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  • EL DISPARATADO SECUESTRO DE ABEL CABALLERO POR PARTE DE LOS ROTONDIANOS…

    (O DE LOS ISLAMISTAS, O LOS DEL IRA, VAYA USTED A SABER…)

    Una sátira política de rabiosa actualidad

  • ISBN: 12-345-678-XDepósito Legal: VG 123-456

    El contenido de esta edición no podrá ser reproducido ni total ni parcial-mente sin el permiso del editor. Todos los derechos reservados.

    Edita: Clizia Ediciones. Mayo 2015(c) Jorge Alonso Álvarez

  • A mi hijo Jorge, en venganza

  • Prólogo: Humor, fantasía, retrato social

    I - De vinos por las parroquias

    II - A chorar a Cangas

    III - Un correo desde la isla de San Patricio

    IV - Vaya mierda de secuestradores, dejando rastros

    V - La conspiración de Figueroa para presidir la Diputación

    VI - La prensa se huele algo…

    VII - The Rock Bar: El pub de los excomandos del IRA

    VIII - Un poeta rotondiano lee La Voz…

    IX - Somos vigueses, jichiños de siempre, carallo

    X - Carmela es internada en urgencias

    XI - Entra en escena el párroco de Coia, don Emilio

    XII - Sálvora, la isla misteriosa gallega

    XIII - El “Cuchillos” atraganta el Gin&Tonic de media tarde

    XIV - Los narcotraficantes entran en escena

    XV - La última y definitiva decisión

    Epílogo

    11

    15

    25

    33

    39

    47

    53

    59

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    93

    99

    109

    117

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    Índice

  • Lo que tiene en sus manos, es una novela. Para dar mayor énfasis a su contenido, se han puesto nombres

    reales a unas situaciones absolutamente inventadas.Cualquier parecido con la realidad, sería, realmente, una pura

    coincidencia.

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    Prólogo“Humor, fantasía, retrato social”

    Menos mal que conozco a Jorge Alonso desde hace mu-chos años. Incluso más años de los que él cree. Por eso puedo certificar que es un tipo cabal, buena gente, gran hombre de la comunicación y recomendable como amigo. Si no lo conociese tanto, os tendría que decir: ¿Jorge Alon-so? No es fiéis de él. Es un tipo que sabe cómo ocultar a un alcalde secuestrado sin que las fuerzas del orden consigan la menor pista. Es un golfo viajero que sabe dónde están los pubs de Belfast más frecuentados por las huestes del IRA, y quien sabe eso, sabe Dios lo que puede tener en su cabeza. Y encima, en estos tiempos de hackers y de asaltos informáticos a empresas y gobiernos, incluso a ejércitos, el muy bandido sabe cómo utilizar las redes sociales y el correo electrónico sin dejar huella. Un tipo peligrosísimo.

    Lo que ocurre es que Jorge Alonso es de Vigo. Y tiene una cultura universal. Y si hubiera nacido un siglo antes sería maestro de Agatha Christie. Y conoce el agua y la tierra de

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    las Rías como su casa, quizá mejor que su casa. Y distin-gue una playa de otra por el sonido de las olas. Y de ese conocimiento de Vigo y de esa saber de los escondrijos de la tierra, unido todo a su sorprendente imaginación, le ha salido esta novela.

    No. Me estoy quedando corto. Unido su saber, su imagina-ción, su buena pluma y su proverbial sentido del humor, le ha salido una novela que no es una novela, sino una diver-tidísima exhibición de mirada de observador crítico con el humor más gallego. Lo suyo no es sarcasmo, aunque a ve-ces lo parece. Es retranca pura, escena tras escena y diálo-go tras diálogo. Jorge Alonso acaba de entrar con una sola obra en la antología de los grandes escritores que utilizan la ironía --¿será irreverente llamarle cachondeo?—como instrumento de crítica política y de costumbres. No ofende, divierte. No condena, se burla.

    No está bien que el prologuista de una novela caiga en la tentación de destripar su contenido. Por tanto, no lo haré. Baste decir en estas líneas que el eje argumental de la obra es algo que en Vigo se ha vivido con pasión rayana en el conflicto cívico y que tuvo repercusión nacional: la idea del alcalde Abel Caballero de colocar un barco en la ya célebre rotonda de Coya. A partir de ese episodio, Alonso construye una historia fantástica que creo no equivocarme si digo que consigue penetrar en los sentimientos persona-les de los vecinos que se opusieron al singular monumento y en las tribulaciones mentales, también políticas, siempre humanas, de los hombres y mujeres responsables del pro-yecto.

  • 13

    Como es natural, por lo menos deseable en un periodista, Jorge Alonso no toma partido por ningún bando. Se con-vierte en retratista de lo que pudo ver con sus ojos. Com-bina ese testimonio con su capacidad narrativa (un autén-tico descubrimiento) y con una capacidad fabuladora que le conduce a situaciones insólitas, cómicas, próximas al absurdo, pero posibles. Tan posibles en la pluma de Jorge, que parece mentira que no se hayan producido.

    Después de leer esta novela, privilegio a prologuistas concedido antes que al público general, tengo ganas de enviarle al alcalde Abel Caballero y a los vecinos de Vigo heridos por la solución de la rotonda un pequeño mensa-je: yo, visitante frecuente de vuestra hermosísima ciudad, no sé si el barco es la mejor solución para la rotonda. Me parece un buen símbolo, pero no tengo vuestra sensibilidad de vigueses. Y os digo una cosa: si la polémica, con todos sus riesgos, ha servido para inspirar una novela como esta de Jorge Alonso, valió la pena. Si se enriqueció el mobilia-rio y el paisaje urbano, esta obra es un valor añadido. Si se estropeó –todo es cuestión de gustos--, al menos se ganó un gran libro y Vigo y todos hemos descubierto a un exce-lente escritor.

    Fernando ÓNEGA

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  • 15

    “De vinos por las parroquias”

  • 16

  • 17

    Los cuatro miembros de la plataforma, Juan Alberto, Ela-dio, Miguel y Chicho, apuraban su cerveza Estrella en la cafetería “Hollywood”, en Coia, habitual como punto de encuentro. Estaba decidido. Ahora sólo había que poner en marcha un plan.

    Mientras, en la alcaldía de Vigo, el alcalde Abel Caballero estaba reunido con su mano derecha, Carmela Silva, y el concejal de Seguridad, López Font.

    El alcalde le estaba abroncando a Font:- Fuiste demasiado blando, Carlos. No se puede ser tolerante con los intolerantes. Y a partir de ahora quiero que pongas permanentemente una patrulla de los GOA en la rotonda de Coia. Como haya una sola pintada, un solo incidente, lo que sea, te responsabili-zo a ti personalmente.

    Carmela Silva asintió dándole la razón al alcalde. No se podía ser tan blando ante los intolerantes. El alcalde había dicho que el barco iba a ponerse en esa rotonda, y por eso, nada ni nadie debería oponerse. A ella, toda la gente que le paraba por la calle le pedía a gritos ese barco en la rotonda.

    Font intentó explicar que él sólo podía hablar por los Policías Municipales, que los Nacionales, los que habían deshecho el cordón humano, eran de la Subdelegación del Gobierno, pero de nada valieron sus palabras. El alcalde ya había dicho todo lo que tenía que decir, e invitó a salir de su despacho a Font mientras seguía despachando con Carmela.

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    - ¡Ay Carmeliña, desde luego estamos rodeados de ineptos! ¡Menos mal que estamos tú y yo para que esta ciudad siga siendo un referente de todas las ciu-dades de España y algunas del extranjero! ¿Sabes que me llamaron de Méjico DF para que vaya a dar una conferencia sobre el modelo de ciudad?

    - Es normal, Abel, todo lo que has hecho por Vigo debe exportarse. Y los mejicanos como vienen aquí, de vez en cuando a Barreras, ven que Vigo es una ciudad con vocación cosmopolita e internacional, por eso te llaman. ¡Ayyy!, ¡cómo me alegro por ti!

    - Bueno, y ahora vamos a preparar la agenda de esta semana. Que hay elecciones a la vista y tengo que estar más con los ciudadanos; que vean que paseo por Vigo, que voy a las parroquias, que me intereso por sus cosas, en fin, todas estas cosas que me molestan un huevo, pero que no queda más remedio que hacer en campaña.

    Faltaban aún bastantes días para las elecciones, pero había que bajar al ruedo. Al día siguiente, sábado, visitaría por la mañana una parroquia, después iría a otra a tomar un vino con los paisanos y después acudiría con Carmela Silva a un almuerzo en el Club Financiero con representantes del tejido empresarial local. Por la tarde deberían ir a un encuentro sectorial con mujeres y por la noche se reuniría con miembros del partido en Vigo.

    Le esperaba un día de campaña completo, así que deci-dió salir con Carmela y Font a tomar una cerveza rápida

  • 19

    con un pincho. Irían a la cervecería Estrella Galicia de la Alameda, la preferida de Font. Allí solía haber bastante gente, y era bueno dejarse ver a esas horas y después irse a descansar.

    Ajenos a todo esto, Juan Alberto, Eladio, Miguel y Chicho se fueron a casa de Juan Alberto, en pleno corazón del ba-rrio de Coia y se reunieron alrededor de la mesa. Cogieron papel y lápiz y empezaron a hacer sus cábalas. Sabían que al día siguiente el alcalde estaría en una parroquia tomando un vino con mucha gente. Y sabían que el alcalde, dada su edad, la próstata ya no le iba como cuando era joven, así que cada vez que tomaba algo, a los pocos minutos tenía que ir al baño. Jugaban con esta baza para hacer que su plan saliese perfecto. El día D estaba escogido. La hora estaba en función de la próstata del alcalde.

    Esa noche el alcalde durmió a pierna suelta. El barco ya es-taba en la rotonda, y todo había salido como él había queri-do. Es cierto que hubo unos pocos que intentaron boicotear el tema, pero el resto de Vigo, y de eso él no tenía ninguna duda, quería el barco en esa rotonda. Todas las televisiones de España habían hablado de Vigo. Vigo era noticia, Vigo estaba en el nombre de todos los españoles. Vigo, Vigo, Vigo… “Todo por Vigo y para Vigo”, lucía en sus sueños, en una banda de honor colocada por el clamor popular de los vigueses alrededor de su cuerpo. Él era Vigo, y Vigo era él. Y se durmió soñando con Vigo…

    Amaneció el sábado y, para ser un frío día de febrero, el sol apuntaba a que el día iba a ser bueno políticamente

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    hablando para el alcalde. Ni siquiera desayunó. Le llevó su conductor directamente a su despacho en la Plaza do Rei, y allí se tomó un café con algo de bollería mientras leía la prensa. Primero el Faro, como debe de ser. Le encantaba lo bien que trataba ese periódico la información referente a la alcaldía. Se notaba que eran imparciales y que veían todo con ojos de vigueses, no como otros.

    Cuando abrió La Voz de Galicia, casi se le atraganta el bollo. A toda página hacían un repaso de la operación Patos, nombrando a concejales suyos, empresas de amigos y, para más inri, un artículo de opinión de un periodista local, un tal Carlos Punzón, al que ya tenía bastante atra-gantado por sus artículos de opinión siempre contrarios al alcalde, volvía con los enchufes y con la pobre Carmela. ¿Pero que daño le ha hecho Carmela a este bobo?, se decía a sí mismo. Tendría que tomar él personalmente cartas en el asunto, ya que su gente de prensa no era capaz de callar a ese periódico. Concertaría una entrevista con el director. Llamó a Carmela al móvil:

    - Oye Carmela, ¿has visto al bobo ese de La Voz? ¡Qué pesado!, ¡siempre a vueltas con lo mismo! Es-toy pensando que el lunes voy a solicitar una entre-vista con el director para terminar con este acoso que nos hacen. ¿Qué te parece?

    - Huy, no, Abel. Tú eres el alcalde de la ciudad más im-portante de Galicia, la decimocuarta de España… No te rebajes a eso. Tu interlocutor válido es el presidente de la empresa, el dueño, Santiago Rey. Es con él con quién te tienes que reunir. Los demás son segundones.

  • 21

    - Sí, tienes razón, Carmela. Qué haría yo sin ti… Se lo apunto a mi secretaria para el lunes. Bueno, nos vemos en el Club Financiero a las dos. Espero que los parroquianos no me líen mucho, jejeje… Hasta luego.

    - Hasta ahora alcalde.

    Juan Alberto, Eladio, Miguel y Chicho ya habían llegado por separado, en dos coches y transporte urbano. Apar-caron el Megane del padre de Eladio al lado del local en el que iban a tomar el vino, justo en el punto por donde pensaban ejecutar su plan. Si todo salía como pensaban, podría salir de manera fácil y rápida. Siempre podría haber imprevistos, pero había que arriesgarse.

    El alcalde llegó a las 13:00, puntual, vestido con un inma-culado traje blanco, su traje de la suerte, y ya una multi-tud de vecinos le esperaba. Algunos eran críticos, pero él nunca perdió su sonrisa. Otros eran agradecidos, y busca-ban su abrazo. Después de oír a los vecinos, y como estaba previsto, entraron en el único bar de la parroquia, que se quedó muy pequeño para los cientos de vecinos que entra-ron de golpe. No en vano ese día el vino era gratis. Pagaba la Comunidad de Montes.

    Miguel y Chicho se fueron al cuarto de baño, Eladio se quedó en el coche con el motor en marcha y Juan Alberto se quedó en la puerta del baño, al lado de la barra, estraté-gicamente. Cuando el alcalde fuese a miccionar, no dejaría que nadie entrase.

  • 22

    Tal y como estaba previsto, el alcalde preguntó al presiden-te de la Comunidad por el cuarto de baño, y se lo señaló, al fondo de la barra. Entró, y Juan Alberto se colocó delante de la puerta.

    Dentro del cuarto de baño el alcalde se bajaba la cremalle-ra para hacer sus cosas en el orinal vertical. A sus espal-das, del baño con taza y puerta salieron Miguel y Chicho. Miguel, celador en el Meixoeiro, en los quirófanos, había sustraído un bote de “sevoflorane”, un gas anestesiante que en contacto con el aire se licúa, y en un minuto podía dormir a una persona. En el caso de Caballero, al ser de estatura más bien baja el minuto estaba garantizado. Lo cogieron por sorpresa, y le pusieron el paño con el aneste-siante en la nariz. Apenas opuso resistencia ante la fuerza de ambos, y el ruido en el local tampoco hubiese dejado oír mucho. Le amordazaron la boca con cinta americana y las manos y piernas con bridas. Todo en apenas dos minutos. Abrieron la ventana y lo sacaron por allí. No había nadie, como esperaban, en la parte trasera del bar. Solo el Megane encendido. Calculado todo milimétricamente, Juan Alberto entró y ya no había nadie. Cerró la ventana por dentro y salió de nuevo mezclándose entre la gente. Poco a poco se fue hacia la puerta y se dirigió a la parada del Vitrasa.

    Los otros tres ya se habían ido en el Megane y en el otro coche. Él cogió el Vitrasa dirección centro…

    Pasados diez minutos, y viendo que el alcalde no salía, el presidente de la Comunidad de Montes le preguntó a algu-no de la comitiva del alcalde si estaría malo. Le quitaron importancia. Últimamente sufría mucho de la próstata, y le

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    costaba orinar seguido, así que se lo tomaba con tranqui-lidad. O también era posible que estuviese hablando por teléfono lejos del barullo del local.

    Pero pasados quince minutos el nerviosismo ya empezó a cuajar. Entraron en el baño, pero el alcalde no estaba allí. ¿Por dónde había salido? Por la puerta no lo vieron, y la ventana estaba cerrada por dentro. ¿Qué había pasado? Eran las 14:00

    Mientras, dos coches se dirigían por la autopista hacia Cangas. Un Vitrasa estaba a punto de llegar a Coia, y Juan Alberto tenía que enviar un mail a su primo Iago, camarero en Irlanda.

  • 24

  • 25

    “A chorar a Cangas”

  • 26

  • 27

    Carmela Silva llegaba puntual al Club Financiero, y fue sa-ludada por todos y cada uno de los miembros de la Directi-va en el hall del mismo, haciendo tiempo hasta que llegase el alcalde. Ella les explicó que estaba en una parroquia con unos vecinos, pero que no tardaría en llegar. Mientras hablaban le sonó el móvil. Era López Font, así que no le cogió. Qué pesado, pensó, ¿no sabe que estoy en una comi-da?, y siguió de tertulia con los empresarios.

    Pero pasados ya más de quince minutos, ella decidió lla-mar al alcalde. Y se disculpó por él con los empresarios. El móvil del alcalde estaba apagado o fuera de cobertura. Carmela se empezó a inquietar. Le parecía raro que llegase tan tarde pero más raro aún que estuviese sin cobertura. Lo único es que siguiese por aquellas parroquias y la señal fuese mala, pero aún así llamó a López Font, para ver si su llamada era relacionada con eso. Le extrañaba que Caba-llero lo llamase a él y no a ella para decir que se retrasaba, pero bueno, probó con Font.

    Un Megane hacía la entrada a través de un portal auto-mático en una casa de dos plantas de una parroquia de Cangas, Coiro, seguido de otro vehículo, y se metía el primero directamente en el garaje de la casa, cerrándose a continuación. Las dos personas que estaban en el otro coche se bajaron, y esperaron, fumando un cigarro, fuera a que les abriesen la casa. A los pocos minutos Eladio salió por la puerta principal. La vecina de la casa de al lado los vio, y saludó a Eladio, hijo del dueño de la casa, Eleuterio. Él la saludó y se acercó a ella para decirle que él y sus dos amigos iban a pasar allí unos días para preparar los exáme-nes de la facultad del trimestre, que en Vigo había mucho

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    follón y era imposible concentrarse. A ella le pareció nor-mal; no era la primera vez que Eladiño hacía eso. Quedó en llevarle después huevos de sus gallinas y unas berzas y patatas para que comiesen bien, y no comida basura. Él se lo agradeció. Y entraron los tres en la casa y bajaron al sótano.

    Carmela se puso lívida. Al otro lado del teléfono el incom-petente de Font le estaba diciendo que no sabían dónde estaba Caballero, que había entrado en el baño pero que nadie lo había visto salir, y que la ventana estaba cerrada por dentro. “Se evaporó”, le dijo.

    - Carlos, -le dijo en tono imperativo- te quiero ver aquí en dos minutos. Ya.

    A Font le sobró uno, ya que estaba yendo hacia allí. Le pi-dieron al Presidente del Club un despacho para poder tratar un tema urgente. Cuando entraron ella tomó la voz:

    - Vamos a ver, Carlos, ¿qué historia es esa de que se evaporó, eres tonto o te lo haces?

    - Que no Carmela, que nadie lo vio salir del baño. La ventana estaba cerrada a cal y canto, es imposible que saliese sin ser visto.

    - ¿Estás seguro de que no salió por la puerta y entre el tumulto no se le haya visto?

    - Que no, que no. No salió.

  • 29

    - ¿Has llamado al Jefe de la Policía Local?

    - Sí, está allí ahora mismo. Están tomando muestras, pero me dice que allí hay más huellas que en un lo-dazal de cerdos. Está lleno de huellas de los vecinos, es el único bar de la parroquia, y no hay evidencias visuales que nos induzcan a nada.

    - ¿Habéis intentado posicionar el GPS de su móvil?

    - Sí. Pero está apagado. Necesitamos a la Policía Na-cional para localizar un móvil apagado por GPS, pues tienen el sistema. Estamos pendientes de ello.

    - Bueno, yo me voy a quedar a la comida, como si no pasase nada. Cualquier cosa que avances, si es que lo logras, porque vamos, en fin, cualquier cosa que avances me la mandas por mensaje al móvil, y si es muy urgente me llamas, ¿entendido?

    - Sí, Carmela.

    - Pues eso, espero tener noticias pronto.

    Carmela salió del despacho y les comunicó que el Alcalde había tenido una indisposición y que no podía estar con ellos. A ver si a lo largo de la comida se encontraba mejor y, por lo menos, podía estar en el turno de preguntas en los postres.

  • 30

    En Cangas, Abel Caballero despertaba ya fuera del coche. Le dolía la cabeza, y a su alrededor sólo veía tres sombras, y una luz fluorescente en el techo. No era capaz de ubicar-se, estaba desorientado. Faltarían aún unos minutos para que estuviese al cien por cien.

    Pasados los efectos del anestesiante, empezó a distinguir personas, objetos y cosas, aunque tenía una especie de resaca derivada del fármaco. Vio a tres personas con una capucha negra, una mesa, una silla y una pequeña cama, en la que estaba recostado. También comprobó que, si bien las manos las tenía libres, las piernas las tenía atadas una a la otra por los tobillos con unas bridas. Aún no era capaz de hablar, pero se preguntaba que broma era esta.

    Juan Alberto llegó a casa. Cogió su portátil, y volvió a salir. Cogió un Vitrasa dirección centro, hacia el Casco Vello. Allí había varios locales con wi-fi gratis de los que ya disponía de la clave. Tenía que envíar el mail redactado la noche anterior para su primo Iago, y necesitaba enviarlo sin dejar rastro desde dónde se enviaba. Tenía que crear una cuenta de Hotmail, y enviar un email a la alcaldía de Vigo.

    Iago recibió desde una dirección IP de Vigo un mail que le daba estas instrucciones:“Hola Iago: crea un Hotmail que sea “[email protected]”, hazlo desde una wi-fi lejana a tu casa, y a ser posible, que esté cerca de un parque, donde no haya cámaras. Cuando la tengas hecha me avisas, y te digo lo que tienes que enviar desde esa dirección. Abrazos de tu primo.” Nada más.

  • 31

    Iago se fue, siguiendo esas instrucciones, hacia el oeste de la ciudad. Encontró un pub, “The Rock Bar” en el que había wi-fi, del que ni siquiera tuvo que preguntar la clave, porque estaba escrita en un papel sobre la caja. Pidió una pinta Guinnes, la tomó y se fue. En frente había una zona ajardinada. Era ya casi noche, pero no vio cámara alguna. Aún así llevaba puesta la capucha de la sudadera para que nadie le reconociera. E hizo lo que le mandó su primo. La cuenta ya estaba operativa. Al día siguiente se lo confirmaría.

    Carmela Silva seguía intentando no perder la compostu-ra en la comida. Font aún no le había enviado nada, ni le había llamado ¿Qué estaba pasando? La comida estaba a punto de finalizar, y nada se sabía de Caballero. Ella, en los postres, disculpó públicamente al Alcalde, “una indisposi-ción de última hora”, dijo. Pero se puso ella a disposición de las preguntas de los empresarios.

    Una a una fue contestando como pudo las preguntas. Respuestas vagas, de argumentario, sin comprometerse en nada. En ese momento su cabeza no estaba en esa comida.

    En Cangas, Abel Caballero recibía un plato de berzas con patatas, caliente. En aquel sótano hacía mucho frío, y el calefactor que pusieron aún no había logrado calentar la estancia. Estaba helado de frío, así que bajo la mirada de aquellas personas, se tomó ese plato. Le sentó a gloria. Les preguntó quiénes eran y qué que querían, pero no recibió respuesta alguna. Les pidió ir la baño, y le enseñaron con el dedo una estancia sin puerta en el sótano. Había una ducha, un lavabo y una taza para hacer sus necesidades. Un espejo era toda la decoración del mismo. Se vio en él, y se

  • 32

    vio con cara cansada, avejentado. ¿Cuántos días llevaba allí, qué había pasado? No entendía nada.

    Carmela terminó la comida y se fue directa al Concello. Asumía desde ese momento la alcaldía accidental hasta que Caballero diese noticias. Como tal, ocupó el despacho de Abel. Llamó a Font y le dijo que fuese allí, y le dijo que avisase a otros concejales del equipo de Gobierno, al Jefe de la Policía Local, y al Secretario Municipal, había que saber qué hacer en esta situación legalmente. Convocó también, aunque era sábado por la tarde, a la secretaria de Caballero, necesitaba que estuviese allí, al teléfono. En-tendía que había una crisis y tenía que pilotarla. Sólo ella podía hacerlo.

    Toda la noche pasaron reunidos, en breve se cumplirían las 24 horas, y seguían sin noticia alguna. Era desesperante. Era, como decía Font, como si se hubiese evaporado de la tierra. Y eso era imposible. Por la mañana se tomarían por fin decisiones de importancia.

  • 33

    “Un correo desde la isla de San Patricio”

  • 34

  • 35

    Al amanecer, en Irlanda, Iago abrió su ordenador, y com-probó el correo. Allí estaban las nuevas órdenes de su primo. Tenía que enviar un correo a la alcaldía de Vigo, al mail “[email protected]”, a la atención de Carmela Silva desde el mail creado la tarde noche anterior. El texto que debía de poner era el siguiente: “Tenemos en nuestro poder al Alcalde de Vigo. Ahora mismo se encuentra bien, des-cansando. Sólo tenemos una reivindicación: devuelvan el “Bernardo Alfageme” al Museo del Mar o al astillero del que salió, nos es igual, pero si dentro de 48 horas no está fuera de esa rotonda, tomaremos medidas. Si no tenemos respuesta alguna, enviaremos copia de este correo a los medios de comunicación de Vigo.” Sin firma. Sin más.

    Iago se fue en bicicleta al este de la ciudad, y desde el parque copió el texto y lo pegó en un correo de la nueva cuenta electrónica. Cuando lo tuvo, le dio a enviar, cerró su portátil, y volvió a su barrio, a poner cervezas en el pub en el que trabajaba para pagarse sus estudios de inglés. Le encantaba la batalla en la que estaba inmerso su primo.

    Era domingo, y la cuenta de “alcaldí[email protected]” no tenía quién la supervisase hasta el lunes. Sin embargo, Carme-la había dado orden de que todo el personal de confianza estuviese en el Concello a primera hora. Necesitaban de ellos urgentemente. No sabían el por qué de esa urgencia, pero allí estaban todos los contratados como asesores a primera hora. Carmela los reunió a todos en el despacho del Alcalde, y, pidiéndoles la máxima discreción, les contó lo único que sabían, que el Alcalde había desaparecido, que no sabían nada más, y que esa mañana pensaban presentar la denuncia en la Comisaría, pero debería llevarse todo con

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    mucha precaución y discreción.

    Cada uno se fue a su despacho, y una de esas personas era de los que vigilaban ese correo generalista y separaban los temas por concejalías. Estuvo un rato viendo su Face-book, sobre todo el grupo “Tú no eres de Vigo si…” en el que cada día se vertían cantidad de comentarios contra Abel y su grupo. Al terminar de ver las cosas que allí se escribían, y rebatir varias de ellas, por fin, empezó a ver los correos. Quejas de todo tipo, quejas por cacas de perro en las calles, suciedad, gente pidiendo limosna que duerme en los portales…, y por supuesto miles de ellos quejándose por el dichoso barco en la rotonda de Coia. Llevaba media hora repasando correos cuando decidió irse a tomar un café. ¡Qué pesadez! Todos los días la gente con las mismas quejas y protestas. Evidentemente era gente que no vivía en Vigo. La ciudad no era ni por asomo lo que esa gente decía.

    Carmela Silva se puso en contacto con el Comisario de Policía por teléfono y le exigió que se presentase en el Concello por un asunto de máxima urgencia. El Comisario de entrada le explicó que era domingo, que estaba a punto de ir a Misa de 10 con su señora, y que ella no era quién para exigirle en ese tono nada. Carmela bufó y le dijo que si en media hora no estaba allí, daría parte a sus superiores, repitiéndole que era de máxima urgencia. El Comisario le dijo que bien, que avisase a sus Superiores, pero que si no le decía cuál era esa urgencia iría a Misa con su señora. Carmela soltando un exabrupto cortó la comunicación y llamó a Font.

  • 37

    - Font, quiero que el Comisario esté aquí en menos de media hora. Le acabo de colgar porque me dice que tiene que ir a Misa de 10. Como no esté aquí, en media hora, tú, como responsable de Seguridad Ciu-dadana serás el único culpable de ello.

    Font, que se imaginó la conversación, llamó desde el des-pacho de alcaldía al Comisario. De entrada le pidió discul-pas por el tono usado por la Teniente de Alcalde, pero lo explicó que había mucho nerviosismo por un tema relacio-nado directamente con el alcalde y su posible desaparición. El Comisario le dijo que llegaría en 20 minutos. Carmela con los ojos rojos de ira se quedó mirando a Font cuando este le dijo:

    -Carmela, con palabras educadas, es todo mucho más fácil. El Comisario no es nuestro empleado, es nuestro servidor.

    A la vuelta del café, el asesor que revisaba los correos se fijó en uno, cuya cuenta daba algo de risa: [email protected] y asunto: Urgente. Otros chalados más con lo del barco, pensó. Hasta se hacen un correo corporativo para protestar, rió entre dientes. Lo abrió, lo leyó y corrió al despacho de la Alcaldía con el papel impreso en sus manos.

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  • 39

    “Vaya mierda de secuestradores, dejando rastros”

  • 40

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    En Cangas el domingo amanecía tranquilamente, excepto para el Alcalde, que no había podido pegar ojo en toda la noche. Permanentemente uno de aquellos tres hacían guar-dia en aquel sótano. Sólo tenía una puerta por dónde salir. Si intentaba gritar, le amenazaron con romperle la boca, aunque, pero eso él no lo sabía, nadie le hubiese escucha-do. El sótano estaba por debajo del garaje, y era imposible que le oyesen por fuera de la casa.

    Cuando el turno de sus guardianes cambió a las 9 de la mañana, le trajeron una taza con café caliente y un poco de pan de bolla. Desayunó lo que pudo, y les pidió hablar con ellos. Quería dialogar y llegar a un acuerdo. Pero su guar-dián le dijo que no estaba en manos de ellos nada de eso. Que todo dependía ahora de su mano derecha y Teniente de Alcalde, que es la que recibiría en breve las instrucciones con sus peticiones para poner a salvo al Alcalde. Él insistió en preguntar quiénes eran, dónde estaban y que es lo que querían con ese secuestro, pero no le dijeron absolutamen-te nada. Pidió un ejemplar del periódico del día, pero no se lo dieron. Lo que sí hicieron fue poner a su lado, en la mesa, un ordenador portátil con la pantalla hacia ellos, no hacia el alcalde, con la página web del Faro de ese día, y le hicieron una foto con un móvil, tras lo cual, cerraron el or-denador. Juan Alberto recibió un whatsapp en su móvil con esa foto y la rebotó por mail desde una cafetería del Centro Comercial “A Laxe” a un mail en Irlanda.

    En el despacho de la Alcaldía estaban Carmela, el Comisa-rio, Font, el Jefe de la Policía Local y el Secretario Muni-cipal cuando entró una persona, sin llamar, con un folio en la mano, acercándoselo a la Teniente de Alcalde. Lo leyó,

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    le preguntó si lo había visto alguien más y contestó que no. Le dijo que no podía decir ni una palabra a nadie del contenido que le acababa de entregar y le dijo que esperase fuera. Se lo enseñó a los presentes en la mesa.

    El primero en hablar fue el Comisario. Tenía que llamar a la Brigada de Información y al responsable de Delitos Informáticos. Los primeros, explicó, tenían bastante in-formación de esos últimos meses, sobre los “antibarco” y, si estaban planeando algo así, deberían tener un mínimo conocimiento del tema. Los segundos se ocuparían de rastrear ese mail a ver hasta dónde o a quién les llevaba. Carmela asintió, y le dejó el teléfono de la mesa del Alcal-de para hablar.

    El Comisario habló con su Brigada de Información, sin embargo, a pesar de tener controlados a la mayoría de los que formaban a los organizados “antibarco” no les consta-ba que tuviesen planeado algo por el estilo. Sí sabían, por ejemplo, que entre sus planes estaba el pintar el barco con frases antialcalde, o poner algún artefacto explosivo para debilitar la estructura que mantenía al barco en la rotonda y hacerlo caer, pero estaban todos controlados por la Policía, y en caso de que lo quisieran llevar a cabo, los detendrían antes. Así que por ese camino no había información.

    Ordenó el Comisario que un equipo de investigación fuese al bar, entrevistasen al dueño, hablasen con los vecinos, y recabasen toda la información que fuera posible. También que valorasen todas las posibilidades en referencia a cómo habían logrado sacar a Caballero en mitad de tanta gente. Mientras estaba en ello, llegaron los de la Brigada de Deli-

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    tos Informáticos, y les puso al tanto de la situación.

    Los informáticos pidieron poder analizar el ordenador dón-de se había recibido ese correo. En principio parecía algo fácil: rastrear un Hotmail por su IP y pedir al prestador de ese servicio (Telefónica, R, etc.) los datos de la misma, así que se fueron con el asesor de alcaldía a ese ordenador.

    Efectivamente fue coser y cantar. En las propiedades del mail venía la dirección IP sin ningún tipo de dudas. Los dos informáticos se rieron entre ellos, como diciendo “vaya mierda de secuestradores que dejan el rastro más fácil de borrar, pringaos, ya os tenemos.” Volvieron al despacho del Alcalde y les dijeron a los reunidos que esto era coser y cantar, que en un par de minutos tendrían el servidor desde el que fue enviado localizado, y la dirección completa en pocos minutos más. Abrieron su iPad y buscaron su App de localización de IP y marcaron todos los dígitos. El asom-bro fue cuando les devolvió el resultado de la compañía y la localidad: Una compañía llamada “Three 3G” y la IP localizada en Belfast, Irlanda.

    Volvieron a hacer la búsqueda desde una página web dis-tinta a la APP, por si había algún fallo, pero les volvió a dar el mismo resultado. Para lograr los datos de esa IP habría que hacer una Comisión Rogatoria de un Juzgado, y, por lo tanto, había que poner ya una denuncia en el Juzgado de Guardia de Vigo a la máxima celeridad. Carmela y el Secre-tario del Concello se fueron al Juzgado a presentar la opor-tuna denuncia, acompañándola de un informe de la Policía solicitando una Comisión Rogatoria a Irlanda para que esa compañía identificase al propietario de esa dirección IP.

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    ¿Pero qué rayos pinta Irlanda en toda esta historia?, se pre-guntaba Font una y otra vez. Si la Brigada de Información tenía localizados a todos los miembros activos y sabían que no iban a hacer nada, ¿qué demonios pintaba alguien enviando algo desde Irlanda? Y desde luego no se trataba de una broma. El alcalde había desaparecido. Eso era una evidencia. Y de que lo habían hecho unos profesionales también. Empezó a darle vueltas a la cabeza, y llegó a la única conclusión posible. Cuando volviese Carmela, llama-rían al Comisario y le explicaría todo. Ya estaba resuelto, por lo menos, en cuanto a la autoría.

    Juan Alberto se fue a la zona del Calvario, desde una cafe-tería, le envió un nuevo email a Iago. Adjuntaba una foto y un texto. Tenía que enviarlo al día siguiente por la mañana, pero debería buscar una nueva ubicación para hacerlo.

    Cuando llegaron Carmela y el Comisario de poner la denuncia por desaparición en la comisaría de López Mora, Font les estaba esperando todo henchido. Quería detallarles su tesis del secuestro.

    Se sentaron los tres en la mesa redonda del despacho de alcaldía y Font, sin esperar más les espetó su teoría:

    - ¡El alcalde ha sido secuestrado por el IRA!

    La cara del Comisario y la de Carmela se quedaron desen-cajadas.

    - Vamos a ver, Font -le dijo Carmela- creo que no es el mejor momento para hacerse el gracioso ni para

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    jugar con este tema, ¿te queda claro?

    Pero Font les insistió en que no estaba bromeando. El Comisario le dijo a Carmela que esperase a ver cual era esa tesis, que no se podía desechar nada en estos momentos por descabellado que fuese.

    Font les explicó que el alcalde el año pasado había esta-do en Irlanda dando una conferencia en una Universidad, hablando de Vigo como ciudad de futuro, del modelo de ciudad creado por él, etc., y, que en aquella ocasión, ya un grupo de estudiantes radicales había intentando boicotear la conferencia, y que habían sido identificados como miem-bros de una rama juvenil de lo que quedaba del IRA. Si a eso le sumábamos que en Vigo estaba la cuna del GRAPO, posiblemente tendrían aquí apoyo logístico por parte de radicales del Grapo o de Resistencia Galega, cuyos miem-bros serían los que habían perpetrado el secuestro.

    El Comisario y Carmela se quedaron de nuevo atónitos. Esta vez fue el Comisario el que dijo que, aunque era descabellado, no se podía descartar. No obstante no tenía constancia de movimientos entre Grapo e IRA, y menos con Resistencia Galega, pero se pondría en contacto con el Comisario de la Brigada Antiterrorista en Madrid para ponerle al tanto.

    Carmela, por su parte, les dijo que deberían ponerse en contacto con los secuestradores a través de esa cuenta de correo electrónico. Necesitaban saber que el alcalde estaba vivo y que se encontraba bien. Y, sobre todo, confirmar que lo único que querían es sacar el barco de la rotonda. A

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    todos les pareció una petición un tanto extraña, sobre todo si se confirmaba que había sido cometido por el IRA. ¿Qué pintaba el IRA en la historia del Alfageme en la rotonda de Coia?

    Lo importante era ganar tiempo para localizar a Caballero, pero nunca, se juró a sí misma en ese momento Carmela, jamás, por nada del mundo, se sacaría el barco de Coia. Esa era la voluntad del alcalde, y si en ello le iba la vida, sería su último gran sacrificio por el bien de la ciudad, y todo Vigo se acordaría siempre de él. Carmela pensó que si Caballero moría en ese acto de servicio a la ciudad, ella sería la nueva alcaldesa, y lo primero que haría, nada más jurar su cargo como Alcaldesa, sería poner el nombre de Abel Caballero a la rotonda de Alcampo. Sería un día para recordar, y todo Vigo estaría allí ese día para rendir el ho-menaje al mejor alcalde que había tenido jamás Vigo desde tiempos inmemoriables. Pensó, incluso, en llevar a pleno el cambio de nombre de la ciudad, y cambiar el actual Vigo por “Abelandia”, todo sería poco para recordar a Caballero. “Abelandia” le parecía justo, pero escaso. Nunca jamás ha-bría otro como él para dirigir la ciudad. Menos mal que aún estaba ella allí, como discípula predilecta del gran Abel, y podría seguir su estela y su huella… Menos mal, se dijo…

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    “La conspiración de Figueroa para presidir la Diputación”

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    Iago contactó con su primo Juan Alberto, y le reenvió un mail recibido desde el buzón personal de Carmela Silva del Concello. Juan Alberto leyó, tal y como esperaba que sucediese, que Carmela pedía varias cosas. Primero, una muestra de que Caballero estaba bien. Segundo, que se identificasen como grupo, es decir, quiénes eran, y tercero cuáles eran en realidad las pretensiones, ya que creía que lo del barco era una nube para pedir en realidad otra cosa.

    Juan Alberto se sorprendió con lo último. Estaba bien cla-ro, “lo que queremos es que saquen el puto barco de allí.” ¿Tan difícil era entender esto? Están tontos, pensó para él, y se puso a redactar el texto que iba a enviar Iago con la foto hecha al alcalde en el sótano.

    En dicho sótano, el alcalde seguía intentando dialogar con sus carceleros. Les preguntaba continuamente quié-nes eran y qué es lo que querían. La negativa a hablar de los tres carceleros le desesperaba. Hizo algo de memoria, para saber por donde podrían venir los tiros, ¿qué o mejor, quién podría querer retenerlo contra su voluntad, serían los del PP para que no pudiese presentarse a las elecciones? ¡Claro!, ya estaba. Era una maniobra del siempre callado e intrigante Chema Figueroa. Como su partido no le eligió a él para medirse contra Caballero en las municipales, su venganza era secuestrarlo, y de paso, hacer la campaña de Elena Muñoz como candidata y vender que había sido él el que había hecho la campaña, ganándose el tercer puesto de la lista y, por ende, la presidencia de la Diputación, ya que Louzán prefirió irse a la Federación Gallega de Fútbol, previo paso a la española. Todo le encajaba.

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    ¡¡Claro, cómo no lo había pensado antes… Figueroa!! Ahora, al no estar él, el PSOE de Vigo pondría a Carmela y, aunque él la quería mucho y era su gran ayuda, ella sóla poco tenía que hacer. Era consciente de que el tener varios cargos públicos no sería bien visto por los vigueses, y, sobre todo, esa manía persecutoria que tenían algunos por poner a algunos familiares de Carmela en puestos de de-signación libre. Esto la iba a hundir como cabeza de lista. “¡Qué listo fue Figueroa!,” pensó el alcalde. “Todo es una maniobra electoral del PP. Hay que joderse.”

    Caballero se dirigió a los carceleros:

    - Ya sé quiénes sóis. Sóis de las juventudes del PP de Vigo.

    Ellos se miraron los unos a los otros con cara de imbéciles.

    - Usted está senil, bobo perdido… Cállese un poco y si quiere descanse, que lleva mucho tiempo sin dormir y le afecta a la neurona que le queda, le dijo Chicho.

    - Sí, sí, lo que queráis, pero ya deduje, con mi inteli-gencia privilegiada de doctor en Teoría Económica, que todo esto es una maniobra de Chema Figueroa para que Elena Muñoz gane las elecciones. Y seguro que todo, además, con el visto bueno de Feijóo, que no quiere que Vigo siga creciendo, es una batalla más del lobby del norte contra mí, sólo que esta vez se os ha ido de las manos. Esto es un ultraje. Esto, cuando vengan a rescatarme, os va a costar muchos años de

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    cárcel, y, lo que va a ser peor, porque seré yo el que se encargue de que se cumpla, el destierro vuestro de Vigo, de la ciudad más bella del mundo, la ciudad más importante de España, la ciudad más…

    No pudo seguir. Eladio le estaba poniendo alrededor de la boca y nuca un buen trozo de cinta americana para que no pudiese seguir hablando. “¡Pero qué pesado el tío!”, decía mientras lo amordazaba. A Miguel se le ocurrió una idea: “¿por qué no le leemos “La Abelepedia” una y otra vez, varias veces al día?”, y, aunque a los otros les parecía una tortura excesiva, así se lo hicieron saber. Si no se callaba, le leerían las entradas del blog “La Abelepedia”, en el que se recogían entradas sobre meteduras de pata y excentri-dades de Caballero, una y otra vez hasta que se lo supiese de memoria, empezando por aquella idea que tuvo siendo ministro de unir España y África a través de un túnel por debajo del estrecho, pasando por el planeta llamado Vigo, que Caballero había dicho que era la primera ciudad espa-ñola en tener un planeta con su nombre, cuando en realidad ya había otras 27…

    En el Concello, en el despacho del Alcalde, seguía reunido el triunvirato crítico, es decir Carmela, Font y el Comisa-rio. Precisamente el Comisario recibía en ese momento una llamada en su móvil. Su gente acaba de localizar la posi-ción mediante GPS del iPhone del alcalde. Cuando colgó les dio la información:

    - Bueno, me acaban de decir que han localizado la ubicación del móvil del alcalde. La triangulación satelital indica que ese móvil está en la zona dónde se

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    le vio por última vez. No hay una ubicación certera, pero seguro que está dentro de ese bar.

    Las caras de satisfacción de Carmela y Font lo decían todo. Por lo menos no estaba en Irlanda. Estando en Vigo todo cambiaba.

    El Comisario dio las órdenes oportunas para que un grupo de los GEOS fuesen inmediatamente para tomar esa parro-quia, desalojasen ese bar, y rescatasen al alcalde.

    En menos de una hora, dos dotaciones de los GEOS se pre-sentaron en el bar. Todo indicaba que la triangulación de los satélites ubicaba allí al iPhone de Caballero. Había po-cos metros de margen. Tenía que estar allí. Tomaron literal-mente el bar, echaron a los clientes que estaban allí en ese momento y cerraron las puertas. Mientras, varios efectivos, rastreaban todo el bar, y otros dos interrogaban al dueño. Él decía no saber nada de nada de lo que le preguntaban. Asentía al decir que sí, que había visto al alcalde allí, pero que no sabía nada más. Que hubo un cierto revuelo, que estuvo ya allí la Policía Municipal preguntando y tomando huellas, pero que nada más sabía de esa historia.

    El Jefe del operativo les dijo que levantasen las losas del cuarto de baño, y que buscasen posibles zulos bien bajo suelo, bien por el falso techo. El dueño del bar vio como poco a poco le levantaban losas y le quitaban el falso te-cho. Por más que les decía que allí no había nada de nada, no le hicieron ni caso.

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    “La prensa se huele algo…”

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    Mientras el registro se sucedía, en Belfast, esta vez en el sur de la ciudad, Iago estaba redactando un mail que iba a acompañar a una foto. Una foto que previamente había descargado en su ordenador para tratarla con “Photo-Linker”, para que los datos de las propiedades de la misma fuesen los de su localización, ya que si dejaba las propieda-des iniciales, los datos GPS podrían llevar a Cangas a los investigadores.

    El texto decía: “Señora Silva: en primer lugar le acompa-ñamos esta foto del Alcalde en la que puede ver la web del Faro actualizada, para que vea que sí, que está bien, y que no es nuestra intención hacerle daño siempre y cuando cumpla nuestras condiciones. Y nuestras condiciones, en realidad, se resumen en una: la desaparición del barco de esa rotonda. Nos da lo mismo que lo lleven al Museo del Mar (cosa lógica, por otra parte) o al astillero Cardama o al fondo del mar. Es nuestra única petición para liberar a su alcalde. En cuanto a quiénes somos, está claro; un grupo de personas absolutamente contrarias a la ubicación del barco en la rotonda de Alcampo.”

    Los informáticos de la Policía recogieron de nuevo la IP, aunque con numeración distinta a la anterior, y de nuevo les envió al mismo proveedor y a Belfast. Ahora sí que ya tenían perfectamente localizado al autor. En cuanto el juez enviase la rogatoria, la acompañarían con estos nue-vos datos. Probablemente era una IP no estática, y por eso cambiaba la numeración, pero los compañeros irlandeses seguro que localizaban ese domicilio en pocos minutos.

    Mientras tanto, el Comisario y Carmela llegaron juntos al

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    bar. Se encontraron un local destartalado y patas arriba. Es-taban buscando cualquier pista que les pudise llevar hasta el alcalde, pero el jefe del operativo le confirmó al Comisa-rio que no habían encontrado nada y que el dueño del bar no colaboraba en absoluto. Una vez más se comprobó la triangulación satelital, y de nuevo indicó sin ninguna duda que el móvil, apagado, estaba en ese recinto.

    En ese momento, Carmela recibió una llamada en el móvil. Era un número de esos largos, y decidió coger. ¡A ver si era del Juzgado, de la Policía o de cualquier tema relacionado con el secuestro! Sin embargo no era lo que ella pensaba, era un periodista de La Voz:

    - Hola, buenos días, Carmela. Mira, quería pre-guntarte por la indisposición ayer del Alcalde en el Club Financiero. Queríamos saber algo sobre el tema.

    - Nada, no te preocupes. No pasa nada. Una indis-posición sin más, -dijo ella- ya os mandamos la nueva agenda para esta semana en breve.

    - Sin embargo tenemos noticias, que queríamos confirmar contigo, porque no lo hemos podido contrastar, de que Caballero podría haber desapa-recido.

    - ¿De dónde habéis sacado eso?

    - Eso no importa. ¿Es cierto o no?, ¿conoces la existencia de un correo llamado alfagemenon@

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    hotmail.com?

    La cara de Carmela, una vez más ese día, se desencajó y le dijo que quería verlo en el Concello en una hora para hablar con él. ¿De dónde habrían sacado esa información?, se preguntó. Esto se le iba de las manos y había que solu-cionarlo rápidamente.

    La búsqueda del alcalde seguía sin avanzar lo más mínimo. En el bar estaban poniendo todo patas arriba, buscando posibles zulos, pero nada, no conseguían ningún resulta-do. Sólo quedaba una opción, que lo hubiesen asesinado y enterrado bajo el baño, por lo que el Comisario tomó la decisión de llamar a un equipo de georadar para que in-tentaran buscar señales de que el cuerpo del alcalde estaba enterrado en ese bar. No encontraba otra posibilidad. El GPS decía claramente que estaba allí, pero ni teléfono ni alcalde aparecían por ningún lado. ¿Se habrían deshecho de él? “Dios mío”, pensó el Comisario, “con lo tranquilo que estaba todo en Vigo hasta que a este insensato le dio por poner el barco en la dichosa rotonda…”

    No obstante, el Comisario trasladó a los de la Brigada Antiterrorista toda la situación. No debían descartar nada. Les contó lo del mail, las IP de Irlanda, la localización del móvil con la triangulación del GPS, y la ausencia absoluta del cuerpo del Alcalde tras entrar en un cuarto de baño que tenía la ventana cerrada por dentro. Algo realmente extra-ño. Los de la antiterrorista tenían contactos casi a diario con otras fuerzas del orden, como las de Irlanda, y no tenían constancia de que hubiese movimientos del IRA en España, pero tranquilizaron al Comisario. Iban a pasar la

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    información a las fuerzas de seguridad irlandesas para que investigasen esa dirección IP y las posibles colaboraciones del IRA con grupos radicales españoles.

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    “The Rock Bar: El pub de los excomandos del IRA”

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    Caballero, en Cangas, estaba a punto de provocar el hartaz-go de los secuestradores. No hacía más que hablar, pregun-tar, sacar conclusiones absurdas, y todo en voz alta. “Hasta aquí hemos llegado”, dijo Miguel, y abriendo el ordenador, se conectó al blog “La Abelepedia”, y empezó a leerle una por una todas las entradas del mismo, una y otra vez, machaconamente. El Alcalde decía que eso no era verdad, o que era incierto, o que él nunca había dicho eso, pero Miguel no le hacía ni caso, estaba absorto en esa lectura. Caballero estaba ya arrepintiéndose de que por culpa de un niño con el que no había cumplido una promesa, como decía ese blog, tuviese que oír por boca de uno de sus secuestradores todo el rollo que le estaban metiendo. ¡En mala hora!

    Tal y como quedó con Carmela, el periodista de La Voz acudió a la alcaldía. Lo que se encontró allí le confirmó que algo raro estaba sucediendo. En un momento en que se abrió la puerta del despacho del alcalde, vio al Comisario de Policía, a Font y a otros de paisano que no reconoció, pero que desde luego no eran del Concello. Todos estaban allí reunidos. Algo, efectivamente, sucedía en ese despa-cho, y no parecía ser nada bueno.

    Mientras esperaba a que Carmela le recibiese, y deducien-do con la información que tenía previamente, filtrada por alguien a quién no conocía, pero viendo lo que sucedía allí, se atrevió a hacer lo que en realidad tenía que confirmar con Carmela: contar lo que estaba sucediendo, con reser-vas, eso sí, así que hizo una foto discretamente de la reu-nión con la puerta entreabierta y desde la APP de su móvil para subir noticias a la web de La Voz, subió la foto con un

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    avance urgente: “El Concello de Vigo reunido en Gabinete de Crisis. Posible desaparición de Abel Caballero”. Casi no tenía duda alguna. De inmediato, la web de La Voz recogía el titular en la portada. La noticia dejaba de ser un secreto entre unos pocos para ser conocida por todos.

    La Brigada Antiterrorista contactó con el Comisario. Ya tenían la información desde Irlanda: esa dirección IP se correspondía con un pub del oeste de Belfast llamado The Rock Bar, y lo que le dijeron no dejó muy tranquilo al Comisario:

    - Es un pub conocido por la policía irlandesa. Allí se reúnen excomandos del IRA para contar sus antiguas batallas. De hecho, el “Bik” MacFarlane, asesino en serie, suele hacer conciertos en el local con bastante frecuencia. Además, es el sitio de reunión de la peña Glasgow Celtic de Belfast.

    El Comisario se quedó petrificado. A ver si Font iba a tener razón…

    El policía antiterrorista le siguió explicando que una vez localizado el local les habían pedido las grabaciones de las cámaras de seguridad del mismo de esos días críticos. Las visionaron. Había bastantes usuarios con tablets, portátiles, etc., la mayoría viejos conocidos de la policía irlandesa. Estaban casi todos fichados. Les hicieron varias visitas a todos y cada uno de ellos, y comprobaron sus dispositivos móviles, ordenadores y demás, pero no hallaron rastro al-guno que dedujese que estaban detrás del secuestro. Tam-poco el dueño del local, también viejo conocido. Es más,

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    todo lo que les preguntaban a aquellos antiguos miembros de comandos del IRA, sobre el secuestro del Alcalde de una ciudad de España les sonaba a chino. No tenían duda: el IRA, a priori, no tenía muchos visos de estar detrás de esta operación.

    El Comisario cada vez entendía menos. Lo único que sí tenía claro es que la profesionalidad de los secuestradores era muy alta.

    Mientras tanto, a Carmela le sonó el móvil. Una voz al otro lado le dijo:

    - ¿Doña Carmela?, le paso con el Ministro del Inte-rior, don Jorge Fernández

    Carmela atendió al Ministro. Jorge Fernández le dijo que ya estaba al corriente de todo, y que le habían dicho que se trataba de un secuestro por parte de activistas del IRA, probablemente con ayuda interior española, y que había dado prioridad absoluta a las fuerzas de seguridad espa-ñolas para que actuasen inmediatamente en colaboración con las irlandesas para localizar a Caballero sano y salvo. Carmela se lo agradeció, aunque no entendía que pintaba un grupo armado y desaparecido de Irlanda secuestrando a Caballero.

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    “Un poeta rotondiano lee La Voz…”

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    “El Pipas”, poeta rotondiano, llamó a Juan Alberto al móvil.

    - Berto, ¿has visto la web de La Voz?- No, ¿por qué?, ¿qué dice?- Que Abel Caballero ha desaparecido, que parece ser que lo han secuestrado. No da mucha más infor-mación, pero deja entrever que puede ser un grupo radical irlandés o el propio IRA.- No jodas!!!!

    “Estos están tontos del todo”, pensó. “Pues vas a ver la que se va a liar ahora”. Juan Alberto tenía un móvil que le ha-bía devuelto un amigo, Abdul Al Elcrim, un subsahariano con el que había tenido amistad los seis meses que había estado en Vigo hasta que lo deportaron por no tener pape-les. Juan Alberto le había prestado dinero para comprarse un móvil prepago, con lo cual estaba a su nombre. “Vas a ver”, se dijo, “si está el IRA, ¿por qué no meter al Islam por el medio? Serán bobos…”

    En Cangas Caballero empezaba a estar muy nervioso. Pidió, por Dios, que no siguiesen con esa tortura, que no le siguiesen leyendo “La Abelepedia.” No volvería a abrir la boca a no ser que se lo pidiesen. Estaría callado y se porta-ría bien, pero por favor, que no siguisen con esa tortura.

    En el Concello avisaron a Carmela de que La Voz había publicado la noticia. Ella salió a toda prisa del despacho, pero el periodista que estaba allí para hablar con ella, ya se había marchado hacía un rato. Lo que se avecinaba era terrible. Pronto todos los medios se haría eco de la noticia, estaba empezando a desesperarse.

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    Efectivamente, todos los medios de comunicación espa-ñoles, y algunos extranjeros, se hicieron eco de la noticia de La Voz, y la centralita del Concello fue un sin vivir. El departamento de prensa no era capaz de asumir todo ese trabajo. No eran capaces físicamente de atender a todas las llamadas que estaban entrando sin parar para solicitar información. Información que, por otra parte, no daban, contestando que en breve se haría un comunicado oficial y que, por el momento, nada más podían decir.

    Juan Alberto redactó un mail desde el móvil de Abdul, desmintiendo que el IRA estuviese detrás del secuestro, sin más. La policía rastreó esa IP, y comprobaron que era espa-ñola, y que pertenecía a un móvil. En Vodafone inmediata-mente les dieron sin problemas los datos de la línea: era de prepago y estaba a nombre de Abdul El Elcrim, comprada hacía ocho meses en Vigo, en una tienda Vodafone al lado de El Corte Inglés. La mayoría de las llamadas eran a Ma-rruecos y a otros móviles Vodafone de España también a nombre de subsaharianos.

    En Comisaría investigaron al tal Abdul, y descubrieron que había sido expulsado de España hacía pocos meses, pero sin que constasen antecedentes. No tenían más información que esa, ya que no tenía la documentación en regla, y por eso había sido expulsado.

    Cuando le pasaron la información al Comisario y este se la contó a Carmela y a Font, y que había una nueva línea de investigación apuntado al Estado Islamista, a Font se le volvió a encender la bombilla de sus ideas geniales:

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    - ¿No os acordáis de que Abel quiso que la Colegia-ta fuese una Catedral? Pues en la Colegiata hay una figura de Santiago Apóstol, que también es conocido como Santiago Matamoros… Ah, y la cruz del Cas-tro, no os olvidéis. Seguro que los islamistas van por ahí…

    Carmela y el Comisario se miraron con cara de desespera-ción.

    Carmela decidió dar la cara y convocó una rueda de prensa sin preguntas en el Concello. Iba a dar una versión de los hechos y ofrecer algo de información para tranquilizar a los medios y a los ciudadanos.

    - Queridos vecinos, -empezó Carmela- como ya sabéis, nuestro querido alcalde ha desaparecido. Tememos que sea un secuestro, y la policía mantie-ne abiertos varios hilos de investigación, por eso, para que trabajen sin presión, dejemos que hagan su trabajo sin interferencias externas. Ellos saben lo que tienen que hacer. En cuanto podamos ofrecer más información os la ofreceremos. Y ahora, si me permi-tís, quiero hacer un llamamiento a todos los vigueses y viguesas, para que esta tarde, a las ocho, hagamos una concentración silenciosa, con velas, en la plaza de América, para tener presente a nuestro querido al-calde. Será un homenaje, para que, si por lo que sea, lo ve, tenga fuerzas para aguantar al vernos a todos con él. Gracias a todos.

    A las ocho de la tarde, Carmela, Font, y el resto de con-

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    cejales del grupo de gobierno, se acercaron a la Plaza de América. Todavía se veía poca gente, pero bueno, normal, la gente salía de su trabajo a esa hora. Poco a poco la plaza se iría llenando. Sería como cuando el Celta estuvo a punto de bajar a segunda. Todo Vigo se citó para manifestarse. Hoy no iba a ser menos.

    Pasada una hora, apenas un millar de personas estaban en la Plaza, y casi ninguno con la vela que pedía Carmela. Muchos de ellos en realidad eran curiosos. Carmela empe-zó a perder los nervios, “¿pero qué pasa?”, se preguntaba. “Todo Vigo debería estar hoy aquí. ¿Sería cierto lo que le contaban algunas voces críticas, que Abel no era tan que-rido por el pueblo como se pensaban, que no era el alcal-de que ella y él creían?” Los interrogantes le llenaban la cabeza. “¿Sería cierto que Abel no era el líder de las masas que ella creía?”

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    “Somos vigueses, jichiños de siempre, carallo”

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  • 73

    El georadar no localizó cuerpo alguno en el bar ni alrede-dores, pero lo que sí apareció fue el iPhone del alcalde. Es-taba dentro de la cisterna del baño. Los policías comproba-ron que en ese estado era imposible del todo tomar huella alguna que les llevase hacia alguna pista concreta. Hasta ahora todo lo que tenían habían sido palos de ciego. Y el Comisario también estaba empezando a perder los nervios. No había nada de nada que les llevase a un sitio concreto, a un hilo concreto de investigación.

    La policía irlandesa, mientras, localizaba la segunda IP desde la que se había sido un mensaje. Era de otro pub, esta vez en el sur de Belfast. El “Rose&Crown”, en Lower Ormeau Road. Le comunicaron al Comisario que también era un local algo complicado. De hecho los residentes de ese barrio, cuando sucede la “marching season”, apedrean a los orangistas cuando intentan cruzar “su” puente. Pero a pesar de ello, el resultado era el mismo que el anterior. Ninguno de los muchos que tenían ya fichados, indicaba que su dispositivo había sido usado para mandar el correo, y no tenían ni idea de quien era el alcalde de Vigo.

    De nuevo una filtración conseguida por el periodista de La Voz encendió todas las alarmas. Explicaba en la edi-ción web que las investigaciones de la Policía iban en dos vertientes: un posible secuestro por el IRA o un secuestro por parte del Estado Islamista, que aún no lo tenían claro y manejaban las dos hipótesis sin descartar ninguna otra.

    Juan Alberto, ya harto de tanto incompetente, mandó un mail a Carmela desde el dispositivo de Abdul con el si-guiente texto:

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    “A ver si se enteran de una vez: el alcalde fue secuestrado por unos rotondianos. Lo tenemos nosotros, ni el IRA ni los islamistas. Somos vigueses, jichiños de siempre, ca-rallo. Y lo que pretendemos, que no es tan difícil de com-prender, es que saquen el puto barco de la puta rotonda. Y sin en 24 horas no lo hacen, alcalde y barco irán al fondo del mar. A ver si de esta lo han entendido.”

    Cuando Carmela se lo pasó al Comisario, Font, al leerlo, dedujo lo más normal en su gran preclara mente: “tienen al alcalde dentro del barco, seguro, por eso dicen que irán al fondo del mar…”

    El Comisario, que ya no sabía por dónde ir, y Carmela, que estaba pero no estaba, ida, absolutamente en otro mundo con sus preguntas rompiéndole la cabeza, dijeron que bue-no, que vale.

    El Comisario ordenó inmediatamente que los antidisturbios tomasen la rotonda. Tenía que ser una operación muy rá-pida, excesivamente rápida, no fuera a ser que fuese cierto que estaba dentro del barco y los secuestradores le hicieran algo al alcalde.

    En pocos minutos un gran despliegue de antidisturbios tomaron toda la rotonda e hicieron un perímetro de seguri-dad de 500 metros a la redonda. Un grupo de élite descen-dería desde un helicóptero y tomarían el barco. Lo que no entendía el Comisario es cómo pudieron entrar en el barco sin que nadie los viese, sobre todo teniendo allí a los GOA permanentemente. Probablemente, se dijo, tendrían cóm-plices que habían despistado la atención de los de la policía

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    local con cualquier excusa, a altas horas de la madrugada, sin apenas tráfico, y usando una escalera subieron por el lado contrario a los GOA, no había otra solución. En cual-quier caso, si Font tenía razón, el escondite había sido una medida muy inteligente: el barco era el último sitio en el que pensaría el Comisario que estaría escondido el alcalde.

    Los especialistas de operaciones especiales descendieron en un abrir y cerrar de ojos, y con gafas de visión nocturna accedieron al interior del barco. Ya se lo conocían de me-moria, porque Cardama, el astillero, les había dado planos y fotos del mismo. La entrada era coser y cantar. Cuatro hombres accedieron al interior, y lo que se encontraron fue un casco absolutamente oscuro y absolutamente vacío. Allí no había restos de que hubiese estado alguien dentro. Nada de nada.

    El Comisario avisó a Carmela. No había habido resultado positivo. El barco estaba absolutamente vacío. Carmela se tomó el tercer antidepresivo del día. Tenía demasiados planteamientos en su cabeza. Demasiados.

    El Comisario pidió ayuda a Madrid y a la Europol. No había pistas de Irlanda, no había noticia alguna de la tarjeta “islamista” no se sabía nada de nada, sólo que un grupo pedía que el barco se retirase de la rotonda. Pero por la profesionalidad con la que estaban llevando el secuestro, no le cuadraba que fuesen cuatro chalados. Tenía que haber algo más. Seguro.

    Había sido de nuevo La Voz la que recogió una filtración de la Policía: se había recibido un nuevo correo. Unos au-

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    todenominados “rotondianos”, decían ser los secuestrado-res de Caballero, y pedían para su liberación que el barco desapareciese de la rotonda. El periodista le preguntó a su fuente si esa información era fetén. La voz al otro lado le dijo que al 100%. Esa fuente jamás le había fallado, así que subió una vez más la información para desesperación de todos los que estaban en el Concello.

    Prensa, radios, televisiones de todo el mundo estaban en Vigo. Para dolor de Carmela, las entradas en directo las hacían todos desde la rotonda, enlazando vía satélite con sus televisiones. Todos recogieron la información, escasa, de que el alcalde de Vigo había sido secuestrado por terro-ristas internacionales, o por radicales galleguistas, que no se sabía bien, pero lo que sí parecía ser una realidad era que la condición para su liberación era que desapareciera el barco que estaba en la rotonda desde la que transmitían en directo, y todas las televisiones enfocaban a dicha rotonda al hacer la entrada en directo…

    Por la mañana, los periódicos ofrecieron la información de la que se disponía hasta el momento, acompañada de de-claraciones del Comisario, muy vagas e imprecisas para no entorpecer la investigación. Del Concello sólo hubo decla-raciones de Font. Carmela estaba refugiada en el piso que su hijo tenía en el edificio “Miracíes”, tomando pastillas para la depresión y para dormir. No se estaba enterando absolutamente de nada en estos momentos. Font, al igual que el Comisario, apenas ofreció mucho más. Todo era una incertidumbre. Pero lo que enfadó de verdad a Font, fue que las principales firmas de opinión de todos los periódi-cos españoles, nacionales o locales, coincidían en que se

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    había llegado a esta situación por poner el barco en la ro-tonda, una auténtica burrada, como decía uno de ellos. Un capricho del alcalde, apuntaba otro. Y uno tras otro, todos con la misma cantinela. “Y aún encima, Carmela pasando de todo, hay que joderse”, pensó.

    En Cangas, en ese momento, le ponían a Caballero el orde-nador delante para que leyese la prensa. Al leer el primer titular, que decía que podrían ser terroristas internaciona-les, Caballero se asustó y se quedó mirando para ellos. En ese momento estaba verdaderamente asustado. Pensó que podrían matarlo.

    Ellos, por primera vez, le expusieron sus peticiones. No pasaría nada, si el Bernardo Alfageme desaparecería de la rotonda. En cuanto el barco estuviese en el Museo del Mar o en un muelle, o donde fuese fuera de Coia, lo dejarían libre.

    Caballero, absolutamente asustado, y temiendo por su vida, dijo que bien, que estaba de acuerdo. Ellos le dieron papel y bolígrafo, y le dijeron que lo escribiese para enviárselo a Carmela Silva y que dispusiese todo para sacar el barco de la rotonda. El alcalde escribió:“Carmela, por la presente, y como alcalde de Vigo, con plenas facultades mentales, dispongo que a la mayor urgencia posible sea retirado el “Bernardo Alfageme” de la rotonda de Coia y que sea trasladado definitivamente al Museo del Mar de Vigo. Abel Caballero. Alcalde Presiden-te del Concello de Vigo.”

    Eladio usó la aplicación “CamScanner” de su móvil, y

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    escaneó el texto que escribió y rubricó de su puño y letra Caballero, y se lo reenvió a Juan Alberto. Juan Alberto, al verlo, puso cara de satisfacción. Por fin. Todo había valido la pena. Lo habían conseguido. Guardó el archivo y con un tratamiento de gráficos lo renombró y le cambió el forma-to, desapareciendo con esto los posibles datos GPS que pudiesen indicar dónde fue hecho el gráfico. Todas precau-ciones eran pocas.

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    “Carmela es internada en urgencias”

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    Carmela estaba en su apartamento de “Miracíes” absolu-tamente ajena a todo. Todo esto la estaba sobrepasando. Estaba tranquilamente viendo la televisión, nada en con-creto, sólo a modo de compañía, para no pensar en nada más, cuando el móvil que tenía sobre la mesa vibró. Vio la pantalla en la que se le anunciaba que acababa de recibir un nuevo correo electrónico. Llevaba casi todo el día sin abrir el mail, pero al ver la dirección desde la que enviaban éste, le saltaron las alarmas. Era de nuevo desde el mail de los “rotondianos”.

    Al abrirlo, no vio nada, no había texto alguno, sólo un archivo pdf adjunto. Como su móvil no tenía aplicación alguna para abrir en él este tipo de archivos, cogió el coche y se fue al Ayuntamiento. ¿Qué mandarían ahora estos?

    Al llegar al Concello subió directamente a la planta de Alcaldía por el ascensor del garaje. Cuando entró en el despacho del alcalde, se encontró allí reunidos a Font con los mandos antiterroristas de la Policía Nacional y a An-tonio Coello, subdelegado del Gobierno en la provincia. Estaban analizando toda la situación en videoconferencia con Madrid.

    Ellos, al verla, rápidamente le hicieron un sitio en la mesa de reuniones, pero ella declinó el ofrecimiento y se dirigió directamente a la mesa del alcalde y que ahora era su mesa provisionalmente. Accedió al ordenador y tecleó su correo y su password en el webmail corporativo. En pocos segun-dos se activó y apareció el correo que había recibido. Lo abrió.

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    Los asistentes a la reunión en la mesa de reuniones del alcalde se quedaron petrificados cuando oyeron el grito de Carmela. “¡¡¡¡¡Nooooooo, esto nooooo!!!!” Dijo con voz desgarradora. Font, sabiendo el delicado estado de la Teniente de Alcalde, fue el primero en levantarse rápida-mente y acudir hacia ella. Carmela, con un dedo le señaló la pantalla, en medio de sollozos y gritos continuos de negación…

    Los demás también se levantaron, y todos vieron la panta-lla. En ella, un manuscrito firmado por Abel Caballero, le decía a Carmela que trasladase el barco. En ese momen-to, en el tercer grito de Carmela negando la situación, los asistentes a la reunión comprobaron asustados como los ojos de la Teniente de Alcalde se quedaban en blanco y ella caía desplomada sobre el sillón del alcalde sin sentido. La intentaron reanimar, pero no había forma, así que llamaron a urgencias.

    En diez minutos llegó una ambulancia medicalizada. Cer-tificaron que era simplemente un desmayo, sin mayores consecuencias, pero había que trasladarla a Urgencias. La llevarían al Xeral, el nuevo hospital aún no estaba listo… “Era lo que faltaba”, pensó Font para sus adentros, “que la llevasen al nuevo hospital de Beade. Eso sí que sería el final definitivo de Carmela.”

    Antes de desmayarse, Carmela había visto pasar por delan-te de su cabeza toda su vida en política, siempre al lado del número uno, del gran líder, del que todo el mundo hablaba maravillas, el gran alcalde que jamás tuvo Vigo. Y ahora tiraba la toalla. No podía ser. Ella pensaba que aunque lo

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    amenazasen de muerte, él seguiría en su empeño, jamás ha-bía pensado en que podía escribir ese manuscrito. No. Todo se le vino abajo. Antes de desmayarse, había decidido que su fin en la política tenía la fecha de ese día, de esa carta de Abel, ya nada tenía sentido en política si su gran referente le había fallado estrepitosamente.

    Mientras Carmela era trasladada al Xeral, los antiterroris-tas decidieron que no podían someterse al chantaje de esos secuestradores. Eso les daría alas para poder hacer más pe-ticiones, y no había negociación alguna que no pasara por la rendición de los secuestradores y la entrega del alcalde sano y salvo. Sin nada más. Sin embargo Font no estaba de acuerdo. Si Caballero había firmado ese papel, era porque estaba sometido a un ultimátum con su vida en serio peli-gro, si no, jamás hubiera firmado tal petición. No obstante, los mandos policiales le explicaron que jamás se debía de prestar uno al chantaje de los secuestradores, porque se co-rría el peligro de que, al ver aceptadas sus peticiones, están fuesen en aumento, pidiendo nuevas cosas ante la facilidad de la primera petición.

    Font seguía sin estar de acuerdo, y menos ahora que, es-tando Carmela fuera de juego, todas las decisiones pasaban por él. Pero los mandos policiales le explicaron que eran ellos los que llevaban esa parte, y que no iba a haber nego-ciación alguna. Sabían que jugaban contrarreloj, pero más tarde o más temprano los secuestradores cometerían un error, y su paradero sería descubierto en cuestión de horas.

    Abrieron el mail de Carmela y comprobaron la dirección desde la que se había enviado el último email. De nuevo

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    la IP les llevaba lejos de España, y de nuevo era Belfast la ciudad desde la que se había remitido. ¿Belfast? ¿Tendrán a Abel Caballero en Belfast? Se preguntaban Font y los policías. El mail y el manuscrito tenían la misma fecha. Pero…, ¿cómo habían sacado al alcalde de España?

    Volvieron a sentarse en la mesa, y volvieron a activar la videoconferencia con Madrid. Este nuevo hecho tenía que comunicarse de inmediato a los superiores del Ministerio del Interior.

    En los mandos antiterroristas estaba cundiendo la desespe-ración. Normalmente estaban acostumbrados a tener líneas de investigación, soplones, hechos similares que coinci-diesen con actuaciones similares que les llevase a un sitio, persona o grupo, pero en este caso estaban absolutamente vacíos. Nadie sabía nada de nada. Ni en los bajos fondos, ni en las prisiones, ni en los soplones habituales. Era todo muy raro. ¿Serían de verdad los autodenominados roton-dianos? La policía había descartado desde el principio esta opción, ya que todo estaba haciéndose con una profesiona-lidad digna de la mafia siciliana como poco.

    En Irlanda, los servicios secretos de aquel país seguían en contacto con los españoles, pero no tenían indicios de nada. Las IP investigadas no revelaban nada que condujese a algún español en aquellos pubs, que fuese un posible te-rrorista, pero mucho menos tenían constancia de la presen-cia de Caballero en Belfast o en Irlanda en general. A ellos tampoco les cuadraba el tema. Ninguno de los soplones sabía nada. Es más, tuvieron que oír como algunos de los habituales soplones de la policía irlandesa se descojona-

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    ban de la risa ante las preguntas sobre un secuestro de un alcalde de una ciudad del noroeste de España y su posible situación en Irlanda. Aquello sonaba a coña marinera.

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    “Entra en escena el párroco de Coia, don Emilio”

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    Por lo de pronto, la policía decidió ir a interrogar a don Emilio, el párroco de Coia que tantos quebraderos de cabeza estaba dando a Caballero prestando sus locales parroquiales para las asambleas de los rotondianos. Si ellos estaban metidos en esto, él cantaría.

    Cuando llegaron a interrogar a don Emilio, les sorpendió que este se mostrase absolutamente colaborador desde el principio: “una cosa es la barbaridad del barco, pero esto es otra cosa” Desde el primer momento negó absolutamente que los rotondianos estuviesen detrás del secuestro. No. Ellos eran gente pacífica. Por ahí no podían ir los tiros. Les explicó que tanto “El Pipas”, como “Manolo el Comunis-ta”, Diego, Edu, Rosana y todos los demás eran gente de bien, y que probablemente en sus cabezas había estado el colocar una bandera pirata en el barco, o tirar los andamios del mismo, de manera que sólo pudieran acceder los bom-beros, o montar falsos eventos para despistar a la Policía, pero de ahí a ser secuestradores, no.

    Los policías, acostumbrados a interrogatorios, inmediata-mente dedujeron que el sacerdote no les estaba mintiendo. Tras una hora de interrogatorio, llegaron a la conclusión fi-nal: los rotondianos no tenían nada que ver con este asunto.

    Había que hacer algo. Decidieron contestar al último mail, para abrir una línea de negociación. No se someterían al chantaje de sacar el barco, pero estaban dispuestos a hablar para rebajar peticiones y llegar a acuerdos. Los negocia-dores de la Policía decidieron que era lo mejor para ganar tiempo y esperar que metiesen la pata en algún momento. No tenían ninguna otra línea de investigación posible. Ha-

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    bía que abrirse a la negociación. Los profesionales nego-ciadores eran muy buenos en su trabajo, así que pidieron a los secuestradores que hablasen para llegar a un acuerdo.

    Desde Belfast, Juan Alberto recibió un mail de Iago: “He-mos leído el escrito del Alcalde, pero la situación actual no permite hacer posible esa orden. No obstante estamos dispuestos a dialogar, y llegar a puntos que satisfagan a todas las partes. Estamos dispuestos a oírles y establecer una línea de negociación. Por nuestra parte, si así lo de-sean, podemos vernos en algún lugar que ustedes conside-ren, para hablar de esto, o que ustedes manden a alguien ajeno a su grupo con sus instrucciones, y así poder llegar a acuerdos. Si no lo desean, podemos seguir las negocia-ciones mediante esta vía. Como ven, estamos dispuestos a negociar sin restricciones, excepto la indicada del barco, que es inviable. Ahora la piedra está en su tejado. Ustedes deciden.”

    Juan Alberto, al leerlo, envió un whatsapp a Eladio con nuevas instrucciones. Iban a tener que grabar un vídeo con el móvil, pero antes debían darle al alcalde unas breves instrucciones para esa grabación…

    Eladio recibió las instrucciones, y bajó al sótano. Allí seguía Caballero con cara compungida, destrozado, y esperando que se cumpliese lo que había pedido a Carme-la, pero cuando Eladio le dijo que no aceptaban en Vigo esa petición, su cara se quedó absolutamente desfigurada. “¿Cómo, que Carmela no había hecho caso de mi escrito? Eso sí que no, no podía ser. Tenía que ser una trampa de los secuestradores. Carmela no me podía hacer eso”, pensó

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    para sí el alcalde.

    Carmela, a la que él aupó a lo más alto de la política, que la iba a hacer presidenta de la Diputación, su gran baluarte en todo momento, su bastón…, no, ella no podía hacerle eso…

    Eladio le explicó que iban a grabar un vídeo con un texto, en el que Caballero iba a suplicar que, por favor, hiciesen lo que les pedía en el escrito, y que, además, sería la últi-ma oportunidad. No habría otra. O quitaban el barco, o le quitaban la vida.

    Abel, ahí, temió de verdad por su vida. Y entre sollozos, grabó lo que le pidieron sus secuestradores. Llorando, sollozando, y con palabras entrecortadas, logró grabar un mensaje en el que le pedía a Carmela que, por Dios, saca-sen el barco de la rotonda ya. Su vida dependía de ello.

    El vídeo, como siempre, tras realizar los oportunos cam-bios en sus “propiedades”, se envió al mail de Carmela, que la pobre seguía en Urgencias del Xeral, consciente, pero sedada.

    Como la policía ya tenía intervenido el mail de Carmela, recibieron el vídeo desde Belfast en segundos. Cuando vieron las imágenes, del alcalde sollozando, al borde del ataque de nervios, creyeron efectivamente que Caballero corría un serio peligro. Ahora sí que temían por su vida. Los negociadores se quedaron perplejos al visionarle, no contaban con esa reacción, no era lo normal en una nego-ciación. ¿Quién rayos estaba detrás de todo esto? Estaban

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    absolutamente confusos. Pero si de algo estaban todos convencidos, es que, detrás de esos correos no estaban los autodenominados “rotondianos”, sino un grupo absoluta-mente de profesionales, y que seguro que iba a pedir algo bastante más inteligente que sacar un barco de una rotonda. No tenía sentido. Tenían infraestructura nacional, y a la vez internacional. No, definitivamente, esto era un grupo mafioso internacional.

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    “Sálvora, la isla misteriosa gallega”

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    Juan Alberto, con los últimos acontecimientos, creía que era posible que corriesen peligro de ser descubiertos. Ya llevaban demasiado tiempo en Cangas. Quizás era hora de cambiar de sitio. Eladio y los demás iban a pasar sólo unos días para estudiar, así que había que cambiar de aires.

    Se puso en contacto con su hermano Luis. Luis era el vigi-lante de la isla de Sálvora, una isla en la que en esas fechas nadie iba a visitarla. Trasladarlo allí sería fácil. Cuando Luis oyó la descabellada idea de su hermano, además de descojonarse de la risa, la aprobó como si fuera suya. “Sí señor, se dijo, traédmelo aquí, que ya me ocupo yo de él.” De hecho, en esos meses, en Sálvora sólo estaban él y el farero, distanciado a varios kilómetros. Era el mejor sitio para esconderlo unos días, o semanas. Además, aunque a diario comía con el farero, no le extrañaría que durante unos días no comiese con él porque iba a recibir familia de fuera que se iba a alojar en el pazo que le servía de vivien-da.

    Cuando Juan Alberto le explicó a Eladio el proyecto de ir a Sálvora, se quedó un poco alucinado.

    -¿Y cómo vamos a llevarlo allí?, dijo Eladio.- Vamos a hacerlo de noche, y en la planeadora de tu padre. ¿La tenéis en Rodeira, no?- Sí, ¿pero cómo hacemos para trasladarlo hasta allí?- Lo volvéis a sedar. Lo envolvéis en una manta. Es pequeño, así que no será difícil cargarlo como si fue-sen redes o algo así.

    Efectivamente, Eladio volvió a sedar al alcalde, y, una vez

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    dormido, lo envolvieron en una manta y lo metieron en el maletero del coche. Eso sí, Eladio y sus amigos se despi-dieron de sus vecinos diciendo que volvían a la ciudad. Agradeciendo, por supuesto todo lo que los vecinos les habían dado.

    Llegaron a Rodeira, tal y como pensaban, a las 20:00, una hora en la que en el puerto había poco movimiento. Eladio cargó a su hombro la manta, como si fuese un aparejo de pesca, sin más. La verdad es que no había nadie por allí, así que mejor para ellos.

    Llegaron sin problema hasta la planeadora, y metieron el fardo con el alcalde dentro de la lancha. Eladio se despidió de ellos, y soltó amarras para dirigirse a Sálvora. Tardaría unas dos horas en llegar…, así que, por precaución, le puso cinta americana alrededor de la boca y bridas en las muñe-cas.

    En el tiempo que había pensado llegó al pantalán de Sálvo-ra, y allí estaba esperándole Luis. Entre los dos bajaron el fardo con el alcalde, y lo trasladaron al pazo del vigilante, a una estancia privada. Lo dejaron bien acomodado, con algo de comida y agua. En esta ocasión, y por mucho que gritase o quisiese escapar, cosa que no podría porque le habían cerrado con llave la habitación, lo tenía imposible. Estaba en una isla.

    Mientras tanto, Policía, Concello, Subdelegado del Gobier-no y los antiterroristas de Madrid estaban totalmente des-pistados. Quedaban cada vez menos días para las eleccio-nes y el PSOE de Vigo decidió pedir a la Junta Electoral

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    que se suspendiesen, al menos en Vigo, las elecciones. No se podían hacer sin un candidato, era una causa de fuerza mayor…, sin embargo la Junta decidió que no había moti-vación alguna legal, así que decidieron seguir adelante con las elecciones en Vigo.

    Caballero despertó, y notó una humedad y un rugir de las olas, que le decía que no estaba en el emplazamiento ante-rior. Al asomarse por la venta, no vio tierra, sólo vio mar, mar y más mar. “Como Capitán de la Marina Mercante que soy, pensó, seguro que sabré dónde estoy”. Pero nada, no logró saber su ubicación. Además, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que lo durmieron, así que podía estar en cualquier lugar. No era consciente del tiempo pasado.

    Mientras el alcalde era trasladado a Sálvora, los policías seguían visionando el vídeo. Hubo una frase que no pasa-ron por alto, “o sacan el barco o me matarán”.

    Mientras tanto, en el Xeral estaban preocupados. Cada vez que Carmela Silva despertaba, empezaba a llorar descon-soladamente y a gritar “¡¡¡¡¡Noooooo!!!!” en voz alta. La sedaban, pero al despertar, volvía a suceder lo mismo, así que el Jefe de Urgencias se reunió con el equipo médico para decidir qué hacer. La conclusión unánime fue despla-zarla a la Unidad de Psiquiatría del Hospital Nicolás Peña. Era lo mejor.

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    “El “Cuchillos” atraganta el Gin&Tonic de media tarde”

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    En menos de una hora, Carmela ya estaba en su nueva habitación. Cuando despertó volvió a llorar y a gritar. La psiquiatra habló con ella intentando calmarla; quería hablar con ella para saber qué había pasado, era la única forma de tomar decisiones médicas. Por fin, al cabo de quince mi-nutos de gritos y lloros, Carmela, totalmente cansada, dejó hablar a aquella doctora.

    - Hola Carmela, soy la doctora López, psiquiatra. Es-tás en el Nicolás Peña, porque te enviaron aquí desde urgencias del Xeral. ¿Sabes que fue lo que pasó?

    Carmela no recordaba nada, sólo que vio la carta de Abel, y a partir de ahí ya no recordaba nada más. Le explicó con todo detalle todo lo que había pasado desde que se supo que Abel Caballero había desaparecido hasta que leyó la carta. La doctora López de vez en cuando la cortaba para interrogarla sobre hechos concretos, y Carmela exponía con todo lujo de detalles lo que recordaba, que era bastan-te. Desgraciadamente desde el episodio de la carta ya no sabía ni recordaba nada. Ni siquiera recordaba haber estado en urgencias del Xeral…

    La doctora López le dijo que le iban a administrar unos calmantes, y que le darían también algo para dormir. En unas horas volvería a pasarse por allí. La doctora López prohibió cualquier tipo de visita a esa habitación; ahora, lo que menos necesitaba su paciente, eran más sobresaltos.

    La doctora se fue a su despacho y llamó a su colega, el doctor Freire. Este caso requería la experiencia del colega y amigo. Le explicó lo sucedido, y el doctor Freire le dijo

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    que iría en un par de horas al Nicolás Peña y hablarían de lo sucedido. Creía tener una idea clara sobre el problema de Carmela, pero prefería estar con ella un rato y hacerle algunas preguntas más.

    En Sálvora, mientras tanto, a Luis se le encendieron las alarmas. Normalmente en invierno nadie iba a la isla, pero desde su salón, mientras disfrutaba de una película y un gintonic de media tarde, vio como se aproximaba un velero con las velas desplegadas y con proa a la isla. Vio como al llegar a media milla de la misma, replegaban las velas y hacían a motor la maniobra de aproximación. Con sus pris-máticos observó como había a bordo siete personas adul-tas. Siguió con sus prismáticos y vio que en una neumática se disponían a bajar a tierra cinco de aquellas personas. Inmediatamente bajó al sótano, y le puso cinta americana alrededor de la boca a Caballero, atándolo además a una columna para que no pudiera hacer ningún tipo de ruido.

    ¿Qué estarían haciendo allí aquellas personas? Cuando subió a su salón, pudo ver como amarraban en el pequeño pantalán de la isla la neumática, y como las cinco personas, 3 mujeres y dos hombres bajaban a tierra. ¿Sabrían algo? Era mucha casualidad que apareciesen por allí de repente.

    Con los prismáticos pudo ver perfectamente la bandera e