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SHERLOCK HOLMES
Y EL RAZONAMIENTO LÓGICO EN LA NOVELA DETECTIVESCA
Por: Oscar Soto
"To a great mind, nothing is little."
Sherlock Holmes
ORÍGENES DE LA NOVELA DETECTIVESCA
Un pescador encuentra un cofre pesado. La promesa de un tesoro maravilloso llama la
atención del Califa Harun al-Rashid, quien compra el cofre y ordena a sus súbditos que
lo abran de inmediato. Sus ojos ambiciosos aguardan ansiosamente a que sea forzado el
cerrojo. Éste finalmente cede con un sonido metálico y el chirrido de las bisagras al
levantarse la tapa revela lo inimaginable. Un amontonamiento de miembros
ensangrentados llenan el espacio. La escena macabra es el resultado del
descuartizamiento evidente de una mujer. En su sorpresa e indignación, el califa ordena a
su bisir, Ja´far ibn Yahya, esclarecer el misterio detrás del crimen, so pena de ser
ejecutado de no obtener resultados en tres días. El día mismo de la ejecución en vista del
fracaso del investigador improvisado, dos hombres se presentan ante el califa alegando
ser el asesino de la mujer en el baúl. Ambos argullen ser el verdadero asesino, hasta que
se comprueba que el joven dice la verdad al describir el cofre a la perfección.
Confesándolo todo, el joven explica sus tribulaciones para conseguir tres manzanas del
huerto del Califa en Basra, tratando de satisfacer los deseos de su esposa enferma, quien
en su grave estado de salud, al final ni siquiera puede comerlas. Cuando el hombre
descubre a un esclavo con una de las manzanas, quien alega haberla recibido de manos de
su amante, el primero confronta a su mujer, y al ver que falta uno de los frutos, la asesina
en un arranque de celos y luego corta en pedazos para ocultar la evidencia en un cofre
que después tiraría al río. Al regresar a casa, su hijo confiesa que robó la manzana y
contó todo al esclavo quien después arrebató la manzana del niño.
No se trata de una historia de detectives. Es parte de Las tres manzanas, también
conocido como El cuento de la joven mujer asesinada; uno de los cuentos árabes
compilados en el siglo IX e incluídos después como parte de la historia de Scheherezada
en el siglo XIV bajo el título de Las mil y una noches. Sin embargo, podría decirse que
cuenta ya con los elementos que predominarán después en el thriller de suspenso y el
relato policíaco: la figura del detective (aunque en este caso totalmente forzado a fungir
como tal), el crimen, giros sorprendentes en la trama, e incluso la manera en que narra el
asesino sus motivos (a manera de flashback).
O como diría Sherlock Holmes: ya se ve en este relato el hilo escarlata del asesinato
corriendo entre la madeja incolora de la vida, y la obligación del detective es
desenredarlo, isolarlo, y exponer cada pulgada del mismo. Una obligación que requiere
que el detective se mantenga al margen de las pasiones humanas que como reacción
pudiera provocar un crimen. Ya Watson se muestra indignado ante Sherlock Holmes,
reclamándole que es en realidad un autómata, una máquina calculadora. Que hay algo en
él verdaderamente inhumano a veces.
Sherlock Holmes contesta sonriendo que lo más importante es no permitir que la razón se
prejuicie con características personales. Para él los clientes son simples “unidades” – un
factor en un problema. Las caractérísticas emocionales son antagonistas del
razonamiento claro.
En cambio, para el lector, es difícil evocar la imagen de un descuartizamiento como el del
relato anterior sin experimentar un sinfín de sensaciones negativas (repulsión, asco,
horror, etc.), y aún así, la literatura universal está repleta de semejantes imágenes.
Nuestra fascinación con el mundo del crimen es complejísima y tan antigua como nuestra
especie misma. Le aborrecemos, le perseguimos, le tememos, y, sin embargo, nos atrae
inexorablemente. Tal vez como resultado de un morbo primitivo e instintivo. Tal vez
porque en el fondo percibimos la potencialidad de todo individuo para llevar a cabo lo
impensable: Holmes asegura a Watson que la mujer más amable que ha conocido fue a la
horca por envenenar a tres niños pequeños para obtener el dinero del seguro, y que el
hombre más repelente entre sus conocidos es un filántropo que ha gastado casi un cuarto
de millón distribuyéndolo entre los pobres de Londres.
O tal vez sencillamente porque es el máximo ejemplo de la pasión humana. No hay
ninguna duda del papel predominante que juega el drama nuestras vidas; todas nuestras
manifestaciones artísticas lo reflejan. Y qué mayor drama que el crimen y el escándalo.
Todo aquello que se encuentra al márgen de nuestro mundo armónico ideal. Nos interesa
de manera particular, porque es en contraposición a todo lo prohibido que podemos loar
lo permisible. Es adivinando lo que oculta la oscuridad en un Caravaggio que podemos
gozar la luminosidad del chiaroscuro. Al parecer, nos resulta más fácil definir algo si
conocemos su opuesto. Si sabemos “lo que no es”. Pensamos en la bondad como
antítesis de la maldad. Criticamos a menudo la simplificación dicotómica entre el bien y
el mal, tildándola de maniquea. Pero nuestra fascinación con semejante dualidad a través
de nuestra historia, y particularmente de nuestra producción literaria, es insoslayable.
Desde este punto de vista reduccionista, y en palabras de Holmes, las mentes humanas
más inteligentes, en la cotidianidad, se usan para llevar a cabo crímenes o para luchar
contra ellos. De ahí la inevitabilidad de la polarización de valores.
Los elementos básicos arriba mencionados hacen que muchos consideren los relatos de
este tipo del Medio y Lejano Oriente como antecedentes directos de la novela de crimen,
o novela policíaca. En relatos chinos de la dinastía Ming, por ejemplo, los héroes
generalmente son jueces u otro oficial de gobierno, a menudo basados en personajes
históricos. En éstos, el detective es un magistrado local que a menudo está involucrado en
varios casos simultáneamente, sin relación entre si. Son una especie de historia de
detectives “a la inversa”, pues se presenta al criminal al inicio de la historia y luego se
explican los motivos del crimen. A menudo tienen un elemento sobrenatural con
fantasmas que advierten a los personajes sobre su muerte e incluso acusan directamente
al criminal. Son relatos larguísimos, pues no solo contaban con un enorme elenco de
personajes, sino también se incluían divagaciones filosóficas, textos completos de
documentos oficiales, etc.
En occidente, la novela gótica o de horror del siglo XVIII con representantes como
Matthew Lewis (El Monje, 1796) y Mary Shelley (Frankenstein, 1818), plantea
misterios que al final se resuelven de manera racional, por lo que no sorprende que
muchos la consideren junto con la novela de aventuras poblada de personajes heróicos,
como antecedentes del género policíaco.
Tampoco es raro que algunos lectores cataloguen el relato de Las tres manzanas como el
primer whodunit (contracción del inglés “who…done it?”, i.e., “who has done it?”, en
español “¿quién lo hizo?”), aun cuando semejante término se usaría sólo a partir de la
década de 1920 para describir un subgénero específico de relato del crimen.
Incluso hay quienes argumentan que si se define ampliamente al whodunit como un relato
donde se indaga la identidad de un asesino, la antigüedad del género puede rastrearse
hasta la Biblia o la tragedia clásica griega. En los textos apócrifos del Libro de Daniel,
por ejemplo, dos hombres observan en secreto a Susanna, la esposa de un hebreo,
mientras se baña en su jardín. De camino a casa, la abordan y amenazan con calumniarla
diciendo que la han visto encontrarse con un joven extraño en el jardin, si no acepta tener
relaciones sexuales con ellos. Susanna se niega a ser chantajeada, y es sentenciada a
muerte por promiscuidad. Oportunamente, Daniel aparece y al interrogar a los dos
hombres por separado, descubre que los detalles que relatan difieren el uno del otro,
particularmente respecto al tipo de árbol bajo cuya sombra supuestamente se encontró
Susanna con su amante. Al descubrirse la mentira, Susanna es liberada y los
calumniadores son ejecutados.
En el caso de la tragedia griega de Sófocles, Edipo Rey, el joven rey tebano investiga el
asesinato de Layo hasta su máxima consecuencia: descubre que se ha cumplido la
profecía del oráculo de Delfos al haberse casado con su propia madre y haber sido él
mismo quien asesinó a su padre sin saberlo.
FUNDAMENTOS DE LA NOVELA DETECTIVESCA
1747
En su libro Zadig o el Destino (1747),Voltaire relata la historia de Zadig, un filósofo de la
antigua Babilonia. En el capítulo tercero, El perro y el caballo, el jefe de eunucos de la
reina y el cazador principal del rey preguntan a Zadig si ha visto pasar a la perra y el
palafrén favoritos de la pareja real, que aparentemente han escapado. A pesar de
describir ambos animales en detalle a los inquiridores, niega rotundamente haberlos visto,
por lo que es llevado preso y condenado al azote y al destierro en la desolación de
Siberia. Aún cuando encuentran a los animales, y es transmutada su sentencia a una
considerable multa, acude Zadig al tribunal para defender su inocencia. Allí explica
cómo dedujo a la perfección las características de los animales de la minuciosa
observación de diferentes detalles que éstos como rastro habían dejado en la arena, las
piedras, y los árboles por donde pasaron.
1819
E.T.A. Hoffmann, el polifacético artista del romanticismo alemán que inspiraría después
la ópera Los cuentos de Hoffmann de Offenbach, publicó en 1819 Das Fräulein von
Scuderi. Erzälung aus dem Zeitalter Ludwig des Vierzehnten (La señorita Scuderi. Relato
de la época de Luis XIV). Se trata de una poetisa en el Paris de Luis XIV que se esfuerza
primero por esclarecer el misterio detrás de una serie de robos de joyas y asesinatos
recientes, y luego, por defender al sospechoso principal, cuya inocencia confirma.
1829
En la historia de crimen danesa The Rector of Veilbye de Steen Steensen Blicher (1829),
escritor costumbrista y creador de la prosa literaria en danés, el juez y sheriff de Vejlby,
Erik Sørensen, investiga el presunto homicidio de Niels Bruus a manos de su empleador,
el párroco Søren Qvist, quien se declara culpable, dada su confusión ante la avasalladora
evidencia presentada en su contra y se condena a sí mismo a muerte por decapitación.
Presionado por el hermano del difunto Bruus, Sørensen acepta la sentencia y Qvist es
ejecutado. Veinte años después, al reaparecer vivo Niels Bruus en la aldea, se descubre
que todo había sido parte de la venganza de su hermano contra el ministro por haberle
negado la mano de su hija en matrimonio.
1839
Muchos consideran que el noruego Maurits Christopher Hansen escribió la primera
novela de crimen en 1839: Mordet på Maskinbygger Rolfsen (El asesinato del fabricante
de máquinas Rolfsen).
1841
Es en 1841 que aparece por primera vez el detective C. Auguste Dupin, creado por Edgar
Allan Poe, en Los asesinatos de la calle Morgue, y reapareciendo posteriormente en El
misterio de Marie Rogêt (1842) y La carta robada (1844).
1852
El inspector Bucket, primer detective que aparece en las letras británicas, intenta
esclarecer el asesinato del abogado Tulkinghorn en la novela de Charles Dickens: Bleak
House (1852).
1866
Las memorias de Eugène François Vidocq (1775-1857), ciudadano francés que se
transformara de criminal en criminalista, al grado de ser considerado el fundador de la
policía francesa, tuvieron gran éxito en la Francia de su época. No sólo alimentaron la
imaginación de escritores de la talla de Victor Hugo y Honoré de Balzac, sino que
además inspiraron a Émile Gaboriau a escribir L'Affaire Lerouge (1866), donde cobra
vida el detective amateur Monsieur Lecoq. Este último gozó de fama internacional hasta
ser opacado por la popularidad de Sherlock Holmes.
1868
T. S. Eliot describe la novela La piedra lunar (1868) de Wilkie Collins, amigo cercano de
Dickens, como la primera, la más larga, y la mejor novela detectivesca inglesa. De hecho,
el libro es considerado el precursor fundamental de la novela de misterio y suspenso
moderna, pues en él se encuentran varios de los elementos clásicos que darían al relato
detectivesco del siglo XX su particularísimo perfil:
El robo de una casa en la campiña
El hecho que el autor del crimen es parte del círculo de confianza de la víctima
La presencia de un investigador famoso
La participación de la policía local
El talentoso investigador amateur que al final resuelve el misterio
Averiguaciones
Sospechosos falsos
El “sospechoso menos probable”
La reconstrucción del crimen
Un final con giro sorprendente en la trama
Sublimando todo el proceso histórico que apenas hemos atisbado en las páginas
anteriores, éstos últimos autores facilitaron el establecimiento formal de los elementos
que se convirtieron en el canon o pauta de un nuevo género literario: la novela
detectivesca.
Debo confesar que en mis conversaciones sobre este género literario con personas de
nacionalidad mexicana, me ha llamado siempre la atención el hecho de que pocas utilizan
el término “novela o ficción detectivesca” para referirse al tema, aún cuando en países de
habla inglesa se usa frecuentemente el término “detective fiction” para referirse al mismo.
Al parecer, la mayor parte de los lectores ocasionales de este tipo de literatura utilizan los
significantes “novela de misterio”, “novela del crimen”, “novela policíaca”, y “novela
negra” para referirse al mismo significado con ligeras variantes, por lo que los utilizan
frecuentemente de manera intercambiable.
Me atrevo a pensar que este hecho no es del todo fortuito, si pensamos que una sociedad
convulsa por los efectos de la Revolución mexicana al inaugurarse el siglo XX, tuvo poco
tiempo para contagiarse de la fiebre que Europa experimentaba con el nuevo género
literario. Obras como Ensayo de un crimen (1944) de Rodolfo Usigli, aparecen sólo
después del auge de la novela policíaca estadunidense de la década de 1930, que inundó
el mercado mexicano, en esencia transformada en relatos que reflejan los aspectos más
crudos de la sociedad, como en el caso de la novela negra, y a menudo ya traducidos al
lenguaje cinematográfico del film noir.
Alguien me comentó alguna vez que habría sido más sencillo seguir el ejemplo de los
italianos, quienes conocen el género como Letteratura gialla (Literatura amarilla), pues
su acepción se aproxima más al significante mexicano de “literatura amarillista”,
vinculada a los periódicos sensasionalistas en torno al crimen.
Admito que la idea, aunque divertida, no me ha parecido del todo descabellada, pues aún
este término con sentido peyorativo, no sería completamente ajeno a la literatura
detectivesca:
Las nuevas técnicas de impresión del siglo XIX con la consecuente producción masiva de
libros, revistas y otros medios periódicos, acercaron la literatura a gente que antes no
tenía acceso a ésta, fenómeno que provocó la inevitable división del mercado de la novela
en “alta” y “baja” producción.
Siendo desde el inicio un “género popular de consumo masivo”, impreso a menudo en
diferentes “entregas” o capítulos en revistas populares, al género detectivesco se le
consideró como un “género inferior”; atributo que compartiría con la entonces también
nueva novela de ciencia ficción y cuyo estigma le persigue en cierto grado hasta el día de
hoy.
Aunque es cierto que los relatos giran alrededor de un crimen, el móvil esencial del
género es la resolución del caso utilizando la razón, basándose en la indagación y
observación, o usando la intuición y la deducción. Como ha dicho Donald A. Yates, la
historia detectivesca es un formato narrativo que aun siguiendo convenciones o cánones
específicos, debe ser llenado según el gusto y la Weltanschauung (cosmovisión) del
autor.
Por eso, aunque varios escritores encuentran el carácter cerrado de esta forma literaria
demasiado rígido y a menudo formulaico en su predecibilidad, muchos encontraron un
reto a vencer en la búsqueda de nuevos giros sorprendentes (menos previsibles) de la
trama, e incluso otros autores descubrieron que el formato los ayudaba a organizar las
ideas y concepciones que los llevaban a escribir.
De ahí que, aún considerado un género popular de consumo masivo, haya atraído a
autores de “alta literatura” como Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Friedrich
Dürrenmatt y Graham Green (el célebre escritor británico cuyas obras frecuentemente
inspiraron al film noir, y entre cuyas novelas de otro género, como anécdota curiosa, se
encuentra El poder y la gloria (1940), ambientada en el México de la turbulenta guerra
cristera, y que por cierto, fue también publicada bajo el título de The Labyrinthine Ways,
en español: Los caminos – o maneras, costumbres – laberínticos).
En palabras de Sergio Pitol, incluso “Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges coincidían en
que la novela policial es el género clásico de la narración contemporánea. Todas las otras
formas literarias se han transformando, menos esa novela cuyo canon no ha sufrido
modificaciones estructurales. En ese sentido, Reyes lo compara con la tragedia griega.
Las reglas eran siempre las mismas. Cada detalle que el escritor incorpora a su relato
tiene un objetivo preciso: componer una estructura cuyo punto importante es un enigma y
su final, una revelación.”
Cuánta licencia tenemos para usar de manera intercambiable los diferentes subgéneros de
la literatura detectivesca, cuáles son las características específicas que los distinguen
entre sí, etc., son temas de una discusión tan amplia que es mejor dejar en manos de sus
lectores asiduos y expertos literarios. Pareciera ser que cada crítico cuenta con su propia
clasificación, y tantos consideran que es absurdamente simplista encasillar las obras en
uno u otro subgénero.
Después de todo, lo que más nos atañe es la literatura detectivesca en sí, y
particularmente esa figura del investigador amateur que con el tiempo cobraría la forma
del gentleman europeo que reúne un sinnúmero de cualidades convirtiéndolo en el mismo
símbolo del razonamiento humano.
Holmes dice en La liga de los pelirrojos, que para encontrar efectos extraños y
combinaciones extraordinarias de eventos, debemos ir a la vida misma, que siempre es
mucho más audaz que cualquier esfuerzo de la imaginación.
Sin la fascinación por la vida de un personaje real como Vidoq, quizá habría sido menos
fácil para Gaboriau pensar en un un investigador caracterizado por su constante uso del
método científico como lo es Monsieur Lecoq, y sin conjeturar a qué grado fue influido
Edgar Allan Poe por ambos, sin duda es cierto que la idea de semejante personaje había
madurado ya lo suficiente en los círculos literarios para encontrar en el detective C.
Auguste Dupin la máxima expresión de sus propiedades.
Si el libro de Wilkins marcó la pauta a seguir para los escritores del género, es el genio y
la exquisitez de lenguaje de Edgar Allan Poe quien daría a las letras el primer prototipo
de detective ideal, que sobreviviría la prueba del tiempo aún por encima de la breve
popularidad de Lecoq.
Jorge Luis Borges reconoce a Edgar Allan Poe como inventor del cuento policial. En
1978, en su conferencia El cuento policial, asegura que Poe inaugura la mejor tradición
del relato policial:
“Aqui tenemos otra tradición del cuento policial: el hecho de un misterio
descubierto por obra de la inteligencia, por una operación intelectual. Este hecho
está ejecutado por un hombre muy inteligente que se llama Dupin, que se llamará
después Sherlock Holmes, que se llamará más tarde Padre Brown, que tendrá
otros nombres, otros nombres famosos sin duda. El primero de todos ellos, el
modelo, el arquetipo podemos decir, es el caballero Charles Auguste Dupin.”
En palabras de Poe, El joven gentleman Dupin que vive en Paris es de una excelente,
incluso ilustre familia venida a menos, pero poseedor de un patrimonio que le permite
una vida frugal, siendo los libros su único lujo. El narrador anónimo de los relatos en que
aparece, reconoce y admira en Dupin una habilidad analítica peculiar. Dice que Dupin
parece encontrar un placer intenso en el ejercicio de semejante habilidad, y que no duda
expresarlo. Según Dupin mismo, la mayoría de los hombres son para él, y su capacidad
observadora, tan transparentes – y descifrables – como si portasen ventanas en el pecho.
Este enorme “placer intelectual” derivado de la solución de problemas mediante una
cuidadosa observación y capacidad de análisis, será la característica esencial de todos los
detectives a partir de este punto. La genialidad del escritor del género se convierte en el
ejercicio de la imaginación al servicio de la racionalidad.
Yates dice, por ejemplo, que Poe utiliza este género dado el hecho de estar atrapado entre
un racionalismo extremo y una irreprimible fantasía. Los crímenes de la calle Morgue (el
primer relato en que aparece Dupin) fue el producto de esa naturaleza cerebral.
Dupin explica que así como el hombre fuerte se regocija en su habilidadad física,
disfrutando los ejercicios en los que acciona sus músculos, se exalta también el analista
en la actividad moral que desenvuelve. Deriva placer aún de las ocupaciones más
triviales que ponen en juego sus talentos. Disfruta los enigmas, los acertijos, los
jeroglíficos; exhibiendo en la solución de cada uno de éstos, un grado de ingenio que
aparece preternatural ante las personas de entendimiento ordinario. Sus resultados,
obtenidos mediante el alma y esencia misma del método, tienen, en verdad, un aire de
intuición. La facultad de resolución es fortificada por el estudio matemático, y
especialmente por la más alta expresión del mismo que, sólo debido a sus operaciones en
“retrospectiva”, ha sido injustamente llamada análisis.
Sólo otro detective audaz podría criticar a Dupin al grado de llamarlo “un tipo inferior”,
sin duda poseedor de un poco de “genio analítico”, pero de ninguna manera el fenómeno
que Poe parece imaginar. Nadie ha disfrutado más del placer intelectual para resolver
enigmas, ni ha tenido más talento para hacerlo que el detective más famoso de la historia:
Sherlock Holmes.
EL DETECTIVE MÁS FAMOSO
“Tengo mi propio oficio. Supongo que soy el único en el mundo. Soy un detective
consultor.”
Sherlock Holmes
Estudio en escarlata
Clubes de socios y admiradores activos hasta el día de hoy, en Inglaterra, Estados
Unidos, y en todo el mundo, incluyendo India y Japón, sociedades a nivel mundial que
organizan visitas guiadas a los sitios relacionados con sus aventuras, como Reichenbach
Falls en los Alpes Suizos, donde fue emboscado por su archienemigo según relata El
problema final y en donde por mucho tiempo fue dado por muerto. Generaciones de
niños británicos que en los internados privados escuchaban cada noche los relatos por
altavoz. Aventuras que inspiraran tantos otros relatos y libros, análisis, trabajos de
investigación. Diversas exhibiciones de objetos en Pubs y otras colecciones, que
incluyen reproducciones de su sala de estar en Baker Street, un museo en Londres y otro
en Meiringen, Suiza.
El retrato de esta super celebridad no sólo es inexacto porque en realidad nunca se
describió exactamente la famosa gorra cazadora con que se le identifica; aunque se
menciona una vez, en la aventura de Silver Blaze, que viste en esa ocasión una gorra de
viaje con orejeras, es la interpretación del ilustrador Sidney Paget, quien dibujara al
sujeto en gorra y capa, la que forjó semejante imagen.
Es un retrato que jamás hará justicia al original porque es sólo el intento de esbozar el
perfil de un hombre imaginario. Nunca antes había cobrado tanta importancia ni
adquirido semejante fama un personaje literario. Al menos no al grado de ser considerado
entre los “hombres” más ilustres, y recibir de la Royal Society of Chemistry una beca de
investigación honoraria especial.
Luego de protagonizar en una serie de 4 novelas y 56 relatos de ficción, publicados en su
mayoría por The Strand Magazine (que hoy conforman el Canon holmesiano), Sherlock
Holmes encarna en el subconsciente colectivo esa figura arquetípica del gentleman
investigador de la que hablamos. Cada uno tiene una imagen individualísima de Sherlock
Holmes, haya o no leído sus relatos, tal vez porque lo identifica con una de las
innumerables versiones cinematográficas o de la televisión inspiradas por sus peripecias.
De hecho, Holmes mantiene el Record Guiness como el personaje ficticio que ha sido
personificado en mayor número de ocasiones, contando entre los 70 actores que lo han
representado a Michael Caine, Basil Rathbone (quien dio vida al personaje de 1939 a
1946), Rupert Everett, y ultimamente Robert Downey Jr.
En cuanto a música se refiere, Richard Arnell escribió la partitura para el ballet titulado
El gran detective (1953) inspirado en sus aventuras, y entre las curiosas apariciones que
ha tenido Sherlock Holmes en los escenarios se encuentran tres obras de teatro musical,
desde la desastrosa puesta en escena de Leslie Bricusse en 1989 y el montaje de la Bristol
Old Vic en 1993 hasta la obra de Brett Nicholson, Holmes! en 2003.
Lo cierto es que todos sabemos al menos algo del famoso detective que viviera en el
Londres victoriano con su inseparable amigo y cronista John H. Watson, precisamente
en el número 221B de Baker Street.
Según Watson, la apariencia de Sherlock Holmes llamaba siempre la atención. Con más
de seis pies de altura, parecía aún más alto por ser excesivamente delgado. Sus ojos
nítidos y su mirada aguda, su delgada nariz aguileña y hasta su mentón prominente y de
ángulos rectos le daban un aire de estar siempre alerta y decidido. Sus manos siempre
manchadas de tinta y químicos, pero capaces del tacto delicado que requiere la
manipulación de sus frágiles instrumentos científicos. Tenía un enorme talento musical,
que demostraba no sólo interpretando piezas de diversos compositores al violín, sino a
menudo, como comenta Watson en La liga de los pelirrojos, improvisando sus propias
melodías que resonaban en aquél departamento de dos recámaras y una sala grande y
ventilada, bien amueblada e iluminada por dos amplias ventanas.
Holmes era un buen compañero de piso para Watson, quien inicialmente lo encontraba en
general tranquilo de espíritu con hábitos regulares. En Las cinco semillas de naranja
Watson describe a Holmes como alguien que no tiene absolutamente ningún
conocimiento de filosofía, astronomía, ni política. Sabe algo de botánica, y mucho de
geología en lo referente a la identificación de tipos de lodo de las regiones cincuenta
millas a la redonda de Londres. Poseedor de conocimientos excéntricos de química, algo
de anatomía, y conocimientos detalladísimos y únicos sobre literatura sensacionalista y
expedientes criminales. Violinista, boxeador, espadachín, abogado y “auto envenenador”
por cocaína y tabaco. Es difícil imaginar a Holmes sin una pipa en la mano, y aunque no
se le describe en las historias con las elegantes pipas con que su imagen se asocia, es
cierto que para él su vieja y aceitosa pipa de barro era como un consejero, como dice
Watson en la aventura de Un caso de indentidad.
Cada lector tiene su propia idea de Holmes. Y aunque es prácticamente imposible
escapar la influencia de esa imagen estandarizada de gorra, capa y pipa, hay quienes lo
visualizan como un hombre moderno, bohemio, que viste más como un artista o poeta, y
habemos también quienes soñamos con sus aventuras imaginando sus múltiples disfraces.
Y es que al disfrazarse, Holmes no solamente cambiaba de vestimenta, nos dice Watson
en Escándalo en Bohemia. Su expresión, su comportamiento, su misma alma parecían
variar con cada nuevo personaje que asumía. Según Watson, cuando Holmes se convirtió
en especialista en crimen, la ciencia perdió un razonador de gran agudeza, y el escenario
perdió un gran actor. En la aventura de El Negro Peter, por ejemplo, cuando varios
hombres de aspecto rudo llegan al departamento buscando al capitán Basil, Watson
adivina que Holmes trabajaba en ese momento bajo uno de tantos disfraces y nombres
con los que escondía su propia identidad formidable. Tenía al menos cinco pequeños
refugios en diferentes partes de Londres, donde podía cambiara su personalidad. Asumir
otra personalidad, fingir un accidente o un ataque epiléptico, organizar escenas completas
con actores pagados, eran sólo algunos de los subterfugios que con frecuencia utilizaba
para evitar ser descubierto, lograr la colaboración de un sospechoso o testigo clave, o
simplemente para proteger la identidad de sus clientes, entre los que frecuentemente se
hallaban personas de gran importancia, incluyendo miembros de la nobleza europea.
Siempre que acudía a un sitio para investigar, sacaba inmediatamente su lupa y cinta
métrica, y caminaba de un lado a otro, haciendo pausas, y a menudo arrodillándose o
tirándose del todo boca abajo para observar de cerca, con su delgada nariz apenas a un
par de pulgadas de distancia del piso. Siempre ágil y silencioso, con movimientos
furtivos, como los de un sabueso entrenado siguiendo un rastro. Mascullaba para sí
mismo algunas veces, y otras emitía una constante serie de exclamaciones, gruñidos,
silbidos y pequeños gritos entusiastas. Comparaba, examinaba; medía con el más exacto
cuidado la distancia entre marcas que para los demás son invisibles, y otras veces usaba
su cinta métrica en las paredes en exactamente la misma manera incomprensible. En
ocasiones recogía un poco de polvo y lo introducía en un sobre. Cuando parecía
irresoluto o estaba perdido en sus procesos mentales, caminaba de un lado a otro de la
habitación con la cabeza sumida en el pecho y sus cejas fruncidas. Sólo luego de
satisfacer su curiosidad, regresaban la cinta y la lupa a su bolsillo.
Pero Holmes no es sólo el personaje intelectual sedentario que forja sus deducciones en
privado luego de hacer minuciosas observaciones. Lleva intrínseco también el carácter
indomable del aventurero, por lo que tantos ven en él a uno de los primeros héroes de
acción, que mucho tiempo después inspirarían personajes como James Bond, o incluso la
extensa gama de superhéroes que pueblan las tiras cómicas, series de televisión y los
videojuegos. En El misterio del Valle de Boscombe, explica Watson que Holmes se
transformaba cuando estaba en plena persecución de una pista:
“Quien le haya conocido como el pensador tranquilo y el hombre lógico de Baker
Street no le habría reconocido. Su rostro se ruborizaba y oscurecía. Sus cejas se
convertían en dos fuertes líneas negras mientras sus ojos brillaban debajo de ellas
con un destello acerino. Su cara viendo hacia abajo, sus hombros arqueados, sus
labios comprimidos, y las venas tensas como correas de látigo en su largo cuello.
Su orificios nasales parecían dilatarse con un deseo puramente animal por la caza
y su mente se concentraba absolutamente en su objetivo de tal manera que una
pregunta o comentario era totalmente ignorado por sus oídos, o provocaba un
impaciente gruñido como única respuesta.”
Holmes redime al intelectual que envidia al hombre activo, como también satisface a
quien ha descuidado el conocimiento en pos de una vida de actividad física. El auténtico
Sherlock Holmes es la mezcla perfecta entre intelecto y acción, que vive en un mundo de
persecuciones a todo vapor por el río Támesis, que frecuentemente arriesga su vida y que
ama el peligro tanto como un reto académico. Es un hombre cosmopolita, y trotamundos,
como él mismo relata en la aventura de La casa deshabitada, cuando reaparece mucho
tiempo después de su aparente muerte: viajó dos años por Tibet, visitando Lhasa y
conviviendo algunos días con el Dalai Lama. Llevó a cabo importantes exploraciones
haciéndose pasar por un noruego llamado Sigerson. Pasó por Persia y vio la Meca, visitó
al califa de Jartum, y de regreso en Francia efectuó trabajo de investigación en la
industria química en un laboratorio en Montpellier.
Incluso como todo buen héroe, tiene Holmes un archienemigo, el profesor Moriarty, a
quien describe como un hombre de frente alta y amplia con gran inteligencia y malicia,
que de una forma u otra, mediante una complicada red de lealtades no disímil a la de la
mafia, resulta ser el líder de la mayoría de los criminales de Inglaterra. En El problema
final, explica que Moriarty es de buena cuna y excelente educación, ex-profesor
universitario y autor incluso de un famoso tratado matemático.
También como hombre de acción, Holmes no es extraño al uso de armas. A menudo
sugería a Watson que llevara consigo su revólver, y Holmes mismo portaba a veces su
revólver, o su arma favorita, la escopeta de cacería; un detalle que no es fortuito, dado su
entusiasmo por la “cacería de criminales”.
En la aventura de La casa deshabitada, en cuanto Watson observa que Holmes frunce el
ceño al concentrarse y comprime los labios, ya intuye por la expresión de ese cazador
experto, aún sin saber qué tipo de “bestia salvaje” han de cazar en la oscura jungla del
Londres criminal, que la aventura será de gran importancia, y que la sonrisa sardónica en
su rostro significa malas noticias para la presa de semejante cacería. Holmes ríe poco.
Cuando lo hace es a manera de un raro ataque de risa, y siempre conmalicia contra
alguien (El sabueso de los Baskerville).
Quizás sea esta pasión insaciable por su línea de trabajo el motivo por el que Holmes
dedica poco tiempo a las relaciones interpersonales. Él mismo confiesa en La corbeta
Gloria Scott, que nunca fue un tipo sociable, prefiriendo siempre tristear en sus
habitaciones y trabajar sus métodos de razonamiento, antes que mezclarse con sus
colegas. Fuera de su hermano mayor Mycroft, a quien rara vez visita, Watson, y Victor
Trevor sólo tiene conocidos, pero no amigos. Entablar amistades le era difícil, dice.
Trevor, por ejemplo era el único amigo que hizo durante sus dos años de estudios
universitarios, a quien conoció accidentalmente cuando su perro mordió a Holmes en el
tobillo.
Su actitud ante las mujeres era afín a la visión sexista de la Inglaterra victoriana. En El
signo de los cuatro opina que a las mujeres no hay que decirles demasiado, pues no se
puede confiar plenamente en la mayoría de ellas. Sin embargo, dice Watson que Holmes
poseía, cuando deseaba, un don peculiar para congeniar con las mujeres. En la aventura
de Los lentes de oro, por ejemplo, al interrogar a un ama de llaves, inmediatamente
obtiene su confianza plena, y charla con ella como si la conociera desde hace años.
Y quizás es el haber conocido a Irene Adler lo que modificó al menos parcialmente su
actitud hacia elgénero femenino. Apareciendo en el Escándalo en Bohemia, Irene Adler,
originaria de New Jersey, figura como la única mujer que llamó la atención de Holmes.
Ella era una cantante contralto retirada que se presentó en La Scala, y fuera prima donna
de la Opera Imperial de Varsovia. En la historia, Adler se encuentra en posesión de
ciertas cartas que no desea devolver. Son cartas compremetedoras que le escribiera el rey
de Bohemia cuando estaban románticamente involucrados.
Sherlock Holmes solía burlarse de la astucia femenina, hasta que vio sus mejores planes
derrotados por la inteligencia de una mujer, pues Adler consigue escapar las artimañas
más elaboradas de Holmes. A pesar de su enorme ego, Holmes reconoce haber sido
siempre exitoso, excepto cuatro veces: tres veces vencido por hombres, y una vez por una
mujer. Por eso, cuando habla de Irene Adler, o cuando se refiere a su fotografía, siempre
lo hace usando el título honorable de “la mujer”. En sus ojos, ella eclipsa y domina el
total de la imagen que tiene del sexo femenino.
No es que sintiera una emoción afín al amor por Irene Adler. Todas las emociones, y esa
en particular, eran abominables para su mente fría y precisa, pero admirablemente
equilibrada. Para Holmes las pasiones eran admirables para el observador, puer eran
excelentes para descubrir los motivos y acciones de los hombres. Pero para un razonador
entrenado, admitir semejantes intrusiones en su propio temperamento delicada y
finamente ajustado, significaba introducir un factor de distracción que pondría en duda
todos sus resultados mentales. En El signo de los cuatro, Holmes dice que el amor es algo
emocional, y que todo lo emocional es opuesto a la fría y verdadera razón, que él sitúa
por encima de todas las cosas. “Nunca me casaré”, dice, “por temor a prejuiciar mi
razón”.
A pesar del escaso interés de Sherlock Holmes por las relaciones interpersonales, debe
decirse que no era del todo antisocial. Holmes podía hablar extremadamente bien cuando
así lo deseaba, hablando, como en una velada en El signo de los cuatro, de una rápida
sucesión de temas, como de obras de teatro, cerámica medieval, violines Stradivarius,
budismo en Ceylan y los barcos de guerra del futuro, como si hubiese sido erudito en
esos temas.
Dada la universalidad de sus intereses y talentos, no es extraño que Holmes sea también
un gran deportista, particularmente en el box y el esgrima. Conan Doyle mismo, el
creador del personaje, recuerda haber mitigado un poco las dificultades de una vida
precaria y una rígida educación en un internado jesuita con su amor por el deporte.
Experto en cricket, fútbol, hockey, natación y rugby, y jugador ocasional de béisbol, golf
y prácticamente todo tipo de actividad física, Conan Doyle fue un gran atleta, cuya
filosofía del deporte permearía sin duda el carácter de su famoso personaje:
“Dar y recibir, aceptar modestamente el triunfo y valientemente el fracaso, luchar
contra toda adversidad, mantenerse firme en las convicciones, dar crédito al
enemigo y valorar al amigo, son algunas de las lecciones que el verdadero deporte
debe impartir”.
Conan Doyle demostró en varias ocasiones sus habilidades como boxeador, como cuando
fue cirujano de servicio a bordo de una nave ballenera, peleando con un oficial para pasar
el rato.
En una nota curiosa, fue Conan Doyle uno de los pioneros del esquí en Europa Central.
Cuando se mudó a Suiza en 1893, encontró los Alpes Suizos perfectos para ese deporte
que observó alguna vez en Noruega. Atrayendo las burlas de los locales (en un tiempo
cuando no existían medios mecánicos para ascender a la cima), fue él quien vaticinó que
algún día cientos de extranjeros viajarían a Suiza durante la temporada de esquí.
Sherlock Holmes, por su parte, raramente hacía ejercicio por el ejercicio mismo. En La
cara amarilla, reconoce Watson que pocos hombres eran capaces de mayor esfuerzo
muscular que Holmes y que era sin duda uno de los mejores boxeadores de su peso, pero
que consideraba al esfuerzo físico como una pérdida de energía, y raramente se molestaba
con ejercitarse, salvo cuando había un objetivo profesional de por medio. En semejante
contexto, era absolutamente infatigable.
Una característica interesante de los detectives británicos de principios del siglo XX, es
que nunca sufren carencias económicas. A veces deben vivir una vida un tanto frugal,
pero no se preocupan particularmente por sus ingresos. Sherlock Homes no es ninguna
excepción a la regla. Como todos los grandes artistas, vivía por el arte mismo, y
exceptuando el caso del Duque de Holdernesse, Watson raramente supo que cobrara una
gran cantidad por sus invaluables servicios. De hecho, por mesura – o por capricho –
frecuentemente se rehusaba a ayudar a los ricos y poderosos cuando el problema no le
atraía, mientras que dedicaba semanas de intensa concentración a los asuntos de algún
cliente humilde cuyo caso presentara esas características extrañas y dramáticas que
atraían su imaginación y retaban su ingenio. Él mismo, en el caso de El ciclista solitario,
diría que tiene como regla el dar preferencia a aquellos casos que derivan su interés no
tanto de la brutalidad del crimen, sino del ingenio y la calidad dramática de la solución.
Aunque en la aventura de La banda moteada, su cliente alude al tema del precio que debe
pagar como recompensa a sus servicios, Holmes contesta que en cuanto a recompensas se
refiere, su profesión en sí misma es su recompensa, pero que el cliente está en libertad de
sufragar los gastos que pueda incurrir la investigación, en cuanto le sea oportuno.
Pero a fin de cuentas, la fama de los talentos de Holmes para resolver enigmas era tal,
que nunca le faltaron clientes. No sólo los oficiales de la policía buscaban su consejo;
también personas que se encontraban en problemas por diversos motivos buscaban en él
la posibilidad de esclarecer sus enredos. Muy frecuentemente escuchaba sus historias,
hacía comentarios y recibía por tal servicio una remuneración. Más que por motivos
económicos, el tener siempre más clientes de los que pudiera ayudar le era
importantísimo porque sufría inmesurablemente sin ejercitar sus dones mentales al
máximo. Sobre esto, clama en El signo de los cuatro:
“Mi mente se rebela ante el estancamiento. Dame problemas, dame trabajo, dame
el criptograma más impenetrable o el análisis más intrincado, y estoy en mi propio
ambiente. Entonces puedo prescindir de los estimulantes artificiales. Pero
aborresco la rutina aburrida de la existencia. Tengo apetito de exaltación metal.
Por eso he elegido mi profesión particular, o de hecho la he creado, pues soy el
único en el mundo.”
En el Escándalo en Bohemia, Watson describe a Holmes como la más perfecta máquina
de razonar y observar que el mundo jamás ha visto. Pero sin el estímulo intelectual de un
caso interesante por resolver, es exactamente como una máquina sin combutible. Los
arranques de energía apasionada que tiene mientras realiza las insólitas hazañas por las
que es famoso, son inevitablemente seguidas por reacciones de letargo durante las cuales
se la pasa con su violín y sus libros, apenas moviéndose entre el sofá y la mesa.
Cuando en El signo de los cuatro Watson confronta a Holmes con esta dualidad entre lo
que le parece practicamente una pereza absoluta y sus derroches de espléndida y vigoroza
energía, Sherlock de buen humor acepta tener elementos tanto de un gran holgazán, como
de un personaje vivaz, y cita incluso a Goethe:
Schade dass die Natur nur einen Mensch aus Dir schuf,
Denn zum wuerdigen Mann war und zum Schelmen der Stoff.
(aproximadamente: Lástima que la Naturaleza sólo ha logrado un hombre como tú;
con características de hombre ilustre, y con materia de bribón).
Como sucede a menudo con las grandes mentes, el intelecto de Holmes le era tanto un
don como simultáneamente una maldición. Sólo unas cuantas líneas adelante, Watson,
quien se ha comprometido en matrimonio con la protagonista de la aventura, pregunta a
Holmes:
De este caso “yo he obtenido una esposa, Jones (el oficial de policía) se ha llevado el
crédito, y qué queda para tí?”.
Y de manera un tanto patética contesta Holmes:
“Para mí queda aún la botella de cocaína”.
Y es cierto que Holmes cree no poder vivir sin trabajo mental. El mundo es
irremediablemente prosaico y material, y sin un objetivo concreto en el que pueda
concentrar sus energías, Holmes no encuentra sentido a poseer sus habilidades
particulares. Prueba inutilmente dar salida a su frustración pasando noches enteras
realizando complicados experimentos químicos, pero al final, sólo su adicción a la
morfina y cocaína mitigan la angustia de estar mentalmente inactivo. Aun cuando sabe de
la influencia negativa de las drogas en su cuerpo, los efectos destructivos le parecen
pocos comparados con lo estimulante que le resultan, y la manera en que clarifican su
mente. Las drogas ayudan a Holmes a escapar del aburrimiento que le produce la
cotidianidad, pero no necesariamente a “expandir” su mente, como en la memoria
colectiva se suele plantear a partir de la década de 1960. De hecho, no busca extender su
horizonte. Su hermetismo no se limita a su personalidad, sino también a su método
analítico. Está convencido de que una atmósfera concentrada ayuda también a una
concentración mental, por lo que trabaja mucho mejor cuando está totalmente encerrado.
Bromea diciendo que no ha llegado al punto de meterse a una caja para pensar, pero que
sin duda sería eventualmente ése el resultado lógico de su manera de pensar.
Con respecto a esta aparente cerrazón intelectual, nada impresiona más a Watson, por
ejemplo, que el hecho de que Holmes ignorara por completo la teoría de Copérnico y la
composición del sistema solar, al grado de no saber que la Tierra gira alrededor del Sol.
Confrontado con este hecho, Holmes explica que considera que un cerebro humano es
originalmente como un pequeño ático vacío que se debe llenar con el mobiliario que se
elija. Un tonto mete toda la leña de todo tipo que encuentra, por lo que el conocimiento
que le podría ser útil se pierde entre el desorden, o en el mejor de los casos se amontona
con muchas otras cosas por lo que le es difícil encontrarlo. Pero el trabajador cuidadoso
pone atención a lo que mete en su “ático cerebral”. No tendrá ahí mas que las
herramientas que pueden ayudarle a hacer su trabajo, pero de éstas tendrá una gran
variedad y todas en perfecto orden.
En Las cinco semillas de naranja Holmes reconoce que para desarrollar al máximo el
arte del razonamiento, es necesario que el razonador sea capaz de usar todos los hechos
que conoce, y esto en sí mismo implica, el poseer todo el conocimiento, que aún en estos
días de educación gratuita y de enciclopedias, es un logro poco común. Casi
vislumbrando la edad de la especialización en que ahora vivimos, plantea que no es tan
imposible que un hombre posea todos los conocimientos que puede utilizar en su trabajo,
y esto es justamente lo que se propone hacer. Para él existe una similitud familiar muy
fuerte entre las fechorías, y si se tienen los detalles de miles de éstas a la mano, sería raro
que no puediera resolver la siguiente.
“Es como un calendario vivo del crimen,” critica uno de sus conocidos (Stamford) a
Holmes, pues su mente está llena de datos relacionados con noticias de crímenes pasados.
Pero a pesar de este conocimiento enciclopédico del mundo criminal, Holmes parece a
veces contradecirse. En El sabueso de los Baskerville pide a Watson que refresque su
memoria sobre un caso, pues asevera que la concentración mental intensa tiene una
curiosa manera de bloquear lo que ha sucedido antes. Como un abogado, dice, que tiene
la información de un caso a la mano y hasta es capaz de discutir con un experto sobre su
propio tema, pero que una o dos semanas de trabajo en la corte borran todos estos datos
de su mente. De esa manera, asegura, cada uno de sus casos desplaza al último. ¿Será
acaso que su regla no se aplica al historial de sus propios casos?
Un hombre debe mantener su pequeño “ático cerebral (brain-attic)” amueblado con todos
los muebles que probablemente usará, y el resto puede guardarlo en el trastero de su
biblioteca, de donde lo puede obtener si lo desea, confirma. Y sin embargo, Holmes
parece prosperar entre el caos. En El ritual de los Musgrave, Watson comenta que le
parece un tanto anómalo del carácter de su amigo, el hecho de que a pesar de que sus
métodos mentales eran los más limpios y metódicos de la humanidad, y aun cuando
vestía formalmente, era sin embargo uno de los hombres más desordenados en sus
hábitos personales. Holmes conservaba sus puros en el cajón para el carbón, su tabaco en
el fondo de una pantufla persa, y su correspondencia atravesada por un cuchillo clavado
en el centro de la repisa de la chimenea. A veces se sentaba en su sillón con pistola en
mano y cien cartuchos a dispararle tranquilamente a la pared que tenía enfrente. Fue así
como la “decoró” con las iniciales VR (Victoria Regina). Sus habitaciones estaban
siempre llenas de químicos y reliquias criminales que siempre acababan en los sitios más
inesperados, a veces incluso en el plato de la mantequilla. Y nada sufría Watson más que
los papeles de Holmes, a quien le horrorizaba destruir documentos, en especial los
relacionados con sus casos pasados. Los organizaba sólo una vez al año o a veces cada
dos años, por lo que mes tras mes los papeles se acumulaban hasta que cada rincón del
cuarto estaba apilado con papeles de manuscritos que de ninguna manera debían
quemarse, ni guardarse excepto por su dueño. Sin su caos, a Sherlock Holmes le es difícil
vivir. En la aventura de Los tres estudiantes, donde Holmes debe trabajar en el College
of St. Luke´s por varios días, se encuentra como pez fuera del agua, privado de su
ambiente de Baker Street, sin sus cuadernos de notas, sus químicos y su desorden. Ese
mismo caos parece seguirlo en sus hábitos de descanso. Cuando en El hidalgo de Reigate
Sherlock Holmes padece enfermo en el Hotel Dulong, no es ninguna sorpresa para
Watson. Su normalmente “constitución de hierro” había caído víctima del estrés producto
de una investigación que se había extendido por más de dos meses, período durante el
cual nunca trabajó menos de quince horas al día, y más de una vez se mantuvo trabajando
sin interrupción hasta por cinco días.
A veces no podía saborear sus grandes triunfos dado el estado de agotamiento en que lo
dejaba un caso complicado. Mientras en toda Europa sonaba su nombre y su habitación
se llenaba con telegramas de felicitaciones, él era presa de la más oscura depresión. Aún
el saber que había tenido éxito donde la policía de tres países había fallado, y que había
superado en todo hasta al mejor estafador de Europa, era insuficiente para sacarlo de su
postración nerviosa. Lo cual habla del verdadero estado de agotamiento en que lo
dejaban semejantes investigaciones, pues nada alimentaba mejor su enorme ego que
confirmar una y otra vez su superioridad intelectual por encima de cualquier otro
detective. La adulación que día a día recibía en su correspondencia, era para él sólo la
reacción natural que podía esperarse de su “público” estupefacto ante su talento. Y
aunque la obligada modestia propia de un gentleman inglés le impedía regodearse
abiertamente de su fama, disfrutaba enormemente complacer a sus admiradores, mediante
el elemento sorpresa. Tantas veces confundió a Watson adivinando exactamente su
pensamiento, para luego explicar el sencillo proceso mental que le ayudó a hacerlo. En la
aventura de Los bailarines, Holmes explica que no es difícli constuir una serie de
inferencias, cada una dependiendo de la anterior, y cada una simple en sí misma. Si,
despuès de hacer eso, uno sencillamente deja fuera todas las inferencias centrales y
presenta al pùblico con el punto de partida y la conclusión, uno puede producir un efecto
sorprendente.
Y este elemento sorpresa es fácil de entender en una época donde Swan y Edison recién
hacían posible el uso práctico de la luz eléctrica, Harry Houdini viajaba en gira artística
por Europa, todo occidente se maravillaba de los experimentos de Tesla, e Inglaterra
hacía alarde de gran pompa celebrando el jubileo de la reina. Cuando en El tratado naval
alguien se sobresalta al ver a Sherlock Holmes emerger sorpresivamente de uno de sus
múltiples disfraces, lo reanima diciendole: “Watson aquí puede decirle que nunca he
podido resistir un toque de lo dramático”.
En su gusto por el drama, Holmes reúne a menudo a las diferentes partes involucradas en
un caso, sólo con la intención de hacer más espléndido su desenlace. En la aventura de
Los seis napoleones, por ejemplo, sabiendo que el último de seis bustos de la figura de
Napoleón contendría la famosa perla negra de los Borgias, reúne a Watson y al oficial
Lestrade para romper el busto frente a ellos, quienes sorprendidos, comienzan
espontáneamente a aplaudir. Naturalmente, un Holmes sonrojado agradece con una
reverencia propia de un actor dramático agradeciendo el homenaje de su público. Para
Watson estos momentos son los pocos en que Holmes dejaba de ser una mera máquina de
razonar, y delataba su gusto humano por la admiración y el aplauso. La misma
naturaleza singularmente orgullosa y reservada que daba la espalda con desdén a la
popularidad, era capaz de conmoverse profundamente por la fascinación espontánea y el
asombro de un amigo.
HOLMES EL OBSERVADOR
Una y otra vez cae Watson en el mismo juego de Holmes. Y cuando escucha la
explicación de cómo adivinó sus pensamientos o acciones, no puede creer lo simple que
es. En Escándalo en Bohemia, comenta frustrado: “Cuando te escucho dar tus razones, el
asunto siempre me parece tan ridículamente simple que yo mismo hubiese podido
pensarlo, y sin embargo, siempre me sorprendo hasta que explicas tu proceso. Y eso que
creo que mis ojos son tan buenos como los tuyos.”
Holmes le dice con toda tranquilidad: “Exacto. Miras, pero no observas. La distinción es
clara.” Y tiene toda la razón. ¿Cuántos de nostros sabemos con exactitud el número de
peldaños que subimos y bajamos varias veces al día en nuestros departamentos? ¿De qué
color son los ojos de la camarera que nos atendió en el último restaurante en que
comimos? ¿Quien puede describir exactamente el tipo de marcas que producen en el
lodo las llantas de su auto? Si para nosotros es difícil, la observación para Holmes es un
talento natural.
Desde su primer caso, el de La corbeta Gloria Scott, O, si se quiere, desde su primer
aparición como personaje literario en Estudio en escarlata, publicado en 1887, ejercita
Holmes su gran capacidad de observación.
Según Holmes mismo, sólo su hermano Mycroft tiene mayor capacidad deductiva y de
observacion, pero al parecer no usa sus talentos por falta de energía y convicción.
Cuando Sherlock Holmes tenía en mente un problema sin resolver, pasaría días o hasta
una semana sin descanso, dándole vueltas, reorganizando los hechos, viédolo desde todos
los puntos de vista hasta que lo hubiera resuelto o se hubiera convencido a sí mismo que
los datos eran insuficientes (El hombre del labio retorcido). Entonces saldría a la caza de
nuevas pistas, pues para él la evidencia circunstancial es un asunto de cuidado. Pareciera
apuntar directamente a una cosa, pero si se cambia un poco el punto de vista, se le puede
ver apuntando a algo totalmente distinto con la misma firmeza.
En Estudio en escarlata, Holmes se refiere al dicho de que “el genio es la capacidad
infinita para tomarse molestias”. Para él es una mala definición, pero que se aplica bien
al trabajo del detective, pues es en los detalles más ínfimos que encuentra la solución a
sus más grandes interrogantes.
Trabajando en Un caso de identidad, Holmes explica a Watson que al no saber dónde
mirar, se pierde todo lo que es importante: “Nunca puedo hacer que te percates de la
importancia de las mangas, de lo sugestivo que pueden ser las uñas, de lo crucial que
puede ser la agujeta de una bota.” Y más abajo continúa: “Ha sido por mucho tiempo
para mí un axioma, que las cosas pequeñas son infinitamente las más importantes.”
Holmes piensa en las pistas más pequeñas, pero también en los crímenes menores, que a
menudo le proporcionan mayor placer intelectual.
En El misterio del Valle de Boscombe, dice que ha notado que es a menudo en asuntos sin
importancia que hay un campo para la observación, y para el rápido análisis de causa y
efecto que le da el encanto a la investigación. Los grandes crímenes tienden a ser más
sencillos porque entre más grande es el crimen, por regla es más obvio su motivo.
Es en La liga de los pelirrojos donde reitera que, como regla, la cosa más bizarra es la
que prueba ser la menos misteriosa. Son los crímenes más comunes y monótonos los que
son verdaderamente desconcertantes, tal como un rostro común es el más difícil de
identificar.
SHERLOCK HOLMES Y LAS INSTITUCIONES POLICÍACAS
“Ningún hombre del presente o del pasado ha brindado la misma cantidad de estudio o de
talento natural a la detección del crimen como yo lo he hecho.”
Sherlock Holmes
Estudio en escarlata
En cuanto a crímenes se refiere, ya sea que trabajara en casos de la Scotland Yard, o de
oficiales extranjeros como Monsieur Dubuge de la policía de Paris, o Fritz von
Waldbaum, el especialista de Dantzig, siempre era Holmes el que resolvía el caso y debía
explicarlo al final a quienes habían gastado sus energías siguiendo pistas falsas (El
tratado naval).
Holmes se considera el único detective consultor extraoficial. La última y más alta
autoridad en la detección. Cuando oficiales como Gregson o Lestrade o Athelney Jones
están fuera de su elemento, lo que sucede normalmente, le presentan a Holmes sus casos.
Él examina los datos como experto, y emite una opinión de especialista, sin tomar crédito
de semejantes casos, ni figurar en los diarios.
Pero su relación con la policía nunca fue fácil. El motivo es bastante claro. Para los
oficiales nunca sería sencillo reconocer que un civil podría superar las capacidades de esa
vasta y entonces nueva fuerza que es la institución policíaca moderna.
SOBRE LAS INSTITUCIONES POLICÍACAS
A pesar de los varios intentos que se remontan a 1626 en Nueva York con la fundación
de la City Sheriff's Office y 1667 cuando Luis XIV de Francia creó el puesto de lieutenant
général de police (teniente general de policía) para llevar a cabo investigaciones
nacionales por orden del rey, no es sino hasta principios del siglo XIX que se organizan
los primeros cuerpos de policía formales. Eugène François Vidocq fue nombrado director
de Seguridad Nacional (Sûreté Nationale) en 1812 y Prusia inicia una agencia policial en
1822, pero a la larga son Londres y París los que se disputan el crédito de haber fundado
en 1829 el primer cuerpo de policía moderno. Es en ese año que un decreto del gobierno
francés crea el cuerpo de los sergents de ville (sargentos de la ciudad). En ese mismo año,
Se establece la London Metropolitan Police (mejor conocida como Scotland Yard por su
domicilio original),con la idea de de prevenir el crimen y mantener el orden en la ciudad,
satisfaciendo la necesidad de las élites de mantener la estructura social y proteger la
propiedad privada. El vertiginoso crecimiento de la población de escasos recursos en los
centros urbanos hicieron necesaria no sólo la creación de estos cuerpos policíacos, sino
de un sistema de prisiones que poco tendría que ver con los métodos disciplinarios del
pasado.
Michel Foucault, el filósofo e historiador de las ideas francés (que curiosamente fue hijo
de un cirujano y egresado de un colegio jesuita), critica el sistema de prisiones en su libro
Surveiller et Punir (Vigilar y castigar). En él habla de las estructuras de poder formadas
en las sociedades industrializadas a partir del siglo XVIII, especialmente en las prisiones
y las escuelas. Observa que el sistema penal sustituía el castigo de los “actos criminales”
por la creación de la figura de un “individuo peligroso” para la sociedad (sin tener en
cuenta el verdadero crimen). Antes los monarcas castigaban una fechoría mediante una
ejecución pública y tortura. Después la sanción se convierte en el castigo disciplinario
donde son los profesionales (psicólogo, guardia, etc.) quienes cuentan con el poder para
decidir la duración del castigo del prisionero.
Foucault sugiere además que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de
'prisión continua', desde las cárceles de máxima seguridad, trabajadores sociales, la
policía, los maestros, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado
mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en busca de
una 'normalización' generalizada. De ahí que el sistema penal moderno en cierta forma
“crea” al individuo, categorizando y dividiendo a las masas en dos categorías: la de los
ciudadanos pobres pero honestos y respetuosos de la ley, y la de los criminales
profesionales o reincidentes.
Sólo en este nuevo orden social es que puede funcionar la idea de un gentleman británico
como detective, con su código de valores afín al pensamiento de la sociedad aristocrática
victoriana. Es cierto que el móvil principal de Holmes para resolver casos es el enigma
en sí mismo; el placer intelectual de solucionar un acertijo que nadie más atina a
comprender. Pero también es cierto que en el fondo la dualidad entre el bien y el mal,
entre el ágil movimiento de la máquina de un Londres glorioso e industrializado y todo
aquello que pretende desacelerarla, tiene también un lugar predominante en la conciencia
del detective.
Si en un par de ocasiones Sherlock Holmes permite que un culpable escape, como en los
casos de El carbunclo azul y el de Los tres estudiantes, en realidad es sólo porque piensa
que el “verdadero carácter” del responsable, en su subsecuente interacción con la
sociedad, es el que a la larga le perdonará o le condenará por algún otro crimen.
Independientemente de su compromiso moral, los métodos de Holmes no dejan nunca de
sorprender, y aunque encuentran siempre resistencia entre los oficiales de policía, éstos
no dejan de reconocer su superioridad intelectual. En Los seis Napoleones Lestrade le
dice que los oficiales de Scotland Yard no están celosos de él. De hecho están orgullosos
de él, y que si fuera de visita, no habría hombre alguno, desde el más viejo inspector
hasta el oficial más joven que no estaría feliz de estrechar su mano. El oficial en El signo
de los cuatro lo considera un hombre extraordinario; un hombre invencible. Ha visto a
Holmes participar en bastantes casos, y nunca ha visto un caso que no pudiera esclarecer.
“Es irregular en sus métidos y un poco rápido en formular teorías,” dice, pero en general,
cree que habría sido un oficial con gran futuro.
En fin, todos consideran un gran privilegio la oportunidad de estudiar sus métodos de
trabajo, aunque frecuentemente sobrepasan sus expectativas, y en repetidas ocasiones no
tienen idea de cómo obtuvo el inesperado resultado. Ser testigos parciales de los métodos
de Holmes es en realidad a lo único a lo que pueden aspirar los oficiales. Holmes trabaja
en los casos de manera independiente. Watson escribe en El sabueso de los Baskervilles,
que uno de los defectos de Sherlock Holmes era que odiaba comunicar sus planes
completos a cualquier otra persona, hasta el instante de su desenlace. Parte de eso, sin
duda, venía de su naturaleza de líder, que amaba dominar y sorprender a quienes le
rodeaban. Parte también de su sigilo profesional, que lo urgía a nunca correr riesgos.
Holmes mismo confiesa a Watson en Estudio en escarlata “un mago no se lleva ningún
crédito una vez que ha explicado su truco, y si te enseño demasiado de mi método de
trabajo, llegarás a la conclusión que soy un individuo muy ordinario después de todo.”
La opinión que Holmes tenía de la policía no es nada halagadora. Cuando se queja de la
falta de crímenes por resolver, se burla diciendo que los pocos crímenes parecen ser
fechorías menores con motivos tan transparentes que hasta un oficial de Scotland Yard
puede ver a través de ellos. Los oficiales son para él personas sin imaginación que sin
cesar pasan por alto los hechos más simples pues siempre comienzan con una suposición
errónea. Holmes en cambio se esfuerza por iniciar sus investigaciones sin prejuicio
alguno, y por segir dócilmente donde quiera que lo guíen los hechos.
Holmes considera a Gregson el oficial más inteligente de Scotland Yard, que es, junto
con Lestrade, lo único que vale la pena de la agencia. Son veloces y energéticos, pero
convencionales, y la constante pugna profesional entre ambos es como un lastre para sus
investigaciones.
A veces su opinión negativa de la policía es demasiado franca, como cuando en La liga
de los pelirrojos dice del oficial Jones que no es un mal tipo, pero que es un absoluto
imbécil (sic) en su profesión. Su única virtud positiva es que es valiente como un perro
bulldog y tan tenaz como una langosta si le pone las pinzas encima a alguien.
Los oficiales en sus historias no son colegas ni compañeros de trabajo. Son
prácticamente sus agentes, y en el mejor de los casos, sus guardaespaldas u hombres
rudos que usa en los trabajos complicados que implican persecuciones o arrestos físicos,
aunque raramente los necesita. En la aventura de El ciclista solitario, por ejemplo la
fuerte personalidad de Holmes domina la trágica escena, y todos eran marionetas en sus
manos, dice Watson, cuando detiene a los criminales bajo su custodia personal, mientras
manda un mensaje al superintendente de policía.
Holmes parece hallar cierto deleite malicioso en humillar al oficial de policía, que soporta
el escarnio pues de cualquier forma su caso se ha resuelto y es él quien a la postre se
llevará el crédito. En La aventura de El constructor de Norwood, un Lestrade orgulloso
cambia de actitud cuando Holmes resuelve en forma dramática el misterio de un supuesto
asesinato, ahumando al estafador fuera de su escondite. A Watson le divierte ver cómo el
comportamiento despótico del detective cambiaba de pronto en el de un niño haciendo
preguntas a su maestro.
Otro ejemplo aún más específico de esta dinámica es el oficial Stanley Hopkins que
aparece en la aventura de El negro Peter, atónito y sin palabras al oir a Holmes resolver
el caso de un viejo marino atravesado por un harpón ballenero:
“No se qué decir, Sr. Holmes,” dice sonrojado, “me parece que he hecho un tonto de mí
mismo desde el principio. Ahora entiendo lo que nunca debí haber olvidado, que yo soy
el pupilo y usted el maestro. Aún ahora que veo que (ha resuelto el caso), no entiendo
cómo lo hizo ni qué significa.”
Pero esta imagen casi caricaturesca de la policía que se extiende a la incapacidad de
reconocer pistas importantes en las escenas del crimen, son sólo el medio de Conan
Doyle para exaltar los talentos de su personaje en las historias. En la vida real el escritor
tenía gran respeto, si no por las instituciones policíacas, al menos por el trabajo de varios
científicos que a fines del siglo XIX y principios del XX daban pasos gigantescos en el
campo de la criminalística.
Según el canon holmesiano, Sherlock es siempre el primero en escribir documentos
relativos a esta disciplina. Realizó un estudio especial de cenizas de cigarro, escribiendo
incluso una monografía sobre el tema. En Estudio en escarlata, presume poder distinguir
a simple vista la ceniza de cualquier marca de cigarrillo o de puro. Es autor también de
publicaciones sobre la detección de manchas de sangre, y es famoso por su método para
deducir la actividad de un sujeto y otras características simplemente de su apariencia
física.
Pero lo cierto es que, aunque la criminalística cobró gran importancia en tiempos de
Holmes, de ninguna manera era una nueva disciplina. Ya en el año 650 se hace mención
del uso de la identificación mediante impresiones dactilares en China, aunque usados
sobre todo en la elaboración de documentos legales. En el siglo XIX en occidente,
expertos como Alphonse Bertillon, Juan Vicetich, William Herschel y Francis Galton,
desarrollaron técnicas pioneras de la criminalística, como la antropometría y la
dactiloscopía, y ya desde finales del siglo XVII Nehemian Grew publicaba su tratado
sobre impresiones dactilares. Naturalmente, es importante nombrar al ilustre y
distinguido criminalista Hanns Gross, a quien se le considera el padre de la criminalística,
y cabría mencionar también en estas líneas a E.F. Vidocq. Hoy sus teorías son
consideradas equívocas y poco científicas, pero a Vidocq se le atribuyen multitud de
avances en el campo de la investigación criminal, introduciendo los estudios de balística,
el registro y creación de expedientes con las pesquisas de los casos, y la utilización de
moldes para recoger huellas de la escena del crimen.
Hasta qué punto influyeron las aventuras de Holmes en la popularización de estos
métodos, es algo que no se puede medir con exactitud, pero es ingenuo descartar del todo
el influjo que con seguridad tuvo en sus jóvenes lectores, como es el caso de la actual
situación educativa: la proliferación de series televisivas policíacas que resuelven sus
casos gracias al talento de expertos en criminalística y disciplinas forenses, han
incrementado significativamente la demanda de tales especialidades en universidades y
colegios técnicos. Sin embargo la influencia de estas disciplinas en la creación del
personaje de Holmes es incuestionable.
Examinando los métodos de Holmes, es evidente que Conan Doyle los modeló a partir de
ciertas imágenes científicas que eran populares en la Inglaterra de la segunda mitad del
siglo XIX. Contrario a la opinión popular, el canon holmesiano no puede leerse como los
textos de Julio Verne, que se adelantan a su propio tiempo, vaticinando tecnologías que
eventualmente serían comunes, como los submarinos. La creación de Holmes como
personaje fue directamente influenciada por el desarrollo de las ciencias forenses.
Como escritor, deportista consumado y hombre de ciencia, era Arthur Conan Doyle un
hombre polifacético con intereses diversos. Antes de convertirse en uno de los escritores
más leídos de la historia, Arthur Conan Doyle practicó la medicina. En la Universidad de
Edinburgo trabajó como asistente para el doctor Joseph Bell, un prestigiado médico
escocés que fuera médico personal de la reina Victoria cuando ella visitaba Edinburgo, y
que fue autor de varios textos médicos de importancia.
Joseph Bell enfatizaba la importancia de una cuidadosa observación para hacer un
diagnosis. Para ilustrarlo, generalmente eligiría un extraño, y sólo con observarlo,
deduciría su ocupación y sus actividades recientes. Tal como Cuvier reconstruía la
anatomía y el medio ambiente de un animal a partir de sus restos fósiles, así Bell
reconstruía la profesión de un paciente, su lugar de origen e historial basado en sus
observaciones iniciales de su vestimenta, su acento, sus hábitos y síntomas. Bell
observaba la manera en que una persona se movía. La forma de caminar de un marinero
era diferente de la de un soldado. Si identificaba a alguien como marinero, buscaba
tatuajes que le ayudaran a saber dónde había viajado. Entrenó su oído para notar
pequeñas diferencias en los acentos de sus pacientes para identificar su lugar de origen.
Estudiaba las manos de sus pacientes porque las callosidades y otras marcas le ayudaban
a conocer sus profesiones. Por todo esto, Joseph Bell es considerado como uno de los
pioneros de las ciencias forenses.
Desde el momento de concebirlo, Arthur Conan Doyle tenía la intención de hacer de
sherlock Holmes un “detective científico”, e impresionado con los talentos del doctor
Bell, modeló en ellos su célebre personaje.
En 1993 los diarios Londinenses publicaron una carta de 1892 que había permanecido
oculta por décadas. En ella Doyle escribe al doctor Bell, diciéndole que él mismo fue el
inspirador de Doyle: “es ciertamente a usted que debo el personaje de Sherlock Holmes”.
Y agrega que el carácter del famoso detective le fue inspirado por su notable capacidad
deductiva, que pudo captar mientras trabajaba con él como asistente en el hospital. “He
acertado a construir un hombre – escribe Conan Doyle – que se adelantara a las cosas
cuanto más lejanas estuviesen”.
Una grabación de gramófono que hiciera Conan Doyle al final de su vida confirma lo que
en la carta escribiera: “pensé probar escribir una historia donde el héroe trataría el crimen
como el Dr. Bell trataba las enfermedades.”
Por supuesto, aún inspirado en los poderes de observación de Joseph Bell, la complejidad
de Sherlock Holmes debe mucho más al carácter de Arthur Conan Doyle y su interesante
biografía.
Cuando en 1876 ingresó su padre a una clínica de rehabilitación para alcohólicos, se
incrementaron los problemas económicos de la familia de Conan Doyle. Era claro que su
mejor opción era estudiar medicina, en cuya especialidad la Universidad de Edimburgo,
donde vivían, era famosa. Al continuar viviendo en casa, Conan Doyle no tendría que
pagar cuotas de hospedaje y manutención, a la vez que obtendría una buena educación en
una carrera que era socialmente respetada y bien remunerada. Al completar su tercer año
de medicina, un compañero de estudios a quien no le era posible viajar, invitó a Conan
Doyle a ocupar su lugar en la expedición que había planeado fungiendo como cirujano en
un barco ballenero. Conan Doyle pronto zarpó en el Hope hacia Groenlandia, asistiendo
no sólo como médico, sino también en la caza de focas y ballenas.
Su graduación en 1881 no alivió su situación económica. Un médico recién graduado
requería de capital para establecer su propio consultorio o comprar una fracción de una
práctica establecida. No contando con semejantes fondos, Conan Doyle trabajó en
hospitales y como aprendiz de otros médicos, hasta decidirse a embarcarse de nuevo,
esta vez como oficial médico de abordo en una nave de la African Steam Navigation
Company . Pero la experiencia en el Mayumba no fue tan agradable como en el navío
ballenero. Después de un sólo viaje a África Occidental, aceptó compartir una práctica
con George Turnavine Budd, un compañero de estudios con un estilo de vida opulento e
irresponsable que a la larga motivó a Conan Doyle a dar por terminada la sociedad. En
1891 Conan Doyle abandona del todo la medicina para dedicarse de tiempo completo a
escribir.
A finales del siglo XIX el mundo occidental vivió un auge de la curiosidad por el
ocultismo, la magia, y los estudios esotéricos. Proliferaron agrupaciones como la
Sociedad Teosófica fundada en Nueva York en 1875, cuyo objeto era el estudio y
explicación de los fenómenos relacionados con los médiums y el espiritismo, junto al
estudio metódico del ocultismo oriental y las religiones comparadas. Mientras ésta crecía
en adeptos y en área de influencia, en Austria, Rudolf Steiner creaba la Educación
Waldorf, promovía la Euritmia y fundaba la Sociedad Antroposófica.
Maggie y Katie Fox, que en 1848 alegaban haberse comunicado con el espíritu de un
hombre que fuera asesinado y enterrado en el sótano de su casa en Hydesville, Nueva
York, iniciaron un movimiento concentrado en la comunicación con los espíritus que
pronto ganó una multitud de adeptos. Las constantes prácticas fraudulentas que a partir
de entonces dieron mala reputación al movimiento espiritista le hicieron perder su
popularidad alrededor de 1900. Pero luego de la Primera Guerra Mundial volvió a ser
popular dado el alto número de personas que habían perdido a sus seres queridos y que de
alguna manera trataban de lidiar con la angustia de su pérdida.
Más tarde abundarían en este tipo de escenario personajes como el británico Aleister
Crowley, en cuyas oscuras personalidades se modelarían más tarde tantos villanos en la
literatura, el cine, la televisión y los libros de historietas (comics).
Huérfano desde temprana edad, aunque hijo de un millonario, Aleister Crowley, quien se
reconocía a sí mismo como partícipe del culto satánico, llegó a ser un célebre ocultista,
conocido en los medios esotéricos como Baphomet. Fue miembro y fundador de diversas
órdenes y sociedades secretas, y vivió en Londres, París, Nueva York y El Cairo, entre
otras ciudades, visitando asimismo diversos países, entre ellos China, India, España,
Italia, Canadá y México.
Además de iniciado en temas esotéricos, Crowley era también era novelista, poeta y
ensayista, escribiendo libros sobre magia, cábala, esoterismo, yoga y sobre la filosofía o
"religión" que el fundó (Thelema) gracias a las revelaciones de El Libro de la Ley.
Crowley decía haber recibido en estado de médium esta obra de una entidad
sobrehumana llamada Aiwaz, o Aiwass.
En un contexto como éste, no es extraño que estas ideologías atrayeran adeptos de todo
tipo de extracción socioeconómica. Conan Doyle mismo era practicante de la magia y del
ocultismo. Aunque poco o nada tuvo que ver con los aspectos más macabros de estos
movimientos, dedicó los últimos quince años de su vida al estudio de la telepatía y de lo
paranormal.
Se definía a sí mismo como agnóstico, a pesar de su formación católica. Y si bien desde
la década de 1880 mostraba ya interés en estos temas, es en 1916 que se declara
públicamente como creyente en el espiritismo. Según parece, un amigo íntimo suyo había
muerto en el campo de batalla en Francia. Se trataba de un colega que practicaba con él
la medicina en Southsea. El doctor Malcom Leckie después de muerto a través de un
médium envió detalles a Conan Doyle sobre las circunstancias que acompañaron su
fallecimiento. El relato de los acontecimientos era de un carácter tan técnico y en clave
que sólo podrían entenderlos un médico o un estratega y no la sencilla y casi analfabeta
verdulera que hacía las veces de médium. Hasta el fin de sus días siguió recibiendo
mensajes de su amigo Leckie mediante sesiones espiritistas en las que sucedían todo
género de fenómenos extraordinarios.
A partir de éstos hechos, Conan Doyle fue un ferviente simpatizante del movimiento,
escribiendo libros, artículos y presentándose públicamente para promover sus creencias.
Fue Conan Doyle quien a final de la década de 1920 investigó el caso de las jóvenes que
alegaban haber fotografiado hadas. Después de enviar las fotografías a análisis, Conan
Doyle optó por aceptarlas como auténticas.
Una anécdota interesante es el hecho de que Harry Houdini, célebre entonces como
desenmascarador de fraudes espiritistas, conoció a Doyle, y entabló amistad con él. En
su afán de convencer a Houdini de la autenticidad del movimiento espiritista, Conan
Doyle facilitó una sesión en la que su esposa serviría de médium usando la técnica de
escritura automática, para que Houdini se comunicara con su madre difunta. Como
podría esperarse, la amistad entre ambos nunca volvió a ser la misma cuando el supuesto
mensaje del más allá resultó estar escrito en inglés; un idioma que la madre de Houdini
nunca habló.
Quizá sea esta interesante combinación en el carácter de Arthur Conan Doyle, como
hombre de ciencia a la vez que creyente en la magia y el espiritismo, lo que en parte
explique el éxito de su personaje: Sherlock Holmes siempre aborda sus casos con la
lógica de un científico, pero las historias están permeadas de un aura sobrenatural. Y
podría decirse que esta combinación de elementos disímiles no es la única en el carácter
de Holmes. Sus arrebatos apasionados y su comportamiento a ratos tempestuoso contrasta
fuertemente con la impasibilidad flemática legendaria del típico gentleman inglés. Sin
temor a ir demasiado lejos, podemos encontrar el antecedente de este tipo de caráter en la
galantería formal del caballero medieval. El mismo Conan Doyle afirma: “Estoy seguro,
viendo hacia el pasado, que era tratando de emular las historias de mi niñez que yo
mismo comencé a tejer sueños.” En efecto, su madre le transmitió a muy temprana edad
su amor por la tradición de historias de caballeros, además de convencerlo de tener
sangre azul por parte de su familia materna.
Pero este “tejedor de sueños” escribió acertadamente en La liga de los pelirrojos que para
efectos extraños y combinaciones extraordinarias debemos ir a la vida misma, que es
siempre más audaz que cualquier esfuerzo de la imaginación.
Su frase se aplica directamente a su vida no sólo por lo extraño que pueda parecer su
afición al espiritismo, sino también porque en un par de ocasiones Arthur Conan Doyle
llegó a actuar como un Sherlock Holmes de la vida real.
En 1907, George Edalji, un ciudadano británico de origen indio, fue sentenciado a siete
años de trabajo forzado por herir animales de la zona donde vivía, dejándolos desangrar
lentamente. Nadie creía en la culpabilidad de Edalji, y diez mil personas firmaron una
petición para obtener su libertad. Dada la gran publicidad en torno al caso, Edalji fue
puesto en libertad después de tres años, sin ninguna explicación.
Dada su mala reputación, Edalji no podría trabajar nuevamente en su profesión de
abogado, por lo que buscó la reivindicación de su honor. Al no tener éxito en el sistema
legal, publicó en la prensa un relato de todo su caso. Conan Doyle lo leyó y comenzó a
investigar los hechos. En una serie de sucesos que parecieran directamente extraídos de
las pàginas de sus libros, Conan Doyle demuestra la inocencia de Edalji publicando en el
Daily Telegraph varios artículos con sus conclusiones, lo cual atrajo la atención del
gobierno británico. Al no existir entonces un procedimiento legal para remediar juicios
erróneos, un comité privado creado ex profeso consideró el asunto y declaró a Edalji
inocente de las mutilaciones.
En parte como resultado de este caso, fue establecida en 1907 la Corte de Apelaciones
(Court of Criminal Appeal) en Inglaterra para corregir este tipo de errores en el sistema.
En otro caso, los abogados de Oscar Slater, un prisionero sentenciado a muerte por
asesinar a una mujer, solicitan la asistencia de Conan Doyle. Conocido por la policía
como el cerebro tras una operación de apuestas ilegales, Slater había empeñado un broche
de diamantes antes de partir para América, por lo que de inmediato fue considerado el
sospechoso principal. Al regresar voluntariamente a Inglaterra para aclarar el enredo, en
el juicio fue declarado culpable aún cuando se comprobó que el broche era distinto al
robado durante el asesinato. Aparentemente, los testigos declararon haberlo visto
abandonando la escena del crímen. Convencido de la inocencia de Slate, Conan Doyle
publicó El caso de Oscar Slater en 1912, examinando la evidencia presentada en el
juicio, y probando punto por punto que él no era el asesino. Pero aunque la sentencia de
Slater fue conmutada a prisión de por vida, los esfuerzos de Conan Doyle fueron en vano,
y Slater permaneció encerrado.
En 1925 un prisionero de la misma cárcel fue puesto en libertad. Slater escribió un
mensaje para Conan Doyle que su compañero escondió bajo la lengua para evitar que los
guardias lo encontraran antes de ser liberado. En el el mensaje Slate rogaba a Conan
Doyle que no lo olvidara y probara de nuevo ponerlo en libertad. Semejante detalle
dramático conmovió al escritor sobremanera, quien llevó a cabo nuevamente una gran
campaña, escribiendo, solicitando la influencia de amigos y hablando en público por la
causa del prisionero. En 1927 el periodista William Park escribió un libro sobre el caso
causando furor al defender la inocencia de Slater e incluso sugerir un distinto autor del
crimen. Fue entonces que los testigos del juicio original confesaron haber sido instruidos
por la policía para nombrar a Slater como el sospechoso. Aunque nunca fue formalmente
perdonado, Slater fue puesto en libertad en 1927.
De estas “aventuras de la vida real”, ninguna sorprendió tanto al autor del canon
homesiano como cuando fue nombrado Sir Arthur Conan Doyle. Durante la guerra de los
Boers que duró de 1899 a 1902, los Boers acusaron a Gran Bretaña de crímenes de
guerra, participando en violaciones, tortura, y el establecimiento de campos de
concentración. Gran Bretaña no dio respuesta oficial a los cargos, pero Conan Doyle
defendió las acciones de sus compatriotas, alegando entre otras cosas, que los llamados
campos de concentración eran en realidad campos de refugiados que el gobierno creó
para las mujeres y niños afectados por la guerra, donde de hecho era cierto que los
índices de mortalidad eran altos, pero por enfermedad, y no por maltrato. Los soldados
británicos morían también por las mismas causas.
La opinión pùblica sobre la conducta de Gran Bretaña durante la guerra fué mitigada
gracias a este documento, por lo que el rey Eduardo VII lo nombró caballero en 1902,
convirtiéndose en Sir Arthur Conan Doyle por sus servicios a la corona.
De ahí que aunque su fama sufrió por su abierta afición al espiritismo, semejante
“detalle” en el carácter de Sir Arthur Conan Doyle será siempre opacado por sus logros.
Y no es para menos, cuando se habla del hombre que además patentó inventos
importantes como un tipo de casco de acero, que previno la muerte de millares de
soldados durante las dos grandes guerras. Ejerciendo como médico, su trabajo clínico
caracterizado por la capacidad de análisis que aprendió de Bell e impregnó después en
Holmes, le permitió establecer la utilidad del PPD como la mejor prueba de diagnóstico
de tuberculosis hasta nuestros días. Efectivamente, la tuberculina (actualmente PPD) fue
elaborada por Robert Koch, descubridor del bacilo tuberculoso, con fines de tratamiento
o de prevención, para lo que no resultó útil. Pero las observaciones de Conan Doyle
hicieron posible que en la actualidad se continúe usando como el mejor estudio para
diagnóstico de la infección tuberculosa.
En cuanto a su éxito como autor, no existe la menor duda. El estilo literario de Doyle es
a veces convoluto, como en las introducciones que hace Watson de cada caso, pero a
menudo está inyectado de un dinamismo tal que va a la par con las veloces
persecuciones. En otras ocasiones Conan Doyle trata de mantener un ritmo realista, casi
teatral, como cuando uno de sus personajes expone su caso o algún criminal confiesa su
falta.
La calurosa recepción que tuvo en toda suerte de lectores el personaje de Sherlock
Holmes resultó a la larga un lastre para alguien con intereses tan diversos como Conan
Doyle. Pero su intento de eliminarlo arrojándolo, al final de una pelea con Moriarty, a la
catarata de Reichenbach en Suiza fue en vano. De inmediato se vio abrumado por una
monumental cantidad de cartas cuyo contenido variaba desde mensajes llenos de
estupefacción, hasta insultos vulgares que un público amantísimo de Sherlock Holmes le
enviaba reclamándole el “asesinato” de su héroe. Obligado por las circunstancias, a
Conan Doyle no queda más remedio que “revivir” a Holmes en La aventura de la casa
deshabitada (1903), satisfaciendo la demanda de sus ávidos lectores. Una vez más
Holmes tendría la última palabra, aún por encima de los deseos de su autor. Un personaje
que parapetado en su popularidad, pareciera haber cobrado vida y juzga a su creador, de
la misma manera en que reprocha siempre a Watson. Y este hecho no es ninguna
coincidencia. Hay quienes encuentran en Watson el alter ego de Sir Arthur Conan
Doyle. Es él el médico que acompaña al detective en sus aventuras fantásticas,
sirviéndole de espejo, compañía, cronista, y asistente.
De éstos, quizás el papel más importante es el de espejo, pues como dice Holmes en la
aventura de Siver Blaze, nada clarifica mejor un caso que planteárselo a otra persona.
Watson, ese fiel amigo que por años había gradualmente apartado a Sherlock Holmes del
vicio de las drogas, que alguna vez había amenazado con manchar su notable carrera (El
tres-cuartos desaparecido), es el biógrafo de Holmes, registrando sus casos que a veces
son trágicos, otras veces cómicos, muchos simplemente extraños, pero ninguno trivial,
pues trabajando por amor al arte más que por el dinero, se rehusaba a asociarse con
cualquier investigación que no tendiera a lo inusual, incluso a lo fantástico (La banda
moteada). Y sin embargo, Holmes no dudaba nunca en criticar a Watson y su manera de
registrar los casos. En la aventura de La finca de Cooper Beeches le dice que ha errado al
tratar de poner color y vida en su exposición de los hechos en vez de limitarse a la tarea
de registrar el severo razonamiento entre causa y efecto que realmente es lo único
importante de los casos. Holmes llega al grado de decirle que ha degradado a “cuentos”
lo que debieron haber sido una serie de conferencias.
La famosísima frase que hicieran popular las primeras versiones cinematográficas de las
historias de Sherlock Holmes, en realidad nunca aparecen en los textos.
“Todo esto es divertido, aunque algo elemental, pero debo regresar al asunto, Watson.”
Un caso de identidad
“Es la simplicidad misma.”
Escándalo en Bohemia y El signo de los cuatro
“…mi querido Watson.” y más abajo: “Elemental.”
El jorobado
Son sólo algunas aproximaciones a la célebre frase, pero sería una conjetura arriesgada
interpretarlas como el origen de la misma.