imaginaria.

No es remoto que nos encontremos

a la mitad de un sueño sin retorno

o que cambiemos de sueño

y lleguemos a la luz.

IV

Los recuerdos son el carrusel tenaz

del pasado candente

que se instala en este presente

donde gira tu ausencia.

La memoria se hace cómplice insomne

de los éxtasis ya vividos

cuando eras mi aliada en la hora ebria

de soñar despiertos para detener al tiempo.

La luz interior nos investía de poderes

para dialogar con la aurora

y prescindir de los túneles oscuros

que el temor y la soledad habían construido

en la roca insomne de la espera

que crece y se devora a sí misma.

V

Volcán impaciente

que geometrisas el silencio,

estruendo floreciente de la luz,

veloz esfera del alba,

vibración bajo la piel del mundo,

fundación cotidiana de horizontes solemnes,

forma del sueño y claridad sin fronteras

que se ayuntan bajo el mismo sol.

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12 El Búho

VI

Tú, la esperada,

dejaste de ser la ausente

revestida de duro silencio;

no serás más la estatua

que se desvanece

en la distancia dolorosa

del deseo en un auxilio de nostalgia.

Ahora, cuando las palabras

de amor nacidas en tu voz,

se vuelven campanario

enloquecido de promesas,

sé que mañana,

antes de que despierten los ruiseñores

a derramar con sus cantos

las copas de los árboles,

tu cuerpo cumplirá con el mío

la victoria de un rito celebrado

desde la raíz de mis antiguos sueños

con el fruto maduro

de mis delirios presentes.

VII

Ante la invicta soledad

de tu historia renovada,

ni tú ni yo faltamos a la cita

en la hora espontánea del deseo.

Sobre el yunque dorado de la aurora

forjamos el exorcismo para ahuyentar

el dolor de juramentos no cumplidos.

Todos los nombres

tienen la dimensión de tu presencia,

y todos los caminos se someten

para formar el lugar de tu llegada.

VIII

Ante la eterna vibración de las esferas,

padezco de una curiosidad noctívaga

que se orienta hacia los estallidos

de tus polos anclados en la luz.

Te bañas en el tiempo que no cuentas,

te ciñes en el espacio que no cantas

y te bruñes de estrellas proclamadas

por telescopios que gimen de amor

cuando desertan los astrónomos

con el canto de los gallos aurorales.

Caminas, como templo vagabundo,

en busca de creyentes y cipreses,

y rumias la letanía del pasado ya remoto

con un coro infantil de optimistas ruiseñores

que fingen haber perdido la memoria

para no recordar las amenazas del presente

o del futuro que no acaba de llegar.

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IX

Frente a la desesperación de un crepúsculo

sin voces que proclamen su esplendor,

la noche iza su bandera de tinieblas

entre las nubes que suplantan a barcos

con tripulación de ángeles caídos.

Me quedo buscando el reflejo

de un recuerdo intenso que me sirva de guía

en este huerto cerrado de tu nombre.

Frente a la soledad que calla su dolor,

los espejos dan la espalda

a la distancia del deseo

tatuado por tu cuerpo.

Tu imagen me sigue y me circunda

en las horas que tu ausencia rompe

las redes que tejí para atrapar olvido.

¡Qué lejos y qué cerca

tus acosos de estatua delirante!

Creyéndome dueño de tus cantos

de sirena domeñada,

rompí las arpas y las liras

que no cumplieron con la misión

de rimar mis delirios con tus besos.

En este presente sembrado de duras lejanías,

que se alargan como sombras rotas

de fantasmas marginados,

llega la hora más cruel de tu recuerdo

con la invasión de todo lo que fue tu entrega.

X

De cuerpo presente y con el alma dolida,

ante la inmensa redención de mis ensueños

pregunto, proclamo y acepto, vida,

la geometría que propones

y das a la existencia.

El dolor inevitable

y el delirio del placer

nos acompañan en el camino

de la vida hacia la muerte.

Filósofo con más insomnios que sistemas,

comprendo que la historia

es el libro que todos formamos

con las páginas en blanco

de lo que no vivimos.*Tomados del libro Trashumancia del amor cautivo. 2 Tintanueva ediciones. México, 2008.

Francisco Tejeda Jaramillo

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14 El Búho

Un marido fiel

Y bien, ya que hablamos de esto, por mi parte

la única vez que estuve a punto de serle infiel a

Norma, me llevé un gran susto. Volvía yo de una

de mis frecuentes caminatas por las colinas a donde -de

recién casados- solía salir a despe-

jarme un poco la cabeza, cuando por

un senderillo de casuarinas y nopales

apareció una joven. Veinte o diecio-

cho años, cuerpo hermoso, la mira-

da ardiente, manos ávidas, nerviosa

lengua en punta como una cola de

alacrán. Algo decía con la mirada; mi

pensamiento respondió y, dócil, la

seguí hacia unos prados en los que

florecían los mirasoles y había hojas

tiernas, pero también espinas, rocas

y unas fragancias misteriosas, que,

casi sin darme cuenta, me perturba-

ron los sentidos.

herMinio MArtínez

Gelsen Gas

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Ella me contemplaba, riendo y su actitud traía has-

ta mí un mar de limpia música. Yo no entendía por qué.

Hasta que, quitándose la ropa, me atrajo hacia su piel,

toda cubierta de una pelusa gris, en el preciso instante

en que a sus manos les crecían las uñas y una cola de

lobo se le movía en la espalda, agitándola, mientras

en cuatro ágiles patas corría a mi alrededor, gruñendo,

olfateándome, dando saltitos como la gata o la perrilla

a la que se le ofrece un trozo de hígado.

-¡Ave maría Purísima! -exclamé- ¿Qué está pasan-

do? ¿En qué animal se ha convertido?

Y cogí un palo. Pero la fea criatura continuaba

rodeándome, ansiosa, a punto de saltar sobre mi boca,

seguramente para darme un beso, morder mi cuello,

romperme la camisa, el pantalón, hacerme suyo.

-¡Tiene que ser el diablo! -continué-. Voy a rezar

un Padrenuestro y a partir la vara en dos para formar

la cruz.

Y sí, en cuanto la puse ante sus ojos, tras un hon-

do chillido reculó asustadiza, mirándome el estómago

y desapareció entre los peñascos.

En tanta confusión, no le conté nada a mi esposa

ni anduve con la curiosidad de conocer más del asun-

to, porque mi pensamiento era otro:

-¡Ni loco regreso a esa colina! -murmuraba-. No

volveré a caminar por la barranca.

Hasta que, por casualidad, un día, al salir del mer-

cado, encontré a uno de los señores con los que oca-

sionalmente conversaba al bajar del cerro. Al recor-

darme, sin más se puso a platicar la historia de varios

adolescentes muertos aquel mismo año y en las mis-

mas laderas a las que yo subía.

-¡Qué bueno que a usted no le tocó! Estaban destro-

zados. Sin ojos, sin entrañas, sin sus partes íntimas.

Tonto

Nuestro matrimonio no iba bien. Desde el primer día,

Clementina me llamó insecto, cucaracha, rondón, es-

carabajo. Pero no experimenté la sensación de ser algo

distinto, diferente a mi cuerpo de sólo veintiún años

cumplidos: apuesto, erguido -según los comentarios de

mamá-, culto, estudios, responsable y muy trabajador.

Ella tampoco era este monstruo. Las cosas em-

peoraron a partir de que inventó que yo andaba con otra.

Nada menos que con la hija de un herrero al que le había-

mos mandado hacer una ventana. Y después con otra,

y otras. No hubo felicidad, sólo alegatos, gritos, golpes.

En una ocasión traté de hablar con ella, motiván-

dola a cambiar sus hábitos y ser más consecuente.

-Intenta comer menos, Clementina, para que vivas

sana, existen fórmulas; busca lo natural. Haz ejercicio…

-¡Por eso no has querido que tengamos hijos!

-argumentó llena de rabia-. Para sentirte libre, gu-

sarapo… -y me arrojó un cuchillo, el cenicero, la

guitarra-. Para irte por ahí, pero te arrepentirás cuando

conozcas mi poder, llegará el día en que necesitarás de

más de cuatro patas para moverte por la tierra, insecto.

-Conoces la recomendación del médico -le

dije-. Hay que bajar de peso, tienes el colesterol muy

alto. Pondrías en riesgo tu estado de salud y el del

bebé, si lo tuviéramos… Tal vez después, con trata-

mientos y menos carne roja, ni refrescos.

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1� El Búho

-¿Me llamas gorda? ¡No me ofendas, Arturo! -es-

talló-. ¿Qué insinúas, ciempiés? Te guste o no, así me

siento bien.

-Pesas ochenta kilos más que yo. Perdóname.

-¿Y qué?

-La calidad de vida, Clemen.

-¡Mosquito! -disparó.

-La autoestima, mujer.

-¡Maldito!

-Hay que querernos más.

-¡Energúmeno!

De ahí en adelante la noté distinta. Aun me acom-

pañaba a la iglesia, colgada de mi brazo, pero sin

suspender la retahíla de denuestos con que continua-

mente me trataba.

-¡Estúpido! ¡Sólo a alguien como tú se le ocurre no

tener un niño! Con lo que yo los amo… Mis

chiquitos.

-Algún día…

-¡Algún día! ¡Algún día! ¡Siempre es lo

mismo, imbécil! ¡No sales de ese cuento!

-Perdóname… -insistí.

-Ni para eso sirves. Ya ves, Carmen el

loco, loco, loco, pero lleva tres y al hilo. Se-

guramente Guadalupe y él ya habrán pensado

en cinco.

-De acuerdo, pero es que…

-¡A callar!

-Está bien, no quiero que te enojes.

Sin embargo, continuó insultándome,

esa mañana y todas las demás, vistiéndome

con todos los oscuros nombres que su alma

le dictaba: zancudo, ruedalomos, chapulín,

langosta, insecto, tijerilla, araña, ¡perro!

Su poderío es asombroso. Dice que lo

heredó de su mamá y ésta, a su vez, lo trajo de la

suya, quien tenía la virtud de hipnotizar lechu-

zas y murciélagos, preparar bebedizos y trans-

formarse en una hormiga, de esto ella se jacta.

Enrique Zavala

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de nuestra portada 1�

Ayer volvió a lo mismo. Ya casi anochecía, porque

era la hora de cenar y discutíamos…

-Entonces ten paciencia -respondí-. Con el amor

de Dios todo se puede.

-¿Paciencia?

-Vamos a pedírselo al Señor. Se necesita fuerza;

voluntad, amor, coraje. Todo consiste en que controles

esa manera de comer.

-¿Otra vez con eso?

-Dios es muy grande. Él…

-¡Silencio, come santos y caga diablos! ¡Cállate!

-Perdón…

-¡Hormiga!

La alcancé a escuchar. Estábamos en la cocina,

contemplándonos. Ella, enojada; yo, preparándome

un café. Luego gritó:

-¡Fuerza de voluntad! ¡Yo tengo esa fuerza! ¡Donde

las mujeres comen las hormigas lloran! ¡Tonto!

Y siguió comiendo, burlándose de mí, que me que-

dé tirado, bocarriba, asustado, moviendo las patitas,

tres, cuatro, seis… ¡Ocho! Ocho y una barriga enorme,

aparte de las antenas, el olor y mi cabeza con su tena-

za en la mandíbula.

Las Muchachas

El autobús se detuvo justamente cuando Ramiro Bel-

trán Rosas, el Beltranejo, parado a media carretera le

apuntaba al conductor con un rifle de diábolos.

-¡O se para o se muere! -gritó, como si en reali-

dad hubiera sostenido un arma de fuego, sin siquiera

titubear frente a la gran mole de fierro y láminas que,

bramando peor que una tormenta del verano, se le

venía encima- ¡Se tiene que parar el hijo de su madre!

-repitió con el dedo en el gatillo y el ojo bien puesto en

la mira del cañón.

-Ojalá lo haga, porque detrás de nosotros vienen

más de diez hombres disparándonos tiros de verdad…

-murmuré yo, abrazado a una de las tres chicas re-

cién rescatadas de El Palmar de Ojuelos: prostíbulo,

fonda, cantina y hotel de paso, del que acabábamos

de huir. Rosa Rangel, Albertina de Santiago y Ana Lilia

Arriaga eran las jóvenes mujeres, adolescentes todavía,

que tres días antes, al llegar nosotros a aquellas playas

de Salina Cruz, habíamos visto bañándose, comple-

tamente desnudas, en un mar intenso y plagado del

color azul de los sitios recónditos que tienen la cos-

tas de Oaxaca. “¿Qué es lo que ven mis ojos?”, clamó

uno de nosotros. “Pescaditos dorados”, me acuerdo

que respondí yo, tropezándome en la arena. “¿Qué no

son ilusiones mías?”, exclamó otro. “No, son cuerpos

-insistí-. Las ilusiones no poseen volumen ni formas

de ésas”. “Pero también brillan, ¿no?”, se defendió es-

tático el otro compañero.

Nosotros: Ramiro Beltrán Rosas, Luis Valdés del

Pinar, Lino Dorantes y yo, habíamos optado por ir-

nos de vacaciones, de aventón hasta Puebla o hasta

donde el dedo nos llevara, dando la feliz casualidad de

que el segundo auto que nos levantó, ya en las goteras

de la ciudad de México, iba a Cholula, conducido por

un médico borracho, quien, casi sin preguntarnos

nada, se detuvo a recogernos, porque, como nos ex-

plicaría después, vio que éramos escolares con cara

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1� El Búho

de buenas gentes. “Pongan sus mochilas atrás para

que vayan cómodos, chamacos”, nos pidió, bajándose

él mismo a abrir la cajuela del equipaje. Observamos

que también era gordo, alto e iba muy bien vestido.

“¿De dónde son? ¿Qué rumbo llevan? ¿Dónde estu-

dian?”, nos interrogó con la curiosidad de un policía.

“Somos de aquí y vamos adonde nos lleve el viento...

Estudiamos el tercer semestre de filosofía”, Ramiro se

anticipó a mentir. “Pues entonces ni hablar: llegare-

mos a Cholula, si ustedes lo desean, porque ése es mi

destino”. Después, con el gusto reflejado en las pala-

bras, uno a uno le fuimos recitando nuestros nombres.

Al último, él nos dijo el suyo, sólo que era tan largo

que únicamente se nos grabó el tercer apellido: de los

Cobos y Sánchez de Tagle Melgarejo. “Ya que nos hace

este favor, nos quedaremos en Puebla. De allí contin-

uaremos el viaje a Veracruz -manifestó, otra vez por

nosotros, Ramiro Beltrán Rosas. “Ustedes nada más

ordenan. Yo haré lo que me indiquen, chavos”. Con-

cluyó de los Cobos y Sánchez de Tagle Melgarejo.

Recorrimos más de cien kilómetros hasta la

urbe poblana. En compañía de aquel médico a quien

nuestra plática lo llevaba emocionado y hasta medio

sobrio. Y él, por su parte, hablaba y hablaba de un

familiar suyo que era poeta, al que iba a ver porque

recibiría, lo recitaba con orgullo, la Flor Natural en los

Quincuagésimos Sextos Juegos Florales de la Escuela

Normal Superior de aquel estado. Era un hombre de

lentes, con más papada que pelo en la cabeza y segu-

ramente más dinero que un senador de la república,

por el carro y las alhajas que le fuimos admirando has-

ta la “ciudad de los conventos” donde nos dejó tras

habernos regalado cincuenta pesos a cada uno, antes

de continuar él solo por su camino. “Que se diviertan

mucho... -todavía nos dijo al despedirse-. De verdad.

Están en la edad de merecer. Vayan con Dios, hijos”...

“¿Y los suyos? -alguien preguntó, ya casi sin que hu-

biera necesidad-. ¿Sus hijos, doctor? ¿Son pequeños

todavía?”... “Yo no tengo hijos. Me casé, pero no pude

conseguir familia. Ahora vivo solo”. Nuevamente le di-

mos las gracias y lo dejamos ir.

Al principio, no supimos qué hacer; sólo vagar, va-

gar y vagar, observando los aparadores, los árboles,

la catedral, los portales, la gente, hasta que nos meti-

mos a una librería de monjas. “Aquí nos quedaremos

a pasarla bien, en buena cama y con mejor cena”, les

dije yo, con la misma determinación con la que día a

día me iba enfrentando a los ramalazos que no logra-

ban hacerme huir completamente de los recuerdos de

una infancia hundida en la pobreza, para lo cual, an-

tes de cruzar las primeras palabras con las religiosas

que estaban al frente del establecimiento, con aires de

ser personas sumamente ocupadas, les expuse:

-Ustedes nada más síganme. Escuchen bien cómo

voy a hacer creer a estas monjas que somos semina-

ristas -les conté en secreto a mis amigos. Después,

con gran ternura y dominio de la situación, me dirigí a

ellas: “Madres, somos paulinos”... “¿De los de México?

¿De los que hacen libros?”, se apresuró a preguntar

una de ellas, no de tan mal ver y casi tan joven como

nosotros. “Sí, de Taxqueña”. “Aquí vendemos La familia

cristiana y todas sus colecciones de libros sobre pas-

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Francisco Del Castillo Lozano

toral -continuó explicando la religiosa, antes de hacer

la obligada pregunta-: ¿Qué andan haciendo por acá?

¿Adónde se dirigen, si se puede saber?”. Se interesó. “A

las misiones, madre. El padre Costamagna nos envía

al Soconusco. Allá vamos a vacacionar haciendo ado-

bes... ¿usted cree?”. “¡Magnífico! -exclamó ella, aún

más interesada-. ¡Magnífico y adelante! El padre Costa

es un gran apóstol. Somos amigos, de vez en cuando

también nos visita. Qué bien que los envíe a esa región

de México. ¿Son novicios?”, volvió a preguntar. “Sí. Por

eso mismo vamos. A los profesos les permiten ir a sus

casas, a nosotros no”... “Lo sé. Lo sé. Yo también pasé

por ésas. Un día fui novicia”. Habló otra vez, suspiran-

do. Al parecer, era la que mandaba en la librería “San

Pablo”. Más tarde les expliqué a los compañeros cómo

era que yo conocía los nombres de los superiores y

las actividades que los muchachos, allí en el seminario

paulino, realizaban desde su arribo, durante la niñez

hasta su ordenación sacerdotal ya en la edad madura.

De modo que esa noche, bastante fría, la pasamos en

la casa de las hermanas, donde cenamos a cuerpo de

rey y -tal como se los había pronosticado- dormimos

en buena cama hasta que fuimos descubiertos por una

postulante que, mientras nos turnábamos la regadera

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de un baño que estaba en el otro extremo de la cons-

trucción, se había metido a revisar las pocas perte-

nencias que llevábamos, encontrando de todo, menos

vidas de santos ni sotanas: preservativos, revistas de

mujeres denudas, nuestros minúsculos trajes de baño,

visores, el rifle de diábolos, cigarrillos, bronceadores

y hasta una botella de tequila a medio consumir, ro-

bada al médico. Naturalmente que su hallazgo puso en

alerta a la pacífica comunidad. Armadas con sartenes,

cuerdas, escobas y recipientes para recoger basura,

nos enfrentaron. “Mejor váyanse -clamó la superio-

ra: una redonda y sonrosada alma de Dios, quien, al

mirarnos en nuestros cueros, soltó un largo suspiro.

¡Váyanse ya, por caridad, antes de que llamemos a las

fuerzas públicas!”. Y sí lo hubieran hecho. De no haber

sido por las edades que teníamos, seguramente hu-

biéramos ido a parar a la cárcel con todos nuestros

huesos. Pero nos vieron tiernos, sin malas intencio-

nes; nada más con el afán de divertir-

nos. “Nos vamos, madre”. Murmuró Luis

Valdés, temblando. “Nos vamos”, repetí

yo, sin avergonzarme para nada. “Sí, nos

vamos”, agregó Lino Dorantes, guiñán-

dole un ojo al Beltranejo, quien comenzó

a reír: “¡Ah, qué madres!… Ni hablar...

Nada más permítanos cubrirnos, ni modo

que nos vayamos así, nos lincharían, ya

ven cómo son de mochos los poblanos”.

“¡Tienen quince minutos para que se arre-

glen y desaparezcan de esta casa! ¡Ni un

segundo más! ¿Entendido?”. Exclamó la

mujer, quien voluntaria o involuntaria-

mente volvió a suspirar, paseando su

mirada entre los cuerpos. “Correcto”,

otra vez tomó la palabra Ramiro Beltrán

Rosas. “Y no vuelvan a burlarse, criatu-

ras”, murmuró ya más tranquila, apar-

tándose de nosotros, pero sin desviar los

ojos. “Lo prometemos. Ésta ha sido una

emergencia. Gracias”. Se atrevió a con-

Hugo Navarro

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cluir el Beltranejo. De manera que antes de la una ya

íbamos hacia Veracruz en un camión de tablas, cele-

brando la victoria y la ocurrencia. Ni siquiera habíamos

almorzado. Después lo haríamos con toda libertad

y a manos llenas, antes de subirnos al tren, también de

carga, que esa noche nos llevaría hacia Juchitán, ya en

el estado de Oaxaca.

Lo demás sucedió en el trayecto, durante la

madrugada. En el vagón sobre el que nos habíamos re-

costado a contemplar el cielo, algo se empezó a agitar

debajo de las lonas sobre la que habíamos acomodado

las mochilas. “¿Qué ocurre? -se inquietó Luis-. ¿Es-

cucharon? Parecen fieras”... “No lo sé, algo ruge allá

abajo, es verdad -le respondí, poniéndome de pie-. Es

como si este ferrocarril llevara leones”. “¿Qué?”, excla-

maron los demás, levantándose también, impulsados

por el mismo susto. “Sí, ¡leones! Óiganlos”. Efectiva-

mente, el carro se estremecía por los zarpazos y los

brincos que adentro de él daban las fieras. El hambre

los había despertado. Nos olieron, nos sintieron al al-

cance de sus garras y querían comernos. Eran de un

circo. Lo supimos en Juchitán. Para nuestra desgra-

cia, al abordar clandestinamente el tren, coincidimos

en el vagón donde llevaban también los animales. Eso

fue todo. Saltaban con la esperanza de alcanzarnos,

sin lograr su objetivo, porque nosotros, al escucharlos

rugir, calculábamos bien el momento en que brincarían

a arañar la lona con que iba cubierto el carro. Así nos

fuimos divirtiendo, jugando con las fieras, y al llegar

a la estación donde nos bajaríamos para de allí irnos

hasta Salinas Cruz, corrimos la cubierta para arro-

jarles los restos de unos pollos que habíamos com-

prado en Veracruz, antes de partir. La escena fue es-

pantosa, casi se mataban entre ellos por una brizna.

“Desaparezcan -habló Ramiro Beltrán Rosas-. O estos

demonios nos engullirán también”. “Si se escapan

-dije-. Porque de otra manera, no”... “Salten. Vámonos.

Dejémoslos antes de que otra cosa nos suceda”, insis-

tió. Fue cuando en el carro contiguo descubrimos el

letrero, “Circo Rey”, entre lienzos multicolores, barras

de acero, cuerdas, rollos de alambre, vestidos de ar-

tista y enanos que cantaban canciones de amor bajo la

luz de las estrellas, como para contrarrestar la enorme

tristeza que el silbato de aquella locomotora iba re-

gando por los pueblecitos tropicales. El tren continuó

hacia Tonalá. Nada más alimentaron a los leones y a

otros animales: varios camellos, algunas llamas y no

menos de una docena de caballos blancos.

Fuimos a comer algo mientras llegaba el trans-

porte que nos llevaría al mar. Recorrimos las calleci-

tas del lugar y conversamos con todas las mujeres

y hombres, que, a esas alturas del amanecer aún no se

acostaban. Al puerto de Salina Cruz arribamos en un

camioncito verde que se llamaba El Tunco Loco, al filo

del mediodía. A esas horas, en que desordenadamente

soplaba el viento, el mar brillaba como un vidrio que-

brado por el fragor del aire. Comimos en una palapa,

junto a un río de flores y enredaderas primorosas; en

seguida se nos ocurrió irnos a caminar, entre las tor-

tugas y los cangrejos gigantes que nos salían al paso,

para presenciar el milenario aunque siempre nuevo

acontecimiento del atardecer hecho crepúsculo.

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22 El Búho

Fue entonces que las vimos. Allí estaban las tres,

como las sirenas de Ulises, nadando solas y bellas en

una superficie de aguas y luces encendidas. El venda-

val lo había acercado todo: el cielo, el sol, las emocio-

nes de hallarnos en aquel sitio sin nadie, nada más

nosotros y la selva. “¿Ya vieron? -preguntó Luis-. Ob-

serva, Leonardo Albor, échate ese taco de ojo”. Me dijo

a mí. “Sí. Ya veo”, respondí, aferrándome al suelo para

que no me fuera a derrumbar el viento. “¿Y tú, Lino?

¿Y tú, Beltrán?”. “No estamos ciegos ¡caramba!... Sí.

Allí están: son tres”. Dijeron. “Sí, tres hermosas niñas

para estos cuatro niños, ¡ahh!”. Hicieron bajo el enro-

jecimiento general de aquel ocaso. “Vamos a verlas,

pues”. “Vamos a agarrarlas antes de que se las lleve la

tormenta”... “A hablar con ellas. A que nos platiquen

una historia”.

En sólo quince minutos nos enteraron de su vida.

Y aunque estuvieron con nosotros hasta que la oscuri-

dad barrió completamente los añiles, no se quisieron

fugar esa noche con nosotros, como les propusimos,

por temor a ser asesinadas. “Si nos escapáramos aho-

ra. Si ya no volviéramos al Palmar de Ojuelos, nos bus-

can. ¡Son unos desalmados! Además, tienen espías en

todas las regiones. A quien no trabaja la estrangulan.

“Las visitaremos. ¿Están de acuerdo?”… “Claro. Si pa-

gan el consumo... Ése es precisamente su negocio. Si

quieren ayudarnos, vayan mañana al Palmar de Ojue-

los y allí planearemos nuestra fuga”... “Iremos. De

eso no tengan la menor duda. Mañana iremos a bailar

con ustedes hasta el amanecer”. Dijimos, mientras

ellas seguían informándonos cómo, desde pequeñas,

todas aquellas mujeres allí cautivas eran secuestradas

en otras poblaciones, para ser llevadas a ése y otros

antros que eran propiedad de los señores Pola. Alber-

tina era de Torreón; Rosa de Tlaxcala y Ana María de

Pénjamo. Además, después de trabajar, las encadena-

ban. Y solamente les daban permiso de ir a bañarse a

la bahía para que las sales del mar les desinfectaran

aquello tan buscado por una clientela compuesta de

truhanes, pendencieros, borrachos comunes y presta-

mistas de nivel. Viudos, escolares precoces y alguno

que otro cónyuge de buen comportamiento. De mane-

ra que, a la noche siguiente, las conocimos en su ám-

bito de humo, gritos y pleitos en los que de inmediato

sacaban las pistolas. Su historia nos conmovió pero

no estábamos enamorados de ninguna de las tres.

Simplemente quisimos ayudarlas a escapar de aquel

punto sin ley. Con ellas hicimos planes, fingiendo ser

sus clientes. El dinero que nos regaló el médico sirvió

para comprarles algunos tragos y caricias. “Entonces

hasta mañana”, les dijimos. “Sí, hasta mañana”, res-

pondieron al servirnos y servirse la última copa con

nosotros, y cobrarnos los tragos y los besos. De mane-

ra que al día siguiente, en punto de las diez, de pie

en la angosta carretera, esperábamos con ansiedad el

autobús que nos llevara a la ciudad de México. Ramiro

continuaba apuntándole al conductor, y el muy bruto

hubiera sido arrollado de no haberse detenido aquél,

justamente en el instante en que la turba de los enar-

decidos clientes y dueños del negocio estaba a punto

de alcanzarnos.

-¿Qué sucede, muchachos? ¡Suban! ¡De prisa! -dijo

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el hombre, abriéndonos la puerta.

-Nada, señor, que nos persiguen -respondió Bel-

tranejo, ocultando el rifle-. Vinimos a cazar pajaritos y

esos señores se enojaron...

-Se nota -respondió el chofer, cuando ya había acele-

rado el motor y estábamos fuera del alcance de ellos.

-Salimos a cazar güilotas y hallamos estas tres

-dije yo, ruborizándome-. Es de diábolos -enseguida agre-

gué, señalando el rifle-. Para que nadie se preocupe...

-Siéntense por ahí. Así es la gente en esta costa

brava. Cuando no sucede de noche sucede de día, pero

es lo mismo.

El camino fue largo. Y aunque todavía traíamos

dinero, el conductor no quiso nada.

-Déjenlo -dijo-. En México les hará falta. Segura-

mente van a tener que dormir en algún hotel. Les reco-

miendo El Perro Negro, en el corazón de la Merced.

Pero no tuvimos que dormir en ningún hotel de

paso, porque las muchachas decidieron regresar in-

mediatamente a sus hogares, no sin antes despedirse,

llorando, de cada uno de nosotros, dándonos sus di-

recciones, con la promesa de que en cuanto estuvieran

con sus padres nos escribirían para invitarnos a ir a

visitarlas. Lo cual no sucedió.

Carlos Bazán

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24 El Búho

Tres razones me hicieron aceptar la

presentación de este libro: la primera,

corresponder a René Avilés Fabila por

la gentileza que tuviera de presentar mi novela

Don Julián echa su gato a retozar de editorial

Nueva Imagen, hace algunos años; la segunda

por el tema que aborda en torno a los sucesos

de 1968, de los que no me siento ajeno y que

marcaran mi vida para siempre, y el tercer mo-

tivo porque tuvimos un amigo en común tan

convencido del triunfo del socialismo que se

marchó a la Unión Soviética para estudiar ad-

ministración en campos de producción colec-

tiva, doctorándose en esa materia. Me refiero

a Rafael Aguilar González, quien murió sin ver

cumplir su sueño.

EL GRAN SOLITARIO DE PALACIO, es una

novela sobre los acontecimientos de 1968, así

como su entorno político y social. Para muchos

Rafael JunqueRa

José Juárez

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de nuestra portada 25

lectores quizá sea el único documento que les per-

mita tener una idea de lo acontecido. Ello es expli-

cable porque las referencias sobre esos hechos son

escasas, El periodismo mexicano, salvo contadas

excepciones, careció de objetividad y profesiona-

lismo y no estuvo a la altura de las exigencias de

ese momento.

Así que la literatura, también escasa por cier-

to, es la única opción que las nuevas generacio-

nes tienen para conocer esos hechos que tanto

han marcado la historia reciente de México. Salvo

los estudios de Ramón Ramírez, El Movimiento Es-

tudiantil de México, Parte de Guerra; Tlatelolco 1968,

de Carlos Monsivais y Julio Scherer y El 68, de Paco

Ignacio Taibo II, los libros que hablan sobre los

acontecimientos de esos días son muy pocos. Así

lo reconoce Gonzalo Martré, uno de los pocos ana-

listas que quiso ofrecer un compendio general que

recogiera con amplitud toda la creación literaria

sobre esa etapa. En su libro El Movimiento Popular

Estudiantil de 1968 en la novela mexicana a 50 años

de la tragedia, sólo destaca a Las Muertes de Aurora

de Gerardo de la Torre; Los octubres del Otoño de

Martha Robles; La Plaza de Luis Spota, novela para

congratularse con el gobierno, y que más le valiera

no haber escrito nunca; Los días y los años de Luis

González de alba; El 2 de Octubre no se Olvida de

Antonio Velazco Piña, Amuleto del chileno Roberto

Bolaño y La Noche de Tlatelolco de Elena Ponia-

towska, como las obras más conocidas en relación

a ese momento histórico.

Mención aparte merece, EL GRAN SOLITARIO

DE PALACIO de René Avilés Fabila, obra que hoy co-

mentamos y a la que se le considera, a la distancia,

como uno de los más serios esfuerzos por dar fe de

ese movimiento.

René Avilés Fabila nos dice en alguno de sus es-

critos: “Yo concebí el libro como un amplio mural.

No se trataba de hacer una crónica novelada del 68

ni un testimonio, mi intención era repasar los cin-

cuenta o sesenta años y ver que había terminado en

una parodia. Y algo más: equiparar a todo los gobier-

nos “revolucionarios” con los tiranos latinoameri-

canos. Crear a un dictador eterno al que cada seis

años lo transformaban dándole nueva apariencia y

un programa distinto.” Su idea de hacer de todos los

gobernantes, uno solo, unificados por el atropello,

autoritarismo y servilismo, le dio en su momento

una gran aceptación. Un solo hombre y distintas

mutaciones sexenales. El revolucionario, El caba-

lleroso, El civilista, El austero, El viajero que nos

promueve por el mundo, El guardián que nos pro-

tege, Todos infalibles y patriotas; Inmensos, epóni-

mos, fuertes como Hércules, de altos vuelos como

el cóndor andino, Conquistadores como Carlo-

magno o Gengis kan, inquebrantables como Aníbal

o como Juárez. Esta etapa del centralismo mandón y

adulador, pensamos que se había ido para siempre.

Señores debo decirles con profunda pena, como

en el cuento de Monterroso que hemos despertado

de un sueño guajiro y el señor presidente está ahí,

frente a nosotros sin moverse, sin haberse ido, tan

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2� El Búho

grande, tan sabio e infalible como ha sido siempre,

y por si fuera poco ahora hasta copetón y gaviotón.

Si se pretende analizar el movimiento del 68

sólo en función de la rebeldía, el incumplimiento

de un pliego petitorio y la reacción desmedida y

violenta del gobierno, no se llega muy lejos. Sería

difícil entender lo que pasó. No es tan simple, ni li-

neal como algunos suponen, no fue ocasionado por

el enfrentamiento entre dos escuelas y la represión

que le siguiera. Es mucho más que todo eso, mucho

más que el mismo pliego petitorio cuyo contenido

parece insustancial a la distancia. Destitución de los

jefes policiacos de la ciudad de México por haber

iniciado la represión, Desaparición de los cuerpos

de granaderos, Derogación del artículo 145 del có-

digo penal a donde se tipificaba el delito de diso-

lución social, El cese de la represión a estudiantes

y centros de educación, Libertad a presos políticos

y libertad a estudiantes detenidos e indemnización

a las víctimas de las distintas agresiones.

Expliquemos brevemente el entorno en que se

dieron esos acontecimientos. Sólo así podremos

apreciar y valorar la pretensión del autor de dejar

constancia novelada de uno de los momentos más

dolorosos de la nación y ello nos hará valorar el

esfuerzo de René Avilés Fabila. No está por demás

exponerlo. Parece mentira que después de casi cin-

cuenta años se sepa muy poco de esos sucesos tan

cruciales en la vida de México

En la víspera de los acontecimientos que sacu-

dieron a este país, México presumía ante el mun-

do su éxito económico y su estabilidad interna. En

efecto, entre 1940 y 1968, en México se construyó

la base industrial que le permitió la consolidación

de una gran clase media, se disminuyeron impor-

taciones mediante una política proteccionista de la

industria nacional (todo lo opuesto a lo que ahora

se hace), se mantuvo uno de los niveles de inflación

más bajo del mundo, menos de un 3 por ciento, y

el campo, con todos sus problemas, vivía una gran

productividad, pero el mayor orgullo de la clase

dominante era el crecimiento que el país tenía de

un seis por ciento anual, además, claro, de una gran

estabilidad política. Lo que no era poco comparado

con el resto de los países de américa, que Vivían

sumidos en golpes de estado, revueltas políticas y

dictaduras militares.

Lo que no se decía es que esa estabilidad no

se debía a la plenitud de una democracia, sino pre-

cisamente a la suplantación de ésta por el autori-

tarismo. La clave de nuestro sistema se sustentaba

en un partido político dominante, un férreo control

de las instancias electorales y un sistema corpora-

tivo, y de cuerpos policiales brutalmente eficaces.

Y por si algo faltara, un pleno dominio sobre los

medios de comunicación. Dentro de este sistema

que pretendía venderse al mundo como ejemplar,

había grandes inconformidades. Entre enero y ju-

lio hubo fuertes represiones que trataron de inhibir

todas las protestas sociales. Se reprimió una con-

centración popular que exigía la libertad de los es-

tudiantes de la universidad Nicolaita de Michoacán

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de nuestra portada 2�

que permanecían presos desde que la misma fuera

tomada por el ejército. En febrero, un zafarran-

cho entre preparatorianos, provocado por porros,

arrojó varios heridos y un muerto, y con las mar-

chas del 26 de julio, se generalizó la violencia. En

marzo, Demetrio Vallejo y Valentín Campa que per-

manecían en prisión después de que se aplastara al

movimiento ferrocarrilero, se declararon en huelga

de hambre con el apoyo de grandes núcleos socia-

les y estudiantiles. Las cárceles estaban atiborradas

de luchadores sociales y de líderes obreros como

resultado de la represión sistemática a los mov-

imientos por incumplimientos contractuales, como

fue el caso de mineros, telegrafistas, electricistas,

médicos, y maestros. El gobierno, por su parte,

justificaba su dureza contra las demandas laborales,

como una forma de propiciar las inversiones extran-

jeras y no ausentar a la industria que ya se había es-

tablecido en el país y que permitía nuestro llamado

milagro mexicano. Esta situación permeaba a las

escuelas de educación superior y existía una estre-

cha interrelación entre ellas y el explosivo ámbito

social. Situación que inquietaba y ponía nerviosos

a los centros de poder que daban los últimos toques

a los preparativos para la celebración de los Juegos

Olímpicos que habrían de celebrarse ese año en

Mayra Armijo Ugalde

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nuestro país. Poco se ha considerado pero la suce-

sión presidencial que ya estaba en puerta, sería otro

factor determinante. A escasos dos años del relevo

presidencial había alguien a quien de forma par-

ticular le interesaba enrarecer una atmósfera so-

cial que le permitiera mayores posibilidades para

acceder al poder. Se hablaba de Alfonso Corona

del Rosal jefe del departamento del D.F., de Emilio

Martínez Manatou secretario de la

Presidencia y de Luis Echeverría Álva-

rez, secretario de gobernación. A uno

de ellos, en particular, le interesaban

ciertas condiciones de inestabilidad y

violencia que le hicieran propicia su lle-

gada a la Presidencia de la República.

Los elementos externos que inci-

dieron en el pensamiento de la época,

fueron diversos y ello explica, en cierta

forma, las conductas de ciertos sec-

tores sociales. El maniqueísmo ideo-

lógico era lo dominante. No había más

que el mundo libre o el totalitarismo.

Economía estatal o libre empresa.

Frente a frente, potencialmente explosi-

vas, estas dos concepciones de la orga-

nización social marcaron a la llamada

guerra fría. De acuerdo a su ubicación,

los países estaban alineados en uno u

otro bando. En el caso de México, la

sujeción al imperio, lo obligaba a rep-

rimir a todo aquél que protestara y en

el colmo de la paranoia se juzgaba como comunis-

tas a toda organización que levantara la voz, o que

planteara cualquier demanda de mejoría salarial. El

capitalismo, por su parte, trataba de presentarse al

mundo como la opción más humana y justa. Los

salarios y prestaciones en esa época eran altos si

los comparamos con los actuales. Era una estrate-

gia para aislar a obreros y empleados de la tentación

Pepe Maya

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de nuestra portada 2�

comunista. Este modelo presumía el nivel de bien-

estar que los asalariados podían alcanzar.

Otros factores de inquietud social que estaban

presentes, eran La Revolución Cubana; la interven-

ción americana en Vietnam, el creciente desacuerdo

contra esa guerra por parte de amplios sectores

en el mundo, incluyendo a los EE.UU; la lucha por

los derechos civiles y la muerte de Martin Luther

King; la paralización de Paris por el movimiento

de mayo de obreros y estudiantes; y las luchas por

la independencia en muchos países de África, que

se sacudían del yugo colonialista, en especial la lu-

cha en el Congo acaudillada por Patricio Lumumba.

Por otra parte también impactaban en la juventud

las luchas generacionales y el sentido de la existen-

cia que se daba en el viejo mundo. La guerra que

terminara en la década de los cuarenta había exigi-

do enormes sacrificios para la población europea.

Esos sacrificios, en muchos casos, tenían que ver

con la cancelación de libertades y el racionamiento.

La generación de la posguerra había reconstruido

su mundo con sacrificio y disciplina. Las nuevas

generaciones decidieron ya no pagar ese precio tan

alto. Querían vivir a plenitud sin ataduras a un pasa-

do tortuoso y de falsos valores, ni estar sujetos a un

futuro incierto. Querían un protagonismo en razón

de su juventud, no querían seguir teniendo al adulto

como modelo infalible a quien se tenía que imitar

a ultranza. Buscaban la identidad que siempre les

habían negado. Por eso, en estos años, brota la cul-

tura, la moda, la literatura, la música de la juventud,

amén de su propia filosofía. Vivir hoy, a plenitud

este día, era la consigna en una gran parte de ellos.

Los cambios contraculturales estaban presentes con

el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comu-

nicación y la naciente fiebre por las drogas psico-

délicas, la revolución sexual, el feminismo moder-

no y el arte que proponía una reivindicación del in-

dividuo frente al estado.

La lectura de la novela de René Avilés me inquie-

ta. Me regresa en el tiempo. Me mueve por dentro,

trae a mi mente y a mis emociones todo cuanto

he señalado. Lo que relata en forma directa, como

crónica, o de manera sesgada, refleja, da cuenta

de un hecho monstruoso que se dio en México, y

que nos estigmatizó ante el mundo, vil y oprobio-

so como la matanza de la Plaza de Tiananmen en

1989, o el genocidio de Ruanda de 19 que dieran

a esos países una imagen detestable. Lo que ocu-

rrió en Tlatelolco ese trágico atardecer, a pesar de su

magnitud y de su enorme vileza, quiso ser ocultado,

junto con los cientos de muertos que cayeron abati-

dos por las balas. Así hubiera sido con la complici-

dad de los medios nacionales, y la prohibición que

hicieran de la prensa extranjera, que era numerosa

con motivo de la olimpiada, para no presentarse

a ese lugar, pero no contaban con la sagacidad de

una periodista como Oriana Fallaci, quien estuvo

en el lugar y fue testigo de aquellos sucesos que

conmovieron al mundo y que ella diera a conocer.

En efecto, la crónica de esta gran mujer, herida por

el impacto de balas que recibiera en esos aconte-

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cimientos, circuló entre los más importantes periódi-

cos del viejo mundo. Previamente, en impreso de

mimeógrafo hizo circular en México su versión, sa-

biendo que el silencio forzado nos impediría saber

la verdad. Oriana Fallaci, entonces dijo al mundo

lo que nadie se atrevió a decir en México. Esta sin-

gular mujer tenía 39 años y era reconocida como

heroína de la resistencia italiana contra la invasión

nazi cuando sólo contaba con 14 años de edad. Por

cierto, debo decirles que esta mujer ejemplar murió

en 2006 en Roma, víctima de cáncer, a los 77 años

de edad, Oriana Fallaci, en el testimonio oral y Ma-

rio Menéndez, en el testimonio gráfico, son las dos

grandes fuentes que dan vida permanente a esos

hechos.

Avilés Fabila, en el capítulo 12 y subsiguientes

de su libro, hace un relato, casi cinematográfico,

del genocidio del 2 de octubre en la plaza de las

tres culturas. Teje una crónica detallada, dramática

donde plasma las acciones del batallón Olimpia al

mando del Gral. Hernández Toledo y de las distintas

corporaciones policiacas que provocaran a las fuer-

zas armadas para generar la agresión contra la

masa estudiantil. Ese atardecer, aquel lugar se con-

virtió en un escenario de dolor y de violencia, donde

cientos de jóvenes, encontraron la muerte. Era la

respuesta brutal e inhumana que el gobierno daba a

quienes creían que se podía aspirar a una sociedad

más libre y democrática. Era el enorme precio que

tenía que pagarse. En la página 128, como prueba

de la gran participación ciudadana en el movimien-

to, señala Avilés Fabila, el caso del hombre que se

presentó con sus dos pequeños hijos y un cartel

que decía “Mi esposa no pudo venir: está enferma,

pero aquí estoy yo con mis hijos”. Ese hombre, en-

tonces desconocido se llama Daniel Ponce Montuy

y era un pintor tabasqueño. Él me conto la forma

milagrosa como pudo escapar de aquel infierno.

Las bengalas, los helicópteros, el fuego cruzado, los

gritos desgarradores, las expresiones de pánico, las

ráfagas, el zumbar de las balas, el grito desesperado

de los heridos, el último aliento de los muertos, de

los cientos de muertos. Todo junto, como una nueva

versión del Guernica de Picasso. Estremece, lacera,

nos despierta la rabia e impotencia de entonces,

nos hace regresar a una pesadilla que no se borra

aun del recuerdo.

La prensa mexicana dio cuenta de esa masacre,

minimizándola, o haciendo creer que había sido un

enfrentamiento entre los soldados y los enemigos

de México. El Universal decía en su página principal:

Tlatelolco Campo de Batalla. Durante varias horas

Terroristas y Soldados sostuvieron Rudo Combate.

El Sol de México: Manos Extrañas se empeñan en

Desprestigiar a México. El Objetivo Frustrar los XIX

Juegos. Novedades: Balacera entre Francotiradores

y el Ejército. La Prensa: Balacera del Ejército con

Estudiantes. Excélsior: Recio Combate al dispersar

el Ejército un Mitin de Huelguistas. El Nacional:

El Ejército tuvo que Repeler a los Francotiradores.

El Heraldo: Sangriento encuentro en Tlatelolco.

Ningún encabezado reflejaba la realidad de los

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hechos. Cada una de estas publicaciones daba dis-

tintas cifras de heridos y en ninguno se rebasaba

la treintena de muertos. Si bien esa masacre fue

tergiversada por la gran prensa mexicana, no así

por los grandes diarios del mundo donde salió des-

tacada en las primeras planas. Los más notables

intelectuales franceses hicieron pública su pro-

testa por lo acontecido. Simone de Beauvoir, Jean

Cassou, Claude Roy, Leo Matarasso, Jean-Luc

Godard, Jean Paul Sartre, Andre Kastier, Françoise

Sagan, etc. Hermanándose con el pueblo mexicano

enviaron un enérgico telegrama al Presidente Díaz

Ordaz, donde le decían en su parte final “... Pedimos

solemnemente al Gobierno Mexicano que repruebe

la sangrienta provocación policiaca y militar, que

reasuma el diálogo como lo piden los estudiantes

y que no destruya para siempre la imagen del país

de Hidalgo, de Juárez y de la Revolución de la cual se

dice heredero”. Clamor mundial inútil. La decisión

de asesinar masivamente a estudiantes era una or-

den presidencial y esa orden para nuestro sistema

era sagrada y más que el reproche merecía la admi-

ración al Presidente y el aplauso. “Yo asumo la res-

ponsabilidad de esos hechos y si de algo me siento

orgulloso es de haber salvado a la patria ese día”

había dicho el Presidente. Y por si quedara duda,

Rocco Almanza

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un año después, el 1ero. de septiembre, durante

su quinto informe de gobierno había reafirmado:

“Asumo íntegramente la responsabilidad personal,

ética, social, jurídica, política e histórica por las de-

cisiones del gobierno en relación con los sucesos

del año pasado”. Había mil 172 personas ese día

en la Cámara de Diputados. 1172 se pusieron de

pie y lo aplaudieron largamente. Algunos lloraron,

otros lo hicieron con un nudo en la garganta. Gus-

tavo Díaz Ordaz, con voz trémula por la emoción no

se cansaba de decirles: “gracias”, “gracias, señores

diputados”. ¡Qué espectáculo! ¡Qué emoción! ¡Qué

orgullo tener un país así!, debieron pensar muchos

de ellos, ¡Qué orgullo tener un Presidente así!, debió

ser el clamor de aquellos ejemplares mexicanos.

Quienes no hayan leído el libro de René Avilés,

les recomiendo que lo hagan. No le demos la es-

palda a ese momento de la historia que nos ha to-

cado vivir. Si soslayamos esta etapa tan significati-

va, sería muy lamentable, porque ello explicaría, en

gran medida, los errores del presente. Deseo cerrar

mi intervención con la opinión del crítico italiano

Giussepe Bellini, quien señala que “El gran soli-

tario de Palacio concentra, con certeza y vitalidad

elocuente, una fuerte denuncia, un juego extraordi-

nario de humor e ironía, una interesante propuesta

Peter Saxer

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de estilo y de estructura, por la vía de una ágil y

efectiva novela testimonial que con maestría logra

mezclar los mejores atributos de un escritor y perio-

dista en plena madurez.” Yo por mi parte agregaría

que la obra tiene mucho de crónica mordaz e inci-

siva, de sátira grotesca. Refleja, en cierta forma, el

espectáculo bochornoso, ruin y tragicómico de la

vida nacional, de nuestra historia reciente.

Ayer como ahora, la impunidad sigue imperan-

do como un símbolo que nos es muy propio. México

es el país de la impunidad. Hace ya muchas déca-

das que la amnesia parece dominarnos y nada nos

perturba, como si también estuviéramos muriendo

en vida. El crimen vinculado a la democracia y a las

libertades, quizá tenga su arranque en la masacre

de Huizilac, Morelos, a donde encontrara la muerte

el General Serrano y sus más cercanos partidarios,

por oponerse a la reelección de Álvaro Obregón. Cri-

men que hubiera quedado en el olvido, de no haber

sido por Martin Luis Guzmán quien en su novela

La Sombra del Caudillo dio cuenta de esos hechos.

No menos conocidas son la masacre de Topilejo de

1930, donde se diera muerte a un centenar de vas-

concelistas o el asesinato de más de mil almaza-

nistas en los años cuarenta para acallar a quienes

ponían en duda el triunfo electoral de Ávila Cama-

cho, así como los incontables crímenes para acallar

a los seguidores del General Enríquez Guzmán en

la década de los cincuenta, quienes de igual modo,

ponían en duda el resultado electoral. Nuestro olvi-

do no sólo se remonta al pasado, sino a hechos

recientes. El crimen de la guardería de Hermosillo,

ocasionado por un incendio para borrar evidencias,

el de los mineros sepultados en vida en Pasta de

Conchos, La masacre de Aguas Blancas en Guerre-

ro, en 1995, el Crimen de Acteal de 1997, en Chen-

alho, nos muestran al mundo como una nación de

cínicos e inmorales, de asesinos despiadados que

no se detienen ante nada cuando se trata de preser-

var los privilegios borrar huellas o cobrar vengan-

zas. Seguimos con las mismas falacias, Los mismos

patrones de adulación a quien gobierna. Estamos

ante un grave proceso de desintegración nacional.

Nuestro cuerpo, el cuerpo de la república carcomido

por la corrupción y la gangrena de la inmoralidad,

muere minuto a minuto ante nuestro propio aplauso.

Estos días Arturo González de Aragón, señaló que

las principales plagas que infectan a México, son: la

mala educación, impunidad, inseguridad, partidos

políticos, monopolios y el mal gobierno. No dejó

títere con cabeza. Debe saber de qué habla. No es

ningún guerrillero verbal. Durante muchos años fue

el titular de la Auditoría Superior de la Federación.

Sé que este día, es un día de alegría por ser el

día de la Libertad de Prensa. No quiero echarles a

perder la fiesta. Celebren, siéntanse felices, pero

no olviden, 2 de octubre no se olvida, no debe

olvidarse.

*Se presentó en el Palacio legislativo de Xalapa, Veracruz, el

sábado 7 de junio.

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Si el tiempo reuniera nuestra materia después de la muerte, y nuevamente la ordenara

tal y como está ahora, y otra vez nos fueran dadas las luces de la vida (...)

Lucrecio

I

Dijo mamacita Naturaleza:

Saliste un día de la nada con el

compromiso de regresar otro día a la

nada. ¿No lo recuerdas?

¿Cómo que no sabes de qué estoy hablan-

do? ¡Se trata del breve recreo conocido como la

vida! Las plantas, los animales, el hombre. To-

dos despiertan a la vida. La vida: un alinearse de

partículas inorgánicas sujetas a instrucciones y

dotadas de magia, magia denominada propie-

dades de la materia.

Pero yo no quiero regresar a la nada o lo que

sea. No será nada fácil convencer a Mamaci-

ta. Pero lo intentaré. Veamos. ¿Cómo el hom-

bre volcó esa magia a su favor? ¿Qué practicar

MArcoS Winocur

Perla Estrada

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la cirugía, inventar el oficio de médico, en una pala-

bra: invadir el recinto del cuerpo humano, confieso

que se viene haciendo desde hace milenios. Segundo,

trasplantes de órganos, desde hace décadas. Tercero,

la construcción genética, desde hace algunos años. Fi-

nalidad confesa: la longevidad. Finalidad secreta: aca-

bar con la muerte, no regresar a la nada.

Has sacado viaje redondo, me recuerda Mamacita

Naturaleza.

No me importa, no quiero.

Pero si no duele.

Ahí está el problema, no duele nada, ni me doy

cuenta, entro a una zona de insensibilidad para

después acabar en la nada.

No es para tanto, se trata de un recaer en el reino

inorgánico, eso es todo.

Callé, me quedé pensando. ¿Qué es eso de recaer

en el reino inorgánico? ¿Así disimula el regreso a la

nada? A mí, que no me venga con cuentos. Una vez

reducido a polvo ¿quién irá a rescatarme? No, no y no.

Me rebelo contra Mamacita Naturaleza, perdónenme.

Me gustaría imaginar mi regreso a la nada pero no

puedo, no puedo entender qué será mi propio no-ser,

es extraño, no logro ponerme en paz conmigo mismo,

quizá resultaría más adecuado preguntar: ¿cómo no-

será mi propio no-ser? Y llegado a este punto, me pier-

do completamente, ya ni sé de qué estoy hablando.

Ser, no-ser, morir, dormir, son las palabras de Hamlet.

Claro que en él tienen otro sentido: el ser es más bien

su deber ser dentro de la vida, enfrentar a los asesinos

de su padre. Y aquí, en este diálogo con la Mamacita,

estamos navegando en aguas metafísicas, es un no-

ser que desde luego supone no-vida.

La mente se dispara, no la puedo detener. Preferi-

ría pensar en un suave helado de fresa o en una suave

mujer, pero ya la mente está disparada, rechaza las

tentaciones. ¿Cómo será no ver, no oír, no moverse,

mirarse sin ojos en un espejo sin imagen, no estar, y

a pesar de todo continuar siendo? Lo curioso es que,

si bien no puedo imaginar mi propio no-ser, sí puedo

concebir la muerte del otro. Ahí está su cuerpo, ten-

dido en la caja, esperando el fuego. Ahí están sus ceni-

zas, esperando la tierra. Y ahí está su ausencia. Está

su ausencia presente, es algo que se palpa, le pasa

a los otros, la muerte, un día están, al siguiente no, y

la vida continúa.

Pero yo ¿dónde quedo? ¿Qué es eso de estar au-

sente y no estar en ningún otro lado? El lugar de donde

me fui ¿cuál es? Ese lugar ¿se va conmigo o permanece

“acá abajo”? Ese lugar ¿lo ocupa mi cuerpo desprovisto

de energía, es decir, mi cadáver, mis cenizas, mi nada?

Porque recaer en el reino inorgánico, es una broma de

Mamacita Naturaleza, no creo que nadie me reconoz-

ca en el polvo o en la piedra o en el viento. Tampoco

al otro, es cierto. Pero de él está su presencia ausen-

te y su ausencia presente, tal vez sea un inútil juego

de palabras, no encuentro mejor manera de expresar

las ventajas que tiene sobre mí aunque él tampoco a

su turno, pueda explicarse su propio no-ser y sí pueda

hacerlo con el mío porque yo, para él, soy el otro.

Pero hay más. ¿Por qué? ¿Por qué la nada? ¿No

se trata más bien de el todo? Ese todo indiferencia-

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do donde yo hacía precisamente la diferencia. Estaba

vivo. Pertenecía al reino animal. Era un primate su-

jeto a evolución. Así, era parte del todo más que de la

nada, diferenciándome cada vez más, de un individuo

a otro.

Como si escuchara mi pensamiento, Mamacita

Naturaleza retoma la palabra.

Hijo, ya estuvo bueno, deja de intervenir en lo que

no sabes, ya estuvo bueno de andar curando enfer-

medades, de cirugía, de médicos, de trasplantes... ¡y

la construcción genética es el colmo, tu temeridad

no tiene límites, eres el clásico expulsado del Paraíso

que trata de recuperarlo a como dé lugar, atragantán-

dote con los frutos del árbol de la ciencia! Ya vimos qué

hiciste con tus descubrimientos en el campo de la ener-

gía nuclear, ya lo vimos: Hiroshima, Nagasaki, Cher-

nobyl, y el revólver atómico constantemente puesto en

la sien de la humanidad, claro, con abundante retórica

en contra de las armas de destrucción masiva. Mira,

te lo repito: mejor déjame hacer a mí, hasta ahora las

cosas no me han salido tan mal que digamos, manejo

una buena herramienta, ¿es que no has oído hablar de

la evolución?

Cómo no, la tengo muy presente: ¿quién sino ella

nos ha traído hasta el punto en que estamos?, nos ha

dado una reforzada inteligencia poniendo en nuestras

manos torpes (ahí está Chernobyl, ahí Hiroshima y

Nagasaki) poderes tan peligrosos como la energía nu-

clear o como la clonación. Y de ahí hemos pasado a

creernos dioses, cuando, con suerte, somos aprendi-

ces manejando irresponsablemente la facultad de dar

vida y de quitarla, y repartiendo apocalipsis a tontas

y a locas. En una palabra, la evolución, herramienta en

manos de Mamacita Naturaleza ¡nos dejó en posición

de volvernos contra ella y de paso contra nosotros

mismos! Pero nada dije y Mamacita Naturaleza retomó

la palabra.

Hijo mío, no tengas miedo. Tus cenizas serán echa-

das al vuelo o en la corriente de las aguas. También allí

se encuentra tu hogar, dejarás lo orgánico para entrar a

lo inorgánico. Este deambular es conocido y se celebra

desde remotos tiempos. El poeta Virgilio en su Eneida

así lo describe: “y la vida retrocedió a los vientos.”

Sólo que… pero déjame recordarte a Sócrates, el

filósofo sin par. Condenado a beber la cicuta, declara

a sus discípulos que ha descubierto algo maravilloso:

la muerte. Y la describe como una alternativa donde

“el tiempo íntegro no parecería más largo que una sola

noche.”

El agua o el aire, allí donde tus cenizas encuen-

tran el nuevo hogar, sea durante una noche socrática,

sea por mudanza instantánea, te serán generosos: han

de devolverte al mundo de los vivos. Entrar, es salir de

la piedra. Claro, desde la limitada conciencia plane-

taria, que es la tuya, la muerte luce como el fin de

todo, o bien te encomiendas a un ser superior, cuyo

nombre escribes con mayúscula. No, chiquito, no. Te

insisto: no acaba de disiparse la energía de tu cuerpo,

cuando ya estás de regreso al mundo de los vivos. ¿No

me crees...? Pues, pregúntale a la piedra, al relámpago,

a los vientos, a las aguas, a tus futuras cenizas. ¿Y qué

te dirán? ¡Que ellos no traen reloj!

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de nuestra portada 3�

Y si no traen reloj, no envejecen. Así que, vámonos.

¿No te convence? Pero mira que eres necio. No será

para ti otra cosa que el antiguo susto de ser inyectado,

más que dolor sientes tu piel vejada, allí, allí mismo:

donde un día de tu infancia decidiste depositar los

miedos: las inyecciones... herramientas para curar, eso

dicen. Para ti, la mismísima muerte.

-Y los miedos, ya sabes, se guardan intactos, y

luego, multiplicados, en plena actividad, te nublan el

relevo: siempre conservarás el ser, harás

pausas en el existir. Es la milicia de Job, es-

perar todas las horas el relevo. Un día estás

aquí, otro no lo estás, un día vienes, otro te

vas, el futuro te ha traído y te traerá tantas

veces como no tienes idea. Tu existencia

es vertical como la coordenada del tiempo,

y horizontal como la coordenada del espa-

cio. Ambas un día se encuentran, tú saltas

a la existencia y los relojes se ponen en

marcha.

-Mira, hombrecito. Déjame decirte

algo más. Cuando te quitas la soberbia y

aceptas que “todo es vanidad”, te vuelves

inteligente y tu cabeza dicta las palabras

del Eclesiastés, que más sabias no las

hay. Escucha, por favor. Escucha tu propia

voz: “lo que es, ya fue; lo que será, ya ha

sido (...). Lo que fue, eso será; lo que se

ha hecho, eso se hará; y acá en la tierra

no hay nada nuevo bajo el sol.” Y continúa

con esta pregunta: “¿Hay acaso alguna cosa

de la cual se diga: ‘Mira, eso es nuevo’? Eso ha existido

ya en las edades que nos han precedido. Aunque no hay

memoria de las cosas pasadas, ni habrá tampoco me-

moria alguna de las cosas que sucederán después.”

-Te invito a que lo leas nuevamente en el con-

texto de la Biblia. Y así, el domingo por la mañana,

cuando unos pesados llamen a la puerta de tu casa,

recomendándote la lectura del libro sagrado, tú po-

drás contestarles “ya lo hago”. Y me dirás si las pá-

Luis Roberto García

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3� El Búho

ginas del Eclesiastés no te traen serenidad, en esto le

damos razón a los predicadores del domingo y ya, que

de una vez se vayan. En cuanto tú les haces el menor

comentario, te sueltan un sermón... es parte de su tra-

bajo. Pero tú tienes otra milicia y callas y te atrincheras

en Job: “Muerto el hombre ¿podrá volver a vivir? En-

tonces, todos los días de mi milicia esperaría la hora

de mi relevo.”

-¿En qué estábamos? Ah, sí. En que tú, hombre-

cito, de nada eres creador, eres repetidor de todo. Y la

ignorancia te protege. Pues, si recordaras lo que pasó,

conocerías lo que pasará, y eso, hijito, te quitaría las

ganas de vivir. La novedad, su descubrimiento, es lo

que te mantiene en pie.

-Y algo más. Hablo del eterno retorno, no de la

reencarnación de las almas, no confundir. Del eterno

retorno que pone límites a la evolución. En cuanto un

evento se repite sin agregarse nada nuevo, la evolu-

ción cesa. No en general pero sí en determinada área

del tiempo y del espacio, y todo entra a repetirse. Es el

eterno retorno donde la evolución no existe, ya nada

va a cambiar. Todo seguirá cambiando, es la evolución

limitada por el eterno retorno. Todo seguirá cambian-

do, nada va a cambiar.

Así dijo Mamacita Naturaleza. La quiero mucho,

pero, no sé, huele a gato encerrado.

II

Y ¿qué creen? Hamlet no se ha

ido y quiere saber de qué se trata,

si nuestro “ser” se relaciona con el

suyo, que significa vengar al padre,

castigar al asesino y usurpador

del trono, en una palabra: la ac-

ción comprometida. Y cuando el

“no ser” se confunde con el morir,

dormir, cerrar los ojos, dejar co-

rrer a la infamia, nada quiero sa-

ber del mundo, arréglenselas sin

mí. ¿Triunfa la infamia? No es

cosa mía, los espectros del pasado

no me conciernen, así sea el de mi

padre. Ya conocemos la decisión

de Hamlet.

Margarita Cardeña

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de nuestra portada 3�

Lo nuestro difiere con la situación vivida por el

joven príncipe. No nos debatimos entre dos actitudes

morales, donde el “ser” es el “deber ser”. No, lo nuestro

es el “no existir” atemporal: un sueño profundo como

ningún otro, sin imágenes, donde el despertar es: el

existir de quien nunca ha dejado de ser, y que hace

entrada a escena armado de mente fresca, memoria

virgen, músculos a estrenar. Un volver a la vida, que es

desmorir y más tarde será desvivir, volver a la vida, que

es desmorir y... así por los siglos de los siglos.

En fin, la inmortalidad con cortes. Y “lo demás es

silencio”, diría Hamlet.

III

Y bien, tengo las manos libres. Incluso para llevarme

de acuerdo con la ciencia, sus cifras son a tal punto

desmesuradas, que equivalen a lo infinito para nos, los

pobres terrícolas. Enunciarlas es relativamente simple.

Darse una idea de las medidas que cubren, es ya otra

cosa. Entonces, digamos: cifras a la enésima potencia.

La vertical del tiempo me multiplica, contiene to-

das las posibilidades, entre ellas la que más nos inte-

resa: nosotros mismos. En fin, prefiero la metáfora a

las cifras, no me atrevo a intentar desplegarlas, tam-

poco computadora de por medio, me limito a darles

este trato: “a la enésima potencia”. Y sin embargo,

tales cifras son posibles dentro de nuestra lotería cós-

mica. Más: son inevitables.

Persiguiéndolas, llenaría primero un libro, luego

una biblioteca. Y no habría hecho más que comenzar.

IV

Sí, seremos lo que fuimos: polvo, pero “polvo enamo-

rado”, al decir de Francisco Quevedo y Villegas. Cuan-

do venas y médulas “serán ceniza mas tendrán senti-

do, polvo serán, mas polvo enamorado.” Si me propu-

siera traducir el lenguaje poético al biológico, diría:

esa tendencia de lo inorgánico a devenir en lo orgáni-

co; esa tendencia que se resiste a despedir para

siempre la vida, es el “polvo enamorado”. Tárdense

lo que se tarden, mis partículas tienen cita conmigo.

Así es este juego del nunca acabar. La virtud del in-

finito, por su parte, se manifiesta en el movimiento

perpetuo, éste, padre del tiempo: todo se va y nada se

va, todo se acaba y nada se acaba, todo está y no está

pero nunca deja de ser, “nada se pierde, todo se trans-

forma”, es la palabra de la Física.

La virtud del infinito, decía... Para tener una refe-

rencia de lo finito no hay problema, suficiente con mi-

rarnos al espejo. Pero lo infinito... Una imagen ha ido

pasando de mano en mano, no, de cabeza en cabeza.

De los griegos antiguos, Sixto el Pitagórico, unos cinco

siglos a. C., a los reflexivos de la modernidad, alre-

dedor de dos milenios después, como Thomas Brad-

wardine, Nicolás de Cusa, Blas Pascal, llegando hasta

nuestro hoy. ¿Y cuál es esa imagen?

Ésta: el infinito es un círculo cuya circunferencia

está en ninguna parte y cuyo centro está en todas par-

tes. La definición nos gana por su ingenio y originali-

dad. Además, toma una de las figuras más respetadas

de la Geometría, el círculo, gran señor de la perfec-

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40 El Búho

ción: todos los puntos de la circunferencia son equi-

distantes de otro llamado centro. Pero ¿qué ocurre? A

pesar de un comienzo tan auspicioso, algo anda mal:

hago centro en un punto y no llego nunca a describir la

circunferencia, de donde el centro queda como punto

a secas, y el círculo se evaporó. En este ejemplo, cir-

cunferencia y centro están reconocidos como los ele-

mentos constitutivos del círculo pero en condiciones

de imposibilidad. Y el centro en todas partes, que daba

la impresión de ventaja, no había que ir a buscarlo vaya

saber a qué galaxia, a la postre resultó un elemento de

incertidumbre, como si estar en todas partes y en nin-

guna fuera lo mismo en definitiva. Nos han timado. O,

si se quiere, este juego geométrico ha demostrado una

cosa: la impotencia para describir lo infinito.

V

Apostamos por él si se trata del gran animador de la

fiesta, el señor don Nunca Quieto, el señor don Movi-

miento. Nos retiramos del juego si la cuestión versa

sobre la extensión del universo, cuáles son sus límites,

si los tiene o si es como el mentado círculo. Y votamos

decididamente por el principio de conservación de la

energía (y de la masa) pues nos entusiasma saber que

ni una sola de las escenas será omitida por extravío

cuando toque el eterno retorno, donde cada secuencia

vivida hoy ya fue, e infinito número de veces fue e in-

finito número de veces es.

Veamos.

De Lavoisier en el siglo XVIII a Einstein en el siglo

XX, se consolida el principio de conservación de la ener-

gía (y de la masa) al punto que Carl von Weizäcker, uno

de los notables físicos contemporáneos, ha escrito en

la Biblioteca de autores cristianos: “no se conoce una

sola experiencia que, ni hipotéticamente, pudiera pre-

sentarlo como falso”. Si la equivalencia entre energía

y masa enseña que todo es uno, el principio de con-

servación de la energía enseña que todo es siempre.

Ambos son presupuestos del eterno retorno, ninguna

combinación posible de los elementos del universo se

escapa, ninguna se consume y desaparece para siem-

pre, sino que deja su sombra: muta en otra, y la combi-

nación que ha sido desplazada se guarda dentro de un

sobre cerrado, custodia a cargo del Ser. A la espera del

regreso, a la espera del llamado al juego del eterno re-

torno. Éste, cuando la mutación consiste en la muerte

biológica, es un entrar a la piedra y en el acto salir

a repetir la actuación, según discurso de Mamacita

Naturaleza.

VI

Y preside la contradicción. ¿Cuál? Ésta: sólo podemos

abarcar lo finito a condición de concebir lo infinito.

Abarcamos lo finito: voy de aquí para allá, de la sala

al comedor, de Puebla al Bronx, de la Tierra a la Luna.

Multiplicado el ojo por el telescopio, recibe el brillo

de una estrella que estuvo situada a la distancia de

no sé cuántos años luz. Así, hay un área para el ir y

venir dentro del sistema solar, otra área para percibir

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de nuestra portada 41

la presencia de astros lejanos, de distintas galaxias. ¿Y

luego? Se siguen áreas dando la continuidad al percibir

de nuestros sentidos. ¿Y tras de las galaxias? Nuevas

y nuevas áreas... no podemos concebir la ruptura en

el universo, sólo la continuidad. Incluso si al cabo de

“los algos” nos envuelve la nada, esa nada ¿qué otra

cosa puede ser sino una distancia mayor entre objetos

celestes?

Así, lo finito a condición de concebir lo infinito,

ni más ni menos que los números cardinales, según

la axiomatización de Peano: “el sucesor in-

mediato de un número es un número”. Que,

traducido al mundo de los objetos, da: la

sucesora inmediata de un área es un área

(de un “algo” es un “algo”, de un segundo es

un segundo). Es la sucesión de lo finito... que

no se acaba.

Es decir, lo finito es inconcebible si no en-

cuentra su “más allá” en proyección indefini-

da. Es un mundo donde reina la continuidad

hacia lo desconocido. Así, no podemos apos-

tar a que los objetos se prolonguen eterna-

mente (en el tiempo) o infinitamente (en el

espacio) y tampoco los números. Para unos

y para otros, objetos y números, preferimos

el término de “indefinidamente”, que no nos

compromete, quiere decir: por lo que sa-

bemos y deducimos de la experiencia, no

tienen fin. De ahí que nuestra certeza sea el

sucesor “inmediato”, sobre los mediatos nada

apostamos.

Como aquel cartelito de la tienda: “Hoy no se fía,

mañana sí”. Pero nunca llegaba el prometido mañana,

nunca aparecía el cartelito que dijera: “Hoy se fía”. Y al

dueño de la tienda le bastaba con dejar puesto el mis-

mo cartelito un día y otro pues en realidad la leyenda

debía leerse así: “Hoy no se fía, mañana tampoco”. Y la

serie de los días “de no fiar” se prolongaba indefinida-

mente. Pero nadie podía asegurar que de pronto, en un

acceso de locura, contagiado por las ideas del sobrino,

el dueño de la tienda por fin anunciara: “Hoy sí se fía”.

Luis Argudín

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42 El Búho

VII

Es el eterno retorno que, sin embargo, no termina

de convencer ni nos predispone a compartir el júbi-

lo nitzscheano sino más bien su locura. El miedo,

como efecto cultural de la muerte, el miedo sordo

y sin pausa, alojado en las vísceras, no se calma con la

promesa “sine die”, sin fijar fecha para el regreso con

la historia del instante único vivido o “morido”. Puede

más lo que está a la vista, la degradación del cuerpo,

que todo ese rollo. Y sin embargo, el eterno retorno

no tiene trampas, claro, si aceptamos sus premisas

base. Una, el carácter incesante del movimiento. Dos,

el carácter finito de las partículas integrantes del cos-

mos asequible. Dejamos de estar, dejamos de existir,

pero no dejamos de ser. Caemos del reino orgánico

al inorgánico, es la muerte. Caemos de lo complejo a

lo simple, es la muerte. Pero provisoria. Y a la manera

del príncipe víctima de un encantamiento,

llega un día el beso de la doncella para

dejar la forma de sapo y retomar el conti-

nente humano.

“Es un soplo la vida”, dice el tango. Y

no menos cierto -agrego-: es un soplo la

muerte. Y también, como alguien escribió,

“de la vida no saldremos con vida”, agrego:

de la muerte no saldremos con muerte.

Claro que no, el eterno retorno nos irá a

buscar a los confines del universo para or-

denarnos, como a Lázaro:

- Levántate y anda.

Y de la muerte saldremos con vida.

Acatando desde luego el catálogo de mode-

los posibles de Mamacita Naturaleza. Allí

figuramos, somos el “homo sapiens sa-

piens”, alineados escalones arriba de

nuestros abuelitos los primates, escalones

abajo del marciano telepático, del ET tipo

película ET, del langostón modelo filmes

“Hombres de Negro” o “Día de la Indepen-

Loenel Maciel

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de nuestra portada 43

dencia”, etcétera. Por desmesurado que sea, el catálogo

es finito como finito es el número de partículas cósmi-

cas y, por lo tanto, finito el número de combinaciones

posibles entre sí, por desmesurado que resulte.

Volveremos. Lo proclamaron Nietzsche y Blanqui

en el siglo XIX. Jubilosamente el primero antes de caer

en la locura, el segundo durante vacaciones forzadas

después de la Comuna de París. Y lo habían adelan-

tado los hindúes y los griegos antiguos, Platón y otros,

la idea cautivó a Borges y no fue ajena a Engels si se

lee el prólogo a su “Dialéctica de la Naturaleza”. Lue-

go de afirmar “la sucesión eternamente repetida de

los mundos”, cierra Engels el texto con estas palabras:

“por la misma férrea necesidad con que un día desapa-

recerá de la faz de la tierra la floración más alta de la

materia, el espíritu pensante, volverá a brotar en otro

lugar y en otro tiempo.” Por su parte, la literatura y el

cine de nuestros días han dado cobijo al eterno re-

torno. Kundera, el novelista, arranca su conocida obra

La insoportable levedad del ser, con una prolongada

reflexión sobre el tema. Por su parte, Tarkosvski, el di-

rector de cine, en su filme El sacrificio nos presenta un

cartero culto de nombre Otto, quien discurre también

sobre el eterno retorno. Sí, es una idea que seduce, un

espermatozoide idéntico de mi papá idéntico ganará

idéntica carrera para fecundar idéntico óvulo de mi

mamá idéntica. Y colorín colorado, este cuento habrá

recomenzado.

¿Cuál cuento?

Éste: un soplo de existir, un soplo de no existir... y

así de seguido en el eterno retorno de cada uno de los

modelos contenidos en el catálogo de Mamacita Natu-

raleza, donde lo posible cobra existencia y deviene lo

real. Puede aquí cerrarse el razonamiento o todavía

ir más lejos. Veamos. En el infinito espacial todo está

sucediendo. En el infinito temporal todo ha sucedido

y todo sucederá.

¿Volveremos, volveremos para que lo posible sea

real? El mundo físico, que está a la base, se conduce por

rígidas leyes como la ya mencionada: “nada se pierde,

todo se transforma”. Y luego, cuando de lo general

descendemos a los procesos de transformación, nos

damos con que las estrellas siguen un determinado

curso evolutivo y la ínfima mota de polvo también.

Dentro de esas leyes físicas cabe el eterno retor-

no. Pero se interpone Mister Tiempo. A ver, a ver, un

chequeo. Ese doble mío del futuro ¿quién es? Por más

idéntico que a mí sea, es otro, hay algo de él que no

se puede reproducir: el lapso durante el cual yo existí.

El tiempo, no conforme con hacernos envejecer, nos

juega una mala pasada. A ver, a ver. Yo desaparezco,

me ha tocado morir, preguntan por mí, no estoy. De

cabeza, me fui al pasado. ¿Y quién podría descender

hasta allí, darme unos plumerazos quitándome el pol-

vo para una segunda vuelta? Dicho en forma tajante,

nadie. Existí, ya no existo, punto. Todo podrá dupli-

carse, menos el lapso durante el cual existí. Con mi

muerte, nos separamos, yo brinqué al pasado inmóvil,

el movimiento a su destino incesante.

Un solo hecho es suficiente para dar jaque al tiem-

po desde el pasado inmóvil y ningún hecho pone fin al

tiempo, a su destino incesante.

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44 El Búho

La lengua es la herramienta que utilizaban los seres

humanos para conocer la realidad, hasta que alguien

descubrió su enorme valor como instrumento de domi-

nación. Se convirtió así en firma aliada de los imperios, para per-

petuar la autoridad de la metrópoli, cuando, tras la conquista, las

armas perdían su poder disuasorio. En

nuestros días, la situación no ha cambia-

do mucho, aunque timbales y clarines

se hayan acallado para invocar su valor

económico.

Las hazañas bélicas del pasado va-

lieron para que el castellano sea hoy

la segunda lengua más hablada del

mundo como lengua nativa, tras el chi-

no mandarín —aunque nadie discute

la supremacía del inglés como medio

de comunicación internacional—, con

450 millones de usuarios (casi 500, si se

incluyen las personas que lo han apren-

dido como lengua extranjera), y una ca-

pacidad de compra equivale al 9 por 100

MAnu de ordoñAnA

Jesús Anaya

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del PIB mundial. Es también la segunda lengua de comuni-

cación en Internet.

Estos datos imponen una reflexión sobre la naturaleza

económica de la lengua, más allá de su condición de bien

intangible de dominio público, ya que representa uno de los

activos más importantes que tienen los países que lo prac-

tican para generar riqueza y ocupar a la población con sala-

rios mejor retribuidos. Así lo ha entendido Fundación Tele-

fónica que, desde el año 2006, está patrocinando un amplio

estudio bajo el rótulo general “Valor económico del español:

una empresa multinacional”.

Su lectura prueba que la influencia del castellano está

en alza. Se estima que, en 2030, el 7.5% de la población mun-

dial será hispanohablante (un total de 535 millones de per-

sonas), porcentaje que destaca por encima del ruso (2.2%),

del francés (1.4%) y del alemán (1.2%). Para entonces, solo el

chino superará al español como grupo parlante de dominio

nativo. Si no cambia la tendencia, dentro de tres o cuatro

generaciones, el 10% de la población mundial se

entenderá en español, dado que el crecimiento

demográfico en el ámbito hispano es más alto que

en el chino o en el inglés.

En Estados Unidos, vive la segunda comuni-

dad hispana más grande del mundo —después de

México— y se espera que, en 2050, sea la primera,

con 132 millones de miembros, casi un tercio de

la población norteamericana, de los cuales, más

de un 70% utiliza el castellano en sus hogares.

Es además el grupo inmigrante que más mantiene

el dominio de su lengua a través de las sucesivas

generaciones y el que congrega más hablantes

adoptivos.

Compartir lengua multiplica por cuatro los intercam-

bios comerciales y por siete las inversiones provenientes

del exterior. Eso explica el valor que el idioma español tiene

para los que buscan trabajo. En Estados Unidos, el “premio

salarial” por su conocimiento puede llegar hasta un diez por

ciento. Las empresas ya saben lo que hacen: se estima que

esa capacidad de compra de los hispanos alcanzará niveles

del 12 al 13% del PIB mundial, en un futuro no muy lejano,

debido a las perspectivas de crecimiento económico que se

prevén en el continente americano.

El español es la segunda lengua más utilizada en las

redes sociales (Facebook y Twitter) y la tercera lengua en

la web por número de usuarios. De los casi 2,100 millones

de internautas que hay en todo el mundo, el 7.8% se comu-

nica en español, detrás del inglés y del chino, pero con un

potencial de crecimiento mucho más alto. El uso del español

en la red se ha multiplicado por ocho en el periodo 2000-

2011, mientras que el inglés lo ha hecho sólo por tres, debi-

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4� El Búho

do a la incorporación de usuarios latinoamericanos, aunque

el nivel de penetración es todavía bajo, comparado con la

media europea, por lo cual es posible que ese porcentaje del

7.8% se acerque al 10% en unos pocos años.

Sin embargo, la autoridad del español no se corres-

ponde con su nivel de difusión. Siendo una de las lenguas

oficiales de la ONU, es sólo la tercera en uso y no es idioma

de trabajo de su secretaría. En Europa, su importancia de-

clina, ya que tan sólo es la quinta más hablada en la Unión

Europea —junto con el polaco—, tras el alemán, el inglés, el

italiano y el francés. Ni siquiera es lengua oficial en la Corte

Internacional de Justicia, con sede en La Haya, cuyo estatuto

dispone que sean el francés y el inglés sus idiomas oficiales,

lo que pudo tener su justificación en el momento de su fun-

dación, pero no setenta años después.

Hasta hace poco tiempo, el ICANN no admitía el registro

de dominios con la letra “ñ”. Ahora ya es posible, pero poco

útil, ya que los ordenadores del universo no hispano carecen

de esa letra en sus teclados, con lo cual el acceso es más

complicado (Alt + 165). Los desvelos de la Real Academia de

la Lengua no consiguieron evitar que, por razones económi-

cas, la Unión Europea aprobara en 1991 los teclados sin “ñ”,

un símbolo de identidad de la cultura hispánica en el mun-

do, a pesar de ser un sonido usado por numerosas lenguas,

aunque con grafías de dos letras (“gn” en francés e italiano,

“nh” en portugués, “nj” en neerlandés, croata, serbio, finés

y albanés, entre otras). Es que la marca “España” está algo

devaluada, por encima de los Pirineos.

Este discurso laudatorio tiene una sola objeción, pero

muy importante: el poco respeto que tiene el español en el

Edgar Mendoza

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de nuestra portada 4�

mundo. Porque ésa es la cualidad que hay que mejorar, la

reputación del idioma, no para competir con el inglés —la

lengua franca del mundo globalizado—, sino para consoli-

darlo como la segunda realidad lingüística —dejando apar-

te al chino, por su singularidad nacional—, por delante

del francés, que todavía hoy goza de un prestigio residual

de pasados esplendores como lengua diplomática.

Para ello, sería necesario que los gobiernos afectados

adquirieran conciencia de los beneficios que la lengua pue-

de aportar a la economía de sus países. Se estima que el

español genera el 15% del PIB y ocupa de forma directa o

indirecta al 16% de la población activa en España. A poco

que se realicen actuaciones pertinentes para reconducir la

opinión pública hacia su reconocimiento como bien cultural

de garantía internacional, su peso en la economía tenderá

a crecer, paliando así los efectos de una crisis que todavía

durará unos cuantos años. Argumentos que reforzarían las

ventajas que proporciona la demografía los hay a montones,

desde la calidad de la literatura escrita en castellano, hasta

su ubicación geográfica en un continente llamado a ser el

contrapeso del gigante que emerge al otro lado del Pacífico.

Pero hay más cosas que se pueden hacer. Una de ellas

es la ortografía. Si ya en 1997, Gabriel García Márquez pro-

ponía jubilar la ortografía en el discurso inaugural del I Con-

greso de la Lengua Castellana (Zacatecas, México), el año

pasado, el escritor colombiano, Fernando Vallejo, se dirige

a las academias de la lengua para que el español deje de ser

un idioma “estúpido” y no siga cediéndole espacios al inglés

por no adoptar un sistema ortográfico basado en la fonética

y no en la etimología.

Su propuesta consiste en asignar un sonido a cada letra

y viceversa, mediante una relación biunívoca indestructible,

una fórmula que ya adoptó en la antigüedad la lengua feni-

cia y todas las que vinieron detrás. A este alfabeto le sobran

ocho consonantes, las tildes y la diéresis, para convertirlo en

un instrumento acorde a los requisitos de Internet y facilitar

la lectura y su aprendizaje. De esta forma, su manejo sería

más simple que el inglés, lo que permitiría ganar usuarios y

consolidar con holgura la segunda posición internacional.

¿Y la otra…? En la última etapa de mi vida profesional,

tuve la suerte de frecuentar ese hermoso país que es Brasil

y, más concretamente, el estado de Rio Grande do Sul y su

capital Porto Alegre. Allí se habla un dialecto derivado del

castellano y el portugués que ellos denominan “portuñol”,

surgido de forma espontánea —luego he constatado que

también existe algo parecido en la frontera hispano—portu-

guesa de Extremadura— y muy fácil de entender. Lo utilizan

habitualmente unos veinte millones de habitantes que viven

en los cuatro países ribereños (Argentina, Uruguay y Para-

guay, además de Brasil) del río Uruguay, como han podido

comprobar los miles de hispanoparlantes que se han des-

plazado a Brasil para seguir el Campeonato del Mundo de

Futbol que se celebra en este momento.

Pues bien, se trataría de crear una lengua única que sus-

tituyera a las dos originarias con los numerosos elementos

comunes que poseen y los más calificados entre los discor-

dantes, incorporando los bellos sonidos de la lengua lusa a los

más rudos del castellano y las muchas voces propias con lustre

de las lenguas autóctonas radicadas en sus territorios —tan-

to en la Península, como en el continente americano— para

construir el idioma más rico del mundo en cuanto a raíces

y vocablos, adaptado a la era digital y consumido por 750

millones de ciudadanos. Ambas son lenguas próximas y también

lo son sus culturas. Creo que el proyecto no es un dislate.