hablar castellano cuesta caro

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LA DIGNIDAD DE LOS PUEBLOS TAMBIN SE ESCRIBE LEYENDO

LA DIGNIDAD DE LOS PUEBLOS TAMBIN SE ESCRIBE LEYENDO1Cuento: Hablar castellano cuesta caro2Desde hace aos, un hacendado quera apoderarse de las tierras de la comunidad quechua de Huanta3.

Un domingo se reunieron todos los comuneros:

Por no hablar castellano, el hacendado nos est ganando el juicio. Qu po- demos hacer? Ser mejor ir a Lima4, dijeron.

Los huantinos escogieron a tres hombres de buena memoria para que fueran a

Lima a comprar castellano. Cada uno slo podra alcanzar a comprar una palabra castellana, porque varias valdran caro. Pero qu y cules palabras comprar?

Que sea Nosotros!; la otra palabra Porque queremos!. Qu otra pala- bra ms? Que sea Eso es lo que queremos!.

Partieron los tres hombres a Lima. Fueron a pie y despus tomaron el tren. Al llegar, se alojaron donde un huantino residente en la capital. ste les pregunt:

A qu han venido?

A comprar castellano, hermanito, respondieron.

Para qu? , pregunt el huantino-limeo.

Hermanito, porque por no hablar castellano un hacendado nos est quitando nuestra tierra. Para defendernos hemos venido a comprar castellano.

Cuntas palabras quieren?

Slo queremos tres.

Yo se las podra vender.

A cmo nos venderas? A cincuenta soles5 la palabra. Haznos una rebaja, hermanito, son para nuestro pueblo que tambin es el tuyo.

Entonces a sesenta soles cada una.

Ahora s, de acuerdo, hermanito.

Cul de ustedes va a comprar primero?

Yo dijo uno de los comuneros.

Qu palabra quieres?

D Nosotros! , y Nosotros le vendi. Otro de los huantinos dijo:

Ahora es mi turno. T, qu palabra quieres?

Di Porque queremos

Entonces el huantino de Lima le vendi la frase Porque queremos

Y t, cul palabra quieres?

Quiero Eso es lo que queremos.

Luego de comprar, los comuneros huantinos aprendieron castellano. Regresaron en tren una parte y luego continuaron su viaje a pie. En una puna6 encontraron a un muerto reciente, vieron que hasta su sangre an goteaba.

Los comuneros exclamaron:

Qu corazn maldito lo ha podido matar!Cuando as comentaban, aparecieron a caballo tres guardias civiles7: Quin mat a este hombre? Hablen!, hablen! Asombrados, los huantinos se miraron entre s:

Nos est humillando porque habla castellano, pero para defendernos tene- mos el castellano que hemos comprado.

El guardia civil segua hablndoles en castellano:

Quin mat a este hombre?

( T fuiste el primero en comprar. Contesta...)

El primero que haba comprado respondi al guardia civil con la palabra que conoca:

Nosotros!

Por qu lo mataron?

El segundo de los huantinos respondi con la frase que tambin haba com- prado:

Porque queremos!

Pues ahora van presos.

El ltimo de ellos respondi con la tercera palabra comprada. Mientras el guar- dia civil se los llevaba, comentaban entre s:

Seguro nos estn llevando para premiarnos. Qu buena es la justicia! Llegaron donde el juez, quien les interrog en castellano. Asombrados, los huantinos se miraron:

Hemos comprado el castellano para defendernos, dijeron. El juez les pregunt:

Quin de ustedes mat a este hombre?, quin lo mat?

Nosotros! , dijo nuevamente el primero de los huantinos que compr caste- llano.

Por qu lo mataron?

Porque queremos!

Pues entonces los condeno a veinticinco aos de crcel.

Eso es lo que queremos! , respondieron

Los huantinos estn hasta ahora en prisin.

Ahora que ya conocen esta aventura, llvenles a los pobrecitos aunque sea un poco de coca8.

.

Nos hemos preguntado de qu nos sirve saber leer y escribir, de qu nos ha valido? Si bien podemos manejarnos en el mundo de las cuentas y el comercio, en el mun- do de las mquinas y las informaciones, en el de la persuasin y la legalidad, de

qu manera nos ha hecho realmente crecer el ser ledos?, tenemos ms coraje, somos ms crticos; hemos crecido en dignidad, en convicciones?; es ms corto el camino de la esperanza, el de la solidaridad, el del contento?

Que tal vez no se trata de promover la lectura en cuanto tal, sino su razn de ser en el contexto, su sentido en la bsqueda, su motivo esencial desde el alma propia y desde aquellos que, an sin libros Viven, todava suean y an pelean.

Tal vez es cierto aquello de que el hombre slo puede ver su reflejo en el agua cuando se inclina sobre ella.

1. La fragilidad de lo rstico

Si en este preciso momento uno busca en el diccionario la palabra rural, nos dice que vie- ne del latn rurlis, de rus, ruris, que significa campo. Y que es un adjetivo Perte- neciente o relativo a la vida del campo y a sus labores. Y en su segunda acepcin preci- sa que tambin significa Inculto, tosco, grosero, apegado a cosas lugareas. Que de ah viene rsticamente: Con tosquedad y sin cultura (del latn rustcus, de rus, campo), Perteneciente o relativo al campo. Tosco. Grosero. Hombre del campo.

Y tosco es Inculto, sin doctrina ni enseanza. Grosero es Basto, ordinario y sin arte. Descorts, que no observa decoro ni urbanidad.

En otras palabras, la gente del campo somos una manga de morondangas, por decir lo menos.

No importa si con nuestro trabajo cotidiano abastecemos las mesas de las naciones; no importa si somos herederos de las culturas criadoras ms extraordinarias del planeta; ni siquiera cuenta si somos el folklore del pas ni los que hacemos sonrer hasta a las gua- nbanas pese a las penurias. No cuenta.

En el campo no se ostentan los ms altos ndices de delincuencia ni de suicidios. No fa- bricamos tanques ni deprimidos. No hemos roto la capa de ozono ni hacemos harina de ovejas para dar de comer a las vacas.

Pero somos el atraso.

En algn momento habr que preguntarnos en qu eslabn de este estigma flagelante nos encontramos, si somos o no tributarios de este sistema ultrajante, de esta historia blasfema.

Porque estos nucleares significados de la lengua oficial slo son el divieso de una fiebre aeja, una suerte de reflejo condicionado, un desprecio que larva en los bajos fondos de la sociedad que nos otorga los certificados de ciudadanos.

Si no, recordemos la gramtica de Antonio Nebrija, quien a fines del siglo XV convirti al castellano en la primera lengua vulgar debidamente codificada (coincidiendo con la unifi- cacin poltica de Espaa):

cuando Vuestra Real Majestad me pregunt que para qu poda aprove- char mi trabajo, el muy reverendo Obispo de vila me arrebat la respuesta

y, respondiendo por mi, dijo: que despus que Vuestra Alteza metiese de- bajo de su yugo a muchos pueblos brbaros y naciones de peregrinas len- guas, con su derrota aquellos tendran la necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua; entonces por este mi arte podra servir el conocimiento de ella.

Con razn en su prlogo el seor Nebrija se cuid de afirmar con solvencia: "Siempre la lengua fue compaera del imperio", aunque aos antes esta expresin ya haba sido sus- tentada por el italiano Lorenzo Valla, al referirse a la extensin del imperio romano.

As, cuando asumimos el propsito de promover la lectura en el campo, qu estamos promocionando? O, mejor an, de qu nos apropiamos al aprender a leer: del boleto de entrada al mundo que nos oprime o de sus claves para cambiarlo y tratar hacerlo ms justo?; nos apropiamos de los libros o de sus causas, de sus potencialidades o de sus intenciones?; cunto aprendemos a discernir, cunto a enhebrar en el tejido de nuestra autntica historia, de nuestras ms caras necesidades, de nuestras ms colectivas urgen- cias?

El slo hecho de convertirnos en alfabetos tiene, desde ya, una incontrovertible connota- cin poltica. Porque el analfabetismo no es la causa de nuestras miserias ni de nuestro supuesto subdesarrollo. Del mismo modo cmo el hambre es la consecuencia de la in- equidad y de enseoreadas estructuras injustas, el analfabetismo es la epidermis social del festinante monstruo econmico.

Y no porque un pueblo aprenda a leer saldr como por magia de la ignominia. A la inver- sa, el conquistador Francisco Pizarro era analfabeto, pero igual dirigi la horda que arra- s con pueblos que saban leer las estrellas, los quipus, las semillas y los vientos.

Ser alfabeto no significa ser culto.En 1845, el poltico, escritor, pedagogo, y en un momento presidente de Argentina, Do- mingo Faustino Sarmiento, public Civilizacin y barbarie, un ensayo que fue clave en el desarrollo del pensamiento iberoamericano:

Lograremos exterminar los indios? Se preguntaba Sarmiento. Por los salvajes de Amrica siento una invencible repugnancia sin poderlo reme- diar. Esa canalla no son ms que unos indios asquerosos a quienes man-

dara colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicn son unos indios piojosos, porque as son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y til, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeo, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado9.

En 1947 la Conferencia Interamericana de Educacin, reunida en Panam, estableci como Da Panamericano del Maestro el 11 de septiembre, en homenaje a Sarmiento.

Y durante la guerra del Pacfico, Ricardo Palma10 escribi a Nicols de Pirola: En mi concepto, la causa principal del gran desastre () est en que la mayora del Per la for- ma una raza abyecta y degradada

9 El Progreso, 27/9/1844; El Nacional, 25/11/1876.10 Ricardo Palma, autor de Tradiciones peruanas, fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Espaola, la Real Academia de la Historia y de la Academia Peruana de la Lengua, as como miem- bro honorfico de la Hispanic Society de Nueva York y director y restaurador de la Biblioteca Nacional del Per desde 1883 hasta 1912.

Quiz el maestro Jos Mara Arguedas tena razn cuando pona en boca del loco Mon- cada aquella expresin lapidaria: Ahora comprendo que la enfermedad viene de la inteli- gencia!11.

La promocin de la lectura define, en gran medida, el lado de la historia en el que nos ubicamos. No se puede ser neutral porque la lectura tampoco lo es. Ignorarlo es tomar posicin del lado de quienes intentan ocultar esta realidad para impedir que pueda ser transformada.

Promover la lectura es adherirse a las realidades y a las expectativas de las poblaciones. Ms an, la motivacin de la lectura ha de ser un reflejo de las capacidades de decisin, de los intentos de apropiacin y de las bsquedas genuinas de las propias comunidades, de quienes la asuman como una herramienta para seguir aprendiendo desde su mismo contexto.

No aprender a leer por leer, sino en la procura de aquel abono que incremente el discer- nimiento desde la propia cultura, en el amacolle de una fronda desde las propias races.

No creo, particularmente, que pueda promoverse la lectura sin absolver el por qu y el para qu. Y, en consecuencia, el cmo.

Porque lectura no es evasin, es inmersin y riesgo, es liberacin e impulso. Leer es re- probar la indolencia y ejercer el derecho al humor compartido, a la gratificacin merecida y a una vida que no sea sinnimo de desgracia.

2. Leer como cosechar

La palabra leer deriva del latn legere que significa juntar, recolectar, cosechar. Esto porque antiguamente se le relacionaba con el seleccionar palabras.

Legere, a su vez, es una palabra emparentada con lignum (aquello que se recolecta para hacer fuego), y de ah deriva la palabra lea12.

Con la palabra leer se entroncan leccin, elegir, inteligencia, religin. Y como verbo va ms all de la lectura de un escrito pues puede hablarse de leer los ojos, los pensamien- tos, las estrellas, la hora, las lneas de la mano, leer el tiempo, el futuro, las manchas del caf, un CD y un DVD.

Promover la lectura de libros es dotar a las poblaciones de otra fuente de lectura. Otra fuente que no puede pretender suprimir las ya existentes, sino contribuirlas, afianzarlas, sobre todo cuando sta se da en relacin a poblaciones cuya filiacin ancestral con la naturaleza ha generado culturas extraordinariamente lectoras del entorno, de lo objetivo y lo subjetivo.

Pero en tanto adems poblaciones relegadas, la lectura de los textos es tambin una con- tribucin poltica para el conocimiento de la historia que les ha relegado y el reconocimien- to de los derechos que les asisten.

11 J. M. Arguedas, El Zorro de arriba y el zorro de abajo. Ed. Losada, Buenos Aires. 1971, p. 65.12 En el alemn legere se emparenta con la palabra lesen, que significaba originariamente seleccionar, jun- tar. En ingls se usa una palabra read que no est emparentada con la alemana lesen sino con raten, que significa aconsejar y tambin adivinar, por la lectura de las runas.

La promocin de la lectura, entonces, no es un servicio sino la reivindicacin de un dere- cho postergado, la conquista de un bastin negado, la recuperacin de un valor esquivo.

Y antes que el lector rural aprenda a congeniarse con los libros, el promotor ha de haber aprendido a leer las calles y las plazas, los villorrios y los campos, los cultivos, los fogo- nes, las carencias y las ansias.

As, si leer es cosechar, promover la lectura es sembrar.

Sembrar las ganas de encontrarse con el libro y con la libertad de leerlo, sembrar el deseo de develarlo y la urgencia de compartirlo, sembrar la furia de descubrirlo y el deslumbre de comprenderlo.

Leer es tambin sembrar la evidencia que la previa lectura del mundo no ha sido vana. Porque no se trata de sembrar una lectura libresca sino omnmoda, abrazante y plena. Que no leemos para renunciar a nuestro mundo sino para re-sembrarlo, para re-escribirlo.

La promocin de la lectura ha de estar ms llena de tierra que de letras, ms plena de gente que de prrafos, ms plena de pueblo que de estantes. Y eso implica comprome- terse, sumergirse desnudos de oficio en la realidad si pretendemos emerger genuinamen- te empapados de alternativas.

Antes de ser bibliotecarios somos humanos. Y somos colectivo, somos el otro, somos los dems. Las tcnicas preconcebidas y los procedimientos profesionales estn al servicio de este proceso y no a la inversa.

3. La ciencia de la inocencia

Acudir a la biblioteca es ya un gesto de voluntad que no puede soslayarse. A partir de entonces, la biblioteca no es un referente acadmico sino una experiencia educativa, de tal forma que tampoco debe reproducir los vicios de la estructura escolarizada.

Si tuviramos que compararla con la salud, hemos de evitar que la biblioteca sea un quis- te, o peor an, que se vuelva esclertica. Si logrramos que su insercin no resulte inva- siva, mal haramos luego en develarla artera, traidora de las expectativas de los lectores.

La biblioteca como templo de libertades bullentes, de decires muchos y saberes insurrec- tos. La biblioteca como guarida, la cueva donde se pueden robar los sueos para ser lue- go repartidos entre los hambrientos tambin de anhelos.

Preguntmoselo a los nios, que suelen ser azotados con lecturas que mayormente slo pagan las hipotecas de los adultos. La historia de la literatura para nios est plagada de manipulaciones y mamotretos conductistas, reflejos fieles de un molde social ajeno a las mayoras.

Una tendencia moralizante plag durante mucho algunos textos considerados fundaciona- les. En el Siglo XVIII, la francesa Jeanne Marie Leprince de Beaumont13 public El Alma-

13 (Francia 1711-1780) Jeanne Marie Leprince se cas con M. de Beaumont; su matrimonio devino en desgra- cia al punto que pronto fue declarado nulo. En 1748 aparece su obra El Triunfo de la verdad. En 1750 en- trega su hija a un internado y se traslada a Londres, donde se ocupa educando a seoritas de la nobleza.

cn de los nios14 en cuyo subttulo indicaba los Dilogos de una sabia institutriz con sus nobles discpulos, en los que se hace pensar, hablar y actuar a los jovencitos segn el genio, el temperamento y las inclinaciones de cada edad; represntanse los defectos pro- pios de su edad y mustranse el modo de corregirlos, con un resumen de historia sagra- da, de mitologa, de geografa, reflexiones tiles y cuentos morales.

Con otro estilo, el irlands Jonathan Swift, autor de Los Viajes de Gulliver (1726), en un exceso de sarcasmo escribi Una modesta proposicin: Para prevenir que los nios de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el pas, y para hacerlos tiles al pblico15, en el que deca, por ejemplo:

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno nio sano y bien criado constituye al ao de edad el alimento ms delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o her- vido.

Esta stira extrema, contenida de otros modos en Gulliver, fue no obstante trastocada por los lectores sobre todo infantes con la digestin de la lectura.

Aunque no para censurar, es menester leer lo que pretendemos que otros lean.

4. Cuando Contar no es contar

Casos como el de Charles Perrault16, en el S. XVII, resultan emblemticos, pero deberan ser tomados a la inversa. Aunque casi todos sus escritos son loas al rey de Francia, este escritor y bibliotecario recre diversos cuentos tradicionales que fueron publicados en

1697 con el ttulo de "Historias o Cuentos del pasado"17. Pero su propsito fundamental fue la reivindicacin de la lengua francesa frente al latn en la educacin oficial.

Los cuentos de la tradicin oral siempre han sido, para todos los pueblos del mundo, la argamasa de sus culturas. Sin una sola letra escrita, las narraciones alrededor del fuego cohesionaban a los pueblos, fortalecan la identidad y retransmitan los saberes inmemo- riales.

En nuestras comunidades los libros han de estar al servicio de esta cohesin, esta identi- dad y estos saberes. No por ser analfabetos somos menos sabios que los ledos. Sin sa- ber leer ni escribir, infinidad de pueblos siempre mantuvieron fresca su riqusima memoria e hicieron florecer su cultura sin necesidad de libros.

Recuperar los cuentos significa recomponer los vnculos que se han ido disgregando con la modernidad. En sociedades urbanas en las que va primando la individualidad y en las que hasta el saludo resulta extrao y la conversacin un bien ausente, el cuento reivindica la pica colectiva y la familiaridad originaria.

14 Le Magasin des enfants, en 1757, que incluye La Bella y la Bestia; luego Le Magasin des adoles- cents (Almacn de las seoritas adolescentes, 1760) y Le Magasin des pauvres (Almacn de los pobres, en

1768).15 Dubln, Irlanda, 172916 Pars 1618 1703.17 Ms conocido como "Los cuentos de la mam Gansa" y en donde se encuentran la mayora de cuentos como La Bella Durmiente, Caperucita Roja, Cenicienta, El Gato con Botas, Barba Azul y Pulgarcito.

Y en el campo hay mucho que contar. No slo desde la vida cotidiana, germinadora y heroica por sus esfuerzos de sobrevivencia, en donde la cultura no es un artculo de con- sumo, sino tambin por la tradicin heredada: contamos cuentos vivientes, no cuentas de mercaderes.

No podemos concebir la tradicin oral como un apndice superestructural, porque los pueblos no slo estamos hechos de tierra: tambin estamos hechos de cuentos. En el campo lactamos decires y epopeyas, relatos leyendas.

Probemos con cada uno de nosotros: a veces no alcanzamos a recordar ni la ensima parte de aquello que nos instruyeron en la escuela, por muy cautivos que estuviramos en el aprendizaje. Pero el cuento tiene la propiedad de la adherencia, el apego querendn de la aoranza grata, la insistencia seductora de la palabra abrazada,

Leer es tambin contar. Y contar significa interlocucin, interactuacin, interpelacin. De modo que mal haramos en beneficiar la propensin de los lectores al encuentro de las computadoras cuando no hemos absuelto la consolidacin del dilogo humano, del en- cuentro personal, de la comunicacin grupal.

El libro no debe ingresar al campo como otra nueva tecnologa, sino como el andamio orgnico de los saberes propios. El libro no debe ingresar al campo como ostentoso sin- nimo de solvencia econmica, sino como humilde heraldo de la generosa y gratuita tradi- cin oral. El libro no debe ingresar al campo como paliativo educacional para los relega- dos de siempre, sino como levadura para las luchas sempiternas por la vida.

Que el leer sea histrico y no inmediato, que realce los valores de quienes crecen escu- chando que no valen. Que la intimidad del leer nos catapulte a las mayoras. Que alimen- tar el nimo con la lectura sea tan vital como indispensable es el pan de cada da.

Esto significa acabar con las agendas que nos restringen. Porque como amar el cultivar la lectura en nombre de una causa justa implica dedicacin, necesita dejar de tipificar la promocin del leer como una mera actividad; implica apegos y desapegos, requiere en- trega, demanda estar resueltos.

Valdr la pena preguntarnos si trabajamos para la comunidad o si somos parte de ella. Valdr la pena saber si slo cumplimos una funcin profesional o si estamos compartien- do la construccin comunitaria del futuro; si nuestra decisin es una mera directiva laboral o un compromiso madurado en la apuesta del colectivo.

De cualquier modo, la realidad toca a nuestra puerta: tiene aldabas inmensas, pero a ve- ces no escuchamos. Y esta aldeta desperdigada, esta campia honorable, este pueblo pertinaz nos exige abrir las trancas, asomarnos a las ventanas de su esperanza, insertar- nos en sus broncas, afinarnos en la criticidad y asumir el compromiso de su destino.

Alfredo Mires OrtizAsesor Ejecutivo Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, Per Tel. (51) 76 [email protected]