hilliard nerina - lucha de pasiones

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CAPÍTULO 1

No cerró la puerta con estrépito, pero lo hizo con un golpe decisivo, como si le gustara hacerla girar con vigor detrás de ella, pero tuvo que contenerse a causa de la cautela que la dominaba.

Leigh le lanzó una mirada, acompañada de una sonrisa tímida, en el momento en que la pelirroja depositaba un bulto de papeles sobre el escritorio y a quien se le notaba que su humor estaba a punto de explotar; preguntó con un tono de voz suave, puesto que vislumbró señales de peligro en los ojos verdes de la otra chica.

—¿Pasa algo malo? Pareces molesta.—¿Molesta? —La señorita Kerrigan hizo un gesto de impotencia

como si no estuviera a su alcance describir lo que sucedía—. ¡Algún día le diré a ese hombre exactamente lo que pienso de él... y te aseguro que no voy a ser cortés!

Los labios de Leigh Dermot se crisparon un poco y apareció un destello de alegría en sus ojos. Eran unos ojos azul oscuro que embelesaban a la gente, y cualquiera que la mirara con más detenimiento se habría quedado fascinado por la cremosa palidez de su piel. Su pelo trenzado terminaba en una corona alrededor de su pequeña y fina cabeza, que le confería un aire de distinción. Aunque la mayoría de las personas pensaban que era una joven fría y controlada, el calor que parecía tener su bien delineada boca les diría que era mentira.

Cualquiera que se tomara la molestia de estudiarla con detenimiento habría sospechado su firme determinación.

Kerry Kerrigan —bautizada en realidad como Rosalinda Kerrigan, pero conocida por su diminutivo Kerry— la conocía muy bien y no tenía ninguna duda de las cualidades que había detrás de ese matiz de perfección en su piel pálida como magnolia. También sabía que Leigh no la tomaba en serio en ese momento.

—¡Oh, bueno! —dijo mientras se sentaba en una esquina del escritorio—, tal vez sería un poco difícil encontrar tal valor. Este jefe nuestro podrá ser atractivo, pero es el ejemplo más atemorizante que he conocido de su sexo.

—El problema contigo —le dijo Leigh—, es que le permites intimidarte.

—¿Intimidarme? —Esas palabras hicieron que le volviera el enojo a sus ojos verdes—. Me estaba poniendo furiosa en su contra en este momento; simplemente no entiendo como te has arreglado para trabajar con él durante tres años. ¡Tres años...! —Volvió su mirada— ¡Debes tener la paciencia de un santo!

Leigh se encogió de hombros.—Simplemente soy indiferente hacia él o hacia sus modales.—Magnífico... puesto que tú eres la que debe contestar a sus

llamadas la mayoría de las veces. Hay algo que diré acerca del propietario de Merediths —reconoció Kerry— y es que nunca dice algo fuera de lugar.

—¿Quieres decir que nunca es cariñoso? —Los bellos labios de Leigh

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se curvaron—. El pobre hombre no sabría serlo, aunque lo intentara.Se escuchó un súbito zumbido semejante al de un enjambre de

abejas enojadas, que rompió la quietud de la pequeña oficina de Leigh, y Kerry se retiró del escritorio yéndose a refugiar en la oficina general adjunta. Leigh tomó unos lápices y un cuaderno de notas y se presentó en el santuario de su jefe; abriendo la puerta que hacía un momento había cerrado Kerry, pero que no había azotado porque Ruiz Aldoret no era el tipo de hombre que hubiera permitido una violencia de tal naturaleza. Tampoco permitía familiaridad o desprecio hacia su augusta posición como director de la Casa Merediths.

Ruiz Aldoret podía reprimir a cualquiera con una sola palabra y crear tensión nerviosa con una simple mirada. Era muy competente, tenía conocimiento pleno y absoluto de los problemas de su empresa, y esperaba esa misma eficiencia de todos los que le servían. Su palabra era siempre la última, y él era la autoridad final.

Leigh no sintió casi ninguna aprensión cuando entró en su oficina, pero lo miró con discreción para descubrir si estaba de mal humor. Se encontraba parado detrás de su escritorio cuando ella entró; su alta figura dominaba la situación, como siempre, mientras buscaba algo con impaciencia en el caos de papeles que tenía en su escritorio. Leigh interpretó su estado en el barómetro como "tormentoso", y deseó que fuera posible aplacar la tormenta. Sin embargo no estaba del todo confiada, dado que Ruiz Aldoret tenía la mitad de sangre española. Era Merediths por el lado materno de la familia.

—¿Me llamaba señor Aldoret? —No la habría llamado si no la necesitara —contestó con aspereza.

No había duda que era un hombre atractivo, pero éste se estropeaba por las señales evidentes de mal humor—. ¿Dónde está el contrato de Brown y Kenton?

Los labios de Leigh se contrajeron mientras se dirigía hacia un archivero que estaba contra la pared y le mostró un grueso expediente lleno de documentos.

—Usted me pidió anoche que lo guardara —le explicó.Sintió que él se calmaba un poco. Le quitó el expediente y extrajo el

contrato, lo leyó aprisa con el ceño fruncido, y le lanzó una mirada para confirmar que todavía se encontraba parada ante su escritorio.

—Está bien, puede irse.Leigh salió, ahogando un deseo absurdo de sonreír.Kerry tenía razón, pensó, cuando regresó a su asiento detrás de su

propio escritorio. Ruiz Aldoret pondría furioso a cualquiera... si se permitía que lo hiciera. Por fortuna ella tenía más control sobre sus emociones que el carácter irritable de Kerry, además de que estaba acostumbrada a este tipo de trato. Contrastando con Ruiz Aldoret, Bruce era casi un ángel.

Ella pensó en Bruce y podría haber caído en una ensoñación si no la sobresaltara otra vez el sonido del timbre, pero no con la impaciencia de unos momentos antes.

Ruiz Aldoret se paseaba de un lado a otro en su oficina cuando ella

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entró por segunda vez en sólo unos minutos. El la miró con sus ojos oscuros, penetrantes y un poco curiosos.

—Señorita Dermot —le dijo— ¿conoce algún restaurante que no esté muy lejos de la oficina? Tengo una entrevista con un representante de Brown y Kenton y no podré ir al lugar acostumbrado.

Leigh pensó rápidamente. Había uno o dos cafés cercanos pero ninguno tan caro y exclusivo como los que acostumbraba visitar su jefe.

—El Ricki's —dijo por fin—. Está a unos minutos de camino de aquí. Muy poca gente de la empresa lo frecuenta. La comida es buena, pero no es muy exclusivo.

—Sin embargo, funcionará —respondió sin titubeos—. ¿Cómo se llega?

Leigh le dio algunas explicaciones y él le agradeció con voz fría y cortante, después de decirle que se retirara a su propia oficina. De regreso a su escritorio pasó a preguntarle a Kerry si la acompañaría a la hora del almuerzo.

—¿En Ricki's? —preguntó Kerry.—Sí. Veré si su señoría no me detiene por alguna cosaEstaba a punto de entrar en su propia oficina cuando Kerry la llamó

de nuevo.—Por cierto, llamó Estela cuando tú estabas con su majestad hace

unos minutos —una alegría instantánea se vislumbró en los ojos de Leigh.—¿Estela viene a casa? —exclamó Leigh feliz.—Tú la adoras, ¿no es cierto?—dijo Kerry. Leigh le lanzó una mirada

de sorpresa.—Desde luego —contestó con una suave sonrisa, como las que

guardaba para Bruce—. Todos la adoramos Kerry. Y también estamos orgullosos de ella. Supongo que se debe a que es tan imprevista, bella, talentosa e inteligente en medio de una familia tan común —habló Leigh.

Eso, sin duda, era justamente lo que eran, una familia común. Esa era la razón por la que estaban tan sorprendidos de haber tenido a alguien como Estela. La estrella sombría, la llamaban en el seno de la familia, pero todos estaban orgullosos de Stella Nordett, la gran actriz, y adoraban a Estela Dermot, como una de la familia.

Kerry intuyó algo de lo que pensaba su amiga, y mentalmente estaba en desacuerdo con ella. No había nada común entre los miembros de la familia Dermot aun cuando Estela fuera la belleza reconocida. Tess y Tom, los mellizos indomables, la adolescente Julia, a punto de dejar la escuela técnica, donde estaba tomando un curso secretarial: la bella Estela y la superficialmente fría Leigh. No, no había nada común entre ellos. Aparte de todo esto, ella estaba en total desacuerdo con algunas de las ideas de la familia sobre Estela. Sin duda era muy bella, su brillante pelo oscuro, tenía el fulgor de un ave salvaje, que estaba fuera de lugar en una familia de pelirrojos. Los rasgos y la perfecta complexión de su cara, tan conocida para los cinéfilos, era todo lo que podían desear... pero estaba lejana de la leyenda de la familia Dermot. Estela era egoísta y codiciosa. Su carácter estaba muy lejos de asemejarse a la belleza de su

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cuerpo. De cualquier forma, Kerry consideraba que Leigh era la verdadera beldad de la familia. La belleza de Estela era de una calidad común, mientras que la de Leigh residía en sus bien marcados rasgos de camafeo, la altivez y frío donaire de su cabeza. Más que nada, en Leigh había una firme y profunda sinceridad, de la que estaba segura, carecía Estela.

Esos eran los pensamientos de Kerry, pero sería lo último que le expresaría a Leigh.

—¿Dijo cuánto tiempo pasaría en casa? —preguntó Leigh, y Kerry negó con la cabeza.

—Por cierto, apenas dijo una docena de palabras. Iba de prisa a una conferencia de prensa, o algo así. Llamó a casa, pero el teléfono estaba ocupado, por lo que decidió telefonearte aquí —Leigh sonrió.

—Eso es muy de Estela. Alguna vez se quejó de que nunca la dejan sola, pero en realidad goza de esta situación;

Sombríamente Kerry pensó para sí misma que esas palabras de su amiga eran una gran verdad. Estela Dermot estaba ávida de fama y atención. Tenía que ser el centro de atracción todo el tiempo. Debía poseer todo lo que se le antojaba, y si lo que deseaba pertenecía a otra persona, lo tomaba sin ningún escrúpulo, sin pensar en lo que podría causar su codicia.

Cuando Kerry regresó a su escritorio y Leigh a la privacía de su propia oficina, se sentó frente a su máquina de escribir para empezar con el trabajo que le había encomendado Ruiz Aldoret, y cuando sus dedos se deslizaban con rapidez sobre el teclado, no podía dejar de divagar una y otra vez.

¿Le gustaría Bruce a Estela? Desde luego que sí.Era imposible que no le gustara se dijo a sí misma.Leigh volvió a su trabajo intentando controlar el deseo de soñar con

Bruce, deseo que había ido aumentando con gran fuerza durante los últimos meses, comprensible porque ya estaban comprometidos. Le había sido imposible dejar de amar a Bruce a primera vista, aunque nadie lo imaginara por su engañosa frialdad. Una dulce suavidad llegó a sus ojos mientras pensaba en él.

La familia había dado su aprobación a primera vista. Por supuesto que todos le habían hecho bromas, especialmente Julia, quien tenía la intención de trabajar con Aldoret cuando terminara su escuela secretarial, pero la opinión de Kerry era que quizá cambiaría de idea al primer encuentro que tuviera con el ilustre dueño de Merediths. Dondequiera que decidiera trabajar, sería muy agradable tenerla en casa dentro de unos días cuando presentara su examen final. Puesto que venía Estela a casa, tendrían la reunión familiar maravillosa que tanto habían esperado.

La señal para salir a almorzar la sacó de sus sueños y se levantó para agarrar la chaqueta negra de su bien cortado traje. Kerry la encontró en la puerta de su pequeña oficina privada que estaba junto al santuario de Ruiz Aldoret. Caminaron juntas hasta llegar a una puerta, poco ostentosa, donde se leía "Ricki's".

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La misma Ricki, una mujer de mediana edad, de pelo oscuro con algunas canas, las encontró en la puerta y las dirigió a uno de los privados.

—Por cierto, tu hermana se encuentra aquí —le dijo a Leigh.—¿Mi hermana? —preguntó Leigh, como para cerciorarse, y la

cortina de uno de los privados se abrió y surgió una joven adolescente de pelo color cobrizo pálido, peinado en una cola de caballo, y sus ojos cafés danzando con una sonrisa traviesa.

—¿Sorprendida?—¡Julia! —Leigh la miró atónita—, ¿qué es lo que estás haciendo

aquí?—Brotó una epidemia de sarampión en la escuela, así que nos

enviaron a todas a casa, por lo menos a las que no nos contagiamos. De cualquier modo, el período de estudios más o menos se ha terminado. Cuando todo esté en calma, volveremos para terminar las clases y la presentación del diploma, pero hasta entonces... aquí estoy —dijo alegremente.

Leigh la abrazó con gran afecto y después dirigió una mirada a su maleta que descansaba en el suelo.

—¡No me digas que ni siquiera has llegado a casa...! —Julia negó con su cabeza.

—Aún no. Cuando llegué a la desviación y debía cambiar de dirección, pensé que estaría aquí justo antes del almuerzo, y quería darte una sorpresa.

—Desde luego que me sorprendiste —le dijo Leigh en tono seco— ¿Qué hay de la familia? ¿Te están esperando?

Julia se rió maliciosa otra vez.—No, se suponía que debía enviarles un telegrama diciéndoles que

estaba en camino, pero pensé que también los sorprendería —entró con ellas en el privado y se dejó caer en una silla con un suspiro feliz—. Ahora estaré siempre en casa y decidida a obtener un trabajo en Merediths.

—¿Aún tienes esa vieja idea? —preguntó Leigh.—¡Oh! claro que sí —los ojos de Julia chispearon traviesos—, tu jefe

me ha cautivado.—Nunca lo has conocido —le contestó Leigh sin un ápice de

perturbación, conociendo muy bien a su joven hermana.—Ya lo conocí —Julia contestó triunfante—, no le he hablado, desde

luego, pero lo he visto. Cuando pasaba frente a Merediths para dirigirme a este lugar, lo vi subir a un carro que debió haberle costado una fortuna, así que supuse de inmediato, y por tu descripción, que se trataba de él.

—Así que Ruiz Aldoret te ha cautivado, ¿eh cariño? —comentó Leigh con regocijo en su voz—. ¿Me podrías decir por qué?

Julia suspiro con éxtasis, con el abandono de una adolescente.—Es tan atractivo, tan moreno y romántico...—Y casi tan emocional como un hielo —le informó de manera

desanimadora—. Ya es hora de que termines con tus sueños de colegiala.—¡Pero él es maravilloso! Has trabajado con él por tres años. Debes

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haberlo notado.—Ella cambia de opinión con frecuencia, ¿no es así? —Kerry

comentó con una risa ahogada.Leigh esperaba que Julia estuviera sólo bromeando, pero la calma

inquietante le advirtió que tomara las cosas en serio, ya que Julia estaba en una edad bastante impresionable, que pasaría con el tiempo, y no quería que fuera la víctima de la morena atracción, pero inhumana, de Ruiz Aldoret.

—El es muy atractivo —contestó con calma—, Julia te aseguro que... pero como hombre es la última persona de la que debe enamorarse una mujer.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Julia exigente—. No creo haber visto a alguien tan guapo en años, incluyendo a algunos de los galanes que actúan con Estela.

—Por cierto, Estela viene a casa mañana —dijo Leigh suavemente, y esperó su reacción. No se equivocó.

—¿Estela viene a casa? —Julia casi chilla de emoción— ¿Por cuánto tiempo?

—Aún no lo sé. Supongo que Estela misma nos lo dirá cuando llegue —respondió Leigh.

—¡Qué regreso a casa tan agradable! —Julia dijo contenta. De pronto, sus ojos sé tornaron maliciosos—. Tal vez debamos presentarle a tu jefe y observar el efecto que ejerce sobre él.

—Aunque sea mitad español, estoy segura que considera que las mujeres —como mujeres— son diablos necesarios que deben tolerarse sólo para la sobrevivencia de la raza. Si existiera un fundamento científico dedicado a encontrar la forma de desarrollarse sin las mujeres, seguramente Merediths aportaría una buena parte de las utilidades para lograrlo.

Julia sonrió pero de inmediato emitió un lamento.—Sin embargo, tal vez no piense así, ¡no con esos ojos que tiene!En ese momento el hombre que estaba en el siguiente privado

protegido por una división de madera, se encontró escuchando sin ningún recato, entre una mezcla de asombro e irritación, aun cuando no hubiera escuchado nada que hiciera referencia a él como hombre. Era evidente que no tenían la menor idea que él se encontraba ahí, y parecía que su secretaria había olvidado que iría a almorzar a Ricki's. Su carro estaba estacionado en el área trasera, así que ella no lo recordó. Además él llegó cuando Julia se encontraba ahí, de tal suerte que no se dieron cuenta de su presencia.

Al principio él sintió vergüenza por estar escuchando e intentó no prestar atención, pero había sido casi inevitable, puesto que los privados no estaban cerrados en la parte superior.

—Es evidente que ésta ha sido una mañana de sorpresas —se escuchó la voz de Leigh secamente—. Dime algo acerca de sus ojos, pequeña. La única cosa que he notado es que tienen una aptitud muy marcada para hacer sentir el disgusto que siente su majestad.

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—Pero debes haber notado —replicó Julia—, que sólo lo he visto por un momento. Tú has estado trabajando allí por años. No sé como te has escapado de enamorarte de él.

—No hubiera podido —contestó Leigh. Ella vislumbró el destello de broma en los ojos de su hermana y sabía perfectamente que Julia estaba muy lejos de ser seria en ese momento. Si Julia fuera a trabajar en Merediths, de ninguna manera debería tener una impresión errónea de su atractivo jefe.

—Pensaba demasiado en mi carrera como para interesarme en él —le dijo a Julia— y cuando llegué a conocerlo un poco mejor, me di cuenta que ya lo conocía tan bien, que no podía concebir un romance con él. Es un magnífico jefe —continuó, y él, que estaba escuchando en el privado siguiente, estuvo de acuerdo y se lo agradeció irónicamente—, si puedes aguantar sus cambios de humor. Sin embargo, confieso que no puedo estar de acuerdo contigo con que es romántico —enumeró con los dedos sus cualidades—. Alto y delgado, nada poco común. Muy moreno. Otra vez nada fuera de lo común. La mayoría de los hombres con sangre latina son morenos... y, ¡eso de ser romántico! —sonrió otra vez—. Siento desilusionarte mi niña, pero existe más romanticismo en la pata de la silla que estás sentada, que en nuestro querido jefe. Creo que no sabría cómo enamorar a una chica aunque lo intentara.

Kerry dijo pícaramente.—Me gustaría ver su cara si escuchara lo que estás diciendo.—¡Qué no lo permita el cielo! —sonrió Leigh— tal vez lo tomaría algo

así como un cumplido de mal gusto.—¡Así lo tomaría! —murmuró el ocupante del siguiente privado.—Las mujeres no tienen cabida en la vida de Ruiz Aldoret más que

para ser útiles portalápices o cosas así, para tomar dictado y para atender las labores de la empresa.

La misma Julia sonrió ante esto, abandonando su picardía.Después de un largo silencio se escuchó de nuevo la voz de Julia.—Leigh, ¿me puedes hacer un favor?—Depende de lo que sea —contestó atenta.—Cuando regreses a la oficina observa a Ruiz Aldoret y dime en la

noche si todavía piensas que no es guapo —le dijo con picardía Julia.—¿Para qué?—Bueno, sólo para comprobar algunas razones.Leigh se encogió de hombros.—Nunca dije que no fuera guapo... es sólo que parece algo así como

si odiara a las mujeres y...—Y que existe más romanticismo en la pata de una silla —Julia

terminó.El hombre del siguiente privado se levantó, pagó la cuenta y salió

del lugar sin que ellas sospecharan que había estado ahí. En el camino de regreso a la oficina, a pesar de que su mente estaba, como siempre, preocupada, principalmente con cosas impersonales, no podía olvidar del todo la voz fría y analítica que había despedazado su apariencia.

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Era la perfecta secretaria, sin expresión alguna, a la que él estaba acostumbrado, al grado de que casi se convenció de que había imaginado esa conversación. Parecería que el interés que podría tener ella en él no fuera otro que el de una pieza del decorado, y precisamente era lo que él quería. No le hubiera gustado otro tipo de secretaria.

Leigh terminó de archivar su último documento, miró su reloj en la muñeca y después a él.

—Son casi las cinco de la tarde. ¿Me necesitará para algo esta tarde?

—No. Buenas noches.—Buenas noches, señor Aldoret —contestó calmada y salió cerrando

la puerta detrás de ella.Unos minutos más tarde, sonó la señal de salida y en unos segundos

el lugar se quedó vacío, oscuro, a excepción de una luz que todavía salía de la oficina de Ruiz Aldoret. Permaneció ahí, solo, durante algunas horas posando sus ojos oscuros en los papeles que estaban frente a él. Se levantó, los guardó en uno de los archiveros y presionó un botón del teléfono interno.

—Está bien Jennings, ya puedes venir a cerrar.Mientras caminaba por los grandes corredores, el velador lo saludó

con respeto, aguardando que el potente carro se perdiera en la oscuridad.Iría a casa, aun cuando el lugar en el que vivía no estaba nunca en

su pensamiento. Sólo existía un lugar para él, que era su casa y que siempre lo sería. Un lugar al que nunca podría regresar. El departamento que ocupaba, lujoso, jamás tomaría el lugar de la casa blanca y espaciosa que recordaba tan bien, aunque hubieran pasado tantos años desde que la vio por última vez.

Sin embargo, él podía dominar esos recuerdos con la frialdad del corazón que se había impuesto y guardarlos en su mente hasta que no significaran... casi nada.

Tal vez, de alguna manera merecía el análisis que había hecho su secretaria. Justamente en ese momento el recuerdo de la voz fría y distante le causaba cierto resentimiento.

Cuando Leigh llegó a su casa esa tarde, aún flotaba el furor de la inesperada llegada de Julia y la alegría causada por la proyectada visita de Estela.

Margaret Dermot, quien todavía era muy atractiva y hasta tenía el encanto de su pequeña Julia, recibió a su hija mayor en la puerta rodeando el hombro de Julia.

—¿Qué piensas de esta descarada muchacha que dejó la escuela como una tunante? —Le dijo a Leigh.

—¿Qué es eso de una tunante escolar? —Protestó Julia—.Ya tengo dieciséis años.

—¿Cuántos años? —la despreció con afecto, y enseguida los mellizos irrumpieron por un lado de la casa y entraron en el vestíbulo. Su pelo también era pelirrojo, como zanahoria.

Los mellizos se detuvieron por un momento y miraron a Julia... dos

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caras con pecas y nariz chata.—¡Oh! ya vienes a casa ¿verdad? —comentó Tom con una alegría

informal y se dirigió a su melliza— ven, o llegaremos tarde.—Nos veremos, hermana —la saludó Tess y salió detrás de su

hermano.—¡Vaya! —dijo Julia indignada, parada con las manos sobre sus

caderas. Luego afirmó— estos rapazuelos no han cambiado nada...—Y dudo que alguna vez lo hagan —sonrió su madre. Se volvió hacia

Leigh cuando cerraba la puerta del frente— ¿Cómo te fue en el trabajo hoy?

Leigh se encogió de hombros.—Casi igual a todos los días —su expresión cambió—. ¿No es

maravilloso saber que Estela viene a casa?—Demasiado maravilloso para describirlo —afirmó su madre.Su padre, un abogado muy conocido y respetado, entró en la casa

con su portafolio lleno de papeles, arqueó sus cejas cuando vio a Julia y pareció un poco admirado al saber que Estela venía a casa.

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CAPÍTULO 2

Estela llegó al día siguiente como a las ocho de la noche, conduciendo un elegante automóvil deportivo azul zafiro que parecía tan caro y perfecto como ella.

Al ver a su hermana, solamente un año menor que ella, Leigh sintió un sollozo en su garganta, como siempre sucedía al verla por primera vez. Observó a su madre y vislumbró por la expresión de Margaret que la mujer mayor estaba experimentando la misma sensación. Siempre sucedía cuando miraban a Estela, ya fuera en persona o en la pantalla. La muchacha era tan perfecta...

—¡Estela, mi amor! —murmuró Margaret Dermot y rodeó con sus brazos a su hija. Sus labios tocaron las mejillas de una suavidad de pétalo y sintió el aroma de un perfume tentador y caro. Cuando Estela se vio libre, miraba a Julia con verdadero asombro.

—¡Dios santo, ésta es la pequeña Julia!—¿Pequeña? —protestó Julia— sucede que ya tengo diecisiete años

y soy una taquimecanógrafa calificada.—Le he dicho que si eso es lo que piensa, es mejor que Ruiz Aldoret

no vea ninguno de sus trabajos—dijo Leigh bromeando. —¿Ruiz Aldoret? —preguntó Estela con curiosidad. —El jefe de Leigh —le informó Julia y Estela volteó hacia su hermana

mayor.—¿Todavía estás trabajando con ese espantoso y viejo exigente?—No es tan viejo ni es tan exigente —dijo Julia—. Pensamos que tal

vez podríamos presentártelo y pudieras suavizarlo un poco.—¿Así que odia a las mujeres? —Otra vez, esa sonrisa tenue y

tentadora se asomó a las comisuras de los exquisitos labios de Estela—. Por lo general son interesantes. ¿Así que piensas que yo podría manejarlo?

—¡Claro! —Julia sonrió con una mueca en el momento en que entraban los mellizos.

Miraron a su hermana y la saludaron con mucha informalidad.—¡Hola! —y volvieron a sus propios asuntos. Estela siempre se

divertía por su trato tan informal, y sonriendo dijo que después de todo ella no era tan distinta al resto de la familia.

—¡Qué buen pedazo de zorrillo! —comentó Tess tocando con los dedos el saco corto de mink, que Estela había colocado con todo cuidado en el respaldo de la silla.

—¡Este carro está súper! —dijo Tom con un grito contenido, y apretando su nariz contra la ventana. Estaba en la edad en que los carros se anteponían a cualquier cosa, aun a su hermana, quien era actriz famosa y portaba abrigos de mink.

Estela le otorgó una de sus famosas sonrisas y que todo el país ya conocía.

—Te llevaré a dar un paseo en cualquier momento, si prometes comportarte.

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—Siempre me comporto, ¿o no? —contestó indignado volviéndose hacia Margaret Dermot para que lo confirmara.

—Bueno, algunas veces —contestó su madre secamente. Se volvió hacia Estela y olvidó de momento lo que iba a decir cuando sus ojos se posaron en ella con ternura. Siempre se había preguntado cómo era posible que hubiera tenido una hija así—. Tu padre se ha retrasado en la oficina... sucedió algo imprevisto. Telefoneó hace unos minutos.

—No te preocupes. Me pondré bella para él —sonrió Estela.Todos rieron ante la idea absurda de Estela de tener que ponerse

bella, puesto que ya era tan adorable; unos minutos después tomó su saco de mink y subió la escalera para refrescarse, seguida de Julia.

Cuando desaparecieron de su vista, las dos que se habían quedado al pie de la escalera se miraron y sonrieron.

—Es tan bueno tenerla de regreso —dijo suavemente Leigh y Margaret asintió.

—Podemos estar orgullosas de ella.—Y no ha cambiado nada. Eso es lo más maravilloso —añadió Leigh.Margaret se enjugó una pequeña lágrima y se volvió con rapidez

hacia su hija mayor.—Pareces cansada. ¿Se ha convertido Ruiz Aldoret en una persona

muy exigente?Leigh sonrió.—¿Es muy exigente? —volvió a preguntar su madre.—Supongo que de alguna manera sí es... un poco.—¿Por qué entonces no cambias de trabajo?—En realidad no me afecta trabajar con él. Te trata bien cuando te

acostumbras a él —frunció el entrecejo y dirigió una mirada a su madre—. Algunas veces siento pena por él.

—¿Pena por él? —exclamó con una mirada de sorpresa.Leigh asintió.—Ya sé que es tonto pensar así; es lo suficiente rico como para tener

casi todo lo que desea, pero de alguna forma, algunas veces, no puedo evitar pensar que no es completamente feliz. Luego, al momento siguiente, es el de siempre, frío, duro, ausente, y sé que me he imaginado cosas.

—Tal vez sea muy infeliz. Me imagino que también los ricos tienen SUS problemas.

Cuando caminaban por el corredor, entró John Dermot por la puerta principal, momento en el que Estela aparecía por la escalera, bajó aprisa y le agarró las manos. Rápidamente él la aprisionó entre sus brazos y se rió cuando ella protestó porque le estaba dañando su vestido de terciopelo.

—El terciopelo no se daña en la actualidad —le dijo su padre bromeando—. Leigh puede decirte la clase de terciopelo que fabrican en estos días en Merediths.

—¡Ah sí! el famoso jefe de Leigh —Estela se volvió hacia su hermana haciéndole un mohín—. Tengo que conocerlo.

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—No te has perdido de nada querida —contestó Leigh desdeñosa.En ese momento se escuchó el timbre de la puerta y Tess fue a

abrirla, gritando con la fuerza de su joven voz al momento de abrir, que Kerry había llegado. Ella entró un momento después, siguiendo de cerca a la turbulenta anunciante de su llegada. Sus ojos se cruzaron por el cuarto con los de Estela y un antagonismo instantáneo se produjo entre las dos.

—¡Hola Estela! —dijo con suavidad—. Supe que llegabas hoy.—Para quedarse dos semanas enteras —dijo Julia feliz.Dos semanas es demasiado, pensó Kerry para si misma. Tenía un

mal presentimiento. Nunca le había gustado Estela y era probable que la actriz lo sintiera. Eso había contado para que surgiera ese antagonismo entre ambas.

La observó, tratando de encontrar señas visibles de lo que pensaba, pero no vio nada. Estela se veía perfecta, y casi de la misma edad cuando, a los dieciocho años, anunció a la familia fríamente que se las había ingeniado para obtener una prueba para filmar una película y que obtuvo una parte de ese film. Esto había sucedido hacía seis años. Ahora era famosa. Su cuerpo pequeño y exquisito, sus facciones perfectas, el brillante pelo negro y los rasgados ojos verdes fueron de gran ayuda, además de su habilidad para actuar, que la llevó a la cumbre de la fama.

Rica y famosa, nunca se olvidó de la familia y ellos la querían aún más por esta razón.

Sólo Kerry tenía la sospecha que Estela Dermot tenía razones distintas para haber venido a casa, y si hubiera sido tan tonta como para sugerir que la actriz había visitado a la familia porque le convenía y no porque en realidad lo sintiera, todos lo hubieran negado en forma rotunda. Así que guardó silencio. A Estela le gustaba aparecer ante los ojos del público como la pequeña belleza de provincia que era famosa, pero que no había olvidado a su familia. Era una magnífica publicidad que le servía.

Ahora se encontraba en casa por dos semanas y con seguridad iba a causar problemas. Kerry no sabía todavía qué forma tendrían pero llegarían, y Leigh era la que le preocupaba más.

De seguro que por su avaricia le quitaba a Leigh sus juguetes, quien siempre se los daba porque su hermana era tan hermosa que todos la adoraban. Después de algún tiempo perdía el interés en lo que había tomado de otros y lo devolvía a su verdadero dueño, pero los juguetes ya estarían dañados para ese entonces. Estaba segura de ello. Nunca la habían golpeado o sermoneado porque ella era Estela, la bella Estela.

Después de veinte minutos sonó el timbre de la puerta otra vez y Leigh le abrió a Bruce. Era un hombre fuerte, de áspera cara, de veintiséis años, sólo un año mayor que Leigh, y nadie, por tonto que fuera, podría pensar que era guapo. Tampoco era agradable, pero siempre le pareció a Leigh que era sincero y confiaba en él. Por otro lado, Kerry, tenía su propia opinión. Bruce le gustaba bastante, pero algunas veces sospechaba que tenía rasgos de debilidad. Sin embargo, había sido la elección de Leigh y ella la quería tanto que, una vez más, guardó silencio.

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Leigh lo introdujo y se lo presentó a Estela con una sonrisa de orgullo, y por fin, Kerry supo lo que estaba temiendo, porque Estela miró al hombre de cabello café, de cara áspera y le sonrió muy suavemente y en silencio.

—¡No él! —oró Kerry con desesperación—. El también ¡No!Primero los juguetes, y ahora el hombre que amaba Leigh. Estela se

lo quitaría también.

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CAPÍTULO 3

Ruiz Aldoret tenía un problema. Llegó bajo la forma de una carta que sostenía en sus manos, delgadas y fuertes; con un repentino suspiro echó abajo la barrera que había construido hacía diez años. Todo volvió a su memoria, el deseo vehemente por esa hermosa casa blanca, rodeada de grandes árboles y muchas flores y azotada por el viento frío que bajaba de las montañas.

Volvió a mirar la carta y le dijo la misma cosa. Ya era rico. Merediths lo había hecho rico, pero la carta le daba más, con una condición.

Podría heredar la fabulosa fortuna que había rechazado una vez; podía volver a esa casa blanca con la que siempre había soñado... pero aún existía una condición.

Debía estar casado cuando volviera, y no debía estar casado con Mercedes Lastro.

Si quisiera pelear el testamento de inmediato perdería la herencia, misma que iría a algunas obras de caridad. Se le daba un plazo de tres meses, durante los cuales debía casarse, si no lo estaba ya, y llevar a su esposa a Carastrano, o volver a desistirse del testamento como lo había hecho con anterioridad.

El viejo Diego Aldoret conocía muy bien a su nieto cuando había confiado en el joven; haría cualquier cosa para concederle la casa y bienes que tanto había amado de niño.

Ruiz releyó la carta, la fría agudeza de su inteligencia se veía confundida por esta condición. El testamento no podía ser discutido, así que no había otra salida. La volvió a leer. Decía que debía casarse dentro de un período de tres meses después de la lectura del testamento, si aún no lo estaba, y sabía muy bien lo que eso significaba. Un heredero para Carastrano.

Sus ojos se entrecerraron al leer la carta por tercera vez. Tal vez existiera alguna otra forma de arreglarlo. No hacía mención para nada del futuro de su matrimonio, o del tipo de persona con la que debería casarse, excepto de que no debía ser Mercedes Lastro, y desde luego que no tenía la menor intención de casarse con ella. Tampoco tenía deseos de casarse.

Un arreglo puramente de negocios entre dos personas, permitiéndoles retener su libertad e ir por diferentes caminos una vez que se hubiera llenado el propósito del matrimonio. No le molestaba, por el momento, que fuera un acatamiento vacío para cumplir las condiciones del testamento.

Una fría sonrisa asomó a sus ojos. Por la única vez en su vida, Diego Aldoret había cometido un error. Debió haber establecido esta previsión con mayores detalles. Ahora sería relativamente fácil llevarla a cabo, pero tendría que pensar en una chica que estuviera dispuesta a entrar en tal arreglo con la sangre fría del caso, una chica que fuera como él, que no tuviera tiempo o lugar en su vida para romanticismos y a quien el sentimentalismo quedara fuera de cuestión, durante el tiempo que

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tuvieran que estar juntos en México.¿Existía tal chica?El pensamiento sobre tal asunto lo detuvo bruscamente. Existía... la

chica que ocupaba la oficina junto a la de él. Fría, tan controlada, que algunas veces no parecía humana. Nunca había demostrado el menor parpadeo de algo que se aproximara a la risa tonta de alguna de las chicas de las oficinas generales.

Alcanzó el interfono de su escritorio y sin que ella tuviera la más mínima sospecha del propósito tan diferente de esta llamada, Leigh tomó su cuaderno de notas y lápices para entrar en su oficina. Se sentó en la silla que acostumbraba y abrió su cuaderno.

El frunció el ceño, arrugó la carta que tenía en sus manos y empezó a hablar, y Leigh, cuyos pensamientos en esta ocasión estaban en otro lado y no se concentraba en su trabajo, escribió como autómata lo que él dijo sin darse cuenta de lo que era.

Después, transcribió su taquigrafía.Ruiz Aldoret la observó de cerca, pero el único signo de asombro

que pudo detectar en ella era un ligero entrecerrar de ojos. Leigh pensó que se había vuelto completamente loca. No podía ser más tonto o más ridículo lo que había escrito.

Se levantó y lo fue a buscar.—Me temo que no seguí lo que usted decía, señor Aldoret —desde

luego que no podía ser cierto lo que había escrito en su cuaderno. La expresión de él era un poco sarcástica.—Me temo que sí. Le pedí que considerara una proposición de

matrimonio por negocio.Leigh volvió a mirar su cuaderno de notas. Era lo que había escrito y

no estaba soñando.—Tal vez me deba explicar mejor, antes que usted pueda decir algo

al respecto. Recientemente he recibido una herencia de mi abuelo en México, pero para hacerme acreedor a ella debo llenar ciertas condiciones o de otra forma irán a obras de caridad.

—¿Ciertas condiciones?—Debo casarme, pero desde luego que será sólo un arreglo

temporal.La miró de nuevo y de momento sintió una gran curiosidad. ¿Era en

realidad tan poco emocional y calmada como parecía, o era sólo una máscara? Una persona, aun completamente libre de emociones humanas, hubiera mostrado alguna sorpresa ante esta proposición tan descabellada, pero no dio ninguna muestra de sorpresa más allá de haber entrecerrado los ojos.

Mientras tanto, Leigh ordenó sus pensamientos y contestó con mucha calma:

—Lo siento, pero ya estoy comprometida.En esta ocasión fue él quien se sintió descontrolado y sorprendido, y

la volvió a mirar con una curiosidad que aumentaba al recordar su voz en el Ricki’s, alegre, más jovial, bromeando, y se preguntó otra vez si era

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una máscara la que usaba en la oficina.—En tal caso, es completamente imposible. En relación a esto,

¿piensa continuar trabajando después de su matrimonio, o ya no lo hará?—Desde luego que algún día me retiraré de la compañía. Aún no se

ha fijado la fecha de la boda, así que todavía no he hecho ningún arreglo sobre esto.

El asintió pensativo.—No hemos pensado casarnos antes de dos años —explicó ella.—Por lo que veo usted cree en compromisos a largo plazo.—El matrimonio es algo muy serio como para tomarlo a la ligera.

Ambos estamos ahorrando algún dinero hasta que podamos tener una casa decorosa.

Todo estaba tan bien pensado y era tan práctico. El había pensado bien al principio. Había muy poco sentimentalismo o romanticismo en ella. Por un momento pensó en el hombre con quien se casaría; ¿sería tan oprimido y práctico? Los apartó de su mente, agarró una carta y empezó a dictar.

Leigh, por su parte, no pudo apartar esta proposición de su mente, porque de alguna extraña manera parecía que él se había alterado. Ella lo miró con otros ojos, y por primera vez notó la morena atracción de la que Julia le había hablado.

De alguna manera él era el hombre más atractivo que había conocido, con esa flexibilidad y gracia casi leonina que poseen algunos hombres altos, y ese garbo y orgullo de su pelo negro. Pero esos ojos oscuros no tenían ninguna semejanza con los aterciopelados y suaves ojos de las novelas románticas. Eran duros y remotos, tan fríos como el hielo. La misma frialdad seguramente se manifestaba en sus atractivas facciones que eran tan marcadas como las de un halcón.

Cuando agarraba otra carta, ella le miró las manos y observó que eran suaves y bien formadas, manos aristócratas; después volvió a observar su cara mientras él hablaba por teléfono y pensó si esos finos ojos negros alguna vez se habían suavizado o si siempre habían sido de esa forma. Pensó si esa voz aguda, con un débil acento, alguna vez había sido suave, para alguna mujer. ¿Habrá existido alguna mujer que lo hiciera sentirse así? No parecía posible, puesto que ninguna mujer podría haber tenido tal poder sobre él. Si alguna vez hubiera denotado pasión... tales sentimientos no iban con él.

De forma extraña, ella se encontró pensando ¿qué habría sucedido si hubiera aceptado esa proposición tan fría y calculada? Tal vez algo horrible. Tres meses evitándose uno al otro y luego una rápida anulación. Un contrato de negocios desde el principio hasta el final, haciendo una burla del verdadero significado del matrimonio.

—Sentiré lástima por la chica que decida tomar este trabajo —pensó sombríamente, y no pudo del todo alejarlo de su pensamiento por el resto de la mañana.

Leigh se encontraba en el vestíbulo poniéndose los guantes y lista

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para salir al trabajo cuando Julia salió del desayunador observándola con cierta crítica.

—No sé por qué tienes que usar esa ropa tan poco interesante —comentó al fin—. Siempre te ves tan... tan seria.

—No podría ir a trabajar con vuelos y escarolas —le contestó con alegría—. ¿Están diciéndome que me veo mal vestida?

—No, desde luego que no —Julia negó al instante. Miró a su hermana. Vestía una falda impecable, cortada a la medida y una blusa delicada, también impecable, con un abrigo ligero de verano—. Siempre pareces la perfecta secretaria —añadió.

Leigh le sonrió, con alegría en el fondo de sus ojos azules. —Eso es lo que intento ser, mi pequeña. No duraría mucho en el

trabajo si no lo fuera. Ese jefe mío me arrojaría.—Me gustaría ver su cara si te observara jugueteando con los

mellizos. Tal vez cambiarían sus ideas un poco —dijo Julia sonriendo.Leigh le dio un tirón de cabellos a su hermana y le advirtió:—¡No trates de hacerla de casamentera! No tiene caso. Dudo que

hasta nuestra adorable hermana Estela se las ingeniara para romper esa pared de acero que lo rodea; de cualquier forma, me quiero casar con Bruce y no con un témpano de hielo andante.

—¡Oh!, ya sé que tú piensas que tienes al toro por los cuernos... pero no creo que sea el hombre para ti —le dijo la increíble adolescente con una aparente seriedad.

—No sigas... —se volteó hacia ella muy divertida.—No —Julia frunció el entrecejo y meneó negativamente su cabeza

—. Algunas veces pienso que él te tiene cierto temor.—¿Bruce me tiene temor? ¡No seas tonta, Julia!—Bueno, no exactamente, pero a veces pareces... la perfecta y

eficiente secretaria —respondió Julia con una mueca irónica.—Lo que tú eres, es una romántica —sonrió Leigh—. Si piensas que

Ruiz Aldoret es un apasionado, te aseguro que no conoces a los hombres.—Así que piensas que lo de Bruce... es sólo mi imaginación.Leigh sonrió de nuevo.—De cualquier modo, gracias por la advertencia. La próxima vez que

lo vea me pondré un escote bajo—bromeó.—Sigo pensando que Ruiz Aldoret es maravilloso —dijo Julia

mientras su hermana se dirigía a la puerta. La advertencia de Julia la preocupó y pensó en ella en el autobús

cuando se dirigía a su trabajo. Había algo extraño en Bruce últimamente. No sabía qué era.

¿Existiría algo de lo que había dicho Julia? ¿Era esa actitud de "secretaria perfecta" que tenía en el trabajo que su hubiera hecho parte de ella, haciéndola aparecer autosuficiente, demasiado controlada, aun para Bruce? ¿Había sentido él que carecía de algo cuando la besaba? Tal vez comparada con la gran femineidad de Estela ella se veía apartada y ¡terrible palabra! dominante. Sin embargo, él la había visto trabajar en el jardín vestida con pantalones cortos y blusa, con polvo en su cara, que no

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la hacía parecer la "perfecta secretaria" como había dicho Julia.A la hora del almuerzo se entretuvo un poco después que sonó la

hora de salida y cuando llegó a Ricki's, Kerry ya la estaba esperando con Julia en uno de los privados. Estaban discutiendo sobre el menú cuando Kerry notó que Leigh tenía el ceño fruncido.

Así que ya había comenzado, pensó sombríamente. Leigh ya tenía un aire de preocupación. ¿Era sólo un sentimiento vago o había algo raro, o ya sabía que Bruce había estado viéndose con Estela en secreto? Tal vez no. Había sido un mero accidente que Kerry los hubiera visto juntos, sin conocerse. Antes había vivido en una granja y con frecuencia el sentimentalismo la hacía ir a ese lugar. En uno de esos paseos había visto estacionado el automóvil de Estela, y a Bruce con ella.

Kerry se había alejado tan silenciosa como había llegado, regresando a la casa donde había vivido. Mientras daba la vuelta había escuchado a Bruce diciéndole a la hermana de Leigh lo bella que era, y había visto a Estela con esa máscara y esa sonrisa tímida de desdén. No volteó la cabeza, pero el súbito silencio le hizo pensar que se estaban besando.

Claro que ella era bellísima, pensó melancólica, pero aun las víboras tenían algo de belleza hipnótica, y en su opinión no existía mucha diferencia.

Su comida había sido ya ordenada cuando una cabellera negra muy bien arreglada hizo su aparición a través de las cortinas que estaban frente del privado.

—Ricki me dijo que estaban aquí. ¿Puedo unirme a ustedes?De inmediato le dijeron que estarían encantadas si las acompañaba

y Janice Martin les sonreía mientras se sentaba. Era una mujer tranquila, de pelo oscuro, como de 35 años con una sonrisa solemne y una de las trabajadoras foráneas más eficientes de la empresa; se corrían rumores de que hacía varios años la habían plantado el día de su matrimonio. Otros decían que su prometido se había matado en un accidente automovilístico la noche anterior a la boda, pero por cualesquiera razones, ella nunca hablaba de ese asunto.

—Así que tú eres Julia —dijo con una sonrisa cuando Leigh las presentó— Deseaba conocerte. Leigh siempre hablaba de ti cuando estuve aquí hace tres meses.

—¡Oh Dios! —dijo Julia con aprensión—. Esto me suena mal.—No lo creas —sonrió a las otras dos chicas—. ¿Ha sucedido algo

durante mi ausencia?—Bueno, Leigh se ha comprometido —le informó Kerry.La cara de Janice se iluminó con una gran sonrisa de alegría.—¡Felicidades! Desde luego que es con Bruce —con una sonrisita, le

preguntó— ¿así que finalmente te hizo la proposición?—Desde luego que es Bruce —contestó Kerry en tono seco—. No

tiene ojos para nadie más.—Y Ricki les va a obsequiar una tetera como regalo de bodas —dijo

Julia alegremente.

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—¿Una tetera? —pregunto Janice arqueando las cejas. Julia explicó sonriendo:—El querido Bruce es el tipo menos romántico que conozco. Le

propuso matrimonio a Leigh en el momento en que Ricki les servía el té, así que ésta prometió darles la tetera como regalo de bodas.

Ruiz Aldoret nunca supo por qué había regresado a Ricki's. Tal vez se debió a que la comida era excelente y le quedaba a una conveniente distancia, pero, sin intención, se encontró escuchando furtivamente y en esta ocasión apareció una sonrisa involuntaria en su cara que lo hizo cambiar por completo, porque había algo ridículo al haber efectuado este inglés tal proposición en medio del servicio de té.

Su secretaria, eficiente y práctica, aparentemente había buscado a alguien tan poco romántico como ella. Luego, sin poder evitarlo, volvió escuchar lo que estaban diciendo.

—Confío en que recojan la tetera —aclaró Kerry fríamente—. Podía haber escogido la luz de la luna y una música suave, o algo así; pero no... ¡prefirió la hora del té!

Janice Martin sacudió su cabeza sonriendo.—Bueno, no cualquier chica puede decir que le han propuesto

matrimonio en medio del servicio del té —su cara se puso sombría—. Algunas veces estas proposiciones poco románticas resultan mejores que las hechas a la luz de la luna —añadió tranquila, y las tres chicas se quedaron calladas. Ella continuó como si estuviera conversando para sí misma—. Adrián era un verdadero artista en estos asuntos, pero nada lo detuvo de fugarse con una viuda rica la misma noche de nuestra boda.

En cuanto guardó silencio, Leigh le preguntó con suavidad: —¿Aún lo extrañas?Janice la miró directamente a los ojos.—Creo que siempre lo haré, aun cuando ambos se mataron en un

accidente automovilístico la misma noche que me plantó —luego, un estremecimiento recorrió el cuerpo de Julia, y le sonrió—. Parece que estoy asustando a esta pequeña niña.

—No, sólo estaba pensando lo terrible que debe ser amar a alguien por mucho tiempo y saber que tus sueños no pueden ser realidad.

—Es horrible al principio, querida —admitió—, pero el tiempo borra las heridas. No me permitan desalentarlas. ¿No tienen algún tema más agradable de conversación?

Leigh asintió, presintiendo que Janice quería hablar de otro tema.—Tengo algunas nuevas sobre Merediths. Tal vez las sepas esta

tarde, pero voy a decírtelas en este momento. Tal vez sea vendida.—¿Vendida? —Kerry hizo eco desconcertada.—Parece que Aldoret ha recibido una herencia, propiedades en

México, así que venderá la empresa y se trasladará a allá.No tenía la más mínima intención de decir algo sobre los términos

del testamento, porque ese era su propio problema.—¡Dioses! —Julia interrumpió—. ¡No me digas que es uno de esos

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"grandes" señores españoles!—No le pregunté —dijo Leigh cortante—. Muchas de esas antiguas

propiedades con frecuencia involucran algún título, aunque su nombre completo es de por sí ya impresionante.

—¿Cuál es? —preguntó Julia.—Ruiz Diego Palea de Aldoret —precisó Leigh.Kerry dijo silbando:—¡Vaya nombre! —Se volteó hacia su amiga con curiosidad—,

¿cómo averiguaste esa noticia?—He tenido que mecanografiar distintos documentos en varias

ocasiones con el fin de arreglar su estancia en este país. Ustedes saben que él no es inglés.

—Es una lástima que no actúe como tal —habló Julia sin control. —Está muy bien que no lo haga —le dijo su hermana—. No me

imagino trabajar con un hombre que te esté rondando todo el día en la oficina.

Julia se rió entre dientes.—No sé, tal vez pienso que sería más divertido... si fuera Ruiz

Aldoret.—¡Oh Dios! no me digas que esta pequeña está impresionada con él

—Kerry dijo.—Si está tendrá que olvidarlo pronto —dijo con facilidad Leigh—, no

creo que cualquier muchacha pueda impresionarse por mucho tiempo con un témpano de hielo que camina.

—Esto es para toda la vida —corrigió Julia con cierta impresión, pero con una risa entre dientes.

En ese momento Ricki entró con la comida en sus manos y les murmuró en tono bajo.

—Por cierto, ¿sabían que su jefe está en el privado contiguo?—¿Qué él está dónde? —Julia preguntó con un pequeño grito,

seguido por un horrible silencio. Se miraron unas a otras intentando recordar lo que se había dicho.

Demasiado.—¿Vino aquí el martes pasado? —preguntó Leigh en voz baja, y Ricki

asintió.—Pensaba advertirlas, pero estábamos muy ocupados en ese

momento y se me escapó de la memoria este pensamiento.—¿Dónde estaba sentado? —preguntó Leigh con la duda horrible de

que hubiera sido el mismo lugar que tenía en ese momento, junto a ellas, y el martes que había llegado Julia a casa había hecho una disección del dueño de Merediths con una franqueza poco cortés.

—En el mismo lugar que está ahora —confirmó Ricki—. Así que espero que no hayan dicho algo desagradable sobre él —añadió. Un lapso de silencio siguió.

Janice las miró a todas.—Por el súbito silencio debo imaginar que sí dijeron cosas muy

desagradables —murmuró y Leigh asintió.

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—Desde este momento, total atención a nuestra comida —musitó Kerry. Le dirigió una mirada a Leigh llena de simpatía—. Mis condolencias por tener que enfrentarte a su majestad esta tarde —añadió a sotto voce.

—Dudo que se digne hacer mención a esto —le aseguró Leigh en el mismo tono de murmullo.

Sin embargo, lo observó de cerca cuando entró en su oficina esa tarde. No había nada diferente en él, en lo absoluto. Enfrentó su mirada con la misma indiferencia fría que poseían sus ojos negros, y pasada la aprehensión inicial de haberle dado la cara después de lo que habían dicho de él en Ricki's, Leigh sintió que la situación embarazosa se había desvanecido.

La familia pensó con tristeza que ya había transcurrido la mitad del tiempo de la visita de Estela. Otra semana más y se habría ido, de regreso a su vida ocupada y excitante. La tarde del mismo día en que se había percatado que sus comentarios sobre Ruiz Aldoret habían sido escuchados por él, Leigh entró por la puerta trasera de la casa y oyó gritos que salían del interior. Lanzó una mirada a su madre y a Julia, quien estaba preparando el té en la cocina, sonriendo con disimulo.

—Parece que los apaches están atacando de nuevo. No había hablado mucho cuando apareció un Tom terriblemente pintarrajeado por toda la cara con pintura de labios, persiguiendo a una Tess igualmente pintarrajeada, que surgió del corredor y quien traía en su mano una hilera de nudos negros atados en la punta como si fuera el cuero cabelludo de alguien.

Leigh miró la "cabellera" secamente y les dijo:—¡Ustedes, horribles pequeños sinvergüenzas!Julia tenía otras cosas en mente. Hacía poco le habían permitido

comprar su primera pintura de labios, la que fue arrebatada de sus manos con un grito de protesta, por su hermano.

—¡Esa es mi pintura!—No es pintura de labios —negó Tom soltándose de ella—. ¡Es

pintura de apaches para ir a la guerra! —salió corriendo para el jardín siguiendo a Tess con gritos espeluznantes y Julia persiguiéndolos en busca de su pintura.

Mientras se alejaba el alboroto en la distancia, Estela aparecía en la puerta de la cocina.

—¿Son siempre tan ruidosos? —preguntó molesta.Margaret asintió con una sonrisa.—Me temo que sí.—No es tan malo cuando ellos están jugando entre sí, sólo cuando

empiezan con sus emboscadas es cuando hacen tanto ruido —le dijo Leigh.

Subió a dejar su abrigo al cuarto y cuando regresó Estela estaba en el cuarto de estar.

—¿Qué has estado haciendo? Espero que no estés fastidiada.—¿Fastidiada? —Estela la miró con un destello de aburrimiento en

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sus ojos—. Pero me imagino que sí lo estaría si me quedara más tiempo. ¿No te aburres en medio de esta rusticidad?

Leigh se sonrió y movió negativamente su cabeza.—Me imagino que el resto de la familia Dermot está hecha para este

tipo de vida. Nos va muy bien disfrutando de tu gloria.Estela la miró con ironía y se sentó, con esa gracia que tenía, en un

sillón.—Me pregunto qué se sentirá ser tan conforme.—¿Tú no estás conforme? —preguntó Leigh con calma.—¿Conforme? Sólo estás conforme cuando estás muerta —respondió

Estela.Leigh la miró un poco asombrada.—¡Estela!Estela le dio una de sus pequeñas y desdeñosas sonrisas. —

¿Asombrada? —Se encogió de hombros—. Tengo demasiado, ¿verdad? Debería estar conforme, pero siempre se desea algo más; siempre existe la necesidad de mantenerse en la cima y tienes que luchar con más fuerza para quedarte donde estás. Ya sé —finalizó tristemente— tuve que haber hecho lo mismo para estar en el lugar que ocupo.

—¿Por qué no renuncias entonces? —preguntó Leigh.—¿Renunciar? Eso sería peor porque tal vez me moriría de fastidio.—No, si te casaras y tuvieras tu propio hogar. ¿No ha habido alguien

con quien hayas querido casarte? Estela se encogió de hombros.—Algunas veces... hasta aburrirme de ellos —le dio una sonrisa

fingida—. Me imagino que si alguna vez encuentro a ese alguien, será reclamado por otra mujer.

Leigh contempló a su bella hermana, un poco asombrada, y se dijo a sí misma que el éxito no era tan maravilloso como parecía. A pesar de todo lo que tenía, y con esa belleza, Estela no era feliz. Le sucedía algo similar a lo de Ruiz Aldoret. Con todas sus riquezas y su posición, siempre existía la sospecha en su mente que no era feliz.

La semana continuó con los sucesos diarios y felices con el dulce placer de tener a Estela en casa. El trabajo era el mismo, y la vida así lo parecía hasta la tarde anterior en que Estela debería volver a Londres.

Entonces... todo cambió, todo parecía diferente. Bruce tenía un día libre en el trabajo como reposición de un día feriado que había trabajado hacía algunas semanas, y habían concertado ir todos a un baile esa noche. Ruiz, al haber escuchado a Leigh hablar sobre esto con Kerry, parecía que siempre escuchaba cosas cuando nadie se lo imaginaba, la había sorprendido al decirle que se fuera a casa una hora más temprano para que tuviera él tiempo suficiente de arreglarse. Después, no sabía si agradecerle u odiarlo por haberla mandado a casa temprano.

Todo parecía muy tranquilo cuando entró en la casa. Julia y su madre habían ido a un cine por la tarde y al parecer, no habían regresado. Los mellizos se habían quedado en la escuela un poco más tarde para practicar un desfile. Por el silencio, parecía que Estela estaba durmiendo,

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o tal vez, leyendo.Leigh abrió la puerta del cuarto de descanso.—No le podemos hacer esto a ella. No te lo permitiré. Prefiero ser

infeliz por el resto de mi vida que herir a Leigh.Por un momento se paró en la puerta esforzándose por darse cuenta

que era la voz de Estela la que había escuchado, y luego reconoció la figura del hombre que abrazaba la figura delgada y exquisita de su hermana.

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CAPÍTULO 4

Durante un minuto desconsolador Leigh se quedó ahí, salió del cuarto como autómata, tan silenciosa como había entrado, inclinándose contra la puerta cerrada como si no tuviera fuerzas para moverse. Había escuchado sobre esos momentos en que parecía que todo se estancaba, pero nunca pensó que pudiera pasarle a ella.

Bruce no la amaba. Estaba enamorado de Estela.La escena que había visto no podría tener otro significado. Estaban

tan arrobados uno con el otro que ni siquiera se dieron cuenta que ella estaba ahí.

Por un momento más se quedó parada al otro lado de la puerta, presionando su boca con una mano, intentando moverse de ese lugar, pero parecía congelada.

No había tenido ningún presentimiento cuando dejó su trabajo, pero el ambiente tenso y calmado de la casa debió haberla avisado.

Tal vez si ella hubiera entrado por la puerta del frente en lugar de hacerlo por la de atrás, si no hubiera salido del trabajo más temprano, entonces no hubiera visto a Estela en los brazos de Bruce. Ellos hubieran escuchado su llave en la puerta del frente... o tal vez no, puesto que no habían oído abrirse la puerta del cuarto de estar.

Al fin pudo moverse. Dio la vuelta suavemente y regresó por el mismo camino que había llegado, salió por la cocina a través del pasillo y se fue a la calle de nuevo.

¿Qué iba a hacer ahora? No podía quedarse ahí. La gente la observaría. Tenía que moverse, caminar y empezó a hacerlo con rapidez, con movimientos automáticos, sin tener la menor idea del camino que llevaba.

¿Cómo pudo estar tan ciega? Todo vino a su mente, ese raro sentimiento, la actitud retraída de Bruce en algunas ocasiones. ¿Tenía algún presentimiento en su mente cuando Estela le dijo que aun cuando encontrara al hombre en el que pudiera confiar y creer, sería alguien que pertenecía a otra persona?

¡Pobre querida Estela! Tan infeliz y miserable que pensaba que podía herir a su hermana si le quitaba su propia felicidad. Y también Bruce. Era evidente que él pensaba de la misma manera, resistiéndose romper con el compromiso que arruinaría su vida en caso de continuar. No podía permitirlo. De cualquier manera ¿qué tipo de felicidad podría existir en su matrimonio cuando ella sabía que Bruce amaba a su hermana?

¿Qué debía hacer ahora? ¿Entrar mientras ellos estaban juntos? Eso forzaría la situación. Era difícil tratar el tema a sangre fría. ¿No hubiera sido igualmente difícil si hubiera intentado romper con el compromiso en el acto? Estela se rehusaría a casarse con Bruce y no debía permitir que eso pasara.

Todo el amor que sentía por su hermana se concentró en encontrar una salida. Era mejor que dos personas fueran felices y únicamente una

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herida, en vez de la situación contraria.Continuó caminando, con rapidez. Su mente se encontraba muy

clara en ese momento, trabajando con serenidad, con una claridad aguda y extraña. Tenía que ser ahora, se dijo a sí misma, antes de permitir que le corrieran las lágrimas, no encontraba otra salida.

Al fin tenía que volver a casa y pretender que todo era normal. El resto de la familia ya se encontraba ahí. Ella pondría un pretexto. No podía ir, y un dolor de cabeza era excusa suficiente. Su intuición le dijo que Bruce estaba contento que ella no fuera.

Estela regresó a Londres la mañana siguiente mientras que Leigh aún buscaba en su mente la forma de romper con el compromiso, sin darles la menor sospecha de haber descubierto algo. No podía romper con Bruce sin razón, ni tampoco podía aparentar que estaba interesada en otra persona porque toda la familia sabía perfectamente que nunca había demostrado interés por otro hombre. Ni siquiera había tenido contacto con nadie más como para pretender que se había enamorado. Sólo existían su trabajo, Ruiz Aldoret, y por la tardes, Bruce.

De pronto vino a su mente la voz de Julia que le había dicho bromeando:

—¡No veo como pudiste haber escapado de enamorarte de él!La respuesta estaba tan clara ahí que no había necesidad de

mayores cavilaciones. Se casaría con Ruiz Aldoret.Había algo de rebeldía en su decisión. No se quería casar con ese

hombre frío e inhumano, quien por tres años no había sido más que una voz cortante. Quería cariño y amor en su vida, no un hombre vacío y desdeñoso.

Era inevitable que ella llegaría a saber más de él, puesto que sin duda se verían forzados a vivir en la misma casa. Estaba segura que no quería conocerlo. Había algo repelente en esa fría y rechazante persona. ¿Cómo sería esta situación en un país extraño, sola, casada con un hombre a quien, al menos en ese momento, casi odiaba?

Ella se estremeció. Sin embargo, ya había tomado su decisión. No le dijo nada a la familia, ni siquiera a Bruce, puesto que quería presentarse ante ellos con un fait accompli, así que tuvo que esperar hasta hablar con Ruiz Aldoret.

No pudo evitar derramar algunas lágrimas esa noche en la privacía de su cuarto, pero en la mañana, este deseo se había desvanecido. Estaba ahora en su trabajo, fortaleciendo esa máscara impersonal que siempre había tenido en la oficina, hasta que estuvo en posibilidad de llamar a la puerta de Ruiz Aldoret y entrar cuando le dijo que lo hiciera. En ese momento pensó que tal vez él ya habría encontrado a alguien más, y se encogió de hombros. Si ya lo había hecho, entonces tendría que buscar otra forma.

Casi sin querer se encontró observándolo con ojos más personales, sintiendo otra vez la sorpresa de descubrir que él era muy atractivo.

Los ojos penetrantes y negros la miraron interrogantes y ella se animó.

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—Señor Aldoret, ¿podría hablar con usted unos minutos, si no está muy ocupado?

—Desde luego —le mostró su silla usual—. Siéntese.Sólo existía una forma de hacerlo, pensaba mientras se sentaba. Ser

fría y no tener vergüenza, como si fuera la proposición del negocio como él le había llamado.

—Esa proposición de negocios que usted mencionó antes, ¿aún está en pie? —Ella dudó, mordiendo un poco sus labios—. Porque... porque si...

—Porque tal vez usted pudiera haber cambiado de idea —terminó la frase por ella. Los oscuros ojos se inclinaron hacia su cara de manera penetrante—. ¿Y su compromiso de matrimonio?

Leigh encontró su mirada con serenidad.—Está roto.—¿Recientemente? ¿Anoche, por ejemplo?—Sí —le confirmó con calma.—Ya veo —de nuevo ella estaba consciente de que la observaba con

fijeza— Y ha cambiado de opinión sobre mi proposición.—Sí —dijo Leigh, resistiendo el absurdo deseo de reírse tontamente,

porque esa palabra "proposición" sonaba fuera de lugar. De alguna manera ella siempre había asociado esa palabra tan particular con mujeres rubias, diamantes, abrigos de mink, amoríos y amores ilícitos, ninguna de las cuales se asemejaba a la situación actual. Eso le recordó a ella otra cosa.

—La gente no tendría que saber que es sólo una proposición de conveniencia, ¿verdad? —le preguntó. La sola idea de que apareciera como un amorío entre ella y Ruiz Aldoret le parecía ridícula, pero Bruce y Estela deberían pensar exactamente lo contrario, y si acaso existiera el más leve rumor de la verdad echaría por tierra su idea.

—No tengo ninguna intención de que sea del conocimiento público —contestó él con calma—. En la actualidad sólo los abogados y yo sabemos las condiciones del testamento, además de usted, desde luego.

—¿Qué es lo que se requiere exactamente? —preguntó Leigh controlando su voz para que sonara fría y vacía.

—Parte, ya la sabe. Después de la ceremonia debemos pasar algún tiempo en Carastrano para dar la apariencia de ser un matrimonio normal. Cuando se hayan llenado los términos del testamento, se podría arreglar una anulación sin escándalos.

—Eso suena bastante... aceptable.La máscara inescrutable de su expresión se rompió suavemente y

arqueó una de sus oscuras cejas con una alegría sarcástica.—¿No quiere saber primero los términos?—¿Términos? —Leigh lo miró asombrada.—Naturalmente que yo no esperaría que usted haría esto por nada.

Es, después de todo, una proposición de negocios.—En realidad no había pensado en ello —dijo ella con suavidad, y de

pronto una idea audaz y atroz cruzó su mente—. Si... si está de por medio algún pago, preferiría que fuera... que fuera de otra forma.

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—¿Cómo qué —preguntó él tranquilamente...—¿Pretendería enamorarse de mí?Hubo un pequeño silencio ofensivo y como se prolongaba hasta

parecer horas, hubiera dado cualquier cosa por borrar esas palabras imperdonables.

—¿Sólo porque rompió su compromiso? —preguntó él y era la última cosa que ella pensaba oír.

La sorpresa hizo que lo mirara rápidamente a la cara, pero su expresión aún era inescrutable, así que ella no pudo juzgar el tipo de reacción que esperaría su respuesta. Se preguntaba en ese momento cómo había sido posible que hubiera tenido la temeridad de haber dicho eso.

—¿Acaso importa? —respondió con una pregunta después de un momento.

—No, a menos que sea un intento de poner celoso a su ex-prometido.

¿Hacer sentir celos a Bruce? ¿Tratar de detenerlo en su felicidad con Estela cuando los amaba tanto a los dos? Era una idea tan horrible y tan insultante que sus ojos empezaron a brillar un poco, y nadie que la conociera mejor que este hombre la hubiera tomado como una advertencia.

—Una vez que acepte este arreglo —continuó él— esperaré que lo prolongue hasta el final y no se arrepienta en el último momento.

—El se va a casar con mi hermana —le dijo Leigh con cierta moderación.

—¡Oh, ya veo! —dijo él— así que sucedió...—Usted no se da cuenta de nada —exclamó ella furiosa,

imaginándose lo que él estaba pensando, y ante la idea de que se imaginara que lo estaba usando para hacer volver a Bruce, desvaneció cualquier vestigio de vergüenza que hubiera ocasionado su petición irreflexible—. Usted no ve nada de lo que sucede —repitió— Quiero mucho a mi hermana y para hacerla creer que no amo a Bruce, le tendré que decir que me casaré con otra persona —se sonrió dura y cortamente—. No se preocupe. No me arrepentiré.

Ruiz se recargó en la silla, observándola durante todo el tiempo. Su expresión era tan inescrutable como siempre, pero ahora había cierta velada curiosidad en sus ojos.

Así que no era una criatura del todo sin emociones como alguna vez había pensado. Esos ojos azul oscuro estaban centelleando con algo que podrían ser lágrimas reprimidas, pero como pudo observar, ella mordía sus labios como un vicio y continuó con la voz a la que estaba acostumbrado escuchar. Ese rígido autocontrol lo empezó a intrigar por primera vez.

—Siento mucho este exabrupto —le dijo con toda calma—. Por lo menos, usted debe comprender como están las cosas. Aún quiero a mi prometido, y de hecho todavía no he roto el compromiso, pero esto me dará una excusa para hacerlo.

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—¿Está segura que esto es necesario?—Absolutamente segura —asintió, y añadió con calma—. Parece

que... alcancé a escuchar algo y no tengo la menor intención de que arruinen sus vidas por fomentar ideas ridículas de su obligación hacia mí. Es la única forma que puedo en realidad convencerlos, de seguro no seré la que dé marcha atrás.

—Usted demuestra un gran altruismo en estas circunstancias —recalcó él y Leigh le miró con sorpresa.

—¿Sí? No veo otra forma de actuar.—Me imagino que usted confió en mí para jugar este papel,

tomando en consideración la opinión que expresó de mí un día en el Ricki's —comentó con deliberada frialdad.

—¡Entonces escuchó todo! —exclamó Leigh ruborizándose.—Escuché lo suficiente —confirmó en tono seco—. Era una condena

arrolladora. ¿Es lo que en realidad piensa de mí?—Desde luego que no —negó Leigh presurosa, tratando de recordar

lo que había dicho ese día.—Creo, a pesar de ciertas opiniones contrarias, que puedo hacer un

poco de teatro, pero ¿qué pasa con usted? —le lanzó la pregunta tan rápida que Leigh sintió que se sonrojaba otra vez, y por primera vez I pensó en su parte en este contrato.

Cuando hizo su fantástica sugerencia, no había pensado en los aspectos personales.

—Creo que podré salir adelante. La gente rara vez es demostrativa en público, así que me imagino que no será necesario en gran parte.

—En tal caso, podemos tomar esto como un arreglo formal —dijo él y fue toda la reacción que recibió de su fantástica petición, cuando había esperado un rechazo despreciativo. Después de estar seguro que no era la intención crear celos en Bruce, estuvo conforme, con una insolencia casi insultante—. Entonces podemos casarnos para finales de mes, si está usted de acuerdo. Los arreglos ya se están efectuando pura vender la fábrica —estaba mirando uno de sus papeles en el escritorio cuando dijo estas últimas palabras—. Me imagino que no sabe nada de español, así que estaría bien que tomara algunas lecciones. Le será muy útil puesto que pasará algunos meses en Carastrano. Desde luego que cualquier gasto será cubierto, y también arreglaré que le transfieran una suma razonable de dinero.

—Pero yo dije que no... —principió diciendo Leigh. El la cortó con un gesto de su mano delgada y de largos dedos.

—Desde luego que tiene que ser así —dijo con firmeza—. Esto es una proposición de negocios. Lo otro es derivado de este punto.

—Muy bien —ella se encogió de hombros casi indiferente—. Lo dejo totalmente en sus manos.

—Arreglaré para que le proporcionen algunas clases de español. Hay una escuela muy buena...

—Ya sé hablar español.Por primera vez, desde que había trabajado con él, Leigh tenía la

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satisfacción de ver desvanecerse su compostura.—¿Ya puede hablarlo? —Tuvo que controlarse casi inmediatamente

y hablar en el idioma que ella pretendía conocer—. ¿Por qué lo aprendió?Leigh dudó, y consciente de que al hablarlo esperaba que le

contestara en el mismo idioma, tal vez para probar lo que había dicho y para saber qué tan bien lo hacía.

—Alguna vez tuve la intención de ir de vacaciones a Sudamérica o a México —contestó con precaución y se sorprendió de ver una sonrisa que le transfiguró su cara.

—Tiene muy buen acento.—Gracias —contestó Leigh sorprendida de la diferencia que podía

hacer una sonrisa.—¿Y fue alguna vez? Leigh negó con la cabeza. —Lo intenté el año pasado, pero...—Pero se comprometió en vez de ir —completó la oración volviendo

al inglés—. Debo confesar que tengo grandes recuerdos de México —añadió él—. Debe ser interesante mostrarle los lugares que alguna vez conocí tan bien.

De momento todo el aspecto impersonal había desaparecido. El asunto ya no parecía tan horrible y ella lo miró con una curiosidad que debió ser aparente en su expresión.

—¿Hay algo que la inquieta? —Preguntó él con una mirada interrogante.

—No, no, nada —negó Leigh de inmediato y añadió cuando había decidido pasar por alto este detalle—. Sólo pensaba que usted parece... un poco distinto. No me pareció con esa sangre tan fría y tan horrible.

—¿Horrible? —entonces él se encogió de hombros—. Me imagino que sí soy de alguna manera, pero no hay razón para que no seamos amigos, ¿no cree? Además, pienso que será una necesidad, en virtud de los papeles que vamos a representar.

—Sí... sí, desde luego —dijo confundida.—Debo confesar que no he encontrado en usted exactamente lo que

pensaba —le comentó cortés.—Me imagino que todos no somos lo que aparentamos en la

superficie —dijo después de un momento, preguntándose cómo era en realidad este hombre bajo la superficie. Comenzaba a sospechar que su opinión original no era la correcta.

—Es cierto —comentó—. Creo que es mejor que me diga algo acerca de su familia.

Esto la encaró con otro problema. El tendría que conocerla y ella no sabía cómo iban a reaccionar ambas partes. Por tres años él había parecido como un hombre exigente e inalcanzable, y ahora, durante el espacio de algunos minutos, ella había visto dos facetas diferentes de su verdadera y desconocida personalidad.

Luego observó su mirada expectante sobre ella, pareciéndole indicar que era un hombre muy ocupado, aun cuando estos detalles personales

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debían atenderse y rápidamente le dio una breve descripción de su familia.

—Así que Estela es la hermana que causó el rompimiento con su prometido —comentó cuando había terminado.

Leigh asintió en silencio, sin confiar en ella misma de que pudiera hablar en ese momento, por el dolor que esto le causaba, y él era un hombre que no tendría paciencia con los corazones rotos.

Poco después terminó la entrevista tan sorprendente, con su insistencia de que almorzaran juntos, a fin de que la oficina se acostumbrara a la intimidad que se avecinaba.

Sin embargo, todavía tenía que venir la peor parte, romper su compromiso con Bruce y que lo creyera, o tal vez lo más desagradable sería amar a Bruce y pretender que amaba a un hombre, que ni siquiera se llevaba bien con él.

No dijo nada cuando llegó a casa. Esperó a que Bruce llegara a recogerla para ir al cine, tal como lo habían acordado. El se veía cansado y un poco ojeroso y ella estaba contenta de que al fin le podría dar una nueva esperanza.

No habían ido muy lejos de la casa, Bruce atento al volante, cuando ella rompió el silencio que imperaba entre los dos.

—¿Quieres detener el carro? Hay algo que quiero decirte.El le dirigió una mirada rápida, llevó el automóvil hacia una calle

lateral solitaria y apagó el motor.—Quisiera que me liberaras de nuestro compromiso —le dijo

abruptamente, sintiendo que él la miraba sorprendido.—¿Liberarte?—Sí —ella se encogió de hombros esperando que pasara

desapercibido en la semioscuridad—. Pensé que lo nuestro podría funcionar, ahora me doy cuenta que... bueno, que no hay posibilidades de que nuestro matrimonio tenga éxito.

Bruce se quedó en silencio por un largo rato, y luego se movió a modo de verla de frente.

—¿Qué fue lo que causó esta súbita decisión?Leigh apretó las manos y soltó la mentira suprema. —Me da vergüenza admitirlo pero no te amaba ni siquiera cuando

nos comprometimos. Había... había alguien más. Nunca pensé que existiera la más remota posibilidad de que él me amara también. Ahora sé que sí, y... —Interrumpió con otro de esos gestos suplicantes—. ¡Simplemente no puedo continuar!

—¿Quién es él? —preguntó Bruce abruptamente.—Ruiz Aldoret.—¿Ruiz Aldoret? —Su ofensiva sorpresa era casi insultante para el

otro hombre—. ¿Estás hablando en serio?—Completamente —ella mordió sus labios de nuevo con una

apariencia de estar cercana a las lágrimas, que así era, pero por otras razones—. No quería herirte... pero me enamoré de él hace tres años. Nadie lo sabía, ni siquiera él mismo —luego se sacó el anillo de

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compromiso que siempre usaba por las tardes después de que abandonaba el trabajo, entregándoselo.

Bruce lo agarró casi inconsciente.—¿Tiene esto que ver algo con Estela?—¿Estela? —se las ingenió para darle perplejidad a su voz—. ¿Qué

tiene que ver Estela con todo esto?—Bueno, yo pensé... digo, no tiene que ver conmigo y con Estela

¿verdad?—¿Estela y tú? —repitió Leigh como si no entendiera lo que

intentaba decirle.Bruce dudó por un momento, observándola de manera inquieta y le

dijo.—Estela y yo... descubrimos que nos amábamos, pero no me

permitió que te lo dijera.—¿Estela y tú? —hizo eco Leigh como si hubiera sido movida por un

rayo, pero de alguna manera se forzó a darle una pequeña sonrisa—. ¡Bueno, esto es maravilloso! Ahora ya no tengo que sentirme avergonzada por romper nuestro compromiso de esta manera —luego permitió que su voz pareciera seria—. ¿Qué quieres decir con eso de que ella no te permitiría que me lo dijeras?

—Ella no permitiría que rompieras tu compromiso conmigo, y dijo que era mejor que las cosas quedaran como estaban.

—¿Y le permitiste regresar a Londres con las cosas como están entre ustedes dos...? —Dejó de hablar, mordiéndose el labio con aparente arrepentimiento—. Estoy avergonzada contigo por no habértelo dicho antes. Podías ser infeliz, sólo por mí...

—No importa, ya no importa —y la besó con más sinceridad como no lo había hecho en mucho tiempo. Con horror, sintió sus labios mantenerse pegados a los de él, y cuando la separó podía haber llorado con gran mortificación y disgusto.

—Parece que todo fue un hato de mentiras, ¿verdad? —dijo con calma—. Tú lo sabías.

—Creo que esto hará las cosas más fáciles para ti y para Estela —le observó en la cara la duda y asintió—. Sí, he decidido casarme con Ruiz Aldoret.

—Pero, en realidad tú no lo amas.—No, pero no importa.—¿No importa...? —preguntó de nuevo—. No puedes casarte en esa

forma. ¡Estela no lo permitiría...!—Estela no debe saber nada de esto —interrumpió Leigh con

firmeza. La única forma de salir adelante ahora era decirle toda la verdad y así lo hizo rápidamente—. Verás, es sólo una proposición de negocios. No involucra ningún tipo de permanencia.

El parecía dispuesto a rebatirla pero al final se las ingenió para convencerlo de que continuaría con sus arreglos.

—Tienes que hacerle creer eso —le suplicó Leigh—. Es la única forma ahora. Ella no debe saber nada sobre... ese día que yo llegué a casa

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más temprano. Ya he ido muy lejos y... además, no puedo plantar a Ruiz Aldoret ahora. No me lastimará ni me cambiará en nada, es sólo un contrato de negocios, pero así será feliz Estela y no la haré sentirse culpable.

—Quizá tengas razón —respondió de mala gana—. Pero no quisiera verte hacer algo...

—Es la única forma —repitió Leigh con firmeza—. Y no debes decirle nada sobre la proposición de negocios. ¡Prométemelo!

—Está bien —dijo al fin y en ese momento decidieron regresar a casa, puesto que ninguno de los dos tenía humor para ir al cine. Cuando el automóvil llegó a la entrada, se volteó hacia ella.

—¿Quieres que baje contigo y yo dé la noticia?—No, prefiero hacerlo yo —movió su cabeza negando.Antes que pudiera decir algo o hacer sugerencias, ella le dio las

buenas noches y entró rápida.Cuando llegó al cuarto de estar se alegró encontrar únicamente a su

madre y a Julia; los mellizos ya se habían ido a la cama.Margaret la miró con una sonrisa.—Pensamos que habías ido al cine, ¿cambiaste de idea?—Sí —hizo una pausa. Esta vez también debía ser tan contundente

como lo había sido al hablar con Ruiz Aldoret y con Bruce, pero en esta ocasión su fingimiento debía tener éxito.

—Acabo de terminar mi compromiso con Bruce —dijo pausada y les enseñó su mano izquierda desnuda para que la vieran.

Una sombra de preocupación instantánea apareció en la cara de su madre.

—¿Ya no estás comprometida con Bruce? Leigh negó con la cabeza, sonriendo a su madre. —Hemos pensado que era un error —y sonrió con suavidad—. No me

mires tan preocupada. No es el fin del mundo. —Pero tú dijiste...—Estoy apenada de admitir que he dicho una serie de cosas que no

eran verdad —Leigh le aseguró con calma—. No amo a Bruce y nunca lo he hecho.

—Tal vez nos quieras decir que fue lo que pasó —le dijo Margaret con calma después de un momento.

—No hay mucho que decir en realidad —Leigh mantuvo la calma—. He tratado de decírselo a Bruce desde hace algún tiempo —continuó—. Hoy sucedió algo y supe que entonces tenía el valor de hacerle saber que no me casaría con él, y que me quería casar con otra persona —hizo una pausa y añadió, sintiendo que le temblaba el piso debajo de sus pies—, Ruiz Aldoret.

—¿Ruiz Aldoret? —casi gritó Julia.—¿Ruiz Aldoret? —Margaret hizo eco a su hija con más calma, pero

en sus ojos había una mirada de sorpresa—. Esto es algo totalmente imprevisto —añadió confusa y le dirigió una mirada de disculpa.

—Hubiera deseado decirles esto con anterioridad, pero me fue

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imposible.—¿De verdad te vas a casar con él? —Preguntó Julia boquiabierta. —Vamos a anunciar nuestro compromiso muy pronto y no

pretendemos que éste sea largo. Nos vamos a casar a finales del mes.Por supuesto, tuvo que relatar con cuidado una pequeña historia

que había preparado para ellos, todo sobre haber estado enamorada de él casi desde el primer momento que empezó a trabajar en Merediths, pero pensando que no tenía caso abrigar esperanzas y que nunca llegarían a nada. Era muy extraño lo fácil que le era todo ahora, como el hecho de que tuviera que representar un papel, y poder representarlo bien. Se odiaba a sí misma por haberle permitido a Bruce que adivinara la verdad, pero todo saldría bien si Estela no la averiguaba.

—Nunca nos diste la menor idea de lo que sentías —dijo Julia con curiosidad—. Ese día en Ricki's prácticamente lo hiciste pedazos.

—Tuve que hacerlo. Tú sabes como se corren los chismes en las grandes empresas. Imagínate si alguien me hubiera escuchado estar de acuerdo con lo que tú decías. El siguiente paso hubiera sido el rumor de que yo estaba enamorada de él.

—Me imagino que así es —concluyó Julia.Margaret sonrió a su hija mayor, moviendo su cabeza todavía con un

sentimiento de sorpresa muy evidente.—Es de lo más inesperado, querida, —repitió— pero si es en realidad

lo que quieres, me alegro que haya sido de esta forma —se volvió a Leigh con una sonrisa que se convirtió en algo de maliciosa—. ¿Cuándo veremos a este hombre impresionante que es Ruiz Aldoret?

—Pronto, espero.—¡Oh, Dios! —exclamó Julia casi con un súbito desmayo—. ¿Cómo

será tener un jefe como cuñado? ¿no te sientes como una oficinista fuera de lugar al ser un poco descarada y llamarlo por su primer hombre?

—Algo así —admitió Leigh, sin la menor intención de revelar que todavía no lo había llamado por su primer nombre. Estaba segura que iba a ser como lo había dicho Julia, pero además iba a ser peor pretender estar enamorada de él.

Más tarde debía darle la noticia a John Dermot, y Leigh no se imaginó en la forma que la tomaría su padre.

Sus cejas tan espesas se arquearon y frunció el ceño cuando Margaret se lo dijo.

—¿Ella va a hacer qué? —preguntó exigente y Leigh se sonrojó. Su tono de voz no era exactamente alentador. Sus ojos penetrantes, del mismo intenso azul oscuro que había heredado, se posaron sobre ella escrutándola por un momento, y con sorpresa expresó su completa aprobación—. Buen hombre. Yo mismo no podría haber escogido alguien mejor para ti.

—¡Bueno! —le dijo su esposa con indignación— al menos debes mostrar algo de sorpresa.

—¿Por qué? —preguntó—. El es el tipo de hombre con quien debe casarse. Bruce es de los que quiere apoyarse en la gente.

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¿Así que esa era la opinión que tenía de Bruce? Era extraño averiguar lo que la gente en realidad sentía hasta que sucedieran cosas como ésta. ¿Cómo tomaría las cosas cuando supiera que Bruce y Estela iban a casarse? Había decidido no decirles nada. Era mejor que saliera de alguno de los dos involucrados.

Después de eso, por supuesto debía decirles la misma historia, mientras se sentía muy avergonzada consigo misma por darse cuenta que podía mentir tan bien.

Aun cuando se hubiera puesto en evidencia con Bruce, era muy fácil convencer a todos de lo que había encontrado y, por tanto, se sentía terriblemente culpable. Después se fue a su cama y lloró con discreción sobre la almohada.

Cuando por fin controló sus lágrimas, se volvió sobre su espalda y observó el techo. Bueno, ya estaba todo hecho. Todos sabían que se iba a casar con Ruiz Aldoret en vez de con Bruce.

Durante su camino al trabajo la mañana siguiente, Leigh encontró más difícil pretender que estaba enamorada de Ruiz Aldoret y que él lo estuviera de ella. De alguna manera se imaginó esas cejas oscuras arqueándose fríamente cuando usara su nombre de pila, y permitir alguna caricia o miradas suaves. Deseó con fervor que nunca hubiera hecho todo esto, pero ahora tenía que continuar porque era la única forma de salir adelante.

Cuando llegó a su oficina hubo una pequeña duda cuando escuchó su llamado, pero no debía preocuparse. Era como siempre, no tenía que mencionar su compromiso.

Sin embargo, Kerry tenía una posición totalmente diferente. Hacia el final del día invadió la oficina de Leigh como era su costumbre y fue directa al grano.

—¿Sabes que hay el rumor de que te casas con Ruiz Aldoret? Me acaba de llegar, porque de otra forma lo hubiera detenido —hizo un movimiento un poco molesta—. Me gustaría estrangular al idiota que lo empezó. ¡Dios sabe lo que ocasionaría si llega a sus oídos!

Leigh la miró con una sonrisa suave.—Yo lo empecé.Kerry la miró con sorpresa.—¿Tú lo empezaste?Leigh asintió.—No es un rumor. Me voy a casar con él.—¡Estás loca!—No, sucede que lo amo.—¡Qué necedad! —Kerry contestó brusca—. Tú no lo amas más que

yo —miró a su amiga con una expresión preocupada y le exigió que le dijera la verdad. Escuchó la historia que Leigh ya se sabía tan bien, pero la que, contrariamente a los efectos que había causado en los demás, no impresionó en nada a Kerry—. Es la historia más loca, sin el menor sentido, que he escuchado —le dijo disgustada cuando Leigh terminó—.

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Ahora dime la verdad.—Es la verdad —protestó Leigh.—¡Por el amor de Dios! Te he conocido por mucho tiempo y tal vez

yo vea las cosas un poco distintas a tu familia.—Está bien —admitió un poco recelosa—. Tú ganas. Ninguno de los

dos nos amamos. Es un contrato de negocios desde el principio hasta el final. Debe casarse y regresar a México con el fin de heredar los bienes de su familia.

Kerry murmuró suavemente.—Eso es más coherente. Pero, ¿por qué aceptar un trato de tal

naturaleza? ¿Y qué de Bruce?—Bruce se quiere casar con Estela —dijo Leigh con calma.Kerry la escuchó con un silencio desconsolador ante las palabras

que explicaban la forma en que Leigh los había descubierto y lo herida que estaba.

—Así que pensé que algo como esto podría ayudarlos —terminó Leigh—. Estela tal vez se culparía y se rehusaría a casarse con Bruce si no creyera que yo amo a otra persona.

Estela nunca iba a avergonzarse de nada, pensó Kerry. En ese momento estuvo tentada a decirle todas sus sospechas sobre su hermana, pero se contuvo otra vez, porque supo que no serviría de nada. Leigh no la creería y aun podrían romper su amistad, o al menos hacer que se enfriara. Así que, una vez más, guardó silencio y su consternación aumentó ante el pensamiento de algo más.

—¿Este... es... un matrimonio por conveniencia? —Se inclinó ante su amiga y le dirigió una mirada de duda—. No tienes que proporcionarle un heredero para los bienes también, ¿verdad?

Leigh sintió que enrojecía de furia.—¡Claro que no! —negó enfática, aun cuando no podía evitar sentir

que un heredero era lo que se pretendía exactamente, pero si Ruiz prefería cerrar sus ojos ante la parte no escrita de las condiciones de la herencia, ella no iba a abrírselos, y desde luego que no era ese su deseo. No podía pensar en algo más horrible que entregarse a alguien tan inhumano como Ruiz Aldoret.

—¿Crees que alguien más pudiera adivinar la verdadera razón del compromiso? —le preguntó con cierta ansiedad.

—¡Por Dios, claro que no! Ni siquiera yo misma estaba segura —mintió—. Quizá los demás creerán que siempre estuviste enamorada de él, pero ¿cómo vas a encubrir que sólo es un contrato de negocios? Si su señoría va por ahí con su aire remoto de indiferencia, tu madre va a sentirlo como a alguien indeseable —le dijo con poca elegancia. Fue un comentario con el que Leigh estuvo de acuerdo, porque Margaret Dermot tenía una percepción poco común.

Leigh esbozó una sonrisa.—Le he pedido que pretendiera estar enamorado de mí —dijo con

suavidad.—¿Le pediste qué? —Parpadeó Kerry y movió su cabeza—. Está bien,

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no tienes que repetirlo. Ya lo escuché. Es que sencillamente no puedo creerlo —sonrió con una mueca y le preguntó con una franca curiosidad, olvidándose de Estela por un momento—. ¿Cuánto tiempo duró el frío silencio de su señoría cuando salió de su sorpresa?

—Estuvo de acuerdo —le contestó Leigh con calma.—¿Qué estuvo qué? —Kerry la miró parpadeando y moviendo su

cabeza—. No te creo.Leigh se encogió de hombros.—Espera para convencerte.De pronto, Kerry sonrió con una mueca.—No puedo esperar —de nuevo se rió entre dientes, divertida ante

el pensamiento de pretender que Ruiz Aldoret estuviera enamorado de su secretaria— Me gustará estar espiando por el ojo de la cerradura cuando este hombre te dé un abrazo apasionado —terminó diciendo con una sonrisa burlona.

—No pienso que así sea —negó Leigh sonrojándose—. Sólo los extrovertidos se hacen caricias en público, lo que no será necesario cuando estemos solos.

Kerry movió la cabeza.—No me lo puedo imaginar pretendiendo estar enamorado de

alguien.Leigh le dirigió una mirada fría y se abstuvo de comentar sobre la

absurda idea de que Ruiz Aldoret pudiera romper cualquier contrato platónico.

Sin ser observada, Kerry le dirigió una mirada imaginándose en que forma saldría de todo este lío. Quería decirle a su amiga que no apresurara las cosas, que alargara su frío matrimonio tanto como fuera posible, porque estaba segura que su hermana cambiaría su situación muy pronto. Juraría que Estela no estaba enamorada de Bruce y que únicamente había combatido el aburrimiento quitándoselo a Leigh. Su intención verdadera tal vez fue hacer una tierna escena de renuncia con Bruce. Era evidente que era otro juego más de Estela y que Leigh había trastornado las cosas al entrar sin ser vista. A Estela no le hubiera gustado salir con él después de averiguar que ya no existía compromiso con Leigh, puesto que Bruce Jermyn era el último hombre en el mundo con el que quisiera desposarse. Cuando la dama Estela decidiera casarse, sin duda buscaría un hombre con mucho dinero para tener todas las comodidades y lujos que deseara, sin tener que trabajar. La fama estaba bien, pero Estela era perezosa de corazón.

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CAPÍTULO 5

Korveston era un poblado que había crecido súbita y rápidamente, pero no tanto como para que sus planificadores hubieran perdido su trayectoria y la hubieran permitido crecer con una mezcolanza de edificios. Algunos de los habitantes más antiguos se preguntaban en ocasiones cómo había dado ese cambio, de una pequeña y tranquila población a una semi-metrópoli floreciente.

Korveston Heights era uno de los últimos barrios y en relación a Korveston, parecía haber brotado como un niño precoz que se sale del seno de su madre cuando ésta se ha descuidado. En una de las colinas más altas, conocida por todo el barrio Heights, se encontraba la casa de los Dermot, donde se había construido con el nombre de Jingletop. Era una casa amigable, de forma irregular construida con piedra gris, sobre lo alto de la colina, irguiéndose sobre sus propios cimientos.

Margaret se encontraba en la cocina lavando los trastos del desayuno con la ayuda de sus dos hijas, que por ser sábado ninguna de ellas tenía que trabajar.

—Parece ser que están sucediendo muchas cosas en esta familia últimamente —comentó Margaret, volviéndose hacia sus hijas sonriéndoles, porque estaba muy orgullosa que fueran tan atractivas.

—Vaya si están sucediendo... —estuvo de acuerdo Julia—. Leigh al sorprendernos con su matrimonio con Ruiz Aldoret, y luego Bruce, quien casi nos da un golpe bajo al anunciar su compromiso con Estela.

—Las cosas no han sido de ninguna manera monótonas —sonrió Margaret.

Las noticias sobre Bruce y Estela habían estado en el aire por nueve días, y no habían podido todavía anunciar oficialmente su compromiso. Bruce había ido a Londres a buscar a Estela, sólo para encontrar su departamento cerrado y sin que nadie respondiera. La había llamado por teléfono a las oficinas de la filmadora, encontrando negativas. Parecía que nadie sabía nada del proyectado compromiso entre su luminaria principal y este hombre desconocido, en apariencia, sin importancia. Todo lo que le dijeron fue que estaba filmando las últimas tomas de su película y que éstas se efectuaban en la ciudad, pero no le dijeron exactamente donde. Bruce, enojado y frustrado, había regresado a casa para averiguar si la familia Dermot sabía donde podría encontrar a Estela; tuvo que decirles lo que había sucedido con ella durante su estancia en casa, y que no tenía ninguna otra dirección. Por último, se vio forzado a dirigirle una carta a su departamento, esperando que le fuera remitida.

Cuando Kerry escuchó que Estela había dejado la localidad, sin siquiera saber que Bruce ya no estaba comprometido, tuvo que reprimir una exclamación. Consideraba, que la suerte estaba jugando demasiado a favor de Estela últimamente. Esperaba que Bruce se decepcionara de ésta, y tal vez que saliera la verdad a la luz, pero ni siquiera había tenido posibilidad de verla y la fecha de esa "proposición de negocios" en la que se involucró Leigh, cada día estaba más cerca.

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—Es muy extraño lo de Bruce y Estela —comentó Julia—. Nunca pensé que ella escogería a alguien como él —sonrió a Leigh con un decidido brillo en los ojos—. Y en lo que se refiere a Ruiz Aldoret, apuesto a que no sabe hacerle el amor a una chica, tal como lo dijiste ese día en el Ricki's.

Por alguna razón, Leigh sintió ruborizarse.—Tu expresión me lo dice todo —se rió Julia entre dientes, animosa

—. Y te aseguro que tampoco es tan indiferente... tal vez porque tiene la mitad de sangre española.

—¡Julia! —protestó Leigh, casi sin salida, pero se salvó de cualquier broma posterior por el regreso de los mellizos.

Después de haber terminado con los trastos, Julia tomó un libro y se fue al jardín y Leigh se puso unos pantaloncitos cortos de caqui y una blusa blanca sin mangas y empezó a arreglar y sembrar algunas plantas, mientras que Margaret se fue al frente de la casa donde la esperaba el carro de la familia.

No era muy grande la distancia hacia la parte moderna de Korveston y mientras efectuaba algunas compras dejó el carro en un estacionamiento. Todo iba muy bien hasta que regresó al automóvil para encontrar que por alguna razón, este artefacto se negaba a caminar.

Salió del carro y lo observó con una expresión mística. El ayudante del estacionamiento, quien la conocía muy bien, le preguntó.

—¿Algún problema señora Dermot?Al escuchar su nombre, levantó la cara para mirar al hombre que se

encontraba a unos pasos de ella.Margaret asintió.—No sé qué le pasó a esta maldita cosa.—Veamos que sucede, ¿le parece bien?Se dirigió hacia la cubierta del motor y estuvo observando y

moviendo cables hasta que salió de nuevo, moviendo la cabeza.—Parece que no es nada que se pueda detectar. Debe llevarlo a un

taller.Margaret se encogió de hombros filosóficamente.—Bueno, entonces tendré que tomar el autobús para volver a casa.—¿Puedo ayudarla? —Preguntó una voz profunda, una voz que tenía

una ligera inflexión diferente a las otras que estaban alrededor de ella, y Margaret dio vuelta para encontrarse con el hombre moreno y alto que estaba en su propio automóvil, a unos pasos, y que se dirigía hacia ella. Tenía un aire de distinción y sus ojos observadores, de inmediato notaron sus finas ropas.

—Algo de problemas con el automóvil, señor —dijo el ayudante, así que de inmediato Margaret confirmó su sospecha. Definitivamente era alguien de importancia.

—Entonces tal vez la pueda llevar a su casa señora Dermot —una breve y rara sonrisa le cruzó su cara—. Soy Ruiz Aldoret.

Margaret sintió un golpe de sorpresa y luego una ráfaga de interés. ¡Así que éste era el imprevisto yerno que le iba a presentar Leigh!

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Le dio las gracias y después él hizo los arreglos para que enviaran su carro al taller, con ese aire de alguien que está acostumbrado a dar órdenes y esperaba que fueran obedecidas. Le dirigió una rápida mirada con la ansiedad de madre para averiguar el tipo de hombre que había escogido su hija.

Tenía frente a ella a un hombre orgulloso y solitario, que seguramente había sido muy herido en el pasado, que se había metido en una coraza con la que pretendía estar más allá de cualquier herida ocasionada por un mundo cruel e inhumano. Era evidente que esa fría represión que aparecía en sus rasgos era antinatural, así como la voz, que ni siquiera se preocupó del efecto que podría haber causado en Leigh. Sin embargo, era diferente cuando sonreía, y tal vez ese era el lado que le conocía Leigh.

—Espero que nuestro compromiso no le haya sorprendido demasiado —dijo Ruiz mientras se deslizaba con suavidad el carro negro y lujoso fuera del estacionamiento.

—¿Sorprendida? —Margaret movió la cabeza con una sonrisa—. No sé cómo se las ingenió esa hija mía para mantenerlo en secreto.

De nuevo vio el destello de una sonrisa ardiente que alteraba todas sus facciones.

—Espero que no lo tome en contra mía —le dijo. Ella sonrió y movió la cabeza negando.

—Lo perdono —le aseguró.En ese momento, perdió la última de sus dudas sobre la extraña e

inesperada noticia de Leigh al escogerlo como compañero de su vida. A pesar de esta corta entrevista, sintió que Ruiz Aldoret era un hombre en el que se podía confiar y que haría feliz a Leigh.

En Jingletop, el arreglo del jardín de Leigh, así como la lectura de Julia se vieron interrumpidas por el regreso de los mellizos.

—¡Oh, Dios! —Julia les dirigió una mueca, evadiéndolos en su carrera precipitada, haciéndoles creer con resignación que se encontraba leyendo—. ¡Los apaches están en guerra otra vez!

—Hacemos mucha medicina buena —pronunció Tess solemnemente—. Mujer cara pálida nuestra prisionera.

—¡Oh! ¿sí? —contestó Julia preparándose para efectuar una súbita retirada.

—Vas a serlo, ¿no? —la instó Leigh y Julia le dijo débilmente:—¿Tú también?Cruzó su mirada con la de Leigh, y asintió.—¿También yo debo ser una prisionera?—No, usted trepar árboles, mucho para ser prisionera o esposa. Tom consideró la posición con todo cuidado y decidió cambiar los

papeles.—Puedes ser una princesa india que ha sido capturada por otra tribu

—le dijo a Julia y luego se dirigió hacia Leigh—: Tú serás la famosa jefa que está tratando de rescatarla.

Leigh le agradeció el haberla elevado en su posición, y de algún lado

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salió una banda de material verde brillante con plumas de gallina, procediendo a colocársela alrededor de la cabeza.

—¡Oh! —exclamó Tess con alegría—, ahora sí parece una india verdadera, —y le colocó una pluma en medio de la banda.

En este momento Tom sacó de su bolsillo una pintura de labios aplastada.

—¡Oh no! —le dijo Leigh.—Por favor Leigh —le suplicó Tess, obsequiándole una sonrisa a su

hermana mayor—. Sólo parecerás una india si tienes pintura de guerra.Antes que pudiera detenerlo, regresó Tom con una gran caja de

cartón y acompañado de Kerry, quien quedó sorprendida por un momento y luego irrumpió en grandes risas.

—¿Me veo tan mal? —le preguntó Leigh desconsolada.—Te deberías ver —le dijo sonriendo Kerry.—Me alegro de no poder hacerlo —les contestó con voz seca,

añadiendo una mirada directa a los gemelos— tengo la horrible sospecha de que aún no han terminado conmigo.

Tess y Tom se amontonaron junto a la gran caja de cartón que habían colocado en el suelo. Se hicieron algunas consultas en secreto, al tiempo que Julia y Kerry intercambiaban miradas de alegría anticipada, mientras que Leigh observaba con miedo a los mellizos. Tom colocó alrededor de la cintura de su hermana, sobre sus pantaloncitos de caqui, un cinturón de piel del que pendía un cuchillo de caza. Finalmente le alcanzó un hacha de cartón y con este detalle quedó terminado el maquillaje.

—¿Bueno? —preguntó Tess.—El efecto final es casi increíble —dijo Kerry con ojos brillantes—.

Creo que debe quedar para la posteridad —miró preguntándole a Julia—, ¿voy por la cámara fotográfica?

—No... —dijo Leigh protestando, pero de inmediato los mellizos interrumpieron demandando que se trajera la cámara.

—Ahora todos deben posar —dijo Tess con aire de importancia—. ¡Colócate ahí!—le señaló a Julia el árbol de manzanas.

—¿Quieres que me pare junto a ella amenazante? —preguntó Leigh.—¡Si te pudieras ver! Es mejor que lo hagas —añadió Julia contenta

—, si te viera tu prometido.—¡No lo permita el cielo! —fue la respuesta inmediata de Leigh y

empezó a trepar el manzano con gran experiencia como lo hacía en años anteriores.

Mientras tanto, Kerry había entrado en la casa en el momento justo en que se escuchó el sonido de un carro que se estacionaba frente a la casa. Con la cámara fotográfica en sus manos y sonriente se dirigió hacia el corredor, pensando que era Margaret Dermot la que regresaba.

Desde luego que era Margaret, pero los ojos de Kerry se abrieron desmesuradamente cuando vio con horror quien venía con ella.

—Hola, Kerry —le dijo Margaret con una sonrisa—. Creo que ya conoces al señor Aldoret.

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Kerry, reprimiendo un grito, admitió que ya lo conocía. Desde luego que Ruiz la había visto en la oficina una o dos veces, pero no le había prestado mucha atención. Sin embargo, en ese momento reconoció su voz como una de las que habían estado en el privado el día en que Leigh lo había condenado como hombre.

—¿Dónde están las chicas? —preguntó Margaret, y Kerry se vio forzada a admitir, aunque con grandes reservas, que estaban en la huerta y precisamente en ese momento flotó en el aire un horripilante grito de guerra desde la huerta.

Margaret sonrió.—¿Están tomando fotografías de los indios? —Preguntó dirigiendo

una mirada hacia la cámara fotográfica.—Bueno... sí —admitió Kerry, preguntándose la forma en que podría

poner sobre aviso a Leigh—. Creo que le diré que usted ha regresado. Ella está... bueno...

Se desesperó aún más cuando se escuchó otro grito de guerra desde la huerta, pero esta vez femenino. También se pudo reconocer la voz de Leigh.

—Así que se trata de eso —dijo Margaret sonriendo—. ¿Han convencido a Leigh para que participe en uno de sus juegos de indios?

Kerry asintió.—La han hecho que se vistiera... —advirtió con una mirada de reojo

a Ruiz—. Tal vez sea mejor que le diga... bueno... —Calló y dirigió otra mirada al prometido de Leigh.

—Estoy segura que no le importará al señor Aldoret —sonrió al hombre con una mirada maliciosa en sus ojos—. Con seguridad es algo que vale la pena mirar... si es similar a la última vez que los mellizos la vistieron.

—Es todavía peor —Kerry admitió desesperada, recordando la facha de Leigh.

—Mejor aún —dijo Margaret con felicidad. Tomó la cámara fotográfica de las manos de Kerry—. Estoy de acuerdo con que debemos tomar una foto.

Todo este pequeño episodio había tomado sólo unos minutos y en el instante en que Kerry había visto a Ruiz, y éste, junto con Margaret, se dirigían al jardín, los gemelos comenzaron a amarrar a Julia en el árbol, mientras que Leigh estaba trepada en el manzano.

Una chica muy bonita, medio despeinada, estaba amarrada en el viejo manzano, con su pelo suelto hacia el aire y con una expresión en su cara que pretendía ser de miedo, pero que casi era una risa incontrolable. Desde unos arbustos a corta distancia, aparecieron dos caras pintadas cómicamente y envueltas en plumas. Pero el cuarto miembro de la familia Dermot fue el que le hizo aparecer una expresión de mayor sorpresa en su cara.

Estirada sobre una de las ramas del árbol, su pelo tipo tiziano con dos trenzas sobre sus hombros, su cara pintada con pintura de labios y gis azul, era su eficiente e impersonal secretaria.

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Fue cuando se escuchó el "click" de la cámara fotográfica que Leigh se dio vuelta. Un horror incontrolable se vislumbró en sus ojos y en ese momento deseó que la tierra se la tragara. Como si no creyera nada de lo que le podría suceder, vio horrorizada a Ruiz Aldoret con un brillo de alegría en sus negros ojos.

A medida que él se acercaba al árbol ella perdió el equilibrio para caer justamente en sus brazos.

Se quedó ahí por un segundo rígida y sorprendida, después se liberó y dijo algunas palabras sin sentido para correr sin parar hasta que llegó a su cuarto. Ahí, por primera vez, se vio como lucía.

Tiró a un lado el hacha y se sentó en la cama, posesionada por una risa tonta e infantil, y así fue como la encontró Kerry cuando entró en su cuarto.

Se veía preocupada al principio, pero empezó a sonreír de inmediato cuando vio a su amiga.

—De verdad que eres un espectáculo maravilloso, señora Gerónima —comentó.

—Kerry, ¿qué voy a hacer? —preguntó Leigh casi suplicante—. No puedo bajar y verlo.

—Tienes que hacerlo —dijo la amiga—. Siento no haberte podido avisar —añadió preocupada—, pero tu madre escuchó los gritos de guerra y se imaginó lo que estaba sucediendo. Pensó que a tu querido prometido le gustaría verte así.

—Debió haber estado pensando si se casaría con una india —entonces Leigh se empezó a reír—. Nunca había visto tanta sorpresa en la cara de alguien... ¡pero se empezó a reír!

Se levantó quitándose el preciado cuchillo y cinturón de Tom, y los dejó sobre el vestidor.

—Es mejor que empiece a quitarme esta pintura. Me llevará algún tiempo —añadió mientras entraba al cuarto de baño.

Cuando regresó, un poco después, su piel estaba limpia y brillante.Kerry observó a Leigh tomar una falda negra y una blusa blanca, y le

dijo con una sonrisa escondida.—¿No sería mejor que usaras algo más femenino? Después de todo,

no estás en la oficina ahora y, además, de mentirillas, él es tu amor.Leigh dudó por un momento, pero cambió su falda y su blusa por un

vestido mucho más femenino de color verde lima muy suave, que resultaba el marco perfecto para su cabellera. Ella pensaba que todo esto era una pérdida de tiempo. El no notaría si ella lucía diferente o si usaba algo distinto a sus faldas sencillas y bien cortadas y las blusas con que estaba acostumbrado a verla.

Empezó a cepillarse el pelo, tan bello, que caía como una cascada sobre su espalda, y cuando iba a prenderlo de nuevo, Kerry le quitó el cepillo de la mano.

—Déjame hacerlo por ti. Será más rápido.Un poco después, la preciosa corona se encontraba alrededor de su

cabeza, y su maquillaje era suave y natural; así se encontraba Leigh para

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bajar la escalera, llena de temor.¿Cómo se las iba a ingeniar para convencer a su familia de que

estaba enamorada del hombre que no significaba absolutamente nada para ella? Lo peor era que este engaño tenía que seguir adelante con un hombre que era frío y sin emociones.

—Crucemos los dedos —le murmuró Kerry mientras juntas, dejaban el cuarto—. Por lo menos la joven Tess no se encuentra en este momento, y eso ya es ayuda —añadió cuando escuchó las voces de los mellizos a través de una ventana al final de la escalera; aparentemente, habían regresado al jardín, de lo que también se alegró Leigh.

Su vestido hizo un suave ruido mientras bajaba la escalera, y pensó que debería ser Bruce quien la recibiera, extrañándolo más en ese momento, desde que descubrió su amor por Estela. Había sido muy duro, sintió un agudo dolor dentro de ella, como el que debió sentir Janice Martin. Como había dicho su amiga, el tiempo cura las heridas, pero el dolor estaría siempre ahí.

Este era el momento que no debía recordarse. Tenía que forzarse ella misma a olvidar, y concentrarse en lo que debería hacer esa tarde. Desde luego que iba a ser difícil, sobre todo porque nunca tendría al hombre que en realidad amaba, y pretender estar enamorada de alguien a quien no quería la obligaba a ser la actriz más perfecta.

Cruzó el vestíbulo con Kerry a su lado, quien con un murmullo le dijo:

—¡Buena suerte!Mientras tanto su padre había llegado del trabajo y se había unido a

la familia en el cuarto de estar. Parecía que Ruiz había estado conversando con él muy formal, pero se levantó de inmediato cuando las dos chicas entraron. Era poco común que dos pelirrojas fueran amigas tan cercanas. La diferencia entre ambas, aunque moderada, era evidente, a pesar de ser la primera vez que las veía juntas.

Ruiz observó la mirada de Kerry y vio que sus ojos eran vivarachos, aunque su expresión era seria. No existían palabras para decirle que Kerry sabía la verdad y que, como Leigh, no tenía mucha confianza en su habilidad para continuar con la farsa. Por su expresión parecía que estaba dividida entre una preocupación por Leigh y la curiosidad de verlo jugar ese papel. Recordó con viveza ciertas opiniones en su voz ese día en el café.

Leigh lo miró con gran dificultad, pero sí alcanzó a notar, cuando lo vio conversando con sus padres, que tenía unos modales agradables cuando los quería demostrar. También era extraordinariamente atractivo.

Puesto que debía hacer algunos esfuerzos, mostró una amplia sonrisa para encontrarse con la sorpresa de que era correspondida, y debió admitir que era algo muy agradable, aunque un poco inquietante. Nunca se imaginó que una sonrisa como esa pudiera hacer tal cambio. ¿O se la había imaginado? En realidad podría ser peligroso para una mujer calmada, esa morena atracción y ese magnetismo que apareció de momento cuando emitió una sonrisa como ésa.

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—Buenas tardes, querida —dijo cortésmente mientras ellas se recuperaban de la sorpresa de esa sonrisa tan inesperada, mostrando un cariño que parecía haber tenido por años. Tal vez lo usó porque quizá no conocía su nombre de pila, pensó con cierta burla.

Después, para confundirla todavía más, mientras le tomaba la delgada mano de dedos largos que él le tendía, la acercó hacia él y le puso el brazo alrededor de sus hombros en forma posesiva, como si hacerlo fuera de lo más natural.

—Tal vez me podrías presentar a la dama que conocí en la huerta hace poco —le dijo causando la risa de la familia.

—Por favor, olvídenla —suplicó Leigh intentando acostumbrarse o sentir su brazo alrededor de sus hombros.

—¡Oh, no! Hemos tomado una magnífica fotografía. Le voy a dar una copia de ella a tu prometido —dijo Margaret riéndose.

—Gracias, se lo agradeceré —respondió Ruiz—. La puedo usar en su contra si alguna vez intenta comportarse muy digna.

Le sonrió de nuevo, de la misma manera, y Leigh se forzó a retribuirle una sonrisa forzada, y liberándose de él, fue a sentarse en un sillón.

—Nos las hemos ingeniado para convencerlo de que no se va a casar con una india —se rió su madre—, pero nos tomó tiempo hacerlo.

Se obsequiaron con más risas, de lo que se alegró Leigh, porque así no habría posibilidad para dar explicaciones de la confusión y embarazo que mostraba su cara. Ruiz se sentó junto a ella y de nuevo le pasó el brazo por sus hombros con un gesto natural y posesivo, y ella no pudo aceptarlo con ecuanimidad. Se sintió molesta consigo misma cuando sus ojos se posaron en la delgada mano, de dedos largos, que estaba en su cintura. Pero lo que más la molestaba era su cercanía.

Margaret los observó con ojos complacientes, y si notó algo extraño en la actitud de su hija, podría haberse explicado por el hecho de que Leigh nunca mostraba sus emociones en público.

La tranquilidad que demostró Ruiz sorprendió a Leigh. Además estaba asombrada por la facilidad con que era aceptado por la familia. Nadie parecía pensar en su posición y en su dinero, no había la menor señal de extrañeza y hasta tenía un encanto que hacía que Leigh lo contemplara con una fascinación casi involuntaria, después de haberse recuperado de su primera vergüenza al sentir su brazo alrededor de ella.

Más tarde, durante el curso de la conversación, salió el asunto de su vieja casa.

—Díganos algo acerca de su casa en México —le pidió Margaret con una sonrisa—. ¿Creo que se llama... Carastrano, según dijo Leigh?

Ruiz asintió.—Así es, no la he visto desde hace diez años —apareció de pronto

una mirada de lejanía en sus ojos oscuros, y una risa que podría llamarse triste cruzó sus labios.

—Nunca la has olvidado, ¿verdad? —dijo impulsivamente Leigh, al momento que él se volteaba hacia ella con esos ojos oscuros de increíble

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suavidad, aunque no sabía si eso también era parte de la farsa o si en esta ocasión era sincero.

—No, nunca la he olvidado —murmuró. Por un momento hubo algo de dolor y amargura en la oscuridad de sus ojos, algo que le dio el ridículo impulso de poner su mano sobre la de él—. Y no creo que alguna vez la olvide —añadió. Luego volvió a sonreír, y en esta ocasión sabía que no era sincero—. Regresamos juntos... y eso es mucho mejor que regresar solo.

—Cuando termines de enamorar a Leigh —se escuchó una graciosa y pequeña voz interrumpiendo—, quisiéramos saber algo más sobre México.

—¡Tess! —protestó su madre reconociendo la voz sin ni siquiera voltear para verificar la presencia de su hija más joven. Situada en la ventana y columpiando sus piernas, con una corbata vieja de su padre alrededor de la cabeza y con la inevitable pluma en ella, la señorita Teresa Dermot era grata a la vista, aunque no tan espectacular como lo había sido su hermana mayor.

Iba a decirle con firmeza que saliera del cuarto cuando habló Ruiz, con una sonrisa, dirigiéndose hacia la impertinente Tess.

—Claro. ¿Qué quieres saber?Ella le dirigió una mirada de interés. Leigh se estremeció ante el

pensamiento de lo que podría venir de su hermana más joven, pero por primera vez, no fue tan malo.

—¿Tus ancestros llegaron con los conquistadores? —Preguntó por fin la joven Teresa Dermot.

—Sí —asintió Ruiz— Don Javier fue el fundador de nuestra familia. Dicen que me parezco a él.

—¡Oh! —Tess lo miró de nuevo con interés, y le preguntó—: ¿Cómo es?

—¿Carastrano? —Sonrió de una forma que le dijo a Leigh que sus pensamientos se habían ido otra vez—. Es grande y de forma irregular... muy antigua, con flores circundándola. En el patio interior hay una fuente que parece estar siempre cantando... y hay más flores, principalmente rosas, porque a mi madre le gustaban las rosas más que ninguna otra flor —por un momento pareció regresar—. Mi madre era inglesa. Murió cuando yo nací. A mi padre lo mataron unos años después.

—¿Quisieras venir a mi fiesta de cumpleaños? —le preguntó como si le hiciera un gran honor.

Leigh iba a dar una pequeña excusa en su nombre, pero para su sorpresa, Ruiz sonrió a Tess aceptando su invitación.

—Gracias, señorita Dermot —aceptó haciéndole un guiño con sus ojos oscuros—. Estaré muy honrado en venir. Tal vez usted me pueda decir la fecha.

Tess le respondió rápida y desde luego muy halagada porque la había llamado señorita Dermot.

En ese momento, Leigh cruzó su mirada con la de su prometido y cuando sus ojos se encontraron y sonrieron, en ese instante, no había ningún fingimiento, aunque después, consciente de una inexplicable

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timidez, cambió su mirada y la conversación.Después de haber servido el té y retirado el servicio, Leigh salió con

él al vestíbulo, lo que todo el mundo esperaba, para que ella lo despidiera. Comentó la fiesta de cumpleaños de Tess.

—¿Preferiría que no viniera? —preguntó él sin rodeos.—No... no, desde luego que no. Sólo quería decirle que si no le atrae

esta idea...—Pero, ¿acaso usted sabe lo que me atrae? —y lo dijo de tal forma

que por un momento ella pensó que en realidad quería venir y que no estaba siendo cortés simplemente.

—No, no sé —respondió con suavidad—. Es por eso que le estoy dando la oportunidad de rehusar esta invitación. Las fiestas de Tess pueden terminar en algo así como un torbellino. Primero tiene una fiesta por la tarde en la que encierra a todos los adultos, y luego hace otra fiesta con la familia antes de irse a la cama.

—Ya veo —la miró con esa expresión tan cerrada e inescrutable—. Su antiguo prometido, ¿solía asistir? —Cuando asintió Leigh, él dijo con decisión, como si se diera por entendido—. Entonces ya sé la razón por la cual debo rehusar la invitación de su hermana.

¡Oh, bueno! pensó Leigh para sí misma, sólo tendría que culparse si se viera involucrado en cualquiera de las travesuras de Tess. Sin embargo, al pensar en el juego favorito de Tess, hizo un último esfuerzo por advertirlo de su preocupación.

—Uno de los juegos favoritos de Tess son las prendas —le dijo—. Empieza a hacer preguntas a modo de recolectar prendas, si fallamos alguna de ellas. Si es posible, cumplimos con los castigos, claro dentro de ciertos límites.

—Ya veo —sonrió apenas—. ¿Qué es lo que teme en particular?—No lo sé, pero con Tess cualquier cosa es posible.—Entonces, trataré de no caer en una de sus trampas —la mirada

que le dirigió se convirtió en crítica de momento—. Otra cosa sobre nuestro trato. Tendrá que hacerlo mejor, o se pondrá en evidencia usted misma, de que se trata de una farsa.

—Lo siento... es difícil... —empezó a decir, su voz desdeñosa le advirtió que no siguiera adelante.

—Estoy seguro de ello, pero como fue su propia sugerencia, comprenderá que ya no puede arrepentirse.

Su mirada se encontró con la de él y de inmediato contestó con orgullo:

—No estaba pensando en arrepentirme señor Aldoret. Por lo general termino lo que empiezo.

—Así lo espero —dijo con más suavidad y le dirigió una mirada sarcástica, con una mueca de alegría, que empezaba a descontrolarla—. Por cierto, mi nombre de pila es Ruiz. Parecería muy extraño si me tratara con formalidad, sobre todo frente a su familia.

Leigh asintió, aún con ese pequeño sentimiento de que estaba siendo forzada a decir su nombre de pila.

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—Tiene mi permiso para usarlo —le dijo de repente, otra vez con sarcasmo, como si se hubiera imaginado lo que ella estaba pensando—. Y hay otra cosa.

Introdujo la mano en su bolsillo y sacó una pequeña caja negra.Por instinto se imaginó lo que era y ocultó sus manos detrás de su

cuerpo en un acto infantil. Dar un anillo era el significado de amor y un compromiso para el futuro. Este anillo era únicamente otra etapa del engaño, el signo externo de algo que nadie sabía y que era un intercambio vacío, excepto Kerry, desde luego... y Bruce.

Las cejas oscuras se arquearon hacia arriba con una mueca de sorpresa, y una de las delgadas manos le agarró su muñeca izquierda con cierta rudeza,

—Un requisito necesario, me temo. Entiendo perfectamente sus escrúpulos, pero no debe considerarse como distintivo de cautiverio.

Leigh levantó su cabeza desafiante, mientras se imaginaba lo que pensaría la familia si pudieran ver esa escena... Ruiz parado agarrándole la muñeca sin que pudiera desasirse, mientras que en la otra tenía la pequeña caja con la tapa abierta y en la que se mostraba un zafiro de color oscuro y profundo.

—No pensaba de esa forma —dijo al fin—. Es sólo que me pareció... una extravagancia innecesaria.

—Pero normal, que imagino que estará de acuerdo. Su familia esperará que porte algún anillo.

—Sí, así lo creo —aunque todavía temerosa se quedó quieta sin moverse, mientras él le colocaba el anillo en su dedo, cuando había esperado que se lo daría para que ella misma se lo pusiera. Eso hubiera sido más de acuerdo con el arreglo que habían concertado. El anillo era de su correcta medida, como si lo hubiera mandado a hacer especialmente.

—Un buen presagio —recalcó con una mirada enigmática en sus ojos oscuros que le fue difícil enfrentar. No añadió por qué debía ser un buen presagio y sorprendiéndola de nuevo, inclinó su oscura cabellera y tocó con sus labios, delgados y firmes, la palma de su mano—. También algo convencional cuando se otorga un anillo de compromiso —comentó con sátira y Leigh volteó su cara hacia el otro lado.

—Es un anillo muy bello —murmuró al final. —Tal vez debí haberle dicho que lo compré para que hiciera juego

con el color de sus ojos —comentó con voz desdeñosa otra vez.—No pensé que supiera el color de mis ojos —le devolvió la

majadería casi sin querer.—¿No? —Su mano agarró súbitamente su barbilla, en tal forma, que

por un momento tuvo el pensamiento descabellado de que iba a besarla. ¿Acaso se imaginó lo que ella estaba pensando? y la soltó—. Debí haberlo sabido puesto que tiene el color exacto de sus ojos. Pensé que no tendría preferencia por los diamantes —añadió. Ella pensó que él no sabía nada sobre sus preferencias, o el color de sus ojos. Realmente era un hombre desconcertante.

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—Me gustan... es decir, prefiero los zafiros —dijo vacilante. ¿Por qué tenía esa habilidad de desconcertarla tanto?

—Bueno —y dirigió una mirada hacia la puerta cerrada del saloncito—. ¿Piensa que ya me puedo retirar, o aún no ha pasado el tiempo suficiente para decirnos adiós?

Leigh sintió que el rubor la delataba una vez más. Parecía, pensó con enojo, como una colegiala. ¿Qué había pasado de su fría compostura que por lo general tenía en la oficina para soportar cualquier crisis sin que se reflejara en su cara?

—Creo... creo que sí —dijo con duda, e involuntariamente se echó hacia atrás cuando súbitamente él pasó su delgada y fuerte mano sobre el cabello, perturbando su suavidad.

—Algo más —explicó secamente—. Me parece usted muy fría si se supone que está despidiendo al hombre del que está enamorada.

Otra vez Leigh sintió que el color le subía a la cara y no pudo encontrar una sola palabra para responderle.

—Desde luego, si considera que el efecto no es del todo real... —Levantó su cabeza con orgullo inconsciente. No había necesidad de que su voz contuviera algún sarcasmo.

—Estoy seguro de que... es bastante real —y el orgullo inconsciente que contenía su voz, así como su expresión, desvaneció el desdén que aparecía en los ojos del hombre que la observaba—. Parece que ya es hora de que diga... adiós —añadió él.

—Adiós... Ruiz —dijo Leigh casi con vergüenza. Cuando se había retirado, ella se quedó parada en el mismo lugar,

pensando sobre su forma de ser. La personalidad fría y remota de la oficina le era muy familiar y resultaba que este extraño, sarcástico y desdeñoso, estaba llegando a ese nivel, ¿Sería así con todas las mujeres, desde luego, cuando su trato no fuera tan formal? Sin embargo, era el tercer Ruiz Aldoret, casi desconocido, el que la había sorprendido más. El hombre que le había sonreído con calor y cuyo contacto la hicieron darse cuenta de un magnetismo personal muy fuerte, que nunca se imaginó pudiera poseer.

Sus ojos se veían pensativos cuando regresó al cuarto de estar, para encontrarse con la mirada sonriente de su madre.

—Ya sé que me vas a hacer la pregunta inevitable, así que te evitaré ese problema —le dijo Margaret—. Me gusta. Me gusta mucho.

Leigh se volvió a su padre. —¿Y tú?John Dermot asintió.—Un hombre muy fino —movió su cabeza afirmativamente—.

Quisiera tener la misma seguridad que todo saldrá bien con Estela y Bruce.

—¿Por qué no? —preguntó Leigh, asegurándose que su voz sonara con una curiosidad normal.

—Bueno, no te habíamos dicho nada antes —comentó Margaret como disculpándose—, pero no estábamos seguros cuando te

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comprometiste con Bruce.—¿En qué sentido?—Te lo mencioné una vez con anterioridad, cuando rompiste con el

la primera vez —le dijo su padre con aspereza—. Es, es muy débil... quiere apoyarse en la gente.

—Nunca lo noté —recalcó Leigh.—Está en el fondo —le dijo Margaret—. Más bien es algo que se

sospecha en vez de saberse. Es por eso que nos sorprendimos tanto cuando Estela, al parecer, se enamoró de él.

—Tal vez haya cambiado —intervino Julia.—Difícilmente podría pensarlo —negó su madre al instante.—No lo ha hecho —dijo sin querer Leigh, pensando en lo que había

visto cuando abrió en silencio la puerta del saloncito—. Quiero decir, es algo que le escuché mencionar a Estela... —añadió mientras la miraban inquisitivamente.

—En realidad no puedo entenderlo cuando pienso en ello, —comentó Julia—. Nunca pensé que Estela se quisiera casar con alguien como Bruce, pero tal vez sea el resultado de haber actuado con esos galanes que hacen desfallecer a las mujeres.

Leigh se sonrió ante el comentario, y hasta ese momento se preguntó por qué estaba tomando los comentarios sobre Bruce con tanta calma.

—Me imagino que es muy común —dijo— y como tú comentaste, puede ser la reacción de Estela en parte, pero estoy segura que todo saldrá bien.

Todo saldría bien para Estela, pensó con acidez Kerry. Las cosas siempre le salían bien. Sin embargo, tuvo una pequeña idea muy peculiar que asaltó su mente en ese momento. Debido al comportamiento de Ruiz Aldoret esa tarde, era una pena que no fuera un matrimonio verdadero. Si el hombre que había visto esa tarde era el verdadero Ruiz Aldoret y no estaba actuando, tuvo el pensamiento de que hubiera podido hacer más feliz a Leigh que Bruce.

Margaret le dirigió una mirada maliciosa que era similar a la que tenía su hija menor.

—Tu Ruiz es un gran caballero, ¿verdad?Leigh la miró con sorpresa y luego asintió.—Sí, supongo que sí lo es. De alguna manera no lo había notado

hasta ahora. Está tan acostumbrado a ser tan frío y exigente, que tiende a olvidarse que tiene la mitad de sangre española —en ese momento, se detuvo percatándose que no podía decir más en ningún momento que era frío y exigente, al menos cuando estaba junto a ella.

—¡Te apuesto a que te lo hará olvidar de aquí en adelante! —le sonrió Julia con un mohín.

Era inevitable, al recordar el inesperado calor en sus ojos oscuros, que apareciera un ligero rubor en su cara.

—Bueno —preguntó Kerry con una mirada un poco fría— ¿es así?Se encontraron sus miradas y se esforzó por hacer aparecer una

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sonrisa en sus labios.—Es mi secreto —contestó, y para que no continuara la

conversación que se estaba convirtiendo en personal y embarazosa, les mostró el anillo.

Julia dio un grito de admiración que encontró eco en todos los presentes, mientras miraban el zafiro de forma cuadrada acompañado de dos pequeños diamantes.

Más tarde, mientras reposaba en su cama, se encontró regresando sus pensamientos hacia la tarde, recordando cada uno de sus detalles.

Un gran caballero, como lo había nombrado su madre. ¿Cómo sería en Carastrano? ¿Más que un gran caballero? En realidad, parecía tener esa cortesía innata, que según la fama, tienen la mayoría de las familias españolas, pero no las demás cualidades que confería renombre a la raza, recordó con frialdad.

¿O las tenía? No había duda que la decepcionó un poco cuando recordó el breve momento en el vestíbulo, en que se imaginó que la iba a besar. ¿Cómo era él en realidad? El hombre remoto y frío que conocía en la oficina, el extraño desdeñoso; o era el tercer Ruiz Aldoret hasta este día inesperado, y también casi desconocido, que podía sonreír con calor en sus oscuros ojos.

Fue hasta este momento, cuando se percato que durante el tiempo que había estado con ella no había pensado en Bruce, y eso fue lo más extraño.

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CAPÍTULO 6

La mañana del siguiente lunes, en el trabajo, no se hizo mención alguna sobre la pequeña actuación del sábado por la tarde, excepto por la pregunta sarcástica de que si todo estaba bien en casa, a la que Leigh respondió con completa ecuanimidad que "todo estaba muy bien", dándose el asunto por terminado, para proceder a recibir su dictado. Más tarde, durante el día, le informó que iba a Carastrano el miércoles y pensaba estar fuera varios días. Leigh pensó que estaba evitando asistir a la fiesta de Tess, pero disipó su duda al decirle que estaría de vuelta para ese día.

Esa misma tarde entró Bruce en su oficina con algunos reportes para Ruiz, tal como lo había hecho cuando la conoció. Leigh trató de controlarse para evitar el golpeteo de su corazón. Parecía que por arte de magia habían desaparecido. Se dijo a sí misma que tal vez era natural. Después de todo, se había desvanecido cualquier encanto la noche que lo encontró en casa, con Estela en sus brazos.

El dolor del recuerdo de esa noche aún la lastimaba. A menudo recordaba las palabras de Janice sobre aquello de que el tiempo cura las heridas.

—¿No has sabido nada de Estela? —preguntó, y pensó en lo extraña que parecía la pregunta, sin el menor estremecimiento en su voz.

—No —respondió entristecido—. Parece que no ha recibido todavía mi carta.

—No te preocupes —le dijo Leigh reconfortándolo—. Ya le llegará, y cuando la reciba se pondrá en contacto contigo.

—No me gusta lo que estás haciendo. ¿En realidad tienes que casarte con él?

Leigh se encogió de hombros.—Creo que ya habíamos tratado el asunto con anterioridad. Esto le

facilitará las cosas a Estela y no me será tan dañino —y añadió tratando de hacer una broma—, tendré varios meses de vacaciones pagadas en México.

—Espero que no te dañe —dijo con cierto aire sombrío—. Leigh, no te das cuenta que...

—Ya sabes como es Ruiz Aldoret —lo interrumpió con tranquilidad—. No tengo la menor duda de que él cumplirá con este arreglo. Lo que puedas pensar cuando nos veas juntos es sólo una situación. El no ha cambiado. Debajo de la superficie es tan frío y sin emociones como lo ha sido siempre.

¿En realidad no había cambiado? Esto era algo que ella no podía responderse a sí misma.

—Tal vez —respondió Bruce de mala gana—, no me gusta la situación —le gustara o no, ya nada se podía hacer. Ella ya había escogido su camino y no lo cambiaría.

—De cualquier forma —añadió ella—, cuando me metí en este asunto prometí que no me arrepentiría en el último momento. El cuenta

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con poco tiempo para cumplir con las condiciones del testamento y si lo dejara plantado tendría que empezar todo de nuevo.

—Tendría tiempo suficiente para encontrar otra persona.—Tal vez, pero no tiene necesidad de hacerlo —le miró directamente

—. Además, ¿sabes cómo lo tomaría Estela si yo rompiera mi compromiso con Ruiz?

—Tiene que romperse en algún momento... al menos el matrimonio.—Esto aún llevará algún tiempo y cantidad de matrimonios se

deshacen antes de tres o cuatro meses. Y no lo olvides, he encontrado la excusa perfecta. Ruiz se crió en un ambiente latino, y aunque ha vivido diez años en Inglaterra, sería muy entendible que cuando regresara a México se reviviera en él todo ese ambiente que puede causar incompatibilidad. México tiene una gran herencia española y se tienen ciertas ideas sobre la dependencia de la mujer. Yo soy bastante independiente. Desde luego, no me gusta engañar a mi familia y hacer una burla del matrimonio pero...

—De cualquier forma no me gusta —murmuró Bruce—. No sé cómo tu familia lo aceptó con tanta facilidad. Conmigo no fue así.

—Fue un accidente que lo supieras, y no era mi intención que así fuera. En cuanto a la familia, no te molestes. Existen muchos peces en el océano y piensan que encontré otro.

Se enrojeció de vergüenza.—No quise decir eso. Estaba bromeando —le dijo Leigh rápidamente

—. Yo tampoco quería que lo tomaras de esa forma.—No me gusta —murmuro avergonzado.—A mí tampoco —le dijo Leigh con calma—. Pero voy a continuar. Si

se tratara de cualquier otra chica, no hubiera roto nuestro compromiso, pero fue con Estela y pretendo hacer todo lo posible para que las cosas salgan bien. Dejemos este tema por favor.

El día de la fiesta de cumpleaños de Tess, Ruiz todavía se encontraba fuera de Londres y ella había dicho que él estaba en Carastrano para investigar sobre su propiedad, en caso de que existiera alguna otra alternativa antes que se fueran juntos. En realidad él no había dicho nada de eso, ni la razón por la cual había ido a Carastrano, pero esa explicación parecía bastante satisfactoria si alguien le hacía preguntas.

Llegó el día de la fiesta y no se sabía si Ruiz llegaría a tiempo. Aunque nadie lo mencionó, Leigh dijo:

—Espero que él llegue en el último momento.No se hicieron comentarios por el hecho de no recibir ella ninguna

carta de él en la casa. Les hizo creer que las recibía en la oficina. A pesar de todo, aunque no estaba segura de que volvería; se vistió con todo cuidado como cualquier chica que estuviera esperando a su prometido. En esta ocasión portaba un vestido azul zafiro que casi era del mismo color del anillo que le había dado, color que le quedaba muy bien a su cabellera y resaltaba el brillo de sus ojos azules.

Cuando bajó la escalera y entró en el vestíbulo, Julia hizo una

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exclamación y dio un silbido de admiración.—Ahora veo por qué decidió regresar a México contigo —murmuró

con alegría.Leigh hizo una mueca como para ahorcarla, Julia sonrió y entró en el

cuarto de estar.Tess, se encontraba en medio de su fiesta de niños y niñas, debería

estar cansada y lista para irse a la cama, pero era demasiado pedir para una jovencita como Teresa Dermot. Estaba más despierta que en la mañana, cuando se levantó. Todo el mundo se refería como si fuera únicamente la fiesta de Tess, desde luego que era para ambos gemelos.

Cuando Leigh entró en el cuarto los mellizos estaban sobre sus rodillas encima del sillón, con las narices pegadas a la ventana, mientras que Margaret arreglaba algunas cosas.

Tom emitió un grito.—¡Dioses! ¡Qué súper automóvil!—Y se está parando aquí... —añadió Tess.Ambos se encontraban en la huerta cuando Ruiz llegó y salió la vez

anterior, así que no habían tenido oportunidad de observar su automóvil. Era un modelo negro, poderoso, definitivamente caro, pero a la vez discreto. Ese tipo de cosas eran las que le hacían recordar que era un hombre muy rico. Ahora pensaba en la cantidad de miradas envidiosas que había recibido en la oficina, de los que pensaban que se trataba de un matrimonio verdadero.

—Es mejor que vayas a recibirlo, querida —le dijo Margaret con tacto dándole a su hija la oportunidad de saludar al hombre del que suponía estaba enamorada, sin que nadie los estuviera observando.

Leigh se ruborizó adivinando el significado de las palabras de su madre, además de la incomodidad que le causaba la mirada inquisitiva de Julia.

Cuando salió hacia el vestíbulo, cerrando la puerta con firmeza detrás de ella, Tess se dirigió hacia los ventanales de tipo francés que daban directamente al jardín trasero.

—No seas entrometida —le dijo Margaret con seriedad.Tess le aseguró no lo sería, y se deslizó por la puerta hacia el jardín

perdiéndose de inmediato de vista.Leigh le abrió la puerta al hombre moreno, alto, que había salido del

automóvil. Sintió un poco de sorpresa porque parecía que él había cambiado de nuevo. Las dos semanas que pasó en Carastrano le habían bronceado su piel, y este simple cambio le hizo detener su respiración sin razón aparente.

—Llegó a tiempo —le hizo notar un poco confundida.—Desde luego. Le dije que estaría de regreso para esta fecha —

como si el hecho de que lo hubiera dicho significara que lo llevaría a cabo. Luego añadió, con una sonrisa extraña, perturbadora—. Está muy bella esta noche.

Leigh contuvo la respiración sintiendo que el calor le subía a las mejillas, preguntándose qué le había hecho decir tal cosa sin que hubiera

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nadie presente. Sin embargo había auditorio. Aunque ella no se hubiera percatado, una rápida mirada del hombre había descubierto una pequeña cabeza, color zanahoria, escudriñando en la esquina del pasillo, donde se unía al vestíbulo.

Ruiz le rodeó los hombros con su brazo mientras se dirigían hacia el cuarto de estar, cuando se escuchó una voz desilusionada.

—¿Qué, no vas a besarla? Bruce siempre lo hacía.Leigh le podía haber cruzado la cara en ese momento, aunque la

quisiera tanto.Observó las cejas oscuras dirigirse hacia Tess que le revelaron

totalmente, y casi fascinada, su fácil control sobre la situación.—No mientras nos estés observando.—¡Oh! —Tess parecía convencida de que se trataba de una

explicación razonable—. Me iré entonces —dijo con cortesía.Leigh se aseguró que la pequeña figura se había ido y volvió a mirar

a Ruiz.—Por favor no haga caso de lo que dijo Tess. Siempre se las ingenia

para hacer los comentarios más desconcertantes en el momento menos apropiado, y puesto que sabe que estamos comprometidos, ella... bueno...

Se calló, sin encontrar ninguna salida, pero que él la terminó por ella, con una alegría sarcástica en sus ojos.

—¿Se siente obligada a buscar alguna señal de ello?Leigh asintió, imaginándose justamente lo que tenía Tess en la

mente.Cinco pares de ojos los observaron cuando entraron en el saloncito,

y Tess ya se encontraba de vuelta cuando se decepcionó al no haber sido testigo de una escena de amor.

Julia lo saludó de una manera más arrogante de lo común. Su burbujeante espíritu no le permitiría sentirse intimidada por mucho tiempo, por el hecho de que su hermana estuviera comprometida con el dueño de Merediths, y después llegó a sentirse más tranquila con él que la misma Leigh. Tom, todavía se encontraba observando por la ventana, con una admiración silenciosa, el maravilloso monstruo que se encontraba estacionado afuera. Toda la atención que le dirigió a Ruiz fue una mirada breve cuando entró, que no era precisamente de sorpresa. Por otra parte, Tess, por alguna razón mejor conocida para ella, que Leigh deseó sinceramente se la guardara, continuó observando a su hermana y a Ruiz con un decidido interés.

Después de un momento Ruiz sacó un paquete para los mellizos, que contenían dos pares de mocasines indios verdaderos, que había mandado hacer especialmente para ellos.

Sin que fuera observada, Leigh lo miró con admiración en sus ojos. No sólo había intentado llegar a tiempo para no descorazonar a los mellizos, sino que se había tomado la molestia de mandarles hacer unos mocasines verdaderos, que de alguna manera eran la medida correcta de los pequeños pies que los usarían, sin duda al recordar la ceremonia

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apache que había interrumpido cuando vino por primera vez.¿Acaso recordaría a la otra apache? ¿A la que estaba encima de una

rama del manzano y que había caído en sus brazos?Volteó su cabeza para encontrarse con que ella lo estaba

observando y por su expresión le dijo que sí la había recordado. Una risa de broma cruzó su cara que no se asemejaba a la risa desdeñosa que le había dado en el vestíbulo.

—Tal vez también tenga algo para la señora Gerónima—¡Oh no, por favor! déjenla que se muera de vergüenza —suplicó

Leigh— sorprendiéndose de la forma en que había averiguado el sobrenombre que le dio Kerry, derivado del espectáculo.

—¿Por qué? —le preguntó, todavía con esa sonrisa que nada tenía de sarcástica o desdeñosa—. Estoy seguro que vale la pena recordarla, como dijo su madre en aquel momento.

—Hubiera sido mejor que se hubiera enterrado debajo del árbol en esa ocasión —admitió Leigh arrepentida.

—Me alegro que no lo haya hecho —lo dijo tan suave que Leigh fue la única que lo escuchó. De todas formas, los demás estaban demasiado ocupados en observar a los mellizos caminar por el cuarto con sus mocasines nuevos—. Prefiero que haya sido así.

—¿Ese horror pintarrajeado? —casi murmuró Leigh.—La chica debajo de esa pintura era la que importaba —le dijo con

suavidad—. ¿Sabe lo que pensaba antes de eso?Casi hipnotizada Leigh negó con la cabeza.—Que mi secretaria era demasiado perfecta para ser humana, tan

eficiente y siempre tan impecable. Entonces, conocí a una persona totalmente distinta, a una chica que estaba preparada a romper su compromiso para que su hermana fuera feliz y que aún podía efectuar juegos infantiles con sus hermanos menores.

Por un momento interminable ella se quedó parada, extasiada, sosteniendo la mirada de él, sin entender lo que le estaba sucediendo. En ese instante, sonó el timbre de la puerta.

Se volvió hacia el vestíbulo casi con alivio.—Probablemente es Kerry. Voy a abrirle —añadió rápidamente.En el vestíbulo se detuvo por un instante, como si saliera de un

encantamiento, y se dirigió a abrirle la puerta a Kerry.—Así que su majestad se encuentra aquí. ¿Cómo van las cosas?—Sencillamente no puedo comprenderlo —le dijo Leigh un poco

dudosa, recordando el comentario que había hecho unos momentos antes.

—Otra vez haciendo de las suyas —comentó Kerry lacónica—. Debimos haberlo supuesto, aunque en realidad hizo una buena representación la última vez.

—No, a decir verdad no se trata de eso —Leigh negó con la cabeza con una sonrisa confundida. De hecho lo está haciendo mejor que la última vez.

—¿Entonces cuál es el problema?

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—No lo sé. Tal vez es sólo mi imaginación —no pudo admitir, ni siquiera decírselo a Kerry, que se estaba dando cuenta de que era un hombre muy atractivo.

—La joven Tess ¿ya dijo alguna de sus cosas fuera de lugar?Leigh simplemente cruzó los dedos de su mano y Kerry sonrió entre

dientes.Cuando entraron al cuarto, Kerry le dirigió una mirada al hombre,

intentando descubrir lo que había de diferente en él. Siempre había sido atractivo, pero ahora parecía con más vida, haciendo evidente su gran magnetismo donde antes existía una lejanía fría que lo hacía un poco rechazante. Esa morena vitalidad ahora era "bastante peligrosa", como ella lo había mencionado. Tal vez esa era la diferencia que había notado Leigh y que no podía entender.

Tess, decidió que quería jugar y puesto que era su cumpleaños, esperaba llevar a cabo cualquier castigo en las fallas que encontrara en los presentes.

—Siempre con alguna razón —advirtió su madre con seriedad, y con esa advertencia empezó el juego.

Con un aire de complacencia, Tess colocó un gran cojín en el piso, en medio del cuarto y procedió a colocar su pequeña persona en él, de manera confortable que la hacía aparecer como un duendecillo vivaracho.

—Empezaré contigo —se dirigió a Ruiz—. Como me imagino que nunca has estado en este juego, te lo explicaré. Te haré algunas preguntas y si no puedes responder o te pesco en alguna evasiva, me tendrás que dar una prenda.

—Muy bien —asintió con una sonrisa— pero no seas muy exigente conmigo.

—Empezaré con una pregunta muy fácil —estuvo de acuerdo cortésmente—. ¿Qué edad tienes? —No tuvo la menor duda de hacer preguntas personales.

—Treinta y cuatro —contestó.—¿Dónde naciste?—En Carastrano.Hasta ese momento, pensó Leigh, todo iba bien y ya no cruzó sus

dedos.—¿Has estado comprometido alguna vez?Todos sabían que Leigh había estado comprometida con

anterioridad, así que Tess pensó que no había razón por la que no podía preguntar si él alguna vez lo había estado.

Ruiz guardó la respiración por un momento y dudó, al fin contestó con tranquilidad.

—Sí.Leigh le dirigió una rápida mirada, pero su expresión no le dijo nada.—¿Cuántos años tiene Leigh? —le explotó esa pregunta y él se

quedó sin responder.Leigh empezó a hacer señas evidentes con sus dedos. Por la

experiencia, sabía a donde llevarían los castigos de Tess.

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Tess la paró en seco.—¡Oh no, no puedes! —dijo con una mirada reprobadora a las manos

de su hermana, y volvió su atención a Ruiz—. Así que ni siquiera sabes la edad de tu prometida. Para tu información, tiene veinticinco —se congratuló a sí misma con un aire de satisfacción que confirmaba las sospechas de Leigh de que algo horrible iba a pasar— Dejaré tu castigo para más tarde. Ahora Leigh...

La joven tuvo mucho cuidado con sus respuestas, sabiendo que si podría aguantar el tiempo límite que Tess había impuesto para las preguntas, quedaría a salvo. El verdadero peligro podía residir en la falta de conocimiento de la edad de Ruiz. Sin embargo, él no haría comentarios a los errores que pudiera cometer.

Tess hizo las preguntas rápidamente, esperando confundir a su hermana.

—¿Por cuánto tiempo has trabajado en la empresa?—Tres años.—¿Dónde trabajaste antes?—En Jenson Asociados.—¿Y antes de eso?—Fui a la escuela de capacitación.Tess conocía estas respuestas muy bien y sólo las dirigió a su

hermana, con coquetería certera, esperando que Leigh se tambaleara sobre falso sentido de seguridad. Su pregunta siguiente fue la trampa

—¿Te ha besado algún otro hombre además de Bruce?—No —respondió Leigh con la verdad, pero se dio cuenta de lo que

había dicho. Debió haberse mordido la lengua antes de permitir que salieran esas palabras, porque Ruiz, como su prometido, debió haberla besado—. Quiero decir, sí, —corrigió, cuando Tess le dirigió una mirada altanera para hacerle saber que ella le había ganado la partida.

—No importa lo que hayas querido decir, sólo cuenta tu respuesta. Deseaba pescarte en algo —se dio una pequeña pausa y Leigh se preocupó por lo que seguiría. Desde luego que no sería fácil conociendo a Tess—. Supongo que sabes que estoy escribiendo un libro —anunció Tess con un aire de importancia—. Tengo algunas dificultades con las escenas de amor —dijo la desconcertante chica de diez años, mientras el corazón de Leigh le daba un vuelco y sentía hundirse como un plomo. Sin tener necesidad de ser muy intuitiva, sabía lo que se acercaba—. Pensé que tal vez no les importara hacerme una demostración —Tess dirigió miradas hacia su hermana y hacia Ruiz.

Leigh se quedó en una pieza. Su mente daba vueltas, intentando buscar una salida. Desde luego que podía rehusarse y pensó hacer eso, al saber por qué la había seguido por el pasillo cuando llegó Ruiz.

—No lo haré —respondió con firmeza—. Más vale que vayas buscando otro tipo de castigo.

—¿Por qué? —demandó Tess indignada—. Es una de las reglas del juego.

Leigh no podía dirigirse a Ruiz en ese momento aunque su vida

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dependiera de ello; de repente le llegó una idea del cielo y la respuesta no se hizo esperar.

—No te daría la idea correcta —dijo con aparente brillantez—. Quiero decir que en medio de un grupo... bueno...

—¿Quieres decir que se sentirían apenados? —terminó Tess por ella, con un aire de gran experiencia en el arte de hablar—. No importa. Me imagino que no será tan mala.

—No tienes idea de lo mal que saldría —respondió Leigh sin atreverse a mirar directamente a Ruiz.

—¿Qué pasa? —preguntó Tess con impaciencia—. Cualquiera pensaría que nunca se han besado.

En efecto, nadie podría pensarlo, le pudo haber contestado.—Ella es muy tímida —dijo Ruiz con suavidad y ese momento

permitió que Leigh le dirigiera una rápida mirada, para comprobar que parecía divertido. Debajo de esa alegría, ella podía percibir cierta burla.

Estaba muy contenta de que Bruce y Estela no se encontraran en la casa, o podrían empezar a figurarse, por lo menos Estela, que había algo más que timidez, especialmente si iba acompañada de la advertencia de que nadie más que Bruce la había besado. Con gran alivio escuchó que su madre reprimía a Tess y le ordenaba que buscara otro castigo, puesto que a los adultos no les gustaba besarse en público.

Aunque la noche prosiguió con gran satisfacción, Leigh estaba consciente de que su madre tenía un aire de preocupación y sabía que Margaret estaría pensando si su hija tenía otra razón para no haber tenido deseos de besar al hombre que estaba a su lado. Cuando Leigh se percató de esa mirada, deseó poder besarlo de alguna manera, pero parecía imposible.

Como era de esperarse, Ruiz lo comentó con ella un poco después, aunque no había hecho ningún esfuerzo por ayudarla.

Se encontraban en el vestíbulo, cuando los demás habían desaparecido con todo tacto, para permitirles decirse las buenas noches solos, e inmediatamente ella vio esas cejas negras arquearse con una alegría sarcástica que ya le era tan familiar. Presintió lo que se acercaba.

Leigh se ruborizó.—Es muy difícil besar a alguien en público —protestó—, deben dejar

solo a quien... quien... —calló con un encogimiento de hombros vergonzoso.

—¿A quién no has besado antes? —terminó la frase y cuando ella asintió, añadió un poco irónico—, entonces tal vez si se le hubiera puesto remedio a esa situación, podría ser más fácil en la siguiente ocasión que se vuelva a presentar.

Antes que se diera cuenta del verdadero significado, la tomó en sus brazos y la besó. Puesto que era la última cosa que esperaría, la tomó de sorpresa y se quedó completamente inmóvil. Un momento después encontró que su opinión de él había cambiado. Todo lo que había dicho en el Ricki's era falso. No sólo había estado equivocada al decir que no sabría enamorar a una chica aunque lo intentara, porque en la forma que la besó

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probaba que no era la primera vez que besaba a una mujer.Cuando levantó la cabeza se admiró de encontrarse sin aire, se

hubiera sorprendido aún más si hubiera podido ver la expresión de su cara y saber que sus labios, ligeramente separados y trémulos, eran una invitación inconsciente. De momento pareció que él la soltaba un poco, pero todavía sentía algo de esa posesividad, y porque se sentía ridícula, levantó la vista hacia él sólo para pensar que encontraría en su mirada esa luz peculiar en sus oscuros ojos que los hacía fríos y remotos. No eran fríos en ese momento, y casi antes que ella se percatara de sus intenciones, inclinó su cabeza para besarla por segunda vez, pero con un beso muy distinto. Era apasionante y sensual, que hizo que sus sentidos se aturdieran. Hubo un momento de sorpresa al darse cuenta de que Bruce nunca la había besado de tal forma, ni que ella se hubiera sentido tan sacudida en sus sentimientos, así que cesó de pensar y simplemente vivió.

Cinco minutos más tarde su madre salió del saloncito acompañada de Kerry y encontró a Leigh aún parada en medio del vestíbulo.

—Querida, despierta —le dijo con una sonrisa—. ¡Pareces estar perpleja!

Leigh pareció despertar de su ensoñación y la sangre le coloreó su cara mientras se volteaba para ver a su madre. Como si hubiera sido atraída por la risa de Margaret, Julia apareció detrás de ella.

—¡Oh! no sabía que se encontraban aquí. Margaret sonrió en broma.—No te preocupes, acabamos de llegar. Escuchamos que se alejaba

el automóvil —con uno de sus dedos tocó la mejilla ardiente de su hija, y en broma le dijo—, ahora veo porqué no permitiste que te besara delante de nosotros si este era el efecto que te iba a causar.

Guardó el resuello y corrió hacia su cuarto.Por algún tiempo, durante esa noche Leigh descansaba en su cama

intentando asimilar lo que había sucedido. La primera vez que él la besó había sido de manera impersonal; pero la segunda vez algo totalmente incontrolable pareció surgir en su vida. Todos los nervios de su cuerpo parecieron encenderse. Nunca se había sentido tan estremecida en su vida. El que Ruiz Aldoret haya hecho que se sintiera así, hacía el asunto todavía más increíble.

¿Era tan inestable su corazón como para que amara a Bruce y al mismo tiempo se perdiera con el beso de otro hombre? No tenía la menor idea de lo que él le había dicho cuando sus brazos por fin la dejaron. Su mirada aún la tenía viva en su mente, con una expresión inquisitiva muy extraña. Fue cuando escuchó a su madre entrar al vestíbulo que volvió a la realidad, aunque sus nervios continuaron excitados y horas después, todavía podía sentir sus besos, recordando con sobresalto, que había sido conducida a un paraíso insospechado.

Cuando se percató que tenía que enfrentarse a Ruiz con los recuerdos de ese beso, la situación le parecía terrible, pero no tenía por qué preocuparse, puesto que cuando lo vio en la oficina pareció que nada

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hubiera sucedido entre los dos. La llamó a su oficina y le dictó la correspondencia como lo hacía desde hacía tres años, pero ella no supo que cuando dejó la oficina, satisfecha por haber mantenido su fría compostura a la que él estaba acostumbrado, él se sentó por algunos minutos a observar la puerta a través de la cual ella había salido.

Más tarde, durante el día, estuvo con Kerry como siempre, aunque su amiga le dirigió una mirada un poco extraña, se abstuvo de hacer cualquier comentario de la expresión que había visto en la cara de Leigh la noche anterior.

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CAPÍTULO 7

Sobra decir que Estela estaba furiosa porque al fin le llegó la carta de Bruce. Sus adorables ojos se entrecerraron y la suave boca pareció un poco dura por un momento. Parecía perversa y totalmente diferente de la encantadora belleza que conocía el mundo...

—¡Vaya con la gente tonta! —musitó furiosa. Bruce era el último hombre con el que quería casarse. Podía deshacerse de él con facilidad pero eso revelaría su verdadera personalidad y era lo suficiente vana como para querer preservar su supuesta dulzura que todos conocían. No tenía ningún sentimiento en particular por su familia, como lo sospechó Kerry, la adoración de ellos le era muy agradable y necesaria, pero, ¿por qué causas Leigh había decidido romper su compromiso de matrimonio en ese preciso momento? Su hermana no pudo haber sido más inoportuna.

Rehusar a casarse con Bruce bajo la excusa de que no quería herir a su hermana, la excusa con la que lo había rechazado, estaba fuera de lugar, porque Leigh no amaba a Bruce, ¿o acaso sí lo amaba? Tal vez haya sospechado algo, o tal vez esa Kerrigan le dijo algo.

Mientras pensaba más en ello sentía la certeza de que así había sucedido. Quería aparentar ser la idiota que se sacrificaba y se hacía la mártir, pero de repente apareció este... ¿cuál era su nombre? Ruiz Aldoret que ¿de dónde saldría? Se suponía que Leigh debía estar sufriendo por un amor que no le correspondía. Mientras Estela pensaba más sobre esto, le parecía más tonto y más contundente la otra razón; la de que Leigh de alguna forma había averiguado lo que pasó e hizo un acto de sacrificio para facilitarle las cosas a su hermana. Parecía más bien que Aldoret había albergado una pasión sin esperanza y cuando supo que había roto su compromiso la pescó en la trampa. Aparte de eso, Leigh parecía habérselas ingeniado muy bien, porque existían los rumores de que era un hombre extremadamente rico.

Decidió que la única cosa que se podía hacer era visitar a la familia y tratar de averiguar lo que en realidad había sucedido, encajarle Bruce a su hermana, que era donde debía estar, y separar a Aldoret.

En consecuencia no habían pasado muchas horas cuando llegó el automóvil zafiro, tipo deportivo, que se estacionó frente a la vieja casa de piedra gris donde ella creció.

Margaret abrió la puerta y quedó sin habla cuando vio a su famosa hija de vuelta.

—¡Querida, qué agradable sorpresa!Estela se liberó del abrazo de su madre y entró al cuarto de estar

con ella, intentando aparecer algo inquieta y preocupada para que Margaret, le preguntara con ansiedad.

—¿Te pasa algo malo?Estela se volvió a su madre con un movimiento impulsivo.—Se trata de Bruce, desde luego.—¿Eso es lo que te preocupa? —Sonrió con cierto alivio—. No tienes

por qué preocuparte. Leigh es muy feliz con su Ruiz Aldoret.

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—¡Si estuviera segura de ello! Me odiaría a mí misma si ella se casara con ese insignificante y horrible mexicano al que no puede soportar sólo por mi causa.

Margaret volvió a sonreír.—No dirías eso si hubieras visto a ese "insignificante y horrible

mexicano" como le llamas. Mide 1.85 metros y te puedo garantizar que haría latir rápidamente hasta tu complicado corazón, aunque esté enamorado de Bruce —añadió con alegría.

Kerry le hubiera dicho que la única persona que amaba el corazón de Estela era Estela Dermot.

—Entonces ¿es verdad que todo está en orden? —preguntó Estela con aparente alivio, aunque por dentro estaba furiosa.

Parecía que su plan original, decirle a Bruce que Leigh seguía enamorada de él y que se iba a casar con Aldoret para facilitarles las cosas, se iba por la borda. De esa forma ella podía haber puesto otro bello acto de sacrificio conmovedor y rehusarse a tener cualquier felicidad a expensas de su hermana regresándoselo a Leigh.

—Desde luego que todo está bien —le aseguró Margaret. Dirigió miradas alrededor de la casa como si alguien estuviera frente a la puerta—. Debe ser Leigh que regresa del trabajo.

La puerta del frente se cerró y se escucharon unos pasos rápidos por el vestíbulo.

—Creo haber reconocido esa maravillosa gota de automóvil como la llama Tom —dijo Leigh mientras entraba sonriente en el cuarto.

—Estela está preocupada por lo de Bruce —le dijo su madre sin preámbulos—. Le he dicho que lo que tiene que hacer es hablar contigo y tú le aclararás las cosas de una vez por todas. La pobre niña se está preocupando demasiado por un problema que realmente no existe.

—¿No existe?—Leigh le lanzó una mirada a su hermana con una sonrisa entrecortada en sus labios—. ¿Y el problema se relaciona con Bruce?

Estela le sonrió con timidez. Parecía como si hubiera estado atravesando un período de agonía mental, y el conocimiento de que hubiera arruinado todo el futuro de su hermana la deprimiera.

—Es verdad —admitió—. Verás, honestamente no puedo creer que estés enamorada de alguien más, puesto que siempre demostraste tu amor hacia Bruce.

Margaret se rió entre dientes.—Le creerías si la hubieras visto la otra noche —le dijo.—¡Madre! —protestó Leigh indignada.—Pero querida —le recordó Margaret— estuviste parada en el

vestíbulo durante cinco minutos después que se había ido el automóvil del señor Aldoret... y si no estabas llena de felicidad, entonces no sé quién lo puede estar.

No había duda de ello, Margaret estaba muy contenta. Leigh siempre le había parecido tan comportada y de alguna manera poco natural en su actitud hacia Bruce que el descubrir que no era siempre tan

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controlada le dio un gran placer.Leigh reaccionó de una forma que la sorprendió. Se sonrojó

demasiado. Desde luego que pudo haber negado este comentario pero no lo hizo. Después de todo, si había creado un mito debía continuar con él. Además, Margaret, quien también adoraba a Estela y estaba muy orgullosa de ella, creía que todo estaba bien y Leigh simplemente no tuvo el valor de desmentirla.

Subió la escalera, entró en su cuarto y se miró en el espejo larga y pensativamente. ¿Había estado en tal éxtasis la otra noche una vez que se había ido Ruiz Aldoret, como para que una mujer tan astuta y juiciosa como su madre estuviera convencida?

Se alejó presurosa del espejo, sin deseos de encontrarse con la expresión de sus propios ojos azul oscuro, sin deseos de creer lo que decían. Si era tan inestable como para olvidar a Bruce en un período tan corto de tiempo, entonces no era la Leigh Dermot que siempre había pensado ser. Era alguien por completo diferente, y tan nueva y fascinante para ella misma, como la teoría de su madre de que era la niña locamente enamorada por primera vez en su vida.

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CAPÍTULO 8

Los truenos la despertaron el día de su boda, y Leigh se rodó por la cama para observar con una mirada distante el goteo de ese mundo que se encontraba detrás de la ventana.

No había romanticismo en ese matrimonio que la uniría al que casi era un extraño para ella, pero por lo menos le hubiera gustado tener ese día el brillo del sol. Parecía que los elementos le recordaban que era un matrimonio sombrío, porque no se casaba con el hombre del que estaba enamorada. Después de una hora, la escena deprimente de los truenos se desvaneció en la distancia y el sol brillaba. Se dio cuenta que la razón por la que sentía tanto la pérdida de Bruce, era porque Ruiz Aldoret había estado ocupando sus pensamientos últimamente.

Julia entró rápidamente en el cuarto de Leigh y un momento antes que salieran, llegó Estela envuelta en perfume y en una nube de gasas. La besó con afecto, deseándole la mejor suerte del mundo. Por la expresión de su cara, parecía que quería decirle una o dos cosas más, pero por fortuna para Leigh, su padre ya la estaba esperando en el vestíbulo, con un aire de nerviosismo poco común.

Cuando llegaron a la oficina del registro civil ya se encontraba ahí el novio, y por su apariencia no había nada que indicara que sintiera alguna emoción en particular. Sus ojos oscuros se dirigieron hacia Leigh de una forma enigmática, y ella se preguntó cuál sería su opinión sobre su vestido blanco, si después de todo, era sólo una transacción mercantil. No quería disgustar a sus padres al no casarse vestida de blanco. Ruiz vestía tan pulcro como siempre, alto, moreno y sorprendentemente atractivo.

Leigh Aldoret. Se lo repitió a sí misma y luego escuchó al juez decir sonriente que el novio podía besar a la novia. Sin la menor duda, Ruiz puso su brazo alrededor de ella, le levantó la cara con su mano libre y bajando su rostro moreno sintió una boca dura contra la de ella que le dio el beso de boda tradicional. No había la menor señal de fuego en esta ocasión, pero sentía placer en ese beso y encontrándose de pronto con sus ojos oscuros, notó que el color le subía a las mejillas. ¿Adivinaría él lo que ella estaba pensando y sintiendo?

Mientras tanto, Estela estaba consciente de haber recibido la mayor sorpresa de su vida. Esa Leigh, la Leigh de todos, ¡se debía casar con un hombre como éste! Un hombre que era alto, de complexión delgada pero fuerte. Sus rasgos estaban muy bien cincelados: una boca un poco despiadada, pero que parecía apasionada, pelo oscuro con el brillo salvaje de una ave de rapiña, y un evidente magnetismo; todo eso hizo que ella se fijara en él. Ojos oscuros que miraron hacia abajo a su esposa con una sonrisa profunda en ellos.

¡Su esposa!Leigh se había casado con un hombre como él. Rico, con posición,

joven y con una gran atracción magnética. Un poco sorprendida, Estela también sintió... envidia. La percibió durante toda la ceremonia, y después le sonrió a Ruiz con alegría.

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—Espero que cuide muy bien a mi hermana, señor Aldoret.—Trataré de hacerlo... y también de hacerla feliz.—Sólo con estar a tu lado ya me haces feliz —le contestó Leigh con

una sonrisa. Ese comentario fue en beneficio de Estela, dado que se preguntó qué era lo que en realidad sentía su hermana.

—¡Cielos! ambos me hacen sentir muy sentimental —dijo Estela alegremente—. Creo que voy a empezar a llorar.

Se veía muy lejos de llorar y Kerry, que la había estado observando desde el primer momento que llegó, pensó que si lloraba no iba a ser por Leigh, sino que serían lágrimas de envidia.

Se había percatado cuando la bella actriz entrecerró los ojos al ser presentada a Ruiz, y no se había perdido el cambio en la expresión de Estela.

Así que Estela también había puesto sus ojos sobre este hombre, pensó Kerry desconsolada. No había quedado contenta con quitarle un hombre, cuando ésta envidiosa ya estaba preparando sus garras para obtener una segunda conquista.

¿Y Ruiz Aldoret? Le dirigió una mirada, pero era imposible saber por adelantado su reacción con Estela. Ese encanto que tenía podía ser muy enigmático, si se lo proponía. Tal vez si la tomaba, como cualquier otro hombre, pensó con disgusto, y puesto que se trataba de un matrimonio únicamente por conveniencia, qué facultad tenía para que Leigh lo mirara de la forma en que lo hizo esa noche en el vestíbulo, porque fue evidente que él la había besado y no había sido un beso informal. Tal vez significaba algo más para él que un capricho pasajero.

¡Amor y hombres!¡Hombres! Eran menos confiables de lo que valían. Podían cambiar

la vida de una mujer con gran facilidad y tornarlo de la manera más informal. Primero, Bruce estaba hechizado y pasmado, y empezó a dirigirle a Estela miradas de carnero; después Ruiz Aldoret tuvo que enamorar a Leigh, cuando en realidad sólo estaba haciendo algo que nada tenía que ver con su contrato matrimonial.

Después de la boda hubo una pequeña y sencilla recepción. Leigh se cambió el vestido blanco por uno de viaje, de bello color verde oscuro. Julia se agitaba a su alrededor y Margaret hacía esfuerzos para que no se le salieran las lágrimas.

—Querida, sólo me iré a México, no a la luna —la increpó Leigh. Y no por mucho tiempo. Su madre no podía saber que su hija mayor esperaba estar de vuelta en casa en poco tiempo.

—Ya lo sé, pero es tradicional que se llore en la boda —Margaret trató de disculparse, con una voz entrecortada. Sus dedos tocaron el brillante pelo de su hija, con una caricia dulce y gentil—. Espero que seas muy feliz... cariño. El... estoy segura que Ruiz es un hombre en el que puedes confiar.

—También yo estoy segura de ello —contestó Leigh con calma, y por primera vez tuvo un pequeño sentimiento de desilusión de que su

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matrimonio no fuera verdadero. El podría hacer feliz a una mujer y ella podría confiar en él.

¿Cómo sería una verdadera luna de miel con él y sentir sus besos otra vez como esa noche que la besó en el vestíbulo?

No se hubiera imaginado un mes antes que el hombre de la oficina frío, y un poco rechazante, hubiera cambiado por alguien que podía hacerla estremecer agradablemente, y quien en ese momento tenía delineada una sonrisa en su boca firme, como si supiera que lo estaba observando, pero que no quería hacer comentarios. Se cubrió con el abrigo de mink que había sido su regalo de boda, sintiéndose más feliz de lo que requerían las circunstancias.

Mientras disfrutaba la suavidad de la piel sobre ella, se sonrió halagada. Ese abrigo casi fue la causa de una disputa entre los dos. Debió haber sido muy caro, por lo que ella protestó, argumentando que como no era un matrimonio normal, no existía razón para recibirlo. En la superficie era una boda normal, dijo, y como tal, era natural que él le diera un regalo de boda. Le agradó que pareciera como cualquier otro matrimonio.

A partir de ese momento se dio otro cambio en su relación. Ya no vio la luz de burla en sus oscuros ojos y cuando sonreía lo hacía en forma amigable.

Cuando entraron en el crucero que los llevaría a América, Leigh lo observó con gran interés. Era un barco para millonarios que se conocía como Neblina Azul; en secreto se estremeció del exquisito y discreto buen gusto que la rodeaba. En ese momento un pensamiento sombrío cruzó su mente. En alguna ocasión le dijo a Julia que no cambiaría a Bruce por el millonario más guapo del universo, y aquí se encontraba, en el Neblina Azul, casada con un hombre que era muy bien parecido, y que tenía más de lo suficiente.

Cuando llegaron a la suite que ocuparían, la desconcertó su exquisito lujo, ya que nunca se hubiera imaginado que existieran barcos como ése, fuera de las películas. Tenían un cuarto de descanso privado con dos puertas laterales. Al abrir una de ellas, se percató del golpeteo de su corazón cuando vio dos camas gemelas, para después latirle con más fuerza cuando la invadió un temor al sentir las manos de Ruiz en sus brazos, volteándola hacia él.

—Hay otro cuarto al otro lado de la sala —dijo tranquilo—. Usaré ése —había una sonrisa desvanecida en su boca firme—. Pedí una suite grande.

—¡Oh! —Sintió que debía haber dicho algo más que eso, pero sencillamente no le salía ningún sonido de la garganta, o una sugerencia informal que desvaneciera la idea que hubiera pensado que iban a compartir el mismo cuarto.

—Debí haberme disculpado por besarte en la forma que lo hice aquella noche en tu casa —dijo de pronto—. ¿Era eso lo que te preocupaba? No tienes necesidad de hacerlo porque no volverá a suceder.

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Hubo una pequeña pausa y de pronto ella preguntó: —¿Se debió a lo que dije en Ricki's?

—En parte —admitió—. Ningún hombre puede tomar esos comentarios como un cumplido, y... —hubo una tímida y sombría sonrisa en sus ojos— que estaban muy lejos de ser verdad, tú sabes. Soy como cualquier otro hombre, y además mitad español —¿Lo habría dicho como una advertencia velada?—. Además, tú eres una chica muy atractiva. Tal vez por eso te besé en la forma que lo hice —la sugerencia de una sonrisa se hizo más evidente—. Creo que no te importó mucho.

Leigh sintió que se ruborizaba como una niña ¿Dónde estaba toda su compostura y autocontrol? Cuando trabajaban juntos en la oficina nunca la había hecho sentirse así. Siempre habían estado muy distanciados.

—¿Te importó? —repitió él inquisitivo.—No, no por cierto —después de todo, hubiera sido una bofetada

directa a la cara responder de otra manera, y en especial porque no le había importado.

—Gracias —dijo con tranquilidad—. Estoy contento de que me hayas dicho la verdad.

—Hubieras sabido si te estaba diciendo mentiras, ¿o no?El asintió con la cabeza.—Sí, lo hubiera sabido —se acercó y con suavidad tocó sus labios

con los de él, añadiendo en broma—, ahora estoy rompiendo mi promesa —y Leigh se percató de que en realidad no le importaba si "rompía su promesa".

¡Cielos! ¿Qué pasa conmigo? se preguntó. ¿Qué me está pasando? Tenía el sentimiento de que algo inexorable e inevitable flotaba a su alrededor...

—El barco está listo para zarpar —dijo con suavidad y miró hacia la distancia con sus ojos oscuros como si sus pensamientos se adelantaran al barco y se olvidara de la chica que se encontraba a su lado. Hizo un ligero movimiento y se sonrió con ella al tiempo de poner su brazo alrededor de sus hombros. Casi sin querer, ella recargó la cabeza sobre su hombro y éste la apretó más mientras observaban la distancia que se hacía más grande.

Cuando entraron esa noche en el gran comedor, Leigh dirigió una mirada a su alrededor, apreciando todo ese lujo que nunca antes había conocido. Reservaron una pequeña mesa para dos, y después de cenar se dirigieron hacia el salón de baile, que ya se encontraba abierto.

Había gente bailando y ellos se unieron, para descubrir que sus pasos se acoplaban perfectamente bien. Por lo que el resto de la noche rieron y conversaron sin ningún embarazo entre ellos.

Un poco más tarde ella se encontraba acostada en el lujoso cuarto y dirigió una mirada hacia la cama contigua vacía...

¡Qué extraña noche de bodas! Unos meses antes pensaba que sería Bruce el que estaría junto a ella, pero si hubiera sido él, desde luego que no estaría en ese cuarto tan lujoso... ni habría ninguna tristeza. ¿Estaría

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Ruiz también en su cuarto observando el techo, sintiéndose solitario, o tal vez estaría pensando en la chica con la que se había comprometido?

Eso la llevó a hacer nuevas especulaciones. ¿Cómo habría sido la chica con la que estuvo comprometido? ¿Qué había hecho para causarle esa dureza tan profunda que alguna vez pensó era parte integrante de su personalidad? Ahora sabía que no era así, pero lo que la había traído a su existencia seguramente fue algo duro y doloroso, algo que le había llegado muy hondo y que le dejó una amargura y desprecio hacia todas las mujeres.

Estaba casi amaneciendo cuando se quedó dormida, pero descubrió que una de las cosas más agradables en los barcos lujosos, era que no tenía que levantarse temprano para desayunar.

Ruiz se encontraba en el saloncito cuando ella entró saludándolo con una sonrisa.

—Ordené que trajeran el desayuno aquí.—Magnífico —se sentó en una cómoda silla—. Me siento

deliciosamente ociosa.El sonrió ante ese comentario.—¿Qué estarías haciendo si estuvieras en Inglaterra?—¿Quieres decir, antes que sucediera todo esto? —Cuando él

asintió, esperó su mirada con una broma—. Golpeando una máquina de escribir y esperando el té de la mañana, o escuchando un zumbido lleno de ira de cierto caballero que no podía encontrar algún papel.

—¿Te molestaba mucho? —le preguntó arqueando las cejas.Leigh le sonrió bromeando.—Bueno, en algunas ocasiones.—Y en esas ocasiones, ¿te sentiste tentada a decirme todo lo que

pensabas de mí?—¡Oh, no! sólo ignoraba tus pequeños malos humores —le dijo

suavemente, y le dirigió una mirada de alegría cuando vio la expresión de su cara.

—¡Tú, pequeña atrevida!Nadie la había llamado así antes y no pudo evitar sonreír, puesto

que siempre se había considerado más bien alta y nada tenía de pequeña.La miró con curiosidad.—No puedo entender ¿cómo nunca me fijé en lo que había dentro de

ti? —aclaró con calma—. Siempre me diste la impresión de ser...—¿Un mueble más de la oficina? —preguntó.—Algo así, me imagino.—¿No era eso lo que querías? Tomé mi trabajo muy en serio... con la

determinación de llevar a cabo una carrera, hasta que conocí a Bruce. —Dijo sin el menor temblor en su voz—. Mi intención era lograr el éxito, así que adopté el tipo de actitud que pensé tú necesitabas.

—Debiste haber tenido un gran control —comentó con cierta sequedad—. Después que se fue la señorita Soames, constantemente cambiaba de secretarias hasta que llegaste tú.

—Quizás porque era un poco extraña.

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—Tal vez estuvo bien que yo no supiera lo que existía en realidad bajo ese mosaico exterior —comentó él.

—¿Por qué? ¿Habría alguna diferencia?—Me imagino que no —contestó meneando su cabeza

negativamente con cierta perplejidad—. Si no hubiera sido por ese testamento nunca hubiera sabido cómo eras en realidad.

—¿Por qué hizo tu abuelo un testamento de esa naturaleza? —preguntó con curiosidad.

—¿No existe una razón evidente? —Contestó con otra pregunta y Leigh sintió que se le subían los colores a la cara, recordando que ella había pensado en la razón del testamento. Quería un heredero para Carastrano —pareció olvidarla por un momento, mirando las delgadas y fuertes manos que tenía recargadas sobre sus rodillas—. No me gusta que me ordenen lo que debo hacer —dijo con brusquedad—. Tenía la fuerza para hacerlo en alguna ocasión. No permitiría que sucediera otra vez.

El ceño sombrío que le había llegado a ser tan familiar en la oficina le cruzó su cara.

—Entonces tú... —empezó a decir, pero se calló.—Desde el principio intenté objetar las condiciones que me impuso.

Estoy casado, así que ahora no existe ningún impedimento para que herede Carastrano.

—¿No parecería... como que estás haciendo trampa? —Apuntó Leigh con calma.

—¿Haciendo trampa?—Sí. Recibirás la herencia bajo bases falsas —no supo de donde

sacó la valentía de decir eso.—¿Estás sugiriendo que las condiciones deben llenarse al pie de la

letra? —respondió mirándola con sarcasmo.Leigh sintió que se ruborizaba.—No estoy sugiriendo nada —hizo aparecer su respuesta lo

suficiente firme, deseando poder controlarse. Como ya había tocado este tema tan delicado, parecía difícil dejarlo a un lado—. Tal vez, si no existieran las molestas condiciones de tu abuelo, hubieras podido efectuar un matrimonio normal.

—Pero quizás no pude permitírselo del todo.—Entonces, cuando nuestro matrimonio se disuelva, ¿pretendes

vivir por el resto de tu vida en Carastrano y que pase a manos extrañas cuando mueras... a menos que hayan otras personas que puedan heredar?

—No habrá nadie más —dijo cortante. Estaba frunciendo el ceño nuevamente, como si pensara en los extraños que podrían quedarse con Carastrano y, era evidente que este pensamiento no era nada agradable—. Me imagino que no debí haberlo culpado demasiado —dijo después de un momento—. La costumbre en México es que los padres arreglen los matrimonios de sus hijos. Viví demasiado tiempo en Inglaterra como para haberlo olvidado —un tímido fulgor asomó a sus ojos—. ¿Qué sugieres que haga, entonces?

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Leigh evitó su mirada.—No puedo decirte lo que hagas; después de todo, esto es algo que

sólo tu puedes decidir, pero me imagino que tu abuelo quería tanto Carastrano como tú, o no te hubiera impuesto esa condición, albergando la esperanza de que no pasara a manos extrañas —era una conversación desconcertante, y para que no se formara una idea equivocada, dijo de inmediato—. Cuando nuestro matrimonio se disuelva me imagino que te será muy fácil arreglar el matrimonio que tu abuelo tenía en mente, pero esta vez será por tu propia elección. No tendrás que casarte para asegurar una herencia.

—En otras palabras, ¿quieres decir que podré hacer mi elección, libre de cualquier imposición?

—Exactamente.—Una chica mexicana obediente, que se casará conmigo porque así

lo desea su familia —sonrió irónico—. ¿Eso es lo que sugieres que haga?—No te puedo sugerir nada —de nuevo la vergüenza no le permitió

darle una respuesta definitiva, sino un comentario general—. Tenía mis propias razones para efectuar este matrimonio y...

—Y no tienes deseos de continuar en él —terminó la frase por ella.Se levantó, la miró por un momento con una expresión enigmática,

y salió murmurando algo.

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CAPÍTULO 9

Tomaron el avión desde Veracruz, donde llegó el barco, hacia la ciudad de México, para registrarse en un hotel. Era pequeño pero selecto, con un aire de elegancia y discreto lujo, un edificio moderno que era parte del límite de la ciudad de México actual. A la mañana siguiente, mientras caminaba por las calles junto a Ruiz, de alguna manera sintió muy fuerte el pasado.

Se pararon frente a la Catedral mirando a través del Zócalo, que una vez fuera la sede de la gran Plaza de Tenochtitlan, donde las sandalias de los aztecas habían pisado su camino perdido. En la actualidad, la moderna ciudad construida diez metros encima de las ruinas de la plaza, aún tenía ese aire del pasado.

Ruiz miró su cara absorta y le sonrió.—¿Estás interesada en los antiguos aztecas?Leigh asintió sin voltear a verlo.—Siempre tuve el deseo de venir aquí —nunca soñó que fuera bajo

estas circunstancias—. De alguna forma el pasado parece estar vivo todavía —añadió con suavidad. Y sin voltearse del todo hacia él, le sonrió—. ¿Parecería tonto que te dijera que si cierro los ojos podría creer realmente que los estoy viendo caminar a nuestro lado?

—No, con frecuencia he sentido lo mismo.Se escuchaban los pasos por los corredores a través del tiempo. Los

jefes aztecas los cruzaron, plumas de quetzal pendiendo de sus cabezas, ojos fieros y oscuros de gran brillo; guerreros armados con túnicas de algodón y sacerdotes crueles asiendo un cuchillo de obsidiana que acabaría con los corazones vivientes de las víctimas que iban a sacrificar; mujeres vestidas de manera sencilla can ricos adornos, pelo negro lacio cayendo sobre sus hombros rodeados de guirnaldas de flores... toda la rica celebración del pasado.

—Ahí —le señaló Ruiz—, se encuentra el Palacio Presidencial que está construido sobre las ruinas del palacio de Moctezuma, y sólo el cielo sabe las piezas de arte que están enterradas bajo el Zócalo —añadió—. Derrumbaron los viejos templos desde sus cimientos —movió su cabeza como sí no estuviera de acuerdo con la fiebre de sus antepasados por destruir esa antigua civilización. Después de un momento dio una vuelta, haciéndole una seña para que lo siguiera, y mostrarle las excavaciones que exhibían parte de la escalera del antiguo Templo Mayor. Continuó conversando con calma y todo el pasado parecía estar ahí vivo.

En su imaginación pudo ver el Templo Mayor tal como había sido; los cautivos subiendo los cientos de escalones donde los sacerdotes esperaban en la cumbre, y en donde se rezaba a los dioses para aplacar su furia. Ruiz mostró con su mano el lugar donde se acumulaban los cráneos; la presa noreste de las canoas, el templo redondo dedicado al dios del viento, Eecatl-Quetzalcoatl; la piedra de los sacrificios, una olla circular que se usaba para extraer los corazones...

Luego pasó a explicarle lo que habían encontrado los conquistadores

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españoles la primera vez que entraron a la ciudad de México, llamada entonces Tenochtitlan, cientos de años atrás. Construida sobre lagos, con caminos y puentes a su alrededor, canoas cruzando su superficie azul, al principio debió haberles parecido un sueño. Asomándose encima de todos esos edificios, se encontraban los templos en forma de pirámide, el depósito de calaveras con sus espeluznantes adornos. Sí ellos dos hubieran llegado en los días a los que se estaba refiriendo, habrían visto otra piedra circular, diferente en diseño y propósito de la Piedra de Sacrificios. Ahí, durante los días ceremoniales se jugaban deportes muy crueles. Un cautivo, atado a esa piedra, debía defenderse con una cachiporra de madera, contra un adversario que tenía la ventaja de poseer una arma de obsidiana con filo de navaja.

—Por lo general lo mataban —dijo Ruiz en tono seco—. Era una muerte honrosa, y se sacrificaba en nombre del dios del sol, Tonatiuh. En algunas ocasiones alguno resistía lo suficiente como para recibir el perdón.

—¿Y qué pasó con los indios? Después de la conquista, quiero decir.—Aún están aquí... terriblemente degradados y desafortunados. Tal

vez tengan ahora nuevas oportunidades.Leigh asintió, dado que ya había escuchado algo sobre el programa

educativo que había iniciado el gobierno mexicano para alfabetizar a los antiguos habitantes de esta tierra.

—¿Todavía existen muchos de ellos? —preguntó con curiosidad.—Aproximadamente la décima parte de la población son indios de

raza pura —le contestó, asintiendo con la cabeza—. Sí hicieras a un lado al resto, los que tienen mezcla de sangre india, sólo quedaría como un veinte por ciento de la población actual.

Leigh le preguntó con una mirada de curiosidad.—¿Tienes sangre india?—No, no tenemos sangre azteca —le preguntó en broma—: ¿Te

decepciona eso un poco? ¿Te resultaría más emocionante que yo tuviera sangre india?

—Mucho —le respondió jugueteando con sus ojos—. Pero te puedo aceptar aun sin ella.

Sonrió y le mostró otra dirección.—Creo que te gustará ver el museo, puesto que tienes esos

sentimientos por el pasado.Como era algo que ansiaba, aceptó al instante con gusto, y cuando

llegaron al museo, quedó sorprendida de la gran cantidad de reliquias que se habían salvado del sanguinario pasado. Después de la comida, efectuaron otro tipo de paseo, dirigiéndose hacia las tiendas modernas de la ciudad de México, y a pesar de sus protestas, él insistió en comprarle cualquier cosa que la complaciera y le gustara.

Esa noche cenaron en un moderno restaurante y se unieron a otras parejas para bailar en una enorme pista. Ella ya había descubierto, cuando estaban en el barco, que él era un excelente bailarín, que parecía estar al día en los ritmos de moda. Por su actitud en la oficina, nunca

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pensó que pudiera asistir a eventos sociales.Al día siguiente lo acompañó a una cena formal, y aunque ella había

estado un poco tímida al principio, perdió su nerviosismo cuando se percató que podía hacerse entender lo suficiente y que podía participar en la conversación. Parecía que aunque Ruiz no hubiera estado en comunicación con nadie en Carastrano, no había perdido contacto del todo con muchos de sus amigos en México y que en su visita anterior había renovado sus viejas amistades. Uno de ellos era un joven y popular actor que había crecido junto con él y que era tan vital y audaz como una pieza de mercurio. Sólo había estado en la ciudad de México durante unos días, pero ya reconocía el nombre de Ramón Talmonte como uno de los actores más populares,

Esa noche había sido trascendental, puesto que fue la primera en que el apellido de casada no le pareció extraño. Más aún, le resultaba agradable que la llamaran la señora Aldoret.

Al día siguiente cenaron y bailaron solos y ya se comunicaron en inglés, pero después de haberlo escuchado hablar en su lengua nativa, en especial la noche anterior, el inglés le parecía extraño en sus labios.

—Sabes, creo que me gusta más que hables español —le dijo sonrojándose, percatándose de que en realidad no le correspondía transmitirle sus preferencias—. Lo siento —se excusó un poco confundida—. Quiero decir que...

—Algunas veces me pregunto cuál de las dos es mi lengua —le dijo sonriendo.

—¿Tienes alguna preferencia?Por un momento pensó sobre esto y luego respondió con un

encogimiento de hombros.—No sé en realidad. Me gustan ambas... pero aprendí a hablar

primero español, desde luego —sonrió de nuevo con una sonrisa cálida que le transmitió un singular hormigueo por su cuerpo—. Tal vez tú debas decidir por mí.

—Bueno, ahora que has regresado a casa, naturalmente hablarás en español —le contestó confundida, sabiendo que no era lo que quería decir.

Después de haber bailado un poco más, se retiraron a sus propios cuartos y fue cuando Leigh tuvo un sueño muy peculiar. Este le decía que todo había sido un error y que ella no quería a Bruce en realidad... que su hermana lo podía tener si así lo quería. Eso era absurdo, desde luego, pero lo que en verdad la sorprendió fue el hecho de que ella protestaba en el sueño y le decía que no quería a Bruce otra vez.

—Prefiero quedarme como estoy —le decía a Estela, luego aparecía Ruiz en algún momento del sueño y le sonreía de manera agradable, con esa misma sonrisa ardiente que le había dirigido con anterioridad.

A la mañana siguiente, efectuaron viajes más largos. El primero fue hacia el barrio de Tacuba, siguiendo un antiguo camino de Tlacopan, donde Cortés había hecho una retirada muy triste. El mismo árbol bajo el cual había llorado el famoso general, todavía se encontraba ahí, como un

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lazo viviente con el pasado. En la plaza de Azcapotzalco, capital de las antiguas tribus toltecas y tepanecas, se había construido una iglesia sobre los restos de una plataforma impresionante. De regreso al centro de la ciudad de México, visitaron el sitio donde los indios rendían homenaje a Tonatzin, la diosa azteca de la maternidad.

Al principio se resistía a demostrar su interés por el pasado de México porque temía aburrirlo, pero se dio cuenta que él estaba encantado con esta actitud, así que ya no hizo ningún intento por reprimir su interés y se sonrió a sí misma cuando se percató que él estaba orgulloso de mostrárselo. El amaba el pasado de su país como amaba su presente... y además, estaba Carastrano. Ahora sabía por qué había hecho cualquier cosa para ganarse esa herencia que lo estaba esperando.

Después de una semana de permitirle demostrar su amor al pasado, decidieron que era hora de continuar hacia Carastrano. Antes desearon visitar también Teotihuacan. Esta había sido la más importante de las ciudades sagradas... y la más grande. Ciudad de los toltecas, antiguos y misteriosos arquitectos y mecánicos, hábiles en la carpintería y en la agricultura, así como en muchas otras disciplinas. El valle de Teotihuacan, de cinco kilómetros de largo y casi tres kilómetros y medio de ancho, estaba pavimentado en su totalidad y rodeado de imponentes pirámides, abandonadas antes de la llegada de los españoles a México.

Leigh sabía que recordaría Teotihuacan más que ninguna otra cosa que había visto, y caminó varias veces para observar las pirámides que se levantaban hacia el cielo. Después regresaron al camino que los llevaría a Carastrano, todavía a muchos kilómetros de distancia.

Era cerca del mediodía cuando llegaron a un pequeño poblado y al llegar a las afueras. Ruiz bajó la velocidad del automóvil volteándose para preguntarle con una sonrisa.

—¿Te gustaría ir con una gitana para que te diga tu suerte? La gitana, en este caso, era una pequeña mujer con muchas

arrugas, que vivía en una choza junto al lago. Los miró enigmáticamente, y le dijo a Leigh que tomara asiento en un pequeño banco que estaba fuera de la choza, sentándose ella en el piso frente a una palangana de agua. Le dio a Leigh un puñado de arcilla para que lo retuviera en su mano por un momento, y luego le ordenó que lo arrojara a la palangana, donde la anciana fijó su mirada por unos minutos.

—Has padecido infelicidad —le dijo por fin sin mirarla a los ojos—. Terminará pronto, pero volverá —habló con cierto misterio ante algunos granos de polvo que flotaban en el agua—. La tristeza se percibe en el agua. En ese momento, como una prueba de su equivocación, el sol, que se había ocultado por un momento en medio de una de las poquísimas nubes en el cielo, salió y brilló en el agua.

Una pequeña sonrisa apareció involuntariamente en los labios de Leigh, aunque tenía en su pensamiento la pregunta de cómo podría saber esta mujer que había sido infeliz. Sería tal vez por algunas señales en su cara, las que para alguien como esta anciana, eran fáciles de leer.

—Te ríes —dijo la mujer de pronto sorprendiéndola en su alegría,

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misma que se borró de inmediato—. Pero en tu vida hay una estrella sombría, mi niña, y hasta que no se ponga en su lugar, no podrá brillar el sol y traerte una felicidad duradera.

Al decir eso, se levantó de prisa, arrojó el agua al lago y entró a su cabaña cerrando la puerta con firmeza. Ruiz, dejó algunas monedas en el banquillo, y sus dedos tocaron el hombro de Leigh para llevarla de regreso al carro. Ahí se dio cuenta que ella guardaba silencio, y que su expresión tenía un poco de preocupación.

—No lo estás tomando muy en serio, ¿verdad? —le preguntó sonriendo.

—No, no... desde luego que no —le contestó Leigh presurosa pero no pudo evitar añadir—. ¿Cómo sabe ella que he sido infeliz?

—Estas ancianas aprenden a leer señales en la cara que otras personas desconocen, pero haremos lo posible para que no haya más infelicidad en tu vida.

Leigh esbozó una sonrisa. No pudo olvidar del todo las palabras de la anciana.

No sabía lo que la señora quería decir sobre lo de la estrella sombría en su vida, y de pronto, al recordar que algunas veces así le había llamado en broma a Estela, no pudo menos que sobresaltarse.

—¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó Ruiz observándola.—Nada... quiero decir...—¿Vas a permitir que te moleste lo que te dijo? —Quitó una mano

del volante y le tomó una de las suyas apretándosela mientras que con la mano continuaba manejando—. No debí haberte llevado con ella.

—Es tonto, pero me imagino que existe algo de superstición en nuestro ser... que algunas veces te hace evocar cosas.

—Olvídala —le ordenó.Leigh intentó obedecerlo pero no pudo lograrlo del todo, al menos

por el momento. La familia llamaba a Estela estrella sombría, y si bien algunas veces le ocasionó cierta infelicidad de seguro no había sido a propósito. No pudo evitar enamorarse de Bruce... así eran las cosas.

¿Qué había querido decir la anciana con eso de que hasta que no se ocultara esta estrella sombría, no lograría la felicidad?

En la tarde, Ruiz detuvo el carro en la cima de una colina. Con cierta curiosidad, Leigh lo siguió cuando se dirigió al camino que estaba al borde de la colina.

—Carastrano —señaló él con la mano.Ella siguió con la vista hacia donde apuntaba su mano. La colina

descendía en una serie de declives suaves y cuando llegaba al nivel del terreno, como una joya que se extendía, se encontraba un gran edificio blanco, rodeado de un esplendor brillante que tal vez eran flores. Se encontraba a poca distancia de un pequeño pueblo, como si fuera la reliquia de los días en que Carastrano había sido parte de una pequeña comunidad.

—Es una belleza —se escuchó a sí misma con suavidad, comprendiendo entonces la razón que llevó a Ruiz a realizar un

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matrimonio sin amor para retener un lugar como ése.Regresaron al automóvil y se perdió Carastrano de la vista, mientras

bajaban a través de las colinas. Llegaron a las afueras del pueblo, que parecía como si hubiera salido de una película antigua de tipo español. Inclusive se encontraban hombres y mujeres portando los vestidos tradicionales. Tal vez le debían más fidelidad a la familia Aldoret que al mismo gobierno.

Se imaginó a Ruiz portando un traje como el de los hombres del pueblo en Carastrano, volviendo a la antigua tradición. Le quedaría mucho mejor que su vestimenta convencional moderna. El automóvil dejó el poblado para acercarse a Carastrano.

De cerca, el edificio resultaba aún más bello. No existía un camino para llegar en automóvil a la casa, excepto el que se detenía en la pared blanca. Había una gran cantidad de rosas que sobresalían en el tope del muro de piedra, donde se encontraba abierto un gran portal de hierro, con la insignia de la familia. Sólo tuvo un momento para darse cuenta de la insignia cuando el carro traspasó el portón abierto, para detenerse en un patio de piedra que contenía rosas por todos lados. Precisamente frente a ellos estaba una serie de escalones que los llevaban a un conjunto de arcos tipo morisco. Al final de la escalinata y detrás de los arcos, se encontraba la terraza pavimentada con baldosas azules y en la pared blanca del edificio estaban abiertas unas grandes puertas de madera.

Caminaron por las grandes puertas que contenían la misma insignia de la entrada, para entrar a un corredor oscuro y frío, donde una mujer rolliza los saludó cortésmente al estilo antiguo. Detrás de ella se encontraba el resto de la servidumbre, diciendo palabras de cortesía, .mientras Ruiz los presentaba a Leigh y quienes fueron despedidos después, por la regordeta Chita Estoril, el ama de llaves.

Ruiz le ordenó que les trajera café, y la condujo hacia un gran salón, bajo, que daba hacia un patio hundido, interno, que de inmediato Leigh quiso explorar.

—Ardo en curiosidad por ir —le dijo a Ruiz por sobre el hombro, devolviéndole la mirada con una sonrisa.

—Te llevaré ahí para que lo conozcas después que te refresques un poco. Espero que te guste.

—Lo que he visto hasta este momento es maravilloso. Tomaron asiento en unas sillas de altos respaldos de antigua

madera color negro, que brillaba por las continuas pulidas. Cuando Chita trajo el café, lo sirvió en tazas finas pintadas a mano.

—Me siento como si regresara en el tiempo.—Carastrano se construyó en los tiempos de la Colonia. Se ha

intentado modernizarlo sin destruir su verdadera apariencia.—Parece que se ha logrado —ella notó con alegría que ya estaba

expresándose en la misma forma que el propietario de Carastrano. Cuando terminaron su café, Ruiz se levantó. —Ahora te llevaré a la visita de inspección que deseas.

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Fuera del corredor la condujo hacia otro abovedado que iba hacia un pasillo, que estaba cubierto totalmente de vidrio. Este se dirigía directamente hacia el ala sur que los llevaba a un gran salón de baile.

—Es... muy impresionante —dijo deteniendo un poco el aliento, imaginándose ese salón lleno de música y alegría.

—Debemos hacer un baile para celebrar nuestra llegada a casa —le contestó Ruiz sonriendo.

Llegada a casa. ¿También lo era para ella? —Te llevaré para que conozcas algunos de nuestros vecinos —le dijo

saliendo al patio y cruzando el lado opuesto. En esta parte del edificio habían salones para recibir visitantes y, desde luego, al frente del edificio, más cuartos. Aparentemente estos eran los que la familia Aldoret usaba con más frecuencia.

De ahí regresaron al vestíbulo, y bajo sus pasos se escuchaba el crujido de la madera antigua, bien conservada, mientras cruzaban la escalera que se dirigía hacia la planta baja de la casa. Se sentía muy extraña al darse cuenta que se había casado con un hombre cuyos antecedentes eran tan distintos a los de ella y que en tiempos remotos, los barcos de ambos países se hubieran enfrentado en batallas. Corrían rumores de que en su familia existieron piratas, y de pronto se preguntó si alguno de ellos hubiera estado en un barco que librara una batalla con algún antiguo Aldoret. Como había dicho Ruiz, su familia llegó con los conquistadores, así que ya se encontraban en América cuando los piratas andaban por el Caribe.

Al final de la escalera se encontraba una galería con tres partes, que asomaba al vestíbulo. Las galerías izquierda y central contenían pinturas en sus paredes. La de la derecha, tenía una madera oscura y pulida.

Leigh dirigió una mirada a las pinturas y sonrió. —Algunos de tus antepasados? El la miró respondiéndole con otra sonrisa. —Ven a conocerlos.Se dirigieron hacia el inicio de la sección izquierda de la galería y la

cabellera negra hizo un ademán hacia el primer retrato. —Don Xavier Manuel José Palea de Aldoret.—¡Qué nombre tan impresionante! —se rió Leigh entre dientes.Le tocó la mejilla con los dedos.—No seas tan despectiva. Su brazo se deslizó alrededor de los

hombros de la joven.Parecía que don Xavier había sido el primer antepasado que llegó

con los conquistadores y había construido Carastrano. Continuaron por la galería y la instruyó más sobre los hombres y mujeres en la historia de Carastrano. Don Felipe, quien casi había arruinado a la familia por constantes apuestas... Don Renato, salvó Carastrano y la fortuna de la familia Aldoret al descubrir un tesoro enterrado en la zona de los Incas en el Perú, así como una mina de oro... Doña Rosalía, entró a un convento en vez de casarse con el hombre que le había escogido la familia porque amaba a otro... innumerables pinturas... y al final, una pareja de un

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hombre y una mujer que casi no tenían parecido con Ruiz y que habían sido sus padres, según le informó.

El hombre que se encontraba ante la pareja llamó la atención e interés de Leigh.

—¿... tu abuelo?Asintió con una sombra alrededor de su boca.—Si, es mi abuelo.Así que ese era el hombre que había forzado a su nieto a contraer

matrimonio, cuando el deseo de Ruiz era no hacerlo. Lo observó, nariz aguileña, moreno y se parecía mucho al hombre con quien se había casado. Tal vez eran muy parecidos en carácter, razón por la cual los había hecho chocar. ¿Qué había sobre el compromiso roto que alguna vez mencionó? Se dio cuenta que sentía curiosidad por la chica con la que se quiso casar, pero era imposible preguntar sobre ella. Era una novia muy extraña que casi no sabía nada de su marido... ni siquiera cómo habían muerto sus padres.

—¿Y bien? —Le debió haber leído la mirada de curiosidad en sus ojos.

—Estaba pensando en lo poco que sé de ti —le dijo dudosa.—Lo que no me parece justo—le contestó—, puesto que yo sé

bastante sobre ti.—¿Cómo?Le sonrió y le parecía, imaginación o no, que el brazo que estaba

alrededor de sus hombros la apretaba un poco.—Por ejemplo, sé que tienes habilidad para subir árboles y para usar

plumas en tu pelo.—Entonces tienes miedo que te quite la cabellera...—Un miedo terrible —le dijo riéndose—. Alguna vez voy a

presentarte verdaderos indios.Lo miró con sorpresa.—¿Realmente hay algunos por aquí?—Algunos —dijo asintiendo con la cabeza—. Viven en las montañas;

también hay algunos en Carastrano que tienen sangre india.Llegaron al final de la parte central de la galería, donde había un

corredor estrecho y semioscuro que conducía al ala norte. El ala opuesta, la del lado sur, es similar a ésta, le comentó. Llegaron al final del corredor y se dirigieron a otra sección de la casa, la morada de la servidumbre. Había una escalera más que se dirigía hacia la parte baja, mucho menos ostentosa que la de la entrada. Esta sección de la casa se encontraba cerrada por pesadas puertas de madera grabada y pulida, una reliquia de los días en que no existía la igualdad. Aun así, los muebles eran confortables aunque no lujosos como los demás, y que fueron dispuestos con gran gusto.

Regresaron al frente de la casa por el corredor central del ala sur que se encontraba encima del cuarto de baile. Este corredor contenía un conjunto de sillas antiguas de madera grabada y piel pulida. En ese momento sintió cierta incomodidad. La gran recámara principal, a la que

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se entraba a través de anchas puertas dobles con la insignia de los Aldoret en ellas, se encontraba abierta... había sido preparada para el dueño de Carastrano y su esposa.

Era una recámara magnífica, con una puerta que llevaba al baño privado; pero el orgullo del cuarto residía en una enorme cama con cuatro postes con unos cortinajes color carmesí y dorado, enlazados con cordones, de los que pendían unas borlas.

—¡Oh!Nada en el mundo pudo controlar que el color se le subiera a las

mejillas. Estaba segura que su cara estaba como el color carmesí de los cortinajes. Ruiz parecía más divertido que avergonzado.

—Debí haber pensado en esto —dijo con cierta alegría en su voz— Era evidente que Chita prepararía la recámara principal.

Habían traído su equipaje al cuarto y la mitad ya estaba desempacada. Aparentemente la joven camarera, que había estado desempacando tuvo que salir de inmediato, lo cual alegró a Leigh. Hubiera causado grandes sospechas ese comentario de la novia al externar su consternación por tener que compartir el cuarto de su esposo.

Ruiz le dirigió una sonrisa en broma.—Desde luego que hay un vestidor.Cruzó la habitación e hizo a un lado una de las cortinas carmesí y

doradas. Pensó que cubrían alguna ventana pero ocultaban una puerta pequeña que conducía a un cuarto pequeño que tenía un arreglo adecuado, aunque nada lujoso.

—Hacia el final de su vida, mi abuelo sufría de mala salud. Su cuidadora dormía aquí.

—Ya veo —después de un momento le dirigió una mirada dudosa—. No crees... bueno, me imagino que los sirvientes murmuraran sobre esto.

Seguramente que lo harían. Era inevitable. No había tenido importancia cuando estuvieron en un hotel. Eran unos extraños y sólo por un período muy corto. Aquí todos los verían con ojos de cariño, pero también de curiosidad y por una temporada más larga que en la ciudad de México. Sin duda que la gente empezaría a imaginar si el padrone había tenido una pelea con su esposa, lo que no sería un buen comienzo. Si el cuarto tuviera camas gemelas en vez de esa gran cama con grandes postes, hubiera sacado valor, o temeridad, para sugerirle que compartieran el mismo cuarto. Hubiera sido una solución práctica y fría, pero sensata; sin embargo, bajo estas condiciones no sabía qué hacer.

Mientras él salió a dar las instrucciones pertinentes para que arreglaran la cama en el vestidor. Leigh se dirigió a sus maletas para terminar de desempacar; sólo había sacado una prenda cuando sonó la puerta y entró una chica mexicana, quien hizo ademanes para que la nueva señora de Carastrano dejara de desempacar su ropa. Un poco divertida, Leigh se propuso adoptar más o menos la posición que supuestamente debía ocupar en Carastrano.

Leigh entró al baño para bañarse antes de vestirse para la cena y cuando regresó encontró a María esperándola para ayudarla. Una vez

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más, con alegría interna Leigh comprendió que debía aceptar esta ayuda, que le resultaba de novela, después de la vida independiente que había llevado.

Escogió un vestido blanco sencillo, de sobria elegancia que denotaba un lujo nada extravagante, uno de esos vestidos que compró antes de salir de Inglaterra. Era el tipo de ropa que nunca se hubiera comprado, de no haber sido por la cuenta que Ruiz abrió para ella. Cuando llegaron a la ciudad de México le había abierto otra cuenta. Era de esperar que la utilizara como esposa de un hombre rico, pero tenía la firme determinación de no sacar mucho dinero. Ya le había dado el anillo de zafiros y el bellísimo abrigo de mink.

Había terminado de vestirse y María se encontraba arreglándole el pelo cuando él regresó. Le sonrió de esa forma que le aceleraba el pulso; María se encontraba ahí y esa sonrisa parecía una necesidad. Entró al baño y un poco después lo escuchó cantar suavemente y sonrió. Parecía que el dueño de Carastrano estaba contento esa noche, su primer día en casa. Había que admitir que la señora de Carastrano también estaba muy contenta, aunque en el fondo de su mente siempre tenía el desagradable pensamiento que no duraría.

Cuando estuvo lista para bajar a cenar, despidió a María y le dijo a Ruiz a través de la puerta.

—Voy otra vez a la galería de pinturas a explorar un poco la casa. —¡No te pierdas! —Le contestó con voz suave. Cuando se

encontraron, un poco más tarde, en el primer salón que ella había visto, de nuevo se sintió conmovida por la fina atracción del hombre. Portaba un traje formal tropical, su cabellera negra altiva con orgullo innato y sus ojos negros sonriéndole cuando entró.

—¿No te perdiste? Leigh negó con la cabeza.—Está tan bien planificada, que resulta difícil perderse —calló por un

momento y añadió con sinceridad—. Es un lugar muy hermoso. Ruiz.—Me alegro que te guste —pareció muy halagado que le agradara

tanto Carastrano y que no le dijera algún cumplido convencional—-. ¿Quieres un jerez antes de cenar?

Cuando aceptó y tenía la copa en su mano, él se volvió lentamente a observar los jardines que se veían a través de las ventanas y los arcos de la terraza.

—No me había dado cuenta lo que he extrañado este lugar hasta que regresé.

—¿Qué fue lo que te hizo dejarlo?Al momento en que dijo tales palabras, deseó que nunca hubieran

salido de su boca. Sin embargo, él no pareció ofenderse, se encogió de hombros y apareció una expresión dura en su cara.

—Tuve un pleito con mi abuelo —por un momento, ella percibió el destello de una sonrisa de desdén, la que casi no había aparecido en los últimos días—. Fue por una mujer, desde luego.

—¿Con la que estuviste comprometido? —Hizo un gesto de disculpa—. Lo siento, no fue mi intención ser curiosa.

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—¿Por qué no? —Le dijo un poco seco—. Tal vez es mejor que lo sepas, porque de cualquier forma alguien te lo dirá.

—No pude evitar... el interés —dudó un poco sobre la última palabra, no quería decir "curiosidad", porque esta palabra parecía dar ese verdadero significado.

Le quitó la copa de la mano y la colocó encima de la cantina.—Siéntate aquí —le dijo llevándola hacia un sillón mullido, mientras

él permanecía de pie. Sonriéndole le preguntó—. ¿Por dónde quieres que comience?

—Bueno, tal vez... —Titubeó un poco y preguntó con cierta timidez—. ¿Cómo murieron tus padres? —Pero recapacitó inmediatamente—, creo que ya mencionaste ese hecho alguna vez.

—Sí —dijo mientras hacía una pausa—. Te lo dije cuando aún me estaba recuperando de la sorpresa de conocer a doña Gerónima —le dirigió una mirada de broma—. Mi madre murió cuando nací yo y mi padre unos años después —continuó antes que ella pudiera rogarle que olvidara y enterrara a doña Gerónima—. Mi padre murió en un accidente mientras montaba a caballo.

—Y tus abuelos se hicieron cargo de ti.—Tal vez yo era mucho para ellos. Me imagino que era algo así

como... un salvaje.—No te puedo imaginar como un salvaje.—Creo que sí lo era —confesó secamente—. Los mexicanos tenemos

ascendencia española y tal vez, como lo pregona el mundo, sentimos más nuestras emociones —se encogió de hombros sin ninguna perturbación—. Era común que mis pecadillos no los molestaran mientras no fueran muy fuertes —su cara se endureció—. Se opusieron cuando les comuniqué mi deseo de casarme con uno de esos pecadillos.

—Ah, ya veo.—¿Sí? —Observó la mirada de ella con cierta alegría—. Su nombre

era Mercedes Lastro—y añadió después de hacer una pausa—. Era una bailarina de un cabaret de tercera clase —ella lo observó en ese momento en particular, en que parecía que su expresión tenía cierta alegría desdeñosa—. A pesar de mi supuesta experiencia, ella tenía más que yo, parecía que todo el mundo conocía sus intenciones, menos yo. Insistieron que no me casara con ella. Decidí que sí lo haría y dejar Carastrano. Sabía lo que eso significaba y me preparé para enfrentarlo. Pero Mercedes no —añadió con frialdad—. Pensé que había tomado las cosas como eran, que no tendríamos nada de Carastrano.

—¿Y no lo hizo? —Preguntó Leigh con timidez. —No, no lo hizo —asintió, casi con cierta diversión, aunque también

con desprecio—. Salí a comprar flores para la boda. Cuando regresé ella se había ido. Me pareció que lo que en realidad le interesaba era casarse con Carastrano y con la fortuna de mi abuelo, y no con Ruiz Aldoret —continuó con un encogimiento de hombros y haciendo un gesto despectivo con sus manos delgadas y de dedos largos—. Parece que a esa edad se toman las cosas muy en serio. Aún la deseaba, pero al mismo

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tiempo la odiaba, a la vez de culpar a mi abuelo por rehusarse a recibirla en Carastrano. No tenía ya nada que hacer aquí... así que dejé el país para trasladarme a Inglaterra con mis abuelos maternos. También hubo un desacuerdo con este matrimonio... no querían que su hija se casara con un extranjero... se casó en contra de los deseos de sus padres. Aún existía cierta frialdad, pero me recibieron muy bien, puesto que existía algo en contra de los Aldoret de Carastrano. Me introdujeron a Merediths, y tú ya conoces el resto —finalizó con un encogimiento de hombros.

Ella asintió. Claro que sabía lo que había sucedido después. Pobre muchacho solitario, con el corazón roto, culpando a la chica que amaba y que lo había traicionado y al abuelo que al conocerla muy bien, se rehusó a recibirla como la futura dueña de Carastrano. Al recuperar la hacienda, pareció disiparse la dureza que había tenido durante tantos años. Su trato inicial había sido frío y le parecía horrible y repulsivo. Se había suavizado cuando ella le hizo la petición inusitada de que pretendiera estar enamorado de ella frente a su familia y que intentara, también, ser más humano —y lo más sorprendente— cuando la besó en el vestíbulo de su casa. Ahora parecía que toda esa antigua amargura se había desvanecido y estaba listo para empezar una nueva vida, para amar de nuevo.

Tal vez eso sucedería cuando le avisara que su contrato había terminado.

Ella frunció el ceño ante el pensamiento de que este placer iba a ser poco duradero. Después de todo, ambos habían acordado desde el principio que sólo sería un matrimonio de negocios, a pesar de que algunos besos lo habían hecho parecer menos frío. Ella no quería que cambiara esta situación, pero en realidad no tenía idea.

¿O si la tenía? Un amor frustrado era suficiente razón. Con seguridad no era tan tonta como para...

Un dedo moreno tocó ligeramente la arruga en medio de sus cejas. —Tu ceño es de preocupación. ¿Qué es lo que te molesta? ¿Tal vez

mi pequeña historia?—Sí... quiero decir, siento gran pena por ti... por fa forma en que

sucedió todo —le dijo con gran seriedad.—No tienes que preocuparte querida. Esto sucedió hace mucho

tiempo. Y ahora... —tomó la mano de ella entre las suyas, sonriendo, mientras sonaba una campana anunciando que la cena estaba lista—. ¿Pasamos al comedor?

Leigh se levantó con rapidez, y aunque no parecía molesta, sí lo estaba en su mente, intentando saber la razón. ¿El pensamiento de que terminara su matrimonio, a pesar de que sabía que así sería?

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CAPÍTULO 10

Leigh levantó la vista de la carta que estaba leyendo cuando entró Ruiz en el cuarto...

—Es de Kerry. ¿La recuerdas? —dijo sonriendo—, la otra pelirroja.—La recuerdo muy bien —contestó en broma—. Creo que ella

también se encontraba en el Ricki's un cierto día memorable en el que exteriorizó su opinión, similar a la tuya.

Leigh se sonrojó un poco, sonriendo al mismo tiempo. —Nunca me vas a olvidar por eso, ¿verdad? —Tal vez no, hasta que te convenza de lo contrario —dijo. Pareció

dudar un momento, metió la mano en su bolsillo de donde extrajo un pequeño estuche—. Recuerdo que admiraste unos aretes tipo azteca. Te mandé hacer unos similares.

Leigh abrió el estuche y se encontró con un par de aretes de oro que eran una réplica exacta de unos que había admirado en el museo. Sus ojos brillaron con alegría y en un impulso le besó la mejilla, sonrojándose cuando se percató de lo que había hecho.

—Es la mejor manera de decir gracias —comentó con ojos alegres ante la confusión de ella—. Creo que debo comprarte más regalos.

—Ya has sido muy generoso conmigo —contestó. —Con tal incentivo. ¿quién no quiere ser generoso? —al momento

que bajó su cabeza morena para besarla en la boca. Había una luz de cariño que había ido aumentando durante los dos meses que llevaban en Carastrano.

Leigh sonrió.—Estás vestido para montar.No portaba el traje de montar tradicional que hubiera usado en

Inglaterra, sino que llevaba pantalones oscuros dentro de botas cortas, una camisa blanca de seda abierta en el cuello y un gran cinturón de cuero que tenía adornos de plata. Casi no podía reconocer al hombre que alguna vez le dictaba la correspondencia en la fábrica de Inglaterra.

Ruiz asintió.—¿Quieres tomar otra clase?—Me encantaría.Subió a su cuarto para cambiarse por un traje de montar, la versión

femenina del traje de él, un poco menos convencional. Agarró un sombrero de ala ancha y copa baja y ya estaba... Cuando se reunió con Ruiz, éste se encontraba en la galería, observando pensativamente las pinturas que se encontraban ahí.

—Todos esos hombres y mujeres a lo largo de tantos años —dijo Leigh mientras se acercaba suavemente, sin darse cuenta que estaba hablando en voz alta—. Y tú eres el último de ellos.

Aunque las palabras las pronunció en voz baja, él alcanzó a escucharlas, y por un momento la miró sin comprenderla.

—Sí, soy el último de ellos —repitió dirigiéndose hacia la escalera—. ¿Dejamos el pasado y vamos a montar?

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Juntos caminaron por la terraza que rodeaba la casa, descendiendo hacia el patio exterior donde se encontraban las caballerizas. La pequeña yegua color zaino que montaba Leigh desde su llegada a Carastrano la saludó al reconocerla y ella la abrazó con cariño alrededor del cuello. Mientras ensillaban la yegua, volteó hacia Ruiz, quien estaba junto a un caballo, negro e impetuoso.

—Hoy no —lo escuchó decir—. Tal vez mañana, Juan —cuando salieron de Carastrano él montaba un caballo gris muy inquieto.

Melida, su yegua, era fácil de manejar, puesto que ella no era un jinete muy bueno.

Mientras iban cabalgando, Leigh le dirigió una mirada discreta. El sol estaba muy fuerte y ambos portaban sombreros, pero el de Ruiz, de ala ancha, un poco inclinado sobre su cabellera negra, acentuaba su moreno atractivo.

Cuando se encontraban a corta distancia de Carastrano, desmontaron para observar el valle desde la loma. A Leigh le pareció todavía más bello que la primera vez que lo vio.

—Se ve más hermoso que el primer día que llegué aquí —dijo volteándose hacia él—. Ahora comprendo que hicieras cualquier cosa para recuperarlo.

—Sí —contestó con tranquilidad—. Habría hecho cualquier cosa, como el pensar en lo desagradable que iba a ser contraer un matrimonio forzado, pero encuentro que este matrimonio nuestro no ha sido nada desagradable.

Se encontraron sus miradas, y ella se forzó para parecer que no le afectaba más que otro cumplido agradable.

—Gracias —evitó mirarlo a los ojos y aparentar hablar con informalidad—. ¿Qué harás cuando... cuando sea necesario terminar este contrato? —El no contestó, lo que la hizo verlo directamente a la cara—. ¿Piensas vivir solo aquí?

Con una mano la hizo voltear hacia él, encontrando su mirada con un aire de frialdad.

—¿Me vas a sermonear otra vez?Leigh se mordió el labio y de nuevo recurrió al medio más fácil,

rehusar encontrar su mirada mientras él hablaba.—Me imagino que iba... pero en realidad no debo. No es de mi

incumbencia.—Hazlo —le dijo con ecuanimidad—. Tal vez los encuentre

interesantes, y hasta útiles. De cualquier manera —añadió con sequedad— el viejo don Diego parece que tiene un defensor muy determinante.

—No es eso —negó—. Creo que ambos son muy obstinados, y que únicamente estás en contra de lo que él deseaba, porque piensas que intentaba darte órdenes.

—Gracias —le contestó con una sonrisa fría.Leigh le dirigió una mirada, pero parecía que no le afectaba en nada.—¿Lo viste alguna vez... después de dejar Carastrano? —preguntó

ella, observando que asentía con la cabeza.

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—Sólo una vez.—¿Recientemente?—Hace más o menos seis meses.Asintió, como si con esa respuesta confirmara algo que había estado

pensando.—Creo que ya sé por qué puso esa condición en su testamento. Tal

vez su intención era que te quedaras con Carastrano de cualquier forma, pero quería asegurarse que no se rompiera la línea de herederos. No me sorprendería que apareciera otro testamento que estableciera darte Carastrano de manera incondicional si te hubieras rehusado a llenar los requisitos del primero —añadió con sagacidad.

—Entonces ¿por qué toda esta molestia si de cualquier forma él me iba a dejar Carastrano?

—Ya te lo mencioné; quería asegurarse de que Carastrano no pasara a manos extrañas a tu muerte. Cuando te vio hace seis meses, tal vez tuvo la impresión de que nunca te casarías, y en realidad no lo culparía —añadió sin querer—. Yo estaba segura que nunca lo harías. Parecías la persona más fría que se ha cruzado en mi vida.

—Gracias —respondió de nuevo pero con más frialdad.—No me interrumpas —demandó—. Me autorizaste para

sermonearte —una fuerza incontenible surgía de ella—. Tu abuelo quería que te quedaras con Carastrano, pero tal vez temía que simplemente llegaras aquí a vivir solo, y... —su voz le salió un poco vacilante—, y que no hubiera ningún heredero de Carastrano y se perdiera el nombre Aldoret. Pienso que esa fue la razón que lo llevó a elaborar ese tipo de testamento antes de morir... y no porque quisiera imponerte su voluntad.

Hubo un gran silencio y él dio media vuelta, metiendo sus manos en los bolsillos mientras miraba hacia Carastrano, abajo, en el valle.

—¿Así que eres de la opinión que debí haber rehusado sus condiciones y esperar por ese hipotético testamento?

—Ya es muy tarde para eso, y tal vez puedo estar equivocada. Quizá no exista tal testamento.

—¿Piensas que no estoy siendo honesto con este trato, y que debí haber efectuado el clásico matrimonio por conveniencia para tener un heredero de Carastrano?

—Tal vez te hubieras enamorado de la manera tradicional, —sugirió a manera de ensayo, pero él lo negó rotundamente con la cabeza.

—No lo creo —aún no le dirigía ninguna mirada, así que ella no podía juzgar lo que estaba pensando—. Entonces eres de la opinión que al heredar Carastrano de esta forma no soy honesto de acuerdo con los requisitos del testamento, si no lo es en los términos escritos, sí lo es en la intención.

—Más o menos —se percató en ese momento que los comentarios que había hecho eran muy personales, y hasta fuera de lugar.

—Entonces tu sugerencia —continuó inflexible— es que cuando se hayan llenado todos esos requisitos legales y Carastrano sea mío, se termine nuestro contrato y se disuelva este matrimonio, y efectúe el

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matrimonio tradicional de conveniencia, con el objeto de proporcionarle a Carastrano un heredero para corregir mi deshonestidad.

—Sí.Leigh contuvo la mirada en el suelo, percatándose que había sido

una conversación sorprendente y fuera de lugar.—¿Por qué tiene que ser necesario todo eso? —continuó y parecía

que su voz había cambiado de manera indefinible. Finalmente se volteó hacia ella y puso sus manos con firmeza en sus hombros—. ¿Me darías un heredero para Carastrano, querida? —Preguntó inquisitivo.

Leigh levantó la cabeza sin resuello y de momento sus ojos se encontraron con los de él, para darse cuenta de que lo amaba ya desde tiempo atrás.

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CAPÍTULO 11

Hubo un gran silencio, mientras que la mente de Leigh trataba de desenredar el caos y averiguar cuándo había sucedido. Ahora se explicaba muchas cosas, veía todo lo que estaba detrás. La recuperación tan rápida de su rompimiento con Bruce... ese anhelo extraño de que no se terminara este supuesto matrimonio y la forma en que reaccionó cuando la besó aquella tarde en su casa. Todo eso debió influir para que se diera cuenta de lo que le sucedía. Ruiz había regresado de su primera visita a Carastrano ya con cierto cambio, abandonando esa fría represión de tantos años, y al hacerlo, se había convertido en una persona distinta. Un hombre que instintivamente atraía a las mujeres con un magnetismo que pocos poseían. Ahora entendía por qué su sentimiento por Bruce había desaparecido con tanta rapidez.

Su voz se suavizó, puesto que no entendió su sorpresa al pensar que había sido por la forma en que se expresó.

—Siento haberte sorprendido tanto. Parece que nunca se te había ocurrido esa idea.

Puesto que continuaba callada, bajó sus brazos para atraerla hacia él.

—¿Sería muy difícil?Leigh intentó hablar, pero parecía que algo no le permitía emitir

sonido alguno y sólo podía mirarlo en silencio con ojos sorprendidos y con un ligero temblor en sus labios.

—No necesitamos pasar aquí todo el tiempo si deseas más diversión —añadió con un tono persuasivo en su voz suave y profunda—. Efectuaríamos visitas frecuentes a la ciudad de México; además, tengo una casa en el mar. Sé que el dinero no es importante para ti, pero soy un hombre rico y tú podrías tener...

—Por favor no me hables de dinero —le interrumpió finalmente haciendo un esfuerzo por hablar.

—Pensé que dirías eso —guardó silencio por un momento y después hizo un ligero movimiento con la cabeza—. Veo que no encuentro palabras para persuadirte —dijo suavemente—. Te estoy pidiendo que te quedes aquí conmigo en vez de regresar a Inglaterra... y lo único que puedo hablar es de dinero.

—Sólo los que no son sinceros tienen mucha labia para lograr lo que quieren.

Ese comentario pareció agradarle. La acercó más hacia él y mientras acercaba su cara, ella sintió el calor de sus manos a través de la blusa de seda.

—No creo que físicamente te sea repulsivo —hizo una pequeña pausa—. ¿O acaso lo soy?

—No.—Has perdido al hombre que amas —sintió que ella se ponía rígida y

no comprendió la razón—. Pero la vida aquí en Carastrano puede ser placentera... y el tiempo borra cualquier dolor. Eso lo sé muy bien.

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Leigh se volvió hacia él para mirarlo a la cara.—¿La quisiste mucho?Emitió una sonrisa y su cabellera oscura hizo un movimiento

negativo.—Pensé que sí, pero todo eso ya murió. Uno piensa en esa época

que el dolor durará toda la vida, pero... —se encogió de hombros—. De pronto un día todo se ha olvidado y te das cuenta de que el amor es sólo un mito.

—¿Y ahora ya no crees más en el amor? —preguntó con tranquilidad.

—¿El amor ideal en que creen los románticos? —negó con la cabeza de nuevo—. Si un hombre y una mujer encuentran que pueden vivir juntos haciéndose compañía, ¿no es una razón suficiente?

—Me imagino que si —asintió Leigh, aunque quería decirle que su razonamiento no era correcto. El amor existía y llegaba una sola vez. Los amores obsesivos eran los que morían, como el que ella había tenido por Bruce.

Algún signo de preocupación apareció en su cara, porque él se volvió hacia ella para observar su expresión más de cerca; sus brazos la apretaron más y bajando su cabeza, la besó de la misma manera que lo había hecho esa noche en Korveston. Ella volvió a sentir el fuego entre ambos, una corriente veloz que los apartó de la realidad y los llevó hacia un mar de encantamiento, mientras que una pasión impetuosa aparecía como una unión muy antigua.

Después de un momento, la retiró mirándola a la cara ruborizada. Por un instante sostuvo su mirada inquisitiva, para bajarla después.

—¿Fue para... persuadirme?Pareció que estaba reflexionando, pero negó con la cabeza. —No querida. Creo que fue para probarte que aunque tengas el

dolor de haber perdido al hombre que amabas, lo puedes olvidar.Descansó en su brazo, deseando poderle decir que Bruce ya no

significaba nada para ella, pero ¿cómo podría confesarle su amor cuando no le había mencionado para nada que la amaba, aun cuando ambos sintieran esa pasión? Le estaba agradecida, sin embargo, que la encontrara lo suficiente deseable como para pedirle que hiciera el amor, aunque éste llegara un poco después, porque era evidente que él la deseaba. Hubiera sido intolerable que le pidiera quedarse en Carastrano y darle un hijo sin que sintiera nada por ella.

—¿Es sólo... por Carastrano? —se oyó preguntarle tímidamente, y no pudo evitar sentir que era una pregunta tonta, puesto que todo el tiempo había señalado que era por Carastrano y por ninguna otra cosa.

—No del todo —le dijo con suavidad, como si todavía no saliera de su asombro al averiguar que había algo más que Carastrano—. Tal vez también se debe a que me he dado cuenta de que ya eres parte de mi vida. Aun cuando no nos amemos, creo que podremos encontrar la felicidad juntos —bajando nuevamente su cabeza hacia ella la besó una vez más, deslizando sus dedos en la cabellera de su esposa para sostener

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su boca contra la de él, aunque ella no hizo ningún intento por separarse.—¿Sería muy difícil? —le preguntó cuando al fin levantó su cabeza.

Ella intentó hablar pero no pudo decir nada más que su nombre, él le sonrió con suavidad—, no intentes decidirlo ahora. Regresaremos a Carastrano y piénsalo —se dirigió hacia los caballos que los aguardaban—. Y, tal vez, esta noche me des la respuesta que deseo escuchar.

De esta manera regresaron a Carastrano y, como le había mencionado, pensó sobre ello, aunque le hubiera dado su respuesta de inmediato. Dejar Carastrano y permitir que alguien más tomara su lugar hubiera sido como quitarle las partes vitales y vivientes de su cuerpo.

Cuando acudió a ella esa noche, las ventanas se encontraban abiertas y la suave brisa llegaba de las colinas cercanas con el aroma a rosas de Carastrano.

Se encontraba sentada frente al espejo, cepillándose su largo pelo cuando el entró. Hizo una pausa involuntaria, dejando al aire el cepillo para tomarlo él de su mano y sentarse a su lado en el taburete.

—Permíteme ayudarte.Leigh se sentó rígida mientras que una mano morena cepillaba su

sedoso pelo. De pronto hizo a un lado el cepillo y con suavidad levantó la cabellera sobre la cara, bajando su cabeza para ponerla junto a la mejilla de ella.

—Tienes un pelo hermosísimo querida. Nunca te lo cortes.—Algunas veces he estado tentada a hacerlo —dijo un poco

temblorosa, sin estar segura de lo que decía—. Es un gran estorbo.—Muy bonito y muy femenino —la corrigió— no me gusta el pelo

corto.Leigh le sonrió ante ese comentario, todavía un poco temblorosa.—Por ahí se dice que "pelo largo, ideas cortas".—Podría darles un testimonio de ese gran error. Alguna vez tuve una

secretaria muy eficiente... pero prefiero a mi querida esposa —añadió con voz ronca.

—Cuando trabajaba contigo, nunca me imaginé que las cosas se desarrollarían de esta manera —dijo ella.

—Pienso que nos estábamos escondiendo uno del otro —le dijo suavemente. Y de pronto lanzó una sonrisa de alegría—. Estos ancianos, son unos astutos. No me imagino su reacción si supieran lo que está pasando.

—Tal vez lo sabían —al observarla por un momento, sintió vergüenza de esa mirada oscura ardiente—. ¿Te... te importa?

—No, no importa en lo absoluto —le contestó con toda suavidad, y pareció ser una respuesta suficiente, puesto que sus manos se alejaron de sus hombros y la acercó hacia él para enterrar sus labios en su garganta ardiente.

Era el inicio que se requería y, tal vez si el destino les era benévolo, el amor llegaría después.

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CAPÍTULO 12

Leigh estaba cepillándose el cabello cuando una mano tocó su hombro. Sonrió sin voltearse.

—Si se trata de jugar a las adivinanzas, nada más necesito una —se volvió hacia él con una sonrisa abierta—. Sólo existe un hombre que me hace vibrar de pies a cabeza.

Ruiz sonrió ante ese comentario.—Me alegro —rozó los labios con los de él y por un momento parecía

que la iba a soltar, pero la rodeó totalmente con sus brazos y bajó su cabeza para besarla con una sensualidad que hizo que se aceleraran los latidos de su corazón haciéndola vibrar de pies a cabeza.

Le sonrió con un gesto lleno de malicia cuando por fin levantó la cabeza.

—¿Alguna vez Bruce Jermyn te besó así?—Nunca. Tú tienes una forma muy especial de hacerlo.—Y, ¿te gusta más?—Mucho más —contestó con su propio tono de voz. ¿Era en realidad

el mismo hombre frío con el que había trabajado en Inglaterra? Algunas veces tenía el sentimiento de que las hadas habían hecho el cambio sin que ella lo notara.

—Me siento adulado —de momento se puso serio—. ¿Lo extrañas mucho en la actualidad?

—Para nada —respondió al instante.—Me da gusto saberlo. Te dije que el dolor y la pérdida pueden

morir —tomó su barbilla entre sus dedos delgados y fuertes—. Dudo que te permitiría volver hacia ti.

Leigh sonrió y movió negativamente su cabeza.—Ahora está comprometido con Estela y son muy felices.—¿Tan felices como nosotros?—Tal vez sí.El sonrió con suavidad, posando sus labios con suavidad sobre los

hombros desnudos de ella y se sentó a su lado, tomó el cepillo de sus manos, justo como lo había hecho esa primera noche cuando cambió su matrimonio de un contrato de negocios a algo tan maravilloso y real.

Tres semanas después llegó la carta de Estela. Cuando Leigh leyó que su hermana haría un viaje a México para hacer una película, recibió la noticia con cierto resentimiento.

Desde luego que sería muy agradable tenerla a su lado otra vez. Después de todo, la sangre pesa más que el agua, pero eso no significaba que hubiera olvidado del todo lo que la había herido.

—Será muy agradable ver de nuevo a Estela —dijo con voz calmada. Y añadió—, dice que filmará con Ramón Talmonte. ¿Es el hombre que conocimos en el restaurante cuando llegamos aquí?

Ruiz asintió, con un destello de curiosidad hacia su esposa.—Sí. Aparentemente es muy popular —hizo una pausa por un

momento y continuó—. No veo ninguna razón para que la casa en la

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ciudad de México esté cerrada. Haré los arreglos necesarios para que vayan a limpiarla y airearla, para que tu hermana pueda hospedarse con nosotros.

Leigh hizo un esfuerzo para aparentar que le agradaba la idea.—¿No te importará? —preguntó—. Quiero decir, ¿no será una

molestia para ti?—Desde luego que no —dijo él.—No existe ninguna razón por la que no pueda quedarse en un

hotel. Después de todo, no estará sola. Viene con los demás integrantes de la compañía.

—No me digas que no tendrán muchas cosas que decirse cuando llegue tu hermana —dijo—. Tu madre estará ansiosa de saber todos los detalles de tu vida cuando regrese Estela, y si no se los proporcionas, cómo sabrán lo bien que está tu matrimonio y lo feliz que eres aquí.

Leigh se ruborizó de alegría y se hincó a su lado. Sintió los dedos de él jugar con su cabello mientras la besaba.

—Eres feliz, ¿verdad querida? —le dijo con gran suavidad—. ¿Muy feliz?

—Demasiado feliz —contestó.

Días después volaron a la ciudad de México y se instalaron en la casa de los Aldoret, una construcción muy parecida a Carastrano, con patio interior y fuente cantarina.

Seleccionó un cuarto para Estela en el primer piso de la casa, que con seguridad su hermana le agradecería.

Quería ser hospitalaria y hacerla sentir como si estuviera en su casa, pero al mismo tiempo deseaba estar absolutamente segura que correspondería a esta hospitalidad con un comportamiento que no causara ningún problema. Ruiz le era demasiado importante, su felicidad actual no tenía valor para ponerla en peligro.

Tuvo que seguir adelante. Estaba decidido que Estela quedaría con ellos y lo único que podía hacer era esperar, esperar que todo saliera bien.

Estela se lanzó en los brazos de su hermana cuando se encontraron a la salida de la aduana. Vestía como siempre, con gran cuidado, y se veía tan atractiva que el corazón de Leigh tuvo un sobresalto.

—Te ves sencillamente maravillosa, querida —le dijo Estela, una vez que terminaron los abrazos y se habían separado una de la otra. Tenía ese antiguo brillo de desdén en los ojos, a pesar de que le transmitieron afecto—. ¡Vaya con la mujer casada! Pareces tan dulce y tan digna que casi no te reconocí.

Sus bellos ojos se posaron sobre él.—¿Te puedo besar Ruiz? —le preguntó—. Después de todo, estamos

emparentados, ¿no es así? —Y sin esperar su consentimiento se acercó a él y posó sus labios de suavidad de pétalo en su morena mejilla.

—¡Oh! —murmuró cuando se apartó y entrecerró sus ojos con un pestañeo—, creo que me va a encantar que seas mi cuñado.

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Ruiz no hizo ninguna observación sobre ella, pero cuando sus maletas estaban colocadas en el portaequipajes del automóvil, le pareció muy natural que se sentara a su lado y que su esposa lo hiciera en la parte trasera. Los dedos de Leigh se enterraron en sus propias palmas, tenía que sobreponerse, sabía que estaba actuando de manera ridícula por la llegada de su hermana.

En realidad pensaba que Estela haría cualquier cosa para arruinar su matrimonio, y si continuaba con estos pensamientos, las semanas siguientes serían un tormento.

Cuando llegaron a la casa y Estela se encontraba desempacando sus cosas, Leigh le preguntó:

—Bruce y tú, ¿han hecho el anuncio formal de su boda?Estela se volteó para decirle que no habría boda.—Sucedió una de esas cosas... —dijo mientras sacaba un vestido de

finísima seda—. Bruce nunca me quiso en realidad. Era la estrella glamorosa la que lo atraía. Así me lo hizo saber.

—¡Oh, querida, cuánto lo siento!... —Leigh dijo esas palabras con un impulso de genuina pena—. Yo... bueno, no sé qué decir.

—No te preocupes querida. No hay mucho que decir en estas circunstancias, excepto, tal vez, que me lo merezco. Si no te importa —le suplicó con voz emocionada—, preteriría no discutir eso por ahora.

—Desde luego —respondió Leigh comprensiva—. Entiendo perfectamente —añadió con rapidez—, haremos cosas divertidas mientras te encuentras aquí para que no pienses en Bruce y te sientas feliz. Ruiz tiene muchos amigos que te presentaremos. No tendrás tiempo de sentirte triste.

—Gracias querida —Estela se volvió hacia ella mostrando gratitud, pero las grandes pestañas escondían sus ojos que, en esta ocasión, no era posible detectar lo que sentían o pensaban en realidad. Le indicó con determinación—: ¿No crees que debemos bajar a reunimos con tu esposo? Creo que has sido muy afortunada al haberte casado con él. Me figuro que es un hombre excepcionalmente emocionante.

Añadió un poco de pintura a sus labios y a sus ojos. —En verdad esta casa es maravillosa —prosiguió Estela. —Espera a ver Carastrano —le comentó Leigh. —Querida, tengo la absoluta determinación de conocer Carastrano

—le aseguró con suavidad—. Quizá me quede con ustedes años y años y tendrán que hacer un gran esfuerzo para que me vaya de aquí.

Leigh cruzó sus dedos, sin que la observara su hermana.

Ruiz las esperaba en el salón principal de la casa, y una vez más, hizo gala de atenciones hacia su invitada. Le proporcionó una bebida antes de pasar a cenar.

Era muy formal en su trato, pero ella de inmediato lo cortó. —No me debes llamar señorita Nordett —dijo—. Ese es mi nombre

profesional, y desde luego no es válido para mis familiares. Mi nombre es Estela, por si no lo sabes —terminó con una sonrisa.

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—¿Estela? —Le agradeció permitir usar su nombre de pila con una reverencia y repitió el nombre varias veces como si le agradara su sonido—. ¿Estela? Si no estoy equivocado, ¿significa estrella? Estrella sombría —dijo con gran suavidad, y pensativo prendió un cigarrillo.

—Eso no suena agradable —aclaró—. En realidad no creo que quisiera ser una estrella sombría. Me gustaría mucho más ser una de esas que se elevan y se vuelven más y más brillantes. Una estrella sólo se opaca cuando amanece y yo prefiero la luz del día.

—No te preocupes —le manifestó Leigh con gentileza— tu brillantez parece que perdurará por mucho tiempo, Estela. En lo que se refiere a tu carrera profesional, te encuentras en el zenit.

—¿Tú crees? —Sin embargo, la mirada de ella era de duda. Una vez más, sus ojos se encontraron con los de Ruiz, haciendo una aseveración que le salió del fondo del corazón—. Preferiría tener un matrimonio estable que continuar siendo una actriz de éxito. Ya me estoy cansando de actuar y de los compromisos que pesan sobre mí. A juzgar por el matrimonio de ustedes, es algo muy satisfactorio y gratificante.

Una vez más, Ruiz se dirigió hacia ella.—Tienes absoluta razón Estela — le aseguró al tiempo que sonreía a

su esposa.Leigh sintió que su corazón se llenaba de gratitud. Se dirigió

rápidamente a Estela. Estaba ansiosa de darle valor y consuelo porque había perdido a Bruce.

— Ya te dijimos que queremos que te diviertas mientras estés aquí. Debo decirte que hemos hecho arreglos para tener una pequeña fiesta de bienvenida, y te hemos escogido un compañero que esperamos sea de tu agrado.

— ¿Sí? —preguntó Estela interesada—. Esto suena muy interesante.

— Es alguien que conocerás tarde o temprano, pero pensamos que era mejor que lo conocieras de inmediato.

— ¿De quién se trata? —les rogó con una mirada que parecía infantil—. ¡No puedo esperar!

—Ramón Talmonte —respondió Leigh con una sonrisa—. Tu compañero de filmación, y el hombre más codiciado de México. Pensamos que te gustaría conocerlo antes de la presentación oficial.

Estela asintió que le gustaría, aunque los hombres codiciados no le atraían en particular.

—Tal vez no es tan malo como lo pintan —añadió—, y en caso dado será agradable ponerle la cola al gato.

Continuaron hablando de asuntos generales y Leigh admiró la actuación de su hermana. Sí en realidad amaba a Bruce, debía estar sintiéndose triste, y sin embargo, se encontraba haciendo un gran esfuerzo por esconderlo.

Dos noches después llegaron los invitados a la cena que habían organizado para darle la bienvenida. Leigh se vistió con todo cuidado para esa ocasión, escogiendo de su costoso guardarropa un traje de noche

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adorable, que ella y Ruiz habían comprado juntos recién llegaron a la ciudad. Estaba tan elegante que no precisaba de adornos, pero dudaba frente al espejo pensando en el collar de zafiros y diamantes que le había regalado su esposo. Cuando éste entró en el vestidor, le alargó un estuche de piel. Primero la besó larga y apasionadamente, de la forma que hacia que se le acelerara la sangre en las venas, le dijo que se veía preciosa y levantó la tapa del estuche. Le mostró un collar de perlas brillantes.

Leigh se quedó sin resuello.—¡Son sencillamente preciosas!—Se verán todavía más hermosas alrededor de tu cuello.Sus dedos delgados y vitales, las colocaron alrededor del cuello y

luego le dio los aretes también de perlas para que ella misma se los pusiera. Por un momento se observó en el espejo sin creer que era ella la que se veía reflejada, luego se volvió rápidamente para besarlo.

—No sé cómo agradecerte todo lo que me has dado.—Tú me has dado mucho más —le contestó con calma—. Ya había

olvidado lo que significaba estar vivo. Cuando uno se encierra bajo una coraza, únicamente vegeta —por un momento más la tuvo en sus brazos, y al apartarla le dijo con una sonrisa—; Ve a buscar a tu hermana y averigua si ya está lista. Recuerda que esta noche es importante para ella, y debemos atenderla lo mejor posible.

Antes de llegar a la puerta de la recámara, él la llamó.—Querida, ¿este encuentro con tu hermana te causa alguna

molestia?—¿Te refieres a lo de Bruce? —Le sonrió y movió negativamente la

cabeza—. Ya no me causa ningún dolor. Ya se terminó eso hace mucho tiempo.

—Me alegra saberlo —contestó—. ¿Te agrada que tu hermana se encuentre aquí?

Dudó por un momento, y le aseguró con cierta verdad.—Sí, me agrada verla de nuevo.Ruiz pareció quedar satisfecho.—Algún día debemos invitar a tu amiga Kerry a que pase una

temporada con nosotros —le sugirió con una sonrisa burlona de niño—. Y debemos encontrar a alguien como Ramón Talmonte para que se case con ella —añadió.

Se le hicieron unos coquetos hoyuelos en las mejillas.—¡Pobre Ramón! Esta noche lo hará pedazos Estela, así que por el

momento creo que debemos prescindir de Kerry. Estoy de acuerdo en que sería fantástico que pudiera venir a visitarnos. Cuando lo haga... bueno, ya encontraremos la manera de hacer que se case.

—Pero primero tienes que casar a Estela —le dijo con cierta frialdad.Leigh salió hacia el cuarto de su hermana, donde la encontró

esperando ayuda para subirle el cierre de su glamoroso vestido de noche. De inmediato admiró el magnífico vestido de Leigh, al tiempo que sus ojos se dirigían hacia el nuevo collar de perlas como si cada una fuera un imán

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sobre ella.—Creo que no debo preguntarte si son verdaderas —le dijo.—Ruiz me las acaba de regalar —admitió.—¡Qué suerte tienes! —Estela se volvió para estudiar su figura en el

espejo, cuando una expresión extraordinaria cruzó su cara. Bajó su mirada y estudió la punta de sus delicados dedos—. Ya te he felicitado querida —le dijo expresiva—, por tu exitoso matrimonio. Con "exitoso" me refiero a que se ha desarrollado demasiado bien. Tú y Ruiz hicieron una especie de arreglo que parece haber funcionado, ¿verdad?

—¿Un... un arreglo? —tartamudeó Leigh.Estela agitó sus grandes pestañas mientras se volteaba y acariciaba

la mejilla de su hermana.—Sí. Desde luego que me lo imaginé... si bien hiciste una buena

actuación en beneficio de nuestra madre. Pero ahora que estás casada en realidad con él, debes tener mucho cuidado si deseas retenerlo. Tiene buen gusto por la belleza, especialmente por la fría belleza inglesa. Me sentí un poco aturdida por la manera que me miró esta tarde.

Leigh con dificultad podía creer lo que escuchaban sus oídos.—Eso se debe a que eres mi hermana —replicó—. Además, es

natural que te admire, ¡todos lo hacen!—Bueno querida, tómalo como quieras. Pero ten en cuenta mi

consejo y apártalo de todas esas bellas latinas.Bajaron juntas para presentarle a los invitados, y Leigh sintió como

si se evaporara gran parte del placer de la noche. Le presentó mecánicamente a Ramón Talmonte y a todos los demás y cuando vio a Ruiz observándola con detenimiento le fue muy difícil aparentar que todo era normal.

No lo era. Sospechó que Estela estaba muy celosa por el collar de perlas tan caro, y no había duda que se enojó... Si hubiera conocido a Ruiz Aldoret antes que a Bruce, hubiera sido Ruiz al que deseara y no al otro. Ahora sentía no haber conocido primero al esposo de su hermana.

Leigh no podía creer que Estela fuera una amenaza en su futura felicidad, pero la experiencia anterior le dijo que se fuera con cuidado. Ya sabía que no podía confiar en ella, y aunque confiaba en Ruiz, la situación no la complacía en nada.

Estela pareció muy atraída por Ramón Talmonte y durante algunas semanas la vida se desarrolló sin ningún percance. Quería ver todo lo que había en la ciudad de México, saborear todas sus delicias, y por fortuna Ramón parecía dispuesto a mostrárselas. Leigh sintió como si estuviera viviendo al lado de un volcán, y sólo se sentía tranquila cuando su hermana estaba fuera.

La vida se deslizaba en esta especie de problemática, cuando María, el ama de llaves, quien hablaba un inglés excelente, un día tocó suavemente la puerta del salón principal para decirle a Leigh, que un señor inglés deseaba verla.

—¿Un señor inglés? ¿Quién es? —preguntó Leigh.—Señor Bruce.

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—¿Bruce...?Leigh no esperó y caminó apresurada a través del vestíbulo donde

esperaba Bruce bastante incómodo, como si los objetos a su alrededor lo oprimieran, puesto que no estaba seguro de la forma en que lo recibiría. Cuando Leigh, esta nueva Leigh, graciosa, bellamente vestida y quien también era la dueña de esta impresionante casa en la poco familiar ciudad de México, le dirigió una mirada, olvidó su incomodidad, así como su incertidumbre y cometió el error de suponer que era muy bien recibido. La observó con un gran brillo en los ojos y sin dudarlo, intentó abrazarla.

—¿Qué haces aquí Bruce? —le preguntó con gran frialdad.Se sorprendió, se sintió herido y luego la indignación se percibió en

su expresión.—No parece agradarte verme aquí.—Es comprensible —le respondió Leigh con una gran calma. ¿Por

que habría venido a la ciudad de México?—. ¿Estás aquí por Estela? —preguntó.

—Así que ya llegó —comentó.—Sí, ya tiene aquí dos semanas —hizo una pausa, pero como él no

decía nada, repitió—, ¿estás aquí por ella? —Mientras le hacía esta pregunta se imaginó que quizá no era por su hermana, a juzgar por su comportamiento.

—¿Tu encantadora hermana? —Sonrió brevemente—. Todo terminó entre ella y yo. He sido un tonto, pero por fortuna desperté a tiempo.

—¿Has sido un tonto? —repitió Leigh—. ¿No crees que eres algo más que eso? Me dejaste, después dejaste a Estela.

—¿Eso fue lo que te dijo? —la interrumpió.—¿No la dejaste tú?—Estoy seguro que te dijo alguna triste historia —respondió con

sarcasmo—. Me gustaría escuchar lo que tu bella hermana dijo sobre mí, pero a su tiempo te diré la verdad sobre ella.

—No te permitiré que te expreses de ella así —lo detuvo, puesto que Estela, después de todo, era su hermana.

—Está bien, no diré nada si lo deseas. Pero es mejor que digas brevemente lo que te dijo. Quisiera saber mi posición.

—No tengo que mentirte —le respondió secamente—. Lo que mencionó, de seguro era la verdad... que estabas fascinado por su personalidad de actriz glamorosa y que era lo único que te importaba.

Negó con la cabeza. Caminó hacia ella y le tomó de un brazo, apretándola más cuando intentó apartarse de él.

—¿Cuándo vas a encarar la verdad sobre tu hermana? —demandó—. ¿Cuándo te vas a dar cuenta que ella no es como el resto de tu familia? ¡Es la joven más egocéntrica que he conocido y no le importas nada... ni tú ni nadie que no sea ella! Rompería la vida de cualquiera sin importarle. Conozco la verdad sobre ella, Leigh. Se estaba divirtiendo conmigo. Estaba aburrida y fui parte de su juego. Nunca quiso casarse conmigo en realidad. Si no hubieras entrado en ese momento y nos hubieras

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encontrado en una situación que parecía comprometedora...—Bruce, ¡no me atormentes! —rogó—. Era una situación

comprometedora y tú lo sabes. Aun cuando lo niegues en la actualidad, estabas loco por ella...

—Puedo asegurarte que ya no estoy enamorado de ella.Leigh se encogió de hombros asombrada de su dureza, porque en

ese momento no sentía ninguna compasión por él, y menos por Estela. Debía hacerle creer que la estaba defendiendo.

—Todo lo que puedo decirte es que tienes gran habilidad para enamorarte y desenamorarte. No apruebo que hayas venido aquí a acusar a mi hermana de perder la fe en ti.

Sonrió brevemente.—Nunca se culpa de lo que hace, ¿verdad?... siempre es la pequeña

blancanieves inocente. Uno de estos días vas a saber quién es en realidad, y espero que la sorpresa no te duela demasiado.

Leigh por fin logró desasirse de él y se separó con rapidez.—Sí continúas expresándote así, tendré que decirte que te vayas. En

todo caso, ¿para qué has venido aquí? Sabes que es una situación muy desagradable.

—He venido para llevarte a casa —fue el anuncio sorprendente.Hubo un pequeño silencio.—¿Te has olvidado que me casé con Ruíz? —dijo ella.—Es sólo un contrato de negocios. Me lo dijiste tú misma —se dirigió

hacia ella, como si quisiera agarrarla de nuevo, pero lo evadió—. Leigh ¡tienes que volver conmigo! Nos pertenecemos. Estela sólo fue una locura pasajera.

—¿Ahora me quieres llevar al lugar en que rompimos nuestro compromiso?

Su voz sonaba tan calmada que no podía entender su significado, razón por la que asintió con enojo.

—Puedes obtener la anulación.—Suponte que no la deseo —comentó Leigh con calma. —Tú dijiste... quiero decir... —Su voz se perdió en el silencio. —Creo que debemos aclarar todo esto —dijo Leigh con serenidad—.

No quiero regresar al estado anterior de las cosas, Bruce. Sí tú dejaste a Estela, yo no desearía dejar a Ruiz. Sucede que ahora lo amo. Nuestro matrimonio tal vez comenzó como un contrato de negocios, pero en la actualidad es totalmente real, así que no existe la menor intención de anularlo.

Sus ojos se entrecerraron y una oleada de ira se asomó a la cara. —¡Así que Estela tenía razón! Dijo que no se podía confiar en ti

como para haber hecho un contrato de tal naturaleza. —¡No vuelvas a decir eso! —lo cortó con frialdad.—Lo siento —murmuro.—¿Qué tiene Estela que ver en todo esto? —preguntó con firmeza

Leigh— ¿Le dijiste que era únicamente una proposición de negocios?—No quise decírselo —trató de excusarse Bruce—. Sólo que no pude

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evitarlo.—¿Así fue? —preguntó Leigh con duda. Era evidente que estaba

mintiendo.De pronto Estela apareció a través de los ventanales franceses,

abiertos hacia el jardín.—Leigh, querida, sabías que... —Calló sorprendida, llevando una de

sus manos a la boca para detener el sonido que iba a emitir cuando vio a Bruce. Su consternación era genuina en parte y fingida también—. ¡Aquí estás!

Leigh de inmediato se acercó a ella y le puso un brazo sobre sus hombros.

—Ya se iba, querida.—No, no me voy —dijo Bruce con agresividad—. Tenemos que

aclarar una o dos cosas antes de partir —miró hacia Estela—. ¿Qué clase de mentiras le has dicho a tu hermana?

—Leigh, no entiendo. ¿A qué se refiere?—No lo sabrías, me imagino —contestó él bruscamente—. ¿No

rompiste deliberadamente nuestro compromiso sólo por diversión si es que alguna vez existió la intención de casarte conmigo? ¿No te reíste de mí y… empezaste a mofarte de Ruiz Aldoret cuando te dije que Leigh había aceptado un matrimonio por negocio, para que no te culparas de ser la causa de ese rompimiento?

Estela se volvió hacia Leigh con una mueca de compasión. —Leigh. ¿de qué está hablando?—¡Ya deja de fingir! —casi gritó Bruce—. Sabes muy bien a que me

refiero. Te trasladaste aquí con la firme intención de romper el matrimonio de Leigh, porque decidiste que Ruiz Aldoret era el que te convenía para tus intereses monetarios.

Leigh se separó de su hermana y se dirigió hacia la esquina del cuarto para llamar al servicio, pero él la detuvo.

—¡Oh no! Vas a escuchar lo que tengo que decir. —Creo que ya has dicho suficiente —y continuó hacia la esquina, en

donde hizo la llamada con firmeza—. El señor Jermyn ya se va, Chita —le dijo en español—. ¿Le quiere mostrar la puerta?

—Está bien, me iré, pero quizá tengas oportunidad de verme otra vez. Estoy en un hotel cercano, el Mendito. Por si me necesitas...

—No creo que tenga necesidad de molestarte —respondió Leigh calmada.

—¿No? —Le dirigió una sonrisa, suave y desdeñosa, mirando a Estela y nuevamente a Leigh—. Tal vez decidas regresar conmigo a Inglaterra después de todo —y al decir eso se volteó hacia Chita para que lo acompañara a la salida.

—¿No creíste lo que te dijo, ¿verdad? —preguntó Estela dudosa.—Desde luego que no —le aseguró Leigh.—Me... me alegro que no lo hayas hecho —y dirigió a su hermana

una mirada confusa, con un poco de preocupación—. Leigh, ¿qué quiso decir con eso del matrimonio por negocio?

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—¿Así que en realidad no sabes nada?—Desde luego que no —negó Estela al instante—. No pensarás que

yo...—No, pensé que no lo sabrías —dijo Leigh con seguridad.—Pero, ¿qué fue lo que quiso decir? Pensé... quiero decir, parecías

ser tan feliz.—Soy feliz —contestó Leigh con suavidad.—¿Fue un matrimonio por negocio?—Sí. Ruiz debía casarse para heredar Carastrano, y pensé que eso

facilitaría las cosas para ti y para Bruce.Estela tuvo la gracia de parecer avergonzada.—Pero querida, no debiste hacer algo así —protestó con aparente

espanto.Leigh sonrió.—De la forma en que sucedieron las cosas, todo ha sido de lo mejor

—dijo—. Al principio no estaba enamorada de Ruiz y si el contrato debía incluir un heredero para Carastrano, no lo hubiera aceptado... entonces.

—Por supuesto que era un romance temporal. ¿Vendría un divorcio lo más rápido y cortés que se pudiera?

En esta ocasión fue Leigh la que se horrorizó por el sonido directo de esas palabras tan desagradables.

—Pero ya no lo es —trató de convencer a su hermana—. Cuando nos dimos cuenta que nos llevábamos bien, Ruiz sugirió que nuestro matrimonio fuera verdadero… y así lo es en la actualidad.

—Por todos los cielos, Leigh —exclamó— ¡qué lío! ¡Qué lío tan desagradable y tan innecesario! Si no te hubieras casado... o si al menos existiera la posibilidad de la anulación... —miró a su hermana de reojo—. Me imagino que será posible un divorcio si no estás absolutamente segura de tu futuro.

—Estoy segura. No me quiero divorciar. Ya te dije que las cosas han cambiado y están de lo mejor. Estoy muy enamorada de Ruiz. No me interesa Bruce en lo absoluto.

Estela se mordió el labio.—¿Estás absolutamente segura de ello ahora? Después de todo, le

tuviste gran devoción una vez.—Estoy completamente segura y la devoción no es amor. Ahora lo

sé.Le dirigió una mirada irónica. Había, al mismo tiempo, un reflejo en

sus ojos que Leigh no pudo comprender.—¡Oh, bueno!... —Estela se encogió de hombros y pareció olvidarse

del asunto—. Esto muestra los errores que se pueden cometer en la vida.Leigh le sonrió con esa antigua devoción que le tenía.—Olvidemos a Bruce y vayámonos a cambiar, ¿te parece? —dijo—,

Ruiz vendrá a buscarnos cuando termine de arreglar sus asuntos para llevarnos a algún lugar.

Durante el paseo de esa tarde Estela parecía algo preocupada. Estuvo, como siempre, muy satisfecha cuando terminó éste,

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agradeciéndoselo a Ruiz de manera graciosa. Esa noche, antes de la cena, dejó su cuarto y bajó hacia el salón donde siempre tomaban un aperitivo. Ruiz se encontraba parado frente a la cantina, volteando hacia ella con curiosidad, mientras le hacía llegar una copa.

En silencio aceptó la copa que le ofrecía su cuñado. Leigh se dio cuenta que estaba retrasada y se apresuró para unirse con ellos. Descubrió que Estela ya había salido de su cuarto antes que ella y esperaba encontrarla en el salón. Puesto que la conversación con su hermana esa tarde apaciguó sus sospechas, recibió una fuerte impresión cuando abrió la puerta y escuchó la siguiente conversación.

—Me alegro haberte encontrado solo, Ruiz —dijo Estela con una voz suave y clara—. Hay algo que he querido decirte desde que llegué... pero no me es fácil, así que lo he dejado. Sin embargo, sucedió algo esta tarde que me hizo comprender que algunas veces no soy oportuna, si intentas ver mi punto de vista.

Leigh escuchó la respuesta tranquila de Ruiz denotando algo de sorpresa.

—Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, por favor házmelo saber.

—Es algo acerca de mi hermana... y Bruce.—¿Sí? —con el mismo tono cordial.—Es un tema muy difícil —comenzó Estela y Leigh nunca entendió

porqué no se movió de ahí. No era su costumbre escuchar las conversaciones de otros. Pero se había mencionado su nombre, así que permaneció inmóvil fuera de la puerta—. De hecho, no sé cómo exponértelo. Pero tal vez si te digo que conozco las razones por las que se casó Leigh contigo... con el fin de que heredaras Carastrano, ¿me comprenderías?

Hubo un momento de silencio, y Ruiz dijo sin expresar ninguna emoción.

—¿Y?—¿No crees que es... injusto retenerla a tu lado? Quiero decir —

Leigh casi la podía ver agitando sus expresivas manos—, no me molesta que continúes con tu parte del contrato. Ella ha hecho tanto por mí que siento que debo aclarar las cosas.

—¿Entonces ella te dijo la verdadera razón de nuestro matrimonio? —contestó fríamente.

—Bueno, no exactamente. Sucede que la escuché hablando de este tema con alguien más.

—¿Con quién comentaría ella esta situación tan personal?—Con Bruce.—¡Ah! —lo escuchó decir, y debido al hecho que era el punto

central, no se alejó de ese lugar—. ¿El hombre con el que se iba a casar?—Sí —la voz de Estela contuvo un destello de satisfacción.—Desde luego que no hay nada relacionado conmigo, pero quiero

mucho a Leigh y sé que alguna vez le tuvo gran devoción a Bruce.—Por favor continúa —le pidió él con calma.

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Aparentemente Estela tomó aliento, hizo a un lado su timidez y se sumergió en la versión de su historia.

—Me encontraba en el jardín cuando él llegó. Iba a entrar a la casa cuando vi que el taxi se estacionaba frente a la puerta principal. No quería interrumpir, así que me quedó al final del corredor mientras ellos se saludaban… —Otra vez tomó aliento—. No quisiera herirte, pero fue un encuentro muy emocionante.

Ruiz guardó absoluto silencio, y ella continuó.—Fue cuando escuché por casualidad que Leigh se había casado

contigo para que pudieras heredar Carastrano. Leigh insistió que era únicamente un amorío temporal y... y Bruce quiere que regrese con él a Inglaterra, aunque ella dijo que era imposible. Estaba muy conmocionada, desde luego, yo sé que ella es muy leal, pero te aseguro que ese encuentro con Bruce la emocionó mucho.

—No sabía que él se encontrara en México —dijo Ruiz con una voz fría e inexpresiva.

—¿Quieres decir... que ella no te dijo nada? —No.—¡Oh! dioses —exclamó Estela—. Eso parece empeorar las cosas,

¿verdad?—No sé a que te refieres con empeorar las cosas —aclaró Ruiz. —Bueno, ¡culpable! Eso hace que ambos luzcan culpables. —¿Así lo crees?¿Por qué su plática estaba tan distorsionada y sin la verdadera

información, se preguntó Leigh al otro lado de la puerta? Ruiz no mostraba ninguna emoción y su voz ni siquiera se escuchaba molesta.

Esperó un momento antes de entrar al cuarto, mientras escuchó decir a Estela.

—Sólo porque quiero verla feliz te he dicho todo esto. ¡Leigh merece ser feliz! además, ¡significa tanto para mí! Tú me entiendes, ¿verdad?

—¿Así que piensas que no la hago feliz? —Ella pretende aparentar que es feliz, pero no puede engañarme. La

conozco desde que éramos niñas. Crecimos juntas. Por mi causa ocurrió todo este lío y quisiera que se arreglara. Por eso me decidí a hablar contigo.

—Tu devoción hacia los intereses de tu hermana son motivo de orgullo —aclaró con frialdad.

Estela emitió un sonido suave, como si apreciara el comentario. Cuando Leigh recuperó la fuerza en sus piernas y el control sobre sí misma entró en el cuarto. Se las arregló para sonreír y aparentar normalidad para que no sospecharan que había escuchado parte de esa conversación, y le pareció que Ruiz hizo un esfuerzo para comportarse con normalidad. Leigh lo vio rara vez tan atento con ella como esa noche.

Sin embargo, se percató que había llegado una crisis a su vida, y era su culpa. Debió haberle dicho a Ruiz que Bruce había llegado de Inglaterra, pero como no lo hizo, se suscitó una situación difícil de resolver.

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Esa noche, por primera vez desde que su matrimonio era verdadero, Ruiz durmió en el vestidor. Salió después de la cena a ver a algunos amigos y regresó ya muy tarde. A la mañana siguiente le dijo que tenía que regresar de inmediato a Carastrano.

—Empacaré de inmediato —dijo Leigh dirigiéndose con rapidez hacia su guardarropa, pero él comentó con firmeza.

—No hay necesidad. Estaré fuera únicamente unos días.Pensó decirle algo pero calló. No era el momento para hacerlo y

tenía que dejarlo ir.Lo ayudó a hacer su maleta y de pronto él le preguntó.—¿Por qué no me dijiste que tu ex-prometido te había buscado?—Quise hacerlo —contestó—, pero no hubo una buena oportunidad

para decírtelo.—¿Tal vez pensaste que no era importante? —sugirió él. —No, no era importante —lo contempló con una mirada de agonía.

Lo importante era que él se volteara y la besara, pero no sucedió así. Únicamente murmuró que no quería perder el vuelo. Bajaron la escalera juntos, Leigh se quedó parada en la puerta principal mordiéndose los labios, mientras se alejaba el automóvil que lo conduciría hacia el aeropuerto.

Después sintió una gran soledad. También quería ir a Carastrano, sólo pudo seguirlo con el pensamiento.

Carastrano se había metido en ella. Su hogar. Sentía que era más su hogar que en el que había crecido, aunque desde luego siempre lo amaría también. Era diferente, porque Carastrano era parte del hombre que amaba.

Se sobresaltó ante el recuerdo de la cercanía de casarse con Bruce. Cuando supiera que su enamoramiento había pasado, tal vez él se daría cuenta que estaba realmente enamorada del hombre con el que había trabajado.

Leigh sonrió con suavidad. ¿Dónde estaría Ruiz en este momento? ¿Ya habría aterrizado el avión? Si estuviera con él sentiría su mano tomándola del brazo mientras subían por la escalera de la terraza y cada nervio de su cuerpo estaría vibrando y cantando, porque aun este pequeño contacto le traía felicidad.

Entrarían al frío vestíbulo que sería llegar a casa. Habría recuerdos de felicidad delirante que la envolverían como sí fuera un velo tangible y resplandeciente... recuerdos de Ruiz saliendo de la ducha, fresco, su piel sana y bronceada, su pelo negro aún mojado y revuelto... o vestido con perfección en traje formal… alegre y sonriente con su ropa de montar estilo mexicano que le quedaba tan bien. Recuerdos de las pinturas en la galería, observando las distintas generaciones de los Aldoret, hasta que ella estuviera en el lugar reservado para las generaciones futuras. Alguna vez existió el peligro que permaneciera vacío, aun cuando no había todavía un heredero para Carastrano, siempre tuvo la absoluta certeza en su corazón que algún día podría decirle al hombre que amaba que no sería el último de los Aldoret. Algunas veces la encontraría parada ahí y la

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rodearía con sus brazos. El era un hombre que cualquier mujer estaría orgullosa de amar, aunque se resistiera a decírselo con palabras. Nunca le había dicho que la amaba.

Un paraíso privado y pequeño que era su propiedad, pero ¿qué sucedería ahora? ¿Sería el inicio de su arrepentimiento por permitir que su matrimonio cambiara de un mero contrato de negocios como había sido al principio? o de alguna manera, ¿se debería a Bruce?

Al día siguiente decidió buscar a Bruce para averiguar si Ruiz, al saber que había venido a su casa, le hubiera llamado para decirle algo desagradable. Cuando preguntó por él en el hotel le informaron que estaba fuera, así que decidió volver a casa con un sentimiento de cansancio que le invadía todo el cuerpo y caminó sin rumbo fijo. Ni siquiera podía hablar con Estela porque se encontraba encerrada en su cuarto con unos protectores de sol color verde y con un dolor de cabeza agudo, resultado de estar demasiado expuesta al sol. De cualquier forma, ya no confiaba más en ella.

Leigh se sintió miserable por no poder confiar en nadie más. Caminó debajo del lacerante sol hasta sentirse exhausta, que fue

cuando regresó a casa.

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CAPÍTULO 13

Por extraño que parezca, Leigh recordó la ocasión en que había llegado a casa inesperadamente... pero ahora era muy distinto. En vez de retirarse como autómata, aturdida por la sorpresa y el dolor, únicamente se hizo a un lado y escuchó.

Esta vez era diferente. Muy diferente. Esta vez no había ese dolor y fría desilusión, pero sí el inicio de una firme resolución mientras escuchaba a Estela.

—No creo que te sientas mejor con eso —le decía la actriz con desdén—. Después de todo, es por tu propio bien.

—Tal vez no quiera llegar a tu nivel —le contestó con grosería.Estela se encogió de hombros.—¿Quién se preocupa de los medios que se utilicen si al final se

logra lo que se desea? En realidad querido, tú deberías estarme agradecido. Ya casi te he preparado el camino. No me sorprendería si en un futuro muy cercano pudieras persuadir a Leigh que regresara contigo a Inglaterra.

—¡Oh no! —dijo Leigh apareciendo de lleno en los ventanales abiertos—. Rompiste mi compromiso Estela, pero no voy a permitirte que rompas mi matrimonio con Ruiz.

Era extraordinario estar en el otro extremo con solo una advertencia. Unos minutos antes no hubiera pensado mal de Estela, ahora sabía que ya no estaba confundida, cada detalle, por mínimo que fuera, estaba en su lugar y su desilusión fue absoluta y completa. Supo que Bruce había dicho la verdad sobre ella y que había jugado con los dos cuando hizo que rompieran su compromiso.

Estela se volvió con calma. Por un momento su expresión fue de sorpresa, pero lentamente apareció una sonrisa de desdén.

—Realmente te las ingenias para aparecer cuando no se te espera, ¿verdad querida? —le dijo sin el menor asomo de vergüenza.

—En esta ocasión me siento afortunada de haberlo hecho —contestó Leigh con calma en su voz.

—¿Te advirtieron por anticipado?—preguntó con sarcasmo.—Sí. Tal vez hubieras tenido éxito si yo no hubiera sabido que eras

la que estaba causando problemas —hizo una pausa para preguntarle con toda calma—. ¿Que le dijiste a Ruiz para que se fuera a Carastrano de esa manera?

—¿Quisieras averiguarlo? —le preguntó con burla. —Supongo que sería demasiado esperar de ti que me lo dijeras. Sin

embargo, puedo averiguarlo con el mismo Ruiz. En realidad estar casada confiere ciertas ventajas si existe franqueza entre los dos —hizo una pausa momentánea y sus labios suaves se pusieron tensos—. Oyelo bien Estela, no permitiré que rompas mi matrimonio.

Así lo sentía en realidad. La determinación era completa y firme en cuanto se dio cuenta quién era su hermana y lo equivocada que estaba la familia Dermot sobre la hermosa chica que nombraban estrella sombría.

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¡Estrella sombría!Ahora tenía un significado nuevo y sombrío. Recordó las palabras de

la anciana. Pero como dijo la misma Estela, bajo advertencia no hay engaño, dicho muy cierto. Tenía la intención de luchar por su matrimonio utilizando cualquier arma que tuviera a la mano y sin el menor escrúpulo. Estela no dudaría en hacer a un lado cualquier obstáculo.

Esta nunca podría amar de verdad a un hombre. Si quería apartarla de Ruiz, y parecía que ya había empezado a hacerlo, sería únicamente por su dinero y posición, y era probable que también por el deseo de que le hiciera el amor, después de todo, era un hombre muy atractivo. Leigh consideró que tenía todo el derecho de proteger su matrimonio y al hombre que amaba.

—¿Bueno? —la voz de Estela la sacó de sus pensamientos—. ¿Y ahora qué? ¿quieres que haga las maletas y me vaya?

—Eso es evidente —le contestó Leigh con la misma calma.—¿Qué le dirás a Ruiz? —sonrió desdeñosa—. ¿Que piensas que tu

hermana está intentando robarte a tu acaudalado marido?—Su dinero no significa nada para mí.—Sabes, casi te creo. Eres una de esas idiotas que pueden

enamorarse de un hombre sin importarle si tiene dinero o no —se volvió hacia la puerta, pero se detuvo y habló con frivolidad—. Es mejor que te hagas a la idea de volver con Bruce, porque intento quitarte a Ruiz. Tú lo sabes.

—Y yo pretendo que no lo hagas —continuó Leigh, sin levantar la vista.

—¿Crees que puedes pelear conmigo?El tono de Estela sonaba arrogante, segura de su atracción, pero la

calma de Leigh no se alteró.—Lo intentaré. Sólo puedes usar tu atracción física, Estela. No tienes

nada más que darle a un hombre. Si es necesario, pelearé en tu propio terreno. No soy precisamente fea. Mi matrimonio con Ruiz me lo ha demostrado.

—Entonces te deseo suerte —dijo en forma despectiva y con un movimiento de mano salió del cuarto.

Leigh se quedó parada sintiendo en su cuerpo una gran frialdad. A pesar de lo que había dicho, tenía miedo. Estela era muy hermosa y no tenía ningún escrúpulo. Tal vez al final triunfaría. Después de todo, Ruiz era un hombre de emociones normales.

—Nosotros, los mexicanos, tenemos sangre española y tal vez, como pregona el mundo, somos más emocionales que los demás —recordó decirle una vez.

Desde luego que así jugaría Estela.—¡Vaya! —dio un silbido Bruce—. No sabía lo que tenías dentro,

Leigh —movió la cabeza y le asió las muñecas—. Sin embargo, no puedes ganar, no con Estela.

—Puedo intentarlo.—Pero no funcionará —la apretó con más fuerza intentando

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acercarla hacia él—. Deja que se quede con él. Fuimos felices alguna vez. Podemos serlo de nuevo.

—Eso ya se terminó.—No tiene por qué. Y puede ser mucho mejor —demandó—. Estela

no tiene escrúpulos —añadió pensando en voz alta—. Ya encontrará la manera de ganar... Si tú regresas conmigo ahora, puedes evitarte un gran dolor.

—No le permitiré ganar. Encontraré la manera de detenerla. Tengo que hacerlo... porque amo a Ruiz. Si gana, ella sólo lo haría infeliz.

Con un movimiento rápido, Bruce logró abrazarla, y su indiferencia hizo que se encendiera.

—No puedes amarlo —murmuró mientras peleaban—. Tú me amas. Dijiste que te casabas con él sólo por Estela —inclinó su cabeza, creciendo su malhumor en la medida que ella lo evadía—. Te lo probaré.

Leigh intentó voltear la cabeza, pero él era muy fuerte y si necesitaba algo para probar que se había recuperado de su amor obsesivo por él, fue ese beso. Sencillamente le repugnó.

Mientras tanto, en el vestíbulo, Estela se detuvo porque la puerta principal se abría y entraba la figura alta y morena del esposo de su hermana. Hizo una pequeña reverencia.

—Buenas tardes, Estela.La engañosa sonrisa de Estela, en apariencia dulce, apareció en sus

labios que le devolvió el saludo, pero mientras entraba ella se interpuso en su camino como si pensara que se dirigía al cuarto que acababa de dejar.

—Por favor no entres ahí.El se detuvo, entrecerrando los ojos mientras la miraba.—¿Por qué? —preguntó en perfecto inglés esta vez.—Porque Bruce está ahí dentro... con Leigh.En esta ocasión sí se dirigió hacia esa puerta, ella le agarró el brazo.—Por favor, no debes molestarte. Te lo dije antes que te fueras... —

Ruiz dirigió su mirada hacia la mano que le asía el brazo—. ¿No pensaste en lo que te dije?

—Sí —se volvió y la observó de lleno en la cara, quitando su mano del brazo como si sintiera que lo envenenaba con sólo tocarlo—. Debes permitir que mi esposa y yo nos preocupemos por nuestras propias vidas. Y otra cosa... por favor busca una excusa para dejar mi casa. Tenemos la tradición de la hospitalidad mexicana, pero en esta ocasión debo romperla. No quisiera decirle a mi esposa que su hermana es una tramposa, mentirosa y una mujer totalmente sin corazón, quien está haciendo todo lo que puede para arruinar su vida, como lo intentó una vez en Inglaterra, sólo para divertirse.

—Yo no... —empezó a decir Estela y él la interrumpió. —Creo que entiendes. Y otra cosa, acerca de este Bruce Jermyn. No

sé si tú arreglaste todo esto, pero comprenderás también que bajo ninguna circunstancia permitiré que mi esposa vuelva con él. Me pediste que pensara sobre la conversación que sostuvimos y así lo he hecho. No

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creo que ella lo quiera, y además, no permitiré que regrese con el hombre que la abandonó por una mujer como tú. Así que te suplico que hagas los arreglos para irte.

Con esto, le hizo una pequeña reverencia y entró en el cuarto que ella le había impedido hacerlo.

Ruiz cerró la puerta detrás de sí quedándose parado con una expresión en su cara morena de gran sorpresa. No pudo haber escogido el momento menos oportuno para entrar, porque justamente, Bruce estaba besando a Leigh. Era evidente que ella no lo deseaba, y vio que se las arregló al instante para librarse de una mano y darle un golpe en el estómago. Bruce se dobló sin aliento, al tiempo que Ruiz expresaba su alegría.

—Eres impredecible, querida. Lo más común es dar bofetadas.Ambos se volvieron, Leigh palideciendo y Bruce aturdido,

avergonzado y aprensivo al mismo tiempo. Ruiz hizo una suave reverencia, que llevaba un toque de desprecio.

—Buenas tardes —dijo con calma—. No creo que nos hayamos conocido, pero salen sobrando las presentaciones.

—Yo... yo... puedo dar una explicación.—¿Quiere decir que ya se va? Es una pena que nuestro encuentro

sea tan corto, pero entendemos que tenga que salir de inmediato. —con una reverencia le dijo suavemente—: Adiós.

Bruce murmuró algo que no entendió y casi salió volando del cuarto. Ruiz lo observó con una expresión de alegría.

—Para ser un Aldoret me controlo demasiado —comentó casi con diversión—. Debe ser la sangre española que llevo en las venas.

—Ruiz... —Leigh caminó hacia él, pero se paró de inmediato. Después de todo el embrollo ocasionado por Estela, ¿cómo podría explicarle que al entrar al cuarto la estuviera besando otro hombre, el hombre con el que había estado comprometida?

Ruiz sonrió, con esa sonrisa brillante que iluminaba su morena cara.—No es necesaria ninguna explicación, querida —la asió de la mano

atrayéndola hacia él—. ¿Pensaste que te dejaría ir con él?Leigh, apremiante, le agarró los brazos.—Ruiz, no quiero irme con él. Tienes que creerme. No sé qué te

haya dicho Estela pero quizá eran mentiras.—Te creo, pero no te hubiera permitido ir con él aunque lo desearas.Leigh sintió que la felicidad la invadía. Estela y sus líos se

desvanecieron, como si nunca hubieran existido.—¿Por qué? —preguntó suavemente, aunque los meses de felicidad

que habían pasado juntos le dieron la respuesta.—Porque un hombre no deja ir a la mujer que ama sin pelear por

ella.Al momento siguiente ella se encontraba en sus brazos, besándose

ambos en una expresión de completo amor y entendimiento mutuo. Leigh supo que nunca tuvo que tener miedo de Estela, porque esos meses juntos habían construido algo que no podía destrozarse.

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Luego Ruiz la separó para mirarle la cara con ojos tiernos, y de la manera que todos los hombres quieren saber que su amada los prefiere antes que a nada o a nadie.

Leigh sonrió y le dijo:—Por mucho tiempo no me di cuenta de lo que me pasaba hasta que

me pediste que te diera un heredero para Carastrano. Fue cuando descubrí que todos mis argumentos, al comentar tu evasión de los términos del testamento, eran ocasionados por un deseo inconsciente de que nuestro matrimonio fuera verdadero. Sólo he dado vueltas al hablar de Carastrano.

El sonrió con suavidad, con una sonrisa que era de total satisfacción.—Creo que yo también me he estado engañando. En ese entonces

ya te quería como mi esposa para toda la vida. —Dijiste que no creías en el amor.—Era un tonto. Un hombre que no ama, sólo está medio vivo. —Una mujer también —agregó suavemente. Sus oscuros ojos le sonrieron.—Entonces estamos de acuerdo en que ambos estamos vivos. Esa sonrisa se perdió para dar paso a la seriedad. —Hace un momento hablaste de tu hermana. ¿Hay algo que quieras

decir sobre ella?—No, no en este momento —ahora que Estela no podía causarle

ninguna dificultad, podía ser generosa con ella. No había necesidad que Ruiz supiera la verdad sobre su hermana.

Los dedos largos y fuertes de él levantaron su barbilla. La miró interrogante por un minuto y asintió.

—Creo que por lo menos aprendiste a conocerla en verdad. —Ruiz, ¿tú sabías...?—Siempre lo supe —contestó con calma—. Y ahora creo que no te

dolerá que le haya pedido que se fuera. Leigh soltó una carcajada.—¿Le pediste que se fuera? Yo le había dicho lo mismo. El sonrió ante este comentario.—Es bueno saber que nos parecemos mucho. Efectivamente, se parecían mucho, pensó Leigh con una gran

satisfacción.—Si siempre supiste que Estela era así y que intentaba enredar las

cosas, ¿por qué te fuiste a Carastrano de esa forma? Fue por algo que ella dijo, ¿no es así?

El asintió.—Sí, porque supe que había algo de verdad en sus palabras por

mucho que hubiera arreglado las cosas en su propio beneficio —hizo una pausa frunciendo el ceño—. Cuando te casaste conmigo estabas enamorada de ese... Bruce Jermyn —esto lo dijo con un acento amenazante, que se desvaneció cuando ella colocó su mano sobre él. La tomó para besarle la palma—. Te persuadí para que nuestro matrimonio fuera verdadero y parecía que eras feliz —continuó—, pero llegó tu

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hermana. Me dijo que Bruce todavía te amaba, que sabía que se trataba de un matrimonio por negocio, y que había venido a México para que regresaras con él, pero que tú lo habías rechazado por una lealtad malentendida hacia mí. Podía haber algo de verdad en eso —se acentuaron esas palabras—. En ese momento me percaté que me había engañado. No era sólo el caso de una compatibilidad mental y una buena cantidad de atracción física. Estaba enamorado de ti y me enfrentaba al hecho que tal vez te perdiera. Parecías feliz conmigo, pero no sabía si aún pensabas en este hombre que vivía en Inglaterra. Así que fui a Carastrano para intentar tomar una decisión. Sin embargo, no había necesidad de buscar la verdad en Carastrano. Estaba junto a mí y en los recuerdos de nuestra felicidad en ese lugar. Supe que no podíamos parecer tan felices si en realidad no lo éramos. Sólo precisé una noche. Tal vez no lo hubieras notado, pero yo sí estaba seguro de ello y regresé con la firme decisión de no devolverte tu libertad aunque me la pidieras. Estaba tan seguro, que me había preparado para enfrentar el dolor por un tiempo, hasta que te dieras cuenta que me pertenecías y que te unían a él recuerdos prolongados de antiguas costumbres, que te hacían pensar que lo amabas.

Leigh rió súbitamente.—¡Costumbres! Como un zapato viejo que se ha olvidado tirar. ¡Qué

mortificación hubiera tenido Bruce ante ese comentario! Ni siquiera existían costumbres entre él y yo —dijo—. No sentía nada, excepto la irritación que se estaba haciendo tonto él mismo... y el miedo cuando supe lo que era Estela en realidad... y lo que intentaba hacer. ¿No es muy extraño que ambos hayamos tenido la misma idea? ¿Te preparaste mentalmente para que te odiara por un tiempo cuando rehusaras dejarme ir con Bruce, y que yo sintiera lo mismo sobre Estela?

—En realidad no es tan extraño —dijo él con calma—. Ambos sabíamos que nos pertenecíamos. Tal vez, de alguna manera, ella tuvo que venir para que nos diéramos cuenta de lo mucho que nos amábamos —la acercó y la rodeó con sus brazos—. Ahora nos debemos olvidar de Estela. Se irá muy pronto y nosotros regresaremos juntos a Carastrano, a la felicidad completa y duradera.

Le sonrió al saber que su matrimonio, que había empezado bajo bases tan extrañas, cruzando mares tan extraños, finalmente había alcanzado la orilla que todos buscaban.

La estrella sombría se puso en el horizonte.