hall & jefferson eds. - rituales de resistencia

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  • > Teddy boys, Bristol, dcada de 1950, Paul Townsed (CC BY-ND 2.0).

  • Rituales de resistenciaSubculturas juveniles en la Gran Bretaa de postguerra

  • Trafi cantes de Sueos no es una casa editorial, ni siquiera una editorial independiente que contempla la publicacin de una coleccin variable de textos crticos. Es, por el contrario, un proyecto, en el sentido es-tricto de apuesta, que se dirige a cartografi ar las lneas constituyentes de otras formas de vida. La construccin terica y prctica de la caja de herramientas que, con palabras propias, puede componer el ciclo de luchas de las prximas dcadas.

    Sin complacencias con la arcaica sacralidad del libro, sin concesiones con el narcisismo literario, sin lealtad alguna a los usurpadores del saber, TdS adopta sin ambages la libertad de acceso al conocimiento. Que-da, por tanto, permitida y abierta la reproduccin total o parcial de los textos publicados, en cualquier formato imaginable, salvo por explcita voluntad del autor o de la autora y slo en el caso de las ediciones con nimo de lucro.

    Omnia sunt communia!

  • Omnia sunt communia! o Todo es comn fue el grito co-lectivista de los campesinos anabaptistas, alzados de igual modo contra los prncipes protestantes y el emperador catlico. Barri-dos de la faz de la tierra por sus enemigos, su historia fue la de un posible truncado, la de una alternativa a su tiempo que qued encallada en la guerra y la derrota, pero que en el principio de su exigencias permanece profundamente actual.

    En esta coleccin, que recoge tanto novelas histricas como rigu-rosos estudios cientficos, se pretende reconstruir un mapa mni-mo de estas alternativas imposibles: los rastros de viejas batallas que sin llegar a definir completamente nuestro tiempo, nos han dejado la vitalidad de un anhelo tan actual como el del grito ana-baptista.

    Omnia sunt communia!

    historia

  • Usted es libre de:

    *copiar, distribuir y comunicar pblicamente la obra

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    cc creativecommonsLicencia Creative Commons

    Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Espaa

    Primera publicacin en ingls: CCCS, Working papers in cultural studies, nm 7/8, 1975.Edicin en ingls: Stuart Hall y Tony Je erson (eds.), Resistance throught Rituals. Youth subcultures in post-war Britain, Londres, Routledge, 1993.

    Primera edicin de Trafi cantes de Sueos:1.000 ejemplaresAbril de 2014Ttulo:Rituales de resistencia. Subculturas juveniles en la Gran Bretaa de postguerraEditores:Stuart Hall y Tony Je ersonTraduccin:A. Nicols Miranda, Rodrigo O. Ott onello, Fernando Palazzolo. Carlota Prez (prlogo)Correccin de la traduccin:Trafi cantes de Sueos y Jean ByrneMaquetacin y diseo de cubierta: Trafi cantes de Sueostaller@trafi cantes.netEdicin: Trafi cantes de SueosC/ Embajadores 35, local 628012 MadridTlf: 915320928editorial@trafi cantes.netImpresin:Grfi cas LizarraISBN: 978-84-96453-98-2Depsito legal: M-11123-2014

    del texto, CCCS, 2006. de la edicin, Trafi cantes de Sueos, 2014.

  • historia

    Rituales de resistenciaSubculturas juveniles en la Gran Bretaa de postguerra

    Stuart HallTony Jefferson

    (eds.)

    TraduccinA. Nicols MirandaRodrigo O. OttonelloFernando Palazzolo

  • Retorno a Rituales de resistencia _________________________ 15Introduccin ________________________________________ 55

    PRIMERA PARTE. TEORA _________________________________ 59

    1. Subculturas, culturas y clase. John Clarke, Stuart Hall, Tony Jeff erson y Brian Roberts ____________________________ 61

    2. Algunas notas sobre la relacin entre la cultura de controlsocial y los medios de comunicacin, y la construccinde la campaa de la ley y el orden. CCCS Mugging Group _ 143

    SEGUNDA PARTE. ETNOGRAFA ____________________________ 149

    3. Respuestas culturales de los teds. Tony Jeff erson _________ 1514. El signifi cado de mod. Dick Hebdige __________________ 1575. Los skinheads y la mgica recuperacin

    de la comunidad. John Clarke _________________________ 1696. No hacer nada. Paul Corrigan _________________________ 1757. El signifi cado cultural del uso de drogas. Paul E. Willis ____ 1818. Etnografa a travs del espejo. G. Pearson y J. Twohig ________197

    NDICE

  • 9. Comunas: una tipologa temtica. Colin Webster __________ 20710. Reggae, rastas y rudies. Dick Hebdige _________________ 21711. Una estrategia para vivir: la msica negra

    y las subculturas blancas. Iain Chambers ____________ 24512. Estructuras, culturas y biografas. Chas Critcher ________ 259

    TERCERA PARTE. TEORA II ______________________________ 269

    13. Estilo. John Clarke ________________________________ 27114. Conciencia de clase y conciencia

    de generacin. Graham Murdock y Robin McGron _______ 29315. Las chicas y las subculturas: una investigacin

    exploratoria. Angela McRobbie y Jenny Garber ___________ 31516. Una nota sobre la marginalidad. R. Powell y J. Clarke ______ 33317. Las polticas de la cultura juvenil. P. Corrigan y S. Frith ___ 341

    CUARTA PARTE. MTODO ________________________________ 353

    18. Investigacin naturalista en subculturas y desviacin. Brian Roberts __________________________ 355

    19. La lgica de investigacin de la observacin participante. Steve Butters ______________ 367

    Bibliografa _______________________________________ 395

  • 15

    RETORNO A RITUALES DE RESISTENCIA

    El verano pasado se cumplieron treinta aos de la publicacin de Ri-tuales de resistencia (a partir de ahora RR) en un nmero doble (7/8) de Working Papers in Cultural Studies, la revista anual del antiguo Centro de Estudios Culturales Contemporneos de la Universidad de Birmingham (CCCS). Reeditado por la editorial Hutchinson al ao siguiente, se ha seguido reimprimiendo desde entonces. La obra, que ahora forma parte de Routledge, se reedita en esta casa en una nueva publicacin. Dada la longevidad y el inters continuado que ha sus-citado este proyecto a lo largo de los aos, parece legtimo, adems de importante, formular las siguientes preguntas: en qu consisti el proyecto RR? Cmo ha infl uido en trabajos posteriores? Qu se ha cuestionado desde su publicacin? Cul es exactamente su importan-cia en el mundo contemporneo?

    Seccin I. El proyecto

    La Introduccin original, aqu mantenida, situaba de manera precisa el volumen en el mbito ms amplio de trabajo del Centro de Estudios Culturales. Daba tambin algunas claves: el objetivo del libro era com-pilar en un solo volumen una amplia gama de proyectos de investiga-cin de autores diversos (que incluan a muchos de los graduados del Centro, como Paul Willis, Iain Chambers, Rachel Powell, Jenny Garber y Chas Critcher, que no eran miembros asiduos del Grupo de Subcul-turas, adems del trabajo de varios autores, entre los que se encuentran Paul Corrigan, Geoff Pearson, John Twohig, Graham Murdock, Robin McCron, SimonFrith y Steve Butters, que nunca llegaron a convertirse

  • 16 Rituales de resistencia

    en miembros del Centro). La introduccin original sealaba tambin el carcter inacabado, tentativo del volumen adems de su gran deuda in-telectual. Tambin sealaba la relacin del libro con otros trabajos que se estaban llevando a cabo en el Centro y que fueron posteriormente publicados, especialmente en Learning to Labour [Aprendiendo a traba-jar] (1977) y en Profane Culture [Cultura profana] (1978) y apunt a los diferentes pero an as conectados elementos que dieron lugar a Policing the Crisis [Vigilar la crisis] (Hall et al., 1978). Subrayaba la naturaleza colectiva de la prctica intelectual del Centro y las difi cultades que esto conlleva, ampliamente ilustradas en el volumen, as como su condicin de trabajo monogrfi co diverso y organizado temticamente, a diferencia de los trabajos realizados por un solo autor.

    Reafi rmar estas cualidades sirve para contextualizar el libro para los nuevos lectores. Sin embargo, resulta inevitable que, una vez separado del marco especfi co de su produccin y habiendo tomado vida propia, mu-chos autores se hayan reapropiado de RR de manera selectiva. Estas apro-piaciones, a menudo dentro de disciplinas y discursos muy alejados de su lugar original, se han llevado a cabo a veces de tal manera que incluso los autores originales han tenido serias difi cultades en reconocerlas, criticn-dolas con fuerza. No es que esto sea motivo de queja, ya que entendemos que es una parte intrnseca del trabajo discursivo e interpretativo. Sin embargo, aunque los autores ya no sean privilegiados transmisores de conocimiento, no estn tan muertos como una vez los crey Roland Barthes, y, por lo tanto, pueden reintroducirse desde nuevos lugares en el discurso y as crear nuevos eslabones en una cadena infi nita.

    Los subgrupos del centro surgieron en trminos institucionales como una extensin de las sesiones de investigacin conocidas como semina-rios de trabajo en curso [work-in-progress seminars]. El Grupo de Subcul-turas fue acompaado en el nivel de la investigacin emprica por otros grupos de investigacin cuyo trabajo fue publicado en volmenes con-secutivos de la revista as como en la coleccin de Hutchinson. El marco comn de todos estos grupos de trabajo era el amplio debate terico que tena lugar semanalmente en el Seminario de Teora, donde se trabajaba con un vigoroso programa de lecturas interdisciplinares y debates con-ceptuales. El objetivo del Grupo de Subculturas era ofrecer un punto de referencia comn para agrupar los proyectos de investigacin indivi-duales del Centro que examinaban distintos aspectos del fenmeno de

  • 17Retorno a Rituales de resistencia

    la cultura juvenil. En RR, las subculturas se entienden como un aspecto particular y claramente estructurado de este fenmeno ms amplio. As, el Grupo de Subculturas ofreca un espacio de debate y de orientacin para este tipo de proyectos. Colectivizaba los textos de fondo, ayudaba a estructurar el programa de trabajo del Centro alrededor de temas co-munes y facilitaba una base procesual desde la que teorizar.

    La posicin del Grupo de Subculturas dentro del proyecto ms amplio de Estudios Culturales ha tendido a perderse en debates pos-teriores. El trabajo sobre las subculturas era parte de la evolucin del enfoque especfi co de los Estudios Culturales que comenzaba a surgir en el Centro de Estudios en esa poca, as como un elemento diferen-te y relativamente autnomo. La aparicin de las culturas juveni-les nos pareci uno de los aspectos ms caractersticosy espectaculares de la cultura britnica del momento, y, por lo tanto, del proceso de cambio social y cultural de postguerra que era considerado un objeto privilegiado de estudio y teorizacin en los comienzos del trabajo del Centro. Como se sola decir en la poca, la juventud era una metfora del cambio social. Las espectaculares subculturas juveniles planteaban cuestiones sobre el carcter contradictorio y necesariamente cuestio-nable del cambio social y sobre la diversidad formal desde la que estas resistencias encontraban un vehculo de expresin.

    Como ya explican algunos captulos del volumen, particularmente el largo resumen terico Subculturas, culturas y clase, el objetivo del proyecto era, por una parte, examinar de manera concreta y profunda una regin de la cultura contempornea y, por otra, comprender de manera explicativa y no reductiva la conexin de esta con estructuras ms amplias de carcter social y cultural. De esta forma se intentaba co-nectar el fenmeno de las subculturas juveniles con un anlisis histrico y sociocultural de carcter ms general sobre los procesos de formacin social. El primer objetivo qued patente en la atencin que el proyecto dedicaba a las prcticas estilsticas o signifi cantes, a los signifi cados simblicos y a la exploracin de mtodos de anlisis cualitativos que sirviesen para capturar el signifi cado que tiene la cultura para sus suje-tos, su experiencia vivida. El segundo resulta evidente en la constante puesta en relacin de los fenmeno con formaciones ms amplias, en la bsqueda de lo que llamamos, tomando las palabras de Willis (1972) (quizs de manera ingenua) las homologas entre ellos.

  • 18 Rituales de resistencia

    Aunque los estudios culturales tomaron la cultura como su punto privilegiado de partida y eran en ese sentido una manifestacin muy temprana del giro cultural de las humanidades y las ciencias sociales, su objetivo no era sustituir lo que Marx llam la determinacin en ltima instancia de lo econmico por la determinacin cultural. El objetivo era analizar y comprender la relacin entre la serie de las ins-tancias relativamente autnomas pero no mutuamente excluyentes designadas como cultura y sociedad. La contraposicin de los dos trminos que hizo Raymond Williams en sus primeros trabajos result en ese sentido esencial para la fase formativa de los Estudios Culturales, aunque, como se insiste en RR, entraaban estilos de trabajo muy di-ferentes. Sin embargo, a diferencia de investigaciones sociolgicas ms convencionales, RR dio valor tanto a lo simblico como a lo sociol-gico (subculturas y estilo en las sucintas palabras de Dick Hebdige, 1979:1), al teorizar sobre las complejas conexiones y mediaciones en-tre ambos. A lo largo del proyecto, la parte dedicada a las subculturas qued oscurecida por los amplios cuestionamientos conceptuales que ya entonces estaban provocando un gran oleaje en el universo terico del Centro de Estudios, entre ellos, la hegemona de Gramsci, la au-tonoma relativa y la relacin imaginaria entre los individuos y las condiciones reales de su existencia de Althusser as como el bricolage [bricolaje] de Barthes y Levi-Strauss. En este sentido, RR fue un pro-ducto de su tiempo (terico).

    El proyecto sobre subculturas difera tanto de la concepcin sociol-gica dominante de sociedad como de la concepcin literaria o huma-nista dominante de cultura en tanto cuestionaba de forma constante el nexo entre cultura y poder. De qu forma la desafi liacin generacio-nal era un indicador de contradicciones sociales ms generales? Cul era el signifi cado poltico y la efi cacia de los movimientos culturales, en el momento en el que se ampli, por as decir, la defi nicin de lo poltico hasta llegar a abarcar lo cultural? En este contexto especfi co, los diferentes enfoques del libro comparten, a modo de hilo conductor, cuestiones sobre la valencia poltica de los rituales de resistencia [el nfasis es nuestro], la relacin entre movimientos sociales altamente estilizados y culturalmente elaborados y las culturas de clase, adems de la relacin de las polticas culturales con otras formas de contestacin social. Todo ello es examinado, por ejemplo, en el anlisis del debate

  • 19Retorno a Rituales de resistencia

    terico sobre el espectro de soluciones negociadas y situadas y en la cuestin de las subculturas como relaciones imaginarias o, citando a Phil Cohen (1972: 23), como resoluciones mgicas.

    A menudo, RR se ha interpretado como la contribucin del Cen-tro de Estudios a la investigacin sociolgica. Sin embargo, proba-blemente sea ms apropiado pensar el proyecto como el lugar de encuentro de un extenso dilogo entre los estudios culturales y las tradiciones sociolgicas, dilogo que, por otra parte, estaba ya en cur-so a un nivel terico ms general. Los textos fundamentales de la so-ciologa y la antropologa contribuyeron a la mezcla interdisciplinaria de la cual surgi el particular enfoque terico del Centro. Los trabajos de Weber, Durkheim, Mauss, la tradicin verstehen alemana,1 Dilthey y Schutz, adems de Marx y Levi Strauss, estuvieron entre los textos fundacionales del Seminario de Teora. Lo que no se lleg a plantear nunca fue la incorporacin de la sociologa como una disciplina ce-rrada cuyos mtodos pudiesen ser asumidos y aplicados. La cuestin subyacente era siempre sta: En qu medida contribuye la sociologa al desarrollo de un nuevo enfoque en materia de estudios culturales? Qu aspectos de esta tradicin de pensamiento se pueden integrar, junto a otros elementos, en un marco terico ms amplio? Cules seran los efectos a nivel analtico y conceptual?

    En resumen, este dilogo formaba parte de la bsqueda de un tipo de metodologa no positivista, cualitativa y de formas interdisciplinarias de investigacin social que se adecuasen mejor al terreno de la cultura y que fueran capaces de encajar ambas tendencias en un proyecto cuyo objetivo fundamental era relacionar el anlisis de las formas culturales y los signifi cados sociales con un espectro ms amplio de relaciones so-ciales. Esto no solo requera hacer trabajo sociolgico, sino que haba que desenterrar y reconstruir las antiguas tradiciones del pensamiento sociolgico para lograr nuestros propios fi nes, desde una perspectiva que de algn modo estaba fuera de tal rea de conocimiento. Estas tradiciones fueron en gran medida ahogadas por las corrientes positi-vistas, parsonianas y funcionalistas del aluvin sociolgico americano

    1 La corriente Verstehen (entender en alemn) est asociada a Marx Weber que desarroll una alternativa a la sociologa positivista y al determinismo econmico en el estudio de la sociedad. En antropologa y en la actualidad se refi ere a los anlisis que intentan entender a los sujetos desde su propio punto de vista. [N. de E.]

  • 20 Rituales de resistencia

    de postguerra. Lo que el giro del anlisis hacia las subculturas realmente nos permiti hacer fue descubrir lo importantes que eran todas estas preguntas para los estudios culturales que haban evolucionado dentro de la importante (y an as minoritaria) tradicin de los estudios socia-les estadounidenses.

    Esta tradicin incorporaba una gran variedad de trabajos: estudios simblicos interaccionistas, infl uenciados por G. H. Mead, que preten-dan reconstituir el signifi cado subjetivo o simblico de la accin para los actores de la misma; estudios de caso etnogrfi cos bien enfocados y con un estrecho seguimiento, tal y como se desarrollaron, por ejemplo, en la sociologa urbana de la escuela de Chicago; y los mtodos relacio-nados con la observacin participante tomados de la antropologa so-cial, que requeran la participacin activa tanto de grupos informantes como del investigador a fi n de esbozar los distintos mundos culturales desde dentro. Muchos de estos enfoques se haban empleado en es-tudios sobre comportamientos desviados y delincuencia o sobre otras formas de comportamiento antisocial, en gran parte como manera de corregir enfoques ms positivistas. En aos posteriores, se respondi a las crticas que les acusaban de excluir al conjunto de la sociedad aadiendo la reaccin social a la ecuacin e incluyendo las etiquetas y signifi cados concretos que atribuan los medios de comunicacin y otras entidades y autoridades reguladoras al denominado comporta-miento desviado.

    Estas metodologas resultaron importantes para defi nir el enfoque de los estudios culturales respecto a las subculturas debido al peso que tenan las cuestiones del signifi cado, y porque validaban la experiencia y el punto de vista de los actores, devolvindoles un nivel de agen-cia y empoderamiento que no era posible con mtodos ms objetivos. La sociologa americana de la poca tenda a repetir que el problema sociolgico era el problema del orden social. Sin embargo, estos en-foques alternativos minaban supuestos tales como el hecho de que la sociedad estuviese constituida por un orden social y normativo del cual solo se desviaba una pequea minora por razones patolgicas. Po-cos de los casos de estudio presentados en RR fueron el resultado de metodologas de observacin participante o etnogrfi ca, sino que las explicaciones ms etnogrfi cas adaptaban estas metodologas a los propsitos de lo que Geertz (1973) denomin descripcin densa.

  • 21Retorno a Rituales de resistencia

    El supuesto metodolgico que subyaca era que los signifi cados deban ser observados desde cerca y relacionados con prcticas concretas, y que los fenmenos culturales deban comprenderse dentro de su total especifi cidad antes de encajarlos dentro de contextos y relaciones ms amplias. Con una simple mirada al libro se observar claramente que el aspecto etnogrfi co, por as decir, tuvo una importancia crucial para el proyecto, pero que RR no podra describirse correctamente solo como un estudio etnogrfi co.

    Seccin II. Desarrollo, crticas y cuestionamientos

    Desde su primera publicacin, RR se ha convertido en piedra de toque de gran cantidad de estudios sobre la juventud, y no solo en el campo algo reducido de los estudios subculturales. De hecho, se incorpor por primera vez a un programa educativo como texto obligatorio en el curso E202 de la Open University del Reino Unido, que llevaba por nombre Escolarizacin y sociedad. No sorprende que tal inters haya sido acompaado de todo un corpus de crticas, como las post-sub-culturales (Muggleton, 1997; Muggleton y Weinzierl, 2003), trmi-no con el que se designan algunas de las ms recientes. Tal afi rmacin suscita numerosas preguntas: ha caducado la idea de subcultura tal y como se presenta en este volumen? Era errnea desde el principio? Han cambiado las subculturas de manera fundamental? Ha cambiado sustancialmente tambin el mundo social con el que intentbamos rela-cionar las subculturas? Se ha alterado la relacin entre las subculturas y la sociedad? Necesitamos, por lo tanto, un lenguaje terico post-subcultural que nos ayude a comprender todos o alguno de estos cam-bios? Estas son las grandes cuestiones en las que se basan, de manera ms o menos explcita, total o parcialmente, los planteamientos crticos con RR. Y nos servirn tambin para enlazar con nuestra intencin de hacer una sinopsis de las lneas principales de investigacin que tales respuestas han generado.

    Pese a sus problemas, el discurso de las subculturas ha continua-do utilizndose. La segunda edicin de Th e Subcultures Reader (Gelder, 2005), publicada recientemente por Routledge, conserva 30 de las 55 contribuciones originales de la primera edicin (Gelder y Th ornton, 1997) y publica 18 captulos nuevos. ltimamente, los medios de

  • 22 Rituales de resistencia

    comunicacin han mostrado una acuciante preocupacin con el signi-fi cado de la capucha (hoodie), de la misma manera que lo estuvieron en el pasado con los teddy boys, los mods, los rockers, los skinheads, etc. De hecho, el anlisis que hizo el peridico Th e Guardian, de una sema-na de duracin, reconoca este linaje cultural. Incluso uno de los perio-distas (McLean, 2005: 3) se dirigi a Angela McRobbie, colaboradora de este volumen, para pedirle un comentario. Esta fue su respuesta:

    Evidentemente, el punto de origen [del fenmeno capucha o hoodie] es la cultura hip-hop afroamericana, convertida ahora en mainstream absoluto y elemento clave del mercado global de la msica gracias a Eminem, entre otros. La ropa de deporte e informal, tomada del estilo cotidiano, establece una distancia con el mundo de [el traje de] oficina y el del [uniforme del] colegio. La cultura rap celebra la desobediencia narrando una experiencia de exclusin social. Musical y estilsticamen-te, se proyecta la amenaza y el peligro adems de la ira y la furia. [La sudadera con capucha] es un elemento dentro de una larga lista de prendas de ropa que eligen algunos jvenes, especialmente chicos, en las que se inscribe un significado que sugiere que no se van a dedicar a nada bueno. En el pasado, este tipo de apropiacin estaba restrin-gida a miembros de subculturas juveniles especficas (las chaquetas de cuero, los pantalones con cadenas, etc.). Sin embargo, hoy en da entra dentro de la norma que los jvenes muestren sus preferencias culturales y musicales de esta forma, de ah la adopcin de la capucha por parte de chicos de todas las edades, etnias y clases.

    La lgica de este argumento, es decir, intentar localizar el punto de origen de la capucha, analizar sus elementos estilsticos, sugerir al-gunos de sus signifi cados (distancia respecto al mundo del trabajo, proyeccin de amenaza y desobediencia, etc.) parece operar, en tr-minos generales, dentro de la tradicin de RR. Sin embargo, tambin la supera de alguna manera, por ejemplo, al decir que la capucha cruza barreras de edad, etnia y clase. Estos dos aspectos, el reconocimiento de lo nuevo sin perder aquello que pueda tener valor de lo anterior, nos parece algo valioso; quizs sea incluso una manera de apuntar algn tipo de conclusin, algo que nuestros crticos no siempre han sido ca-paces de hacer.

  • 23Retorno a Rituales de resistencia

    Biografa / fenomenologa / experiencia vivida

    De una u otra forma, la mayora de los problemas en el marco de los rituales de resistencia se encuentra en el tercer nivel de la teora, en cmo los sujetos en cuestin viven la subcultura, ya que persiste la sensacin de que estas vidas, estas personas y estas identidades no coinciden siempre con aquello que se supone que representan. (Cohen, [1980] 2005: 167)

    Stan Cohen fue uno de los primeros autores en denunciar la falta de co-herencia entre la pirotecnia intelectual de nuestras teoras y el tono de emocin y satisfaccin inmediata de las acciones situadas de nues-tros actores (Cohen, [1980] 2005: 168). Esta objecin no ha parado de repetirse desde entonces y, ms recientemente, Jenks (2005: 128) ha afi rmado que ejercamos demasiado control terico sobre las vidas de nuestros jvenes, si bien otros han interpretado que nuestro trabajo se basaba en la etnografa (Redhead, 1997a: 2). Cohen reafi rma elocuen-temente, con su teora, la importancia del enfoque etnogrfi co en la validacin y la autenticacin de la perspectiva de los sujetos. Sin embar-go, como intentamos explicar antes, la mayora de nuestros estudios de caso no fueron llevados a cabo mediante una estricta metodologa et-nogrfi ca de observacin. El error nace parcialmente de no haber hecho ms clara esta distincin en el libro; en parte tambin puede deberse a que se suele entender que la tradicin de RR abarcaba el consistente trabajo etnogrfi co que Willis (1977; 1978) estaba desarrollando preci-samente al mismo tiempo que RR, aunque no formara parte del Grupo de Subculturas. Como de costumbre, algunas de las crticas ms duras han surgido dentro de casa. Un ao despus de la crtica de Cohen, apareci como documento de trabajo del Centro de Estudios el texto Defending ski-jumpers de Gary Clarke. Criticaba la manera de tratar las subculturas en Rituales de resistencia por ser abstracciones cosifi cadas esencialistas y unvocas:

    Cualquier anlisis emprico revelara que las subculturas son difusas, mestizas, y que estn diluidas en su forma. Por ejemplo, algunos skins pueden identificarse con valores de elegancia que, segn los autores,

  • 24 Rituales de resistencia

    se limitan a los mods. El anlisis antropolgico de una sola subcultura conlleva la ausencia de las descripciones de los procesos mediante los cuales se sostienen, se trasforman y se entretejen dichas subculturas. De igual manera, el carcter elitista del anlisis (es decir, el enfoque sobre lo original) supone que no se considere ni cmo ni por qu ciertos estilos se convierten en populares (ni tampoco cmo ni por qu dejan de estar de moda) ms all de un debate simplista sobre corrupcin e incorporacin del estilo original. (Clarke, [1981] 2005: 170)

    Aqu, el asunto crucial es evaluar si hubo una tendencia a esencializar las subculturas o si eran, en efecto, movimientos ms cohesionados de lo que son ahora. Puede que ambas afi rmaciones sean verdaderas (estas son las cuestiones que analizaremos ms abajo). Desde luego, la crtica que Clarke hace al esencialismo parece anticipar futuras evoluciones teri-cas. Posteriormente, estas objeciones se convirtieron en una de las crticas favoritas del postmodernismo, a menudo combinadas con la reivindi-cacin de investigaciones ms fundamentadas y empricas (Muggleton, 1997: 167). Sin embargo, pocos estudios se han aventurado ms all de la crtica para llevar a cabo investigaciones sobre los mundos subjetivos de los miembros de una subcultura. Nos constan tres: un estudio de obser-vacin de David Moore (1994) en el que particip un pequeo grupo de skinheads de Perth, al oeste de Australia; el estudio neoweberiano basa-do en entrevistas de Muggleton (2000), diseado para analizar el signifi -cado posmoderno del estilo; y el estudio etnogrfi co multimtodo de Hodkinson (2002: 4-5) sobre la cultura goth [gtica], en la que utiliz su propia condicin de miembro crtico. Los tres son interesantes, los tres son diferentes y los tres acaban afi rmando algunos aspectos del enfoque de RR, aunque tambin lo trascienden en nuevos sentidos. La siguiente conclusin general del estudio de David Moore (1994: 143-144) es un bello ejemplo de la coexistencia de elementos antiguos y nuevos:

    Ser skinhead comporta una interaccin constante entre el nivel subcul-tural, que se expresa en las peleas, la bebida y la aficin por las mujeres, y que se juzga especficamente a partir de criterios de autenticidad; y el nivel personal, caracterizado por echarse unas risas, tomar algo tranquilamente y mantener relaciones sentimentales de larga duracin, y que es medido en trminos de sinceridad.

  • 25Retorno a Rituales de resistencia

    En su conclusin, Muggleton (2000: 162-3) se queda tambin con elementos tanto antiguos como nuevos. Encontr que las subculturas no eran ni las entidades de clase obrera, organizadas en grupos y alta-mente cohesionadas del tiempo lineal de postguerra ni los hbridos amorfos, difusos, individualistas, liberales, al margen de las clases, de la era subcultural postmoderna, sino que son

    [M]anifestaciones de expresin individual, de autonoma y de diversi-dad cultural [...] estas caractersticas son afines a los valores bohemios que a partir de la postguerra y cada vez ms definen las experiencias de grupos de jvenes de clase obrera y de clase media-baja. En este sentido, la emergencia de una sensibilidad subcultural postmoderna (o liminal) de clase obrera (y su convergencia con los valores de clase media-alta) puede remontarse a principios de los aos sesenta. (Ibdem: 167)

    Puede que sea algo extremo atribuir la convergencia de clases en el te-rreno de la sensibilidad subcultural a los aos sesenta, poca en la que las subculturas parecan estar an ms claramente articuladas en torno a culturas de clase ms amplias. Solo en el post-punk de los aos ochenta se aprecia algo de convergencia de clase y gnero, especialmente en la cultura rave y club. Dicho esto, hay mucho con lo que estar de acuerdo en la argumentacin de Muggleton.

    Por ltimo, Hodkinson (2002: 196) encontr que la escena gtica se caracterizaba por su nocin reconceptualizada de subcultura, que acentuaba la particularidad relativa, el acceso a un sentido de iden-tidad, un cierto grado de compromiso y la relativa autonoma de su actividad. A diferencia de los bohemios de Muggleton, los gticos se caracterizaban ms por su contenido que por su fl exibilidad (ibdem). Esta afi rmacin podra respaldar algunas de las antiguas nociones de subcultura. Sin embargo, tambin se podra entender a los gticos como una especie de regresin atpica a las formas subculturales de periodos anteriores. Sin embargo, su libro evit tratar los problemas re-conocidos por l mismo como los problemas clave de la teora subcul-tural: la defi nicin de las subculturas como una expresin espontnea de contradicciones estructurales compartidas; la nocin de resistencia; el falso contraste entre la autenticidad y la infl uencia de los medios de comunicacin y el mercado o el afn de lucro.

  • 26 Rituales de resistencia

    Todos estos trabajos son interesantes y demuestran la existencia tan-to de cambio como de continuidad entre las antiguas subculturas y el nuevo mundo post-subcultural. Sin duda, todos ellos aportaron testimonios mucho ms completos de las experiencias vividas por los sujetos subculturales que los que ofrecimos nosotros en RR y llegaron al fondo de la crtica basada en la falta de autenticidad etnogrfi ca. Pero, ms all de esto, qu sacamos en claro del panorama general? Estn bien relacionadas estas subculturas, analizadas empricamente, con los cambios polticos, econmicos y socioculturales de sus respec-tivas pocas? La respuesta es que no y que, en ocasiones, ni siquiera lo estn. Lo cual no resulta especialmente sorprendente, ya que se trata de un problema endmico que afecta a los estudios etnogrfi cos. General-mente, el objetivo principal es contar las cosas tal y como son. Las ex-periencias vividas suelen elevarse a un nivel privilegiado de explicacin y anlisis. De hecho, a veces se piensa, en un terreno terico, que no es posible conectar experiencia vivida con realidad estructural. Acertada o desacertadamente, esto ltimo era justo la aspiracin de los estudios culturales y la razn por la cual RR no era solo un estudio etnogrfi co. Por eso resulta extrao que se haya propuesto tal camino como desarro-llo crtico de nuestro proyecto.

    En este sentido, vale la pena recordar que la obra de Stan Cohen que nos infl uy de manera ms decisiva su libro sobre los mods y los rockers (Cohen, 1973), combinaba un enfoque etnogrfi co con otro muy marcado sobre las etiquetas y las reacciones de la sociedad cristalizadas en el cuerpo policial, los medios de comunicacin y otros rganos disciplinarios. Fue la combinacin de ambos elementos lo que tuvo un gran impacto en nuestro pensamiento (y llev a evoluciones conceptuales decisivas en Policing the Crisis). Tambin merece la pena recordar que el tan celebrado estudio etnogrfi co de Paul Willis sobre los chavales2 britnicos en Learning to Labour tuvo tanto xito pre-cisamente porque trascendi los anteriores estudios etnogrfi cos sobre la educacin como el de Hargreaves (1967) al intentar abordar una

    2 Lads en el original. Aunque el signifi cado original de lad no es otro que hombre joven, este trmino se utiliza principalmente en Reino Unido para designar a un tipo de joven varn normativo que se comporta de acuerdo a determinados patrones de conducta tradicionalmente estipulados para su edad y gnero, por ejemplo, beber cantidades ingentes de alcohol o tener una vida (hetero)sexual muy activa. Este tipo de comportamiento normativo est estrechamente relacionado con un sentido de pertenencia a la clase popular u obrera. [N. de la T.]

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    cuestin mayor: Por qu los chavales de clase obrera acaban eligiendo trabajos de clase obrera?. Dicho de otra forma, Willis intentaba com-prender la reproduccin de clase a travs de los vnculos (homologas) que establece la educacin entre las experiencias vividas de los chicos y la estructura ms general de clases y culturas. Su conclusin supuso una contribucin terica al debate que surga entonces entre la interde-pendencia de clase y gnero (por ejemplo, el hecho de que los chavales britnicos de clase obrera rechazasen la feminidad de la burocracia y el trabajo de ofi cina en favor de la masculinidad del trabajo pesado perpetuaba su destino en trminos de clase); cabe destacar que, en este contexto, tal contribucin se ha reconocido menos de lo que se merece. En cualquier caso, desde los estudios culturales se concibi el anlisis de las subculturas como medio de dirigirse a este terreno mucho ms vas-to, terreno que ciertamente los estudios ms recientes sobre subculturas desde el mbito etnogrfi co no han tenido la ambicin de abordar. Por esta razn, la mayora de ellos no toca la problemtica tratada en Rituales de resistencia.

    Clase y subculturas: Determinismo tosco o demasiada indeterminacin?

    Nuestra teora de la relacin entre clase y cultura fue uno de los prime-ros motivos de crtica de RR. Por ejemplo, Ros Coward (1977), enton-ces miembro del Centro de Estudios, nos acus de adoptar una visin de expresin de la relacin entre clase y cultura (lo cual quera decir que la ltima era un mero refl ejo de la primera, que es determinante) y que por lo tanto no dotbamos a la cultura de autonoma propia. Sin embargo, Colin Sparks (tambin de la poca del Centro) nos acus del pecado contrario: de abandonar una ortodoxa concepcin marxis-ta de la determinacin econmica en favor de un marxismo cultural (Sparks, 1977). De cualquier forma, tanto si pecamos de determinismo reductivo como de indeterminacin, la importancia conferida a la clase ha seguido siendo objeto de crticas posteriores, con razn o sin ella. Es posible que la organizacin de las culturas de acuerdo con la clase social fuese ms visible y tambin ms slida en aquella poca. Quizs las alusiones a la clase social se hicieron de manera demasiado simple y con los recursos tericos que utilizbamos entonces, de manera dife-rente a como se hara en este momento. Las evoluciones en teora estn tambin sujetas a los dictmenes de la moda, y, despus de todo, desde

  • 28 Rituales de resistencia

    los aos setenta nos ha inundado un verdadero torrente terico. Quizs se produjo una combinacin de todos estos elementos. Sin embargo, cabe insistir en el hecho de que nunca form parte de nuestro proyecto una simple explicacin del fenmeno de las subculturas basada en el sistema de clases. Muchas de las teoras del libro nacieron precisamente de un esfuerzo sostenido por pensar y elaborar conexiones entre las subculturas y las clases sin reducir simplemente lo uno a lo otro. Adems, muchas otras dimensiones tericas (generacin, raza y gnero) cuyo desarrollo gener un gran entusiasmo en dcadas posteriores aparecen ya en el volumen (algunas, como el gnero, como producto de la crtica interna), aunque ahora puedan parecer poco desarrolladas.

    Cmo vemos esta cuestin en el presente? Cmo ha evolucionado este debate? Las sociedades postindustriales contemporneas son ahora mucho ms individualistas, estn ms fragmentadas socialmente y son ms plurales que en los aos sesenta y setenta. En consecuencia, la clase y la cultura estn mucho ms desarticuladas que antes y el terreno de las subculturas se ha convertido en algo mucho ms difuso de lo que era entonces. Es posible que se haya producido tambin un cambio en la naturaleza misma de la estructura de las clases sociales durante la tran-sicin de la sociedad industrial a la sociedad postindustrial. No cabe duda de que Gran Bretaa parece estar en trnsito entre una forma ms antigua de estructura de clases, engastada en los procesos histri-cos de formacin social, y un modelo de clase ms estadounidense o transatlntico, ms basado en el dinero y en el estilo de vida que este puede procurarse. La clase social ya no puede considerarse un factor primario en la produccin o explicacin de soluciones estilsticas.

    Sin embargo, si nos preguntamos si las clases han desaparecido como categora signifi cativa a la hora de pensar el orden social, la respuesta es un no rotundo. Las divisiones de clase no solo existen, sino que continan ejerciendo una enorme infl uencia sobre las opor-tunidades de las personas en todos los mbitos de la vida; infl uen-cias que, por otra parte, se transmiten a travs de las generaciones y se integran en el orden social. De hecho, la clase resurgi en los aos ochenta, a menudo como forma de pensar en el desorden social. Nos referimos aqu al debate generado en torno a la clase marginal o subclase [underclass] que los conservadores en general defi nieron como una subcultura del no-trabajo, la criminalidad y la ilegalidad

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    (Morris, 1994: 86). La subclase se convirti en un trmino clave en los discursos thatcherianos, que constituyeron la fuerza poltica principal en la desarticulacin de antiguos rdenes y formaciones de clase. El trmino fue ampliamente adoptado tanto en el espectro po-ltico como en el discurso acadmico como vehculo para pensar en la nueva pobreza y en la creciente desigualdad que trajo consigo la desindustrializacin (Murray, 1984 y 1990; Dahrendorf, 1985; Morris, 1994; Wilson, 1978 y 1987; Auletta, 1982). No podemos detenernos aqu a analizar los detalles del debate: sus orgenes hist-ricos, los lazos entre estructuras y culturas y entre raza y clase que lo cimentaban (vase Wacquant, 2002). De forma general, los conser-vadores preferan las explicaciones de tipo cultural y los liberales las de tipo estructural. Sin embargo, para nosotros lo relevante es que el debate supuso un intento de abordar las enormes transformaciones de la sociedad postindustrial. Nuestro afn por relacionar las subculturas con estos cambios implicaba inevitablemente entrar en este debate y en la nueva realidad que se intentaba (aunque inadecuadamente) describir, comprender, y explicar. Como apunt McRobbie (1998: 3-4), ya en los aos noventa, aunque las clases sociales eran una ma-croestructura mvil de opciones de vida, an ofrecan un mapa con toda una serie de oportunidades, expectativas y resultados.

    La ceguera ante el gnero y las chicas desaparecidas

    Otra de las crticas recurrentes que se le han hecho a RR es la falta de consideracin de los debates en torno al gnero. Visto en retrospectiva desde la perspectiva del feminismo contemporneo, dicha crtica resulta dolorosamente evidente. Pese a los esfuerzos por abordar el tema (vase McRobbie y Garber, y tambin Powell y Clarke), resulta un hecho abru-mador que las mujeres jvenes quedaron marginadas tanto en las subcul-turas juveniles como en nuestros esfuerzos de formular teoras sobre ellas. Ni el gnero ni la sexualidad se emplearon en el libro como ejes estructu-radores, en el sentido que ms tarde adquiriran. Esto llev a prestar aten-cin, exclusivamente, a los jvenes varones dentro de las subculturas y a no darnos cuenta de que, ocupndonos solo de los chicos y de los lugares mayoritariamente de ocio donde trascurran sus actividades, no ramos capaces de abordar la importancia terica de los lugares que no estudiba-mos y, con ellos, la importancia del gnero. Desde entonces, hemos sido

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    testigos de la creciente atencin que se ha prestado a las jvenes tanto en mbitos pblicos como domsticos, adems de la mirada propiamente de gnero sobre el hombre y las masculinidades, campos ambos no limitados en absoluto al estudio de las subculturas juveniles.

    A principios de los ochenta, Dorn y South ([1983] 1999: 35) ya identifi caron la necesidad de que las circunstancias, las culturas y las conciencias de chicos y chicas fuesen repensadas en relacin con [una nocin ampliada de] la divisin social del trabajo. Con esto se referan a un modelo de comprensin que resaltase el gnero e inclu-yese el mundo privado de la familia, de lo domstico, del cuidado de los nios y de las relaciones sexuales, adems del sector servicios y de la economa sumergida.3 Una vez las acadmicas feministas co-menzaron a exponer con fuerza el mundo de las mujeres a esta nueva mirada de gnero, result casi inevitable replantearse el enfoque de las subculturas, ms antiguo y limitado. Era imposible entender com-pletamente la vida de una mujer sin tener en cuenta las relaciones familiares, la responsabilidad del cuidado de los hijos y el mundo del consumo domstico y, cada vez ms, la incorporacin de la mujer a la economa as como la feminizacin de la mano de obra; todo ello tambin infl ua en el estudio del hombre de tal manera que, una vez incluida la dimensin domstica, se pas rpidamente de hablar de estudios de las mujeres a estudios de gnero. Dentro de lo que podramos denominar el campo de estudios de la juventud (a dife-rencia del campo de estudios subculturales), la profundidad de este replanteamiento produjo una gran cantidad de excelentes estudios. Por ejemplo, el minucioso trabajo de Christine Griffi n (1984) sobre mujeres jvenes en trnsito de la escuela al empleo que se haca eco del clsico anlisis de los chavales britnicos de Willis (1977) en Learning to Labour o la fascinante incursin de Bev Skeggs (1997) en las feminidades de clase de un grupo de mujeres de clase obrera.

    Dentro del dominio especfi co de los estudios culturales, la per-sona que se entreg a este reto de manera ms persistente (planteado originalmente por Garber y McRobbie en este volumen) ha sido la

    3 Sin embargo, no deberamos olvidarnos (aunque nosotros lo hicimos entonces) de que el primer ensayo seminal de Phil Cohen, que conceba las subculturas como soluciones mgicas ante las contra-dicciones de clase, tambin las vea como sistemas simblicos generacionales cuya funcin era resolver el confl icto intergeneracional dentro de las familias, ahora nucleares, de clase obrera (Cohen, 1972: 22).

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    propia McRobbie. Ante aquella crtica, se dedic a explorar las po-tencias y lmites del anlisis subcultural cuando aborda la sexualidad, los espacios diferentes (y defi nidos por el gnero) de las chicas jvenes y las diferentes formas de resistencia y adaptacin. Inicialmente, esto implic hacer un seguimiento de las chicas en el mbito domstico y de la cultura de las mejores amigas y los dormitorios, ms que den-tro de agrupaciones subculturales especfi cas, pandillas y lugares de ocio. McRobbie defenda que su mayor presencia en la esfera privada adelantaba sus futuros papeles de madres y esposas. La escasa oferta de ocio para sus madres, en las etapas posteriores del ciclo vital, se presagia ya en la importancia que adquiere echarse novio, pasar las tardes con l en casa y reservarse para el matrimonio (McRobbie, [1980] 1991 a: 33). En esta poca, el discurso del individualismo romntico (McRobbie, 1991b: 131) que ella identifi caba con asegu-rar y retener el amor de un buen chico, pareca ser el eje ideolgico de esta versin tradicional de la feminidad: La fi losofa par excellence de la chica adolescente (ibdem; nfasis en el original). Esta fi losofa se expresaba con elocuencia en la revista para chicas ms popular del momento, Jackie. Observ tambin un componente ideolgico de la feminidad adolescente que tena que ver con la importancia de sal-vaguardar la decencia sexual y lo que esto conllevaba para las chicas, que deban evitar beber en exceso o tomar drogas (McRobbie, [1980] 1991a: 29).

    Estas observaciones proporcionaron algunas de las nuevas coorde-nadas del enfoque de gnero: el uso domstico del tiempo de ocio, la importancia de los grupos de amigas, del romance y de los novios, o las revistas para chicas, todas ellas vas que abri McRobbie sin alejar-se de la manera original de comprender las subculturas de RR. Inicial-mente, su estudio comparta algunas de las preocupaciones originales del proyecto de Rituales de resistencia. Por ejemplo, la resistencia ocupaba un papel importante (al menos, en la medida en la que era posible en estos espacios, material e ideolgicamente restringidos). Sin embargo, McRobbie argument entonces que la cultura de las chicas tenda a celebrar solamente aquellos aspectos de la feminidad (el romance, la moda y la belleza) que eran tambin el origen de su opresin. Sus trabajos posteriores desarrollaron estas nociones y su l-nea de pensamiento, tal y como veremos ms tarde (en la seccin III).

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    Dentro del campo de las subculturas, apenas surgi ningn trabajo ms de relevancia que tratase el tema de las mujeres jvenes. Puede que este hecho, como sugerimos antes, se debiese a que el trabajo importante haba comenzado a emigrar a otro campo.4 Sin embargo, dentro de la criminologa se realizaron estudios signifi cativos sobre las chicas jvenes y las bandas callejeras. El giro hacia un enfoque de gnero de la banda (un enfoque establecido en estudios sobre la delincuencia) puede haber coincidido con una evolucin en la cultura de algunas mujeres jvenes y urbanas que se alejaron del enfoque romntico y domstico que describa McRobbie. Sin embargo, cabe recordar que en EEUU, donde se lleva-ron a cabo la mayora de los estudios de este tipo, la teora subcultural y el estudio de las bandas callejeras siempre han estado estrechamente relacionados. Albert Cohen (1955) formul su teora clsica de las sub-culturas en un libro subtitulado Th e Culture of the Gang [La cultura de la banda]; la respuesta de Cloward y Ohlin (1960) llev por ttulo A Th eory of Delinquent Gangs [Una teora de la banda criminal]. Los estudios centrados en las mujeres dentro de estas bandas incorporan de manera absolutamente central cuestiones sobre el comportamiento basa-do en el gnero y las normas. Se comportan las chicas de manera similar o de manera diferente a los chicos dentro de estas bandas? Refuerzan o subvierten los esquemas convencionales de gnero? Qu desvela esto sobre las relaciones contemporneas de gnero? En su pionero estudio et-nogrfi co sobre las chicas pertenecientes a bandas callejeras neoyorkinas, Campbell (1986: 266) concluy que, aunque las chicas aparecen cada vez ms como hermanas dentro de la banda y cada vez menos como las novias de los gnsteres, seguan siendo anexos de la banda masculina, sujetas al control y a las restricciones de los hombres. Dentro de la ban-da, sigue habiendo chicas buenas y chicas malas, marimachos y mu-jeres marginadas. A las chicas se les dice cmo tienen que vestirse, se les permite pelear y se les anima a ser buenas madres y esposas fi eles. En su estudio posterior, Miller (2002a: 442) encontr tambin una jerarqua de gnero propia adems de numerosas creencias contradictorias sobre la igualdad de gnero. El aspecto ms controvertido era el signifi cado de la igualdad de gnero, que pareca consistir en cruzar la divisin de gnero, identifi carse con la masculinidad y ser aceptada como igual por los hombres integrantes de la banda (de ah el ttulo deliberadamente

    4 Hemos ignorado a propsito la creciente literatura sobre las riotgrrrls (por ejemplo, Gottlieb y Wald, 1994; Kearney, 1998; Piano, 2003) porque para nosotros, el hecho de que fuesen de clase media y manifi estamente polticas las situaba dentro de la contracultura y no de la subcultura.

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    provocativo de su libro, One of the Guys [Uno de los tos] (Miller, 2001). Si las mujeres dentro de las bandas performan la masculinidad [doing masculinity] (Miller, 2002a y b) o la feminidad de la chica mala (Mes-serschmidt, 2002), ambas nociones apuntan a cambios importantes en la naturaleza de la cultura femenina contempornea y en las relaciones de gnero, adems de sealar el impacto del feminismo contemporneo en los estudios sobre la juventud. Sin embargo, en el Reino Unido se ha llevado a cabo muy poco trabajo comparativo de este tipo. Puede que este desplazamiento apunte, en trminos generales, a la reaparicin, y quizs a la profundizacin, de la divisin en los estudios sobre la juventud entre el extremo del espectro criminal, delincuente y antisocial y el foco en la cultura urbana popular infl uenciada por los medios de comunicacin. Hace mucho que Dick Hebdige predijo este fenmeno al hablar de dos grupos de imgenes: los lbregos retratos de los delincuentes juveniles y los joviales cameos de la vida adolescente que reverberan, se alternan y a veces se cruzan (Hebdige, [1983] 2005: 295). Lo que falta para nosotros en estos estudios sobre chicas dentro de bandas callejeras es un profundo inters en las cuestiones culturales y en el signifi cado simblico del estilo de las bandas.

    Dentro del postmodernismo: de la subcultura a las culturas de club

    La observacin de McRobbie de que llevar capucha transciende las fronteras de edad, etnia y clase es coherente con la idea post-subcul-tural de que las limitadas subculturas basadas en la clase no son ca-paces de captar (si es que alguna vez lo fueron) la mayor fl exibilidad que se evidencia en las agrupaciones contemporneas de jvenes. Ha habido muchos intentos de redefi nir estos grupos que aparentemente estn menos vinculados de manera estructural: ya no son subculturas sino neotribus (Bennett, 1999) o parte de los nuevos movimientos sociales (Martin, 2002). La idea ms comn es que las subculturas se transformaron en culturas de club. Segn Steve Redhead (1997b: x), un defensor clave de esta idea, en algn momento entre la llegada del punk en los aos setenta y la emergencia de la cultura rave en los aos ochenta, la importancia de la subcultura pas a la historia. Segn el autor, el nuevo ambiente poltico individualista y neoliberal que inau-gur el thatcherismo requera sustituir lo que l denomin el proyec-to marxista del CCCS por nuevas teoras postmodernas. El mejunje

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    resultante (Redhead, 1993a y b; Redhead, 1995; Redhead, 1997 a y b; Redhead et al., 1997) era ms una mezcla eclctica que un intento sis-temtico de desarrollar nociones fundamentales (que a menudo solan reaparecer para rellenar lagunas conceptuales).

    El trabajo de Th ornton (1995: 8) sobre las culturas de club, enor-memente admirado y sin duda la mirada ms completa e innovadora dedicada al fenmeno, es un ejemplo de experimentacin de nuevos conceptos dentro del, en trminos generales, marco moderno. Desa-rroll as su estudio porque observ que el marco terico heredado de Birmingham era empricamente impracticable y porque haba eligido como objeto de anlisis emprico a los fi eles asistentes a clubs y raves, comunidades con un solo propsito en comn y fronteras fl uidas (ib-dem: 3) y no grupos defi nidos por estilos concretos. Tambin se debi a la importancia que se le daba a compartir un cierto gusto musical (ibdem) dentro del grupo. Esto la llev a adaptar de manera enorme-mente innovadora las nociones de Bourdieu sobre capital cultural y distincin y a reconceptualizar las subculturas como culturas del gusto. Dentro de este nuevo marco, se utiliz el trmino subcultura para defi nir aquellas culturas del gusto que los medios de comunicacin etiquetan como subculturas (ibdem: 8) y el trmino subcultural pas a ser un sinnimo de aquellas prcticas que los clubbers5 llaman prcticas underground [subterrneas, alternativas] (ibdem). Lo cual signifi caba que las ideologas subculturales son un vehculo mediante el cual la juventud imagina a su grupo social y a los dems, reafi rma su carcter distintivo y afi rma que no son miembros annimos de una masa indiferenciada (ibdem: 10). Dicho de otra forma, en la medida en que los jvenes performan con xito las prcticas ideolgicamente asociadas con la lite subcultural (ser guay, estar a la moda, conocer a la gente adecuada, diferenciarse de lo mainstream, etc.), utilizndolas para marcar su distincin del resto de la gente, se podra hablar de que poseen y emplean capital subcultural (ibdem: 11). Sin embargo, debido a la centralidad de la msica en los mundos subculturales de la juventud y a que la edad es el factor demogrfi co ms signifi cativo en materia de gusto musical, el capital subcultural se diferencia del capital cultural (que defi ni Bourdieu) en que est menos atado a la clase social a la vez que est ms ligado a los medios de comunicacin.

    5 Un clubber es la persona que asiste a los clubs nocturnos de ocio y baile. [N. de E.]

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    Debido al inters en las culturas de club y en el desarrollo de nuevos conceptos con los que entenderlas, se ha producido una cierta tenden-cia por parte de pensadores postmodernos como Redhead a adoptar la obra de Th ornton como parte de la misma crtica postmodernista, esto nos parece un error. El viraje de Th ornton hacia Bourdieu es concep-tualmente aventurado, pero su trabajo se mantiene claramente dentro del campo moderno y no del posmodernista. Adems, se propone res-ponder a una pregunta diferente a la planteada por la tradicin de RR. En trminos generales, su pregunta es: cules son los procesos sociales que producen (y utilizan) valor subcultural? La nuestra era: qu sig-nifi can los diferentes modos de vida subculturales? Mientras nosotros partamos de una defi nicin ms antropolgica de cultura (como siste-mas de signifi cado y modos de vida), Th ornton parte explcitamente de la idea de que las subculturas producen algo de valor que puede utilizarse para marcar la distincin o crear capital subcultural. Am-bos enfoques son vlidos, aunque se han generado en climas tericos muy diferentes. Tienen en comn la orientacin hacia las relaciones de poder: la nuestra dirigida a la relacin entre las subculturas y las ma-crorrelaciones de poder, y la de Th ornton (a travs de una etnografa detallada) hacia la micropoltica de un espacio de ocio juvenil, o, utilizando un trmino de Bourdieu, de un campo cultural.

    Qu sacamos en claro, entonces, de este momento de las culturas de club? Qu tiene de nuevo? Cunto de generalizado est? Supone un cambio de paradigma? La teora postmoderna que sostiene la obra de Redhead y compaa es til para desestabilizar lo establecido, romper los lmites y destruir las categoras existentes. Nos alerta sobre la nueva fragmentacin social y los procesos de difusin cultural, al situar lo que podramos denominar las viejas cuestiones subculturales dentro de la naturaleza de las intersecciones mltiples del mundo contemporneo. Nos permite acercarnos de nuevo al fenmeno y ver lo que nos haba-mos dejado en el tintero. Y lo que es ms importante, revela nuevas verdades. Pero paradjicamente, al revelar nuevas verdades, tambin se pierde algo. Sin duda, catalogar y describir la nueva fragmentacin e hibridacin cultural es necesario y requerimos de nuevas herramientas y conceptos para hacerlo (sea o no el trmino postmoderno el ms apropiado para englobar estos cambios conceptuales). Sin embargo, es igualmente importante intentar averiguar de dnde vienen estas cosas, cmo y por qu surgen y con qu procesos sociales y culturales ms

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    amplios estn relacionados. Los crticos pueden considerar estas pre-guntas como modernas clsicas, dentro de una gran narrativa nica. Pero deberan tener cuidado con confundir una descripcin de cmo es el mundo con la manera en la que debe ser analizado y explicado. Cabe pensar que algunos procesos sociales han servido de base para una evolucin histrica hacia este tipo de realidades culturales nuevas, rea-lidades ms fragmentadas, ms difusas, ms hbridas y ms mediatiza-das. Estas nuevas realidades corresponden con la evolucin descrita por Th ornton de las subculturas de clase, que se convirtieron en culturas de club basadas en el gusto. Qu factor ha causado este giro en la cul-tura urbana juvenil? Cmo se articula en relacin con otros procesos sociales y culturales ms amplios? No hace falta estar completamente de acuerdo con Jameson (1984) cuando propuso que el postmodernismo es la lgica cultural del capitalismo tardo para darnos cuenta de que la cultura postmoderna no surgi de la nada. Es imposible que no guarde ninguna relacin con los grandes cambios que se han producido en el capitalismo tardo: las nuevas sociedades de mercado que han surgido en el mundo desarrollado, la mercantilizacin de la cultura asociada a este hecho, el cambio en la produccin de bienes materiales a pro-ductos culturales, el desarrollo del consumo masivo, el papel cada vez ms importante de las industrias culturales y las nuevas tecnologas, y la globalizacin. Algunas obras recientes ciertamente afi rman tal rela-cin. Martin Roberts (2005: 575), en un amplio y provocativo ensayo, conecta la creciente globalizacin de las subculturas con las nuevas economas culturales y los regmenes de acumulacin global que surgie-ron en los aos ochenta. Por ponerlo en nuestras palabras, que revelan nuestra predileccin por las interpretaciones sintomticas, nos gustara simplemente preguntar: De qu es sntoma el posmodernismo en las subculturas?.

    Seccin III. Trayectorias o Y ahora a dnde vamos?

    En vez de abordar directamente estas cuestiones, puede que sea ms til acercarse a ellas de manera indirecta preguntndonos a dnde se dirigi posteriormente el impulso de Rituales de resistencia. Esto podra mos-trar cmo hicimos para responder a tales cuestiones desde la perspectiva de nuestro proyecto; sin embargo, dadas las limitaciones de espacio, solo nos resulta posible hacerlo de manera indicativa.

  • 37Retorno a Rituales de resistencia

    Policing Th e Crisis y el anlisis coyuntural

    Una respuesta corta sera Policing Th e Crisis (PTC) (Hall et al., 1978). PTC desarroll muchas inquietudes del trabajo anterior y, en el proce-so, las transform. Aunque raramente se han considerado los dos libros como parte de un proyecto relacionado, ambos deberan concebirse de manera conjunta, en una secuencia conectada. PTC analiza el pnico moral relacionado con la juventud y la delincuencia. Sin embargo, in-tenta colocar las polticas raciales en el centro de la historia, poniendo en relacin un evento aparentemente insignifi cante con un anlisis de la coyuntura poltica. Comienza con el prisma que ofrece un pequeo y srdido crimen en los desoladores espacios dominados por la pobreza urbana, velada por la precariedad de los centros urbanos, la etnia y la raza. Traza la transicin del bienestar y la abundancia y la juventud como metfora del cambio al desarrollo de una crisis de la autoridad social y el crecimiento del pnico moral, a la rebelda juvenil, a los asaltos, a la delincuencia callejera negra y a los enemigos del Estado. En resumen, ofrece una narracin del viraje al momento excepcional que tuvo lugar a fi nales de los aos setenta. Concluye con una observacin directa de la brecha abismal en la que se convertira el thatcherismo (observacin que, dicho sea de paso, PTC realiz de forma inquietantemente proftica). En cuanto a la cultura juvenil, este fue el momento del punk: El apo-calipsis estaba en el aire y la retrica del punk estaba empapada [...] de imgenes de archivo de la crisis y del cambio repentino (Hebdige, 1979: 27). Tambin fue el momento del reggae y de lo que Paul Gilroy (1987: 197) denomin en Gran Bretaa la emergencia de expresiones de la comunidad negra [...] que se haban consolidado alrededor del lenguaje y las polticas rastafaris entre 1972 y 1981.

    De forma similar a PTC, RR tambin proporcion un anlisis co-yuntural, si bien no estaba tan bien desarrollado a nivel terico. Aun-que pona en tela de juicio algunos de los aspectos de la denominada tesis del bienestar, dio por sentado que la abundancia de postguerra, el desarrollo de los medios de comunicacin, el nacimiento del rock-n-roll, la nueva cultura popular comercial, la primera revolucin en el consumo de los aos cincuenta y sesenta y lo que Richard Hoggart denomin la americanizacin en Th e Uses of Literacy [Los usos de la literatura] (1958) defi nan una nueva coyuntura. Esto fue lo que proporcion las condiciones culturales de existencia, relevantes para el nacimiento de

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    una serie de movimientos juveniles distintivos (vase, por ejemplo, Chambers, 1985: 7). Aquellos que participaron de las subculturas fue-ron los primeros en incorporarse a la guerra semitica de guerrillas de Umberto Eco (1972: 121), mientras crecan dentro de mundos sociales especfi cos que formaban parte de una sociedad en rpida transforma-cin. Por mucho que los mitos del consumismo y el aburguesamiento intentasen constituir mgicamente a la juventud como clase, es falso que no tuvieran una historia propia. Por lo tanto, la tarea consista por una parte en comprender cmo experimentaban este mundo cambian-te y cmo actuaban en l y, por otra parte, cmo estaban posicionados socialmente tanto por l como dentro de l: eran sujetos que sin em-bargo estaban tambin sujetos a estructuras ms amplias e historias ms largas. En general, tanto los momentos interpretativos como los de contextualizacin son inevitables en los estudios culturales, los cuales, como argumenta Larry Grossberg (1997: 7) son siempre radicalmen-te contextuales (vase tambin Morris, 1997). RR haca nfasis en la agencia y PTC en la historia y en las estructuras. Sin embargo, la difcil tarea de relacionar ambos aspectos con las relaciones sociales totales, que muchas de las crticas que hemos recibido interpretan como con-ceptualmente imperializante, no poda dejarse de lado por el simple hecho de sumergirse empticamente en el fenmeno.

    Por tanto, en PTC no nos propusimos profundizar en la dimen-sin etnogrfi ca, aunque sta habra sido una va alternativa legtima e instructiva (vase, entre otros, Les Back, 1996). En cambio, nos interesaba ms esbozar un camino crtico/analtico, a partir de una serie de casos y eventos histricos concretos entendidos en su espe-cifi cidad descriptiva y vivida, por medio de una sucesin de marcos conceptuales de signifi cado y de niveles institucionales (numerosas determinaciones) que sirvieran como distintas fases de anlisis de un momento o coyuntura particular de la formacin social. Si bien es cierto que muchos tericos subculturales relacionan de manera im-precisa los fenmenos que estudian con tendencias sociales ms ge-nerales, tambin es cierto que pocos de ellos escogen como objeto de anlisis el engranaje de un nivel con el otro (el costoso seguimiento de diferentes niveles de determinacin interdependientes entre s) en una coyuntura particular.

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    Las culturas de la dispora negra y las polticas raciales

    As, PTC era tanto un anlisis coyuntural como parte de una trayectoria que, a travs de enfoques divergentes y crticas internas, pretenda escribir el captulo ignorado de las expresiones de las culturas de la dispora ne-gra y de las polticas raciales. Este era ya un eje signifi cativo de RR, sobre todo del texto de Hebdige, Reggae, rastas y rudies, y del de Chambers, Una estrategia para vivir. Despus, fue considerablemente ampliado en trabajos posteriores de estos autores (Hebdige, 1979 y 1987; Chambers, 1985) as como de Gilroy (1987). En este periodo tambin se realizaron estudios estratgicos sobre el polmico tema de la raza y del control policial (por ejemplo, Jeff erson, 1988, 1991 y 1992; Gilroy, 1982; Sim, 1982). Culturalmente hablando, a fi nales de los aos setenta tuvo lugar un mo-mento signifi cativo de convergencia. Hebdige (1979: 69-70) se dedic a hacer un seguimiento de lo que l mismo haba defi nido como una dinmica especialmente inestable [una] dialctica congelada [...] entre la cultura blanca y la negra. Gilroy, por su parte, hizo un seguimiento del camino ms autnomo de la cultura negra britnica. En los primeros aos que siguieron al armisticio de postguerra, afi rm que los emigrantes ca-recan de una cultura nica y cohesiva que pudiese unirlos (Gilroy, 1987: 161). La transicin al estatus de migrantes [desde el de miembros de la Commonwealth] y la consolidacin de una presencia negra en las ciudades an relegaba a los negros a una presencia ambigua dentro de la cultura popular de la sociedad de acogida (Gilroy, 1987: 160). La experiencia de la discriminacin racializada combinada con un proceso de intercambio transatlntico proporcion una matriz atlntica negra de la cual surgi una dispora britnica negra, distintiva y sincrtica, que empez a emerger en las ciudades de toda Gran Bretaa en los aos setenta. Esta se articul alrededor de una emergente identidad negra britnica, de polticas de re-sistencia frente al racismo y a la discriminacin racial, de ideas e imaginera rastafaris y rastas con el reggae y el root reggae,6 adems de en torno al concepto de poder negro proveniente del movimiento por los derechos

    6 Roots reggae es un subgnero del reggae que trata la vida cotidiana de los msicos, del gueto y de los pobres rurales. Las letras hablan de espiritualidad y religin, de pobreza, del orgullo negro, de la resistencia a la opresin racial y de la repatriacin a frica. El aumento de la violencia entre los partidos politicos de Jamaica dio lugar a temas como Police&Th ieves de Junior Murvin o Two Seven Clash de Culture. Se populariz en Europa en los aos setenta de la mano de Th e Wailers, sobre todo entre los jvenes de izquierda y la escena punk. Producidos por Lee Scratch Perry y Bunny Lee, entre otros, evolucion hacia el dub. [N. de E.]

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    civiles. En el contexto del racismo creciente y del agresivo control policial de los aos setenta, todos estos elementos confl uyeron y formaron las di-mensiones de un movimiento social (Gilroy, 1987: 198).

    Los puntos de convergencia mxima fueron probablemente la tra-duccin de temas reggae al lenguaje punk de los aos setenta, el crecien-te atractivo transversal de la msica soul (especialmente el Northern Soul) y el auge y la decadencia de la msica two-tone7 (Hebdige, 1987: 106ff ). Gilroy (1987: 171) afi rm que Las bandas two-tone [...] llevaron hasta el fi nal la lgica interna del [...] proyecto [de Bob Marley] fusionando las formas pop de races caribeas con polticas populares. Esto hizo posible que tanto jvenes blancos como negros pudieran descubrir signifi cados comunes o paralelos ante las difi culta-des de su drama postindustrial (ibdem). Gilroy (1987: 170) pensaba que esto no signifi caba tanto la confl uencia de dos impulsos opuestos [...] como la fl exibilidad del pop y su capacidad de absorber elementos contradictorios y diversos. No obstante, estas convergencias generaron las condiciones para el posterior acceso al mainstream de la msica y del estilo negro, que consiguieron una posicin infl uyente en la juventud britnica y en la cultura de la calle, que, pese a divergencias y fi suras posteriores, nunca ha perdido (vase Pool, 2006).

    Aunque de manera diferente, tanto Hebdige como Gilroy identifi ca-ron una ruptura signifi cativa en los umbrales de la dcada de los aos ochenta, cuando, a pesar de los puntos lgidos de la resistencia negra visibles en los disturbios de 1980-1981 y de 1985, se detuvo el impulso poltico que se estaba desarrollando y comenzaron a surgir nuevas actitu-des (vase, por ejemplo, Hall, 1998). Hebdige (1987: 122, 136) seala el cambio del reggae al slackness y al dancehall8 en la escena musical jamaicana y las infl uenciadas por esta, adems de la creciente infl uencia del rap y el hip-hop, lo que l denomina la conexin Nueva York (aunque, en realidad, se trataba de una conexin Kingston/Bronx/Londres). Gilroy (1987: 197) identifi ca la prdida de la hegemona

    7 El trmino twotonemusic se refi ere a un segundo resurgimiento del ska, acaecido en Inglaterra en 1977. [N. de la T.]8 El slackness es un subgnero de msica dancehall cuyas letras tienen un contenido sexual explcito. A su vez, el dancehall es un gnero de msica popular jamaicana proveniente del reggae que se origin a fi nales de los aos setenta y que domin la escena musical de la isla durante buena parte de esa dcada. [N. de la T.]

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    rastafari. Aunque afi rma que la explosin del inters por la cultura hip-hop que tuvo lugar en los barrios asiticos de Londres en 1985 es un ejemplo importante de [...] creatividad (Gilroy, 1987: 217), su punto de vista sobre posteriores desarrollos en los aos noventa fue cada vez ms crtico (Gilroy, 1997, 2000). Refi rindose especfi camente a la fl o-reciente infl uencia de la msica afroamericana y de sus estilos urbanos, critic la naturaleza exclusivista y biopoltica de las reivindicaciones de autenticidad tnica que suscriban las formas emergentes de identidad negra y solidaridad racial (Gilroy, 1997). Se pregunt qu ocurra cuan-do los fenmenos underground aparecan entre el brillo y el glamour de la industrias culturales y sus maquinarias insaciables de mercantilizacin (Gilroy, 1997: 84), cuando la marginalidad del hip-hop se converta en algo tan ofi cial y rutinario como su exagerada actitud de desafo, aunque se siga presentando (o comercializando) la msica y su correspondiente estilo de vida como marginal (Gilroy, 2000: 180).

    Postfeminismo, nuevos tiempos, feminidad y chicas

    Otra de las trayectorias es el camino, ya sealado, que parta de las chicas desaparecidas [de la teora subcultural] y su posterior crtica de gnero, llevada a cabo por McRobbie y Garber (en este volumen) y McRobbie ([1980] 1991a), a travs de la feminidad y la vida do-mstica para aterrizar en el terreno mucho ms amplio del feminismo y la cultura juvenil, e incluso para ir ms all de sus fronteras. Esto exigi una implicacin crtica constante en las cuestiones de cultura y gnero (McRobbie, 1984, 1989a y b, 1991a, b y c, 1994, 1997). McRobbie haba realizado con anterioridad estudios que hacan un seguimiento de estas cuestiones culturales dentro de los mundos pri-vados, domsticos, familiares y romnticos ocupados por las chicas. En la dcada de los aos ochenta, todo esto haba cambiado. Las dicotomas anteriores (estructuras de clase/culturas juveniles comer-ciales, feminismo/feminidad, autntico/comercial) ya no eran ni tan relevantes, ni tan apropiadas, ni tenan el poder de anlisis ni de ex-plicacin que una vez tuvieron. La revista para chicas adolescentes de entre 12 y 16 aos Jackie fue desbancada por su rival Seventeen, lo cual constituy un buen indicador de estos nuevos tiempos y ejemplifi c un nuevo clima: la ausencia del romance; las fantasas en torno al mundo del pop y de la moda; una mayor apertura sexual; la

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    importancia de la imagen; y la inscripcin del cuerpo en la lgica del consumismo. Todo ello contribuy a la emergencia de una chica ms independiente o individualizada (McRobbie, 2007a).

    McRobbie hizo un seguimiento de cmo estas mujeres jvenes, ms independientes y seguras de s mismas, entraban en el mundo. Explor su acceso a los nuevos mercados de trabajo, al comercio y al marketing, as como los nuevos roles de mujeres que surgieron con la llegada del emprendedor subcultural (McRobbie, 1989a). Esto desplaz el enfo-que an ms, al pasar de las chicas a las mujeres jvenes, del ocio a los nuevos mercados de trabajo no estructurados y (en un extenso estudio de las mujeres en la industria de la moda basado en entrevistas y publicado en 1998) a las nuevas industrias culturales. Continu ex-plorando el gnero y su relacin con el nuevo laborismo y el impacto contradictorio de lo que acab defi nindose como postfeminismo.

    En esta trayectoria, se ve una vez ms cmo el mundo de las sub-culturas de los aos sesenta y setenta se convierte en los espacios ms heterogneos de la cultura juvenil de los aos ochenta. Tambin se puede observar la transicin a los nuevos tiempos de los mercados y la iniciativa empresarial, de la privatizacin, el trabajo autnomo y la externalizacin, de la feminizacin/precarizacin de la mano de obra, del capitalismo de diseo y la sociedad de consumo. Todo esto provoc una reevaluacin de las formas de empoderamiento y de la capacidad de hacerse a uno mismo, posibles por este nuevo aumento del consumo que autores como Jim McGuigan (1992:107) criticaron enrgicamente por su populismo. McGuigan vea este cambio como una transicin daina de un modelo dialctico de produccin/con-sumo a una preocupacin exclusiva por el consumo. No cabe duda de que, en un esfuerzo por registrar y teorizar estos cambios veloces y de gran alcance, el pndulo se alej demasiado en la otra direccin. La reafi rmacin de viejas verdades sobre la produccin no recono-ci sufi cientemente la profundidad del cambio coyuntural que estaba teniendo lugar. El enfoque de McRobbie le permiti a ella y a otros autores dar una versin ms detallada y de gnero del cambio social y entender de forma ms fl uida el mundo cambiante que las mujeres j-venes comenzaban a ocupar. Adems, en su enfoque ms amplio sobre el consumo y el placer, McRobbie llev a cabo un proyecto, anunciado por primera vez en 1980, cuando, a modo de conclusin de su crtica

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    anterior, adelant que la triada conceptual establecida de clase, sexo y raza (McRobbie, [1980] 1991a: 31) necesitara complementarse con tres conceptos ms: populismo, ocio y placer (ibdem: 32). Es ms, la idea de que la gente no era idiota y que su respuesta al cambio era siempre dialctica (que la gente intentaba comprender lo que ocurra y que lo que ocurra infl ua en lo que la gente poda llegar a comprender) formaba parte de un cambio terico mucho ms largo que a menudo se condensa demasiado cmodamente en el trmino postestructura-lismo. Esto implic desplazarse desde una concepcin unidireccional de la determinacin social y econmica a una perspectiva ms cons-truccionista desde el punto de vista social, que hablaba de muchas determinaciones, encarnadas, por ejemplo, en las teoras del consumo y de la construccin de uno mismo, en la nocin de pblico activo, en la codifi cacin/decodifi cacin de los estudios de las ciencias de la infor-macin y, anteriormente, en la idea de bricolage [bricolaje] (la infl uencia omnipresente de Gramsci no resulta aqu irrelevante).

    Una de las principales cuestiones que se encuentra en los escritos de McRobbie es la manera en la que el mundo del consumismo pare-ce imitar algunos de los temas y las preocupaciones del feminismo al mismo tiempo que absorbe y neutraliza su sentido crtico y su im-pacto. Este inters por las ambigedades de un feminismo popular patrocinado por intereses comerciales no difi ere de la idea central de la posterior crtica de Gilroy de lo que ocurre con las primeras nociones de libertad en el hip hop y en el gangsta rap. Otra de las preguntas es cmo los acadmicos y las acadmicas feministas, los profesores y los investigadores podran situarse a medio camino entre el feminismo de oposicin prejuicioso y censurador y el disfrute del placer femenino, sin perder toda referencia y convertirse en cmplices de un feminismo mercantilizado (McRobbie, 2007a). En parte, la autora atribuy el reconocimiento de este problema al psicoanlisis feminista y a la nueva voluntad de las escritoras feministas de sincerarse con sus deseos:

    Como sucede a muchas otras mujeres [...] la fantasa del cuerpo perfec-to, un romance maravilloso y un estilo de vida glamuroso sigue estando presente en nuestras vidas, incluso cuando intentamos negarlo. El reco-nocimiento de este hecho comienza a descomponer las lneas de opo-sicin entre el feminismo y la feminidad. (McRobbie, 1997:194).

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    Muchos de estos temas hallan ecos y paralelismos en el trabajo realizado en distintos campos que siguen lo que podemos denominar la lnea divisoria de los aos ochenta.

    Hombres y masculinidades

    A travs de la lectura del trabajo de McRobbie sobre el consumo y el placer, lo que podramos llamar la cara positiva de los aos ochenta, resulta fcil olvidarse de su cara negativa, del nivel y de la intensidad del confl icto y de los trastornos sociales que acompaaron a esta dca-da. Los disturbios, las huelgas y los enfrentamientos civiles fueron las matronas del doloroso nacimiento del nuevo espritu emprendedor, el capitalismo de diseo y la Gran Bretaa yuppie. En los disturbios de 1980-1981 y 1985, grupos de furiosos jvenes negros y sus homlogos blancos, en centros urbanos deprimidos con altas tasas de paro, exclu-sin social y discriminacin racial, expresaron claramente la medida de su descontento en una serie de enfrentamientos y brotes de violencia, eventos desencadenados con frecuencia por un control policial excesi-vamente duro. Estos enfrentamientos entre polica y civiles se conver-tieron en un rasgo intermitente del panorama postindustrial. Las largas huelgas tambin aparecieron de forma prominente. Estas implicaron duras contiendas, ya que primero los trabajadores del acero, despus los mineros, y ms tarde los impresores (trabajadores de la industria tradi-cional que ejercan una considerable infl uencia poltica y econmica) fueron desafi ados por el Estado o por empresas privadas y fi nalmente derrotados, dejando as va libre para el avance de los intereses priva-dos y corporativos y del libre juego de las fuerzas del mercado. La desindustrializacin no fue producto de la casualidad: fue impuesta o impulsada de manera coercitiva, tanto en las antiguas comunidades industriales, en las que los trabajadores pelearon por sus trabajos, sus comunidades y sus modos de vida, como en las zonas urbanas y las reas de exclusin social y discriminacin racial, ambos centros neu-rlgicos de lo que cada vez ms se conoca como el viejo laborismo. La restauracin del mando por el capital privado y la privatizacin de empresas pblicas elimin muchos trabajos y sacudi fuertemente los que quedaron, lo que favoreci la despiadada reduccin de costes que reclamaban las nuevas tendencias de la competencia mercantil a escala global. La prdida de trabajo y de capacidad industrial fue

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    acompaada de un veloz crecimiento del sector servicios y del trabajo autnomo, con sus escaleras ascendentes para unos pocos afortunados y la innumerable cantidad de Mctrabajos temporales, mal pagados y tradicionalmente femeninos para la gran mayora de los ciudadanos. Los costes sociales ocultos fueron numerosos: enormes trastornos a nivel social; destruccin de las estructuras pblicas de apoyo; penurias para los nuevos pobres, pensionistas, parados, familias monoparen-tales y jvenes (sobre todo jvenes negros y asiticos con trabajos a tiempo parcial y progresivamente criminalizados); propagacin de en-fermedades mentales, drogadiccin y delitos menores; y desintegracin familiar. As, la cara amarga de los aos ochenta muestra una dcada cargada de confl icto, desestructuracin social inducida y transforma-cin cultural, en la que se impuso de manera despiadada una dolorosa transicin a una nueva economa y cultura globalizada; y los custodios tradicionales de los intereses de la clase obrera, los sindicatos y el (anti-guo) Partido Laborista se adaptaron a este nuevo clima.

    Estos cambios dieron lugar a dos trayectorias relacionadas entre s: un debate de escasa duracin sobre la subclase, mencionado breve-mente en prrafos anteriores, y un anlisis mucho ms constante de la nocin de hombre y de las masculinidades. Resulta interesante sea-lar que Keith Hayward (2006), un pionero de la nueva criminologa cultural que reivindica RR como parte importante de su herencia, ha explicado de manera contundente por qu el debate sobre la subclase dur poco. Afi rma que la etiqueta chav9 est reemplazando a la etiqueta subclase, de escasa utilizacin en la actualidad; chav ha pasado a signi-fi car exclusin social o marginalidad en una era donde imperan el con-sumo y la cultura celebrity. Sin embargo, es cierto que se han realizado algunos estudios interesantes sobre la subclase en torno al racismo y el consumo (y abuso) de drogas. Mike Collison (1996), por ejemplo, en-trevist a un grupo de jvenes varones delincuentes que tambin eran politoxicmanos. Se les podra haber defi nido como miembros de la subcultura de la politoxicomana, pero, utilizando una terminologa ms novedosa, de la sociedad del riesgo, Collison se refi ri a ellos como refl exivity losers [los perdedores de la refl exividad]. En cualquier caso, forman parte, de manera estructural, de aquellos que quedaron

    9 Chav es un trmino utilizado en Gran Bretaa para defi nir un tipo de subcultura marginal de periferia. Equivalentes aceptables en castellano seran choni, cani o quinqui. [N. de la T.]

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    atrs en nuestro mundo feliz huxleyriano del individualismo com-petitivo: los miembros de la subclase. Podra decirse que su solucin mgica implica el rechazo de la tristeza de ser perdedores en aras de asegurarse la reputacin de malo y loco. Respecto a la cuestin del nuevo racismo, cabe recordar el trabajo etnogrfi co de autores como Les Back, Michael Keith o Phil Cohen, ste ltimo un antiguo estudio-so de las subculturas de gran infl uencia. En muchos sentidos, su trabajo se puede interpretar como una serie de contribuciones a los estudios subculturales de la vida de la subclase en barrios pobres, de etnias varia-das y racialmente divididos en la era del multiculturalismo (vase, por ejemplo, Back, Cohen y Keith, 1999).

    Y lo que es ms importante (sin duda en lo que a este volumen concierne) el llamamiento feminista a los hombres a tomarse el gnero en serio aceler enormemente el trabajo sobre los hombres y las mas-culinidades. Resulta interesante recalcar que otro miembro del Centro de Estudios, Andrew Tolson (1977) public un libro sobre la masculi-nidad justo despus de la publicacin de RR. Pero, como apunt Mc-Guigan, en aquella poca, aquel fue un trabajo relativamente aislado. Sin embargo, pronto apareci una enorme cantidad de trabajo sobre hombres y masculinidades (artculos, libros ms de 5.000 volmenes en los aos noventa, segn Whitehead, 2002), estudios de investiga-cin y una compilacin de cinco volmenes de los artculos clsicos (que se public en 2006). Gran parte de este trabajo utiliz como mar-co de referencia los anlisis del australiano Bob Connell, cuyo primer libro exclusivamente dedicado al tema, Gender and power [Gnero y poder] (1987) fue, en nuestra opinin, su mejor libro. En l, combina-ba y adaptaba conceptos de Juliet Mitchell, Antonio Gramsci y Tony Giddens para llegar a la idea de un campo cuestionado y multiestruc-tural de relaciones de gnero que se reproduca a travs de las prcticas de los actores sociales. El resultado era un modelo compuesto por versiones histricas y culturalmente especfi cas de la masculinidad he-gemnica que se contraponan a las diferentes versiones de la femini-dad y la masculinidad subordinada (se ampli despus para incluir las masculinidades cmplices y las marginales, vase Connell, 1995: 79-81). Este modelo ha sido fuente de inspiracin para numerosos es-tudios que investigaban sobre hombres y jvenes varones en diferentes culturas, periodos histricos y mbitos institucionales. A diferencia del desafo postestructuralista/postmodernista que tuvo lugar dentro de los

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    estudios (sub)culturales, una abrumadora mayora del trabajo llevado a cabo sobre hombres y masculinidades se ha situado dentro de un marco terico ms tradicional y moderno o ms realista/estructuralista.

    Sin embargo, el tema ha suscitado tambin gran inters fuera del mundo acadmico: primero con la llegada del denominado hombre nuevo, el producto metropolitano de una mayor igualdad de gne-ro que el feminismo intentaba introducir a empujones; ms tarde, los nuevos machos surgieron como parte de un movimiento reactivo; y, fi nalmente, tuvo lugar la crisis de la masculinidad. Desde el punto de vista poltico y de igual manera que ocurri con el debate sobre la subclase, todos estos estudios se realizaron con el teln de fondo del mundo angloamericano, que sufra entonces una reestructuracin neo-liberal, un proceso de desindustrializacin y sus consiguientes transfor-maciones. Todos los estudios, uno tras otro, revelan los efectos poco menos que desastrosos que han tenido la desindustrializacin, la preca-rizacin y la inseguridad laboral en los hombres jvenes de clase obrera, en un contexto de cambio en las relaciones de gnero y raza. Pongamos por ejemplo un cuadro complejo con una situacin extrema: un chico joven que ya en el colegio es superado por sus compaeras (o es ex-cluido por completo, si es afrocaribeo). Deja la escuela pronto, con pocas perspectivas de encontrar un trabajo decente o de lograr la in-dependencia econmica, y su tiempo de ocio lo ocupa el aburrimiento, salpicado de enormes borracheras y un consumo recreativo de drogas (o directamente, un problema de drogadiccin). A esto le sigue el com-portamiento antisocial y los encuentros ocasionales con la polica, que sern ms frecuentes de ser negro o asitico; tiene pocas perspectivas de independizarse y construir una unidad familiar estable y alternativa, con lo cual ejerce una paternidad precoz e irresponsable. La nueva cultura del individualismo lo culpa de su propio drama y el nuevo con-sumismo lo excluye. As, carece de fuentes (trabajo, comunidad) para modelar una identidad masculina y al mismo tiempo se siente confun-dido o amenazado por el nuevo feminismo (o por realizar, l mismo, un trabajo feminizado en el sector servicios). Si es negro, se retirar hacia un mundo negro cada vez ms segregado y, si es blanco, perci-bir a sus semejantes negros como una amenaza (para su posibilidad de encontrar trabajo, su territorio, sus mujeres) pero tambin sentir envidia (por su dureza, su sexualidad y porque molan). Muchos varo-nes blancos desarrollarn como respuesta a todos estos elementos una

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    acentuacin defensiva de los peores y ms agresivos rasgos de la mascu-linidad tradicional as como un racismo complejo y contradictorio. La respuesta de los varones negros es una frustrante sensacin de fracaso, que se proyecta en la degradacin de las mujeres, la exclusin social y la incursin en el crimen. Estas respuestas hipermasculinas entran en un complejo dilogo con