hugo biagini cambiar el mundo, la cultura de la resistencia juvenil

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    CAMBIAR EL MUNDO

    LA CULTURA DE LA RESISTENCIA JUVENIL

    DE LA INDEPENDENCIA AL NEOLIBERALISMO

    HUGO E. BIAGINI

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    P r e s e n t a c i ó n

    En esta obra se aborda una sucesión de postulaciones alternativas frente a la

    cultura dominante, desde coordenadas literarias ⎯ el Ariel , la bohemia, el Juan

    Cristóbal⎯   y políticas ⎯  Reforma Universitaria, guevarismo, alterglobalización⎯   que

    guardan una estrecha simbiosis en la ensayística de nuestra América. El enfoque se halla

    centrado en los ideales de la muchachada escolar: todo un conglomerado doctrinal que,

    como respuesta a las crisis capitalistas, propicia la instauración de un nuevo orden y una

    nueva humanidad en cuya implementación les toca a los jóvenes ejercer un papel decisivo.

    Entre los picos de mayor relevancia histórica se analiza el protagonismo juvenil desde el

    ciclo emancipatorio y el movimiento reformista organizado hasta los actores que irrumpen

    en los años sesenta y la ulterior generación posmoderna junto a los rasgos evidenciados

    hoy por los sectores estudiantiles. Se asiste a la brega del alumnado por la excelencia

    académica, el altruismo, la libertad civil y las identidades culturales, con sus apelaciones

    a la protesta, a la resistencia, al verbo insurgente, a una aparente retracción o, con

    bastante frecuencia, a actitudes propositivas. El encuadre bucea el caso iberoamericano

    sin descuidar el contexto internacional, durante el siglo XX en particular.

    Se encara la cuestión de la bohemia novecentista, desde el enrolamiento social y la

    mirada estética, como expresión de un quiebre en el orden burgués y el espíritu positivo.

    Emerge el discurso contestatario e iconoclasta que apunta a la renovación de la cultura y

    a la instauración de un mundo pleno o transparente, por ejemplo, desde el territorio libre

    del café. De tal manera, se va instrumentando una cosmovisión diferente, según la cual los

     jóvenes deben asumir los problemas comunitarios y contribuir al establecimiento de

    relaciones menos inhumanas. Se le presta especial atención a los planteos de José Enrique

     Rodó sobre la juventud como una matriz germinal doctrinaria.

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    Se trata en verdad de un gran bagaje que ha sido soslayado hasta por la

    historiografía progresista cuando la misma insiste,  v. gr. , en plantear como una

    innovación nordatlántica tardía las nociones de generación y de cultura juvenil

    ⎯ burguesas y antiburguesas a la par ⎯   que se lanzaron efectivamente en los albores del

    movimiento reformista organizado ya casi un siglo atrás.

     Habida cuenta de los panoramas abarcadores en torno a nuestras organizaciones

    estudiantiles, se ofrece una gama de estudios sobre temas que ora no han sido percibidos

    en todo su alcance ora no se han indagado con suficiente profundidad, como los lazos

    entre el reformismo nuestroamericano y la problemática universitaria española. Además,

    se introduce una serie de congresos estudiantiles que tuvieron lugar en Sudamérica

    (Uruguay, Argentina, Perú, Colombia) y que, por ser anteriores a la Reforma del ‘18 han

     permanecido al margen del vastísimo corpus documental y hermenéutico relativo a ese

     proceso continental. Se retoma la tradición reformista para compararla con el modelo

    oficial en boga de la modernización excluyente. Se efectúa una valoración de la

    universidad actual desde la óptica reformista, cuestionándose las apreciaciones sobre la

    caducidad de la Reforma y sobre el hipotético imperativo de reemplazarla por otros

    emprendimientos basados en un solapado gatopardismo.

    Sin dejar de lado la incredulidad y el egocentrismo puesto de manifiesto por las

    últimas generaciones, se rescata como constante la perspectiva idealista de la juventud, su

    inclinación hacia el valor de los principios y la rectitud de los procedimientos. Más allá de

    endebles generalizaciones conceptuales, los jóvenes han dado muestras de una presencia

    activa e innovadora, pues han seguido marchando para deshacer entuertos y cumplir

     funciones vanguardistas ⎯ incluso durante el repliegue de los años ochenta y la llamada

     Revolución Conservadora⎯   hasta llegar a nuestros días, con su decisiva participación en

    las luchas contra el neoliberalismo y la globalización financiera.

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     Desde el punto de vista metodológico se recurre, esencialmente, a la exégesis de

     fuentes primarias de muy distinta procedencia y localización, compuestas en buena

    medida por documentos estudiantiles tales como manifiestos, proclamas, actas y otros

    testimonios que subyacen entre los millares de páginas escritas por el pensamiento

    reformista en el siglo XX.

     Además de su eventual validez para mejorar la erudición en la materia, la supuesta

    importancia o repercusión de este trabajo se vincula con el dominio pedagógico y la

     formación ética, en cuanto su contenido pueda aproximar a los jóvenes y adolescentes a

     pautas de comportamiento y perspectivas axiológicas más enriquecedoras que las que se

    brindan desde una aletargante actualidad. Por ende, se procura investigar y difundir

    ciertos ciclos paradigmáticos de incidencia juvenil; su contribución a una imagen

    renovadora y solidaria de la enseñanza y la vida; su relevancia para el acercamiento

    democrático de Latinoamérica con el resto del planeta.

     Junto a la ampliación que tal vez pueda experimentarse en el dominio técnico y

    cognoscitivo, la explicitación de los aspectos dinamizadores y originales que contiene el

    legado reformista acaso colabore módicamente a la satisfacción de determinadas

    expectativas sociales como las que provienen de la crisis de las ideologías

    omnicomprensivas y de cerradas posturas triunfalistas. Se recorre un conjunto de

    testimonios que permiten aproximarse a distintas variantes del utopismo, expresiones

    identitarias y propuestas alternativas que se hallan en juego dentro de los idearios y

     prácticas sociales correspondientes.

    En síntesis, la indagación se vincula primordialmente con la problemática sobre la

     juventud, la universidad y la sociedad; un asunto cuya desbordante magnitud exige otros

    replanteos adicionales. La temática principal se conecta con el desenvolvimiento del

    movimiento estudiantil que surgió a partir de la Reforma Universitaria en Córdoba, sus

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    antecedentes, derivaciones y paralelismos con otras experiencias similares. El texto se

    vincula estrechamente con un tópico de notoria actualidad: las redes intelectuales y

     políticas, es decir el sostenimiento de lazos y proyectos comunes desde la sociedad civil y

    hacia el extramuros, más allá del ámbito Estado-nación, para compartir el conocimiento,

    criticar el poder y enrolarse con las causas populares. Si bien dichos objetivos se han visto

    reforzados en los últimos tiempos ⎯ tanto con el boom informático como con las múltiples

    demandas ante un sistema excluyente⎯  mediante la recreación de nuevos sujetos, utopías

     y variantes identitarias, la construcción de redes semejantes viene de antigua data,

    configurando un ciclo envolvente de rebeldía y solidaridad; de campañas, llamamientos,

    mensajes y declaraciones como el que se intenta perfilar en el presente volumen.

    En esa fluctuante trayectoria puede constatarse la vitalidad que revistió el

    desempeño juvenil como tal en nuestra América con antelación a los años sesenta ⎯  para

    diversos autores una etapa inédita de activismo en la historia universal⎯  , cuando se

    organizan por primera vez movimientos universitarios masivos en diversos países como

    Estados Unidos y Australia. Más allá de las rebeliones estudiantiles precedentes, el

    enrolamiento político del alumnado emerge sobre todo a partir de 1800, como un factor de

    modernidad, tanto en el advenimiento de los Estados nacionales cuanto de los sistemas

    republicanos o democráticos, mientras que el estallido historiográfico sobre la juventud

     proviene recién de las últimas décadas.Last but not least , el movimiento estudiantil constituye una de las expresiones más

    acabadas del pensamiento alternativo, pues, en diferentes contextos espacio-temporales,

    las eclosiones universitarias ha reflejado los distintos matices que dicho pensamiento

    arrastra consigo: desde la simple denuncia o disidencia, pasando por la afirmación de

    cambios graduales y evolutivos, hasta llegar a los encuadramientos que postulan la

    transformación estructural o el sendero revolucionario.

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    INTRODUCCION GENERAL

    Qué desgraciado el país donde sus estudiantes nohacen temblar el mundo

    Juan Montalvo

    De-limitación

    Se traza aquí un breve panorama sobre la función que desempeñó la juventud

    universitaria, especialmente latinoamericana, en diversos momentos culminantes, sin

    excluir la situación actual ni sus perspectivas futuras. Se encuentran implícitos en el

     planteo general problemas tales como los de la continuidad o discontinuidad históricas, lavalidez última de los agentes o sujetos colectivos, los vínculos con la estructura social o

    con las variables políticas y económicas de rigor.

    Ubicar a los jóvenes como principales portadores de utopía implica soslayar

    significativos planteos que, dentro del vasto conglomerado en juego, priorizan las pautas

    diferenciales y acentúan el marco distintivo según los períodos históricos, las diversas

    culturas, los estratos sociales, los desarrollos nacionales o las divisiones cronológicas que

    restringen la juventud al simple paso de una edad a otra. Sin embargo, la estrecha afinidad

    entre utopismo y juventud presupone una serie de atributos que suelen ligarse con dicha

    etapa existencial. Más allá de que los jóvenes lleguen a coincidir con sus mayores en

    distintas alternativas y circunstancias, más allá de los aspectos ambiguos que se reflejan en

    su modus vivendi, más allá de la casuística mundial circunstancialmente adversa, cabe

    resaltar una idiosincrasia que exhibe apreciables barreras generacionales. En ese perfil

    relativamente singular aparecen componentes como el inconformismo, la creatividad, el

    desprendimiento, la preferencia por la acción, el jugarse con osadía, la lealtad, etc. Las

    cualidades mencionadas, además de haber facilitado la acuñación de frases como “de joven

    incendiario y de adulto bombero”, han hecho que la juventud haya sido glorificada por

    concentrar todas las virtudes o por su monto de heroicidad y al mismo tiempo se la haya

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    instituto educativo se llegaron a trasmitir doctrinas ilustradas de avanzada y de allí

     provinieron muchas figuras que se integran a la gesta emancipadora. Por sus filas pasaron

     jóvenes como Manuel José Quiroga, gestor de la revolución de Quito; Mariano Alejo

    Álvarez, precursor de la independencia en el Perú; o Jaime Zudáñez, redactor de

    constituciones en Chile, Argentina y Uruguay, país éste en el cual concluye su carrera

     presidiendo la primera Corte Suprema de Justicia.

    Una pieza clave que motoriza las revoluciones de Chuquisaca y La Paz (1809), fue

    escrita por un flamante graduado de dicha universidad, Bernardo de Monteagudo, quien

    imaginó un diálogo entre Atahualpa, el último Inca y Fernando VII, a la sazón destronado

    durante la invasión napoleónica de España. El tema fundamental de esa pieza combativa

    apuntaba a sostener el derecho a la insurrección y a la independencia: si los patriotas

    españoles podían repeler legítimamente la tiranía implantada por Napoleón, los americanos

    estaban también en perfectas condiciones para romper con el yugo ibérico, impuesto por la

    fuerza y la violencia. Más que en el ius resistendi clásico, Monteagudo se inspiraba en el

     pensamiento rousseauniano, cuando aducía que los españoles habían perdido toda su

    autoridad en el Nuevo Mundo al violar flagrantemente la justicia y los derechos humanos.

    Se ha interpretado que el Contrato Social  llegó a representar algo así como el

    evangelio laico para los estudiantes más activos de Charcas. De tal manera, Mariano

    Moreno, otro egresado de ese mismo centro de enseñanza superior, enaltecería la citada

    obra de Rousseau por su tenacidad en defender la soberanía popular y en vulnerar el

    supuesto derecho divino de los reyes. Vencida la juventud jacobina, desplazado su líder

    Moreno y frustrado el levantamiento de sus partidarios, aquél se embarca para Londres,

    falleciendo en el trayecto. Al despedirse de sus amigos, un 24 de enero de 1811, les había

    expresado: “Yo me voy, pero la cola que les dejo es muy larga”. Era el mismo patriota que

     poco antes había puesto en evidencia a los gobernantes españoles del Perú por considerar a

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    la universidad de Charcas como simple “receptáculo de abogadillos y estudiantes

    miserables”…1

    Más allá de las distintas secuelas en las que cabe encontrar ulteriormente dicho

    espíritu rupturista y democratizante, pueden rescatarse apreciaciones como las de Germán

    Arciniégas, i.e., que la revolución de la independencia no constituye un producto del

    caudillaje ni una idea emanada de los cuarteles sino el triunfo de la conciencia estudiantil

    de vanguardia superando el cruce helado de los Andes y otros obstáculos similares. Las

    sociedades patrióticas, literarias y políticas juveniles cumplieron a su vez una función

    renovadora.

    Entre los nucleamientos de esa índole más ostensibles, figura el círculo de la Joven

    Generación Argentina creado por Echeverría en el Río de la Plata con el fin

    incumplimentado de producir una segunda independencia: la mental y cultural. En Alberdi,

    uno de los principales exponentes de esa agrupación, también conocida como Asociación

    de Mayo, ya puede observarse un rasgo que suele atribuírsele a varias generaciones

     posteriores, es decir, el papel salvífico de la juventud, cuya misión apunta hacia “todas las

    grandezas humanas”, entre ellas: “la emancipación de la plebe” y la transmisión de la

    democracia al Viejo Mundo”2. El rosismo aludió a esa agrupación reivindicativa —paralela

    a otras organizaciones contemporáneas (la Joven Italia, la Joven Alemania o la agrupación

    trascendentalista dirigida por Emerson en Boston)— como integrada por "muchachos

    reformistas y regeneradores", por "estudiantes de Derecho presumidos y holgazanes"3.

    El fin de la centuria y los albores del siglo XX traen aparejados una gran variedad de

    sintomáticas entidades. En la Argentina se fundan clubes cívicos piloteados por jóvenes

    estudiantes que tendrán un rol significativo tanto en el enfrentamiento con el régimen

    1 Mariano Moreno, Doctrina democrática. Buenos Aires, La Facultad 1915, p. 157.2  J. B. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del derecho, B. Aires, Biblos, 1984, pp. 148-149.3 Citado por G. Bermann, Juventud de América. México, Cuadernos Americanos, 1946, p. 23.

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    corrupto del juarismo y en la Revolución del Parque (1890) como en la plasmación de

    trascendentes partidos populares (radicalismo, socialismo, democracia progresista).

    Paulatinamente, iba aumentando la creencia en el sentido afirmativo que, dentro de

    la transformación histórica, correspondía asignarle al accionar de distintos sectores

    tradicionalmente descalificados  ⎯ los trabajadores, la mujer, el hombre de color. Al mismo

    tiempo, surgía una confianza semejante en las potencialidades redentoras de la juventud.

    Un texto del intelectual anarquista Alberto Ghiraldo nos sirve para ilustrar dicha

    mentalidad, lindante con el llamado juvenilismo, el cual también acompaña a diversas

    innovaciones estéticas y a una actitud donde se rescata la bohemia y se impugna el

     prototipo burgués:

    existe una clase de proletarios mucho más digna aún de llamar hacia ella la atención que la compuestapor los trabajadores manuales! [...] esa juventud de intelectualidad robusta y preparada cuyos serviciosnadie requiere, aunque, a fin de cuentas, todos aprovechan de ellos; a esa juventud llena de ideales quepocos comprenden, que muchos desprecian y a quien ningún poderoso, ningún gobierno tiende la manoamiga; a esa juventud pensadora que a pesar de todo va dejando en el camino  de los tiempos sureguero de luz y preparando en las edades las diversas jornadas de las civilizaciones4.

    Durante dicho período finisecular, el modernismo exalta la figura del joven, tesoro divino

    y humano a la vez, en contraposición a la cultura prosaica del buen burgués. En el

    gravitante arielismo de Rodó, la juventud, objeto de verdadera devoción, aparece como un

    eslabón entre la utopía y lo real, como agente movilizador por excelencia de las masas.

    Semejante mística juvenil impregna las primeras generaciones reformistas de nuestra

    América hasta prolongarse sensiblemente en el tiempo.

    Simultáneamente, hacia la misma fecha, en los finales del siglo XIX, los estudiantes

    de Guatemala inauguran una valerosa tradición de resistencia contra las dictaduras y el

    imperialismo mediante la llamada huelga de Dolores y su vocero periódico  No nos tientes,

    cuyas modalidades se han prolongado de una manera u otra hasta nuestros propios días.

    4 A. Ghiraldo, “Bajo la cruz”, en Lea Fletcher, (comp.),  Modernismo. B.Aires, Ediciones. del 80, 1986, pp. 123-124.

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    Es la época en la cual comienzan a producirse serios conflictos universitarios,

    cuando se inauguran los primeros centros y federaciones estudiantiles que, pese a perseguir

     propósitos puramente gremiales, serían desconocidas por las autoridades. Asimismo, se

    inician los congresos internacionales de estudiantes (Uruguay, 1908; Argentina y

    Colombia, 1910; Perú, 1912), donde se proclama la rebeldía como principio cósmico

    omnicomprensivo y se exige un modelo universitario con plena participación del alumnado.

    La inadvertida relevancia que tuvieron estos encuentros internacionales puede traducirse en

    motivos de significativa avanzada, verbigracia: establecer las innovaciones primordiales

    que, a partir de 1918, se ampliarán con el movimiento reformista organizado, v. gr ., la

    autonomía, el cogobierno y la extensión universitarias; alentar los anhelos de fraternidad

    continental, anticipando los recientes proyectos oficiosos de integración regional con

     propuestas que permiten un replanteo más a fondo sobre el particular; denunciar la política

    expansionista del monroísmo acomodaticio; adelantarse a las reuniones celebradas por las

    universidades de América Latina hasta su confluencia definitiva en la UDUAL al

     promediar la centuria. Se trata de un vasto repertorio conceptual que, pese a tanta

    interpretación encontrada, testimonia la potencialidad reflexiva de nuestra juventud

    universitaria e insinúa respuestas alternativas a los modelos dominantes en el ejercicio del

     poder. Ello resulta singularmente auspicioso para una época como la presente, en la cual,

    más allá de los apreciables focos de resistencia mundial, sobresalen las primacías

    conservadoras y desencantos.

    El grito de Córdoba

    Si a todos esos antecedentes inmediatos les añadimos algunos factores de relevante

    magnitud interna y exterior  ⎯ Revolución Mexicana, I Guerra Mundial, Revolución Rusa,

    democratización gubernativa en el Plata, corrientes vitalistas e idealistas ⎯ , puede inferirse

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    que se había generado el clima para el célebre estallido con el cual irrumpe la Reforma

    Universitaria en Córdoba hacia 1918. La proyección continental que alcanzó dicho

    movimiento estudiantil dio lugar a que el mismo fuese visualizado, con máximo

    entusiasmo, como la segunda aventura común de los países latinoamericanos, tras los cien

    años de soledad que siguieron al ciclo de su independencia política.

    Además de la resonancia americana que poseyeron dos fenómenos históricos como

    la Revolución de Mayo y la Reforma Universitaria, en ambos se presenta una línea

    enunciativa concomitante. Si Mariano Moreno, en su prólogo al Contrato Social  de

    Rousseau, refutaba el pretendido soporte celestial de la realeza y acudía a la voluntad

    colectiva, Deodoro Roca  ⎯  junto con otros miembros de la Federación cordobesa ⎯  

    denunciaba en el Manifiesto Liminar de la Reforma un régimen académico anacrónico

    montado sobre el derecho divino del profesorado universitario. Allí se reclamaba el poder

    de decisión para los estudiantes en tanto soberanos primordiales de una universidad

    democrática. Dicho documento no sólo se dirigía proféticamente a los hombres libres de

    nuestro hemisferio sino que también anunciaba una inminencia revolucionaria similar a la

    de Mayo.

    En definitiva, se estaba preconizando la insubordinación ante un sistema

    universitario que ponía en tela de juicio la propia entraña de la enseñanza superior, es decir,

    la capacidad de los alumnos para distinguir valores y para elegir a sus maestros. Salvando

    distancias, no costaría mucho parangonar tales demandas con las objeciones

    anticolonialistas formuladas en proclamas como la que redactó clandestinamente el joven

    Bernardo de Monteagudo contra el yugo español y para los “valerosos habitantes” de La

    Paz, a quienes exhortaba a establecer un nuevo sistema de gobierno basado en los intereses

    nacionales:

    Hasta aquí se lamentaba Monteagudo 

    hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo denuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad

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    al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana nos hareputado por salvajes y mirados como a esclavos: hemos guardado un silencio bastante análogo a laestupidez que se nos atribuye por el inculto español 5

     Puede también aducirse que, más allá de sus avatares ulteriores, con la Reforma

    Universitaria, si no llegó a esbozarse allí un orden nuevo, al menos se articuló una cultura

    de tipo juvenil que pudo adelantarse a los casos equivalentes en otras partes del mundo.

    Según lo enfatizara Carlos Alberto Erro, el descontento juvenil  ⎯ con su embestida contra

    los sistemas y valores vigentes ⎯   llegaría a constituir “un fenómeno tan innegable y

    universal como la atracción entre los cuerpos y la divisibilidad de la materia”; además de

    haber sostenido “la mayoría de las empresas positivas verdaderamente audaces y grandes”,

    los jóvenes se encuentran a veces ante situaciones “en que todo parece hacedero y próximo,

    en que la tierra se torna maleable” 6

    Aunque la causa estudiantil contó con un escaso apoyo del claustro docente y fue

    visualizada por los sectores conservadores de la Iglesia y del laicismo como una revuelta de

    activistas e incluso como un complot delictivo, algunos viejos maestros al estilo de

    Alejandro Korn le prestarían su respaldo fáctico y teórico a la vez. Korn señaló la profunda

    crisis de actualización por la que atravesaba el ámbito universitario todo, descartando con

    ello la hipótesis de una confabulación siniestra, mientras recalcaba la tónica innovadora del

    movimiento reformista, al cual le otorga un papel fundamental en tanto reflejo de una

    necesidad histórica dotada de elementos originales y de un decisivo protagonismo

    estudiantil:

    La reforma universitaria no es una obra artificial […] Es la obra colectiva de nuestra juventud, movidapor impulsos tan vehementes y espontáneos como no habían vuelto a germinar desde los días de laasociación de mayo, cuando el verbo romántico de Echeverría despertó las conciencias a nuestra vida[...] Larga es la serie de esas creaciones postizas, que, o no arraigan en nuestra tierra o experimentanuna degeneración criolla que las convierte en caricatura de sus originales.7 

    5 En la antología Pensamiento político de la emancipación, I, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 72.6 C. A. Erro, Tiempo lacerado, B. Aires, Sur, 1936, pp. 223, 228, 225.7 A. Korn, Obras Completas, B. Aires, Claridad, 1949, p. 662.

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    Así, durante reiteradas oportunidades, “el viejo Korn”  ⎯ como lo apodaban

    dilectamente sus más íntimos allegados ⎯   defendió las luchas estudiantiles y la causa

    reformista, criticando a las autoridades universitarias por hallarse inmersas en la politiquería criolla. Se entusiasmaba con el proceso de concientización juvenil y con el

     poder creativo que ello le otorgaba al estudiantado. Conceptuaba a la Reforma Universitaria

    como un hecho espontáneo que se remonta a la misma Revolución de Mayo y que traduce

    la voluntad de las nuevas generaciones frente a la crisis experimentada durante la evolución

    nacional. Se negaba a enlazar la cultura con las universidades y las academias, al detectar

    en ellas resabios coloniales que las cristalizaban en el pasado. Korn aludía al sentido

    general en el que se inscribía dicho movimiento, como cargado de valores morales y

    estéticos, con hondas raíces vernáculas y un fuerte anhelo de justicia social. Defiende a la

    Reforma más allá de sus contramarchas y de todo dogmatismo, como una conquista que,

    aunque definitiva, recién estaba comenzando a articularse. No se trataba de una mera

    fórmula sino de un proceso dinámico según el cual resulta ineludible la intervención de los

    estudiantes en el gobierno universitario, pues “ellos y solamente ellos representan el ímpetu

     propulsor, la acción eficiente, capaz de conmover la inercia y evitar el estancamiento”8.

    Frente a una anticuada generación escéptica y reaccionaria, Ripa Alberdi, discípulo

    de Korn, exaltó a su vez la juventud del Novecientos como una estrella salvadora en la

    oscuridad, como una fuerza histórica distinta  ⎯  pensante, creativa y rebelde ⎯   llamada a

    renovar las bases fundamentales de la cultura. En tiempos de liberación social, las nuevas

    generaciones además de sobrepasar el realismo ingenuo, interconectan la alta especulación

    con el saber popular y preparan la emancipación del brazo y la inteligencia. Esa misma

     juventud heroica, que cuestionó a sus maestros, daría lugar a una nueva existencia dentro

    del espacio incontaminado y la mentalidad virgen de nuestro continente americano,

    8  Ibid., p. 691.

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    desprovisto de egoísmos materiales, donde podría efectivizarse la hermandad con los

    trabajadores. A la vieja universidad, enclaustrada y profesionalista, Ripa le contrapone otra

    de índole socrática, abierta a las palpitaciones del mundo y a la pureza justiciera de los

     pueblos. Se trata de impulsar una educación para la vida en libertad que presupone la

    revisión integral de los métodos didácticos. Con la Reforma Universitaria, una conquista

    netamente estudiantil, no sólo cayeron los profesores sin autoridad moral ni académica.

    También se pretendía abandonar la frivolidad de la enseñanza junto a la orientación

    napoleónica y utilitaria de las universidades que convierte a éstas en meros organismos

    expedidores de títulos, para acentuarse el cultivo de las ciencias puras y la indagación

    filosófica.

    Uno de los principales líderes socialistas de nuestra América, Alfredo Palacios,

     brindaría su amplio reconocimiento al movimiento estudiantil iniciado en Córdoba y

    expandido por todo el continente y la península ibérica. Pese a la reacción evidenciada por

    los exponentes de la vieja institución, que sólo vieron en aquél fenómeno una anárquica

    explosión de pasiones, el reformismo ha trasuntado un fecundo andar:

    La participación de estudiantes y egresados en la designación de autoridades, la asistencia y la docencialibres, etc., han cambiado fundamentalmente la estructura universitaria para adaptarla a otrascorrientes educacionales […] instrumentos que permitirán desarrollar con amplitud la función socialde la universidad. No se ha de limitar ésta a la preparación de simples profesionales […] sino a la tareade preparar hombres capaces de afrontar los problemas inmediatos de la vida 9

     Frente a las dictaduras militares, no deja Palacios de testimoniar su confianza en los

    merecimientos juveniles: “Creo en la juventud, porque la virtud cardinal de su espíritu es la

     pasión de la justicia, origen auténtico del socialismo que alumbra ya en las palabras de

    Jesús. El alma joven repudia la esclavitud, abomina el despojo y la injusticia; ama el

    esfuerzo y se juega íntegramente por sus ideales. El día en que [...] predomine el

    sentimiento juvenil la verdad se impondrá por el estudio, se explotarán las riquezas

    9 A. Palacios, Carta a todas las Facultades de Sud América,  Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1922.

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    materiales en beneficio común y la democracia con un cimiento moral será el impulso

    dinamizante y dignificador que transforme y glorifique la existencia”10

    Además de la representación estudiantil, el movimiento reformista planteó, entre

    otras instancias académicas, la autonomía universitaria en materia política, docente y

    administrativa, así como la calidad y gratuidad de la enseñanza, la libertad y la periodicidad

    de la cátedra, la asistencia libre, etc. Por otra parte, propició la extensión universitaria, la

    sensibilidad social y la mancomunión con la clase obrera, el pacifismo y la lucha contra el

    imperialismo, la oligarquía y el clericalismo. Sus acercamientos efectivos a la solidaridad

    latinoamericana y a la unificación integral de nuestros pueblos convierten a dicho

    movimiento en uno de los más importantes precedentes culturales con el que deben contar

     proyectos regionales como los del MERCOSUR o el Pacto Andino frente a otros planes

    monopólicos de integración continental como el de los Estados Unidos con el ALCA. La

    Reforma Universitaria en Latinoamérica constituye una de los tantas expresiones que

    revierten la trillada versión sobre los ascendientes unidireccionales desde el norte hacia el

    sur para entroncarse con otras vertientes innovadoras de alcance supracontinental como el

    modernismo literario o como la filosofía y la pedagogía de la liberación.

    ¿De la insurgencia al desencanto?

     No cuesta advertir el antagonismo y la incompatibilidad valorativa entre militarismo

    y movimiento estudiantil, el cual, desde sus inicios, ha desarrollado una fuerte campaña

    contra el espíritu guerrero y chovinista. La nueva generación reformista se enfrentó con

    toda una plataforma patriotera a la cual le opuso la consigna de vivir y no de morir

    gloriosamente, de evitar el derramamiento de sangre juvenil salvo en defensa de legítimas

     posturas antidictatoriales, hasta inclinarse por una alternativa que prefiere un siglo de

    10 A. Palacios, Anales Facultad Ciencias Jurídicas y Sociales, 5, 1930, pp. 656-657.

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    revolución a cuatro días de tiranía. Bajo esas premisas insurreccionales, podrá

    comprenderse en buena medida la trágica historia de nuestras naciones, teñida por la

     persecución, la cárcel, el exilio y el mismo exterminio físico que ha sufrido el estudiantado

    latinoamericano.

    Las distintas manifestaciones del conservadurismo y del fascismo vernáculos

    intentaron destruir las conquistas reformista, mediante crecientes avances del Estado sobre

    la autonomía y el cogobierno universitario, hasta desembocar en la desaparición de

    numerosos militantes estudiantiles que han protagonizado diversas puebladas bajo el

    espíritu insurgente de los sesenta, como motor esencial para el cambio, con fenómenos tales

    como la Revolución Cubana, el Mayo Francés y la apuesta por una liberación absoluta:

    desde el plano social y nacional hasta la vida sexual y la dimensión teológica. Se enfatizaba

    el compromiso que debía asumir la comunidad universitaria. Mientras la juventud europea

    expresaba su hastío por la sociedad opulenta y pugnaba por posicionarse mejor dentro del

    aparato universitario, en el Tercer Mundo los jóvenes se batían contra el subdesarrollo y la

    explotación. Con el retroceso capitalista y la generación de la protesta parecía que el

    crónico sueño de una humanidad unida ya estaba a punto de culminar. Durante ese

    interregno, de ebullición utópica, florece la comunidad de los jóvenes. Más que a un desafío

    o a un huracán juvenil se creyó asistir a una auténtica Revolución Generacional que, a

    diferencia de todos los otros grandes cambios precedentes, poseía dimensiones

    multinacionales. En cuanto al significado puntual de los movimientos y las oleadas

    estudiantiles en el mundo, la cuestión alcanzó dimensiones ciclópeas, subrayándose la

    relevancia histórica del conflicto intergeneracional hasta elevárselo a una Ley Universal. Se

    abarcaba en esa portentosa generalización a universidades grandes y pequeñas, a activistas

    de diversas disciplinas, a países industrializados, tradicionales y en vías de desarrollo, a

    regímenes capitalistas, comunistas y tercermundistas. De Dakar a México y Argentina, de

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    París a Berkeley, de Praga a Pekín, el estudiantado lo invade todo y predica el advenimiento

    de un mundo mejor.

    La juventud en los sesenta llegó a tener una dimensión casi omnímoda, como lo

    reflejaron tantos graffiti  de la Sorbona: “Sean realistas exijan lo imposible”.

    Comparativamente, hoy parece en cambio, al menos en los países septentrionales, que los

     jóvenes estuvieran sumidos en la retracción y el desentendimiento, no sólo ante los

     problemas mundiales o locales sino hacia el propio estudio en particular. Hasta se insinúan

     perfiles pasatistas y aburguesantes, tendientes a pensar con el bolsillo en detrimento del

    corazón. El clamor de la nueva generación posmoderna apunta, por un lado, en esta

    orientación hedonista: ¡Nada de compromisos, ni de arreglar nada, viva el libertinaje! Por

    otro, se refrenda una ética gladiatoria de la existencia, como lo grafica una canción

    entonada por Miguel Bosé:

    Toda una existencia para verme convertidoen un buen corredor.Toda mi paciencia día a día para hacermecada vez mejor.Ser tercero es perder.Ser segundo no es igualque llegar en primer lugar.Voy a ganar.Voy a ganar.Voy a matarme por llegar [...]Voy a poderlo demostrar.Voy a ganar 11

     Al igual que la drogadicción  ⎯ y aún quizá con mayor eficacia que las dictaduras

    militares que han sofocado las luchas estudiantiles ⎯ , un ordenamiento competitivo y

    fragmentario, más atomista que pluralista, más partidario del válelo todo que del

    relativismo cultural y político, apunta a desarticular los movimientos estudiantiles y

    despojarlos de sus grandes metas, las cuales resultaron una moneda corriente durante

    décadas pasadas a lo largo y ancho del planeta.

    11 Citado por Carlos Díaz, Los nuevos jóvenes de la vieja Europa, Barcelona, Libertarias, 1989, pp. 151-152.

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    Al margen de que en nuestros días pueda subsistir una contradicción mayor o menor

    entre adultos y jóvenes, estos últimos, en relación con sus comprometidos congéneres de

    casi toda la centuria, se muestran como si hubieran perdido no sólo su fe en la política sino

    hasta el mismo interés general por las cosas. Una generación que ha sido simbolizada con

    una estéril figura al estilo de Bart Simpson y que por momentos abandona la nonchalance 

     para ir armada al colegio y atacar a los docentes o a los propios compañeros. Si difundidas

    canciones de protesta como las de Jim Morrison o Pink Floyd traducían intenciones casi

    épicas y denunciaban los muros opresores del sistema, las letras que se imponen

    ulteriormente testimonian designios insignificantes: “Yo no quiero cambiar el mundo / No

     pretendo una Nueva Inglaterra / Yo sólo busco otra chica distinta”12.

    Por consiguiente, cabe deducir que la actual generación posmodernista, como la

    denomina Agnes Heller desde otra estimativa, ha venido incluso a desmentir uno de los

    caracteres consustanciales de la juventud: su potencial proclividad hacia la insurgencia.

    Con todo, no deben pasarse por alto los diversos problemas que pueden haber incidido en

    esa supuesta desmovilización. Además de la represión y del afán competitivo implantado

     por el neoliberalismo, se encuentran las secuelas inhibitorias que ocasionan el desempleo,

    la proletarización, la crisis familiar y educativa, la delincuencia y la prostitución, las

    migraciones, la juventud prolongada, etc. Como quiera que sea, no parece muy viable la

    idea de una juventud ajena a esos grandes movimientos sociales que, imbuidos por valiosos

     propósitos y sentimientos utópicos, aspiran a modificar las relaciones humanas para

    construir una sociedad de personas; tarea en la cual difícilmente los estudiantes dejen de

    escribir un capítulo significativo.

    Entre las principales explicaciones que se han ensayado acerca de tan llamativo

    repliegue se encuentran las de José Joaquín Brunner y José Agustín Silva Michelena,

    12  Ibid., p. 150. En otra versión análoga se afirma: “No pretendo cambiar las cosas. No me meto en cosas peligrosas. Yo novendo psicologías, ni cuestiono la filosofía. Sólo traigo mi ritmo”.

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    durante un seminario efectuado en Caracas, hacia 1985, con motivo de celebrarse el Año

    Internacional de la Juventud.

    Para Brunner se halla estructuralmente sellada la suerte del movimiento estudiantil

    como un bloque homogéneo de poder. Además del desbordante aumento de la matrícula,

    que en un lapso de veinte años triplicó la magnitud del estudiantado, se ha producido una

    multiplicación fabulosa de universidades con diferentes orientaciones y opciones

    curriculares. En la Argentina, de sólo tres universidades nacionales que funcionaban

    reconocidamente en 1918, no estarían lejos hoy del centenar las casas de estudio existentes

    en el mismo país. Semejante crecimiento y diversificación, mientras desalienta la vigencia

    de un único movimiento estudiantil, fomenta los intereses estrictamente corporativos,

    gremiales o económicos en perjuicio de la brega ética o política. Asimismo, el

    readvenimiento de la democracia posibilita una neta separación entre el ciudadano y la vida

     partidaria, por un lado, y el universitario con un programa institucional más acotado, por la

    otra. En consecuencia, la tradición de los 60 resultaría incompatible con el nuevo escenario

    cuyos objetivos se restringen sobre todo a actividades intra-académicas.

    El enfoque de Silva Michelena concuerda con el diagnóstico señalado en cuanto a la

    gravitación del exitismo profesionalista y del modelo neoliberal. Según él, ha habido un

    cambio significativo en la composición de la universidad: mientras que en otras épocas los

    estudiantes se dedicaban con exclusividad a la vida universitaria, en la actualidad han ido

    disminuyendo apreciablemente los alumnos de tiempo completo, para dar paso al estudiante

    que trabaja o al trabajador que estudia y por ello se encuentran menos involucrados en las

    clásicas contiendas. Sin embargo, Michelena no considera la pasividad estudiantil como

    algo necesariamente definitivo, pudiendo aguardarse una nueva forma de militancia, en

    alianza con los sectores populares, ante las políticas de ajuste impuestas desde los centros

    crediticios que generan agudas tensiones sociales y facilitarían la fusión con los

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    trabajadores. Con ello se producirá un nuevo período de reflujo del activismo estudiantil en

    el cual la juventud universitaria recuperaría su propia identidad histórica.

    A la luz de lo que ha ido aconteciendo en los últimos tiempos parece más verosímil

    la posición de Michelena. Por distintas razones, la juventud latinoamericana ha podido

    mantener, dentro y fuera de las aulas, un grado de criticismo y problematización bastante

    mayor que el de sus congéneres europeos: además de las innumerables acciones y

    campañas de apoyo a los crecientes grupos marginados, puede confrontarse, v.gr., las

     presiones de ese estudiantado para derrocar gobiernos despóticos o corruptos junto a las

    intensas demostraciones estudiantiles para enfrentarse a proyectos educativos elitistas e

    inconstitucionales, con concentraciones multitudinarias, toma de edificios, dictado de clases

    en las calles, etc. Si bien algunas de las consignas coyunturales se han vinculado con la

    lucha contra los recortes presupuestarios, el arancelamiento y las restricciones a la

    autonomía universitaria, su sentido principal cala más hondo: hacia un tipo de universidad

    que, como la derivada de los primitivos anhelos reformistas, sirviese como herramienta de

    transformación social al servicio de los sectores más perjudicados por el establishment . De

    allí la insistencia en la necesidad de preservar un cogobierno fuerte ante los designios de

    mermar la representación estudiantil.

    La asfixia presupuestaria, la desolación y el deterioro que sufren las universidades y

    la educación básica en países donde la enseñanza llegó a representar una verdadera

    avanzada se conecta con la política neoconservadora de desamparo comunitario y laboral.

    Así tenemos en verdad que, para satisfacer demandas como las estudiantiles  ⎯ a la postre

    de las capas profesionales y técnicas ⎯ , debe implementarse un plan de desarrollo más

    acorde con las necesidades nacionales. Hoy, como antes del '18, nos enfrentamos con un

    modelo histórico caduco. La universidad tendrá que denunciar las causas de nuestro atraso

    y propugnar otras alternativas viables. Ello supone actualizar los emblemas valederos de la

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    Reforma Universitaria que apuntaba hacia un tipo de democracia no meramente formal y

    con una modernización menos empresarial y más humanista, no sólo como reclamo ante la

    educación superior sino en apoyo a las reivindicaciones laborales y en auxilio de los

    sectores carenciados.

    Generar, por ejemplo, una matrícula superior a la existente, tal como ocurre al fin de

    cuentas con los idealizados países del primer mundo, sería una manera de consolidar la

    utopía reformista de una universidad bien abierta, donde los estudiantes resultan los

     principales portadores de ese pensamiento transfigurador. Con ello, no se propugna ningún

    tipo de efebocracia ni una sobrevaloración demagógica de la juventud. No adhiero a los

     planteos cosméticos de que sólo existen dos clases de personas: las más jóvenes y las

    menos jóvenes; ni creemos que el joven, por el solo hecho de serlo, resulta un elegido de

    los dioses. Ante la crisis profunda de las visiones totalizantes y la ausencia de paradigmas,

    reivindicamos movimientos estudiantiles como el de la Reforma Universitaria por su

     postura adogmática frente a la enseñanza y a la vida. Más allá de las desviaciones

     personales que ha experimentado la tradición reformista a lo largo del tiempo, fue el primer

    movimiento juvenil importante en todo el todo siglo XX, por más que muchos historiadores

    la hayan echado en saco roto.

    Como a Violeta Parra, pueden seguir gustando todavía aquellos estudiantes que

    marchaban sobre las ruinas con las banderas en alto. Y también los estudiantes que aún hoy,

    como poetas del aerosol, dejan sus huellas sarcásticas en los periódicos murales, mediante

    un lenguaje menos sacrificial que contempla distintos aspectos de la realidad, desde el

    terreno económico13, al jurídico14, político15, educativo16 y religioso17.

    13  La explotación es la base de la fortuna; Me las pagarán (FMI); El aumento de la nafta no nos molesta (Los Picapiedras); Nose puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás; El dinero no hace la felicidad....la compra hecha; La plata no es

    todo. También están los cheques; Soy un desocupado con varios años de experiencia; En Argentina, 5 de cada 6 personas pasan hambre: yo, tú, él, nosotros, vosotros. - Sólo “ellos” se salvan; Soy rico, no pago impuestos; El sueldo es como lamenstruación: llega una vez por mes y dura 5 días; LSD apoya a su empresa de viajes.14  La justicia ya falló; Sonríe, la justicia es ciega.

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     15 Colabore con los políticos, defráudese usted mismo; Todos prometen y Nadie cumple. Vote a Nadie (Nadie); El poder no setoma, se escupe; El gobierno ama a los pobres...hay amores que matan; Jesús es el camino, Marx es el atajo; Política: arte deimpedir que la gente se meta en lo que sí le importa; Mi slogan es: acabaremos con el hambre y la pobreza: a partir de mañana;comeremos pobres; Prefiero el gato al perro porque no hay gatos policias; Haga trabajar a sus diputados...¡No los vote!; Si larevolución es el orgasmo de los pueblos, entonces somos el pueblo de nunca acabar...16 Seré lo que deba ser y sino seré taxista; Por una sociedad sin clases, sí a los paros docentes; La escuela prepara a los niños

     para el futuro, ¿pero quién los prepara para el presente?; El mundo se está quedando sin genios: Einstein se murió, Beethovense quedó sordo y a mí me duele la cabeza; Interrumpí mi educación a los 6 años para ir a la escuela; Si tenés ganas de estudiar,

    siéntate y espera que se te pase; Los locos y los chicos dicen la verdad. A los locos los encierran y a los chicos los educan;Saquen una hoja (Adán); ¡Mamá, lo sé todo! (El pequeño Larousse ilustrado).17  Dios nunca hizo el amor; Los curas se dan con ácido litúrgico; Dios nos quiere a todos pero ayuda a los ricos;Bienaventurados los pobres, porque ellos son una fuente de riqueza para el Vaticano.

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     ⎯  I  ⎯  

    REDES INICIALES

    Compañeros estudiantes: dispersos por todas partes, basta ya de ciencia teórica que nos convierte enasnos cargados de libros. Basta ya de títulos que servirán únicamente para que exploten mañananuestra inteligencia los piratas del robo y del monopolio y nos arrojen luego de habernos estrujado elcerebro como cosas innecesarias, como trastos inútiles, o que nos servirán para que nos convirtamostambién nosotros en piratas y en explotadores […]Sacudid, que ya es hora, con vuestros puños fuertes las puertas de las universidades, arrancadlas de susquicios, demoled las paredes, hay que hacer de nuevo las universidades [...] Hay que modificar launiversidad pero esto sólo no basta, hay que modificar fundamentalmente la sociedad en que sedesarrolla.

    Ernesto L. Figueroa

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    BOHEMIA Y DISIDENCIA

     Rafael, el poeta del trabajo [...]  exclamó con voz ronca: – ¡Desearíasucumbir en la brecha, defendiendo al débil contra el fuerte, y contra eldéspota al oprimido pueblo! 

    Francisco Villaespesa

    Los ingredientes

    En el umbral del siglo XX despunta una crisis cultural de modelos junto a la

    irrupción de corrientes utópicas e idealismos colectivistas o solipsistas. Entre estas

    modalidades se encuentra el inconformismo de los jóvenes bohemios, quienes produjeron

    una relevante aportación a la causa del pensamiento alternativo. Una juventud que exigió la

    libertad en todo y, como se ha detallado, estuvo dispuesta a embestir frontalmente “las

    mentiras, la inmoralidad, la mala administración de la política, la hipocresía, la pudibundez,

    el clericalismo, y también a hacerse portavoz de las reclamaciones del obrero”18.

    Por ese entonces, el modernismo enaltece a los jóvenes, mientras condena al

     burgués, quien, para el primer Lugones, se parecía a un animal en el que la grasa

     preponderaba sobre los sesos. En el arielismo se venera a la juventud no sólo como

    correlato de la vida bohemia y la generosidad sino también como dotada de un liderazgo

    fundamental. Esta tónica vanguardista habrá de penetrar reiteradamente en nuestros

    movimientos estudiantiles.

    Los jóvenes modernistas y utopistas de la generación de 1900 trasuntan la crisis que

    se produce en las filas del ordenamiento burgués y del espíritu positivo, mediante un

    discurso contestatario que apunta a la renovación de la cultura o a la instauración de una

    sociedad plena y transparente, dotada como la americana de valores propios. Soñaban con

    un hombre y un mundo nuevos, con una nacionalidad ampliada que fuese el testimonio de

    un estado de conciencia superior al de los instintos territoriales, donde se revalorizara el

     papel de la belleza y la autodeterminación, de lo único y extraño. De allí que hayan sido

    18 Iris Zavala, Estudio preliminar al libro de Alejandro Sawa,  Iluminaciones en la sombra, Madrid, Alhambra, 1977, p. 17.

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    menospreciados desde distintas filas por considerárselos apátridas y descastados, neuróticos

    y bohemios, desaliñados parásitos sociales, pícaros y cínicos, artistas fracasados y

    decadentes, hampones y simuladores literarios, causantes de una perversa pasión colectiva

    sostenida por el alcohol, la droga y el amor libre.

    La elevación del artista a máximo hacedor de la realidad y a dador de su sentido

     provocó la reacción de autores positivistas como Max Nordau, quien, además de enjuiciar

    como degeneradas a las costumbres finiseculares, descalificó como rayanas en la locura a

    casi todas las expresiones literarias, políticas y filosóficas de la época  ⎯ según testimonia

    Gómez Carrillo en  Almas y cerebros, donde relata una entrevista con el propio Nordau.

    Rubén Darío, en sus semblanzas sobre  Los raros, también se refirió a Nordau y a su

    evaluación de las variantes estéticas contemporáneas como formas de descomposición

    intelectual y degradación espiritual que, por priorizar los resortes emotivos, suponen una

    conducta atávica y un atentado al mejoramiento científico de la raza. Paralelamente, se

    encuentran los embates librados a ambos márgenes del Atlántico contra la literatura y el

    arte en tanto ocupaciones pueriles, de perezosos e incapaces, tan condenadas a desaparecer

    como la versificación y las agitaciones revolucionarias. Por otro lado, Rodó efectuaría una

    calurosa defensa de los bohemios, un mote que

    en labios del burgués espeso y acorazado del fariseísmo equivale a una descalificación [...] seanbenevolentes para juzgarlos los rígidos secuaces del acreditado señor Al-pie-de-la-letra. Entiendan yperdonarán. “Bohemio” no es el que tiene la voluntad enervada y la cabeza en desequilibrio.

    “Bohemio” es el que vive su juventud con un exceso de entusiasmo, que se le desborda del alma, por lascosas bellas y las cosas raras y las acciones generosas, y con mucho de ese embrujamiento interior que,en tiempos de acción y de heroísmo, empujaba a las aventuras y las cruzadas, pero que en tiempos demonótona prosa, sólo tiene salida en los simulacros de la imaginación, en las campañas incruentas delarte, y en esa terrible vocación de las paradojas y las irreverencias, que, aun en los casos en que sondesatinadas e injustas, permanecen siendo simpáticas, porque llevan el aroma de la juventud19

     

    19 J.E. Rodó, “Bohemia”, en El Mirador de Próspero, Madrid, América, 1920, pp. 32-33.

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    Meca francesa y pandemónium hispano

    En París, cabeza y corazón de la mundanidad, se congregaron los bohemios de

    múltiples lenguas y nacionalidades, personajes marginales que invaden el boulevard Saint

    Michel, agitan el ambiente con sus imprecaciones iconoclastas y contribuyen a forjar el

    espíritu del nuevo siglo. Muchos son artistas veinteañeros que impugnan como renegados a

    quienes trepaban a las filas de la alta sociedad; otros tantos, intelectuales y políticos que,

    huyendo de distintas persecuciones, acudían allí para poder expresarse sin mayores tapujos.

    El grado de privaciones materiales en el cual vivían cabe inferirse de una anécdota relatada

     por Dan Franck en su libro sobre Los bohemios: hubo un poeta tan carenciado que cuando

    la Academia francesa le ofreció un sillón, preguntó si podía llevárselo a su casa...

    Tales penurias no impidieron que se produjeran diferentes formas de organización

    vecinal. El barrio de Montmartre fue declarado comuna libre e independiente de Francia,

    nombrándose como administrador al dibujante Jules Depaquit, precursor del dadaísmo. La

    idea de una zona declarativamente emancipada nos retrotrae a experiencias coloniales al

    estilo de los quilombos o palenques, esas viviendas inexpugnables en las que se refugiaban

    los esclavos cuando rompían sus cadenas. Dicha consigna rupturista también se enarbolaría

    a través de las numerosas ocupaciones y levantamientos efectuados durante el siglo XX por

    el estudiantado en sus demandas reivindicativas o en expresiones de otros sectores

     postergados, como aquéllos que actualmente proclaman a las pateras  ⎯ las precarias

     barcazas en las cuales la emigración nordafricana intenta acceder al suelo ibérico ⎯  como

    territorio libre de España.

    Entre las obras más sugerentes que transmiten el enfoque latinoamericano sobre la

    vida bohemia y el clímax parisino hacia el Novecientos se hallan las impresiones de

    quienes tuvieron ocasión de experimentar de cerca dichos fenómenos singulares. Un

    ejemplo típico lo brinda el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien ha

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    ¡Oh juventud, juventud! Te suplico, sueña en la gran tarea que te espera. Tú eres el artesano futuro, túvas a arrojar los cimientos de este siglo próximo, que según nuestra profunda fe, resolverá losproblemas de la verdad y la equidad, planteadas por el siglo que termina. Nosotros, los viejos, losmayores, te dejamos el formidable aporte de nuestra investigación, muchas contradicciones yoscuridades quizá, pero con seguridad el esfuerzo más apasionado que jamás siglo alguno haya hechohacia la luz; los documentos más honestos y los más sólidos, los fundamentos mismos de ese vastoedificio de la ciencia que tú debes continuar22

    El reconocimiento de la bohemia y de los nuevos valores en juego engendró un

     profundo desdén de la vanguardia intelectual latinoamericana hacia las rígidas actitudes

    hispanocéntricas. Gómez Carrillo se mofa de distintos personajes españoles que, reacios a

    toda innovación y desde un estrecho nacionalismo xenófobo, procuran atribuirle una

     preponderancia absoluta a su propia cultura, mientras se pavonean de la virilidad ibérica

    frente al pueblo francés, tan corrompido por la falta de parámetros éticos y religiosos que

     ⎯ según vaticinaban esos personajes ⎯  el fin de siglo iba a coincidir apocalípticamente con

    el ocaso de la misma estirpe gala.

    Entre los que ostentan esa postura maniquea, puede citarse a Juan Valera, quien,

    entre 1896 y 1899, aplaude el florecimiento de la raza ibérica y censura a los “refinados 

    hispanoamericanos”, cercanos al modernismo, por distintos motivos: pecar de galomanía,

    celebrar las extravagancias culturales parisinas, idealizar a poetas como Verlaine u

    otorgarle un excesivo relieve a autores como Poe e Ibsen; adherir a tendencias fatalistas y

    ateas, a “doctrinas contradictorias y disparatadas” como las de Renan, Taine o Nietzsche;

    olvidarse de la casta española y empeñarse en hablar de América Latina en vez de

    Hispanoamérica; no percibir que en Madrid se daban más espectáculos y fiestas que en

    cualquier otra capital del mundo ni apreciar que en las principales ciudades de España

    existían colegios religiosos donde se educaba a la juventud más lozana. Pese al suceso que

    tendría el estreno de La bohème en Madrid, durante la primavera de 1898, Valera pasa por

    22 Zola, Yo acuso, B. Aires, Leviatán, 1983.

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    alto ese acontecimiento y llega a objetar la incorporación al castellano de la palabra

     bohemio23

    De cualquier manera, como plantea Manuel Azaña, se trataba de una época

    memorable, de feroz contienda de la gente nueva contra los viejos, de ese fenómeno

    ineludible en que una generación desaloja sin grandes miramientos a la anterior; cuando

    “circulaba por Madrid, melenuda, enchisterada, escándalo de burgueses y señoritos,

    insolente promesa de un mañana fecundo, la magra humanidad de Valle Inclán”24,

    integrando la troupe  de los bohemios —esas aves nocturnas o príncipes callejeros de

    andrajos y de rimas que, merodeando la Puerta del Sol, tantas veces morían sin dar con la

    letra para su canción, sin vivir lo que soñaban pero soñando lo que escribían.

    Si para un líder como Rubén Darío Francia representó la “Patria universal”, París

    fue, para él y tantos otros, epicentro del arte y la ensoñación. Gómez Carrillo, en  Bohemia

    sentimental, ha interpretado el duro atractivo que la misma ciudad encerraba para un

    escritor sin recursos:

    ¿Que la vida del literato joven y pobre era muy triste? Sí; era muy triste, tristísima,desgarradora…¿Que París, más que una ciudad era una vorágine que devoraba las más fuertescomplexiones y que enloquecía los más robustos cerebros? […] Lo sabía y no lo podía remediar.Exaltado por la corriente vertiginosa de la literatura, vivía sufriendo en su París miserable, pero vivía.Fuera de París, ni siquiera habría vivido; se habría agostado, habría echado de menos hasta el dolor,hasta el hambre. No habría podido, materialmente no habría podido vivir lejos del boulevard. Estabaloco y París era su manicomio. Después de París, sólo una ciudad parecíale habitable: la inmensa, laobscura, la atrayente ciudad del suicidio25

    La Atenas platense

    Un emplazamiento ideal para ejercer sus ideas lo va descubrir el propio Darío en el

    llamado París americano, esa ciudad de Buenos Aires que, a fines de siglo, constituía la

     principal capital del hemisferio sur y la segunda en el orbe latino, por su crecimiento

    económico y su receptividad socio-cultural. Dentro del ámbito porteño, los clubes selectos

    23 J. Valera, Ecos argentinos, B. Aires, Emecé, 1943.24 M. Azaña, ¡Todavía el 98!, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 171, 173.25 Gómez Carrillo, op .cit., pp. 12-13.

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    estaban siendo sustituidos por democráticos cafés, donde, en medio de chanzas y fumadas,

    se reaccionaba contra una sociedad veleidosa, con el “secreto imán” de la bohemia  ⎯ al

    decir de Ingenieros ⎯ 

      que perseguía, entre otros anhelos, un cambio más justo para elcontinente americano.

    En esa fascinante urbe cosmopolita, Darío se incorpora al grupo del Ateneo, donde,

    con el elemento más juvenil, oriundo de distintos países latinoamericanos y europeos,

    alborotó la atmósfera “con proclamaciones de libertad mental” frente “al anquilosamiento

    académico” y “al dogmatismo hispano”26. Según lo resume más tarde el mismo Darío: “Y

    escribimos canciones bellas / de libertad y de lirismo / y nos coronamos de estrellas / y nos

    salvamos del abismo”. En una cervecería porteña, Aues’s Keller, el poeta nicaragüense

    redacta casi todas los pasajes de Prosas Profanas y su famoso responso a Verlaine; en

    mesas donde

    Se mezclaban todas las clases y las razasy bullía una Babel de idiomas

    entre el ruido de platos y de tazassobre las oscuras mesas de roble 27

     El espacio de los cafés  ⎯  junto a la plaza pública, periódicos, piezas y comedores

    estudiantiles, fábricas, escuelas libertarias ⎯   constituía una genuina universidad popular:

    microcosmos, miniparlamentos  ⎯ guetto de escritores, casa de quienes no tienen grandes

    casas ⎯  desde los cuales se cuestionaba el orden imperante. Uno de los establecimientos

    más conocidos fue rebautizado como el Café de Los Inmortales, donde sólo eran

    verificables las indigestiones literarias y por ello se adoptó dicha denominación, pues sólo

     bajo un estado transmaterial podrían mantenerse vivos sus habitués. Un sitio donde se

     preconizaba que llegar a los 30 años suponía la claudicación de todo entusiasmo

    existencial. A la bohemia que allí concurría se le adjudicaba una doble incapacidad: para

    26 Darío, Autobiografía, Barcelona, Maucci, 1905, p. 151.27 Ernesto Palacio, en L. Galtier, Carlos de Soussens y la bohemia porteña, B. Aires, ECA, 1973, p. 51.

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    subvenir al diario sustento y para prestarse al acomodo, la genuflexión y la obsecuencia. En

    él cabía escuchar planteos como los siguientes: “Debemos ser rebeldes porque

    componemos la juventud argentina de transición [...] estamos en la tanda en que vamos

    entreverados los criollos con los gringos [...] Y nuestra juventud ha de ser la que defina la

    diferencia que hay entre un hijo de papá y un muchacho de trabajo”28.

    Asentado en el Plata, Darío le sale al cruce al antifrancesismo de los puristas

    españoles como Unamuno: “con París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos

    las más frecuentes y mejores relaciones. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido

     publicadas por La Nación al mismo tiempo que aparecían en París […] Como somos fáciles

     para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes visitas y nos quita el dinero

    encantadoramente. Y así, siendo como somos un pueblo industrioso, bien puede haber

    quien, en ese minúsculo grupo, procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través

    de los cristales de su capricho”29

    De parecido tenor resultan las objeciones de Ugarte a Ramiro de Maeztu, porque

    éste cargaba a su vez contra los escritores latinoamericanos por supuestos desvíos de la

    lengua y la nacionalidad españolas. Para Ugarte no había que levantar murallas chinas ni

    sostener “ingenuidades patrióticas” que el nuevo siglo “de fraternidad y luz comienza a

    relegar a los museos de arqueología”. Si España había ejercido otrora su ascendiente

    cultural, el mismo fue luego ocupado por Francia, sin que pudiera reprochárseles a los

    hispanoamericanos la ineluctable adopción del espíritu de los tiempos30.

    La declaración de propósitos que formuló Darío junto con Ricardo Jaimes Freyre,

    en tanto directores de la  Revista de América  (1894), puede tomarse como una ilustrativa

     plataforma doctrinaria de los planteles modernistas. Con esa publicación sus fundadores

    intentaron:

    28 José A. Saldías, La inolvidable bohemia porteña, B. Aires, Freeland, 1969, p. 43.29 Darío, op. cit ., p. 175.30 Ugarte, “El francesismo de los hispanoamericanos”, Revista Moderna, mayo 1903, pp. 142-143.

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    Ser el órgano de la generación nueva que en América profesa el culto del arte puro, y desea y busca laperfección ideal, ser el vínculo que haga una y fuerte idea Americana en la universal comunión artística[…] Levantar oficialmente la bandera de la peregrinación estética que hoy hace con visible esfuerzo la

     juventud de la América Latina, a los Santos Lugares del Arte, y a los desconocidos orientes del ensueño[…] Luchar porque prevalezca el amor y la divina belleza, tan combatido hoy por invasoras tendenciasutilitarias. Servir en el Nuevo Mundo y en la ciudad más grande y práctica de la América Latina, a laaristocracia intelectual de las repúblicas de lengua española

    Pese a los avances culturales que reportaron tales objetivos, teñidos de esteticismo, a

    veces se adoptó un cariz elitista que alejaría al intelectual de la gente y la cosa pública,

    como puede desprenderse, v. gr., de la lectura de obras como El Pensamiento de América 

    de Luis Berisso. Si bien este último trabajó mucho para que se relacionara entre sí la joven

    intelectualidad hispanoamericana y su libro contribuyó a dicha finalidad, en él se trasluce

    un inveterado menosprecio hacia el hombre común, hacia las “plebeyerías republicanas” y

    hacia la política, visualizada como “rémora de los pueblos”.

    ¿Aristocratismo o redentorismo?

    El mentado elitismo de la bohemia puede ser refrendado bajo distintas perspectivas:

    desde quienes objetan el atrincheramiento en la torre de marfil o la idealización del poeta

    como nueva deidad, hasta las acusaciones a los bohemios por erigirse en una orden de

    elegidos, de reyes rotosos cuyos harapos filtraban densos rayos de soberbia y desprecio a

    las mediocridades. No obstante, tampoco pueden forzarse las interpretaciones y caer en el

    simplismo de reducir la bohemia a un mero apéndice funcional de la oligarquía; a una

    excentricidad que se permitió la propia burguesía ⎯ 

    nunca puesta verdaderamente a prueba por el ataque de los bohemios, quienes no lograrían sustraerse a su misma extracción social

    ni superar la antítesis entre rebeldía y aceptación.

    Importa pues establecer una serie de distinciones fundamentales. Por un lado, el

    contexto en el que se mueve la problemática bohemia nos remite al siglo XIX, donde se

    consolidan las relaciones capitalistas de producción, en las cuales el escritor debe

    abandonar los mecenazgos, profesionalizarse y convertirse en un generador de mercancías

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    con valor de cambio o perecer de inanición. De allí deviene un proletariado artístico e

    intelectual que no siempre alcanza a insertarse en la industria cultural o rehúsa formar parte

    de un engranaje triturador, denunciando al sistema alienante en cuestión.

    Por otro lado, según Aznar Soler, corresponde diferenciar entre dandismo y

    auténtica bohemia. El primer ejemplar hace referencia a la golfemia, a una bohemia

    galante, festiva o dorada; apunta al intelectual aburguesado que pasa a una clase superior y

    adopta la frívola existencia de los señoritos. La segunda actitud supone un radicalismo

    cultural, una utopía de la insurgencia, con sus fraternizaciones tabernarias y su fe titánica en

    la voluntad. Se trata de la bohemia negra, heroica o santa; del artista proletarizado que los

     burgueses  ⎯ el homo oeconomicus ⎯   intuyen como peligroso y potencialmente

    revolucionario. Es el escritor politizado, que combate en las barricadas junto con los

    trabajadores, una tribu literaria proscrita que cuestiona la religión y la propiedad o defiende

    la emancipación femenina y el amor libre. La misma bandera autonómica del arte por el

    arte llegaría a representar aquí un grueso proyectil contra la axiología mercantil burguesa.

    Ya Arnold Hauser, en su clásico estudio sobre la historia social de la literatura, al analizar

    la bohemia francesa distaba de conceptuarla como una expresión uniforme y definida:

    mientras que en sus inicios románticos puede ser vinculada a la extravagancia y al espíritu

    de contradicción, con el naturalismo y el impresionismo surge una bohemia militante que

    no sólo se opone francamente a la burguesía sino también a la misma civilización europea

    en su conjunto.

    Entrecruzamiento de siglos con su heterogéneo tropel de ensoñadores, desde los

    liberales de izquierda, ácratas, socialistas, krausistas y nihilistas hasta los decadentes y

    modernistas, no todos tributarios de la bohemia. Así, Amado Nervo, en 1896, se expide

    contra ella  ⎯ considerándola un microbio urbano que enferma a la juventud ⎯   y pretende

    salvaguardar la imagen profesional del creador: “Al abrigo de una habitación decente,

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    aseada, bien oliente, en amena vecindad con sana y nutritiva pitanza, con libros escogidos y

    con algunos billetes de Banco en el cajón del escritorio, se trabaja mejor. De ahí salen las

    obras de arte [...]  Ya que el mundo nos acusa de no ser prácticos, probémosle hasta la

    evidencia que lo somos: que usamos camisa limpia, que tomamos baños de ducha, que

    comemos bien y que hemos suprimido, por exótica, la melena”31.

    El poeta venezolano Andrés Mata, desde la  Revista Azul, refleja en cambio una

    actitud más generalizada cuando alude a los bohemios como los expósitos que albergan otro

    mundo en el cerebro y que

    en la lucha serán de los primerosque convertidos en tribunos se alcena defender la dignidad del pueblo;que hagan vibrar al golpe de la prensael hosanna de todos los derechos [...]que con las armas en balanza acudana batallar por el nativo suelo;que desmoronen tronos y Bastillas;que derrumben cadalsos y conventos;que en industrias, que en artes y que en cienciasgocen de la invención el privilegio 32

     

    Alcides Greca, un reformista que estudió en la localidad argentina de La Plata,

    donde se creó la primera ciudad universitaria moderna de América Latina y abierta al

    alumnado continental, efectúa uno de los más encendidos ensayos sobre la bohemia en su

    libro  Laureles del pantano, publicado hacia 1915. Para dicho autor, la auténtica

     personalidad del bohemio responde a una caracterología permanente, más allá de la fortuna

    y las contingencias temporales: se nace con el alma bohemia como se nace perro. Estamos

    ante una tipología cuya dinámica esencial proviene de la pugna entre idealistas y el medio

    circundante que se remonta a la misma prehistoria. El bohemio resulta en consecuencia:

    •  una prolongación del trovero y el estudiante medieval;

    •  una raza inmortal y gloriosa  ⎯ la de Darío, Silva, Manuel Acuña et al. ⎯  que desparramó su ingenio y sulocura por la Indoamérica desnuda;

    •  un lírico como Carriego o Fernández Espiro cantando en tabernas y en conventillos para alentar a la plebe;

    31 A. Nervo, “La bohemia”, Obras Completas, I, México, Aguilar, 1991, pp. 572-573.32 A. Mata, “Grito bohemio”, Revista Azul, 29 marzo 1896, p. 342.

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    •  el pensador contra aquellos que succionan a los pobres consumidores;

    •  el único ser masculino capaz de sentirse progenitor de todos los desgraciados y por ello sufrir más queuna madre;

    •  el que luce sus melenas soñadoras y soporta estoicamente las burlas mientras se muere de hambre con la

    cabeza en alto.Así, según Greca, bohemios no son ni los poetas de academia ni los literatos de

    campanuda oratoria, porque, rodeados de sibaritismos circunstanciales, no pertenecen a la

    familia de los inadaptados ni concurren a los fondines para nutrirse de miseria y mitigar los

    gemidos agónicos de quienes naufragan en la vida. ¿No parece perfilado aquí un bohemio

    literario por excelencia, apodado Almafuerte, ese poeta platense de la chusma, con todas

    sus privaciones y su empeño quijotesco?

    En resumidas cuentas, el enfrentamiento del bohemio con el burgués debe sumarse

    y sopesarse junto con las críticas al capitalismo que, por distintos motivos, venía

    sustentando tanto la izquierda como la derecha. Imágenes equivalentes harían asimilar la

    situación de esos sectores bohemios a los del proletariado, condicionando una nueva

    ideología, el juvenilismo, según la cual les corresponde a los jóvenes asumir los conflictos

    sociales y ejercer un cambio de estructuras que conduzca al establecimiento de relaciones

    humanitarias.

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    LA VERTIENTE ARIELISTA

    Comienza apenas hoy a hacerse camino la idea tan sencilla comoverdadera que no vislumbró siquiera en el evangelio de la juventud

     publicado hace ya cerca de veinte años aquel noble espíritu nuestro quese llamó Rodó. La juventud de América […]  extravió el norte de susactividades eficaces; y despierta al fin de su ensueño griego eintelectualista, urgida por la amenaza de una sojuzgación económica.

     Juventud reflexiva y consciente, abandona sus juegos literarios en el jardín de Academus para escudriñar el horizonte y avizorar su propio futuro

    Luisa Luisi

    Se examina aquí la visión de José Enrique Rodó sobre la juventud como una matriz

    germinal doctrinaria que puede prolongarse operativamente más allá de las interpretaciones

    restrictivas en cuanto a su alcance cronológico y a su misma legitimación.

    El discurso rodoniano

    Pese a las consabidas aseveraciones sobre el papel que ha jugado el  Ariel de Rodó

    como una especie de evangelio ético-intelectual para los jóvenes de nuestro continente y su

    autor como gran maestro de las nuevas generaciones, no parece haberse analizado en igual

    medida la imagen de la juventud a la cual dicho ensayo se encuentra consagrado ni tampoco

    su propia dinámica ulterior.

    La juventud en general, pero la estudiosa y latinoamericana más en particular,

    aparece allí imbuida de una serie impar de virtuosas connotaciones simbólicas: luz, amor,

    energía, movimiento, entusiasmo, espontaneidad, iniciativa, audacia, genialidad,

    innovación, inspiración. Se trata de un sector de la humanidad dotado de una fuerza

     bienhechora similar a la de los trabajadores y en el cual se hallan depositadas las esperanzas

    colectivas, la fe innata en el porvenir y la garantía del cambio. Como en la Grecia de

    Sócrates, el sólo hecho de dirigirse a los jóvenes vendría a representar una variante de la

    oratoria sagrada. Si Atenas constituyó una primavera de la historia donde imperó el alma

     juvenil —dando lugar a la cultura estética, la investigación filosófica y la conciencia de la

    dignidad—, a los 29 años de edad Rodó auguraba el renacimiento generacional capaz de

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    otorgarle un sentido ideal a la existencia y romper con el aislamiento de nuestros pueblos

    iberoamericanos.

    Si unos años antes de publicar Ariel, en su artículo “El que vendrá”, Rodó no podía

     precisar quién iba a ser ese sujeto que alumbraría mesiánicamente el camino de la nueva

    vida, en aquel manifiesto trascendental perfila en cambio con nitidez al responsable de

    tamaña misión redentora: la alicaída juventud de América, la cuasi excluyente destinataria

    de su mensaje y encargada a su vez de asumir las propuestas finiseculares más importantes,

    a saber, el desarrollo de la democracia y la ciencia como sustratos civilizatorios

    insustituibles. Con tal motivo, Rodó predicará en su sermón laico —en tanto interés

    supremo— el acceso al conocimiento, la educación popular, la igualdad de derechos y el

    enaltecimiento de los humildes. Las jóvenes generaciones deberán preconizar el credo del

    desinterés, combatir por las causas espirituales y para que se haga realidad el sueño de una

    América regenerada social e intelectualmente, en la línea trazada por los héroes de la

    independencia. Se apela así a un voluntarismo idealista que tiene como meta el

    acercamiento a una vida superior, donde impere la libertad, el equilibrio entre razón y

    sentimiento, el compromiso solidario, el cultivo del arte y la belleza como vías para acceder

    a la justicia, el bien y la verdad.

    Para lanzarse a semejante cruzada redimidora los jóvenes cuentan con las alas del

    “obrero interior”, Ariel, ese modelo de perfección, animador de quienes luchan y trabajan,

    digno de ser esculpido en la cordillera andina. El propio Rodó, unos quince años después de

    haber publicado su ensayo magistral, alude a ese personaje shakesperiano que él mismo

    logró resignificar y comenta la dimensión alcanzada por el nombre de Ariel en la evolución

    del pensamiento hispanoamericano: por una parte, contra un bastardeado positivismo

    utilitario, por otra, salvaguardando nuestra identidad popular frente a políticas imperiales y

     plutocráticas. “Hoy [1914] —concluía Rodó— generaciones nuevas reconocen en  Ariel la

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    ‘melodía de ideas’, el sentimiento de la vida, que espontáneamente brotan de su propia

    conciencia”1. Indagaremos seguidamente en la cumplimentación efectiva de tales

     postulados.

    Implementaciones

    Al filo del Novecientos se va sincretizando un pensamiento contestatario en el que

    la juventud surge como proletariado intelectual, verdadero nexo entre utopía y realidad,

    encargado a su vez de alentar a las masas. Se exalta entonces la vida bohemia mientras se

    condena el prototipo acumulativo burgués hasta imaginar la instauración de un orden

    societario transparente, con una nacionalidad ampliada y con el artista en tanto máximo

    dador de sentido. Comienzan también a organizarse las asociaciones estudiantiles que,

    alejándose de los viejos cenáculos universitarios circunscritos a meros propósitos diletantes,

    se inclinan hacia las reivindicaciones americanistas, el compromiso social y la

    transformación académica.Una revista de Maracaibo, en una fecha tan temprana como la de 1901, se adelanta

    en adoptar para sí misma el título de  Ariel, un fenómeno que se reiteraría con creces en la

    mayoría de los países latinoamericanos durante la primera mitad del siglo, sin excluir al

    Brasil y hasta llegar a convertirse en vocero sandinista. Henríquez Ureña, durante sus

    conferencias para el Ateneo de la Juventud en México, reconoce a Rodó como el primer

    escritor que incidió en ese ámbito y pinta a los partidarios de Ariel como una multitud

    creciente.

    El incipiente movimiento estudiantil sudamericano previo a la Reforma del ’18

    celebra el nuevo programa idealista de Rodó y se reapropia del mismo nombre de Ariel —e

    instrumenta hasta el verbo arielizar— durante los congresos llevados a cabo en

    1 Rodó, Obras Completas. B. Aires, Zamora, 1956, p. 1007.

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    americanistas, los valores morales, la justicia, el pacifismo y la fraternidad; el civismo y la

    actuación política y gremial, la democracia participativa sin separación entre gobernantes y

    gobernados, la libre expresión y el sufragio universal, la autonomía, cogobierno y extensión

    universitarias, la libertad de cátedra y su periodicidad, la competencia y el progresismo

    docentes. Los propios jóvenes, autores por lo demás de tales aspiraciones, se abrogan a su

    vez la responsabilidad de efectivizarlas.

    Al mismo tiempo proponen que, junto al culto a los patriotas ilustres, se incluyeran

    los humildes trabajadores que modelan las obras definitivas, habida cuenta de que el pueblo

    se hallaba recuperando el lugar que le desconocía la historiografía clásica. Un lugar tan

     protagónico que reclamaba que la juventud ascendiese hasta el Mesías esperado: la

    muchedumbre venturosa, la cual realizará el supremo anhelo de la unidad americana, cuya

    viabilidad no podía quedar en manos del burocratismo gubernamental “ni [de] la

    diplomacia con su ejército de ineficaces armonizadores, ni [de] la iglesia con sus sedosos y

     brillantes príncipes”3

    . Había llegado el momento de las reparaciones —cuando la blusa del

    obrero reemplazaba ventajosamente al profesionalismo de levita— y era la juventud la

    encargada de ejecutarlas.

    Desembocamos así en la visión que se estaba forjando sobre la misma juventud. Por

    una parte el ser joven e idealista llegó a plantearse como un vínculo indisoluble, mientras

    que personalidades tan gravitantes como las de Ingenieros identificarán a la juventud con la

    izquierda ideológica. Resultan filiaciones muy caras a la tradición liberadora de nuestra

    América el poder superar las barreras cronológicas y asociar el ser joven con el desafío que

    implica la adopción de grandes ideales y su puesta en práctica. Bajo esa acepción pudo

    afirmarse, por ejemplo, la aparente paradoja de que hay jóvenes viejos, como existen

    ancianos juveniles. Al mismo tiempo, se encuentra la revalorización de la masa estudiantil,

    3 “Relación oficial del Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos”.  Evolución (Montevideo), 3; 1908; p. 332.

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     para distanciarse tanto de la versión que visualizaba en ella a un exponente de la

    inconsciencia y la pasividad como del salvajismo, la indisciplina, el desenfado, la

    francachela, la turbulencia o la revuelta. Por lo contrario, en aquellas reuniones primigenias

    se destacó no sólo la capacidad de los estudiantes —como trabajadores educativos y alma

     pensante del Nuevo Mundo— sino también por constituir una auténtica clase propia que ha

    representado allí la palanca más poderosa en los progresos políticos, combatiendo “ingenua

    y noblemente el atentado brutal” o sucumbiendo “una y mil veces” ante “la presión

    insolente del militarismo”4.

    Se enarbola como lógica consecuencia una apoteosis del principio de rebelión que

    resulta aplicado por extensión a toda la escala biológica en su enfrentamiento con la materia

    inorgánica, siendo el sueño la más alta expresión de esa resistencia insita en la misma

    naturaleza de las cosas. Pese al fuerte lastre positivista que seguía pesando por aquella

    época, entre los mayores obstáculos a vencer repudiados por la causa estudiantil se pueden

    añadir diversos conceptos provenientes del racismo, el determinismo geográfico, el socio-

    darwinismo. Por otra parte, en países como Colombia se cuestiona frontalmente el

    autoritarismo religioso y sus efectos perniciosos para el país, la democracia, el sistema

    educativo