homenaje >> 25 aÑ os del falle cimien to de j osÉ igna cio

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Esta edición PDF del Papel Literario se produce con el apoyo de Banesco Dirección Nelson Rivera Dice José Ignacio Cabrujas: Dirá algún lector, no sin razón, que soy corto de alma al ocuparme de esta miseria y al expresar una terrenal necesidad de memoria como norma de vida. Que confundo lo efímero con lo fundamental. Es verdad. Me gusta ser corto de alma. Admiro esa cortedad. Me gusta recordar y ubicar. Me gusta saber qué se dijo y cuándo se dijo. Me gusta llamar las cosas por el nombre que tienen y contarles el tiempo a las ofensas. Debe ser que no como suficientes vegetales. DOMINGO 25 DE OCTUBRE DE 2020 CAROLINA GUERRERO F rases tópicas: las hay detestables, más otras, muchas, son sintomáticas. ¿Leís- te a Cabrujas?, ha sido moneda de inter- cambio entre la clase media ilustrada por casi dos décadas. Leerlo ha sido un lugar de conversación y de conversión, zona de en- cuentros y una de las excepcionales manifes- taciones de la inteligencia criolla que han sido premiadas por la alegría, risa, rabia, rechazo o discusión de los lectores. Cabrujas amado y vitupereado. Cabrujas admirado y revisitado. Maravilla: Cabrujas leído. Cabrujas hablaba de nosotros, sus lectores. Nos describía, nos narraba, nos burlaba. Hombre solidario de profundas y certeras intuiciones políticas, mu- cho de lo que sabemos de nosotros mismos se lo debemos. En su obra Cabrujas acumuló un ser venezolano, y también la vida real derivada de ello, una venezolanidad, una especie de bús- queda por definir a una tierra y a unas gentes, convictas de protagonizar un país inconcluso.  Tuvo la frecuente facultad de interpretar la entrelínea histórica del país. Tarea accidenta- da –por terrenal– para los académicos. Y muy cuesta arriba para los empíricos. José Ignacio Cabrujas tuvo un permanente encuentro con las entrañas de la nación. Sus hallazgos los proyectó en parlamentos y situaciones suge- ridas en su obra teatral, dando cuenta de esa extraña abstracción llamada venezolanidad. Algunas conexiones son las siguientes: Yo no fui Una de las recurrencias en los personajes ca- brujianos es la justificación de errores a partir de la ignorancia como excusa. El dramaturgo identifica la tendencia a redimir los pecados históricos y las falencias de la sociedad por medio del “es que yo no sabía” colectivo:  “BUEY.-… Le dije: papá marico, pero la igno- rancia no es culpable (…) Fue mi tío Alberto que me dijo: “Niño, vaya y dígale a su papá, marico” (…) Fui y le dije y después tuve que comerme medio jabón de este tamaño (…) Pe- ro no sabía, Magra. No sabía ¿Cómo se va a castigar a un niño si no sabe?” Hay otra vía de redención: el anclaje en la in- fancia. Un país infantil y desconocedor puede errar sin asumir responsabilidades. La inge- nuidad (movida por la ignorancia o por una adultez que no llega) es el mecanismo nacional de expiación.  La cultura marginada Al país se le atribuye el hábito de marginar la intelligentsia. El leitmotiv, la soledad de una intelectualidad no escuchada por una nación urgida de materia gris. El desencanto lo recrea en Acto Cultural.  “AMADEO.-… Tengo tantos años diciendo conferencias… Los martes a las ocho… Es increíble como después de veinte años nadie me escucha porque suponen que digo una conferencia”.  Mas toca otra llaga: la vacuidad del intelectual que, como Amadeo y tantos otros, cualquier te- ma lo vuelve conferencia. Objeta la validez de la cultura que se dice hacer, y su pertinencia frente a la realidad social y a la del intelectual mismo.  “COSME.-…Yo no llamaría a este centro de res- HOMENAJE >> 25 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE JOSÉ IGNACIO CABRUJAS Ocurrió el 21 de octubre de 1995: José Ignacio Cabrujas partió dejando al país en estado de dolor y perplejidad. Una semana después, en la edición del 29 de octubre, Argenis Martínez, Alberto Barrera Tyszka, Carolina Guerrero, Colette Capriles, Elisa Lerner, Julio César Mármol, María Cristina Losada, Mauro Parra, Paula Vásquez Lezama, Román Chalbaud, Sergio Dahbar, Teodoro Petkoff y Tulio Hernández lo despedían en este Papel Literario . Hoy reproducimos aquellos textos escritos bajo el estremecimiento de la noticia piraciones patrióticas, Sociedad Louis Pasteur (…) sino Sociedad para un Estudio Pormeno- rizado del Culo de mi Alemana. Y no sería tan cultural, pero por lo menos yo entendería mis quince rones y mis deseos y tal vez mi vida”.  El gobierno que merecen El autor descubre la tipología del mandatario pretendido estadista: seres marcados por la torpeza y la idiotez. Un rey católico al que le aprietan las botas y juega frontón. Gobernantes republicanos viciosos, legitimados por la indife- rencia complaciente del ciudadano, cuya máxi- ma insurrección es el chisme.  “HERMINIA.-…Echo de menos los rosales. ¡Fue una verdadera canallada del general Cas- tro pisotear los rosales! ¡El alcohol tiene sus límites!”.  La mediocridad también es perceptible en el resto de la burocracia:  “GUZMÁN.- (Respecto a la deuda externa) Ni siquiera sé cuánto debemos (…) ¡Hay cifras borradas con grasas de chorizos! ¡Un dege- nerado comió chorizo sobre los protocolos de 1858 (…) ¡Estamos a merced de los documen- tos británicos! ¡Perdimos los recibos, Lander!”. Monte y culebra Otro mito develado: toda sociedad provinciana castra a sus ciudadanos para la hazaña heroi- ca. La omisión individual y colectiva se excu- sa en que solo un entorno adecuado (moderni- dad, primer mundo) promueve la proeza. Las víctimas del subdesarrollo son minusválidas para cambiar sus destinos:  “AMADEO.- ¿Cómo hace un hombre en San Rafael de Ejido, cuando tiene una fantasía?... ¿y quiere descubrir América o cualquier otra soledad?”.  Ideas de moda Quizás una de las mayores tristezas del país es la importación de ideologías que nunca lle- gan a ser entendidas. La disertación sobre la ideología predicada es una repetición irracio- nal, retrato del ciudadano loro. Una muestra, el catecismo marxista en El día que me quieras: “MARÍA LUISA.- Anda, Pío, pregunta. Tú primero y nosotros después. ¡Qué notamos al examinar… PÍO.-… la sociedad actual? PLÁCIDO.- Respuesta… MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.-… una profunda desigualdad… GARDEL.- ¡Extraordinario! LE PERA.- ¡Bravo, bravo, bravo! PÍO.- ¿Cómo se manifiesta? MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.- Por la existen- cia de dos tipos de hombre… el proletario y el burgués… PÍO.- ¿Está la sociedad bien constituida? MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.- No, porque exis- ten dos clases sociales: el proletariado y la burguesía… GARDEL.- ¡Luminoso! ¡Exacto! ¡Cronométrico!”.  Aguantar callado  La sumisión apenas se rompe en situaciones límite. Solo con la sangre hirviendo, el indivi- duo se percibe a sí mismo. Antes de ese “hasta aquí llegué” hay años, tal vez siglos, de aguan- te. Un indicio:  “AMADEO.-… esa noche la recepción termi- nó a las once y el edecán del general Castro me dijo que no podía regresar a la casa con Lucrecia, mi mujer, porque Castro quería ju- gar con ella una partida de dama china. Yo, naturalmente, sospeché… Mucho más cuan- do Lucrecia regresó a la casa, cinco días más tarde, alegando que el juego de dama china se había extendido…”.  Se necesita tanta más infamia para el estalli- do. Y si se da, dura poco.  “AMADEO.-…Tres años más tarde la encon- tré en mi lecho con el Secretario del Partido Liberal (…) ¡La insulté con la pistola en la ma- no! (…) En un momento dije algo sobre el ho- nor ultrajado y por allí me fui con una auténti- ca conferencia acerca del sentido del honor en la obra dramática de Calderón de la Barca… COSME.- ¿Y ella? AMADEO.-… me pidió que le recomendara una bibliografía”.  Esto nunca será París Finalmente, el desprecio de los ciudadanos por el país decanta en nostalgia por lo que no se es. O sea, extranjero:  “GUZMÁN.- ¡Cher Lander! ARÍSTIDES.- ¡Monsieur le président! (…) GUZMÁN.- Un aire civilizado acaba de entrar a este salón”.  La razón boba Los inicios republicanos de Venezuela adop- taron uno de los legados del clasicismo del siglo XVIII: el dominio de las pasiones por la razón, lo que decanta en la libertad del individuo. El triunfo de la razón habría prevalecido en la venezolanidad hace 180 años. Pero hoy las pasiones solo son falsamente doblegadas por otras pasiones. El carácter nacional está, se- gún, desprovisto de racionalidad. Y la libertad individual, por consiguiente, es ilusión, En Profundo la existencia se subordina al mito. A través de él se reprimen las pasiones. Este contrasentido culmina en una explosión aún más irracional, cuando Manganzón, que ni tiene sexo con su esposa por creerse ilumi- nado, proyecta su cólera hacia el objeto (un hueco cavado en la habitación) supuestamen- te revelador de dicha bendición divina: “MANGANZÓN.- ¡No hay nada! ¡No hay na- da! ¡Allí en el hueco no hay nada! (…) Es un hueco para mear… ¡Es un meadero!”. Y si el carácter nacional envuelve el freno de las pasiones a través de otras pasiones y no de la razón, su estado es de naturaleza (animal, salvaje, primitivo), pretendiendo una racionalidad y una civilidad que no le son propias.  *Publicado originalmente en la edición del Papel Literario del 29 de octubre de 1995. Antropólogo sin certificado Cabrujas JOSÉ IGNACIO CABRUJAS / ARCHIVO EL NACIONAL

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Page 1: HomEnAJE >> 25 AÑ oS DEL FALLE cIMIEN to DE J oSÉ IGNA cIo

Esta edición PDF del Papel Literario se produce con el apoyo de Banesco

Dirección Nelson Rivera

Dice José Ignacio Cabrujas: Dirá algún lector, no sin razón, que soy corto de alma al ocuparme de esta miseria y al expresar una terrenal necesidad de memoria como norma de vida. Que confundo lo efímero con lo fundamental. Es verdad. Me gusta ser corto de

alma. Admiro esa cortedad. Me gusta recordar y ubicar. Me gusta saber qué se dijo y cuándo se dijo. Me gusta llamar las cosas por el nombre que tienen y contarles el tiempo a las ofensas. Debe ser que no como suficientes vegetales.

DomIngo 25 DE octubRE DE 2020

Carolina Guerrero

Frases tópicas: las hay detestables, más otras, muchas, son sintomáticas. ¿Leís-te a Cabrujas?, ha sido moneda de inter-cambio entre la clase media ilustrada

por casi dos décadas. Leerlo ha sido un lugar de conversación y de conversión, zona de en-cuentros y una de las excepcionales manifes-taciones de la inteligencia criolla que han sido premiadas por la alegría, risa, rabia, rechazo o discusión de los lectores. Cabrujas amado y vitupereado. Cabrujas admirado y revisitado. Maravilla: Cabrujas leído. Cabrujas hablaba de nosotros, sus lectores. Nos describía, nos narraba, nos burlaba. Hombre solidario de profundas y certeras intuiciones políticas, mu-cho de lo que sabemos de nosotros mismos se lo debemos. En su obra Cabrujas acumuló un ser venezolano, y también la vida real derivada de ello, una venezolanidad, una especie de bús-queda por definir a una tierra y a unas gentes, convictas de protagonizar un país inconcluso.

 Tuvo la frecuente facultad de interpretar la entrelínea histórica del país. Tarea accidenta-da –por terrenal– para los académicos. Y muy cuesta arriba para los empíricos. José Ignacio Cabrujas tuvo un permanente encuentro con las entrañas de la nación. Sus hallazgos los proyectó en parlamentos y situaciones suge-ridas en su obra teatral, dando cuenta de esa extraña abstracción llamada venezolanidad. Algunas conexiones son las siguientes:

Yo no fuiUna de las recurrencias en los personajes ca-brujianos es la justificación de errores a partir de la ignorancia como excusa. El dramaturgo identifica la tendencia a redimir los pecados históricos y las falencias de la sociedad por medio del “es que yo no sabía” colectivo:

 “BUEY.-… Le dije: papá marico, pero la igno-rancia no es culpable (…) Fue mi tío Alberto que me dijo: “Niño, vaya y dígale a su papá, marico” (…) Fui y le dije y después tuve que comerme medio jabón de este tamaño (…) Pe-ro no sabía, Magra. No sabía ¿Cómo se va a castigar a un niño si no sabe?”

Hay otra vía de redención: el anclaje en la in-fancia. Un país infantil y desconocedor puede errar sin asumir responsabilidades. La inge-nuidad (movida por la ignorancia o por una adultez que no llega) es el mecanismo nacional de expiación.

 la cultura marginadaAl país se le atribuye el hábito de marginar la intelligentsia. El leitmotiv, la soledad de una intelectualidad no escuchada por una nación urgida de materia gris. El desencanto lo recrea en Acto Cultural.

 “AMADEO.-… Tengo tantos años diciendo conferencias… Los martes a las ocho… Es increíble como después de veinte años nadie me escucha porque suponen que digo una conferencia”. Mas toca otra llaga: la vacuidad del intelectual

que, como Amadeo y tantos otros, cualquier te-ma lo vuelve conferencia. Objeta la validez de la cultura que se dice hacer, y su pertinencia frente a la realidad social y a la del intelectual mismo.

 “COSME.-…Yo no llamaría a este centro de res-

HomEnAJE >> 25 AÑoS DEL FALLEcIMIENto DE JoSÉ IGNAcIo cAbRuJAS

ocurrió el 21 de octubre de 1995: José Ignacio cabrujas partió dejando al país en estado de dolor y perplejidad. una semana después, en la edición del 29 de octubre, Argenis Martínez, Alberto barrera tyszka, carolina Guerrero, colette capriles, Elisa Lerner, Julio césar Mármol, María cristina Losada, Mauro Parra, Paula Vásquez Lezama, Román chalbaud, Sergio Dahbar, teodoro Petkoff y tulio Hernández lo despedían en este Papel Literario. Hoy reproducimos aquellos textos escritos bajo el estremecimiento de la noticia

piraciones patrióticas, Sociedad Louis Pasteur (…) sino Sociedad para un Estudio Pormeno-rizado del Culo de mi Alemana. Y no sería tan cultural, pero por lo menos yo entendería mis quince rones y mis deseos y tal vez mi vida”.  

el gobierno que merecenEl autor descubre la tipología del mandatario pretendido estadista: seres marcados por la torpeza y la idiotez. Un rey católico al que le aprietan las botas y juega frontón. Gobernantes republicanos viciosos, legitimados por la indife-rencia complaciente del ciudadano, cuya máxi-ma insurrección es el chisme.

 “HERMINIA.-…Echo de menos los rosales.

¡Fue una verdadera canallada del general Cas-tro pisotear los rosales! ¡El alcohol tiene sus límites!”.

 La mediocridad también es perceptible en el

resto de la burocracia: “GUZMÁN.- (Respecto a la deuda externa) Ni siquiera sé cuánto debemos (…) ¡Hay cifras borradas con grasas de chorizos! ¡Un dege-

nerado comió chorizo sobre los protocolos de 1858 (…) ¡Estamos a merced de los documen-tos británicos!¡Perdimos los recibos, Lander!”.

Monte y culebraOtro mito develado: toda sociedad provinciana castra a sus ciudadanos para la hazaña heroi-ca. La omisión individual y colectiva se excu-sa en que solo un entorno adecuado (moderni-dad, primer mundo) promueve la proeza. Las víctimas del subdesarrollo son minusválidas para cambiar sus destinos:

 “AMADEO.- ¿Cómo hace un hombre en San Rafael de Ejido, cuando tiene una fantasía?... ¿y quiere descubrir América o cualquier otra soledad?”. 

ideas de modaQuizás una de las mayores tristezas del país es la importación de ideologías que nunca lle-gan a ser entendidas. La disertación sobre la ideología predicada es una repetición irracio-nal, retrato del ciudadano loro. Una muestra, el catecismo marxista en El día que me quieras:

“MARÍA LUISA.- Anda, Pío, pregunta. Tú primero y nosotros después. ¡Qué notamos al examinar…PÍO.-… la sociedad actual?PLÁCIDO.- Respuesta…MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.-… una profunda desigualdad…GARDEL.- ¡Extraordinario!LE PERA.- ¡Bravo, bravo, bravo!PÍO.- ¿Cómo se manifiesta?MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.- Por la existen-cia de dos tipos de hombre… el proletario y el burgués…PÍO.- ¿Está la sociedad bien constituida?MARÍA LUISA Y PLÁCIDO.- No, porque exis-ten dos clases sociales: el proletariado y la burguesía…G A R D E L . - ¡ L u m i n o s o ! ¡ E x a c t o ! ¡Cronométrico!”. 

aguantar callado La sumisión apenas se rompe en situaciones límite. Solo con la sangre hirviendo, el indivi-duo se percibe a sí mismo. Antes de ese “hasta aquí llegué” hay años, tal vez siglos, de aguan-te. Un indicio:

 “AMADEO.-… esa noche la recepción termi-nó a las once y el edecán del general Castro me dijo que no podía regresar a la casa con Lucrecia, mi mujer, porque Castro quería ju-gar con ella una partida de dama china. Yo, naturalmente, sospeché… Mucho más cuan-do Lucrecia regresó a la casa, cinco días más tarde, alegando que el juego de dama china se había extendido…”. Se necesita tanta más infamia para el estalli-

do. Y si se da, dura poco. “AMADEO.-…Tres años más tarde la encon-tré en mi lecho con el Secretario del Partido Liberal (…) ¡La insulté con la pistola en la ma-no! (…) En un momento dije algo sobre el ho-nor ultrajado y por allí me fui con una auténti-ca conferencia acerca del sentido del honor en la obra dramática de Calderón de la Barca…COSME.- ¿Y ella?AMADEO.-… me pidió que le recomendara una bibliografía”. 

esto nunca será ParísFinalmente, el desprecio de los ciudadanos por el país decanta en nostalgia por lo que no se es. O sea, extranjero:

 “GUZMÁN.- ¡Cher Lander!ARÍSTIDES.- ¡Monsieur le président! (…)GUZMÁN.- Un aire civilizado acaba de entrar a este salón”. 

la razón bobaLos inicios republicanos de Venezuela adop-taron uno de los legados del clasicismo del siglo XVIII: el dominio de las pasiones por la razón, lo que decanta en la libertad del individuo.

El triunfo de la razón habría prevalecido en la venezolanidad hace 180 años. Pero hoy las pasiones solo son falsamente doblegadas por otras pasiones. El carácter nacional está, se-gún, desprovisto de racionalidad. Y la libertad individual, por consiguiente, es ilusión,

En Profundo la existencia se subordina al mito. A través de él se reprimen las pasiones. Este contrasentido culmina en una explosión aún más irracional, cuando Manganzón, que ni tiene sexo con su esposa por creerse ilumi-nado, proyecta su cólera hacia el objeto (un hueco cavado en la habitación) supuestamen-te revelador de dicha bendición divina:

“MANGANZÓN.- ¡No hay nada! ¡No hay na-da! ¡Allí en el hueco no hay nada! (…) Es un hueco para mear… ¡Es un meadero!”.

Y si el carácter nacional envuelve el freno de las pasiones a través de otras pasiones y no de la razón, su estado es de naturaleza (animal, salvaje, primitivo), pretendiendo una racionalidad y una civilidad que no le son propias.

 *Publicado originalmente en la edición del Papel Literario del 29 de octubre de 1995.

Antropólogo sin certificadoCabrujas

JoSÉ IGNAcIo cAbRuJAS / ARcHIVo EL NAcIoNAL

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el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020 2 Papel Literario

En mEmoRIA DE JoSÉ IgnACIo CABRUJAS: 1937-1995

elisa lerner

La súbita muerte de Cabrujas me lleva a con-templar la foto que le hizo Vasco Szinetar, qui-zá, en los tiempos finales del Nuevo Grupo. Me aferro a la foto como una viajera perdida que se refugia en su guía Michelin. El rostro de una persona que no veremos más es como las mo-nedas, de diverso tamaño y espesor, de un país al que, seguramente, no iremos de nuevo. Desde la foto que tomó Vasco, miro a un hombre me-diterráneo que empieza a cultivar un maduro jardín introspectivo en el bigote denso, viril.

En los retratos de prensa del Cabrujas de los últimos días, fascina la abundosa, anacrónica cabellera. Magnífica, ensortijada cabeza, como un proscenio, llena de aventuras y proyectos, y sin hados pacientes para recibir el talco bené-fico de los años.

En la vida diaria no era fácil llegar a la mira-da del escritor. Unos pesados párpados de dro-medario daban paso a miradas, aparentemente, veladas. Es el rostro, entre otros muchos de Ca-brujas, que arrebató a las fidelidades (o infideli-dades) del recuerdo: un hombre, aún en excelen-te edad de vida, al que lo hacía muy feliz el éxito.

María Cristina lozada

“Ese día supe que algo de ti se me escapaba, que, viejos amigos, todavía reservamos asombros. Ese día pensé también que alguna vez compartí contigo Tío Vania y que después de tantos años, guardo en mi memoria tu rostro…”.

Me hablaba José Ignacio del silencio de Vania. Hoy ese silencio es dolor. Prefiero recordar su voz, cuando en el Aula Magna de la UCV nos asombró con su musicalidad en el maravilloso

Mauro Parra

Desde el invento feliz de la ópera se creó un pú-blico especial de esta fusión de disciplinas músi-co-visuales. Es un espectador activo y sobre todo apasionado, cuya vehemencia continúa viva. Ca-brujas fue un exponente ideal. Sus comentarios narrativos en Radio Nacional, en las transmi-siones dominicales, sus citas de Verdi, Rossini o Wagner, en sus ácidos comentarios periodísticos y las alusiones a personajes en las telenovelas,

Paula Vásquez lezaMa

¿Por qué se hacían inolvidables los artículos de Cabrujas? Osada pretensión dar respuesta. Ca-brujas abordó, divertido y ceñudo, los más di-versos temas, cuestionando lo dicho, lo sabido, lo común y lo socialmente establecido. Era un antropólogo cultural que daba pistas para el re-conocimiento y la crítica de prácticas consagra-das, muchas veces burlándose de ellas.  Supo es-capar de la escolástica, o, mejor todavía, nunca llegó a caer en ella. Eludió los conceptos vacíos, las discusiones en las que lo teórico es un rego-deo para exquisitos estériles que se vanaglorian de su oscuridad, y cuyo mejor logro es la sus-titución de los procesos por inútiles conceptos.

Cabrujas no subestimaba con ligereza, aun-que haya sido demoledor. Tenía una práctica poco frecuente por estos días: tomaba posicio-nes. No solo en grandes causas. También en asuntos de minúscula y cotidiana apariencia, poco prestigiosos para muchos “pensadores sociales”. Más allá de acuerdos y desacuerdos Cabrujas llamaba al intercambio y la reflexión. Corría el velo de lo obvio y nos ponía en el aprieto de justificar con argumentos si estába-mos o no con él. Esto es lo que ha desaparecido.

serGio dahbar

La calle más importante en la vida de Cabrujas murió de asfixia el sábado 21 de octubre. Me lo refi-rió días atrás un testigo, Benito Vargas, repartidor de hielo, último vecino de una dinastía comunita-ria que se mudó a la calle Argentina de Catia, por los años cuarenta y cincuenta. No había edificios ni bloques, sino la promesa salvaje de El Junquito. La calle Argentina era pacífica. A veces un bode-guero calvo y suicida alteraba por horas la rutina de una urbanización con apariencia de pueblo, que escondía la infancia y adolescencia de Cabrujas.

Cualquier árabe mecánico, zapatero o comer-ciante que trabaje hoy en esa calle, advierte que solo Benito puede hablar del pasado de esa esquina. Este hombre sobrevive en la cuadra desde hace cuarenta años. Cual prestidigita-dor, mete la mano en un saco invisible y extrae recuerdos vagos de la familia Cabrujas. José Ramón, el padre sastre “era un hombre con mucho porte, buen mozo, el pelo blanco hacia atrás. Trabajaba mucho. Vestía personalidades. La señora Matilde cuidaba la casa y sus mucha-chos. A José Ignacio yo lo encontraba siempre caminando por la calle, delgado, pensativo”.

Malas noticiasParado contra un muro de su casa, el sábado 21 de octubre Benito salió al balcón, pero no en-contró un solo vecino con quien compartir su tristeza. Su mujer, Ana, lamentó la noticia con la nobleza de esas damas mayores que han co-nocido a un hombre desde muchacho y no acep-tan que la muerte se los lleve de repente.

Desde que Benito Vargas sufrió un infarto, pa-sa más tiempo en casa. Cuida a sus nietos. Reci-be la visita de sus hermanas. A veces conversa con su sobrino, Alejo Felipe, el socías de José Ignacio Cabrujas. No le sorprende la coinciden-cia. Ni le parece extraño que dos hombres tan parecidos tengan no solo la apariencia en co-mún, sino semejante concentración de afectos y recuerdos en una misma calle de Catia. Benito guardó una foto del periódico que encontró en la barbería el lunes pasado, en donde aparece Alejo en el entierro, cerca del ataúd, diciéndole adiós a su doble. 

 Catia en el corazónCabrujas nunca se cansó de reconstruir los años de su vida en Catia, en entrevistas (Mi-lagros Socorro: Catia, Tres Voces, Fundarte), crónicas periodísticas (El país según Cabru-jas, Monte Ávila Editores) prólogos (Caracas, Fundación Polar), conversaciones caseras. En la calle Argentina nació su educación senti-mental, su aprendizaje de vida, formación in-telectual, inagotable curiosidad, preocupacio-nes sociales, su ternura familiar. En Catia se acercó por primera vez a los mitos del séptimo arte (Bogart, Infante, Armendáriz). En la pla-za escuchó por primera vez a Jacobo Borges, afirmando que sería pintor. Y Oswaldo Trejo lo emocionó con el argumento de una novela de Huysmans.

Catia le ofreció demasiadas revelaciones. El co-mienzo de sus inquietudes. También una tabla de salvación para sobrevivir en Caracas. Catia fue el país íntimo donde descubrió que sería es-critor leyendo a Los Miserables en la platabanda de su casa, con dos bodegas en el horizonte y una vida por delante.

arGenis Martínez

“Yo no tenía empuje para ser director… para mi narcisismo era difícil ceder espacio ante el narci-sismo de los demás”, confiesa Arthur Miller en sus memorias. Admitía así que, para los drama-turgos, no es agradable en ocasiones animar la palabra del otro. Pero en Venezuela –solar de con-tradicciones– existía una Trinidad, endemoniada y provocadora, que solía por profundas razones de amistad y sobrevivencia intercambiar papeles, dirigirse entre ellos mismos, prestarse como ac-tor y personaje en la obra del otro y ser producto-res en conjunto de sus piezas individuales.

La Santísima de las Tres C (Cabrujas, Chal-baud y Chocrón) erigió su fortaleza-catedral en el Nuevo Grupo y allí alcanzó una etapa de ma-durez creativa como nunca antes lo había logra-do una generación de dramaturgos venezolanos.

Y lo que más llama la atención es que no solo se asumieron como creadores, sino que afrontaron otros riesgos al mantener abiertas por décadas

alberto barrera tYszka

Hace tiempo, en uno de los programas de tele-visión que conducía Antonio López Ortega en el canal cultural, dije que deseaba que mis hi-jas estudiaran la historia según Cabrujas y no según la versión del Ministerio de Educación. Me refería a una lúcida entrevista que –en los avatares del inicio de la etapa perecista– José Ignacio le concedió a la COPRE, y que se titu-ló “El estado del disimulo”. En ese texto, para mí, se fragua lo más lúcido e importante que se ha dicho sobre todo lo que tenga que ver con términos como identidad. País, patria… y los demás etcéteras posibles. Ahí reside la geniali-

Míster Pitchum de la Ópera de Tres Centavos.Después siempre dije que José Ignacio no ha-

blaba, sino sonaba. A veces no entendíamos las palabras, o la tos lo detenía. Pero el sentimiento y la emoción de su verbo nos convocaba y nos lle-vaba a soñar con nuevas aventuras, hoy en teatro, mañana en televisión u ópera, cualquier día en política. Ninguna voz proveniente de tan descon-certante timidez ha producido tal estruendo en la conciencia nacional, en los últimos años de nues-tra historia. Ojalá pudiéramos “sonar” como él.

donde Aídas, Ernanis o Brunildas eran mencio-nadas con frecuencia. En La dueña vistió de Ri-goletto al banquero Esteban Rigores, padre de la protagonista. Aún más, sus héroes se llamaban sin casualidad posible, Adriana y Mauricio, co-mo en la Adriana Lecouvreur de Cilea.

Fue a su vez director y productor de ópera: La so-námbula, Tosca, Don Pasquale, un magnífico Don Giovanni y una espléndida puesta en escena de Orfeo y Eurídice, que han honrado la accidentada historia de los montajes del género en nuestro país.

El rostro

Benito, el sobreviviente

Colette CaPriles

Quizás lo más impresionante era esa voz de pro-fundidades abisales, tallada a fuerza de Stanila-vski, con toda la voluntad de ser otra cosa que lo que el destino podía trazarle en la plaza Pérez Bonalde de Catia.

Él procedió a construirse una voz. A cons-truirse, cartesiano, una conciencia que pare-cía amplificar lo que para los demás era una fugaz y casi imperceptible intuición. Comenza-ba a desbordarse, a inundar, a ahogarlo a uno de pura lucidez. El detallito crucial, el detalle cabrujiano aparecía como en cinemascope y uno sentía que la pobre conciencita de bolsillo que le tocó a uno es sencillamente miserable.

El abominable título de Maestro era quizás la se-ñal de las angustias que causaban esos desborda-mientos. La plebe clama por sus profetas, por sus notables. Muchos quisieron ver en la suya una conciencia universal, sabia, heroica, marmórea.

Pero esa era la conciencia concreta, específica e irremplazable de Cabrujas. No la del inmacu-lado prócer y maestro que todos anhelamos pa-ra que nos susurre, antes de dormir, las líneas de buena conducta, sino la de un tipo lleno de pasiones cuya rotunda humanidad difícilmen-te podría caber en los estilizados moldes de los prohombres locales y las glorias patrias. La de un tipo que hacía lo que nadie hace en este país: formarse opinión, decir lo que le parece, crear su propia enciclopedia según su real gana en la que aparecen juntos Maupassant y Albertico Limon-ta, Valle Inclán y Paulina Gamus, los Tiburones y Verdi. Supo ser, constituirse en un sujeto que piensa y que sabe qué piensa. Un tipo, pues.

Pero la conciencia es una especie de secuela de la vida. Es efecto secundario, derivación gratui-ta. La conciencia que llegó a ser Cabrujas es un regalo. Y eso es lo horrible: que podemos seguir viviendo sin esa conciencia. ¿Pero eso es vida?

Lucidez pura

No a la escolástica

*todos los textos incluidos en esta página fueron publicados originalmente en la edición del 29 de octubre de 1995.

La voz

Líricos

El trío de la santísimados salas al público y crear el concurso de jóve-nes dramaturgos más importante de la época.

Pero la Santísima Trinidad difería en sus intere-ses extra-teatro: Chocrón jamás asumió el reto de la telenovela ni del cine, pero sí el de gerente cul-tural. Chalbaud decantó por los largometrajes y la creación de un gran fresco del mundo marginal venezolano. Cabrujas se abstuvo ante la dirección de cine y ensayó a su vez la televisión y la ópera.

De los tres, José Ignacio se supo el más político y respaldó candidaturas y abrió mítines. Tal vez esa vena lo llevó a asumirse como articulista se-manal en los diarios y, desde ese entonces, fustigó conciencias y dibujó sonrisas en un mundo ex-tremadamente particular que volvía del revés lo cotidiano: en ellos fue único, como lo fue también en su larga y “acompañada” soledad intelectual.

Sería absurdo pensar que esa Santísima Trini-dad ya no existe –aunque pudo haber un distan-ciamiento fugaz– porque difícilmente Chocrón y Chalbaud podrán doblar la esquina cada ma-ñana sin saludar a José Ignacio. 

La piedaddad de Cabrujas: convertir una entrevista o una columna en una parte intachable del verdadero patrimonio nacional. La secreta batalla contra cualquier solemnidad. El estornudo de la inte-ligencia sobre la negligente mesa del burócrata.

Diez años atrás, gracias a ese fascinante inven-to cotidiano de la conspiración que ejerce Ibsen Martínez, nos reunimos los tres en casa de José Ignacio. Tuve, entonces, el chance de decirle que él representaba la oportunidad de demostrar un proyecto intelectual distinto a la bobería medi-nista, al simplón y ascéptico figurín de Uslar Pie-tri hablando de los fenicios y emblematizando al pobre Vivaldi con sus cuatro estaciones. Cabru-jas me miró y sonrió. Casi con piedad.

JoSÉ IGNAcIo cAbRuJAS / VASco SzINEtAR©

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Papel Literario 3el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020

tulio hernández

Hasta el momento en que Cabrujas asumió pú-blicamente, no como una maldición, tampoco como un oficio menor, su trabajo de escritor de telenovelas, el oficio del intelectual en Vene-zuela tenía unas reglas de juego en apariencia claras. Un intelectual era esencialmente, y aun así lo viven algunos, una persona que no debía estar contaminada con la vida real de la pro-ducción económica. Podía ejercer como profe-sor universitario, diplomático, gerente cultural, trabajador del INCIBA o del CONAC, la UNES-CO o la OEA. Algún otro vínculo con la activi-dad lucrativa debía provenir de una herencia, o de un negocio cultivado en otro ramo, pero nunca de su trabajo intelectual. De otro modo su credibilidad quedaba en duda, pues en algún lugar del inconsciente colectivo de nuestras éli-tes estaba escrito que no era lo mismo cobrar un cheque de una organización académica, o de una institución del Estado, que de una pecami-nosa industria cultural, exceptuando la prensa escrita.

 En los setenta Cabrujas rompió responsa-ble, apasionada y abruptamente con este es-quema. Escribió telenovelas durante casi dos décadas, y se atrevió –contraviniendo los dic-támenes de la izquierda académica de enton-ces– a defender las potencialidades democrá-ticas del género, y a liderar junto a Román Chalbaud, Pilar Romero, Ibsen Martínez y Salvador Garmendia un combate público pa-ra dignificar el melodrama y defender una de las más interesantes propuestas dramatúrgi-cas de América Latina.

 José Ignacio fue más lejos. Hizo textos pa-ra micros institucionales, es decir, publicidad corporativa. Escribió guiones para películas de ficción, algunas consideradas “comercia-les”, y para documentales por encargo. Diri-gió y narró durante años un programa radial sobre ópera. Se comprometió en la ejecución de empresas teatrales, incluyendo la última, la del Teatro Profesional de Venezuela, en El Paraíso, donde la vocación de atraer a gran-

teodoro PetkoFF

José Ignacio no era el intelectual pontífice. No nos sermoneaba con banalidades pomposas de esas que en el fondo no dicen nada. Su pluma política polarizaba porque él tomaba partido. No era neutro. Su humor ácido y mordiente dejaba hematomas. Porque, en definitiva, José Ignacio era un militante político y siempre se asumió como tal, él, que hubiera podido refu-giarse en el cómodo Olimpo de los consagra-dos, esperando el bronce. Se comprometió con una causa y peleó por ella, desde su muy par-ticular trinchera hecha de cultura, genio e in-genio, duda metódica, sentido político y lealtad con los más humildes.

Por eso mismo también el MAS de sus tor-mentos recibió el espuelazo implacable de su mordacidad crítica. Era como nuestra con-ciencia. Incluso cuando era injusto –y más de una vez lo fue. Uno se arrechaba con él, pero terminábamos llamándonos. “Tengo que ha-blar con usted, maestro”, decía su vozarrón en el teléfono y entonces cada desavenencia era seguida de una conversación homérica. La úl-tima vez fue por lo del Teresa Carreño. No fue amable la conversa, pero en el estreno de Son-ny nos abrazamos como siempre. Estaba con-tento y yo lo estaba por él. Luego fue el golpe. Como de Dios, que diría Vallejo.

Un pensamiento incómododes públicos no era opción sino compromiso. Allí radicaba una de sus obsesiones y diferen-cias, su apuesta a competir por el gran públi-co esclavo de la televisión.

 Complexión de lo público Y, sin embargo, José Ignacio nunca dejó de ejercer lo que se supone es la función primor-dial del intelectual, acercarse de manera crí-tica, reflexiva y cuestionadora al mundo so-cial que le rodea y especialmente a los modos de constitución de la vida pública.

 En ese empeño burló un doble cerco. Pri-mero, el que intentó tenderle cierta inteli-gencia tradicional que veía en sus posturas una suerte de claudicación y traición, no al espíritu revolucionario –que por entonces la mayoría había dejado de ejercer– sino a una supuesta pureza del oficio intelectual. Y, se-gundo, el que los propietarios de los medios, concretamente de la televisión, usaron para convertir en eunucos políticos y hombres sin opiniones ni responsabilidades públicas a to-

do aquel que trabajara en su engranaje. De ese modo Cabrujas inauguró una para-

dójica y exigente forma de libertad y de inde-pendencia poco común. Se colocó en el terre-no privilegiado de quien no se hipoteca con el salario estable de una institución estatal. Y en su postura personal el trabajo en los me-dios privados –cosa que desde los cincuenta ya habían practicado Garmendia y Chalbaud, en la televisión, o Carpentier y Frías, en la publicidad– comenzó a formar parte de una manera integral de entender el oficio de co-municar en el cual solo había continuidad y no esquizofrenia.

 José Ignacio, al menos en los setenta, se las jugaba por igual cuando elaboraba Natalia de 8 a 9, La señora de Cárdenas o La dueña –su homenaje personal a Alejandro Dumas– como cuando escribía y personalmente dirigía El día que me quieras o redactaba un ensayo so-bre el Estado venezolano para un seminario sobre el futuro político del país.

 Mente descolonizadaCabrujas ha sido el primer intelectual ve-nezolano de fin de siglo, el primero que se apropió del espíritu del siglo XX –televisivo, multimediático, informatizado, libre de ata-duras con el Estado, ubicado en el terreno de la oferta y la demanda del trabajo intelectual independiente, globalizante– y lo fue porque abandonó a tiempo los complejos que desde el siglo XIX aquejan al intelectual colonizado a la francesa.

 Vivió a fondo las esperanzas del marxismo, pero, mucho antes de la caída del Muro, lo condenó y desnudó. Y como sentía culpas y dudas por hacerlo, escribió una obra de tea-tro mejor que cualquier ensayo científico pa-ra entender cómo el marxismo fue convertido en una práctica de errores y simplificación en América Latina. Pero, a diferencia de los conversos, lo despidió con una bandera roja que tiernamente fue llevada al corazón en la escena final de El día que me quieras.

 Fue integralmente un hombre de la cultura

y, a su manera, un gran promotor. Desmon-tó los simulacros, amaneramientos y engola-miento con el que ciertos ritos y gestos del mundo cultural ocultaban la vida verdadera, miserable y grandiosa de nuestras gentes. Si los sajones cuentan con el to be or not to be de Hamlet, Cabrujas nos legó un arrebato exis-tencial de sinceridad colectiva con “los quin-ce rones y el culo de la alemana” pronunciado por Cosme Paraima.

Como Nuño, quien también cruelmente nos abandonó este año, fue un hombre incómodo para muchos. La simpatía por sus artículos y por su persona variaba tanto como acari-ciara o maltratara las creencias y simpatías del lector. Nadie estaba protegido de su pluma acusadora y en muchos casos arbitraria y su actitud como cronista era la de un provocador de oficio, del portador de un antídoto contra todo exceso de certeza, contra todo tipo de pe-reza de pensamiento.

 una forma de creerLa última vez que lo vimos fue hace dos me-ses, junto a Carlos Azpúrua, para discutir so-bre el guión de la película Amaneció de golpe, que José Ignacio escribía a solicitud de este último. Carlos y yo le señalamos la ausencia en su guion de personajes positivos, persona-jes con fe. Muy tarde en la noche nos respon-dió: “no puedo hacerlo de otra manera porque esos personajes no están dentro de mí. En es-te momento yo no creo, yo soy un escéptico. Solo que sigo haciendo cosas porque soy un escéptico sentimental”.

 Y así era. Sus afectos fueron siempre más fuer-tes que su escepticismo. Por eso no pudo aban-donar en paz a los Tiburones de La Guaira, por eso le costaba romper con sus filiaciones políti-cas, por eso sus amores tormentosos. Por eso tam-bién escribió en su última crónica “amar es una tarea ansiosa, agobiante”, a manera de epitafio.  

*todos los textos incluidos en esta página fueron publicados originalmente en la edición del 29 de octubre de 1995.

Credo personal

En mEmoRIA DE JoSÉ IgnACIo CABRUJAS: 1937-1995

La adolescenciaJulio César MárMol

Nos conocimos cuando tendríamos unos 16 o 17 años. El primer Lobo Estepario de Herman Hesse nos lo devoramos juntos; el primer llan-to por el hondo pathos de la sexta sinfonía de Tchaikovski fue común, como el descubri-miento de Beethoven fue un aliento retenido en la extasiada admiración. Y la Donna é Mobi-le del Rigoletto de Verdi en la voz de Jan Peerce fue el inicio de una melomanía desenfrenada e inmortal que lo llevó a él a tener la discoteca más importante del país, y a mí a viajar a Italia a estudiar canto. Mi primera esposa fue su pri-ma hermana, mis dos primeros hijos son sus primos. Cuando en el Fermín Toro le caíamos

a piedras a la policía, nos encarcelaron juntos en la Seguridad Nacional. De eso queda el re-cuerdo de las tremendas palizas que, con mano apoyada, mucho más fuertes que lo que nues-tra edad de mocetones justificaba, nos propi-naron los psicópatas de la SN. Pero sobre todo recuerdo la dignidad, la valentía sin alharacas, de un hombre que sin dárselas de mucho ya sa-bía serlo a tan joven edad, sirviéndole de ejem-plo y parámetro a muchos de los fanfarrones cagados que allí estuvieron. Recordar a José Ignacio es para mí la presencia diaria de un callado lamento que a ratos se hace llanto, no porque pretenda galardones de dolor único y privilegiado. Simplemente porque fue dema-siada vida compartida. Fue mi hermano.

roMán Chalbaud

¿Te acuerdas, José Ignacio, a finales de los años sesenta, sin trabajo, acusados de comu-nistas, haciendo de payasos en un comercial, para poder ganar algo con que ir al cine? ¿Te acuerdas? El director (Clemente de la Cer-da) dijo: “¿Pero es posible que esos payasos sean ellos? Sí, son ellos”. “Bueno, ¿qué tene-mos que hacer? –preguntamos, ¿te acuerdas? – “Pues, pegarse”. “¿Pegarnos?”. “Pegarse, como se pegan los payasos del circo”. Y lo hicimos. La verdad es que no nos pegamos duro. Fingimos pegarnos. “¿Lo estamos ha-ciendo bien?”. “Sí, perfecto, como en el cine mudo… no se preocupen, la imagen de uste-

Cuitasdes va a aparecer dentro de un televisor y el televisor está en plano general… no se pre-ocupen…”. ¿Cuándo cobramos?”, pregunta-mos, porque en realidad eso era lo único que nos preocupaba.

Cuando nos estábamos quitando el maquilla-je, apareció nuestro amigo José Antonio Gu-tiérrez, que acababa de ser nombrado jefe de producción del Canal 2. “Vine a contratarlos. Convencí a los jefes que ustedes no son real-mente peligrosos”. “¿Qué tenemos que ha-cer?”. “Terminar La Tirana, una telenovela que ya tiene más de quince meses en el aire. Los dos la terminan de escribir y Román la di-rige”. Empezamos a ganar dinero. Payasos en el televisor. 

El camarada

Estar ubicado lo más lejos posible del engaño inte-lectual, trampas ideológicas, juegos de simulaciones, temor al poder, silencio cómplice, desinterés por el destino colectivo, monotonía resignada, era su credo fundamental. En ese tránsito y especialmente por su tentación a aceptar los compromisos que quienes lo rodeábamos le exigimos, José Ignacio nos legó una obra múltiple pero inconclusa. En muchos casos apre-surada. Lo que constituye una desgracia, porque era uno de los pocos venezolanos que comprendió y deve-ló antropológica, sociológica y éticamente este grupo humano que conocemos como venezolanos. Y lo era porque su recurso epistemológico mayor era el amor y la fascinación permanente por esto que somos. En su forma de expresarlo, ya fuera desde el libreto tele-visivo o desde su crónica semanal, estuvo siempre la gracia y el talento doblemente revelador del drama-turgo, del hombre de escena.

JoSÉ IGNAcIo cAbRuJAS / ARcHIVo

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el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020 4 Papel Literario

YoYiana ahuMada l.

 ¿Puede extrañar que muchos hayamos visto enEl día que me quieras

una acre transmutaciónde nuestras desazones militantes?

Ibsen Martínez 

la llegada de Carlos Gardel a la Venezuela de 1935 produjo un estremecimiento colec-tivo que despertó a la provinciana ciudad de Caracas del letargo en que la sostenía el

férreo brazo del régimen gomecista. Miles de per-sonas se arrojaron a las calles para presenciar su llegada. Las menos se asomaron por las celosías, vigiladas por el ojo de la restricción y las buenas costumbres. Aquel brillo de su pelo, y el chorro de voz postraron hasta al Benemérito que le regaló al artista la cantidad de 5.000 bolívares.

 Recibido por una masa alocada y en plena histe-ria colectiva, Gardel arribó al puerto de La Guai-ra donde fue recibido por unas tres mil personas que clamaban por el ídolo “del rayo misterioso”, de aquel “Tomo y obligo” que odiaba cantar. Ni el romance que se le atribuyó con una chica de Puente Hierro que sustenta su reputación de Don Juan empedernido, devela la misteriosa vida afec-tiva de Charles Gardés. Este hijo natural de Berta Gardés no imaginó que el mito quedaría sujeto a la inmortalidad en una pieza de teatro escrita por el hijo de una de sus fans en Venezuela. Ella, Matilde, la jovencita que no pudo asistir a la re-presentación en el Teatro Principal, donde la me-lodiosa voz brotó sin micrófono. 22 años, una vida decente y un marido celoso fueron suficiente ce-rrojo, para que tuviera que conformarse con so-ñar y darle carne a la obra de su hijo José Ignacio Cabrujas Lofiego. Así inspirado en la anécdota, Cabrujas recrea la noche del concierto de Gardel, cuando a Matilde Lofiego, no le queda más que el consuelo de escuchar el concierto por la radio Broadcasting Caracas. Así imagina que Gardel escoge su casa para visitarla y les regala a ella y a sus hermanas una noche inolvidable. 

 En 1979 –diez años antes de la caída del Muro de Berlin– José Ignacio Cabrujas vislumbró la crisis del socialismo real en su obra El día que me quie-ras. Esta pieza, que le trajo una acérrima crítica del Partido Comunista de Venezuela, prefiguró el

REFLEXIÓn >> A PRoPÓSIto DE EL DÍA QUE ME QUIERAS

“El duelo que se produce entre Gardel y emisario de Stalin es descomunal. Dos pasiones se debaten con igual fuerza, hasta chocar y estrellarse la ideología y la idolatría”

resquebrajamiento de la Cortina de Hierro, al po-ner en un combate al ídolo del tango Carlos Gar-del, frente a un dogmático creyente del comunis-mo: Pío Miranda.

 el encuentro entre stalin y GardelÍdolo de la canción popular latinoamericana, el más grande según muchos, la figura de Gardel está entretejida con el imaginario melodramáti-co latinoamericano. En sus canciones apela a la relación edípica de un hijo con su madre por un padre ausente, al desamor, al fracaso, al exilio, en fin, tópicos profundamente arraigados en el regis-tro afectivo de este continente. Gardel encarna al excluido, al morocho del abasto que se vengó de la sociedad alcanzando la fama. Es un triunfador que sedujo a Europa y a Los Estados Unidos, don-de rodó unas veinte películas.

 En la trama de la obra Joseph Stalin y Vladi-mir Ilich Lenin aparecen como una suerte de fe-tiche de la quincalla ideológica heredada por la izquierda latinoamericana a través de la lectura de las obras de Plejanov (Arte y vida social).  El duelo que se produce entre Gardel y el emisario de Stalin es descomunal. Dos pasiones se deba-ten con igual fuerza, hasta chocar y estrellarse la ideología y la idolatría. ¿Los contrincantes? El hijo bastardo de Berta Gardés, el inmigrante, mo-rocho del abasto, voz de los desposeídos que sacó al tango del burdel y lo llevó a la Paramount Pic-tures, los Estudios RCA Víctor y lo legitimó. El otro, creador de un imperio, líder totalitario, uni-ficador y artífice de un régimen del pueblo, que participa de otra categoría del discurso: el prole-tariado. Ambos productos de exportación, uno de mercado y otro de la ideología.

 A Pío, Gardel no “le divide la historia”, pero pa-radójicamente, aunque la llegada del astro argen-tino haya sido el primer acontecimiento colectivo en el que pudo escabullirse del restringido ejerci-cio de sus libertades públicas en una ilusión que se mantuvo desde el 25 de abril, cuando arribó por el puerto de La Guaira, hasta su partida de Maracaibo el 17 de mayo. La manifiesta idolatría por el cantor argentino, es encarnada en la pieza por la familia Ancízar: Elvira, una empleada del correo; María Luisa, la ilusa y virginal novia de Pío Miranda, que anhela aprender todos los de-talles del cultivo de remolachas para cuando se mude a un koljoz en Ucrania; Matilde, la más jo-ven seducida por el cantante, mediatizada y mo-derna; Plácido, el cándido hermano que recibe las doctrinas de su futuro cuñado Pío Miranda y espera que llegue el Stalin de visita, después de Gardel of course. Por su parte, Miranda está tan preocupado por hacer una vida en la Unión So-viética, que no se ocupa del país en que vive. Su “falsa conciencia de la realidad” lo lleva a ser un cómodo observador, un filósofo de café, frente a la dictadura a la que dice oponerse. Su militancia es un desahogo existencial, una manera de tramitar con su fracaso. Ni siquiera llega a simpatizante

del partido, es un escapista. La simpleza de su mi-litancia y de quienes lo rodean recuerdan las fór-mulas gastadas del par capitalismo-socialismo; imperio-republica libre, entre otras. Hartamente vaciadas de significado en estos días, pero que ya desde hace por lo menos una década perdieron resonancia en el colectivo.

 “El padrecito” (Stalin) termina derrotado cuan-do Pío Miranda desenmascara su fracaso ideoló-gico en uno de los más célebres monólogos del teatro venezolano. Pío desnuda las “acres razo-nes militantes” que esboza Ibsen Martínez en el prólogo (Pomaire, 1984) de la obra y las del pro-pio Cabrujas, quien en una suerte de mea culpa, escribió y encarnó el personaje en su primera representación:

 “…Soy comunista por la declaración de Aura Celina Sarabia, cocinera de la pensión Bolívar donde murió mamá. ¿Y sabes por qué se ahor-có mamá?, ¡porque redujeron el presupuesto del Ministerio de Sanidad y hubo un error en la lis-ta de pensionados y tres quincenas sin el dinero, ¡murió de vergüenza! Y entonces me pregunté: ¿Dónde están los incendiarios de esta sagrada mierda? Y me dijeron: ¡Lee! Y aquí estoy, ha-blándote de mi clandestinidad”. La revelación de Pío, que se esconde detrás de

su desgarradora confesión, provoca el derrumba-miento del discurso redentorista y fundador de un pensamiento único. Dirá Cabrujas: “…un hombre

se refugia en una idea, la proclama como parte de sí mismo y se adhiere a ella. Al hacerlo cree perte-necer, cree hacerse cierto. Pero esa idea, jamás lo explica, ni lo hace pertenecer a nada, porque en el fondo no tiene nada que ver con su vida…”.

 Pese al duelo que se establece entre dos pasio-nes como la política y la idolatría hacia un ídolo popular, la figura de Gardel está tratada con mu-cho cinismo: es tan perfecto que deja de ser huma-no, no tiene punto de quiebre y a los silencios de Pío, le contrapone la frase perfecta. Ese contraste entre un producto artístico absolutamente irreal y el patetismo de un soñador que llegó tarde a la historia, genera sentimientos encontrados –en el lector y con mayor fuerza en el espectador–: fide-lidades y rechazos. Se produce una paradoja me-diante el enfrentamiento entre dos representan-tes de esa amorfa categoría llamada pueblo a la que Monsiváis considera junto con las esencias nacionales, como creencias totalizadoras. “El pueblo, en esta mitología, es la entidad nutricia, la tierra fértil de inspiración y la autenticidad, el ámbito de suprema abstracción donde conviven marxistas, nacionalistas y creyentes”.

  el regreso de GardelEl 21 de octubre de 1995 se apagó su voz ronca en Porlamar. A 25 años de su partida, su verbo re-sucita en el gesto del actor que encarna Gardel, cuando se presenta y dice “¡Buenas tardes! Me lla-mo Gardel!, para cerrar el primer acto. Su figura legendaria regresa a estremecer a una audiencia ávida de gran teatro, del mejor teatro, en un reen-cuentro único con José Ignacio Cabrujas, a través de la reposición de una de las piezas más grandes del repertorio latinoamericano.

Gardel despierta en una ciudad (¿pre?) moder-na, en la que junto a sus portentosas autopistas y edificios de vidrio, engaña con su destrucción, pobreza, limpieza e inseguridad. Sumergida en la incertidumbre de los cambios revoluciona-rios, cualquier iniciativa de orden y civilidad es un atentado contra el pensamiento único. En vez de símbolos de orgullo, como fueran sus teatros, plazas y avenidas, la ciudad debe soportar que sus principales cosos culturales desaparezcan bajo nuevos significados y apropiaciones. Graves señales de violación a las libertades esenciales empujan a los venezolanos a llenar las calles  de protesta.

No existe el hotel Majestic donde se alojó Gardel. Ha sido derrumbado, “pueblo de derrumbado-res que hizo del escombro un emblema”, diría el maestro. Tampoco el Teatro Principal convertido en cine y devenido en templo de algún predicador de turno. Apenas se mantienen el Teatro Nacio-nal y el Teatro Municipal destinados a eventos de cultura revolucionaria o partidista. Ni siquiera el perrito que acompañó a Gardel, en la estatua pa-ra recordar su paso y su descenso en la estación de Caño Amarillo en el oeste de Caracas, se salvó de las manos predadoras del hampa.

Melodrama versus programa de partido

El día que me quieras se estrenó en el teatro Alberto de Paz y Mateos, del Nuevo Grupo, el 26 de enero de 1979, dirigida por José Ignacio cabrujas. Se repuso en 1988, 1990, 2005, 2018 y 2019 en caracas, además de muchas otras representaciones en otras ciudades y países. La dirección en 2005 estuvo a cargo de Juan carlos Gené, cuya puesta en escena se ha mantenido en las subsiguientes representaciones.

El reparto de 1979 fue como sigue. María Luisa An-cízar: Gloria Mirós y Manuelita zelwer; Pío Miranda: Fausto Verdial y José Ignacio cabrujas; Elvira Ancí-zar: Amalia Pérez Díaz; Matilde: tania Sarabia; Pláci-do Ancízar: Freddy Galavís; Alfredo Lepera: Luis Ri-bas; carlos Gardel: Jean carlos Simancas. El reparto de 2005 fue el siguiente. María Luisa Ancízar: María cristina Lozada; Pío Miranda: Héctor Manrique; Elvi-ra Ancízar: Gladys Prince; Matilde: Martha Estrada; Plácido Ancízar: basilio Álvarez; Alfredo Lepera: Juan carlos ogando; carlos Gardel: Iván tamayo.

El día que me quieras fue llevada a México, Espa-ña, Argentina, brasil, uruguay, Perú, entre otros paí-ses iberoamericanos y ha sido traducida al alemán y al portugués. En 1990, se hace la versión televisada de la pieza para la televisión Española, que mereció el premio al mejor teatro televisado en el Festival de biarritz, Francia.

Un largo recorrido

JoSÉ IGNAcIo cAbRuJAS / ARcHIVo

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Papel Literario 5el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020

aleJandro Gutiérrez s.

Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, jun-to con Pepe el Toro, forman parte de una trilogía de películas mejicanas de media-dos del siglo pasado, donde se muestra el

drama de la pobreza y la desigualdad, el imagina-rio de los humildes, sus creencias sobre las causas de la vida que llevan y las diferentes formas de discriminación de la cual son víctimas. ¿Quién de los cinéfilos de la época no se sensibilizó con el ar-gumento, con las brillantes actuaciones de Pedro Infante y el elenco que lo acompañó? ¿Quién de los que viera esas películas no lloró o se le enco-gió el corazón al ver la vida que llevan los pobres, la discriminación de la cual son objeto quienes no poseen bienes de riqueza, o que por su condición social no acceden a cosas que son esenciales para tener una vida digna?  

La trilogía de películas antes mencionadas fue un rotundo éxito en América Latina y el Caribe –ALC–, la región del mundo considerada por los ex-pertos como la de mayor desigualdad en la distri-bución del ingreso. La desigualdad estructural de ALC es terreno abonado para que emerjan los po-pulistas, los caudillos, los que ofrecen redimir a los pobres y discriminados, pero que terminan con sus acciones no solo pasando por encima de las insti-tuciones, sino creando más penurias y miseria. El camino al infierno está lleno de las “buenas inten-ciones” de los populistas de izquierda y también de los de derecha. Pero, más allá de la fobia contra los populistas, vale la pena preguntarse, ¿se puede ser indiferente ante la pobreza y las desigualda-des? ¿Se puede condenar y discriminar a alguien por su condición económica, por el color de su piel, por su sexo, por su religión, por su edad, por su ideología y forma de pensar? ¿Podemos ignorar la existencia de las desigualdades y sus consecuen-cias? ¿Podemos ignorar la declaración universal de los derechos humanos (1948)? ¿De qué igualdad hablamos, igualdad para orientar qué políticas pú-blicas si los seres humanos somos tan diversos?

desigualdad, CoVid-19 y desarrolloEn 2019, la irrupción de protestas sociales en Co-lombia, Ecuador y en Chile, reafirmaron la prio-ridad del tema de la desigualdad en la agenda de las políticas públicas. Las protestas en Chile mostraron que no bastaba el éxito económico y la reducción de la pobreza. Las protestas en Chi-le mostraron que, además de la desigualdad en la distribución de la riqueza o del ingreso (des-igualdad vertical), hay otras muy importantes en el acceso a la salud, la educación y a los servicios públicos de calidad. Que también existe la des-

Nosotros los pobres, Ustedes los ricos: América Latina y el drama de la desigualdad

“¿Por qué importa la desigualdad? En una sociedad muy desigual en la distribución de la riqueza y del ingreso proliferan los conflictos sociales, el crimen y las actividades ilícitas, la inestabilidad económica y política, lo que termina por alejar las inversiones necesarias para sostener el crecimiento económico”

igualdad horizontal, mediante la cual grupos de personas por razones de sexo, raza y etnia, edad, religión, maneras de pensar políticamente, condi-ción económica y social o de otra naturaleza son discriminados y no reciben un tratamiento digno ni de iguales ante la ley. No es puro resentimiento o las estrategias subversivas del Foro de Sao Paulo las que originan las explosiones sociales. Aunque el Foro de Sao Paulo y colaboradores hacen su tra-bajo con perseverancia.

Para colmo de males, ahora la Pandemia CO-VID-19 tendrá, ya tiene, impactos negativos sobre la pobreza y la desigualdad en la región más des-igual del planeta. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) se espera en 2020 una fuerte disminución del empleo (8,1%) y del Producto Interno Bruto (PIB) de 9,1%. También aumentará la pobreza (7 puntos porcentuales, 45 millones de personas) y la desigualdad crecerá (hasta más de 3 puntos porcentuales del índice de Gini, la medida más usada de la desigualdad). Se refuerza así la tendencia a la mayor desigualdad, luego del período de auge de los precios de las ma-terias primas (2004–2012).

En esos años hubo crecimiento económico, au-mentó el empleo, los gobiernos de ALC incremen-taron el gasto social, las transferencias moneta-rias, los gastos de seguridad social universal y los subsidios para los pobres. El resultado fue la re-ducción de las tasas de pobreza y de la desigual-dad. Pero al bajar los precios de las materias pri-mas desde 2013–2014, en muchos países ha habido un retroceso en materia de la reducción de la po-breza y de la desigualdad, mientras que en otros tiende a aumentar o se reduce la fuerza con la que venía disminuyendo la pobreza y la desigualdad. Y ahora, la pandemia agrava las condiciones so-cioeconómicas de la región sin que se disponga de suficientes recursos económicos, sin sistemas de salud y de protección social que aminoren los efectos de la pandemia sobre la población. La des-igualdad crecerá, pues no todos están en las mis-mas condiciones para enfrentar las consecuencias del COVID-19.

Actualmente, la mayoría de los investigadores argumentan que la inequidad en la distribución del ingreso es mala para el desarrollo humano y para el crecimiento económico. Esta es una opi-nión contraria a la tesis tradicional, según la cual en los primeros estadios del desarrollo (con ba-jos niveles de ingreso por habitante) se requería que los ingresos se concentraran en los propieta-rios de medios de producción, quienes invertirían e impulsarían el crecimiento económico, a la par que se nivelarían las productividades laborales y de los ingresos con el transcurrir del tiempo, re-

duciéndose la desigualdad. Esa tesis, conocida co-mo la U invertida, del premio Nobel de Economía Simón Kuznets (1971), no se ha corroborado por la evidencia empírica. Tampoco se le puede pedir sacrificios a los trabajadores hoy para que vayan al paraíso en el futuro.

importancia y causas¿Por qué importa la desigualdad? En una socie-dad muy desigual en la distribución de la riqueza y del ingreso proliferan los conflictos sociales, el crimen y las actividades ilícitas, la inestabilidad económica y política, lo que termina por alejar las inversiones necesarias para sostener el cre-cimiento económico. Además, en las sociedades desiguales la demanda se reduce porque solo una pequeña porción de la población tiene suficiente poder de compra, lo cual también es malo para el crecimiento económico. Lo cierto es que, si no se adoptan las políticas adecuadas, la desigualdad se perpetúa, se transmite generacionalmente, al dis-criminar el acceso de los más pobres y de ciertos grupos sociales a educación, salud, alimentación e ingresos para llevar una vida digna. Tampoco los pobres, por carecer de garantías, tienen acce-so al financiamiento para sus emprendimientos, a los bienes públicos a que tienen derecho y a las instancias del poder político para decidir en los asuntos comunitarios. Así, la desigualdad facili-ta la permanencia en el poder de las elites que impiden el cambio institucional y la adopción de políticas para reducirla, hasta que la población se hastía y emergen las explosiones sociales que obligan a revisar las leyes y hasta las constitucio-nes. Al menos en los países donde la democracia lo permite.

Pero a esos argumentos se debe agregar que, aunque el crecimiento económico es bueno para reducir la pobreza, el primero de los Objetivos del Desarrollo Sostenible acordado por los gobiernos de países miembros de la ONU en 2015 (ODS-2030), esta disminuirá con mayor fuerza si hay menor desigualdad en la distribución del ingreso. Más aun, entre los ODS 2030 se incluyen otros que tie-ne que ver con la eliminación de la desigualdad de género y de la desigualdad entre y en los países. Así, la desigualdad es un tema prioritario, para al-gunos el de mayor prioritario, en la agenda de las políticas públicas. Sin su reducción no se avanza-rá mucho en el logro de mayor desarrollo humano para los países más pobres.  

La desigualdad es el resultado de múltiples fac-tores. El ingreso primario se obtiene en los mer-cados. Unas personas son propietarios de medios de producción (tierra, capital físico y financiero) y otras ofrecen su fuerza de trabajo. Los propieta-rios de los medios de producción en muchos casos han obtenido la tierra y su capital por herencias, por tener privilegios y oportunidades que estu-vieron y siguen negadas para muchos (acceso a la tierra, acceso al financiamiento, acceso a buena educación y servicios de salud, etcétera). Otros, es bueno decirlo, han logrado riquezas con esfuerzo propio y mucho trabajo, aprovechando su talen-to, conocimientos y las oportunidades que se le presentaron. No obstante, es bueno recordar que la concentración de la riqueza y del ingreso tiene raíces históricas. En el caso de ALC, sus orígenes se remontan a la Colonia, cuando, mediante insti-tuciones como la encomienda, los conquistadores y colonizadores (luego sus herederos) accedieron a la tierra y al trabajo de indígenas. La esclavitud y el reparto de tierras a los libertadores y a sus ejércitos forman parte también de las raíces his-tóricas de la desigualdad. Esta fue aumentando en la medida que la institucionalidad creada por las élites en el poder solo le otorgaba derechos y pri-vilegios a los que tenían tierras, riqueza, sabían leer, escribir, accedían a las universidades y a los mejores colegios, sin mencionar las discriminacio-nes sutiles o abiertas por razones de raza, pureza de sangre o de otra naturaleza.

Las personas sin activos acuden al mercado labo-ral a vender su fuerza de trabajo y reciben sueldos y salarios, lo que representa según diversos estudios la mayor parte de sus ingresos (más del 80% según los expertos). Estos sueldos y salarios están deter-minados por la productividad, por las competencias individuales, niveles de capacitación y educación de las personas. De allí que, si las personas no tienen acceso a servicios educativos de calidad y no reciben una formación permanente, a tono con los cambios tecnológicos que se producen, están condenadas a recibir bajos salarios y a tener dificultades para en-contrar empleos formales, bien remunerados. Las di-ferencias salariales obviamente, son otra fuente de inequidad que se agrava si solo unos pocos pueden tener acceso a la educación y capacitación de alto ni-vel y calidad.

(continúa en la página 6)

PobRE Venezuela PobRE

FotoGRAMA DE uStEDES LoS RIcoS (1948), DE ISMAEL RoDRíGuEz RuELAS / ARcHIVo

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el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020 6 Papel Literario

(viene de la página 5)

El Programa de las Naciones Unidas para el Desa-rrollo (PNUD) en su informe de 2019 destaca que se han reducido las desigualdades en el acceso a edu-cación y salud y en algunas privaciones extremas. Sin embargo, sigue pendiente la calidad de los servi-cios que reciben los pobres, especialmente en mate-ria de educación y salud. Además, en la actualidad emergen otras desigualdades derivadas de los cam-bios tecnológicos que sufre la Humanidad, las deno-minadas desigualdades en capacidades aumentadas [PNUD. (2019). Informe sobre el desarrollo humano 2019. Más allá de los ingresos, más allá de los pro-medios, más allá del presente: desigualdades del de-sarrollo humano en el siglo XXI. New York: PNUD].    

Entonces, si los activos (tierra, capital físico y fi-nanciero) están mal distribuidos y los pobres no tie-nen acceso a buena educación y capacitación, surge la principal explicación de la desigualdad de los in-gresos que las personas obtienen en los mercados [Milanovic, B. y Muñoz De Bustillos, R. (2008). La desigualdad de la distribución de la renta en Amé-rica Latina: situación, evolución y factores explica-tivos. América Latina hoy, N° 48, pp. 15-42]. A estos factores se les pueden agregar otros como los fac-tores de orden demográfico. Poblaciones con altas proporciones de población joven y vieja generan alta dependencia económica en los hogares. Pobla-ción vieja implica jubilaciones con menores ingre-sos, situación que se agrava donde los sistemas de seguridad y protección social son muy deficientes. Poblaciones que crecen mucho generan una ofer-ta abundante de fuerza de trabajo y eso presiona hacia abajo los salarios. Pero el ingreso primario que se genera en los mercados se puede redistribuir mediante la política fiscal. Si no existe una políti-ca fiscal progresiva, que permita captar impuestos de los más ricos para financiar una política social (educación, salud, seguridad social para los pobres), que permita redistribuir los ingresos primarios ge-nerados en los mercados, la desigualdad se perpe-tuará. Finalmente, debe señalarse como fuente de desigualdad la inexistencia de una institucionali-dad que permita garantizar igualdad de oportuni-dades, protección social para los viejos, los niños, los no vulnerables y no discriminación por razones de sexo, raza, religión, credo político, edad y otras características de la gente.

desigualdad y equidad¿De qué desigualdad hablamos como objeto de las políticas públicas, si esta es inherente al ser huma-no? Al fin y al cabo somos diferentes y diversos ge-néticamente, en sexo, en coeficiente intelectual, en motivación al logro, en capacidad para emprender, en nivel de educación y competencias laborales, en predisposición a enfermarnos, etcétera. ¿Igualdad de qué? ¿Cuáles son esas desigualdades que las so-ciedades no pueden permitir que existan y se man-

tengan en el tiempo porque violentan principios y derechos humanos fundamentales, porque erosio-nan la cohesión social, deslegitiman la democracia y crean el escenario para que aparezcan los gobier-nos populistas y autoritarios? No existe consenso en la respuesta a estas preguntas porque hay dis-cusión entre diferentes escuelas de pensamiento sobre en qué cosas debe haber equidad. Se puede dar tratamiento igual a las personas, pero no ser equitativo, no ser justo.

El impuesto al valor agregado lo pagan todas las personas por igual, ricos y pobres. Pero no es justo que los pobres paguen la misma tasa impositiva de los ricos. Esto viola el principio de progresividad tributaria, según el cual los ricos deben pagar más impuestos que los pobres. El tratamiento de igual puede no ser equitativo porque todas las personas son diferentes, sus necesidades no son las mismas. Si se quiere generar equidad, nivelar las oportuni-dades, una persona que está lisiada requiere un tra-tamiento diferente al de una que puede caminar y movilizarse. Una mujer embarazada no puede tener la misma alimentación ni tratamiento en la legisla-ción laboral a una que no lo está.

Desde la perspectiva de las políticas públicas de lo que se trata de lograr es una sociedad más equita-tiva para reducir la desigualdad. Entendiendo que la equidad implica que todos tengan las mismas po-sibilidades, las mismas oportunidades, que nadie puede estar en desventaja para lograr su realiza-ción para que pueda escoger las cosas que una per-sona puede hacer y ser (funcionamientos), para que pueda con libertad escoger sus combinaciones de funcionamientos (capacidades) ¿Cuáles son esas co-sas en que la sociedad debe asegurar equidad, igual-dad de oportunidades? En una sociedad, la equidad se refiere a la garantía de que todos deben tener posibilidades de desarrollar ciertas capacidades, algo que se considera justo en el marco social, en lo que nadie debe estar en desigualdad porque es esencial para tener una vida humana digna. Se tra-ta de lograr equidad a partir de las diferencias de las personas, se trata de lograr la posibilidad de que las personas desarrollen ciertas capacidades, aun sabiendo que los seres humanos no tienen las mis-mas necesidades y circunstancias. Es por ello que se requiere no solo igualdad, esta debe ser acom-pañada de la equidad para garantizar la igualdad de oportunidades. Y no toda desigualdad es injus-ta porque puede tener bases justas (mayor salario porque se tienen mayores competencias y capaci-dades).  [D’elias, y Maingon, T. (2004). La equidad en el desarrollo humano: estudio conceptual desde el enfoque de igualdad y diversidad. Caracas: GTZ y PNUD]. Es por ello que las políticas públicas y las instituciones deben propiciar una mayor equidad, una sociedad más equilibrada en oportunidades dis-ponibles para todos, para que los pobres puedan sa-lir de su situación de miseria, de privaciones y para que puedan decidir sus vidas con libertad [(Banco

Mundial. (2006). Informe sobre el desarrollo mundial 2006. Equidad y desarrollo. Washington D.C.: Banco Mundial].

¿qué hacer?Hay que considerar la realidad de cada país para diseñar las políticas públicas que reduzcan la des-igualdad y generen más equidad. No obstante, el marco necesario para tener una sociedad con me-nor desigualdad y más equitativa requiere de la democracia, de libertad, de más calidad y transpa-rencia de los gobiernos, descentralización de las de-cisiones políticas, más poder para las provincias y regiones y atacar la desigualdad regional y rural con programas especiales de desarrollo. Es en este contexto que se deben ampliar las opciones de la gente y permitir una creciente participación políti-ca de los pobres en la solución de sus problemas. La democracia es el contexto adecuado para corregir e impulsar reformas institucionales que garanticen transparencia y un uso apropiado de los dineros pú-blicos, sobre todo de aquellos destinados al gasto social y a la creación de bienes públicos.

Las políticas públicas deben garantizar la segu-ridad social universal y para los pobres acceso a educación y salud de calidad, capacitación para el trabajo, seguridad alimentaria, hábitat adecuado y cuando sea necesario programas de transferen-cias monetarias directas no condicionadas en las emergencias (como la actual originada por la pan-demia) y condicionadas (a la participación en pro-gramas de salud y enviar los niños a las escuelas). Es necesario generar crecimiento económico con estabilidad de precios porque la inflación pulveri-za el salario real de los trabajadores y tiene efectos regresivos en la distribución del ingreso. El creci-miento económico es necesario para poder captar ingresos fiscales con políticas tributarias progre-sivas, y luego mediante el gasto y la política social corregir la distribución primaria del ingreso que sucede en el mercado. Es necesario impulsar la competencia y reducir las estructuras de competen-cia imperfecta (monopolios, oligopolios, monopso-nios, oligopsonios) que permiten obtener ganancias extraordinarias de consumidores, de trabajadores y de las ventas de la producción de los pequeños productores no organizados. Hay que dotar de ac-tivos a los pobres mediante reformas agrarias que permitan titular la tierra entregada a los campe-sinos. Pero también se requiere titular y entregar la propiedad de la tierra a los pobres urbanos, que generalmente construyen sus precarias viviendas en tierras pertenecientes al Estado y a los munici-pios. Esa propiedad les facilitará obtener financia-mientos para sus emprendimientos. Los programas de privatización de empresas públicas deben estar acompañados del reparto de acciones para los tra-bajadores. Los programas de microfinanzas bien diseñados y ejecutados son necesarios para garan-tizar el acceso al financiamiento a los pequeños em-prendimientos. Las reformas deben garantizar la seguridad y la protección social universal e institu-ciones para garantizar igualdad de oportunidades, y así evitar discriminaciones por razones de ideo-logía, sexo, raza, religión, edad, discapacidad o de otra naturaleza.

Nosotros los pobres, Ustedes los ricos: América Latina y el drama de la desigualdad

EDuARDo JoSÉ MARtíNEz, 13 AÑoS (cARAcAS, 2017) / MERIDItH KoHut©

¿Cuáles son esas desigualdades que las sociedades no pueden permitir que existan y se mantengan en el tiempo porque violentan principios y derechos humanos fundamentales?”

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Papel Literario 7el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020

aleJandro Varderi

La avidez de lo otro. Lo uno y lo otro:máscaras distintas de un único ser dividido. 

nueva York desde Washington heightsUna imagen recurrente en mi imaginario del acontecer de Washington Heights, nuestro ba-rrio emplazado sobre la parte norte de Man-hattan, es Alicia dirigiendo la elaboración de las hallacas decembrinas. Diversos recipien-tes, con los ingredientes finamente picados, aparecían escrupulosamente ordenados junto a las hojas y la masa para que Dinapiera Di Donato, su compañera de viaje, Gerardo Fe-bres, el amigo siempre cercano, y yo, el veci-no y colega universitario, nos abocáramos ba-jo su estricto comando a rellenar, envolver y amarrar en tanto ella, desde una silla al fren-te, supervisaba el performance fumando uno de sus característicos tabacos.

Desde tempranas horas de la madrugada –Alicia acostumbraba recogerse temprano y levantarse mucho antes de la salida del sol– había estado abocada a la confección del gui-so y de la masa, así que le tocaba descansar, mientras nosotros armábamos la cadena de producción salpicada por sus agudos comen-tarios. El ambiente literario hispano en Nue-va York, los pormenores del Departamento de Lenguas Modernas de BMCC –el college de la City University of New York donde ambos tra-bajamos–, los matices de las interpretaciones de algunas de sus boleristas preferidas, se nu-trían del saber y el sabor de su afiladísima lengua.   

Degustar las delicias de “un saber acuerpa-do a la palabra” como continente de ese sa-bor dable de, en palabras de María Fernanda Palacios, “conducirnos por los vericuetos se-ductores y enceguecedores de Eros en la len-gua, la lengua traviesa, la lengua deseante, apetente y apetitosa”, era invariablemente una fiesta de significados múltiples. Aquí los sobreentendidos y el double entendre añadían su sazón a nuestros diálogos –Alicia comenta-ba que yo era al único a quien dejaba meterle mano a la masa de sus bollos– concernientes a algún sustancioso episodio, vivido en la Ca-racas dejada atrás hacía tantos lustros.

Y es que en la oralidad y la escritura de Ali-cia Perdomo la pulpa de los vocablos conti-nuamente rezumó ese jugoso decir, donde la erudición y el deseo hallaron su balance crítico en los textos sobre autoras afines. No extraña entonces que fuera una escritora de tanta riqueza léxica y fina ironía como Eli-sa Lerner, el sujeto de su libro Variaciones de un personaje. O que alguien tan inmerso en la densidad poética de los significantes, a partir del paso del tiempo y la recuperación de la memoria como Victoria De Stefano, centrara sus investigaciones acerca de la metaficción y la narratología.

Todo ello, concebido desde un rincón de Manhattan donde ambos habíamos hecho ca-sa y desde nuestros despachos en la univer-sidad. El hecho de contar con el mismo ve-cindario y lugar de trabajo, además de tener vínculos literarios, procesos internos e inte-reses culturales y estéticos comunes, generó una complicidad creciente a nivel personal y profesional. En tal sentido, fue Alicia quien tomó la batuta del Coloquio anual de nuestro Departamento, cuando me retiré tras dos dé-cadas organizándolo, y pocos días antes de de-jarnos físicamente pasó varias horas conmigo en Zoom, llevándome de la mano por las pla-taformas digitales, a fin de prepararme para poder impartir clases a distancia, tras haber-me yo alejado de las aulas durante la pande-mia gracias a un año sabático.

Alicia Perdomo frente al espejo

Licenciada en Letras (ucAb), Doctora en Letras (uSb), docente en universidades venezolanas y de Estados unidos, residenciada en Nueva York, ensayista y crítica literaria. Alicia Perdomo fue autora, entre otros, de La ritualidad del poder femenino: parodia, fantasía e ironía en Antonieta Madrid (1991) y Variaciones de un personaje: la progresiva ficcionalización de Elisa Lerner (2009)

El extenso conocimiento que obtuvo Alicia en todo lo relativo a la enseñanza en línea y su amplia generosidad para con los colegas, que-dan en el recuerdo de quienes compartimos el quehacer académico y los platos criollos en la cotidianidad universitaria de Manhattan. Para la fiesta navideña del Departamento o colgadas sobre las puertas de los profesores aparecían sus hallacas y el pan de jamón, ofrecidos con una risa ancha y una voz reso-nante e inconfundible. Cuando había que di-señar un afiche, diagramar el programa para alguna actividad, rehacer la página digital del Departamento, ahí estaba Alicia dispuesta y eficiente. Sus aportes al Mes de la Hispanidad, el Mes de la Mujer, la Asociación LGBT del college, entre muchos otros, quedan en el co-razón de sus colegas quienes se unieron desde todas las facultades para  homenajear y evo-car su paso por las aulas neoyorkinas.

Teniendo una extrovertida personalidad, Alicia no era sin embargo amante de las fies-tas y salidas nocturnas. Desaparecía cuando comenzaba a sonar la música y los colegas empezábamos a bailar; y aunque cada año la invitaba a mi cena navideña, pocas veces lle-gó, dejando que fueran Dinapiera y Gerardo quienes la representaran en tales affaires.

 un lugar para crear y existirNueva York puede ser un lugar inhóspito y excluyente, pero para quienes como Alicia supieron adaptarlo a sus intereses vitales y profesionales, se vuelve refugio seguro con-tra la violencia exterior y los dramas dejados atrás con el exilio. Al asilarse en los Estados Unidos, a principios del nuevo milenio, Per-domo perdió un país y ganó una geografía: la circunscrita a las coordenadas del barrio dominicano donde, pese a no comulgar con la bachata y el merengue, halló inflexiones, olores y, en especial, sabores cercanos a su periplo caraqueño.

De hecho, no tenía que andar muy lejos para descubrir mercados y botánicas donde locali-zar los instrumentos pertinentes al recetario criollo y al culto de sus deidades tutelares. De los resultados creativos, provenientes de la al-quimia gastronómica en su minúscula cocina y la construcción de sus complejos altares, la autora extrajo el sustento material y espiri-tual para enfrentar el dolor de la separación de sus seres queridos a quienes, dado su esta-tus migratorio, por varios años no pudo visi-tar sino con el pensamiento, a menos que se desplazaran hasta su apartamento siempre acogedor y accesible. Allí tuve, por ejemplo, la oportunidad de cantar boleros con Milagros Socorro de paso por la ciudad y recobrar, tras varias horas amarrando hallacas, el reperto-rio romántico venezolano desde la bien surti-da discoteca virtual de Alicia.

Porque la distancia física no alejó a la escri-tora de sus afectos e intereses que, en la arena literaria, se correspondían con las sexualida-

des otras, la crítica feminista y la novelísti-ca de autoras comprometidas con el discurso político de los años sesenta –donde destaca el poder de historiarlo con su prólogo a No es tiempo para rosas rojas de Antonieta Ma-drid–, teniendo ello un lugar privilegiado en sus cursos universitarios, ensayos y ponen-cias nacionales e internacionales.

Los proyectos literarios y académicos de la comunidad hispana en Nueva York se vieron enriquecidos con los aportes de Alicia Perdo-mo quien, desde su lugar escogido para crear y existir, siguió promoviendo la literatura ve-nezolana y homenajeando a escritores de aná-logas resonancias. Darío Lancini, por ejem-plo, de quien publicó una personal semblanza en Enclave, la revista que coedito desde el Centro Graduado de CUNY. O la misma Elisa Lerner, sujeto de varias charlas y artículos promovidos, entre otros, por el Latino Artists Round Table (LART), cofundado por la autora asturiana, y compañera de oficina de Alicia en BMCC, Paquita Suárez Coalla.        

Hasta Bob Dylan y su discutido Nobel en-contraron eco en la pluma de Perdomo, según la tesis de que compositores como Agustín Lara y María Greber, cuyas letras le gusta-ba tararear, hubieran podido ser candidatos y hasta ganadores del Premio de la Academia Sueca. Aquí Gotham –precisada por el mis-mo Dylan como “la ciudad donde uno podía morir congelado en medio de una calle con-currida y nadie se daría cuenta”– entra en la diégesis probando y probándose mediante lo sabroso del léxico y sus variantes argumen-tales. El Museo de Arte Moderno (MoMA), las fotografías que de la ciudad consagró Al-fred Stieglitz, la revista Rolling Stone, donde se perfilaron muchos de los cantantes de la escuela del Hudson, espejean la escritura de Perdomo llevándola, como el flâneur de Bau-delaire, por una topografía que en el entor-no limitado por la isla de Manhattan va, de los más icónicos rascacielos al sur, hasta un bosque natural en la punta norte. Un bosque, además, muy próximo al edificio de Alicia, trayéndole con su verdor la exuberancia de otras geografías.

 escritura a contracorriente desde el paisaje neoyorkinoFrente a la pantalla del ordenador desde su ho-gar en Washington Heights o desde su oficina universitaria frente al Hudson en Tribeca, Ali-cia Perdomo dominaba la isla de norte a sur y, con idéntica presteza, las claves de su escritu-ra. Ajena a la arrogancia que suele enquistar-se en los espacios intelectuales y académicos, fue creando un sutil y sagaz corpus crítico, dis-perso hoy en publicaciones universitarias e in-dependientes, como continuación a la carrera de editora, investigadora y ensayista iniciada en Venezuela durante los años ochenta.

Como todo intelectual que se precie, Perdo-mo despertó pasiones, ya fueran a favor o en

contra, lo cual le ganó amigos pero también enemigos, si bien las decepciones no hicie-ron mella en su capacidad de trabajo ni en la ecuanimidad de su línea argumental. Ello era reflejo de un talante ético e imparcial que en su posición, por ejemplo, de redactora de una revista universitaria, le hacía pedir que la publicación de un artículo polémico se hi-ciera junto a otro de sentido opuesto, a fin de mostrar las dos caras de un mismo asunto y desmantelar la presión de los grupos de po-der. “¿Quién ejerce el poder? Y ¿dónde lo ejer-ce? (…) no se sabe quién lo tiene exactamen-te; pero se sabe quién no lo tiene”, puntualizó en el estudio sobre Elisa Lerner, refrendando con ello tal actitud y exponiendo la red de re-sentimientos y chantajes, donde más de una vez se vio envuelta sin buscarlo, sufriendo en carne propia las componendas de quienes lo detentaban.

Pero pese a los males exteriores y los fan-tasmas interiores, la autora supo empinarse por encima de las miserias, produciendo una obra que revaloriza fundamentalmente la es-critura hecha por mujeres en Venezuela y la inserta en el canon continental. Ello, parale-lamente a su exploración de la “avidez de lo otro”, tal cual asentó a propósito de su lectura homoerótica de Lezama Lima, haciendo aco-pio del aparataje teórico tocante a los estudios de género y el neobarroco latinoamericano, en un ensayo donde disecciona el acaecer de un ente escindido.

“Un único ser dividido”, como calificó ella al cubano, oscilando entre el placer barthesia-no del lenguaje y el desenfadado erotismo de Bataille, en cuanto a la verbalización de la au-téntica dirección de su deseo. Preocupación esta que se hallaba igualmente en su imagina-rio, por pertenecer asimismo a lo que Arman-do Rojas Guardia definió como “una especie amorosa para la que no existe, diseñado, un orden cultural”, especialmente en el ámbito hispanoamericano. Una verdad, que la llevó a arelarse en una geografía más conducente a poder expresarse abiertamente, tan pron-to se deshizo de la “máscara” que constreñía su libertad de amar y de escribir. Porque, tal cual ella misma formuló refiriéndose a Bryce Echenique, “en el fondo de todo acto escritu-ral, la primera intención de quien lo realiza es revelar su propia imagen”.

En la última parte del recorrido vital e in-telectual, desarrollado a plenitud desde el paisaje neoyorkino, Alicia Perdomo reveló y nos reveló los pormenores de un hacer y es-tablecer dables de fundar una casa por parti-da doble: la que construyó y nos brindó, jun-to a Dinapiera Di Donato, y la que erigió con el resplandor de la escritura, iluminando las dos facetas de su devenir como mujer y como ensayista. Imagen y reflejo, entonces, la vida y la obra de Alicia Perdomo quien, como la otra Alicia, seguirá observándonos eterna-mente desde el otro lado del espejo.

HomEnAJE >> EN MEMoRIA DE ALIcIA PERDoMo (1963-2020)

ALIcIA PERDoMo / coRtESíA

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el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020 8 Papel Literario

aliCia PerdoMo

En la prehistoria literaria de Antonieta Ma-drid (su libro de poemas), hay una marcada predilección por la primera persona gramati-cal (producida por un intento de afirmación) y allí el erotismo inunda cada palabra. Recurre a la tectónica con la marcada intencionalidad de subrayar palabras esenciales para constitución del símbolo poético, y tras una larga sucesión de imágenes, se revela el sentido. Igual ocurre con algunos relatos de Feeling, donde la tectóni-ca sirve para ‘‘tejer” la anécdota.

En la obra de Antonieta Madrid, el hombre aparece como un factor de desequilibrio para la mujer. Ese hombre, para Alicia Segal, es repre-sentativo de la burguesa clase media típica de los sesenta. La ciudad aliena al hombre, lo ena-jena y finalmente, lo destruye. Dentó de estos cuentos, la irrupción de mundos oscuros como el subconsciente y el inconsciente, contribuyen a crear una obra de difícil acceso. La locura apa-rece y las causas que la originan son muchas: desarraigo, soledad... El hombre, por efecto de la enfermedad mental, cae en el absurdo. “La muerte en vida de la locura. Papá. Día a día se fue alejando de nosotros. Acorralado, espanta-do, se fue hundiendo en la locura, huyendo de la vida”. En Ojo de pez, la novela hecha con esfera, luneta, escuadra, compás, que es caleidoscopio y espejo roto, todo a la vez, la estructura de la

HomEnAJE >> EN MEMoRIA DE ALIcIA PERDoMo (1963-2020)

Esas mujeres amorosas“Ejerció la crítica literaria y se especializó en los problemas narratológicos de la literatura latinoamericana de los siglos XX y XXI. Fue colaboradora de varias revistas y periódicos venezolanos y extranjeros y publicó varios libros en torno al problema de la figura del narrador y sus variaciones”

narración es bastante complicada. Si de los re-latos de Feeling se ha dicho que son una novela “cajón”, (“cajón de sastre”) es decir, se conver-tiría en novela si uniéramos cada uno de los re-latos con una delicada urdimbre, de Ojo de pez debemos decir que allí hay un intento de agotar las técnicas fotográficas, cinematográficas (que había usado en No es tiempo para rosas rojas). Tanto en Feeling como en Ojo de pez, Antonieta Madrid recurre a las “muñecas rusas” o a las “cajas chinas”; a la técnica de los círculos con-céntricos y a lo cíclico en su acepción tradicional (Ouroboros). En el caso de “Transmigración” el proceso de desdoblamiento se opera a diferentes niveles. Uno de ellos por la técnica del espejo. Todo se sucede con sistemática circularidad a la manera de un tiovivo caleidoscópico. La estruc-tura de los relatos está basada en un juego de piezas. Hay un orden abierto y una combinación en la que cada lector escogerá lo que ha querido leer. Madrid utiliza todos los recursos que están a su alcance para estructurar su obra.

Antonieta Madrid fragmenta la realidad, la lle-va a los límites de lo fantástico y relata sucesos traspuestos al mundo íntimo. En el relato, un plano presenta una visión realista de los hechos narrativos, otro plano, simultánea y paralela-mente, transmite con idéntica naturalidad, una versión sobrenatural de esos mismos hechos. La narración se apoya, equitativamente, sobre lo concreto y lo fantástico. Logra así, llevar el rela-

“El espejo empañado o la (pre)historia literaria”. Un fragmentoto en medio de dos planos paralelos. Allí, el escri-tor asoma sus entrevistas (a través de indicios) y señala el verdadero destino hacia donde enfila el relato. Después viene el final explosivo y la per-spectiva de irrealidad ha trascendido... Se capta lo retratado desde múltiples facetas. Se renuncia a la perspectiva lineal. Se presentan varios aspectos del objeto en un mismo plano, simultáneamente. Todo está fragmentado. Todo acaba en el lector. Aquí tiene un papel preponderante el lenguaje, la gran obsesión de la escritora: “Me siento subyu-gada por el lenguaje y creo que crear un lenguaje propio sería el más importante logro dentro de mi trabajo. En segundo lugar está la estructura y la fidelidad de los contenidos”. Sus relatos pro-ponen sus propias imágenes como único mensaje que accede al texto. El espejo es la isotopía nar-rativa. El espejo muestra la metamorfosis de los personajes. La madre siempre está ausente y el hombre perturba. El espejo mezcla diferencias “mediante una relación impalpable que nadie puede desatar” ... Lenguaje y actitud coinciden para tejer una red de complejas significaciones. En última instancia, estas narraciones de Feeling se convierten en un juego pirotécnico.

 *El ensayo “El espejo empañado o la (pre)historia literaria” pertenece al libro La ritualidad del poder femenino. Parodia, fantasía e ironía en Antonieta Madrid, publicado por Fundarte, colección cuadernos de Difusión, caracas, 1991.

José Pulido

alicia Perdomo y Dinapiera Di Donato son dos nombres de mucho significa-do para la literatura venezolana. Han sido compañeras de vida y de amor

durante más de veinte años. Hace pocos días falleció Alicia. Ellas vivían en la calle Bogar-dus Place, en Nueva York. Como quien dice: han convertido esa calle en un texto propio, en un recuerdo literario que también será útil para hablar de amor.

Dinapiera, mientras hacía todas las diligen-cias habidas y por haber, con Alicia tan lejos ahora pero ahí mismo, ordenaba libros, revisa-ba los hábitos que ya no están; las fotografías de ellas, las plantas con flores que dejaban los vecinos ante su puerta como una condolencia.

El calor del verano jamás se ha condolido de los techos, de las azoteas, de la vegetación, de los cuerpos.

Dinapiera va y viene angustiada, entre vapo-res de verano y lágrimas. Ella sabía de clases, de aulas, de diálogos sobre poesía o narrati-va, de profesoras enseñando y alumbrando situaciones; pero no de morgues, de funera-rias, de esos otros papeleos. Tampoco había concebido un novenario íntimo, propio, a so-las. Acompañada a distancia por sus amigos y familiares.

Creo que la muerte de una mujer que desbor-daba sabiduría y amor por la vida, es más do-lorosa porque a eso se agrega el dolor de Dina-piera. A mí, en lo particular, me afecta mucho el dolor de una poeta como Dinapiera Di Dona-to. Ella es una especie de savia que va y viene, llevando y trayendo sensaciones que parecen insinuar la existencia de un universo donde el sentir y el pensar son unos lugares transparen-tes y elevados. Igual o parecido a subir hasta la cúspide del Ávila y observar Caracas.

Con Alicia Perdomo el país ha perdido uno más de sus mejores hijos. Ella pisaba firme los senderos y enseñaba a transitar con firmeza en el conocimiento de la creación literaria que im-plica también saber de la existencia.

Ella tenía esa seguridad intelectual que da el conocimiento y además de servirle para anali-zar y escribir, investigar y opinar, la usaba pa-ra disfrutar una canción o un buen momento,

uno de esos en que la luz del día se presta para iluminar las zonas profundas donde se guardan los mejores recuerdos.

“Alicia Perdomo era doctora en Letras, gra-duada con honores en la Universidad Simón Bo-lívar. Se desempeñaba como profesora en The City University of New York. Ha sido Visiting Scholar en New York University, Yeshiva Uni-versity, Fordham University y el Fashion Insti-tute of Technology de Nueva York.

Ejerció la crítica literaria y se especializó en los problemas narratológicos de la literatura la-tinoamericana de los siglos XX y XXI. Fue co-laboradora de varias revistas y periódicos ve-nezolanos y extranjeros y publicó varios libros en torno al problema de la figura del narrador y sus variaciones. También desarrolló investi-gaciones en torno al nuevo discurso político y sus variantes en el texto cultural venezolano”.

Publicó La ritualidad del poder femenino (1991) y Análisis de... una colección de la Edito-rial Panapo basada en cincuenta y dos obras de autores de diferentes lugares de Latinoamérica y el mundo (de 1996 en adelante).

Estudió a fondo la novela Paradiso:“En Lezama, el apoderamiento de la realidad

y la necesidad de cantar la imagen, se logra a través de la duplicación y del espejeo. Catóptrica de la estructura. A veces la mirada se desvía y se fija en el espejo equivocado. Algunos de estos personajes que se desplazan por Paradiso bus-can el rostro y no la máscara. A veces se des-prenden la máscara y arrastran jirones de piel. Buscan su imagen: la inconfundible y jánica imagen. La única, entonces. Foción, Fronesis y Cemí (o Foción-Fronesis-Cemí) tratan de encon-trar la imagen que necesitan de sí mismos. Por eso la necesidad de códigos kinésicos: metalen-guaje de gestos y miradas, de existencias que se ven y miran vivir la una en la otra. Cemí-Fro-nesis-Foción rescatan la imagen que necesitan del infierno donde están. Existe la necesidad de sentir al otro y de verse vivir en él, una hermosa definición de amor según María Zambrano. Esto es: la avidez de lo otro. Lo uno y lo otro: másca-ras distintas de un único ser dividido”.

Habló de la escritura femenina:“La novela hecha por mano de mujer –¿Feme-

nina?– está llena de anécdotas que cuentan o hablan de un salto. El salto generacional y los

van desde datos o episodios históricos escritos o recogidos oralmente hasta las revistas del cora-zón o femeninas. Maneja las fuentes históricas –casi cinco décadas– como si fueran fuentes pe-riodísticas actualizadas, creando paralelismos entre la historia y el acontecer”.

“Lerner–escritora se fascina frente al mode-lo cinematográfico de las actrices de los años cuarenta y cincuenta.   Por ello, hay un plano de mediación que lo concede la ficción y es a partir de esa mediación que los personajes se transforman y Lerner–personaje–escritora, se asume otra.

 La libertad puede turnarse como versión teó-rica que se revierte en el deseo de ser otro, de as-pirar a la galería de posibilidades. Nótese que el planteamiento ideológico es la libertad, pero su concreción está en la libertad de ser otro, para lo cual –contradictoriamente– se imitan modelos pa-rodiándolos y, obviamente destronándolos. Para lograr este proceso, los paradigmas son impres-cindibles. El personaje se va a apropiar de un ima-ginario periférico (que funciona como mediador entre el personaje–sujeto y el objeto de deseo–li-bertad). Recurriendo al imaginario–pasión, se te-je la red para escapar de la vida cotidiana siempre alienante, devastadora. En este contexto, ello im-plica querer ser otro: ser esas mujeres, esas actri-ces o ser esas exitosas escritoras de folletines co-mo Corín Tellado o las escritoras de aeropuerto”.

 De Massiani y su Piedra de mar dijo, en-tre otras cosas:

“La trama de la novela se va armando me-diante las conversaciones reales o imaginarias de Corcho, el personaje narrador, con los otros personajes y consigo mismo, diálogos a través de los cuales vamos penetrando en el alma de estos personajes, para quienes el mundo exter-no pareciera siempre estar haciéndose, como un oleaje, frente a ellos, sin que, en definitiva, eso los afectase demasiado”.

Es necesario repetirlo: Alicia Perdomo y Dina-piera Di Donato son dos nombres muy especiales –juntos y por separado– para la literatura vene-zolana. Han compartido una vida de amor y de experiencias durante más de veinte años. Hace pocos días falleció Alicia. Ellas vivían en la calle Bogardus Place, en Nueva York. Como quien dice: han convertido esa calle en un texto infinito, en un poema que por tal condición no se marchitará.

 Dinapiera ha desmenuzado el tiempo y lo ha convertido en recuerdos: una andanada de li-bros, de textos, y las visiones de allá afuera, donde los verdores procuran insinuaciones de una selva que no existe.

 Dice Dinapiera: “La calle Bogardus Place (mi calle); la parte del altar de Alicia (de sus maria-lionceros particulares) con la cerveza saporo, una de las favoritas.

 Estoy agotada y el Facebook me cambia to-do y olvido las llaves dentro de casa y dejo en la calle mi chal blanco favorito y voy a leer a Cartarescu (le estoy cambiando el nombre) con algo de la Montaña mágica...porque ya no pue-do más;

empecé a escribirte y no era yo, sino alguien desconocido que se enredaba en sus palabras.

Claro...no era el mejor lugar para escribir...supuestamente era la cola de la funeraria.

El calor va y regresaAlicia no regresani hay que molestarlasolamente ha pasado un mes y parecen siglos.Aquí vine, a ver si los poemas pasan adelante y

se sientan y yo pueda al fin dormir un poco más pero no tanto como para no darme cuenta”.  

cambios que, a marcha forzada, han modifica-do el panorama y han revelado secretos odios amorosos. En el caso específico venezolano, se produjo un total descuadre entre el guion de vi-da –o patrón– diseñado e impuesto por las gene-raciones anteriores a la década del cincuenta y esa pesada herencia hubo de modificarse”.

Escribió sobre la novela de Antonieta Ma-drid, No es tiempo para rosas rojas:

“Para la narradora, el recuerdo está íntima-mente asociado con la primera experiencia amorosa lacerante que sigue siendo uno de los temas más importantes en la novela hecha por mujeres. Pero el enfoque cambia: se investi-ga el efecto del amor sobre la concienciación de la mujer (y, obviamente, se indaga en el inconsciente)”.

Sobre Elisa Lerner señaló, en un libro impecable:

“A Elisa Lerner no le interesan los rasgos épi-cos de la historia sino la pequeña historia, la historia particular de Venezuela y más la que no se escribe en los libros: las anécdotas que

ALIcIA PERDoMo / coRtESíA

ANtoNIEtA MADRID / VASco SzINEtAR

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Papel Literario 9el naCional DoMINGo 25 DE octubRE DE 2020

alFredo anGulo riVas

“Presumir de listo es de tontos, al final la vida se encarga de ponernos en el sitio”. La dificultad es que no todos ela-boramos del mismo modo la experien-

cia, y la sordera interior es una posibilidad que puede alcanzarnos sin más. Digo enton-ces que vale la pena mirar con nuevos ojos el viejo asunto de la vida ligera.

Johan Huizinga fue un espíritu libre que vio en la cultura una clase de juego con el que da-mos sentido a las cosas. Requerido para escri-bir una historia de las emociones, el escritor holandés respondió con una propuesta tenta-dora: la historia de la vanidad. La verdad es que nunca acometió esa tarea, acaso porque anticipó alguna seducción inconfesada entre el autor y su tema. 

¿La vanidad es una distorsión de la com-prensión que menoscaba la prudencia y per-judica el interés propio? Objetará el lector que nadie está hecho de una sola pieza, y que cada quien es una prolijidad de seres. Así y todo sigue en pie la definición del bien que refrena al monstruo que nos habita; esto es “la prudencia de no llegar a ser todo lo que uno es”. Luego habrá que insistir en que una vida sin examen es un llamado al autoenga-ño, la complacencia convertida en destino irremediable.

Leo en mis notas que la vanidad se empa-renta con “el espejo que forma el yo”, y que su presencia parece estar adherida al sí mismo, al egoísmo, y a cuanto sea idéntico. De esos costados del ser humano ha dado cuenta el pensamiento moral, que el asunto es sabido, y que también la sed de originalidad para es-cribir puede terminar en un terreno baldío. Así que este es el envite: en la repetición es posible encontrar la diferencia.

Si un ensayo es la combinatoria de un par de temas, vanidad y escritura son asuntos entre-tejidos por “lo humano”. Escribir supone al-guna dosis de narcisismo, tener algo que decir y vigilar las trampas de la conciencia. Así por caso el abrazo que nos dan los prejuicios. Uno es suponer que el vanidoso escribe con pala-bras rebuscadas, que no es así. Los conceptos del lenguaje culto son una garantía para rea-lizar la comunicación general.   

Vanidad es citar a muchos autores o no alu-dir a nadie en particular. Acudo a The Cam-bridge Dictionary of Philosophy, busco qué es el concepto, encuentro que son ideas, estados mentales, palabras aplicadas a una entidad, y es una habilidad para clasificar. Más que una realidad física, aquí el discernimiento es moral. La vanidad, tal cual los hechos de la cultura y la sociedad, supone acuerdos inter-subjetivos y un lenguaje compartido. Su reali-dad es epistémica, y en absoluto descifra una proposición ontológica.  

Se atribuye a Evagrio el Monje la autoría de la primera relación de ocho grandes pecados, un inventario en el que incluye la pasión de la vanidad. Que el pontífice Gregorio Magno redujera el contenido a siete pecados capita-les nos permite suponer que todo catalogo es un recurso falible. Clasificar orienta, ordena, sirve para discriminar, y acaso para ser for-mulado y fijado por un alfiler en nombre de alguna forma ideal.   

Convengamos pues en que el concepto es el arte de la mente humana construyendo con-densados de sentido. Pienso en Reinhart Ko-selleck, el historiador germano para quien los conceptos eran “campos de batalla semánti-cos y concentrados lingüísticos temporales” que depositaban las experiencias históricas de las sociedades. Pero la vanidad, más que un ámbito contencioso, es la imbricación de significados en el dominio de la comprensión humana. 

“Ah vanidad, en tu dominio moran los actos salientes de una historia de oro, y en tu heri-da se labra el origen de iras y caprichos. Si

“Si un ensayo es la combinatoria de un par de temas, vanidad y escritura son asuntos entretejidos por lo humano. Escribir supone alguna dosis de narcisismo, tener algo que decir y vigilar las trampas de la conciencia”

Ensayo sin garrote para una historia de la vanidad

ha de ser cierta tu existencia ubicua, ¿cómo engastar en la fijeza de un concepto los trozos demolidos del ser que vamos siendo?”

La distracción de la anécdotaHay una tensión interna muy grande, es-

cribir sin presumir. Una parte supone la co-municación ideal, la otra al lector soberbio. ¿Qué propósito mueve al escribir?, ¿soñar con la admiración del lector o suscitar la conte-nida interrogación modesta? Puestos en esa disyunción, escribir es una elegía al amor vo-luble. Porque aquel es un oficio a la altura de Sísifo, el pulso sin una victoria definitiva. Ah, “ese frío y ladino verbo escribir”, ha di-cho con puntería Anne Carson. 

No, no es posible contar todo como presume el historicismo. Pensemos en que la historia es en esencia una práctica significativa. “Des-de hace cuatro siglos”, valga suscribir al fran-cés Michel de Certau, “hacer historia ha con-ducido a la escritura, a un modo que fabrica guiones capaces de organizar un discurso que sea comprensible”. Hacer la crítica historio-gráfica en lugar del dato histórico, redime al ser humano de la distracción de la anécdota. Y del pasado que nunca pasa. 

La idea es plausible: hubo más que un úni-co lugar en el origen del “primer fuego que calienta la existencia”. Occidente es hoy una forma rechazada, sus críticos objetan que es una dominación decadente del macho blan-co cristiano. El polo ha perdido influencia, si bien mantiene su potencia explicativa. Mirar a Atenas y Jerusalén, al cruce de helenismo y judaísmo, es asumir una tradición y un re-pertorio argumental. Es el que elijo.

“Enfermedad sagrada” llamó Heráclito a la vanidad. Cabe suponer que con sus palabras se refería a un estado de insania mental y a una potestad divina que sobrepasa al prome-dio humano. El hebraísmo a su vez concedió a la vanidad una existencia omnipresente. Tem-prana además porque Abel, hijo de Adán y Eva, aliento y soplo, fue también encarnación de la vanidad, “así llamado por su corta vida y súbita muerte”. 

Tucídides, el guerrero caído que supo con-vertir el exilio en escritura, hizo bien al des-confiar de su propio juicio: “Coincidimos en que fue esto lo que vimos”, así dijo con sana precaución metódica, para luego postular las tres motivaciones del poder: el interés, el mie-do y la vanidad, la fórmula concentrada de una filosofía de la historia rebatida por quie-nes ven en esta discontinuidad, ruptura y va-riedad de escalas en el tiempo. 

Aunque el engreído es capaz de hacer daño reconocible, en Ética a Nicómaco el vanidoso es más tonto que malvado. “Necio e ignorante de sí mismo, asume empresas honrosas para luego quedar mal”. La nuez dura del asunto es que Aristóteles se refería así a un tipo es-pecífico y no a la humanidad en su conjunto.

Aquí la vanidad es una pasión discernible en-tre la variedad de la especie humana.

A más de ser un libro de principios éticos, Eclesiastés señala la incertidumbre de la exis-tencia. Vanidad de vanidades resume la con-vicción de la fatuidad de las cosas, la vida hu-mana unida sin remedio a la muerte. Por su origen etimológico, el significado de fatuo se relaciona con un estado de delirio profético, un fenómeno psíquico que aún pervive en el habla alucinada de quienes padecen del sín-drome de Jerusalén.  

Una a otra, en la tradición grecorromana la vanidad es una pasión enferma. Desconocer la finitud es nocivo, daña por la inflación del ego. Narciso carece de experiencia porque es-tá aislado. Impedido de meditar sobre su na-da, queda asfixiado por su propia imagen. La filosofía cristiana, a su vez, entronca la an-gustia del tiempo de la tradición hebrea con el propósito de trascendencia, de tal modo que su realidad definitiva no es de este mundo.  

Acaso esta sea una consideración plausible acerca de la condición humana: “Jesús en la cruz hizo un sacrificio innecesario”. Pero en Imitación de Cristo, Tomas de Kempis había postulado que aquel era el modelo a seguir. “Vanidad es larga vida y no cuidar que sea buena”, escribió para criticar el sesgo inte-lectual de su tiempo. “El conocimiento es el temor a dios”, eso dijo el religioso, aserto con el cual ponía de manifiesto la comunicación entrañable entre ciencia y religión.  

Bien pudiera decirse que más que un hom-bre fue un tipo humano. Agitador de visiones delirantes, Gerónimo Savonarola supo esti-mular la práctica de la hoguera de las vanida-des, el incendio de miles de obras de arte, es-pejos y libros considerados objetos de pecado. Su propósito de pureza cristiana exacerbada por el ayuno y la mortificación de la carne termina en el suplicio. El profeta desarmado resulta abatido por el principio eficaz del po-der, y el concepto fue el intercambio promis-cuo entre lo viejo y lo nuevo.      

“Entonces creyeron fijar la cifra de los pro-pósitos humanos fallidos y secretos. Aquel era el libro total, suprimido cada noche y re-comenzado cada día. Convencidos de la inuti-lidad de su escritura, consiguieron que toda historia es apenas el presente que interroga. De la madeja indeterminada de la realidad extrajeron el hilo de la vanidad herida. Los escribas consignaron más tarde que pareja energía tuvo la vida vana, una metáfora de la cansada entraña humana”. 

No, no es posible presumir de un ensayo sin Miguel de Montaigne. El ser humano, la más frágil de las criaturas dijo, presumía de igua-lar a dios “y atribuirse cualidades divinas” que elegía él mismo. Pero hay otra dimensión acaso más significativa en su escritura: ese que al hacer ensayos no puede producir resul-

tados. Y que mejor aún propone un método de trabajo: si el tema no lo conoce bien, por eso mismo lo ensaya.   

Es posible que nadie se libre de la vanidad, hay mendigos que piden con garrote, pero de ser una realidad moral unánime, sería impo-sible distinguirla. El psicoanálisis enseña a no avergonzarnos de nuestros apetitos, aun-que la “vanidad es el deseo incoherente” sin convicción ni trascendencia ni cuidado de sí. Pero vamos, la superación de los agrega-dos psíquicos de la vanidad es solo técnica de autoayuda; se trata más bien de enfrentar su recurrencia.    

Quizás la cuestión última de toda historia es: ¿qué es el ser humano? Uno puede distin-guir la metáfora vegetal en Aristóteles, sin voz, dijo, el hombre sería apenas algo más que una planta. En Lutero, el humano es un “fuste torcido” sobre el que no hay modo de enderezar. Y en Isaiah Berlin, un” débil jun-co pensante”. Así y todo, quizás la metáfora mineral encaje mejor en el proceso de llegar a ser: el humano es una piedra preciosa que debe ser tallada por el trabajo de la cultura y la educación.    

Porque el sufrimiento está lejos de curar la vanidad; una desgracia demasiado gran-de forja un alma impasible. Y sin embargo: si entendemos por cultura algo como los lentes a través de los cuales un grupo de personas ve de modo ineluctable el mundo, entonces cul-tura es sinónimo de conciencia, algo absurdo por su generalización, contraria al recorte de la realidad, que es el servicio del concepto. En fin, la invitación es a pensar, no a pensar distinto, a pensar.

Y sin garrote. El cuidado de sí es reflexionar sobre la propia experiencia, el encuentro con personas bondadosas y lecturas adecuadas, cuidarse del sueño del aplauso, y descreer de las falsas tierras firmes de poder, riqueza y notoriedad. Ah, pero nada de alarde de pure-za ni alejarse de la vida, es fortaleza interior, contra la desesperación, la severidad y el can-sancio de que todo es vano.     

Cuesta bajar para el narciso de YO SOY. “Se aprende así, una vez más”, recuerda el espa-ñol José María Esquirol, “que a lo más alto no se puede acceder sin pasar por la nada”. Apenas un guijarro lavado por las aguas in-memoriales del tiempo, eso concede al ser humano la metáfora mineral de la mejor poesía.  

“Así hallaron que el polvo volvería al polvo, barrido de la tierra por el cataclismo, la gue-rra, o por el paso mismo del tiempo, olvidado por la historia como otro esfuerzo inútil y pue-ril de aquellos pequeños seres desmesurados. Otros, insomnes, recordaron su finitud, advir-tieron las asechanzas, pero su relación con la realidad había caído en desgracia, hundida la verdad en el ojo del entretenimiento”.

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LA VANIDAD DE LA VIDA (SIGLo XVII), ANÓNIMo / MuSEo NAcIoNAL DE bELLAS ARtES DE ARGENtINA