guerrilleros por la independencia

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1 GUERRILLEROS POR LA INDEPENDENCIA (publicado en No Importa nº 72. pp. 9-10. Madrid: Revista No Importa, abril 2003) Iván García Vázquez Arqueólogo e Historiador La Guerra de la Independencia es uno de los episodios bélicos más glorioso de nuestra Historia (Bailén, San Marcial, Bruc...) Pero también uno de los más tristes, por las atrocidades que bajo el trilema "libertad, igualdad y fraternidad" cometieron los liberales franceses en suelo español. El problema del colaboracionismo y de la resistencia, presente en todas las guerras, cobra en 1808 una especial virulencia, enfrentándose los patriotas españoles, con los franceses hijos de la Revolución, y en muchos casos, con los colaboracionistas afrancesados. En Otoño de 1807, los franceses penetraban en España gracias al Tratado de Fointeneblau firmado entre Godoy, primer ministro de Carlos IV, y el emperador Napoleón Bonaparte. Los franceses pretextaban llegar a Portugal para establecer en Lisboa una ventana marítima al embargo continental, pero pronto los regimientos de granaderos y de dragones franceses ocupaban los pueblos y ciudades más importantes de España. Bajo el axioma de que "en España gobernaban los frailes", los revolucionarios galos se transformaron, de tropa aliada a ejército de ocupación. El régimen de terror heredado del Directorio jacobino de Robespierre comienza entonces a infundir miedo a la población: confiscaciones de bienes, pago forzoso de contribuciones a los invasores en forma de alimentos y mantas, quema y saqueo de iglesias... el expolio artístico diezmó el patrimonio español, que fue destruido por las llamas de la impiedad, o robado por la acción del pillaje enemigo.

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Un repaso por algunos héroes de la guerra de la independencia. Publicado en la revista No Importa.

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GUERRILLEROS POR LA INDEPENDENCIA

(publicado en No Importa nº 72. pp. 9-10. Madrid: Revista No Importa, abril 2003)

Iván García Vázquez

Arqueólogo e Historiador

La Guerra de la Independencia es uno de los episodios bélicos más glorioso de nuestra Historia

(Bailén, San Marcial, Bruc...) Pero también uno de los más tristes, por las atrocidades que bajo el trilema

"libertad, igualdad y fraternidad" cometieron los liberales franceses en suelo español. El problema del

colaboracionismo y de la resistencia, presente en todas las guerras, cobra en 1808 una especial virulencia,

enfrentándose los patriotas españoles, con los franceses hijos de la Revolución, y en muchos casos, con los

colaboracionistas afrancesados.

En Otoño de 1807, los franceses penetraban en España gracias al Tratado de Fointeneblau firmado

entre Godoy, primer ministro de Carlos IV, y el emperador Napoleón Bonaparte. Los franceses pretextaban

llegar a Portugal para establecer en Lisboa una ventana marítima al embargo continental, pero pronto los

regimientos de granaderos y de dragones franceses ocupaban los pueblos y ciudades más importantes de

España. Bajo el axioma de que "en España gobernaban los frailes", los revolucionarios galos se

transformaron, de tropa aliada a ejército de ocupación. El régimen de terror heredado del Directorio jacobino

de Robespierre comienza entonces a infundir miedo a la población: confiscaciones de bienes, pago forzoso de

contribuciones a los invasores en forma de alimentos y mantas, quema y saqueo de iglesias... el expolio

artístico diezmó el patrimonio español, que fue destruido por las llamas de la impiedad, o robado por la acción

del pillaje enemigo.

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En Bayona la farsa que entroniza a José I, hermano de Napoleón solivianta el orgullo subyugado del

pueblo español. Andrés Torrejón, alcalde de Móstoles, es quien iza la bandera antifrancesa el 2 de Mayo. En

pocos dias, la mecha patriota prende en los corazones de la mayoria de las ciudades del Reino. Miles de

españoles, campesinos, artesanos y muchos sacerdotes se echan al monte con el trabuco y el sable. Había

nacido el guerrillero.

Era este un tipo popular de miliciano, que no se encontraba sujeto a la disciplina militar del ejército

regular. Dos tipos de guerrillas convivian: por un lado, las civiles, que estaban formadas por los vecinos del

pueblo y muy mal armadas. En Cataluña, se habían formado sometenes de vecinos, que se lanzaban al monte

con sus armas. La otra guerrilla eran las que tenían por jefe a un eclesiástico, fuera o no sacerdote. Entre estas

últimas, destacaron las formadas por carmelitas descalzos, franciscanos, y capuchinos. Pronto estas partidas

fueron regularizadas y coordinadas. Varias normas, como la Ley de Corso Terrestre, el Reglamento de

guerrillas y el Reglamento de Partidas y cuadrillas, ordenaban en cierta medida estas agrupaciones armadas.

Con la firma del Nuncio del Santo Padre del último de estos reglamentos, el Edicto General de Partidas de

Cruzada, se otorgaba a aquéllas el carácter de Cruzada, contando con la bendición de la Iglesia.

Pero no todos los guerrilleros eran iguales. Cierto es que luchaban contra el invasor francés, y por la

independencia de la patria española como causa común, pero mientras que los guerrilleros tradicionalistas

luchaban por Fernando VII (su rey legítimo), y por la religión, los guerrilleros liberales lo hacían por adoptar

un modelo que no difería mucho del que los franceses trataban de imponer por la fuerza. Guerrilleros

liberales como el Médico Palera en Toledo, o el Empecinado en Valladolid, buscaban el fin de la Iglesia

Católica y, siguiendo muchos de ellos los dictados de las logias masónicas a quien debían obediencia,

aboganban por la desamortización y el regalismo, llegando en muchos casos al jansenismo. El conflicto

interior entre estas dos formas de concebir el Estado, la religion y la esencia de España se va a materializar en

la Constitución de 1812, promulgada en Cádiz, donde el liberalismo plasmó sus apetencias. Dos años después,

llegará Fernando VII al trono, aboliendo la carta liberal, tras lo cual Riego se levantó en 1820 en Cabezas de

San Juan. Eran los primeros tira y afloja del fratricida siglo XIX.

Este liberalismo, va a ser el que escriba la Historia oficial en adelante. Así pues, la leyenda negra de

los guerrilleros se va a cebar con los conservadores, muchos de ellos encuadrados tras la Guerra de la

Independencia, en la causa carlista. Uno de los que mayores ataques recibió fue el cura Merino, teólogo por la

Universidad de Valladolid, de trato humilde, pero inquebrantable carácter. Fue de los primeros en levantarse

contra el francés, y dirigió su partida por Castilla la Vieja. De él se ha dicho que su escasa formación se

reducía a tres latines y dos teologías, que su hueste era despiadada... lo cierto es que nunca poseyó nada, ya

que el dinero cobrado en su empleo militar lo ocupó después en reconstruir la Iglesia de Villoviado, pasando

su partida al ejército regular. Participó, tras el fin de la guerra, en la fuerza que componian Los Cien mil hijos

de San Luis, que llegados de la Francia borbónica, al mando del Duque de Angulema, acabaron con el Trienio

Liberal de Riego, restableciendo en el trono a Fernando VII. Fue este mismo conflicto el que acabó con la

vida de Juan Diaz "El Empecinado". Destacado guerrillero castellano contra los franceses, su fe ciega en las

nuevas corrientes constitucionalistas y su anticlericalismo le condujeron al patíbulo en Roa. Jerónimo Merino,

tras luchar en la I Guerra Carlista, moría en el forzado exilio francés.

Los grandes nombres de esta cruzada del siglo XIX han quedado en el olvido. Tan sólo los

historiadores han recordado a los grandes militares de la guerra que, eso sí, formaron parte de las filas

liberales en los conflictos posteriores: Zarco del Valle, Castaños, Riego, Cea Bermúdez... pero ni una mínima

mención a los guerrilleros "del otro bando": Fray Bartolomé de Santa María, que se sublevó con su partida en

Logroño, el Palleter de Valencia, el Tío Jorge en Zaragoza, Echévarri y el Cura Argote en Andalucía, donde

su intervención fue decisiva a la hora de ganar la batalla de Bailén, Portier, el estudiante Francesc Riera i

Balaguer en el Bruc o el gran Espoz y Mina, en Navarra.

La historia de estos grandes hombres, robada, permanece oculta, como robado sigue también hoy el

sentido de aquella Cruzada. La Guerra de la Independencia sirvió para sentar los principios sobre los que se

construiría el concepto historicista de nación, apareciendo el pueblo en armas como legítimo soberano, ante el

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vacío de poder real que llenaron las Juntas. Esta noción acabaria con la legitimación de la monarquía

tradicional: ahora el rey gobernaba, no porque el poder le viniese dado de Dios, sino que ahora lo recibía del

pueblo. Esta concepción descendiente del poder tendrá una de sus mejores bazas en la Guerra Civil. En este

caso, la supuesta voluntad ciudadana habría dado la razón al Frente Popular. Pero la política de persecución

que llevó a cabo en cinco meses de gobierno, no hizo sino levantar a gran parte de pueblo español. Ambos

bandos miraban entonces a la Guerra de la Independencia como una justificación del conficto. Para el bando

republicano, el invasor no era en este caso el francés, sino los italianos y alemanes que ayudaban a Mola. Para

el bando nacional, el invasor era la URSS. Como tiempo después se confirmaría fatalmente, España era en

efecto uno de los objetivos de la política frentepopulista de Stalin. La situación de España la hacía apetecible

a los ojos de los soviéticos, para poder llevar a cabo sus planes de "satelización."

Desgraciadamente para los franceses, los anhelos personales de Napoleón se encontraron con el brío

ibérico de los españoles que, no aceptando tiranos de ningún tipo (y mucho menos extranjeros), saltaron al

monte a defender sus familias y rentas del pillaje de los franceses. Ese arrojo hispánico, adormecido desde las

últimas acciones de los tercios en el siglo XVII, había sabido reaccionar frente a la impiedad y a la injusticia

de los invasores. Qué lejos estamos de repetir ahora aquella gesta.