huellas no. 88-89 - universidad del norte, colombia

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CONTENIDO

Revista de la UniveRsidad del noRtehttp://www.uninorte.edu.co/publicaciones/huellas/index.asp

no 88 y 89

Consejo de direCCión

Jesús Ferro Bayona - DirectorVilma Gutiérrez de Piñeres - EditoraalFredo marcos maría - Editor

Consejo de redaCCión

ramón illán Bacca

Pamela Flores Prieto

adela de castro

ruBén maldonado orteGa

munir KharFan de los reyes - Asesor diseño

Se autoriza la reproducción citando la fuente. Los conceptos son respon-sabilidad exclusiva de los autores. Licencia del MinGobierno nº 001464, ISSN 0120-2537. Apartado Aéreo 1569, Barranquilla, Colombia.Impresión: Javegraf, Bogotá.e-mail: [email protected] de aparición: Abril (04) - Agosto (08) - Diciembre (12).

Ilustración de la portada:Disparate volantede martha luz de castro

Fotomontaje digital, intervención y fusión a partir de un grabado de Goya y de fotografías del carnaval de Barranquilla. Papel fotográfico semi-mate 15x20 cm, papel fotográfico metalizado 40x60 cm y autoadhesivo transparente sobre poliestireno blanco 60x80 cm, 2009.Ver página 94.

Huellas es miembro de la Asociación de Revistas Culturales Colombianas, arcca.

Este número contó con la colaboración de Álvaro Carrillo Barraza en diseño y diagramación.

2 Apuntes históricos sobre la construcción de lo infantil en Latinoamérica.

JorgeGalindoMadero,AnaRitaRussodeSánchez.

11 Educación para el ejercicio de la libertad. DimasMartínezNúñez.

13 Negros y mulatos en la reconstrucción de una memoria política de Cartagena a principios del siglo XX.

RaúlRománRomero.

25 General Juan José Nieto, presidente Caribe. RodolfoZambranoMoreno.

32 El Carmen de Bolívar y su comarca tabacalera entre los siglos XVIII y XX.

WilmerEduardoRodríguezVillafora.

36 La gastronomía de Barranquilla. JoséDavidVillalobosRobles.

55 El duende de una cocina. LácydesMorenoBlanco.

64 Hipótesis sobre el contacto cultural entre miembros de la comunidad Wayúu y el niño Gabriel García Márquez en Aracataca.

JuanMorenoBlanco.

75 Breves apuntes sobre la radionovela como género literario. PiedadBonnett.

78 De cómo llegue a escribir Déborah Kruel. RamónIllánBacca.

84 Tres cuentos breves. ÁlvaroJ.RamosQ.

86 Relatos. RubénMaldonadoOrtega.

90 Viaje a la India. CristinaDuncanSalazar.

92 Martha Luz de Castro: de Goya al carnaval contemporáneo. DannyArmandoGonzálezCueto.

93 Martha Luz de Castro: “Puedo decir que estoy conectada con la obra de Goya…”

ÓscarJairoGonzálezHernández.

97 Índice acumulado de Huellas.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 1-122. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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El tema de lo infantil genera hoy en día una particular importancia en diferentes ámbitos sociales. El buen trato al niño, la prevención de las diferentes formas del maltrato infantil, la pre-ocupación por las vivencias en la infancia y cómo estas repercuten en la vida del adulto, son temas de constante divulgación en diferentes medios de comunicación; es también el interés de los progra-mas de los gobiernos y la razón de la existencia de diversas instituciones que, a nivel internacional, realizan esfuerzos para propiciar en el niño una mejor calidad de vida.

Pero esto que vivimos en el presente no repre-senta la realidad total con relación al interés de los pueblos por la infancia. En muchos puntos de Latinoamérica el tema de la infancia tiene otro trato: aún prevalecen los castigos físicos, las expe-riencias infantiles se entienden como algo que con el tiempo se va a olvidar sin mayor consecuencia para la vida adulta; las cuestiones relacionadas con los derechos del niño son un tema lejano, y no existe un discurso sobre lo que es maltrato infantil.

Apuntes históricos sobrela construcción de lo infantil

en Latinoamérica

Jorge Iván Galindo Madero*Ana Rita Russo de Sánchez**

* Psicólogo, Universidad Metropolitana; Psicólogo Clínico y magíster en Psicología, Universidad del Norte. Conferencista, Programa Pisotón. Autor de los textos Si Dios está muerto, ¿qué paso con el sujeto? y El discurso del cristiano en los tiempos de la ciencia de la salud, y coautor de Psicoanálisis y teoría social, y Educación y desarrollo psicoafectivo, y la cartilla Nuestros primeros encuentros afectivos y educativos.

** Psicóloga, Universidad del Norte. Formación Psicología Clínica, Hospital de Salamanca. Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, Universidad de Salamanca. Directora de la Maestría en Psicología Clínica, docente de pregrado y postgrado, tutora e investigadora, Universidad del Norte. Autora y directora del Programa de Educación y Desarrollo Psicoafectivo. Coautora de los libros Temas en psicología clínica y Educación y desa-rrollo psicoafectivo, y la cartilla Nuestros primeros encuentros afectivos y educativos.

En regiones rurales prevalece la forma de com-prensión de la infancia que en otras zonas se vivió en el siglo XIX o incluso en los tiempos coloniales. Esta forma de comprender la infancia tiene múl-tiples connotaciones sociales, políticas, religiosas e incluso económicas. Un ejemplo de esto está en el número de hijos, pasando a la forma como se educa al hijo y se le da un lugar en la familia. Así, en algunas regiones de Colombia se piensa, como en los tiempos coloniales, que los niños deben ser castigados física y severamente, porque no tienen mucha capacidad de entendimiento. En otras zonas del país donde prevalece un discurso moderno, el tema de la dificultad para establecer normas y control al comportamiento infantil puede ser un problema.

El presente documento recopila aspectos im-portantes de cómo se ha realizado la construcción histórica y antropológica de la infancia en Latino-américa. Su objetivo no es solo dar cuenta de cómo fue el pasado, sino de entender además el presente de muchas zonas del mapa americano donde aún prevalecen formas de ver lo infantil que parecen ya distantes al hombre moderno.

Tiempo precolombino

Tal vez dejados llevar por la forma como los me-dios de comunicación, y en especial el cine y la televisión, nos muestran la relación del niño y los adultos en la América indígena, casi siempre la relacionamos con un niño entregado en sacrificio a los dioses. (Los sacrificios de niños a los dioses se realizaban, pero para la mayoría de las culturas este implicaba a niños capturados en guerras y prisioneros por diferentes motivos). Tenemos la errónea impresión de que los niños en esta Amé-

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 2-10. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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rica anterior a la llegada a los españoles tenían un lugar despreciativo o vinculado con rituales de sacrificio por parte de los adultos. La realidad es que en los pueblos indígenas, como en la mayoría de los pueblos que existen en el mundo, los niños cumplen un papel muy importante porque es en ellos donde se perfila el futuro de la estirpe.

De la América indígena se cuenta con muy pocos datos directos y en cambio se resaltan las fuentes de españoles que hacen relatos de sus costumbres y estilos de vida. Para este texto, cumplirán una importante función los aportes que realizó fray Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la Nueva España, además de otros que serán citados a lo largo de este texto.

Los pueblos indígenas en América presentan una gran diversidad y diferentes niveles de desa-

rrollo; tomaría incluso varios textos el describir sus estilos de vida y la forma como se concebía la infancia, lo que supera las expectativas de nuestro trabajo. En este punto solo interesa desmitificar un poco las ideas preconcebidas que existen, para poder avanzar sobre el camino que nos llevará al contexto moderno.

En un primer punto, es necesario recalcar cómo para la mayoría de los pueblos la llegada de un niño es interpretada como una bendición de los dioses, y que en algunos pueblos indígenas existan ceremonias que anticipaban este nacimiento. Fray Bernardino señala cómo, cuando la muchacha se sentía embarazada, existían ceremonias e incluso fiestas que anticipaban el nacimiento del niño. Un orador daba la nueva noticia y eran los dioses quienes favorecían este acontecimiento:

Sabed que nuestro señor ha hecho misericordia, por que la señora, moza y recién casada, quiere nuestro señor hacerla misericordia y poner den-tro de ella una piedra preciosa y una pluma rica.

Existen unos principios psicológicos que son co-munes a todos los pueblos, principios universales que Sigmund Freud señaló en forma magistral en su obra, de 1912, Tótem y tabú, donde habla de aquello que nos hace sujetos. Vemos cómo debe existir para todo infante una antesala a su naci-miento, que es expresada en forma de palabras por los adultos y que se convierte en las primeras marcas que están allí, en este caso, en forma an-ticipada para cada niño.

El número de niños esperados en las comunida-des indígenas era alto y esto se explica por el hecho de que existía un elevado índice de mortalidad infantil, seguramente debida a que no se contaba con los medios y la información para prevenir en-fermedades en la primera infancia. Un alto número de niños era el seguro con el que se contaba para que el pueblo tuviese un futuro.

Retratos de la sociedad novohispana: don Joaquín Martínez de Santa Cruz, Nicolás Rodríguez Juárez en Arte Mexicano, época Colonial.

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La figura de la madre ocupa un lugar muy im-portante en la mayoría de los pueblos indígenas americanos, ya sea desde los mayas, donde la diosa de la maternidad era invocada para el feliz nacimiento de los niños y la salud de la madres, llegando a los vestigios de las diosas de la mater-nidad en Colombia, donde fueron representadas en figuras de cerámica en el centro de país y en pueblos de la Costa Pacífica. Ahora, a diferencia de nuestros tiempos, la maternidad era pensada en muy corta edad: a los 14 años de la indígena ya se presentaba por lo general el primer hijo; esto, que sería escandaloso incluso desde el nivel legal en nuestro país, respondía a su propio tiempo y contexto; las expectativas de vida eran mucho más cortas y esto implicaba un avance más pronto ha-cia la necesidad de ligar una estirpe. El inicio de la maternidad y la paternidad en estas edades tiene otra implicación: nosotros no podemos hablar de una adolescencia en estos pueblos indígenas, ya que no existían ni los tiempos ni los contextos para que se produjera. ¿Era esto motivo para hablar de indígenas adultos traumatizados por no vivir este momento? En lo absoluto; ya muchos autores han señalado cómo existe una íntima relación entre lo que se considera evolutivamente esperable y las disposiciones de un discurso histórico y social.

Es en esta misma línea que debemos entender cómo esta indígena de 14 años se asumía en el tema de la maternidad. Muy distante de las co-legialas de nuestra época, recibía una completa formación en el tema de maternidad por parte de sus familiares y otros miembros de la comunidad.

El lugar y la importancia que cada uno de los miembros de la familia ocupaba en esta formación variaban por grupo indígena. Como ejemplo de esta educación es importante revisar para el interesado la forma como se realiza aún esta tramitación de la maternidad en familias indígenas colombianas en el Pacífico y en la Guajira en la Costa Norte colombiana

Un punto crítico en nuestro país, y que es realidad en muchos países latinoamericanos, es la dificultad para disminuir las altas tasas de embarazos en las edades entre 14 y 20 años, es decir, en edades escolares. Por otra parte, está la dificultad de estas madres para asumirse en su nuevo lugar y responder a las responsabilidades que implica el tener un hijo. Este sería un tema de amplio debate, pero no deja de llamar la atención cómo en familias rurales y campesinas el tema del embarazo a estas edades no genera tal malestar y existe mayor disposición de la madre a asumirse en ese lugar. Aun así, todo responde a un contexto y una maternidad temprana que puede hacer mella a los intereses y aspiraciones de la mujer moderna.

La infancia del niño indígena es más similar a la de nuestros niños, que lo que en un primer mo-mento se pensaría. En ella existía una educación por parte de los adultos e implicaba la asistencia a lugares de formación muy parecidos a los que nosotros entendemos por escuelas; allí se reciba la formación moral, las normas de comportamiento, una importante formación religiosa y se inculcaba el respeto a los mayores, en especial a los ancianos.

Señalaba un desprenderse de la familia de base con la que se vivía, más o menos hasta los siete años, con diferencias en culturas que habitaban las tierras americanas.

El niño indígena también le dedicaba tiempo a jugar, a la fantasía que propicia las acti-vidades lúdicas; esta es una

Español e india serrana produce mestizo. La representacion etnográfica en el Perú colonial, Ministerio de Educación y Cultura de España.

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necesidad de todo niño en las diferentes culturas en las que existe esto llamado infancia. Se han encontrado vestigios de juguetes, la mayoría de cerámica, representado figuras de animales; un hecho que es llamativo y poco pensado es que tam-bién existan muñecas, y obviamente los trompos y pelotas con los que juegan nuestros niños indí-genas en diferentes puntos del mapa colombiano.

Esta importancia del juego para el sano de-sarrollo de la infancia, tal como lo ha propuesto la teoría psicoanalítica y psicodinámica, y lo han expresado autores desde Freud, pasando por Mela-nie Klein y Donald Winnicott, entre muchos otros, parece confirmarse retroactivamente cuando se hace lectura de crónicas y textos que relatan esta formas de tramitación de la infancia.

En el punto de la disciplina y los castigos, tema que convoca a este texto, estos podrían ser descritos como fuertes, desde nuestra mirada, e incluían los azotes, manotazos e incluso el bañar con agua fría en algunas comunidades. Podrían ser aplicados no solo por los padres, sino también por otros miembros de la comunidad, presen-tándose incluso castigos ejercidos por todos los miembros de una tribu. Para comprender esto, hay que tener en cuenta que la idea de familia en las comunidades indígenas, antes de la llegada de los españoles, no existía siguiendo el modelo que estos impusieron, e incluso se resalta más la voz de la comunidad, representada en sus líderes reli-giosos que, por ejemplo, los deseos o expectativas del padre o la madre.

el niño en la colonia

El avance de la Colonia implicó la consolidación de los estilos de vida españoles, que venían muy in-fluenciados por la propuesta contrarreformista de la Iglesia católica, es decir, un molde de la Sagrada Familia, donde prevalecía la palabra del padre, el respeto y temor que el niño debía sentir por los adultos, y una potestad legal que entregaba a los padres la jurisprudencia sobre los hijos.

En este marco de vida familiar, se inscribía la forma como los adultos se relacionaban con los niños, cómo se establecía la disciplina y de qué forma la educación moldeaba el comportamiento infantil. Se pasará a realizar unos apuntes sobre la forma de vida del niño en la época colonial, anticipando que será distinta para el español, el mulato, el indígena y el esclavo.

El contexto de la Conquista española en Amé-rica no presenta datos muy claros con relación al tema de infancia; lo que queda claro es que, al poco tiempo del encuentro entre el español y la indígena, aparecen los niños mulatos. Estos van presentar una serie de dificultades en el recono-cimiento de su lugar de ciudadanos y harán parte de la ya difundida tradición de los niños naturales, es decir, niños que no son reconocidos ni por el padre o la sociedad con iguales derechos que otros hijos dentro del contexto del matrimonio.

Otro aspecto a resaltar de los tiempos de la Conquista, y luego en la Colonia, fue el surgimiento de los orfanatos, los cuales albergaban a niños cuyos padres no reconocían por diversos motivos; y otros que quedaban desprotegidos luego de la muerte de los padres en las guerras producidas

Anónimo. Tomado de La representacion etnográfica

en el Perú colonial, Ministerio de Educación y Cultura de España.

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en estos tiempos tan convulsionados en las tierras americanas.

Estos orfanatos son en su mayoría propiedad de comunidades religiosas, que acogen a estos infantes; la imagen de un niño dejado abandona-do en una cuna en las puertas de un convento o monasterio es una imagen que incluso se convierte en clásica y repetitiva en los tiempos de gloria del cine mexicano.

Ahora, en la distribución de clases en los tiem-pos coloniales, también existían categorías para los niños. No era lo mismo ser un niño mulato, español o esclavo, hijo de un hogar religiosamente constituido, hijo natural o un huérfano de conven-to. Un punto sí es claro: la forma como el discurso religioso atraviesa la educación y las formas de relación del adulto con el niño en la época colonial. Son los sacerdotes y monjas quienes asumen, en gran medida, la educación escolar en el Nuevo Continente, cumpliendo dos propósitos: la forma-ción educativa con un alto contenido moral, pero también la labor de evangelización. No todos los niños en el contexto colonial tenían derecho a la educación, y en diferentes puntos de América la discusión consistió en quiénes podrían acceder a esta y bajo qué circunstancias. Mientras para los niños hijos de esclavo la formación escolar era pro-hibitiva en la mayoría de los casos, en el caso de los mulatos y los indígenas el punto de discusión consistía en si era beneficioso para la sociedad que un indígena o un mulato se instruyera, y esto le permitiera acceder en un futuro a ascender socialmente o si mantendría igual respeto por las autoridades del virreinato.

La formación moral y ética del niño se encontra-ba muy influenciada por los relatos bíblicos y sobre todo por la vida de los santos: estos se convertían en modelos a seguir por su virtud y sacrificios. Se contaban historias de santos europeos, pero tam-bién del incipiente santoral americano en el que sobresalían san Martin de Porres, santa Rosa de Lima y santa Marianita del Niño Jesús. En estas historias sobresalía una infancia caracterizada por la penitencia, el respeto a la autoridad de los padres, a las autoridades civiles y sobre todo las eclesiásticas.

La niñez es percibida como una etapa de la vida en la que se deben consolidar los principios de la moral y la fe cristiana; aunque lo que su-ceda en gran parte de la infancia se va a olvidar, estos principios se sostendrán para el resto de la vida. En las vidas ejemplares de estos santos, la descripción que se hace de su niñez se asemeja

más, por su comportamiento y decisiones, a la de un pequeño adulto que parece haber superado cualquier distracción infantil.

Fray Pedro Salguero hace una de las distin-ciones más claras de cómo se entendían los mo-mentos evolutivos en la época colonial; de esta manera, formula cómo, entre los ocho y los nueve años de edad, es el tiempo en el que el niño debe ser más fuertemente reprendido, y ser más severos con su educación. Esta es la época para aprender y modelar el comportamiento bullicioso del niño; describe la infancia como una etapa de falta de regulación y extroversión.

Entre los nueve y los doce años, se realiza la primera comunión; esta es la etapa en la que ya debe haberse consolidado la razón y el entendi-miento; la primera comunión es el paso de la irres-ponsabilidad infantil a empezar a asumirse como adulto. Consiguiente a esta época, sobreviene el tiempo de la mocedad.

la mocedad

Uno de los puntos críticos del desarrollo psicoafec-tivo para el sujeto, en la Colonia, es el llamado momento de la mocedad; este se podría igualar al paso por la pubertad: es el tiempo en el cual surgen las tentaciones de la carne, y se define entre la vida matrimonial o la vida religiosa; implica la finaliza-ción de la infancia y el inicio de la vida adulta, en edades que oscilan entre los 14 y 15 años.

Salguero describe este momento como el propio de los cambios en la voz y el surgimiento de los comportamientos sensuales que alejan al sujeto de la vida religiosa.

Formas de relación en la Familia

Madre-hijo

En el modelo español, la relación de la madre con su hijo se encuentra marcada por la distancia, si se compara con las formas de vínculo contempo-ráneas. Un primer punto a resaltar es que el amor de la madre hacia el hijo solo surge luego del naci-miento y se fortalece con los años y la convivencia. Los primeros años de vida el niño los comparte con la nodriza, quien estará encargada de la nutrición y primera línea de afecto sobre el infante.

Con el hijo varón, la madre debe ser cuidadosa de mantener distancia afectiva y no malcriarlo, ya que la cercanía de la madre es el principal cau-sante de la homosexualidad, la cual es percibida en esta época, además como un acto de pecado, como una aberración.

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La madre, con los años, debe consolidar una relación más cercana con la hija, ya que existe con ella una responsabilidad de tramitación de temas relacionados con el comportamiento femenino, la importancia de llevar una vida acorde a los cáno-nes morales de la época, y su formación religiosa y espiritual.

La relación con el padre

Siguiendo el modelo judeo-cristiano, la familia se organiza a partir del patriarcado, en el cual es el padre quien tiene la mayor autoridad en el hogar, y la madre y los hijos quedan subordinados a su palabra. Estos hacen contraposición con modelos indígenas e incluso africanos, donde se presenta-ba, por el contrario, un sentido de organización más centrado en el matriarcado.

El hombre es quien tiene autoridad y potestad sobre los hijos, quien puede definir cómo educar-los, cómo castigarlos y qué tipo de castigo imponer; la madre en muy pocas ocasiones toma lugar de palabra y acto en este tema.

La madre Iglesia católica generaba un fuerte im-pacto en la forma como se llevaba la vida en casa. Con altares en los cuartos, imágenes religiosas en cada esquina, horas para realizar rezos y oracio-nes durante el día, se recordaba constantemente su presencia; y en las edades de la mocedad era recomendable acercarse a un confesor que orien-taba en estos cruciales momentos. En casi todas las disputas familiares eran los sacerdotes los

mejores consejeros y, si el caso superaba las crisis normales de toda familia, entonces se acordaba una reunión con el tribunal eclesiástico para que tomara partido.

algunos apunTes sobre el niño en la época de la ilusTración

El avance de las ideas de la Ilustración genera nuevas propuestas en la forma como se entiende la infancia en América, la que repercutirá en la manera como se entiende la infancia y coloca el psi necesario para que luego se consolide un molde de lo que será el niño moderno.

Uno de los puntos a resaltar de la propuesta ilustrada hace relación a propiciar los cuidados necesarios a la madre en el proceso del embarazo y parto; este tema no había sido de gran relevan-cia durante la Colonia, en gran parte debido a la carencia de conocimientos médicos que ahora empiezan a surgir y al hecho que de la vida solo cobraba importancia luego del nacimiento.

Esta nueva propuesta entra en oposición con el tradicional papel que tenían las parteras, que incluso son ahora culpadas de muertes o anorma-lidades que se presentan en el proceso de parto y postparto. Otro aspecto importante que genera la Ilustración es que promueve una relación más cercana de la madre con el hijo durante los pri-meros años de vida; bajo el principio de que la leche materna es la que el infante requiere para su crecimiento, y que es la madre la persona más

adecuada para mostrarle al niño el mundo desde el punto de vista psicológico, e incluso el religioso.

Siendo la Ilustración una propuesta basada en el empo-deramiento del saber científi-co, la educación se convierte en uno de los pilares de su propuesta. Uno de los puntos de mayor controversia en este momento es la entrega que se había hecho de ella a los

Anónimo. Tomado de La representacion etnográfica en el Perú colonial, Ministerio de Educación y Cultura de España.

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sacerdotes y monjas; esto genera una crisis que se complica más cuando se inicia la expulsión de comunidades religiosas como los jesuitas, más por razones políticas y económicas que de discusión teológica.

La Ilustración dejó una huella de la que go-zará el hombre moderno y será el principio de la igualdad entre los hombres; ello implicará con el tiempo también al niño y la consolidación de unos derechos para este.

la inFancia moderna

En Colombia —en cuanto un país en trámite del discurso de la modernidad en el que se ha genera-do toda una serie de transformaciones en la forma como se vislumbra la infancia—, se ha pasado de la percepción de un niño pasivo y con poca capa-cidad para comprender el medio al niño moderno del que se espera el desarrollo de un pensamiento crítico y autónomo. En este aspecto, es interesante revisar la descripción de infancia en los albores de la modernidad en Colombia, tal como la presenta María Cristina Tenorio en Pautas y prácticas de crianza en familias colombianas:

Hasta los años 50 era frecuente oír decir que los pequeñitos no se daban cuenta de nada, que los bebés eran insensibles a lo que ocurría a su alrededor, que estaban sumidos en sí mismos: En términos de la jerga psicológica dominante, les dominaba un narcisismo primario, eran egocéntricos, tenían un pensamiento autista. Tanto era así que hasta muy recientemente se operaba a los recién nacidos sin anestesia, pues los médicos decían que no podían sentir el dolor.

Esta percepción de lo que era un bebé, obvia-mente repercutía en la forma como la madre daba lugar a la estimulación temprana del niño, y así se fundía una vez más el desarrollo psicoafectivo de este con elementos ofrecidos por el ambiente y la cultura. Así lo describe la misma autora:

Se los “chumbamba” para que estuvieran calma-dos y durmieran el mayor tiempo posible. Se les dejaba en un cuarto oscuro porque se decía que la luz fuerte y el ruido los fastidiaba. Y se les

dejaba en sus cunas dormir hasta que el hambre los despertara. No se les hablaba porque era considerado innecesario, ya que no entendían […] se les dejaba llorar para que no se volvieran “resabiados” […] A partir de esa tierna edad debían aprender el respeto y la disciplina, los niños no debían dirigir la palabra a los adultos sino cuando estos les hablaran, ni podían en-trometerse en la conversación de los mayores.

Pero esta competencia no solo abarcaba la primera infancia, sino que se perpetuaba en los diferentes momentos del desarrollo evolutivo; es así como se pensaba que el niño no obtenía un verdadero conocimiento de las situaciones diarias hasta los 10 y 12 años, cuando hacía la primera comunión.

Con el trámite de la modernidad en Latino-américa, este lugar del niño se va transformando en especial en las zonas urbanas. Existen varios factores que propician esto, pero es de recalcar cómo en este aspecto toma una real importancia el discurso de los expertos en infancia, el avance

Madre y niño. Mary Cassatt.

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de los medios de comunicación y el interés por importar modelos externos de crianza de los niños.

El niño en la modernidad se caracteriza bá-sicamente por ser un niño sobre el que se ha “estimulado” adecuadamente para que responda con prontitud a cada uno de los momentos de su desarrollo. En algunas ocasiones, el afán de los padres y educadores por un ideal en el que el niño entre más rápido en el trámite su infancia, genera como efecto que estará mejor preparado para en-frentar la vida. Retomando a Tenorio:

Se creó un modelo mítico de un niño cognitiva-mente precoz, un sujeto epistémico puro, capaz de resolver las tareas más sofisticadas, su reco-rrido se calculó meticulosamente etapa por etapa y se fijaron las edades en las que se debían atravesar —si el niño era “normal”.

Pero a medida que Colombia es permeada por nuevas formas de concebir la familia propiciadas por la postmodernidad, cambia y se transforma el concepto de infancia, lo que no deja de llamar la atención de diferentes estudiosos de las ciencias sociales; así lo describe Juan Carlos Jurado Jura-do, magíster en Historia de la Universidad Nacio-nal, en su investigación Problemáticas socioedu-cativas de la infancia y juventud contemporánea:

Hablar de la infancia y de la juventud en la so-ciedad actual no remite solo al estatuto social de una franja de la población, sino a un problema que compromete las nuevas maneras de confi-guración de la cultura contemporánea. Entre los fenómenos de las últimas décadas se encuentra la irrupción de la infancia como actor social, haciendo su aparición de manera novedosa, demandando nuevas reflexiones sobre su lugar desde la sociedad, la cultura y la educación. Así, la infancia aparece como un problema de la contemporaneidad, como resultado de complejos procesos relacionados no con una crisis coyun-tural del capitalismo, sino con la manifestación de las nuevas formas de organización social, económica y política que caracterizan a nuestra época,. En particular, la irrupción de la infancia como actor social puede explicarse a partir de cuatro factores que se desarrollan como sigue, con un interés más exploratorio que exhaustivo.

Este autor propone cuatro aspectos para pensar que han propiciado la transformación del concepto de infancia. En primera medida, un cambio brus-co que se ha presentado en Colombia al pasar de un país con prevalencia de la familia extensa durante los años cincuenta y sesenta a la forma de organización basada en la familia nuclear y monoparental. De esta forma, se pasó de siete a ocho hijos por familia a uno o dos; esto posicionó al niño de una nueva forma en el ámbito familiar. Bajo esta medida, la familia colombiana es también influida por otra característica de la modernidad: “La democratización de la autoridad en la fami-lia”, la cual es descrita por el sociólogo alemán Norbert Elias (1998, p. 412), quien ubica en la modernidad las nuevas formas de relación entre niños y adultos, que pasan de ser estrictamente autoritarias a más igualitarias, proceso que tiene lugar por el reconocimiento de la mayor autonomía que se concede a los niños en medio del declive de la sociedad patriarcal. En la contemporaneidad, más que antes, los niños son vistos por los adultos como merecedores de un trato especial, y son más estimados en los hogares en proporción inversa a su número.

Niños trepando árbol.

Goya.

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Esta democratización se convierte en la orga-nización familiar en un trastoque de las líneas del poder y el respeto, encontrándose cómo a los niños se le considera “los nuevos reyes del hogar”. Este nuevo lugar del niño también es capturado por la escuela, en donde el lugar del estudiante llega por momentos a superar la autoridad del docente.

Un segundo aspecto a subrayar es el nuevo rol de la mujer como madre, esposa y trabajadora al mismo tiempo, lo que deja poco espacio y tiempo para la atención de los hijos, y se encuentra ínti-mamente ligado a la cada vez más pronta entrada del niño a la guardería y la escuela. La aparición de profesionales en los primeros años de la vida del niño es otra consecuencia de estos cambios.

En tercer lugar, se encuentra unida a lo anterior la importancia que va ganando la educación y es-timulación en los primeros años de vida, llegando a considerarse esenciales para la entrada del niño en la escuela. La estimulación motora-cognitiva y psicosocial, que en otros tiempos era tarea de los padres, abuelos y otros integrantes de la familia

extensa, en la actualidad es función de personal especializado en el jardín.

Por último, el autor llama la atención de cómo el menor y el joven se han considerado sujetos del derecho, por consiguiente se ha presentado toda una legislación sobre el derecho del menor y a su vez las formas de relacionarse este con la ley. La presencia de centros especializados en menores infractores de la ley deja abierta la pregunta si no es esta otra manifestación de cómo el Estado y otras instituciones no están acogiendo funciones con referencia a los menores de edad que antes eran de los padres.

bibliograFíaAA.VV. Historia de la infancia en América Latina. Bogotá, Edi-

torial Universidad Externado de Colombia, 2007, p. 673. Jurado Jurado, Juan Carlos. Problemáticas socioeducativas de

la infancia y juventud contemporánea http://www.rieoei.org/rie31a06.htm

Ministerio de Educación Nacional. República de Colombia. Organización de Estados Americanos. Pautas y prácticas de crianza en familias colombianas. Serie Documentos de investigación. Punto EXE Editores. 2000, p. 272.

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En nuestro afán por hacer de la política una acti-vidad con sentido ciudadano, lo que parecería una redundancia, presentamos unas consideraciones que se apartan del trillado discurso, a veces mal repetido, por políticos casi siempre en tránsito electoral, que se limita a la repetición de “hay que mejorar la calidad de la educación y ampliar la cobertura educativa”, sin decir cómo y mucho menos sin detenerse a explicar sobre qué educar.

El ciudadano debe decidirse a ejercer su li-bertad con responsabilidad; la educación es una herramienta clave para formar en libertad, para prepararnos a no seguir siendo utilizados por quienes, desde el ejercicio del poder, se olvidan que su obligación social es la de propender por el bien común.

En Colombia, el derecho a la educación se en-cuentra consagrado como un derecho fundamental de los niños en el artículo 44 de la Constitución Nacional. Entendiéndose como fundamentales aquellos derechos inherentes a la persona huma-na, por lo que al Estado solo toca reconocerlos. El artículo 67 de la Carta indica que la educación es un derecho de las personas, y que con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica y a los demás bienes y valores de la cultura.

Intentaremos derivar, de los preceptos consti-tucionales citados, los Fundamentos Filosóficos de las Políticas Públicas de la Educación en Colom-bia, para llegar a concluir que la educación es un asunto de política y de cultura, y que no puede con-siderarse como propuesta filosófica de educación el limitarse a la planeación educativa definida en los planes de desarrollo de los entes territoriales, las más de las veces, tan distintos entre gobierno

Educación para el ejercicio de la libertad

Dimas Martínez Núñez*

* Abogado y psicólogo graduado; maitrise en Ciencias de la Educación. Profesor del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte.

y gobierno; o reducir el asunto a la definición de un currículum, ampliar la cobertura educativa, el mejoramiento de la calidad y al desarrollo de una teoría pedagógica, puesto que, por válida que ella sea considerada, gracias a las diferencias econó-micas y sociales, resulta deficiente para atender los requerimientos y necesidades de estudiantes con marcadas diferencias culturales y económicas; esto es lo que lleva, en palabras de Bruner, a la falta de “manejabilidad”, por no consultarse las necesidades propias de cada comunidad, porque

Estudiantes del Colegio Pies Descalzos, Barranquilla.

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Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 11-12. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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la teoría funciona bien, cuando es afín con la rea-lidad cultural.

Las investigaciones realizadas por Bruner y su equipo le permitieron concluir que una teoría de la instrucción es una teoría política, en el sentido de que se deriva del consenso que se refiere a la dis-tribución del poder dentro de la sociedad (mundo de las relaciones sociales) y para cumplir qué roles, atendiendo aspectos tales como: a quién se educa, cómo se educa, cómo se distribuyen los recursos.

Iniciamos la búsqueda de la aproximación a una propuesta filosófica como la de investigar las ideas y encontrar su aplicación, antes que buscar un método pedagógico, con las lecturas del ítem I de “Educación y sociología” —La educación, su naturaleza y su papel— evocando el concepto de educación de Stuart Mill: “todo lo que hacemos por voluntad propia y todo cuanto hacen los de-más a favor nuestro con el fin de aproximarnos a la perfección de nuestra naturaleza…”, y el del fin de la educación de Kant: “desarrollar todas las facultades humanas…”, planteando un concepto de Durkheim: “no existe pueblo alguno donde no haya un cierto número de ideas, de sentimientos y de prácticas que la educación deba inculcar indis-tintamente a todos los niños, independientemente de la categoría social a la que pertenezcan estos. Incluso, ahí donde la sociedad está fragmentada en castas cerradas las unas a las otras…” Durkheim define la educación así: “La educación es la ac-ción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social: tiene por objeto el suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al cual está especialmente destinado”.

Siendo que la educación tiene una función colectiva, es imposible que la sociedad no esté vin-culada a ella, por lo que el Estado debe desarrollar su sentido social y velar por que todos los niños se eduquen con principios morales y democráticos. Así, la educación superpondrá al ser individual y asocial que somos al nacer, en un ser totalmente nuevo. Esta Filosofía sirve para definir sobre qué educar. “He ahí la cuestión”.

Si aceptamos que la posibilidad de ser hu-mano se realiza por medio de los demás, hemos de tener mucho cuidado para evitar que nuestra sociedad y, específicamente, nuestra juventud no se conviertan en réplicas de los demás de manera

accidental, entendiendo por accidental, carentes de intencionalidad. Debe ser la educación un pro-ceso que afiance la identidad del individuo para que construya su libertad de ser.

Que somos un Estado social de derecho fun-damentado en el respeto a la dignidad humana y la solidaridad, debe traducirse en una Filosofía de la Educación que enseñe a pensar, a ser re-flexivo, para que nuestra juventud tenga como propósito el bien del otro, teniendo consciencia de sus conciudadanos. Esta capacidad solo pue-de ser desarrollada por el hombre, es algo que va más allá de lo dado por la naturaleza, pertenece al ámbito de lo cultural. Lo que se está diciendo es que, en la definición de una Filosofía de la Educación con una visión moderna del mundo, debe quedar en claro que el niño necesita darse cuenta de sus limitaciones para tomar conciencia de sus necesidades. J. J. Rousseau en el Emilio o la educación dice: “El mundo real tiene sus lími-tes, el imaginario es infinito. El real es un modo de la naturaleza, el imaginario, es puesto por la imaginación humana, por consiguiente no puede ser considerado por la ciencia pedagógica. De aquí resulta que, así como los animales tienen las fa-cultades necesarias, el hombre tiene, además de estas, otras no necesarias”.

En consecuencia, la preocupación de un modelo educativo no debe ser solo la de enseñar ciencia y tecnología. Debe ser su preocupación, también, fortalecer las formas de socialización asistidas de una filosofía humanista de los valores morales, ciudadanos, de solidaridad y de libertad; es decir que la educación debe estar orientada a enseñar a pensar no de una manera concretista, analogizan-te, superficial. Digámoslo ahora con las palabras utilizadas por Fernando Savater en su libro El valor de educar: “Las formas institucionalizadas de educación deben, en síntesis, formar no solo el núcleo básico del desarrollo cognitivo, sino tam-bién el núcleo básico de la personalidad”. Decimos nosotros, una Filosofía de la Educación con una visión moderna del mundo debe considerar la for-mación del hombre considerando sus necesidades y su libertad.

reFerencias bibliográFicasJerome Bruner, Importancia de la educación.Émile Durkheim, Educación y sociología, 2ª ed., Madrid, Edi-

ciones Península, p. 43 a 72.Fernando Savater, El valor de educar, Ed. Ariel, 1ª edición en

Aula, 2004, p. 31.Jean-Jacques Rousseau, Emilio o la educación, Ed. Edicomu-

nicaciones, p. 22 a 34.Constitución Política de Colombia, arts. 44 y 67.

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inTroducción

Se realiza un estudio sobre las celebra-ciones centenarias del 5 de diciembre de 1915, asociada al sitio de Pablo Morillo para lograr la reconquista de Cartagena y la celebración del 24 de febrero, relaciona-da con el fusilamiento de los mártires de la independencia. Se demuestra que estas conmemoraciones son realizadas por los sectores gobernantes de la ciudad con el objeto de construir una memoria política y patriótica hegemónica que logre someter al olvido la persistente memoria política y patriótica de los sectores populares de la población representada mediante el reconocimiento de las acciones de negros y mulatos en el proceso de independencia y de fundación de la república. En este sentido, estas conmemoraciones centena-rias se convierten en uno de los esfuerzos más importantes de la élite cartagenera para presentar de manera exclusiva las acciones de los sectores representativos de su clase en la realización de la república.

Negros y mulatos en la reconstrucción de una memoria política de Cartagena

a principios del siglo XX*

Raúl Román Romero**

* Agradezco a Arcadio Díaz Quiñónez los comentarios que hizo al estudio inicial de Memoria y contramemoria: el uso pú-blico de la Historia, que fueron fundamentales en esta nueva reflexión sobre la construcción de la memoria en Cartagena.

** Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, sede Caribe; estudios de doctorado en historia de América en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España, magíster en Estudios del Caribe, Universidad Nacional de Colombia. His-toriador de la Universidad de Cartagena. Líder del grupo de investigación Nación, región, economía y poder en el Caribe y América latina (categoría A).

***

Solo cuatro años después que tuviera lugar la celebración política y patriótica más importante de Cartagena, el 11 de noviembre de 1911, día en el que se conmemoró el centenario de la indepen-dencia de la ciudad, se hacía público el programa de una nueva y sorprendente festividad para ce-lebrar el “primer centenario del sitio de Cartagena

Puerta del Parque del Centenario de la Independencia de Cartagena. En la estela, la lista de los mártires.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 13-24. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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ocurrido en 1815”. El programa buscaba organizar como en él se señala “los actos públicos con que se conmemora esta fecha de gloria y dolor”, se trataba paradójicamente de rememorar el centenario de los hechos más dolorosos de los hijos de Cartagena en procura de la liber-tad y el sistema político republicano en general1.

En efecto, los días 4, 5 y 6 de diciembre de 1915 fueron dispues-tos insólitamente por las autorida-des cartageneras para celebrar de manera espectacular, cien años después, los acontecimientos que terminaron con la toma de la ciu-dad por parte del ejercito pacifica-dor al mando del general español Pablo Morillo. Durante estos días los habitantes de la ciudad despertaron de manera poco habitual, en medio del aturdimiento y la alteración que le causaban los ensordecedores disparos de cañón realizados desde los baluartes y el fuerte olor a pólvora. Pese a esta perturbación, desde muy temprano concurrían como espectadores silen-ciosos a mirar los números programados dentro de un ceremonial que buscaba señalar el “duelo que deben llevar los corazones patriotas por los antecesores”2.

Desde el primer día en horas de la tarde, el rito tomaba su carácter espectacular, al apropiarse del espacio público, mediante la congregación de los habitantes en la Plaza de la Proclamación de la Independencia, sitio en donde se dieron cita “las autoridades, colegios, tropa y pueblo”, para dar inicio a la “Gran Procesión Cívica” que a las 3 p.m. partiría de dicho lugar, recorriendo las principales calles de la ciudad, y terminando en el Paseo de los Mártires, dándole la vuelta a este, hasta situarse frente a la Puerta Central de la Boca del Puente, en donde finalmente terminaría la procesión, para inaugurar la exhibición pública de una lapida adosada allí, “para conmemorar la evacuación de la plaza el día 5 de diciembre de 1815, como síntesis del largo asedio que en tal día terminó trágicamente para las armas patriotas”3. Sin duda, este desfile ponía ante la óptica social una resigni-ficación histórica del sitio de 1815, donde la huida o el abandono de la plaza se transformaban en un acto de extraordinario valor patriótico.

Con esta rememorativa festividad, que evoca la destrucción casi absoluta de la ciudad, un aterra-

dor número de víctimas y la entrada del ejército español a las calles de la vencida plaza fuerte, se quería redimensionar la resistencia de los cartage-neros iniciada desde el mes de octubre y finalizada los primeros días del mes de diciembre de 1815, al tiempo que se ocultaba el fracaso que ello sig-nificó para el proyecto político independiente de la recién constituida República de Cartagena. Varias cuestiones llaman la atención de esta repentina celebración, ¿cuál era el objeto de esta celebración? ¿Qué tipo de intereses movieron a los sectores dirigentes de la ciudad para celebrar una fecha que por sobre todas las cosas hacía alusión al fracaso del primer ensayo de gobierno republicano realizado por Cartagena de manera independiente de la Nueva Granada? ¿Existía algún interés en conmemorar la reconquista española o las pér-didas humanas y materiales que el sitio produjo para Cartagena?

Las respuestas a estas preguntas no pueden ser completas ni veraces si no se asocia esta celebra-ción a una situación menos coyuntural que a la simple celebración de esta fecha, pues, la extrac-ción de estos recuerdos del pasado está inscrita dentro de un proyecto de largo aliento, formulado y reformulado por las élites dirigentes de la ciudad con el propósito de construir una memoria política y patriótica de Cartagena, que buscaba ante todo magnificar las acciones de las élites dirigentes de la ciudad en favor de la instauración de la república, para de esta forma legitimar su posición en la po-lítica y sus proyectos hegemónicos. En tal sentido, esta celebración no puede analizarse de manera aislada, de la no menos sorprendente celebración centenaria del fusilamiento de los llamados “Már-

Tomadas de la Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango (BVLAA).

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tires de la Independencia”, prevista para el 24 de febrero de 1916, solo tres meses después de la celebración del sitio de Morillo4.

Efectivamente, estas dos conmemoraciones centenarias presentadas de manera coordinada pretendían trasportar, cien años después de efec-tuados los acontecimientos, un mito atemporal sobre el origen y la fundación de la República de Cartagena iniciada con los acontecimientos del 11 de noviembre de 1811. Lo fundamental de este intento era otorgar toda la gloria y el sacrifi-cio por la independencia a los hombres fusilados por Morillo (Manuel del Castillo, Martín Amador, Santiago Stuart, Pantaleón Germán Ribón, José María Portocarrero, Antonio José de Ayos, José María García de Toledo, Miguel Díaz Granados) y al misino tiempo ratificar la condición de estos como gestores exclusivos de la independencia de Cartagena. Gabriel Porras Troconis, miembro de la Academia de Historia, de la Junta del Cente-nario y redactor del periódico El Porvenir, órgano de información más importante de la ciudad, en un editorial a propósito de la celebración del 104 aniversario de la independencia de Cartagena, señalaba el 11 de noviembre como el suceso más trascendental que registra la historia de Colombia, y anunciaba la necesidad de celebrar dos cente-narios de gran importancia.

En esta vez Cartagena, después del aniversario de su gloria tiene que conmemorar el centenario de dos de sus más grandes dolores; dolores, que llevan su halo de gloria, como que ellos fueron origen de la felicidad futura. Nos referimos a las fechas del 5 de diciembre del presente año, convencionalmente

tomado como síntesis de todos sus sufrimientos y torturas del largo asedio puesto a esta ciudad por el jefe español Pablo Morillo y el 24 de febrero de 1916, en que el sufri-miento de nuestros Mártires selló con sangre la independencia proclamada haciendo entonces más imposible la reanudación de la vida de sumisión llevada en los siglos anteriores5.

Para hallar espacio a la acción histórica propia, las élites inten-taron eliminar otras acciones que desde el punto de vista histórico resultaban definitivas a la cons-trucción de la república. En otras palabras, hicieron el montaje de una representación histórica con una deliberada negación de la ver-

dad fáctica, donde la capacidad de mentir, y de cambiar los hechos, se hayan interconectadas. Este objetivo obvio obligó a las élites en estas con-memoraciones a emplear una historia idealizada, construida y reconstruida según sus necesidades para legitimar su poder. Por esta razón, aunque el 5 de diciembre de 1815 y el 24 de febrero de 1816, día del fusilamiento de los denominados Mártires, representaron ante todo la instauración del poder español y la frustración de la indepen-dencia definitiva, conseguida el 11 de noviembre de 1811, las élites intentaron sobre todas las cosas convertir estas dos fechas en el triunfo definitivo de la libertad y sello definitivo de la independen-cia de los cartageneros. Tal como lo demuestra la retórica patriotera del momento, que se sintetiza en el programa de la exposición que se celebraría en honor al fusilamiento de los mártires el 24 de febrero de 18166.

Nada más conforme con el pensamiento que guió a los próceres fundadores de nuestra independencia, que la realización de todas aquellas obras que ten-gan como objetivo primordial el engrandecimiento y progreso de la patria que nos legaron, porque de ese modo, concurriremos en la medida de nuestras fuer-zas y de conformidad con el tiempo y las circuns-tancias, a terminar la obra iniciada por aquellos.

La realización de este pensamiento armoniza, pues, con el fin capital de los fundadores de nuestra Independencia, y tiene cabal cabida en el programa de lo actos públicos con que se conmemorara el centenario del Fusilamiento de los Mártires7.

La intención de representar a los grupos hege-mónicos como herederos del proyecto republicano

Postales del Centenario de la Independencia de Cartagena (BVLAA).

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propuso la transposición del relato histórico, utilizando una producción de imágenes, la manipulación de símbolos y el ordenamiento jerárquico en el cuadro ceremonial. Esta ope-ración se llevó a cabo de acuerdo con modelos usuales de representación de la sociedad y de legitimación de las posiciones gobernantes. Por la manera como estaba concebido el programa de esta celebración, es claro el interés de las élites por convertirse en objeto central de la óptica pública, ya que brindaron un espectáculo en el que se convierten en sujetos magnificados de la contemplación social. Entre tanto, el pueblo cumple con el papel de simple espectador de las acciones, dada la ninguna participación de estos en el programa8.

El primer desfile programado el 4 de diciembre de 1915, debido a la estructura jerárquica en que se encuentra organizado, permite tener una idea precisa de la imagen que querían brindar los sectores gobernantes, ya que en la formación aparece en primer orden la primera autoridad del país, precedida de la autoridades departamentales, locales y de toda la gama burocrática en orden de importancia y estatus, escoltados con un desfile sonoro de la banda musical y el desfile de los alumnos objeto del disciplinamiento del poder9.

El orden del desfile será el siguiente: Banda de Música Popular, Colegios Públicos y Privados, Co-che del excelentísimo Presidente de la República, Coche del Gobernador del departamento y sus secretarios, Coche del Prefecto y su secretario, coche de los huéspedes con carácter oficial acom-pañados por miembros de la Junta Directiva de las fiestas centenarias, coche del Concejo Municipal, coche del Tribunal Superior, coche del Tribunal de lo Contencioso Administrativo, coche del Tribunal de Cuentas departamental, Coche de los Jueces y Fiscales, coche del Alcalde del distrito y su secreta-rio, coches del Centro de Historia, coches ocupados por las damas cartageneras, coches de los socios del Club “Cartagena” y el Club “La Popa”, coches particulares, regimiento “Sucre” Número 2 con la Banda Militar a la cabeza10.

El objetivo de dar un despliegue extraordinario a las acciones de los sectores dominantes de la so-ciedad cartagenera exigió poner al servicio de estos los mecanismos necesarios para su exhibición; por ello, se incluyó dentro de la programación de la festividad un número coordinado y ejecutado de manera directa por el sector más representativo de la élite dirigente cartagenera asociada en el Club Cartagena, quienes realizaron una batalla de flores

con características de espectáculo público, que se extendió desde las principales plazas a casi la totalidad de las calles de la ciudad acompañados de un ceremonial militar11.

A las cuatro de la tarde y organizada por el Club Cartagena, que ha querido concurrir con ello a dar mayor esplendor a las festividades, se dará una gran batalla de flores en la plaza Rafael Núñez, el Camellón de los Mártires y principales calles de la ciudad. Para la batalla se dividirán los contendores en dos bandos y simularán encuentros en las pla-zas mencionadas y calles principales de la ciudad. Cada grupo de combatientes irá precedido de un Estado mayor a caballo con vestidos apropiados y acompañados de cornetas que darán los toques necesarios para el buen desarrollo de la lucha12.

El poder de los grupos dirigentes les permitió utilizar medios espectaculares para señalar su ascenso en la historia, haciendo un uso público de algunos hechos que dotaban de valor y valentía a todos aquellos que desesperadamente huían de las represalias españolas; por ello, se seleccionó la dramatización como medio más eficaz para cumplir con este cometido y el día 5 de diciembre el último número fue la representación teatral de la fuga que realizaron distinguidas personalidades del comer-cio cartagenero, rompiendo el cerco establecido por las embarcaciones de los sitiadores españoles.

A las once de la noche del día 5 de diciembre de 1815 la Guarnición de Cartagena se hallaba em-barcada a bordo de la cuadrilla independiente, dispuesta a hacerse a la vela para forzar el paso cerrado por las baterías que los españoles habían emplazado de una y otra costa de la bahía. Para conmemorar estos sucesos, coronación y heroica defensa de Cartagena, la junta directiva ofreció a las nueve p.m. una reproducción con naves arre-

BVLAA.

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gladas al efecto y fuegos artificiales del último y formidable combate sostenido por los emigrantes contra las fuerzas sutiles de mar y tierra de los sitiadores españoles.13

Sin embargo, es a partir de la construcción mitológica del héroe que con mayor frecuencia se engrandece la teatralidad política; en razón de esto, el programa no podía dejar de lado la simbolización de actos heroicos, como el presentado en las horas de la noche del segundo día de festejos, realizando un simulacro de fuegos artificiales en la cima de la Popa, alusivo a la defensa del frustrado asalto por parte de los españoles el 11 de noviembre de 1815. Otros números contemplados dentro del pro-grama evidencian con mucha nitidez la intención de transmitir a la sociedad cartagenera elementos emotivos que pudieran despertar la sensación del asedio que pudo vivir la ciudad. El día cuatro a las 12 de la noche se dio despedida a la programación con una procesión de antorchas realizada por uno de los regimientos militares, que se desplazó por las principales calles despertando la admiración de los vecinos de la ciudad14.

La intención de los sectores dominantes con estos festejos era doble; por un lado, buscaban que la independencia se representara exclusivamente con ciertas acciones y situaciones en las que se

vio envuelta la clase dominante de la ciudad, utili-zando convenientemente una selección sistemática de aquellos recuerdos que comprometieron la vida de algunos hombres en procura de la salvación de la patria y el proyecto republicano. De lo que se trató en esencia fue de la selección de unos hé-roes representativos de las clases dominantes. Por otro lado, se pretendía enmascarar la realidad al excluir la participación de los sectores populares, negros y mulatos en el proceso de independencia, silenciando sus personajes más representativos y con los cuales se identificaban estos sectores de la sociedad cartagenera15.

El último día de las fiestas alusivas al sitio nuevamente los cañonazos despertaban al pue-blo de Cartagena y lo preparaban para un nuevo encuentro en la Plaza de la Proclamación de la Independencia, donde se iniciaría una procesión cívica “acompañada por las autoridades eclesiás-ticas y civiles, corporaciones públicas, damas, y caballeros de la sociedad cartagenera, el pueblo entusiasta y el regimiento “Sucre” Número 2, hasta el paseo Heredia, en donde se colocará la primera piedra del monumento qué allí se erigirá a don Pedro de Heredia ilustre fundador de Cartagena”16.

Con este acto, en apariencia contradicto-rio, esta celebración centenaria, que ante todo exaltaba la defensa realizada por los sectores dominantes de la ciudad, contra la reconquista española, incluía dentro de su programación un número donde se rendía culto a los conquistado-res españoles causantes del fracaso del proyecto independentista; pero, más sorprendente aún, resulta que la justificación para la realización de tan solemne homenaje haya sido el agradecimiento a los españoles por el regalo de la patria. Sin duda, este reconocimiento de lo hispano se encuentra insertado en una tradición fortalecida en el mar-co del proyecto político de la Regeneración, muy usada durante los gobiernos de la hegemonía con-servadora, donde lo hispano se convierte en el ele-mento fundamental de la identidad nacional. En

“Batalla de flores” del Centenario de la Independencia de Cartagena.

BVLAA.

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consecuencia, las élites cartageneras instrumen-talizaron la doble celebración para invisibilizar lo negro y lo mulato en los actos fundacionales de la república y la libertad. Al respecto, puede verse el sustento ideológico que justifica la exaltación de lo español en el festejo.

Al conmemorar la ciudad Heroica los hechosquedieronpor resultadofinal la Independenciadequegozamos quiere confundir en una sola, la gloria de los libertadores y los conquistadores, ya que unos y otros contribuyeron a darnos esta patria amada, y son la másaltaexpresióndelarazahispanaaquenosgloriamosenpertenecerconlegítimoorgullo17.

No cabe ninguna duda sobre la existencia de prejuicios de raza y clase en la selección de los personajes fundadores de la república, lo que de muchas maneras tiene que ver con el imaginario social de la élite cartagenera, quienes se apropia-ron de la visión que, desde la región andina, los sectores dominantes construyeron sobre la nación y sus fundadores, desconociendo el papel que ne-gros, mulatos, indígenas y mestizos desempeñaron en la fundación de la república18.

Esto, por supuesto, es lo que explica, de muchas formas, la contundente rei-vindicación de las acciones de aquellos hombres de raza blanca como gestores únicos de la lucha por la independencia, como cu-riosamente lo demuestra la defensa que Pedro María Revollo, presbítero y miem-bro de la Academia de His-toria de Cartagena, realiza de Pedro Antonio García, a quien considera uno de los primeros mártires fusilados tras la incursión de Pablo Morillo a Cartagena, y, por lo tanto, no puede entender por qué a pesar de que este “no era un hombre vulgar o de nombre oscuro como lo hemos de ver; no nos ex-plicamos cómo su muerte y aún su nombre se escapó a la pluma de los hombres que lo sobrevivieran”.19 El presbítero Revollo tenía parentesco con su olvidado prócer, y justificaba el reco-

nocimiento de mártir de la independencia al que se hacía merecedor, señalando, como argumento legítimo, lo siguiente:

Fue nuestro prócer español de nacimiento, casado con una criolla, pero siguió el partido de éstos y sirvió a la causa de la independencia de la patria nueva con lealtad, hasta el costo de su vida.

Era García alto de cuerpo, de musculatura recia, ojos claros, cabellos castaños y tez sonrosada; por su gallardo aspecto parecía un inglés de buena raza...20

Los elementos centrales de esta justificación, que a todo trance busca el reconocimiento, prime-ro de la condición de español y blanco de Pedro Antonio García para que pueda ser admitido como prócer y mártir de la independencia, es una con-tundente prueba que evidencia innegablemente que la condición racial jugó un papel central en la sociedad cartagenera y en la construcción de su memoria política; y, de otro lado, demuestra que los sectores dirigentes cartageneros y los his-toriadores de la ciudad solo estaban dispuestos a reconocer como precursores de la república sujetos cuya piel fuera blanca21.

No en vano, Pedro M. Re-vollo, con estos argumen-tos, intentaba persuadir a la Junta del Centenario y a sus compañeros de la Academia de Historia, que se colocara una lápida en la Plaza de los Mártires, que recordara públicamente el sacrificio de Pedro Antonio García, en beneficio de la patria, arguyendo que si esta petición no era acepta-da “continúe la lápida negra y pesada del olvido sobre la memoria de quien sacrificó su hogar y su vida en aras de la independencia con menores servicios pero no con menor mérito que los diez afortunados a quienes la blancura del mármol muestra a la vista de los transeúntes”22.

Esta combinación de celebraciones, la de di-ciembre de 1915 y la de enero de 1916, representa, aunque el más desesperado

Celebración del Centenario de la Independencia de Cartagena. BVLAA.

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esfuerzo, también el más contundente, realizado por la élite para desaparecer la existencia de una memoria de corte popular, que asociaba la funda-ción de la República de Cartagena con las acciones de los mulatos y negros23. También representa la tentativa más nítida para concretar los intentos de construcción de una memoria política hegemónica, que se había iniciado en la segunda mitad del si-glo XIX por parte de una generación de dirigentes cartageneros que se enfrentaron al predominio popular y mulato en las direcciones políticas de la ciudad, que legitimaba su posición por medio de una memoria política, donde se representaban como los iniciadores de la independencia defini-tiva de Cartagena. Esta preponderancia popular mulata cartagenera se mantuvo hasta los últimos 20 años del siglo XX, cuando la formación de una nueva red de poder alrededor de Rafael Núñez cambió la relación de fuerzas en la apropiación de los espacios políticos en la ciudad24.

Por esta razón, estos sectores dirigentes de la ciudad aprovechaban la ocasión centenaria para solemnizar en estos eventos la única fuente de legitimidad para mantener su tambaleante hege-monía en la ciudad, pues hasta ese momento ellos tenían razones de sobra para temer una nueva arremetida popular hacia los espacios de poder, ya que en la celebración del Centenario de 1911 la clase dirigente de la localidad, pese a su proyecto de magnificar las acciones de su clase como pre-cursora única de la independencia de la ciudad, tuvo que enfrentar la propuesta impulsada por los

artesanos de la localidad de contrapo-ner a la memoria oficial establecida por ellos, una memoria política de carácter popular, que reivindicaba las acciones del mulato Pedro Romero Walker y de las milicias de Lanceros compuestas de negros y mulatos del arrabal de Getse-maní, capitaneadas por este25.

Este personaje, reclamado por los sectores populares de la población como un símbolo político de la indepen-dencia y sobre quien pensaban erigir una estatua en el Parque del Centena-rio, espacio vedado para instaurar la memoria política de la independencia cartagenera, fue objeto de la margina-ción por parte de la Junta del Centena-rio, cuando la estatua y el ceremonial de inauguración que la debían acompañar fueron excluidos del programa de dicha festividad. En tal sentido, como un acto

de reconocimiento a las horas de trabajo gratuitas destinadas por los artesanos a las obras de fina-lización del parque y a los recursos económicos aportados por estos, la junta de la festividad erigió una estatua en honor al trabajo, que simboliza la estampa de un herrero tipo europeo con la que por supuesto no se identificaron los artesanos26.

El intento anterior de los artesanos para cons-truir materialmente un símbolo político represen-tativo de su clase a la vista pública de la sociedad cartagenera, no se presentaba de manera aislada; este hecho estaba acompañado de un conjunto de acciones organizadas políticamente en el ámbito local y departamental, con clara conciencia de la necesidad de propagar su opinión por diversos mecanismos, entre ellos, el más importante: la prensa. Con esta intención la Sociedad de Arte-sanos de Cartagena creó la publicación semanal Voz del Pueblo, que se constituyó en elemento de propagación pública de un discurso que señalaba a los sectores dirigentes de la ciudad y el país como traidores del proyecto republicano, debido a que estos con sus enfrentamientos partidistas y sus intereses por encima de las necesidades populares habían impedido la ampliación de la ciudadanía política, al excluir a los elementos populares de la educación, pieza fundamental para la consecución de aquella y piedra angular para la ampliación democrática que debía acompañar toda república. Al respecto, señalaban desde Voz del Pueblo:

Los hombres que conforman esa mayoría no son considerados como ciudadanos y esos hombres

Anónimo, Reina y su corte en la escalera del Teatro Heredia, en los I Juegos florales de Cartagena, 1911, copia en gelatina, 16.8x12 cm (BVLAA).

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no pueden reclamar sus derechos de ciudadanos, porque forman una masa analfabeta, y sobre esa miseria levantan su obra nuestros políticos, esa obra es inmoral y criminal27.

Aunque la élite gobernante desde el control que tenía de la festividad pudo frustrar, con cier-to éxito, la materialización pública del símbolo político popular, encarnado por Pedro Romero, esto no disminuyó, de ningún modo, la preocu-pación frente a la amenaza que representaban los cuestionamientos contra la élite, emitidos por los sectores populares de la ciudad, los espacios que venían tomándose estos sectores en cabeza de los artesanos y el uso público de la historia que, aun-que no era sistemático, reconocía a los artesanos como sujetos históricos y políticos cumpliendo un papel fundamental en el proceso de construcción de la república. La combinación entre el discurso emitido a través de la prensa, la acción y la orga-nización política emprendida por los artesanos, generaban cada vez mayor impacto en la opinión pública, especialmente popular28.

En efecto, desde el año de 1909 los artesanos se organizaron bajo la Sociedad de Artesanos de Cartagena y a partir de esa sociedad lograron co-locar dos representantes de la organización en el Concejo Municipal, lo cual suscitó una reacción de parte de la dirigencia de la ciudad, que llamaba la atención sobre la visible presencia de los artesanos en los puestos públicos y que, en tal sentido, era indispensable evitar que el cabildo se convirtiera en “merienda de hojalateros”, como años atrás29. No obstante, los artesanos siguieron ocupando una importante representación en el concejo mu-nicipal durante los siguientes años. Fortalecidos por el respaldo popular, en 1915 lanzaron una lista propia al concejo, causando la inquietud de los sectores dirigentes de la ciudad, que veían en estas acciones una fuerte amenaza a su hegemo-nía política.

Frente a estos hechos, para nada aislados, tienen que comprenderse estas dos celebraciones, que dan clara muestra de la preocupación de la élite frente a la existencia de una arraigada me-moria política y patriótica popular que funcionaba como unificadora e impulsora de los proyectos futuros populares, impidiendo de múltiples formas el predominio de la memoria política pretendida por los sectores dirigentes. Si bien estas celebra-ciones constituyen un esfuerzo contundente para afianzar el protagonismo histórico y político de los sectores dominantes en el proceso de indepen-dencia, también evidencian el fracaso de un largo

proceso de disciplinamiento de la memoria social cartagenera, y el inconcluso y traumático proceso de invención de una tradición que les permitiera a los sectores dominantes cartageneros su legiti-midad en el poder30.

Al parecer, hasta ese momento conmemorativo de los centenarios de muy poco había servido re-tomar en los discursos patrióticos los nombres de los mártires como gestores de la independencia, como tampoco había sido eficaz darle a importan-tes calles y plazas de la ciudad los nombres de estos; tampoco funcionó la construcción del Paseo de los Mártires en la década de 1870, pues al lado de esos intentos persistía una fuerte resistencia popular a olvidar a aquellos personajes históricos con los que se identificaban; como reacción a los intentos señalados anteriormente, la figura de Pedro Romero y su familia seguía siendo reivin-dicada. En una publicación de 1880 se decía lo siguiente:

El ciudadano Pedro Romero natural de la ciudad de Matanzas de la isla de Cuba, era el 11 de Noviembre de 1811 el comandante del cuerpo denominado “Los Lanceros de Jetsemaní” i él con dicho cuerpo unido a su yerno el Dr Ignacio Muñoz marcharon en ese glorioso día a la cabeza del pueblo del Convento de San Francisco al frente del palacio a exigir de la suprema junta de gobierno, la independencia absoluta de la Monarquía Española, pues ella juzgaba que aún no era tiempo — el comandante Pedro Romero con sus hijos Mauricio, José, Tomas i Sebastián fueron también de los defensores de esta plaza en el memorable sitio de 1815, saliendo con la migración a la ciudad de los cayos en donde murió dicho comandante Romero31.

Pablo Gómez Isaacs, Tanque de guerra para disparar buscapiés, h. 1928, copia en gelatina, 20x15 cm (BVLAA).

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Sin duda, las últimas celebraciones centenarias que se realizaron en Cartagena y los extraordina-rios esfuerzos realizados por la élite de la ciudad en el marco de estas conmemoraciones, indican con cierta contundencia, la existencia de una contra-memoria o una memoria alternativa de corte po-pular que impidió que se diera durante esos años el predominio de una memoria que, reivindicando las acciones de las clases dominantes, pretendía constituirse como hegemónica; la construcción de la memoria política y patriótica de Cartagena se convirtió en un campo de conflicto simbólico que contrapuso los intereses de clase y confirmó la exclusión de negros y mulatos como actores históricos y políticos en el proceso de formación de la república.

Cartagena representa solo un caso de esos conflictos que en el campo de la memoria ocurren en otras ciudades del Caribe. Paradójicamente, como una muestra de esa resistencia que presen-ta la memoria alternativa popular, a pocos años de las celebraciones bicentenarias —que tienen como objetivo la recuperación donde nuevamente se reconstruyen las fiestas de la independencia, cuyo objetivo central es la recuperación del sig-nificado político y patriótico de las fiestas de la independencia—, el fantasma de Pedro Romero comienza nuevamente a ser evocado en un nuevo retorno al pasado.

noTas1 Biblioteca Academia Colombiana de Historia, en adelante

BACH, Primer Centenario del Sitio de Cartagena en 1815, Pro-

grama de los actos públicos con que se conmemora esta fecha de gloria y dolor, Cartagena 1815-1915. Este programa también puede verse en: El Porvenir, Cartagena, diciembre 3 de 1915. Con relación a la celebración del 11 de no-viembre en Cartagena y la disputa entre los artesanos y los sectores dirigentes para imponer memorias políticas y pa-trióticas representativas de sus clases, ver: Román Romero, Raúl “Memoria y contramemoria: el uso público de la His-toria en Cartagena”, en: Desorden en la Plaza: modernización y memoria urbana en Cartagena. Cartagena, Instituto Dis-trital de Cultura, 2001.

2 Ver programa de la celebración citado.

3 Ibíd., págs. VII-VIII. La procesión re-correría las calles y plazas en el siguiente orden según se señala en el programa: “las calles de los Santos de Piedra, de la Iglesia, de la Estrella, del Cuartel, del Estanco, de la Universidad de San Agus-tín, calle de El Porvenir, del Colegio, de Portocarrero, Plaza de los Coches, Boca

del Puente, costado oriental del Paseo de los Mártires, y dándole la vuelta a éste, hasta situarse frente a la Puerta Central de la Boca del Puente, en donde se descorrerá el velo a una lapida adosada allí, para conmemorar la evacuación de la plaza el día 5 de diciembre de 1815, como síntesis del largo asedio que en tal día terminó trágicamente para las armas patriotas”.

4 Sobre los intentos de construir una memoria patriótica en Cartagena, ver: Saldarriaga, Grey, La construcción de la memoria patriótica en Cartagena 1850-1912. Trabajo de grado para obtener el título de historiador. Universidad de Cartagena, noviembre 2004; ver Le Goff, Jacques, El orden de la memoria, Paidós, Barcelona 1991.

5 El Porvenir. Cartagena, noviembre 9 de 1915. En otra columna que compartía página con el editorial aparecía una narración histórica que exaltaba los acontecimientos del 11 de noviembre señalando la importancia del 5 de diciembre - 24 de febrero, estableciendo una relación directa con los triunfos de la batalla de Boyacá. Lo firmaba José H. Ocampo.

6 Ver Arendt, Hannah, “La mentira en política”, en: La crisis de la república. Taurus, Barcelona 1998, pág. 13. Ver también Balandier, Georges, El poder en escenas, Paidós, Barcelona 1994. Ver: Exposición de Cartagena en Febrero de 1916: Primer Centenario del Fusilamiento de los Mártires, 1816 Cartagena 1916, pág. III Cartagena diciembre 12 de 1915. Ver el programa de la festividad en: El Porvenir, Cartagena 23 febrero de 1916. La negrilla es mía.

7 Exposición de Cartagena, en febrero de 1916, programa citado, pág. III.

8 Sobre el tema de las herencias de poder, ver: Levi, Giovan-ni, La herencia inmaterial: la historia de un exorcista piamontés del siglo XVIII. Ed, Nerea, Madrid, 1990. Sobre la construcción de imágenes y menoría, ver: Saldarriaga, Alberto. Imagen y memoria en la construcción cultural de la ciudad. En: Torres T., Carlos; Viviescas, Fernando; Pérez, Edmundo (comp.) La ciudad, hábitat de diversidad y complejidad. Universidad Na-cional 2000, págs. 154-156.

9 Sobre el tema del disciplinamiento de la memoria, ver: Samaddar, Ranabir. “Territory and people: The disciplining of historical memory”. En Charttejee, Partha (editor). Texts of Pawer Emerging Disciplines in Colonial Bengal. University of Minnesota Press 1995, págs. 167-199.

10 Ver Balandier, op. cit., pág. 34. Para un análisis de la

Anónimo, Bendición del Club Cartagena por monseñor Brioschi, h. 1924, copia en gelatina, 16x12 cm (BVLAA).

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estructuración jerárquica de la sociedad medieval en los ce-remoniales, ver: Darton, Robert. La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Fondo de Cultura Económica. México 1984, págs. 109-145.

11 También se cumplió con otro tipo de acciones con plena intención de demostrar la superioridad social: “El día 4 a las 9 a.m., se repartió en la acera oriental de la Plaza de los Már-tires, paquetes de víveres al pueblo desvalido de Cartagena, por un grupo de damas comisionadas para ello por la junta directiva. El día 5 de diciembre se inició con los ruidos de los cañonazos ini-ciados desde la cinco de la mañana hasta las 7 a.m. con el ánimo de recordar a Cartagena, que este luctuoso día, hace cien años se cum-plió la dolorosa peregri-nación de sus valientes defensores camino de la expatriación y de la muerte y a las cinco saldrá un carro alegó-rico acompañado del pueblo cartagenero que recorrerá las principales calles de la ciudad”. Ver: Programa citado.

12 Los últimos dos números del día serían una sesión de la Academia de Historia en el Teatro Municipal, donde llevará la palabra el reconocido historiador G. Porras Troconis, y se pre-sentaría cinematógrafo público en la Plaza de la Independencia.

13 El Porvenir, Cartagena 3 de diciembre de 1915.14 El día 5 a las 12 m, se despedía el día con una procesión

de antorchas realizada por el Regimiento “Sucre” Número 2 que recorrerá las calles del Cuartel de la Policía, de Santa teresa, calle y plaza de Santo Domingo, calle de la Matunilla, de la Estrella, del Cuartel, pasando luego a la Plaza de Santo Toribio, calle Primera y Segunda de Badiílo, Plaza de la Proclamación de la Independencia hasta llegar a la calle San Juan de Dios. Ver Programa.

15 Michel Trouillot realiza un importante análisis donde presenta cinco dimensiones del silenciamiento, ver: Trouillot, Michel-Rolph, Silencing the past power and the production of history, Boston, Beacon Press Books, 1965.

16 “Casualmente en horas de la tarde comenzarían a re-unirse en la Plaza de la Proclamación de la Independencia la banda de música popular, la concurrencia de ciudadanos que deseen tomar parte en la lucida manifestación que desplegará las banderas de Venezuela y Haití y recorrerá la ciudad”, como un tributo a los haitianos y venezolanos que compartieron las penalidades del sitio y del ilustre Pétion que dio asilo y protec-ción a los emigrantes que recalaron en las hospitalarias costas de aquella hermosa Antilla.

17 Ver: Programa del Centenario del Sitio de 1815, ya ci-tado. Dos horas más tarde se realizaba un tedeum en acción de gracias por los beneficios de la independencia y la libertad, conseguidos al duro precio del sacrificio de los antecesores. Los números continuaron con una alocución del gobernador en la Plaza de la Proclamación, y una sesión del Concejo Municipal en el Salón Amarillo del Palacio de Gobierno. Ya en las horas de la tarde se iniciaba una caminata con el acompañamiento de las principales autoridades eclesiásticas, corporaciones públicas y el pueblo en general, donde llevará la palabra a nombre de la junta Fidel J. Pérez Calvo. La celebración terminó oficialmente con una retreta en el Paseo de los Mártires y presentación de cinematógrafo público en la Plaza de la Independencia a las 9:30 p.m. Sin duda, nos encontramos ante un uso particular

de la memoria. Los usos de la memoria por lo general están asociados a la manipulación de los recuerdos, en especial de los recuerdos enfrentados en el triunfo y la inclusión, de un lado, y la derrota y exclusión, por el otro, que se manifiesta en una política conmemorativa esencialmente impuesta, de la que resulta un uso deliberado del olvido, que aunque resulta nece-sario también es un factor estratégico en el sostenimiento del poder ver: Ricoeur, Paul, La memoria la historia y el olvido. Ed.

Trotta, Madrid, 2003. Sobre los abusos de la memoria ver: Todorov, Tzvetan. Los abusos de la memoria, Paidós, Barcelona, 2000, págs. 5-8. Para una reflexión sobre el tema del olvido, ver: Augue, Marc. Las formas del olvido. Ge-disa, Barcelona, 1998.

18 Ver la discusión sobre la construcción de una visión de la na-ción construida desde la región andina que se volvió dominante en el país en: Múnera,

Alfonso, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano. Planeta, 2005. págs. 22-25. La historiografía sobre la independencia de Cartagena evidencia este desprecio y desconocimiento de lo popular, ver Múnera, Alfonso, “Las clases populares en la historiografía de la independencia de Cartagena, 1810-1814”, en Fronteras imaginadas, op. cit., págs. 175-192.

19 Revollo, Pedro María. “Pedro Antonio García: Mártir de la independencia”, en: Boletín Historial N° 10, febrero de 1916, págs. 402-408.

20 Ibíd. pág. 404. También aparecen las siguientes señas. “A la muerte de la mencionada hija del prócer, Dolores, se encontró entre sus papeles su fe de bautismo, compulsada en 1858, auténticamente del libro 5° de bautizos de blancos españoles de la Parroquia de Santo Toribio”.

21 A propósito de los esfuerzos de las élites intelectuales colombianas por desaparecer a los negros e indios de la fun-dación de la nación colombiana, ver: Helg, Aline, “Raíces de la invisibilidad del afrocaribe en la imagen de la nación co-lombiana: independencia y sociedad, 1800-1821”, en Museo: memoria y nación. Museo Nacional de Colombia, Bogotá 2000, págs. 219-251.

22 Revollo, Pedro M., op. cit., pág. 408.23 Sobre la participación de negros y mulatos en la inde-

pendencia de Cartagena, ver: Múnera, Alfonso. El fracaso de la nación: región, clase y raza en el Caribe colombiano 1717-1821. El Áncora Editores, 1998. Del mismo autor ver el ensayo: “Las clases populares en la historiografía de la independencia de Cartagena, 1810-1814”, en Fronteras imaginadas, op. cit., págs. 175-192.

24 Sobre la participación de artesanos en los cargos públicos de Cartagena durante el siglo XIX, ver: Solano, Sergio. Hombres de honor en el Caribe colombiano, 1850-1930, conferencia leída en el Seminario Internacional de Estudios del Caribe, agosto, 1995. Sobre este mismo tópico ver: Flórez Bolívar, Roicer, Ar-tesanos, ciudadanía política y vecindad en la Nueva Granada, durante la primera mitad del siglo XIX. Tesis para obtener el título de historiador. Universidad de Cartagena, noviembre de 2004. Los artesanos no constituían un grupo social homo-géneo porque los oficios que desempeñaban los clasificaban, gozando de mayor prestigio los tipógrafos, sastres, carpinteros, plateros, orfebres y los maestros de obra. Estos principalmente

Una celebración, h.s. XIX.

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eran los nominados y nombrados para ejercer cargos públicos como cabildantes, alcaldes parroquiales, jueces parroquiales, tesoreros de rentas provinciales, etc. Por ejemplo, Ciprián Julio desempeñó importantes cargos públicos, siendo elegido en 1843 para ejercer el cargo de consejero municipal, y junto a Pedro Ruiz fueron designados en el año de 1845 para hacer parte de la Asamblea Cantonal, el primero por Barú, y Ruiz por el Pie de la Popa. Otros artesanos desempeñaron los cargos de alcaldes parroquiales como titulares y suplentes. En 1846 fue nombrado el tipógrafo José María Pasos como alcalde de la Parroquia de Santo Toribio, y en 1849 fueron designados Joaquín Manjarrés y Elías Gonzales como alcaldes parroquiales de La Trinidad; el primero como titular del cargo y el segundo como su suplente. De igual forma, Joaquín Martínez fue elegido cabildante en 1850 por el distrito de Santo Toribio. Sobre la elección de Ciprián Julio como consejero municipal, ver: S.P.C. Julio 14 de 1843, p. 2; sobre la elección de este mismo y Pedro Ruiz a la asamblea cantonal por Barú, ver S.P.C. Cartagena, agosto 6 de 1845, p. 3. Sobre el nombramiento de José María Pasos como alcalde de Santo Toribio, ver: S.P.C. Cartagena, enero 11 de 1846, pág. 2, y para el caso de Joaquín Manjarrés y Elías González, ver: S.P.C., Cartagena, agosto 5 de 1849, p. 2. Sobre J. Martínez A., ver: El artesano, Cartagena, agosto 8 de 1852. Entre los artesanos que ocupaban varios cargos pú-blicos se encuentran Rosalío Padilla y Manuel Castro, quienes aspiraban por el distrito parroquial de la Catedral, y Valentín Espitaleta, Ambrosio Benito Montes, Diego Lafont y Federico Núñez lo hacían por el distrito parroquial de Santo Toribio. Uno de los artesanos más prestantes en Cartagena durante el siglo XIX fue el tipógrafo Francisco de Borja Ruiz, quien a lo largo de su vida desempeñó varios cargos públicos, como la dirección del Colegio Militar y tesorero de rentas provinciales, y en algunas oca-siones llego a desempeñar varios cargos públicos a la vez. Ver Flórez Roicer, op. cit. Ver también: La Democracia. Cartagena, julio 11 de 1852.

25 Para un análisis de la contramemoria que impulsaron los artesanos encarnada en Pedro Romero, ver Román, Raúl, Des-orden en la plaza, op. cit., pág. 10.

26 El Penitente. Cartagena octubre 3 de 1910. Ver. Román, op. cit.

27 Voz del Pueblo. Cartagena, febrero 3, 1911.

28 La sociedad de artesanos logró es-tablecer una organización que sobrepasó el orden local, al conformar el Directorio General de Artesanos y Obreros de Bolívar en 1911, conformada por varios gremios y sociedades, Ver: Voz del Pueblo, marzo 24 de 1911. El Porvenir, Cartagena noviem-bre 11 de 1919, en una edición especial de esta fecha, aparece una reseña sobre la organización obrera en la ciudad. Al respecto, ver: Román, Raúl. Trabajadores y política: la idea de república aplazada a comienzos del siglo XX. Trabajo de grado para obtener el título de Historiador. Universidad de Cartagena, junio 1998. También ver: Archila, Mauricio, Cultura e identidad obrera, CINEP 1991.

29 El Caribe, Cartagena, diciembre 23, 1910, ver: Solano, Sergio “Trabajo y ocio en el Caribe colombiano 1880-1930”, Historia y Cultura N° 4, Universidad de Cartagena, 1996, pp. 61-76. Ver: “La participación de artesanos en su mayoría mulatos en cargos públicos”. Flórez, Roicer, op. cit. En 1851, entre los que podían ejercer el cargo, sobresalían los nombres de cuarenta y cuatro artesanos, entre quienes se encontraban

José Ángel Ariza, José Ávila, Pedro Ávila, José Antonio Aguilar, Manuel G. Brieva, Pedro José Angulo, Jaime Brun, José del C. Buitrago, Manuel Castro, Juan N. Castro, José María Caraba-llo, Juan José Corcho, Cecilio Estrada, Andrés Gaviria, Julián Moré, José Flores, Diego Miranda, Luis Montes Mendoza, José A. López Osse, Pedro López Osse, Federico Núñez, Rafael Mar-tínez, Joaquín Martínez, Valentín Espitaleta, José Frías, José Santos Ortiz, Marcos José Pérez, Valentín Viaña, Francisco Valiente, Juan Manuel Grau, Elías González, Cipriano Julio, Eusebio Hernández, José Nova, Rosalío Padilla, Francisco de Borja Ruiz, Fermín Rossi, José María Pasos, Marco José Pé-rez, Francisco Pacheco, Pedro Rossi, Pedro Ruiz, José Antonio Ramírez y Joaquín Manjarrés.

30 Sobre el tema de la memoria como elemento de resis-tencia en los indígenas colombianos, ver: Rappaport, Joanne. The Politcs of Memory: Native Historical Interpretaron in the Colombian Andes. Cambridge University Press, 1990. Tam-bién ver para el caso de los indígenas del Perú y Ecuador, respectivamente: MacCormac Sabine: “En los tiempos muy antiguos: cómo se recordaba el pasado del Perú en la colonia temprana”, en: Procesos: Revista Ecuatoriana de Historia N° 7, Universidad Simón Bolívar, Ecuador, I semestre de 1995. Crain, Mary M. Ritual, memoria popular y proceso político en la Sierra Ecuatoriana. Corporación Editorial Nacional, Ecuador 1989. Sobre el caso particular de la invención de la tradición ver: Hobsbawm, Eric y Ranger, Terence (eds.) The Invention of Tradition. Cambridge University Press 1983. También de Hobsbawn, “Inventando tradiciones”, en Historia Social N° 40, Fundación Historia Social 2001.

31 Recuerdos históricos de la independencia relacionados con la vida del Dr. Ignacio Muñoz: un imparcial. Cartagena. Donaldo

K. Grau, 1880 pág. 6.

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General Juan José Nieto, presidente Caribe

Rodolfo Zambrano Moreno*

* Miembro de la Acade mia de la Historia de Barranquilla; columnista de Diario del Caribe y El Heraldo, y comentarista en Telecaribe; actualmente es asesor del Gobernador del Atlántico.

En el Atlántico, en el siglo XIX, tuvimos nuestro único presidente de la república —cuando pertene-cíamos al Estado Soberano de Bolívar—: el general Juan José Nieto, nacido en Cibarco, corregimiento de Baranoa, en junio de 1804, cuando sus padres viajaban en bestias hacia Juan de Acosta, para embarcarse en Puerto Caimán.

La familia Nieto, de carácter triétnico, era parcialmente afro-descendiente. Eran agricultores, artesanos libres; de ahí el color trigueño, lo cual ocasionó que algunos, en el Museo Nacional, enviaran a París su retrato ofi-cial al óleo para retocarlo. En el cuadro conservado en el segundo piso de la Inquisición de Carta-gena, se nota que la frente y las mejillas son blancas, pero detrás de las patillas, todo el rostro de Nie-to es canela… Todo un presidente de Colombia, ¿costeño y moreno…? Sí le respetaron sus ojos verdes, que contras-taban con el color moreno de su piel y que eran parcialmente responsables de su éxito con las damas de alto coturno, a quienes asiduo frecuentó.

Nieto siempre recordó su origen popular, y por ello terminó ganándose el respaldo de los arte-sanos de los barrios de Cartagena. Sin embargo, Nieto sacó partido de su apuesta figura y contrajo

nupcias en dos ocasiones, siempre ascendiendo, vía sus afortunados enlaces matrimoniales. En la primera ocasión, con doña María Margarita Pala-cio, hija de un acaudalado comerciante —la nueva oligarquía— que sustituyó a los empobrecidos y

arruinados notables realistas, que el sitio de don Pablo Morillo, el Pacificador,

esquilmó y diezmó.

Con una morena, como él, baila-dora de las fiestas de la Candelaria en el Pie de la Popa, engendró dos hijos, Concha y Lope, quien fue siempre su compañero.

Viudo, Nieto se dedicó a al-ternar con las damas notables disponibles; otra vez su éxito político y su asimilación al medio adonde su primera mujer le ha-

bía introducido, más su atractivo físico, le condujeron a doña Josefa

Cavero y López Tagle, hija del último administrador de las aduanas reales,

don Ignacio Cavero, miembro de la élite virreinal y quien leyera al pueblo el Acta de

la Proclamación de la Independencia de Cartage-na, desde el balcón del Palacio de la Gobernación; pueblo de cabildos, estimulados con ron ñeque de Turbaco que proveyeron los Gutiérrez de Piñeres, azuzados por el líder popular Pedro Romero y re-forzado militarmente por su yerno José Prudencio Padilla y los lanceros de Getsemaní. Ese fue el nuevo suegro de Nieto, quien dejó de ser sola-mente un viudo joven, ya pudiente y buen mozo; ahora se acercaba al poder y las relaciones de la

Juan José Nieto.

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Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 25-31. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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presenta inútilmente un proyecto de organización federal.

Nieto y su proyecto son rechazados con altane-ría, como iniciativa de un “pardo ignorante”, regis-tra Fals Borda. Esto lo irrita y se propone eliminar las divisiones informales de castas dominantes, la abolición de la esclavitud, golpe económico para los hacendados, los comerciantes, y para quienes detentaban ese trabajo de bajísimo costo.

Nieto comienza a destacarse y es seducido por la masonería. Ese apoyo le sirve. Los militares santanderistas son miembros destacados: Nieto se les une. El general José María Obando, candidato masón a la presidencia, perdió; pero Márquez, masón desteñido, sí lo acoge y Nieto se deja pro-teger. Nieto, con sus nuevos amigos, se lanza a la Cámara de Representantes. Dicen que ganó, pero en los escrutinios cartageneros “le embolataron la elección”.

El gobierno quería remover las consejas de que Obando —federalista y opositor—, era el instigador oculto del asesinato del mariscal Antonio José de Sucre, y eso ocasionó que el general Obando se sublevara en Pasto en 1840.

Nieto, ofendido por la asamblea provincial, con los rechazos sufridos, se anima a respaldar a Obando, y como no tiene latifundios para reclutar la peonada —como hacían los generales caucanos Mosqueras, Arboledas, Herranes, etc., pues La Alcibia de su mujer no daba para tanto—, acude a los artesanos, sus amigos de origen. Sublevan la guarnición cartagenera y como los comerciantes de Barranquilla están molestos porque no les au-torizaron el puerto de Sabanilla para su carga de importación, mueven a su gente, y en Polonuevo se reúnen gamonales de Barranquilla, Sabanalarga y

antigua burocracia virreinal, dado ese matrimonio en 1834. Con doña Josefa Cavero, su nueva mujer, Nieto obtiene la hacienda Alcibia a la entra-da de Cartagena. Allí construyen una casa grande con jardines adonde por temporadas residen y reciben invitados, como al general José María Obando y señora.

Nieto podía progresar social y hasta económi-camente, pero había viejos notables que no lo to-leraban. Para los ricos Pombos y los cultos Calvos, estos los primeros impresores de la época, y como tal los depositarios y transmisores de la informa-ción. La imprenta para la época era como tener un computador hoy. Para ellos era un mestizo pardo, “parvenu”, un recién llegado ignorante, a juicio de don Bartolomé, el más destacado miembro de ese clan. Así se lo indica en una nota al general Mos-quera, nota que reproduce Orlando Fals Borda en su Historia doble de la Costa. Le faltaba la pátina del tiempo. Cosa hasta injusta, porque en todas las familias, “siempre alguien fue el primero”.

Nieto, por influencia de su suegro, obtuvo su primer cargo público e incursiona en actividades intelectuales con publicaciones, que los Calvos —los impresores— demeritan. Así las cosas, Nieto, estudioso, publica en 1839 la primera Geografía histórica y estadística de la provincia de Cartagena, la cual le da renombre para aspirar a la diputación provincial. No hubo antes de él, ningún estudio regional en Colombia.

Nieto publica un folleto con la venia del obispo Sotomayor adonde sostiene que “son reos de alta traición quienes intenten mudar en monárquico, el nuevo régimen democrático y republicano”; con ello intenta neutralizar las tendencias realistas supérstites, representadas por el clan de don José María del Castillo y Rada.

Ya como diputado provincial, con su negrerío a cuestas, los populares respaldándolo, Nieto

“Con motivo del natalicio de Juan José Nieto Gil, militar, político, estadista y

presidente de Colombia, nacido en Sibarco [sic], más exactamente en Loma del Muerto,

el 24 de junio de 1805, la comunidad de este corregimiento rindió un merecido

homenaje, desde tempranas horas de la mañana, reuniéndose en la Plaza Central

para rendirle tributo a su memoria, al cumplirse 205 años de nacido”.

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Soledad para apoyar la sublevación. En Ciénaga el general Francisco Carmona, quien se hace llamar el Supremo del nuevo Estado de Manzanares, se levanta y en Santa Marta deponen al gobernador Pedro Díaz Granados; pero aún, pasados dos siglos, esa procera familia todavía sigue mandando.

El supremo Carmona gana adeptos y consigue el respaldo de Riohacha, Cartagena y Mompox. Nieto se les une, y es nombrado capitán del Ejército de los Estados Federados de la Costa. En bongos artillados parten para el Banco y Magangué. La meta es enfrentar al veterano general Tomás Ci-priano de Mosquera, comisionado por el gobierno central para someter a esos “insurrectos, gozones y gritones” costeños.

La expedición recorre los pueblos ribereños, allí el Supremo desea conseguir adhesiones. El verbo fácil de Nieto los emociona y consigue —solo eso— adhesiones de sentimiento, respaldo anímico. Pero hombres, pertrechos, dinero, no; recepciones bullosas y “más na”.

En Mompox la cosa es a otro precio. Se nombra a don Tomás Germán de Ribón, jefe del Estado Soberano de Mompox y hermano del más grande terrateniente de la depresión mompoxina, don Atanasio, consorte de misia Dominga Epalza, la marquesa de Torre Hoyos, dueña de media Moja-na y del inmenso hato de san Juan Bautista de Cispataca. Pero ellos no quieren grados militares, quieren que les eliminen el impuesto nacional a la sal marina, pues cuando la suben de Mompox río arriba sí se causa. Mientras la de Zipaquirá y Nemocón, de bajada no paga. Como Carmona y Nieto no convienen, esos notables terratenientes renuncian y se nombra como jefe militar al herma-

no del jefe rebelde de Cartagena, Juan Gutiérrez de Piñeres.

El general Obando, derrotado en el sur, escapa al Perú; Mosquera y su yerno Pedro Alcántara He-rrán, desde Bucaramanga y Pamplona, temerosos de las fuerzas del supremo Carmona y Nieto, demo-raban el enfrentamiento. Proponen entrevistas se-cretas y envían a José Eusebio Caro a parlamentar. Este notó en el campamento federalista costeño peste de viruelas y disentería, y, según datos de espías, había deserciones. Decidieron esperar un poco para que la peste los debilitara más y luego atacar. Herrán ante las favorables nuevas, dejó a su suegro solo y se fue a Bogotá a intrigar su elec-ción como presidente de la república, lográndolo.

El supremo Carmona sube a Cúcuta y Mos-quera le propone que, como su yerno es ahora el nuevo presidente, se entiendan y acaben la guerra evitando más tragedias. Pero Carmona le dice a Nieto, ya ascendido a coronel, “a pelear fue que vinimos” y persiste en su propósito de derrotar al ejército centralista. El terreno escarpado no les es propicio, doce leguas de caminatas, la altura que fatiga, les saca el aire a los federales, haciendo que al iniciar el combate, en la hacienda Tescua, la ventaja sea para el ejército gubernamental. Cuando el asalto arranca, los federales atacan con vigor, estimulados por la ración de “ron con pólvora”1 que Carmona ordena darles, pero son repelidos por las fuerzas de Mosquera, protegidas

1 La tradición oral de mi familia dice que cuando nuestro bisabuelo el general Leopoldo Tovar participaba en las guerras civiles de fin del siglo XIX, para el combate de Baranoa, por ejemplo, a sus soldados, antiguos esclavos manumisos de su esposa Jacinta Arteta, la peonada de sus haciendas de Juan de Acosta, les daban ron con pólvora. En verdad, no sé cómo no se intoxicaban, pero así lo escuché de boca de mi abuela Isabel Tovar de Zambrano.

Cibarco, www.baranoa-atlantico.gov.co

Mompox.

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por los muros de la casona de la hacienda adonde se encontraban refugiados. El recién coronel J.J. Nieto recibe un balazo en un brazo y es tomado prisionero, junto con 500 soldados mompoxinos al mando de Germán Piñeres. La desbanda se inicia; las tropas federales costeñas corren hacia Maracaibo a buscar refugio dispersándose. Ese fue el más grande desastre militar del Ejército de los Estados Federados de la Costa.

El general Mosquera dio parte de victoria a su yerno el presidente general Herrán, e informó que había usado el mismo sable con que Bolívar combatió en Junín: ¿un amuleto? Los oficiales de alta graduación fueron apresados, el segundo comandante Nieto incluido. Mosquera escribe a su yerno presidente que: “Carmona con más fuerzas, las metió en un terreno adonde no cabían y eso les impidió maniobrar... Ese apiñamiento causó que no hubiera balas perdidas para los disparos de las fuerzas del gobierno”.

Conocida la derrota, el general Juan Gutiérrez de Piñeres se cambia de bando, proclama al go-bierno legítimo, repone al destituido gobernador Calvo, y le envían a los prisioneros derrotados incluido Nieto, para internarlos en Boca Chica. En febrero de 1842, el presidente Pedro Alcántara Herrán proclama en Sitio Nuevo, Magdalena, una amnistía general para buscar la paz y manifiesta que “ya pasó el aguacero, adonde nos hemos mo-jado todos”.

El coronel Nieto fue des-terrado a Jamaica; mientras tanto, con la paz el comercio se rehacía y enriquecía, la gran propiedad rural seguía —como si nada. En la Costa, la esclavi-tud formal e informal persistía, bajo diversas formas, dicen las investigaciones de Fals Borda, en su Historia Doble de la Cos-ta. Nuevas colonizaciones se dan hacia los enormes latifun-dios coloniales, los hatos de las familias herederas del antiguo marqués don Fernando de Mier y Guerra.

Una ley de 1843 permitió a Nieto regresar, y recuperar su grado de coronel. Nieto y su mujer se establecen, otra vez, entre Cartagena y la hacienda Alcibia, adonde vuelven a reci-

bir y atender como antes. Las relaciones sociales de doña Josefa, familiar de los antiguos condes de Pestagua, le amplían su círculo. Doña Soledad Román, hermana de don Henrique L. Román, el farmaceuta fabricante de la famosa “Curarina”, es una de las contertulias del nuevo círculo intelec-tual; Nieto vuelve a frecuentar las reuniones de la Logia. La política lo vuelve a picar, vinculándose al partido liberal, y logra un escaño en la Cámara de Representantes.

La última representante de la gran propiedad territorial colonial costeña, doña María Josefa, marquesa de Torre Hoyos, fallece en Mompox en 1848, reducto final de las simpatías monárquicas, aunque ellos, para sobrevivir, a veces tenían tam-bién sus escarceos democráticos. Las requisas de morrocotas, de algún ganado y bastimento para las tropas de uno y otro bando, los ayudaban a mante-ner el statu quo. Como en El gatopardo, el príncipe siciliano de Lampedusa, “había que cambiar —en este caso sacrificar algo—, para que poco cambie” o para conservar el resto, diría yo. Sus inmensas propiedades casi incontrolables, en territorios de San Benito Abad, Caimito, La Mojana y La Loba, paulatina e imperceptiblemente, estaban siendo periódicamente invadidas por las colonizaciones. Se volvieron, como dijo en alguna ocasión el pre-sidente López Michelsen, latifundios de papel, de archivos de notaría, de oficinas de registro.

En 1841 nace el periódico La Democracia, adonde Nieto irrumpe como agitador de ideas

promotoras de igualdad. Su amigo el general José María Obando accede al mando estatal —¿un caucano go-bernador de Bolívar?— El nuevo presidente del estado, Obando y su señora, doña Ti-motea Carvajal, más fea que su nombre de pila, se vienen a residir a Cartagena, y a su llegada Nieto y doña Josefa Cavero les reciben y agasa-jan en su hacienda Alcibia. Los hermanos masones se aproximan; ya Nieto ostenta el grado 33.

Don Manuel Román y Picón, el farmaceuta padre de doña Soledad y tam-bién venerable hermano, les acompaña. Obando nombra a Nieto jefe político del can-Barrio de Getsemaní, Cartagena.

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tón, adonde le tocó afrontar un terrible designio: la peste del cólera que diezmó a las clases populares de la ciudad llegada de Colón, Panamá, por unos marineros moribundos. Fals Borda registra que el pueblo comenzó a notar que “la peste no subía escaleras” y que las clases acomodadas, que vivían en casa altas y usaban calzado, escapaban al contagio; en varias semanas fallecieron 2.400 personas, mientras en Barranquilla solo 1.300. A espaldas de la Iglesia de San José (carrera 39) los enterraban.

Nieto, con el respaldo del gobernador Obando y de las sociedades de artesanos, se hace elegir para la Cámara de Representantes, y ya instalado en Bo-gotá alterna intensamente con la Logia Estrella del Tequendama, adonde es recibido por Pradilla, Samper y Camacho Roldán —el notablato san-tafereño—. Los masones querían expulsar a los jesuitas y Nieto se plegó a la injusta causa. En la cámara, Nieto menciona el monopolio de la ins-trucción en Bolívar, adonde la provincia se queda por fuera y en la ciudad solo las clases pudientes educan a sus niños. Esto dio paso al estableci-miento de la instrucción pública. La primera es-cuela, denominada “Igualdad”, la inaugura Nieto. Se proclama en el congreso la libertad de todos los esclavos con el voto de Nieto incluido, quien con ello les pasaba además la cuenta de cobro a sus conservadores oponentes. Nieto es nombrado gobernador del departamento por José Hilario López y allí sí puede hacer efectiva la liberación de los esclavos en Bolívar, la cual proclama desde el sitio que hoy ocupa el Parque del Centenario de la Independencia.

En 1857 se crea el Estado Soberano de Bolívar, con Juan A, Calvo —el hermano de don Bartolomé, el contradictor intelectual de Nieto—, como primer gobernador; una alianza conservadora manejada por la nueva oligarquía comercial e intereses ita-lianos, acaudillados por Mainero y Trucco, para quienes la provincia, más allá de las haciendas del canal del Dique, los tenía sin cuidado.

Los comerciantes y terratenientes en El Carmen de Bolívar, enriquecidos como exportadores de tabaco y la multiplicación de sus ganaderías, vi-

vían inconformes. Ya en 1859 estas fuerzas eco nómicas se rebelan, ponen al coronel Nieto al frente de la suble-vación, se toman el gobierno en Cartagena, deponen al gobernador Juan A. Calvo y el coronel Juan José Nieto asu-me el mando. El presidente conservador Mariano Ospina Rodríguez inicialmente se aguanta el brinco, mientras puede poner orden, pero la insatisfacción en los puertos caribeños es creciente. Ellos sienten que los impuestos a las importaciones —esos di-neros— apenas los ven pasar, para uso y distribución desde Bogotá, sin que a ellos les de-

vuelvan gran cosa.

Ramón Santo Domingo Vila se une a la causa y, con su primo Andrés, aporta dinero para el nuevo orden. Ospina envía un ejército para reponer en el mando a Juan A. Calvo, quien espera a las huestes del gobierno central en Mompox. El coronel Nieto con su ejército estatal los repele. El general Posada Gutiérrez, enviado desde Bogotá, escapa por el río Magdalena a Barranquilla, adonde intenta organi-zar una fuerza militar que recupere el gobierno del estado bolivarense, pero Ramón Santo Domingo Vila había llegado a la ciudad con pertrechos y refuerzos, y lo derrotaron.

El reparto fiscal sigue causando inconformi-dades, cuatro estados se rebelan: Cauca, Bolívar, Santander y Magdalena. Esta vez, Mosquera es gobernador del Cauca, pero se alía con Nieto. Nie-to ordena la separación del Estado Soberano de Bolívar el 3 de junio de 1860 y asume la responsa-bilidad de la guerra. Ospina envía al general Julio Arboleda a Santa Marta, y una división por el río sin resultados. Nieto se somete a unas elecciones que convaliden su mando en Bolívar y las gana; las consejas de los Calvos dicen que no, pero la Registraduría lo avala.

Juan José nieTo, presidenTe

El 25 de enero de 1861 Juan José Nieto Gil se au-toproclama y asume la presidencia de los Estados Unidos de la Nueva Granada, desde Barranqui-lla “hasta que el presidente electo Tomás C. de Mosquera llegue a Bogotá, ejerza el mando y se restablezca la comunicación con los estados de la Costa”, lo cual ocurrió seis meses después.

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Esta asunción del mando nacional por Nieto, se da ante las necesidades de resolver el abasteci-miento del ejército y de neutralizar a los cónsules extranjeros en los tres puertos, y ante un vacío de poder. El general Juan José Nieto se abrogó el mando en una ceremonia ocurrida en presencia de los cónsules extranjeros —los mismos a quienes debía controlar—. El decreto como general de las milicias del Estado Soberano de Bolívar, asumiendo la presidencia de la República de la Nueva Granada, está rubricado por el secretario Manuel Laza y Grau; además, allí se proclama a Carta-gena como nueva capital. Nieto era segundo designado a la presidencia, pero el primero, su amigo Obando, había fallecido durante una trifulca reciente.

Nieto es el sucesor en primera línea y Mosquera, considerando que Nieto sí se atreve a tomarse nuevamente el poder, comienza a urdir algo. Apresan al ex presidente Mariano Ospina Rodríguez, y el procurador Bartolomé Calvo se lo envía a Nieto a Cartagena para que lo encierre en Boca Chica. A Ospina los mompoxinos, para burlarse, lo pasean en una burra sentado en la montura mirando hacia la cola. Nieto, al llegar a Cartagena, lo recibe de manera humanitaria, lo remite al fuerte, y cuando él y sus cómplices, sobornando carceleros, se escaparon, no los bus-có mucho. Él también había sido huésped de ese nada grato hospedaje y olvidó complaciente la desaparición del ex presidente.

Nieto dejó de guerrear, aunque era comandante del 4º Ejército Nacional, y se concentró en la vida citadina comenzando a disfrutar del poder. Mos-quera lo observaba. A los cónsules extranjeros en Barranquilla los aplacó, con una manifestación de estricto cumplimiento de los tratados. La armada bautizó una de sus goletas con su nom-bre. Los masones gestionaron que el congreso le conce-diera una espada de honor, que el colocó en su despacho. A su amiga misia Soledad Román, en alguna ocasión que pasó y él estaba en el balcón,

cuentan que le hizo formar la guardia para que tocaran unas marchas militares en su honor.

Mosquera buscaba socavar a Nieto, para que no le diera por sustituirlo, y le nombró un segun-

do comandante de su ejército, quien asumiría “en caso de que el primer comandante hiciera caso omiso de las órdenes de la suprema dirección de la guerra”. Simultáneamente, ascendió a general a Ramón Santo Domingo Vila, a cargo de una Legión Especial —con el encargo de revolucionar el estado de Bolívar— y a su pariente político, Rafael Núñez, lo nombró ministro de Estado en Bogotá.

Se venía la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que Nieto quería se sucediese en Cartagena, y Mosquera pensaba que mejor en un terreno neutral, adonde las tropas de

Nieto no pudieran presionar a los constituyentes, y decidió que la sede sería Rionegro, Antioquia, adonde previamente había designado un gober-nador civil afecto. El general Eloy Porto concurrió por Bolívar.

Nieto volvió a su base, y trató de impulsar ciertas obras públicas, como la canalización y regularización de la navegación por el canal del Dique, cosa que favorecía los intereses de los co-merciantes de Cartagena; pero estos convencieron a Nieto de que sus costos los repartiera con los hacendados, cultivadores y exportadores de tabaco de El Carmen. Esos ricos de provincia exportaban embarcando en el río por el puerto de Zambrano, hasta Barraquilla, y por el canal de la Piña al puer-to de Sabanilla, así que ¿para qué costear otra ruta que a ellos no los mejoraba? “Que la contribución la paguen los que necesitan la obra, los que la usen”, fue la expresión de los inconformes, que a la larga darían al traste con el gobierno de Nieto.

Se decreta, pues, un empréstito forzoso, lo cual es aprove-chado por los nuevos amigos de Mosque-ra, quienes se le re-tiraron a Nieto, como el general Ramón Santo Domingo Vila. El empréstito fue un fracaso, solo en Car-tagena algo se recau-dó; los tabacaleros Billete de $ 1 del Estado Soberano de Bolívar.

Juan José Nieto.

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de El Carmen y Zambrano nada, pero la muy rica Casa de Burgos, los del latifundio de Berástegui, así como los acaudalados Vellojín, de Ciénaga de Oro, y amigos del ex presidente Nieto, suscribieron cinco cuotas partes.

El general Santo Domin-go Vila llegó a El Carmen a impulsar la candidatura de González Carazo, ex gober-nador de Antioquia, versus el candidato de Nieto, don Juan de la Espriella. Con-secuentemente, su herma-no Manuel de la Espriella se levanta en Cartagena el 11 de noviembre, e intenta tumbar al general Eloy Por-to, a la sazón gobernador y ex constituyente de Rione-gro. Ramón Santo Domingo es apresado por sorpresa en Momil y embarcado en una canoa, amarrado, para Cartagena; pero enterado su amigo de cons-piración, el general Manuel Martínez “Balita”, ga-lopó desde Lorica, y en la boca del Sinú esperó el paso de la embarcación adonde llevaban a Santo Domingo y abordándola en altamar lo liberó.

En pocos días, Santo Domingo fue aclamado en Momil y Purísima como comandante en jefe del Ejército Restaurador de Sotavento, ejército que marcha sobre Cartagena. Nieto no quiere derrama-miento de sangre y pide a la Asamblea Legislativa que salga a parlamentar: esta no conviene. Nieto y su secretario Juan de la Espriella prefieren renun-ciar, evitando muertes inútiles. Como el ejército de Sotavento se acercaba, Nieto, su señora Josefa y su sobrina Anita Mogollón, se embarcan con sus amigos De la Espriella para Berrugas y San Onofre, adonde estos tienen extensas propiedades, eludiendo a Santo Domingo, amigo cambiado de bando, y en quien ya no confían.

La asamblea optó por expedir positivas ordenan-zas, como la autorización para la navegación a vapor por el Sinú, el permiso para que Mr. William Kelly construyera un ferrocarril entre el río Magdalena y Cartagena —con eso hacía innecesaria la contribución forzosa para la navegación por el canal del Dique—. Autorizó el tren entre Sa-banilla y Barranquilla, así como auxilió en las tierras de Sabanas de Camacho la apertura de un canal entre Sabanilla y Barranquilla, y un ferrocarril desde Chinú hasta Tolú, pasando por Sampués y Sincelejo. La fuerza pública fue reducida para economizar.

La muerte de su hijo Lope y su retiro del poder,

traicionado por amigos, afectaron anímicamente al ex presidente Nieto, quien rápidamente perdió su salud, entregando su alma al Creador, no sin antes, por gestiones de su mujer, el obispo don Bernardino Medina le perdonó su voto para la ex-pulsión de los jesuitas, y su intensa participación en la masonería.

Un discurso en sus honras fúnebres, pronun-ciado por don Manuel Z. de la Espriella, recordó su carácter democrático, su cercanía efectiva con las clases populares, su decisiva participación en la proclamación de la libertad de los esclavos, así como sus investigaciones y publicaciones acerca de la economía y geografía del Caribe.

Un monumento funerario olvidado en el ce-menterio de Manga terminó por albergarlo y el departamento del Atlántico, ahora que se recupera el antiguo palacio departamental, planea erigir allí un busto a la memoria de nuestro único —hasta ahora— presidente atlanticense.

Tumba de Juan José Nieto en el cementerio de Manga, Cartagena.

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Víctor Bulmer-Thomas, al estudiar la economía de las nuevas repúblicas latinoamericanas y del Caribe en la postindependencia, afirma que estas se vieron precisadas a ingresar en el mercado global de capitales, echando mano de su “lotería de bienes”. Es decir, de lo que daba la tierra. Así sucedió con Chile y su cobre; Perú con el guano, o Colombia con su quina, tabaco, y después su café.

Para entender la historia económica de estas naciones, es preciso un direc-cionamiento a partir de sus regiones. Y, si nos vamos a la Costa Caribe colombiana, mayor será el reto de comprender a Colom-bia como un país de regiones, y, más aún, de subregiones. Como bien lo explica Posa-da Carbó: el Caribe colombiano es una historia regional. Por ende, es un “puzzle” de subregiones, de culturas variopintas.

La obra del historiador Wilson Blanco Romero, resultado de su maestría en historia en la Uni-versidad Nacional de Colombia, se enfoca en esta

El Carmen de Bolívar y su comarca tabacalera

entre los siglos XVIII y XX

Wilmer Eduardo Rodríguez Villafora*

* Historiador, Universidad Cartagena.

perspectiva regional, específicamente subregional: El Carmen de Bolívar y la comarca montemariana, a partir de su estructura económica cimentada en el tabaco. Es la relación del hombre y su medio geográfico inmediato, la región y su evolución en el tiempo.

Lo que indica el trabajo de Blanco Romero es una mirada más allá de la simple asociación

de la Costa Caribe con la ganadería, eco-nomía secular desde la colonia. Entonces, las reformas borbó-nicas pretendieron el fomento de productos alternos al oro, como la quina, el tabaco, y demás que daba la tie-rra. Estancar el tabaco en un área de intrin-cada sujeción política como el Caribe co-lombiano dificultaba su fiscalización; por tanto, se prohibió tal cultivo en este contex-

to. Pero dicha prohibición hizo que el cultivo en la Costa tomara cauces clandestinos o espontáneos. Que preservaban la práctica cultural prehispánica, destinada al ritual de los espíritus.

En ese orden, la obra de Blanco Romero, cuya Presentación escribe Heraclio Bonilla, sigue una

Wilson Blanco Romero, Historia de El Carmen de Bolívar y su ta-baco en los Montes de María. Siglos XVIII-XX, Cartagena de Indias,

Editorial Universidad de Cartagena, 2010, 340 pp.

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secuencia de capítulos que enfo-can desde un inicio el contexto regional caribeño y sus aristas económicas, y un tanto socia-les y culturales, hasta llevarnos a la subregión montemariana. Esta comarca plantea una iden-tidad propia en ese armazón de subregiones, sobre todo si la distinguimos de las Sabanas de Bolívar —propiamente dichas—, fortín latifundiario de la ganadería extensiva.

El Carmen de Bolívar, o Nues-tra Señora del Carmen, en el marco colonial, nace como sitio, en esa avanzada repobladora de Antonio de la Torre y Miranda entre los años de 1777 y 1789, en que se reagrupan vecinos dispersos o “arrochelados” para ponerlos a vivir en “policía” y a “son de campana”, como bien lo plantea Martha Herrera en “Orde-nar para controlar”. Y así darle una forma política a este Caribe disoluto, y poder fiscalizarlo con más claridad. Esa intención, como sabemos, solo quedó en los documentos, pues no se concretó en ningún aspecto.

Lo que sí quedó fue una cultura minifundista —particularmente en la subregión motemariana—, de mestizos o de blancos pobres que de la Penín-sula venían a hacer la América a última hora. Así se van zurciendo unas redes mercantiles internas que intercambian toda suerte de productos verná-culos. Entre ellos, aún con prohibición, pudo estar el tabaco. Pero otros productos, como el maíz, la yuca, el plátano, además del aguardiente, eran prolijos en una tierra feraz, como la montemariana, y se destinaban al abastecimiento de los centros poblacionales, y, en alguna medida, a la plaza de Cartagena.

Blanco Romero pretende llenar un vacío his-toriográfico con esta obra. En general, cuando se hace alusión a la historia del tabaco en Colombia, solo se hace referencia en rigor a la producción ta-bacalera de Ambalema, en el actual departamento del Tolima. La nueva republica le dio continuidad al sistema de estancos, y el tabaco, como producto bandera para la inserción en el mercado interna-cional, reportaba un importante rubro a las arcas nacionales. El centro de operación tabacalera lo

protagonizó Ambalema, alrededor de la primera mitad del siglo XIX. Así, los estudios se enfocaron en el auge y decadencia del ciclo tabacalero de este municipio tolimense.

Estaba ausente una mirada sistemática al nuevo centro tabacalero nacional que tendrá como epicentro la comarca montemariana. Esta es una de las preguntas que plantea Blanco Romero: ¿cuándo despierta el tabaco en los Montes de Ma-ría como producto de exportación? Todo apunta a que tal hecho se da en el marco de la corriente librecambista internacional de mediados del siglo XIX (p. 98), que inspiró Florentino González, mi-nistro de hacienda del general progresista Tomás Cipriano de Mosquera. Dentro de la prédica liberal buscaba darle vía libre al cultivo tabacalero, que aún se encontraba en régimen de estanco.

Así las cosas, esta coyuntura catapulta a El Carmen de Bolívar —en el centro de los Montes de María— como emporio tabacalero; proceso incuba-do ya de antes. Con más precisión, Blanco Romero indica que la “región tabacalera del Carmen” era conformada por los distritos que geográficamente se identifican con las Serranías de San Jacinto o Montes de María y proximidades (p. 99).

Tal parece que la primera semilla provino de la misma Ambalema, que, por lo feraz de la tierra

Estación del ferrocarril, Carmen de Bolívar.

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montemariana, produjo una hoja de alta calidad apreciable en los mercados internacionales. Para 1874, en cuadro estadístico cita-do de José Antonio Ocampo, los distritos tabacaleros producían 2.426,8 toneladas de este tabaco (p. 100).

Respecto a la historia de la semilla de tabaco, Blanco Romero plantea que, ya desde la antepe-núltima década decimonónica, se empezó a experimentar, pues des-de Cuba se trajeron semillas, con el objeto de oxigenar la cosecha que por lo intensivo de la produc-ción empezó a dar muestras de agotamiento.

Asimismo, la producción tabacalera no esca-paba a las coyunturas internacionales. Para alre-dedor 1870, en plena guerra franco-prusiana, los precios disminuyeron de 16-22.4 a 6.4 centavos. Es en esta crisis donde se va a pique Ambalema y supervive el tabaco montemariano (p. 107). Para 1881-1888, de igual modo, los precios van en bajada, pero aún así, dadas las lamentables consecuencias económicas para la región, el em-porio tabacalero supervive al entrar al siglo XX. ¿Por qué y cómo se mantuvo El Carmen de Bolí-var como centro principal, productor de la hoja? Blanco Romero argumenta que la producción de

un tabaco apto para la elaboración de cigarros baratos permitió darle salida a la producción montema-riana en Europa, donde la hoja del tabaco Carmen se pagó a precios favorables. En Bremen, en 1890, se pagó un millón de marcos por un millón y media toneladas de la hoja colombiana, o sea de tabaco Carmen (p. 108).

La prosperidad tabacalera hizo crecer exponencialmente la de-mografía en el Carmen de Bolívar, tanto la comarca, como su cabece-ra del mismo nombre. El Carmen, de sitio, llego a ser villa en la re-publica, y posteriormente cabecera de provincia. A partir del régimen

librecambista de 1848, la población, en 20 años, crece al 100%. El solo Carmen de Bolívar asciende desde 1852 de 3.439 habitantes a 17.149 en 1918.

La prosperidad montemariana sedujo a una inmigración empresarial europea, en busca de sentar sus reales y verlos crecer a la sombra del tabaco. De esto da cuenta la revisión de fuentes notariales, de prensa y orales, de la entrada de inmigrantes extranjeros, ya sean modestos nego-ciantes o importantes firmas comerciales. En 1870 se registraban por censo notarial, en suma, 15 foráneos, desde ingleses, franceses, holandeses, españoles, dos venezolanos.

Iglesia de El Carmen de Bolívar, h. 1937.

Esquina carmera.

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Fueron italianos los pioneros en la inmigración comercial, específicamente el clan Volpe Romanie-llo, en la última década del siglo XIX (p. 218). Al entrar el siglo XX, las casas comerciales de Volpe & Cía., además de ricos comerciantes italianos invitados por los Volpe, como los Frieri y Gallo, amasaban fortuna en esta comarca.

Lo interesante que señala Blanco Romero es que estas casas comerciales se hacían llamar “casas compradoras” de la hoja. Y lo que se deduce de la información de las fuentes notariales, hecho el análisis de la cuestión, es que esta connotación es inexacta, debido a que el capitalista, con el objeto de apropiarse de la mayor proporción de renta posible, “sujetaba” al cosechero por medio del sistema de “avance”. Es decir, se daba prestada, por adelantado, al cosechero, una suma de dinero, con el compromiso de —en pago de la deuda— suministrar la debida cosecha de la hoja curada en fecha estipulada (p. 198). Naturalmente, la garantía del dinero prestado reposaba en hipoteca de bienes y semovientes del cosechero en cuestión. Esta práctica venía ya desde mediados del siglo XIX, y no es de extrañarse que el robusto capital extranjero le diera continuidad.

Tanto le rentó este sistema de “avance” a las ca-sas “compradoras”, sobre los pequeños y medianos cosecheros que, para entrar al siglo XX, la comarca montemariana pasó de una tradición minifundista a una de capitalistas con visos de ganaderos te-

rratenientes. Así floreció una burguesía de origen extranjero, que aunaba la intermediación de la hoja curada en los mercados internacionales con la ganadería, el comercio, y el dominio de los centros de poder político local, además de ganar clientela por medio de calculadas obras filantrópicas.

El detallar los cauces que tomaban la renta ta-bacalera y los sectores sociales que se beneficiaban gracias a otros, demandaría un estudio aparte. No obstante, y sin caer en dogmas materialistas, Blanco Romero siembra la inquietud indicando el problema.

Así, lo relevante de este estudio es señalar una estructura económico-social, la tabacalera, diferente a la consuetudinaria ganadería con que se refiere a la economía de la Costa Caribe co-lombiana. El uso versátil de las fuentes: prensa, documentación notarial y memoria oral, permite luego detallar todo un universo histórico que gira alrededor de la hoja del tabaco. A pesar de que no se establecieron centros fabriles de largo alcance para elaborar cigarros, y presentar un producto con mayor valor agregado, el tabaco negro en rama, curado al aire, constituyó hasta bien entrado el siglo XX la principal referencia económica monte-mariana. Importante obra la del historiador Blanco Romero, editada por la Universidad de Cartagena, que salva un vacío en el entender de nuestra his-toria regional y subregional del complejo Caribe colombiano.

Desfile en El Carmen de Bolívar, h. 1930.

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La gastronomía de Barranquilla

José David Villalobos Robles*

* Barranquilla, 1974. Ingeniero de Sistemas (1998) y Espe-cialista en Redes de Computadores (2001) de la Universidad del Norte. Este artículo fue elaborado por su autor especialmente para Huellas.

prólogo

Este escrito no pretende ser, en modo alguno, un intento de convencer al lector de que la culinaria de Barranquilla es la mejor o más variada de la Costa Caribe, ni del país, ni mucho menos del mundo, como tratan de hacer algunos autores cuando escriben sobre la cocina de su terruño, conmove-doramente llevados por el regionalismo. Tampoco tratamos de tener la última palabra sobre cuáles y cuántos son exactamente nuestros platos, como si hubiera un número finito de preparaciones; la cocina, como todo en la naturaleza, es cambiante, y casi se podría afirmar que así como en una ciu-dad hay tantos acentos distintos como habitantes haya, asimismo hay tantos platos como ocurren-cias culinarias puedan surgir de la cabeza de cada cocinero. Mucho menos es nuestro objetivo dictar cátedra sobre cocina, de la cual nos consideramos apenas unos aficionados aplicados: esta ha sido una investigación con la que hemos gozado de la manera más sabrosa, que hemos acometido en nuestros tiempos libres, robándole tiempo al tiem-po en medio de nuestras ocupaciones cotidianas que nada tienen que ver con la culinaria, y con la que quizá simplemente nos hemos rendido a la evocación de esos aromas, esos sabores, esas texturas que se disfrutan desde la más temprana infancia y que se quedan con uno para siempre.

Es preciso señalar, no obstante, que Barranqui-lla ha carecido hasta ahora de una recopilación que comprenda las comidas verdaderamente arraiga-das en nuestra historia y en nuestras costumbres.

Por lo tanto, conscientes de que los barranquilleros estamos en mora de preservar la memoria culina-ria de la ciudad, quisimos desarrollar un recuen-to honesto de nuestros platos populares sin las distorsiones de los ingredientes gourmet que les añaden ciertos libros de cocina y sitios en Internet, quizá para darles un toque más internacional. En nuestro concepto, la cocina típica de una región no es otra que la que se prepara y se come a dia-rio en los hogares de la gente común y corriente. Naturalmente, si se quiere que nuestras recetas tengan alguna proyección internacional, sin duda deberán evolucionar mediante la incorporación de los ingredientes adecuados, lo que conducirá a su inevitable transformación, pero si en ese proceso se confunde la esencia de nuestros platos, el re-sultado será su total distorsión, perdiendo más que ganando en sabor y confundiendo a quien los deguste. Para poder avanzar, pues, es necesario reconocer la sencillez de nuestras viandas, la poca utilización de ingredientes gourmet, la escasa evo-lución de nuestras recetas y su nula proyección internacional, falencia de todas las gastronomías regionales de Colombia.

La cocina mexicana, a la que poco tenemos que envidiarle, ha sido elevada a la categoría de internacional en los últimos años. Es tal el recono-cimiento del que goza, que cada día se abren más y más restaurantes de comida manita en todo el pla-neta, incluso en la difícil pero prometedora China. Hace unos 20 años, había unos 500 restaurantes de comida mexicana en el mundo; hoy hay más de 500 000 y sus ingredientes son imprescindibles en los platos de la denominada cocina fusión. Para citar solo algunos casos: sushi con ají jalapeño o langosta marinada en vinagreta de tequila con cilantro, entre muchas otras exóticas combinacio-

A mi madre, la mejor cocinera del mundo.

A mi hija Angeliquita,con la esperanza de que se anime a comer.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 36-54. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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nes con las cocinas tailandesa, francesa o india. Quizá el rotundo éxito de la culinaria mexicana sea el acendrado nacionalismo de los habitantes del país azteca y la encarnizada defensa que de su cultura hacen sus nacionales en cualquier parte del globo. Cabe resaltar que los mexicanos, como pocos habitantes de nuestra América, se enorgu-llecen de ser, en gran proporción, indígenas puros o mestizos.

Pero más sorprendente aún es el caso de la colorida cocina peruana, la cual ha revolucionado la gastronomía internacional al punto de ser con-siderada, hoy por hoy, una de las tres culinarias más importantes del planeta, desplazando incluso a las tradicionales francesa e italiana. Fruto de una increíble mezcla de sabores indígenas (incas, moches, chimúes, aimaras, tiahuanacos, entre otros), españoles, franceses y africanos durante la Conquista y la Colonia, la cual adquirió su perso-nalidad definitiva (aunque en constante evolución) a través de los aportes de las inmigraciones japo-nesa, china e italiana a partir del siglo XIX, la gas-tronomía peruana ha posicionado en lo más alto del pedestal culinario una impresionante y casi interminable variedad de platos criollos como el cebiche, cocteles como el pisco sour, postres como el suspiro de limeña, y hasta bebidas gaseosas como la célebre Inca Kola. Cabe resaltar que esta bebida y la Irn Bru de Escocia son las únicas que, en su país de origen, superan en ventas a la Coca Cola. Tal vez la base más importante y caracterís-tica de la cocina peruana la constituye el pescado, del cual el Perú es el segundo productor mundial, solo superado por China y por encima de gigantes

de la industria pesquera como Estados Unidos y Japón. La anchoa peruana es, lejos, la especie más pescada del orbe, con más de 10 millones de toneladas al año. Desde luego, no podríamos dejar de hacer mención, como muy representati-vos de la gastronomía de ese país herma-no, de la papa (originaria del Perú, donde existen más de 3 000 variedades con las que se preparan infinidad de platos) y del ají, considerado el cordón umbilical de la cocina peruana. Como en el caso

mexicano, cada día se abren más restaurantes de comida peruana en el mundo.

Es propio del parroquiano que no ha ido dema-siado lejos creer cándidamente que sus comidas le pertenecen exclusivamente a su comarca. Nada más errado: al adentrarse en el maravilloso univer-so de la cocina, se comprueba la no unicidad de los platos, y que la mayoría de las preparaciones de una región, digamos, América Latina, están rela-cionadas entre sí a través de los más intrincados e inesperados laberintos históricos. Que existen con otros nombres, pero idénticas o muy similares, en otras latitudes que también quieren arrogarse el orgullo de haberlas creado, si se puede decir así. Por eso, al principio resulta extraño asimilar que, comidas que hacen parte del menú del barranqui-llero desde que nace, son consideradas también viandas típicas y nacionales en Venezuela o en Panamá, como la arepa, los bollos, la caribañola, la lisa o la hayaca. ¿Qué decir del guandul, cuyo arroz es considerado plato nacional en Panamá y en Puerto Rico? La tortilla mexicana, la pupusa salvadoreña y la arepa colombiana o venezolana son esencialmente lo mismo: unos nixtamalizan el maíz, otros lo pilan. El fríjol rojo es tan insignia de la cocina antioqueña como lo es de la mexicana o de la surestadounidense. El tamal, la hayaca, el quimbolito y nuestro pastel (de arroz relleno de pollo, cerdo y verduras envueltos en hojas de bijao) son platos hermanos que encontramos en toda América, desde el río Bravo hasta los Andes argentinos. La vianda a base de carne, arroz blanco y fríjoles, más un sinnúmero de acompañamientos regionales como tajadas de plátano maduro, arepa,

Asado de carnes.

Las ilustraciones de este artículo son tomadas del reportaje gráfico “La comida popular en Barranquilla” realizado por el mismo autor.

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huevo, col, ensalada, farofa, chicharrón, yuca, queso, patacón, naranja, farinheira, aguacate o es-pagueti, se repite en todo el continente: feijoada en Brasil, bandeja paisa en Antioquia, bandeja o seco en la Costa, menestra en Ecuador, pabellón criollo en Venezuela, bandera o arroz moro en República Dominicana y Cuba, casado en Costa Rica; tiene evidentes conexiones con los arroces de fríjoles latinoamericanos y caribeños como el rice and beans anglo-afroantillano (cuyo ancestro se en-cuentra en África Occidental), los arroces de fríjol cabecita negra, de lenteja y de guandul costeños, el tacu-tacu peruano, el casamiento hondureño y salvadoreño, el gallo pinto tico y nica, los arroces con gandules y con habichuelas puertorriqueños, los moros y cristianos y el congrí cubanos, el pis-piote mexicano, los porotos con riendas chilenos, los calentados peruanos y ecuatorianos y, más lejanamente, con los baked beans ingleses, el cassoulet francés, la fabada asturiana, el Hoppin’ John del Dixie, los red beans and rice de Luisiana, e incluso con el kongbap coreano, el rajma indio y el mujaddara de Oriente Medio.

O sea que lo que comemos a diario viene a ser en realidad el producto de una intrincada con-fluencia de coincidencias históricas, de llegadas o encuentros culturales más o menos accidentales que dieron origen a una extraordinaria amalgama de sabores, esencias y aromas.

La cocina de Barranquilla y sus alrededores, como la mayoría de las regiones de América, surge del tremendo choque cultural que trajo consigo el descubrimiento de nuestro continente por parte de los europeos. La llegada del blanco, y posteriormente la del africano, produjo no solo el surgimiento de una nueva raza, sino alegres aires musicales, una cultura con rasgos muy particula-res, novedosas formas de lenguaje y, por supuesto, la introducción de ingredientes desconocidos que dieron origen a una culinaria interesantísima. Los europeos nos legaron el ganado, los cerdos, las gallinas, el cilantro, el ajo, la leche, el arroz, las aceitunas, la cebolla, los cítricos, la caña y el trigo, sin los cuales no podríamos imaginar nues-tra dieta diaria. África nos trajo el coco, el café, el millo, el sorgo, el plátano, la calabaza, el melón, el tamarindo, el banano y el ñame. A su vez, América empezó a exportar al mundo sus muy variados productos, los cuales se integraron de inmediato a las preparaciones ya existentes, perfeccionán-dolas: la pizza, cuyos antepasados se preparaban con sangre de cerdo y miel, pasó a bañarse en las jugosas salsas de nuestros tomates; el hierático maíz dio origen a la polenta; la señorial papa cal-

mó el hambre de miles de europeos en tiempos de plagas, guerras, sequías y crudos inviernos; y el alegre cacao se convirtió en la base de los más finos dulces. La cocina del Nuevo Mundo es, pues, un gran crisol de olores y sabores donde se com-binaron felizmente los ingredientes de la América indígena con las viandas traídas de Europa, Asia y África, del que la gastronomía de Barranquilla es una muestra muy representativa. Sin más, que se sirvan los platos sobre las mesas.

arroces

El arroz, nutritivo cereal de origen asiático, base de la alimentación de millones de personas prin-cipalmente en Oriente y otros países, es de capital importancia en la gastronomía de Barranquilla no solamente porque el plato típico de la ciudad (que trataremos en un capítulo aparte) es una prepa-ración a base de arroz, sino porque es la principal guarnición del menú diario del barranquillero.

El arroz más preparado en la ciudad es el blan-co, que junto a la presa (porción de carne de vaca, cerdo, pollo, pescado, víscera o alguna otra carne) y una porción de granos y/o de ensalada, constituye uno de los menús más comunes en Barranquilla a la hora del almuerzo o de la comida (como se conoce coloquialmente a la cena). El arroz blanco (también conocido como “arroz de manteca”, sobre todo cuando se preparaba con manteca de cerdo) debe su gran popularidad a la sencillez y rapidez de su preparación: simplemente se le agrega agua, aceite y sal, se pone a fuego alto, cuando seca se baja el fuego y se tapa hasta que se cocine. Des-cendientes del arroz blanco, muy populares entre la gente de bajos recursos, son los pintorescos arroces: “juniorista”, el cual se sirve con rayas de

Venta de arroz de lisa en las inmediaciones del terminal marítimo.

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salsa de tomate y cuyo nombre es una alusión a la camiseta de rayas verticales rojas y blancas del equipo de fútbol local, Júnior (también es conocido como “apuñaleado”, sangrienta metáfora culina-ria); “al puente” -con un guineo (banano) en la mitad y nada más-, y el arroz “radiante”: con un huevo frito encima.

El arroz de fríjol cabecita negra (otro de los arro-ces con fríjoles del Caribe) es otra de las delicias típicas de Barranquilla que se come, por ejemplo, acompañado con carne frita y ensalada de agua-cate. Muy sabrosos también son los arroces de lentejas, de molleja, de carne, de cerdo, de atún, de sardina, trifásico (camarón, pollo, cerdo), de queso costeño (salado, fresco, no madurado), de salchichón, de salchicha, de chorizo, de chicha-rrón, de ajo, de cebolla (cabezona o larga), de ají dulce (variedad muy utilizada en la cocina venezo-lana), de espinacas o verde, de ahuyama, de papa, de verduras, guisado o amarillo (con colorante a base de achiote), de tomate, de plátano maduro, de zanahoria, de asadura (vísceras del cerdo o de la vaca guisadas o fritas), de menudencia (vísceras del pollo), de huevo y el arroz de fideos o de palito, preparación conocida como arroz árabe en el Perú y en Panamá, lo que sugiere un probable origen morisco o de Medio Oriente. Preparado con fideos fritos que le confieren un sabor especial, goza de una popularidad solo comparable con la del arroz de fríjol cabecita negra. El arroz apastelado lleva los ingredientes del pastel, exquisita vianda que trataremos en capítulo aparte, pero no se cocina envuelto en hojas de bijao. Para obtener un sabor parecido al que dan las hojas de bijao, el arroz apastelado se cubre con hojas de col cuando ha secado en el caldero. También son muy apetecidos los arroces de pollo -delicia colombiana y pana-

meña preparada con pollo desmechado y verduras (pimentón, zanahoria, cebolla, apio, habichuela, arveja), completamente diferente del arroz con pollo de presas enteras y sin las verduras mencio-nadas que se prepara en otras latitudes-, de cama-rón, marinero (con distintas clases de mariscos) y el de chipichipi (como se conoce en la Costa y en Venezuela a la coquina, palabritas en el Perú), una delicia legendaria en el municipio atlanticense de Puerto Colombia y sus balnearios Pradomar, Sal-gar y Sabanilla, que ha casi desaparecido a causa de la contaminación de la ciénaga de Mallorquín, principal hábitat del molusco en la zona.

El arroz de coco (o con coco), el único de sabor dulce, preparado en ocasiones con Coca Cola y uvas pasas, constituye un verdadero emblema de la Costa Caribe colombiana y de los países cari-beños en general. El coco debe ser seco, se ralla la carne, se le agrega agua, se cuela para separar el bagazo y obtener la leche, la cual se pone al fuego y se deja evaporar para que suelte el aceite con que se llevará a cabo la preparación, luego se obtiene del bagazo una segunda leche que hará las veces del agua en la que se cocinará el arroz, y finalmente se añade azúcar (o melaza de panela) más una pizca de sal. El arroz de coco también se prepara únicamente con sal en otras regiones de la Costa.

El barranquillero adora el cucayo (no confundir con la localidad española), nombre que se le da en la ciudad a la costra de arroz que queda adherida al caldero al terminar la preparación, conocido en el interior del país como “pega” y en otros países como “pegao”, cocolón o concolón. El cucayo, una verdadera delicia que solo logran las cocine-ras más experimentadas, y motivo de disputas familiares, debe quedar tostado y crujiente, listo para ser raspado por voraces cucharas. Uno de los cucayos más sabrosos es el del arroz de fríjol cabecita negra.

El secreto de la preparación del arroz está en la cantidad de agua utilizada. Usualmente se reco-mienda que por cada taza de arroz se incorporen dos de agua, es decir, siempre el doble de agua. Sin embargo, para que el arroz quede más suelto y no tan empapado, el autor recomienda sellar brevemente el arroz crudo en aceite y utilizar a lo sumo taza y media de agua por taza de arroz. A ojo, recomendamos que la cantidad de agua supere por no más de medio dedo (en posición horizontal) la altura del arroz en el caldero. Es preciso tener en cuenta también el tipo de arroz, pues existen variedades más duras que requieren más agua. Cocina del restaurante típico El tremendo guandú.

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bebidas

La panela, uno de los productos emblemáticos de Colombia, de la que el país es el mayor productor mundial (1,4 millones de toneladas por año), tiene su origen antes de la Era Cristiana en el Sureste asiático, de donde pasó a la India, luego a Oriente Medio, al norte de África y finalmente a España, de donde la trajo Colón en su segundo viaje. Está extendida en toda América, desde México hasta Argentina, especialmente en Ecuador, Venezuela (donde también recibe el nombre de papelón), toda Centroamérica (denominada rapadura o raspa-dura), el Perú (donde se conoce como chancaca), Bolivia y Brasil; curiosamente, en uno de los otrora mayores productores de caña de azúcar, Cuba, es absolutamente desconocida. En nuestro país, varias poblaciones se disputan su paternidad, entre ellas Atánquez, en el departamento del Ce-sar. La panela se obtiene al someter el jugo de la caña de azúcar a altas temperaturas; por último, se deja solidificar en moldes cuadrados para su distribución.

Con la panela se prepara la bebida más popular no solo en Barranquilla sino en el país: el agua de panela, que en Barranquilla indefectiblemente lleva jugo de limón y se conoce ampliamente como guarapo. El guarapo, que acompaña a todas las comidas, es de preparación fácil y rápida: la pa-nela se deja diluir en agua, se le agrega jugo de limón, se revuelve y se sirve bien fría. Se consume como bebida caliente en latitudes de clima frío, como la zona andina del interior del país, donde se conoce como aguapanela y se le añade canela. En Barranquilla, el agua de panela caliente con limón se usa como remedio casero para aliviar gripas y resfriados.

La voz guarapo, de origen quechua, designa ori-ginalmente al jugo de la caña o al agua de panela fermentados, la última a veces con conchas de piña. También se expende en las calles del Centro el jugo de caña bien frío, acabado de obtener en trapiches ambulantes y estacionarios.

Entre los jugos, que se pueden clasificar en los que se preparan con agua y los que se hacen con leche, tenemos el de tamarindo, el de corozo (fruto de la palma de lata, conocido por algunos como “uvita”), el de naranja, el de maracuyá o fruta de la pasión (Pasión de Cristo, por el supuesto parecido de la flor con el padecimiento de Jesús), el de pa-tilla (sandía) o patillazo, el de piña, el de melón, el de naranja agria, el de zanahoria, el de mandarina, el de carambolo y el de lulo (todos los anteriores preparados con agua); el de zapote, el de níspero,

el de guineo y el de curuba (con leche); el de mora, el de tomate de árbol, el de mango, el de guayaba, el de papaya (conocida como lechosa en algunos países del Caribe y Venezuela), el de guanábana y el de borojó (con agua o con leche). A propósito del corozo, el municipio de Corozal, Sucre, debe su nombre a los cultivos de palma de lata que se daban en la zona. Con el fruto también se elabora un vino casero que ya se ha industrializado.

Entre las bebidas refrescantes sobresale el popular raspao, porción de hielo rallado al que se le agrega esencia de cola, limón o tamarindo, que se sirve con un molde esférico en un cono de papel grueso, y al que, como toque final, se le adicionan gotas de leche condensada. El raspao, también conocido como granizado y piragua en otros países de la región, se expende en las calles de la ciudad en pintorescos carritos equipados con un mecanismo que, al dar vueltas a una manivela, raspa un bloque de hielo previamente acomodado; la escarcha cae en un recipiente, lo que hace más fácil su recolección con el molde metálico. Hace algunas décadas, los vendedores raspaban el trozo de hielo con el cepillo, especie de cuchilla metáli-ca en cuyo interior quedaba aprisionado el hielo rallado. Luego se introducía un palito al hielo, se empapaba con la esencia elegida por el cliente y se comía como paleta. Este mecanismo, idéntico, todavía se usa en Panamá, pero el hielo se sirve en el cono de papel.

Otra bebida refrescante muy popular en Ba-rranquilla es el jugo de patilla con limón, más conocido como patillazo, famoso por ser vendido, entre otros, por un doble del Pibe Valderrama en el paseo de Bolívar. En la misma avenida y en otros puntos de la urbe, es legendaria el agua de coco fría que se bebe con pitillo por una abertura

Venta de limonada en el paseo de Bolívar.

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hecha a machete en la fruta y que los transeúntes consumen durante la canícula barranquillera o en cualquier ocasión; al terminar la bebida, el cliente solicita la carne del coco (que debe ser verde, no seco) al vendedor, la cual come con delectación. El agua de coco también acompaña al ron en fiestas y parrandas a lo largo y ancho de la ciudad desde tiempos inmemoriales. Se conoce como agua de pipa en Ecuador, en el norte del Perú, en Panamá y en el Pacífico colombiano. Otras bebidas re-frescantes son el piñazo (jugo de piña frío que se consigue en el mercado), la horchata de ajonjolí, la chicha (a base de arroz o de maíz sin fermentar, a diferencia de la chicha andina), la maizada (chi-cha de maíz con cola), el masato (a base de maíz finamente molido con agua), la Nutricia (producto nutricional infantil) y el sencillo vaso de agua que no se le niega a nadie. Asimismo, se toman con placer en muchos hogares y sitios de la ciudad la limonada, el jugo de mandarina y el agua de arroz con cáscaras de piña.

También son muy populares el agua de maíz y el agua o chicha de arroz (esta última también se prepara con cola), las cuales se toman bien frías con cualquier comida. El agua de maíz (conocida como claro en Antioquia), un verdadero néctar de los dioses, se prepara adicionándole azúcar al agua con que se ha cocido el maíz que más tarde se uti-lizará para elaborar los diferentes bollos y arepas.

Capítulo aparte merece el boli (nombre que pro-viene de la marca industrial original del producto), helado hogareño a base de jugos de frutas que se vende congelado en delgadas bolsas de plástico (el producto industrial original venía en dos bolsas para mayor higiene). Los más saboreados son el de corozo, el de guayaba, el de chocolate, el de

coco, el de cola con leche, el de leche cortada, entre otros. El auténtico boli, que se vende en las casas de los barrios populares de la ciudad para ayudar a la economía doméstica, es muy apreciado entre los niños y constituye uno de los refrescos más queridos y de nostálgica evocación de la vieja Barranquilla. El boli es conocido como congelada, naranjú, vikingo, boli, bolo, cubo, chupichupi, bambino, entre otros nombres, en varios países de América Latina.

En materia de bebidas calientes, encontramos el tradicional café y el chocolate. El café suave, uno de los máximos símbolos de Colombia, se prepara con agua y opcionalmente azúcar (preparación que se conoce como tinto en el país), o con leche. El café con leche y el tinto son infaltables en los desayunos del barranquillero, aunque el segundo se consume en todas partes y a toda hora. Muchas empresas o negocios abiertos al público tienen grecas o cafeteras para que empleados y visitantes disfruten un tinto a manera de cortesía. Asimismo, son muy comunes los vendedores ambulantes de tinto y aguas aromáticas (infusiones a base de hierbas como el toronjil, la hierbabuena, la ca-nela y la manzanilla, entre otras), que mantienen calientes en termos y que sirven en minúsculos vasos de plástico. Las agüitas aromáticas también son ofrecidas en grecas en las empresas.

El peto, bebida dulce a base de maíz blanco y le-che, endulzada con azúcar o panela y aromatizada con canela en raja, se expende en las calles de la ciudad en calambucos (cantinas de leche), anun-ciado con un onomatopéyico y repetitivo pregón. El peto es exactamente igual al chicheme, bebida tradicional en la región sabanera cordobesa y en Panamá, el cual se sirve frío y se aromatiza, ade-más de la canela, con nuez moscada. El cuchuco, hecho de maíz molido cocinado en leche o agua, es totalmente distinto de la sopa de cebada con cerdo propia del altiplano cundiboyacense. Tam-bién es muy apetecida la avena fría aromatizada con vainilla o canela.

En cuanto a bebidas alcohólicas, son muy tra-dicionales el ron, el aguardiente anisado colom-biano y la cerveza (con la cual se prepara la carne guisada a veces). Otros tragos muy extendidos son el whisky y, más recientemente, el vino.

bollosBollo de queeeeso, de angeliito, de mazoooorca... Booooollooooo…

Los bollos merecen mención especial por su gran arraigo en la cultura gastronómica de la ciudad.

Venta de jugo de patilla en Veinte de Julio con paseo de Bolívar.

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Consumidos principalmente a la hora del desa-yuno, los bollos son un alimento a base de masa de maíz molido envuelta en hojas de mazorca, lo que refleja su origen indígena. Sin embargo, por lo general son ofrecidos por negras palenqueras con sus inconfundibles pregones. Los bollos se co-men acompañados casi siempre de queso costeño o de suero atollabuey (crema de leche ácida que acompaña absolutamente todas las comidas en la región sabanera de Bolívar, Sucre y Córdoba). En los desayunos son acompañantes frecuentes de los huevos revueltos o “en perico”, del bocachico frito, de la carne o del hígado en bisté (con tomate y cebolla sofritos), y de los chicharrones, entre otros.

De gran variedad, los bollos más apetecidos en Barranquilla son: el bollo limpio, a base de maíz blanco seco; el bollo de queso (bollo limpio con queso costeño); el bollo de angelito, de sabor dulce y color violáceo, a base de maíz blanco con coco y anís; el bollo de mazorca, a base de maíz tierno o choclo; y el bollo limpio de harina de maíz precocida y procesada industrialmente. Los bollos son ampliamente elaborados en otras regiones de la Costa y Panamá en distintas preparaciones (rellenos de carnes, por ejemplo) y envolturas (hojas de caña y de plátano). Guardan semejanza con los envueltos del interior andino de Colombia y ecuatorianos, con las hallaquitas venezolanas y con la humita peruana, boliviana y argentina.

Sin embargo, el bollo de yuca es el más popular de los bollos de la región. Su preparación es sim-ple: se ralla la yuca pelada y el resultado se cuece envuelto en hojas secas de mazorca. Acompaña, entre otros, en un binomio eterno a la famosa butifarra, embutido de origen catalán a base de cerdo, de sabor picante, que ha hecho célebre al

vecino municipio de Soledad, Atlántico, de donde proviene la variante colombiana. La butifarra, una de las insignias gastronómicas de la Costa Caribe, es ofrecida por vendedores ambulantes en largas tiras acomodadas en forma circular en palanganas metálicas. Para llamar la atención de la gente, los butifarreros producen un sonido característico, golpeando permanentemente la palangana con un cuchillo. Luego de solicitada la cantidad, el vendedor corta la tira y abre las butifarras por la mitad con el cuchillo, les agrega jugo de limón y las entrega al cliente acompañadas de un trozo de bollo de yuca. Los butifarreros también ofrecen huevos duros que el comensal disfruta, ya sin cáscara y partidos por la mitad, con pimienta y sal a cualquier hora del día en las calles y esquinas de la ciudad.

El matrimonio, combinación de torreja (rodaja) de bollo de yuca o de mazorca y una porción de queso costeño, es un manjar que se puede de-gustar en cualquier frutera o rincón de la ciudad.

carnes

Pa’ preparar una carne asada no hayComo el negro Adán…

The Latin Brothers, El Negro Adán (Carlos Castillo - Luis Montoya).

Sin lugar a dudas, y pese a las campañas vegeta-rianas, la carne de vaca es la más consumida por los barranquilleros en cualquiera de los tres golpes (comidas) del día. Los diferentes cortes del animal son casi peleados en los expendios de la ciudad; los más apetecidos son la punta gorda o punta de anca, la sobrebarriga, el lomo fino, el lomo ancho, el bollo o muchacho, la espaldilla, la tetafula, la carabela, el capón, la falda, el rabo, el ossobuco, el jarrete o murillo, la bola, el atravesado, el pecho, la tira-tira, la costilla, el hueso negro y el blanco (usados para darles sabor a las sopas y sanco-chos), el cachete y la pata (para la preparación del mondongo, exquisita sopa a base de dicha víscera, tubérculos y verduras), entre otros que se conocen con distintos nombres en las diferentes latitudes.

Los cortes blandos de la carne, correspondien-tes a partes de la nalga, el abdomen y el lomo de la bestia, como la punta gorda, el capón, la tetafula, la sobrebarriga, la carabela, la falda, el lomo ancho y el lomo fino, se comen fritos, asados a la parrilla y al carbón (o a la brasa), a la plancha, en esto-fado, desmechados (la falda), al horno y en bisté (con tomate y cebolla). La carne molida (obtenida, por ejemplo, del capón) y las albóndigas son muy populares y apetecidas en toda la ciudad. La carne asada o churrasco, la cual se acompaña, por ejem-Venta de arroz de lisa cerca al terminal marítimo.

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plo, con yuca, papa cocida o bollo limpio, ensalada y alguna salsa (chimichurri, de ajo, picante, entre otras), es la preparación de carne vacuna más apetecida por los barranquilleros, quienes pueden saborearla en múltiples restaurantes y asaderos extendidos por toda la ciudad.

La carne dura, como la espaldilla, el muchacho, el atravesado o el jarrete, se prepara —general-mente en olla de presión— guisada, en trocitos con verduras (especie de goulash criollo), sudada, en viuda, desmechada y puyada en posta (llamada así porque se rellena con verduras —zanahoria, habichuela, cebolla— que se introducen luego de haberle hecho orificios con puyas a la pieza cruda; finalmente se sirve en postas o rodajas). En san-cochos y sopas se usan principalmente la costilla, el rabo, el ossobuco, el hueso y la carne de pecho salada. El cachete es muy estimado en la prepa-ración de carnes frías. Como puede verse, la carne de vaca da para un sinfín de menús disponibles en cualquier hogar y en todo tipo de restaurantes.

Las vísceras de la vaca se comen con fruición en Barranquilla, ya sean fritas, guisadas, en bisté o en sancocho. Las más apetecidas son el hígado, el bofe (pulmones), la pajarilla (bazo), el corazón, el riñón, la panza (uno de los estómagos de la vaca que se come en trozos guisados con papas o en el mondongo; corresponde a los callos, como se co-noce entre los españoles) y la chinchurria (primer segmento del intestino delgado que se come frito, conocido como chinchulín en la Argentina, donde se come asado y es todo un plato nacional). El hígado en bisté con yuca cocida o bollo limpio es uno de los desayunos predilectos del barranquille-ro; también se prepara encebollado. La asadura, a base de las vísceras del cerdo, pariente del friche guajiro (vísceras del chivo cocinadas en su sangre y aliñadas con condimentos), se puede conseguir en algunas fritangas del Centro y del sur la ciudad. La asadura se conoce como chanfaina en otros países latinoamericanos. Las vísceras, de alto contenido en grasas, pero ricas en proteínas y vitaminas, son ideales para las personas que sufren de anemia y enfermedades relacionadas (especialmente la pajarilla y el hígado). Otras partes de la vaca que también se consumen son la lengua (en salsa), la ubre, el ojo (en sopa), los sesos guisados y las criadillas (testículos) del toro.

Curiosamente, hasta bien entrado el siglo XX, los mataderos botaban las vísceras de la vaca o las arrojaban a los perros por considerarlas carnes de baja calidad. Posteriormente se empezaron a regalar a la gente de escasos recursos, y hoy es

habitual encontrar en los expendios de carnes y supermercados sobre todo el hígado, la panza, la pajarilla y el bofe, los cuales se ofrecen en algu-nos restaurantes populares y fritangas en distin-tas preparaciones; es relativamente raro que en los restaurantes se ofrezcan otras vísceras. Hoy prácticamente han desaparecido los pintorescos mondongueros, quienes por las calles de la ciu-dad ofrecían las vísceras contenidas en rústicos cajones de madera que acomodaban en ambos costados de un burro (o también en carretillas de madera), y que hacían sonar con manducos (palo de forma cilíndrica de tamaño mediano, grueso y de madera tosca y resistente), produciendo un pe-culiar sonido que acompañaban con sus pregones.

Muy apreciada también es la carne de cerdo, una de las más apetitosas del mundo. Tiene el inconveniente de ser abundante en grasas muy perjudiciales para el ser humano, por lo que la gente la consume con precaución. Sin embargo, el barranquillero siente gran pasión por el chicha-rrón y la chuleta, los cuales acompaña con bollo limpio o de yuca o con yuca cocida. Los expendios de chicharrón tienen fama en toda la ciudad y sus alrededores y son frecuentados por ávidos comensales hasta altas horas de la madrugada. El chicharrón seco y con pelo es ofrecido por ven-dedores que recorren nuestras calles y goza de gran popularidad.

El pollo es igualmente muy apetecido en la ciudad: se come frito, guisado con papas, asado, apanado (deep fried o a la broasted), en fricasé, desmechado o al horno. Las partes más apreciadas del ave son la pechuga, el contramuslo, el muslo y el ala (no necesariamente en ese orden). Como las de cerdo, son innumerables las ventas de pollo

Cocineros sirviendo almuerzos en Sanandresito.

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frito, a la broasted o asado (usualmente acompa-ñado de bollo limpio, yuca o papa cocida) a lo largo y ancho de Barranquilla. La gallina criolla, criada en patios caseros o fincas familiares, y alimentada con maíz (e insectos y gusanos que inevitablemen-te caza), es de carne más dura, de mejor sabor y de huesos más resistentes que el pollo “purina” (llamado así en alusión al concentrado con que se alimentan las aves para que crezcan más rápido). A pesar de su sabor inferior y por motivos comer-ciales, el pollo “purina” es el que comúnmente se consume en casas y restaurantes, mientras que la gallina criolla solo se come en sancocho y guisada.

En mucha menor cantidad se pueden conseguir carnes de animales domésticos y de monte (salva-jes) como el chivo, el pavo, el carnero, el conejo, la iguana, el pato (pisingo y barraquete), la tortuga, el morrocoyo y la hicotea, más comunes en otros departamentos de la Costa como la Guajira, Ce-sar, Sucre, Córdoba y algunas poblaciones del Atlántico.

En los alrededores de ciertos eventos populares como circos y ciudades de hierro (parques tempo-rales de atracciones mecánicas), se instalan las fritangas (ventas de procedencia andina de em-butidos, carnes y otras frituras), donde se pueden conseguir la sabrosa morcilla (o rellena, como se conoce en el interior del país, embutido a base de sangre de cerdo y arroz con arvejas), el tradicional chorizo y la longaniza. Estos últimos se consiguen todo el año en el Centro y en el mercado público de la ciudad. Se consumen también en las fritangas paticas y orejas de cerdo, papas criollas (o amarilla, conocida en otros países como papa colombiana), chinchurria, bofe y muchas frituras más.

dulcesAleeegríiiiiia, cocaaaada, caballiiiitooo…Aleeegríiiiiia, con coooco y aníiiiis…

Son típicos los dulces vendidos en palanganas por negras palenqueras (del Palenque de San Basilio o sus descendientes) que, casi siempre los fines de semana o por las tardes, recorren las calles de la ciudad entonando sus ancestrales pregones: la alegría (bola compacta de rosetas de granos de millo, pedazos de coco y anís, recubierta con pa-nela derretida); el enyucado (torta a base de yuca y coco); el caballito o cabellito (dulce de papaya biche o verde en tiritas); las cocadas; y las “co-cadas” o panelitas de millo y de ajonjolí. Para la preparación de las alegrías, las semillas de millo se fríen en un poco de aceite, lo que hace que se abran. Es el mismo procedimiento para obtener las crispetas o palomitas de maíz.

También son muy apetecidas las bolitas de coco galaperas (Galapa, Atlántico) y la arropilla, vari-ta pegajosa a base de panela envuelta en papel, utilizada como postre popular. Muy apreciados son las gelatinas (golosinas vallecaucanas que se preparan a base del tejido gelatinoso de la pata de la vaca, conocida como gelatina de vaca en Pana-má), los merengues (conocidos como suspiros en otros lugares), el arroz con leche, las casadillas (o quesadillas, galleta crujiente a base de coco), las panelitas de dulce de leche, las bolas de tamarin-do con azúcar, las bolas de chocolate y harina de maíz, las galletas griegas (especie de oblea dulce compuesta por varias láminas que recuerdan un pañuelo grande doblado, que vendedores am-bulantes ofrecen en las calles de la ciudad) y el algodón de azúcar.

Durante la Semana Santa, sin falta, se preparan los tradicionales rasguñaos, dulces a base de toda clase de frutas, legumbres y tubérculos, cuyo con-sumo se confunde con las creencias católicas que prohíben el consumo de carne en estas fechas. Tradicionalmente de preparación casera, condición que dio lugar a la costumbre —que aún se conser-va— de regalarlos entre vecinos, hoy son ofrecidos por pintorescas palenqueras en parques, aceras o en las afueras de supermercados en puestos que constituyen un extraordinario espectáculo de colores y sabores para propios y extraños. Los dulces más apetecidos son el de ñame, el de ta-marindo, el de corozo, el de guandul, el de ciruela, el de mango, el de papaya, el de coco, el de leche (arequipe), el de leche cortada, el de piña, el de mamey, el de batata, el de tomate, el de fríjol zara-goza, el de plátano maduro, y el de uchuva, entre otros que comprenden una lista casi interminable.

Venta de fritos en Veinte de Julio con San Blas.

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Incluso se venden algunos de supuestos poderes afrodisíacos y curiosos nombres que resultan de la combinación de varios dulces: “mongo-mongo”, “amansa-suegra”, entre otros.

En las numerosas pastelerías de la ciudad se consigue todo tipo de postres, galletas, bizcochos, confites y pastelillos que hacen las delicias de la gente. Muy apetecido es el borracho, hecho a base de pan, antes conocido como sopa borracha. Popularísimo también es el bocadillo (veleño), fa-moso dulce de guayaba de la población de Vélez, Santander.

El archifamoso “Frozomalt”, helado patentado por la Heladería Americana, es uno de los máximos símbolos de la gastronomía barranquillera.

ensaladas

El barranquillero no descuida la salud, prueba de lo cual es la infinidad de ensaladas que acompañan almuerzos y comidas. La ensalada más popular y sencilla de la ciudad es la de tomate con cebolla, que a la vez es la base de otras ensaladas como las de variedades de lechuga, la de aguacate, la de pepino, la de berenjena, la de espinaca, la de habichuela o la de repollo. También son muy ape-tecidas nuestras versiones de la ensalada rusa: la de papa con zanahoria, arvejas y mayonesa, la cual se prepara también con pollo desmechado o con atún, y la de remolacha con zanahoria, papa y opcionalmente mayonesa (antes nunca se le añadía dicha salsa; también es conocida como “ensalada de payaso”). Otras muy populares son la de papa con huevo duro en rodajas, la de rábano, la de calabaza, la de brócoli y coliflor, los vegeta-les -zanahoria, habichuela, cebolla, ají pimentón (pimiento, morrón), apio- salteados, cocidos o al vapor; la de papaya verde (o incluso un tanto madura), múltiples combinaciones de todos los vegetales que hemos mencionado y la de ¡ñame!

El aderezo más común consiste en un chorrito de vinagre o gotas de limón, sal y opcionalmente pimienta, a lo que también se le puede añadir acei-te vegetal (de oliva, de maíz o de girasol), creando una especie de vinagreta. Salsas más sofisticadas pero menos comunes incluyen ingredientes como miel, vinagre balsámico, granos de maíz tierno dulce, aceitunas, pepinillos agridulces, manzana, piña, fresa, uchuva, alcaparras, pastas, queso mo-zzarella y queso parmesano, entre otros. También se usan salsas como la tártara, la bechamel, la de ajo, la rosada y la mencionada mayonesa.

FriTos Año de 1882. Los jóvenes de mi edad solíamos formar ter-tulia en el altozano de la iglesia de San Nicolás, desde las seis de la tarde, después de comida, cerca de las fritangas de arepitas, caribañolas y buñuelos (de fríjol), situadas al pie del altozano, hasta las ocho de la noche.

Pedro María Revollo, Pbro., Mis Memorias.

Los fritos, que se consumen a cualquier hora del día, son parte fundamental de la gastronomía de la ciudad. Preparados a base de masa o harina de maíz precocida, de yuca cocida o de plátano verde, entre otros, son muy populares entre la gente a pesar de su alto contenido de grasas y harinas.

Entre los fritos más importantes encontramos las arepas, la caribañola, la empanada, el patacón y los buñuelos de fríjol cabecita negra, de lentejas y de maíz tierno (estos últimos se acompañan con queso costeño y son vendidos, entre otros, por palenqueras). En las ventas de fritos, fritangas, fruteras y otros establecimientos donde se ex-penden estos manjares, se ofrecen un sinnúmero de salsas, picantes (salsas a base de ají picante o pique) y suero atollabuey, con que la gente los acompaña.

La arepa, de la cual hay numerosas variedades regionales en toda Colombia, es también una comi-da popularísima a lo largo y ancho de Venezuela, país que se arroga su paternidad. En el vecino país ha calado tan hondo en todos los estamentos, que cuando un equipo de béisbol (deporte más popular de la hermana nación) pierde por blanqueada, se dice que “le metieron nueve arepas”, en alusión a los ceros en carreras del perdedor por cada una de las nueve entradas del juego de béisbol. Los venezolanos fueron, además, quienes en los años 50 del siglo pasado introdujeron la harina de maíz

Preparación de bocachicos en cabrito en Sanandresito.

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precocida, procesada industrialmente. La voz are-pa es probablemente de origen cumanogoto (erepa, maíz), lengua de la tribu caribe homónima asen-tada en el oriente venezolano. La arepa se conoce como tortilla en Panamá.

La masa para preparar la arepa se obtiene al pilar, cocer y moler el maíz amarillo o blanco; como se ha mencionado, la masa se elabora también hidratando harina de maíz precocida obtenida industrialmente. Luego se añade a la masa queso costeño rallado y sal al gusto, se forman bolas, se aplanan con la mano o con algún objeto, y se les hace un “ojo” que facilitará su posterior extracción del aceite caliente con un trinche de cocina grande. Finalmente, se ponen a freír en aceite bien calien-te. La arepa también se prepara con anís y panela rallada o en miel (o por simplicidad azúcar) en vez de sal, frito verdaderamente delicioso conocido como arepa dulce.

Uno de los fritos más representativos de la Cos-ta Caribe es la arepa de huevo (o con huevo), una auténtica delicia símbolo de la población atlanti-cense de Luruaco, donde anualmente se celebra el Festival de la Arepa de Huevo. Se prepara como una arepa de maíz pilado o de harina de maíz, un poco más gruesa de lo normal que, a medio freír en abundante aceite bien caliente, se saca y se le hace una abertura por donde se introduce el contenido de un huevo crudo. La clave para la elaboración de la arepa de huevo es la introducción del huevo, lo cual solo se logra exitosamente al echar aceite caliente sobre la superficie de la arepa para que se sople, formándose una cavidad entre el grueso de la masa y una delgada costra que la recubre. Así se facilita hacer la abertura por donde se mete el huevo, el cual permanecerá en la cavidad formada. Luego se cierra el orificio con un poco de masa cruda (algunos no lo hacen) y se vuelve a meter la arepa en el aceite caliente hasta que se termine de freír. Existe una variedad de la arepa de huevo que también lleva carne molida aliñada, muy popular en Cartagena de Indias, donde se conoce como empanada con huevo. La arepa de huevo es otra de las insignias gastronómicas de la Costa Caribe y se consigue hoy en todo el país.

Cabe incluir en esta sección las muy consumi-das arepas asadas al carbón sobre hojas de bijao o de plátano, las cuales se rellenan de queso cos-teño, pollo, carne molida o desmechada, chorizo, chicharrón, butifarra, salchichas, combinaciones de estos y casi con cualquier otro alimento. Los asaderos callejeros de arepas se encuentran por doquier en toda Barranquilla y equivalen a las

areperas venezolanas, restaurantes especializados en arepas.

Otro frito popularísimo, muy similar en esencia a la arepa, es la empanada, masa de maíz en forma de media luna rellena con queso costeño, carne molida, pollo desmechado y hasta bocadillo veleño.

La caribañola, carimañola o carabañola, que posiblemente recibe su nombre de la similitud de su forma con la caramañola, cantimplora que usan los soldados, es un frito a base de yuca cocida molida rellena con queso costeño rallado, carne molida o pollo desmechado. Se encuentra en toda la Costa y en Panamá, y es similar al pastel de yuca bogotano que incluye arroz y huevo.

El patacón (también conocido como tostón en otros países del Caribe) es una verdadera exqui-sitez caribeña —hoy extendida a todo el país— a base de plátano verde aplanado y pasado a veces por agua de ajo que, luego de ser freído, se come condimentado con una pizca de sal o acompaña-do de guiso (sofrito de tomate y cebolla picados y condimentos, salsa base de la cocina colombiana conocida como hogao en el interior del país). Los patacones con huevos revueltos, queso costeño y café con leche es uno de los desayunos más tradi-cionales de la Costa Caribe. El patacón relleno de todo tipo de carnes y salsas es uno de los fritos que últimamente ha elevado su estatus gastronómico en la ciudad con el surgimiento de ventas espe-cializadas únicamente en las múltiples combina-ciones posibles a partir del popular plátano verde. Incluso existe la “pizza-patacón”, que lo incorpora en lugar de la masa de harina de trigo tradicional del celebérrimo plato napolitano.

Una variedad del patacón es el que se prepara con guineo verde, alimento muy extendido en el departamento del Magdalena, donde su cultivo se inició en las últimas décadas del siglo XIX en la llamada Zona Bananera de Santa Marta. El guineo verde hervido con queso costeño rallado encima, conocido en aquellas tierras como cayeye, es uno de los desayunos típicos de la Costa. Un plato her-mano del patacón son las tajadas de plátano verde, que se comen con queso costeño al desayuno o en cualquier comida.

Son también populares las bolitas de lentejas y los quibbes, fritura introducida por los inmigrantes de Oriente Medio, a base de carne molida, cebolla, hierbabuena, pimienta árabe y bulgur (trigo seco y precocido). Los quibbes están totalmente integra-dos a la gastronomía barranquillera, al punto de que se consiguen en cualquier expendio callejero

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de fritos, cafetería o supermercados, donde se ven-den congelados. También se ofrecen como picada (entremés) en fiestas y bailes.

Las papitas y los platanitos fritos (en tajadas), expendidos por vendedores ambulantes, son muy apetecidos en la ciudad durante eventos populares como el Carnaval, conciertos y en los estadios du-rante partidos de fútbol y de béisbol, entre otros. La papa rellena, versión criolla del plato tradicional peruano, jocosamente llamada por algunos “bola ’e trapo” (pelota de fabricación artesanal con que aún se juega al fútbol en las destapadas y pol-vorientas calles de nuestros barrios populares, especialmente en Rebolo), es popularísima en toda Barranquilla. Una porción de carne molida o pollo desmechado adobados con verduras se introduce en un compacto de papas cocidas machacadas, se le da forma redonda y se pasa por harina y huevo, lo cual actuará como sello al momento de freír.

Un bocado infalible en la gastronomía barran-quillera es la tajada de plátano maduro, fritura de sabor dulce que se sirve como elemento dulce en almuerzos y comidas (cenas). El plátano maduro también se consume al vapor en trozos que se co-locan sobre el arroz al momento de tapar el caldero cuando la preparación ha secado. Preparado con mantequilla, clavitos de olor, azúcar, gaseosa de cola y canela (formándose una melaza que lo cu-bre) se conoce como plátano pícaro o en tentación, una de las insignias de la culinaria cartagenera, donde se prepara con Kola Román, bebida gaseosa símbolo de la ciudad.

Los únicos fritos a base de harina de trigo son los deditos rellenos de queso (conocidos también como palitos de queso, o tequeños en Venezuela y en el Perú, donde los preparan con won ton, la

fina masa china), los hojaldres (masa de harina de trigo frita), y los pastelitos de Galapa (especie de empanada), rellenos de queso o de carne molida y papa.

Además de las frituras mencionadas, en los innumerables puestos de fritos y fruteras de la ciudad pueden degustarse otros alimentos fritos: vísceras de la vaca como la chinchurria, la pajari-lla, el bofe y la asadura; partes del cerdo como la chinchurria y los chicharrones, y embutidos como chorizos y butifarras.

FruTasAl son de la carretilla va gritando su pregónEl vendedor de patilla gritando “rojitas son”Y se escuchaba así su pregón:“Son, son, rojitas son como el corazón, rojitas son mis patillas”…Aló, aló, Barranquilla, por la carrera ’e la PazBajando paseo Bolívar cruzaron San NicolásPero al cruzar por San Blas, ¡pum!Quedaron como estampilla las patillas…

Fruko y sus Tesos, canta Wilson Saoko,El patillero (Roberto Solano).

En las pintorescas fruteras (fruterías) y ventas ambulantes de la ciudad se pueden encontrar, además de los fritos y matrimonios, las frutas y jugos más deliciosos y exóticos de la Costa Ca-ribe y el país: guineo (banano, plátano), corozo, tamarindo, coco, mango, ciruela, mamón, patilla, guinda, martillo, peritas, uva playa, zapote, nís-pero, guayaba, guayaba agria, piña, tomate de árbol, pitahaya, curuba, melón, papaya, naranja, naranja agria, guama, jobo (hobo), caimito, candia o quimbombó, toronja, icaco, marañón, limón, guanábana, mora, agraz, mandarina, granadilla, chirimoya, maracuyá, borojó, lulo, grosella, anón, mamey, cañandonga, carambolo y un largo etcé-tera, así como productos importados: manzanas, uvas, ciruelas, duraznos y peras, entre otros.

Es muy apreciado el mango biche (verde, no maduro) cortado en julianas con sal, pimienta y limón, manjar que se consigue hoy en todo el país. También se consumen con sal, limón y pi-mienta los corozos y las ciruelas. En las afueras de colegios y de centros comerciales, entre otros establecimientos, son comunes las ventas estacio-narias de frutas como el mamón, la mandarina, el mango, la patilla, la ciruela y el corozo, y menos frecuentemente, el martillo, la guinda y el caimito. La gente disfruta también el refrescante tutti frutti (o salpicón de frutas, bebida a base de varias frutas en trocitos) y la ensalada de frutas.

El barranquillero siente especial predilección por el aguacate, fruta usada en cocina a manera de verdura, con el cual acompaña muchos de los Mojarra frita en Sanandresito.

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platos fuertes mencionados, bien sea solo, en ensalada con tomate (otra fruta usada en cocina como verdura) y cebolla, o en la versión local del guacamole. El aguacate más apetecido es el car-mero, exquisita variedad de sabor inconfundible, cultivada en la población de El Carmen de Bolívar y sus alrededores, cuya cosecha se da hacia marzo. Pasada la cosecha de aguacate carmero hacia julio, se suple su falta con aguacates de sabor inferior provenientes de otras regiones como Venezuela, Ecuador y el interior del país. El aguacate (de la voz nahua ahuacatl, que significa testículo) es una mantequilla vegetal de origen americano que se encuentra desde México hasta Argentina. En las regiones andinas es conocido como palta o cura.

Desde tiempos inmemoriales, frutas, verduras, hortalizas y tubérculos son ofrecidos en las calles de la ciudad por vendedores ambulantes en ca-rretas de tracción animal. Antiguamente se utili-zaban mulas, las cuales fueron reemplazadas por caballos, por lo que a estos vehículos se les sigue llamando carros de mula y carromuleros a quienes los conducen y venden los alimentos. También se usan todavía para el mismo fin carretillas arte-sanales de madera impulsadas por sus dueños.

granos

Los variadísimos granos -también conocidos en otras regiones como fríjoles, habichuelas, judías, legumbres, menestras o porotos, entre otras de-nominaciones- son otro alimento nativo de Meso y Suramérica extendido en todo el globo desde el siglo XVII por los europeos que conquistaron y colonizaron nuestro continente. Excelente fuente natural de proteína, carbohidratos, vitaminas y minerales, ocupan un lugar principalísimo en la mesa barranquillera como guarnición al almuerzo

y a la comida (cena) en el seco o bandeja, nuestra versión del extendido plato a base de carne, arroz blanco y granos. Los fríjoles cabecita negra (co-nocidos en el Perú como fréjol castilla, principal menestra de exportación de esa nación), las zara-gozas (variedad del fríjol rojo emblemático de la cocina de Antioquia y de países como México), las zaragozas blancas, las arvejas, los palomitos y las lentejas son los granos más habituales del menú diario del barranquillero. Menos utilizados son el garbanzo, el cargamanto y las zaragozas negras o caraotas, fríjol negro símbolo de la cocina venezo-lana, integrante inseparable del pabellón criollo, plato nacional del hermano país, compuesto ade-más por carne desmechada, arroz blanco y tajada de plátano maduro. La zaragoza negra, feijão preto en portugués, es también el grano utilizado en la feijoada brasileña, cuyo origen se encuentra en el norte de Portugal. Cabe reseñar que los guandu-les se preparan únicamente en sopa y en dulce. Aunque el fríjol cabecita negra, las zaragozas blancas y los guandules se consiguen verdes con cierta dificultad y en muy contadas épocas del año, por lo general los granos se adquieren secos (y, por ende, duros) para su preparación. Por tal motivo, en la actualidad, se preparan en olla de presión; anteriormente se dejaban al remojo para que se ablandaran durante la noche y pudieran ser cocinados más rápidamente al día siguiente. Sin embargo, a pesar de que la olla de presión agiliza enormemente el proceso, es recomendable dejar los granos en remojo desde la noche anterior para una mejor hidratación. Ya cocinados, se preparan guisados con un sofrito de tomate y cebolla (el cual se puede incorporar desde el principio de la cocción; incluso esta se puede llevar a cabo con las verduras crudas) y pueden ser acompañados en su preparación con trozos de cerdo, de panela o con plátano verde rallado, este último para dar-les mayor cremosidad. Como se verá, también se preparan en sopas.

el pasTel y la hayaca

El suculento pastel y la hayaca (el Diccionario de la Real Academia Española también registra la grafía hallaca), a base de arroz el primero, y de masa de maíz la segunda —considerada uno de los platos nacionales de Venezuela—, son dos viandas her-manas rellenas con pollo, cerdo y verduras que se cocinan envueltas en hojas de bijao o de plátano, de donde obtienen su característico aroma y ex-quisito sabor. Son infaltables en época navideña (diciembre) y un manjar realmente irresistible para propios y ajenos en cualquier momento del día. El pastel, tal cual se prepara en Barranquilla, a base

Servicio de almuerzos en Sanandresito.

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de arroz, se puede encontrar también en Puerto Rico (donde la masa más utilizada es una mezcla de tubérculos que incluye plátanos y guineos verdes, papa y yautía). Curiosamente, la hayaca, uno de los platos insignia de Venezuela, donde se come exclusivamente como parte del menú navi-deño y en general durante las festividades de fin de año, se consume absolutamente todo el año en Barranquilla y puede encontrarse en cualquier venta callejera, supermercado o cafetería a cual-quier hora del día.

La hayaca y el pastel son parientes muy cer-canos del tamal (del nahua tamalli), vianda típica americana que aparece en distintas variantes desde México hasta Argentina. En el interior del país, los exponentes más ilustres del tamal son el tolimense y el santandereano.

pescadosFuimos a Puerto Colombia en el trenecito de juguete tan despacioso como un caballo. Almorzamos frente al mue-lle de maderas carcomidas por donde había entrado el mundo entero al país antes que se dragaran las Bocas de Ceniza. Nos sentamos bajo un cobertizo de palma, donde las grandes matronas negras servían pargos fritos con arroz de coco y tajadas de plátano verde.

Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes.

Es legendario el afecto de los barranquilleros por el bocachico, pescado de río de gran cantidad de espinas y carne rojiza de sabor exquisito, un tanto arenoso, que se consume ya sea frito, guisado, al carbón, al horno o en el magnífico sancocho. Los bocachicos que se consiguen en Barranquilla pro-vienen principalmente de la Ciénaga Grande de Lorica, Córdoba, población en la que se prepara en un célebre sancocho.

Mención especialísima hay que hacer del boca-chico en cabrito, manjar sin par que se prepara abriendo el pescado por el abdomen para sacarle las vísceras (hecho esto, queda “abierto”), se re-llena con verduras sofritas (cebolla, tomate, ají y ajo), opcionalmente se envuelve en hojas de bijao, se amarra con pita y, por último, se asa al car-bón. Cabe señalar que para esta preparación, al bocachico no se le puede escamar ni quebrar las espinas a cuchillo (esto hecho, se dice que está “picao”) al comienzo de la preparación, o adquirirse para tal fin ya “abierto y picao”, pues se desbara-taría al asar; precisamente las escamas le sirven de protección a la frágil carne del pez. De ahí la gran cantidad de espinas de este extraordinario plato. El bocachico en cabrito se acompaña con yuca cocida, torrejas de bollo de yuca, o con arroz blanco, y guarapo, menú que se puede saborear sobre todo a la hora del almuerzo o en paseos y

fiestas familiares. La vianda puede conseguirse en distintos puntos de la ciudad, especialmente en el Centro, pero es en los alrededores de Sanandresito, centro comercial de mercancía de contrabando, donde se consiguen los bocachicos en cabrito más famosos y tradicionales de Barranquilla.

Entre los pescados de mar, la mojarra blanca o plateada ocupa un lugar privilegiado en Barran-quilla, seguida de cerca por el lebranche, la sierra, el róbalo, el sábalo, el jurel y el pargo.

Otros pescados que también se consiguen son el atún, el mero, la Tilapia (en sus variedades, mo-jarra lora y mojarra roja), la cachama, el ronco, el salmón, el marlin, la trucha, la corvina, la basa, el bonito, la cojinúa, el chivo de mar y el chivo azul o mapalé, entre muchos más.

El bocachico y la mojarra, los pescados más apetecidos en Barranquilla, se encuentran en vía de extinción desde hace algunos años debido a que los pescadores se dieron a la tarea de capturar-los demasiado jóvenes, lo que impide su normal crecimiento y reproducción; además, sufren la acción depredadora de la Tilapia. En la actualidad se consigue, en lugar del bocachico criollo, un bocachico argentino pescado en el río Paraná, de mucha mayor talla pero insípido. En cuanto a las mojarras, hace tiempo que las de criadero, como la lora y la roja, son más fáciles de conseguir que la blanca de mar, cuyo precio se disparó. Como en el caso del bocachico, el sabor de la mojarra blanca es claramente superior al de sus sustitutas.

Los “cocteles” a base de camarones, ostras, calamar, chipichipi y otros mariscos, mezclados con cebolla picada, salsa de tomate, mayonesa, picante, limón y cilantro, entre otros condimentos, y acompañados con galleta de soda, se pueden con-seguir en distintos puntos de la ciudad. Nuestros cocteles son la versión criolla del cebiche, exquisi-tez propia de la variada cocina peruana a base de pescado (generalmente corvina) o mariscos crudos adobados con limón, ají, cebolla morada, salsas y otros condimentos. También se preparan varian-tes del cebiche en otros países latinoamericanos, principalmente los que comparten la costa del océano Pacífico, como Ecuador. El DRAE también acepta la grafía seviche, y anota que la palabra procede “quizá del árabe hispánico assukkabáğ, y este del árabe sikbāğ”. Otra teoría establece que en quechua el plato se llamó siwichi, y que con la conquista del imperio Inca por los españoles, se asoció la palabra originaria quechua con el térmi-no árabe sikbāğ (جابكش), preparación de la cocina morisca para conservar alimentos en vinagre, de

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donde surge más tarde el escabeche español. El cebiche y el pisco (el extraordinario aguardiente que se obtiene de las uvas cultivadas en los valles fluviales del litoral desértico peruano, que debe su nombre al puerto por donde tradicionalmente se exportaba, en el departamento costeño de Ica), son, por decreto supremo, patrimonio cultural de la nación peruana y otros de los orgullos de la gastronomía latinoamericana.

Son muy apetecidos también la suculenta ca-zuela de mariscos, el salpicón (por ejemplo, de atún o de bagre), las croquetas de pescado, las albóndi-gas de atún, el bagre en salsa, la viuda (pescado salado cocinado al vapor con yuca, ñame, plátano y verduras) y las huevas de pescado fritas (sobre todo de bocachico y de lisa), consideradas estas últimas el caviar criollo, verdadera irresponsabi-lidad de quienes al obtenerlas alteran la normal reproducción de los peces.

Los pescados también hacen parte de las tres comidas del día, incluso al desayuno: uno de los desayunos favoritos del barranquillero es el boca-chico frito con yuca cocida o con bollo limpio o de yuca. Las pescaderías y los restaurantes de pes-cados y mariscos son innumerables en los cuatro puntos cardinales de Barranquilla, incluso hay zonas de este tipo de establecimientos, como en el Centro y en el barrio Las Flores, muy cercano a Bocas de Ceniza, la turbulenta desembocadura del río Magdalena en el mar Caribe.

plaTos TípicosTodos los barranquilleros tienen diariamente muy cercano a sus ojos el agradable y oloroso espectáculo que ofrecen las “lisas”, morenas y finas, nadando en un espeso mar de salsas; o mostrando sus apetitosas intimidades muscula-res, tendidas sobre un lecho vegetal; o sudorosas y blan-quecinas, lleno su pecho de la cebolla verde y marchita; o simples y democráticas “lisas” proletarias, escoltadas por impolutas rodajas de “bollolimpio”. Diariamente los ba-rranquilleros ratifican placenteramente la veracidad de su apodo, pero rarísimos son los que saben la forma como esa “lisa” cotidiana está frente a ellos, puntual y jugosa como siempre.

Álvaro Cepeda Samudio, prólogo de Biografía de una lisa.

En la deliciosa y variada comida de Barranquilla, excelente exponente gastronómico de la fusión cultural de indígenas, europeos y africanos en la Costa Caribe colombiana, sobresalen dos platos típicos.

El exquisito arroz de lisa (o liza), que se acompa-ña con bollo de yuca y un vaso de guarapo. La lisa es un pez de mar pequeño y alargado que habita en desembocaduras fluviales, aguas salobres y estuarios tropicales, muy resistente a altos grados

de salinidad, que deposita sus huevos en aguas dulces. Es parecida al más apetecido y costoso lebranche, por lo que vendedores inescrupulosos a veces engañan al cliente inexperto ofreciéndole unas por otros; ambos pertenecen al género Mugil, familia Mugilidae. Por su bajo costo, la lisa es muy accesible a las clases populares (de allí la vieja costumbre de llamar “comelisa” al barranquillero en general, y en particular a la gente pobre). Los vendedores de arroz de lisa recorren las calles de la ciudad con típicos carritos en los que trans-portan grandes ollas con el arroz, el cual sirven a los comensales en hojas de bijao o de plátano, acompañado de queso costeño, yuca cocida, suero atollabuey y hasta espagueti. En lugar del guarapo, también se toma jugo de tamarindo o de corozo. El arroz de lisa es uno de los arroces de venta calleje-ra, junto al de pollo y al de cerdo, que se conocen localmente como “arroz de payaso”, ya que “dejan los labios brillantes”. El Diccionario de la Real Academia Española también acepta la grafía liza; la voz es de origen catalán: llisa o incluso llissa.

Podría considerarse como el otro plato típico de la ciudad a los incomparables guandules o guandulada, apetitosa sopa digna de los paladares más exigentes, que se acompañan con una por-ción de arroz blanco o de arroz con coco. La base de esta comida son: el guandul (de preferencia verde, aunque la mayor parte del año la sopa se prepara con el grano seco), rara legumbre de sabor un tanto amargo, y la carne salada (que debe ser gorda, de pecho). El plátano maduro, que le da el característico sabor dulce al plato, armoniza los fuertes sabores del guandul y de la carne. De difícil preparación, los guandules (o sopa o sanco-cho de guandul con carne salada) llevan, además, yuca, ñame y verduras; el toque de comino es

Cocineras sirviendo sancocho.

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imprescindible. Algunos, en vez de carne salada, utilizan bocachico frito y a veces también se añade chicharrón. El guandul empieza a brotar hacia fin de año y alcanza su punto máximo de cosecha en febrero, por lo que los guandules son considerados el plato del Carnaval de Barranquilla. El guandul se cosecha en amplias zonas del departamento del Atlántico y de la Costa; en Sibarco, corregimiento de Baranoa, se celebra anualmente el Festival del Guandul. También se usa en la preparación una variedad de mayor tamaño cultivada en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Cabe señalar que, además de la Costa Caribe colombiana, el guandul es un grano muy conocido en el Caribe y Centroamérica en países como Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Venezuela (quinchon-cho), Cuba y, en especial, en Puerto Rico y Panamá, donde el arroz con gandules (como se conoce en Puerto Rico) o con guandú (como se le denomina en Panamá, donde se prepara con coco) es un plato nacional. El Diccionario de la Real Academia Espa-ñola solo registra las voces guandú y gandul, pero en nuestro medio es denominado guandul; plural único de todas las formas (en Barranquilla y en República Dominicana): guandules. Hasta donde tenemos conocimiento, aparte de Barranquilla y el Atlántico, solo se prepara en sopa en Panamá (el guacho) y en el departamento de Sucre, pero sin plátano maduro. En las demás latitudes se prepara en arroz (Sucre, por ejemplo) o en dulce (Atlántico, Bolívar y Córdoba).

sancochos y sopasPa’ los sancochos, pa’ los mondongos no hayComo el negro Adán…

The Latin Brothers, El Negro Adán (Carlos Castillo - Luis Montoya).

Aparte de los guandules, las sopas y sancochos más tradicionales son el sancocho de costilla, el de rabo, el de hueso, el de pescado y el de gallina criolla. El mondongo (o sopa o sancocho de mon-dongo), a base de panza y pata de vaca, es también muy apetecido y tradicional en toda Barranquilla y en general en la Costa Caribe y el resto del país, en diferentes variedades regionales. También está muy arraigado en Venezuela.

El sancocho, otro de los emblemas culinarios latinoamericanos y, con la arepa, los verdaderos platos nacionales de Colombia en sus distintas variantes regionales, es una sopa o cocido que, según la región, lleva carnes como la de vaca (en varios cortes), pescados, gallina, pollo, cerdo, chi-vo, pavo, iguana y morrocoyo; tubérculos como yuca, ñame, malanga, arracacha, batata morada

y variedades de papa; hortalizas como la ahuyama (del caribe auyamá, especie de calabaza o zapallo muy extendida en la Costa Caribe, Panamá, Re-pública Dominicana y Venezuela), plátano verde y maduro, guineo verde y mazorca; verduras como cebolla cabezona y en rama, cilantro, tomate, ajo, el infaltable ají dulce, y condimentos como el co-mino. La sopa se sirve en totuma (vasija obtenida del fruto seco del totumo, con el que también se elaboran las cucharas), en plato hondo, o en grandes vasos plásticos o de icopor (de Industria Colombiana de Porosos, denominación nacional para el poliestireno expandido); en plato llano o en hoja de plátano se ofrece la vitualla: la presa y los tubérculos con una porción de arroz blanco. Como toque final, al sancocho se le añaden gotas de limón o de picante.

El de sábalo es, a la par con el de bocachico, el sancocho de pescado más apreciado de la ciudad, un plato realmente único y delicioso. Ambos se suelen preparar con leche de coco. Se preparan sopas con la mayoría de los pescados menciona-dos en la sección correspondiente, sobre todo el popular de jurel, el de chivo y el de mojarra. El extravagante sancocho trifásico, a base de carne de vaca, gallina y cerdo, es una delicia reservada a los comensales más exigentes.

El sancocho se degusta generalmente a ma-nera de almuerzo, aunque con motivo de ciertas celebraciones y paseos familiares se puede comer a cualquier hora del día. En la vieja Barranquilla era infaltable plato fuerte en fiestas populares (muchas de ellas nocturnas) como matrimonios, quinceañeros, bautizos y celebraciones de fin de año (7, 24 y 31 de diciembre), costumbre que aún se conserva a pesar de los estilizados bufés que lo han desplazado. También, entonados bebedores

Venta de fritos en cercanías del terminal marítimo.

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literalmente lo devoran al amanecer después de una larga parranda, muchas veces preparado por ellos mismos en improvisados fogones de leña. El sancocho es parte inmanente de la parranda va-llenata, máxima expresión cultural de la región de Valledupar, en la cual, entre grandes cantidades de trago (ron y, más recientemente, whisky), se departe alrededor de un conjunto vallenato y se remata de madrugada con un abundante y vigo-rizador sancocho.

En Barranquilla también se come con placer el mote (sopa espesa) de queso costeño, extraordina-ria sopa originaria de la región sabanera de Cór-doba y Sucre, a base de ñame espino (o de espina) con cubitos de queso costeño. Asimismo, es muy apreciado el mote de ahuyama con chicharrón.

Muy populares son las sopas a base de granos, como la de fríjol cabecita negra, la de zaragoza, la de lentejas, la de arvejas y la de arroz. La sopa de “maggi” (marca de un caldo de gallina) con fideos y papa, es muy popular y fácil de preparar. Otras sopas menos preparadas son la de pichón (o de paloma), la de arroz, la de menudencia (vísceras del pollo), las casi extinguidas de huevo y de pata-cón, los sancochos de ojo y de médula, y el ayaco, mote o sopa de textura espesa que se logra al co-cinarlo con el bastimento (harinas como la yuca, el ñame, el plátano) machacado. Se come con carne de vaca, que puede ser salada. Ha casi desapare-cido el higadete, plato popularísimo en Cartagena de Indias, mote interesante y nutritivo a base de hígado de vaca, plátano maduro y verduras.

oTros

Imposible olvidar los delicados pasabocas (en-tremeses) populares como el pan de yuca y las rosquitas de queso, expendidos por humildes vendedores en los buses y calles de la ciudad. Hoy es posible encontrar en muchas esquinas y supermercados de Barranquilla pasabocas como el diabolín (diminuto pan crocante de harina de yuca), producto símbolo de la región sabanera de Sucre y Córdoba, específicamente de San Juan de Betulia, Sucre; y las almojábanas (del árabe hispánico almuĝábbana, hecha de queso, y del árabe clásico ĝubn, queso), típicas en la Costa de las poblaciones de La Paz (antes Robles), Cesar, y Campeche, Atlántico.

También son muy populares en Barranquilla los pastelitos horneados rellenos de carne, pollo, dulce de guayaba o queso (especie de empanadas), así como los deditos rellenos de queso (también horneados), todos a base de hojaldre.

A altas horas de la noche es posible disfrutar el maní salado que venden, casi exclusivamente, muchachos de raza negra en los alrededores de bares salseros y en bailes callejeros.

Menos populares son algunas preparaciones a base de yuca, como el casabe (especie de arepa), la yuca asada (“yucasá”) y los palitos de yuca co-cida frita.

El huevo, en variadas preparaciones como en revoltillo (con sofrito de tomate y cebolla, o con cebolla en rama sofrita, o con trocitos de salchi-cha o de jamón, o simplemente con una pizca de sal; también se conoce como huevos revueltos o en perico), en tortilla (omelette), tibio (pasado por agua), frito o cocido (duro), es integrante habitual de los desayunos del barranquillero, acompañado de bollos, arepas, patacones, tajadas de plátano verde y queso costeño. El huevo también suple a la carne en los menús de bajo presupuesto; duro y cortado en rodajas hace parte de ensaladas.

Un desayuno que aún se prepara hoy es cabeza de gato, original platillo a base de plátanos verdes sancochados o bollos limpios que se machacan y se revuelven con chicharrones y guiso. Otro desayuno muy similar al cabeza de gato son los guineos verdes cocidos, machacados y mezclados con guiso, queso costeño rallado y mantequilla, también conocido a veces como cayeye. El cabeza de gato es ampliamente degustado en el Caribe y otras regiones de América Latina bajo distintas denominaciones como mangú (República Domini-cana), fufú (Cuba), mofongo (Puerto Rico), tacacho (región amazónica de Perú) y bolón (Ecuador).

La boronía (del árabe hispánico buraníyya, y este del árabe clásico būrāniyyah, la de Buran, inventora del plato y esposa del califa al-Ma’mūn), singular platillo a base de berenjena y plátano

Venta de agua de coco en 20 de Julio con paseo de Bolívar.

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maduro, acompaña a veces almuerzos y comi-das. Es una preparación de ancestro andaluz muy extendida en la región de Córdoba, de donde se esparció a otros puntos de la Costa. Gracias a la numerosa colonia de gentes de Medio Oriente (Siria, Líbano y Palestina), presentes en la ciudad desde el siglo XIX, otros platos árabes familiares para el barranquillero, que se encuentran fácil-mente no solamente en los múltiples restaurantes especializados en esa extraordinaria cocina, sino ya en los concurridos restaurantes de varios su-permercados y en algunas cafeterías, son los indios o repollitos, las hojitas de parra y las berenjenas, todos rellenos de arroz y carne; la shawarma (ésta se puede saborear incluso en ventas callejeras), y el arroz árabe (con carne molida, pollo desmechado y trozos de almendras tostadas).

Otra culinaria internacional con numerosos amantes en Barranquilla es la china; los restau-rantes (algunos muy tradicionales) de esta exótica y exquisita cocina son innumerables en cualquiera de los 4 puntos cardinales de la ciudad; la gente disfruta a cualquier hora del día un suculento y siempre abundante arroz chino (chow fan) o un chop suey, especialmente los domingos y días fes-tivos, ocasiones en que muchas familias prefieren no cocinar y comer en restaurantes o pedir comida a domicilio. Desde la segunda mitad del siglo XIX fueron numerosos los hortelanos chinos estableci-dos en Barranquilla que, hasta bien entrado el siglo XX, vendían sus productos en el mercado público.

Mención aparte hay que hacer de la mazamorra de plátano maduro, sabroso plato que se prepara con arroz, leche de vaca y canela. Al momento de servir, se le añade más leche y a veces queso costeño rallado, el cual aporta el sabor salado. Además, existen otras variedades de mazamorra,

como la de maíz verde y la de fécula de plátano verde, utilizada especialmente para vigorizar a los niños. También se come el plátano maduro asado con queso costeño, un plato popularísimo en Va-lledupar, donde sus habitantes lo consumen más que todo en la comida (cena). En Barranquilla, se asa también envuelto en papel de bolsa, que le da un sabor especial.

Fueron muy populares también las tortillas de plátano maduro y de plátano con queso costeño, así como las tortas de maíz verde y de ahuyama.

La papa también da para diversas preparacio-nes que acompañan a todas las comidas: además de las preparaciones mencionadas, son muy popu-lares las papas fritas, chorreadas, cocidas, al vapor y el puré con mantequilla o cocinado en leche.

La preparación popular de los espaguetis con-siste en mezclarlos ya cocidos con salsa de tomate y un sofrito de cebolla y ajo.

Una picada popular que todavía se ofrece en parrandas y fiestas familiares son los trocitos de queso costeño y salchichón opcionalmente condi-mentados con limón y pimienta.

El barranquillero come el pan sobre todo en el desayuno o en cualquier momento para ahuyentar el hambre, acompañándolo con gaseosa e inclu-so con salchichón y queso costeño (combinación conocida por el populacho como “sancocho de tienda”, pues se arma y degusta principalmente en estos negocios familiares tan arraigados en la cultura colombiana, que se niegan a desaparecer en los barrios de las principales ciudades del país, y que, por su familiaridad y por las facilidades de pago, siguen siendo los preferidos por mucha gente por encima de las grandes cadenas de su-permercados multinacionales que en los últimos años han hecho su entrada masiva a Colombia). Famosos son la “piñita” (pan suave con azúcar en la parte superior) y el pan de mantequilla. ¿Cómo pasar por alto el modesto pan de sal, tan saboreado para distraer el hambre a cualquier hora? En las numerosas panaderías de la ciudad se encuen-tran infinidad de panes, desde el de “100 pesos” (naturalmente, en otras épocas tuvo otro costo) que se resiste a desaparecer, hasta los rellenos con queso, arequipe, piña, uvas pasas o dulce de guayaba, pasando por el francés, variedades de alemán, italiano, árabe, judío, de centeno, de avena, de maíz e integrales.

Es posible encontrar con cierta dificultad, porque su consumo está prohibido, los huevos de iguana cocidos (a los que algunos atribuyen supuestos poderes afrodisíacos), práctica que ha

Preparación de bocachicos en cabrito en Sanandresito.

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llevado a esta inofensiva especie casi hasta la ex-tinción. Los huevos de iguana son muy apetecidos en época de Carnavales (febrero o marzo).

En varios puntos del Centro y del Mercado, especialmente en alrededores de la plaza de San Nicolás, son típicas las ventas de chorizo y longaniza fritos acompañados con bollo limpio y salsas, verdaderos monumentos al colesterol y a los triglicéridos que el pueblo degusta sin ningún remordimiento.

Entre las comidas rápidas sobresalen los chu-zos (o pinchos) desgranados: brochetas de chorizo, butifarra, carne o pollo, cebolla, pimentón y papa (criolla y parda), cuyos componentes, asados a la parrilla (al carbón), se desensartan y, picados, se combinan con granos de maíz, lechuga, papas fritas, bollo limpio y salsas. Son muy apetecidos los chuzos tradicionales (sin desgranar) de carne, de pollo, de butifarra y de chorizo, los cuales se consiguen en múltiples anafes al carbón callejeros. Son innumerables las ingeniosas y a veces extra-vagantes variedades criollas de perros calientes, hamburguesas, pizzas, sándwiches y chuzos que, además de los ingredientes tradicionales, incorpo-ran la butifarra, el chorizo, la mazorca, algunas frutas tropicales como la piña y la ciruela y el que-so costeño. Más curiosos aún son los ingeniosos cruces que resultan de la imaginación de nuestros cocineros populares: “polli-perro”, “chuzo-perro”, “pizza-patacón”, patacones rellenos o la salchipa-pa -papas a la francesa con manguera (embutido similar a una salchicha gruesa en tiras largas) frita y salsas-, entre muchas otras ocurrencias gastronómicas populares. Se cuentan por centenas los asaderos ambulantes de carnes y chuzos, las ventas callejeras, y los restaurantes de comida rápida que hacen las delicias de la gente hasta altas horas de la madrugada a lo largo y ancho de Barranquilla.

conclusión

En años recientes, Barranquilla se ha visto col-mada por la aparición de múltiples restaurantes gourmet y la realización de eventos gastronómicos de todo tipo. La oferta de cocinas extranjeras es notable; sobresalen la italiana, la china, la liba-nesa, la mexicana y la internacional. En general, la gastronomía ha experimentado un nuevo auge a nivel mundial, de manifiesto, por ejemplo, en el im-portante número de canales de televisión dedica-dos a esta maravillosa temática, y en los institutos de formación gastronómica que se abren cada día, de los cuales ya hay varios en Barranquilla. Los chefs estadounidenses, europeos y asiáticos han llegado a niveles extraordinarios de sofisticación e

innovación: cocina molecular, slow food, cocina de autor, ecogastronomía, cocina fusión, gastronomía macrobiótica y deconstrucción son neologismos que poco tardarán en hacer parte de nuestro vo-cabulario gastronómico habitual. Cocineros que dominan la física y la química de los alimentos se toman con espectacularidad la escena culinaria orbital. Para comer en elBulli (anteriormente “El Bulli”, restaurante de la Costa Brava catalana que cerrará entre 2012 y 2013 para profundizar en la investigación culinaria), considerado el más importante del mundo, ganador de las tres estre-llas Michelin, hay que hacer una reserva con dos años de anticipación... Es tal la competencia entre restaurantes y la presión por las calificaciones, que el afamado chef francés Bernard Loiseau se suicidó en 2003 cuando su restaurante fue degra-dado por la publicación especializada GaultMillau, una de las biblias de la alta gastronomía con la Guía Michelin.

La cocina típica de nuestra ciudad, sin em-bargo, se niega a evolucionar y a proyectarse. ¿Convendrá o no a la culinaria de Barranquilla la no evolución de sus platos de acuerdo con las corrientes culinarias internacionales? Algunos, en efecto, razonarán que es mejor que no evolucionen para que no se distorsionen o desaparezcan en su espíritu original, y que son un tesoro que se debe conservar tan puro como hasta el momento. Otros argumentarán que en su forma actual jamás se proyectarán internacionalmente ni serán conoci-dos o tenidos en cuenta en la exigente geografía culinaria. La discusión queda abierta. De lo que sí no hay duda es que en varios cientos de miles de hogares barranquilleros nuestros platos siguen siendo los preferidos por encima de cualquier cocina extranjera. Si se tiene duda alguna de lo anterior, pruébese si a las cinco de la mañana, después de una parranda, alguno de los amables, y seguramente ya hambrientos lectores que nos han honrado llegando hasta este punto, prefiere el más elaborado y sofisticado plato internacional a un sancocho de gallina o de mondongo cocinado en fogón de leña.

bibliograFíaMorón, Carlos y Galván, Cristina. La cocina criolla. Recetas de

Córdoba y regiones de la Costa Caribe. Montería: Domus Libri, 1996.

Dangond Castro, Leonor. Raíces vallenatas. Medellín: Editorial Colina, 1988.

Román de Zurek, Teresita. Cartagena de Indias en la olla. Bogotá: Ediciones Gamma, 2006.

Agradecimientos: Alfredo Camargo Forero,

Miguel Ángel Watts González, Isnardo Pinilla Chacón.

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Corresponde la bucólica cartagenera a la suculen-ta constelación gastro-nómica del Caribe, otros dirían los caribes, o las Antillas; pero en todo caso es una dilatada cuenca marina, en cuyo mágico ámbito, y como en una colosal y mítica caldera, se ha fundido el metal de un nuevo hombre, con expresiones culturales cada vez más definidas, delirantes emociones y un vital sentido de entender la vida.

El prodigio de esta olla caribeña radica en el sin-cretismo con que a la lar-ga se formó, inspirándose en el discreto legado indígena —maíz, envueltos, color a base de achiote, ajíes, tubérculos, frutos, etc.—, la influencia española y luego en el capricho francés, en las aficiones británicas y en la sabi-duría milenaria de los chinos, hindúes, malayos y hasta de los judíos errantes. Mas, la gran expre-sividad, desde luego, el color fuerte y el amoroso clamor de esa cocina, su excepcional tonalidad, en fin, corresponden a la gran orquestación negra. Es que la gente venida de África, al llegar al Nuevo Mundo, a pesar de las penas desgarrantes, aportó el sentido de ciertas sazones, combinaciones ciba-rias y formas de cocciones, logrando en todo ese

El duende de una cocina

Lácydes Moreno Blanco*

* Banquero (retirado). Miembro de la Acade mia de la His-toria de Barranquilla; columnista de Diario del Caribe y El Heraldo, y comentarista en Telecaribe; actualmente es asesor del Gobernador del Atlantico.

proceso junto al fogón, tonos para el contagioso regusto, vivezas en la presentación de resonancias sorprendentes.

Para entendernos sobre esta cibaria nuestra, hagamos un poco de historia.

Al agotarse en La Española la explotación au-rífera y diezmarse el elemento arahuaco y caribe por el rígido sistema de la Encomienda que les impusiera un forzoso trabajo al que no estaban acostumbrados, la economía del oro giró hacia la explotación agrícola, especialmente del azúcar, por lo que fue necesario una temprana experimen-tación con la mano de obra esclava —temeridad española que les transmitieron los árabes—, ne-gros bozales trasplantados al principio de Santo Tomé, donde había adquirido experiencia en las

El autor en la olla, composición de MKh y AMM.

Fotos de Giselle Massard Lozano.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 55-63. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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plantaciones azucareras. Después llegarían los técnicos canarios y portugueses para laborar en los ingenios azucareros, y los centenares de ne-gros que periódicamente traían los genoveses, los alemanes o los portugueses, a quienes la corona española concedió licencia sucesiva para dedicarse con exclusividad a ese feo negocio.

Más tarde, especialmente con la copiosa pre-sencia negra en los trabajos agrícolas, habría de acentuarse el sincretismo culinario en el Caribe, de que he hablado, pues los africanos trajeron técnicas de conocimiento, nuevos elementos cul-turales y hábitos alimenticios, que incidieron en la expresión definitiva de aquel fogón, que hoy se conoce bajo el nombre genérico de créole. Y desde los repliegues del alma por donde pasaban sin duda las nostalgias del África distante, las manos negras fueron orquestando la gran sinfonía de los inéditos sabores, de las viandas con detonantes colores y lujuriosas sazones.

Pero hay coincidencias que facilitaron sin duda esa fusión de sabores en el Caribe con la llegada del negro, pues como lo observó en un lúcido comentario el español Xavier Domingo, y éstas son sus palabras textuales: “Muchos indios americanos tenían además una cocina parecida a la de las diversas etnias africanas que sufrieron más del tráfico de esclavos. Para los yorubas, por ejemplo, el elemento base en los fogones era el ñame, y lo sigue siendo en sus tierras africanas. Pan de ñame o tortas y buñuelos de la misma raíz forman parte del recetario cotidiano yoruba como lo formaron de las etnias prehispánicas de Cuba, Santo Domingo y prácticamente de todo el continente sur”.

Siempre ha agradecido el pa-ladar africano los condimentos fuertes, y los que tenían y siguen teniendo en África no envidian en nada a los que hallaron en Amé-rica cuando su arribada forzosa.

Entre 1518 y 1865 fueron arrancados a África y transporta-dos a América unos 15 millones de negros. Enorme comuni-dad, más concentrada en unos puntos que en otros, pero que no tardó en adquirir su propia personalidad, hecha de sus pro-pias raíces culturales y de un esfuerzo tremendo por adaptarse a las nuevas y obligadas tierras y costumbres. Religiones, músi-

ca, poesía, leyendas y cocinas negras, marcaron profundamente algunas naciones. Haití, por su-puesto, pero también Cuba, todo el Caribe y las Antillas y Brasil, así como zonas muy importantes de Colombia y Venezuela.

¿Por qué misteriosos caminos las nuevas hor-nadas de esclavos negros supieron, al ser vendidos en África, que a los que les esperaban en América les hacían falta algunos productos básicos de los que su paladar no podía prescindir?

El caso es que empezaron a llegar pronto nue-vos forzados que traían con ellos las semillas de plantas indispensables para sus recetas, como el gombo, el taro, la malanga o calalú y el aquenio. Alguna receta, como determinados buñuelos de bacalao, recibe hoy en diversos países antillanos el nombre de akkras, que es voz yoruba, por gombo.

Por otro de esos enormes enigmas que presenta la antropología culinaria, se da el caso de que uno de los platos más suculentos de la cocina afroame-ricana, especialmente elaborado en Jamaica y en Haití, era también corriente en el África negra de antes de la esclavitud. Se trata de una olla que realmente merece la ambiciosa noción de “olla podrida” y que en Jamaica conocen por pepper pot y en Haití por poivrière.

Es la olla de nunca acabar, la olla que no cesa. En efecto, el recipiente está siempre en el fuego y, a medida que se sacan raciones, se van añadien-do nuevos elementos, tanto de carnes diversas y aves, como de raíces y legumbres. Las cocciones pueden durar semanas, meses, y se habla incluso

Mercado de Soledad, Atl.

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de ollas místicas y seculares. Por supuesto, cuanta más edad tenga la olla, más calidad se le atribuye.

Los negros adaptaron asimismo a su gusto platos españoles, como los citados buñuelos de bacalao o como el rico escovitch (escabeche) de Jamaica, a base de filetes de pargo o de besugo y con todos los demás ingredientes de un buen escabeche, a los que hay que sumar fuertes dosis de pimienta de Cayena de o Jamaica.

En la Martinica gusta mucho una llamada “soupe à Congo”, en la que entran una multitud de variedades de alubias y judías secas, junto con berenjenas, ñames, coles, aguacate, zanahorias, ajos, gombos, cebolla, batata y chiles fuertes y oreja y rabo de cerdo.

El plátano verde y el banano no eran tampoco frutos ignorados por la culinaria africana, que contaba con recetas y usos trasladados a Ibero-américa con su casi total pureza primitiva, tanto como legumbre de acompañamiento, como en tortas y otras preparaciones.

Y mientras las despensas se enriquecen con novedosas vituallas para la sorprendente olla del Caribe, aquella que con el tiempo obtendría universal prestigio, la parla enciéndese con voces de extraño acento, con léxicos peculiares para determinar especies y las condiciones alimenticias del Nuevo Mundo. En este caso vayan las siguien-tes esquemáticas referencias: biche (del bantú), cuando una fruta no está completamente madura. Otros eruditos consideran que deriva del sumasi-mi ‘witchi’ y del quechua ‘huishi’, aplicándose a lo que está tierno o en agraz, que no ha llegado a la sazón, o que no ha terminado su crecimiento, es-pecialmente cuando se habla de frutas y de granos. Mientras que el mejicano Francisco J. Santamaría alude con esta voz, según él derivada del zapoteca

‘bichi’, al nombre vulgar que se aplica en Tabasco a varias especies de leguminosas del género Inga, no sin advertir que en Argentina se denominan así las frutas verdes.

Okra, candia, quimbombó, que también se regis-tra con esas variantes, es vegetal bien conocido y esencial para hacer la pecaminosa sopa cartagene-ra realzada en su gusto con la mojarra ahumada, posiblemente desaparecida entre nosotros, mien-tras, en el francés antillano gungambó, es utilizada en otras partes del Caribe en guisos tonificantes, o el selele, sopón de abigarrado acento, integrado con cerdo, ñame —también de procedencia africa-na— , así como con el frijolito de cabecita negra de la misma cuna, carne salada, yuca y plátano verde.

Guandú o guandul (del kikingo wándu) que se-gún el erudito don Nicolás del Castillo Mathieu, a quien he seguido en estas referencias, en Puerto Rico se le conoce bajo la voz de guandure o gan-dules, pero que en todo caso tiene que ver con un guisante muy característico; la malanga (del kikongo), rizoma muy gustoso y muy conocido en la olla del Caribe; mafufo (para algunos tratadistas kikongo, mientras que otros la consideran bantú), comprende el guineo o platanito de cuatro filos, que a su vez procede de Guinea.

Por ahí sacan las orejas otras voces atinentes al fogón, como afunchado, cuando por exceso de líquido el arroz queda demasiado húmedo. Posi-blemente derive de algunas viandas cubanas co-nocidas como “comida hecha de maíz seco molido, sal, agua y pimienta”, en su parecido semejante a una poleada. Mientras que en Puerto Rico funche es la misma preparación con la variante de que se hace con masa blanda, leche y azúcar.

Sigue por ahí bitute, término con que se nom-bra la comida en Cartagena y algunas partes de nuestra Costa. También volaban por los aires antillanos calalú, con diversas alteraciones léxicas en otras áreas del Caribe, que antiguamente era comida de esclavos y de sus descendientes crio-llos, compuesta de diversos vegetales picados y adobados con sal, vinagre y manteca; fufú, antigua variante afronegroide a base de plátanos, calaba-za, malanga o ñame hervidos y amasados luego; marifinga, que así llamaban a una alteración del funche; mofongo, que no es otra cosa que la cabeza de gato, cuando los cartageneros eran más radi-cales en el gusto que les venía de los ancestros, elaborada con plátano verde asado primero o frito y seguidamente machucado o majado, enriquecido su sabor con un tantillo de sal y pequeños trozos de chicharrón, gustosa vianda que posiblemente

Mazorcas.

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acompañaban con un buen vaso de guarapo, voz también africana, elaborado con el jugo de la caña.

E inclusive con africanismos desde muy tem-prano se fueron designando otros productos ali-menticios característicos dentro del fogón antilla-no, como lo puntualizó por su parte el investigador puertorriqueño Manuel Álvarez Nazario. Es así como guineo, abreviación de plátano guineo o de Guinea, en las épocas iniciales de la colonización española del Nuevo Mundo se refiere en forma general al plátano propiamente dicho como el banano, aunque luego se establecieron las dife-renciaciones. También encuentran clasificaciones, según su categoría, frutos como el plátano domini-co o el hartón, voces usuales en Colombia y Puerto Rico; En otros sitios de esta isla —en palabras de Nazario— pregonan forrongo, al hablar del guineo maduro; asimismo perdura la variedad de plátano conocida con los afronegrismos mofofo y malango. Y por ahí van otros nombres relacionados con este vernáculo producto como chamaluco, maricongo.

En el orden de los condimentos originarios de África, cabe mencionar la malagueta, que en Car-tagena se le aprecia en suculentos guisos, sopas e inclusive en deliciosos y aromáticos arroces o pasteles, con el nombre de pimienta de olor. Según el ya citado profesor Álvarez Nazario “procede este vegetal de la Costa de Malagueta —de donde viene a su fruto la denominación original de pimienta de malagueta—, en la llamada “Costa de los Granos o de las Especias”, tramo del litoral occidental africano desde Liberia hasta la actual Ghana. Su difusión por la América tropical, desde las épocas tempranas de la colonización europea en los barcos que hacían la trata negrera, le ganó los nombres

adicionales de pimienta inglesa, pimienta de Ja-maica, de Tabasco, de Chiapa.

Pero esa manifestación culinaria, que es toda una apoteosis de los sabores, al pasar a Cartagena de Indias pierde en densidad, se torna más depu-rada en muchas de sus tonalidades, y adquiere otro talante, si así puede decirse. Con el tiempo el picante primitivo, la fortaleza de las salsas, el cro-matismo mismo se sosiegan, como si el mestizaje y el sincretismo de las salsillas de que he hablado quisieran encontrar otras formas para alegrar al hombre. En este caldero regional se utilizan, desde luego, idénticos o parecidos ingredientes del entor-no geográfico, vituallas y carnes, peces y mariscos; pero posiblemente por el cariz de otras influencias sociales y una predestinación histórica excepcio-nal, la cocina cartagenera exhibe una expresión propia en ese mundillo antillano, y con respecto a Colombia misma, hasta el extremo de que es sin duda la de más matices o variedades, opulencia en posibilidades gustativas y la que muestra una mayor imaginación creativa.

Esta herencia cibaria, como tantas otras bon-dades y calamidades de la tierra, obedece sin duda a la gravitación de su agitada historia social también, que es la historia de muchas luchas y confrontaciones durante el Imperio Español y más tarde, al formarse la república. Y es así como al elegir España a la incipiente ciudad como puerto estratégico en ultramar, allí se fue formando un ordenamiento social —ya lo he observado en otra oportunidad— con estamentos definidos que van desde los encomenderos del siglo XVI, hasta los grandes mercaderes; luego, las autoridades reales y eclesiásticas, los núcleos de pequeños funciona-

rios, escribanos, médicos, etc.

La abundancia temprana en la ciudad de colmados con ranchos, es-pecias, vinos y jamones, etc., unido a los productos terrígenas en Cartagena fue decisiva para el sincretismo a que hemos aludido, pues muchos viajeros se hacen lenguas ya en el siglo XVIII sobre lo regalada que era aquella mesa criolla. No es de extrañar, pues, que entre los cuadros de la vida colonial aparezca el de la comida y la cena con que los santafereños obsequiaron en 1789 al virrey Gil y Lemos, según cuenta Vergara y Velasco, las cuales estuvieron llenas de peripecias, y como en la capital se vivía con mucha modestia, se comisionó a don Pedro La olla en el anafe.

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de Ugarte para que hiciera venir de Cartagena nueces, pasas, licores y rancho, todo lo cual subió el río, acondicionado en dos cajones que por flete pagaron 16 pesos, 4 reales por bodega en Honda.

Para aquilatar la tradición de esta olla carta-genera, como otras formas de sus circunstancias sociales, no hay como volver la vista a las impre-siones de algunos cronistas y viajeros. Ésta es sin duda una fuente invaluable para enterarnos de cómo se fue operando en el tiempo nuestra evolu-ción histórica. Desde el siglo XVIII especialmente, abundaron viajeros o aventureros en nuestro territorio movidos por las curiosidades artísticas, la investigación de nuestras riquezas, el posible intercambio comercial o altas misiones científicas.

Ese cuadro, lleno de colorido y palpitantes en-cantos, se refleja en el relato que dejaron don Jorge Juan y Santacilia y don Antonio de Ulloa y de la Torre-Guíral, tenientes de navío que vinieron en misión científica en 1735, y quienes, por lo visto, tenían ojos bien despiertos, al analizar con suti-leza lo que ellos llamaban castas, expresándose de ciertas costumbres cartageneras, trabajos y aficiones locales, así:

La fuerza de los calores no permite que puedan usar de ropa alguna, y así andan siempre en cueros cubriendo únicamente con un pequeño paño lo mas deshonesto de su cuerpo. Lo mismo sucede con las negras esclavas; de las cuales unas se mantienen en las estancias casadas con los negros de ellas, y otras en la ciudad, ganando jornal, y para ello venden en las pla-zas todo lo comestible, y por las calles las frutas, y dulces del país de todas especies, y diversos guisados, o comidas; el bollo de maíz, y el cazabe, que sirven de pan, con que se mantienen los negros.

Más adelante se detie-nen perspicaces en otras observaciones:

En cuanto a las costumbres de aquella gente tienen algu-nas que difieren sensiblemen-te de las de España; y aún de las que se practican en las principales partes de Europa: las más notables son el uso del aguardiente, cacao, miel, y demás dulces, y tabaco en

humo; a que se agregan otras singularidades, que seguirán a éstas en su explicación particular.

El aguardiente tiene un uso tan común, que las personas más arregladas, y contenidas lo beben a las once del día; porque pretenden que con esta prevención recupera el estómago alguna fuerza de la mucha que pierde con la sensible, y continua transpiración, y que coadyuba a avivar el apeti-to; en esta hora se convidan unos a otros, para hacer las once; pero esta precaución, que no es mala cuando se practica con moderación, pasa en muchos a hacerse vicio, y se embelesan tanto en él, que empezando a hacer las once, desde que se levantan de la cama, no las concluyen hasta que se vuelven a dormir.

Y sobre estas costumbres alimenticias de los viejos cartageneros agregan:

El chocolate, a quien allí conocen solamente por el nombre de cacao, es tan frecuente, que lo acostum-bran tomar diariamente hasta los negros esclavos, después que se han desayunado; y para este fin lo venden por las calles las negras, que lo tienen ya dispuesto en toda forma, y con solo calentarlo lo van despachando por jícaras, cuyo valor es un cuartillo de real de plata; pero no es todo puro cacao, porque este común es compuesto de maíz la mayor parte, y una pequeña de aquél: el que usan las personas de distinción es puro, y trabajado como en España. Repiten el tomarlo una hora después de haver co-mido, costumbre que no ha de dexar de practicarse

en día alguno; pero nunca lo usan en ayunas, o sin haver comido algo antes.

En la misma conformidad es grande el consumo, que ha-cen de los dulces, y miel; pues quantas veces en el discurso del día se les ofrece beber agua, ha de se precediendo el tomar dulce. Suelen preferir muchas veces la miel a las conservas, y otros dulces de almíbar, o secos, porque en-dulza más: en aquéllos usan del pan de trigo, de que solo para ellos, y el chocolate se sirven; y éste le toman con torta de cazabe.

Parece que los amigos Juan y Ulloa sintieron indu-dablemente deleitación con ciertas carnes de la olla car-tagenera, cuando pregonan:Cucharas y totumas.

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Los animales domésticos comestibles solo son de dos especies: bacuno, y de cerda; unos, y otros en cantidad. El bacuno, aunque no del todo malo, es poco gustoso, porque el continuo calor de aquel clima le impide el hacer de muchas carnes, y que sean éstas sustanciosas: pero el ganado de cerda por el contrario es de tal delicadeza, y buen gusto, que no solo se tiene por el más sabroso de todas las Indias; pero en ninguna parte de Europa, se cree, que lo haya de igual sabor; y por esta razón Europeos, y Criollos le dan la preferencia a cualquier otro, y es el manjar ordinario de aquellos moradores. Además de las buenas calidades, con que lisongea al gusto, lo consideran allí muy saludable; tanto que lo han hecho el alimento común, y más seguro de los enfermos con antelación aun a el de aves. Las especies de estas son gallinas, palo-mas, perdices, y patos en abundancia, todas y de sabroso gusto.

Y entran también en la exaltación de ciertos manjares del condumio nativo:

De la abundancia, que goza aquel país en todo género de carnes, frutas y pescados podrá inferirse lo abastecidas, y regala-das, que serán allí las mesas; las cuales son servidas en las casas de distinción, y comodidad, con gran decencia, y osten-tación, y con explendidez. La mayor parte de los manjares aderezados a la moda del país, y no sin alguna diferencia a lo que se acostum-bra en España; pero disponen algunos platos con tan delicada sazón, que son no menos agradables al paladar de los forasteros, que pueden ser gustosos al de los que ya están connaturalizados en su uso. El Agi-aco es uno de los más introducidos, y es rara la mesa donde falta, al cual bastaría la abundancia de especies, que lo componen, para hacerlo gusto-so: porque en él entra puerco frito, aves, plátanos, pasta de maíz, y otras varias cosas sobresaliendo en él el picante de pimiento, ó ají, (como allí llaman) para que incite más el apetito.

Sobre el horario de servir las comidas cartage-neras puntualizan en otros apartes:

Regularmente hacen allí dos comidas al día, y otra ligera: la primera por la mañana, que se compone de algún plato frito, pasteles en hoja hechos con masa de maíz, u otras cosas equivalentes, a que se sigue el chocolate: la de medio día es más cum-plida; y la de la noche suele reducirse a dulce, y

chocolate; aunque muchas familias hacen cena for-mal, corno se acostumbra en Europa. Suelen decir vulgarmente, que las cenas son allí dañosas; pero nosotros no experimentamos mas novedad, que en Europa, y acaso el daño estará en el exceso de las otras comidas.

Años más tarde estuvo por nuestra tierra (1825-1826) el marino sueco Carl August Gosselman —ya en plena República y cuando Cartagena se mostraba decaída después de su apogeo colonial y sus sangrientos sacrificios por la independencia—, y escribió estas impresiones:

A las seis de la mañana ya se encuentran levanta-dos, generalmente se bañan, toman su chocolate y prosiguen la limpieza personal. Toman el desayuno entre las ocho y nueve, consistente en huevos, car-ne picada, plátanos fritos, chicharrones, queso y chocolate, en seguida beben una taza de agua fría.

Entonces ya están dispuestos y preparados para

Frutas y verduras soledeñas.

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asumir sus labores del día. Montan a caballo y se dirigen a la ciudad a atender los ne-gocios en las oficinas públicas, en las que no están presentes más que para hacer tiempo y poder retornar a sus atractivas hamacas. La cena comienza con la sopa, reciamente condi-mentada, en espera del plato fuerte, aquel que se come en todos los lugares donde hay un español: la paella. Este sufre variaciones según las distintas carnes y vegetales de cada país, pero es un plato digno de ser reseñado por un escritor o de ingresar a los me-jores libros del arte culinario.

Este plato se identifica por algunos artículos cardinales. La carne de buey y los plátanos se hierven juntos y se les agrega carne de cerdo, de cordero, tocino, yuca y arroz; todo se mezcla con pimienta, cebolla y otros condimentos, que se hierven al mismo tiempo, o para usar término técnico, en su misma salsa.

Después se agregan pollos fritos y palomas, tan secos como de mal sabor, y finalmente manteca frita con pimentón, en lo que nada todo el plato.

Trasunto, trasunto de la olla podrida; y como podemos observar, tal vez por el calor de Carta-gena, el viajero Gosselman sufrió una lamentable confusión al tratar de explicar la paella. Y prosigue en su relato:

En algunos hogares sirven como postres frutas, ya sean melones, mangos, que se saborean al lado de vinos y quesos, y luego todo acaba con un café.

Pero la tradición en la mayoría de las mesas es servir de postre dulces, hechos de miel y panela, servidos con queso y una taza de chocolate, ade-más de un jarro de agua fría. Antes que todo haya terminado ya están en los ceniceros colocados sobre la mesa los cigarros encendidos.

En las casas más criollas toman chocolate, su bebida favorita, lo que hacen cinco o seis veces al día, siempre con grandes dosis de agua helada.

La costumbre de nuestros antepasados carta-generos de tomar tan pródigamente el chocolate, como aparece en las impresiones de estos viajeros, debió obedecer sin duda a una acentuada manía española y no por la total influencia azteca, pues durante gran trecho del Siglo de Oro, allá en la Península, adonde fue llevado hacia 1520, se inge-ría en todos los hogares, con bizcochos, turrones,

mazapanes y hasta con aguas aromatizadas. Y a tales excesos llegó su uso que en el año de 1644, los alcaldes de casa y corte sentenciaron dispu-sieron que: “Nadie, ni tiendas ni en su domicilio, ni en parte alguna podía vender chocolate como bebida”. Otro ítem: Fray Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán, menciona una receta, todavía usual en Cartagena, de origen az-teca, cuando comenta “que hacen del maíz y cacao molido una a manera de espuma muy sabrosa con que celebran sus fiestas”.

Pero, volviendo a Gosselman, la rueca hila más impresiones, como cuando acercándose al alma popular registra que para la gente ordinaria su comida es “un sancocho con casabe por pan, o bollo o arepa y su postre de miel migada con queso”. Pobres y ricos, todos allí por la mañana, hasta los negros toman cacao con pan quien lo tiene, y si no un plátano, tras del cacao almuerzan huevos fritos y mucho ají; y quien puede comprar tamales, añade luego.

Platos solariegos de Cartagena son —¿o lo eran?— en su genuina expresión el arroz de coco con pasas, la sopa de mondongo, el sábalo con leche de coco, el sancocho de gallina o el sancocho de sábalo —la bouillabaisse del Caribe—; el ajiaco con cerdo y carne salada, los pasteles navideños de arroz, delirantes de achiote y ricos en presas y vegetales: el arroz de coco con frijolitos de cabe-cita negra, o de coco con cangrejos azulosos, que proclaman la bondad de una cocina depurada por el tiempo y los gustos populares. La posta negra, morosamente cocinada en parte de su adobo, con

Pescadería en el caño de Soledad.

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rodajas de cebolla y tomate, luego de sellársele hasta que queda una costra negra, de donde toma su nombre.

En esa mesa criolla se servía también un dis-creto cocido cartagenero, preparado en forma menuda y muy sustancial con carnes frescas y vituallas comarcanas, muy en armonía, por lo de-más, con el clima de la ciudad; la sopa de candia con mojarras ahumadas, para las horas del medio día, o el celele con cangrejos, hermana por sus ingredientes de la citada sopa de candia con mo-jarras; pero reemplazadas éstas con los azulosos cangrejos, confi ados paseantes por las luminosas playas de la Boquilla, cuando el torvo turismo no había degradado la fauna circundante. O la sopa de zaragozas blancas con ñame, así como la to-nifi cante de tortuga. También era consolación del buen apetito cartagenero a la hora del almuerzo el higadete, preparado como lo indica su mismo apelativo con trocitos de hígado picado, plátanos maduros y verdes, aderezos con el guiso del te-rruño y, así mismo, se ofrecían como testimonio de innegables riquezas culinarias unas excelentes huevas de sábalo fritas, ruedas de lebranche en escabeche, y bien sazonado bistec de tortuga.

Dulces también. Y más dulces. En otras edades, las negras de ternísimo corazón llevaban las tartas con tapas de anjeo en la cabeza pregonando por las calles del Corralito las melcochas, alfajores blan-cos, cocadas de coco, cocadas de maní, cocadas de ajonjolí, canelequeque, cubanitos, republicanos, yemitas de coco, doncellas polvorosas, aviones o aeroplanos, panochas, suspiros, damas de honor, etc. En las casas solariegas, había conservas de guaya-ba, las conservas de mamey, las bolas de tamarindo, la bolloría, los huevos obispales o chimbos, el dulce de coco punteado con las pasas, el dulce de plátano con piña, la jalea de coco o el de plátano guisado, perfumado con los clavillos de olor y servido muchas veces en las tortas de casabe, cuando no con una porción de queso costeño.

Rezago de ese mundo de golosinas, aún es posible apreciarlo en las arcadas de pie-dras coloniales del Portal de los Dulces, estación y tránsito de los borrachitos, riñón de la ciudad, roto avispero, que diría el Tuerto López, en cuyas ventas se hallan estos prodigios de delicadezas en azúcares, junto con la venta de revistas pornográfi -cas, discos viejos, lentes ahumados y mil baratijas.

Si el arte de la cocina y sus entrañables mani-festaciones refl ejan maravillosamente la cambiante sensibilidad colectiva a través del tiempo, así como la historia sustantiva del hombre, la bucólica cartagenera es un testimonio vivo de esa eviden-cia conceptual. Su olla tuvo el marcado acento peninsular, en este caso el de algunas regiones de España: mas con la decadencia de la ciudad a raíz de la independencia y la llegada inmediata de algunos franceses, italianos e ingleses, ella tuvo variantes en muchos de sus tonos y se enriqueció con nuevos platos. Es así, valga el ejemplo, como el mondongo, que en los días coloniales debió de ser un plato algo pesadote, luego se conoció como una sopa hasta cierto punto delicada con la coque-tería —¿infl uencia francesa?— de las alcaparras, el espesor fi nal que le concede las yemas de huevo sin que falte el toque de unas gotas de vinagre, los croutones y las rodajas de huevo duro al servirla. Hecha como mandan los cánones es uno de los platos que puede presentar Cartagena al goce universal. Igual prodigio de sutileza gastronómica aparece en el arroz de coco con pasas, alquimia del gusto en el que se esposan felizmente el titoté, hijo venturoso del aceite de coco, con unas pulgaradas de azúcar y las pasas, iluminados fi nalmente los granos con mantequilla, nada de aceite de oliva como lo haría un peninsular o gente mediterránea. El mismo enyucado es un logro prodigioso de la imaginación golosa del terruño, pues si en esa vianda América aporta la yuca, manos sensibles contribuyeron con la mantequilla, el anís en grano y el queso criollo, lográndose así una torta deli-

ciosa, predestinada a elevar el sentido del gusto en la mesa con los platos de sal, pues no es un postre.

Es que otra característica de esta manducaria del Corralito de Piedra radica en el hábito de acompañar sus viandas de sal con aditamentos de dulce, debido tal vez a una herencia de la cocina arábigo-andaluza de los españoles. Aparecen así mismo en su recetario las arepitas de dulce, la cariseca, el enyucado, ya alabado, las hojaldres de fi nísima textura, el pas-

tel de ñame, los plátanos guisados, los plátanos maduros en tajadas o en tortillas, e inclusive el dulce de algunas viandas, tal la lengua mechada, enriquecida con panela, vinillo y clavos de olor. Inclusive las riquísimas morcillas llevan el toque de dulce.

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Tardíamente esta rica cantera del comer cartage-nero se vería ensanchada con la presencia de sirios-libaneses, quienes comen-zaron a llegar a la ciudad a partir del último lustro del siglo XIX y cuyos miembros, por su sentido del trabajo en el comercio, del sacrificio y bondades, muchas veces, a la larga se integraron a la sociedad criolla. De las ma-nos de sus mujeres habrían de salir el tabbule, en el que se combinan el trigo, la ce-bolla, hierbabuena y otras especias; el fatte, sápida ligazón de garbanzos con tahine y levantado en sazón con gotas de limón; arroces con lentejas o almendras; berenjenas con tahine y, más popular, como si quisiera hacerle competencia en la deleitación nativa de la empanada con huevo, los quibbes. En toda esta corriente de originales sabores, no habían de faltar los delicados dulces como la baklawa, con sus sutiles capas de masa rellenas de nueces, aderezadas con miel y agua de azahares. O la atallef, coquetas empanaditas en-noblecidas con jarabe de azúcar, en fin, golosinas salidas por su sutileza de Las mil y una noches. Pero, paradójicamente, estos dulces, y en una ciu-dad como Cartagena, tan amante de las golosinas, como lo hemos visto, allí no se han popularizado tanto como algunos de los platos de sal.

En este registro de sabores, tentaciones co-cineriles y antojos, frutos de sartén y caldillos o sopones estimulantes de Cartagena, no sería justo olvidar la presencia de los chinitos, gente que llegó hace algunos lustros con sus misterios en el alma, su sentido de la discreción y la cortesía, abriendo comedores con alegría y buena voluntad. Ellos, como entra en su filosofía oriental de las adapta-ciones, y dado que hay muchas cocinas chinas, con el correr de los días, familiarizaron el gusto de los cartageneros con los chow mines, arroces fritos, pastelitos de carne, wan tun de cerdo y pollo; cer-dos agridulces, carnecillas encebolladas con salsa de ostras, el chop swey y las gallinas salsudas.

Tras este risueño viaje, a trechos con saudades por el mundo de algunas de nuestras herencias co-quinarias, hemos de llegar a una triste conclusión: La cocina nativa, tan esencial como referencia del propio genio social, tiende a desaparecer o va dege-

nerándose por los cambios de los gustos colectivos, la influencia de exóticas manifestaciones o por las circunstancias mismas de una civilización que ha hecho del afán cotidiano toda una absurda filosofía del vivir, de manera que debemos comer afano-samente, a veces con angustia, en un ambiente cada vez más mecanizado hasta la desesperación.

Somos conscientes, desde luego, de que toda evolución implica cambios de conducta; pero, en lo que se refiere a las comidas propias, éstas son referencias sociales que deben preservarse en lo esencial, pues tienen que ver con la entidad y una cultura particular.

Pero no hay que desesperar. Más allá de la globalización, más allá de los afanes industriales, más allá de las novísimas inventivas culinarias, están los recuerdos y los gustos ancestrales que hacen silenciosamente perdurable esa mesa crio-lla, mesa que, aunque discreta en alguno de sus aspectos, tiene su particular gusto y trascendencia social. Volver a ella, persistir en su permanencia, aunque requiera de vez en cuando de nuevas expresividades, es tanto como sentir una honda identificación, que ocupamos un sitio particular y noble sobre la tierra.

Y una coda para concluir con apetito. Sin chau-vinismos parroquiales, podemos proclamar enton-ces que la cocina de Cartagena de Indias, variada, delicada en muchos de sus matices y sápida; hecha de enamoramientos, es sin duda una de las más alegres y originales del Caribe, predestinada para el júbilo del hombre en la mesa.

Sancochos de guandú, mondongo y pescado, en el barrio Montecristo de Barranquilla.

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Un fenómeno común a las nacio-nes e identidades latinoamerica-nas es el hecho de que sus res-pectivas historias son un desen-cuentro de las partes claras de la memoria, muchas veces oficial y refrendada por la escritura, y las partes oscuras en que lo subva-lorado y lo subalterno no logran perfiles que les permita superar el olvido. Como si la historia fuera una moneda de dos caras, la cara visible no deja ver la cara por el momento invisible y en es-tos países variopintas parcelas de tiempo se hallan ahí, a la espera de miradas no monotópicas que las rescaten y las integren a los diálogos en que las naciones se buscan y retoman forma.

En la cara callada de la historia, indefinida y habitualmente designada como «el otro», las so-ciedades amerindias han sido esquivadas por la memoria oficial como si ellas no participaran en el tiempo; como si ellas no hicieran parte de las circunstancias y coyunturas históricas afluentes de la “historia nacional”. Para el caso de Colombia y Venezuela, eso parece ser lo ocurrido con los wayúu, sociedad amerindia del tronco lingüístico arawak, a quienes se les creía históricamente cir-cunscritos a su territorio ancestral, la península de la Guajira, y separados por una frontera natural y cultural de los aconteceres de las dos sociedades

Hipótesis sobre el contacto cultural entre miembros de la comunidad Wayúu y el niño

Gabriel García Márquez en Aracataca

Juan Moreno Blanco*

* Profesor Titular de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle. Docteur en Etudes Ibériques et Latino-Américaines de la Université Michel de Montaigne - Bordeaux 3. E-mail: [email protected]

globales. Solo gracias a estudios de antropólogos y etnólogos se ha empezado a des-cubrir la impor-tante migración de miembros de la sociedad wayúu que los llevó en condición de esclavos a rela-cionarse, fuera de su territorio ancestral, con la sociedad global venezolana en la región de Zulia a principios del siglo XX, pro-duciendo un indudable impacto cultural:

En muchas haciendas el idio-ma wayúu desplazó al español como lengua predominante. Por medio del trabajo esclavo, el uso del idioma y muchas prácticas culturales wayúu desbordaron el territorio ancestral. Hubo más

de dos generaciones de wayúu que se criaron en las haciendas de Zulia pero que seguían hablando su idioma y mantenían su identidad wayúu [...] es indispensable comprender estas migraciones para comprender la sociedad wayúu actual y la magni-tud de la difusión de la lengua y cultura wayúu por fuera del territorio ancestral [...]. A comienzos de siglo, a pesar de que la mayoría de los primeros tra-bajadores migrantes tenían la intención de regresar a sus tierras al término de su contrato de trabajo, muchos no lo hicieron. Entre los dependientes más desdichados, los esclavos de guerra y por deudas [atepchias], había muchos que tenían poco o nada porque regresar a la penísula (Rivera, 1990-1991: 105-106-107).

Aunque esto sea hoy día una certeza histórica, aún no se ha estudiado la trascendencia de este contacto, que sin duda afectó las referencias de

GGM.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 64-74. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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identidad tanto de los wayúu como de los miembros de la sociedad global. Empero, el azar que nos depara la tranversalidad de los estudios en ciencias humanas ha venido a aportar nueva visibilidad a las migraciones wayúu y sus contactos con la sociedad global, esta vez colombiana. La última década de estudios sobre la obra del escritor colombiano Gabriel García Márquez ha abonado un camino de indicios que nos informa sobre otra corriente migratoria seguida en esa época por los wayúu y que tenía como destina-ción la zona bananera de la región, por entonces llamada Magdalena Grande, al oeste de la península de la Guajira, cuna del fabulador colombiano. Él mismo así lo afirma:

…la casa de Aracataca estaba llena de guajiros —de indios guajiros, no de ha-bitantes del departamento de la Guajira. Eran gente distinta, que aportaba un pensamiento y una cultura a esa casa que era de españoles, y que los mayores no apreciaban ni creían. Pero yo vivía más a nivel de los indios, y ellos me contaban historias y me metían supersticiones, ideas que yo notaba que no tenía la abuela… (G.G.M. 1994: 36)

En efecto, en la casa donde se crió en Aracataca el autor de Cien años de soledad vivían también personas de la sociedad amerindia wayúu, y en 1996 declaraciones de su hermana Ligia García Márquez a Silvia Galvis lo confirmaron1. Más tarde, en 1997, Dasso Saldívar, el biógrafo del premio nobel de literatura, volvió sobre esto mismo apor-tando mayor precisión:

La llegada de los Márquez Iguarán a la zona bananera no fue producto del azar sino de una elección. El coronel tuvo, por lo menos, tres buenas razones para afincarse finalmente en Aracataca: desde los días finales de la guerra conocía la paz y la fertilidad de sus tierras, tenía allí amigos y excompañeros de armas, como el general José Ro-sario Durán, y Aracataca era entonces uno de los centros álgidos de la explotación bananera. Así que, a finales de agosto de 1910, arrivó con su familia, su servidumbre, y los numerosos baúles en el tren amarillo que el nieto haría célebre en sus novelas [...] La servidumbre estaba compuesta por tres indios que él había comprado por trescientos pesos en la Guajira… (Saldívar, 1997: 49)2

En Vivir para contarla, primer volumen de su autobiografía en forma de memoria, Gabriel García Márquez vuelve sobre el tema y nos dice además

que reconocía las palabras en wayunaiki (lengua guajira) que utilizaban en su lengua doméstica sus abuelos porque tenía “tratos directos con la servi-dumbre [wayúu]”:

Sus amistades más próximas [las de los abue-los] eran antes que nada las que llegaban de la Provincia [la provincia de Padilla, la Guajira]. La lengua doméstica era la que sus abuelos habían traído de España a través de Venezuela en el siglo anterior, revitalizada con localismos caribes, africa-nismos de esclavos y retazos de la lengua guajira, que iban filtrándose gota a gota en la nuestra. La abuela se servía de ella para despistarme sin saber que yo la entendía mejor por mis tratos directos con la servidumbre. Aún recuerdo muchos: atunkeshi, tengo sueño; jamusaiyshi taya,1 tengo hambre; upuwots, la mujer en cinta; arijuna, el forastero, que mi abuela usaba en cierto modo para referirse al español, al hombre blanco y en fin de cuentas al enemigo (G.G.M., 2002: 81-82).

Es seguro, un continente de cultura verbal oral amerindia estuvo en contacto prolongado con la figura central de la cultura verbal escrita de la Colombia de los siglos XX y XXI. La pre-sencia de estos amerindios en Aracataca señala para la historia cultural colombiana la existencia de contactos interculturales en la formación del autor más leído por la sociedad global y de la que hasta ahora la crítica no tenía conciencia. Esta posible influencia de la herencia amerindia en el imaginario de la cultura verbal escrita suscita diversos interrogantes. Por el momento, solo nos plantearemos uno: ¿cómo y por qué llegaron los

Estación del tren, Aracataca, 2008.

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wayúu a esa condición de esclavos de la familia Márquez Iguarán, abuelos del escritor, en un sitio relativamente lejano de la Guajira?

Difícilmente encontraremos una fuente directa que dé satisfacción a esta pregunta. Tratándose del devenir de un pueblo amerindio, y de un capítulo particular de ese devenir, los saberes de la historia de los países que hoy corresponden al territorio que él ha habitado desde siglos no dan cuenta de su existencia “dentro” de la historia. En ausencia de fuentes directas de lo que ha sido el devenir histórico wayúu, nos vemos obligados a construir un marco de condiciones de posibilidad para esbozar una respuesta conjetural a nuestro interrogante. Entre las tangenciales fuentes históricas de la sociedad global y los estudios et-nográficos que iluminan uno u otro capítulo de la historia wayúu bus-caremos a tientas a esos “indios” que le “metían supersticiones” al niño Gabriel García Márquez en la Aracataca de la tercera y cuarta décadas del siglo XX.

No pocos son los pueblos ame-rindios que al margen de los procesos de conquista han mantenido sus rasgos propios y han llegado al siglo XX con una vitalidad narrativa y verbal fuertemente arraigada en la tradición préhispáni-ca. Son sociedades o comunidades que al mismo tiempo, las más de las veces, han sido ignoradas por las historiografías y se hallan en una suerte de periferia de “las historias nacionales” donde el equívoco, el etnocentrismo y el olvido las dibuja a grandes pincelazos y solo a condición de aveci-nar el devenir histórico tenido como “nacional”. Es gracias a los trabajos de la antropología y la etnografía que tenemos algunos conocimientos de esas sociedades que han sido inscritas en la vida nacional a título de “minorías”. Empero, no por ello se puede decir que hayan entrado al tiempo de la historia.

El tiempo de estas “historias nacionales” ha sido con frecuencia pensado como unitario y cen-tral, y nuestra pretensión de estudiar el tiempo social de un pueblo amerindio pone en cuestión el presupuesto de un tiempo social único. Para fortuna de las prácticas investigativas sensibles a la pluriculturalidad de las naciones latinoame-ricanas ha sucedido en nuestros días un replan-teamiento de los criterios con que se piensan y jerarquizan los tiempos de la sociedad global y

de las subvaloradas sociedades Otras. “La línea imaginaria que juntaba, a través del tiempo y del espacio, dos figuras universales, el hombre-niño y el hombre-adulto, la sociedad primitiva y la sociedad civilizada, se ha quebrado dentro de lo inasible y dentro de lo singular: el Estado-nación dejó de ser la imagen de una promoción colectiva de la humanidad para convertirse en el lugar por excelencia del antagonismo y la diferencia. Por otro lado, la historia ya no se halla solamente bajo la

tensión de un marco de referencia que sitúa las etapas del desarrollo humano, sino que está desgarra-da entre relaciones de fuerza en perpetuo cambio y entre justifi-caciones antagonistas” (Furet/Le Goff, 1973: 228). Para considerar la forma como el tiempo histórico de miembros de la sociedad wayúu entra a participar en la historia de Aracataca y en la biografía de la más importante figura de la litera-tura y la cultura colombianas de los siglos XX y XXI, debemos por fuerza quebrar el tiempo de la historia de la nación colombiana tal y como ha sido pensado hasta hace poco y

abandonar el tiempo ideológico pensado desde los moldes de la sociedad vertical donde “El tiempo del saber histórico es reconstruido según los criterios de las sociedades y de los grupos presentes, lo que los lleva a reescribir si cesar su historia, y, al hacerlo, a volver el tiempo histórico a la vez más vivo y más ideológico. Esta doble ambiguedad del tiempo histórico conlleva a las historias a ‘prede-cir el pasado’ y a proyectar esta predicción en el porvenir” (Gurvitch, 1969: 3 57).

Además de la predecible relación de García Márquez con hechos como la guerra de los Mil días y la huelga de las bananeras, propios del tiempo histórico de la sociedad global colombiana, su vida y las representaciones colectivas que la rodearon en su infancia se relacionan también con un tiem-po histórico Otro. Para imaginar la Aracataca de García Márquez hemos de reconsiderar la historia no bajo el marco del tradicional tiempo vertebrador y exclusivo de la historia nacional, sino más bien como devenir sujeto a diversos ritmos de tiempo que se entrechocan, convergen, se contradicen o coinciden desde su relativa individualidad para darnos el espectro de una coyuntura histórica animada de pluralidad. En oposición a la idea de un tiempo monofónico y estrecho, donde los rit-mos diversos de la construcción cultural se pier-

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den a la sombra de la centralizadora producción material, preferimos “la idea de la independencia de los tiempos de la historia ‘sinfónica’ en donde esos diferentes ritmos al fin descifrados se entre-lazarían en un todo coherente o, al contrario, se chocarían en su divergencia: y, quizá, bien podría ser esto la ‘coyuntura’, reformulada en términos que desbordan evidentemente el estrecho dominio económico” (Vovelle, 1988: 93). Esto nos exige vis-lumbrar la manera como el tiempo social wayúu entra en la dinámica de la historia de la sociedad global cataquera integrándola con su ritmo y dura-ción propios y, ¿por qué no?, influyéndola. No por tratarse de “minorías”, los tiempos de estas socie-dades dejan de repercutir en el tiempo global; pese a que ignoremos muchas de sus características, el tiempo social singular sin duda tendrá algún impacto en el marco amplio que lo comprende; “... si esos tiempos sociales poseen contornos me-nos precisos que los de los grupos de clases y de sociedades globales, si no admiten jerarquización y si pueden ser influidos por los tiempos de las unidades colectivas que ellos integran, ellos vienen a su turno a complicar y a alterar el tiempo social de esas unidades colectivas” (Gurvith, 1969: 360).

Para comprender mejor la presencia de un grupo de wayúu en Aracataca hemos de en-marcarla dentro del tiem-po propio de la historia de esa sociedad, en par-ticular, el tiempo de la migración que, debido a la sequía y el esclavismo, alejó a muchos wayúu de su territorio ancestral en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX.

En el extremo norte de la América del Sur, la península de la Guajira tiene como característica climática sobresaliente el ser una subregión ba-tida por los vientos alisios del noreste que al no encontrar obstáculos en la llanura semidesértica arrastran consigo la poca humedad de la tierra y reducen al máximo las condiciones de lluvia. Se dice que “...debido a la posición astronómica la Guajira forma parte de la zona por donde pasa el ecuador térmico o sea el isoterma —temperatura media anual— de mayor temperatura del planeta” (Chaves, 1953:136). La sequía de los largos meses en que no llueve convierte a la subregión en un

hábitat en grado extremo hostil. Nacido en 1933, el narrador wayúu Miguel Angel Jusayú nos cuenta en su autobiografía lo que era el periodo de sequía en la Guajira de su infancia:

Cuando no llovía, la miseria se ponía terrible, vivía-mos hambrientos. Papá se iba a Perijá o a Colón para trabajarles como peón a los ali’junas gana-deros; y mamá se iba tras él para solicitarle algún recurso monetario. Durante la ausencia de ellos, nosotros estábamos a cargo de la tía Gertrudis, y sufríamos mucha hambre [...]. Sabíamos muy bien que los Padres Capuchinos eran generosos. Algu-nos viejos menesterosos acudían frecuentemente a ellos, y les daban algo de comer [...]. Llegamos calladitos al Internado; no le dijimos a nadie lo que queríamos. Nos presentamos al internado como unos perros que miran sin parpadear al que está comiendo, a ver si le tiran algún huesito... (Jusayú, 1993: 45)

El antropólogo Milciades Chaves abunda en el mismo sentido en su descripción de 1953, de un patetismo no gratuito, de la larga sequía guajira:

En este ambiente geográfico [...] se encuentra el indio guajiro luchando por la subsistencia; gene-

ración tras generación se ha visto frente al problema de vivir en este medio y ha lo-grado una adaptación asombrosa; lleva una vida austera y frugal y permanece arraigado con sus animales a sus pastos y a sus are-nales; pacientemente espera que caiga la lluvia para que haya hierba y agua para sus animales y cuando el verano se prolonga,

aún permanece junto a los últimos animales que han resistido a la sequía y muchas veces él tam-bién muere de sed y hambre junto a ellos. Cuando la esperanza del invierno se dilata, lleva consigo lo último que le queda y emigra hacia otras regiones donde la vida es más halagüeña y menos pesada (Chaves, 1951: 154).

Los personajes guajiros de la novela de Ró-mulo Gallegos Sobre la misma tierra (publicada por primera vez en 1943), también describen esta situación de penuria debido a la escasez de lluvia y que empuja a los wayúu a la migración:

Telegrafía de Aracataca.

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…la melancólica contemplación [...] de las carava-nas de familias indígenas que diariamente atrave-saban la árida llanura durante los recios veranos, rumbo a Maracaibo por Sinamaica, para dedicarse allí a la mendicidad, en todo caso prometedora de mejor sustento que el de la pulpa del carbón, engaño del hambre, o la inmunda lagartija apresada entre los ñaragatales retostados (Gallegos, 1970: 26).

Tal es el rigor de la penuria material que incluso los propios hijos pueden ser vendidos a familias o clanes pudientes que tienen condiciones para alimentarlos (Chaves, 1953: 168). En este trueque, los wayúu quedan convertidos en esclavos. Miguel Angel Jusayú cuenta que, en gesto que parece acomodarse a las costumbres, su padre tuvo la intención de trocarlo por aguardiente:

Papá tenía muchas ganas de beber aguardiente, pero no disponía del dinero para comprarlo. En-tonces él habló con la mujer de Chuca, de nombre Elena, quien vendía el aguardiente. Le propuso trocarme por una garrafa grande de aguardiente. La mujer estaba ya muy brava y le hablaba en alta voz. “Si tú quieres yo te doy la garrafa de ron a cambio de ese pedazo de muchacho tuyo; y lo tendría aquí por esclavo y tendrías que irte de aquí ahora mismo” le dijo. Eso me causó mucha perturbación; yo estaba muy procupado, triste y pensativo. De todas maneras yo estaba dispuesto a ser trocado por aguardiente. Acep-taría de mala gana la idea de ser esclavo; pero que más tarde intenta-ría escapar de la laguna del Pájaro. Ahora bien, papá desistió de eso, y nos marchamos a Kóusharraichon (Jusayú, 1993:38).

A la penuria que empuja a los wayúu fuera de su territorio en busca de subsistencia, se suma la institución wayúu de la esclavitud que, en determinadas coyunturas de los conflictos interclaniles, hacía perder la li-bertad a los perdedores de una guerra:

Con los resultados de una guerra entre los clanes está estrechamente vinculada la esclavitud. En efecto, todos los miembros del grupo vencido que no fueron muertos en la guerra o que no pudieron escapar oportunamente, caen en manos de los vencedores o son considerados desde ese momento como esclavos, sin limitaciones de edad, de sexo o de status.

Como es natural, los esclavos serán siempre de un clan económicamente más débil del de los

vencedores, pues las guerras solo puede hacerlas el clan más fuerte contra el clan más débil que no puede aceptar las condiciones de pago. Que si el clan del ofensor es muy inferior al de la persona ofendida, entonces ni siquiera se plantean las bases del arreglo sino que se procede directamente contra él, se lo extermina y se esclaviza a sus miembros.

Es muy importante hacer notar que en la Guajira no se hacen guerras intencionales con el fin de ad-quirir esclavos. La esclavitud en la Guajira es con-secuencia de la violación del regimen de seguridad social, y no un fin en sí misma (Pineda, 1963: 78).

También en la “novela histórica” de Antonio Joaquín López Los dolores de una raza aparece una descripción de la manera como los conflictos internos entre los wayúu proveían a los tratantes de Castilletes:

Jouner —dijo— haga que le den honrosa sepultura a esos cadáveres y que arreen los rebaños y los prisioneros —que en esos sí nos da derecho la guerra [...]. Luego dirigiéndose a Rubén y Jouner [Talhlau] les dijo: “Hagan mancomunar bien a esos prisioneros, poniendo hombres con hombres, muje-res con mujeres y niños con niños para que juntos

con el ganado los arreen”. Formaron una mancorna de cuarenta mujeres, una de niños de diez a doce años, otra de infantes de nueve años para abajo —varones y hembras— y la cuarta la constituían los quince hombres que se rindieron en el com-bate (López, 1958: 37,39).

Los hacendados de las regiones de Perijá, Encontrados, Santa Bár-bara y la Costa se vieron precisados a buscar en la Guajira los brazos que debían reconstruir sus arruina-das posesiones. Pusieron sus bol-sas en las manos de comisionistas que llegaron al puerto fronterizo de Castilletes con la propaganda del

pingüe negocio de compra de indios. ¡Mil bolívares por un indio! Corrió la fantástica noticia con la cele-ridad del rayo por los cuatro vientos de la sabana [...] Un indio de esta familia Ulhlewana asesinó a uno de mis sobrinos y se fugó para Venezuela; ellos son de baja clase y nosotros somos de alta catego-ría; un muerto nuestro vale por un millar de los de ellos. Nuestro deber era arruinarles sus haciendas y darles muerte a todos, pero ya que Uds. le dan un valor económico le conmutamos la pena capital vendiéndoselos por dineros (López, 1958: 49, 53).

La institución de la esclavitud entre los wayúu y la belicocidad que caracterizó el pasado de esta

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sociedad, solo son com-prensibles si se tiene en cuenta que los wayúu tuvieron que resistir a los procesos de con-quista y que pudieron repelerlos gracias al hábitat inhóspito para el invasor español, a su hábil manejo de los conflictos entre España y los otros europeos y, sobre todo, a su tenaz aptitud para la guerra. El continuo conflicto contra los conquista-dores desde el siglo XVI indujo cambios y adap-taciones en el interior de la sociedad wayúu: “A partir de 1550, este sistema socioeconómico de los indígenas fue to-talmente reestructurado para resistir a los intrusos europeos. Los comerciantes holandeses, ingleses y franceses, quienes viajaban por la orilla de la costa, intentaron romper el monopolio español del comercio de ganado introduciendo algunas reses en la península y auspiciando su cría entre los guajiros. Los Wayúu adquirieron más ganado y caballos, aprendieron nuevas destrezas e inter-cambiaron productos animales por armamento, municiones y cereales. De esta manera, utilizaron a un grupo de las potencias coloniales para detener el avance de los españoles, consiguiendo a la vez ciertos productos de consumo necesarios para su supervivencia” (Purdy, 1987: 136). A través de los siglos, el oficio de la guerra había transformado a la sociedad wayúu y uno de los cambios era la existencia de clanes poderosos, no solo en lo eco-nómico sino en su pie de guerra, al lado de clanes pobres sin apoyo familiar en la eventualidad de un conflicto interclanil. En su crónica de viaje por la Guajira, a finales del siglo XIX, Henri Candelier, después de enumerar las castas importantes entre los wayúu, agregaba: “...las otras no presentan ningún interés, pues casi todas viven bajo la de-pendencia de las citadas arriba. El pobre, entre ellos, se considera como un paria; no goza de nin-guna consideración ni crédito” (Candelier, 1994: 152). Este desequilibrio opera como balanza en la resolución de conflictos entre los wayúu:

La conducta de los wayúu en los conflictos es muy diferente a la “ley del talión”. Si un grupo familiar

es ofendido por una agresión física o verbal, los parientes uterinos evalúan con precaución sus fuer-zas y las del agresor con el fin de medir fríamente las consecuencias de las posibles acciones. Tras ese cálculo, el grupo familiar decidirá reestablecer su dignidad en la escena social wayúu al mínimo costo en vidas y en recursos. Así, si el grupo agre-sor dispone de más recursos que el ofendido, o si los dos grupos están en una situación de equilibrio es probable que escogerán la negociación. Si por el contrario, los agresores se rehusan a compensar materialmente la falta o no disponen de bienes para asegurar la paz por medio del pago de una indemnización, el enfrentamiento armado tendrá lugar. Es por eso que los conflictos wayúu son de hecho dramas sociales... (Guerra, 1998: 7)

A los vencidos, la guerra entre clanes los llevaba a la huida del territorio ancestral, los dejaba con-vertidos en esclavos de los clanes poderosos o, en el caso peor, los exponía a la muerte. François-René Picon menciona una guerra a principios del siglo XX en la Alta Guajira entre los clanes Wouriyu y Jinnu. “Esta guerra vio la derrota del clan de los Jinnu y su casi total exterminación, a tal punto que sus miembros tuvieron que refugiarse en la región de Maracaibo para escapar a la masacre” (Picon, 1983: 77). Entonces, aunado a la penuria material producida por la sequía, el esclavismo se convertirá en otra de las razones determinantes de la migración guajira. Para los vencidos de las guerras, o los miembros de familias débiles, su

Nave central de la Iglesia San José de Aracataca, y, desde esta, vista del parque Simón Bolívar.

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partida como esclavos se convierte en un destino inevitable:

El carácter estratificado de la sociedad permitirá a algunos wayúu ricos y poderosos aprovecharse de individuos y apüshis [serie individual de parientes uterinos] débiles. Las deudas contraídas por los de-pendientes pobres eran tradicionalmente pagadas con servicios. De otra parte, las guerras entre apüs-his podían fácilmente terminar en el exterminio de las series de parientes uterinos más débiles. Tanto el saldar deudas como la aniquilación encontraron una nueva solución en los reclutadores. Estos últi-mos pagaban en especie por los prisioneros que les llevaban al puerto de Castilletes en la Alta Guajira. La aparición de estos reclutantes tuvo sus raíces en las transformaciones económicas en la cuenca del lago de Maracaibo donde aumentó la demanda de fuerza laboral de las haciendas. El principal even-to que generó este cambio fue el surgimiento de la industria petrolera en la región de Maracaibo [...]. Ya en 1912, los intercambios diplomáticos entre las vecinas naciones de Colombia y Venezuela, llevaron a que el presidente Juan Vicente Gómez enviara un comisionado especial, para averiguar y enmendar la supuesta venta de indios en Castilletes [...] Los reclutadores se aprovecharon de las guerras in-testinas y la “esclavitud” presente en la sociedad wayúu. Además, las sequías proveían a los recluta-dores de cientos de voluntarios que querían escapar al hambre. Los adelantos hechos a los contratos de trabajo de uno o dos años de duración, le permitían a un hombre proveer a su familia con la comida que urgentemente necesi-taba (Rivera, 1990-1991: 104-105).

Los reclutadores que vienen a llevarse a los wayúu provienen del estado de Zulia en Ve-nezuela, cuyas explo-taciones de ganado o plantaciones de caña de azúcar se han quedado sin mano de obra debido a la poderosa atracción que significó para los trabajadores el boom de la industria petrolera en Zulia, y particularmente en Maracaibo a princi-pios de siglo XX (Gómez, 1984: 27). Así las cosas,

un inmenso número de wayúu va a poblar la región de haciendas del Estado de Zulia y, naturalmente, llevará consigo, allende su territorio ancestral, su cultura.

Uno de los trabajos de etnohistoria wayúu de Socorro Vásquez Cardoso nos informa que en la misma época la mano de obra wayúu se concentró en los centros urbanos de la Guajira (Riohacha y Maicao) y allí se unió al destino de las familias criollas que los compraron y los llevaron hacia el oeste de la Guajira.

Las condiciones de hambre y miseria a que estos [los wayúu] se vieron sometidos por las prolongadas sequías, furon aprovechadas por los traficantes a quienes los indios entregaban sus hijos a cambio de maíz y panela o por deudas atrasadas; eran com-prados a precios ínfimos y vendidos en Riohacha, y otras poblaciones, a precios que oscilaron entre entre 2 y 5 pesos oro […] Al presidente Marco Fidel Suárez le fue enviado en el año 1918, por parte del Vicario Apostólico de la Guajira, una carta para proponerle la «emigración legal» de los indios […] Señalaba el misionero que muchos indígenas eran llevados por familias de Barranquilla y Santa Marta como empleados de servicio, ante la indiferencias de las autoridades por las condiciones a que eran sometidos… (Vásquez, 1983: 118)

Así se habría producido la migración de los wayúu como esclavos —o como simple mano

de obra libre— hacia el oeste de su territorio ancestral, es decir, la parte oeste del Magda-lena Grande que con su boom bananero de entonces se convirtió en un polo de atracción en el Caribe colombiano. En un precursor estudio sobre la etnoliteratura wayúu, en la semblanza biográfica del Antonio Joaquín López, encon-tramos confirmación de esta migración:

Es uno de los escritores wayúu más conscientes de la indianidad y en muchas oportunidades defendió a su pueblo de las atrocidades co-metidas por el Estado colombiano. Estuvo en Familia wayúu.

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Aracataca, Magdalena, donde había llevado a tra-bajar a más de doscientos wayuu conduciéndolos nuevamente a la Guajira, dos (2) días antes de la matanza de las bananeras, ya que a través de un sueño había sabido la masacre de 1928 (Ferrer/Rodríguez, 1998: 125).

Otras fuentes permiten volver poco a poco más visible la presencia de los wayúu en el contexto histórico y económico del Magdalena Grande. Así, en los recuerdos de un combatiente de la guerra de los Mil días encontramos mención del componente wayúu en la costelación de razas y orígenes de la mano de obra atraída por la fiebre del banano.

La zona bananera era sin duda alguna en esa época un atrayente campo de acción para hombres de iniciativa que, con capital o sin él, acudían en busca de fortuna. Era algo así como un DORADO que ofrecía filones de oro de fácil explotación.

Allá llegaba también la gente pobre y sin influen-cias que, desalojada por las penurias de sus tierras natales, acudía a establecer pequeños negocios en las poblaciones y aldeas que crecían a lo largo del ferrocarril o a trabajar en las labores agrícolas.

Por eso todos aquellos pueblos y localidades, desde Ciénaga hasta Fundación, estaban colmadas de imigrantes de todos los departamentos del país y de países extanjeros; y también de indios esca-pados de las tierras guajiras, de los kogis, descen-dientes de Kasumma que les enseñó a cohabitar, y de los tunebos que pueblan los contrafuertes de la Sierra Nevada… (Cárdenas, 1960: 189)

Podemos hacer otra conjetura diferente con relación a las causas que pudieron obligar a un grupo de wayúu a abandonar para siempre su territorio ancestral. No se trataría ya de motiva-

ciones relacionadas con la sequía y la esclavitud y que podemos ubicar en el tiempo histórico, sino de la ocurrencia de un crimen en el seno de la sociedad wayúu cuyas consecuencias se ampli-fican en el tiempo del mito, del mito wayúu. En la cosmovisión wayúu la

dialéctica de los conflictos y el agenciamiento de represalias no solamente tienen lugar en el plano humano-natural. Las consecuencias de un crimen no se manifiestan para un wayúu únicamente en el plano del tiempo profano, sino que repercuten en la dimensión de lo sobrenatural (dimensión pülashü). Para aquel que ha cometido un crimen en la sociedad wayúu y ha logrado eludir el pago de su deuda ante los humanos, el acoso a que será sometido por el espectro del muerto lo obligará, no obstante, al destierro:

El asesino guajiro sufre doble castigo: primero, el cobro de sangre que le presentan los familiares del muerto [...] y, segundo, la presencia constante del espíritu del muerto que no lo abandona jamás (Pi-neda, 1950: 81).

Quizá la imagen literaria es tributaria de la imagen del mito: puede ser que el José Arcadio Buendía de la novela Cien años de soledad, obli-gado a abandonar Riohacha por el acoso del fan-tasma del hombre que ha tenido que matar, esté inspirado en la historia que un wayúu le contó al niño alijuna Gabriel García Márquez relacionada con las razones sobrenaturales que lo obligaron a abandonar la Guajira después de haber cometido un crimen:

la muerte de un semejante se convierte en el guajiro en tremenda obsesión: el asesino está convenci-do de que el espíritu del muerto le sigue a todas partes [...] Una de las consecuencias sociales más importantes de este hecho, debida a la obsesión de la presencia del espíritu del muerto, es la auto-confesión, toda vez que un asesino que ha logrado conservar el secreto de la muerte de otro, y por lo tanto ha escapado del cobro de sangre, pierde su

Indígenas arhuacos caminan de la carrera Bolívar a la calle de los Turcos, en las Cuatro Esquinas, centro comercial de Aracataca. A la izquierda, la casa construida en 1927 por la familia Morra, inmigrantes palestinos de Belén. A la derecha, restos de la casona de madera del inmigrante italiano Antonio Daconte, en cuyo patio funcionó el Teatro Universal, primer cine de la localidad, célebre por su taquilla en forma de boca de león. AMM

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serenidad durante la enfermedad y refiere lo ocu-rrido [...] puede estar seguro que el espíritu de su víctima lo entregará indefenso en manos de sus enemigos [...] Podemos ver claramente despren-didas de estos hechos dos cosas esenciales: a) Que el matador se coloca, automáticamente, por el crimen social cometido, en la calidad de un exce-crado, de un impuro, o mejor, de un contaminado peligroso. Por lo mismo, es un individuo que debe ser alejado un poco de la comunidad; b) La familia del homicida, a la vez que le proporciona las bases para su alejamiento, cumpliendo con una de sus funciones principales: la ayuda mutua entre sus miembros, vela porque el asocial no sea presa fácil del espíritu de su víctima. Porque el alejamiento de los sitios habituales de vida, de sus personas conocidas —aún de sus mismos parientes, y sobre todo de ellos— el disfraz por el recorte del cabello y la utilización de determinadas prendas de vestir; el evitar dormir en el chinchorro; el esquivar que la cara le sea vista (dormir boca abajo); la abstención de sus amistades, en sus negocios y en general en las reuniones sociales; y, en último caso, como recurso postrero, el alejamiento espacial de su clan, nos están demostrando con una evidencia palpable que lo que el victimario trata de hacer —consciente o inconscientemente— es efectuar un cambio de personalidad total; casi que diríamos que trata de convertirse en otra parsona hipotética, desconocida sobre todo para el espíritu de la persona que ha ul-timado, para evitar que sea reconocida por él, y que sacie en su cuerpo la venganza (Pineda, 82, 83, 84).

Estas diferentes causas de la migración wayúu sucedida a principios del siglo XX pueden darnos un marco de condiciones de posibilidad para comprender la presencia, en la misma época, de los wayúu en Aracataca. ¿Serían, a imagen de los Jinnu de los que habla Picon, miem-bros de un clan por siempre derrotado y humillado, que “tenían poco o nada por que regresar a la penínsu-la”? Distinta a la ruta de emigración en el esclavismo que comen-zaba en el puerto de Castilletes y tenía por destino las haciendas de Zulia, ¿la ruta ha-cia la región bananera colombiana, por ese entonces también en

boom económico, no nos permite pensar en la existencia de una diáspora wayúu por todo el Magdalena Grande?, ¿no era uno de esos wayúu, a imagen de José Arcadio Buendía, un victimario huyendo del fantasma de la víctima? Al igual que lo afirma Rivera para la región de Zulia, ¿no po-demos también suponer que, aunque en distintas proporciones, los wayúu llevaron su cultura y su manera de pensar a regiones como la zona bana-nera, al oeste de la Guajira?

Sea como sea, un pasaje de la novela La hojaras-ca nos confirma esa otra migración de los wayúu hacia el Macondo de la fábula garciamarquiana:

Meme [la sirvienta guajira] estaba derecha y som-bría, hablando de aquel pintoresco esplendor feudal de nuestra familia en los últimos años del siglo an-terior, antes de la guerra grande […]. Me habló del viaje de mis padres durante la guerra, de la áspera peregrinación que habría de concluir con el estable-cimiento en Macondo […]. No hubo padecimiento ni privaciones en el viaje […]. A todas partes llevaron su extravagante y engorroso cargamento; los baú-les llenos con la ropa de los muertos anteriores al nacimiento de ellos mismos, de los antepasados que no podrían encontrarse a veinte brazas bajo la tierra […]. Era una curiosa farándula con caballos y gallinas y los cuatro guajiros [compañeros de Meme] que habían crecido en casa y seguían a mis padres por toda la región, como animales amaestrados en un circo (G.G.M., 1985: 26-27).

No hay informaciones a nuestro alcance que nos permitan comprender cuán generalizado fue el fenómeno del esclavismo de los wayúu en el contexto colombiano. Si bien podemos concluir que el número de inmigrantes wayúu en el Ma-gadena Grande no es equiparable a la gran masa

migratoria que conoció el estado de Zulia en Venezuela, también podemos suponer que los Márquez Iguarán no eran los únicos que tenían esclavos wayúu en la región. Lo im-portante es que esas mujeres y esos hom-bres wayúu, en la más completa discreción, participaron con su manera de vivir y de pensar en el coctel de ritmos, relatos y tiem-pos donde sucedió la

Mujer wayúu.

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niñez extraordinaria de Gabriel García Márquez. Aunque esclavos, eran seres de palabra y acto en quienes, tal vez, una cultura se transculturizaba diferidamente, por la vía de las narraciones garcia-marquianas, hacia la cultura letrada colombiana, y aún más allá.

Para hacernos a una idea de quienes eran las personas que componían la servidumbre del hogar donde creció el escritor debe-mos agregar que, a comienzos del siglo XX, ellos provenían de una cultura que por con-junción de factores geográfi-cos, históricos y políticos se había mantenido largo tiempo al margen de los procesos de conquista y por consiguiente había podido conservar en sus rasgos fundamentales su tradición. No venían de una sociedad amerindia en pro-ceso de aculturación; aunque avasallados por un destino ingrato, eran portadores de la riqueza imaginaria y verbal wayúu enraizada en un territorio ancestral donde la sociedad global casi no intervino en el si-glo XIX. Para ilustrar esta situación de “aislamien-to” que vivieron los wayúu, citaremos in extenso las anotaciones del etnohistoriador François-René Picon concernientes a la falta de información sobre ellos en ese largo cuarto de hora en que la sociedad global los dejó en paz:

Este presente de la descripción etnográfica, ar-tificial pero necesario, se sitúa un poco después del comienzo del siglo XX. Para comenzar, cesan los documentos en el momento de las guerras de independencia, hacia 1810-1820, y es entonces el comienzo de un largo periodo de cincuenta años en los que hacen falta datos sobre los guajiros y sobre las poblaciones indígenas de los países en lucha contra el poder colonial: los gobiernos recientemente instaurados tenían que, en efecto, hacer frente a problemas más inmediatos que el de las poblacio-nes marginales. Ciertamente podemos deplorar la ausencia de documentos pero también, y sobre todo, subrayar que durante estos cincuenta años, a los guajiros se les dejó solos, lejos de todo conflicto con la sociedad blanca y las autoridades civiles, militares o religiosas. Gracias a este “abandono po-sitivo”, podemos entonces imaginar una especie de recuperación de la sociedad guajira por ella misma que le habrá permitido estabilizarse.Luego reencontraremos a los guajiros en los textos ‘oficiales’ de los administradores —colombianos

esta vez— pero también en documentos de otro ge-nero. Hacia 1870, en efecto, geógrafos y etnólogos comienzan a aproximarse a la Guajira y se tienen descripciones bastante precisas de los guajiros al cabo de esos cincuenta años de soledad casi com-pleta (Picon, 1983: 37).

Es casi seguro que esta ausencia de información no es sino el reflejo de la distancia entre la sociedad

blanca y la sociedad guajira. Las posiciones ganadas [por los guajiros] al comienzo del si-glo XIX se mantendrán hasta el fin del siglo: Riohacha seguirá como ciudad frontera, así como Sinamaica, que tendrá que protegerse contra los ataques de los indígenas… (Picon: 289)

La presencia de un grupo de wayúu en Aracataca viene a confirmar que Gabriel García Márquez creció en un univer-so cultural heterogéneo, y el entrecruzamiento del tiempo

biográfico garciamarquiano con el tiempo histórico wayúu nos permite también entrever el significado autobiográfico de los niños de la novela Cien años de soledad que crecen entre dos culturas: la de los padres, miembros de la sociedad criolla, y la de los “indios”:

Había por aquella época tanta actividad en el pueblo y tantos trajines en la casa, que el cuidado de los niños quedó relegado a un nivel secundario. Se los encomendaron a Visitación, una india guajira que llegó al pueblo con su hermano, huyendo de una peste de insomnio que flagelaba a su tribu desde hacía varios años. Ambos eran tan dóciles y servi-ciales que Ursula se hizo cargo de ellos para que la ayudaran en los oficios domésticos. Fue así como Arcadio y Amaranta hablaron la lengua guajira antes que el castellano (G.G.M., 1996: 53).

Arcadio y Amaranta, que ya habían empezado a mudar los dientes y todavía andaban agarrados todo el día a las mantas de los indios, tercos en su decisión de no hablar el castellano sino la lengua guajira (Ibíd.: 56).

Se llegó a creer que [Rebeca] era sordumuda, hasta que los indios le preguntaron en su lengua si quería un poco de agua y ella movió los ojos como si los hubiera conocido y dijo que sí con la cabeza (Ibíd.: 58).

…y apenas si podían reprimir sus pataletas y soportar los enrevesados jerogríficos que ella [Re-beca] alternaba con mordiscos y escupitajos, y que según decían los escandalizados indígenas eran las

GGM.

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obscenidades más gruesas que se podían concebir en su idioma (Ibíd.: 59).

Arcadio era un niño solitario y asustado durante la peste del insomnio… Nunca logró comunicarse con nadie mejor que lo hizo con Visitación y Cataure en su lengua (Ibíd.: 138-139).

Si bien este aspecto autobiográfico de la lite-ratura garciamarquiana no deja duda, queda por profundizar la inspección del imaginario de sus narraciones para someterlas a comparación y contraste con las representaciones del universo imaginario wayúu3. Esto permitirá saber si, ade-más de las anécdotas autobiográficas, la obra del escritor colombiano ha puesto al alcance de sus miles de lectores rasgos narrativos e imaginarios de las “historias” y “supersticiones” que los esclavos wayúu le contaron en su infancia en una casa de Aracataca. De ser así, al igual que ha sucedido con la obra de Augusto Roa Bastos, José María Arguedas, Juan Rulfo y muchos otros narradores latinoamericanos, los lectores de García Márquez habrían entrado en contacto, desde 1947 hasta nuestros días, con una herencia amerindia trans-culturada… aunque sin saberlo.

noTas1 “Con el tiempo, el abuelo Nicolás fue haciéndose un nombre

en Aracataca y la gente lo respetaba mucho. Era el tesorero del pueblo y allá entraba mucha plata gracias al banano. Tenía una casa grande, yo la conocí; había un patio inmenso sembrado de palos de mango, de guayaba y de níspero; tenía una pese-brera con caballos y hasta una vaca; en la misma casa había una carpintería, una dulcería y una panadería con dos indias para amasar y dos indios para vender los dulces y el pan en la calle. Los había comprado en la Guajira y los había traído para ayudar en los oficios de la casa, pero los cuatro llevaban los apellidos de la familia Márquez Iguarán. Esa era la costumbre”. (Galvis, 1996: 152)

2 Causa sorpresa el hecho de que en Gabriel García Márquez. Una vida, Gerald Martin (Debate/Mondadori, 2009) casi no haga mención en su trabajo sobre este aspecto de la realidad cultural del niño que aquí abordamos.

3 En su trabajo sobre los guajiros, Guy Goulet ya había señalado un caso de homología semántica entre la narrativa del escritor colombiano y la narrativa tradicional wayúu: “De los [clanes] Jinnu, Ipuana, Uliana y Epieyú se dice que tienen su patria en otras partes de la península: En un diálogo en la novela “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez una pareja expresa un concepto de patria análogo al concepto guajiro que se discute aquí. La heroína de García Márquez, Ursula, se opone a su marido José Arcadio que quiere mu-darse de su residencia actual. Ursula dice “No nos iremos. Aquí nos quedamos porque aquí hemos tenido un hijo”, José Arcadio Buendía, “Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra”. Por tanto los Epieyú de Ailu que no tenían un cementerio y no habían enterrado los restos de ninguno de sus parientes uterinos, están sin patria en el sentido guajiro de la palabra” (Goulet, 1981: 59). En el mismo sentido, otro trabajo a tener en cuenta es la tesis de Jay Corwin La transposición de fuen-

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Cuando José Zepeda, periodista de Radio Neder-land, me llamó con la insólita propuesta de que escribiera una radionovela —esa prestigiosa emi-sora produce una cada año para Latinoamérica—, no pude menos que sonreír: me encantó su osadía, pues suele pensarse que alguien que se mueve en las aguas bastante ortodoxas de la academia, o que escribe poe-mas y novelas, no está interesado en ese tipo de creaciones. Mis vacilaciones fueron brevísimas. En realidad mi único temor era que no tuviera una historia sufi-cientemente interesante, pues la propuesta era muy concreta: el tema debía ser la violencia.

¿Por qué acepté? En primer lugar, por tratarse

de Radio Nederland, una radio cultural conocidísima entre noso-tros, con una labor de divulgación admirable.

En segundo lugar, por una convicción artística: creo, con Jesús Martín Barbero (que cita al respecto a unos investigadores italianos), que “un género es ante todo una estra-tegia de comunicabilidad”. Y que un escritor es al-guien que no se acomoda (en un género, por ejem-plo), sino que trabaja con todas las posibilidades del lenguaje, corriendo riesgos y experimentando.

Y, en último término, acepté por nostalgia per-sonal. Pertenezco a una generación que disfrutó la radio en la infancia y la adolescencia. En el pueblo en que nací, los radios se encendían a las cinco

Breves apuntes sobre la radionovela como género literario

Piedad Bonnett*

* Nació en 1951 en Amalfi (Antioquia). Licenciada en Filo-sofía y Letras de la Universidad de los Andes. Autora de una extensa obra dramática y literaria, es profesora de literatura en la Facultad de Artes y Humanidades de de la Universidad de los Andes.

de la tarde, hora en que llegaba la luz. A esa hora oía dramatizados infantiles que ponían a volar mi imaginación, pues esa es una virtud del radiotea-tro: a partir de unas cuantas voces y unos efectos especiales hay que imaginarlo todo: las fisonomías, los escenarios, los gestos. Más tarde, ya en Bogotá,

oía radionovelas en casa de mi abuela. En muchos hogares las tardes estaban llenas de ellas: las oían las madres, las tías, las cocineras. Me encantaban sus enredos, sus truculencias. Y los efectos especiales: el carro que frena con un chirrido antes de atropellar a una persona, los pasos misteriosos de alguien subiendo las escaleras, el silbido del viento sugiriendo una noche aterradora.

La radio comercial colombia-na, en principio dedicada casi exclusivamente a las cuñas ra-diales, descubrió muy pronto, allá por los años 20, que las na-rraciones y las dramatizaciones lograban gran audiencia. En las

décadas del 40 y 50 viven su gran auge las radiono-velas en toda Latinoamérica. Una de las primeras y más populares fue Ave sin nido. Otra, tal vez la de mayor recordación entre la gente mayor, El derecho de nacer, que empezó a emitirse en 1948. A mí me tocaron ya las de los años 60, cuando el género no tenía el mismo auge, pero no había sido, sin embargo, derrotado por la fuerza de la televisión.

El trasfondo de la radionovela —y también, por supuesto, de la telenovela— es el melodrama. En sus orígenes, que son aristocráticos, el melodrama fue un espectáculo musical con ingredientes lite-rarios, que explotaba la dramatización de historias sentimentales llenas de conflictos. Opacado por la ópera, género más espectacular y complejo, el

Piedad Bonnett.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 75-77. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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melodrama decae. Pero su espíritu va a pervivir en el folletín, novela por entregas de recepción masiva (resultaba muy barato acceder a ella) que se encarga de entretener al grueso público con dramas sentimentales de mucha acción, suspenso y efectos premeditados.

No es lo mismo el folletín que la novela por en-tregas, pero los emparienta una cosa: que fueron publicados por diarios que querían aumentar su tiraje —y lo lograron— con historias fascinantes, que eran sacadas a la luz poco a poco, mantenien-do en ascuas a los lectores. Grandes folletineros fueron Alejandro Dumas, con Los tres mosqueteros, Eugène Sue con Los misterios de París, y Salgari con Sandokán, pero también Balzac, Stevenson, Dickens y Dostoievski, entre muchos otros, publi-caron sus novelas por entregas.

El folletín hizo algunos aportes, sobre todo en los primeros tiempos: puso al alcance de un gran número de personas la literatura, que antes era de circulación más restringida. Y describió la vida de las clases más populares, planteando sus problemas, su subordinación a los poderosos, los conflictos sociales de su momento.

Sin embargo, el nivel literario del folletín, en su gran mayoría, es muy precario: en aras de la trama, la acción y el suspenso, sacrifica la complejidad, y trabaja con personajes planos, unidimensionales, sin hondura sicológica de ninguna clase, y más bien atrapados en su condición de estereotipos. Vemos, entonces, el campesino, por lo general idealizado, la niña buena (que además es bella), la mujer intrigante y malvada, el gamonal, el niño rico y pretencioso, el vividor, el celoso, y así otros, en sucesión infinita. Aparecen en escena más como representantes de formas de vida o categorías sociales que como individuos llenos de aristas, con dudas e incertidumbres. Los grises no suelen existir en el folletín. Solo el blanco y el negro.

Pero lo más grave —siendo grave— no es eso. Sino lo que señalan muy acertadamente dos in-vestigadores antioqueños, Federico Medina Cano y Marta Inés Montoya Ferrer: “El folletín sella el orden existente, universaliza sus valores, natura-liza sus conflictos y desalienta cualquier tipo de reflexión o de gesto contestatario”1.

La moral del texto melodramático en sus dis-tintos formatos (novela, radionovela y telenovela incluidas) es la del statu quo: valida un orden jerárquico, y, como anota Jesús Martín Barbero,

1 Medina Cano, Federico y Montoya Ferrer Marta Inés. Te-lenovela: el milagro del amor, Medellín: Pontificia Universidad Bolivariana, 1989.

trabaja sobre los “endoxa”, es decir, sobre las creencias y supuestos de la mayoría de la gente. Algunos de ellos podrían ser: el dinero pervierte, los ricos son mezquinos y los pobres no, las mu-jeres nacieron para la maternidad, los campesinos son seres ingenuos, etc. Las grandes amenazas del melodrama son, pues, por una parte, el lugar común, y por otra su conservadurismo, su propen-sión a hacer del género un perpetuador de viejos órdenes, eludiendo todo elemento crítico, y todo aliento contestatario o subversivo.

Pero además, a nivel de la trama, lo que pre-domina es un sentimentalismo desbordado, que pareciera predicar siempre aquello de que “el co-razón tiene razones que la razón no comprende”. Nada suele haber de novedoso en lo propuesto. Y las situaciones se repiten de forma muy parecida una y otra vez, pues, como han dicho los estudio-sos, el melodrama hace de la reiteración su técnica fundamental.

Si bien el uso del melodrama, tal como se da en la práctica, suele producir engendros de enorme mediocridad, no hay razón para usar el término únicamente en sentido peyorativo. Muchas de las grandes novelas clásicas tienen un transfondo melodramático, sin que esto menoscabe su ca-lidad. Alejo Carpentier, el narrador cubano, en conferencia dictada en la Universidad de Yale, dice que hay ciertos elementos que el novelista latinoamericano —lejano a la asepsia de la novela europea e inmerso en un clima de violencia— de-biera aceptar, por tratarse de ingredientes de la vida cotidiana: el melodrama, el maniqueísmo, y el compromiso político.

“¿Cómo —dice— situado en una realidad que ha dejado muy atrás, en horror y truculencia, las aventuras de “Fantomas” y los envenenamientos

Estudio 4 de Radio Nederland.

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en serie del Conde de Montecristo, va el novelista actual a sustraerse del hábito del melodrama que lo envuelve? ¿Temor a lo excesivo, a lo sangriento, a lo tremebundo?

Y añade: “No busquemos deliberadamente el melodrama,

pero no lo esquivemos tampoco. América Latina está llena de trágicos melodramas cotidianos”2.

Cuando acepté escribir la radionovela para Radio Nederland supe que se trataba de aprender sobre el tema. En primer lugar, el género poco tiene que ver con el teatro, aunque comparta con él la estructura dialogada. El teatro, tal como lo entiendo yo, nace de una convención (parafrasean-do a Borges, en él unos fingen ser otros mientras otros fingen creer en la existencia de esos otros). El artificio que lo caracteriza no riñe con la verosimili-tud que lo debe acompa-ñar. Para representar una batalla, tal como lo dice Shakespeare, basta poner dos guerreros en escena. Los distintos escenarios pueden coexistir, y en el mundo moderno se elude la representación realista de estos. Uno o dos ele-mentos pueden servir para definirlos. La temporalidad también puede tener algo de ilusorio. En fin, lo oní-rico, lo poético, lo absurdo, no riñen con el arte teatral.

Las virtudes de la radionovela nacen, como en el teatro, de sus limitaciones. Solo contamos con voces, música, efectos de sonido. Nada más. Ni nada menos. Amable Rosario, el director de las pro-ducciones en Costa Rica, me dio unas claves que fueron importantísimas: mientras en el radioteatro cada capítulo es una historia en sí misma, en la radionovela prima la sensación de continuidad, de modo que hay una especie de crescendo de la acción, que se va enredando cada vez más hacia el final. Las escenas deben ser muy cortas, de un máximo de cuatro minutos, y llevar incluido un “gancho” que atrape la atención del oyente, por-que, a diferencia del televidente, se distrae muy fácil. Y los diálogos deben ser —en palabras de

2 Carpentier, Alejo. “La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo”. En La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos. México: Siglo XXI Editores, 1981: 7-32.

Amable— muy “picaditos, tipo ping pong”. Nada de disertaciones tipo Dostoievsky o Milan Kundera. Nada de monólogos hamletianos.

En los doce capítulos de que consta la radiono-vela, mis grandes retos fueron:

•Dramatizar la violencia —universal o latinoa-mericana— sin ubicar la historia en un país con-creto. Hablé de violencia intrafamiliar, de violencia de género, de subversión, de persecución sindical, de maltratos del Estado, y de la violencia que está implícita en toda pobreza extrema.

•Lograr un vocabulario libre de modismos locales, sin caer en un lenguaje plano o neutro, desconectado de la riqueza del habla.

•Crear personajes de carne y hueso, ni buenos ni malos, con personalidades características, ac-

tuaciones impredecibles, y a veces agujeros oscuros en su comportamiento.

•Manejar varias histo-rias entrelazadas, persi-guiendo un equilibrio.

•Conseguir un ritmo, una tensión, una identifi-cación relativa con los per-sonajes y las situaciones.

•Evitar moralejas y discursos didácticos. En cambio, propiciar enfren-tamientos dialécticos, que hagan reflexionar sobre aspectos políticos y sociales

de la realidad latinoamericana. •Movilizar a los personajes en un territorio de

dilemas complejos, haciendo de la ambigüedad una riqueza.

•Combinar lo grave con lo leve, sin caer en la trivialidad.

Y sin duda muchos otros, que ahora olvido. No fue, en absoluto, una tarea fácil. Fueron

cinco meses de arduo trabajo, compensados por gran acopio de experiencia y aprendizaje.

Sin embargo, no olvido que mi aporte es apenas parte de un todo. Mi texto ha sido modelado por las voces de los actores, por los énfasis del director, por los apoyos musicales y de sonido. Si el nove-lista es un dios omnipotente, el dramaturgo y el guionista tiene que ser, ante todo, un ser humilde, que se reconocerá apenas parcialmente en lo que oiga, porque en la puesta en escena muchas cosas nuevas le serán reveladas.

Piedad Bonnett con los escritores Juan Manuel Roca y Juan Diego Mejía.

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De cómo llegue a escribir Déborah Kruel

Ramón Illán Bacca

El poeta y escritor, ya desaparecido, Jorge García Usta me preguntó alguna vez cuáles serían los elementos a considerar en la génesis de la produc-ción literaria de un escritor que se había quedado viviendo en la Costa. La respuesta se diluyó porque los dulces árabes que en ese momento degustába-mos nos hicieron cambiar de conversación, y por último reconocí que mi paladar no tenía tradición árabe, pero sí mora, como todos los hijos de la conquista.

Después cavilando he pensado si el nacer frente a una bahía prodigiosa, la de Santa Marta, me condicionó. En realidad me siento un escritor sin connotaciones locales que escribe en español, pero los temas, no lo niego, son reiterativos y los espacios geográficos donde se desenvuelven son en la Costa Caribe colombiana.

“El mar, el mar, sin cesar empezando”, dijo Paul Valéry. Sin embargo, era un tanto sorprendente para mis ojos infantiles que el baño de mar fuera tan restringido. Las mujeres de la familia ni la de ninguno de mis amigos se bañaban conmigo en el mar. Más aún, el sol y el mar eran los enemigos naturales de algo muy alabado por los poetas y muy considerado por todos: la belleza alabastrina. “Sé blanca y sé triste / lo demás no importa/”, decía el poeta Barreneche, una gloria local, en las coronaciones de las reinas cívicas. Fieles a ese mandato, las muchachas de clase media y alta no se dejaban ver sino a partir de las cinco de las tarde en el camellón portando sombrillas. Con los brazos entrelazados cantaban Vereda tropical mientras lanzaban miradas coquetas a los contertulios del Park Hotel. Algunas usaban aquellos peinados de ondas ascendentes en el cabello. A la que más se

destacaba, blanca lechosa y de un bucle y otro y otro en ascenso, la bautizaron “Mar de leva”. Por eso cuando apareció aquella muchacha, que leía revistas gringas y que salía en bata de baño dos cuadras antes de la playa, pasaba frente al palacio episcopal y se daba largos baños de mar y de sol bronceándose, la ciudad no soportó la trasgresión. La bautizaron “Diablito frito”, “Brudubudura” (por una crema bronceadora) y una silbatina la acom-pañaba a su paso.

Una digresión no necesaria pero que quiero hacer. Cuando me presentaron en enero de 2006 a García Márquez y le dijeron que yo era la persona que había escrito un artículo titulado “De cómo no he llegado a conocer a García Márquez”, me con-testó un: “Pues ya te jodiste”, y poco después en el transcurso de las pocas palabras que cruzamos agregó: “Yo conocí a Diablito frito”.

RIB

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He escrito sobre la guerra submarina en el Cari-be con frecuencia, pues es algo que llenó mi infan-cia. El primer indicio, para mí, de la guerra fue un dirigible (los mayores todavía lo llamaban zepelín) que sobrevoló la bahía de Santa Marta en una tarde gris, como todas las tardes de la guerra. Los que lo vieron lanzaron conjeturas. “Sale del canal de Panamá y llega al cabo de la Vela para avistar a los submarinos nazis”, dijo, en forma sentenciosa, mi tío Nicolás, quien había hecho unos estudios en Lovaina de algo, que nunca se aclaró del todo, pero que con su indiscutible maestría en bailar tango, danzón y foxtrot, lo hacía ser una persona muy escuchada. Después, las emisiones de la BBC de Londres, con los tres toques de la quinta sinfonía de Beethoven “La llamada del destino” y con un inmenso radio dando noticias, condicionaron la infancia de mi generación.

¿Por qué no hay manzanas? ¿Por qué no hay uvas pasas? ¿Por qué no me compran un velocí-pedo? Y la respuesta siempre era: “Por la guerra, hijo, por la guerra”. Una noche, y mientras se re-presentaba La toma de Granada, una obra teatral de Antonio Álvarez Lleras, en el Colegio de la Pre-sentación, se oyó un ruido de un avión que pasaba volando bajito sobre el patio. Alguien gritó: “Es un avión alemán”. Hubo una estampida general y el castillo de cartón se cayó antes de ser tomado por los Reyes Católicos y la reina Isabel. Cayó en las piernas del obispo, y este, famoso por su mal genio, gritó: “María Poussepin, no llegarás a ser santa”. Desconozco si se ha cumplido su afirmación.

Otra vez, mi tío Nicolás fue el oráculo, pues afirmó que el radio de acción de un Messerschmitt no daba para atravesar el océano. Muchos años después, en mi cuento “La apoteosis de Marí Pus-pán”, publicado en el libro Marihuana para Göring, recreo este episodio, que posteriormente pasó a ser un capítulo de Déborah Kruel.

Fue muy comentado en las sobremesas de mi casa el hundimiento de un submarino alemán por uno de nuestros barcos de guerra. El submarino dejó una estela de aceite, demostración irrefutable de que estaba hundido. “Brillante victoria de la ma-rina colombiana, hundido un submarino nazi por el ARC Caldas en el mar Caribe”, decía El Tiempo el viernes 21 de marzo de 1944. Posteriormente, nuestros marinos hicieron una entrada triunfal a la plaza principal de Cartagena. Los datos están recreados en el libro “Colombia nazi” de Silva Galvis y Alberto Donadio. Sin embargo, en algún recorte de periódico, con fecha septiembre 13 de 1984, el prominente historiador naval alemán

Jürgen Rohher señalaba que el último submarino alemán que operó en el Caribe lo hizo a finales del 43 y a principios del 44, lo que da paso a múlti-ples dudas sobre nuestra hazaña marina. Pero yo prefiero creerle al tío Nicolás y no al historiador Rohher. Además, según el escritor Carlos Flores, el Caldas era un barco inglés que alguna vez había pertenecido a la armada de Portugal y vendido después a nuestro país. Por eso las instrucciones para el lanzamiento de las bombas de profundidad estaban en portugués. Doble hazaña de nuestros marineros.

Todo este Caribe secreto pareció terminarse cuando los gringos de la ‘Yunai’, las mujeres belgas con sus maridos colombianos, un judío alemán o polaco que portaba una bandera de la “Unión So-viética” —pues él solo constituía el comité de ayuda a la “URSS”— más una multitud heterogénea, des-filaron por el camellón celebrando ruidosamente el fin de la guerra. Por los parlantes se transmitía el porro del momento:

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Ya la guerra se acabóya por fin llegó la pazya el Japón se rindiócon dos bombas nada más…

El Caribe volvía a tornarse en un mar para co-merciar y bañarse y para que los jóvenes que fuma-ban marihuana, traída de la Sierra Nevada, fueran a sentarse a la playa y mirar hacia el norte, pues allá estaba: “La Habana, hermano, La Habana…”

la inFluencia cubana

Durante mi adolescencia, en los años cincuenta, iba a la peluquería de Paco, el cubano, donde se encontraban rimeros de revistas cubanas: Bohe-mia, Carteles y Vanidades. La revista Cromos solo circulaba en las peluquerías del interior del país. Las radiodifusoras de La Habana eran las escucha-das, los dichos cubanos eran los que circulaban.

Sus grandes orquestas eran las que nos visita-ban, sus radionovelas eran las escuchadas, como El derecho de nacer y la serie de Chang Li Po, el detective chino radicado en La Habana que decía en su tema musical los siguientes versos:

Chang Li Po, Chang Li Popor una linda cubanaen La Habana se quedóChang Li Po, Chang Li Po.

La moda incluía, en los estratos populares, el tacón cubano; y la guayabera con corbatín era frecuente en los estratos medios y altos. Todo es-tablecía un agudo contraste con el mundo andino. La presencia cubana en esos años cincuenta es un punto que no ha sido estudiado detenidamente y que indica que en este litoral, lo que teníamos claro es que éramos del mismo mar.

Pero adonde va esta crónica nostálgica es a esa nueva visión de la guerra que nos daban las revistas cubanas, en las que las memorias de los espías Aliados y los del Eje constituían parte esencial de su popularidad. El Caribe aparecía como un lago donde las tripulaciones de sub-marinos nazis desembarcaban en las playas alejadas (entre nosotros la Guajira) y comercia-ban combustible y provisiones con los contrabandistas locales. Años después y al escribir Débo-

rah Kruel —que, insisto, es una novela calificada como de espionaje, pero que es en realidad un co-tilleo samario con el telón de fondo de la segunda guerra mundial— solicité a Eduardo Posada Carbó, que estudiaba historia en Oxford, que me enviara material sobre esa guerra submarina y secreta que se dio en el Caribe. Me lo envió dos años después de mi petición cuando ya había terminado la novela, y la parte fuerte de espionaje la titulé “La operación pelícano”, en la que me agarré a un dato suelto de Carteles, en la que hablaba muy someramente de los aviones alemanes que debían sobrevolar y bombardear el dique de Gatún y así poner fuera de servicio el canal de Panamá.

Aún así, y ya terminada la novela, me interesó el escrito que me había enviado Posada y que era un informe al departamento de Estado hecho por el vicecónsul norteamericano Terry B. Sanders, que había sido comisionado en 1941 para que diera un vistazo por la Guajira.

A pesar de su prosa árida, lo que se nos revela es la complicidad de algunos políticos y gamona-les con los embarques de provisiones a los Nazis. Es interesante ver cómo los militares reputados como pro-nazis, después ocuparon altos cargos en los gobiernos posteriores y uno de los coman-dantes de un puesto perdido en la Alta Guajira, el coronel Forero, promovió después en 1957 un golpe de Estado fallido. De este coronel, teniente para esa época, el informe dice que una de las pruebas de su nazismo era su pluma fuente con una esvástica. El documento clasificaba las sim-patías nazis o pro-británicas de los funcionarios,

pero a veces el cónsul perdía la contención de su prosa oficial y se desbocaba contando las situa-ciones de suspenso en las calles solitarias de Riohacha, donde él veía, tras las esquinas, espías y contraespías como en cualquier película de la época. En estas series de indagaciones, en una ida a Riohacha, oí a los vecinos de larga memoria cómo, en junio de 1942, se había dado el hundi-miento de un mercante america-no por los submarinos nazis que lo acosaban como lobos feroces: por algo se llamaban los lobos de mar. El capitán de la policía, en la única medida a su alcance, ordenó apagar todas las luces, o sea, los pocos bombillos somno-lientos, las lámparas “Primus” de

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gasolina, las velas encendidas de las habitaciones y los cirios de la iglesia. Al día siguiente, se apre-só a los alemanes Eikoff y Malher, dueños de un almacén de miscelánea con su fuerte en clavos y cemento. Se les deportó y se incautaron los bienes. Se afirmó que el juego de luces era la señal para que los submarinos entraran en acción. “¿Cuáles luces?, si desde que llegamos no hemos vivido sino en un solo apagón”, era la respuesta perpleja de los acusados.

Los Eikoff eran la bestia negra del vicecónsul norteamericano, que los acusaba de enviar gana-do robado a los Estados Unidos. En su informe número 2, el norteamericano está cada vez más furioso, porque en la aduana se pone la simple frase: “Destino de las mercancías: Altamar”. (“Así no se puede”, se le escapa en algún momento en el informe).

Este escrito me confirmó que, en mí capítulo, “no se me había ido la mano” como se dice colo-quialmente.

También tuve que parar los caballos porque tal como iban las cosas terminaría escribiendo algo así como “Los capítulos que se me olvidaron en Déborah Kruel” o un “diario de la novela”, pues cuando no escribo las cosas, escribo por qué no lo hice. A veces son más largos esos textos que la idea primitiva.

Mientras pensaba en escribir esa novela con un Caribe de espías —obra de la que hablé durante veinte años antes de escribir la pri-mera sílaba—, el cine y sus mujeres misteriosas, “las vampiresas” nuestras, me surtieron de imágenes para configurar la Déborah espía que pugnaba por salir. Las motivaciones incompren-sibles del eterno femenino de pronto se me revelaban en una frase. En la película española Una mujer cual-quiera…, con María Félix, al ser preguntada: “¿Por qué te fuiste con él si sabías que iba a traicionarte?”, ella contesta, mientras alza la ceja, y dice con su voz ronca: “Tú no puedes saber… son cosas de mujer…”

Esta fue una de las setecientas películas me-jicanas que vi en Fonseca, durante los dos años en que estuve como juez promiscuo municipal. Es obvio que las fuentes para escribir Déborah Kruel fueron, los folletos de espionaje de las revistas cubanas, dramones mexicanos, las canciones de moda y el cotorreo parroquial, todo con un fondo de mar Caribe.

Decidí que escribiría esa novela y que me infor-maría bastante. Leí mucho y hubo un momento en que estaba sobresaturado de información. Me pregunté: “¿Pero por qué estoy zambullido en la segunda guerra mundial si lo que tengo que escri-bir es simplemente de mi infancia samaria, con la guerra como telón de fondo?”

la improbable déborah

Se puede decir que la novela fue como un barco a punto de naufragar ante tantos escollos. A pesar de los muchos sobresaltos y la inseguridad que me producían, decidí escribirla. Le mezclé diligencias judiciales —porque aún era abogado en ejercicio—, frases de alguna lectura porque siempre apuntaba algo que me había llamado la atención, que había oído algo en la calle, algún dato histórico intere-sante, un pequeño apunte, alguna joya preciosa de alguna crónica que me había gustado y de la que yo hablaba con frecuencia. Sin embargo, pasaba

el tiempo y no escribía una sílaba, aunque en todas mis libretas encontraba apun-tes como éste: “¡Ojo, leer a Isis sin velo para idear a la pitonisa!” Esta situación siguió así hasta que un día me dijo Roberto Montes Ma-thieu: “Tu novela no se va a llamar Déborah Kruel sino La Improbable Déborah”. Me dolió el comentario, pero tenía razón porque teniendo todo para hacer la historia, no me decidía.

Me pasaba lo mismo que con algunas películas que se anuncian en los cines de Barranquilla: dan cortos y avances pero se demoran hasta un año para llegar a exhibirse. Escribía cuentos y artículos que vislumbra-ban un tema más amplio, con mayor respiración, pero

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la novela no llegaba. En cierto momento estuve completamente enredado. Como quería hacer una novela con fondo histórico, pasaba horas en las hemerotecas indagando para sacar algún pequeño dato desechable, como las máquinas que remueven toneladas de tierra para sacar una pepita dorada. Ahí es cuando se comprueban las desventajas comparativas del que investiga en Barranquilla: no había una buena hemeroteca, ni un archivo fílmico bueno, ni una buena colección de fotogra-fías. Ahora hay una leve mejoría.

Con la inmensa desventaja de no tener mucho en dónde buscar, en ese año del 85 me puse a escarbar y encontré algunos datos para el caso Mamatoco y sobre el hundimiento de un barco alemán en las costas de la Guajira. De pronto, y por casualidad, leí en El Tiempo una nota que se llamaba “Datos históricos” sobre los alemanes en Colombia, y ahí estaba todo lo que me había costado tantos meses de rastreo. La publicaron en un dominical cualquiera sin hacer alarde porque esos datos los tenían a la mano.

Nunca me faltaron sobresaltos. Estuve durante semanas cortejando a una vieja alemana neuró-tica e hipersensible, con el fin de sacarle alguna información. Mantuve la diplomacia con ella para lograr mi objetivo, pero cuando estaba cerca del tesoro, me decía: “Puedo mostrarle unas fotos que le van a interesar pero no sé si debo dárselas, vuelva el próximo sábado”. Cuando estaba ya en un estado de felicidad y ansiedad, esperando que la mujer cediera finalmente, sale el libro titulado “Colombia Nazi”, escrito por Silvia Galvis y Alberto Donadio, donde estaban todas las fotos de los nazis en Barranquilla y la información pertinente. Todo lo que la señora me iba a decir ya estaba publicado. El asunto fue que, por un instante, me sentí ahogado y me dije: “¿Aho-ra qué hago?” En esos días llegó el escritor R.H. Moreno Durán a Ba-rranquilla y me dijo: “Me ha dicho Germán (Vargas Cantillo) que estás escribiendo una novela sobre los alemanes en el Caribe, pero sucede que ya Sergio Pitol [un escritor me-jicano] escribió El desfile del amor, que trata sobre el mismo caso, la guerra en el Caribe”.

La nueva preocupación ahora, además del desánimo que me trajo, fue cómo conseguirme la novela de Pitol para ver de qué se

trataba. Al fin, Germán Vargas, que era un buen amigo, llegó de un viaje y me trajo El desfile del amor. Lo leí con avidez, pero afortunadamente no tenía nada que ver con lo que yo estaba haciendo. Lo que ocurre en Ciudad de México y lo que ocu-rre en nuestra Costa Caribe son diferentes, pues en dos sociedades tan distintas, un mismo hecho produce resultados igualmente distintos.

Cuando al fin terminé la novela, el sobresalto llegó de donde menos lo esperaba. Se la entregué a un amigo que me dijo: “Tienes que pasarla en computadora”. En esa época la computadora era una novedad, estoy hablando del 87. Este amigo tuvo la novela un mes en su poder y no me la pasó. Después nadie sabía dónde estaba el mamotreto, dónde estaba la novela. Allí trabajaban como tres o cuatro personas y nadie sabía de nada, todo el mundo le echaba la culpa al otro. Al fin por un milagro y después de dos semanas apareció dentro de un fólder que iban a botar. La rescaté y se la entregué a una secretaria de nombre Co-lombia. Le dije: “Hazme el favor, te voy a pagar, pásame esta novela”. Cuando estaba por la mitad me la devolvió y me dijo: “No voy a perder más el tiempo, págueme los once mil pesos que me debe y le entrego esto”. Entonces cogí la novela y se la di a un par de amigas y les pedí el favor de que me la pasaran. Cuando me la entregaron empecé a revisarla y encontré que un personaje que en la primera parte se llamaba Colombia, en la segunda parte se llamaba Francia Travecedo. Fui adonde Colombia y le pregunté: “Cuando tú

me transcribiste esto, ¿qué pasó?” Me respondió: “Es que usted está empleando el nombre de Colombia para uno de sus personajes y yo no tengo ningún interés en que salga mi nombre en su novela”. Quedé mudo.

Lo malo es que alguna gente de mi generación está leyendo la novela como si tuviera claves y se la pasan buscando parecidos todo el tiempo. Así, me encontré con un médico en Barranquilla y me dijo: “Pero esa Mona Navarro en reali-dad es Raquelita Pereira”. “Pero, ¿quién es esa Raquelita?”, pre-gunté. “Esa que tengo aquí (y me mostró una foto), tú te inspiraste en ella”. “Lo siento —le dije— pero

yo no conozco a Raquelita, no me pude inspirar en ella”. Afortunadamente, he encontrado que la gente que la lee en el Interior del país o mis alumnos

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que la leen en Barranquilla, que tienen 18 años y ningún referente al respecto, lo hacen como debe leerse y les gusta o no les gusta, sin buscar su correspondencia con personas reales.

un concurso bizarro

Después de tantas dificultades, mandé Débora Kruel a un concurso de Plaza y Janés. Tenía ciertas correcciones: había tenido que tachar y poner en lápiz el otro nombre y eso es malísimo porque si hay algo que los jurados detestan es que les hagan correcciones encima de los textos que les mandan. Lo sé porque yo también he sido jurado. Como al mes después de haberla mandado al concurso, cuando ya iban a dar el fallo, no tenía muchas ilusiones. De pronto me enviaron un telegrama que decía: “Sírvase reclamar el pasaje para que venga a Bogotá”. Me dije: “Si me envían el pasaje es que mínimo estoy de finalista”.

Cuando llegué a Bogotá, se me había olvidado exactamente adónde era que tenía que ir, y llegué a Plaza y Janés. Allí me dijeron: “No, señor, no es aquí la ceremonia sino en el hotel Hilton”. Corrí con mi maleta hasta el Hilton, nadie me dio razón. Me preguntaba: “¿Qué hago en Bogotá con tan poca plata? ¿Qué voy a hacer?” Desesperado llamé a algunos amigos a ver quién me daba alojamiento, nadie respondía. Me decía: “¿Cómo es posible que

me esté pasando esto?” Hasta que reconocí en un transeúnte al geren-te de Plaza y Janés que iba para el hotel, corrí y me presenté. Me dijo: “Creíamos que usted no venía. Usted tiene una reserva en este hotel”. Regresé, me bañé en la tina, bajé oloroso a agua de colonia y optimista a observar los resultados. Entonces empezaron a anunciarlos. Era por puntos y salí de cuarto. “Bueno, no está mal”, me dije. Después sa-lió la tercera escogida. Era una novela que se llamaba Ily Imy Iwy. El título me pareció horrendo.

El asunto era que el título estaba en inglés y significaba I love you, I miss you, I wish you. Des-pués tuvieron que cambiar el título por el anodino de Esposa o Amante. Es una novela al parecer poco leída. Cuando le entregaron el cheque del premio, la autora se levantó y empezó a dar los agrade-cimientos: “Agradezco porque ésta es la primera vez que una mujer se hace presente en la novela colombiana...” Al lado mío estaba Lucy Barco de Valderrama, que se había ganado diez años antes, con la novela titulada “La picúa cebá”, el premio “Esso” de novela.

Doña Lucy se iba a levantar a protestar y a se-ñalar que la otra no era la primera mujer premiada en concursos de novela, sino que había sido ella, pero los familiares no la dejaron. Yo estaba diver-tidísimo y disfruté el momento. El segundo premio fue para una novela que se llamaba Largo ha sido este día, de un poeta natural de Ciénaga, José Manuel Crespo, que vive en Bogotá, y el primer premio fue para Tomás González con Para antes del olvido. Esa novela sí me gustó. Pero creo que Déborah Kruel merecía mejor suerte en ese con-curso. Después con el paso del tiempo esta novela caminó sola, con buena crítica y malas ventas. Parece que llegará ser “una novela de estimación” (una mala traducción de la frase en francés), algo es algo.

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—¡Ruinas artificiales! ¿Usted lo que quiere que le construyamos es una casa que esté en ruinas desde nueva?

—Sí, y quiero que sea exactamente igual a las ruinas de esta casa francesa del siglo XVIII que ustedes ven en esta fotografía; yo les suministraré más fotos y todos los datos que necesiten, yo me la se de memoria, es mi pasión, soy historiador.

Los arquitectos estudiaron muchas ruinas y al fin le construyeron la nueva-vieja casa; con los muros mordidos por el viento, masticados por la hiedra y digeridos por las lluvias. Los pisos limados por pisadas que nunca pasaron por allí, puertas desvencijadas y chirriantes, pero todo dentro de una gran dignidad.

Salió más cara que si la hubieran construido moderna o posmoderna, y quedó elegantemente aterradora con sótanos oscuros y húmedos espe-rando las fáciles telarañas naturales y la completa gama de sabandijas.

El mobiliario fue maravilloso: sillas que cojean, telas raídas, manijas desgastadas y pomos que se quedan en la mano. La inauguración fue es-pectacular, y en ella los invitados terminaron de destruir aún más los enseres y las paredes, ya de por sí endebles.

El historiador estaba feliz con su vieja-nueva casa y pensó que era cuestión de meses acos-tumbrarse y sentirse a sus anchas, pero no, algo hacía falta, algo intangible pero que tienen todas las verdaderas ruinas: Espíritu, podríamos decir; una verdadera ruina habla de las innumerables cosas que allí han pasado, de la personalidad de sus habitantes ya muertos. Esta casa era una historia sin historia.

ruinas arTiFiciales

Tres cuentos breves

Álvaro J. Ramos Q.*

* Nació en Cartagena, 1947. Arquitecto de la Universidad del Atlántico; profesor jubilado de la misma institución. Asiduo colaborador del suplemento dominical del Diario del Caribe, sus cuentos han sido publicados en diversas antologías.

Nuestro historiador decidió contratar a varios espiritistas reconocidos, para ver si podían poblar-le su casa de vibraciones de recuerdos artificiales. Uno de ellos tuvo éxito, invocó espíritus de diversas épocas, que encantados y presurosos se instalaron en todos los rincones de la casa. Al principio era interesante percibir esas presencias del tiempo; pero: o se le fue la mano al espiritista, o los espí-ritus que llegaron primero fueron trayendo a los otros. El caso fue que la mansión se convirtió en una algarabía espectral que no coincidía exacta-mente con el espíritu de la arquitectura, porque la mayoría de los fantasmas no eran ni franceses, ni del siglo XVIII, sino árabes del siglo XII y por lo tanto las ruinas evocaban una época y una nacionalidad que no deberían evocar. Estando uno asomado a una ventana francesa, tenía más bien la sensación de encontrarse en un minarete, y un silbido impreciso, tal vez un golpe de viento, hacía recordar el lamento del muecín llamando a la oración junto a vastos arenales reverberando bajo el sol.

En suma, una alteración de las estructuras de la historia y de la muerte.

Hoy nadie puede vivir allí, el Profesor se mudó a un apartamentico en el centro. La casa ahora sí que está abandonada, pero por la vida, porque es muy pintoresca, tal vez porque los espíritus hacen esfuerzos ultrahumanos para no ser desalojados de su palacio. Se está abogando para que la de-claren patrimonio nacional. Ni los ladrones se atreven a entrar, algunos que lo han hecho han sido encontrados muertos (tal vez de miedo, porque no presentaban señales de violencia). Solo viven allí un par de perros callejeros que los espíritus probablemente aceptaron adoptar.

El Profesor pensó poseer un pedazo de historia, pero ahora es la ciudad la que posee un pedazo de misterio, y el misterio posee un pedazo de la ciudad.

(Para “Teorías y Testamentos”, marzo 31, 1987)

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Siempre he sido un hombre muy metódico, y du-rante los 38 años que he trabajado de escribiente en el juzgado no he fallado un solo día, ni tampoco he llegado tarde ni salido más temprano jamás.

Había pensado, bueno, a mis 62 años ya cum-plidos, es normal que vaya perdiendo un poco la memoria. Tenía todavía agua helada en la jarra en el refrigerador... ahora está vacía... ¿en qué momento me la habré tomado?... estoy seguro, o casi, de haber puesto las aspirinas en el baño, y las encuentro a menudo sobre la mesa del comedor.

Vivo totalmente solo y hago mi propia limpieza los fines de semana, pero no sé si ya la edad me cansa, pero siento como si hubiera más polvo y más mugre en el piso que antaño.

Ayer cumplió años mi jefe, el Dr. Peña, el juez nuevo (más joven que yo, apenas 40) y decidió ce-rrar la oficina media hora antes de las 6:00 p.m., nos dio salida más temprano. Cuando llegué a mi apartamento casi pego un grito... la puerta estaba entreabierta, oí ruidos, por precaución toqué el timbre para ver qué pasaba, y salió un señor muy tranquilamente a decirme:

—A sus órdenes, en qué puedo servirle.Conteniéndome le dije: —¿Quién es Ud. y qué hace aquí?... Esta casa

no es suya.Y me ha contestado con toda tranquilidad: —Lo sé, aquí vive un señor que sale y llega

siempre a horas muy precisas, yo no tengo sino un cuartito miserable en donde vivir, trabajo de celador por las noches en una fábrica, me pareció

bien habitar este apartamento tan cómodo durante las horas que el dueño no estuviera aquí, no robo nada, todo se lo dejo cada día tal como lo encontré, solo habito, oigo música (no puedo en mi cuarto), me baño y traigo mis propios jabones y toallas, veo algo de televisión (que tampoco tengo en mi cuar-to), y leo los libros de su maravillosa biblioteca. Una tarde, hace tiempo, el señor dejó olvidada la llave puesta en la cerradura porque estaba aturdi-do con lo del incendio en la planta baja, yo la tomé, hice una copia y la volví a poner en su sitio, él la descubrió al día siguiente, y pensaría: “¡Dios mío, gracias que nadie abrió durante la noche!” Como ve Ud., no le estoy haciendo daño a nadie, tengo tres años de vivir aquí, a veces hasta le limpio las ven-tanas, solo un poco para que no vaya a sospechar. Ahora, si Ud. gusta dejarle algún recado escrito y pasado por debajo de la puerta, yo le doy lápiz y papel... yo he recibido cartas para él otras veces y se las dejo como si hubieran sido deslizadas por debajo de la puerta. O, si Ud. quiere, yo mismo le escribo la esquela diciéndole que desea hablarle el señor del apartamento 418.

En ese momento fue cuando caí en cuenta de que yo estaba parado a la puerta del 318, que es exactamente igual al mío, pero un piso debajo. Sin embargo, quedé muy inquieto pensando que el señor del 318 se parecía tanto a mí... y que ver-daderamente me estoy volviendo muy distraído... pensar que confundí su piso con el mío... ya tres pisos me cansan como si fueran cuatro.

Para la serie “Teorías y testamentos”, Barranquilla, sept. 1984.

emmanuel

Para AdelitaSegún el mito de los indígenas Tururús, que ya se extinguieron en las selvas amazónicas:

“En un principio Dios era todo y uno, pero se sintió solo, entonces decidió cortarse un pedacito de sí mismo y declararlo: ‘otro’ o universo. Ahora se entretiene y se burla viendo todas las evoluciones, destrucciones y absurdas direcciones que toma esa parte que ya no es suya ni es él, compuesta en su mayor parte por bolas incandescentes alrededor de las cuales giran otras bolas habitadas por seres es-túpidos que no hacen más que molestarse, matarse y comerse unos a otros. Y todo eso suspendido en un vacío silencioso inmenso y muy muy frío”.

Estos indígenas también tenían su mito sobre lo que nosotros llamamos “Pirámide alimenticia”:

“Las plantas se comen a los minerales y la luz, los herbívoros se comen las plantas, los carnívoros se comen a los herbívoros, los humanos se co-men a las plantas, los herbívoros y los carnívoros cocinados.

Y en cuanto a los humanos, solo su alma es engullida por los ángeles que nos cazan agazapán-dose en las esquinas del tiempo, y luego desechan nuestros cadáveres.

Los ángeles a su vez son devorados por Dios, que los acecha escondido en los repliegues de la eternidad, y solo desecha los recuerdos”.

Colección “Cuentos crueles breves”, Barranquilla, mayo 8, 2007.

encuenTro anTropológico

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Es cierto que provoqué la guerra entre costeños y cachacos cuando a pupitrazo limpio sancioné la ley que prohíbe escuchar vallenato en todo el territorio nacional, pero no lo es menos que gracias a ello aumenté el número de los empleados carcelarios, quienes además de encargarse de que ningún acordeonero, guacharaquero o cajero disponga de tiempo en la prisión para seguir vallenateando, me proporcionaron un caudal de votación importante para seguir gobernando en este paraíso que edi-fi qué a partir de la medida tomada; y es que eran tantos los cantautores vallenatos, que de no haber

Relatos

Rubén Maldonado Ortega*

* Filósofo, Universidad Nacional, Bogotá, Doctor en Filoso-fía, Universidad Javeriana, Bogotá, docente de tiempo completo de la Universidad del Norte desde 1993.

sido porque igualaban a la población de desem-pleados no me habría bastado materia gris para lo-grar un equilibrio social (los unos encerrados y los otros custodiando su encierro) que me permitiera consagrar a este problema menor que constituye la guerra; y aunque algunos tal vez me reprocharán que esta última sobrevino a consecuencia del mal del que quise librarme, lo cierto es que el trepidar de los cañones ha terminado por convencerme de que la medida logró que este pueblo empezara por fi n a componer la música que lo identifi ca.

Me acerqué al extremo de la tarima y me dispuse a hablar. Tal como lo tenía pensado, y con el único fi n de relajarme, empecé por confesar mi estado de nervios. Les relaté que no era por la cantidad de público sino por mi sueño de anoche, en el que, después de terminar con estas breves palabras, alguien se levantará de su asiento, descargará su revólver y me quitará la vida. Cuando alguien, de

alcalde popular

aleJandro en delFos

pie, se disponía a meter la mano en el bolso des-teñido que yo había visto antes en otro espacio y en otro tiempo, tuve el acierto de añadir que para satisfacción mía el asesino sería linchado luego por la muchedumbre que ahora gritaba furiosa: ¡Ale-jan-dro! ¡Ale-jan-dro! ¡Ale-jan-dro!

El hombre sacó entonces del bolso un viejo reloj de bolsillo, y sin mirarlo, se marchó como si no le importara que a esa hora no encontraría trans-porte para volver al sitio de donde había llegado.

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Inicialmente fue como entrar a un salón colosal con paredes de cúmulos y zócalos cuadriculados que perdían sus contornos a medida que la vista que-ría abarcar más, como en las pinturas de Escher. Ninguna butaca, cortina o alfombra que pudiera dar la sensación de otra compañía en aquella in-mensidad. Ni siquiera un cenicero a lo largo de la ancha retina donde apagar la colilla abrasando los dedos que, muy a pesar, siguieron inmóviles. Pero en cambio, cuando sobrevino la primera reacción, el estrecho salón se tornó ruidoso, de un amarillo sin luz, increpaciones que iban de aquí para allá, sin detenerse en ningún lado, y, por ello mismo, atendidas por Nadie, que ahora, por iniciativa de Señor Venedizo, estaba siendo enjuiciado y casi condenado, a pesar de su condición de reo ausente.

Cuando se vio incluido en aquella lista de conferencistas cuidadosamente seleccionados para co-loquiar a costillas del lenguaje, casi no lo podía creer. Había sido marginado durante mucho tiempo, que revisó y revisó hasta expulsar la duda, porque, en efecto, era él y no otro quien debía sustentar para un jueves de mayo que ya rodeaba con un trazo naranja en su agenda, que no todas las veces a ese efecto sonoro cuyo trági-co itinerario se iniciaba esta vez desde un corpus concreto que era el suyo y se estallaba en oídos que no le perdonarían semejante sacrilegio, que no todas las veces, había dicho, levantando la voz sin necesidad, le corresponde a esa sonoridad ausente una entidad real. Y, sin embargo, estaba allí, apartando los cúmulos para hallar un cenice-ro donde arrojar la revoltura de paja y ceniza que llevaba en las manos.

Ya bien adentro divisó la cortina transparente a través de la cual Iris ofreció su cuerpo desnudo como prueba incontestable de lo que allí se vene-raba. Entonces vio los sofacamas ocupados por otras arpías que simulaban tejer alguna cosa para exacerbo delicado de las nada santas inclinaciones de la carne. Al fondo, sobre la blanda pared forrada en fino coroides por cuyo color quedaban ahora al descubierto las vetas rojas, inequívoca señal de deterioro, dos hileras de plantas ornamentales debidamente retocadas para la ocasión oficiaban de séquito a una leve catarata que prestaba sus tibias aguas para gozo de un jardín donde flore-cían tiernas, heroicas amapolas. Al saludar entre cortés y caviloso al prelado que apuraba el último botón de la bragueta, no pudo disimular el impacto que le produjo su primer encuentro con la Pupi.

Esa mujer delgaducha, casi una niña todavía, que había podido quebrar la más duradera de las alianzas desde que Byron se hizo al poder, por el mero hecho de tener chupadera, le miraba ahora con ojos de aquí estoy, tal como fue anunciado, para responder cualquier inquietud porque, cier-tamente, os veo muy inquietos.

La conferencia había terminado, y el silencio que se extendía zigzagueante entre las ocho hileras dispuestas de modo que el salón pareciera menos angosto presagiaba una dura faena. Preguntas sin relación con lo expuesto, confusas, insípidas, mal formuladas nunca aparecieron, y, en cambio, un cotorreo incesante comenzó a filtrarse contrarian-do el sentido del casi imperceptible surco abierto por el silencio reinante de hace apenas un mo-mento cuando los once ministros de sotana, junto con los otros veintisiete de sacoleva, sin contar a sus acompañantes de mucho encaje y colorines todavía con olor a recién estrenados que batían sus copas de nervios, porque el brindis aún no se había iniciado, y también de coraje, porque quién le dijo a ese señor quién era él, un maleducado Señor Venedizo, un maleducado que no ha sabido guardar para otra ocasión su perra conferencia de mal oliente ateísmo, habíanse puesto de pie, como cumpliendo una orden impartida por ese punto final que los cogió a todos de sorpresa. El rostro de Señor Venedizo era, en cambio, una especie de monumento; impertérrito recorría una a una las muecas salidas de un fondo menos áspero que esos pómulos, esas entrecejas maquilladas con singular maestría para simular dolor a la hora de la risa, y claro está, mucha coquetería a la hora en que vine a parar a este maldito lugar. Eran mujeres que habían sido traídas de los más variados lugares de la comarca para endulzarle el tinto a los señores, ¡ah! los señores, maniáticos todos, aunque ellos preferían llamarlo mi de vez en cuando dejo de neurosis, y también para endulzar sus ratitos de ocio, que era cuando la Iris se ponía toda grosera con la Pupi porque le había sacado la piedra a ese señor grandote que no podía coger rabia y que, aunque todo feo, era el que mejor pagaba, porque Byron sí sabía qué era lo que había que pagar caro. Y ellas también lo sabían.

Pero, Señor Ministro, las facultades que la Ho-norable Duma delegó en vuestra sabia Consejería no le habilitan para separarlo del cargo, recuerde usted que lo del prelado le incumbe únicamente a la santa autoridad, y con ellos no hay Pupi que

el conFerencisTa del Jueves

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valga. Mire, le cuento una cosa, pero ya sabe, como una tumba, porque esa mirada, yo que conozco, esa mirada no me gusta nada. Usted que me vuel-ve a mirar así y yo que me levanto de la cama, y, entonces, ni una cosa ni la otra. Pero se dejó caer suavemente bajada por brazos que la atenazaron con una muy tenue presión sobre sus costados hundidos donde Mano Caliente comenzó a sentir vellos erizados en señal de respuesta. Luego fue la boca la que respondió pero se apartó en segui-da porque no quería ceder. Siguieron sus deditos del pie izquierdo que al estirarse y encogerse se parecieron a ella misma, porque la Pupi, eso era ella, quién lo creyera, tan menudita y con chupa-dera, hasta que ¡sus!, se derritió todita, la lengua recorriéndolo todo, y a medida que lo quería se lo contaba todo Señor Ministro, todo, y tal vez sea por eso que ahora lo sabe todo.

Creyó que iba a ser agredido y por eso le clavó la mirada. Se la sostuvo, al comienzo sin ninguna

dificultad, pero a medida que las horas fueron transcurriendo sintió un poco de impaciencia por-que el muchacho no cedía. Se había sentado en uno de los extremos de la última columna como queriendo pasar inadvertido, y ahora se levantaba para agradecer a Venedizo por todo lo que había dicho. La hoja de anotaciones en la mano, donde sobresalía el tercer argumento usado por Vene-dizo para demostrar que en la relación biunívoca entre palabras y entidades reales estaría siempre ausente Dios, le confirmaba que en un instante tan decisivo para él estaría acompañado esa noche por alguien que compartía sus puntos de vista. Pero, en cambio, lo había confundido con algún revoltoso, y estaba ahora trenzado, como en duelo, mirándole fijamente a los ojos, porque el muchacho tampoco cedía. Hizo entonces un último esfuerzo y se vio a sí mismo entrando en ese inmenso globo ocular, y Venedizo en la puerta que le decía: Pase, señor, pase usted.

Cuando Evangélico Rosado supo de la existencia de aquella comunidad de sabios presagió que su enigma le sería resuelto. Aficionado a la Filosofía, devoró desde muy joven todas las páginas donde creyó encontrar respuesta a su pregunta. El re-sultado de esta indagación fue su convencimiento de que la Filosofía, la reina de todas las ciencias, nunca se había formulado una pregunta que va-liera la pena.

Fue por ello que se refugió en la pintura, hasta el día que Alejandra, la prostituta que no había querido acostarse con él la noche anterior, le habló de unos hombres que habían instalado un inmenso campamento a la orilla del río Manso.

La entrevista con el que se llamaba a sí mis-mo Consejero de Asuntos Gnósticos le retornó de inmediato su simpatía por los grandes temas metafísicos, aunque ahora este hombre, con apa-riencia de domador de fieras, se había limitado a hablarle de la forma de evitar las arrugas pre-

maturas tomando el té con bastante limón a una hora en que la luna dejara entrever su faz oculta; de la manera de aprovechar el poder nutritivo de los espaguetis, si a cambio de rociarlos con queso rallado se les cubría con un inmenso triángulo equilátero construido a base de hojas de lechuga; de la facilidad con que podría llegar a componer un concierto para piano en re menor, a condición de que las teclas blancas se untaran de lágrimas derramadas por una mujer que fingiera vergüenza ante la inminencia de una violación a altas horas de la noche.

A las cuatro horas y diecisiete minutos de la mañana del 11 de julio, Evangélico Rosado conoció por fin la única pregunta que ponía en evidencia la supremacía de la Filosofía sobre cualquier otra actividad del hombre. Esa mañana dos hermosas mujeres lo bañaron con aguas aromáticas mien-tras le cantaban una melodía que no pudo recono-cer, para preparar su encuentro con el patriarca

el enigma de rosado

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Samuel Ovejero se dispuso a armar el acertijo. O me vences o te venzo, porque aquí no cabe Gödel. Y si el destino no me ha reservado la derrota te veré descubriendo la pancarta: ¡Abajo el tirano! Siempre fuiste del bando contrario, ya lo sé, pero no me consta que nunca hayas derramado una sola lágrima, y eso es lo que cuenta. Aquí no es como en la escuela, siempre con alguien que podía decidir quién tenía la razón y quién no la tenía. Quién había cometido la infracción. Claro, y tú… no podías ser tú porque tu carita no lo consentía. Además, porque las niñas no tienen aire de mal-vadas. Solo un niño pudo haberlo hecho.

Pero ya no soy un niño y voy a armar el acertijo (tengo ahora las piezas completas, en completo desorden, pero completas, y las posibilidades de combinarlas de este o de este otro modo son

finitas). El uno con el dos, el cero con el nueve, el cuatro que se extravió pero ya lo encontré y en-tonces irá con el cinco porque también se había extraviado. Al comienzo sin ningún orden definido, pero luego, como por encanto (porque fue así como hallé las claves, por puro encanto), deslizándome sin contratiempos hacia la periferia del poder. Y luego hacia el centro, desde donde te pude dis-tinguir sin dificultad, a pesar de que ahora no encuentro el seis, que, sé muy bien, cuadra con el ocho, a pesar del avispero que se alborotó, y todos corriendo, buscando la salida, desocupando la plaza que se llenó otra vez de basura, de lugares comunes desafiando el espíritu de la época, el tre-pidar de los cañones y la ira de Samuel pugnando por amarrar el tres con el diez y el once con el doce para volverla a ver, ahora que todos se habían ido.

la ira de samuel

Avanzó quince metros y se detuvo como si de repente presintiera que no era cosa para él solo. Buscó a los demás pero estaban muy lejos; pensó

entonces en la más fácil pero hizo la más difícil. La patada llegó justo donde ahora le dolía. Y ahí quedó.

el hombre desgarrado

de la comunidad, el único que estaba facultado para divulgar el secreto.

El anciano lo miró con aire compasivo antes de manifestarle que el misterio había permanecido oculto para él porque los hombres, en su afán por complicar las cosas, habían desnaturalizado la Filosofía hasta el punto de que la pregunta, la única que se había hecho la Filosofía, se había

constituido con el correr de los siglos en el para-digma de lo que sería una torpe indagación que desembocaba irremediablemente en un círculo vicioso. Pero no, hijo. ¡Nada de eso! Llévate la pregunta que es nuestro único secreto, pontificó el anciano, y que los hombres respondan de una vez por todas si fue primero el huevo o la gallina.

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Lista maleta (¡Que no se me olvide!)

ॐ om

Magenta, naranja, verde y amarillo,un cartel de bienvenida, el envoltorio del jabónde un internado de niñas.

ऋषि sabio

Índigo y oro rayas y florecitas en el sari, olor a orilla.

कृष्ण Krisna

Apenas rosa, oro y amarillo en cúpula de templos chicos, en campos desteñidos.

शिव Shivá

Blanco templo cuida el santón, paja la hierba seca, seca la vía.

इच्छा Voluntad

Cardamomo, carbón, chikoo y tamarindo, color de pieles mate, olores del camino.

Viaje a la India

Cristina Duncan Salazar*

* Psicóloga M.A. de la Universidad del Norte y de New School for Social Research de Nueva York. Profesora en pre y postgrado de la Universidad del Norte. Su primer libro, Tallulah.doc: Cartas de una inmigrante, mereció beca de la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo, Atlántico, 2009.

Olor a cebolla frita, toronjil cocidoen casas coloreadas o envejecidas; espejito dorado, encalado en la choza limpia.

कर्ण oreja

Vendedores ambulantes elefantes sin colmillos, diosas, budas, ecos, cuerpos entrelazan cinco cámaras de la cueva sin turistas.

आनन्द bienaventuranza

Dedos que producen alimentos en pájaros los convierten las bailarinas.

शक्ति poder

Como Hansel y Gretel va dejando Concha sus cositas.

दण्ड palo

Azul cielo claro un jueves, una celestina, una libélula de-tenida; olor a pescado fresco, a curry, a vetíver.

प्रछ् preguntar

Ondea el verde guanábana, el purpura de la dalia en el sari ofrecido, aroma a algodón teñido; delgado lino el brazo de Cecilia.

अखिल todo

Casi amarillo, casi rosado, salpicando flores blancas y salwar kameej infantiles; huele a coqueteo, a risa.

ऋच alabar

Palomas blancas libera Laura en mi nuca rígida.

ओजस् vigor

Atardecer melocotón, bóveda de cobalto, de polillas; fantasma el olor a incienso del ritual de bienvenida.

Foto de CDS.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 90-91. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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औष्ठ labial

Rayas ondulantes, mojadas, en el suelo de una ducha que es también cocina.

झष gran pez

Pocos pájaros, pocos policías en el campo seco de la India.

प्रछ् preguntar

Negro, miel, verde, índigo, miradas abiertas, limpias; quedo ronronea la voz de Perico.

झगझगाय destellar

Morada la remolacha insípida, las estrellas tan blancas, tan encima; fucsia el turbante enorme del hombre frágil, quebradizo.

अRosado Barbie la casa, la mochila, los calcetines, la cinta de la niña.

आMarrón negruzco el barro, las pieles; bocinas sordas acompañan los días.

इNegras las aves urbanas, las cenizas del rincón de una cocina.

ईHuele a rosa, la rosa florecida a jazmín, el jazmín en flor a almizcle, el hombre recién vestido a azahar, el Orgullo de la India a huevo podrido, la caña molida.

उEl agua huele al jardín de mi madre en el huerto tranquilo; borbotea el agua clara en el canto de la novicia.

ऊIndia en la boca, pica calienta el estomago humedece las pestañas, quema la caverna de la boca sorprendida.

Despierta el paladar a la memoria infantil de la guayaba y sus pepitas, de la anona verrugosa y blanca, y en alguna orilla del campo, las ciruelas de Castilla.

Mecen doce pies el columpio azul, viento ondea los saris que los siguen.

ऌPergamino empolvado, las manos secas del campo; astilla, el afrecho del arroz, del trigo, la hoja del mijo; piel de coco, piel de brazos y mejillas.

ऐLazos rojos pliegan trenzas partidas; roja pasión el sari y su bailarina; azafrán en las guindillas.

ओMumbay, negro, humo, plano, invadido, campo podrido en casuchas pegadas a edificios.

औDel llanto y la desesperanza salvan las compras, la sabiduría, la fortaleza de Cecilia.

Nashik, India, noviembre, 2003.

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Entre los años 1815 y 1823, el pintor español Francisco de Goya y Lucientes ejecutó una serie (aparentemente incompleta) de veintidós graba-dos realizados con las técnicas del aguatinta y el aguafuerte, con retoques de punta seca y bruñidor, titulada “Los disparates” o “Los proverbios”. En estas estampas, Goya representó visiones oníricas, violencia y sexo, y ridiculizó a las instituciones po-líticas de la época. Ese mundo imagina-tivo estaba enriquecido con escenarios nocturnos, grotescos y carnavalescos. Más de dos siglos después, la artista Martha Luz de Castro, como muchos artistas contemporáneos, centra su atención en aquellas estampas y las in-terviene, planteando una crítica sobre otra crítica, la que permite a las fiestas populares expresar su inconformismo sobre lo político, pero poner en escena los paisajes de la imaginación.

El concepto de apropiación, utiliza-do en el campo de las prácticas artísti-cas contemporáneas, se refiere a me-nudo al uso de elementos prestados en la creación de otra obra. Los elementos prestados pueden incluir imágenes, formas o estilos de historia del arte o de la cultura popular, o materiales y técnicas de contextos del no-arte. Las obras que presenta Martha Luz de Castro en esta sala ponen como fondo los grabados de Goya, superponiendo sus fotografías del carnaval de Barran-quilla, en las que en ningún caso una imagen pretende “estar” por encima de la otra, sino establecer un diálogo con las obras maestras del pintor aragonés. Utiliza, así, componentes de la historia

Martha Luz de CastroDe Goya al carnaval contemporáneo

Danny Armando González Cueto*

* Magíster en Estudios del Caribe de la Universidad Nacio-nal de Colombia, Sede San Andrés. Comunicador Social de la Universidad del Norte, Barranquilla. Coordinador Académico del Programa de Artes Plásticas de la Facultad de Bellas Artes y profesor de las cátedras de estudios visuales y audiovisuales de la Universidad del Atlántico.

del arte y de la cultura popular, y armoniza en un formato digital dos técnicas que siempre han sido muy cercanas, puesto que el grabado fue muy importante en el origen de la fotografía.

Las imágenes empleadas aquí son las imágenes del carnaval de Barranquilla que la artista ha to-mado durante sus estancias en este, establecien-do así lazos profundos con sus raíces culturales,

pero más allá de las fiestas mismas, pues sus lazos como artista hispáni-ca la relacionan con Goya, portento de la pintura española del finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. El lenguaje universal de la pintura es traspasado por las técnicas actuales, como el fotomontaje digital, con el que la artista incorpora a los grabados de Goya sus fotografías. Entre capas y capas de dicha técnica, se leen las formas, los colores y los protagonistas de las historias de las fiestas. Aquí, adquieren una nueva visión, una nue-va forma, un nuevo sentir. Entre los disparates de Goya aparecen ahora cumbiamberos, marimondas, diablos, vampiros, ánimas, descabezados, payasos, africanos, burras mochas, saltimbanquis, criaturas del día y de la noche, que resucitan en un ciclo anual permanente.

Estos disparates contemporáneos de Martha Luz de Castro son la re-creación de la sociedad que somos, que el carnaval desfoga, reconvierte y revitaliza. Las obras no se enmarcan dentro del manido discurso de la iden-tidad, que equivoca muchas veces su interpretación del hecho cultural, sino

en una visión renovadora de nuestra realidad, que trasciende el precarnaval y los días oficiales, los únicos eventos que les importan a los medios de desinformación social.

Sin títulos.

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 92-92. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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En la cámara y en la mirada de Martha Luz de Castro lo que se instala para ella misma es la in-cesante y obsesiva manera lúcida de hallar, de dar luminosidad, de revelar lo que para el observador está oculto, lo que no le es visible de manera in-mediata, y en las que, por medio de los sentidos, tiene que hacer una torsión y peso sensible para hacer evidente, en el mayor sentido e indicación de la evidencia; o sea, no es aquella evidencia de la evidencia, sino de lo que la percepción pone en evidencia.

La mirada de Martha Luz es una mirada que busca, examina, siente y halla. No una mirada cualquiera, sino una mirada que tiende necesaria-

Martha Luz de Castro: “Puedo decir que estoy conectada

con la obra de Goya…”

Óscar Jairo González Hernández*

mente a hacer tensión sobre sí misma, en ella. Una mirada que no está en ella como tal, sino que ella prepara y provoca, perturba y lleva a la cámara. Mirada y cámara se mezclan y combinan entre sí, porque ella lo quiere, lo provoca.

Cuando descubre a Goya, tras mirarlo, exacer-bar los sentidos al mirarlo, y con drástica mirada en formación, no como la mirada de la Medusa, que ya es en sí Medusa, sino la mirada que tiene que formar, halla pues en Goya una relación in-disoluble entre Goya y el carnaval, como antes lo había hecho y realizado de manera extraordinaria con el barroco, y dentro de la teatralidad del barro-co y la muerte. Fiesta de los sentidos y muerte de estos, en el drama barroco de Goya y el carnaval; porque lo que hay, el hilo conductor entre Goya y *Profesor de Teoría e Historia del Arte.

Los ensacados.

Todas las ilustraciones son de Martha Luz de Castro

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 93-96. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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el carnaval, es la misma tensión, el mismo extra-vío, el mismo mundo de las insólitas y extrañas combinaciones del mundo real y del mundo irreal, de la visión de lo extraño; y lo mismo ocurre en el carnaval. En Goya, hacia la locura, la ironía y la risa; y en el carnaval, hacia el exceso, el furor y el frenesí hedonista, y que tiene como medida el exceso. En uno, Goya lo oscuro y lo luminoso de su visión; en el otro, el carnaval, el exceso de la luz, de la máscara y de la burla.

Es esto lo que ha sabido muy bien ver y hacer-nos ver, con su mirada y su cámara, Martha Luz de Castro, y aquí nos los dice, desde su perspectiva:

¿Enquémomentoesustedconscientedequeleinte-resa,lellenayleposeelanecesidad,esencialybásicadehacerfotografía?Desde que “saqué de mi cabeza” la actividad que la había ocupado durante 30 años, ya fuera estu-diando o trabajando: la economía.

¿Concedeustedmayorrelevanciaensutarea,ensuhacerestéticoalatécnicaoalaintuición,cómosedaonoesarelación?Cada una tiene su momento. La intuición me lleva al encuentro de la temática a fotografiar y a dar los primeros pasos para definir lo que quiero hacer con las fotografías. La técnica es el medio que me permite hacer lo que quiero.

Esbásicodecirquelamiradadeunfotógrafoseforma:¿Cómohaidoustedprovocandolaformacióndesumirada?Tomando y analizando mis fotos. Mirando y ana-lizando las fotos de los otros.

Martha Luz de Castro

Nacida en Medellín, de familia barranquillera.Estudios: Economista, Universidad de Antioquia; Troisième Cycle, Institut d’Études Économiques et Sociales de Paris ; Economista en ISA: Estudios económicos y evaluaciones financieras; Cursos de fotografía en la Academia Cultural Yurupary; Ejer-cicio de la fotografía con énfasis en los procesos digitales; Cursos, seminarios y conferencias sobre arte en general y sobre fotografía en particular; So-cia activa del Club Fotográfico Medellín –CFM.ExposicionesindividualesÉrase una vez... Hotel Four Points Sheraton, du-rante las II Jornadas Internacionales de la Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, NEL (2002).Después de siglos antes... antes de siglos después... Galería Yurupary, Medellín; Sala de arte de Comfa-miliar, Barranquilla; Club ABC, Barranquilla; Café de arte “El Polp”, Valencia, España (2003). Inter-conexión Eléctrica S.A., Medellín; Liceo Salazar y Herrera, Medellín; IE Antonio Ricaurte, Medellín (2004).Crónica de un carnaval con Goya. Museo de la Uni-versidad de Antioquia; Café Literario El Taller, Me-dellín; Isagen Medellín (2004). Casa del Carnaval, Barranquilla; Hotel Dann, Medellín (2005). ¿Por qué están amarillos y verdes? Café Literario El Taller, Medellín; Galería Yurupary, Medellín; Club ABC, Barranquilla (2006).Tú eres tu autorretrato, tú eres tu autor, tú eres tú, tú eres, tú… Galería Yurupary, Medellín (2006). Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, NEL, Medellín (2007).Del disparate de Goya al disparate del carnaval Fundación Universitaria Bellas Artes, Medellín (2010). Museo del Caribe, Barranquilla (2011).ExposicionescolectivasSalón Colombiano de Fotografía, 2002, 2010.Salón de arte fotográfico UPB, 2001, 2002, 2003, 2005, 2006.Salón “Los trabajos y los días” de la Escuela Nacio-nal Sindical, 2002, 2003.Yurupary 20 años de fotografía, 2005.Club Fotográfico Medellín 50 años, 2005.Club Fotográfico Medellín 55 años. El Medellín del Bicentenario, 2010.

Distinciones15º Encuentro Colombiano de Fotografía, mejor portafolio, 2002.Salón Colombiano de Fotografía, mención de honor, 2002.Salón de arte fotográfico UPB, 2º puesto, 2005.

Medellín, abril de 2011.

Sin título.

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Es indudablequeusted relaciona sus es-tudiosdelapinturaenlahistoriadelartecon la fotografía: ¿Cuándodecidehacerloyporqué?Fue un encuentro casual mientras toma-ba fotografías de recicladores. Al mirar una de esas fotos tomadas por mí, recordé la pintura del San Sebastián de Man-tegna. Al compararlas encontré muchos parecidos de orden formal, de expresión y de actitud entre san Sebastián y un reciclador.

A partir de ahí, sentí que podía llevar al pasado personas a quienes había fo-tografiado o traer al presente personajes de las pinturas que por alguna razón me habían conmovido, de manera que las fotos podían acompañar a las pinturas o viceversa.

Observamosque, en sus temas,hayuna constantetemperaturaytemperamentoporrelacionarseconelartedelllamadoBarroco,¿porqué?Por el realismo de la representación pictórica de ese período. Porque entre los temas del Barroco está la vida cotidiana y porque durante el Barroco se representa al hombre de una manera realista.

¿Cómoydesdedóndeenusted,ensuformadeser,comienzaadesarrollarse la conexiónquehace conGoya,yporquéély,másenconcreto,Losdisparates?La conexión con Goya existe desde muchos años atrás. De pequeña me encantaron sus pinturas alegres. De estas recuerdo a Las lavanderas, La gallina ciega, El pelele, El quitasol…

En los 70, cuando estudiaba en París, asistí a una exposición de Goya en l’Orangerie y luego visité las salas de Goya en el Museo del Prado; allí descubrí la faceta “oscura” en sus pinturas sobre la guerra y en sus Pinturas negras. Más adelante empecé a estudiarlo y conocí sus grabados. Un pintor tan polifacético y una obra tan compleja me impactaron profundamente.

¡Puedo decir que estoy conectada con la obra de Goya, por la manera como representa la condi-ción humana; y, en particular, con Los disparates, porque estos tienen un ingrediente adicional: son, o parecen ser, imágenes de sueño o de pesadilla, traídas del inconsciente!

¿CuándosedaenustedeldeseodeestableceresarelaciónentreGoyayelcarnavaldeBarran-quilla,yparaqué?El deseo de establecer esa relación se dio en el año 2004 cuando regresé del carnaval y vi las fotografías que había tomado. El encuentro inicial fue entre la pintura de Goya El pelele y una de mis fotografías del Entierro de Joselito Carnaval. Ahí me dije: ¡Joselito es un pelele!

A partir de allí surgieron imágenes que me hicieron traer a Goya al carnaval de Barranquilla, en la serie que titulé “Cróni-ca de un carnaval con Goya”. Esta es una serie bastante festiva donde el encuentro fue principalmente con los cartones para tapices y con los retratos: era el encuentro

Disparate femenino.

Sin título.

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con la capa exterior del carnaval y del disfraz. Creo que establecí esa relación porque el carnaval de Barranquilla es una fiesta popular que tiene raíces españolas, indígenas y negras. Las raíces españo-las se manifiestan en algunas danzas, disfraces y festejos del carnaval.

En la serie sobre Los disparates voy un poco más allá: intento vaciarlos de sentido al establecer su estructura formal, interpretarlos al seleccionar los que para mí son sus protagonistas, y reinterpre-tarlos poniéndole color a lo que es negro y oscuro, ¡y proponiendo visualmente que en el disparate del carnaval los sueños y las pesadillas se hacen reali-dad! Tal vez establezco esa relación para convocar, a quienes ven y/o viven el carnaval, ¡a que vayan más allá de lo que está en la primera capa del disfraz, de la danza, de la comparsa y de la fiesta!

Lavidaatormentada,lasvisionesdelirantesdeGoya,dedondeustedextraesumundofantástico,¿quéten-dríanqueverconelcarnavaldeBarranquilla?Yo creo que la vida atormentada de Goya, sus visiones delirantes y su mundo fantástico están expresados en Los disparates. Estos parecen ser la representación pictórica de sus sueños y pesa-dillas. Sueños y pesadillas que tienen que ver con la vida y la muerte, el amor y el odio, lo femenino y lo masculino, la alegría y la tristeza, lo terrenal y lo fantástico…

¡El carnaval es el disparate! En el carnaval, al disfrazarse, las personas hacen realidad sus sue-ños y sus pesadillas. Y proponen una nueva rea-lidad al disfrazarse de marimondas, monocucos, descabezados, monstruos, muerte, diablos, sáti-ros, animales fantásticos… personajes grotescos, deformes, monstruosos y fantásticos muy cercanos a los de Goya. Los unos son disparates pintados. Los otros son disparates vividos y representados.

¿Podríaustedhacerconsumismamiradayestudiounaseriedeestamisma índoleynaturaleza,desdeotroscarnavalesquehayenColombiaoenelmundo?Creo que no. En el fondo, a pesar de que la obra de Goya trasciende el tiempo y el espacio y a pesar de que todo carnaval es un disparate, yo establecí esa relación con el carnaval de Barranquilla, por-que este dejó en mí huellas de niñez y juventud. Probablemente, otros carnavales darían lugar a otra mirada.

Desdesuinicialexposición“Éraseunavez…”(2002),¿enquémedidaobservayexaminaustedsuevolu-ciónsensibley formal?, sipodemoshablarenesostérminos.Al leer a Machado y escuchar a Serrat, ellos me invitan a decir que, en lo personal y en lo formal, voy haciendo camino al andar.

Sin títulos.

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Para facilitar la consulta de los artículos apa-recidos en la revista Huellas, la Biblioteca de la Universidad del Norte elabora el índice acumulado de contenido.

El índice está dividido en tres secciones: autor, título y materia, ordenadas alfabéticamente en cada caso.

Para ayudar al manejo del índice se explican a continuación los términos que componen cada una de las citas de los artículos:

BACCA, Ramón Illán, 1938-. Meira Delmar: un poco de alegría o simplemente nada, nº 85-86-87 (abr.-ago.-dic. 2010) ; p. 56-57.

Índice de autor

ABELLO Roca, Carlos Daniel, 1930-. Un porvenir para Colom-bia: Antología política de Francisco Posada de la Peña, nº 54 (dic. 1998) ; p. 58-63.

ABELLO Banfi, Jaime Orlando. El carnaval: una actividad saludable, nº 71-75 (2005) ; p. 158-162.

ABELLO Banfi, Jaime Orlando. Radio universitaria: el desafío de trabajar el periodismo, nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) ; p. 16-23.

ABELLO Villalba, Margarita. Tres culturas en el carnaval de Barranquilla, nº 71-75 (2005) ; p. 113-117, : fot.

ALARCÓN Meneses, Luis. Documentos para una historia del carnaval de Barranquilla, nº 71-75 (2005) ; p. 76-89.

ALARCÓN Meneses, Luis Alfonso. Comportamiento electoral y actores políticos en el Estado Soberano del Magdalena, nº 55 (abr. 1999) ; p. 11-22.

ALONSO, Marta Cecilia. Cumbiambera, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 205.

ALVARADO Borgoño, Miguel. Notas sobre narración e ideología frente a la diversidad latinoamericana, nº 78-79 (abr.-dic. 2007) ; p. 42-53.

ARÉVALO Correa, Carmen. El Museo del Caribe y la cons-trucción de la . -- 6 p., nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010) ; p. 30-35.

AMADOR, Mónica. Un horizonte de amor, nº 54 (dic. 1998) ; p. 34-37.

Índice acumulado de

ANDRADE Álvarez, José Joaquín. Francia y el ideal de la liber-tad, nº 56-57 (ago.-dic 2000) ; p. 62-63.

ANDRADE Álvarez, José Joaquín. La Universidad del Norte y la formación del hombre en el mundo Contemporáneo, nº 60-61 (2001) ; p. 5-8.

ARISTIZÁBAL Montes, Patricia. Criterios del canon en la li-teratura colombiana de la segunda mitad del siglo XX, nº 58-59 (2000) ; p. 32-36.

BACCA, Ramón Illán, 1938-. Entrevista con Alfonso Fuenma-yor: Barranquilla y su grupo, nº 63-66 (2002) ; p. 156-160.

BACCA, Ramón Illán, 1938-. Voces de Barranquilla, nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 60-68: fot.

BACCA, Ramón Illán, 1938-. En tiempo de carnaval: Unas miradas bizcas sobre la Barranquilla de mis., nº 71-75 (2005) ; p. 177-185: fot.

BACCA, Ramón Illán, 1938-. Meira Delmar: un poco de alegría o simplemente nada, nº 85-86-87 (abr.-ago.-dic. 2010); p. 56-57.

BANCELIN, Claudine. Yo fui Jesucristo, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 197-198, : fot.

BANCELIN, Claudine. Álvaro Cepeda Samudio y el cine, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010) ; p. 53-55.

BANCELIN, Claudine. India: nostalgia y olvido de un pasado aciago, nº 78-79 (abr.-dic. 2007) ; p. 113-116.

BANCELIN, Claudine. Noé León: Revive, nº 58-59 (abr.-ago. 2000) ; p. 81-85.

BANCELIN, Claudine. Entre ráfagas de viento, nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 85-89.

BARRAMEDA Morán, Armando. Radar: Alfonso Fuenmayor, nº 63-66 (2002) ; p. 119.

BARRIOS Lizcano, Manuel. Problema social, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 206-212.

BARRIOS Lizcano, Manuel. Amor de madre, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 212-217.

BASSI Arévalo, Ernesto. La invención de una nación andina: criollos ilustrados, conflictos partidistas, y la descaribeñi-zación de la nueva república colombiana, 1808-1837, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010) ; p. 8-18.

BASSI Labarrera, Rafael 1947-. La música cubana en Barran-quilla, nº 62 (2001) ; p. 2-17, : fot.

BASSI Labarrera, Rafael 1947-. Justo Almario: adelantar la mú-sica, nunca atrasarla, nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) p. 59-65.

BECERRA Jiménez, Jorge,1927-. La creación del departamento del Atlántico: semblanza del general Diego A. de Castro Palacio, nº 78-79 (abr.-dic. 2007) ; p. 2-11.

BELL Lemus, Gustavo, 1957-. Cosme o una introducción al siglo XX de Barranquilla, nº 71-75 (2005) ; p. 31-34.

BELL Lemus, Gustavo, 1957-. Ignacio Luque y Francisco Car-mona: dos caudillos venezolanos en la formación del Estado nacional de la Nueva Granada, 1830-1842 / Gustavo, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010) ; p. 123-136.

BERMÚDEZ Barrera, Eduardo, 1957-. Voces y la mitomanía sobre “el Sabio catalán” nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 76-79.

BETTER, John. Tras el espía inglés de Ramón I. Bacca. No

Huellas 88 y 89. Uninorte. Barranquillapp. 97-121. 04/MMXI - 08/MMXI. ISSN 0120-2537

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76-77 (2006) p. 76-78.BLANCO D’Andreis, Judith. Órdenes imperativas al corazón,

nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 30.BLANCO Romero, Wilson. Tabaco y comercio en el Carmen

de Bolívar a mediados del siglo XIX, nº 54 (dic. 1998) ; p. 41-46, : il.

BLANCO Romero, Wilson. El Carmen de Bolívar y su comarca en la historia: A propósito de su fundación, nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 34-39, : fot.

BOLAÑO Sandoval, Adalberto. “Disfrázate como quieras”: la historia como vértigo y crucigrama, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 186-191.

BOLAÑO Sandoval, Adalberto. El imperio de los sentidos en La hojarasca y Respirando verano, nº 76-77 (2006) ; p. 17-29: il. ; 28 cm.

BRAILOWSKY Cabrera, Raquel. El carnaval en las sociedades hispánicas del Caribe, nº 71-75 (2005) ; p. 125-138, : fot.

BUELVAS Aldana, Mirtha. El carnaval de Barranquilla: una filosofía del carnaval o un carnaval de filosofías, nº 71-75 (2005) ; p. 118-124.

CABALLERO de la Hoz, Amílkar. Omeros y Simulación de un reino y la deconstrucción del canon occidental. 78-79 (abr.-dic. 2007) ; p. 32-41.

CARBONELL, José Antonio. Amira de la Rosa y la radio, nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) ; p. 26-31.

CABRALES Llach, Luz María. El entierro de la fiesta, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 202-203.

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el escudo?: Ni más acá ni más allá, nº 63-66 (2002) ; p. 191.FUENMAYOR, Alfonso 1915-1994. El municipio y eso que

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identidad Caribe, nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) , p. 11-13A propósito de una frase, nº 63-66 (2002) ; p. 111-112A propósito del maestro León, nº 63-66 (2002) ; p. 95-100[El]abc del carnaval de Barranquilla: vocablos, términos y

definiciones para gozarse el carnaval sin parecer foráneo, no hacer el oso y estar en la jugada /nº 71-75 (2005) ; p. 173-176,

[La]acreditación de la Universidad del Norte, nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 50-51

[El]activo de la cursilería, nº 63-66 (2002) ; p. 104-105.Alberto Assa: Quijote bizantino en Barranquilla: 1952-1996,

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2010) ; p. 53-55Amor de madre, nº 71-75 (dic. 2005) ; p. 212-217Antes del velorio, nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) ; p. 32-34Aproximación a una metapoética del agua en Octavio Paz, nº

56-57 (1999) ; p. 29-35Aproximación crítica al concepto de bacán, nº 69-70 (dic.

2004) ; p. 40-43Aproximaciones a García Márquez, nº 63-66 (2002) ; p. 153-155Aquellos carnavales.., nº 71-75 (dic. 2005), p. 110-Así era nuestro carnaval: Tradiciones y costumbres, nº 71-75

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(abr. -ago. 2006) p. 46-48[El]baile de la Victoria de Antonio Skármeta: cuento relleno conguarnición de crónicas y baladas en su salsa p. 30-32Barranquilla en la visión de Marvel Moreno: Reflexiones de un

historiador de la ciudad, nº 71-75 (2005) ; p. 36-44Barranquilla y el proceso de urbanización latinoamericana en la

época colonial, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010) ; p. 19-29Barranquilla y la historia, nº 71-75 (2005) ; p. 11Barranquilla y los orígenes de la Empresas Publicas, nº 58-59

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allá, nº 63-66 (2002) ; p. 174.[El]cachaco de chinchurria y chanchullo: Ni más acá ni más

allá / nº 63-66 (2002) ; p. 141Cantinflas, nº 63-66 (2002) ; p. 103.Cantos de hoy en el Caribe colombiano: Reelaboración de los

versos tradicionales, nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 10-17Carlos Angulo Valdés y su contribución a la arqueología del

Caribe, nº 60-61 (2001) p. 9-11Carlos Pellicer: Ni más acá ni más allá, nº 63-66 (2002) ; p. 122.Carmen de Bolívar y su comarca en la historia: A propósito de

su fundación , nº 69-70 (dic. 2004) ; p. 34-39Carnaval: ceremonia panteísta, deleite pagano, nº 71-75

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p. 45-52Carnaval de ayer y de hoy, nº 71-75 (2005) ; p. 24-26Carnaval de Barranquilla, nº 71-75 (dic. 2005) p. 19-23Carnaval de Barranquilla: Obra Maestra del Patrimonio Oral e

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Tormentas de mi alma sobre los mares embravecidos, nº 56-57 (ago.-dic 2000) ; p. 75-78.

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p. 196-197.Un caso de exorcismo, nº 63-66 (2002) ; p. 140.Un compromiso con el futuro: La acreditación institucional de

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nº 80-81-82 (abr.-dic. 2008) ; p. 2-4Uninorte FM Estéreo, mis padres y la fe, nº 80-81-82 (abr.-dic.

2008) ; p. 24-25Uninorte FM Estéreo: encanto y magia que enriquecen la liber-

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p. 25-37Viajeros por el rastrojo de las iguanas, nº 56-57 (1999) ;

p. 20-28Vicisitudes de la traducción: Ni más acá ni más allá, nº 63-66

(2002) ; p. 148Vicisitudes del trasteo: Estampas bogotanas , nº 63-66 (2002) ;

p. 17-18.[El] viejo patriarca: Cómo era Barranquilla hace 105 años, nº

63-66 (2002) ; p. 68-72[El]viejo patriarca: Barranquilla es ganga, nº 63-66 (2002) ;

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p. 67-72Visión de la mujer barranquillera: la reina del carnaval y las

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Visión humorística (y ociosa) sobres los hombres y el trabajo, nº 58-59 (2000) ; p. 64-69

Visiones de la vida diaria en Barranquilla:de Marvel Moreno a Lola Salcedo, nº 54 (dic. 1998) ; p. 10-17.

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ALMARIO, JUSTO, 1949- -- BIOGRAFÍA.Bassi Labarrera, Rafael,1947-Justo Almario : adelantar la música, nunca atrasarla, nº 80-

81-82 (abr.-dic. 2008)

AMÉRICA--DESCRIPCIONES Y VIAJES.Miranda, Álvaro.Viajeros por el rastrojo de las iguanas /Álvaro Miranda. -- 9 p.

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AMÉRICA--DESCUBRIMIENTO Y EXPLORACIONES.Roux, Rodolfo Ramón de.La conquista del otro : La legitimación de la conquista española

de América /Rodolfo de Roux. -- 18 p., nº 56-57 (1999) ; p. 2-19

AMÉRICA--HISTORIA.Roux, Rodolfo Ramón de.La conquista del otro : La legitimación de la conquista española

de América /Rodolfo de Roux. -- 18 p. nº 56-57 (1999) ; p. 2-19

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APULEYO MENDOZA, PLINIO--CRÍTICA E INTERPRETACIÓNFuenmayor, Alfonso 1915-1994El quinto de Plinio /Alfonso Fuenmayor. -- 1 p., nº 63-66

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Caribe /Jorge Villalón. -- 3 p. nº 60-61 (2001) ; 9-11 p.

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colombiano, nº 78-79 (abr.-dic. 2007)

ARTE ISLÁMICO -- CARIBE (REGIÓN).Lizcano Angarita, Martha.Mudéjar y neonazarí : dos historias y la evocación de una

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CAFÉ -- CULTIVO -- CARIBE (REGIÓN).Posada Carbó, Eduardo,1956-Más allá de los Andes : las ramificaciones de la cultura ca-

fetera en el Caribe colombiano, 1850-1950, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010)

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en la formación del Estado nacional de la Nueva Granada, 1830-1842, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010)

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CEPEDA SAMUDIO, ÁLVARO,1926-1972--CRÍTICA E INTERPRETACIÓN.Fuenmayor, Alfonso 1915-1994Álvaro Cepeda Samudio : (1926-1972), nº 63-66 (2002) ;

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CINE -- CARIBE (REGIÓN) -- HISTORIA.Harb Said, Sara.Cine : espejo del hombre, nº 85-86-87 (abr.-ago.- dic. 2010)

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COCINA -- CARIBE (REGIÓN) -- ASPECTOS CULTURALES.Moreno Blanco, Lácydes.Viajes por las cocinas del Caribe / nº 8384 (abr.-ago. 2009)

COCINA COLOMBIANA -- HISTORIA.Moreno Blanco, Lácydes.Viajes por las cocinas del Caribe / , nº 8384 (abr.-ago. 2009)

COCINA COLOMBIANA -- ESTILO CARTAGENERO -- RECETAS.Lemaitre Tono, Daniel.Delicias de Cartagena, nº 83-84 (abr.-ago. 2009)

COCINEROS -- BARRANQUILLA (COLOMBIA).Salgado Moreno, Urbano.Urbano Salgado Yánez : gran chef trotamundos, nº 83-84

(abr.-ago. 2009)

COLOMBIA –POLÍTICA-- SIGLO XIX.Alarcón Meneses, Luis Alfonso.Comportamiento electoral y actores políticos en el Estado So-

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