guía. imperativo categórico de kant

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1 Colegio Manquecura. Ciudad de los Valles Filosofía. IV Medio El imperativo categórico de Kant Por Juan Pablo Oyarzún Prof. De Filosofía y Psicología § 1. El bien como deber En su “Fundamentación de la metafísica de las costumbres ” Kant se plantea la pregunta: ¿qué hace que ciertas acciones sean consideradas buenas? Según el autor, la mayoría de las personas sabe identificar las buenas acciones de manera natural, aun cuando no sepan dar razones específicas de por qué son buenas: “el conocimiento de lo que todo hombre está obligado a hacer –nos dice Kant hacia el final de su Fundamentación- y, por tanto, también a saber, es cosa que compete a todos los hombres, incluso al más vulgar”. Queda entonces, como tarea del filósofo dar una respuesta a esta cuestión. Se produce, como podemos ver, una situación muy similar a la presentada en la Crítica de la razón pura: mientras en ésta Kant daba por sentado la existencia del conocimiento científico, y, por lo tanto, definía la función de la filosofía como la fundamentación de la posibilidad del conocimiento (¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?); ahora –del mismo modo- da por sentado que existen buenas acciones, y -de manera análoga- la tarea de la filosofía será responder cómo son posibles estas buenas acciones. A diferencia de Aristóteles, que define el bien humano en base a la felicidad (pues recordemos que el bien en Aristóteles no es un concepto exclusivamente de uso moral), Kant lo define en base al concepto de deber:

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Page 1: Guía. Imperativo categórico de Kant

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Colegio Manquecura.Ciudad de los VallesFilosofía. IV Medio

El imperativo categóricode Kant

Por Juan Pablo OyarzúnProf. De Filosofía y Psicología

§ 1. El bien como deber

En su “Fundamentación de la metafísica de las costumbres” Kant se plantea la pregunta: ¿qué hace que ciertas acciones sean consideradas buenas? Según el autor, la mayoría de las personas sabe identificar las buenas acciones de manera natural, aun cuando no sepan dar razones específicas de por qué son buenas: “el conocimiento de lo que todo hombre está obligado a hacer –nos dice Kant hacia el final de su Fundamentación- y, por tanto, también a saber, es cosa que compete a todos los hombres, incluso al más vulgar”. Queda entonces, como tarea del filósofo dar una respuesta a esta cuestión.

Se produce, como podemos ver, una situación muy similar a la presentada en la Crítica de la razón pura: mientras en ésta Kant daba por sentado la existencia del conocimiento científico, y, por lo tanto, definía la función de la filosofía como la fundamentación de la posibilidad del conocimiento (¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?); ahora –del mismo modo- da por sentado que existen buenas acciones, y -de manera análoga- la tarea de la filosofía será responder cómo son posibles estas buenas acciones.

A diferencia de Aristóteles, que define el bien humano en base a la felicidad (pues recordemos que el bien en Aristóteles no es un concepto exclusivamente de uso moral), Kant lo define en base al concepto de deber:

“Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser estimada por sí misma, de una voluntad buena sin ningún propósito ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimiento natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien explicado, para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la cúspide de toda la estimación que hacemos de nuestras acciones y que es la condición de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber, que contiene el de una voluntad buena, si bien bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos, los cuales, sin embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo incognoscible, más bien por contraste lo hacen resaltar y aparecer con mayor claridad” (cursivas mías).

Este concepto es fundamental, pues define al bien no en base a la acción, es decir, al acto mismo, sino a la intención subjetiva que está detrás del acto: “La buena voluntad no es

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buena por lo que efectúe o realice (…); es buena sólo por el querer”. En este sentido, Kant determina un criterio que niega rotundamente la adscripción ciega a reglas: “no robarás”, “respetarás a tus padres”, etc. si bien son acciones que la mayoría de las persona considera buenas, su realización no nos garantiza ser buenos si ellas no van acompañadas del deber.

En este punto podemos comprender el subjetivismo de la moral kantiana, en el sentido de que es mi conciencia, y sólo ésta, la que vale para determinar el bien: si mi conciencia realiza algo “por deber”, y solo por deber, vale decir, sin buscar ningún otro beneficio, sólo entonces mi acción puede ser considerada buena. Si ocurre de cualquier otro modo, ya sea contra el deber, o conforme al deber, mi acción no tendrá valor moral alguno.

§ 2. Las 3 formulaciones del imperativo categórico

El imperativo categórico es uno de los elementos más importantes de la ética kantiana. En él, Kant se juega la posibilidad misma de instaurar una moralidad que pueda regir universalmente a todos los seres racionales. Pero ¿es posible tal tarea? ¿Acaso no es parte del sentido común creer que las costumbres morales son válidas sólo para una cultura, y que, por lo tanto, lo que para nosotros puede ser considerado bueno, para otros puede ser considerado malo? ¿Acaso lo que hace 100 años era considerado como inmoral, no es ahora considerado como algo perfectamente normal? ¿No es esto la demostración de que no hay reglas morales universales? Pues bien, el imperativo categórico tiene como finalidad refutar este argumento relativista: tiene como finalidad determinar un criterio que pueda valer para cualquier cultura, religión, situación y tiempo histórico.

En el parágrafo anterior consideramos que el concepto de BIEN está determinado por el DEBER; sin embargo, si analizamos con detenimiento esta definición, ella no nos garantiza ninguna universalidad, pues cualquier persona puede realizar actos por deber, es decir, realizarlos como un fin en sí mismo, aunque el acto nos parezca horrendo. ¿Qué pasaría –nos preguntamos a modo de ejemplo- si un talibán que ama a su esposa la sorprende en un acto de adulterio y debe lapidarla –tal como lo indican sus leyes morales- aunque él no lo desee, e incluso, aunque tal acto le ocasione más pena que satisfacción? ¿Acaso no sería esto un acto realizado sólo por deber? Y efectivamente, si nos rigiésemos sólo por el deber para garantizar el bien de una acción, no tendríamos más opción que asentir y declarar –contra nuestras propias creencias- que tal acto es un acto moral.

Pareciera ser, entonces, que el concepto de deber no satisface nuestra pretensión de universalidad. ¿Cómo superar este problema? Es aquí donde el imperativo categórico entra en escena.

El imperativo categórico es un mandamiento que nos dice NO lo que debemos hacer, sino CÓMO debemos querer nuestras acciones, es decir, es un imperativo que rige nuestras máximas de acción. Recordemos que una máxima es el motivo o la razón por la cual yo realizo algo. En este sentido, el imperativo categórico nos ordena cómo debo querer realizar mi acción, qué intensiones debemos tener cuando hacemos algo.

La primera formulación dice: «Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal». Es decir, obra como si todo ser racional hiciese exactamente lo mismo que tú estás haciendo. Pensemos que te encuentras en una situación donde acabas de robarle un lápiz a alguien ¿crees, desde el fondo de tu conciencia, que lo que acabas de hacer pueda ser una ley universal? ¿Crees que este acto

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debiese ser una ley para toda la humanidad? ¿Crees que el robo puede instaurarse como ley? Kant nos dice:

“¿me daría yo por satisfecho si mi máxima -salir de apuros por medio de una promesa mentirosa- debiese valer como ley universal tanto para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir”

La respuesta es evidente: querer transformar en ley universal el robo o la mentira o

la muerte, etc. es tan absurdo como querer robarse, mentirse o matarse1.Sin embargo, esta primera formulación no es, con todo, satisfactoria, si pensamos –

volviendo al ejemplo de nuestro talibán- que él también actúa pensando en que lapidar a su mujer debiese ser una ley universal: “yo –dice nuestro Talibán- lapido a mi mujer por adulterio, y todos los seres racionales debiesen lapidar a las suyas si ellas caen en semejante pecado”. Si tuviésemos que ser honestos, deberíamos reconocer que todas las religiones tienen la pretensión de ser universales, y, por lo tanto, todos sus creyentes actuarán respetando esta máxima. Si ello es así ¿qué podemos decir de esta primera formulación del imperativo categórico? Que es necesaria, sin duda, pero no suficiente para ser considerada universal.

Es la segunda formulación la que viene a detener a nuestro querido talibán. Dice así: «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio». Significa, dicho sencillamente, que debemos respetar a las personas, a los seres humanos, solo por el hecho de ser seres humanos, y nunca utilizarlos como medio para nuestros fines. Téngase en cuenta además, que el imperativo señala no sólo el respeto a los otros, sino también el respeto a mí mismo en tanto soy un ser humano.

Con esta segunda formulación, la moral de nuestro talibán queda descartada: una moral que nos ordena que debemos maltratar a un ser humano, es simplemente inmoral; que sea de otra cultura, que sea de una religión occidental, oriental, americana o lo que sea, no lo justifica: si ella maltrata o utiliza a una ser humano como un medio, no puede ser sostenida, bajo ningún argumento, como moralmente buena.

La tercera formulación dice: «Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines». Esta tercera formulación tiene como objetivo el convertirnos en espectadores de nuestras propias acciones, es decir, en considerar nuestras máximas de manera neutral y objetiva. Supongamos que usted realiza una acción cualquiera, supongamos también que esa misma acción ahora la está observando en tercera persona y debe juzgarla cómo si fuese un legislador en un reino universal de fines. ¿Consideraría que su acción es digna o reprochable? Muchas veces somos severos y le reprochamos a las personas el ser deshonestos, desleales e hipócritas, pero ¿hacemos eso mismo con nosotros? ¿Somos lo suficientemente rigurosos y honestos como para aplicarnos esos mismos juicios? Demos un ejemplo más: cuando en Chile se habla de la discriminación racial, y se entrevista en la

1 Siempre cabe alguna pregunta rebuscada: ¿y que pasaría si un loco decide transformar en ley universal la mentira y el robo? En este caso vale recordar el supuesto sobre el cual se basa Kant: el imperativo rige para seres racionales.

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televisión a las personas sobre el tema ¿no nos llama la atención que todos los entrevistados, sin excepción, son críticos y severos con tal acto? Pareciera ser que quienes discriminan siempre son los otros, y nunca nosotros mismos; ¿o es que nos es más fácil enjuiciar al resto que a nuestra propia persona?

En el fondo, lo que esta tercera formulación del imperativo categórico tiene por objetivo es que seamos legisladores rigurosos, ante todo, con nuestra propia persona: legisla primero tus acciones y luego la de los demás. ¿No era esto lo que Jesús demostró cuando salvo a María Magdalena de ser lapidada por adulterio?: “Aquel que este libre de pecado, que arroje la primera piedra”.