hoja azul en blanco nº17 de verbo azul

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otoño-invierno 12 revista de creación literaria n17 la hoja en blanc azul Asociación Literaria Verbo Azul otoño-invierno 12 revista de creación literaria n17 la hoja azul en blanco

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Hoja Azul en Blanco nº17 de Verbo Azul

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    revista decreacinl i terar ia

    n17

    la hojaen blancazulAsociacin Literaria Verbo Azul

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    n17

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  • la hoja azul en blancoAsociacin Literaria Verbo Azul

    EDITA:Asociacin Literaria Verbo AzulAvda. de los Castillos s/nCastillo Pequeo 28925 Alcorcn (Madrid)

    DIRECCIN:Ana GarridoJuan Jos Alcolea

    EVALUACIN Y COORDINACIN:Jos Brcena, Hortensia Higuero, Enrique Eloy de Nicols, ngel Muoz, Isidro Snchez Brun, Isabel Miguel, Ana Bella Lpez Biedma, Antonio del Arco, Fernando Fiestas, Cristina Cocca.

    PORTADA:Parcial exposicin de Marina Lange Enero 2012 en el M.A.V.A. de Alcorcn. Ftg. Ignacio Lpez Fando

    DIBUJOS:Jess Contero, Fernando Fiestas, Roco Ordez.

    FOTOGRAFAS:Mara Roldn, Cristina F. Zambrano, Ignacio Lpez Fando.

    DISEO Y MAQUETACIN:HabitacionDesdoblada.com

    COLABORAN:Concejala de Cultura Ayuntamiento de Alcorcn

    Depsito Legal: M-01703-03Imprime: Grfi cas Pedraza S.L.

    oto

    o-in

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    no 1

    2

    revista decreacinl i te rar ia

    n17

    [email protected]@[email protected]

    La Hoja Azul en Blanco no se responsabiliza de las ideas expresadas por los autores

  • Museo Municipal de Arte en Vidrio de Alcorcn.Parcial exposicin de Marina Lange. Enero 2012

  • 3ANA GARRIDOPresidenta de Verbo Azul.

    De la consumacin y la alquimia

    La luz desnuda a tientas los rincones, acaricia las sombras, las desata. Y es que acaso alguna vez es necesaria para encender las voces y los ecos, para engala-nar el aire, los paisajes. Desde ms all de la sed llega una brisa, un temblor irisado de silencios. Es precisamente a ese lugar al norte de las nubes, a ese rincn sin horas del fuego y de la arena, al que Verbo Azul quiere dedicar este nmero de su Hoja Azul en Blanco.

    Presa de cal por el aire, la piedra se vuelve llanto, se sabe corazn, caute-rio, vida. Apenas roza el mar y se desangra mgica, absoluta, para precipitarse de nuevo ante los ojos como un amanecer desordenado, como el grito de un dios naciendo entre la nieve. En estas pginas, nuestro tributo al vidrio, esa materia frgil que amalgama las formas y las hace crecer, determinarse. A travs del tra-bajo de Marina Lange, hemos conocido su universo inmemorial y arcano, lleno de seduccin y de misterio. Desde aqu nuestro agradecimiento a Marina, que tan generosamente se ha brindado a colaborar con nosotros, y al fotgrafo Ignacio Lpez Fando, que nos ha cedido la serie de fotografas que realiz sobre la obra de esta artista de la Laponia sueca. As mismo, queremos agradecer tambin muy especialmente la colaboracin de Luz Pichel, cuya palabra potica fue -es- punto de encuentro y desencadenante de la fusin.

    Pero a veces la realidad es un disparo, un golpe que atraviesa la conciencia y nos deja ateridos, yertos. Cuando nos encontrbamos preparando la revista, nos lleg, como un mazazo, como una sinrazn, como una hoguera, la noticia del falle-cimiento del grandsimo poeta y excepcional persona, Vicente Martn. Como no poda ser de otra manera, Verbo Azul quiere tambin rendir aqu, desde el dolor y la admiracin ms sinceros, su homenaje y reconocimiento al poeta, al amigo.

    No es que el mundo se acabe, Vicente, no es que falten colores para escribir los pjaros, pero nos han arrancado las certezas, se han oscurecido las distancias. Dale alas de sal a los glaciares, qudate en las miradas y en los versos. Prstale ahora tu voz a las encinas y tu cuerpo, / como un campo de olivos, a la lluvia.

    Callemos, dejemos hablar al viento y a las ramas. An hay tiempo de sol para

    intentarlo.

  • Grietas? Marina Lange

  • 5Ahora es el comienzo de las lluvias,agua, todava sin mstil,sin vasija, ni direccin, ni barco.

    Botones, retales, briznas, briznas, briznas de ala de avispa de jaboncillo de costurera,

    un movimiento hacia la luz,el aire desplazando una hoja de olivo, un gromo de buxo.

    Hay algo vegetal en todo esto, es como si fueran a salvarse las frutas, se acerca una hilera de gorriones transparentes.

    A la patinadora, quin la ha visto? quen a veu saltar?delgadsima elstica libreequivoca la msica rompe los ritmos dibujaun difcil pentagrama de alambre ese lo de abrazos (ese arame, ese debuxo, esas apertas)se equivoca se cae se alza promete seguir viva (hei danzar, hei danzar, hei danzar).

    La ciudad de los nios del fro se despereza (a cidade dos nenos do fro espreguzase) se despereza,

    A Marina Lange

  • 6LUZ PICHEL, 2012

    van abriendo los ojos,son cuerpecitos de color verde-agua.Non era doado vivir al (qu difcil dormir, amar, la tos, los tenedores).No era fcil vivir entonces dentro del invierno all.

    La helada, cuntos aos dur?

    y la gente, que cruza los parques con hambre hablando sola, dice:necesitan calor,necesitan un poco de calortodo o mundo precisa un chisco de calor dicen los distrados de los [autobuses.

  • 7DAVINA PAZOS

    No lo sabamos,por eso, tal vez, dejamosnuestros cuerpos secndose;si hubieras dicho una palabraesta casa ahoratendra ms luz,y todos los obstculosseran solamente un centmetro de espumaen un vaso de cerveza.Yo tambin pude haber dicho algo:una montaa, una lluviaque se miran detrs de la ventana,pero no lo sabamosy callamos,dejamos transcurrir el tiempomirndonos sin ms,sin vernos,mudos.Ya es intil;ya ni todas las palabraspueden hacer nada por salvarnos;nos hemos quedado secos,nos han ido, en la piel,saliendo espinas.

    Ya ni todas las palabras

  • Wall Street sobre escombros Marina Lange

  • 9ANTONIO GARCA DE DIONISIO

    MIRO la levedad de la maana con ojos distrados de tanto

    adivinar. La luz nunca perfora las paredes. Su misterio hace

    que no sepamos desde dnde nos llega lo sagrado; lo eternal

    pasajero que nos habla mientras la vida cruza palabras y

    distancias, redondos plenilunios que nos llenan vasos

    intemporales: dulcsimos arropes que nos sacian apetitos y

    fuegos transparentes, ms all de preguntas o arpegios

    retardados sobre el silencio mismo.

    Dulcsimos Arropes

  • 10

    ROSA JIMENA19.03.10

    En el da de hoy,escondida tras las balas de esta nube de algodn, ante m y mi consecuenciaratifi co mi deseo de vivir arrodilladay ocultar el pensamientoen el limbo que ha formado la memoria.

    Me propongo con fi rmezaelevarme hasta la altura de cualquier ser maltratado.Sonrer a aquel que dude de mi estado independienteo el morado-amarillentode mi lpiz cubre ojeras.

    Desde hoy, por si a alguien, sin querer,se le anuda la conciencia,me declaro inexistentepara el resto de mis das.

    Manifi esto

  • 11

    FERNANDO FIESTASVerbo Azul

    Hemos dado la vueltaa la piel del lenguajepara conocer el amor.

    No est compuesto de palabrasni de rumores ni de signos,es el idioma del silencioal mirarse a los ojos,del suave avance de las bocas,de los susurros al odo,de los cabellos enlazados.

    Son las alas sin plumaspara emprender el vuelosobre toda costumbrey el desafo de las dagasadelgazando el aire,es el alimento fugazde las voces que no se encuentranentre espejos en fl or.

    Como entrar por la misma puertaen tu busca dos veces,perdida en laberintos de nostalgiay llevarte de un sueohacia otro sueo.

    Como cuando me sobran los pronombresante la verticalidad de las cascadas.

    En tu busca

  • Mar tranquilo Marina Lange

  • 13

    JUAN JOS ALCOLEAVerbo Azul

    Tiene tanto de marsu liquida certeza,

    tan ebria es por la luz su contingente albura,

    que bien pudiera ser alma en que escapeel sueo indoblegable de la tierra.

    Tiene tanto de Diossu transparente usura,

    tan crptica a la imagen su mirada

    que al cielo puede ahondary en esa honduraquebrar del grcil vuelo a la paloma.

    Tiene tanto de amor en desnudada anchura,

    tan celda abierta al otro en su murada,

    que acaso pueda ser cauterio dulce

    que al ms virgen umbral

    alza la vida.

    Transparente usura

  • 14

    La espera

    Con el cuello subido,soplndose la palma de las manos,alguien espera, y porque espera, teme.

    La espera no es un tiempo solamente perdido,sino una tarde rota que anochece en dos mundos:y dos sombras sumadas son como una ceguera.

    La espera no es amor. La espera es un incendiodonde se queman todos los abrazosy unas manos febriles y sonmbulasdescubren cmo hieren los bordes del olvido.

    Se comienza a esperar siempre un poquito antes de que llegue la hora,y luego se agigantan los minutos, el reloj se apelmaza,y, a fuerza de esperar, el tiempo se hace corcho;y ya no hay ni una cluladel hombre donde siempre detenido,que no se vuelva espera.

    Y aunque ella llegue al fi n, se excuse, fi njaa la hora de siemprevenir desconsolada y pida un besocon labios marilyn, la espera sigue.

    (Porque l estaba all, pero ya no era el mismo,y ella, aun viniendo tarde, no ha llegado completa)

    La espera no concluye, se prolongaen el gesto, en la boca, en la mirada,en la voz distradaque espacia las respuestas.

  • 15

    JOS LUIS MORALES

    Y, aunque quieran ser amables y clidos, la esperainvadir la tarde, se sentar entre ellosen el parque, en el cine, en la terrazadonde toman caf, y seguir creciendo.

    La espera es un vaivn de escaparatessin nada que mostrar, salvo el refl ejode quien tal vez no venga o llegue hablandomal de la lluvia al descender del taxi.

    Y pronto habr una citaa la que ya no acudan el amor, sino el nudode la costumbre. Y pocoa poco, la rutina de esperar ser estril.

    Pero maana an o un mes enteroa la hora de siempre y en el lugar de siempre,seguir habiendo alguien que espera, porque ignoraque incluso el desamoracude tarde.

  • Quema. Marina Lange

  • 17

    Es de noche de nuevo en la ciudad del agua, en las habitacionespequeas del crepsculo.

    Es de noche en los ojos de los muertos.

    La mano del orfebre seleccionalos brotes amarillos,las piedras esmaltadaspara la ceremonia de los lmites.

    Es la hora del mosto,

    la estacin de la ofrenda.

    Las mariposas duermen en medio de la luz,a la sombra de una casa vaca.

    Aqu, donde comienza la regin de los valles,donde reposan todos los presagios,hemos libado el vino de los dioses,la indigencia del aireen las proximidades del solsticio.

    Hemos jurado el nombre de los justos.

    (Los bosques devastados nos precedenbajo un cielo sin mcula)

    Semejantes ahora, necesarios,recogemos el llanto de las copas,alguna fl or cada a la altura del fuego.

    A la altura del fuego

    ANA GARRIDOVerbo Azul

  • 18

    Orgenes

    I

    La salvacin nos ha llegadode las manos del da. Tristespasos, tristes luces calladas,tristes olvidos. Nadapuede llenar todos mis sueosausentes. Al fi n puedo conocer dnde vive el deseoque cuando me traspasa con sus dedoses la lejana caricia de un extrao.

    II

    Digo adis a las sombrasdel da que se alejabandesnudas como pmpanos negrosentre las ramas del camino.Adis a la simetra de los ojosdel corazn, a los vestigios de la lluvia. Ilusoria nostalgianos devuelve a los orgenes del aguadonde navegan los lquenes oscurosde las palabras mudas.

    JOS MARA MUOZ QUIRS

  • 19

    CECILIA ORTEGAVerbo Azul

    He aqu la nada con toda su humanidad como una lgrima vacilante al borde del abismo, inconsolable y muda. El momento absoluto bajando por la pendiente, suspirando la entrega, - la nada - transparente, a punto de romper... Cierro los ojos y percibo lquida la luz, el vuelo contenido de una alondra que se detiene en m, nuestros besos no tienen tiempo nacen, de corazn a corazn, en un mundo que todava no existe...

    A punto de romper

  • Amenaza Marina Lange

  • 21

    RAFAEL SOLER(De Maneras de volver)

    Golosa balsmica envolventefresca en nariz fruta rojacon un recuerdo fi nal de monte bajode nuez moscada y juventud perdida

    Silvia Eliadetres das en casern de roblecon jacuzzi frente al mar

    cosecha del ochenta y dosreserva ducal

    vida bocapara tu dulce cuello embotellado.

    Cata apresurada de Silvia Eliade

  • 22

    ISIDRO SNCHEZ BRUNVerbo Azul

    T pintas el prodigio de las manchas, la conjuncin confusa de la mezcla, las rayas verticales que aprisionan tu idea del dibujo. La luz de los pinceles ilumina la tela con el leoy en todos los espejos queda inmviltu ruido del color.Bodegones, paisajes, quietas calles de edifi cios en paz, algn retrato sobre un fondo de sol casi muy quieto, huyen de la paleta a la blancura,de la anarqua al orden de tus lneas. El cuerpo de esos cuerpos es un almaque pintas al trasluz, y es la siluetade tu defi nicin de los tamaos. No entiendo de esculturani me rinde el lenguaje de las luces que emociona tu voz. Y siempre que me hablas, el mundo es una frase inalcanzableque no quiero soar en mis renuncias. Qu lentitud la luz de la esperanza mientras nos deletrea su lluvia este camino por los cuerpos.

    Cristal de agua y luz

  • 23

    NIEVES LVAREZVerbo Azul

    EROS Y THANATOS

    Recuerdo fugitivo

    Era una tarde de esas que la lluvia vaciaba las calles y las plazas, encenda los sueos de cada chimenea y los labios hablaban con silencios de siempre.

    La penumbra era otra y era otra la luz y las cigeas, la vida de las sombras era otra, eran otras las manos, otras las caricias, otros los nombres, verbos y adjetivos, otros sus titilantes bailes en la pared y otras las siluetas convertidas en pjaros o nubes, leones, elefantes, codornices, desvelando los ojos hambrientos de nios y mayores.

    Junto al fuego las horas respondan al ntimo calor de los lugares hmedos. Jugbamos a mdicos descubramos emociones prohibidas, la turbadora esencia de un ritual antiguo, clandestino.

    Mientras, en el tejado, la lengua de la noche lama con su tambor de agua las venas del invierno.

  • Fernando Fiestas. El jinete

  • 25

    CRISTINA COCCAVerbo Azul

    Escucha como el mar te ata al silencio,cmo deja las islas despobladasde dioses y designios.Escucha al mar, amor, porque te llamo.Mas solo me respondela luna sepulcral que me desvela.Tengo los ojos llenos de nostalgia,yo que fui tambin nadie,que he vencido a la noche desde el llantoy en las olas dejaterida mi sombra, yo, Penlope, tengotus ojos ya varados en los mos,de tus labios, el nombre de mi barca,de tus dedos, las alas de los pjaros.Escucha el vendaval que me entretejelos hilos de tu seda a mis abismos,escucha como un canto de sirenasausenta en tus odos mi voz que te reclama.Y siente como el marle devuelve esta ausencia a tus paisajes, como torna tangible mi cuerpo en la cariciapara hacer de mis sueos, tu primera memoria.Y te nombro los ltimos naufragios,el sol que se hace invierno en la tormenta,el dolor que desviste mis ropas de mendigo.Voy a volver, Penlope, con la vida mordiendo la esperanzaporque quiero habitarnuevamente, la luz de tus espejos.

    Ulises habla a Penlope

  • 27

    VICENTE MARTN (De Silencios Fingidos)

    Poeta y amigo. D.E.P.

    Aqu quedan mis versos, aqu os dejo todo cuanto de m puedo contaros.

    Si quedara desnudo totalmente, si me robaran todo, hasta los pjaros, los rboles y el aire, si borraran de los mapas los ros y los valles, las montaas y el mar, si me quitaran incluso la palabra y no pudiera saludar, por ejemplo, a los gorriones que vienen a piar a mi ventana, ni contarle una historia de amor a las encinas o dar los buenos das a la lluvia o al viento o al granizo o al reloj que me dice un nuevo da, si me quitaran todo, hasta la voz, os hablaran mis manos. Y si, adems, tambin, se me llevaran los brazos y las manos, si me dejan sin piernas, si me sacan los ojos y me arrancan de un golpe el corazn..., en tal caso aqu quedan mis versos, aqu os digo cuanto mi corazn puede contaros.

  • 28

    El bosque

    Atravesar el bosque de los das,rozar sus rboles, olmos, alisos, fresnoshablarles a travs de lo cercano, preguntar porque callan cuanto saben del paso de los hombres

    cruzar el bosque, hallarnosen las encrucijadas con los desasosiegos,no mirar las orillas, y elegirnos: ser el rbol sin ms que fl oreci en otoo,que escucha como el viento nos sugiereenvejecer, callar, cunta tristeza, sabernos hijos de san Juan de la Cruz y no sabernos

    ser un rbol que puedarecordar los relatos futuros de la llama, y contar como duelen los murmullos vigas y los nidos de aceros; ser el rbol que conoci gramticas rebeldes, lo sagrado de la palabra madre, que ignora cmo pudola ternura mudarse en abandono un rbol que pregunte qu camino nos devuelve a la infancia, la longitud sin dueos y la edad que alcanzan los olvidos, y por quviven juntos los lamos y buscan las riberas,que es posible morir cientos de veces y solamente una.

    Atravesar el bosque de los das,desbordarlo, y preguntar contigo, Vicente, en la Moaa,de qu pudo servir gritar imn, arquero, saeta y transente, de qu pueden servirnos los gorriones,de qu buscarles

    Con la memoria de Vicente Martn

  • 29

    FRANCISCO CAROVerbo Azul

    la cancin y dejar que posen en las ramassi los labios que intentan el poema son pjaros helados, dos pjaros helados.

    Atravesar el bosque y esperar con Pedro, con Morales,Manolo, Nicols, con Juanjo y Ana, con Olga y Antoln, beber el blanco drama de no ser todos hasta que llegues t, Vicente, slo nombre.

    Es preciso sabernos palabra, parte izquierda, sabernos caridad o redimidos, y despus refugiarnos en cabaas huir del tiempo, crear Castilla, llegar a las tabernas, all donde residen tabacos antiqusimos, all donde las copas vaciadas nos protegen de los dioses, all donde un amigo se posa en el costado constante del dolor y hace que ceda; es preciso sabernosabejas que laboran entre los edifi cios.

    Las ciudades, la tarde,los bosques invisibles, eso somosun veintiocho de julio,encinas para el ltimo automvil que recorri los pramos, dos goznes de versos todava somos

    porque quedenentornadas las puertas que guardan la memoria del camino,entreabiertoel instante que habr de fundirnos en luz antes de para siempre separarnos.

  • 31

    ANTOLN AMADORVerbo Azul

    Algunas veces pasa,no son muchas ni todas, pero pasa.Una maana poco sorprendentelos gusanos despiertan confundidosy traman un camino secundario.

    Algunas vecesnadie tiene razny un hombre ruge seddesde una cama indestructible.Termina de pasar la maana, terminande espabilarse los gusanosy ya es la tarde. Tarde.

    Un fogonazo azulentra en casa a arrancarde cuajo el minutero.Es efi caz y humilde.Por eso ya no hay tarde tampoco. Se revoca.

    Es la noche un hostal para gorrionesque cantan sin vocalesla cancin de los nios muy despacio.Eran la noche y las encinastambin tuyas

    all donde la madreya no te echa de menos.

  • 32

    ISABEL MIGUELVerbo Azul

    Es un tiempo de sombras en el verso.Un tiempo perdulario en la palabraque sustenta la noche como llanto;como piel que protege tus encinas,tus ngeles que esperan y el recuerdo.

    Es tiempo de metforas truncadas,poemas abortados, signos rotos. No hay camino de vuelta. La poesa,ladrona de tus horas,se lamenta, Vicente, en tu silencio.

    Voz y silencioA Vicente Martn, poeta.

  • 33

    MANUEL LAESPADA

    Hasta la orilla llega la botella,restos de su etiqueta nos anuncianque el alcohol-ms de cuarenta grados comprimidos-all encontr cobijo.

    Buscamos el mensaje eseoesedel nufrago perdido,miramos en su boca, la acercamoscomo si caracola.

    Y escuchamos y vemos a Neptunoabrazado al tridentey bailando (torpemente, por cierto)pasodobles

  • Cristina F. Zambrano

  • 35

    JOS MANUEL F. FEBLESVerbo Azul

    No quiero aceptar las heridasque quedan en el alma ms all de las dudas,ni detenerlas en la memoriade un corazn sin pulso, como un amanecer que huye. Voy a dejarte por ltima vez un adisdescalzo de palabras, sin revelaciones,sin preguntas en la soledad ms solay esperar un tiempo azogadoque fi ltre mi desconcierto.

    No quiero aceptar

  • Mara Roldn

  • 37

    MARY-SANTOS CABALLERO MURILLOVerbo Azul

    Huye la luz.Caminas casi a oscuras,en medio de la nada de tu acera.Cmo tiembla el fulgor de la farola,sobre la dura opresin de tu cadena.

    Calle adelante un asalto, una cada.Un ramalazo de sangre por tus venas.Maldices a esa cruzque te derriba y clavade rodillas sobre afi ladas piedras.

    Han borrado cada letra de tu nombre.Han sembrado en tu boca fl ores muertas.El miedo y sus aristas sobrecogencomo el rugir del mar en la tormenta.

    Cunto rencor quemndote la entraa. Y cunta soledad de noche negra.

    Llora la luna.Redonda va cayendohasta el mar acuchillado de tus penas.Y se deja morir. Muere contigo,en todas las esquinas de la Tierra.

    Huye la luz

  • 38

    HORTENSIA HIGUEROVerbo Azul

    Esta intimidad de una luz a solas.Esta intimidad con la que el agua de la pielrefl eja en los rboles ms tristes toda la respiracin de una noche.Esta distancia fugaz que tiene el pensamiento nico.Y el hecho cierto de saber de las lunas que dejamos escritas en los ojos.

    Esta mirada al interior del alma es la que recoge ahora la humildad de todas las palabras.

    La luz que se agiganta an ante la muerte.

  • 39

    ROCO ORDEZ RIVERAVerbo Azul

    Azul de hielo sumergido,cascada de voces de ausencia,un pual,la nada oculta por la niebla,palabras que entran y escarbany dueleny quemany apagan...Apagan luces manchadas, ahora, de silencio,destrozando fl ores,abriendo heridas,castigando almas que ahora ya solo reptansin hambre,calladas,hundidas en el desierto.

    Hielo azul

  • Mara Roldn

  • 41

    ARMANDO GALLEGOVerbo Azul

    Alta como un madero telefnicodesprovisto de tordos y lugareosdonde se ocultan los planetascon silueta de gato persa,mi voz es para ti un trueno de sangre,con viveza, color de abejarucoen el barro cocido de un camino hacia ninguna parte,y, sin xito, hechizo de plataen los bolsillos de las lucirnagas, en las cortezas de los pinos ms altos,mi voz puede adoptarformas perversas, sierpes y abrojosen una caja de sombras y melancola,lobos y enjambres a merced del napalm de las botellas.

    Voz

  • Jess Contero

  • 43

    TERESA DE JESS RODRGUEZ LARAVerbo Azul

    Al amanecer,cuando el da nacerodeado de ese cngulo de luz maduray los pjaros salen de los rbolescon una eclosin de trinos en los picosEn este conciso instantecuando la aurora abre sus puertas y descuelga su brillo de bonanzay un murmullo de vida recupera las alas,siento una llamarada de fuego-ese son del alma a veces promesa-que incendia mi corazncon un abrazo desnudo y casto.En esos momentos del amanecercuando renace la viday el paisaje recupera su sonido de luz,ese allegro del alma, a veces promesa,renace y vuela con alas incendiadaspor este interior moy me regala instantes de dichaantes de abandonarme.Es entonces cuando escucho la llamada peregrina,desnuda y castaque me cautiva, penetra mis venasy recorre mi alma palmo a palmoy es entonces cuando el verso ingenuoincendia mis rincones, me seduce y me conmueve con su voz de fuego.

    A veces promesa

  • Cristina F. Zambrano

  • 45

    JOS MARA GARRIDO

    La voz, como el trueno, amarga La vida grave, la muerte agudaEsperando, detrs de los cristales, Tan prxima y tan leve

    Dialogo rotundo, decisivo paso a paso Contrapunto sereno y terrorfi coSin sentido genial, perturbadorComo el silencio. Dramtico

    La delicia entrecortada en la batutaLo blanco que se crece, Lo negro perdura, se resisteMe atormenta entre timbales ldicos

    La voz, la luz, la sed.El eco de sus pasos se acerca inexorableLa sombra de su miedo se acrecientaEl hambre de su ausencia me devora

    Ahora, un lamento entre versos de gozoLa anttesis, la coronacin de un dramaExplosin de armona y reverenciaEs la fe en la locura vacilante.

    La fe, en la locuraJuan Sebastian Bach

    Cantata n 1 En los brazos de la muerte

  • 46

    LOLA SANZ MURILLOVerbo Azul

    Sin ser el dios de tu secreto eres el agua de mi boca.

    Yo s s la luz de todas tus cortinas cuando no callas,cuando escucho, tu silencio en la arista de nuestros labios;en los verbos de mis dudas,escribiendo tu fi gura en las brasas del fuegoen el sabor del ascua donde el hambre ha sido sueo.

    Segura estoy de tus palabras, de lo que puedes ver en tu mirada,de los futuros de este poema que con calma sorprendes,de la sed de tus maneras repitiendo lo que la vida quiere.

    Nunca dir mi nombre porque mi nombre soy yo.Nunca atrs. Siempre ASTRA.

    Sin ser el dios de tu secreto

    A ngel Gonzlez-Pedro Guerra

  • 47

    Y como le deca, maestra, que llevo apenas una semana aqu y ya he podido calar a cada uno de los habitantes de la casa, o eso crea yo, porque lo que acaba de pasar, no me lo esperaba.

    A una de las hijas hay que obligarla a comer, y si se descuidan, tira lo que le dejan preparado; trabaja abajo, en la panadera, mire usted que contrasentido. La pequea es casi una cra, pero es la mejor moza. Tiene buen carcter, con ella me divierto, le gusta jugar con el gato, ya le digo, maestra, que apenas es una nia, aunque se ocupa de todo lo de la casa. La vieja est siempre en la cama, mientras la mimen, todo va bien.

    La mayor no estaba en casa cuando usted me mand aqu, trabaja fuera. Vino a los dos das, de vacaciones, y me pareci guapa. Le escond el peine, para probar su genio, y revolvi por toda la casa, molest a todo el mundo, tuve miedo de que me descubriera, pero no, no cree en los trasgos.

    El caso es que a media maana, la pequea le prepara el desayuno a su her-mana y se lo baja a la tienda. Entre cliente y cliente, la vendedora se lo va tomando, no le queda ms remedio, porque est a la vista de todos y no puede hacer tram-pas. Al subir la chica con los cacharros ya vacos

    Le juro, maestra, que no fue cosa ma! Fue un accidente! S, s, un accidente fortuito! El caso es que se tropez en la escalera, se cay y los platos y la taza se rompieron. La mayor sali tan rpidamente que todava sonaban los cascos cuan-do asom el hocico al rellano, como una furia:

    Qu pas?! Qu hiciste?! Qu se rompi?!

    S, s, maestra, en vez de preguntarle si se haba hecho dao, a la pobre mu-chacha, aquella energmena se lanz a por los trozos de loza, empujando a su hermana que se afanaba, aterrada la inocente, tambin en recogerlos. No puedo acordarme de todos los dardos hirientes que salieron por aquella boca que a m me haba parecido agraciada. A todos nos llam intiles, desastrosos, incabales, de-rrochones. Rebusc cada una de las esquirlas, con los ojos encendidos como teas verdes, con las venas de cuello hinchadas, escupiendo improperios sin parar: seres odiosos, seres detestables, seres indeseables, seres inmundos as insultaba.

    El enfado le lleg a desesperacin al darse cuenta de que la recomposicin de las piezas era imposible. La pequea lloraba, acongojada, en la cocina, aunque yo le devolv el prendedor del pelo, y le puse otra vez el estropajo de fregar en su sitio, y le traje al gato para que la consolara.

    El episodio fue perdiendo intensidad, pero no fue capaz, aquella fi era corru-pia, de comprender que lo ocurrido slo haba sido un accidente y que lo nico importante era el golpe de la chica y el disgusto que se trag; a esa le importan ms las cosas que las personas, y la verdad, no me gusta. Tras el huracn lleg una calma tensa; despus de quedarse ronca de tanto vituperar, se encerr en un mutismo resentido, ms lacerante an que el incisivo vituperio verbal. Subi los

    Slo fue un accidente

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    pedazos a la cocina y los arroj sobre la encimera, en un reproche cruel a su her-mana menor, que ni se atreva a echarlos a la basura.

    Qu hago con eso? Qu va a ser! Te parece poco lo que hiciste hoy? Ahora qu queda, si no

    tirarlo. Estars contenta. Fue sin querer. Estara bueno, que encima hubiera sido queriendo, era lo que faltaba, qu

    menos.

    Y fueron estas sus ltimas palabras antes de enfurruarse. Est anochecien-do, y tras la comida ms triste que recuerdo, tras una tarde lgubre y hosca que me ha quitado las ganas de jugar, le escribo a usted para suplicarle que me mande a otra casa, porque no quiero vivir con alguien capaz de valorar ms a la vajilla que a las personas. No estoy cmodo y quiero irme. Tengo miedo.

    EVA BARRO GARCAVerbo Azul

  • 49

    Ignoraba quin era Miguel ngel, Brancusi le sonaba a pastelillo relleno de crema, de Benlliure tena odo de su relacin con el cine, y Rodin, decan que haba creado El Pensador, una estatua muy conocida, segn la amiga de Dorita y com-paera en la clase de escultura. sta le cont a Dorita una ancdota acerca de un escultor obsesionado con las posturas raras, que un da se qued meditando sobre su prxima creacin y al levantar la cabeza vio su imagen refl ejada en un espejo situado enfrente de l y del impacto sufrido, le surgi la decisin de ser el modelo de su propio arte.

    Un gran comienzo le pareci a Dorita la iniciativa del artista. A ella le entu-siasmaba llegar a ser una gran escultora, admirada por todos.

    La clase de escultura a la que asista estaba situada en el antiguo Casino. En los grandes salones haban habilitado talleres de diversas prcticas artsticas y el formar parte de tal ambiente le pareca de una importancia excepcional.

    Todos sus compaeros posean dotes por debajo de las suyas, lo haba com-probado Dorita segn les vea moldear las fi guras siguiendo las instrucciones del maestro respecto a los bocetos escogidos.

    Un buen da irrumpi en la clase cierto seor de gran porte, colega del maes-tro, comentarios aparte, un tanto avejentado pareca o realmente tena ms aos de los que hubiera preferido Dorita. Sin embargo, la admiracin mostrada por nuestra protagonista cuando ste comparaba los modelos que pretendan esculpir los alumnos con los originales de los respectivos creadores, fue muy acusada por el visitante, y la disertacin sobre el David, al cual Dorita intentaba dar forma, la dej boquiabierta.

    Durante los das sucesivos, el visitante ilustrado en escultura frecuentaba asi-duamente los talleres y las animadas charlas con Dorita. Cada da se la vea mas animada a seguir esculpiendo su David, en cuerpo para la escultura y en alma para el visitante.

    El trmino de las clases se acercaba, el curso tocaba a su fi n. El visitante no poda disimular su inclinacin por Dorita, y sta suponemos deba compensarle, aunque no podramos asegurarlo, con cuantiossimas atenciones.

    La exposicin sobre los trabajos se instalara en el Saln Goyesco del Casino, con sus araas pendientes de los inalcanzables encofrados y coronando as las esculturas ya culminadas.

    Esto le pareca a Dorita un sueo y estaba segura de que su David ocupara el lugar ms privilegiado, ya que se consideraba una obra un tanto eclctica, adje-tivo otorgado por el visitante ilustrado y, en estos momentos, ntimo ya de Dorita. Se entregaran menciones a las diferentes obras y Dorita aspiraba con su David a la ms importante.

    Lleg el da tan esperado. El jurado lo formaban: el profesor de escultura, sin voto por supuesto, el profesor de cermica, dos seores a los que no se les haba visto nunca por all, segn se dijo impartan clases de artes plsticas en otra ciu-dad, y nuestro visitante ilustrado.

    Dorita, mon amour

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    MARISA GONZLEZVerbo Azul

    Dorita sonrea sin cesar, debido a los nervios del momento. Su triunfo sera rotundo.

    El grupo de entendidos observaba las obras deambulando por el saln y ano-taban y anotaban en sus respectivos cuadernos. Ya se aproximaban a su David, pens Dorita, ya tena el xito en las manos.

    El quinteto se situ enfrente de la escultura. A medida que recorran el Da-vid, empezando por la testa, continuando por el torso y descendiendo, sus ojos se agrandaban y la admiracin y el asombro se fundieron en sus rostros al comprobar cmo el miembro generacional, ntegro, se desplomaba, rompindose en aicos contra la encerada tarima de roble soriano, dejando a nuestro insigne modelo tan eclctico e incompleto como no se haba fi gurado nunca el entendido e ilustrado visitante, ntimo de nuestra Dorita, como ya sabamos, la que en su afn creativo, no consider que la ley de la gravedad, es inexorable.

  • 51

    Lucas fue un nio con suerte porque le contaban cuentos de hadas las noches de los fi nes de semana: su padre los sbados y su madre los domingos. No tard en advertir que muchas veces uno y otro contaban el mismo cuento y, aunque la historia era igual, su padre y su madre lo hacan de forma distinta, cada uno con su propio estilo. Incluso un mismo cuento contado por la misma persona poda variar ligeramente de una semana a otra. As, aun conociendo de antemano el desenlace, Lucas permaneca totalmente enganchado a la narracin, apreciando todos los detalles, novedades y diferencias en cada frase, cada personaje y cada descripcin. Lucas se dio cuenta de que lo mismo ocurra con la comida. La tortilla de patatas, aunque era una misma receta, sala diferente si la preparaba pap o mam, igual que ocurra con el gazpacho, el cocido, la paella o incluso los espaguetis.

    Poco a poco, Lucas vea personajes en los ingredientes: prncipes tomate, princesas lechuga, dragones ajo, lobos fi lete o hadas madrinas pechuga con polvos mgicos de pimentn. Tambin vea castillos en sartenes, lagos en jarras y casas en platos, o espadas en cuchillos y varitas mgicas en tenedores. Pero sobre todo le atraan las tramas de sus cuentos receta: la imposicin de una prohibicin al pro-tagonista y la siguiente trasgresin en un cascar y batir de huevos, la partida del hroe hacia un viaje de aventuras al introducir la bandeja en el horno, la batalla en una ebullicin y la victoria defi nitiva frente al villano al dar la vuelta a la tortilla sin romperse. Por supuesto, siempre haba un fi nal feliz con boda, con la mesa puesta y los platos preparados para el banquete.

    Ya de mayor, Lucas compona cuentos dulces, salados y picantes, novelas al dente, historias crudas y relatos gratinados. Por supuesto, regentaba su propio restaurante de autor.

    Prncipes tomate

    JOSETO ROMEROVerbo Azul

  • Roco Ordez Rivera

  • 53

    Tal vez, en el azul ms profundo

    Volver a suceder? Flotar, ingrvida, en las aguas de este mar a merced de las mnimas olas que

    sustentan el vaivn de mis pensamientos para despus, con un leve y diestro giro, dejar mi cuerpo suavemente suspendido en la superfi cie con el rostro bajo el agua, abandonado todo en la seguridad y el placer que me ofrece la deriva; esperar sin tiempo con la vista varada en el fondo donde un paraso hundido bajo las algas siempre me reclama.

    Es una pasin translcida que me aborda cada vez con ms frecuencia des-atando en m el deseo incontrolable de vivirlo aunque sea una sola vez ms antes de partir:

    Mis sentidos se van diluyendo poco a poco con el fl uir del tiempo. El tacto, fresco y suave, equitativamente distribuido por cada centmetro de mi piel, se con-vierte en una prolongacin de mi propia sustancia por el azul del agua. Dejo de percibir los lmites de mi cuerpo y me siento fundida con el extenso edredn que arropa la vida submarina. Extendiendo la mano, abro los dedos para que se deslice a su antojo el espritu invisible que se aloja dentro de m.

    Cierro los ojos porque no hay obstculos; porque s que conservar tan bella imagen navegando bajo mis prpados eternamente con la certeza de que perma-necer inclume entre apasionadas caricias con el transcurrir de los aos; porque no necesito mirarlo para conocer su esplendor, para ver la vtrea alcoba que desde hace siglos me acoge. Me espera... Su profundo y frgil color es mi luz.

    El olor a mar, a sal, a la brisa de azahar que presuroso liba el aire, es el liviano perfume de mi cuello. Es el aroma incorpreo que se acurruca de noche entre mis sbanas y vaporiza mis sueos aun en la dolorosa distancia.

    Su sonido rtmico y quedo me mece a su voluntad, que es la ma. Para qu otras palabras? Su silencio expreso en el instante fascinado que arrebata el aliento del alma es un sello de fi delidad contra la lenta agona de soledad y sufrimiento.

    Mis labios hace ya tiempo que no desean otros que sus entregados besos de sal rociados con lgrimas forjadas en la perpetuidad del roce inverosmil de un amor con agridulce sabor a inmortal.

    El abismo oculto en la apocalptica densidad de su oquedad ms profunda, en su desconocido azul, me llama; me llama y me absorbe en una creciente distole hacia la que me abandono serena acompaada por un tenue rayo de luz. Des-ciendo inexpugnable, ansiosa por penetrar en el corazn puro del Edn donde mi vido amante espera jubiloso para envolverme con su abrazo hmedo y llevarme consigo entre fogosos remolinos de arena, agua y sal. Y as, en el azul ms profun-do, su amor intangible al fi n me devora.

    Volver a suceder?

    ENCARNA MARTNEZ OLIVERASVerbo Azul

  • Cristina F. Zambrano

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    Deba de tener alrededor de ocho aos cuando mis padres decidieron com-prar una casa en la villa de Gascuea, pueblo perteneciente a la Alcarria de Cuen-ca, donde comenc a pasar los meses de vacaciones de verano a excepcin de quin-ce das que disfrutbamos en la playa, jornadas de ocio que me hicieron amar el mar y todo lo relacionado con l.

    Los casi tres meses de asueto que pasaba en alcarreas tierras daban para hacer infi nidad de cosas, incluso caer en el tedio o el aburrimiento. Solamos jun-tarnos los chavales que vivamos en el Arrabal -nuestro barrio- y los juegos consis-tan en trastear todo lo habido y por haber. Descubrir lugares desconocidos de la villa, meternos en corrales, cuevas y casas abandonadas donde nos fi gurbamos vivir una aventura como si de robinsones o conquistadores espaoles del Nuevo Mundo se tratara. Hacamos con plena libertad todo lo que en Madrid, con los consiguientes riesgos y peligros que conlleva vivir en una capital, no podamos hacer.

    Otras veces a lo largo del caluroso verano, acudamos a los lavaderos y tras llenar las pilas donde las mujeres lavaban la ropa -siempre en hora de la siesta para que no hubiera nadie- nos metamos para remojar nuestras posaderas, o nos bamos introduciendo vestidos, uno por uno en los tres pilones del pueblo ante las llamadas de atencin de los lugareos, momento en el salamos corriendo para evitar algn que otro pescozn.

    El entretenimiento en otras ocasiones consista en subir monte a travs el cerro de San Gins -como las cabras montesas- y una vez culminado, recorrer la derruida ermita que ya conocamos ms que de sobra, esperando encontrar en alguna de sus paredes, pisos o techos, algn tesoro escondido de milenarios tiem-pos.

    Lo cierto es que todas estas aventuras las hacamos juntos los chavales del pueblo pero haba maanas o tardes en las que era yo solo, sin compaa, quien realizaba dichas excursiones. Es curioso que fui ms feliz disfrutndolas solo que en compaa de otros nios.

    Estando sin acompaantes poda montarme mi propia historia cosa que con el resto de la pandilla no era factible. Siempre queran que furamos soldados, vaqueros o indios, yo por el contrario siempre quise ser un descubridor espaol, un guerrero medieval que defi ende su castillo, un conquistador de tierras, tesoros y mujeres

    S, mis queridos lectores, tambin cortejar jovencitas, aunque os resulte extrao en un nio. Desde cro trat de conquistar fminas -adolescentes de ms edad que la ma- a las que me declaraba expresndoles mi amor. Cosa que mi ma-dre llevaba mal y me recriminaba al no tener edad para esas lides.

    Nunca me gust ser nio, no es que fuera traumtico ni que tuviera una infancia difcil, es que era muy aburrido. Siempre dese crecer para poder delei-tarme, disfrutar y compartir lo que es para m lo mejor que existe en la tierra: la mujer.

    El halcn de Preguezuelo

  • 56

    Volviendo a mi niez, en los das de esto veraniego, haba tardes en las que preparbamos una excursin con bao incluido al molino de Preguezuelo. Dicha propiedad se encontraba a media legua de la villa y tenamos la suerte de que Faustino, to de Salva -uno de los chicos de nuestra pandilla- estaba a cargo de dicha hacienda con lo que cuando se ausentaban los amos, nos dejaba baarnos en la alberca del molino como si de una piscina se tratara. El agricultor, hombre amante de los animales, llegaba hasta all montando en su burro Potes.

    Un mdico era el propietario del molino, los terrenos colindantes y el derruido castillo rabe -hay quien dice que la fortaleza no le perteneca- y para nosotros era un lujo poder baarnos all.

    Debamos de ser entre cuatro y seis chavales los que, montados en nuestras respectivas bicicletas, pedalebamos hasta aquel rincn despus de comer, a ple-no sol y sin echarnos la siesta. A m nunca se me dio bien montar en bici, era de los normalitos, y casi siempre llegaba el ltimo o de los ltimos, cosa que nunca me import ya que prefera pedalear a mi aire, imaginando historias, deleitndome en el paisaje de bajos y pelados cerros, vias -de las que nos infl bamos a comer uvas con los consiguientes dolores de tripa- e interminables olivares.

    En aquellos aos llambamos errneamente a aquel trmino Prizuelo o Prieguezuelo y fue all, en la misma carretera a pie de coger el camino que lleva al molino y al castillo donde vi por primera vez un bello y majestuoso halcn.

    Los restos de la fortaleza rabe de Preguezuelo se encuentran en lo alto de un cerro y para acceder a l, hay que pasar por los terrenos pertenecientes al molino con lo que lo visitbamos cuando los propietarios del molino no estaban. Con los aos ya siendo adolescente fui a verlo en un par de ocasiones y en una de ellas, me llamaron la atencin los propietarios de las tierras adyacentes y el molino alegando que al castillo no se poda subir, que no estaba permitido visitarlo ya que tambin era de ellos.

    El trmino de Preguezuelo pertenece a la villa de Gascuea y all en el pue-blo pregunt en ms de una ocasin a varios lugareos si el castillo perteneca al mdico dueo del molino o no. La contestacin de los del lugar era que el castillo no entraba con los terrenos del molino pero sinceramente al no haber visto las escrituras de la compra-venta no puedo asegurar, ni me importa en absoluto, a quin pertenecen las ruinas de lo que fue fortaleza rabe.

    En la parte baja del castillo existe un foso natural por el que pasa un arroyo en el que abundan los juncos. Siendo nio se vea una boca que era una de las sali-das de huida que todos los castillos tenan por, si las cosas se ponan feas, escapar de all. Quise meterme con la esperanza de poder ver aquellas galeras, aquellos pasadizos que tal vez me llevaran a alguna mazmorra donde encontrar algn ob-jeto de los tiempos medievales de guerras entre moros y cristianos, pero, aparte del agua que tenan -haba que mojarse y meterse a gatas- a los pocos metros de iniciar la aventura, la galera estaba cegada por la tierra cada a lo largo de los aos.

    Antes de que el molino perteneciera al mdico, haba tenido otros morado-res que trabajaban y vivan en l.

    Juana Cantero Canales -abuela de mi mujer- se cri all ya que sus padres eran los encargados del molino en las dcadas anteriores a nuestra ltima guerra

  • 57

    civil. Aquella anciana menuda, que haba sido muy guapa siendo moza, me con-taba que su padre Demetrio -apodado en el pueblo como el to raquilla- pona huerta en aquellas tierras y en ms de una ocasin al cavar con la azada salieron restos de huesos humanos que tiraba a unos pozos cegados del derruido castillo y pequeas monedas plateadas y doradas que aquel hombre, sin darle mayor impor-tancia, meta en un bote de cristal.

    Siendo adolescente me gustaba correr y en ms de una ocasin entrenaba hacindolo desde Gascuea a Tinajas. Preguezuelo est ms o menos en la mitad del trecho y al pasar por aquel trmino, siempre he visto un halcn. Estas aves rapaces de color gris azulado y vientre blanquecino con manchas oscuras, conoci-das como halcn peregrino, pueden llegar a vivir hasta quince aos, se alimentan de aves de tamao medio, presas que cazan al vuelo, y raramente de pequeos mamferos como ratas, liebres, ratones y ardillas. Son aves territoriales y general-mente vuelven a anidar donde la vez anterior utilizando cortados rocosos, peque-as oquedades o construcciones hechas por el hombre, con lo que aquel paraje de Preguezuelo es un lugar idneo para ellos tanto en las cornisas de pared del cerro como en lo alto de las deterioradas torres que le quedan al viejo castillo. Entorno en el que abundan los pinos, agua y los chopos, chopera que poda ser ma desde hace aos pero eso es otra historia.

    Ahora, a mis cuarenta y cuatro aos, sigo pasando por all, pero ya no voy corriendo ni en bicicleta. Voy en coche y no hay da en el que al levantar la vista al cielo, no vea un halcn peregrino sobrevolando aquellos cielos. S que no es el mismo pero tambin s que es un descendiente del majestuoso halcn que vi por primera vez siendo nio. A veces paro el coche en la cuneta y me bajo un rato a verlo, a contemplarlo tan bello, tan rpido, tan poderoso, tan libre.

    Todo ha cambiado, todo cambia con el paso del tiempo, pero hay cosas que me gusta que sigan siendo iguales. Cosas como pasar por Preguezuelo y que las ruinas majestuosas de la fortaleza rabe sigan all, vetustas, orgullosas de su pasado guerrero, regias.

    Cosas como que un magnfi co halcn me reciba -saludndome quizs- do-minando los cielos de aquel entraable y bello paraje.

    FERNANDO JOS BARVerbo Azul

  • Fernando Fiestas

  • 59

    En lo alto de la azotea haca un calor asfi xiante y demasiado viento, tanto que le costaba incluso respirar. De pronto se sinti preocupada. Y si con un vendaval como aquel no llegaba a caer al suelo y se pona a volar como un pjaro? Tal vez debera es-perar a que parase, as tendra la seguridad de que caera a plomo sobre el pavimento y no saldra volando para terminar posndose en una de aquellas nubes que eran arras-tradas a toda velocidad sabe Dios dnde. Hizo un gesto de fastidio. Otra vez estaba su imaginacin haciendo de las suyas. Bien saba ella que slo los pjaros vuelan, pero le gustaba tanto imaginar situaciones imposibles que no haba podido evitar la tentacin de hacerlo tambin en un momento como aquel.

    Se acerc al borde de la cornisa mientras agarraba con fuerza la barandilla y mir hacia abajo preocupada. Si no calculaba bien y se desviaba poda caer en los setos del jardn y no en la acera, en cuyo caso el resultado tal vez no fuese el esperado. Se incli-n hacia delante y recorri la calle con la vista. Pareca vaca, no haba riesgo de que alguien la viese e intentase convencerla de que estaba haciendo una tontera. No, de eso no tena que preocuparse. A esas horas casi todo el vecindario estara durmiendo la siesta o viendo la tele y un domingo de agosto a las cuatro de la tarde no era el mejor momento para pasear. Calcul la altura que la separaba del suelo. Era considerable, tal vez 20 metros, como le coment el portero la primera vez que la vio subir all arriba cargada con la mquina de escribir, la banqueta y la mesa plegable. Hoy tambin se haba encontrado con l en la escalera, la verdad es que no haba da que no se topase con Manuel, bien fuese al subir o bajar de la azotea.

    Qu, Paloma, va a escribir otro bestseller? le haba preguntado con ese tonillo socarrn que le caracterizaba. Tenga cuidado que a lo mejor se la lleva el viento.

    El maldito viento. Por qu soplaba hoy con tanta fuerza? Quitaba las ganas de todo. Ayer, cuando tom la decisin, tan solo una ligera brisa haba acariciado su pelo, la temperatura era agradable y la ropa tendida desprenda ese aroma a suavizante que tanto le gustaba y que haba descrito con todo detalle en su ltima obra. Fue precisa-mente al hacer aquella descripcin, tan crucial para el desenlace de la historia, cuando se dio cuenta de que no poda seguir as, le costaba tanto pulsar las teclas! La maldita artritis cada da se lo pona ms difcil, adems su cabeza tampoco era la de antes, nun-ca le haba costado tanto encontrar las palabras exactas ni los adjetivos adecuados para conseguir que una sensacin tomase cuerpo. Entre unas cosas y otras haba tenido que rehacer el texto varias veces, con la considerable prdida de tiempo que eso supona.

    Ech la vista atrs y revivi el momento en que entr en el despacho de ngel Saavedra. Estaba nerviosa, cosa poco habitual en ella, y sin decir nada esper a que l hablase primero.

    Mientras lea me pareca estar oliendo a ropa limpia. Paloma, eres un genio y eso que trabajas como en el siglo pasado! le haba comentado su editor sujetando el borrador de la novela.

    Sonri al evocar aquel cumplido y se sinti orgullosa de sus xitos. Record la fa-cilidad con la que escriba hace unos aos, cmo las ideas originales se peleaban entre ellas para ser las primeras en llegar hasta sus dedos y convertirse en historias; rara vez cometa errores y nunca equivocaba las palabras. No quiso entretenerse demasiado en ese recuerdo, lo apart rpido de su mente y busc en el bolsillo del vaquero una goma

    De arriba abajo

  • 60

    con la que hacerse una coleta que evitase que el cabello, demasiado largo para su edad, se le fuese constantemente a la cara.

    Tena que haberlo hecho ayer pens mientras se recoga el pelo. S, ayer. Recin tomada la decisin le hubiese resultado ms fcil, pero no era el

    momento; demasiada gente en la calle; Manuel fregando el ltimo tramo de escalera y la vecina del cuarto a punto de subir a tomar el sol como haca cada da a esa hora. No, no habra podido, alguien la habra sorprendido y se lo habran impedido. Para asuntos tan importantes como el que tena entre manos necesitaba tranquilidad y sobre todo soledad. No le apeteca dar explicaciones a nadie. Por otro lado, qu les iba a decir? Qu era algo necesario? Menuda tontera. La tomaran por loca y estara en boca de todo el vecindario. Eso seguro.

    Mir de nuevo hacia abajo y se sinti triste. Terminar as pareca un poco injusto, la verdad. Retrocedi unos pasos alejndose de la cornisa y se volvi lentamente. Mir la mquina de escribir, que descansaba en el suelo dentro de su funda. Era una Olivetti Pluma 22 de los aos 60. Con ella escribi el relato con el que gan su primer certamen literario y con ella haba escrito tambin su ltima novela, la que tanto trabajo le haba dado.

    No, no es justo. Escribir una ltima nota, algo que sirva de recuerdo, y d una pequea explicacin del porqu de un fi nal tan dramtico dijo en voz alta a pesar de que solo la acompaaba el viento.

    Se agach y abri la cremallera de la funda en que estaba guardada la mquina. De su interior sac los folios que siempre llevaba all y luego, muy despacio, como quien saca un objeto de cristal de roca de una caja en la que hubiese un gran letrero con la palabra frgil, fue sacando la Olivetti color crema. La coloc con cuidado en el poyete donde se dejaban las pinzas de tender la ropa, puesto que hoy no haba subido la mesa plegable, y meti un folio en el rodillo. Fij los mrgenes como a ella le gustaban y clav la vista en el papel. Por dnde empezar? Lo que menos le apeteca en ese momento era ponerse a teclear sin tener una idea exacta de que escribir.

    Esto es ridculo! dijo cogiendo la mquina bruscamente y dirigindose a toda velocidad hacia la cornisa del edifi cio. Sac los brazos por encima de la barandilla y sostuvo la mquina en el aire el tiempo justo para asegurarse de que no haba nadie en la calle, tras lo cual, y casi a cmara lenta, separ las manos de la Olivetti que se precipit al vaco y, ajena a la fuerza del viento, se estrell contra el suelo hacindose mil pedazos.

    Pues no ha volado! pens un poco decepcionada. Durante un buen rato no pudo apartar la vista de lo que, tan solo haca unos se-

    gundos, haba sido su herramienta de trabajo. Fij en su retina cada uno de los detalles de la escena que acababa de fabricar, y se prepar para regresar a su apartamento. All comenzara a escribir un nuevo libro, cuyo primer captulo se abrira con la detallada descripcin de una mquina de escribir destrozada tras ser lanzada desde un rascacie-los por el asesino de un famoso escritor. Sali de la azotea y cogi el ascensor pregun-tndose si el ordenador que acababa de comprar le facilitara tanto la tarea de escribir como le haba asegurado su editor.

    MARTA SNCHEZ VALDENEBRO

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    Los nios estaban inquietos, no haba manera de llevarlos al orden. La clsica advertencia como sigis as, no van a venir ya no daba resultado.

    -Anita, anda, llvatelos a la terraza a que corran un poco le pidi la madre.

    Anita, que iba a cumplir nueve aos, tena una reconocida buena mano para los pequeos. Haca de maestra o de mam en los juegos con sus hermanos y, cuando salan al campo con otras familias, se encargaba de entretener a los chiqui-llos mientras las madres charlaban.

    Aquellos Reyes eran los primeros en los que ya saba el secreto. No se lo haba dicho nadie, pero el ao anterior descubri, en el fondo del bolso materno, una moto en miniatura que, despus, apareci entre los juguetes que le trajeron los Reyes a su hermano pequeo. Aquel hallazgo fue un revulsivo en sus sentimien-tos: por un lado, una fuerte decepcin, la primera importante en su vida, y por el otro, una sensacin de madurez, de sabidura... Al fi n sus dudas y pesquisas se ha-ban acabado: llevaba tiempo observando y hacindose preguntas pero, ahora que la magia tomaba tierra, el constatar que ya no podra creer en un trasvase entre el mundo tangible y el de los sueos la llenaba de melancola.

    Estaba dispuesta a preservar su secreto y a que sus hermanos siguieran dis-frutando del bellsimo cuento.

    Subieron a la terraza. Las Navidades all, tan al Sur, eran templadas y llenas de luz. La terraza donde se asoleaban las sbanas, semejaba una barca reposando al sol con las velas ondeando al viento, y jugaron a piratas. La llegada de Paca, a recoger la ropa blanca, le puso fi n.

    El sol empez a bajar por el lado del aljibe. El viento trajo la llamada a la oracin desde la Mezquita del Tesorillo: Allahu akbar . Dios es el ms grande, tradujo Ana. Los nios se quedaron quietos, atentos al ritmo de la voz. A veces, en la madrugada, cuando el viento vena del sur, esa misma voz los arrullaba en sus lechos y los envolva con la paz de lo conocido.

    El cielo empez a cambiar de color: un azul casi ail sustitua al blanco azula-do de las primeras horas de la tarde.

    Se asomaron al grueso barandal de la terraza, los pequeos con las cabezas entre los balaustres. El teln del crepsculo bajo rpidamente. Ana mir al este. All, por el lado de las montaas de la Mujer Muerta, lejos, casi sobre Argelia, acababa de aparecer la primera estrella.

    Crecer

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    CONCHA GARCA DE LOS ARCOSVerbo Azul(Primer premio Concurso LiterarioCiudad Lineal 2011. Madrid)

    Quiz sea Venus pens, recordando las lecciones de su padre. Las dems estrellas aparecieron enseguida. La primera aument su tamao

    y entonces, dijo: Mirad, all est la Estrella de los Reyes, fi jaos qu deprisa vienen . Se hizo el silencio. Anita sinti que sus ojos se llenaban de lgrimas al comps

    de la emocin que su propia mentira le produca.Un grito unnime atraves el espacio: S, es verdad, ya vienen, vamos, vamos a casa y bajaron corriendo las es-

    caleras. Mam, mam, ya vienen, los hemos visto, ya vienen La hermana, mayor, se demor en el descenso.

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    NGEL MUOZVerbo Azul

    Mi cuerpo es como una casa: Tiene las ventanas por donde entra la luz, por otras el aire para ventilarse. La boca es la cocina por donde pasan los alimentos y tambin tiene su retrete. Es un hbitat de los llamados inteligentes, con un orde-nador central, el cerebro, que, a travs del complejo cableado del sistema nervioso, sabe controlarlo todo. El armazn son los huesos. Las tuberas son las venas, im-pulsadas por el corazn. y as podramos seguir con muchas ms analogas.

    Pero, en esta noche de luna llena, cuando todo est funcionando perfecta-mente, me surgen, como en otras ocasiones, esas preguntas que me atormentan: Quin habita esta casa? O es simplemente un edifi cio vaco?

    Soy yo el cuerpo con el que me identifi co?

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    Eso es imposible, se dijo varias veces, uno no puede precipitarse de esta ma-nera, cmo podra ser, uno no puede caer dentro de s mismo, nadie puede Y, sin embargo, eso fue realmente lo que le ocurri aquella tarde de mayo apenas unos minutos despus de salir de la ofi cina. Haba cogido el ascensor del edifi cio donde iba a comer a diario y, en el momento en que ste se pona en marcha con una pe-quea sacudida, le asalt aquella extraa sensacin; el ascensor inici su ascenso, y l empez a caer dentro de s mismo, caa por el espacio de su propia conciencia y, por tanto, en presencia de todas las visiones que cabe esperar encontrar en una experiencia semejante: recuerdos, imgenes e impresiones recientes de todo lo que haba ocupado aquel da y el da anterior, as como la noche y, por lo tanto, sus sueos y el esfuerzo que le haba supuesto levantarse aquella maana, y las imgenes (o eran sus propias fantasas?) de aquellos con los que se haba cruzado o con los que haba estado hablando, adems, por supuesto, de las palabras y los sentimientos vinculados a esas conversaciones y, junto a ello, un cmulo de obje-tos diversos: su corbata, el espejo donde se haba mirado, las hojas, el ordenador, el lpiz, los zapatos brillantes de la secretaria, el sol intenso que se refl ejaba en el pequeo cristal de su reloj, incluso el ruido persistente de una alarma que ha-ba saltado en un edifi cio vecino y le impidi concentrarse durante un largo rato. Sin que comprendiera an cmo poda estar ocurriendo, aquella cada constitua, al mismo tiempo, un inslito reencuentro con su pasado y con el cmulo de sus sensaciones ms recientes, con el mundo real e inventado que poblaba aquel in-terminable paisaje interior por el que se precipitaba aumentando a cada instante su vrtigo, que no era, en realidad, sino la manifestacin de que haba perdido pie dentro de s mismo.

    Era algo semejante, me dijo, a lo que debi vivir aquel famoso personaje del escritor ingls Lewis Carroll, pero, sin embargo, distinto y, sobre todo, peor, por-que no era por ningn tnel, ni a travs de ningn pasadizo extrao e inesperado por donde se precipitaba para llegar a otro mundo: durante todo el tiempo que dur su experiencia, l segua all, dentro de s, en aquel lugar o espacio (era difcil decidir qu palabra convena emplear) que se conoce como la conciencia, que unos llaman el mundo interior y otros el espritu, y que vivimos a menudo como una persecucin de nuestra propia sombra.

    No se trataba, desde luego, de un cambio de nimo, o de una sensacin pa-sajera como tantas, el rapto, por ejemplo, de quien se cree en algn infi erno o el que llora un xtasis que ha sentido al alcance de la mano, ni se trataba del acceso a otra poca porque dentro de l las fronteras del tiempo se hubieran desvaneci-do milagrosamente; no, l se precipitaba realmente, haba sido como propulsado por una fuerza difcil de explicar y recorra un espacio propio, el espacio de su mente, sin comprender por qu, pero preguntndose mientras lo sufra si no le era posible hacer algo para evitarlo. Y en un esfuerzo por tranquilizarse y detener

    Un vrtigo internoA Fernando Fiestas

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    RAMN DE LA VEGAVerbo Azul

    esa sensacin, se apoy contra una de las paredes del ascensor y, por extrao que pareciera, trat de desafi ar su propia conciencia o darle un sentido de realidad, pero era evidente que si aquello le estaba ocurriendo era porque haba perdido el control sobre la manera en que su conciencia operaba, y, fi nalmente, su empeo no hizo sino empeorar las cosas. En su esfuerzo por calmarse, en un gesto instin-tivo, haba cerrado los ojos, y en medio de esa oscuridad, su vrtigo se multiplic hasta el punto de obligarle prcticamente a echarse al suelo temiendo precipitarse l mismo a algn vaco, aunque fuera difcil concebir cmo, puesto que estaba encerrado en aquel pequeo espacio de cristal. El sudor le haba empezado a em-papar prcticamente la frente, y dijo haber sentido un pequeo temblor, la prueba, segn l, de que la resistencia de su cuerpo estaba empezando a fl aquear, pero an le quedaba por vivir el ltimo captulo de esa experiencia: la visin de su propia fi gura, de su cuerpo mismo, como parte de ese peculiar espectculo ntimo al que asista desde haca algunos momentos. Aquello era mucho ms de lo que poda concebir: l mismo precipitndose entre sus propios recuerdos? Qu era enton-ces lo que estaba viviendo?

    El ascensor se detuvo indicando con un pitido que haba llegado al ltimo piso. Abri los ojos y contempl la amplia panormica de los tejados de la ciudad. Se incorpor y, casi al mismo tiempo, las puertas se abrieron. Dio dos pasos con difi cultad, casi tropezando, y sali.

    En esos momentos, me dijo, crea haber visto una forma terrible de la inmor-talidad.

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    Navajero de la literatura, le llam Ral del Pozo, cuando Montero Glenz irrumpi en el panorama literario. Este virtuoso de la pluma y el ingenio, jardinero del lenguaje exuberante, pirotcnico de las palabras, provocador como nadie en el predicado, ilumin el mercado li-terario con su primera novela, una obra inso-lente, brillante y canalla, Sed de champn. Ingenioso y chulapn, se recrea con viveza y originalidad al tejer un lenguaje mordaz y esti-mulante, describiendo a los personajes con un donaire que atrapa al lector. A una puta la pre-senta de esta guisa: Una negra de novela con las piernas engrasadas como armas de fuego. Lleva una bala en cada ojo... Impresionante total. Leerle es un placer para quien valora el ingenio y la originalidad. Se le intuye cnico y ambicioso, y lo que ms le caracteriza es que es literario hasta para toser.Arturo Prez Reverte, confuso, escribiendo de Montero: Le envidio la prosa a ese hijo de puta, lo juro. Por sus pginas contundentes como un puetazo o un golpe de navaja en la entrepierna.Le pidieron a mi paisano madrileo, Montero Glenz, que diera un consejo para los escrito-res primerizos. Montero sac de su montera lo siguiente: No doy consejos, tan slo sugie-

    ro, y aqu van mis dos sugerencias: la primera que lea y la segunda que disfrute lo que lea.Al que ama el ajardinamiento del lenguaje se le alterar el pulso al leer a Montero Glenz, no le cabe otra, al quedar seducido por la prosa luminosa que cala los sentidos, haciendo per-der el aliento ante el gozo de la borrachera de originalidad y seduccin de este atrevido es-critor.Montero Glenz vive fuera de los libros como si estuviera dentro, alborotando a los pensa-dores, mostrndose como una montaa de alegra, pregonando que en la estacin de los sueos est prohibido, terminantemente, que-darse dormido, que hay que vivir intensamente ya que cada da en la vida de un ser humano es un da ms y un da menos. Mostrndonos su afectividad, bien sabe que el hombre es triste pero si se le quiere se pone alegre.Es un arquitecto de sentimientos y sensacio-nes literarias, conoce al dedillo las coordena-das de la conciencia y del alma, por eso su pluma es onrica.

    Jardinero de la originalidad

    Jardineros del lenguaje.Montero Glenz

    JOS BRCENAVerbo Azul

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    Aproximaciones crticas y otros argumentos

    Alguna vez el hombre, el poeta, se sienta a contemplar el mundo sin disfraces, a cara descubierta, dejando que cada luz vaya posndose, con su efecto inmediato, para iluminar todas las espe-ras, todas las penumbras. Rafael Soler regresa as, con las manos abiertas y el corazn en vuelo, para ofrecernos en estas Maneras de volver (Vitruvio, 2011) una visin nueva, diferente. Su mirada, a un tiempo descarnada y dulce, disecciona la realidad al margen de los ecos. Fruto de la ms variada y eclctica potica, el poemario recrea

    MANERAS DE VOLVER.Rafael Soler

    un erotismo frtil, primigenio, en el que la palabra acoge, muta, desordena; es un golpe de sol entre rocas, una encina en el agua.

    Yo no traje los acantilados/ a este pramo de sangre, nos dice Soler a modo de disculpa. Y es a partir de esta premisa como va construyendo, sombra a sombra, un conjunto de poemas grito, de asideros al borde del relmpago. Nada es aqu lo que parece ser; el poeta se implica y nos implica, nos sacude con el gesto fugaz de la inocencia, con la complicidad de la memoria justa. Y es que todo crece alrededor de los escombros, todo fl uye ms all de las ausencias. Maneras de volver es, pues, una obra clida, de compromiso, que busca en el lector un posicionamiento ntimo, sustancial. Nacen as, junto a la ms acendrada ternura, versos fuer-tes, dursimos, de emocin contenida y cuidada forma. El poeta se debate entre la necesidad y el desarraigo, entre la negacin y la bsqueda. De ocasiones perdidas los bolsillos llenos - dice, y desde esa misma concepcin convexa de la vida, va componiendo un mosaico desde el que podemos vislumbrar una personalidad polidrica, multiforme.

    Articulado en tres partes -tres maneras distintas de volver- el poemario representa un itinerario personal y potico, no en vano es esta la carta de embarque con la que Rafael Soler regresa al mundo de la edicin despus de un prolongado silencio. En este lado la tierra es un presagio, una barca varada, una voz sufi ciente. Y en esa desolacin, en ese deslumbramiento sobrevive el poeta a solas con sus miedos.

    La voz potica de Rafael Soler regresa renovada del dolor, del intercambio. Y lo hace con toda la intensidad, con el mar gritando a plena luz entre sus versos. Es la suya una mirada custica sobre las cosas, sobre todo lo que de realidad hay en el ser humano. Es, podramos de-cir, un poeta del desarraigo, un hombre en lucha consigo mismo, con su propia manera de ser y de relacionarse. Afuera quedis todos/ ceida la costumbre de preguntar lo justo entre la niebla triste - dice - y sin embargo se aplica en contradecir esta afi rmacin durante todo el poemario. No es, como podra deducirse, una obra triste, dolorida; el poeta conoce la desolacin, todos los caminos y las luchas, pero no se resigna, antes bien, se esfuerza por seguir adelante en unos versos cargados de positivismo, de propsitos. Ahora necesito/ una frente nueva que me separe del suelo.

    Y sigue caminando. No basta desearlo, hay que intentar volver de la renuncia y rees-cribir los sueos. Al otro lado siempre habr alguien dispuesto a la esperanza.

    Ana Garrido

  • 68

    Manuel Cortijo Rodrguez se asoma a un tiempo pasado, a unos das fi nitos que recobran su plenitud en el recuerdo. Memoria de lo usado (Diputacin de Albacete, 2012) es una obra de madurez, de reposo, de respuesta. Tal vez era imprescindible el tiempo trascurrido, la larga espera, la confusin, a veces, del dnde y para qu. Tal vez no somos nosotros lo que decidimos, tal vez es el poema el que busca su edad precisa para darse a conocer, para encontrar la mano que vaya, poco a poco, hacindolo caligrfi ca vida, musical vivencia, sesgo.

    MEMORIA DE LO USADO.Manuel Cortijo Rodrguez

    Tal vez su anticipacin hubiera sido un libro malogrado, una urgencia sin sazn sufi cien-te, sin envero. Por eso, Manolo Cortijo, tan fcil en entregar su amistad, su bonhoma, su bienha-llada licencia, ha demorado este trabajadsimo regalo, este sabio acontecer de su trayectoria en verso y en lugar, en habitacin impresa, en gozosa sinfona.

    Hacemos por volver, y es siempre el mismo/ aire quien nos empuja, siempre la misma sed, la misma franqueza. Pero el paisaje es otro, otra la forma de mirar, la transparencia. Versos cargados de nostalgia que son, a un tiempo, introspeccin y bsqueda, apertura y hallazgo. El poeta no se conforma con la luz, quiere hacernos partcipes de cada iluminacin, de cada regreso. As, con esa serenidad que dan los aos, nos muestra un mundo, el suyo, en una suerte de aproximacin, de advenimiento. El tiempo como alambique, como tero, como camino inexcusable de la vida, de la misma muerte, es, ha sido y ser la manera elegida por el poeta para desguarecer sus ltimas defensas, para abrir las puertas a ese lrico interior celosamente abrigado, largamente vivido.

    Concebida como itinerario, como camino inicitico, la obra est divida en tres tramos, tres miradas que, a partir del poema prlogo, nos sitan en la localizacin espacio temporal del poeta. En ANTES, el poema va reinventando ntidos momentos y personajes fuertemente pren-didos en el lbum vital del escritor. La recreacin de esos momentos de niez, de aprendimiento, de participacin en la vida que se percibe como nebulosa posible, vivir, mientras venan / de cara la media y el sol de la inocencia. Y, aqu y en todo momento a lo largo del libro, la refl exin metapotica imprescindible, la introspeccin, el dialogo del hombre con el hombre.

    La fugacidad del instante, su incertidumbre, nrtex y atrio de la refl exin vital, ocupa la

    segunda parte de este poemario, AHORA. Ahora, madre, ya ves / que s cuanto dolor fui tuyo. La bsqueda como resurreccin, como motivo, como descubrimiento.

    En la ltima parte, DESPUS, la mordedura de lo por venir da lugar a poemas de un enorme dramatismo, de desgarrada fuerza potica al albur de los fi lamentos del lenguaje. La palabra como redencin, como asidero, como blsamo, nica realidad y nica creencia. Quedar con el futuro es un afn de irse/el saldo que nos cuadra el desamparo / del nombre de las prdidas. Un da te despiertas y te encuentras / que no hay nada alrededor, slo hora vendidas / de palabras sin aire.

    Ahora es tiempo de un tiempo por venir, / por escribir la vida en descendente, ahora es tiempo de arenas y de dlmenes, en tanto el tiempo quiera/ llevarnos en su andar, mientras vivimos. Quiz la vida an nos acompae.

    Ana Garrido /Juan Jos Alcolea

  • 69

    Manuel Laespada Vizcano obtuvo con El envs del espejo (Vitruvio, 2011) el V Premio de Poesa Vicente Martn del Ayunta-miento de Torrejn de la Calzada (Madrid). Es esta una obra de trn-sito, un intento de reconciliacin con la inmanencia. El poeta camina, observa, se interroga, acaso sin esperar respuesta, en un itinerario a modo de viaje interior y circular, de refl exin interna y necesaria. Y es que an quedan colores a la luz de la sombra, an gritan las cigarras en el pecho, las gaviotas alrededor de la esperanza.

    Versos giles, brillantes, cargados unas veces de fi na irona y otras - las ms- de una exquisita ternura. Metforas que sorprenden y sacuden, que acarician y lloran, que germinan ms all de los escombros. Todo lo que hemos sido/ queda cuando pasamos/ en la memoria oculta de la piedra. Y es precisamente en ese pasar, en ese abozalarse los rincones, donde el autor encuentra su bagaje potico, el punto de partida, la emocin que le da vida y lo sustenta.

    Por el dolor se sabe que vivimos- afi rma el poeta a modo de sentencia a partir de la cual articula el poemario. Por el dolor existe el hombre y su recuerdo. Y lo hace a modo de ar-tifi cio, como si se dirigiera a un interlocutor inanimado, malaviz, que encarna toda la sed, todo lo perdido. Porque El envs el espejo es, a fi n de cuentas, una obra catrtica, liberadora que, a travs de una cuidadsima transposicin lrica, trata de exorcizar todos los demonios, todas las mentiras. Es un espejo universal y cncavo, ideado casi a manera de esperpento revisitado, una realidad que muestra al mismo tiempo que deforma. Y es precisamente en esa deformacin donde lo refl ejado encuentra su verdadera esencia, los lmites de lo que le es irrenunciable y propio. Laespada Vizcano nos pone frente a un escenario - el nuestro - para enfrentarnos a lo que seguramente no queremos ver, para hacernos partcipes de nuestro dolor, de nuestra desmemoria. Quiz sea esta su intencin ltima, ayudarnos a descubrir, ante nosotros mismos y ante los dems, lo que el corazn guarda, lo que atesora.

    El poeta atraviesa un mundo sinuoso, difcil, un mundo que le es hostil, a veces hasta imbatible. Pero no lo hace solo, invoca al menos, sobre todo hacia el fi nal del poemario, un amor redentor y cuasi mstico, un t impersonal y trascendente. Otros (acaso yo)/ buscamos la coar-tada de unos labios/ donde habitamos y que nos redimen.

    La piedra, el sol, el agua nos recuerda/ que intil es huir, que no hay caminos. No hay caminos, es cierto, al menos un camino trazado mnimamente transitable. El camino, el destino ha de ser siempre nico, individual y ajeno a cualquier intento de direccin externa. Cuando no basta el aire para llenar los pulmones, cuando necesitamos ms de un asombro, ms de una sequedad, slo permanece la palabra. Y el corazn en llamas.

    Ana Garrido

    EL ENVS DEL ESPEJO.Manuel Laespada

  • 70

    A veces el viento llega y nos sorprende absortos, desguarne-cidos, a solas con nuestra propia tristeza; a veces se precipita el sol sobre los ojos y amanece, como a tientas, una nueva esperanza. A partir de una sincdoque un tanto arriesgada, Teresa Nez teje una personalsima visin de la vida de Francisco de Ass, El juglar de los pjaros (CELYA, 2011). Contra lo que pudiera parecer en una primera y no demasiado detenida aproximacin, no es este un libro de tem-tica religiosa. La autora se apoya en la fi gura histrica del santo para intentar una trasposicin alegrica de su propia personalidad potica.

    Siendo uno de sus libros ms trabajado, quiz sea tambin del que se sienta ms pro-fundamente satisfecha. Con l obtuvo el V Premio de Poesa Ciudad de Pamplona, galardn que viene a sumarse a su ya largusima lista de reconocimientos. Con una mirada sutil, sigilosa, casi de puntillas, la autora se adentra en la trayectoria vital de un hombre, Francisco, para darnos cuenta de lo que de ntegro hay en cada ser humano. La estirpe que me nutre ya no lleva familia/ ni apellido/ ni mundo. Teresa Nez acaricia la luz y la dibuja, habla desde el corazn de las lucirnagas. Y ah, en ese rincn furtivo al norte de la prisa, nos devuelve esa misma luz, ese milagro.

    Estructurado en cinco tramos que son al mismo tiempo los cinco captulos principales de la vida del protagonista, el poemario funciona como un mecanismo perfecto. Cada pieza, cada elemento est donde debe estar, en el lugar exacto que le corresponde. Nada puede cambiarse, nada puede ser alterado sin que el conjunto se desestabilize o se resienta. As, encontramos, a modo de columna vertebral, tres poemas titulados unvocamente Mi dama, que marcan el deve-nir biogrfi co, la transformacin del hombre y del espacio.

    Con un lenguaje exquisitamente cuidado y una versifi cacin limada hasta el extremo, Teresa Nez parte de un posicionamiento notico de la realidad que sostiene toda la lnea argumental de su obra. Su mirada no juzga, no interpela, se limita a plantearnos, granada a fuego vivo, la senda hacia un amor universal y absoluto. La voz potica se desdobla, pasa del yo lrico en primera persona al narrador omnisciente para ofrecernos una mejor y ms completa aproximacin a la historia.

    La autora, convencida de que an es posible la esperanza, con una forma de expre-sin que en ocasiones raya el ms puro misticismo, nos recuerda la forma inhabitable de las nu-bes, la voz que hace posible la palabra. Y se entrega, la herida por los ojos y el corazn en vuelo. Cuando la sombra volvern a agitarse los heraldos, volvern a decirse las esclusas. Dadme la piedra,/ la piedra con que manchar la espiga./ Nunca el olvido. Nunca.

    Ana Garrido

    EL JUGLAR DE LOS PJAROS.Teresa Nez

  • 71

    El color de la tinta (Poesa 1962-2012) (Vitruvio, 2012) reco-ge toda la produccin potica de Nicols del Hierro, al menos la que l mismo ha seleccionado a la luz de su mirada actual. Desde que en 1962 publicara Profecas de la guerra, han sido cincuenta aos de incansable labor, una vida absolutamente volcada en la Poesa. Poeta de palabra recia, fi rme, de hondo humanismo, nos ofrece aqu una retrospectiva revisada de su obra, una obra compacta, limpia, perso-nalsima. Porque el poeta, ese hombre nacido por y para la esperanza, atraviesa los puentes y los valles, se da sin tregua en la consumacin

    de los veneros, en la resurreccin de los abrazos.La escritura de Nicols del Hierro parte de un posicionamiento a ras de tierra, de un

    compromiso solidario con la realidad. Lejos de modas y movimientos generacionales, nunca ha querido someterse a reglas externas y ha seguido su camino, su propio e irrenunciable camino, al margen de cualquier norma. Manchego de nacimiento y de corazn, nunca ha renunciado a la herencia recibida en su Piedrabuena natal a orillas de su aorado Bullaque. Es el viento leja-no,/ la palabra, el origen,/ un camino hacia el prisma/ que incendiaba la sangre dice, y en ese mismo incendio se consume.

    El libro, adems de los poemas seleccionados por su autor, incluye dos poemarios indi-tos, de los que precisamente el ltimo da ttulo general a la obra. Nicols del Hierro es - ha sido siempre - un poeta sobrio, contenido, sin demasiadas concesiones a la imagen. Sin embargo, en los ltimos tiempos se ha decantado por un tono ms lrico, ms esteticista, donde la palabra alcanza toda su fuerza expresiva, toda su capacidad de sugerencia. Metforas frescas, cuida-dsimas, poemas que son destello, fl oracin, alimento. No dejes que te atrape, no, la noche/ con el dolor prendido en tu mirada,/ la tarde y su crepsculo dorado/ pueden darle ms luz a tu esperanza.

    El color de la tinta es, como decimos, un libro imprescindible para conocer el legado de un autor, la tinta de esos versos escritos entre el desencanto y la desolacin, entre la contempla-cin del pasado y la confi anza absoluta en un futuro todava oscuro pero que se adivina cierto, inevitable. Nicols del Hierro es un poeta intuitivo, cercano, absolutamente vitalista. Siempre ha sabido que hay un charco de luz/ donde los pjaros, que est la tierra a punto, que habitamos/ el momento ideal para un principio. Y es por eso, tal vez, que no ha querido renunciar tampoco aqu, en esta desmedida primavera, a lo que ha sido siempre nota caracterstica de su poesa. Su mirada, atenta a todo lo que le es propio, necesario, recala una vez ms en un cierto pesimismo, en una postura ciertamente crtica, doliente.

    S,/ si todo es muy sencillo:/ basta romper un poco con el miedo/ y decirle que s a las amapolas, basta dejar amanecer a las cigeas. O es, acaso, el misterio/ lo que alimenta el alma?.

    Ana Garrido

    EL COLOR DE LA TINTA.Nicols del Hierro

  • 72

    Esperar es a veces aprender a mirar, sentarse a ver caer el sol sobre los ojos, el cielo sobre la lentitud de los veneros; mirar es rendirse sin rencor a la palabra. Miguel Galanes, poeta de recono-cida trayectoria y extenssima obra, ha querido aqu, en este Divino Carnaval (Vitruvio, 2012) que ahora nos ofrece, asomarse a su propia realidad desde una nueva perspectiva, desde una nueva esquina del silencio. Sabedor de que todo lo tocante al hombre es efmero, busca dejar constancia de su paso, noticia de su devenir sobre la tierra.

    El poemario presenta una estructura cclica, bidireccional, en dos partes, dos modos de aproximacin, precedidos de varios textos en prosa que pretenden situar al lector, hacerle partcipe del posicionamiento inicial del poeta. Ya desde el subttulo, El canto de Deucalin, nos remite a un mundo mtico, arcano, en una alegora de un nuevo nacimiento, de una nueva oportunidad para la dicha.

    Galanes nos devuelve a un punto primigenio, idlico, y desde l refl exiona sobre la sole-dad como nica manera de relacionarse en un mundo inhspito, triste, ajeno. Desde el castillo de Calatrava la Nueva, ltima posesin de la esperanza, el poeta reconoce rostros, paisajes, circunstancias, y forja as un inteligente juego de contrastes que busca provocar en el lector un cierto recogimiento cuasi mstico. Un pozo es un crculo hacia/ adentro. El centro de otro centro. Una a una las mscaras van cayendo, van agotando el roce de la piel, la necesidad de la palabra. Todo queda, al fi n, al descubierto.

    Maestro de poetas, Miguel Galanes se mueve como nadie en el verso clsico, pero tam-poco renuncia a la levedad del versolibrismo. Sin embargo, en este libro ha preferido mantenerse dentro de la mtrica, dejndose mecer por el ritmo gil del eneaslabo. Contra lo que pudiera pensarse, la voz del autor surge clara, alta, libre, como si la misma constriccin le diese a la expresin potica unas alas desconocidas, mucho ms elevadas y ciertas.

    El libro est escrito en un lenguaje fl uido, lleno de referencias clsicas, que no desdice en absoluto su vocacin de universalidad. El poeta encuentra en la otredad su complemento, la fuerza que precisa para llevar a cabo una renovacin que adivina urgente, irrenunciable. Es un dilogo del hombre con el hombre, la naturaleza misma dando voz a los sin voz en una idealiza-cin cuasi pantestica.

    Rindmonos al tacto y a la alquimia, an es tiempo de soles y de labios, que el claros-curo carnaval,/ y los alardes de este mundo,/ al estar vivo, as lo afi rman.

    Ana Garrido

    DIVINO CARNAVAL.Miguel Galanes

  • 73

    Quien, adems de tener la posibilidad de recrearse en la lec-tura de Peregrino de sueos (Coleccin Ojo de Pez, Biblioteca de Autores Manchegos) de Elisabeth Porrero, ha sido sealado por la suerte de recibir desde la propia voz de esta joven realidad potica el regalo de su lectura, tiene una doble capacidad de acercamiento a los poemas que en el citado libro se desgranan.

    Porque Elisabeth, per se, sin el muro protector de su capaci-dad potica, es una persona entraable, cercana y comunicativa que, a travs de esa voz a la que ella misma personifi ca a lo largo del texto, enseguida se posa en los cordiales rincones de quien la escucha.

    Peregrino de sueos es un libro inicitico, no slo por ser el punto de salida editorial de esta poeta, sino porque, como ya indica Pedro A. Gonzlez Moreno en su introduccin, todo viaje, toda peregrinacin es, tiene un marcado carcter de iniciacin y a la vez de permanencia.

    Desde el principio la autora pone como cimientos de su caminar, y, a la vez, como re-ceptores de su dilogo potico cuatro elementos bsicos: La voz del propio cantor como instru-mento y como esperanza (por encima del tiempo est tu voz/ Tu voz es la derrota de todos los olvidos, Tu siempre haces posible la belleza), el recuerdo y por ende su contrario el olvido (El recuerdo es el punto de partida/ y tambin de destino, Coleccionar instantes es vivir), el paisaje, ste en sus mltiples acepciones, tanto de los encontrados en el horizonte ptico de su mirada, como de los paisajes humanos a los que accede desde su personal apreciacin subjetiva. Esta multiplicidad de escenarios obrarn como hitos de su viaje y como hacedores de su propia identidad y de su autobiografa (Es cierto que el paisaje/ va trazando en las venas senderos ntimos), y por ltimo el camino como razn ltima de la existencia en una personal visin del fl uir machadiano (siempre hay guardado un ro en la memoria/ que fl uye ajeno al tiempo y su erosin).

    A lo largo del libro, las personifi caciones, las suaves aliteraciones (se torna brisa suave que besa cicatrices), los juegos casi visuales de su decir y siempre la justeza en el adjetivo y la economa en el adverbio imprimen a su lenguaje un personal desarrollo eufnico y deslizante, llenos de lirismo y personalidad.

    Nuestro saludo ante este primer libro, que pone muy alto el nivel para la posterior y ya necesaria y esperada obra de esta joven poeta manchega.

    Juan Jos Alcolea

    PEREGRINO DE SUEOS.Elisabeth Porrero

  • Indice de textos publicados

    LUZ PICHEL. Ahora .................................................................................... 5DAVINA PAZOS. Ya ni todas las palabras .................................................. 7ANTONIO GARCA DE DIONISIO. Dulcsimos Arropes .......................... 9ROSA JIMENA. Manifi esto ....................................................................... 10FERNANDO FIESTAS. En tu busca ........................................................... 11JUAN JOS ALCOLEA. Transparente usura ............................................13JOS LUIS MORALES. La espera .............................................................14ANA GARRIDO. A la altura del fuego ........................................................17JOS MARA MUOZ QUIRS. Orgenes .............................................. 18CECILIA ORTEGA. A punto de romper .....................................................19RAFAEL SOLER. Cata apresurada de Silvia Eliade ..................................21ISIDRO SNCHEZ BRUN. Cristal de agua y luz ...................................... 22NIEVES LVAREZ. EROS Y THANATOS. Recuerdo fugitivo ................. 23CRISTINA COCCA. Ulises habla a Penlope ............................................ 25VICENTE MARTN. Aqu .......................................................................... 27FRANCISCO CARO. El bosque .................................................................28ANTOLN AMADOR. Algunas veces pasa .................................................31ISABEL MIGUEL. Voz y silencio .............................................................. 32MANUEL LAESPADA. Hasta .................................................................... 33JOS MANUEL F. FEBLES. No quiero aceptar ....................................... 35MARY-SANTOS CABALLERO MURILLO. Huye la luz ........................... 37HORTENSIA HIGUERO. Esta ..................................................................38ROCO ORDEZ RIVERA. Hielo azul ................................................... 39ARMANDO GALLEGO. Voz .......................................................................41TERESA DE JESS RODRGUEZ LARA. A veces promesa .................... 42JOS MARA GARRIDO. La fe, en la locura ............................................ 43LOLA SANZ MURILLO. Sin ser el dios de tu secreto ............................... 45EVA BARRO GARCA. Slo fue un accidente ........................................... 47MARISA GONZLEZ. Dorita, mon amour ............................................... 49JOSETO ROMERO. Prncipes tomate .......................................................51ENCARNA MARTNEZ OLIVERAS. Tal vez, en el azul ms profundo ... 52FERNANDO JOS BAR. El halcn de preguezuelo .............................. 53MARTA SNCHEZ VALDENEBRO. De arriba abajo .............................. 56CONCHA GARCA DE LOS ARCOS. Crecer ............................................. 58NGEL MUOZ. Soy yo el cuerpo con el que me identifi co? ................60RAMN DE LA VEGA. Un vrtigo interno ............................................... 62JOS BRCENA. Jardineros del lenguaje ................................................ 63Aproximaciones crticas y otros argumentos ............................................ 64

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