historia de la biología

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Biol. Rosalba Amaya Luna 1 HISTORIA DE LA BIOLOGÍA 1 1 Tomado de: Casino, G. Historia de la Biología en Manual de Actividades de Aprendizaje II Biología IV, 2007, México LOS FUNDADORES Nacen las ciencias de la vida Los pueblos de la antigüedad manejaban un considerable bagaje de conocimientos prácticos sobre los seres vivos basados en la observación de la naturaleza. Conocían, entre otras muchas cosas, los ciclos de las cosechas, el peligro de la salinización de las aguas, el parecido entre padres e hijos, la domesticación de animales y el poder curativo de ciertas hierbas. Tenían un sinfín de saberse empíricos sobre las plantas, los animales, el organismo humano y sus enfermedades. Pero no fue hasta la época de la Grecia clásica cuando surgió el germen de las ciencias de la vida, en forma de unas primitivas zoología, botánica, antropología y medicina. La gran aportación de los griegos fue la investigación de la naturaleza buscando las leyes ocultas que explicaran los fenómenos naturales. Esta indagación de' las causas, unida al desarrollo de la capacidad de abstracción, hizo surgir un tipo de pensamiento -la búsqueda de categorías intelectuales abstractas- y un método de estudio -el método científico- que es propio y característico de eso que llamamos ciencia desde la Grecia clásica. Fruto de la observación y de la abstracción, los sabios heléenos plantearon numerosas preguntas, hipótesis y teorías científicas sobre la vida y los seres vivos, muchas de las cuales siguen vigentes o se han reformulado. Aristóteles (384-322 a.C.), el gran clasificador de la naturaleza en la antigüedad y el primer gran enciclopedista, pasa por ser el padre de la biología por su intento de analizar y ordenar todos los fenómenos de la vida humana y de la naturaleza. Aunque fueron muy diversas sus aportaciones a la biología, muchas de ellas surgidas de observaciones en sus famosos jardines, destacan sobre todo sus escritos de zoología -Partes de los animales, Generaciones de los animales y Movimientos de los animales-, cuyas enseñanzas continuaron vigentes hasta el Renacimiento. El azar como motor del mundo vivo Pero antes del sabio de Estatuirá, otros griegos hicieron contribuciones esenciales. Empédocles (495-435 a.C.), famoso por su teoría de los cuatro elementos -tierra, aire, agua y fuego- que componen todas las cosas de la naturaleza, se mostró como un precursor lejano del darwinismo al postular la sobre vivencia de los organismos más aptos y apuntar que el azar es el gran hacedor del mundo vivo. Demo criíto (460-370 a.C.), que clasificó a los animales en dos categorías -los que tienen sangre (los vertebrados) y los que no la tienen (los invertebrados)-, desarrolló una teoría de la herencia que sería refutada siglos después: la semilla de los seres vivos está formada por una especie de micropartículas que reproducen en miniatura las distintas partes del organismo y emigran después hacia los órganos reproductores. Las ideas del médico Galeno y el filósofo Aristóteles permearon la ciencia por varios siglos, induciendo a explicaciones mágicas de los fenómenos corporales, como se aprecia en la lámina, en la que se explica la enfermedad por medio del Zodiaco.

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Page 1: Historia De La BiologíA

Biol. Rosalba Amaya Luna

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HISTORIA DE LA BIOLOGÍA1

1 Tomado de: Casino, G. Historia de la Biología en Manual de Actividades de Aprendizaje II Biología IV, 2007, México

LOS FUNDADORES

Nacen las ciencias de la vida

Los pueblos de la antigüedad manejaban un

considerable bagaje de conocimientos prácticos

sobre los seres vivos basados en la observación de

la naturaleza. Conocían, entre otras muchas cosas,

los ciclos de las cosechas, el peligro de la

salinización de las aguas, el parecido entre padres e

hijos, la domesticación de animales y el poder

curativo de ciertas hierbas. Tenían un sinfín de

saberse empíricos sobre las plantas, los animales, el

organismo humano y sus enfermedades. Pero no fue

hasta la época de la Grecia clásica cuando surgió el

germen de las ciencias de la vida, en forma de unas

primitivas zoología, botánica, antropología y

medicina.

La gran aportación de los griegos fue la

investigación de la naturaleza buscando las leyes

ocultas que explicaran los fenómenos naturales.

Esta indagación de' las causas, unida al desarrollo

de la capacidad de abstracción, hizo surgir un tipo

de pensamiento -la búsqueda de categorías

intelectuales abstractas- y un método de estudio -el

método científico- que es propio y característico de

eso que llamamos ciencia desde la Grecia clásica.

Fruto de la observación y de la abstracción, los

sabios heléenos plantearon numerosas preguntas,

hipótesis y teorías científicas sobre la vida y los

seres vivos, muchas de las cuales siguen vigentes o

se han reformulado. Aristóteles (384-322 a.C.), el

gran clasificador de la naturaleza en la antigüedad y

el primer gran enciclopedista, pasa por ser el padre

de la biología por su intento de analizar y ordenar

todos los fenómenos de la vida humana y de la

naturaleza. Aunque fueron muy diversas sus

aportaciones a la biología, muchas de ellas surgidas

de observaciones en sus famosos jardines, destacan

sobre todo sus escritos de zoología -Partes de los

animales, Generaciones de los animales y

Movimientos de los animales-, cuyas enseñanzas

continuaron vigentes hasta el Renacimiento.

El azar como motor del mundo vivo

Pero antes del sabio de Estatuirá, otros griegos

hicieron contribuciones esenciales. Empédocles

(495-435 a.C.), famoso por su teoría de los cuatro

elementos -tierra, aire, agua y fuego- que componen

todas las cosas de la naturaleza, se mostró como un

precursor lejano del darwinismo al postular la sobre

vivencia de los organismos más aptos y apuntar que

el azar es el gran hacedor del mundo vivo. Demo

criíto (460-370 a.C.), que clasificó a los animales en

dos categorías -los que tienen sangre (los

vertebrados) y los que no la tienen (los

invertebrados)-, desarrolló una teoría de la herencia

que sería refutada siglos después: la semilla de los

seres vivos está formada por una especie de

micropartículas que reproducen en miniatura las

distintas partes del organismo y emigran después

hacia los órganos reproductores.

Las ideas del médico Galeno y el filósofo Aristóteles permearon la ciencia por varios siglos, induciendo a explicaciones mágicas de los fenómenos corporales, como se aprecia

en la lámina, en la que se explica la enfermedad por medio del Zodiaco.

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Esta idea fue adoptada más tarde por Aristóteles y

se mantendrá durante muchos siglos. En su tarea de

experimentador, el Estagirita sigue día a día la

evolución del embrión de pollo y observa sus

analogías con el embrión humano, y así va dando

pasos importantes en la historia natural al

corroborar las semejanzas de estructura que hay

entre las especies de un mismo género y las

analogías funcionales entre géneros diferentes. Y

aunque trató de concretar nociones fundamentales

como las de género y especie (creadas por el

teólogo y naturalista británico John Rayen el siglo

XVII), su clasificación adolece de imprecisiones

por la falta de una nomenclatura técnica como la

que propondrá Linneo en el siglo XVIII.

En paralelo a la historia natural, la otra gran

corriente de la biología, la fisiología o medicina

científica, también se originó en la Grecia clásica

Hipócrates de Cos (460-375 a.C.), considerado el

padre de la medicina, es fundador de una escuela

que elaboró a lo largo de varios siglos el famoso

Corpus Hippocraticum, un impresionante conjunto

de 53 escritos en el que se reúnen los saberes de las

distintas doctrinas fisiológicas y que mantuvo su

vigencia durante muchos siglos. La escuela

hipocrática formuló la teoría de la patología

humoral sobre la base de los cuatro humores del

organismo -bilis negra, bilis amarilla, sangre y

flema-, una reformulación de los cuatro elementos

de Empédocles. Además hizo aportaciones básicas

sobre la influencia de la dieta en la salud, las

epidemias, las enfermedades y su pronóstico.

Un poeta anticipa el evolucionismo

La antigua Roma no hizo grandes contribuciones a

la biología. Plinio el Viejo (23-79) escribió una

magna obra, la Historia naturalis, una especie de

enciclopedia del saber de la época, pero que

contiene pocas observaciones propias, como, por

ejemplo, cuando hace notar que el cisne al morir no

canta, contra la opinión generalizada de la época.

La obra más importante escrita por un naturalista

de la antigüedad romana fue quizá la de un poeta,

Lucrecio (98-55 a.C.), quien teoriza sobre el azar

como cimiento del edificio de la vida y que puede

ser considerado como un precursor lejano de la

genética y el evolucionismo. "Este mundo es la

obra de la naturaleza", escribía el poeta-naturalista

latino. "Es precisamente (...) mediante el azar de los

encuentros, como los elementos de las cosas,

después de haberse unido de mil modos diferentes,

desordenadamente, sin resultado ni éxito,

consiguen finalmente formar estas combinaciones

que, una vez reunidas, debían constituir para

siempre los orígenes de estos grandes objetos: la

tierra, el mar, el cielo y las especies vivas".

El grecolatino Galeno (129-200) fue el último gran

representante de la biología y la medicina de la

antigüedad. Médico de gladiadores primero y

aristócratas y emperadores después, su sistema

científico, levantado sobre la base de la filosofía

aristotélica y la tradición hipocrática, abarca todas

las disciplinas de la medicina y estará vigente

durante más de trece siglos, hasta bien entrada la

Edad Moderna.

La Edad Media es considerada por los historiadores

de la biología como una travesía del desierto. Hasta

el Renacimiento no se hace prácticamente ninguna

aportación significativa, cuando irrumpen los

geniales humanistas de la época para recuperar y

superar el legado griego. En ciencias naturales

destaca entre ellos Leonardo da Vinci (1452-1519),

que se convierte en el iniciador de disciplinas como

la paleontología -señaló a. los fósiles como la

prueba de las transformaciones de la Tierra y los

seres vivos- y la anatomía comparada. También

hizo aportaciones en zoología general, botánica y

fisiología, aunque sus escritos pasaron inadvertidos

en la época.

Durante la Edad Media, la ciencia no tuvo grandes avances y la explicación de muchos

fenómenos biológicos radicaba en los argumentos religiosos.

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Miguel Servet, mártir de la ciencia

El progreso de las ciencias naturales se basa

todavía en la observación atenta del mundo visible

y no abundan los grandes hallazgos. La circulación

de la sangre no se descubre hasta 1628, cuando el

médico inglés William Harvey (1578-1657)

observa que el fluido rojo se trasvasa de las arterias

a las venas para regresar al corazón, que es la

bomba que impulsa la sangre mediante sus latidos

en un circuito cerrado. En el siglo anterior, el

teólogo y médico español Miguel Servet (1511-

1553), que fue quemado en la hoguera por

polemizar con el reformista cristiano Calvino,

había descubierto la circulación pulmonar de la

sangre. En el plano teórico, sin embargo, se

producen dos hechos trascendentales para el

progreso científico: Francis Bacon (1561-1626)

sienta hacia 1620 las bases del método inductivo y

René Descartes (1556-1650) lo amplía y comple-

menta con el método deductivo en 1637.

El descubrimiento del microscopio y de un mundo

invisible hasta entonces abrió paso a la biología

moderna. Aunque el inventor del microscopio fue

más bien el óptico Zacharias Jansen en 1590, el

holandés Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) se

dedicó a observar bajo la lente de aumento toda

materia viva que caía en sus manos y revelar así el

alucinante mundo microscópico. Con su

microscopio simple de 250 aumentos descubrió los

glóbulos de la sangre (1675), las bacterias (1683) y

los espermatozoides (1679), unas minúsculas

criaturas vivas que se mueven y nadan en todos los

sentidos. Ese último año escribe una carta al

médico y secretario de la Royal Society, Nehemia

Grew (1641-1712), en la que le dice: "No existen

tantos hombres en la superficie del globo como

animáculos en la lechada de un solo macho".

En el siglo XVII "se van precisando las dos

corrientes que surgen en el estudio de los seres

vivos: la fisiología, derivada de la medicina, y la

historia natural, relacionada con el inventario de los

objetos de este mundo", según el premio Nobel

François Jacob en su libro La lógica de lo viviente.

Pero como también hace notar el científico francés,

"hasta finales del siglo XVIII no existe una frontera

claramente definida entre los seres vivos y las

cosas". Y es que hasta el Siglo de las Luces lo vivo

se prolongaba en lo inanimado sin solución de

continuidad. Todavía no había nacido la moderna

biología.

PASO A LA ENCICLOPEDIA

La tarea de inventariar y nombrar los objetos de

este mundo iniciada por Aristóteles y proseguida

durante dos milenios no culmina, en cuanto a la

metodología, hasta mediados del siglo XVIII. El

médico y naturalista sueco Carl von Linneo (1707

-1778) encuentra por fin unos principios

universalmente válidos para clasificar las

múltiples formas de vida animal y vegetal. Su

nomenclatura binaria o binomial -género y especie

en latín- constituye, con ligeras modificaciones, la

base de la denominación biológica actual.

El éxito internacional de la clasificación de Linneo,

que agrupa los seres vivos en cinto categorías

jerarquizadas (reino, clase, orden, género y especie),

se debió a su relativa simplicidad, a su estabilidad y

a la posibilidad de ampliación para inventariar los

nuevos descubrimientos que se fueran produciendo.

Aunque no contemplaba ni mucho menos todas las

especies (todavía hoy no se conocen todas), esta

clasificación permitía incluir cualquier objeto

natural. En ella, el ser humano aparecía en el orden

de los primates, con los antropoides, los simios

inferiores, los lémures y los murciélagos.

Ordenar es conocer y toda clasificación implica un

conocimiento. La de Linneo recogía la división de

Hasta el enciclopedismo, los museos, las antiguas boticas y las colecciones naturales consistían en una acumulación desordenada de los más variados objetos.

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los objetos naturales en tres reinos bien

diferenciados: animal, vegetal y mineral. Aunque el

naturalista sueco afirmaba que "contamos con tantas

especies como formas creadas hubo en el principio",

en el siglo de la Enciclopedia ya se empieza a

concebir la idea de una dinámica evolutiva en los

grandes reinos de la naturaleza. "El reino vegetal

podría ser y haber sido la fuente primera del reino

animal y haber tenido su origen en el reino mineral

y éste a su vez emanar de la materia universal

heterogénea", escribió el enciclopedista Denis

Diderot (1713-1784).

De seres vivos a seres organizados

Pero los seres vivos se diferencian de las cosas por

su organización interna, una propiedad que alude a

las estructuras elementales de vegetales y animales

que les permiten realizar sus funciones vitales. En

la segunda mitad del XVIII se emplea ya el

término de "seres organizados" para referirse a los

seres vivos. Con el inventario más o menos

solucionado, lo que interesa ahora a los naturalistas

es la composición elemental de los seres vivos. El

auge del estudio de su arquitectura interna y oculta

es lo que va a propiciar el salto de la historia

natural a la biología.

Así, en el tramo final del siglo XVIII, la anatomía

no se limita ya a describir cada órgano de forma

independiente. Lo que se busca es relacionar el

órgano con la función, comparar el mismo órgano

en distintas especies animales o los diferentes

órganos en una misma especie. Ya no basta con

estudiar la pata del caballo: hay que confrontarla

con la pierna humana para estudiar sus analogías

de forma y función ó comparar el cerebro y el

aparato auditivo de los peces con los del ser

humano o estudiar los paralelismos entre las

diferentes especies de carnívoros, entre sus

dentaduras, sus músculos, sus dedos, sus

estómagos o sus mandíbulas.

Detrás de la diversidad de formas empieza a

descubrirse una semejanza funcional. Como la que

hay, más allá de sus diferencias anatómicas, entre

una pata y un ala o entre un pulmón y una branquia

o entre un testículo y un ovario. Para analizar los

seres vivos y compararlos se hace preciso

distribuirlos en torno a sus funciones principales,

como la circulatoria, la respiratoria, la digestiva o

la reproductora.

El nuevo paradigma de la organización va a hacer

saltar por los aires la tradicional división de los

cuerpos naturales en tres reinos. El mineral o de las

cosas estaba hasta entonces a un mismo nivel que el

animal y el vegetal y, en cierto sentido, justificaba

las transiciones observadas entre el reino mineral y

el vegetal o entre el vegetal y el animal. Pero a

finales del siglo XVIII se empieza a hablar de una

vez y para siempre de dos reinos naturales: el

inorgánico o no viviente y el orgánico, que es el

que come, respira y se reproduce; el que nace y,

antes o después, muere. Por primera vez en la

historia, los seres vivos se diferencian y separan

definitivamente de las cosas.

Con esta radical división entre lo orgánico y lo

inorgánico va tomando cuerpo una nueva ciencia

cuyo objeto de estudio ya no son los animales o los

vegetales por separado si no el ser vivo en su

conjunto, dotado de ciertas características peculiares

de organización que le dan las propiedades de la

vida. A principios del siglo XIX, casi

simultáneamente, Jean-Baptiste Lamarck (1744-

1829), Gottfried Treviranus (1776-1837) y otros

científicos comienzan a utilizar el término biología

para designar esta ciencia. "Todo lo que

generalmente es común a vegetales y animales, así

como todas las facultades que son propias de cada

uno de esos seres sin excepción, deben constituir el

El viajero y naturalista Alexander von Humboldt fue uno de los primeros en

aprovechar el sistema de clasificación de Linneo.

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único y vasto objeto de la biología: porque los dos

tipos de seres que acabo de citar son esencialmente

cuerpos vivos, y son los únicos seres de esta

naturaleza que existen sobre nuestro globo", escribe

Lamarck. La nueva ciencia, tal y como fue

denominada y definida por Lamarck, irá

desplazando a la tradicional y vaga expresión de

historia natural y a la demasiado amplia de ciencias

naturales. La biología tiene ya un objetivo claro y a

lo largo del siglo irá perfilando sus métodos,

técnicas y conceptos. "Más allá de las diferencias

de forma, de propiedades y de hábitat, se trata de

descubrir los caracteres comunes a los seres vivos y

dar contenido a la palabra vida", escribe François

Jacob en su libro La lógica de lo viviente.

Una de las características de la vida es que siempre

se produce al abrigo de los elementos exteriores.

Como observa el poeta alemán, que también era

científico, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)

"Que esa protección adopte la forma de piel, de

corteza o de concha, poco importa; todo lo que tiene

vida, todo lo que actúa como dotado de vida, está

provisto de una protección".

El interés por los elementos comunes de los seres

vivos pone de actualidad el viejo concepto

aristotélico de la analogía, que alude a las

semejanzas no de forma sino de localización o de

función. Las extremidades delanteras, por ejemplo,

pueden servir para correr, nadar, volar o saltar;

pueden permitir frotar, escarbar, atacar, trepar o

manipular, como es el caso del ser humano, donde

además son el principal órgano del tacto y un

medio eficaz para desarrollar la inteligencia.

El valor de la anatomía comparada

Hilando más fino, los biólogos distinguen dos

términos: homología, con el que se refieren a los

órganos con similar posición y estructura entre las

especies, como, por ejemplo, el ala y la pata, y

analogía, con el que aluden a los órganos que, a

pesar de su distinta forma y emplazamiento,

desempeñan una función similar, como es el caso

del hígado, la gran víscera digestiva de vertebrados,

moluscos y crustáceos. La anatomía comparada se

convierte así en una herramienta esencial de la

biología.

Los estudiosos empiezan a sospechar que esta

semejanza funcional debe responder a una unidad

de estructura. En la búsqueda de ese punto de

encuentro, descubren los diferentes tejidos con los

que están hechos los órganos. Pero éstos y sus fibras

son el último elemento que se puede analizar con

tijeras y escalpelo. Se plantea entonces la existencia

teórica de unidades vivas más elementales, un nexo

de unión entre los seres vivos complejos y los más

simples.

La visión de los tejidos al microscopio, mejorada

por el empleo de lentes acromáticas, pone al

descubierto la célula, la unidad morfológica y

fisiológica de la vida y el gran concepto que viene a

llenar de contenido a la biología. Estas celdillas, que

son la expresión mínima de la vida autónoma, están

presentes tanto en las plantas como en los animales

y son por lo general microscópicas. Aunque ya

habían sido vistas al microscopio en el siglo XVII y

Robert Hooke (1635-1703) había acuñado el

término célula, es ahora, a la luz de la nueva

biología, cuando adquieren sentido funcional y se

manifiestan como el elemento fundamental de la

microorganización de los seres vivos.

La célula nace, se nutre, crece, se reproduce y

muere. Es, por tanto, un ser vivo. Según la teoría

celular, un organismo complejo es entonces un ser

multicelular, una colección de células, como

generalizan Matthias Schleiden (1804-1881) para

las plantas y Theodor Schwann (1810-1882) para

los animales. La diversidad celular observada en los

seres vivos parece responder a un reparto de tareas y

una división del trabajo. A partir de ahora, la bio-

logía se va a dedicar a estudiar las distintas células,

sus funciones y su composición.

El tiempo empieza a jugar un papel en la biología a

partir del siglo XVIII. Hasta entonces se creía que

los seres vivos eran siempre idénticos a sí mismos,

que las especies permanecían invariables a través de

las generaciones y que los nuevos individuos

estaban preformados en sus sucesivos antepasados,

como si la vida se engendrara gracias a una

monstruosa colección de muñecas rusas. El

nacimiento de cada nuevo ser era un acontecimiento

único y una creación independiente de las otras,

como la de una obra de arte. En cambio, la nueva

idea de reproducción concede a los seres vivos un

pasado y a cada individuo un lugar concreto en la

cadena temporal que sigue hacia atrás con los

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padres y adelante con los hijos. "No resulta

exagerado afirmar que hasta el siglo XVIII los seres

vivos no tienen historia", dice el biólogo francés

François Jacob.

Por esa época se plantea por primera vez que la

Tierra no es un planeta que ha permanecido estático

desde la creación, sino que ha sufrido una serie de

catástrofes que modificaron su superficie y sus

climas. En su Teoría de la Tierra, el naturalista

francés conde de Buffon (1707-1788), atribuye a

nuestro planeta una antigüedad de 74,000 años -

frente a los 6,000 años establecidos por la Iglesia a

partir de los datos proporcionados por la Biblia-,

durante los cuales han ocurrido "diluvios

universales" y otros cataclismos que necesariamente

tuvieron que afectar a los seres vivos, como

atestiguan los fósiles. La agitada historia de la

Tierra hace que la inmovilidad y la rigidez del

mundo vivo empiece también a tambalearse.

Los adelantados de la Enciclopedia

¿Por qué hay tantas clases diferentes de seres vivos?

¿Qué significado tienen los fósiles? ¿Las especies

extinguidas son antepasadas de las actuales?

¿Tienen alguna relación de parentesco el ser

humano y el mono? Estas y otras preguntas ya se

empiezan a formular con una mezcla de excitación e

inquietud a mediados del siglo XVIII, todavía un

siglo antes de que Charles Darwin (1809-1882)

divulgara su famosa teoría sobre la evolución en

1859.

El origen del pensamiento "transformista" hay que

anotarlo en el haber del Siglo de las Luces. Al

"fijismo" o inalterabilidad de las especies,

personificado por uno de los biólogos más

eminentes de la época, Carl von Linneo (1707 -

1778},.se empieza a oponer una corriente

evolucionista que va contando con más y más

militantes, como Benoit de Maillet (1656-1738), el

conde de Buffon, Denis Diderot (1713-1784) o

Charles Bonnet (1720-1793).

"El pequeño gusano imperceptible que se mueve en

el fango quizá se encamine hacia el estado de

animal superior; el animal enorme, que no espanta

por su tamaño, quizá se encamine hacia el estado de

gusano, y quizá sea una producción particular y

momentánea de este planeta”, escribe el

enciclopedista Diderot, que actuó como un

iluminador de la vanguardia científica en su época.

Desde mediados del siglo XVIII se manifiesta una

nueva actitud en los escritos de biología: se puede

pasar de una forma a otra; hay especies que se han

extinguido y no han dejado más que huellas

difíciles de identificar y descifrar; nadie puede

asegurar que las plantas y los animales que viven

actualmente se hayan estabilizado para siempre y

no vayan a evolucionar en el futuro...

La lenta evolución del evolucionismo

Las ideas evolucionistas fueron desarrollándose y

arraigando durante la segunda mitad del XVIII, y

hasta el creacionista Linneo, maravillado ante

ciertas plantas insólitas, entrevé la posibilidad de

una transmutación de las especies por una suerte

de hibridación contra natura. Sin embargo, hasta el

siglo XIX no se empezó a concretar y aplicar el

concepto de evolución, aunque la teoría que

sostiene que todos los seres vivos fueron creados

tal y como pueden contemplarse seguía teniendo

plena vigencia. El francés Jean Baptiste de

Lamarck (1744-1829), además de crear un nuevo

sistema de clasificación zoológica con los grandes

grupos de vertebrados e invertebrados, fue el más

firme impulsor de la idea de la escala gradual y de

la transformación de las especies en el decurso de

la historia de la Tierra. Lamarck propuso que la

causa de esta evolución era la variación de las

condiciones y exigencias de la vida, visión

conocida por lamarckismo.

El Siglo de las Luces iluminó el despertar de un pensamiento “transformista” que se oponía al

“fijismo” entonces vigente. El conde de Bufón defendió por primera vez la idea de una Tierra en constante cambio. Y Jean Baptiste de Lamarck (arriba) argumentó que las especies cambian debido a variaciones de las condiciones ambientales.

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El gran mérito de Lamarck fue elaborar una

teoría general del evolucionismo que conectaba el

conjunto de los seres vivos en una historia común e

iba más allá del simple mutacionismo del siglo

XVIII. Con ella, el biólogo francés trata de

explicar las transformaciones de los seres y el

mundo vivo en su evolución constante desde los

organismos más simples hasta los más complejos,

a través de dos leyes básicas. La primera de ellas

dice que el desarrollo o la atrofia de un órgano

depende de su mayor o menor utilización; la

segunda enuncia su famosa tesis de la herencia de

los caracteres adquiridos. La fusión de ambas leyes

conduce a la simplificada conclusión de que la

función crea el órgano.

Para corroborar estas leyes, Lamarck ponía un

sinfín de ejemplos del mundo animal. Como el del

"topo que, por sus costumbres, hace muy poco uso

de la vista", por lo que sólo tendría "ojos muy

pequeños y apenas aparentes porque ejercita muy

poco este órgano" o el de la jirafa, que vive "en los

lugares donde la tierra, casi siempre árida y sin

hierba, obliga a este animal a comer las hojas de los

árboles y a esforzarse continuamente por

alcanzarlas", lo que ha hecho "que su cuello se

haya alargado de tal modo (...) que llega a alcanzar

seis metros de altura".

En 1859 llega la obra de Darwin

Pero nadie tenía una explicación convincente, ni

mucho menos pruebas, sobre cómo una especie

podía dar lugar a otra (de hecho, el concepto de

especie era todavía un tanto vago). Y así siguieron

las cosas hasta que Darwin publicó en 1859, años

después de un revelador viaje por Sudamérica y el

Pacífico, un libro cuyo título ya era bastante

explícito: Sobre el origen de las especies por

medio de la selección natural o la preservación de

las razas favorecidas en la lucha por la vida.

Agotado el mismo día que salió a la venta, se trata

de una de las obras científicas más importantes de

todos los tiempos y su aparición desató una

auténtica revolución

Con Darwin entra en escena un nuevo tipo de

naturalista que ya no es un investigador de museo o

de parque zoológico, sino un viajero que estudia los

seres vivos en su medio. Su teoría fue desde el

primer momento una de las más discutidas,

polémicas e incomprendidas. Sin embargo, la idea

de la selección natural para explicar la evolución es

bien sencilla. Tal y como la expuso su autor, se

apoya en cuatro conceptos fundamentales: la

capacidad de reproducción como rasgo que define a

una especie, la adaptación y los efectos del

ambiente sobre las especies, la variación entre los

individuos de una especie y la transmisión de estas

variaciones por medio de la herencia.

El Origen de las especies... empieza abordando

una a una estas cuatro cuestiones, para lo cual

utiliza una amplia variedad de ejemplos extraídos

del medio natural. La argumentación de Darwin

prosigue mostrando cómo estas observaciones se

relacionan entre sí, para desarrollar a continuación

su teoría de la selección natural y examinar el

papel que ésta puede desempeñar en la formación

de nuevas especies. El título estaba sin duda 'bien

elegido, pues, igual que los criadores de perros

seleccionan a los individuos por sus cualidades

para obtener nuevas razas, la naturaleza hace su

propia selección automáticamente, A excepción de

unos cuantos creacionistas irreductibles ligados a

confesiones religiosas ultraconservadoras, en el

año 2001 nadie duda ya que la vida ha

evolucionado a través del tiempo. "No hay otra

explicación posible para la secuencia y variedad de

Las investigaciones realizadas por Charles Darwin cuando participó en la expedición del capitán Fitzroy a bordo del Beagle, quedaron reflejadas en sus notas de viaje, publicadas

entre 1840 y 1843. Fruto de aquellas observaciones nació, en 1859, su obra capital: El origen de las especies por medio de la selección natural.

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formas de vida preservadas como fósiles o para la

historia registrada desde que el ser humano

comenzó a dibujar, pintar y grabar", escribe el

paleontólogo Michael Benton en El libro de la

vida, coordinado por Stephen Jay Gould, uno de

los más eminentes paleontólogos de nuestros días.

BAJO EL MICROSCOPIO

EXPERIMENTOS EN EL LABORATORIO.

Los naturalistas viajeros como Darwin no se

limitaron a observar la naturaleza, sino que

empezaron a realizar algunas pruebas con los seres

vivos. Eran sencillos experimentos efectuados en el

medio natural, como por ejemplo sumergir un

caracol para ver cuantos días sobrevivía y si habría

podido viajar del continente a una isla. Pero para

estudiar la organización íntima de un ser vivo, los

componentes de sus células o las funciones que

desarrollan, no basta con dejar hacer a la naturaleza

y observar, hay que intervenir activamente

diseñando experimentos en un laboratorio.

A mediados del siglo XIX, la biología se divide en

dos ramas, cada una con técnicas y materiales

propios: una se ocupa de los individuos como

elementos de una población, de las especies y su

evolución, de acuerdo con la nueva teoría de

Darwin, y otra se interesa por el estudio de los

constituyentes íntimos de los seres vivos. Para

conseguir este segundo objetivo, la biología cambia

de lugar de trabajo: deja el medio natural y se

instala en el laboratorio. Esto va a suponer un

cambio profundo en las ciencias de la vida, que en

menos de veinte años dan un salto de gigante con el

análisis de las principales funciones químicas, el

estudio de la herencia, la formulación de la teoría

celular y la síntesis de los primeros compuestos

orgánicos

La fisiología, disciplina que estudia las funciones

de los seres vivos, y la patología, que estudia las

enfermedades, representan las dos caras principales

de esta nueva biología experimental que pretende

analizar los fenómenos orgánicos con los mismos

métodos que la física y la química. Las

enfermedades proporcionan pistas y modelos al

fisiólogo, que intenta reproducirlas en el

laboratorio provocando lesiones y analizando sus

consecuencias. Así se van desentrañando algunos

secretos de la digestión y el metabolismo, se

descubren las hormonas y el papel de ciertos

nervios, y se localizan algunas funciones

cerebrales.

Una de las grandes figuras de la época fue el

francés Claude Bernard (1813-1878), quien acuñó

el término medio interno, el fluido que baña las

células y cuyas características físicas y químicas

permanecen constantes para que los seres vivos

puedan realizar sus funciones. "El animal aéreo no

vive en realidad en el aire atmosférico, ni el pez en

el agua, ni la lombriz de tierra en la arena. La

atmósfera, las aguas y la tierra constituyen una

segunda envoltura que rodea el sus trato vital,

protegido ya por el líquido sanguíneo que circula

por todas partes y que forma una primera envoltura

alrededor de todas las partículas vivientes", escribía

Bernard.

El sistema nervioso como regulador

Cuanto más complejo y evolucionado es un ser

vivo más independientes son sus funciones de las

condiciones del medio externo. Y esto es así porque

dispone de unos sistemas de regulación, un

concepto que será uno de los pilares de la biología

y la medicina. El sistema nervioso ya era

considerado desde mediados del siglo XIX el gran

regulador de las funciones de los seres vivos, el que

controla la temperatura del cuerpo, los latidos del

corazón, el sudor, la respiración, la concentración

Los ensayos de laboratorio con animales empezaron ya a finales del siglo XVIII. Este grabado reproduce el famoso experimento de Luigi Galvani para excitar los músculos de unas ancas de rana con corriente eléctrica.

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Biol. Rosalba Amaya Luna

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de oxígeno y de sales, entre otras muchas variables.

El español Santiago Ramón y Cajal (1854-1932)

abrirá el camino, con el cambio de siglo y su teoría

neuronal, para avanzar en el conocimiento del

sistema nervioso. Y, a principios del siglo XX, se

descubrirá el otro gran mecanismo regulador, pero

de carácter químico, constituido por las hormonas.

Todas las funciones fisiológicas empiezan a ser

abordadas y estudiadas por los biólogos en el

laboratorio. Todas menos una: la reproducción,

pues para la biología del siglo XIX el problema de

la herencia resultaba inabordable. Se sabía que la

herencia transmite caracteres y enfermedades de

padres a hijos, pero la fisiología experimental

carecía de medios, técnicas y materiales para

realizar pruebas. El abordaje de la genética no se

llevará a cabo hasta el siglo XX, pero no

estudiando al individuo y sus componentes, sino a

través del análisis matemático de poblaciones.

El cambio de siglo coincide con una gran

diversificación e individualización de los objetos de

estudio de .la biología, que se va especializando

progresivamente. Son ya numerosas las nuevas

disciplinas biológicas, desde la citología a la

microbiología, pero "dos de ellas remodelan

totalmente la idea que se tiene de los organismos,

de su funcionamiento y de su evolución: son la

bioquímica y la genética", afirma el Premio Nobel

francés François Jacob. La primera ahondará en el

estudio de los componentes de los seres vivos y en

sus reacciones metabólicas; la genética empieza

trabajando con poblaciones e indagará las claves de

la memoria de la herencia en el núcleo de la célula.

Descubiertas las claves de la herencia

Las leyes elementales de la herencia habían sido

expuestas, después de cultivar generaciones y

generaciones de chícharos en el jardín de su

monasterio, por el monje austriaco Gregor Mendel

(1822-1884) en una tarde de febrero de 1865 ante

un auditorio de 40 científicos y completadas en un

segundo trabajo en 1869. Pero su hallazgo fue

ignorado hasta 1900, en gran parte por culpa de

otro gran botánico de la época, el holandés Hugo de

Vries (1848-1935), cuando su obra fue

redescubierta y pasó a ser considerado como el

padre de la genética. En los tiempos en que Mendel

se interesó por la herencia, éste era un

conocimiento empírico reservado a horticultores y

ganaderos. Pero el monje de los chícharos

aglutinaba todo el saber práctico de un hijo de

granjero con conocimientos teóricos de biología y

del cálculo de probabilidades aplicado a grandes

poblaciones. Esto resultó decisivo para descubrir

las leyes fundamentales por las que se transmiten

los caracteres que se expresan o dominantes y los

que no se expresan o recesivos, como él prefería

denominarlos.

Mendel demostró que el macho y la hembra

participan por igual en la descendencia y que los

caracteres hereditarios no se mezclan siguiendo un

promedio ciego, como harían el color blanco y el

azul para dar un color azul claro, lo que diluiría en

pocas generaciones las variantes ventajosas y el

efecto de la selección natural. "El eslabón que

faltaba para completar la cadena del argumento

darwiniano era la genética mendeliana", afirma el

biólogo Francisco J. Ayala. Pero los

descubrimientos del monje austriaco permanecieron

desconocidos para Darwin y cuando los científicos

se percataron, ambos ya estaban muertos.

"Con Mendel", dice Jacob, "los fenómenos de la

biología adquieren de golpe el rigor de las

matemáticas". El cálculo estadístico aplicado a

Gregor Mendel estableció a finales del siglo XIX las leyes fundamentales de la herencia, como las que explican la transmisión de los caracteres dominantes y recesivos. Sus experimentos con plantas de chícharos, que aprovechaban por

primera vez el análisis estadístico, se reprodujeron después con ratones.

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grandes poblaciones permite extraer el orden y la

ley del puro azar. Pero para poder realizar

experimentos genéticos con animales hacía falta un

material biológico que fuera pequeño, manipulable,

sencillo y que poseyera una alta velocidad de

reproducción. La biología eligió a la mosca del

vinagre o Drosophila melanogaster, sin duda el ser

vivo que ha sido más y mejor estudiado por

científicos e investigadores en el último siglo.

Los avances de la citología de finales del siglo

XIX, realizados gracias al perfeccionamiento de la

microscopía óptica y las técnicas de tinción,

permiten ir localizando las bases de la tendencia

hereditaria en el núcleo de las células germinales y

concretamente en los cromosomas. Asimismo se

consigue superar de una vez para siempre la idea de

que los caracteres adquiridos se transmiten a la

descendencia -por más que se corte la cola a un

linaje de ratones su descendencia no hereda la cola

corta- o si se quieren producir variedades que se

hereden, la naturaleza se vale del fenómeno de la

mutación, un descubrimiento realizado por Hugo de

Vries en 1910.

Fermentos y reacciones metabólicas

Al margen de la genética, durante la segunda mitad

del siglo XIX los químicos orgánicos van

estudiando un montón de compuestos biológicos

que primero aíslan, luego identifican y finalmente

logran sintetizar, en algunos casos, en el

laboratorio. De entre todas estas sustancias

sobresalen los llamados fermentos, esenciales para

el desarrollo de las reacciones metabólicas. El

microscopio pone al descubierto que "los

verdaderos fermentos son seres organizados",

según afirma el biólogo francés Louis Pasteur

(1822-1895), padre de la microbiología y figura

clave en el desarrollo de la teoría del germen

infeccioso y de las primeras vacunas. Pasteur da

carpetazo definitivo a la teoría de la generación

espontánea incluso en Edmundo microscópico, los

seres vivos sólo pueden nacer de otros seres vivos.

Ya en el siglo XX, los bioquímicos preparan

extractos a partir de tejidos de hígado de rata o

músculo de palomo, por ejemplo) y cultivan

microorganismos in vitro para identificar las

moléculas que desencadenan las reacciones

químicas, lo que empezaría a ser conocido como

enzimas y que resultarán ser proteínas, unas

enormes arquitecturas moleculares frágiles y

difíciles de manipular porque se desnaturalizan

enseguida fuera de su medio. Igual que la genética

va apuntando hacia el gen como su unidad básica,

la bioquímica hace lo propio con las proteínas.

Pero, a mediados del siglo XX, todavía no saben

cómo estudiarlas ni tienen las herramientas

necesarias para conseguirlo.

EL MUNDO DE LAS MOLÉCULAS

GENES, AMINOÁCIDOS Y PROTEÍNAS

Los avances de la bioquímica y la genética en la

primera mitad del siglo XX han dejado claro que las

cualidades de los seres vivos descansan sobre dos

entidades nuevas: lo que los bioquímicos llaman

proteína y lo que los genetistas denominan gen.

Buena parte de la biología del siglo va a gravitar

sobre el estudio de estas dos unidades biológicas.

Las proteínas son los ladrillos fundamentales que

dan a los cuerpos vivos su estructura y ejecutan las

reacciones biológicas; los genes son las

instrucciones que permiten a las células construir

todas esas proteínas y transmitir la información

hereditaria de una generación a la siguiente. Como

se sabrá con el correr de los años, los genes también

gobiernan lo que las proteínas se encargan de

ejecutar, pero a mediados de siglo ambas unidades

El botánico holandés Hugo de Vries descubrió en 1910 que la única manera que tiene la naturaleza de generar propiedades susceptibles

de heredarse son las mutaciones.

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todavía permanecían encerradas en una especie de

caja negra. El estudio de estos constituyentes de la

materia viva se presentaba muy complicado.

Pero la biología avanzaba por muy diversos

derroteros y era pródiga en descubrimientos. La

especialización progresiva de las ciencias de la vida

había estado acumulando desde principios del siglo

XX una lista de avances que resulta impresionante.

Estos son sólo algunos de los más importantes: el

hallazgo de las vitaminas, un concepto acuñado en

1911 por el bioquímico polaco Casimir Funk (1884-

1967), y el aislamiento en los años sucesivos de

estas trece sustancias esenciales para el

metabolismo. En 1921, el médico canadiense

Frederick Grant Banting (18911941) descubre la

insulina, la hormona que regula el metabolismo de la

glucosa. Alexander Fleming (1881-1955) descubre,

en 1922, una enzima de las lágrimas con capacidad

bactericida, la lisozima, y en 1928, la penicilina. Los

bioquímicos desarrollan métodos cada vez más

precisos para construir moléculas complejas, como

es el caso de la morfina, sintetizada en 1925 por el

inglés Robert Robinson (1886-1975). El genetista

Thomas H. Morgan (1866-1945) descubre el poder

mutagénico de los rayos X en 1927. La identifica-

ción de la desoxirribosa en 1929 por Phoebus A. T.

Levene (1869-1940) establece que hay ácido cítrico

o ciclo de Krebs. Con el perfeccionamiento del

microscopio electrónico, inventado en 1932, se

pudieron estudiar las formas vivas más pequeñas (en

1942 se visualizó el virus del mosaico del tabaco)

con la misma precisión con la que el microscopio

óptico permitía ver una célula o una bacteria.

Pero todos estos y otros descubrimientos no

acababan de ser debidamente integrados. A

mediados del siglo XX, y tras casi un siglo de

trabajo experimental, las ramas de la biología se

habían ido aislando cada vez más, cada una con un

puñado de técnicas propias que fijaban sus límites.

La célula era considerada como un saco de

moléculas en el que tenían lugar innumerables

reacciones químicas y en el que flota un núcleo con

los cromosomas y los genes; el funcionamiento del

organismo se entendía como la acción de sus

células, agrupadas en tejidos y sistemas. Pero las

reacciones químicas se estudiaban por una parte, los

genes por otra y los efectos fisiológicos por otra.

La biología molecular surge a mediados del siglo

XX como un aglutinante de las diversas

superespecialidades que estudian los componentes

celulares. "Estas disciplinas separadas se ven en la

obligación de reasociarse", como dice François

Jacob. "Para proseguir con sus análisis tienen que

unificar esfuerzos, articular enfoques, adaptar

métodos... en pocas palabras, constituirse en

biología molecular. Ahora ya no basta con aplicar

una técnica, analizar un fenómeno y medir todos los

parámetros. Es preciso recurrir al conjunto de

medios necesarios para concretar la arquitectura de

los compuestos en cuestión y la naturaleza de sus

relaciones".

La bioquímica y la física, la fisiología y la genética

se funden así en una nueva práctica, que echa mano

también de los progresos de otras ciencias y

técnicas, desde la cibernética a la electrónica. La

biología molecular se realiza también en el

laboratorio, pero ahora es un laboratorio

multidisciplinario en el que colaboran diversos

especialistas vinculados por un mismo objeto de

análisis. Ya no se busca estudiar por separado las

reacciones, los genes y las funciones fisiológicas,

sino descubrir la cadena de eventos que conduce

desde el gen hasta el carácter o la función.

Un físico y un bioquímico lograron en 1953 el

primer gran hito de la biología molecular: el

descubrimiento de la arquitectura tridimensional del

ácido desoxirribonucleico (ADN), la macromolécula

que forma los cromosomas y los genes. Fueron el

inglés Francis Crick (1916) y el estadounidense

James Watson (1928) quienes hallaron que la

molécula de la herencia tiene una estructura de

doble hélice, y por ello recibieron el Premio Nobel.

Dos años después, el bioquímico español y Premio

Nobel también Severo Ochoa (1905-1993) consigue

sintetizar el ácido ribonucleico (ARN), la molécula

Durante la primera mitad del siglo XX, las distintas ramas de la biología se fueron diversificando y aislando cada vez más. Aun así,

proporcionaron una impresionante lista de descubrimientos que más tarde la biología molecular lograría interrelacionar. La fotografía muestra el juego de cromosomas de un hombre.

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que hace posible la transformación del ADN en

proteínas.

La cadena que va del gen (la unidad de la genética) a

la proteína (la unidad de la bioquímica) empezaba a

ser entendida. Quedaba así abierta la posibilidad de

leer el mapa que contiene las instrucciones para

hacer un ser vivo (genoma) y estudiar cómo su

código cifrado se traduce en la formación de

proteínas. Pero quizá de mayor trascendencia

"filosófica" fue la corroboración de que el código de

la vida es común para todos los organismos: la

diversidad biológica se resume en una variedad de

genes y proteínas (constituidas por subunidades

llamadas aminoácidos).

La revolución de la biología molecular afectaba a

todas las ciencias de la vida, desde la paleontología

a la medicina. La evolución de las especies puede

empezar a estudiarse como evolución molecular, y

desde esta perspectiva es como se ha podido saber,

por ejemplo, que el ser humano se diferencia del

gorila en un solo aminoácido, en 19 respecto al

cerdo y en 26, del conejo. Las técnicas de la biología

molecular también han permitido averiguar que el

linaje humano se separó del de los simios hace unos

cinco millones de años.

"En adelante ya no existen simplemente dos tipos de

biología, la que se interesa por el organismo

completo y la que estudia sus constituyentes",

escribe Jacob, "ahora todo resulta mucho más

complejo". La paleobiología, la sociobiología, la

etología, la ecología... Esta última, por ejemplo, que

estudia las interacciones entre los organismos y el

medio ambiente, es otra especialidad que, por su

oportunidad histórica ha progresado mucho en los

últimos tiempos.

Ha superado los estudios descriptivos y "se ha

convertido en una disciplina vigorosa con fuertes

componentes matemáticos, tanto en el desarrollo de

modelos teóricos como en la recopilación y análisis

de datos”, escribe Francisco J. Ayala e su libro La

teoría de la evolución.

El portentoso siglo XX concluye con la

identificación de algunos genomas de animales

inferiores y el logro de un mapa muy general del

humano. Pero, aunque este último ha significado un

paso de gigante para la comprensión global de

nuestra especie (ver artículo sobre el genoma en este

mismo número), queda por identificar la función de

los genes individuales, cuyo número todavía resulta

impreciso, y el desafío todavía más lejano de

describir el proteoma humano, la colección de todas

las proteínas que constituyen una persona.

Uno de los grandes hitos de la biología del fin del siglo XX ha sido la clonación de la oveja Dolly, que abrió el camino a la producción de seres genéticamente idénticos. Hoy el debate sobre esta técnica ha pasado a la pertinencia de clonar

humanos para dar hijos a las parejas con impedimentos para procrear.

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