hacedor de estrellas

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un viaje enigmatico

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  • Olaf Stapledon

    HACEDOR DE ESTRELLAS

    www.infotematica.com.ar

  • Texto de dominio pblico. Este texto digital es de DOMINIO PBLICO en Argentina por cumplirse ms de 30 aos de la muerte de su autor (Ley 11.723 de Propiedad Intelectual). Sin embargo, no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los diferentes pases del mundo. Infrmese de la situacin de su pas antes de la distribucin pblica de este texto.

  • Notas acerca del Autor

    William Olaf Stapledon (1886-1950), naci en Inglaterra. Fue maestro de escuela,empleado en una compaa naviera en Liverpool y Port Said, y lector de filosofa,psicologa, literatura e historia de la industria en la Universidad de Liverpool. Publicvarias obras de filosofa y las siguientes novelas: La primera y ltima humanidad (1930),Los ltimos hombres en Londres (1932), Juan Raro (1936), Hacedor de estrellas (1937),Oscuridad y Luz (1942), Sirio (1944), Las llamas (1947), y Un hombre dividido (1950). Lamayora de las ideas fundamentales de la ciencia-ficcin moderna procede de Hacedor deestrellas; las razas simbiticas (Eric Frank Russell, Theodore Sturgeon), los imperiosgalcticos (R. A. Heinlein, C. D. Simak, Isaac Asimov), las nebulosas y estrellasinteligentes (Fred Hoyle, Arthur C. Clarke). Stapledon -lector de Hegel, Marx y Spinoza, ysocialista apasionado- desarrolla estas ideas como temas de meditacin sobre elsignificado y propsito de la sociedad humana, el devenir del espritu: "personalidad-en-comunidad", y la creacin y muerte del universo.

  • Nota preliminar

    Hacia 1930, ya bien cumplidos los cuarenta aos. William Olaf Stapledon abord porprimera vez el ejercicio de la literatura. A esta iniciacin tarda se debe el hecho de que noaprendi nunca ciertas destrezas tcnicas y de que no haba contrado ciertas malascostumbres. El examen de su estilo, en el que se advierte un exceso de palabrasabstractas, sugiere que antes de escribir haba ledo mucha filosofa y pocas novelas opoemas. En lo que se refiere a su carcter y a su destino, ms vale transcribir sus propiaspalabras: "Soy un chapucero congnito, protegido (o estropeado?) por el sistemacapitalista. Slo ahora al cabo de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender adesempearme. Mi niez dur unos veinticinco aos; la moldearon el canal de Suez, elpueblito de Abbotsholme y la Universidad de Oxford. Ensay diversas carreras yperidicamente hube de huir ante el inminente desastre. Maestro de escuela, aprend dememoria captulos enteros de la Escritura, la vspera de la leccin de historia sagrada. Enuna oficina, de Liverpool ech a perder listas de cargas: en Port Said, candorosamentepermit que los capitanes llevaran ms carbn que el estipulado. Me propuse educar alpueblo: peones de minas y obreros ferroviarios me ensearon ms cosas de las queaprendieron de m. La guerra de 1914 me encontr muy pacfico. En el frente francsmanej una ambulancia de la Cruz Roja. Despus: un casamiento romntico, hijos, elhbito y la pasin del hogar. Me despert como adolescente casado a los treinta y cincoaos. Penosamente pas del estado larval a una madurez informe atrasada. Medominaron dos experiencias: la filosofa y el trgico desorden de la colmena humana...Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la adultez mental, advierto con una sonrisa que elotro pisa la sepultura."

    La metfora balad de la ltima lnea es un ejemplo de la indiferencia literaria deStapledon, ya que no de su casi ilimitada imaginacin. Wells alterna sus monstruos -susmarcianos tentaculares, su hombre invisible, sus proletarios subterrneos y ciegos- congente cotidiana; Stapledon construye y describe mundos imaginarios con la precisin ycon buena parte de la aridez de un naturalista. Sus fantasmagoras biolgicas no se dejancontaminar por percances humanos.

    En un estudio sobre Eureka de Poe, Valery ha observado que la cosmogona es el msantiguo de los gneros literarios; pese a las anticipaciones de Bacon, cuya NuevaAtlntida se public a principio del siglo XVII, cabe afirmar que el ms moderno es lafbula o fantasa de carcter cientfico. Es sabido que Poe abord aisladamente los dosgneros y acaso invent el ltimo; Olaf Stapledon los combina, en este libro singular. Paraesta exploracin imaginaria del tiempo y del espacio, no recurre a vagos mecanismosinconvincentes sino a la fusin de una mente humana con otras, a una suerte de xtasislcido, o (si se quiere) a una variacin de cierta famosa doctrina, de los cabalistas, quesuponan que en el cuerpo de un hombre pueden habitar muchas almas, como en elcuerpo de la mujer que est por ser madre. La mayora de los colegas de Stapledonparecen arbitrarios o irresponsables; ste, en cambio, deja una impresin de sinceridad,pese a, lo singular y a veces monstruoso de sus relatos. No acumula invenciones para ladistraccin o el estupor de quienes lo leern; sigue y registra con honesto vigor lascomplejas y sombras vicisitudes de su sueo coherente.

    Ya que la cronologa y la geografa parecen ofrecer al espritu una misteriosasatisfaccin, agregaremos que este soador de universos naci en Liverpool el 10 demayo de 1886 y que su muerte ocurri en Londres el 6 de septiembre de 1950. Para loshbitos mentales de nuestro siglo, Hacedor de estrellas es, adems de una prodigiosanovela, un sistema probable o verosmil de la pluralidad de los mundos y de su dramticahistoria.

    JORGE LUIS BORGES

  • Prefacio

    En un momento en que Europa corre peligro de una catstrofe mayor que la de 1914,este libro podra considerarse una intil distraccin; la defensa del mundo civilizado contrael barbarismo moderno es hoy desesperadamente urgente.

    Ao tras ao, mes tras mes, la situacin de nuestra fragmentaria y precaria civilizacines ms y ms grave. El fascismo es cada vez ms temerario y despiadado en susaventuras internacionales, se muestra ms tirnico con sus propios ciudadanos, msbrbaro en su desprecio de la vida de la mente. An en nuestro propio pas hay razonespara temer una reciente tendencia a la militarizacin y a la restriccin de las libertadesciviles. Pasan adems las dcadas, y no se da ningn paso decidido para aliviar lainjusticia de nuestro orden social. Nuestro gastado sistema econmico condena a millonesa la frustracin.

    En estas condiciones es difcil para los escritores cumplir su vocacin con coraje yequilibrado juicio a la vez. Algunos se contentan con encogerse de hombros y abandonanla lucha central de nuestra poca; cierran las mentes a los problemas ms vitales delmundo e inevitablemente producen no slo obras que no tienen ningn significadoprofundo para sus contemporneos sino que son tambin sutilmente insinceras. Puesconsciente o inconscientemente, estos escritores deben obligarse a pensar que no hayuna crisis en los asuntos humanos, o que esa crisis es menos importante que sus propiasobras, o que simplemente no les concierne. Pero la crisis existe, y es de supremaimportancia, y nos interesa a todos. Hay acaso algn hombre inteligente e informado quepueda sostener lo contrario sin engaarse a s mismo?

    Sin embargo, siento una viva simpata por algunos de esos "intelectuales" que declaranno poder contribuir de ningn modo til a la lucha, y no poder hacer nada mejor que nometerse en ella. Yo soy en verdad, uno de ellos. Pero yo defendera esa posicin diciendoque aunque nuestro apoyo a la causa sea inactivo o ineficaz, no la ignoramos. Ella es enrealidad nuestra constante y obsesiva preocupacin. Pero luego de repetidos yprolongados ensayos nos hemos convencido de que nuestra mejor contribucin sersiempre de tipo indirecto. Para algunos escritores la situacin es distinta. Lanzndosegalantemente a la lucha, emplean sus habilidades en redactar urgente propaganda, ohasta toman las armas para intervenir directamente en la causa. Si tienen un talentoadecuado, o el punto particular al que aplican su esfuerzo es realmente parte de la granempresa de defender (o crear) la civilizacin, pueden realizar, por supuesto, una obravaliosa. Es posible que ganen por aadidura en experiencia y simpata humana,aumentando as inmensamente su capacidad como escritores. Pero la misma urgencia deesa tarea puede no dejarles ver la importancia de mantener y extender aun en esta pocade crisis lo que puede llamarse metafricamente "la autocrtica de la autoconciencia de laespecie humana", o de entender la vida del hombre como un todo en relacin con el restode las cosas. Esto implica la voluntad de ver todas las teoras, ideales y asuntos humanoscon el menor prejuicio humano posible. Quienes se lanzan a lo ms reido del combatetienden a convertirse en ciegos partidarios, aunque la causa sea justa y noble. Pierdenentonces algo de ese desinters, esa serenidad de juicio que es al fin y al cabo una de lasmejores caractersticas humanas. Y as quiz debe ser, pues una lucha desesperadaexige ms devocin que desinters. Pero otros pueden servir a esa misma causa tratandode mantener, junto con una humana lealtad, un espritu ms desapasionado. Y quiz latentativa de ver este mundo turbulento en un escenario de estrellas aclare an ms elsignificado de la presente crisis. Quiz hasta acreciente nuestro amor al prjimo.

    En esta creencia he tratado aqu de trazar un esbozo imaginario de la terrible pero vitaltotalidad de las cosas. S bien que es un esbozo muy inadecuado, y en cierto modoinfantil, aun considerado desde el punto de vista de la experiencia humana actual. En una

  • poca ms calma y juiciosa podra parecer un disparate. Sin embargo, a pesar de sutosquedad, y a pesar de describir algo muy remoto, quiz no sea del todo impertinente.

    He corrido el riesgo de or atronadoras protestas de la derecha y la izquierda, y heutilizada ocasionalmente ciertas ideas y palabras derivadas de la religin, tratando deinterpretarlas en relacin con las necesidades humanas. Con palabras vlidas an, peroestropeadas por el uso, como "espiritual" y "reverencia" (tan obscenas hoy para laizquierda como las viejas y buenas palabras sexuales para la derecha), he intentadosugerir una experiencia que la derecha pervierte a menudo y la izquierda suele juzgarerrneamente. Esta experiencia, dira yo, implica un desinters de todo fin privado, socialy racial; no porque impulse al hombre a rechazar estos fines, sino porque les da un nuevovalor. La "vida espiritual" parece ser en esencia una tentativa de adoptar la actitud msapropiada para la totalidad de nuestra experiencia, as como la admiracin es algoapropiado para el mejor desarrollo del hombre. Esta experiencia puede resultar en unamayor lucidez, y una conciencia de temple ms afinado, y beneficiar as notablementenuestra conducta. En verdad si esta experiencia, humanizadora en grado supremo, noproduce, junto con una suerte de piedad ante el destino, la decidida resolucin de ayudaral despertar de la humanidad, ser slo simulacin y artimaa.

    Antes de concluir este prefacio debo expresar mi gratitud al profesor L.C. Martin, y losseores L.H. Myers y E.V. Rieu por sus provechosas y bienintencionadas crticas, que meimpulsaron a reescribir muchos captulos. An ahora no s si debo asociar sus nombres auna obra tan extravagante. De acuerdo con las normas de la novela tradicional, es un libronotablemente malo. En verdad, no es ni siquiera una novela.

    Ciertas ideas acerca de los planetas artificiales me fueron sugeridas por el fascinantelibrito de J.D. Bernal, The World, the Flesh, and the Devil. Espero que l no desapruebeenrgicamente el uso que he hecho de esas ideas.

    A mi mujer debo agradecerle tanto que haya corregido las pruebas como su propiaexistencia.

    Al fin del libro he incluido una nota sobre magnitudes, que puede ser til para loslectores poco familiarizados con la astronoma. Las escalas de tiempo quiz diviertan aalgunos.

    Olaf StapldonMarzo de 1937

    HACEDOR DE ESTRELLAS

    1 - La Tierra

    1. EL PUNTO DE PARTIDA

    Una noche, descorazonado, sub a la colina. Los matorrales me cerraban a menudo elcamino. Abajo se ordenaban los faroles de los suburbios. Las ventanas, con las cortinasbajas, eran ojos cerrados, que observaban interiormente la vida de los sueos. Ms allde la sombra del mar, lata un faro. Arriba, oscuridad.

    Distingu nuestra propia casa, una islita en las tumultuosas y amargas corrientes delmundo. All durante una dcada y media, nosotros dos, de caractersticas tan distintas,habamos crecido apoyndonos y alimentndonos mutuamente, en una intrincadasimbiosis. All habamos planeado nuestras tareas diarias, y habamos hablado de lasdecepciones y curiosidades del da. All se haban amontonado las cartas que esperabanrespuesta, las medias que necesitaban zurcidos. All haban nacido los nios, esasrepentinas nuevas vidas. All, bajo aquel techo, nuestras dos vidas, resistindose a vecesuna a otra, haban sido en todo momento una vida nica, mayor, ms consciente quecualquier vida solitaria.

  • Todo esto, seguramente, era bueno. Sin embargo, haba all amargura. Y la amargurano slo vena de afuera, del mundo; surga tambin dentro de nuestro propio circulomgico. El horror a nuestra futileza, a nuestra propia irrealidad, y no slo al delirio delmundo, me haba arrastrado a la colina.

    Estbamos siempre atareados, en cosas urgentes e insignificantes, y el resultado erainsustancial. Habramos juzgado errneamente toda nuestra existencia? Habramosfundado nuestra vida en falsas premisas? Y en particular, esa sociedad nuestra, esepunto de apoyo, aparentemente tan firme, de actividad mundana, no sera quiz slo undbil torbellino de contenida y complaciente domesticidad, que giraba intilmente en lasuperficie del gran ro, y que en s mismo careca de profundidad, de significado? No noshabamos engaado a nosotros mismos? No habramos vivido slo un sueo, comotantos otros, detrs de aquellas estticas ventanas? En un mundo enfermo hasta losfuertes estn enfermos. Y nosotros dos, que tejamos nuestra menuda existenciaarrastrados por la rutina, muy pocas veces con clara conciencia, muy pocas veces conuna firme determinacin, ramos productos de un mundo enfermo.

    Sin embargo, esa vida nuestra no era mera y estril fantasa. No la habamos tejidoacaso con las fibras mismas de la realidad, que habamos unido saliendo de la casa yentrando en ella, una y otra vez, y en nuestros viajes entre el suburbio y la ciudad, y otrasciudades ms remotas, y con los extremos de la tierra? No habamos tejido juntos unaautntica expresin de nuestra propia naturaleza? Nuestras ocupaciones cotidianas nohaban sido acaso como hilos ms o menos firmes de vida activa, que se habanincorporado a aquella tela cada vez mayor, la intrincada y proliferante trama de lahumanidad?

    Pens en "nosotros" con un sereno inters y una especie de divertida angustia. Cmohubiese podido describir aquella relacin, aun para m mismo, sin estropearla o insultarlacon los chillones adornos del sentimentalismo? Pues aquel delicado equilibrio dedependencia e independencia, aquel mutuo contacto, astuto, framente crtico, peroamante, era seguramente un microcosmos de verdadera comunidad, era al fin y al cabo,dentro de sus lmites, un ejemplo vivo y real de aquella elevada meta a la que el mundoaspiraba.

    El mundo entero? El universo entero? Arriba, la oscuridad revel una estrella. Unatrmula flecha de luz, proyectada quin sabe cuntos miles de aos atrs, ahoraalcanzaba mis nervios como un punto visible, y me estremeca. Pues qu podasignificar nuestra comunidad, frgil, evanescente, fortuita, en un universo semejante?

    Pero, irracionalmente, sent en m una rara reverencia, no hacia el astro, un simplefuego que la distancia santificaba falsamente, sino hacia otra cosa, algo que m corazndescubra en aquel terrible contraste entre la estrella y nosotros. Sin embargo, qu podaser eso? La inteligencia, mirando ms all del astro, no descubra ningn Hacedor deEstrellas, slo oscuridad; ningn Amor, ningn Poder siquiera, slo nada. Y sin embargo,el corazn pareca cantar una alabanza.

    Impacientemente, hice a un lado esta locura, y me volv de lo inescrutable a lo familiar yconcreto. Apart todo sentimiento de reverencia, y hasta el miedo y la amargura, y decidexaminar ms framente ese notable "nosotros", sorprendentemente significativo, que nospareca tan importante, y que en relacin con las estrellas era algo tan ftil.

    Aun prescindiendo de ese vasto escenario csmico, donde todo pareca pequeo,ramos quiz insignificantes, y hasta ridculos, un accidente tan comn, tan trillado, slouna pareja casada, que haba intentado vivir sin tensiones excesivas. El matrimonio ennuestra poca era algo sospechoso, y el nuestro, con su trivial origen romntico,doblemente sospechoso.

    Nos habamos conocido cuando ella era an una nia. Nuestros ojos se encontraron depronto. Ella me mir un momento con una serena atencin; con un oscuro y profundo

  • reconocimiento, llegu yo a imaginar, romnticamente. Yo por lo menos reconoc enaquella mirada -o as lo entendi la fiebre de mi adolescencia- mi propio destino. S! Qupredestinada me haba parecido nuestra unin! Y ahora en el recuerdo, qu accidental!Por supuesto, como muchos viejos matrimonios, nos entendamos muy bien, como dosrboles que han crecido unidos, distorsionndose, pero soportndose. Framente, la vi aella ahora como un simple aditamento a m vida personal, a veces til, pero muy amenudo irritante. ramos en realidad buenos compaeros. Nos concedamos una ciertalibertad, y as nos tolerbamos.

    Esa era nuestra relacin. Desde este punto de vista no pareca muy importante para lacomprensin del universo. Pero en mi corazn yo saba que no era as. Ni aun las frasestrellas, ni aun la totalidad del cosmos con todas sus vacas inmensidades podanconvencerme de que ese nuestro preciado tomo de comunidad, que era tan imperfecto,que morira tan pronto, no tuviese ningn significado.

    Pero esa indescriptible relacin nuestra poda tener algn significado fuera de smisma? Probaba por ejemplo que la naturaleza esencial de los seres humanos era elamor, y no el odio y el miedo? Probaba que todos los hombres y mujeres del mundo,aun impedidos por las circunstancias, eran capaces de crear una comunidad mundial,sostenida por el amor? Y siendo tambin ella misma un producto del cosmos, probabaque el amor era la base del cosmos mismo? Y permita afirmar que nosotros dos -quealimentbamos su excelencia intrnseca- tendramos de algn modo una vida eterna?Probaba en verdad que el amor era Dios, y que Dios nos esperaba en el cielo?

    No! Esa comunidad de espritus, domstica, amistosa, exasperante, alegre, simple, ytan preciada, no probaba nada de eso. No probaba nada sino su propia e imperfectaverdad. No era nada sino un eptome, muy pequeo, muy brillante, de las muchasposibilidades de la existencia. Record los enjambres de estrellas invisibles. Record eltumulto de odio, temor y amargura que es el mundo del hombre. Record, tambin,nuestras disensiones, no poco frecuentes. Me dije que desapareceramos muy pronto,como una onda que la brisa ha dibujado en el agua tranquila.

    Una vez ms percib ese raro contraste entre las estrellas y nosotros. La incalculablepotencia del cosmos acrecentaba misteriosamente la verdad de nuestra breve chispa, y elbreve e incierto destino de los hombres. Y stos a su vez aceleraban el cosmos.

    Me sent en las hierbas. Arriba retroceda la oscuridad. Y la liberada poblacin del cieloasomaba estrella tras estrella.

    Las sombras colinas y el mar invisible se extendan alrededor hasta perderse de vista.Pero el halcn de la imaginacin los segua ms all del horizonte. Senta que yo estabaen una mota de piedra y metal, envuelto en una delgada pelcula de agua y aire, y quegiraba a la sombra y a la luz del sol. Y en la superficie de esa mota enjambres dehombres, en generaciones sucesivas haban vvido en el trabajo y la ceguera, conintermitente alegra, e intermitente lucidez. Toda su historia, sus migraciones, susimperios, sus filosofas, sus orgullosas ciencias, sus revoluciones sociales, su necesidadcada vez mayor de una vida en comunidad, eran slo una chispa en un da de lasestrellas.

    Si uno pudiese saber, pens, si en esa hueste centelleante haba o no, aqu y all,otros granos de roca y metal habitados por el espritu, y si los titubeos del hombre en supersecucin de la sabidura y el amor eran slo un estremecimiento insignificante, o partede un movimiento universal!

    2. LA TIERRA ENTRE LAS ESTRELLAS

    Arriba, la oscuridad haba desaparecido. De horizonte a horizonte el cielo era uninterrumpido campo de estrellas. Dos planetas miraban fijamente, sin parpadear. Loshombros y pies cuadrangulares de Orin, con el cinturn y la espada, el Arado, el zigzag

  • de Casiopea, las ntimas Plyades, se dibujaban borrosamente en la sombra. La VaLctea, un vago rizo de luz, atravesaba el cielo.

    La imaginacin completaba lo que no alcanzaba la vista. Mirando hacia abajo, mepareci ver a travs de un planeta transparente, a travs de hierbas y rocas, losenterrados cementerios de especies desvanecidas, los fundidos basaltos y el hierro delncleo de la Tierra; luego, aparentemente todava hacia abajo. Mis ojos atravesaron otrosestratos y vieron las tierras y mares del sur, subieron por las races de los rboles delcaucho, y los pies de los invertidos antpodas, y se hundieron en el da azul, atravesadopor el sol, y se perdieron en la noche eterna, donde las estrellas y el sol estn juntos.Pues all, en una profundidad vertiginosa, como peces en el fondo de un lago, yacan lasconstelaciones inferiores. Las dos bvedas del cielo se fundan as en una esfera hueca,poblada de astros, negra, aun junto al sol enceguecedor. La luna joven era una curva dealambre incandescente. El aro de la Va Lctea rodeaba el universo.

    Arrastrado por un raro vrtigo, busqu apoyo en el dbil resplandor de las ventanas demi casa. Estaban todava all y tambin el suburbio, y las colinas. Pero la luz de lasestrellas lo atravesaba todo. Era como si las cosas terrestres fueran de cristal, o de algnmaterial vtreo, ms lmpido, y ms etreo. El reloj de la iglesia empez a anunciar lamedianoche. La primera campanada, muy dbil, se perdi a lo lejos.

    El sonido estimul mi imaginacin, y todo me pareci de pronto nuevo y raro. Mir unaestrella y otra y ya no vi el firmamento como un techo y un piso enjoyados, sino como unaserie de abismos centelleantes poblados de soles. Y aunque la mayora de las grandes yfamiliares luces del cielo estaban adelante, como nuestros ms prximos vecinos, vi queotros astros refulgentes eran en realidad muy remotos, mientras que algunas dbileslmparas slo eran visibles porque estaban tan cerca. A los lados, en el espaciointermedio, se apretaban los enjambres y corrientes de soles. Pero an stos parecanahora cercanos, pues la Va Lctea haba retrocedido a una distancia incomparablementemayor. Y las brechas de las partes ms prximas revelaban una sucesin de nieblasluminosas, y extensas perspectivas de poblaciones estelares.

    El universo que el destino me haba sealado no era una cmara estrellada, sino unvrtice de corrientes de astros. No! Era ms an. Pues mirando entre las estrellas laoscuridad que se abra ms all, vi tambin, como meras chispas y puntos de luz, otrosvrtices semejantes, otras galaxias semejantes, desparramadas por el vaco, en abismoscada vez ms profundos, de modo que ni siquiera el ojo de la imaginacin poda encontrarlmites a la csmica galaxia de galaxias, que lo abrazaba todo. El universo se me aparecaahora como un vaco donde flotaban raros copos de nieve, y cada copo era un universo.

    Mientras contemplaba el ms dbil y remoto de todos aquellos enjambres de universos,me pareci ver, como ayudado por una imaginacin hipertelescpica, una poblacin desoles; y cerca de uno de esos soles haba un planeta, y en el lado oscuro del planetahaba una loma, y en esa loma estaba yo. Nuestros astrnomos nos aseguran que enesta ilimitada finitud que llamamos el cosmos las lneas rectas de la luz no se pierden enel infinito sino que vuelven a su propia fuente. Pero record entonces que si mi visinhubiese dependido de la luz fsica, y no de la luz de la imaginacin, los rayos que habanllegado a aquella loma, luego de haber "dado la vuelta" al cosmos, no me hubieranrevelado mi propia figura, sino acontecimientos anteriores a la formacin de la Tierra, yhasta quiz anteriores a la formacin del Sol.

    Entonces, apartndome una vez ms de esas inmensidades, busqu otra vez con lamirada las ventanas de nuestro hogar, que aunque atravesadas de estrellas eran anpara m mas reales que todas las galaxias. Pero nuestra casa haba desaparecido, juntocon todo el suburbio, y las lomas tambin, y el mar. El mismo suelo donde yo habaestado sentado ya no exista. En su lugar, abajo, muy lejos, se extendan unas tinieblasinsustanciales. Y pareca como si yo mismo hubiese abandonado mi cuerpo, pues nopoda verme ni tocarme la carne. Intent mover las piernas y los brazos y nada ocurri.

  • No tenia piernas, ni brazos. La percepcin interna de mi cuerpo, y el dolor de cabeza queme haba abrumado desde la maana, haban cedido su puesto a una vaga levedad, unsentimiento de bienestar.

    Cuando comprend totalmente el cambio que me haba sobrevenido, me pregunt si nohaba muerto, y no estara entrando en una existencia totalmente inesperada. Unaposibilidad tan trivial me exasper al principio. En seguida me sent consternado, puesentend que s yo haba muerto realmente no volvera a mi preciado y concreto tomo decomunidad. La violencia de mi pena me sorprendi. Pero me consol muy prontopensando que al fin y al cabo era muy probable que yo no estuviese muerto, sino en unaespecie de trance, del que despertara en cualquier minuto. Resolv por lo tanto noalarmarme demasiado con este cambio misterioso. Observara con un inters cientficotodo lo que me ocurra.

    Advert que la oscuridad que haba reemplazado al suelo se apretaba y condensaba.Ya no era posible ver las estrellas del otro lado. Pronto, all abajo, la Tierra fue slo lasuperficie de una mesa, enorme y circular, un ancho disco de sombra rodeado de astros.Aparentemente yo estaba alejndome de mi planeta natal a increble velocidad. La Tierraeclipsaba otra vez al Sol, antes visible a la imaginacin en el cielo inferior. Aunque ahoraya deba estar a cientos de kilmetros sobre el suelo, la falta de oxigeno y presinatmosfrica no me perturbaban. Experimentaba slo un gozo creciente y una deliciosaefervescencia del pensamiento. El extraordinario brillo de las estrellas me excitaba sobremanera. Pues ya a causa de la ausencia de aire, o el acrecentamiento de mi propiasensibilidad, o ambas cosas, el cielo tena ahora un aspecto inslito. Todas las estrellasparecan haber aumentado de magnitud. El firmamento resplandeca. Las estrellasmayores eran como los faros de un coche distante. La Va Lctea, que las sombras ya noinundaban, era un ro circular y graneado de luz.

    En ese momento, a lo largo del borde occidental del planeta, muy lejano, apareci unadbil lnea luminosa, que mientras yo segua remontndome, se ti aqu y all deanaranjados y rojos. Evidentemente yo viajaba no slo hacia arriba sino tambin hacia eleste, y la curva me llevaba a la luz del da. Pronto apareci el Sol, devorando con su brilloel gran creciente del alba. Segu subiendo, y el Sol y el planeta se apartaron, y el hilo delalba creci hasta ser una nublada franja de luz solar, y luego an ms, como una luna queva formndose, hasta iluminar la mitad del planeta. Entre las reas del da y la noche, uncinturn de sombra, de tintes clidos, ancho como un subcontinente, marcaba ahora elrea del alba. Yo continu elevndome y viajando hacia el este y vi que las tierras ibanhacia el oeste junto con la luz, hasta que estuve sobre el Pacifico en pleno medioda.

    La Tierra se me apareca ahora como un gran orbe brillante, cien veces mayor que laluna llena. La imagen del Sol se reflejaba en el ocano como una centelleante mancha deluz. La circunferencia del planeta era un anillo indefinido de niebla luminosa que seborraba gradualmente hasta confundirse con la negrura del espacio. Parte del hemisferionorte, inclinado de algn modo hacia m, era una extensin de nieve y nubes. Pudedistinguir los contornos de Japn y China; sus vagos castaos y verdes mellaban losvagos azules y grises del ocano. Cerca del ecuador, donde el aire era ms claro, elocano pareca oscurecerse. Haba un menudo torbellino de nubes brillantes que eraquiz la superficie superior de un huracn. Las Filipinas y Nueva Guinea tenan formasmuy precisas. Australia se perda en las neblinas del sur.

    El espectculo era extraamente conmovedor. La admiracin y el asombro borrabantoda ansiedad personal; la pura belleza de nuestro planeta me sorprenda. Era una perlaenorme, montada en bano estrellado. Era ncar, era palo. No, era algo ms hermosoque ninguna joya, de dibujados colores, sutiles, etreos. Tena la delicadeza, y el brillo, lacomplejidad y la armona de una cosa viva. Era raro que yo sintiese desde tan lejos, comonunca haba sentido antes, la presencia vital de la Tierra; una criatura viva, pero dormida,que anhelaba oscuramente despertar.

  • Ninguna forma visible de esta joya celestial y viva revelaba la presencia del hombre.All abajo, ocultos, estaban algunos de los centros ms poblados del mundo. All abajovastas regiones industriales ennegrecan el aire con humo. Y sin embargo, aquel tropel devida y aquellas empresas tan importantes para el hombre no haban dejado ningunamarca notable en el planeta. Desde esta altura, la Tierra no hubiera parecido muydiferente antes de la aparicin del hombre. Ningn ngel visitante, ningn explorador deotro planeta, hubiera podido sospechar que en este orbe suave proliferaban las alimaas,unas bestias incipientemente anglicas que se torturaban a s mismas y dominaban elmundo.

    2 - Viaje interestelar

    Mientras contemplaba as mi planeta natal, yo segua remontndome en el espacio. LaTierra era cada vez ms pequea, y al moverme hacia el este me pareci verla girar.Todos sus accidentes iban hacia el oeste, hasta que al fin el crepsculo vespertino y elAtlntico aparecieron en el borde occidental, y luego la noche. Pocos minutos ms tarde,me pareci, el planeta se haba convertido en una inmensa media luna. Pronto fue unborroso y delgado creciente, junto al afilado creciente de su satlite.

    Comprend asombrado que yo deba de estar viajando a una velocidad fantstica eimposible. Tan rpido era mi progreso que yo crea atravesar una constante granizada demeteoros. Eran invisibles hasta que los tena casi delante; pues brillaban slo cuandoreflejaban la luz del Sol, un breve instante, como vetas de luz, como lmparas vistasdesde un tren expreso.

    Me encontr con muchos de ellos de frente, pero no me causaron ningn dao. Unaenorme piedra regular, del tamao de una casa, me aterroriz realmente. La masailuminada se balance ante mis ojos, exhibi durante una fraccin de segundo unasuperficie spera y me devor. Supongo por lo menos que debe de haberme devorado,pero tan rpido fue mi pasaje que apenas acababa de verlo cuando me encontrdejndolo atrs.

    Muy pronto la Tierra se confundi con los otros astros. Digo pronto, pero yo apenastena entonces sentido del paso del tiempo. Minutos, horas, y hasta quiz tambin das ysemanas se me confundan unos con otros.

    Mientras trataba an de recobrarme, descubr que ya haba cruzado la rbita de Martey me precipitaba a travs del camino de los asteroides. Algunos de estos minsculosplanetas estaban ahora tan cerca que parecan grandes astros que se movan sobre elfondo de las constelaciones. Uno o dos se me aparecieron como formas gibosas, y luegocomo unas medias lunas antes de perderse detrs de m.

    Ya Jpiter era gradualmente ms brillante y cambiaba de posicin entre las estrellasfijas. El gran globo fue al fin un disco, mayor que el del empequeecido Sol. Los cuatrosatlites mayores eran perlitas que flotaban junto a l. La superficie del planeta mepareca jamn veteado, a causa de las zonas con nubes. Las nubes velaban toda sucircunferencia. Me hund en l y pas al otro lado. Debido a la inmensa altura de suatmsfera, el da y la noche se mezclaban en Jpiter sin lmites precisos. Not aqu y allen su oscuro hemisferio oriental vagas reas de una luz rojiza, quiz el resplandor deerupciones volcnicas que penetraban las densas nubes.

    En pocos minutos, o quiz aos, Jpiter se transform otra vez en una estrella, y luegose perdi en el esplendor del Sol, reducido pero todava brillante. No encontr ninguno delos otros planetas en mi curso, pero advert pronto que ya deba haber dejado muy atrslos mismos lmites de la rbita de Plutn. El Sol era ahora slo la ms brillante de lasestrellas, e iba apagndose detrs de m.

  • Al fin tuve ocasin de sentirme realmente consternado. Nada era visible ahora, exceptoel cielo y sus estrellas. El Arado, Casiopea, Orin, las Plyades se burlaban de m con sufamiliaridad y su lejana. El Sol no era ya sino una estrella brillante entre las otras. Nadacambiaba. Estaba yo condenado a quedar suspendido para siempre en el espacio, comoun testigo incorpreo? Haba muerto? Era ste mi castigo por una vida singularmenteineficaz? Era sta la pena que haba merecido mi inveterada voluntad de permanecerapartado de los asuntos, pasiones y prejuicios humanos?

    Me esforc en volver con mi imaginacin a la cima de la loma suburbana. Vi nuestrohogar. Se abri la puerta. Una figura sali al jardn, iluminada por la luz del vestbulo. Mirun momento a los lados de la carretera, luego entr otra vez en la casa. Pero la escenaera producto de la imaginacin. En la realidad, no haba ms que estrellas.

    Al cabo de un rato, not que el Sol y todas las estrellas vecinas eran rojas. Las del poloopuesto del cielo eran en cambio de un fro azul. Entend rpidamente el extraofenmeno. Yo estaba viajando an, y viajando a tal velocidad que la luz misma no eraindiferente a mi paso. Las ondas de los astros que quedaban atrs tardaban enalcanzarme. Me afectaban por lo tanto como pulsaciones ms lentas que lo normal y lasvea como rojas. Las que venan a mi encuentro, en cambio, se apretaban y acortaban yeran visibles como una luz azul.

    Muy pronto los cielos presentaron un aspecto extraordinario, pues todas las estrellasque estaban detrs de m fueron de un rojo encendido, mientras que las de adelante erande un color violeta. Rubes atrs, amatistas adelante. Rodeando las constelaciones rojasse extenda un rea de estrellas de topacio, y alrededor de las constelaciones de amatistaun rea de zafiros. Junto a mi curso, de los dos lados, los colores empalidecan hastatransformarse en el color blanco normal de los familiares diamantes del cielo. Como yoviajaba casi en el plano de la galaxia, el crculo de la Va Lctea, blanco a los lados, eravioleta adelante, rojo detrs. Al fin las estrellas que estaban directamente delante y detrsde m desaparecieron dejando dos agujeros oscuros en el cielo, cada uno de ellosrodeado por una zona de estrellas coloreadas. Era evidente que mi velocidad estabaaumentando. La luz de los astros de los dos polos me alcanzaba ahora en formas queestaban ms all de los lmites de la visin humana.

    A medida que aumentaba mi velocidad, las dos manchas sin estrellas, atrs y adelante,con su borde coloreado, invadan la zona de estrellas normales que se abra ante m, acada lado. Not entre estas estrellas un movimiento. A m paso las estrellas ms cercanasparecan flotar sobre el fondo de las ms lejanas. Este movimiento se aceler, hasta que,durante un breve instante, el cielo visible estuvo rayado de estrellas. Luego de pronto todose desvaneci. Presumiblemente mi velocidad era tan grande con relacin a las estrellasque sus rayos de luz no podan afectarme.

    Aunque yo estaba viajando quiz a una velocidad superior a la de la luz, me parecaestar flotando en las profundidades de un pozo. La oscuridad informe, la ausenciacompleta de sensaciones me aterrorizaron, si puedo llamar "terror" a la repugnancia yansiedad que yo experimentaba entonces sin ninguno de los acompaamientoscorporales del terror, sin temblores, sudores, jadeos o palpitaciones. Desamparado, mecompadeca a m mismo, y pensaba en mi casa, anhelaba ver otra vez el rostro que yoconoca ms. Poda verla ahora con los ojos de la mente, sentada junto al fuego,cosiendo, con un leve ceo de ansiedad. Me pregunt si mi cuerpo yacera muerto en lahierba. Me encontraran a la maana? Cmo afrontara ella este gran cambio en suvida? Con entereza sin duda, y dolor.

    Pero aunque yo me rebelaba, desesperadamente, contra la disolucin de nuestroatesorado tomo de comunidad, senta sin embargo que algo en mi interior, mi esprituesencial, deseaba enfticamente no retroceder, sino seguir adelante en aquel asombrosoviaje. Un mero deseo de aventuras no hubiera podido de ningn modo hacerme olvidar uninstante mi nostalgia del familiar mundo humano. Yo era de una especie demasiado

  • domstica para encontrar algn placer en el peligro y la afliccin. Pero haba otra cosaque borraba toda posible timidez: yo senta que el destino me estaba ofreciendo unaoportunidad, no slo la de explorar los abismos del mundo fsico, sino descubrir tambinque papel representaban en verdad la vida y la mente entre las estrellas. Un anhelovehemente estaba apoderndose de m, no un anhelo de aventura sino el de poderdescubrir el significado del hombre, o de cualquier criatura similar al hombre que habitarael cosmos. Ese domstico tesoro nuestro, esa margarita clara y primaveral que crecajunto a los ridos caminos de la vida moderna, me impulsaba a aceptar alegremente mirara aventura, pues no poda yo descubrir que no era todo el universo un sitio de polvo yceniza, con alguna vida achaparrada aqu y all, sino realmente, y ms all de lasestriles extensiones terrestres, un mundo de flores?

    Era el hombre verdaderamente, como a veces haba deseado serlo, el punto dondese desarrollaba el espritu csmico, por lo menos en sus aspectos temporales? O era luno entre millones de puntos semejantes? No tendra la humanidad, en una universalperspectiva, ms importancia que una rata en una catedral? Cul era la verdaderafuncin del hombre? El poder, la sabidura, el amor, la reverencia, todo esto a la vez?Acaso esta misma idea de funcin, de propsito, no tena sentido en relacin con elcosmos. Yo encontrara respuesta a estos graves interrogantes. Asimismo aprendera aver con ms claridad y a enfrentar ms rectamente (as me lo dije a m mismo) eso quevislumbramos a veces e inspira un sentimiento de reverencia.

    Me vea ahora a m mismo no como un individuo aislado, vido de excitacin, sinocomo un emisario de la humanidad. No, como un rgano de exploracin, una antena,proyectada por el mundo humano para establecer contacto con sus compaeros delespacio. Yo deba ir adelante, sin temores, aunque mi trivial vida terrestre llegara a su fin,y mi mujer y mis hijos no volviesen a verme. Yo deba ir adelante: y de algn modo, algnda, aun luego de siglos de viaje interestelar, yo regresara a la Tierra.

    Cuando recuerdo aquella fase de exaltacin, ahora que he vuelto realmente a la Tierraluego de las ms sorprendentes aventuras, me descorazona advertir el contraste entre eltesoro espiritual que deseo ofrecer a mis semejantes y la insuficiencia de mi verdaderotributo. Este fracaso se debe quiz al hecho de que aunque acept realmente el desafode la aventura, en mi aceptacin haba secretas reservas. El miedo y la aficin a lacomodidad, reconozco ahora, nublaron la claridad de mi propsito. Mi resolucin, tomadatan audazmente, fue al fin de cuentas un fracaso. Mi nostalgia del planeta natal borraba aveces totalmente mi ya inestable coraje. Una y otra vez, en el curso de mis travesas,tena la impresin de que mi naturaleza pedestre y tmida me impeda entender losaspectos ms significativos de aquellos acontecimientos.

    De todas las experiencias de mis viajes, slo una fraccin fue para m inteligible, aunaquel tiempo; y entonces, como dir ms adelante, mis poderes recibieron el auxilio deunas criaturas de desarrollo superhumano. Ahora que estoy otra vez en mi planeta natal,y ya no cuento con esa ayuda, no puedo ni siquiera resucitar una parte de losconocimientos ms profundos que alcanc entonces. Y as mi relato, que habla de la msdistante de todas las exploraciones humanas, no es mucho ms digno de confianza que lajerigonza de una mente trastornada por el impacto de una experiencia para ellaincomprensible.

    Vuelvo a mi relato. No s cunto tiempo estuve discutiendo, conmigo mismo, pero tanpronto como tom mi decisin, los astros atravesaron otra vez la oscuridad absoluta. Yome haba detenido aparentemente, pues estaba rodeado de estrellas y eran todas decolor normal.

    Pero haba ocurrido un misterioso cambio. Pronto descubr que bastaba que yodesease acercarme a una estrella para que me moviera hacia ella, y a una velocidad quepareca superior a la de la luz. Esto, como yo saba muy bien, era fsicamente imposible.

  • Los hombres de ciencia me haban asegurado que un movimiento ms rpido que lavelocidad de la luz no tena sentido. Entend por lo tanto que mi movimiento deba de serde algn modo un fenmeno mental, y no fsico, y que yo era capaz de situarme ensucesivos puntos de vista sin medios fsicos de locomocin. Me pareci evidente tambinque esa luz con que las estrellas se me revelaban ahora no era una luz fsica, normal;pues not que mis nuevos expeditivos modos de viajar no alteraban los colores visibles delas estrellas. Aunque yo me moviese con mucha rapidez conservaban sus maticesdiamantinos, pero ms brillantes y ntidos que en la visin normal.

    Tan pronto como descubr mi nuevo poder de locomocin, empec a usarlofervientemente. Me dije a m mismo que estaba embarcndome en un viaje deinvestigacin astronmica y metafsica; aunque ya mi nostalgia de la Tierra perturbaba mipropsito. Desvi indebidamente mi atencin hacia la bsqueda de planetas yespecialmente planetas de tipo terrestre.

    Dirig mi curso al acaso haca una de las ms brillantes estrellas cercanas. Tan rpidoera mi avance que algunas de las luminarias menores y ms prximas pasaban junto a mcomo meteoros. Me acerqu en una nueva curva al sol enorme, sin sentir calor. En sumoteada superficie, y a pesar de aquel brillo que todo lo invada, alcanc a ver, con mimilagrosa visin, un grupo de enormes y oscuras manchas solares, pozos dondehubiesen cabido una docena de Tierras. En los bordes del astro las excrecencias de lacromosfera se alzaban como rboles y plumajes ardientes y monstruos prehistricos,ansiosos o despavoridos, en un globo demasiado pequeo para ellos. Ms all, la plidacorona extenda sus membranas en la oscuridad. Mientras yo giraba alrededor del astroen un vuelo hiperblico busqu ansiosamente algn planeta, pero no encontr ninguno.Busqu otra vez, minuciosamente, adelantndome, retrocediendo, cambiando de rumbo.En las rbitas mayores era fcil pasar por alto un objeto pequeo como la Tierra. Noencontr nada excepto unos meteoros y unos planetas gaseosos. Me sent muydecepcionado, pues el astro pareca ser del mismo tipo que el sol familiar. Secretamenteyo haba esperado descubrir no unos simples planetas sino la Tierra misma.

    Me lanc una vez ms al ocano del espacio, hacia otra estrella cercana. Medecepcion una vez ms. Fui hacia otro fuego solitario. No estaba acompaado tampocopor esos granos minsculos que albergan la vida.

    Corr entonces de estrella en estrella, un perro extraviado que busca a su amo. Meprecipit a este lado y a aquel otro, con la intencin de descubrir un sol con planetas, yentre esos planetas mi casa. Examin muchas estrellas, pero casi siempre pasabaimpacientemente de largo, pues eran demasiado grandes y tenues y jvenes para quepudiera confundrselas con la luminaria de la Tierra. Algunas eran unos vagos gigantesrojizos, ms grandes que la rbita de Jpiter; otros, ms pequeos y ms definidos tenanel brillo de mil soles, y un color azul. Me haban dicho que nuestro sol era de tipo medio,pero yo encontraba ms a menudo enormes astros jvenes que soles de edad madura,encogidos y amarillentos. Pareca que me haba extraviado en regiones de condensacinestelar tarda.

    Not, pero slo para evitarlas, grandes nubes de polvo, de tamao de constelaciones,que eclipsaban los ros de estrellas; y reas de un plido gas resplandeciente, que aveces brillaba con una luz propia, y otras con la luz reflejada de los astros. A menudo vien el interior de aquellos nacarados continentes nubosos unas vagas perlas de luz,embriones de estrellas futuras.

    Ech una descuidada ojeada a algunas parejas, tros y cuartetos de astros, dondecompaeros aproximadamente parecidos valseaban en apretada unin. Una vez, y slouna vez, me encontr con una de esas raras parejas en las que un miembro no es msgrande que nuestro planeta natal, pero tiene la masa de una estrella de gran tamao, muybrillante. Arriba y abajo de esta regin de la galaxia vi tambin, aqu y all, alguna estrellamoribunda, que humeaba sobriamente; y aqu y all la costra de algn astro extinguido,

  • muerto. Pero vea estos ltimos slo cuando ya casi estaba encima de ellos, y muyoscuramente, a la luz que reflejaba todo el cielo. Nunca quise acercarme mucho, pues enm enloquecida nostalgia de la Tierra apenas tenan inters para m. Adems, meproducan una suerte de escalofri, pues profetizaban la muerte del universo. Meconsolaba pensar, sin embargo, que an haba tan pocos de ellos.

    No encontr planetas. Saba que el nacimiento de los planetas se deba a laaproximacin de dos o ms estrellas, y que tales accidentes no pueden ser muy comunes.Me record a m mismo que las estrellas con planetas deben de ser tan raras en lagalaxia como gemas en la arena de una playa de mar. Qu posibilidades tena detropezar con una? Empec a descorazonarme. El espantoso desierto de oscuridad yfuegos estriles, el enorme vaco con unos pocos puntos centelleantes, la colosalinutilidad de todo el universo, me opriman horriblemente. Y ahora se me aada otroterror: mi poder de locomocin estaba debilitndose. Necesit un gran esfuerzo paramoverme un poco entre las estrellas, y al fin ese movimiento se hizo ms lento, y todavams. Pronto me encontr suspendido en el espacio como una mosca en el tablero de unacoleccin; pero solo, eternamente solo. S, sin duda, yo estaba en mi infierno especial.

    Me domin. Me dije a m mismo que aunque ste fuese mi destino, no importabamucho. La Tierra poda arreglrselas sin m. Y aunque no hubiera ningn otro mundo vivoen el cosmos, por lo menos en la Tierra haba vida, y poda despertar a una vida msplena. Y aunque yo hubiese perdido mi planeta, aquel mundo querido era an real.Adems, toda mi aventura era un milagro, y no poda ocurrir que por una sucesin demilagros yo tropezase al fin con otra Tierra? Record que yo haba emprendido una granperegrinacin, y que era un emisario del hombre a los astros.

    Tan pronto como recuper mi coraje, recuper tambin mi poder de locomocin.Evidentemente ese poder acompaaba a una mentalidad vigorosa y desinteresada. Mihumor reciente, mi nostalgia de la Tierra haban impedido mis movimientos.

    Resuelto a explorar una nueva regin de la galaxia, donde habra quiz ms estrellasviejas, y quiz tambin algn planeta, me encamin hacia un grupo remoto y populoso.Los puntos de aquella pelota de luz, vagamente moteada, eran apenas visibles, y pensque la distancia que nos separaba deba de ser muy grande.

    Viaj y viaj en la oscuridad. Como nunca me desvi de mi rumbo para buscar a unlado o a otro, ninguna estrella lleg a aparecrseme como un disco en el ocano delespacio. Las luces del cielo pasaban remotamente junto a m como las luces de buquesdistantes. Luego de un viaje en el que perd toda medida del tiempo me encontr en undesierto vasto, sin estrellas, una brecha entre dos corrientes de astros, un abismo en lagalaxia. La Va Lctea y el polvo normal de las estrellas distantes ocupaban casi todo elcielo; pero sin embargo no haba luces muy brillantes, salvo la flor de cardo que era mimeta.

    Este cielo desconocido me perturb; la distancia que me separaba de mi planeta eracada vez ms grande. Me consolaba casi vislumbrar ms all de las estrellas ms lejanasde nuestra galaxia unas motas minsculas, galaxias incomparablemente ms distantesque los ltimos lmites de la Va Lctea. Me recordaban que a pesar de mi largo ymilagroso viaje yo estaba an en mi galaxia natal, en la misma celdita del cosmos dondean viva ella, la amiga de mi vida. Me sorprend, por otra parte, que yo pudiera ver asimple vista galaxias ajenas, y que la mayor fuese una nube plida, ms grande que laluna en el cielo terrestre.

    En contraste con las galaxias remotas, que no parecan afectadas por mi viaje, el grupoestrellado que tena ante m se expanda visiblemente. Pronto, luego de haber cruzadoaquel vado entre los ros de astros, mi grupo se me apareci como una enorme nube debrillantes. Yo estaba cruzando ahora un rea ms populosa, y al fin el racimo se abriante m cubriendo el cielo con sus luces apretadas. Como un buque que al acercarse alpuerto se encuentra con otros buques, as me cruc con una estrella y otra y otra. Cuando

  • entr en el corazn del racimo me vi en una regin ms poblada que ninguna de las quehaba explorado hasta entonces. Innumerables soles ardan en todo el cielo, y muchos deellos parecan ms brillantes que Venus en el cielo terrestre. Sent la alegra del viajeroque luego de cruzar el mar entra en el puerto de noche y se encuentra rodeado por lasluces de una metrpolis. En esta congestionada regin, me dije, muchos astros deban dehaberse acercado unos a otros, muchos sistemas planetarios deban de haberse formado.

    Busqu una vez ms estrellas de mediana edad del tipo del Sol. Las que habaencontrado hasta entonces eran jvenes gigantes, grandes como todo el sistema solar.Luego de un tiempo descubr unas estrellas apropiadas, pero ninguna tena planetas.Encontr tambin muchas estrellas dobles y triples, que describan incalculables rbitas, ygrandes continentes de gas, donde se condensaban nuevas estrellas.

    Al fin, al fin encontr un sistema planetario. Con una ansiedad casi insoportable girentre esos mundos, pero todos eran ms grandes que Jpiter, y todos parecan en estadode fusin. Otra vez me precipit de estrella en estrella. Visit miles quiz, pero en vano.Enfermo y solitario, me alej de aquel grupo. Qued all atrs como una pelota de lana,donde chispeaban unas pocas gotas de roco. Frente a m, una comarca oscura ocultabauna seccin de la Va Lctea y las estrellas vecinas, excepto unos pocas luces cercanasque flotaban entre m y la opaca oscuridad. Los rayos oblicuos de unas estrellas del otrolado iluminaban los bordes ondulados de esta gran nube de gas o polvo. La escena meconmovi entristecindome; yo haba visto tantas veces en la Tierra unas nubes oscurasplateadas por la luna. Pero la nube que ahora estaba ante m no slo hubiera podidodevorar mundos e innumerables sistemas planetarios sino hasta constelaciones enteras.

    Sent que el coraje me abandonaba de nuevo. Miserablemente trat de ocultarmeaquellas inmensidades cerrando los ojos. Pero yo no tena ojos ni prpados. Era un puntode vista incorpreo y ambulante. Trat de evocar el pequeo interior de mi casa, con lascortinas cerradas y el fuego encendido. Trat de persuadirme de que todo este horror deoscuridad y lejanas e incandescencias estriles era slo un sueo, que yo me habadormido junto a la chimenea, que despertara en cualquier instante, que ella dejara decoser, extendera un brazo, me tocara y sonreira. Pero las estrellas siguieronretenindome.

    Otra vez, aunque me faltaban las fuerzas, empec a buscar. Y luego de haber vagadode una estrella a otra durante un perodo que pudo haber sido de das o aos o eones, lasuerte o un espritu guardin me llev a cierta estrella parecida al Sol; y mirando haciaafuera desde su centro, vi un pequeo punto de luz, que se mova, conmigo, sobre elfondo dibujado del cielo. Mientras saltaba hacia l, vi otro, y otro. Era sin duda un sistemaplanetario muy similar al mo. Tan obsesionado estaba yo que busqu en seguida el msparecido a la Tierra de esos mundos. Y cuando su disco gir ante m, o debajo de m, seme apareci en verdad como asombrosamente semejante a mi planeta. La densidad desu atmsfera era indudablemente menor, pues se vean con claridad los contornos de losraros continentes y ocanos. Como en la Tierra, el mar oscuro reflejaba la imagen del sol.Unas nubes blancas flotaban aqu y all sobre los mares y las tierras, que, como en mimundo, eran castaas y verdes. Pero aun desde esa altura vi que los verdes eran msvvidos que en la vegetacin terrestre, y que abundaban los azules. Not tambin que eneste planeta haba ms tierra que agua, y que en las partes centrales de los continenteshaba unos brillantes desiertos blancos.

    3 - La Otra Tierra

    1. EN LA OTRA TIERRA

  • Mientras descenda lentamente hacia la superficie de aquel pequeo mundo, medescubr buscando una tierra que prometiese ser como Inglaterra. Pero me dije enseguida que las condiciones deban de ser aqu enteramente distintas de las condicionesterrestres, y que era muy improbable que yo encontrase seres inteligentes. Si tales seresexistan, seran sin duda para m totalmente incomprensibles. Quiz fuesen grandesaraas o jaleas que se arrastraban por el suelo. Cmo podra yo establecer contacto conmonstruos semejantes?

    Luego de haber dado unas vueltas al acaso, durante un tiempo, sobre las tenues nubesy los bosques, sobre las moteadas llanuras y praderas y las centelleantes extensionesdesrticas, eleg una regin martima en una zona templada, una pennsula brillantementeverde. Haba llegado casi al suelo y me asombr la verdura del paisaje. Aqu,indiscutiblemente, haba vegetacin, similar a la nuestra en su carcter esencial, perototalmente distinta en sus detalles. Las hojas gordas, hasta bulbosas, me recordabannuestra flora desrtica, pero los tallos eran delgados y tiesos. Quiz la caracterstica msasombrosa de esta vegetacin era su color, un vvido verde azulado, como el color de lasvias tratadas con sales de cobre. Yo me enterara ms tarde que las plantas de estemundo haban aprendido en verdad a protegerse a s mismas con sulfato de cobre de losinsectos y microbios que en otro tiempo haban devastado el bastante seco planeta.

    Me deslice sobre una brillante pradera donde crecan unos pocos matorrales de colorazul prusia. El cielo era tambin de un azul profundo completamente desconocido en laTierra, excepto en las grandes alturas. Haba unos pocos cirros bajos, como vellones, queatribu a la tenuidad de la atmsfera. Aunque yo haba descendido en el medioda de unverano algunas estrellas alcanzaban a traspasar el cielo casi nocturno. Todas lassuperficies expuestas estaban intensamente iluminadas. Las sombras de los arbustosms cercanos eran casi negras. Algunos objetos distantes, similares a edificios, pero queprobablemente solo eran rocas, parecan de bano y nieve. El paisaje en su totalidad erade una belleza fantstica y sobrenatural.

    Me deslice en un vuelo sin alas sobre la superficie del planeta, atravesando valles,reas de rocas, a lo largo de los ros. Al fin llegue a una regin extensa, con rectas hilerasparalelas de unas plantas parecidas a helechos, con unos racimos de nueces en la carainferior de las hojas. Era imposible creer que esta regimentada vegetacin no hubiesesido planeada por un ser inteligente. O era quiz solo un fenmeno natural desconocidoen mi propio planeta? Me sorprend tanto que el poder de locomocin, siempre sujeto ainterferencias emocionales, empez a faltarme otra vez. Me tambale en el aire como unhombre borracho. Me domine y fui vacilando sobre las ordenadas plantaciones hacia unobjeto de regular tamao que se alzaba a lo lejos, junto a un suelo desnudo. Asombrado,estupefacto, comprob que el objeto era un arado. Un instrumento curioso en verdad,pero la forma de la hoja, oxidada, y obviamente de hierro, pareca inconfundible. Habados mangos de hierro, y cadenas para atar la herramienta a una bestia de tiro. Era difcilcreer que yo estaba a muchos aos luz de Inglaterra. Mire alrededor y vi las claras huellasde un carro y unas ropas harapientas y sucias que colgaban de un arbusto. Sin embargo,sobre mi cabeza, estaba el cielo desconocido, el medioda con estrellas.

    Segu por el sendero entre unos menudos y raros arbustos; unos frutos parecidos acerezas colgaban de los bordes de las hojas, que eran grandes, gruesas, y se inclinabanhacia el suelo. De pronto, en una vuelta del camino tropec... con un hombre. As seapareci al principio por lo menos a m asombrada visin, que las estrellas habanfatigado. Si yo hubiera entendido por ese entonces que fuerzas gobernaban mi aventura,el curioso aspecto humano de esta criatura no me hubiese sorprendido tanto. Esasinfluencias, que describir mas tarde, me haban llevado a descubrir ante todo los mundosque eran mas afines al mo. El lector puede comprender, mientras, como me asombroaquel extrao encuentro.

  • Yo siempre haba supuesto que el hombre era un ser nico. Haba sido producido poruna conjuncin de circunstancias increblemente complejas, y no poda pensarse queesas circunstancias se repitieran en cualquier punto del universo. Sin embargo, aqu, en elprimer mundo que yo exploraba, me encontraba con una criatura que era evidentementeun campesino. Al acercarme, vi que no era tan semejante a un hombre como me habaparecido desde lejos; pero era de todos modos un ser humano. Entonces Dios habapoblado todo el universo con nuestra propia especie?. Nos haba hecho realmente a suimagen? Era inconcebible. Que yo me hiciese esas preguntas probaba que haba perdidomi equilibrio mental.

    Como yo era un mero e incorpreo punto de vista, poda observar sin ser observado.Flote alrededor de la criatura, que marchaba por el camino. Era un bpedo erecto, y en unplano general definitivamente humano. Yo no poda estimar su estatura, pero deba detener un tamao aproximadamente terrestre, o por lo menos no era mas bajo que unpigmeo o ms alto que un gigante de circo. Era una figura delgada, con piernas comopatas de pjaro, envueltas en unos pantalones toscos y estrechos. Llevaba el pechodesnudo y el trax pareca desproporcionadamente grande, con un vello verde. Losbrazos eran cortos, pero fuertes, de hombros muy musculosos; la piel, oscura y rojiza,cubierta en muchas partes por un brillante pelo verde. Los contornos de los msculos,tendones y articulaciones eran muy distintos de los del hombre. Tenia un cuellocuriosamente largo y flexible. No podra describir mejor su cabeza diciendo que la caja delcerebro, cubierta por unos vellos verdes, pareca haberse deslizado hacia atrs y haciaabajo, sobre la nuca. Los mechones de pelo cubran casi los ojos, muy humanos. La bocale sobresala de un modo raro, casi como un pico, y pareca como si estuviese silbando.Entre los ojos, casi sobre ellos, se movan continuamente las ventanas de la nariz, de tipoequino. El elevado puente nasal llegaba a la cima de la cabeza. No tenia orejas visibles.Descubr mas tarde que los rganos auditivos estaban en la nariz.

    Indudablemente, aunque en este planeta parecido a la Tierra la evolucin deba dehaber seguido un curso notablemente similar a aquel que haba producido mi propiaespecie, haba tambin muchas divergencias.

    La criatura no solo llevaba un par de botas sino tambin guantes, de un material quepareca cuero. Las botas eran muy cortas. Yo descubra mas tarde que los pies de estaraza, los "Otros Hombres", como yo los llame, eran bastante parecidos a los del avestruzo el camello. El empeine estaba formado por tres grandes dedos unidos. En lugar de talnhaba otro dedo adicional, ancho y corto. Las manos no tenan palmas; eran un racimo detres dedos cartilaginosos y un pulgar.

    El propsito de este libro no es el de relatar mis propias aventuras sino dar una idea delos mundos que yo visite. No contare por lo tanto minuciosamente como me establecentre los Otros Hombres. Basta que me refiera a este asunto con unas pocas palabras.Luego de haber estudiado un tiempo a este hombre de campo, empec a sentirmecuriosamente oprimido: la criatura me ignoraba totalmente. Comprend con dolorosaclaridad que el propsito de mi peregrinacin no era el de una simple observacincientfica, sino tambin el de efectuar alguna especie de trafico mental y espiritual conotros mundos, en busca de un enriquecimiento mutuo y una cierta comunidad. Perocomo poda yo alcanzar ese fin si no encontraba algn medio de comunicacin? Solodespus de haber seguido a la criatura hasta su casa, y haber pasado muchos das enaquel recinto circular de paredes de piedra y techo de mimbre y barro, llegue a descubrirla posibilidad de entrar en su mente, de ver a travs de sus ojos, de sentir con sussentidos, de percibir el mundo tal como l lo perciba, y acompaarlo en suspensamientos y su vida emotiva. No hasta mucho mas tarde, luego de haber "habitado"muchos individuos de esta raza, descubr tambin que poda hacer conocer mi presenciay hasta conversar interiormente con mi husped.

  • Esta suerte de intercambio interno, teleptico, que iba a servirme en todas misandanzas, fue al principio difcil, ineficaz, y doloroso. Pero con el tiempo llegue a sercapaz de vivir las experiencias de mi husped con intensidad y exactitud, aunquepreservando siempre mi propia individualidad, mi propio juicio critico, mis propios deseosy temores. Solo cuando el otro llegaba a advertir mi presencia poda entonces, medianteun especial acto de voluntad, ocultarme algunos de sus pensamientos.

    Como puede suponerse, estas mentes extraas me parecieron en un principiototalmente incomprensibles. Sus mismas sensaciones diferan mucho de las que me eranfamiliares. Sus pensamientos y todos sus sentimientos y emociones me resultabanajenos. Los principios que gobernaban esas mentes, sus conceptos ms familiares, eranproductos de una historia extraa, y se expresaban en lenguajes sutilmente equvocospara una mente terrestre.

    Pase en la Otra Tierra muchos "otros aos", yendo de mente en mente, y de pas enpas, sin obtener un claro conocimiento de la psicologa de esos hombres y el significadode su historia. Al fin encontr a uno de sus filsofos, un hombre de edad, pero vigorosotodava, cuyos puntos de vista, excntricos, y poco agradables para la mayora, le habraimpedido alcanzar una posicin eminente. La mayor parte de mis huspedes, cuandoadvertan mi presencia, me consideraban ya un espritu del mal, ya un mensajero divino.Los menos simples, sin embargo, asuman que yo era una simple enfermedad, unsntoma de locura, y se encaminaban rpidamente a la "Oficina de Sanidad Mental".Luego de haber pasado as, de acuerdo con el calendario del planeta, un ao de amargoaislamiento, entre mentes que rehusaban aceptarme como un ser humano, tuve la buenafortuna de que el filosofo reconociera mi existencia. Uno de mis huspedes, que sequejaba de or "voces" y tener visiones de "otro mundo" solicito ayuda al anciano Bvalltu,pues tal era aproximadamente el nombre del filosofo -pronuncindose la ll, casi como engales-, curo al enfermo invitndome a aceptar la hospitalidad de su propia mente, donde,dijo, tendra mucho placer en entretenerme. Con extravagante alegra me puse encontacto al fin con un ser que reconoca en mi una personalidad humana.

    2. UN MUNDO OCUPADO

    Debo describir aqu tantas importantes caractersticas de esta sociedad que no puedodetenerme mucho en los aspectos ms obvios del planeta y su raza. La civilizacin habaalcanzado una etapa bastante parecida a la que me era familiar. Aquella unin desimilitudes y diferencias me sorprenda continuamente. Viajando por el planeta descubrque los cultivos se haban extendido a casi todas las reas apropiadas, y que elindustrialismo estaba bastante avanzado en muchos pases. En las praderas pastabangrandes rebaos de criaturas que parecan mamferos. Mamferos de mayor tamao, ocasi mamferos, eran destinados a la produccin de carne y cuero. Digo "casi mamferos"pues estas criaturas eran vivparas, no amamantaban. Rumiaban una sustancia tratadaqumicamente en el estomago de la madre y que era escupida en la boca de la progeniecomo un chorro de fluido predigerido. Las madres humanas alimentaban del mismo modoa sus descendientes.

    El medio de locomocin ms importante en la Otra Tierra era el tren de vapor; pero untren tan grande que pareca terrazas de casas en movimiento. Este notable desarrollo delos ferrocarriles se deba sin duda al gran nmero de desiertos, y su extensin.Ocasionalmente yo viaje en barcos de vapor por los escasos y pequeos ocanos, perolos transportes martimos estaban bastante atrasados. No se conoca la hlice, yempleaban en su lugar ruedas de palas. En los caminos y los desiertos se usabanmotores de combustin interna. No se haba desarrollado la aviacin, a causa de la pocadensidad de la atmsfera; pero los cohetes eran ya utilizados para enviar correspondencia

  • a larga distancia, y para bombardeos en la guerra. Su aplicacin a la aeronutica llegaratarde o temprano.

    Mi primera visita a la metrpolis de uno de los grandes imperios de la Otra Tierra fueuna experiencia notable. Todo era a la vez raro y familiar. Haba calles, y tiendas conescaparates y oficinas. En la cuidad vieja las calles eran estrechas y el transito de motortan abundante que los peatones caminaban por unas aceras especiales, a la altura delprimer piso de las casas.

    Las multitudes que se movan en estas aceras eran abigarradas, como las nuestras.Los hombres llevaban tnicas, y pantalones sorprendentemente parecidos a lospantalones europeos, aunque los elegantes los planchaban con la raya a los costados.Las mujeres, sin pechos, y de elevadas narices como los hombres, se distinguan por susbocas ms tubulares, y cuya funcin biolgica era la de proyectar alimento para el nio.Sus ropas eran unas vestiduras ceidas, verdes y lustrosas, y unos calzones chillones. Elefecto era para m de una extraordinaria vulgaridad. En verano ambos sexos se paseabanpor la calle con el pecho desnudo; pero siempre llevaban guantes.

    Esta multitud, pues, a pesar de su rareza, era tan esencialmente humana comocualquier londinense. Se ocupaban en sus asuntos privados con una seguridad total,ignorando que un espectador de otro mundo los encontraba a todos igualmentegrotescos, con su falta de frente, sus grandes, elevadas y temblorosas narices, sus ojosasombrosamente humanos, sus bocas picudas. All estaban, vivos y ocupados,comprando, mirando, hablando. Las madres arrastraban de la mano a sus nios. Losviejos con las caras cubiertas de canas se inclinaban sobre bastones. Los muchachosmiraban de reojo a las muchachas. Unas ropas mas nuevas y adornadas, unos carruajesseguros y a menudo arrogantes distinguan fcilmente a los ms prsperos de los pocoafortunados.

    Cmo podra describir en pocas pginas un mundo proliferante y apretado, tan distintodel mo, y sin embargo tan similar? Aqu, como en mi propio planeta, nacancontinuamente nios. Aqu, como all, reclamaban alimento, y a veces compaa.Descubran el dolor, y el miedo, y la soledad, y el amor. Crecan, moldeados por la dura obondadosa presin de sus semejantes, y eran al fin seres bien nutridos, generosos,cuerdos, o mentalmente enfermos, decepcionados, torpemente vengativos. Todos y cadauno aspiraban a la bendicin de una verdadera comunidad, y muy pocos, mas pocos aququiz que en mi propio mundo, alcanzaban a percibir apenas su evanescente aroma.Aullaban con la manada y cazaban con la manada. Moran de hambre, tanto fsica comomentalmente. Se disputaban a gritos la presa y se hacan pedazos. A veces uno de elloshaca una pausa y se preguntaba que sentido tena todo aquello; y segua una guerramundial, pero nadie daba una respuesta. De pronto se sentan viejos y acabados.Entonces, luego de haber vivido una existencia que era un instante imperceptible deltiempo csmico, desaparecan.

    El planeta, que era esencialmente de tipo terrestre, haba producido una razaesencialmente humana, aunque humana en otro tono, podra decirse. Los continentes, tanpoblados como los nuestros, estaban habitados por una raza de tan diversos tipos comoel Homo sapiens. Todos los modos y facetas del espritu que se manifestaron en nuestrahistoria haban tenido su equivalente en la historia de los Otros Hombres. Haba habidoall, como entre nosotros, edades oscuras y edades luminosas, fases de adelanto yretroceso, culturas predominantemente materiales, y culturas intelectuales, estticas oespirituales. Haba razas "orientales" y "occidentales". Haba imperios, repblicas,dictaduras. Sin embargo, todo era distinto en la Tierra. Muchas de las diferencias, porsupuesto, eran superficiales; pero haba una diferencia profunda, fundamental que tardmucho tiempo en entender y no describir an.

    Debo empezar por referirme a la organizacin biolgica de los Otros Hombres. Sunaturaleza animal era en el fondo muy similar a la nuestra. Reaccionaban con ira, miedo,

  • odio, ternura, curiosidad, de un modo semejante al nuestro. Los rganos de los sentidosno eran tampoco en ellos muy distintos, excepto la vista, pues parecan menos sensiblesal color y mas a la forma que nosotros. Los colores violentos de la Otra Tierra se merevelaban a travs de los ojos de los nativos como muy amortiguados. Tampoco tenanodos muy perfectos. Aunque sus rganos auditivos eran tan sensibles como los nuestrosa los sonidos dbiles, no discriminaban muy bien. La msica, tal como la conocemosnosotros, nunca se desarroll en ese mundo.

    En compensacin, el olfato y el gusto se haban desarrollado de un modo asombroso.Estas criaturas gustaban las cosas no solo con la boca, sino tambin con las hmedasmanos negras y con los pies. Tenan as una experiencia del planeta extraordinariamenterica e ntima. El gusto de los metales y las maderas, de las tierras dulces o amargas, delas piedras, los innumerables sabores suaves o fuertes de las plantas que aplastaban lospies desnudos formaban en su totalidad un mundo desconocido para el hombre terrestre.

    Los genitales estaban tambin equipados con rganos del gusto. Haba distintassustancias qumicas en hombres y mujeres, todas poderosamente atractivas para el sexoopuesto. Eran saboreadas dbilmente con el contacto de los pies o las manos encualquier parte del cuerpo, y con exquisita intensidad en la copulacin.

    Esta sorprendente riqueza de la experiencia gustativa me hizo muy difcil entrartotalmente en los pensamientos de los Otros Hombres. El gusto desempeaba una partetan importante en sus imgenes y conceptos como la vista entre nosotros. Muchas ideasque los terrestres haban alcanzado gracias a la vista, y que an en su forma msabstracta conservan huellas de su origen visual, eran concebidas por los Otros Hombresen trminos de gusto. Por ejemplo, nuestro "brillante", que aplicamos a personas o ideas,era para ellos una palabra con el significado literal de "sabroso". En vez de "lcido" ellosusaban un trmino que haban empleado los cazadores de las pocas primitivas paradesignar un rastro que se poda seguir fcilmente con el gusto. Tener una "iluminacinreligiosa" era "saborear los prados del cielo". Expresaban tambin muchos de nuestrosconceptos sin origen visual con palabras que se referan al gusto. "Complejidad" era "muycondimentado", una palabra aplicada originalmente a la confusin de los gustos en unestanque frecuentado por muchas bestias. "Incompatibilidad" se derivaba de una palabraque designaba la antipata que sentan mutuamente ciertos individuos a causa de sussabores.

    Las diferencias de raza que en nuestro mundo se definen principalmente por laapariencia corporal, eran para los Otros Hombres casi enteramente diferencias de sabor yolor. Y como las razas de los Otros Hombres estaban mucho menos separadas quenuestras propias razas, la lucha entre grupos que se repugnaban mutuamente a causa desus sabores tenia gran importancia en esa historia. Cada raza tenda a creer que supropio sabor caracterizaba las ms finas cualidades mentales, y que era en verdad unsigno cierto de valor espiritual. En pocas anteriores las diferencias olfativas y gustativashaban distinguido sin duda a razas diferentes; pero en los tiempos modernos, y en lastierras ms desarrolladas, hubo grandes cambios. No solo desapareci toda lalocalizacin precisa de las razas; la civilizacin industrial provoc adems gran cantidadde cambios genticos que quitaron todo sentido a las viejas distinciones raciales. Losantiguos gustos, sin embargo, aunque carecan ahora de significado racial (y en verdad,miembros de una misma familia podan tener sabores mutuamente repugnantes)producan aun las tradicionales reacciones. En cada pas haba un sabor particular queera considerado el signo distintivo de la raza nacional, y se sospechaba de todos los otrossabores, o se los condenaba directamente.

    En el pas que yo llegu a conocer mejor el sabor racial ortodoxo era un cierto gustosalado inconcebible para el hombre. Mis huspedes se consideraban a si mismos como laverdadera sal de la tierra. Pero en realidad el campesino que yo "habit" en un principio

  • era el nico hombre salado genuino y puro de la variedad ortodoxa que yo conoca. Lagran mayora de los ciudadanos del pas alcanzaban el gusto y el olor correctos sologracias a medios artificiales. Aquellos que eran aproximadamente salados, o de unavariedad salada, aunque no alcanzaban el ideal, se pasaban la vida expresando sudesprecio por sus vecinos agrios, dulces, o amargos. Desgraciadamente, aunque el gustode los miembros poda disfrazarse con facilidad, no se haba encontrado un medio eficazpara cambiar el sabor de la copulacin. En consecuencia, las parejas de recin casadossolan hacer los ms terribles descubrimientos en la noche de bodas. Como en la granmayora de las uniones ninguno de los miembros tena el sabor ortodoxo, los dos seesforzaban por demostrar al mundo que todo estaba bien. Pero muy a menudo habarealmente una nauseabunda incompatibilidad entre los dos tipos gustativos. Las neurosisalimentadas en estas secretas tragedias matrimoniales devoraban a toda la poblacin. Decuando en cuando, si uno de los miembros tena un sabor ortodoxo aproximado, estegenuino ejemplar salado denunciaba indignadamente al impostor. Las cortes, losboletines de noticias, y el pblico se unan en protestas de rectitud.

    Algunos sabores "raciales" eran demasiado fuertes para que se los pudiese ocultar.Uno en particular, una especie de dulzura amarga, expona al sujeto a extravagantespersecuciones, salvo en los pases ms tolerantes. En otros tiempos la raza dulce-amargahaba ganado fama de astuta y egosta, y haba sido masacrada peridicamente por susvecinos menos inteligentes. Pero en el fermento biolgico de los tiempos modernos elsabor dulce-amargo poda asomar en cualquier familia. Ay entonces del desgraciado nioy todos sus parientes! La persecucin era inevitable, a no ser que la familia fuesebastante pudiente como para comprar al estado "un salario honorario (o en el pas vecino"un dulce honorario") que borrara el estigma.

    En los pases ms ilustrados la supersticin racial estaba perdiendo prestigio. Haba unmovimiento entre la clase intelectual para que se preparase a los nios a tolerar cualquierespecie de sabor humano, y para suprimir los desodorantes y degustantes, y hasta losguantes y botas que imponan las convenciones.

    Desafortunadamente, el industrialismo haba venido a obstaculizar el progreso de esemovimiento de tolerancia. En los centros industriales insalubres y congestionados habaaparecido un nuevo tipo gustativo y olfativo, aparentemente como mutacin biolgica. Enun par de generaciones este sabor amargo, astringente, y que nada poda ocultar, dominoen todos los barrios de trabajadores. Era un sabor terrible y nauseabundo para losmelindrosos paladares de la gente prspera. En verdad se convirti para ellos en unsmbolo inconsciente, vehculo de la culpa, el miedo y el odio secretos que los opresoressentan por los oprimidos.

    En este mundo, como en el nuestro, una pequea minora dominaba casi todos losprincipales medios de produccin, casi todas las tierras, minas, factoras, ferrocarriles,barcos, y los utilizaba en beneficio propio. Estos individuos privilegiados tenan podersuficiente y las masas tenan que trabajar para ellos, o sufrir hambre. La trgica farsa deeste sistema estaba ya revelndose. Los propietarios dirigan los esfuerzos de lostrabajadores a producir mas medios de produccin antes que a satisfacer las necesidadesde la vida individual. Pues la maquinaria poda traer alguna ganancia al propietario; el panno. Con la creciente competencia entre las mquinas, bajaron los beneficios, y por lo tantolos salarios, y luego la demanda de artculos de consumo. Los productos sin mercadofueron destruidos, aunque hubiera estmagos vacos y espaldas desnudas. El desempleo,el desorden y la represin crecieron con la desintegracin del sistema econmico. Unahistoria familiar!

    A medida que las condiciones empeoraban, y los movimientos de caridad ybeneficencia oficial eran menos capaces de aliviar a la creciente masa de gentes sintrabajo, la nueva raza de los paras se haca mas y mas til, psicolgicamente, a la

  • necesidad de odio de los prsperos, asustados, pero todava poderosos. Se divulg lateora de que esos seres miserables eran el resultado de una secreta y sistemticapolucin racial de una canalla inmigrante, y que por lo tanto no mereca ningunaconsideracin. Se les permiti trabajar solo en los empleos ms bajos y en las ms durascondiciones. Cuando la desocupacin se convirti en un problema social grave,prcticamente todos los parias se encontraron sin trabajo. No tard en aceptarse, porsupuesto, que el desempleo no se deba tanto a la declinacin del capitalismo, como a lainutilidad de los parias.

    En la poca de mi visita la clase trabajadora estaba formada casi totalmente por parias,y haba un fuerte movimiento entre las clases oficiales y prsperas en favor de laesclavitud de los parias y los semiparias, para que se los pudiera tratar como ganado. Envista del peligro de una continua contaminacin racial, algunos polticos urgan la matanzatotal de los parias, o, por lo menos, su esterilizacin. Otros apuntaban que la sociedadnecesitaba mano de obra barata, y era ms prudente cuidar que no se propagarandemasiado, ocupndolos en trabajos que la "raza humana" nunca aceptara y quellevaban pronto a la muerte.

    Esta poltica era aconsejable en tiempos de prosperidad; en tiempos de miseria podaeliminarse el exceso de poblacin matando de hambre a los parias, o utilizndolos enlaboratorios de fisiologa.

    Las personas que primero se atrevieron a sugerir estas medidas fueron vctimas de unagenerosa indignacin popular. Pero las medidas fueron adoptadas al fin; noexplcitamente sino por consentimiento tcito, y en ausencia de otro plan msconstructivo.

    La primera vez que me llevaron a los barrios ms pobres de la ciudad me sorprendiver que haba muchas casas miserables, mas que en cualquier otro barrio similar deInglaterra, pero que entre ellas se alzaban tambin unos limpios edificios dignos de Viena.Estos edificios estaban rodeados de jardines, donde se amontonaban las tiendas y laschozas. Las hierbas estaban secas, los arbustos estropeados, las flores pisoteadas. Entodas partes hombres, mujeres y nios, sucios y harapientos, se paseaban ociosamente.

    Supe que estos nobles edificios haban sido erigidos antes de la crisis econmicamundial (frase familiar!) por un millonario que haba hecho su fortuna comerciando conuna droga similar al opio. Don los edificios al consejo de la ciudad, y fue enviado al cielocon un ttulo de nobleza. Los pobres ms necesitados y de mejor sabor fueron alojados enlos nuevos edificios, pero se cuid de que el alquiler fuese bastante alto para excluir a laraza de los parias. Sobrevino entonces la crisis. Uno a uno los inquilinos empezaron a nopagar el alquiler, y fueron echados a la calle. Antes de un ao, los edificios estaban casivacos.

    Sigui una curiosa serie de acontecimientos, caracterstica en ese extrao mundo,segn descubr mas tarde. La opinin pblica respetable, aunque poco amiga de losdesocupados, se mostraba siempre apasionadamente tierna con los enfermos. Cuandoun hombre enfermaba, pareca adquirir un estado especial de beatitud, que mereca elrespeto de todos los sanos. Tan pronto como cualquiera de los pobres habitantes de losjardines caa gravemente enfermo, era llevado a algn sitio donde sera atendido contodos los recursos de la ciencia mdica. Los pobres sin remisin pronto descubrieroncomo eran las cosas e hicieron todo lo posible para enfermarse. Tanto xito tuvieron quepronto colmaron los hospitales. Los edificios fueron entonces arreglados para recibir lacreciente marea de pacientes.

    Observando estos y otros hechos ridculos, record muchas veces a mi propia raza.Pero aunque los Otros Hombres eran en muchos aspectos tan parecidos a nosotros, yosospechaba cada da mas que algn factor que yo no haba podido descubrir hastaentonces los condenaba a una frustracin que nuestra ms noble especie nunca habatemido. Ciertos mecanismos psicolgicos que nosotros atemperbamos con sentido

  • comn o sentido moral se manifestaban en este mundo de un modo excesivo. No eracierto, sin embargo, que los Otros Hombres fuesen menos inteligentes o menos moralesque los de mi propia especie. En pensamiento abstracto y en inventos prcticos eran porlo menos nuestros iguales. Muchos de sus ms recientes adelantos en fsica y astronomaestaban an fuera de nuestro alcance. Note, sin embargo, que la psicologa era an masdidctica que entre nosotros, y que en el pensamiento social haba raras perversiones.

    En radio y televisin, por ejemplo, los Otros Hombres estaban tcnicamente masadelantados que los terrestres, pero el empleo que daban a sus extraordinarios inventosera desastroso. En los pases civilizados todos menos los parias llevaban siempre unreceptor en el bolsillo. Como all no haba msica esto puede parecer raro; pero nodisponan de peridicos, y el hombre de la calle no tenia otro medio de enterarse de losresultados de la lotera y los deportes, que eran su dieta mental diaria. El lugar de lamsica, adems, estaba ocupado por temas olfativos y gustativos, que todas las grandesestaciones nacionales transmitan transformados en ondas etreas. Los receptores debolsillo y las bateras gustativas los transformaban a su vez devolvindoles su formaoriginal. Estos instrumentos comunicaban intrincados estmulos a los rganos del gusto yel olfato de la mano. Tal era el poder de este entretenimiento que casi todos los hombresy mujeres andaban siempre con una mano en el bolsillo. Una longitud de onda especialestaba dedicada al apaciguamiento de los nios.

    Se haba lanzado al mercado un receptor sexual, y se transmitan programasespeciales en muchos pases, pero no en todos. Este extraordinario invento combinabaondas de radio tctiles, gustativas, olorosas y sonoras. No funcionaba a travs de losrganos de los sentidos, sino estimulando directamente los centros cerebralesapropiados. El sujeto se pona en la cabeza un casco especial que le transmita desde unestudio remoto los abrazos de alguna mujer deleitable y sensible, tal como eranexperimentados por un "transmisor de amor" de sexo masculino o como haban sidoregistrados electromagnticamente en una cinta de acero en alguna ocasin anterior.

    La moralidad de estas transmisiones sexuales haba sido muy discutida. Algunospases permitan programas para hombres, pero no para mujeres, deseando preservar lainocencia del sexo ms puro. En muchas partes los clrigos haban logrado hacer abortarel proyecto con el argumento de que el sexo radiado, an solo para hombres, sera unsustituto diablico de una cierta experiencia religiosa, muy deseada y celosamenteguardada, llamada la inmaculada unin. Hablar de este asunto mas tarde. Lossacerdotes saban muy bien que su poder dependa sobre todo de su capacidad parainducir este dulce xtasis en sus rebaos, y por medio del ritual y otras tcnicaspsicolgicas.

    Los militares se oponan tambin fuertemente al nuevo invento; pues en la barata yeficiente produccin de abrazos sexuales ilusorios vean un peligro mas serio que en losmtodos anticonceptivos. La produccin de carne de caon declinara rpidamente.

    Como en los pases ms respetables las transmisiones de radio haban sido puestasbajo la direccin de militares retirados o feligreses devotos, solo los pases mscomerciales y ms desacreditados usaron al principio el nuevo dispositivo. Sus estacionestransmitan los abrazos de las populares "estrellas de radio del amor" y hasta demuchachas aristocrticas sin dinero junto con avisos de medicinas patentadas, guantes aprueba de gusto, resultados de lotera, sabores, y degustantes.

    El principio de la estimulacin del cerebro por radio se desarroll rpidamente. Entodos los pases se transmitieron las mas dulces o picantes experiencias, y los receptoresestaban al alcance de todos salvo los parias. De este modo hasta el trabajador, el obrerode la fbrica poda regalarse con un banquete sin gastos y molestias digestivas, de lasdelicias del baile sin necesidad de aprender a bailar, la emocin de participar en unacarrera de automvil sin peligro. En un helado pas del norte poda disfrutar del sol de unaplaya tropical, y en los trpicos dedicarse a deportes de invierno.

  • Los gobiernos pronto descubrieron que el nuevo invento era un medio barato y efectivode dominar a los ciudadanos. Dosis continuas de un lujo ilusorio permitan que un hombretolerara vivir en la casa ms miserable. Era posible evitar las reformas que desagradabana las autoridades presentndolas como enemigas del sistema nacional de radio. Tumultosy levantamientos podan ser fcilmente dominados con la amenaza de cerrar los estudiosde transmisin, o inundando el ter en un momento critico con alguna sacarina.

    Como los polticos de izquierda se oponan al desarrollo de los entretenimientos deradio, los gobiernos y las clases propietarias los aceptaban mas rpidamente an. Loscomunistas -pues la dialctica de la historia en aquel planeta curiosamente parecido a laTierra haba producido un partido que mereca este nombre- condenaban enfticamentelas transmisiones. De acuerdo con su punto de vista la radio era un opio inventado por elcapitalismo para prevenir la dictadura del proletariado, de otro modo inevitable.

    La creciente oposicin comunista hizo al fin posible suprimir la oposicin de los otrosenemigos de la radio: los sacerdotes y los militares. Se dispuso que las estacionesdedicaran en el futuro mayor tiempo a la transmisin de servicios religiosos, y que de laslicencias se pagaran diezmos a las iglesias. El ofrecimiento de transmitir la inmaculadaunin, sin embargo, fue rechazado por los clrigos. Como concesin adicional se convinoque todos los miembros casados de las mesas directivas de las estaciones deban probar,bajo pena de despido, que nunca pasaban una noche separados de sus mujeres (omaridos). Se dispuso asimismo que todo empleado que pudiera ser acusado de ideas tandesacreditadas como pacifismo o libertad de expresin fuese echado inmediatamente.Los soldados se apaciguaron con la aprobacin de un subsidio estatal a la maternidad, unimpuesto a los solteros, y la transmisin regular de propaganda militar.

    Durante mis ltimos aos en la Otra Tierra se ide un sistema para que un hombrepudiera irse a la cama a pasar el resto de sus das dedicado a recibir programas de radio.Su alimentacin y todas sus funciones corporales quedaban al cuidado de doctores yenfermeras de las autoridades de las radios. Para compensar la falta de ejercicio el sujetoera masajeado peridicamente. El programa era al principio un lujo costoso, pero susinventores confiaban en que pronto podra estar al alcance de todos. Hasta se esperabaque con el tiempo podran eliminarse los mdicos y ayudantes. Un intrincado sistema deeliminacin de desperdicios completara a otro de produccin automtica de comida, ydistribucin de lquido nutricio por tubos que iran a las bocas de los sujetos acostados.Esto permitira que la condicin de la sangre del paciente se regulase a si mismaautomticamente, tomando de las caeras pblicas las sustancias qumicas necesariaspara un correcto equilibrio fisiolgico.

    Aun en el caso de la transmisin misma no se necesitara tampoco la asistencia delelemento humano, pues todas las experiencias posibles ya habran sido registradas ensus exquisitos ejemplos. Estos se transmitiran continuamente en un gran nmero deprogramas alternados.

    Unos pocos tcnicos y organizadores se necesitaran an para inspeccionar el sistema;pero, apropiadamente distribuido, el trabajo no ocupara a las autoridades de lastransmisiones mundiales sino unas pocas horas de interesante trabajo por semana.

    Los nios, si se necesitaban futuras generaciones, serian producidosectogenticamente. El director mundial de transmisiones proporcionara las normaspsicolgicas y fisiolgicas del sujeto receptor ideal. Los nios producidos de acuerdo conestas normas seran preparados con unos programas especiales de radio para una vidaadulta de verdadero receptor. Nunca dejaran sus camas, salvo para pasarprogresivamente a las camas mayores de la madurez. Al fin de la vida, si la cienciamdica no tena xito en impedir la senilidad y la muerte, el individuo podra asegurarsepor lo menos un fin sin dolor apretando un botn determinado.

    El entusiasmo por este asombroso proyecto se extendi rpidamente en los pasescivilizados, pero ciertas fuerzas de la reaccin se opusieron amargamente a l. La gente

  • devota y de ideas anticuadas y los nacionalistas militantes afirmaron que la gloria delhombre estaba en la accin. Los clrigos sostuvieron que solo en la autodisciplina, lamortificacin de la carne, y el rezo continuo poda aspirar el alma a la vida eterna. Losnacionalistas de todos los pases declararon que sus pueblos tenan la misin sagrada dedirigir a los pueblos inferiores, y que de cualquier modo solo las virtudes militares podanasegurar la admisin del espritu en el Valhalla.

    Muchos de los amos de la economa, aunque en un principio haban favoreci