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    ELTODO Y LO TOTALMENTE OTRO (1968) 2

    dirigidos con los medios del cientfico human engineeringe integrados en un clima de

    empresa armonioso. El mercado est, como dice Marcuse en su conferencia sobre

    Max Weber, sometido a una regulacin espantosamente eficaz. Las necesidades

    materiales e intelectuales de los consumidores estn totalmente dirigidas,

    preformadas, manipuladas. Al mismo tiempo, se satisfacen en una medida

    desconocida antes. Por eso la clase obrera se ha convertido en una columna de

    esa sociedad. La tecnologa integral ha superado en principio, o reducido, al

    menos, a dimensiones sin importancia, la diferencia sujeto-objeto en el curso de la

    total regulacin de los modos de comportamiento en el consumo y en la

    produccin. Tambin se ha disuelto en ese medio de la factibilidad, de l poder

    fabricarlo todo, la dif erencia entre l a base social y la sobrestructura. El ser

    material social no determina ya la consciencia o, por lo menos, esa proposicin no

    tiene ya sentido pleno. Tambin se ha convertido en un sinsentido el tradicional

    discurso ilustrado acerca de la falsa consciencia. Pues, de acuerdo con una opinin

    de Marcuse basada en una formulacin de Adorno, el desarrollo tcnico ha

    producido un desplazamiento del lugar de la mistificacin: la ideologa se encarna

    ahora en el proceso mismo de la produccin. Dominio, administracin, ideologa,

    tecnologa y proceso de produccin, constituyen una intrincacin indesmembrable en la

    cual queda incluido, con la que se mezcla obscenamente todo lo dems, empezandopor la razn, la realidad y la esttica. El todo se ha convertido en proceso de

    produccin. Todo lo que en otro tiempo era inmanentemente diverso o estaba en

    contradiccin, todas las diferencias y todas las contraposiciones internas han dejado

    de ser alteridad: la sociedad industrial moderna es la completa identidad de esas

    contraposiciones; lo que se discute es el todo. Ese todo est nombrado por la

    expresin que designa la poca: el hombre unidimensional.

    De esa teora de una situacin epocal infie re Herbert Marcuse las normas de lateora crtica. La teora no tiene ya lugar ni arranque alguno dentro de la sociedad. Para

    no sucumbir a la predestinada (fateful) integracin, tiene que convertirse en lo

    completamente Otro de lo que existe. Su ruta se presenta a Marcuse como un

    necesario regreso de la crtica de la economa poltica a la filosofa. La filosofa a

    la que hay que volver tiene carcter ideolgico, y Marcuse exige a la teora crtica

    apelando a su imagen epocal de la unidimensionalidad que coarta la mirada que

    a Marcuse, Barcelona (Editorial Anagrama) 1969. Versin corregida por el autor.

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    se presente como ideologa. Este carcter ideolgico de la filosofa se desprende del

    hecho de que el anlisis est obligado a proceder desde una posicin "externa" a lo

    positivo y a lo negativo, a jena a l as tendenci as constructi vas y a las tendencias

    destructivas existentes en la sociedad. Esto significa una ruptura radical con el

    marxismo. Pues los conceptos del marxismo son, ciertamente, negativos y de

    oposicin, pero sobre una base social; se levantan sobre contradicciones internas de

    la sociedad. La norma deducida por Marcuse prohbe conceptos de ese tipo. Con la

    creciente integracin de la sociedad industrial dice una de las argumentaciones al

    respecto esos conceptos tienden a convertirse en [...] conceptos descriptivos,

    engaosos u operacionales. La contradiccin ha de obtenerse a partir del Todo; de

    no ser as, se reabsorbe. Pero cmo pueden llegar conceptos de fuera? De

    fuera se traduce por utopa. Colonizados youtcastsse convierten en portadores de la

    ltima contradiccin externa. Y en una de las conferencias de Marcuse en Berln,

    en 1967, se lee que hay que volver a hacer desde la ciencia hasta la utopa el camino del

    socialismo descrito por Engels como camino desde la utopa hasta la ciencia. Los

    conceptos tienen que dejar de orientarse por la re alidad y hacerlo por la

    posibil idad. Marcuse atribuye a sta una preeminencia casi ontolgica respecto de

    aqulla. Los conceptos exigidos se orientan apartndose del todo existente hacia

    posibilidades completamente otras. Marcuse llama trascendencia a esa direccin deorientacin. Y la extensin de los conceptos trascendentes postulados ha de reflejar

    el alcance de la recusacin del todo. Se postulan conceptos totales: todo, siempre,

    nada, todava no, ya no, total. Esta trascendencia revolucionaria ha de abstenerse

    de la inmanencia y de la diferenciacin que no se refieran directamente, sino slo

    mediatamente, al todo. La trascendencia revolucionaria se ha de expresar pura, directa y

    absolutamente en los conceptos. A eso apuntan tambin las recomendaciones

    normativas dirigidas a la teora crtica: que ha de elegir la ruptura en vez de la

    continuidad, la negatividad en vez de la positividad. Ella se pone como lo

    absolutamente Segundo frente al no de la unidimensionalidad. La resultante doctrina

    del comportamiento se puede resumir en una sola frase: la teora crtica llega de

    fuera frente al Todo y se opone a l como lo totalmente Otro.

    Se han formulado importantes objeciones contra la teora social de Marcuse

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    sobre una base emprica. Es posible resumir las objeciones de este tipo diciendo

    que Marcuse sobrestima la efectividad y la adecuacin interna de las tcnicas de la

    integracin y de la estabilidad econmica, y disminuye al mismo tiempo y en la misma

    medida todas las tendencias y todos los intereses divergentes. sa es la base de su fe

    ideolgica en la potencia mgica de un keynesianismo de izquierda, de la ligereza

    con la cual Marcuse se quita de encima el material sociolgico declarndolo

    facticidad casual y de la resuelta preeminencia concedida a la idea respecto de la

    experiencia, a la exposicin respecto de la realidad, que se revela en la cerrazn

    teortica. La deduccin de la norma crtica a partir del anlisis de la sociedad es slo

    aparente. La actitud aparentemente deducida es, en realidad, igualmente

    constitutiva de la teora social que en apariencia la precede . Por eso lo que hay que

    investigar es esa acti tud misma. No hay que creer simplemente el lenguaje de la

    imagen, sino que hay que interrogar la actividad icstica y obligarla a hablar. El

    modo de mirar contiene una esperanza y una desesperacin: la actitud expresa una

    experiencia; la teora completamente formulada responde a una necesidad.

    Ciertamente, Brecht critica los libros que apartan del mundo el inters del lector,

    pero con Marcuse hemos de dejarnos distraer de la realidad y atender al modo de

    exposicin, con la esperanza de que luego nos encontremos con que hemos

    descubierto un tramo del camino hacia la realidad.

    Al intentar describir la teora de Marcuse, por de pronto, tal como se presenta en

    cuanto texto, llama en seguida la atencin su carcter predominantemente

    descriptivo. Pese a su considerable abstraccin no es una teora analtica, sino que

    comunica opiniones en bloque. Hay que preguntarse por el sentido de ese tipo de

    descripcin. En su crtica de la economa poltica Marx ha descompuesto

    fenmenos complejos en sus momentos contradictorios. Una vez halladas leyes

    funcionales muy simples, los fenmenos complicados se reconstruan y resultabanexplicables en el lenguaje anal tico de dichas leyes muy simples. Ese proceso

    poda perfectamente aceptar la metfora anatoma de la sociedad burguesa. El

    anlisis penetra en las cosas. La descripcin habla desde fuera, no descompone los

    complejos que se le presentan hechos, sino que los describe, de un modo u otro, como

    totalidades. La descripcin habla el lenguaje de las apariencias, pero pretende

    enunciar la esencia. Eso introduce un rasgo mtico en la teora, y pone en primer

    trmino un tipo determinado de metforas. Una de esas metforas es el feliz

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    matrimonio de lo positivo y lo negativo que, segn la descripcin de Marcuse, constituye

    la presente desgracia; otra de esas metforas es la unidimensionalidad. Se pretende

    que en esas imgenes se refleje la esencia de los fenmenos, y precisamente

    ahorrndose el rodeo del anlisis. El conocimiento desde fuera exige una nueva

    inmediatez que revele la esencia de un modo directo y sin atender a los detalles.

    Unidimensionalidad y matrimonio feliz de los contrapues tos quieren decir que hay una

    conexin integradora de lo separado, lo contrapuesto, lo contradictorio. Pero esa

    conexin no es objeto de un enunciado analtico-funcional, sino de una directa imitacin

    lingstica. Se ponen lingsticamente en unidad representantes verbales de lo

    contrapuesto, aadiendo como adjetivo lo Uno a lo Otro. Ese procedimiento

    produce nombres de situacin. Dichos nombres se sitan entre el mito y la

    paradoja. El discurso mtico no se limita a dejar, tales cuales en su inversin,

    estructuras como las expuestas por Marx en la seccin acerca del fetichismo de la

    mercanca y su secreto, sino que incluso hipostatiza las falsas conexiones y los

    trastueques de sujeto por objeto y viceversa. Muy anlogamente, otro modo

    emparentado del discurso pone los contrarios en la identidad de una gnesis

    absurda: La razn se ha hecho sinrazn. Al lado de figuras as, las paradojas

    terminolgicas ocupan tambin un lugar destacado en el lenguaje de Marcuse. En l

    se habla de necesidad innecesaria y de una situacin en la cual lo utpico es loexistente, no su contrario; o de una liberacin que es esclavizacin; de euforia en

    la desgracia, de faithless faith, de liberacin represiva, de des-sublimacin represiva

    que ampla la libertad intensificando el dominio; y hasta de productividad

    represiva y de la irracionalidad de lo racional. El efecto de esas formulaciones en el

    uso del lenguaje es contundente: ahora es posible enunciar con muchsima facilidad,

    como en un juego, determinadas relaciones. Esas vas lingsticas abreviadas, esos

    atajos lingsticos ofrecen en cualquier momento fcil descarga a la tensin terica.

    Tambin por e l camino de los rodeos necesarios se desviaron muchos. Muchos

    quedaron impresionados por contraposiciones slo aparentes y se perdieron para

    una oposicin radical que tena que enunciar toda la complicacin del contexto.

    Estas vas lingsticas que renen los contrarios pueden tener, en esas situaciones, una

    rpida rentabilidad tctica. Y tampoco es cosa de rechazarlas pura y simplemente. Pero

    una teora que se somete a tales atajos lingsticos, a lo sumo tcticamente tiles, no es

    ya capaz de penetrar y resolver la paradoja de determinadas formas fenomnicas del

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    capitalismo monopolista, sino que se limita a nombrarla y a valorarla por

    reciprocidad. Lo cual contiene una concesin teortica a lo existente: pues sin

    ms proceso se le reconoce como esencia su mera apariencia. Los textos de Marcuse

    reproducen en esto una tendencia que l mismo ha descrito crticamente como tendencia al

    lenguaje unidimensional. Segn Marcuse, este lenguaje unidimensional se mueve siempre

    por tautologas y sinonimias, y nunca por diferencias cualitativas: las contradicciones ms

    irreconciliables se unen como miembros de una misma familia en expresiones del tipo

    bomba limpia. La contradiccin, que en otro t iempo se consideraba violacin de

    los principios lgicos, aparece ahora como principio de la lgica de la manipulacin,

    caricatura relativista de la dialctica. El discurso manipulador y el antimanipulador resultan

    estructuralmente emparentados. Los dos se deslizan con su chchara por encima de las

    contraposiciones. Los dos se proponen vencer una resistencia. Aunque la

    intencin y el contenido de uno y otro, son, naturalmente, contrapuestos. El

    lenguaje de la manipulacin se propone superar la resistencia de los individuos a

    traicionarse a s mismos. Inserta lo dispuesto contra los individuos en lo que les es

    familiar, y combina en sustancia el mandamiento con la tentacin, el super-yo con el

    ello. Su forma engendra una apariencia falsa de adecuacin al yo. La normalidad de

    ese lenguaje se debe a que parece limpiar de obstculos el camino del yo: el dominio

    de lo objetivo se impone en ese lenguaje por medio de la engaosa apariencia de unprimado del sujeto y hasta de una omnipotencia subjetiva. El lenguaje

    antimanipulador desenmascara el engao. La resistencia que se propone vencer es el

    momento de concesin o tentacin que tiene el lenguaje manipulador. Mientras que la

    manipulacin produce la apariencia engaosa de subjetividad y familiar idad, este otro

    lenguaje intenta oponerle el saber acerca de la objetividad y la alteridad. La

    facilidad de este lenguaje se debe a que atribuye indiscriminadamente al campo del

    enemigo los fragmentos del yo afectados por la manipulacin, las concesiones con

    cuya ayuda la manipulacin se ha hecho atractiva, porque esas concesiones respondan a

    determinadas partes del yo. Las concentradas expresiones de este lenguaje, como

    satisfaccin represiva apelan, al igual que su contrincante, al yo y al super-yo

    simultneamente: la forma de asociacin de contradictorios (represin y

    satisfaccin de necesidades) y la promesa de una satisfaccin no represiva apelan al

    ello; y el impulso moral abstracto de expresiones semejantes, que estn denunciando

    una sat isfaccin y exigiendo una renuncia, apelan al super-yo. No conceden, en

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    cambio, la palabra al yo. La negatividad es el sentido del yo residual al que parece

    aspirar el lenguaje anti-manipulador. Dicho brevemente: el pr imado de lo subjetivo se

    impone en ese lenguaje por obra de una hipstasis de la objetividad y de la apariencia

    de su omnipotencia. Y as esta tcnica de resistencia utiliza una astucia que tiene sus

    peligros para el mismo que la utiliza. Pues no desenmascara la falsedad de la

    apariencia manipuladora, sino que exagera todava ms esa apariencia, y tal como la

    apariencia lo quiere. Se trata de que la oposicin no pueda ya ver ms que el todo. En

    este procedimiento la esperanza y la desesperacin se disputan el primer lugar. Lo

    nico que parce an dado es la posibilidad del Juicio Final. Ya no se lucha contra la

    apariencia penetrando en ella y desenmascarndola, sino hacindola opaca y del

    todo impenetrable. Y as nadie se pasar a ella. Hay que decir lo que existe como lo

    totalmente ajeno. La idiosincrasia contra su positividad, que ha de ahorrar el rodeo por

    su negatividad, identifica lo positivo con lo negativo, y as lo existente se condensa

    en un nico nombre monstruoso que no admite ya ms que sinnimos. La negatividad

    pura de la gran negacin tiene ventajas indiscutibles respecto del marxismo: es muy fcil

    de reproducir, es transportable, insusceptible de comprensin exacta y, sin embargo,

    muy fcil de comprender. Es absolutamente mutable, hasta el cinismo. Promete algo

    completamente Otro y se basa en las mismas estructuras que lo existente.

    Renuncia a dos trabajos de resistencia que, en efecto, consumen mucha energa de losmarxistas: la resis tencia contra el poder psicolgico-social y contra el poder

    ideolgico; el individuo marxista tiene que dar de s ininterrumpidamente esa doble

    resistencia. El individuo marxista tiene que estar constantemente nadando contra la

    corriente. En cambio, la negatividad pura descarga al individuo de ese esfuerzo y

    rendimiento. Como ya no hay que decir no in concreto, sino slo en bloc, se liberan

    muchas energas. Esto es una especie de racionalizacin: se abandonan ciertas

    producciones para aumentar la productividad de conjunto. La radical idad del No se

    hace cargo, central y unitariamente, de la resistencia; pero de hecho se ha depuesto

    resistencia.

    La ruptura con el marxismo se manifiesta ante todo en el abandono del inters

    por las relaciones y condiciones de la produccin y la orientacin del inters hacia

    los medios de produccin, particularmente hacia los desarrollos tecnolgicamente ms

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    avanzados. En este punto ha acuado Marcuse el problemtico concepto de tecnologa

    capitalista, segn l recogida por el socialismo. Y as concede sin discusin al

    capitalismo la pretensin de ste de ser la sociedad industrial progresada como tal. A

    cambio de eso, Marcuse dirige su ataque, de un modo general, contra la sociedad

    industrial. En el centro de la crtica se sitan ahora fenmenos de

    instrumentalizacin. La otra cara de esa concesin se revela en la hipstasis por

    Marcuse de aspectos positivos del capitalismo, aspectos que los idelogos del

    capitalismo, contra toda evidencia emprica, gustan de destacar con razones que lo

    son, a lo sumo, parcialmente: racionalidad, eficacia, estabilidad, orden, libertad,

    satisfaccin de necesidades. El capitalismo sigue siendo como antes parcialmente

    esas cosas, y globalmente todo lo contrario. La relacin entre los momentos y el todo se

    tendra que diferenciar, del mismo modo que Marx ha diferenciado las fuerzas de

    produccin y las relaciones y condiciones de produccin. Marcuse se limita a

    ofrecer trasnominaciones paradjicas: la racionalidad total que es, en realidad,

    segn l, irracionalidad; la eficacia que es en realidad destruccin; la libertad y la

    satisfaccin de necesidades que son en realidad sometimiento. Pero l no discute

    ninguno de los momentos pr imeros de cada par, cuando la realidad social los est

    refutando constantemente. Para favorecer una percepcin total del mal, Marcuse

    resulta ciego para con los males inmanentes del sistema. Es como si temiera siemprela tentacin de satisfacerse con ellos. El efecto de semejante purismo es

    verdaderamente paradjico: resulta que sus propias herramientas se hacen sospechosas y se

    tienen que abandonar. La racionalidad aparece de repente del lado del enemigo, y, por

    lo tanto, ya no es posible criticarle racionalmente. Los modos trascendentes del

    pensamiento parecen trascender la razn misma. Por eso la ruptura con la tradicin

    que Marcuse propone en nombre de la revolucin se debe interpretar ante todo

    como ruptura con la tradicin marxista. Marcuse se pronuncia contra la negacin

    determinada que se puede considerar como el ncleo de la dialctica marxista. Y propone

    sustituirla por el concepto de eleccin determinada. Se elige entre proyectos

    trascendentes. Marcuse entiende errneamente el concepto de negacin determinada

    como un rasgo de automatismo histrico. En realidad lo que ocurre es que ese

    concepto es incompatible con visiones de una pura Alteridad total, y por eso Marcuse

    lo tiene que eliminar como un obstculo. La negacin no puede ser, para l,

    determinada, porque entonces se hundira el concepto de proyecto histrico, por

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    no hablar ya del de lo trascendente. El propuesto concepto de eleccin determinada

    se propone dejar abierta la puerta de la libertad en la necesidad histrica. Y con el

    nombre de libertad negativa se indica otro apriorims de una ontologa de la historia:

    se trata de la libertad respecto de la fuerza opresora e ideolgica de los hechos

    dados, y ha de ser el elemento de eleccin y decisin en y contra la determinacin

    histrica. En los hechos dados sita fetichsticamente Marcuse la opresin y la

    ideologa. De este modo los conceptos clave de eleccin, decisin y trascendencia marcan

    completamente los focos reales de las luchas histricas. Para las masas esos

    conceptos son, adems, verdadero sarcasmo. Esos conceptos son irrelevantes o

    aristocratizantes, pues reducen la historia al tamao del individuo para salvar a ste.

    Marcuse no parece darse cuenta de que esos conceptos no son ms que unos juguetes

    para algunos grandes individuos o para sus bigrafos. Son conceptos que llegan

    incluso a evocar el carisma nietzscheano. Es verdad que no se puede hacer justicia al

    valor posicional de esos conceptos en el texto de Marcuse ms que si se los enlaza con

    el concepto finalstico de concienciacin.2 Lo que le interesa no son las luchas

    histricas, el trabajo histrico. Marcuse reprocha a los comunistas el que se

    concentren demasiado en la industrializacin, descuidando la consciencia. Tambin

    Brecht haba ya observado, en suMe-tio el Buch der Wendungen, que en la Unin

    Sovitica se haba sustrado de la poltica la entera razn y se la haba invertido en laconstruccin econmica. Pero Marcuse confunde el momento consciencia con el todo.

    La consciencia se le convierte en enemigo universal y en fin absoluto. Hay que

    combatir ampliamente la consciencia, y precisamente la falsa, de la cual no se puede

    ya distinguir la sociedad. Y la finalidad estratgica es tambin la consciencia, su

    conversin. De modo que el trabajo histrico parece que ya est realizado. Todo

    parece posible, y slo la mala realidad para oponerse a la realizacin de lo posible.

    Esta mala realidad se manifiesta arraigada en los individuos, por las falsas

    necesidades represivas de stos, y esta continuidad de las necesidades represivas

    es precisamente lo que ha impedido hasta ahora el salto de la cantidad a la

    cualidad. En este punto se inserta el pathos de lo Nuevo y completamente Otro. Se

    exige un hombre nuevo, fruto de la consciencia convertida, con nuevas necesidades

    vitales, a saber, la activacin, la liberacin de una dimensin de la existencia humana

    ms ac de la base, la activacin de la dimensin biolgica de la existencia. Lo que

    2 Como los marcusianos de lengua castellana gustan de utilizar ese trmino, no parece particular

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    valor de uso y el valor de cambio. Pero si esa nocin de prdida, de ya-no, se

    desprende de ese contexto y se sustantiviza, la protesta cae en reaccin romntica. Es

    verdad que an sera peor mortal para la protesta el impulso contrario. La disolucin

    del recuerdo de lo negado por el sistema capital ista destruye tambin la crt ica.

    Marcuse mantiene con gran fidelidad algunos componentes del marxismo. Esa

    fidelidad es digna de estudio y asimilacin. Pero lo as aferrado se escapa luego

    fcilmente, y la fidelidad empieza a traicionarse a s misma. Los conceptos finalsticos

    de Marcuse quedan presos en lo existente precisamente a causa de su negatividad

    radical, y el motivo determinante de lo completamente Otro sigue siendo hasta el final

    el todo que hay que destruir. Como hacer lo til ha sido durante mucho tiempo un

    privilegio enlazado con la explotacin, esta utopa elimina pura y simplemente elconcepto de lo til. La libertad mentada tiende, pues, a ser liberacin respecto

    de las estructuras del trabajo, respecto del instrumento y el aprovechamiento. Con

    eso la ciencia se hara libre para proyectos transutilitarios. En el horizonte se

    yerguen la existencia en un tiempo libre, el arte, el juego, el experimento

    ilimitado, la ausencia de fines. Hay que objetar a ese horizonte pensado como

    unvoco su fundamental ambigedad. A los que estn encadenados, la falta de

    vnculos les puede parecer salvacin. Pero es en no menor medida infierno. Su

    fundamento ontolgico un fundamento sobre el cual no puede subsistir ya nada

    real es el primado de lo meramente posible. Lo verdaderamente amenazado por

    esta utopa tiene, en realidad, pies de barro desde hace tiempo, y el mecanismo del

    capitalismo tardo lo est corroyendo an ms: son las instancias del Yo y el Algo. Un

    elemento de esa misma ambivalencia de lo utpico caracteriza tambin el criterio de la

    sublimacin no represiva de los impulsos, formulado por Marcuse en el prlogo a la

    edicin Vintagede su libro sobre Freud: mediante esa sublimacin, los instintos

    seran capaces de trascender su objeto inmediato. En El hombre unidimensional

    Marcuse ha ampliado esos pensamientos hasta dar en un esbozo de un idealismo

    platnico. Las cosas hermosas son trascendidas por su hermosura. En esos

    universales trascendentes la utopa parece hallar finalmente terreno firme. Esos

    universales son histricos y supra-histricos. Por ellos se orienta la marcusiana

    metafsica de la liberacin, como por lo posible de lo meramente real, intentando, por

    as decirlo, romper la dependencia del sujeto respecto de lo objetivo, que es siempre

    y el segundo es subjetivo. (N. del T.)

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    dependencia respecto de algo. Tambin esta liberacin lleva el sello de la ilibertad. Pues

    el sistema de la manipulacin est ya vendiendo hace mucho tiempo algos ficticios que

    son slo universales. Igual en la publicidad que en la utopa abstracta, los meros

    universales compensan la falta de algo satisfactorio.

    En vez de disputar este mundo a los seores de este mundo, Marcuse proyecta un

    segundo mundo. Por toda la elevada cultura de la historia del espri tu busca l as

    seales que apuntan a ese mundo trascendente. Las encuentra en la metafsica

    tradicional en la poesa, por ejemplo, en el aire de otros planetas de Stefan George.

    Es esencial a la construccin interna de su teora el hecho de que lance de nuevo el

    aire de esos otros, planetas hacia el mundo de este nico planeta; y el modo como lo

    hace. Por eso la cuestin se puede plantear con mayor precisin: qu aspecto de lo

    existente constituye el reflejo ideal de lo que sera completamente distinto? El

    fenmeno as suscitado pertenece a la lgica del absurdismo. Como el absurdismo,

    aduce elementos icsticos procedentes de la herencia de las mitologas dualistas,

    como la gnstica. El mundo social se presenta globalmente como prisin indistinta

    monstruosa. En la imagen social de la mansin de servidumbre Marcuse rene

    formulaciones dualistas de Heidegger y de Max Weber. Unos presos se ocupan de laliberacin: por qu no se solidarizan los presos con ellos? La respuesta a esta cuestin

    es sencillsima y, sin embargo, lo ms difcil que hay para la teora crtica: es que lo que

    est preso es la consciencia. Los dueos del mundo carcelario la apresan con

    gratificaciones. La consciencia cae en esa liga y se queda all pegada. Para la teora

    de Marcuse tienen particular importancia dos momentos de esa situacin

    fenomnica: la corrupcin por el goce y la subsiguiente inversin de la consciencia. Las

    necesidades hacen que loshombres sean corruptibles, y

    los corrompidos en prisin se sienten libres. La prisin es una metfora anticuada; por

    eso en el primer plano aparece la lujosa instalacin de la mansin de servidumbre.

    El dominio se insina disfrazado de satisfaccin, como superabundancia y

    libertad. Donde unos presos se sienten libres y el dominio se presenta con la

    mscara de la libertad y la sobreabundancia, hace falta una tcnica de

    desenmascaramiento de lo enmascarado y de conversin del pervertido. Y s se puede

    * El autor utiliza el trmino tcnico heideggeriano Kehre. (N. del T.)

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    decir de lo normal que es propiamente lo anormal. Y se puede decir tambin de la

    psicoterapia que pone al individuo que sufre por la situacin social en la situacin de ser

    enfermo y vivir su enfermedad como salud, sin que, sintindose sano y normal,

    pueda siquiera observar la enfermedad. Va implcita en esas tesis el supuesto de

    una plasticidad sin lmites. No parece ya posible fiarse de las instancias realistas

    materialistas. La liberacin no puede, por lo tanto, arrancar ms que como retirada

    espiritual del individuo del mundo y de s mismo. Pues como el individuo sucumbe a

    las gratificaciones de lo existente, l mismo es su propio preso. Lo falso tiene as

    ya su lugar en las necesidades. Los individuos estn posedos por las imgenes del

    dominio y de la muerte, y los individuos administrados que han hecho de su

    mutilacin sus propias libertades y sus propias satisfacciones tienen que liberarse

    de s mismos igual que de sus dueos. Esa teora no es ya capaz de decir nada

    ms en el lenguaje intramundano de los intereses. Pero si la consciencia falsa no se

    puede falsear, refutar, hacindola chocar con contradicciones reales dadas en lo

    existente, entonces la crtica de esa consciencia da en teologa. La filosofa de la

    historia se reduce entonces a estos dos momentos: separacin de los dos mundos y

    espera en la conversin (reversal).4 La mezcla, the obscene merger of aesthetics and

    reality, es un escndalo porque la esttica, como ltima esfera en la que se podra

    an decir lo que no se puede nombrar de otro modo, se asigna al otro mundo. Laconversin es una cuestin de la consciencia, no un problema ya, de desarrollo

    material. Ni siquiera una catstrofe podra producir la trasformacin cualitativa si el

    conocimiento no [...] convierte (subverts) la consciencia. El good life , incluso el sexual,

    es el obstculo que se opone a la reorientacin de las almas. Por eso Marcuse, pese a

    postular en otros lugares la liberacin desracionalizada de los sentidos, se pronuncia aqu

    contra el goce inmediato y por la sublimacin. Dice del goce inmediato que

    engendra sumisin; mientras que el goce sublimado triunfa de la opresin sometindose a

    ella. Esas afirmaciones cobran su sentido ms profundo en el contexto de una

    ontologa de la historia que afirma sin vacilar el dominio del mal en la historia y

    sobre la historia: pues desde el principio hay negativo en lo positivo, inhumanidad

    en la humanizacin, esclavizacin en la liberacin. Marcuse no ve en esas

    perversiones histricas el efecto de las relaciones y condiciones de produccin. La

    instrumentalidad es para l, siguiendo a Heidegger, un apriori histr ico. El universo

    4 El autor utiliza el trmino tcnico heideggeriano Kehre. (N. del T.)

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    totalitario de la racionalidad tecnolgica contemplado por Marcuse y que ha

    desplegado su absurdo dominio en el curso de la historia para triunfar

    escatolgicamente en el presente se concibe, sin consideracin de circunstancia material

    alguna, como la ltima tras-formacin de la idea de la razn.

    El dominio del lgos del dominio sobre la historia, cosa que en todo caso se

    debera explicar partiendo de las leyes dinmicas del capital, se formula en la obra de

    Marcuse mediante categoras que el existencialismo haba elevado a la dignidad de

    palabras clave. El modo en el cual una sociedad organiza la vida de sus miembros

    implica una eleccin inicial (initial choice, cfr. el choix originel de Sartre) entre

    alternativas histricas determinadas por el estadio tradicional de la cultura material e

    intelectual. La eleccin misma es un resultado (?) del choque entre los intereses

    dominantes. Anticipa modos especficos de trasformar y utilizar hombre y naturaleza y

    recusa otros modos diferentes. Es un "proyecto" de real izacin entre otros. El

    proyecto bsico hoy totalmente victorioso es la experiencia, la trasformacin, la

    organizacin de la naturaleza como mero material del dominio. Y el mundo en el

    que domina ese espritu tiende a convertirse en material de una administracin total que se

    traga incluso a los administradores. La red del dominio ha llegado a convertirse en redde la razn misma, y esta sociedad se ha enredado en el la por obra del destino. Ni un

    slo momento de esa teora de la historia, de esa descripcin de estado, est sin

    abreviar. As las contradicciones de la teora, que resultan de la negacin de las

    contradicciones en la realidad, chocan unas con otras sin mediacin y sin reflexin

    sobre la contradictoriedad. sta, s alguna vez se enuncia, se remite de nuevo

    directamente a la realidad. La supradeterminacin y el hermetismo chocan

    directamente, con una enorme sobrestimacin de la voluntad y la decisin. A estateora hay que reprocharle su radical primado de lo subjetivo, igual que ella se lo

    reprocha al universo totalitario del lgos del dominio. La subjetividad que se pone

    como absoluto y que, una vez desencadenada, elimina de su mundo, como molesta

    resistencia, todo lo que no se le asimila y equipara, acta exactamente igual en la

    ciega razn del dominio que en la utopa abstracta y, por lo tanto, resignada, y en su

    contrafigura asertrica, la negra utopa de lo existente. De este modo se pueden

    engendrar contramundos. Y de nuevo se manifiesta as el parentesco entre este mundo

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    interpretado y el proyectado mundo completamente otro. La nominacin del fin no es

    menos abs tracta que la del mal, la protoeleccin de un lgos totalitario. Lo nico

    que puede hacer es postular la conversin de la consciencia y la decisin por un

    lgos completamente otro, un lgos de la liberacin y la pacificacin que fuera al

    mismo tiempo pacificacin de hombre y naturaleza. Cuando la teora crtica de Marcuse

    expresa su propia desesperanza no lo hace por causas empricas. Los modos de hablar

    que Marcuse ha tomado de la tradicin filosfica, y frecuentemente de la filosofa

    existencial, dan realmente el motivo de la desesperacin que Marcuse ha convertido

    en criterio de la verdad de los conceptos crticos. Pues, formulada con esas

    categoras, la historia se remonta al espacio de una mtica consciencia-en-general. Ya

    la sociedad no es en el capitalismo sino sujeto problemtico que se constituye a

    espaldas de los individuos, no sujeto existente como instancia consciente. Pese a todo el

    desarrollo de la regulacin social, esto sigue siendo sustancialmente como en tiempos de

    Marx. Al igual que entonces, la concurrencia ms aguda contrapone, cuando hay amenaza

    de destruccin, las varias unidades de intereses. Las tendencias que Marcuse nombra y

    condensa en el concepto de principio del rendimiento no son fuerzas primitivas,

    sino constricciones secundarias resultantes de la concurrencia de los capitales. El

    principio del rendimiento es un efecto constrictivo de rendimiento. Las teoras de

    Marcuse aceptan lo derivativo como si fuera primario, ponen como existente elproblemtico sujeto sociedad y lo conciben, sometindose en realidad a la regulacin,

    como primario: las teoras de Marcuse fetichizan, pues, fenmenos secundarios. La

    historia se presenta entonces como algo secretamente organizado y regulado por la

    protoeleccin de un proyecto bsico. Lo demnico del proyecto que Marcuse ve

    animando fantasmalmente la historia se debe, pues, a que Marcuse no considera las

    relaciones y condiciones de produccin. stas son el marco real dentro del cual-planean y

    actan los individuos. El espiritual demonio de la razn totalitaria es reflejo alienado de

    esas planificaciones en el marco de unas relaciones y condiciones de produccin

    prepotentes. Aunque Marcuse enuncia y condena con energa esa apariencia, su mera

    constatacin, que se limita a aceptar esa apariencia, es impotente en no menor

    medida. Para la utopa impotente, que viene de fuera, fuera se queda y para en pura

    receptividad, aunque sea en el modo de la recusacin, el Espritu Malo es el dominante

    real. Pero el dominio aparentemente total de ese demonio se debe, por paradjico

    fundamento, a que las relaciones sociales siguen estructuradas de modo anrquico. Por

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    eso es casi imposible reconocer en la historia lo querido, el fruto de la voluntad, o

    la razn de los individuos. La extraacin no es emanacin de un lgos, sino efecto

    precisamente explicable de la organizacin capitalista de las relaciones de produccin. Al

    hablar del lgos fenomnico Marcuse confunde el efecto con la causa. Por este

    camino, a travs de una radicalizacin puramente subjetiva, la ilustracin

    materialista se queda sin terreno bajo los pies. Pues hay que reconocer en el efecto lo

    inicialmente querido, y ha de ser posible entender la historia de la extraacin de esa

    volicin. El que de verdad quiere ayudar a los latentes deseos ha de abstenerse al

    menos de hispotasiar la extraacin resultante hasta convertirla en lo completamente

    Otro. La esperanza que acta en este pensamiento arrancar de este modo los

    sujetos a lo objetivo y catapultarlos fuera de ello, movindoles a realizar lo

    completamente Otro que la historia por el procedimiento de mostrarles la historia

    como lo completamente Otro que ellos mismos no se puede realizar ms que

    como conato inicial. Pues ninguna realidad es nunca lo completamente Otro, de

    modo que esa esperanza ha de mutar en decepcin de la realidad en general.

    Ninguno de los momentos en los que insiste Marcuse se puede eliminar del socialismo;

    no, sobre todo, el momento escatolgico; pero hay que impedir que el esfuerzollamado socialismo se escinda en tecnicismo y utopismo. La fetichizacin de la

    negatividad utpica por Marcuse documenta esa descomposicin que es un

    retroceso a antes de Marx. El socialismo es cientfico o no es. Habra qe acuar para

    Marcuse el concepto de inmediatez represiva, y aplicarlo no slo a los impulsos, sino

    a la teora crtica misma. Pues cuando la crtica prescinde de su forma, cuando deja

    de ser trabajo histrico y se abandona a la negacin abstracta y total, no consigue

    salir de la libertad. All se encuentra con el arte negativo, del que Marcuse espera locompletamente Otro porque ese arte ofrece directamente e l todo modo negativo. Pero

    en las metforas, al igual que en las ocurrencias espontneas del psicoanlisis, los

    signos son intercambiables, de modo que toda negacin abstracta-total afirma, por de

    pronto, el todo; eso es lo nico determinado que hay en ella. Ni lo esttico ni lo

    ertico son por s mismos cosas pertenecientes a la segunda dimensin. Siempre se

    necesita la traduccin por palabras racionales. Y esa posibilidad se pierde cuando la

    teora retrocede hasta el espacio de aquella inmediatez que tendra, precisamente,

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    que ser explicada por ella. Los ltimos escritos de Marcuse dan alguna documentacin

    de ese mutar de la inmediatez negativa en afirmacin con reserva interna. El fenmeno se

    puede, por ejemplo, obervar en el lugar del One-Dimensional Manen que Marcuse critica

    el anlisis positivista del lenguaje. La tendencia criticada rechaza los conceptos del

    socialismo por mitolgicos. Marcuse muestra, sin duda, que en el siglo XIX el

    socialismo tradujo los mitos y descubri su ncleo de verdad y lo formul con

    conceptos racionales; pero para el presente describe otra conversin; y es muy

    significativo que esa descripcin oscile entre serlo de una tendencia ideolgica

    antisocialista y serlo de un proceso real. Hoy, dice Marcuse, los conceptos

    racionales y realistas de ayer resultan mitolgicos si se confrontan con la situacin actual.

    La realidad de las clases trabajadoras en la sociedad industrial avanzada hace del

    "proletariado" marxiano un concepto mitolgico; la realidad del socialismo

    contemporneo convierte la idea de Marx en un sueo. La contradiccin entre idea y

    realidad, recogida como por de pronto insalvable, conduce para Marcuse a la

    falsacin de la realidad en nombre de la idea y a la exacerbacin de la idea en un

    proceso de defensa contra la mala realidad. El esfuerzo por disolver de nuevo lo mtico

    tropieza en el pensamiento de Marcuse con unos lmites ltimos consistentes en

    que Marcuse acepta sin ms el juicio de los positivistas, aunque con la valoracin

    cambiada. Los dos rostros de esa actitud de mera protesta son la radicalizacin idealy la prdida de la realidad. Marcuse concede al enemigo la reduccin de la teora

    socialista a acientificidad, especulacin y mito, con la esperanza de que eso hable

    contra el enemigo. La esperanza se explica porque, para Marcuse, el lugar de la

    mistificacin no es ya el espritu, sino que la realidad material misma es

    inmediatamente mistificadora. La teora crtica, que es teora mitifica-dora, se

    limita a reflejar esa situacin factual. La cualidad mitolgica de los conceptos de la

    teora marcusiana refleja la cualidad mistificadora de los hechos dados; de este modo

    el concepto que trabaja en el marxismo es sustituido por un momento exhibicionista,

    meramente expositivo, propio de un pcaro arte revolucionario de birlibirloque

    que se toma al pie de la letra lo que dice el espritu dominante. La gran negativa,

    en cuya magnfica tozudez y en cuyo juego poliformo apuntan los rasgos estticos-

    erticos de un mundo feliz, se basa al mismo tiempo en un momento de obediencia. La

    regresin paga religiosamente el pato de las consecuencias causadas por la mala

    realidad. La rebelin de las hermosas figuras rectoras de Eros y Civi lizacin,

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    Narciso y Orfeo, el amor de s mismo y e l del efebo, tiene tambin su momento

    de obediencia, aunque se trate de una obediencia invertida. A la retirada misma

    deben sus promesas. Su felicidad es desesperada. Tienen un futuro, pero slo en el

    modo del pasado irrecuperable. Se aferran a una vida anterior, a un corro del goce que

    antes existi y cuyo ardiente recuerdo consume todo lo presente. Menos apasionada

    y aristocrtica es la polvorienta especie de regresin en la que Marcuse ve

    producirse todava una unidad con entera espontaneidad: el pe tt ingexhibicionista

    en las sentadas en la calle. Marcuse describe comportamientos as como aquello que

    slo podemos caracterizar como ser-en-comn existencial, como dejar-ser la propia

    existencia: be-ino love-in.

    La protesta contra el olvido y la renuncia, inseparable inicialmente de la tendenciaregresiva, anima tambin al materialismo, cuyos conceptos, como dijo una vez Marcuse

    por los aos treinta, contienen siempre en el fondo una promesa de felicidad. El

    dualismo de idea y realidad conduce a la independizacin de la felicidad regresiva,

    que ahora sucumbe definitivamente a las imgenes del dominio y de la muerte. Los

    conceptos paradjicos resultan aqu muy oportunos. Pues esta protesta es

    obediencia protestataria, y la felicidad de la represin necesaria, bajo cuyo dominio

    se encuentra, es la autodestruccin feliz, el reflejo negador abstracto de la euforia en la

    infelicidad. Al mismo tiempo, la felicidad regresiva es muy fcil de recuperar por

    la manipulacin. Ella es precisamente la base de la publicidad comercial. Para

    hacer de los hombres consumidores a su servicio, los monopolios poseedores de

    las mercancas obtienen imgenes de las ansias de aquellos ; con esas imgenes los

    propietarios de las mercancas obligan a los hombres a comprar para conseguir su

    dinero. Tambin en esta manipulacin hay una dimensin negativa que Marcuse

    no ha visto. Esta dinmica provocada por el problema del mercado no es

    unidimensional: as lo prueba la teora de Marcuse y su recepcin. Pues la grannegativa arranca precisamente de un potencial regresivo excitado como nunca hasta

    ahora por esas fuerzas sociales. Es verdad que los propietarios de las mercancas,

    con las crisis pisndoles los talones y obligados a la repeticin constante, no hacen

    tampoco ms que pisar los talones a la protesta regresiva. Pero, en suma, toda

    protesta de esta clase sirve al poco tiempo como nuevo hueco del mercado que se

    puede rellenar con mercancas.