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Ideología y Poder en la Consolidación, Colapso y Reconstitución del Estado Mochica del Jequetepeque El Proyecto Arqueológico San José de Moro (1991 - 2006) Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y., Martín del Carpio P., Katiusha Bernuy Q., Karim Ruíz R., Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B. y Carole Fraresso Pontificia Universidad Católica del Perú

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Ideología y Poder en la Consolidación, Colapso yReconstitución del Estado Mochica del

Jequetepeque El Proyecto Arqueológico San José de Moro

(1991 - 2006)

Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y., Martín del Carpio P., KatiushaBernuy Q., Karim Ruíz R., Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B.

y Carole Fraresso

Pontificia UniversidadCatólica del Perú

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 2

Ideología y Poder en la Consolidación,Colapso y Reconstitución del Estado

Mochica del Jequetepeque El Proyecto Arqueológico San José de Moro

(1991 - 2006)

Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y.1, Martín del Carpio P., KatiushaBernuy Q., Karim Ruíz R.2, Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B.

y Carole Fraresso3

Programa Arqueológico San José de Moro, Pontificia Universidad Católica del Perú. [email protected] University of North Carolina, Chapel Hill, Department of Anthropology.2 Universitat Autònoma de Barcelona.3 Institut de Recherche sur les Archéomatériaux - Université Michel de Montaigne de Bordeaux III.

Ñawpa Paccha,.26: Berkeley, Institute of Andean Studies. In press, 2007

Abstract

In the last twenty years the archaeology of the North Coast of Perú has produced some of the most remarkable and sustained results inthe history of Peruvian archaeology. One seldom mentioned aspect is that many of the most productive research programs are longlasting efforts, constituted by multidisciplinary and multinational teams of researchers. By 1991 four such research projects (Sipán,Huaca de la Luna, Huaca El Brujo and San José de Moro) were already exploring different but correlated aspects of the evolution ofMoche society. The San José de Moro Archaeological Project (PASJM) has studied the cultural development of the Jequetepeque valleythroughout approximately 1000 years, focusing on the nature of ritual practices and their role in power strategies. Although best knownfor its Late Moche burials of elite females, SJM has produced one of the most detailed occupational sequences and data to support analternative explanation of the way Moche society rose to become not one but a cluster of the most advanced early states in the newworld. This paper summarizes 16 years of research, attempting to make sense of the way data was gathered and hypothesis andinterpretations were crafted, all of which have shaped our understanding of the peculiar nature of SJM, of the Jequetepeque Valley, andultimately, of the evolution of complex societies in the North Coast of Perú.

Resumen

En los últimos veinte años la arqueología de la costa norte del Perú ha producido algunos de los más sobresalientes y sostenidosresultados en la historia de la arqueología peruana. Un aspecto pocas veces mencionado es que muchos de los programas de investiga-ción más prolíficos han sido esfuerzos de larga duración, constituidos por equipos interdisciplinarios e internacionales. En 1991 cuatrode estos programas (Sipán, Huaca de la Luna, Huaca El Brujo y San José de Moro) estaban ya explorando diferentes aspectos de laevolución de la sociedad Mochica. El Proyecto Arqueológico San José de Moro (PASJM) ha estudiado la secuencia de desarrollo delvalle de Jequetepeque por aproximadamente 1000 años, concentrándose en la naturaleza de las prácticas rituales y en su papel en lasestrategias de poder. Aunque es más conocido por sus tumbas de mujeres de élite del periodo Mochica Tardío, SJM ha producido una delas más detalladas secuencias ocupacionales y datos para sustentar una explicación alternativa de cómo los Mochicas se convirtieron noen uno sino en un grupo de los estados tempranos más complejos en el nuevo mundo. Este artículo resume 16 años de investigaciones,reflexionando sobre los métodos aplicados y los resultados obtenidos, así como sobre las hipótesis e interpretaciones formuladas, todolo cual ha moldeado nuestro entendimiento de la peculiar naturaleza de SJM, del valle de Jequetepeque y, en última instancia, de laevolución de las sociedades complejas en la costa norte del Perú.

Para Don, Donna y Donnan

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3Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Desde 1991 el Proyecto Arqueológico San Joséde Moro ha venido investigando el desarrollo, co-lapso y reconstitución de las sociedades complejasen la parte norte del valle de Jequetepeque (Figuras1, 2 y 3); es decir, la larga y detallada sucesión deprocesos culturales por los que atravesó el sitio y laregión a lo largo de las sucesivas ocupacionesMochica, Transicional, Lambayeque y Chimú (Fi-gura 4). En los dieciséis años de trabajo del proyec-to, las investigaciones han enfatizado lasexcavaciones estratigráficas conducidas en San Joséde Moro, a través de las cuales se han estudiadomúltiples aspectos de su historia ocupacional, en par-ticular las prácticas rituales y funerarias. A partir delaño 2000 se ampliaron las investigaciones a otrossitios arqueológicos en la región, principalmenteaquellos que fueron contemporáneos con las ocupa-ciones registradas en San José de Moro y que tuvie-ron funciones análogas o complementarias. Este es-fuerzo, sumado a los de otros investigadores, ha per-mitido examinar aspectos insospechados de las so-ciedades precolombinas que se desarrollaron en elvalle de Jequetepeque y estudiar los complejos pro-cesos culturales que configuraron la región.

San José de Moro (SJM), ciertamente, es un si-tio arqueológico singular tanto por la riqueza de losartefactos y contextos que encontramos allí, comopor su disposición estratigráfica. En él abunda evi-dencia de su importancia como centro ceremonialregional al que acudían personas de todo el valle deJequetepeque para celebrar rituales muy elaborados,particularmente entierros de miembros de la élite yrituales de culto a los ancestros (Castillo 2000a,2004). Relacionados con la evidencia funeraria, he-mos encontrado artefactos y contextos que indicanque existió una producción masiva de chicha y dealimentos que habrían servido para darle sustento alas poblaciones que asistían y participaban en los ri-tuales. Coincidiendo con el colapso Mochica enJequetepeque (aproximadamente en el año 850 d.C.)se multiplican las evidencias de que SJM fue partede una red de interacción e intercambio que cubríaprácticamente todos los andes centrales, lo que ex-plica la alta frecuencia, en las tumbas y otros contex-tos ceremoniales, de artefactos provenientes deCajamarca, Chachapoyas, Ayacucho y la Costa Cen-tral y Sur. Los ritos que se celebraban, que incluíauna versión de la «Ceremonia del Sacrificio»(Donnan 1975), seguramente fueron escenificadosalrededor de la Huaca La Capilla, la estructura másgrande del sitio, que data de la ocupación Mochica(Figura 3). El presupuesto carácter regional de los

rituales que se celebraban en SJM nos llevó, a partirdel año 2000, a una ampliación de la escala y ámbitode investigación, no sólo con excavaciones de grandimensión en el sitio (Figura 3), sino con investiga-ciones de sitios contemporáneos en el resto del valley de otros correspondientes con el periodo MochicaTardío (Figura 2).

San José de Moro es una extensa colina deaproximadamente 150 hectáreas de extensión forma-da entre dos brazos del río Chamán, 5 km al norte dela ciudad de Chepén, en el departamento de La Li-bertad (Figuras 2 y 3). Su superficie se eleva aproxi-madamente siete metros sobre los terrenos de culti-vo que la circundan y, sobre ella, se encuentran nu-merosos montículos de diferente configuración quefueron producidos por actividades domésticas, du-rante las ocupaciones Chimú y Lambayeque, y cere-moniales, durante las ocupaciones Mochica yTransicional (Figuras 3 y 4). Tanto los montículoscomo las áreas que los rodean presentan una densaestratigrafía que en algunos casos alcanza los ochometros de capas superpuestas correspondientes a casi1000 años de ocupación continua.

El valle medio y bajo del Jequetepeque es unade las regiones más estudiadas del Perú, tanto en suarqueología, como en su historia y geografía. Du-rante el período virreinal se estableció allí una seriede poblados sobre las bases de antiguos asentamientosprehispánicos. San Pedro, Pacasmayo, Jequetepeque,Guadalupe y Chepén son mencionados en censos yvisitas coloniales, así como por los primeros explo-radores y viajeros. Más aún, poblados más pequeñoscomo Pueblo Nuevo, Pacanga y Chérrepe tambiénfiguran en los documentos (Cock 1986; Martínez deCompañón [1782] 1978; Ramírez 2002; Figura 2).De esta época destaca el trabajo del padre agustinoAntonio de la Calancha, quien vivió en el monaste-rio de Guadalupe y reportó una serie de aspectosimportantes acerca de la naturaleza, historia y tradi-ciones del valle (Calancha [1638] 1974).

Las investigaciones arqueológicas en el valle deJequetepeque se iniciaron en la década de los añostreinta, con los trabajos de Heinrich Ubbelohde-Doering (1983) y sus discípulos Hans Disselhoff(1958) y Wolfgang y Gisella Hecker (1990). En 1965Paul Kosok incluyó vistas aéreas de los sitios arqueo-lógicos más importantes del valle de Jequetepequeen su estudio sobre la vida, la tierra y el agua en elPerú. Don Óscar Lostanau y don Óscar RodríguezRazetto, el primero por sus observaciones y trabajosde preservación, el segundo por su colección y am-bos por el apoyo a los investigadores, contribuyeron

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 4

Figura 1. Mapa de la Costa Norte del Perú con la ubicación de los principales sitios arqueológicos Mochicas, en laregión Mochica Sur y en las tres áreas de desarrollo de la región Mochica Norte.

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5Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 2. Mapa del Valle de Jequetepeque con la ubicación de los principales sitios ocupados durante los PeriodosMochica, Transicional, Lambayeque y Chimú.

al desarrollo de la arqueología jequetepecana. En ladécada del setenta, a raíz de la construcción de larepresa Gallito Ciego, Rogger Ravines (1982) hizoun catastro de los sitios arqueológicos que iban a serafectados y se realizaron excavaciones en algunosde ellos, como Monte Grande (Tellenbach 1986). Enla misma época, David Chodoff condujo las prime-ras excavaciones estratigráficas en área en SJM(Chodoff 1979). Una aproximación complementaria,en la que se evaluó la relación entre los recursos ylos sitios arqueológicos, fue el estudio de los siste-mas de irrigación precolombinos hecho por HerbertEling (1987), quien situó el origen de los sistemascomplejos de irrigación en época Mochica, antici-pando la complejidad organizativa del valle. Varios

estudios de los patrones de asentamiento se han lle-vado a cabo, entre los que destacan el de los espososHecker (1990) y el que Tom Dillehay y Alan Kolata(Dillehay 2001) han realizado últimamente para todoel valle. Los trabajos de Christopher Donnan han sidolos más extensos y sostenidos en el valle, conexcavaciones en Pacatnamú, La Mina, San José deMoro, Dos Cabezas y Mazanca (Donnan y Cock1986, 1997; Narváez 1994; Donnan y Castillo 1992;Donnan 2001, 2006). En los últimos años, las inves-tigaciones se han incrementado. Merecen destacarselos trabajos de Carlos Elera en Puémape (1998), CarolMackey en el Algarrobal de Moro (1997) y Farfán(2005), William Sapp en Cabur (2002), EdwardSwenson en San Ildefonso y otros sitios (2004),

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 6

Figura 3. Plano de San José de Moro con indicación de los montículos y las áreas excavadas entre 1991 y 2007.

(Johnson, en prensa; Mauricio 2006), prospeccionesintensivas en la parte norte del valle de Jequetepeque(Ruiz 2004) y exploraciones para ubicar fuentes dearcillas y calcitas (Rohfritsch 2006).

La investigación arqueológica del valle deJequetepeque ha abordado todos los periodos de ocu-pación y problemas tan diversos como las prácticasfunerarias de individuos de diferente rango social(Castillo y Donnan 1994a; Donley 2004), los patro-nes de asentamiento (Dillehay 2001), la arquitecturamonumental (Donnan 2001), el desarrollo de la tec-nología cerámica (Rohfritsch 2006) o la identidadde los metalurgistas (Fraresso 2007, en prensa). Adiferencia de lo que ha ocurrido en otros valles de lacosta norte del Perú, en Jequetepeque las investiga-ciones arqueológicas han sido realizadas por variosgrupos de investigación y, por lo tanto, desde diver-sas aproximaciones, metodologías y perspectivas.

En los años que han trascurrido desde que se

Marco Rosas en Cerro Chepén (2005), Ilana Johnsonen Portachuelo de Charcape (Johnson, en prensa),Scott Kremkau en Talambo, entre otros (Figura 2).

En el contexto de estas investigaciones, el Pro-yecto Arqueológico San José de Moro se ha distin-guido por ser un esfuerzo sostenido, abocado al es-tudio de uno de los pocos sitios que combinan lasfunciones de cementerio y de centro ceremonial yque aún preservan amplios sectores intactos. Lasexcavaciones en esta área han producido, hasta lafecha, datos novedosos respecto a las prácticas ritua-les y funerarias de las sociedades Mochica,Transicional y Lambayeque. La estratigrafía del si-tio es singular no sólo por su densidad, sino porquecontiene artefactos que permiten construir una se-cuencia cronológica compleja y detallada de más demil años. Asimismo, desde el PASJM se han propi-ciado investigaciones en otros sitios del valle, inclu-yendo excavaciones en Portachuelo de Charcape

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7Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 4. Secuencia cronológica del Valle de Jequetepeque con ejemplares cerámicos representativos de los periodos yfases de la secuencia ocupacional de San José de Moro.

iniciaron las investigaciones en San José de Moromuchas cosas han cambiado en el entorno social enel que se realiza el proyecto, en el contexto de otrasinvestigaciones sobre la cultura Mochica y en nues-tros propios intereses de investigación. La arqueolo-gía de la costa norte del Perú ha tenido, a partir delhallazgo y excavación de las tumbas de Sipán en1987, un desarrollo sorprendente. Decenas deexcavaciones de diferente magnitud, duración y én-fasis se han multiplicado en toda la región (Figura1). Se han estudiado, por ejemplo, los patrones deocupación a través de prospecciones intensivas prác-ticamente en todos los valles de la costa norte; se hatriplicado el número de contextos funerarios regis-trados arqueológicamente; se han documentado mi-

les de metros cuadrados de estructuras y espacioshabitacionales; y se han expuesto más pinturasmurales y relieves polícromos que todos los que exis-tían antes del inicio de este desarrollo. Como conse-cuencia de esto, las publicaciones de artículos, librosy tesis han aumentado en número y calidad. Nuestroconocimiento acerca de las sociedades antiguas de lacosta norte se ha multiplicado hasta tal punto quepodemos abordar con cierta seguridad temas comolas evoluciones regionales de los estados Mochicaso el papel de su ideología en la construcción de es-trategias de poder, las formaciones políticas y lasestrategias de control y legitimación. Si bien una granmayoría de estos trabajos se ha centrado en el estu-dio de esta sociedad y el mayor énfasis ha sido dado

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 8

a lo espectacular y monumental, es decir, a los gran-des templos decorados con pinturas murales (Uceda2001; Franco et al. 2003) y a las ricas tumbas de élite(Alva 2004; Donnan 2001; Donnan y Castillo 1992;Narváez 1994; Tello et al. 2003; Williams 2006), tam-bién se han multiplicado los estudios de comunida-des rurales (Billman 1996; Billman et al. 1999;Gummerman y Briceño 2003), de la dieta (Gumerman1991), de la tecnología y producción (Uceda y Ar-mas 1997; Fraresso, en prensa; Carcedo 1998;Rengifo y Rojas, en prensa; Uceda y Rengifo 2006;Rohfritsch 2006), de los contextos domésticos(Uceda, en prensa), de la cerámica utilitaria (Gamarray Gayoso, en prensa) y de la demografía (Chapdelaine2003).

Muchas de las preguntas y objetivos queChristopher Donnan y Luis Jaime Castillo se plan-tearon hace 16 años, al iniciarse el Proyecto Arqueo-lógico San José de Moro (PASJM), como, por ejem-plo, el contexto de la cerámica de línea fina o lasmodalidades funerarias de bota y cámara en el Pe-riodo Mochica Tardío, se absolvieron y resolvierona medida que progresó la investigación (Castillo yDonnan 1994a) o fueron abordados y desarrolladoscabalmente por otros proyectos, por ejemplo, a tra-vés de los trabajos de Swenson (2004) y Rosas (2005).Pero casi inevitablemente las respuestas a las pre-guntas y las soluciones a los problemas generaronnuevas preguntas y nuevos problemas. Hay que se-ñalar, finalmente, que este proyecto no se ha realiza-do al margen de otros programas de investigaciónabocados en la comprensión de la evolución de lassociedades de la costa norte del Perú. En común conmuchos de estos esfuerzos está el interés por contri-buir a la construcción de la identidad regional y na-cional y con el desarrollo sostenible de las comuni-dades con las que trabajamos. Esta comunidad deintereses científicos es particularmente más intensacon el Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna, conel que hemos compartido experiencias, intereses, re-cursos y alumnos. Formar a los estudiantes peruanosy extranjeros en un ambiente internacional de coope-ración, así como a los jóvenes investigadores, ha sidoparte de la razón de ser de este proyecto desde que seinició y continuará siendo uno de sus principales fi-nes.

En las siguientes páginas se presenta un resu-men y recapitulación de las fases por las que, en re-trospectiva, consideramos ha pasado el PASJM. Paracomprender su desarrollo es necesario recapitular enlos 16 años de trabajo los objetivos que nos traza-mos en cada fase del proyecto, los logros y hallazgos

y los cambios que todo esto generó en el derroterode la investigación. Conforme transcurrieron los años,la complejidad del proyecto, la de los temas y pre-guntas que se investigaron y la de los recursos hu-manos y materiales de los que se disponía fueronincrementándose sostenidamente. En esta recapitu-lación se han omitido muchos detalles y nombres,hechos y hallazgos que no por ello dejan de ser im-portantes1. Sumando todo lo anterior, podemos con-cluir esta introducción diciendo que trabajar en laarqueología de la costa norte en esta época ha sido,por decir lo menos, afortunado y oportuno.

1.- La cerámica de línea fina, lasSacerdotisas de Moro y la secuencia

ocupacional de San José de Moro (tem-poradas 1991 - 1994)

El Proyecto Arqueológico San José de Moroempezó en 1991 con un objetivo muy limitado y con-creto: precisar cuál era el contexto de la cerámica delínea fina de la fase Mochica Tardío2 (Figura 5). Pues-to que presumíamos que una cerámica tan ornamen-tada y generalmente tan bien conservada debía pro-venir de contextos funerarios, creíamos imprescin-dible documentar y explicar: el tipo y las compleji-dad de las tumbas que las habían contenido, las ca-racterísticas de los individuos enterrados en ellas ysu relativa escasez, puesto que la cerámica de líneafina es rara aun en las más grandes colecciones de lacosta norte (Figura 5).

Aunque el estilo Mochica Tardío de línea finase confunde con frecuencia con el estilo pictórico dela cerámica Mochica V de la secuencia de Larco(1948, 2001), no es en absoluto igual, ni se generóbajo las mismas condiciones (Figura 6). Las seme-janzas se deben a que el estilo de línea fina MochicaTardío, propio de Jequetepeque, se habría originadoen una expansión de los estilos Mochica IV y V delsur (Castillo 2001: 317-318, 2003: 89-103) y, por lotanto, no tendría sus raíces en la escueta y poco de-corada cerámica Mochica Medio del norte, caracte-rística de sitios como Sipán, SJM y Pacatnamú (Alva2004; Castillo y Donnan 1994b; Ubbelohe-Doering1983), donde la iconografía compleja en cerámica esinexistente. Los temas iconográficos más frecuentesen la cerámica de línea fina son las ConfrontacionesRituales entre Divinidades (Figura 5), donde el diosde cara arrugada y cinturones de serpientes (AiApaec) se enfrenta a dioses menores y animalesantropomorfos; el Tema de la Mujer sobre la Balsa

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9Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 5. Botellas de asa estribo de estilo Mochica Tardío decoradas con diseños en línea fina excavadas enSan José de Moro.

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 10

Figura 6. Cuadro comparativo de las secuencias cerámicas Mochica Norte y Mochica Sur.

de Totora (Figura 5), donde una divinidad femeninaaparece navegando en una balsa que se transfiguraen una luna creciente (Cordy Collins 1977; Holmquist1992; McClelland 1990); y el Tema del Entierro (Fi-gura 7), donde se ilustra con gran detalle los ritualesfunerarios de un personaje de élite dentro de un ataúdantropomorfo que es enterrado en una gran tumba decámara (Donnan y McClelland 1979; Paulinyi 1998;Hill 1999). En el estilo de línea fina Mochica Tardíopredominan formas como las botellas de cuerpocarenado y esférico con decoración pictórica muyrecargada (Figura 5). Muchos de los temasiconográficos del estilo de línea fina se derivaron y,por lo tanto, son semejantes a sus contrapartessureños; ejemplos de esto son las representacionesdel Tema de la Mujer sobre la Balsa de Totora o elTema del Entierro (Donnan y McClelland 1979), peroen el estilo de línea fina se adaptaron a los cánones

norteños y se reinterpretaron sus elementos. Otrosmotivos, como el Tema de las Olas Antropomorfas(McClelland 1990), se desarrollaron independiente-mente en SJM, por lo que presumimos que corres-ponden a narraciones mitológicas o actividades ri-tuales propias de Jequetepeque. Una diferenciaiconográfica sustantiva es que mientras en el sur fi-guran frecuentemente los seres humanos actuandocomo corredores, sacerdotes y guerreros, en la ico-nografía del norte prácticamente no figuran sereshumanos naturales. Los actores son, en casi todoslos casos, seres mitológicos o animalesantropomorfos (Castillo 2003). Finalmente, una ca-racterística importante es que el número total de pie-zas que corresponden al estilo de línea fina MochicaTardío, tanto halladas en tumbas como en asociacióncon estructuras de uso ritual, es muy pequeño. En lastumbas de élite de San José de Moro, incluso en las

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11Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 7. Botella de asa estribo de estilo Mochica Tardío, decorada con el Tema del Entierro, hallada en el Rasgo 15,un depósito subterráneo que contenía cerámica utilitaria para la elaboración de chicha (ver Figura 13).

grandes cámaras funerarias que contienen decenasde ollas y cantaros, sólo se encuentran una o dos bo-tellas de este tipo. La homogeneidad estilística entreestas piezas, por otro lado, es muy alta, por lo queDonnan y McClelland (1999) han planteado que prác-ticamente todas las piezas pueden adscribirse a unnúmero reducido de artistas (McClelland et al. 2007).

Durante años, fuentes dispersas pero no com-probadas indicaban que la gran mayoría de losceramios de línea fina provenía de San José de Moro(Shimada 1990: 21). Inicialmente, en 1991, nos pro-pusimos estudiar de manera restringida lo poco queparecía quedar del sitio, luego de decenios de inten-so huaqueo, a fin de determinar los contextos arqueo-lógicos en los que se depositó originalmente la cerá-mica de línea fina. Adicionalmente, a partir de la den-sa estratigrafía visible en los perfiles de los pozos dehuaqueros era evidente que el sitio tenía una largahistoria ocupacional, así que nuestro segundo objeti-vo fue caracterizar su secuencia a partir deexcavaciones de perfiles estratigráficos (Castillo yDonnan 1994a).

Luego de dos temporadas de excavaciones en lafalda este de la Huaca La Capilla (Figura 3) pudimosresolver las dos interrogantes que nos habíamos plan-teado al inicio de la investigación. Descubrimos, porun lado, que el contexto de la cerámica de línea finaera grandes tumbas de cámara de la élite. Las bote-llas de línea fina aparecen junto a una gran cantidadde ofrendas funerarias (Figuras 8 y 9). Asimismo, unnúmero no menor de botellas de línea fina se hallóen tumbas de bota del periodo Mochica Tardío, aun-que de menor complejidad que las anteriores, y, ge-neralmente, junto a una gran cantidad de cántaros,ollas y vasijas de cerámica y otras ofrendas comometales, cuentas y conchas (Figura 10). En los últi-

mos años hemos encontrado botellas de línea fina encontextos inusuales como, por ejemplo, una cámarasubterránea que funcionó como depósito de vasijasde cerámica para hacer chicha (Castillo 2003) y den-tro de paicas3 utilitarias (Bernuy 2005). Del mismomodo, se han hallado fragmentos de cerámica condecoración del estilo de línea fina en los rellenos pro-ducto de acumulaciones de basura y en rellenosintencionales para cubrir la arquitectura que selló lasocupaciones Mochica Tardío. Esto nos sugiere que,además de su uso como parte de la parafernalia fune-raria de las tumbas de élite, las botellas de línea finafueron utilizadas en rituales asociados a la produc-ción y al consumo de chicha y, al parecer, fueron,también, parte de la vida cotidiana de las élites.

Ahora bien, aun cuando la casi totalidad de bo-tellas intactas ha aparecido en SJM, parecería que lacerámica Mochica Tardío de línea fina se distribuyódesde allí hacia otros sitios, donde habría sido usadaen rituales posiblemente asociados con los cultos deSJM. Fragmentos de botellas decoradas en este esti-lo han sido reportadas en Pacatnamú (McClelland1997), Portachuelo de Charcape y San Idelfonso(Johnson, en prensa; Mauricio 2006; Ruiz 2004;Swenson 2004) en el valle de Jequetepeque. Fueradel valle se han encontrado en los valles de La Le-che, en Batan Grande (Shimada 1994: 244-245), enel valle de Chicama, en Mayal (Glenn Russell, co-municación personal 1999) y en la Huaca Cao Viejo(Régulo Franco, comunicación personal 2006;George Gumerman, comunicación personal 2004).Shimada (1994: 243-245) reporta el entierro de unindividuo, dispuesto en una extraña posición muyflexionada, excavado en la Huaca Lucía de BatánGrande, que contenía asociaciones de cerámica muyparecidas a las que encontramos en entierros Mochica

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 12

Figura 8. Tumba M-U 41, correspondiente a la Sacerdotisa de Moro excavada en 1991.

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13Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 9. Tumba M-U 103, correspondiente a la Joven Sacerdotisa de Moro, excavada en 1992.

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 14

Figura 10. Vista lateral de la tumba de bota M-U 725. Se indica la localización del foso vertical de entrada, el sello deadobes y la cámara funeraria. Nótese la estratigrafía natural de capas de arcilla y arena en la que se dispuso la cámara.

Tardío excavados en SJM. Una botella de asa estribodecorada pobremente con diseños de arañas corres-ponde al estilo de línea fina y sería, por lo tanto, elúnico ejemplar completo de este estilo excavadoarqueológicamente fuera de SJM.

En las dos primeras temporadas de campo, en1991 y 1992, en codirección con Christopher Donnan,descubrimos un importante número de tumbas, entreellas cinco grandes cámaras funerarias que conteníanalgunos de los entierros más elaborados encontradosen sitios Mochicas (Castillo y Donnan 1994a; Donnan1995). Dos de ellas correspondían a las mujeresMochicas más importantes de su época: lasSacerdotisas de San José de Moro (Castillo 2005;Donnan y Castillo 1992, 1994) (Figuras 8 y 9). Losespectaculares ajuares funerarios de estos persona-jes se componían, entre otras cosas, de cientos depiezas de cerámica, algunas de ellas de exquisita ca-lidad artística, así como también de ataúdes adorna-dos con grandes placas de cobre o de aleación conbase de cobre, que emulaban la parafernalia usadapor estas mujeres durante las ceremonias rituales desacrificios humanos en las que participaban. El ha-llazgo de dos tumbas de Sacerdotisas confirmó que

durante la época Mochica una de las más importan-tes funciones rituales era asumida exclusivamente pormujeres, quienes heredaban y transmitían estas fun-ciones de una generación a la siguiente (Castillo yHolmquist 2000).

En San José de Moro se pueden distinguir bási-camente tres tipos de contextos funerarios caracte-rísticos de la ocupación Mochica: tumbas de fosa,tumbas de bota y cámaras funerarias (Castillo yDonnan 1994a; Donnan 1995). Las tumbas de fosason las más simples y están formadas por una oque-dad alargada de contorno irregular y profundidadvariable que contiene a un individuo y limitadasofrendas. Las fosas tienen generalmente una orien-tación muy variable y son poco profundas, llegandoa estar prácticamente a nivel de la superficie, en aso-ciación con pisos y capas de relleno (Donley 2004).Durante el desarrollo Mochica este tipo de tumbaestuvo asociado con los estratos sociales más bajos,pero esta correspondencia varía en los periodos si-guientes (Transicional y Lambayeque), cuando estamodalidad funeraria se vuelve predominante en SanJosé de Moro.

El segundo tipo de tumba, la tumba de bota, es

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15Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 11. Tumba M-U 1411, la tumba de bota Mochica Medio más grande excavada en SJM. Nótese el tamaño de lapared que sirvió como sello de entrada, las dimensiones de la cámara funeraria y su contenido.

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Figura 12. Impronta en arena de un ataúd de cañas hallado en la tumba de bota Mochica Medio M-U 1062. Nótese elparecido con los ataúdes de caña usados en Pacatnamú (ver Donnan y McClelland 1997).

una modalidad peculiar de enterramiento que ha sidoreportado sólo en el extremo norte de la costa(Disselhoff 1971; Lumbreras 1987: 60; Makowski1994; Ubbelohde-Doering 1983) y que en San Joséde Moro es la forma más frecuente durante el perio-do Mochica. Esta consiste en un pozo vertical deentrada, una cámara lateral y, entre estos dos, un se-llo de adobes (Figura 10). En la mayoría de los ca-sos, las tumbas de bota han aparecido orientadas alsuroeste y, en menor número, al este. El foso verticaltiene una profundidad variable y una planta irregu-lar, ovalada o casi perfectamente rectangular. Lastumbas de bota más ricas suelen ser las más profun-das y las de planta más regular, con sellos de adobemás sólidos y grandes (Figuras 10 y 11). El foso cul-mina en uno o más escalones que se excavaron enuno de sus lados y, desde ellos, se excavó la cámarafuneraria lateral ubicada a continuación del eje delfoso. Para hacer la cámara abovedada de una tumbade bota, los Mochicas buscaban un estrato de arenaentre dos capas duras de arcilla; allí era más sencillo

excavar la cámara ya que los estratos de arcilla ofre-cían una mayor solidez al piso y techo de la misma.Terminada la excavación de la tumba se introducíaal individuo con sus ofrendas. Generalmente, las tum-bas de bota tienen un solo ocupante, aunque se handocumentado casos donde múltiples adultos y/o ni-ños han compartido una tumba de este tipo(Ubbelodhe-Doering 1983: 53-57). En SJM la ma-yor concentración de individuos en una tumba de botase halló en la tumba M-U 314, donde dos mujeresadultas y dos niños pequeños compartían el espaciocon 5 piezas de cerámica, cientos de crisoles, dosmaquetas de cerámica, piruros y objetos de metal.Los individuos enterrados en estas tumbas estabanen posición extendida dorsal en el mismo eje de latumba, envueltos en telas o esteras y, en algunos ca-sos, dentro de ataúdes de caña muy semejantes a losdocumentados en Pacatnamú (Ubbelohde-Doering1983: 55-57; Donnan 1995: 131-132; Figura 12).Después de depositar al individuo se rellenó tanto lacámara lateral como el pozo vertical con tierra o are-

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17Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

na. Excepcionalmente hemos hallado individuos enposiciones aberrantes en los fosos de acceso, a ma-nera de «guardianes» (Alva 2004). Las ofrendas aso-ciadas consisten, por lo general, en piezas de cerá-mica y crisoles, pequeñas masas circulares de cobrefragmentadas y cuchillos doblados de metal, huesosde camélidos, conchas de Spondylus sp., piruros dediferentes materiales, artefactos de obsidiana y otrosobjetos de adorno personal. Las ofrendas aparecendirectamente sobre el piso de la cámara rodeando alindividuo, en la boca y las manos. En algunos casosse ha podido determinar que las ofrendas aparecie-ron ligeramente por encima del piso, sobre capas dearena limpia con que se rellenaban y sellaban las tum-bas, e incluso en el relleno de los pozos verticales deacceso. Podemos inferir que, en el primer caso, lacolocación de ofrendas se produjo durante el entie-rro, acompañando al ataúd, mientras que, en el se-gundo, las ofrendas se colocaron a medida que se ibarellenando y sellando la tumba.

El tercer tipo de tumba, la gran cámara funera-ria (Figuras 8 y 9), contiene los entierros más ricos ycomplejos encontrados en SJM y son los únicos enlos que ha sido posible inferir una asociación entrelos individuos enterrados y los personajes y actoresde las liturgias Mochicas (Donnan y Castillo 1992,1994). Las cámaras constan de un gran foso rectan-gular de profundidad variable, pero siempre mayor alos tres metros y orientadas al suroeste. En el interiorde este gran foso se construyó una habitación o cá-mara rectangular con paredes de adobes y nichoscuadrangulares. Este tipo de tumbas, que se ha halla-do en San José de Moro y Sipán, parece correspon-der a un patrón norteño, puesto que en el sur las tum-bas de cámara están divididas longitudinalmente poruna pared de adobes y sus nichos son pentagonales(Franco et al. 1999, 2001; Chauchat y Gutierrez 2002;Uceda 1997). En San José de Moro las cámarasMochicas estuvieron techadas en todos los casos, conun sistema que consistía en cuatro columnas u«horcones» colocados en las esquinas, dos vigas apo-yadas en los horcones que atravesaban la cámara porlos lados más largos y múltiples viguetas más ligerasperpendiculares a las anteriores y que se apoyabanen ellas. Una vez que se terminó la construcción dela cámara, se rellenó parcialmente, sobre la parte te-chada, dejando un foso de acceso estrecho en el ladonorte de la tumba. El interior de las cámaras funera-rias en SJM parece haber estado dividido en dos sec-tores: una antecámara directamente debajo del fosode entrada y la cámara funeraria donde se depositó elataúd del ocupante principal, sus ofrendas y, en al-

gunos casos, entierros adicionales. Aun cuando po-demos encontrar más de un cadáver dentro de las tum-bas de cámara, estas parecen haber correspondido aun solo individuo, que fue colocado dentro de unataúd de caña en el centro de la cámara funeraria ycon la orientación del eje de la misma.

Es preciso señalar que en SJM sólo se han regis-trado tumbas de cámara Mochica para el periodoTardío, sin que hasta la fecha se haya registrado al-guna cámara funeraria para el periodo Mochica Me-dio, ni en SJM ni en Pacatnamú. En Sipán, que co-rrespondería también con el periodo Mochica Me-dio, sí se han encontrado tumbas de cámara de grancomplejidad y riqueza (Alva 2004). Asimismo, se hareportado este tipo de tumbas para el periodo MochicaTemprano en Dos Cabezas (Narváez 1994) y La Mina(Donnan 2001). La cantidad de ofrendas y su cali-dad relativa es mayor en las tumbas de cámara queen las tumbas de bota. En estos contextos hemos en-contrado maquetas de arcilla cruda, grandes piezasmetálicas como máscaras, tocados, cuchillos y co-pas; restos humanos, tanto completos como parcia-les; millares de crisoles, conchas de Spondylus sp.,puntas de obsidiana, collares y brazaletes hechos decuentas de piedras semi preciosas, piruros y otrosimplementos de textilería, restos óseos de perros yllamas, completos o parciales (Castillo 2005; Donnany Castillo 1992, 1994). Sin embargo, aun en las tum-bas de cámara más ricas, las cuales pertenecieron alas Sacerdotisas4, sólo se encontraron algunos pocosejemplares de gran calidad de la cerámica del estiloMochica Tardío de línea fina, junto a una gran canti-dad de cerámica de formas y estilos inusuales (Figu-ras 8 y 9). De las cinco cámaras funerarias MochicaTardío excavadas en 1991 y 1992, una no conteníaninguna pieza de alta calidad (tumba M-U 102), doscámaras contenían una botella decorada con línea finapero de ejecución muy pobre (tumbas M-U 26 y M-U 30; Donnan y McClelland 1999: Figura 5.5), ysólo en las tumbas de las dos Sacerdotisas (tumbasM-U 41 y M-U 103) se hallaron verdaderos ejem-plos sobresalientes de este estilo cerámico. La tum-ba de la Joven Sacerdotisa (M-U 103) contenía unabotella con la representación del Tema del Entierro,que apareció boca abajo en un nicho en la esquinasuroeste (Castillo 1996: 6-7). También en la esquinasuroeste de la tumba de la Sacerdotisa (M-U 41), sehalló una botella con la representación del Tema dela Mujer en la Balsa y la famosa copa de la Sacerdo-tisa de Moro (Donnan y McClelland 1999: Figura5.21).

Un aspecto peculiar de la cerámica asociada a

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 18

las tumbas Mochica que excavamos en los primerosaños fue la inusual presencia de artefactos con for-mas y decoraciones muy diferentes a la cerámica re-portada en otros sitios Mochicas, particularmente conexcavaciones llevadas a cabo en los valles deChicama, Moche, Virú y Santa. Había, por ejemplo,una gran cantidad de cerámica reducida, decoradacon diseños en relieve; botellas de cuerpos achatados(flasks) con decoraciones en relieve en el cuello, cán-taros con cuerpos carenados, piezas de cuerpos múl-tiples, botellas cilíndricas, así como ollas con cuer-pos cubiertos por bultos y cuellos-plataforma. Lasformas que esperábamos encontrar, como los cánta-ros con cuellos o los «floreros, las botellas modela-das y con diseños geométricos», típicos de los entie-rros de la Huaca de la Luna (Donnan y Mackey 1978)y de las colecciones del Museo Larco (2001), brilla-ban por su ausencia. Paradójicamente, en vez de es-tas formas apareció por primera vez en contexto unaimportante cantidad de cerámica polícroma, tanto delestilo Mochica Polícromo y copias hechas en SJMde formas foráneas (Castillo 2000b) como de cerá-mica importada de la costa central y sierra sur, deestilos Wari Conchopata, Chaquipampa y Viñaque,Atarco, Nievería, Pachacamac y cerámica Cajamarcaen varios estilos y formas (Figura 4).

Las características de los estilos cerámicos queaparecieron en las tumbas de SJM nos permitierondistinguir diferencias con respecto a otros sitiosMochicas investigados y dejaron entrever la pecu-liar naturaleza del sitio y del proceso de desarrollocultural del valle de Jequetepeque. En primer lugar,parecía que la tradición cerámica era radicalmentedistinta, pues no sólo no aparecían en SJM ceramiosde formas y decoraciones como los que caracteriza-ban a los sitios Mochica V (Bawden 2001; Lockard2005; Shimada 1994), sino que apareció cerámicade formas y decoraciones que no existían en absolu-to en otros sitios investigados. Esta diferenciaciónera también visible en la cerámica más temprana,correspondiente a lo que ahora llamamos MochicaMedio y que entonces pensábamos que podía ser elequivalente del periodo Mochica III en la secuenciade Larco (1948). En cualquier caso, la cerámica delestilo Mochica IV, la más ubicua en el sur, no existíaen SJM y, por lo tanto, pudimos concluir que en SJMse podía documentar un estilo y una secuencia cerá-mica diferente a la que existía en otros sitios Mochica(Castillo y Donnan 1994b; Castillo ms.; Figura 6).Pero no sólo se trataba de San José de Moro, ya quela cerámica de estilo Mochica IV prácticamente noaparece en sitios Mochicas al norte del valle de

Chicama.La segunda conclusión se derivó de la anterior y

de la presencia notable de la cerámica importada enSJM. Las diferencias estilísticas y formales de la ce-rámica de Jequetepeque habrían resultado de un pro-ceso cultural independiente del que modeló el desa-rrollo de otras zonas Mochicas. Los ritmos de desa-rrollo, es decir, cuándo se inició, maduró y colapsóla sociedad Mochica en cada región, habrían genera-do una temporalidad diferente, por lo que, por ejem-plo, el fenómeno Mochica en SJM pudo durar más omenos que en otras zonas. Ciertamente, la gran can-tidad de cerámica foránea demostraba que SJM, másque cualquier otro sitio Mochica, se habría incorpo-rado a las redes culturales, económicas y deinteracción ideológica que se habían gestado duran-te el Horizonte Medio con una enorme influencia delfenómeno Wari y sus derivados. En base a estas re-flexiones, y al reconocimiento de diferencias muymarcadas y otras mucho más sutiles, llegamos a laconclusión que, geopolíticamente, así como en laorganización política, debió existir una división delterritorio Mochica en dos regiones, el Mochica Nor-te y el Mochica Sur (Castillo y Donnan 1994b), inte-grados, eso sí, por vínculos culturales y religiosos ypor las interacciones de sus élites. Estos vínculos einteracciones habrían permitido que los fenómenosregionales, a pesar de sus diferencias e independen-cia, formaran parte de un mismo fenómeno cultural.Recientemente ha quedado en evidencia que, en rea-lidad, el valle de Jequetepeque tuvo durante prácti-camente todo el periodo Mochica y el Transicionalplena independencia en relación con el resto de lacosta norte y que, por lo tanto, atravesó por un pro-ceso cultural singular, marcado por la independenciade sus unidades componentes (poblados y territorios),por la inexistencia de un centro político o capital ypor el énfasis en el ritual y la ideología como fuerzacohesionadora de unidades territoriales y políticas(Feinman y Marcus 1996) que, en todo lo demás,eran independientes (Castillo en prensa).

Definir la secuencia ocupacional fue una de lasprioridades del proyecto desde que iniciamos los tra-bajos en SJM. El sitio es, sin duda, uno de los mássingulares yacimientos arqueológicos de la costanorte por su larga ocupación y compleja estratigrafía.La mayoría de los montículos que lo conforman con-siste en superposiciones continuas de capas de ocu-pación y capas de rellenos que, en algunos casos,alcanzan hasta los ocho metros. Asociado con estascapas, pisos y superficies de ocupación aparece unagran cantidad de material cultural, particularmente

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19Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

fragmentos de cerámica, que incluye elementos quefácilmente podemos reconocer y otros de formas ydecoraciones que resultan francamente desconocidos.Algunos de los ejemplos más curiosos son la cerá-mica negra estampada, que evidentemente no era defiliación Lambayeque o Chimú, y la cerámica de es-tilos Cajamarca o polícroma (Figura 4). Fue eviden-te, entonces, que la historia ocupacional del sitio, do-cumentada en detalle y relacionada con artefactos ti-pos, tomaría más tiempo en ser definida. La dimen-sión cronológica de nuestra investigación, en rela-ción con la evolución de los estilos y con los fenó-menos que moldearon el sitio y la región, a la largaha resultado un problema que viene tomando los 16años del proyecto, cada vez mejor entendido, peronunca resuelto (Castillo ms.). Durante la primera fasela Dra. Alana Cordy-Collins, Don y DonnaMcClelland, Ulla Holmquist, Marco Rosas, CarlosWester y Carmela Zanelli fueron fundamentales parael éxito del proyecto.

2.- Prácticas ceremoniales y contextosrituales (temporadas 1995 a 1997)

Entre 1995 y 1997 los trabajos arqueológicosen San José de Moro pasaron a una segunda fase enla que priorizamos el estudio contextual de las prác-ticas funerarias y el papel que estas y otros aspectosde la vida ritual tuvieron en la construcción de estra-tegias ideológicas de poder en el valle deJequetepeque. Las excavaciones en SJM se centra-ron tanto en el período Mochica Tardío como en sucolapso y en la recomposición cultural del valle deJequetepeque, periodo que denominamos«Transicional» (Rucabado y Castillo 2003; Figura4). La dirección del PASJM estuvo, en esta fase, acargo de Carol Mackey, quien excavó el complejoadministrativo del Algarrobal de Moro, el centro delpoder Chimú en la parte norte del valle (Mackey2005); Andrew Nelson, quien enfatizó el estudio bio-lógico de las poblaciones y la demografía (Nelson etal. 2000), y Luis Jaime Castillo.

Al iniciarse la segunda fase del proyecto, el es-tudio de las prácticas funerarias era el componenteprincipal de la investigación en SJM. Aun cuando sehabía excavado un número considerable de tumbasde bota y cámaras funerarias, subsistían muchas du-das respecto a su representatividad y al contexto ge-neral del sitio como entorno ritual en el que se ha-bían realizado las prácticas funerarias de élite. Enlos primeros años nos habíamos topado con entie-rros un tanto extraños, como tumbas Lambayeque

con individuos extendidos o tumbas que conteníanuna cantidad de cerámica Cajamarca apreciable, allado de formas de una tradición costeña indefinida(Castillo y Donnan 1994a). El estudio del contextoritual asociado con las prácticas funerarias no habíaavanzado mucho en la primera fase, pues el área ad-yacente a la Huaca La Capilla, donde se habían con-centrado las excavaciones, no contenía mucha evi-dencia de actividades ceremoniales (Figura 3).

En el estudio de las prácticas funerarias defini-mos como objetivo el diferenciar con mayor preci-sión las dimensiones sociales de las temporales, esdecir, las diferencias que se deberían al status de losindividuos, las cuales habrían estado determinadaspor el periodo al que correspondían las tumbas. Eraevidente que en SJM se habían enterrado individuosde diversas clases, funciones y posiciones, miembrosde una organización social mucho más compleja delo que habíamos previsto. Había que establecer, porotro lado, las modalidades funerarias propias de cadaperiodo. Llegar a comprender los patrones cultura-les, las modalidades y formas que corresponden acada periodo de ocupación en un sitio tan complejono es cuestión únicamente de un buen diseño de in-vestigación. Descubrir las peculiaridades del pasadoes un proceso inductivo que inevitablemente tomatiempo y perseverancia, ya que se tienen que «en-contrar», prácticamente por azar, suficientes ejem-plos de cada fenómeno (en este caso, de cada tipo detumba) para poder caracterizar un periodo cultural y,dentro de él, definir las variaciones que se puedandeber al status o a la función de los individuos.

Por otro lado, las prácticas funerarias no habíansido la única actividad en el sitio y posiblemente nisiquiera fueron las actividades más habituales, dadala relativamente baja densidad de tumbas para un sitode tan extendida ocupación5. Las actividades ritua-les que se habrían celebrado como parte del cultogeneral a los ancestros, como una prácticaespecíficamente relacionada con el acompañamien-to de un entierro o como celebraciones estacionalesy continuas, parecerían haber contribuido mássignificativamente en la formación del sitio que losentierros por sí solos. Hay que señalar que los ce-menterios prehispánicos estudiados en la costa nortedel Perú han sido descritos mayoritariamente en loque concierne a sus tumbas, conociéndose relativa-mente poco de lo que sucedía en su entorno (ver, porejemplo, Alva 2004; Donnan y Mackey 1978; Casti-llo 2005). Esto es muchas veces comprensible por lacomplejidad y costos que implica la excavación fu-neraria y por las necesarias consideraciones de segu-

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 20

ridad, tanto para los hallazgos como para los investi-gadores. Se sobreentiende, además, que cualquiertumba que no excaven los arqueólogos será, even-tualmente, destruida por los huaqueros. Puesto queen excavaciones de este tipo el objetivo es ubicar elmayor número de tumbas, la metodología usual esubicar una tumba y luego «seguir» los alineamientoso agrupaciones que haya en los alrededores. Es posi-ble, sin embargo, que en algunos casos no haya grancosa por estudiar, ya que los cementerios podríanhaber sido lugares más bien especializados, con pocao ninguna actividad ceremonial asociada a ellos, oque las actividades asociadas (procesiones, ofrendasde flores o vegetales, danzas o incluso sacrificios ylibaciones) no dejaran huellas en el registro arqueo-lógico. En los casos en que el contexto ha sido estu-diado, las tumbas, particularmente las más ricas, seencontraron asociadas con templos y espacios ritua-les, por ejemplo en Huaca de la Luna (Tello et al.2003; Uceda 2000) y en Huaca Cao Viejo (Franco etal. 1999; Williams 2006), o con banquetas asociadasa arquitectura doméstica, por ejemplo en Galindo(Bawden 2001). En el caso específico de SJM lasactividades funerarias habían estado acompañadas deelaboradas ceremonias que dejaron todo tipo de hue-llas y evidencia. En la segunda parte del proyectoemprendimos el estudio de este aspecto del ritualfunerario (Castillo 2000a).

En esta fase iniciamos el estudio de la distribu-ción espacial de los entierros en el cementerio y delas connotaciones de estas distribuciones (Goldstein1981). La distribución de los diferentes tipos de tum-bas y de las tumbas correspondientes a los diferentesperiodos de ocupación no era homogénea. Por el con-trario, tumbas del mismo tipo o del mismo periodotendían a estar concentradas o alineadas. Tal fue elcaso de las tumbas de cámara, que aparecieron sóloal pie de la Huaca La Capilla, o de alineamientos detumbas, como había sido el caso del cementerioH45CM1 de Pacatnamú (Donnan y Cock 1986,1997). Como sucede con el estudio de otros aspectosde las prácticas funerarias, los patrones espacialesde organización requerían de una muestra suficien-temente representativa. Hemos ido abordando esteproblema a medida que se fueron presentando lascircunstancias, es decir, conforme fue apareciendosuficiente evidencia como para poder establecer ge-neralizaciones. Los núcleos y concentraciones detumbas que hemos encontrado, ya sean tumbas sim-ples alrededor de una tumba más compleja (DelCarpio, en prensa), o alineaciones de tumbas (Casti-llo 2003), cambian en cada periodo y nos indican

que la organización espacial no sólo estuvo determi-nada por ejes temporales o de status. Parecería queotros factores pudieron determinar la agrupación yla organización de las tumbas. La pertenencia a uni-dades familiares, la participación en rituales y cul-tos, las funciones ceremoniales o de otra índole (mi-litares, artesanos, campesinos y pescadores) y enparticular el origen regional o local podrían darnospistas para explicar algunos de los criterios de orga-nización espacial de las tumbas.

Si efectivamente existieron principios de orga-nización definidos en base a los criterios anteriores,entonces deberíamos detectar «marcadores de afini-dad» compartidos por las tumbas de un núcleo, quepermitan diferenciarlos entre sí. Estos podrían ser lainclusión de artefactos de una forma, estilo o fun-ción determinada (como los que aparecen con lasSacerdotisas), de motivos iconográficos o, simple-mente, de cerámica producida en una localidad y portanto distinguible de aquella producida en otra(Rohfritsch 2006).

Durante esta fase del proyecto, mudamos lasexcavaciones hacia el este de la Huaca La Capilla ynos concentramos en una antigua «cancha de fútbol»situada en la parte central del sitio. En época Mochicaesta zona no estuvo asociada directamente con nin-guna estructura, sino que estaba más bien al pie de lamayoría de los montículos, formando una explanadadonde se realizaban entierros de élite y rituales queimplicaban el consumo de grandes cantidades dechicha. En la superficie actual de este sector no hayningún indicio de lo que puede contener el subsuelo,ni existe suficiente contraste como para hacer algunaprueba de detección, así que las decisiones de dóndecolocar unidades de excavación fueron más bienaleatorias o se determinaron por la proximidad a al-gún hallazgo realizado en una unidad anterior. Nues-tra estrategia de excavación fue definir unidades deexcavación, inicialmente de cinco por cinco metros,que luego se ampliaron a unidades de diez por diezmetros de área, en diferentes puntos del terreno a finde definir el contenido, la estratigrafía y la secuenciaocupacional (Figura 3).

A medida que se extendía el área excavada nospercatamos de que la ocupación del sitio a lo largode su secuencia cultural no había sido homogénea.Las ocupaciones eran más densas en los montículos,donde la estratigrafía podía ser el doble que la queencontrábamos en la cancha de fútbol, incluyendomucha más evidencia de actividades domésticas.Adicionalmente, en las zonas llanas del sitio, las ocu-paciones parecían concentrarse en núcleos de activi-

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dad, donde las evidencias de una u otra ocupacióneran mayores. Esta falta de homogeneidad en la dis-persión de los elementos también caracteriza la con-centración de tumbas. La Unidad 24, por ejemplo,contuvo 24 tumbas Mochica Medio (Del Carpio enprensa), mientras que la Unidad 17-20 no tuvo nin-guna. Esta tendencia a la concentración de las activi-dades funerarias no es exclusiva de los periodosMochica; en la Unidad 9 se excavó una gran canti-dad de tumbas Lambayeque, mientras que en otrasunidades eran prácticamente inexistentes.

El cambio en la estrategia y el progresivo creci-miento de las unidades de excavación se debió a laconstatación de una intensiva y continua actividadnatural y cultural asociada a los entierros. El origende los materiales que formaron la densa deposicióncaracterística del sitio es un asunto que estamos tra-tando de entender a partir de un estudio de la geolo-gía natural y cultural (Bustamante 2002). En prome-dio, el sector de la «cancha de fútbol» presenta tresmetros de estratigrafía entre el nivel actual y el nivelestéril; es decir, entre el presente y en el año 300d.C., cuando SJM era una colina cubierta de espinosy algarrobos, constantemente anegada, a orillas delrío Chamán. Si asumimos que esa estratigrafía apa-rece en un área de 30 hectáreas (300000 metros cua-drados), entonces el sitio está cubierto por casi unmillón de metros cúbicos de materiales. Consideran-do este volumen de sedimentos, una pregunta natu-ral es de dónde salió todo el material que fue cu-briendo el sitio. Además de la descomposición delbosque, que fue formando un suelo vegetal en la co-lina, tres parecen haber sido los agentes externos quedepositaron sedimentos y materiales en SJM: el aca-rreo eólico (el polvo transportado por el viento y«atrapado» por los bosques), el acarreo fluvial (ma-teriales transportados por las infrecuentes, pero enocasiones significativas, lluvias) y la actividad hu-mana (materiales transportados para la construcciónde estructuras arquitectónicas y muros, para el relle-no y nivelación de pisos, y basura producida por ac-tividad humana). De estos, las actividades humanas,por ejemplo, las fiestas y ceremonias que seescenificaron al pie y sobre las huacas, si no fueronlas que contribuyeron más, fueron indudablementelas más significativas y diversificadas. Estas impli-caron el transporte, el procesamiento y la produc-ción de bienes, y el consumo de alimentos en gran-des cantidades, así como la construcción de una in-fraestructura de soporte.

Las actividades relacionadas con la preparacióny el consumo de alimentos y bebidas se hacen evi-

dentes en la alta frecuencia de implementos cerámicosutilitarios, enteros o fragmentados, particularmentede tres tipos: ollas, cántaros y grandes paicas. Frag-mentos de ollas, cántaros y paicas de todo tamaño yforma son el componente más frecuente de lafragmentería cerámica recuperada en SJM en capasde ocupación y relleno. Asimismo, un número muyalto de artefactos se encuentra entero, dispuesto demanera ordenada en núcleos o alineados, en semicír-culos o concentrados y en asociación con capas es-pecíficas de ocupación. Las ollas y los cántaros apa-recen en grandes cantidades en las capas de ocupa-ción Mochicas y Transicionales, muchas veces ennúcleos compuestos por varios ejemplares. Sus for-mas varían con el tiempo, aunque algunas de ellas,como las ollas de cuello plataforma, son muydiagnósticas para el periodo Mochica Tardío (Donnan1997: 14; Castillo y Donnan 1994:105-108). Muchasveces encontramos conjuntos de ollas o cántaros com-pletos, boca arriba y en algunos casos incluso tapa-dos, lo que nos permite inferir que no fueron des-echados o abandonados, sino que fueron cuidadosa-mente depositados de forma tal que pudieran ser usa-dos en una siguiente temporada de fiestas y celebra-ciones. Concentraciones de este tipo son muy fre-cuentes en la capa estratigráfica que separa la ocupa-ción Mochica Tardío de la Transicional, lo que nosha llevado a pensar que fueron abandonadas aproxi-madamente por la misma época. Por la alta concen-tración de ollas y cántaros que encontramos asocia-do con este estrato, hemos llamado a esta capaestratigráfica la «capa de fiesta», puesto que los arte-factos pertenecerían a la parafernalia ritual asociadacon la preparación de bebidas y comidas necesariaspara las actividades ceremoniales.

La segunda categoría de recipientes cerámicosque se encuentra con mayor frecuencia es las paicas,que sirvieron para almacenar agua o granos y parafermentar y almacenar chicha. Sus tamaños son va-riables, fluctúan entre los 50 y 150 litros y sus for-mas corresponden a dos grandes grupos: paicas sincuello, que son más frecuentes en los periodosMochica Medio y Chimú, y paicas con cuellos cor-tos y evertidos, predominantes en el periodo MochicaTardío. Las paicas se usaron semienterradas y reci-bieron el calor lateralmente, seguramente para ca-lentar su contenido, más no para cocerlo6. Es impor-tante señalar que a medida que el nivel del piso seelevaba, fruto de la acumulación de desechos y de laconstrucción de nuevos pisos, las paicas pasaban deestar semienterradas a estar totalmente bajo tierra. Sieste era el caso, se les colocaba un anillo de adobes

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sobre las bocas, para reforzarlas y poder seguir usán-dolas, ya no para calentar líquidos sino, seguramen-te, como depósitos. Las semejanzas entre los con-textos arqueológicos de SJM y las chicherías moder-nas son sorprendentes, tanto en los artefactos que seusan para la preparación de la chicha como en sudistribución y la organización del espacio producti-vo (Delibes y Barragán, en prensa; Shimada 1994:221-224). La alta frecuencia de paicas y ollas es muyimportante para inferir que la población atendida enSJM durante las actividades ceremoniales era muygrande, mayor que la que cualquier poblado podíaaportar por sí solo al sitio.

La producción y el consumo de chicha, que fue-ron las actividades permanentes y continuas en el si-tio, estuvieron íntimamente relacionados con los en-tierros y los rituales funerarios que, independiente-mente de lo elaborado de las tumbas, habrían sidolas actividades eventuales. Esta relación es evidenteen el «Rasgo 15» (Figura 13), un depósito o reposi-

Figura 13. Rasgo 15, depósito subterráneo donde se hallaron cántaros, ollas y otros artefactos parala preparación de chicha.

torio subterráneo en el que se almacenaron diversostipos de vasijas de cerámica para hacer chicha. Elinterior se subdividía en tres sectores en los cuales sedispuso una variada gama de vasijas de cerámica dediferentes tamaños y formas (ollas, cuencos, cánta-ros y botellas). En el Rasgo 15, los usuarios habríanguardado sus utensilios y recipientes para utilizarlocada vez que retornaban a SJM con motivo de algúnevento funerario o para actividades ceremoniales re-gionales (Castillo 2003). En el momento de su aban-dono, el Rasgo 15 fue rellenado con barro líquido,sellándose su contenido en una masa sólida de arci-lla. Una cuidadosa excavación permitió registrar elcontenido de este depósito y exponer, en asociacióncon el piso, una magnífica botella de asa estriboMochica Tardío de línea fina, decorada con una in-trincada representación del Tema del Entierro(Donnan y McClelland 1979), pero sospechosamen-te fragmentada intencionalmente (Figura 7). Una pie-za de esta calidad, que esperaríamos encontrar en la

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tumba de un individuo de la élite, acentúa la peculia-ridad del Rasgo 15. Su presencia nos lleva a pensarque no sólo el consumo de la chicha fue parte impor-tante en los ritos conducidos en SJM, sino que la pro-ducción de la chicha, o de una chicha en particular,se convirtió en una actividad ritual.

En contraste con la abundante evidencia de acti-vidades de preparación y consumo de chicha y co-mida, no hemos encontrado en SJM muchas estruc-turas permanentes tales como almacenes, cocinas odespensas, o incluso dormitorios y lugares específi-cos de consumo. La evidencia apunta a que, a lo lar-go de su ocupación, se construían o habilitaban re-cintos temporales, en base a paredes ligeras de barroy cañas, y no recintos permanentes construidos conmateriales duraderos. La intrascendencia, en el sen-tido de una deliberadamente corta duración en el tiem-po, parece haber sido parte del carácter especial deSJM y de los rituales que se escenificaban allí. Lalimitada durabilidad de las estructuras contrasta conel carácter permanente de los sitios Mochicas monu-mentales más conocidos que capturaron las aporta-ciones y las materializaron en capas sucesivas de ar-quitectura monumental repleta de decoración y pin-tura. Tampoco son muy frecuentes, al menos en lazona excavada, áreas o espacios que puedan ser cali-ficados de manera inequívoca como residencias ounidades domésticas. La evidencia arquitectónica yde organización del espacio nos lleva a pensar, en-tonces, que la presencia humana en SJM era intensi-va pero de corta duración y que las actividades reali-zadas en el sitio requerían de mucha preparación ygeneraban muchos desechos, pero no eran de carác-ter permanente.

En síntesis, San José de Moro parece haber teni-do la función de albergar rituales de ámbito regional,pero de duración limitada. En otras palabras, el sitiopudo haber sido una suerte de «campo ferial» o cen-tro ceremonial, cuya peculiaridad residía en que eraintensamente ocupado por breves periodos de tiem-po, para la celebración de rituales estacionales o paraalgún acontecimiento especial, como el entierro deuna persona notable. A SJM acudía gente provenien-te de todo el valle de Jequetepeque y de regionesaledañas, trayendo consigo sus artefactos, productospara la preparación de chicha. Fuera de «tempora-da», el sitio permanecía prácticamente desocupado,quizá sólo habitado o visitado por los oficiantes reli-giosos. A SJM llegaban días antes de las festividadesy rituales las y los encargados de la preparación de lachicha, procedían a desenterrar la ollas y recipientesque habían dejado en el sitio en la anterior visita y

preparaban grandes cantidades de chicha dejándolamacerar. Como hemos visto, la escala de la produc-ción atestigua la naturaleza multitudinaria de los ri-tos. Es muy posible que diferentes comunidades tu-vieran en el centro ceremonial espacios asignados alos que regresaban cada año y en los que guardabanlas vasijas para cocer la chicha y las paicas para ma-cerarlas (Delibes y Barragán, en prensa).

La segunda fase del PASJM se propuso definirlas modalidades rituales y funerarias que se practi-caron en el sitio. Como suele suceder, caímos en lacuenta de que el fenómeno que estudiábamos era aúnmás complejo de lo previsto. Las sociedades quehabían usado el sitio eran socialmente másjerarquizadas, económicamente más diversificadas,políticamente más diferenciadas y, congruentemente,sus artefactos, contextos, prácticas funerarias y acti-vidades rituales eran muy complejos y cambiantesen el tiempo. Por otro lado, la cantidad y calidad dela evidencia nos anunciaba que el entorno regionalera mucho más determinante y dinámico en la defi-nición del sitio que lo que habíamos previsto. Laimagen de una sociedad centralizada y dirigida porun una élite de señores, sacerdotes y guerreros todo-poderosos no se atenía con la naturaleza de nuestrodatos. Finalmente, la historia ocupacional de SJMera mucho más compleja que la que se había reporta-do hasta entonces en otros sitios Mochica estudia-dos, donde generalmente se encuentra una gran ho-mogeneidad en los estilos y tipos de artefactos. Sibien entendíamos mejor las características del sitio ylos fenómenos que allí habían ocurrido, aún persis-tían muchas dudas y era evidente que el trabajo enun sitio tan complejo podría proveernos de respues-tas para estos interrogantes.

3.- La historia ocupacional de San Joséde Moro (1998 a 2001)

En la tercera fase del Proyecto Arqueológico SanJosé de Moro nos concentramos en la excavación degrandes áreas en la parte central del sitio, zona quedenominamos la «Cancha de Fútbol» (Figura 3).Decidimos trabajar exclusivamente en este sectorporque presentaba la mayor extensión de terreno ar-queológico no afectada por el huaqueo y porque allíse encontraba evidencia de todos los periodos de ocu-pación del sitio, desde el periodo Mochica Mediohasta el periodo Chimú (Castillo y Donnan 1994a).Si bien hasta la fecha no encontramos en esta zonatumbas de cámara Mochica Tardío, como las quehabíamos ubicado al pie de la Huaca La Capilla en

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1991 y 1992, encontramos una alta concentración depisos de ocupación y estructuras dedicadas a diver-sos aspectos de los rituales celebrados en el sitio, asícomo entierros simples y de élite que correspondena las diversas fases de ocupación.

El inicio de esta tercera fase estuvo marcado poruna consideración general respecto de la metodolo-gía de investigación y, en particular, de la escala deexcavaciones. Durante los primeros años del proyectonos preguntábamos cuál sería la escala correcta deexcavación para poder contener adecuadamente losfenómenos que estudiábamos. Dónde, pero sobreto-do cuánto, excavar en el sitio siempre fue una deci-sión complicada que, más allá de las limitacioneseconómicas o de tiempo, estuvo condicionada pornuestra percepción de la forma y extensión que de-bían tener los fenómenos y de cómo debían organi-zarse espacialmente (Figura 14). Cuando iniciába-mos las investigaciones en SJM las unidades de ex-cavación eran pozos de prueba de 2 por 2 metros,que, en el mejor de los casos, nos daban una ideageneral de las superposiciones culturales. A partir de1996 ampliamos las excavaciones a unidades de cin-co por cinco metros, lo que nos permitía observartumbas en su totalidad y, en algunos casos,contextualizarlas con otra evidencia. Finalmente,desde 1999, las unidades de excavación han tenidouna extensión de 10 por 10 metros, una medida muyamplia pero que permite abarcar conjuntos funera-rios y las relaciones entre estos y los contextos cere-moniales. En unidades de estas dimensiones ha sidoposible documentar simultáneamente hasta 20 tum-bas, o espacios de producción y almacenamiento dechicha (Figura 14). A partir de la cuarta fase del pro-yecto, las excavaciones no se han dado ya solamentepor unidades de dimensiones definidas, sino que ladimensión de las excavaciones se ha ajustado a laextensión de los fenómenos y contextos que estudiá-bamos. En un caso, por ejemplo, las excavacioneshan abarcado todo un montículo de 30 por 25 metros(Unidad 35) y en otro, un recinto funerario de aproxi-madamente 40 por 30 metros.

A partir de la tercera fase de la investigación, lasexcavaciones funerarias no fueron tan importantescomo el estudio de los contextos ceremoniales querodeaban a las tumbas, ni interesaban como fenóme-nos aislados, sino más bien como concentraciones.Después de varios años de excavaciones de tumbasteníamos la certeza de que entendíamos la variabili-dad de las formas de tumbas; ahora, nos interesabanlas relaciones entre las tumbas que conformaban unnúcleo y las relaciones entre los distintos núcleos.

Teníamos la certeza de que el sitio fue un centro fu-nerario para las élites precolombinas deJequetepeque; es decir, que las personas enterradasaquí provenían de diferentes poblados y territoriosdel valle (Castillo 2001, 2003). Los núcleos, las con-centraciones y los alineamientos de tumbas debíancorresponder a estos poblados y territorios.Adicionalmente a los entierros ricos, el número deentierros de individuos pobres era también muy altoy presentaba una relación más estrecha con la pro-ducción de chicha y la «performance» ritual. El es-tudio de las prácticas funerarias y de su distribuciónen el sitio, en última instancia, debía informarnosacerca de los criterios de organización de las comu-nidades en el valle y de la evolución en el tiempo deestas relaciones. Las actividades que se habían reali-zado en SJM debían haber contribuido al desarrollocultural del valle e, inversamente, este desarrollodebía reflejarse en la evolución de los patrones queencontrábamos.

Para 1998 era evidente que la secuencia ocupa-cional de SJM era una de las singularidades más sor-prendentes del sitio (Figura 4). Definido a partir desu cultura material, su iconografía y sus prácticas fu-nerarias y ceremoniales, SJM es un sitio claramenteMochica, pero a la vez es muy diferente de otros si-tios estudiados de la misma cultura, lo cual se refle-ja, particularmente, en la forma de sus tumbas y enla existencia de alfares cerámicos que usaban formasy decoraciones totalmente distintas. Estas diferen-cias nos habían llevado a cuestionar la aplicabilidadde la secuencia de Rafael Larco (Larco 1948; Casti-llo y Donnan 1994b) en el sitio y, por extensión, enel valle de Jequetepeque y a plantear una secuenciadiferente de evolución a nivel de la cerámica (Figu-ras 4 y 6). Ahora bien, para 1994 numerosos investi-gadores que trabajaban en diferentes valles de la costanorte habían levantado dudas acerca de laaplicabilidad de la secuencia de Larco al estudio detoda la cerámica Mochica y, por extensión, al uso deesta secuencia en el estudio del desarrollo Mochica(ver, por ejemplo, Kaulicke 1992; Klein 1967).

Dados estos antecedentes, fue sorprendente cuánpoca reacción hubo luego de la publicación, en 1994,del artículo «Los Mochicas del Norte y los Mochicasdel Sur». En este artículo, por primera vez y de ma-nera directa, se cuestionaba una única secuencia decinco fases como expresión de un fenómeno Mochicade naturaleza centralizada y unitaria. Parecía que losinvestigadores especializados en las culturas de lacosta norte estuvieran esperando una reformulacióndel paradigma, particularmente una que incorporara

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25Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 14. Unidades de excavación de diferentes dimensiones practicadas en SJM y que han determinado laescala de la investigación.

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los datos producidos desde 1987 y que diera sentidoa las diferencias regionales que se habían venido re-portando. Sin embargo, nos sorprendió también cuánpoco consecuentes fueron los investigadores en laaplicación de la nueva formulación, o cuán casual sevolvió, por ejemplo, el uso de términos comoMochica Tardío o Temprano (Castillo ms.).

Desde nuestro punto de vista, tras la secuenciacerámica formalmente distinta se ocultaba un proce-so cultural radicalmente diferente al que se había dadoen los valles del sur, sobre los cuales Larco (1948)construyó su secuencia y que condujo a Willey(1946), Strong (1948) y otros a plantear la existenciade un estado multivalle, basado en un aparato políti-co centralizado y coercitivo (Canziani 2003). El va-lle de Jequetepeque habría tenido una historia diver-gente, en la que la centralización parecía haber sidomás bien la excepción que la regla y en la que losfenómenos políticos parecerían haber estado condi-cionados por la necesidad de integrar, a través de lasprácticas rituales, a territorios y poblados que, por lodemás, habrían gozado de un altísimo grado de inde-pendencia. Este carácter fluctuante de la formaciónpolítica de Jequetepeque habría estado condiciona-do por la naturaleza redundante de su sistema de irri-gación, en el que hasta 5 canales atendían a seccio-nes del valle norte. Estos sistemas independienteshabrían determinado una gran capacidad productivaen cada región del valle y, por lo tanto, les habríapermitido mantenerse independientes entre sí y almargen de cualquier intento de integración. Fruto deesto, cada región habría organizado su propia estra-tegia defensiva, visible en sitios amurallados comoCerro Chepén (Rosas 2005; Figura 15) o SanIldefonso (Swenson 2004; Figura 16). Sin embargotambién hemos encontrado evidencia de integraciónregional y de participación coordinada en los gran-des rituales y festivales que se celebraban en SJM.Toda esta evidencia nos lleva a plantear un modelosingular de organización política al que llamamos «losestados oportunistas». En este tipo de estados, la in-tegración política, y por lo tanto la formación de unestado regional jequetepecano, fue un fenómeno tem-poralmente restringido y que se dio para aprovecharoportunidades o en el marco de ocasiones ceremo-niales (Castillo, en prensa; Castillo y Uceda, en pren-sa).

Es prioritario entender qué sucedió alrededor del850 d.C., antes y después del colapso Mochica. Porun lado, en el periodo Mochica Medio se habríangestado los primeros indicios y las direcciones dedesarrollo que conducirían los procesos de forma-

ción de las peculiares condiciones del valle. Por otrolado, en el periodo Transicional, tras el colapsoMochica, se dio un momento de independencia polí-tica que permitió que se activara una multitud de iden-tidades que habían permanecido ocultas o latentes.En esta época se habrían gestado nuevas alianzas,afinidades y relaciones entre las comunidades deJequetepeque y las sociedades de otras regiones delPerú, que contribuyeron a formar la peculiar identi-dad de esta época.

El estudio de estos nuevos y más complejos es-cenarios, donde múltiples actores culturalesinteractuaban en fenómenos que no sólo estuvierondeterminados por el desarrollo independiente de losvalles de la costa, nos obligaron a adaptar los objeti-vos de la investigación. El estudio del fenómenoMochica y de los otros fenómenos de la secuenciarequerían, en la práctica, para ser documentados, demateriales y contextos bastante específicos que noresultaban fáciles de ubicar y que, en cualquier caso,sólo serían el resultado de muchos años continuos deinvestigación.

En términos generales, entonces, podemos de-cir que la tercera fase del proyecto se concentró en elperfeccionamiento de nuestro entendimiento de lahistoria ocupacional del sitio. Para este fin fue nece-sario definir con mucho detalle el desarrollo de sucultura material para cada periodo de ocupación apartir de su manifestación en contextos funerarios yceremoniales. Cuando la información contextual yestratigráfica consistentemente indicaba que habríahabido fases o subdivisiones al interior de los perio-dos, procedimos a segmentarlos y a intensificar suestudio, tratando de definir las prácticas ceremonia-les y rituales que los caracterizaban. Es decir que elestudio de la secuencia ocupacional dejó de ser unamera enumeración de formas características y desuperposiciones estratigráficas para convertirse en labase de una concepción estructurada del desarrollode las sociedades en la región. Una adecuada carac-terización de la secuencia debía conducirnos a unamejor comprensión del proceso cultural e,inversamente, entender el proceso que debía llevar-nos a una mejor comprensión de las peculiaridadesde la cultura material. Las causas y condicionantesde los periodos de estabilidad y cambio de las adap-taciones y transformaciones son más importantes quelos objetos que diagnósticamente los reflejan, peroestablecen un diálogo entre sí, de tal forma que no esposible entender uno sin el otro.

Entre los hallazgos más importantes realizadosen esta fase del proyecto destacó la tumba de cámara

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27Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 15. Cerro Chepén, sitio Mochica Tardío ubicado tres km al sur de SJM, en la cima del cerro del mismo nombre,posible centro político y administrativo regional. El sitio estuvo fuertemente amurallado y rodeado de terrazas

habitacionales. El área amurallada excede las 10 hectáreas e incluye recintos ceremoniales y residencias de elite.

Figuras 16. San Ildefonso, sitio Mochica Tardío ubicado en la zona desértica aledaña a la desembocadura del RioChamán, posiblemente uno de los centros políticos locales. El sitio incluye tres líneas de murallas defensivas, así

como componentes ceremoniales, unidades residenciales y de almacenamiento.

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 28

M-U 615 (Figuras 17 y 18) correspondiente a la faseTransicional Temprana (Figura 4), excavada entre1998 y 1999 (Rucabado 2006, en prensa; Rucabadoy Castillo 2003). Estratigráficamente, esta cámara fu-neraria estuvo asociada a un estrato de ocupación ubi-cado directamente sobre capas Mochica Tardío, peropor debajo de capas Transicionales posteriores. Esdecir que correspondería al inicio del periodoTransicional, justo después del final de la ocupaciónMochica Tardío. La existencia de varias capas deocupación Transicionales sobre la tumba M-U 615nos dio indicios de que este periodo pudo ser largo ycomplejo. Eventualmente, como veremos más ade-lante, el periodo Transicional se pudo dividir en almenos dos fases, correspondientes a capasestratigráficas y estilos funerarios diferenciados.

La tumba M-U 615 es una estructura cuadran-gular subterránea, de aproximadamente 5,1 metrosde lado con un acceso formal por el noreste. La es-tructura se encontraba dentro de un pozo cuadrangu-lar de aproximadamente 3 metros de profundidad,que había atravesado capas ocupacionales MochicaTardío, Medio y estratos estériles. El interior de lacámara estuvo dividido a partir de la creación de tresbanquetas, una principal en la zona sur del recinto ydos laterales más pequeñas en las esquinas noreste ynoroeste (Figura 18). En cada esquina de la estructu-ra se hallaron los restos orgánicos de los postes, po-siblemente con forma de horcón, sobre los cualesreposaban vigas longitudinales que cruzaban la cá-mara de norte a sur. Sobre estas dos vigas principa-les habría reposado un sistema de viguetas transver-sales que formaban el techo de la cámara. Poco des-pués de su abandono, la estructura funeraria sufriómodificaciones, especialmente el colapso del techosobre la zona central de la cámara. Esto debió haberocurrido durante la fase Transicional Tardía comoconsecuencia de la construcción de una pequeña cá-mara funeraria, la tumba M-U 613, exactamente so-bre la tumba M-U 615.

A diferencia de casi todas las otras tumbasexcavadas en SJM, la tumba M-U 615 es un ejemplode una tumba múltiple de uso continuo y a la quecorresponderían eventos funerarios sucesivos. Estepatrón funerario es inédito en las tradiciones del nor-te del Perú y ciertamente no se deriva de una prácti-ca Mochica. En esta tumba se depositaron cuerpos yofrendas funerarias en varias ocasiones, lo que im-plica que ciertos individuos de la sociedadTransicional entraban periódicamente a la cámarapara reorganizar la distribución de los cuerpos y lasofrendas. Durante la excavación registramos hasta

cuatro niveles superpuestos de deposición funeraria,cada uno compuesto por un número variable de aso-ciaciones, totalizando 208 piezas de cerámica y de20, 9, 19 y 9 individuos respectivamente. Asimismo,es muy probable que cada uno de estos niveles nohubiera correspondido a un solo evento funerario,sino a una suerte de fase de deposición; caso contra-rio, deberíamos asumir que hubo periodos de granmortandad en la comunidad Transicional. El proce-so de reacomodo permitió a los usuarios seguir utili-zando la estructura por un largo periodo de tiempo,aun cuando el reacomodo trajo como resultado la des-articulación de muchos de los cuerpos, la separaciónde las cabezas de los miembros o del torso y de losindividuos de sus ofrendas. Los reacomodos debie-ron darse, entonces, tiempo después de la muerte ydeposición de los individuos, cuando los cuerpos yahabían perdido gran parte del tejido blando.

La composición de la población funeraria de latumba M-U 615 es variada en edades y sexo. El nú-mero de individuos ascendía a aproximadamente 58pero podría ser más. Dada la mala conservación delos restos óseos, no se logró estimar el sexo o la edadde varios de los individuos. Sin embargo, encontra-mos que la población funeraria incluyó tanto adultoscomo subadultos, inclusive neonatos, así como indi-viduos masculinos y femeninos. La gran mayoría delos individuos, sin distinciones de sexo o edad, fuecolocada en posición extendida y orientada en el ejenoreste-suroeste (con la cabeza hacia el suroeste).Otros fueron colocados en posición semiflexionadalateral. La mayoría de cuerpos fue depositada sobrela banqueta principal, mientras que cinco individuosadultos y un neonato fueron colocados cerca del áreade acceso a la tumba, entre las banquetas laterales.Es importante mencionar que entre un nivel de de-posición y otro se colocaron capas de tierra para ni-velar las superficies y, posiblemente, para atenuar lafetidez de los cuerpos descompuestos.

Las asociaciones funerarias encontradas en latumba M-U 615 son muy variadas, destacando lasvasijas de cerámica, collares y brazaletes hechos decuentas y pendientes de concha o piedra, piruros depiedra y metal, así como artefactos de cobre, másca-ras, penachos, copas, cuchillos y placas de diversaforma. La distribución original de la cerámica es di-fícil de determinar puesto que el proceso dereubicación trajo como consecuencia el apilamientode vasijas de cerámica sobre las banquetas laterales.Sin embargo, es posible constatar que fue semejantea la distribución de ofrendas cerámicas en las tum-bas Mochica Tardío, donde la mayoría de las ofren-

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29Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 18. Reconstrucción del contenido de la Tumba M-U 615.

Figura 17. Vista general de la tumba de cámara Transicional Temprana M-U 615.

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 30

das fue depositada originalmente sobre la banquetaprincipal. Un grupo de vasijas domésticas (ollas ycántaros) fue colocado cerca de la entrada, encimade los cinco individuos adultos. En el segundo nivelde deposición, la cerámica continuó siendo colocadasobre la banqueta principal. A partir de la tercera capael número de ofrendas se redujo considerablementey su disposición se hizo más variable.

La idea de construir un mausoleo colectivo pa-rece responder a la necesidad de la élite por legiti-mar y mantener sus derechos y roles ceremoniales através del uso de un espacio funerario familiar don-de se manifestarían sus vínculos de parentesco y su-cesión, así como su arraigo local. La necesidad deacentuar las relaciones entre los individuos (paren-tesco y afinidad política) y entre ellos y el territorio(origen y pertenecía) podría haber forzado la cons-trucción de mausoleos, como la tumba M-U 615, y aun tipo de prácticas funerarias singular, incluidas laaglomeración y la constante reubicación de los cuer-pos en espacios pequeños. Asimismo, en las dos fa-ses del periodo Transicional, pero sobre todo en lafase tardía, se incrementaron las cámaras funerariascon entierros secundarios, lo que permitiría inferir

Figura 19. Vasijas de cerámica de diversas formas y estilos halladas en la tumba M-U 615 que evidencian la variabili-dad estilística típica del Periodo Transicional.

que hay un intento de vincular y arraigar una pobla-ción y un territorio, a través de estrategias que inclu-so habrían llevado al desplazamiento de sus muertosy a su reentierro en el nuevo territorio. Es probableque esta manifestación funeraria haya sido una adap-tación local de costumbres funerarias serranas (Topicy Topic 1992; Isbell 1997).

En este contexto resultaba novedosa la cerámi-ca por la variedad y la diversidad de los estilos quepresenta, pero sobre todo por la ausencia de las ca-racterísticas más evidentes de la iconografía y el arteMochica (Figura 19). Las personas enterradas en latumba M-U 615, no habrían sido Mochicas y habríanrechazado en gran medida los cánones de la icono-grafía promovida por estos. Este distanciamiento esvisible en otros aspectos de las prácticas funerarias,como el uso de cámaras para entierros de numerosaspersonas. Las cámaras Mochicas que habíamos en-contrado eran muy diferentes por ser el resultado deun solo evento funerario, por presentar nichos en lasparedes, por sus proporciones y, evidentemente, porsu contenido. Sin embargo, otros aspectos, como laposición y orientación de los cuerpos si se mantuvie-ron. El complejo juego de rechazos y aceptaciones

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31Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 20. Máscaras funerarias asociadas con los niveles inferiores de la cámara M-U 615. Nótese el parecidocon la máscara funeraria de la Sacerdotisa Mochica Tardía hallada en la tumba M-U 41 (ver Donnan y Castillo

1994, Lámina XV-2).

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 32

de la tradición Mochica resultó más paradójico cuan-do se excavaron las capas más profundas de la tum-ba M-U 615, donde encontramos, pegados al piso dela cámara, los restos de los primeros ocupantes de lacámara. Estos estaban ataviados con artefactos y ador-nos semejantes a los que habíamos encontrados enlas tumbas de las Sacerdotisas (Figuras 8 y 9). Más-caras, penachos y copas de metal aparecen en estatumba, marcando una fuerte continuidad con la for-ma del entierro de las Sacerdotisas Mochicas (Figu-ra 20).

Hasta que se descubrió la tumba M-U 615, nohabíamos dado un énfasis especial al estudio del pe-riodo Transicional, aun cuando comenzábamos a in-tuir, desde que se inició el proyecto, que se tratabade una ocupación muy compleja y diferente a la ocu-pación Mochica precedente (Rucabado y Castillo2003). El periodo Transicional es, por un lado, unlapso de tiempo que abarca los 150 años que trans-currieron entre el final de la hegemonía Mochica yel comienzo del estado Lambayeque en el valle de

Figura 21. Colección de cerámica de estilo Cajamarca o de influencia Cajamarca excavada en SJM.

Jequetepeque (Figura 4); por otro lado, es una tradi-ción cultural distinguible que se caracteriza por elrechazo de los cánones Mochica y por la síntesis detradiciones de la costa y sierra del norte. Original-mente, habíamos planteado que, al colapsar el esta-do Mochica, y a lo largo del periodo Transicional,no habría existido un poder político centralizado enel valle de Jequetepeque. En este vacío de poder, lascomunidades locales tuvieron la libertad de ejercer yexhibir sus propias preferencias culturales, artísticas,socio-económicas y funerarias, lo que se reflejó enuna diversificación estilística y en una multiplica-ción de las identidades reflejadas en la cultura mate-rial (Castillo 2000b, 2001, 2003). Actualmente, dadala abundancia de información sobre el periodoTransicional recuperada en SJM, y particularmentede su fase Temprana (Figura 4), estamos replanteandoy cuestionando nuestra concepción inicial de la or-ganización política del Fenómeno Transicional. Esevidente que hubo una mayor continuidad en ámbi-tos del manejo ideológico del poder y que la organi-

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33Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

zación social presentó una segmentación tan com-pleja como la que había existido en el Mochica Tar-dío (Rucabado 2006).

Una peculiaridad del periodo Transicional es lapresencia frecuente de cerámica de estilos foráneosen contextos funerarios y ceremoniales, particular-mente de varias versiones del estilo Cajamarca y es-tilos de las tradiciones Wari o asociadas a ella (Figu-ras 21 y 22). La evidencia de estas relaciones de lar-ga distancia había aparecido ya en los contextos fu-nerarios Mochica Tardío, incluso en las tumbas delas Sacerdotisas de Moro, pero mientras allí eran muyraras las piezas de estilos importados, en las tumbasy contextos del periodo Transicional se multiplica-ron hasta hacerse, en algunos casos, los estilos do-minantes.

En el otro extremo de la historia ocupacionaldel sitio, en el Periodo Mochica Medio, lasexcavaciones se concentraron en áreas de densas con-centraciones de tumbas. El estudio de las concentra-ciones funerarias, de sus distribuciones y diferenciasrelativas aportaron importante información para en-

tender el desarrollo del valle de Jequetepeque. Entrelas temporadas del 2000 y 2002 hallamos una con-centración de casi 30 tumbas Mochica Medio dis-puestas una al lado de otra en un área de excavaciónde 250 metros cuadrados (Del Carpio, en prensa; Fi-guras 23 y 24). Este hallazgo, sumado a un numerosemejante de tumbas del mismo periodo encontra-das dispersa en diversos sectores de excavación,permitió ahondar en el entendimiento de los patro-nes funerarios durante el período Mochica Medio;de esta forma se determinó la posible existencia deconcentraciones que corresponderían a diferentesgrupos, quizás originarios de diferentes comunida-des del valle de Jequetepeque o de otras regiones.

Al realizar comparaciones con otros contextosfunerarios de la zona Mochica Norte se pudo confir-mar la contemporaneidad de estas tumbas con las deSipán y Pacatnamú (Alva 2004; Donnan yMcClelland 1997). Las tumbas Mochica Medio ha-lladas en SJM, sin embargo, son más simples queaquellas encontradas en otros sitios, con excepciónde la tumba de bota M-U 1411 (Figura 11). Por lo

Figura 22. Colección de cerámica de estilo Wari o de influencia Wari excavada en SJM.

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general se trata de tumbas de bota pequeñas y pocoprofundas, que contienen a un individuo extendidosobre su espalda con muy pocas asociaciones. A di-ferencia de las tumbas de los periodos siguientes, enel Mochica Medio sólo se incluían una o dos bote-llas o cántaros en cada tumba. La ventaja evidentede ver las tumbas en grupos y concentraciones, da-das las dimensiones de las unidades de excavación,fue el poder confirmar que muchas veces grupos depersonas compartieron la misma tradición funeraria,como por ejemplo enterrarse con cuellos de grandescántaros a manera de adornos y ofrendas, o tumbasque compartían una orientación inusual. A primeravista, los datos que recuperamos sobre el MochicaMedio nos indicaban que había sido un periodo de

Figura 23. Concentración de tumbas Mochica Medio del Área 15-16.

marcada fragmentación, lo que se reflejaba en la co-existencia de varios núcleos diferenciados de tum-bas en el sitio y en sus prácticas funerarias que, sibien eran muy semejantes en lo general, se distin-guían en aspectos que podían resultar de gran impor-tancia como las asociaciones, la localización y laorientación de las tumbas.

Además de las observaciones de carácter hori-zontal, es decir, de las correlaciones entre los dife-rentes componentes y, por lo tanto, de su contempo-raneidad e interacción, nos interesaba establecer demanera precisa las relaciones verticales, es decir, deestratificación y superposición. No sólo queríamossaber qué hechos habían sucedido simultáneamentey qué contextos se habían producido a la vez, sino

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35Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 24. Concentración de tumbas Mochica Medio del Área 24.

que queríamos determinar cuál había sido el ordencorrecto de los hechos. Para este fin era indispensa-ble tener un alto control sobre las superposiciones,las continuidades y discontinuidades, los procesosde evolución formal, etc. Generalmente, podemosestudiar la evolución a partir de las variaciones for-males de objetos del mismo tipo, a través de tipologíasy seriaciones, pero estos métodos siempre nos dejanla duda de si las trasformaciones formales no se deri-van de condicionantes evolutivos sino de factoressociales o fuentes de influencia externas. Una forma

de cerámica determinada, por ejemplo, puede ser re-emplazada por otra, o puede evolucionar hacia otra.En el primer caso el proceso se genera de maneraexógena, mientras que en el segundo es el resultadode un proceso interno. En San José de Moro esta re-flexión, que resulta generalmente teórica en sitios conuna historia ocupacional más corta y sencilla, se tor-na complejísima.

A fin de precisar la historia ocupacional de SJMhemos empleado tanto criterios de evolución formalcomo criterios estratigráficos. Nos percatamos que

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 36

uno sin el otro, ó a veces más uno que el otro, podíanofrecernos una mejor imagen de la evolución cultu-ral en el sitio. En algunos casos fue posible ubicarsuperposiciones estratigráficas significativas, queademás separaban periodos distinguibles. En otroscasos la superposición por sí sola no nos ofrecía laresolución que requeríamos para poder apreciar laevolución de un fenómeno. A la larga, además, elelemento más diagnóstico para estudiar la evolucióncultural ha sido la cerámica y, por lo tanto, el estudiode la evolución de los estilos cerámicos ha sido críti-co, así como su asignación a pisos de ocupación ytumbas. Somos conscientes, sin embargo, de las li-mitaciones que tiene la evolución de los estilos deartefactos como indicador de transformaciones so-ciales, así que nuestra aplicación de los criterios an-teriores no ha sido automática e irreflexiva, sino queha tratado de ajustarse a otros indicadores. Por ejem-plo, presumimos que los cambios que separan el Pe-riodo Mochica Tardío del Transicional deben ser másevidentes y de mayor magnitud que los que separan,por ejemplo, las fases internas de cualquiera de estosdos periodos. En el primer caso deben registrarseabandonos de tradiciones y formas e incorporacio-nes de nuevos patrones, mientras que en el segundocaso serán básicamente procesos graduales de evo-lución formal, como el que llevó a los cántaros típi-camente Gallinazo de cuello alto, recto y evertido acuellos en forma de «S», más típicos del MochicaMedio.

Aplicando estos criterios hemos llegado a defi-nir una secuencia muy detallada de periodos y fases(Figura 4). En su conjunto, estos periodos y la com-prensión, todavía parcial, de las razones ycondicionantes, así como las características y formasque tomó cada momento, nos ha permitido formularuna compleja historia de la ocupación de San Joséde Moro. En esta historia, San José de Moro se co-menzó a ocupar durante el Periodo Mochica Medio,que presenta las fases A y B. Luego siguen el perío-do Mochica Tardío, que aparece con las fases A, B yC, seguido por el Periodo Transicional, en sus fasesA y B. Finalmente el sitio fue ocupado por dos so-ciedades foráneas, Lambayeque, en la que se puedendistinguir al menos las fases culturales A y B (Bernuy,en prensa) y Chimú, que ocupó algunas de las zonasmás elevadas del sitio y cuando cambió la naturalezade SJM, convirtiéndose en un emplazamiento dedi-cado a la producción de chicha (Prieto 2004; Prietoy Lena 2005).

La tercera fase del proyecto se había planteadocon el objetivo de perfeccionar nuestra comprensión

de la historia ocupacional de San José de Moro y porextensión del valle de Jequetepeque. Como se ha vis-to, el énfasis en este periodo estuvo dado al estudiode los Periodos Mochica Medio y Transicional. Enrealidad, para esta fase nuestra comprensión del Pe-riodo Mochica Tardío, sobre todo en lo que respectaa las prácticas funerarias, ya estaba llegando a unnivel de saturación. Como veremos en la última sec-ción, el énfasis a partir de este momento fue enten-der los aspectos más puntuales de las prácticas cere-moniales anexas a los entierros. Al finalizar el tercerperiodo de investigaciones en SJM era evidente quemuchas de las conclusiones que habíamos alcanza-do, particularmente la rica historia ocupacional delsitio, tenían que ser refrendada fuera de él, enasentamientos contemporáneos.

4.- Perspectivas regionales y el periodoTransicional (2002 a 2006)

Luego de diez años de trabajos en SJM y tenien-do una razonable certeza de las características delsitio y los artefactos que hallamos en él, de sus fun-ciones ceremoniales y funerarias, así como de sucompleja historia ocupacional, era posible y necesa-rio contrastar los resultados obtenidos, en primer lu-gar, con los datos que existían para el valle deJequetepeque, y en última instancia con el desarrollode las sociedades complejas de la costa norte. Ahorabien, extender automáticamente a todo elJequetepeque o a toda la costa norte nuestras conclu-siones respecto a la historia ocupacional de SJM noera posible, aun cuando es práctica común en la ar-queología peruana. Por ejemplo, no teníamos segu-ridad si el periodo Transicional (Figura 4), que enSJM es tan significativo, mostraba las mismas ca-racterísticas fuera del sitio, o incluso si existía. Sal-vo una observación de Wolfgang y Gisela Hecker(1987) acerca de una peculiar cerámica que llama-ron Pacanga, el Transicional de SJM no había sidoreportado en otros sitios o no había sido distinguidode otros componentes culturales. ¿Es lícito, enton-ces, afirmar que el mismo proceso dedesestructuración cultural, los intensos contactos consociedades de la sierras norte y central o el eclecti-cismo estilístico que siguen al colapso Mochica enSJM se pueden aplicar a zonas aledañas delJequetepeque o a otros valles? Tampoco teníamoscerteza si la cerámica de línea fina (Figura 5) o losentierros de bota y cámara (Figuras 10-11 y 8-9, res-pectivamente), tan característicos para la ocupaciónMochica de SJM, se daban de la misma manera en el

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37Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

resto del valle. ¿Acaso estos objetos y contextos sonexpresiones de una práctica funeraria singular deSJM, o era este sitio el único repositorio de tumbasde élite, por lo que este tipo de contextos y objetoscerámicos sólo aparecerían allí? Para algunas de lasfases culturales descritas en SJM, las correlacioneslocales y regionales eran evidentes. Por ejemplo, elperiodo Mochica Medio parecía corresponder muybien con la ocupación descrita por Donnan y Cockpara Pacatnamú (1986, 1997) e incluso parecía co-rresponder con las tumbas de Sipán, que correspon-derían a esta fase (Del Carpio, en prensa). Sin em-bargo, a falta de un estudio regional, no sabíamoscuál había sido el ámbito de extensión de la ocupa-ción Mochica en esta época, o cuál era el grado deproximidad e integración entre los diferentes centros.¿Habían estado todos los sitios Mochica Medio inte-grados en una sola entidad política centralizada, ohabrían coexistido numerosas formaciones indepen-dientes que, sin embargo, habrían compartido un es-tilo de cerámica?

Nuestra aproximación al desarrollo de una pers-pectiva regional difería de otras que partían de unexamen general de los patrones de ocupación (ver,por ejemplo, Billman 1999; Dillehay 2001), puestoque se sustentaba en los trabajos previos de recono-cimiento del valle (Hecker y Hecker 1990; Ravines1982) sumado al estudio sistemático y sostenido deun sitio con una rica estratigrafía y una amplia com-plejidad en manifestaciones culturales. Dado el pe-culiar carácter inductivo de nuestra investigación, quepartió de la especificidad de SJM para llegar a com-prender el desarrollo general de las sociedades quehabían habitado la costa norte, nuestro objetivo re-gional estuvo dirigido a verificar la existencia, ex-tensión y condición de los patrones y la evidenciaque habíamos encontrado en San José de Moro, aconstatar la validez y aplicabilidad de la secuencia, adeterminar las interacciones entre las diferentes par-tes del valle y, por lo tanto, a reevaluar el papel delsitio como centro ceremonial regional. Un conjuntode cuestiones puntuales, como la existencia y exten-sión de ciertos rasgos (tumbas de cámara y bota o laproducción masiva de chicha), estilos cerámicos lo-cales típicos (Mochica Tardío de línea fina, MochicaTardío polícromo o Mochica Medio con pintura mo-rada) o estilos importados (Wari, Cajamarca,Chachapoyas o Nievería), era de particular interés,ya que su existencia y distribución ayudaría a enten-der las dinámicas al interior del valle durante la largaocupación del sitio. Todo esto nos permitiría pasarde una «historia ocupacional» para San José de Moro,

donde se daba prioridad a los artefactos, laestratigrafía y las secuencias, a una «historia regio-nal», donde el énfasis estaría puesto en los procesosque configuraron al valle de Jequetepeque a lo largode los mil años en que SJM estuvo activo.

Como consecuencia de esta ampliación y de unacorrelación estrecha entre los hallazgos de SJM y laevidencia cultual del resto del valle, quisimos abor-dar la explicación de una serie de procesos cultura-les (orígenes, desarrollo, colapsos, alianzas, movi-mientos e influencias) documentados en el sitio peroque por su naturaleza se debía extender a todo el va-lle y, en general, a la costa norte. Por ejemplo, creía-mos que la ampliación del estudio ayudaría a enten-der las tendencias de desarrollo que se expresan enla larga historia ocupacional de SJM, la naturalezade la organización política y productiva, la confor-mación de redes de abastecimiento de materias pri-mas, de producción y distribución de productos comola cerámica o los metales. Por estas razones, a partirdel año 2001 el PASJM se convirtió en un programade investigaciones interdisciplinario y de escala re-gional. Si bien hemos seguido centrando nuestro es-fuerzo principal en San José de Moro y en la partenorte del valle de Jequetepeque, hemos intentado in-volucrar en nuestra estrategia de investigación otrasaproximaciones y, directamente o a través de otrosinvestigadores, el estudio de otras áreas del valle yotros sitios (Figura 2).

El año 2002 iniciamos una prospección siste-mática de la cadena de montañas comprendidas en-tre los ríos Jequetepeque y Chamán (cerros Farfán,Santa Catalina, Murciélago, Charcape y SanIdelfonso; Ruiz 2004). Este estudio y la informaciónrecogida por otros investigadores (Dillehay 2001;Swenson 2004) revelaron aspectos insospechados enlos patrones de ocupación prehispánicos, como la casicompleta inexistencia de sitios que contuvieran ce-rámica Transicional, en contraste con una abundan-cia de sitios correspondientes a las ocupacionesMochicas, Lambayeque y Chimú. Algunos de los si-tios presentaban proporciones monumentales yrecurrentemente estaban rodeados de múltiples mu-rallas o ubicados en zonas inaccesibles y de fácildefensa. Nuestro primer esfuerzo fue caracterizarlosen términos de los materiales arqueológicos que con-tenían, compararlos con los materiales hallados enSJM y, en función de ello, situarlos en la secuenciaocupacional.

En lo que respecta a la ocupación Mochica, elestudio de la distribución de sitios en la zona inter-media del valle de Jequetepeque permitió reconocer

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sitios asociados con los periodos Mochica Medio yTardío, así como sitios o zonas donde los materialesde ambos periodos aparecen mezclados como con-secuencia de una larga ocupación (Figura 25). Elmapa que se reveló a medida que los sitios y su cerá-mica iban siendo reportados era muy indicativo paradocumentar cuándo ocurrió la expansión Mochicahacia la zona norte del valle (técnicamente corres-pondiente al valle del río Chamán) y qué caracterís-tica había tenido este proceso. La distribución de lacerámica Mochica Medio, no sólo en San José deMoro sino en otros sitios de la parte norte, confirmóque la ampliación de valle había sido un fenómenoasociado con el periodo Mochica Medio y no con elMochica Tardío como se había planteado (Dillehay2001). Una segunda peculiaridad es que los sitiosdonde aparece la cerámica Mochica, tanto del perio-do Medio como del Tardío, están amurallados, lo queseñalaría que este fue un tiempo de competencia yconflicto interno. Paradójicamente, los sitios MochicaMedio están amurallados, por lo que parecería quela competencia y el conflicto que llevaron a la frag-mentación del valle se originaron cuando se dio la

Figura 25. Sitios Mochica Medio y Mochica Tardío en la parte norte del Valle de Jequetepeque.

expansión del sistema de irrigaciones y no fueron,como se había supuesto, una consecuencia tardía dela ampliación (Swenson 2004).

El estudio prospectivo del valle de Jequetepequeha continuado a fin de verificar una serie de hipóte-sis alternativas acerca del establecimiento del estadoMochica Temprano en la parte sur del valle (en loque actualmente es San José, Pacasmayo y San Pe-dro) y su posterior destrucción por efecto de un megafenómeno El Niño (Michael Moseley, comunicaciónpersonal 2003). Este colapso habría originado la ne-cesidad de ampliar la frontera agrícola hacia el nor-te, es decir hacia la zona del valle de Chamán en lasactuales jurisdicciones de Guadalupe, Chepén yPacanga (Figura 26).

En el 2003 decidimos estudiar un sitio MochicaTardío de manera más intensiva a fin de verificar sise cumplían los postulados de la cronología propuestay de entender la función que estos sitios tuvieron enlas estrategias de control territorial en el valle(Johnson, en prensa). Seleccionamos el sitio dePortachuelo de Charcape, un asentamiento MochicaTardío ubicado estratégicamente a un lado del abra

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Figura 26. Actuales jurisdicciones del Jequetepeque Norte (Chafán, Guadalupe, Pueblo Nuevo, San Ildefonso,Chepén y Pacanga).

que corta los cerros de Charcape y que permitiríacontrolar un acceso privilegiado entre el valle deChamán y el mar. Antes de nuestras excavaciones,este sitio, así como muchos otros sitios arqueológi-cos de la región, había sido parcialmente excavadopor Dillehay y Swenson (Figura 27). Nuestro traba-jo se limitó a excavar un sector muy pequeño delsitio aledaño a la zona excavada por los investigado-res que nos antecedieron y a elaborar un mapa delsitio y sus componentes. Las colecciones de cerámi-ca recuperadas, particularmente una frecuencia muyalta de ollas con «cuello plataforma» y cántaros con

cuellos decorados con la faz del «Rey de Asiria»(Ubbelohde-Doering 1952) indicaban que la ocupa-ción principal del sitio correspondía a la fase MochicaTardía B (Castillo 2000b: 158-160; Figura 28). A estaevidencia positiva se suma una consistente eviden-cia negativa: prácticamente no se halló evidencia decerámica diagnóstica de otros periodos Mochicas.Respecto a su naturaleza y ubicación, Charcape pa-rece haber sido un sitio defensivo, ubicadoexprofesamente en la parte desértica del valle, sepa-rado de otros asentamientos por montañas y mura-llas y compuesto de algunas residencias de élite y un

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Figura 27. Plano esquemático del sitio arqueológico de Portachuelo de Charcape con indicación de los principalessectores registrados.

par de edificios que bien pudieron ser templos(Swenson 2004). Asociado a estas estructuras apare-cieron fragmentos de cerámica de línea fina. Tam-bién aparecieron muchas estructuras donde encon-tramos grandes cantidades de recipientes de cerámi-ca utilizados para almacenamiento. El sitio, por lotanto, combinó funciones administrativas y residen-ciales con funciones ceremoniales en un espacio untanto limitado; parece ser la versión reducida de unpequeño asentamiento rural.

Otro de los sitios examinados, cerro CiudadelaPampa de Faclo (Figura 29), presentó casi exclusi-vamente cerámica de estilo Mochica Medio, predo-minando cántaros grandes con cuellos decorados concaras impresas. En este sitio no encontramos ollas decuello plataforma, que son la forma más frecuenteen sitios Mochica Tardíos. Finalmente, en cerroChepén la cerámica parece corresponder tanto conocupaciones Mochica Medio como Mochica Tardío.

El panorama que se está construyendo a partir de estosestudios y su correlación con SJM es el de una histo-ria regional mucho más fragmentaria, menos centra-lizada e integrada de lo que habíamos presumido. Laexistencia de centros ceremoniales regionales y degrandes asentamientos, como cerro Chepén, permi-tiría presumir que sí hubo integración y centraliza-ción, quizá no de manera permanente, pero sí porperiodos suficientemente largos como para que seconstruyeran las murallas y residencias del sitio, o losuficientemente frecuente, como para que se dierauna concentración tan densa de ocupaciones en SanJosé de Moro. El estudio de los sistemas de irriga-ción que acompañaron a la expansión y que segura-mente fueron su sustento está dando luces aún másdetalladas de la forma en que se desarrolló el vallede Jequetepeque (Castillo, en prensa; Figura 30).Como dijimos más arriba (Castillo y Uceda, en pren-sa), la configuración política del estado Mochica de

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41Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 28. Colección de cerámica de estilo Mochica Tardío excavada en el sitio de Portachuelo de Charcape queincluye fragmentos de botellas de línea fina y cántaros cara gollete.

Jequetepeque tuvo como factores más recurrentes lavariabilidad y la inestabilidad, lo que nos ha llevadoa pensar que tuvo un carácter más oportunista queestructurado, más contingente que planeado y, portanto, debió haber sido mucho más débil, pero tam-bién más flexible.

El estudio regional que hemos emprendido nosenfrentó con la paradoja de no entender si el desarro-llo que estábamos documentando era una singulari-dad del valle de Jequetepeque, o si, por el contrario,era el comportamiento regular de la sociedad Mochicaen su periodo final. En otras palabras, la fragmenta-ción territorial y el faccionalismo político podríanbien haber sido la norma y no la excepción en lassociedades Mochica Tardío. La única forma de re-solver esta duda era emprender excavaciones en otrossitios contemporáneos fuera del valle deJequetepeque. Además de SJM dos sitios MochicaTardío de grandes proporciones han sido estudiadosde manera intensiva: Galindo (Bawden 1996;Lockard 2005) y Pampa Grande (Shimada 1994).

Cuando se excavó en ellos por primera vez, en losaños setenta, la arqueología Mochica estaba en suinfancia, por lo que resultaba imposible comprenderel papel que estos sitios tuvieron en el proceso finalde esta sociedad. Ambos sitios fueron excavadosmuchos años antes de los descubrimientos de Sipán(Alva 2004) y de la división de la sociedad Mochicaen múltiples estados (Castillo y Donnan 1994b). Hoy,más de treinta años después y luego de muchos ymuy elaborados trabajos arqueológicos para este pe-riodo, resulta imperativo volver a estudiar esos si-tios.

Los investigadores originales de Pampa Grandehabían planteado una serie de hipótesis respecto a lanaturaleza del sitio, a la compleja estructura socialdel periodo Mochica Tardío que se refleja en él, a suformación mediante una reducción forzosa de la po-blación, a su carácter de ciudad prisión para la ma-yoría de sus habitantes y a su colapso como efectode una suerte de revuelta social (Shimada 1994). In-vestigar Pampa Grande, donde el fenómeno Mochica

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 42

Figura 29. Cerro Catalina, Ciudadela Pampa de Faclo, sitio Mochica Medio ubicado al este de Pacatnamú, al pie delcerro del mismo nombre, posible refugio asociado con las aldeas Mochicas aledañas.

Tardío tiene una forma tan distinta, con estructurasmonumentales y cerámica muy parecidas a las deGalindo y estando este sitio a tan corta distancia deSJM, era un imperativo para entender cómo dos pro-cesos aparentemente coetáneos pueden haberse dadocon tanta diferencia. Establecer la contemporanei-dad entre estos dos sitios es en sí misma una tareamuy difícil, por la falta de información respecto alos estilos cerámicos de Pampa Grande y por la esca-sez de fechados de SJM. Aun cuando tenemos algu-nos buenos fechados de Pampa Grande, no es posi-ble simplemente trasladar estas fechas a SJM, cuyahistoria ocupacional se inició más temprano, duran-te el Mochica Medio, y continuó en uso, aparente-mente, mucho después de que Pampa Grandecolapsara.

En Pampa Grande, ubicada a 60 km de SJM, enla parte media del valle de Chancay-Lambayeque,iniciamos en el 2004 una investigación centrada enla sección sureste del sitio, en la zona denominadaPiedemonte Sur (Shimada 1994). Esta sección no esde carácter monumental, aun cuando incluye algu-nas pequeñas plataformas con rampas y recintos ce-remoniales. Más parecería que estuvo compuesta porgrandes espacios delimitados por murallas para usoadministrativo, productivo, de almacenamiento y deresidencia. Nuestro proyecto es concentrarnos en esta

sección por los siguientes años, tratando de comple-tar un mapa integral y de excavar en áreas escogidaspor el tipo de configuración arquitectónica. Dentrode estas áreas estudiaremos los artefactos que se en-cuentren a fin de definir su asignación cronológica ylas funciones de las unidades arquitectónicas. Resul-ta imprescindible para entender el periodo MochicaTardío definir si existieron correlaciones entre SJMy Pampa Grande. A estas alturas del trabajo, y des-pués de dos temporadas de excavaciones y mapeosconducidas por Ilana Johnson, parecería que los com-ponentes cerámicos son totalmente diferentes enambos sitios. La cerámica Mochica es muy semejan-te a la que se encuentra en Galindo y difiere en for-mas y estilos decorativos de la que encontramos enSJM. Asimismo, no se ha encontrado cerámica deestilos Wari o relacionados ni de filiación Cajamarca,mientras que cerámica de estilos y formas relaciona-das con Gallinazo aparecen con frecuencia. Estasobservaciones confirman los hallazgos de Shimaday la misión del Museo Real de Ontario, pero no ex-plican la naturaleza del sitio ni el carácter disconti-nuo de la presencia Mochica V en la región. Mástrabajos se requerirán para abordar estos problemas.

A la vez que emprendimos la investigación re-gional del fenómeno Mochica, continuamos de ma-nera aún más intensiva con las excavaciones en SJM.

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43Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 30. Sistemas de irrigación del valle de Jequetepeque desarrollados desde el Periodo Mochica Medio.

Durante los últimos años se han estudiado 15 unida-des de excavación, lo que hace un total de aproxima-damente 12000 metros de superficies de ocupación,expuestos y registrados. Con una extensión de estamagnitud ha sido posible documentar muy detalla-damente aspectos que ya conocíamos del sitio, comola producción y consumo de chicha, las alineacionesy organización de las «paicas», la organización delos espacios funerarios, los procesos de abandono delsitio en los tránsitos entre periodos, la reocupación eintrusiones en el periodo Lambayeque, la «capa defiesta», etc. El estudio de horizontes de ocupación,donde se hacen coincidir capas de las diversas uni-dades a fin de tener una idea espacialmente más am-plia de la ocupación y sus características, está en cur-so, así como el perfeccionamiento de los patronesfunerarios con la adición de los contextos encontra-dos en estos años.

Las excavaciones de tumbas pertenecientes alperiodo Mochica Medio continuaron durante la cuartafase del proyecto confirmándose los patrones de ali-neamiento y agrupamiento. En la Unidad 24 se

excavaron tumbas en las que se había conservadorestos de los ataúdes de caña (Del Carpio, en prensa;Figura 12). Estos son muy semejantes a los ataúdesque Donnan encontró en Pacatnamú, cajas estrechashechas con caña y sogas al interior, en las cuales es-tuvieron los cadáveres envueltos en telas (Donnan yMcClelland 1997). Una característica de las tumbasMochica Medio es que aparecen en concentracioneso alineamientos, tal como Donnan los halló en el ce-menterio H45CM1 de Pacatnamú (Donnan yMcClelland 1997). En San José de Moro hemos po-dido documentar al menos dos concentraciones enlas que destaca el entierro de un individuo masculi-no adulto con muchas ofrendas, rodeado de tumbasmás simples con la misma orientación (Del Carpioen prensa). Estos individuos presentaban un trata-miento más elaborado que los entierros que los ro-deaban, incluyendo varias piezas de cerámica orna-mentada y artefactos metálicos inusuales como he-rramientas y un tocado. La tumba M-U 725 incluíapiezas metálicas de cobre dorado que formaban untocado con la efigie de un felino, así como un con-

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junto de doce herramientas líticas y metálicas aso-ciadas tecnológicamente a la etapa de los trabajos dedecoraciones y acabados (Figuras 31 y 32). La pre-sencia de estos elementos resalta elocuentemente elrol y la posición social del individuo así como suevidente especialización productiva, pero tambiénnos ofrece la posibilidad de documentar la relaciónestrecha e inalienable entre los artesanos y sus herra-mientas. Parecería que los metalurgistas tuvieron enla sociedad Mochica Medio funciones fundamenta-les que los ligaban a las élites gobernantes en tantoproducían los artefactos a través de los cuales sematerializaba la ideología del poder (De Marrais etal. 1996) y, en última instancia, la identidad del gru-po (Fraresso, en prensa).

Nuestra aproximación al problema de la identi-

dad ha tenido un recorrido peculiar. En primera ins-tancia estudiamos la identidad a través de criteriosestrictamente arqueológicos, fundamentalmente lasconcentraciones de tumbas, donde suponíamos queindividuos del mismo grupo compartirían el mismoespacio funerario; y a través del estilo, puesto queasumíamos que las personas que compartían las mis-mas afinidades culturales y sociales tenderían a rea-lizar sus artefactos con las mismas formas y decora-ciones. Estos criterios, lamentablemente, resultaronestrechos y nos aportaban sólo un valor cronológicoa la definición de la identidad. Nuestra segundaaproximación fue a través del estudio de los materia-les, es decir, de qué materias se componían los arte-factos. Artefactos hechos con los mismos materialesdeberían haber sido producidos por las mismas per-

Figura 32. Tumba M-U 725, dibujo de planta.

Figura 31. Tumba de bota Mochica Medio M-U 725,perteneciente a un adulto masculino ataviado con un

tocado de felino y asociado a herramientas de decora-ción metalúrgica.

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45Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 33. Reconstitución del tocado asociado alindividuo de la tumba M-U 725. Observación en

microscopia óptica de la superficie pulida en sección deuna garra metálica revelando restos de dorado por

reemplazo electroquímico.

Figura 34. Conjunto de herramientas para técnicasdecorativas de orfebrería registradas en la tumba M-U

725. a) Observación en microscopia óptica tras unataque químico de la muestra del cincel M7.

Microestructura dendrítica típica de vaciado. b)Observación en MEB. La forma alargada de los poros y

de las dendritas así como la presencia de numerosaslíneas de deslizamiento observadas al nivel del filo

indican que el cincel de cobre arsenical (97,2% Cu y2,8% As) fue elaborado a partir de un esbozo vaciadoen un molde. Se finalizó la fabricación martillando la

parte activa para darle más dureza y resistencia.

sonas o talleres. Este estudio tampoco está siendoconcluyente por sí mismo puesto que otra vez cons-tatamos que las materias primas, sean metales o arci-llas, fibras o tintes, eran productos que se podíantransportar desde largas distancias, se intercambiabanu ofrecían como muestras de lealtad o sumisión, eincluso después de haber sido usados una vez podíanser reutilizados o reciclados (Pernot 1998; Fraresso,en prensa), por lo que no necesariamente determinanun origen especifico. Finalmente hemos llegado a laconclusión de que la aproximación correcta al estu-dio de la relación entre artefactos e identidades estádada por la respuesta a la interrogante de cómo sehizo el artefacto y no sólo con qué materiales estu-vieron hechos (Figuras 33 y 34). La relación objeto-materia/objeto-función parecería ser la aproximaciónmás fructífera. Con este criterio y luego de este largoproceso, hacemos ahora la «lectura tecnológica» delos artefactos metálicos (Fraresso, en prensa) y lacerámica (Rohfritsch 2006) a fin de determinar las«cadenas productivas» que permitieron su fabrica-ción. Esta aproximación nos permitirá reconstruir losmodos, las habilidades, los proceso productivos y lascadenas de abastecimiento de materiales que, en úl-tima instancia, conformaron la(s) identidad(es)productiva(s) de la sociedad Mochica.

Las investigaciones respecto del Mochica Tar-dío en la cuarta fase del PASJM, si bien continuaroncon el estudio de las prácticas funerarias y ceremo-niales, se centraron en la naturaleza de los pisos deocupación y los entierros «informales». Los pisos ycapas de ocupación Mochica Tardío son fácilmentedistinguibles de otras ocupaciones por su forma ypor los materiales que incluyen. Una serie de mate-riales muy diagnósticos, como se dijo más arriba,caracteriza a esta ocupación, además de que en am-bos extremos del periodo, es decir, en las capasestratigráficas que separan el periodo Mochica Tar-dío del Mochica Medio y del Transicional, encontra-

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Figura 35. Capa de Fiesta del Área 24. Nótese la presencia de paicas y ollas abandonadas, así como el desgaste delpiso arquitectónico mezclado con una densa capa de sedimento orgánico. Estos elementos constituyen evidencia de

una intensa actividad en el área.

mos cambios en la composición del relleno. Estascapas son de naturaleza más natural que cultural, esdecir, fueron el resultado de acarreo eólico o pluvialo de deposiciones de materiales orgánicos. Pareceríaque en los momentos de tránsito el sitio no fue ocu-pado de manera tan intensa y que el bosque de alga-rrobos (Prosopis pallida) y otras especies endémi-cas se fue apoderando del área, produciendo capasde relleno que mezclaron material de acarreo eólicocon descomposición de materiales orgánicos. Ahorabien, estas interfaces no son homogéneas en el sitio,y muchas veces están entremezcladas con entierrosy ocupaciones menos intensas; en otras palabras, másque un abandono, evidencian una disminución en laintensidad de la ocupación. En la interface entre elMochica Tardío y el Transicional es donde se pudoconfirmar la presencia de lo que habíamos venidollamando la «capa de fiesta» (Castillo 2003; Figura35). Parecería que esta capa corresponde con un even-to terminal, justo antes del colapso de los Mochicas,

en el que se dejaron semienterradas ollas de tamañomediano, seguramente usadas para producir la chi-cha ritual, con el objetivo de volver a ellas en la próxi-ma oportunidad ceremonial. Si este fue el caso, lapresencia tan frecuente de este tipo de materialespodría significar que la disminución en la intensidadde uso del sitio por los Mochica Tardío fue súbita yterminante y que las personas que enterraron las ollasen la «capa de fiesta» nunca pudieron regresar al si-tio. También es posible que las ollas enterradas porciertos grupos y, por lo tanto, en ciertos sectores deSJM, no hayan sido reclamadas porque sus propieta-rios fueron, por alguna razón, excluidos del sitio. Estosería muy congruente con un estado de guerra endé-mica y enfrentamiento entre las poblaciones del va-lle, escenario que hipotéticamente hemos postuladopara el final del Mochica Tardío (Castillo, en pren-sa).

En lo que respecta a los pisos de ocupación, seha podido verificar que hubo momentos en los que

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47Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 36. Capas 8 y 10 del Área 26. Se observa y compara la intensidad de la ocupación y las características arqueo-lógicas de las superficies de uso de la primera capa Mochica Tardío (Capa 8) y la última capa del periodo Mochica

Medio (Capa 10).

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las actividades ceremoniales se intensificaron, pro-duciéndose muchas más alteraciones en los pisos deocupación, mientras que en otros la intensidad fuemenor (Figura 36). Parecería que la mayor intensi-dad está relacionada con la construcción de tumbasy con rituales funerarios, mientras que en ausenciade tumbas la actividad fue menor. No todas las tum-bas descubiertas en SJM para el periodo MochicaTardío fueron de individuos de la élite. Con frecuen-cia se han encontrado cuerpos dispuestos en tumbasde fosa muy superficiales, con muy pocas o ningunaasociación. Estos restos, entre los que abundan losniños pequeños y las mujeres, parecen correspondercon individuos de las clases bajas de la sociedadMochica. Hemos denominado a estos entierros «in-formales» puesto que no se ajustan a los patronesfunerarios de las élites Mochicas. Un estudio reali-zado con una colección de casi cincuenta de estosentierros ha revelado que su adhesión a los criteriosde orientación y posición del cuerpo son mucho másdiversos que los que encontramos en tumbas de bota(Donley 2004). Los entierros «informales» aparecenen las capas de relleno adyacentes a los pisos dondese preparaba y consumía la chicha. Es de suponerque las personas enterradas en ellos corresponden alas clases bajas de la sociedad Mochica por sus po-bres asociaciones y poca preparación de las tumbas.Dado que estos entierros no presentaron ningún casode «huesos a la deriva» (Nelson y Castillo 1997),suponemos que estas personas participaron en las ac-tividades de servicio relacionadas con la preparaciónde la chicha y que murieron durante las fiestas.

En la cuarta etapa de las excavaciones en SJMle hemos dado más atención al estudio del periodoTransicional y en particular a sus prácticas funera-rias. Como dijimos antes, el énfasis en un periodo oaspecto en desmedro de otros es en parte productodel azar, puesto que simplemente nos «encontramos»con contextos muy significativos pertenecientes adicho periodo; y en parte producto del diseño, pues-to que a partir de un hallazgo fortuito, por ejemploun tumba Transicional, desarrollamos una estrategiapara poder abarcar otras manifestaciones del mismofenómeno. Nuestra intención última es podercorrelacionar los fenómenos horizontalmente, conotros contextos de la misma época, y verticalmente,con fenómenos que son sus antecedentes y conse-cuentes.

A partir del 2002 enfatizamos las exploracionesde la zona norte de la «Cancha de Fútbol», en unárea que previamente había recibido poca atencióndel programa (Figura 3). En esta zona excavamos

una serie de áreas que contuvieron evidencia notablede las prácticas funerarias Transicionales, particular-mente tumbas de cámara de diversa forma y conteni-do (Figura 37). Estratigráficamente las tumbas apa-recían en dos capas superpuestas. En la capa supe-rior aparecieron tumbas pequeñas de cámara, de for-ma cuadrada muy semejantes unas a las otras. En lacapa inferior encontramos cámaras más grandes y deformas más diversas con asociaciones singularmen-te ricas. Hemos optado por considerar estas diferen-cias estratigráficas y su correlación con diferentestipos de tumbas, como suficientemente significati-vas como para confirmar la división del periodoTransicional en dos momentos que llamamos las fa-ses A y B (Figura 4). Así, el Transicional B, la fasetardía, se asocia con tumbas pequeñas y cuadradas,que inusualmente fueron en su mayoría saqueadas oalteradas en la antigüedad y en las que abunda la ce-rámica de estilo Cajamarca (Bernuy y Bernal, en pren-sa; Figura 38). En este estilo lo típico son platos ycuencos, de base anular o trípode, engobados y/o ela-borados íntegramente con caolín y decorados conpintura de línea fina de motivos abstractos (Figura21). En el Transicional A, la fase más temprana, lastumbas tienen formas menos similares entre sí, conun rango de tamaño que va desde cámaras de sietepor siete metros, con nichos en las paredes ysubdivisiones internas (Tumba M-U 1242; Figura 39),hasta cámaras cuadradas de cinco por cinco metros,sin nichos y con múltiples individuos y reocupaciones(Tumba M-U 615). Las tumbas de la fase TransicionalA, quizá por su proximidad temporal con el periodoMochica Tardío, contienen más objetos verdadera-mente de tránsito, es decir, que combinan rasgos cla-ramente Mochicas con características propias de lacerámica de los periodos que se desarrollaronsubsecuentemente. Además aparecen otros artefac-tos de tradición Mochica como crisoles, adornos demetal y piruros, así como cerámica de estiloCajamarca, aunque en menor proporción que en lafase siguiente (Bernuy y Bernal, en prensa).

La diferenciación del periodo Transicional en dosfases se ha confirmado estratigráficamente en unaserie de zonas del sitio. En algunas de las unidadesexcavadas la presencia del periodo Transicional fuemás bien leve y consistió de superposiciones de pi-sos muy desgastados. Cabría la posibilidad de queen la zona norte se haya dado una ocupación másintensa, o que se haya definido una suerte de recintofunerario, donde la intensificación de la ocupacióndeterminó que pudiéramos distinguir fases y no sólocapas. La idea de un recinto se sustenta en el hecho

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49Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque

Figura 37. Plano del sector norte de la «Cancha de Fútbol» de SJM donde se observa la concentración de tumbas decámara del Periodo Transicional junto a otras tumbas de fosa asociadas al mismo periodo.

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 50

Figura 38. Cámara Transicional Tardío M-U 1217. Nótese los cráneos humanos, fragmentos de cerámica y grandeslajas de piedra disturbados al interior del recinto.

de que hemos encontrado el área parcialmente cir-cundada por un muro sólido de metro y medio dealto. Este muro definiría un espacio cuadrangular alinterior del cual se ubicó la mayoría de las tumbasque describiremos a continuación (Figura 40).

Durante la fase Transicional B las tumbas ca-racterísticas son cámaras pequeñas, de aproximada-mente dos por dos metros, con accesos ubicados ge-neralmente en la pared norte (Figura 41). La cons-trucción de las cámaras presenta marcadas diferen-cias, ya que en algunos casos las paredes estabanenlucidas, mientras que en otros habían sido dejadasprácticamente sin tratamiento; en unas el piso eraplano, compuesto por una gruesa capa de barro fino,y en otras era irregular y presentaba alineamientosde adobes sueltos. En todos los casos parece que es-tas tumbas fueron semisubterráneas, que estuvierontechadas y que el ingreso a ellas se hacía por un ac-ceso en el muro norte. Lo que resulta enigmático deestas tumbas es que sus contenidos están mezcladose incompletos, sus restos humanos están desarticula-

dos y alterados en sus posiciones, y que muchos ob-jetos y fragmentos han desaparecido de las tumbas.En consecuencia, resulta muy importante tratar dereconstruir y entender los sucesos que llevaron a lastumbas Transicionales B al estado en que las encon-tramos. Aun cuando algunas de las cámaras han apa-recido completamente vacías, dos parecen ser los ti-pos de contenidos: a) las que contienen entierros se-cundarios de huesos sueltos y ofrendasmayoritariamente fragmentadas, y b) las que contie-nen restos óseos humanos que claramente fueron pri-marios y estuvieron articulados, pero que al momen-to de hallarlas habían sido alteradas, notándose la faltade numerosos huesos y la aparición de ofrendas ro-tas y desperdigadas tanto dentro de las cámaras comofuera de ellas. El primer caso es inusual para la cos-ta, aun cuando en los complejos arqueológicos deHuaca de la Luna y El Brujo se han encontrado evi-dencias irrefutables de entierros donde parecería quelos huesos y las ofrendas hubieran sido extraídos dealguna tumba importante y llevados allí en sacos, con

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Figura 39. Tumba de cámara Transicional Temprano M-U 1242, la cámara funeraria más grande excavada en SJM.Nótese la entrada alargada orientada al suroeste que conecta con el anexo interior. La antecámara contiene la mayoríade ofrendas cerámicas e individuos sacrificados, mientras que en la cámara se halló el ataúd principal enchapado con

placas de cobre pero que sin embargo estaba vacío.

la tierra que tuvieron asociados, para ser reenterrados(Franco et al. 2001; Uceda 1997). Las cámarasTransicionales del primer tipo son ejemplos de estetratamiento y sus ocupantes provendrían de lugaresalejados. En el estudio de este tipo de cámaras sedocumentó que los individuos estaban incompletos,que abundan los huesos largos y los cráneos, mien-tras que los huesos pequeños, sobre todo dedos, cos-tillas y vértebras, aparecieron en números mucho másbajos. Esta carencia de huesos pequeños nos hacesuponer que cuando los restos humanos fueron reti-rados de sus entierros primarios, se extrajeron sólolos huesos más grandes, dejando los pequeños en ellugar. Si bien los entierros secundarios son minorita-rios en la costa, la práctica de los «huesos a la deri-va» es muy frecuente en los entierros Mochicas(Nelson y Castillo 1997; Verano 2001). En esta prác-tica los restos óseos de individuos Mochicas apare-cen fuera de su posición anatómica debido a que los

cadáveres se trasladaban cuando ya su descomposi-ción estaba muy avanzada. El lugar donde moría unindividuo y el lugar en que era enterrado podían es-tar muy alejados y también podía transcurrir muchotiempo entre una situación y otra. Ambas prácticasfunerarias parecerían haber estado ligadas con cul-tos a los ancestros que habrían requerido el trasladode los restos de los mismos y su localización en SJM.

El segundo tipo de tumbas de cámara de la faseTransicional B, las que aparecen alteradas y en des-orden, es aún más inusual por las condiciones en lasque encontramos los artefactos y restos humanos. Lacondición inusual de este tipo de cámaras es que fue-ron abiertas y alteradas en algún momento entre elfinal del periodo Transicional y la ocupaciónLambayeque. Ubicarlas para alterarlas no debe ha-ber sido una tarea difícil entonces, puesto que por sucarácter semisubterráneo deben haber sido bastanteconspicuas. Dentro de ellas lo que encontramos son

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Figura 40. Lado sur del Muro Perimetral que encierra la concentración de tumbas Transicionales del sector norte de la«Cancha de Fútbol» de SJM, registrado en el Área 27.

restos humanos alterados, movidos de lugar y mu-chas veces desmembrados. Las asociaciones,mayoritariamente huesos de camélidos y cerámica,aparecieron alterados, rotos y en desorden, dentro yfuera de las cámaras, a veces a varios metros de laentrada. En el caso de las ofrendas parece no faltarnada, al menos nada notorio. Estas tumbas contuvie-ron muy pocos artefactos de metal, que aparecen frac-cionados. En suma, las tumbas de cámara de este tipoparecen haber sido alteradas, desacralizadas y desfi-guradas intencionalmente, lo que nos lleva a plan-tearnos el por qué de esta práctica.

La sustracción de elementos o restos no parecehaber sido el móvil de la alteración. Para explicareste inusual fenómeno pareciera necesario pregun-tarnos acerca la construcción de las relaciones entrelos individuos y los territorios, en las formas de ge-nerar la estructuración del mundo, en su apropiacióny en la legitimación de derechos de propiedad a par-tir de ritos de ancestralidad. La alteración de estos

contextos habría tenido el efecto inverso al de losentierros secundarios, puesto que en este caso se des-truían y se alteraban las tumbas seguramente paradesmontar la legitimidad y la propiedad del territo-rio que habría sido simbólicamente construida conlos contextos funerarios trasplantados. Es interesan-te anotar que las dos variedades de tumbas de cáma-ra del Transicional B contienen frecuentemente ma-teriales foráneos, particularmente cerámica de estiloCajamarca y Viñaque (Figuras 21 y 22). Sobre estetipo de cerámica se ha documentado el mayor núme-ro de marcas post-cocción, práctica muy inusual yque a todas luces identifica al propietario y no al pro-ductor, ya que aparece la misma marca sobre piezasde alfares totalmente distintos (Figura 42). Todo estonos hace sospechar un posible origen serrano de laspersonas enterradas en las cámaras. Para una comu-nidad migrante, la afirmación de legitimidad a partirde un «traslado de ancestros» y de la implantaciónde una «comunidad funeraria» habría sido una estra-

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Figura 41. Cámara Transicional Tardío M-U 1311. Nótese el grado de alteración de los restos humanos y las vasijasal interior de la cámara.

tegia coherente. Así mismo, para quien hubiera tra-tado de erradicarlos del lugar, destruir los símbolosde su legitimidad habría sido igualmente coherente.

Un ejemplo alternativo de tratamiento funerariocomplejo durante la fase Transicional B es la tumbade fosa múltiple M-U 1221 (Rengifo 2004; Rengifoy Barragán 2005). Se trata de una tumba de fosa pro-funda en la que se identificaron los cuerpos de seispersonas, asociadas con cráneos humanos, ceramios,piruros y artefactos en miniatura, en hueso, metal ypiedra (Figura 43). Lo que resulta peculiar de estatumba es la complejidad de la secuencia de enterra-miento de los siete ocupantes (Figura 44). Primero,sobre una matriz recortada en un piso Mochica, secolocaron dos mujeres, una al lado de la otra orienta-da hacia el suroeste; luego se depositaron, sobre lasanteriores, otros tres individuos, un hombre, unamujer y un niño; finalmente, se colocó sobre los res-tos anteriores a un hombre adulto. Todo parece indi-car que entre cada deposición transcurrió un lapsode tiempo prolongado, suficiente como para que los

únicos restos fueran huesos. Adicionalmente, el hom-bre adulto recibió como ofrenda ocho cráneos hu-manos que se dispusieron alrededor de su cuerpo yen el relleno de la tumba. De estos, sólo uno presen-taba vértebras cervicales lo que hace presumir quelos otros fueron posiblemente extraídos de otras tum-bas. Las asociaciones cerámicas son del mismo tipoque las que aparecieron en las cámaras pequeñas,predominando la cerámica de estilo Cajamarca y lasbotellas negras típicamente Transicionales. Además,apareció una gran cantidad de piruros, restosmalacológicos, líticos, artefactos de metal y una con-centración de limonita. Un estudio cuidadoso de es-tos artefactos revela que en su conjunto ellos pudie-ron tener una función ritual asociada a actividadesde curandería o chamanismo. Esta pudo ser la tumbade uno o varios curanderos o curanderas que fueronenterrados a lo largo de un extenso periodo de tiem-po. Cabe señalar que la mayoría de artefactos de po-sible uso chamánico estuvo asociado con una mujeradulta que fue la primera ocupante de la tumba. La

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Castillo et al., Ideología y Poder en el Jequetepeque 54

tumba M-U 1221 es inusualmente rica para ser unatumba de fosa, pero su singularidad también resideen la distribución de algunos de sus elementos. Dosaspectos singulares fueron el uso de algunos huesoslargos extraídos de las primeras ocupantes y que fue-ron usados para crear un lecho sobre el que reposó elhombre adulto del último evento funerario. Así tam-bién se halló una flauta de arcilla insertada en la zonapúbica de una de las mujeres del segundo grupo.Ambas prácticas no tienen antecedente en el registroarqueológico de la costa norte.

Las modalidades funerarias propias de la faseTransicional A son muy diferentes a las tumbas de lafase Transicional B, seguramente porque se derivande procesos culturales y sociales donde el peso de laentonces fenecida tradición Mochica y el reconoci-miento o distanciamiento de ella parecen ser funda-mentales. Corresponde a este periodo la tumba M-U615, discutida anteriormente, en la que encontramosun patrón funerario en el que múltiples individuosfueron enterrados en la misma cámara a través de un

Figura 42. Fragmentos de cerámica con marcas post-cocción asociados al periodo Transicional y excavados en SJM.

proceso continuo de deposición (Rucabado 2006, enprensa). Algunas tumbas de fosa, simples en su con-tenido y disposición, también corresponden a la faseTransicional A, aun cuando resulta difícil diferen-ciarlas de las que corresponden a la siguiente fase.Dos tumbas de cámara excavadas en las temporadas2002 y 2004, las tumbas M-U 1045 y M-U 1242 res-pectivamente, destacan por su riqueza y porque a tra-vés del estudio de sus formas y contenidos y del ri-tual que llevó a su elaboración, podemos advertir lascaracterísticas esenciales de esta época de cambiosfundamentales en la historia del Jequetepeque.

La tumba M-U 1045 es uno de los contextosfunerarios más ricos y complejos excavados en SanJosé de Moro (Figuras 45 y 46). Por su ubicacióntemporal, su forma, contenido y organización, estacámara funeraria es una suerte de eslabón entre lastumbas de cámara Mochicas Tardías y las tumbas decámara Transicionales. La cámara M-U 1045 tieneuna planta rectangular, con banquetas laterales y unacceso abierto en la pared norte, así como cuatro co-

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- Figura 43. Tumba Transicional M-U 1221, perteneciente a posibles Chamanas enterradas con varios de losartefactos que habrían usado en sus rituales. Nótese que además de los 7 individuos enterrados, se adicionaron 8

cráneos humanos como ofrendas.

lumnas que sostenían un techo compuesto por vigasy viguetas (Figura 46). En las paredes tiene nichosque contuvieron gran cantidad y diversidad de aso-ciaciones, incluyendo maquetas, cerámica de diver-sos estilos y orígenes, huesos de camélidos, crisolesy artefactos de uso ritual. Como sucedió en el casode las cámaras Mochicas, algunos nichos aparecie-ron vacíos y no es posible determinar si originalmentecontuvieron artefactos fabricados con materiales or-gánicos, como madera o textiles, que no han sobre-vivido. La cámara parece haber sido construida paraalbergar los restos de tres ocupantes principales, dosmujeres y un niño, que se encontraron en ataúdesdispuestos sobre el piso (Figura 46). Además de es-tos, aparecieron asociados, a manera de ofrendas, doshombres jóvenes extendidos y orientados de la mis-ma manera que los individuos principales. Sobre lasdemás asociaciones, a manera de último aporte a latumba, se colocó un envoltorio cuadrangular dentrodel cual se hallaron cuatro niños pequeños y las pier-

nas de tres individuos adultos.Formalmente, es decir si sólo consideramos su

estructura, la tumba M-U 1045 es muy semejante alas cámaras Mochicas de las Sacerdotisas, exceptopor el acceso y los nichos de la pared norte. Las di-mensiones, la división en una antecámara y la cáma-ra misma, el hecho de que haya tenido cuatro gran-des columnas, la ubicación y orientación de los indi-viduos principales, la distribución y organización dela cerámica (alrededor de 300 piezas) son factoresque señalan una serie de continuidades con el patrónfunerario de élite Mochica Tardío. Estas semejanzascontrastan con las marcadas diferencias en el tipo ydecoración de la cerámica. En esta tumba se encon-tró una numerosa colección de cerámica Cajamarca,incluyendo platos, cuencos, cucharitas y cántaros(Figura 47). En muchos casos encontramos dos ejem-plos casi idénticos de cada pieza de cerámicaCajamarca, así como marcas post-cocción con dise-ños complejos, que incluyen la panoplia emblemática

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Figura 44. Secuencia de deposición de la tumba M-U 1221 a partir de los dibujos de planta de cada uno delos niveles excavados.

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Figura 45. Tumba de Cámara Transicional Temprano M-U 1045. Nótese la gran cantidad de cerámica dispuesta en losnichos, sobre el piso y alrededor de los individuos principales colocados al centro de la tumba.

Figura 46. Tumba M-U 1045, dibujo de planta.

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Figura 47. Tumba M-U 1045. Finas cucharas de estilo Cajamarca, una vasija retrato y otros ejemplares cerámicosTransicionales al momento de su excavación.

Figura 48. Tumba M-U 1045. Vasija retrato con una marca post cocción, el diseño corresponde a la panoplia de SJM.

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Figura 49. Tumba M-U 1242. Placa de cobre recortada que presenta el diseño de la Sacerdotisa de Moro sosteniendouna copa, representación que originalmente aparece en la cerámica de línea fina del periodo Mochica Tardío.

para San José de Moro (Figura 48). Las piezas dupli-cadas y las marcas post-cocción, características de lacerámica Cajamarca ya antes mencionada, tambiénse dieron en ceramios de otros tipos y orígenes. Latumba M-U 1045 se ubica no sólo temporalmente enel tránsito que ocurre al final del periodo Mochica,sino que conceptualmente reúne rasgos de las dostradiciones, adiciona una fuerte influencia externa ysintetiza estas tradiciones dando lugar a la peculiaridentidad del periodo Transicional. Finalmente, cabeseñalar que si se pudiera reconocer alguna identidado función de parte de los ocupantes, mayoritariamentefemeninos, es que se asocian a artefactos de uso enactividades de curanderismo y brujería. Esta atribu-ción, frecuente en tumbas complejas de San José deMoro, es quizá el elemento de continuidad entre unaépoca y otra. En los albores del periodo Transicional,San José de Moro siguió siendo un centro ceremo-nial y de prácticas chamánicas independientementede que en ese momento no pareciera haber cristali-zado una identidad cultural singular o que una socie-dad o grupo estuviera a cargo.

El segundo contexto funerario notable de la faseTransicional A es la tumba de cámara M-U 1242 (DelCarpio y Delibes 2004; Figura 39). La cámara tieneuna planta rectangular de siete por siete metros, loque la convierte en la tumba más grande excavadaen San José de Moro, definida por un muro de ado-bes con nichos amplios y bajos y estuvo divididalongitudinalmente en dos partes con la «cámara» y«antecámara» funeraria en el lado este y el «anexo»

en la lado oeste. El acceso a la cámara se hacía poruna rampa ubicada al suroeste, que conducía a unaapertura en la pared sur. Dada la amplitud de la cá-mara el techo necesitó nueve columnas de madera yun intricado sistema de vigas y viguetas. La cámarafuneraria contenía los restos de un ataúd rectangular,originalmente hecho de madera enchapado con pla-cas de metal recortadas en forma de olas y escaleras.Otras placas tenían un intricado diseño calado dondese podía ver a una mujer ataviada con una falda ycon el pelo trenzado, adornada con un tocado com-puesto por dos plumas de bordes aserrados, que lle-va una copa en la mano (Fraresso 2007; Vallet 2007;Figura 49). Esta representación corresponde exacta-mente con las imágenes clásicas de la SacerdotisaMochica (Donnan y Castillo 1992). El ataúd, sinembargo, estaba vacío; su ocupante original habíasido extraído y su tapa, ornamentada con las placasen forma de la silueta de la Sacerdotisa, aparecióapoyada contra la pared de la cámara. La alteraciónde esta tumba, si bien no tan radical como la queencontramos en las tumbas de cámara de la faseTransicional B, indica un comportamiento que segeneralizaría después con la alteración sistemáticade todos los contextos funerarios. ¿Se escaparon deesta destrucción las tumbas de cámara de la faseTransicional A porque no eran visibles, o la destruc-ción no estuvo dirigida contra ellas?

A los pies de la cámara y en un nivel un tantomás bajo encontramos más de 10 individuos senta-dos y echados sobre el piso y una concentración de

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Figura 50. Tumba M-U 1242. Ejemplares de cerámica post Mochica registrada como parte de las ofrendascerámicas de la cámara.

Figura 51. Tumba M-U 1242. Colección de cerámica proto Lambayeque hallada en uno de los nichos de la cámara.

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Figura 52. Tumba M-U 1242. Colección de platos de estilo o influencia Cajamarca hallada en uno delos nichos de la cámara.

cerámica de diversos tipos y formas, en las que pla-tos de estilo Cajamarca son las formas más frecuen-tes (Figura 21). Todas estas evidencias definían unconjunto al que denominamos la «antecámara» fu-neraria. En esta sección de la tumba también encon-tramos evidencias de alteración intencional en la dis-tribución de los artefactos, pero en este caso habíaademás evidencia de que agua y barro habían pene-trado en la tumba, alterando la posición de los restosóseos y la cerámica. Ambas alteraciones, la intencio-nal y la natural, parecen haber ocurrido algunos añosdespués de que la tumba fue clausurada. Asimismo,no hay razones para suponer que la sustracción delocupante del ataúd no ocurrió a la vez que se alteróla «antecámara».

La última sección, el «anexo», ocupaba la mitadoeste de la tumba. En el «anexo» la mayoría de lasasociaciones se encontró en los nichos donde halla-mos grandes cantidades de botellas y platos de cerá-mica, crisoles, maquetas muy incompletas y restosde camélidos. El aspecto más interesante de la distri-bución de los objetos hallados en los nichos de lasparedes norte y oeste del «anexo» fue que cada unode ellos contuvo vasijas de cerámica de diferentesestilos. En uno de los nichos aparecieron piezas de

clara inspiración Mochica, pero con un tratamientomenos acabado (estilo «Post Mochica», Figura 50).En el segundo encontramos dos botellas negras dedoble pico y puente decoradas con sapos modeladosy un personaje con tocado de cuatro cuernos (estilo«Proto Lambayeque», Figura 51). En el tercer nichoencontramos una maqueta de arcilla cruda y una con-centración de platos de estilo Cajamarca (Figura 52).Finalmente, delante de uno de los nichos, en el relle-no sobre el piso, apareció una concentración de tresvasos de estilo Wari Viñaque (Figura 53). Estas tresmagníficas piezas se suman a dos botellas encontra-das en la antecámara que, en conjunto, representanuno de los hallazgos más notables de cerámica Warien la costa norte del Perú (Figura 54). Estas piezasfueron fabricadas originalmente en algún lugar delsur del Perú y transportadas a San José de Moro paraacabar su recorrido en uno de los nichos de la tumbaM-U 1242. La excavación de la tumba M-U 1242hasta ahora nos va revelando una gran continuidadde algunos rasgos Mochicas, como la presencia de laimagen de la Sacerdotisa, pero en el contexto de unacomposición muy cosmopolita que se refleja en losestilos cerámicos presentes. Estos deben ser el refle-jo de la compleja situación política y cultural que

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Figura 53. Tumba M-U1242, nicho con cerámica WariViñaque al momento de su excavación.

definió al periodo Transicional durante su fase A.Además de las excavaciones de contextos

Mochicas y Transicionales, durante la cuarta fase delproyecto se ha excavado una gran cantidad de con-textos perteneciente a la ocupación Lambayeque(Bernuy, en prensa; Nelson et al. 2000). Como sedijo antes, la presencia de la tradición Lambayequeen SJM no se expresa en monumentos o edificios yes un tanto difícil definir si alguno de los pisosexcavados correspondería con la llegada de esta tra-dición. Nos inclinamos a pensar que la ocupaciónLambayeque corresponde al inicio de la decadenciade SJM, cuando declina el sitio como centro cere-monial regional en beneficio de Pacatnamú, peroconservando aún un cierto prestigio y consecuente-mente recibiendo aún entierros de cierta importan-cia. Se trató, por tanto, de una ocupación menos in-tensa y mayoritariamente compuesta por contextosfunerarios intrusivos. Las tumbas Lambayeque pa-recerían corresponder a dos tipos en base a los obje-tos que contienen: a) las que presentan cerámicaLambayeque clásica, muy semejante a la encontradaen Batán Grande (Shimada 1995; Figuras 55 y 56) y

Figura 54. Tumba M-U1242, colección cerámica de influencia Wari registrada en esta cámara funeraria.

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b) las que, aunque semejantes, no corresponden conel patrón clásico, ni presentan las formas usualescomo el «Huaco Rey» o las botellas de base pedestal(Nelson et al. 2000; Figura 57). Nos inclinamos apensar que las diferencias entre estas dos variedadesfunerarias se deben a su ubicación cronológica. Lastumbas que no corresponden al patrón clásico pare-cen ser más antiguas y en ellas la tradiciónLambayeque Temprana se habrían originado comouna evolución del Transicional (Nelson et al. 2000).La segunda variedad, más apegada a la normaLambayeque, sería más moderna y en estas tumbaspodríamos ver cómo se impone sobre el valle deJequetepeque el control de un estado expansivo fo-ráneo. Esta división es tentativa puesto que no pode-mos descartar que ambos tipos sean contemporáneos,expresando entonces diferentes identidades, más omenos afines a la «civilización» Lambayeque(Shimada et al. 2004). Recientemente, sin embargo,esta concepción del fenómeno Lambayeque como

Figura 55. Tumba Lambayeque M-U 1209, un clásico ejemplo de esta tradición, con el individuo en posiciónflexionada y con una botella tipo «Huaco Rey».

intrusivo ha cambiado un tanto, ya que hemos halla-do una estructura de grandes proporciones, que po-dría haber sido un palacio o residencia de élite, en lazona sur de la «Cancha de Fútbol». Esta estructuraincluye pisos gruesos y pulidos, paredes enlucidas ypintadas con diseños polícromos y una demarcaciónde zonas de actividades de almacenamiento y repa-ración de alimentos (Prieto y López 2007; Figuras58 y 59). Aun cuando está todavía en estudio, la pre-sencia de esta estructura nos revelaría que la presen-cia Lambayeque pudo haber sido más intensa de loque esperábamos.

Finalmente, la ocupación Chimú se ha localiza-do únicamente en las zonas altas de las huacas querodean la «Cancha de Fútbol». Durante las primerastemporadas (1991 y 1992) se perfilaron algunos po-zos de huaqueros para determinar la secuenciaestratigráfica de los montículos de SJM. En la partesuperior de estos cortes estratigráficos se documentóuna importante presencia de materiales Chimú así

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Figura 56. Secuencia de botellas tipo «Huaco Rey» procedentes de contextos funerarios excavados en SJM.

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Figura 57. Tumba Lambayeque M-U 508, se observa al individuo principal en posición flexionada con un tumi sobresus manos, así como algunas vasijas registradas como parte de este contexto.

como algunos entierros. Posteriormente, en la tem-porada de campo del año 2000 se hizo una trincheraen un montículo anexo a la Huaca Alta, lográndosedefinir en las capas superiores una densa estratigrafíade capas domésticas de filiación Chimú, en las quepredominaba basura orgánica y utensilios para la pre-paración de alimentos. A partir del año 2004 se con-tinuaron las excavaciones en este montículo, esta vezpor medio de una gran área de excavación (Área 35)que ha llegado a tener más de 20 por 30 metros deextensión (Figura 60). El montículo tiene una planta

cuadrangular orientada al noreste en la que se super-ponen 13 capas ocupacionales asociadas al periodoChimú. Todas la capas de ocupación parecen corres-ponder a un centro especializado en la producciónde chicha, el cual contaba con áreas específicas paracada fase de la producción (áreas de preparación, demaceramiento–expendio y de almacenamiento) (Prie-to 2004; Prieto y Lena 2005; Figuras 61 y 62). Aun-que no es extraña la producción de chicha en SanJosé de Moro, especialmente durante el periodoMochica Tardío, esta siempre estuvo asociada a ce-

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Figura 58. Residencia de élite Lambayeque excavada en la Unidad 35 de SJM. La vista corresponde a la parte central,posiblemente la cocina y área domestica de la residencia.

Figura 59. Mural policromo que decoraba una de las paredes del sector norte de la residencia de élite Lambayeque,que habría correspondido con el área pública de este conjunto.

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Figura 60. Área 35, Capa 7, correspondiente a la ocupación Chimú Tardía de SJM.

remonias funerarias y actividades ceremoniales decarácter regional (Castillo 2003). Durante el periodoChimú SJM la producción de chicha parece habercontinuado en gran escala, aun cuando SJM ya nofuncionaba como un cementerio ni como un centroceremonial de escala regional.

Una posible explicación del carácter de este sec-tor del sitio se deriva de la lectura los datosetnohistóricos producidos durante los primeros añosde la conquista en el valle de Jequetepeque. En ellosse menciona que los primeros españoles que llega-ron a esta región observaron varias tabernas, es de-cir, espacios destinados a la producción y distribu-ción de chicha que, según Ramírez (2002), fueroncentros de producción especializados, manejados ycontrolados por los curacas o señores locales de lospueblos para proveerse de ella y «pagar» así sus de-beres de reciprocidad y redistribución (Ramírez2002). Durante el periodo Chimú SJM habría sidouno de los lugares en los que se producía chicha encantidades suficientemente grandes como asegurarun suministro confiable. La chicha, en el contexto delas interacciones establecidas por el estado Chimú,debió funcionar no sólo como medio de pago ritual,

o como elemento de activación ceremonial, sino comoagente de integración social, fundamental para esta-blecer las alianzas estratégicas a partir de relacionesde parentesco (Castillo 2001, 2003). La proximidadentre SJM y el centro administrativo Chimú delAlgarrobal del Moro (Mackey 1997) permitiría infe-rir que existió una relación funcional entre los dossitios, siendo el primero el espacio productivo y elsegundo la sede administrativa desde donde la éliteChimú debió ejercer el poder. La comparación de losmateriales asociados a ambos ha permitido definirque son contemporáneos. Los datos recuperados enel Área 35 no nos permiten establecer algún tipo deactividad doméstica o de habitación, por lo que que-da descartada alguna función residencial. Con res-pecto al destino del brebaje, dado que nuestros cál-culos nos permiten inferir que se producía continua-mente más de 1000 litros de chicha (Prieto 2006),podemos inferir que esta fue utilizada en ceremoniasde escala estatal, en fiestas comunales, y seguramen-te en ceremonias de culto a los ancestros quehipotéticamente se habrían realizado en las plazasdel centro administrativo del Algarrobal del Moro.El hecho que una bebida aparentemente de consumo

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Figura 61. Área 35, Capa 13, correspondiente con un área de producción masiva de chicha durante el periodo Chimú.

cotidiano (Camino 1987) fuera producida en centrosespecializados controlados por el aparato estatal y almismo tiempo fuera consumida bajo condicionesespeciales, cargadas de un profundo simbolismo, leotorga un valor agregado que el estado pudo mane-jar como parte del control de ciertos bienes en suafán por ostentar y mantener la legitimidad y el or-den impuesto (Baines y Yoffee 1998). Al parecer,durante el periodo Chimú, esta estrategia fue partede una compleja red de abastecimiento de productosclaves como, por ejemplo, la cerámica fina, los texti-les, los objetos de metal, etc., los cuales fueron con-trolados por el estado y consumidos en situacionesespeciales.

Por el momento nos falta definir cuál fue el sis-tema de aprovisionamiento utilizado para obtener lasmaterias primas y las vasijas necesarias para la pro-ducción. El descubrimiento de hornos para hacerpaicas en el sitio de Farfán (Mackey 2005) indicaríaque el mismo estado fue el encargado de fabricar ydistribuir los utensilios necesarios para la producción

de chicha, logrando al mismo tiempo laestandarización en las medidas de almacenamiento(Prieto 2006). En asociación con las vasijas de pre-paración y maceración de chicha se ha hallado unavasta cantidad de utensilios de madera y textiles, asícomo restos vegetales en muy buen estado de con-servación que, en conjunto, habrían sido parte delmismo proceso productivo.

Si bien es cierto SJM no fue más un centro cere-monial de escala regional, no estuvo excluido de lavida política, productiva y ceremonial del valle. Pro-bablemente la construcción del centro administrati-vo del Algarrobal del Moro y del centro de produc-ción de chicha indicaría que el prestigio del sitio nose perdió y que, por el contrario, los nuevos gruposque ostentaron el poder reconocieron el peso de surica historia ocupacional, la cual debió seguir vigen-te por muchos años más en la memoria colectiva delos pobladores del valle de Jequetepeque.

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Conclusiones y direcciones

Luego de 15 años de trabajos en San José deMoro las preguntas que nos hacen con más frecuen-cia son si continuaremos los trabajos en el sitio y porcuánto tiempo. Si bien no se concibió así en su ini-cio, el PASJM se ha convertido en un programa re-gional de investigación, de largo plazo y de caráctermultidisciplinario. En principio, el centro de la in-vestigación es el sitio, pero a partir de él y de lasproblemáticas que se desprenden de su investigaciónnos hemos visto obligados a abarcar otras zonas delvalle de Jequetepeque e incluso Pampa Grande en elvalle de Chancay. Además, hemos estado en conti-nuo diálogo con otras investigaciones de larga dura-ción, particularmente los proyectos Sipán, Huaca dela Luna, El Brujo y Dos Cabezas, con quienes he-mos compartido recursos, datos e ideas, en un diálo-go de provecho para todos. Concordamos con otroscolegas en que una investigación arqueológica debeproponerse una dimensión regional de análisis, peroesta no debe excluir el que se enfatice el estudio in-tensivo de sitios claves, ni creemos que cada progra-ma de investigación deba cubrir toda una región. Elgrado de desarrollo de la arqueología de la costa nor-te nos obliga a complementar nuestras estrategias ya comparar nuestros hallazgos y sus interpretacionescon los de otros programas, no por razones altruistas,sino para cumplir con los objetivos que nos traza-mos.

Como dijimos en la introducción, un compro-miso de muchos años en un sitio reviste ciertos ries-gos y ventajas. Los riesgos más evidentes son que serelativice el desarrollo de una región a partir de loshallazgos de sitios excepcionales, que, como SJM yPampa Grande, pueden ser peculiares en su natura-leza. Somos concientes de que muchos de los con-textos hallados en San José de Moro, como la cerá-mica Wari o Cajamarca, o las tumbas Transicionalesde cámara, son muy singulares y no parecen repetir-se fuera del sitio. Otros aspectos, como la secuenciaocupacional y su correlato en la secuencia de evolu-ción de la cerámica, no deberían tener este caráctersingular ya que deberían describir con precisión loque sucedió en la región. Disparidades en las secuen-cias de ocupación o evolución, es decir, el que lamisma secuencia de periodo y fases no se encuentreen otros sitios de la misma región, plantea situacio-nes inesperadas que deberán llevarnos a unreevaluación de los paradigmas que usamos. En laarqueología andina tendemos a descartar las inter-pretaciones que no concuerdan con nuestros hallaz-

Figura 62. Paica Chimú hallada en el Área 35 cuyacapacidad excedía los 400 litros de almacenamiento.

gos, desconociendo la calidad de los proyectos quegeneraron estos datos contrarios, cuando su mayorriqueza potencial está en su singularidad y diferen-cia. Tratar de contestar a la pregunta de por qué algosucede de manera diferente en la misma época y bajocondiciones muy semejantes, nos lleva a abordar eltema de los desarrollos alternativos pero concurren-tes. Así, por ejemplo, una gran paradoja de la arqueo-logía del norte del Jequetepeque es el definir por quéno aparece más evidencia del periodo Transicionalfuera de San José de Moro. Creemos que el avancemás importante de la arqueología Mochica en losúltimos años se debe a esta predisposición de asumirun paradigma más flexible, donde muchas cosas sonposibles a la vez, donde el desarrollo tomó formas ydirecciones impredecibles (Castillo y Uceda, en pren-sa; Quilter 2001, 2002). Los arqueólogos que traba-jamos en la costa norte del Perú nos hemos acostum-brado a sorprendernos y tratamos de entender, no depredecir.

Las ventajas de un proyecto de larga duraciónson muchas. Los trabajos arqueológicos en San Joséde Moro han permitido ampliar la frontera de nues-tro conocimiento sobre las sociedades de la costanorte de manera notable, particularmente porquemuchos de los hallazgos y los procesos culturales delos que se derivan son originales. Por ejemplo, noshan llevado a plantear la naturaleza fragmentaria dela sociedad Mochica, en la que cada región vivió supropio desarrollo, con una coordinación muy limita-da con las otras. Esto ha devenido en que tengamosque reconocer, primero, las particularidades de cadaregión, sus propios patrones arquitectónicos y fune-

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rarios, su propia cronología y secuencia cerámica,su propio y peculiar desarrollo en irrigación y meta-lurgia. Ahora bien, si todo es tan «propio» y singu-lar, ¿dónde reside entonces lo Mochica, lo común, loque mantuvo interconectadas a las distintas socieda-des de la cota norte, lo que en ultima instancia evitósu «deriva cultural»? Parecería que, tal comoChristopher Donnan ha venido arguyendo desde hacevarios años, la «goma» que mantuvo unidos a todoslos Mochicas fue una religión de élite, controlada ypropiciada por los estados, un conjunto de prácticasceremoniales comunes, donde las élites tenían elprotagonismo en la representación y teatralizaciónde los mitos que aseguraban la continuidad de la so-ciedad. Puesto que es presumible que las fuentes depoder económico y político fueran débiles o pocodesarrolladas, parecería que los Mochicas fundaronsu poder en una peculiar combinación de coerción eideología. Pero esta afirmación general tiene que seradaptada a las condiciones y formas que adquirió encada región.

San José de Moro sólo fue la sede de un centrode influencia que integró el norte del valle deJequetepeque y, quizá en algunos momentos, tam-bién a la parte sur. No pretendemos convertir a SJMen un centro ceremonial comparable con PampaGrande o con los complejos de la Huaca de la Luna oEl Brujo. Sí creemos que SJM, durante los periodosMochica Tardío y Transicional, tuvo más influencia,al menos en su área, que los grandes centros ceremo-niales con templos monumentales y grandes urbes.Ahora bien, en su singularidad y relativa pequeñaescala, SJM ha presentado evidencia de una activi-dad que no se ha visto en los otros sitios. Ningunaotra zona o sitio de la costa norte de su tiempo haproducido un número mayor de cerámica de estilosWari y derivado, o Cajamarca. En ningún otro sitiose ha hallado un número tan considerable de botellasdel estilo Mochica Tardío de línea fina. En ningúnotro sitio, aún, se han encontrado tumbas deSacerdotisas tan claramente identificadas con el ri-tual del Sacrificio. A esto hay que sumar que pocossitios de la costa norte tienen la densidad y compleji-dad estratigráfica que hemos encontrado en San Joséde Moro, ni presentan la variedad tan grande de tum-bas, cerámica y otros materiales ordenadoscronológicamente en superposiciones fácilmentedistinguibles.

Pero San José de Moro es, ante todo, un sitioque nos habla elocuentemente del fin de losMochicas, de su largo proceso de languidecimientoy de su reconstitución durante el Transicional. Este

es un proceso que las capas ocupacionales y los con-textos de San José de Moro ilustran vivamente, en elque es posible ver los cambios sutiles en el estilocerámico, y en el que hablar de influencias significamedir transformaciones en las formas, colores e íco-nos que se usaban o dejaban de usar. Lo que todoeste proceso nos dice es que el final de Moche fue enesencia una crisis de identidad, una pérdida de con-fianza en el liderazgo, una paulatina transformaciónde las esferas del poder. No está claro si las élitesMochicas al final sucumbieron o simplemente setransformaron; lo cierto es que sin duda el registroarqueológico nos expone un abandono de patronesidiosincráticamente Mochica, del cese de la construc-ción de tumbas y de la fabricación de objetoslitúrgicos Mochicas. En el periodo Transicional, sibien constatamos algunas continuidades, lo que apa-rece de forma más evidente es un deliberado distan-ciamiento y distinción del pasado Mochica.

Sin embargo, no todo es, ni puede ser, inductivoy aleatorio. Los trabajos que hemos realizado hastaahora nos han planteado una larga serie de preguntasrespecto al origen, desarrollo, colapso y reconstitu-ción de las sociedades complejas en el valle deJequetepeque que no se han contestado en San Joséde Moro, ni se contestarán allí. Es en este ámbitodonde el diseño de la investigación es más relevantey donde el trabajo concertado con otros programasde investigación es imprescindible. Excavar adecua-damente Pampa Grande y publicar documentacióncopiosa de sus contextos y hallazgos es imprescindi-ble. Entender mejor los fenómenos de colapso en lasdiferentes regiones de la costa norte es también esen-cial para poder dilucidar lo que sucedió en San Joséde Moro. Creemos que, por ejemplo, los artistas quetrajeron a San José de Moro la decoración de líneafina huyeron del valle de Moche o Chicama, pero nosabemos cuáles fueron las condiciones que los lleva-ron a ver como ventajoso el mudar su operación auna región ignota y posiblemente más pobre (Casti-llo 2001). Yendo incluso más allá, es importante tra-tar de entender cuáles fueron las estrategias de lassociedades Wari en su interacción con sociedadescosteras y de la costa norte en particular.

Todas estas preguntas sin contestar y las líneasque nos conducen hacia otros campos de investiga-ción y regiones geográficas justifican la continua-ción de los trabajos en San José de Moro, el tratar depreservar para generaciones futuras contextos intac-tos y el publicar sistemáticamente los resultados delPrograma. También nos fuerzan a adaptarnos a losvientos que soplan en la arqueología peruana, con

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Notas1 La dirección y concepción del proyecto ha pasado

por tres fases. En su primera fase, entre 1991 y 1994, elproyecto fue dirigido por Christopher B. Donnan y LuisJaime Castillo. En la segunda fase, entre 1994 y 1997, lacodirección del proyecto estuvo en manos de CarolMackey, Andrew Nelson y Luis Jaime Castillo. Desde1998 el proyecto ha sido dirigido por Luis Jaime Castillo,en colaboración con los coautores del presente trabajo.

2 El término «Moche Fineline Art» fue desarrolladopor Donnan y McClelland (1979, 1999) para distinguirun estilo pictórico de decoración que se basa en líneasextremadamente finas y diseños escenográficos comple-jos, de representaciones pictóricas que enfatizan el uso deáreas de color y diseños geométricos. El estilo de líneafina se originó en la fase III de la cerámica Mochica delSur y llegó a su máxima expresión en el estilo MochicaIV pictórico. La variante Mochica Tardío de línea finacorresponde a la tradición norteña y tiene su máxima ex-presión en las botellas pictóricas de SJM decoradas condiseños muy abigarrados y pequeños que crean una ver-dadera forma de «horror al vacío» (Ver tambiénMcClelland et al. 2007).

3 El término «paica», que se emplea localmente paradescribir a un gran recipiente de cerámica utilizado parala fermentación de la chicha, y como sinónimo de porróno tinaja, se deriva del término Mochica «paiyäk» (Brüning2004: 45).

4 Una discusión más detallada sobre las tumbas delas dos Sacerdotisas Mochica Tardío, así como de otrastres tumbas complejas de mujeres, se puede encontrar enCastillo 2005.

5 Esta afirmación no es antojadiza si consideramosque, por cada 100 metros cuadrados de área excavada,sólo encontramos, en promedio, 10 tumbas correspondien-tes a los periodos Mochica Medio y Tardío (aprox. 500 a850 d.C.), es decir, una tumba cada 35 años. En contraste,la evidencia de actividades ceremoniales en esos mismos350 años es continua.

6 Los restos de quema encontrados en las paredesexternas de estas paicas hacia la mitad de la vasija refuer-zan esta teoría.

regulaciones excesivas e innecesarias, donde el tra-bajo en colaboración es una necesidad, donde el com-promiso con el desarrollo sostenible de las comuni-dades donde estamos afincados es insoslayable ydonde el compromiso con la formación de nuevasgeneraciones de arqueólogos es esencial para que elesfuerzo no caduque en sí mismo. Creemos que to-davía no hemos visto lo mejor que San José de Morotiene para darnos y que la arqueología de la costanorte del Perú, incluso considerando la espectacula-ridad de los hallazgos de los últimos veinte años, tie-ne aún secretos por develar.

Agradecimientos

Alcanzar 16 años de investigación científica enSan José de Moro ha sido consecuencia de la perse-verancia de todas y cada una de las personas e insti-tuciones involucradas, que hasta hoy en día mantie-nen un cercano vínculo con las actividades del Pro-grama, con sus objetivos y direcciones que va to-mando con el paso del tiempo. En este devenir hubopersonas e instituciones que de uno u otro modo apor-taron a esta causa, llegando a formar parte de un equi-po multidisciplinario e internacional en un marco decooperación científico-académica.

Entre estas instituciones queremos destacar laparticipación de la Pontificia Universidad Católicadel Perú, a través de su Dirección Académica de In-vestigación y su Dirección de Relaciones Internacio-nales y Cooperación. También agradecemos a insti-tuciones como el Patronato de las Huacas de Moche,la Fundación Backus, la Fundación Bruno de Fres-no, el Maya Research Program, y a la Universidadde California, Los Angeles.

Finalmente, queremos expresar nuestra gratituda personas cuya generosa participación ha permitidoel desarrollo armónico y sostenido de nuestras acti-vidades, las que también consideramos como suyas.Entre ellas reconocemos los aportes de ChristopherDonnan, Alana Cordy-Collins, Don y DonnaMcClelland, Carol Mackey y Andrew Nelson. Asítambién nuestro agradecimieto al personal del Pro-yecto Arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, asus directores Santiago Uceda y Ricardo Morales, ala familia Ibarrola en San José de Moro, en especiala Ricardo y Julio Ibarrola, y a todos los arqueólogosy más de cien estudiantes peruanos y extranjeros quehan participado en las distintas temporadas de exca-vación y en los trabajos de análisis en los laborato-rios de la PUCP en Lima. Muchos quedan ausentesen este agradecimiento, pero no en nuestra gratitud.

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