guardianes del equilibrio: la balanza

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1 Fragmento de la portada definitiva La Balanza

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Primer capítulo de la primera novela de Alberto Porta publicada por Shalaklibros. En "La Balanza" conoceremos a las familias que forman la hermandad de los guardianes del Equilibrio. Sin ellos nuestro mundo está perdido.

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Fragmento de la portada defi nitiva

La

Bal

anza

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LOS GUARDIANES DEL EQUILIBRIO:

LA BALANZA

Alberto Porta

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I. La Balanza

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16 de abril, 1463Lisboa

A mi señor Pedro da Cintra:

Le escribo esta carta, aunque no sé si recibiré respuesta, ya que tengo que narrarle mi última hazaña. El 26 de diciembre de 1462 inicié una nueva exploración en unos mares que todavía nadie había surcado. Estaba seguro de que allí descubriríamos nuevas tierras que conquistar, como indicaban unos viejos escritos que encontré en la vieja villa de mi familia. Por desgracia no recibí apoyo de ningún alto car-go, debido a la horrible situación en la que se encontraba Portugal. Por eso mismo decidí llevarme a un par de discípulos míos.

Tardamos mucho tiempo en llegar hasta el lugar señalado en el mapa. Estaba totalmente desmotivado al no encontrar nada más que el inmenso océano. Tanto el marinero que nos acompañaba como mis aprendices querían retornar a Lisboa, pero yo insistí en quedarnos un día más navegando por los alrededores. Estaba segu-ro de que había algo allí.

Para nuestra sorpresa, cuando el sol del alba nos despertó, el barco se encalló en la costa de una hermosa isla deshabitada. La ilusión nos quitó el hambre y la sed y, escoltado por los jóvenes, me adentré en la isla sin percatarme del peligro que podría hallar. Sin embargo, durante el camino no encontramos ni un solo animal. La única forma de vida en aquel paraíso eran los bosques de vivos colores.

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Las frutas que probamos, dulces y untuosas, eran totalmente nuevas para nuestro paladar. Aquello era maravilloso, jamás podría detallar todo lo que mis ojos contemplaron. Pero el descubrimiento no acabó ahí, mi amigo, todo se quedó pequeño cuando llegamos al centro de la isla. Hasta entonces pensábamos que ningún hombre había pisado aquellas tierras, pero descubrimos ruinas, rodeadas de cascadas y lagos transparentes. Las piedras con las que habían sido construidas esta-ban muy deterioradas. ¿Qué civilización habría vivido allí? Mi curiosidad iba haciéndose cada vez más grande cuando reparé en que había dibujados en las paredes, unos hombres delgados que portaban distintas armas en sus manos y señalaban a un individuo mucho más grande que ellos. Aquella bestia humanoide tenía varios brazos como si se tratase de un cefalópodo. Las pinturas lo dejban claro, había una amenaza oculta en aquella isla.

Volvimos rápidamente al barco y decidimos regresar a Portu-gal.Llegué apenas hace unos días y desde entonces espero paciente-mente reagrupar a algunos exploradores más para poder acabar la investigación de aquella misteriosa isla, ahora que conozco el lugar exacto donde se ubica. Únicamente espero que apueda unirse a la investigación para conocer la verdad sobre aquel lugar. Aguardo su respuesta y le adjunto una copia cifrada del mapa que usé para llegar hasta la maravilla.

H. Viniera

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El mundo está repleto de hechos y maravillas que, si formasen parte del conocimiento del ser humano, harían la vida mucho más sencilla, tranquila y segura. Si conocer la verdad fuera úni-camente saber qué es lo bueno de nues-tro mundo, podría ser compartida entre generaciones. No obstante, la realidad es distinta. Es cierto que el mundo tie-ne sus aspectos positivos, sus prodigios ocultos y ha albergado civilizaciones que nos hubiera gustado conocer, sin embargo también ha sufrido guerras y muertes masivas, ha silenciado secretos que desencadenarían injusticias. Cono-cer la verdad supondría ser consciente de todo lo malo. Sería, entonces, como tener los mismos conocimientos que Dios. Pero como humanos que so-mos, dicha información nos volvería desequilibrados y nos causaría mucho miedo. Por el bien de la humanidad, la verdad ha de permanecer oculta.

El Códice del Origen y la Verdad, Capítulo 1F. RETH LAUNDE

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8 de septiembre, 1943

La noche es cerrada. Voy corriendo torpemente entre la maleza, guiado por los pasos de mis hermanos. «¡Que no escape!», escucho decir a Loan. Luego Gauthier me nombra. «En campo abierto Hugo podrá atraparlo». Yo no hago más que correr en silencio. Estoy asustado, aunque también emo-cionado por estar viviendo mi primera caza. Intento concen-trarme, pero las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza.—Ya tienes dieciséis años. Es momento de ponerte a prueba –dijo el día de mi cumpleaños.

Recuerdo perfectamente aquel día. Me encontraba en su despacho, frente al escritorio, de pie y en completo silencio. A todo lo que me decía yo asentía, daba igual que no lo com-prendiera o que estuviera en desacuerdo. Yo no tenía voz frente a él.

—Al igual que el resto de tus hermanos, has nacido con un don. Formas parte de una familia de guardianes y has sido ins-truido para servir a la Hermandad desde que tienes memoria. En la próxima misión organizaré tu primera caza. Recuerda, Hugo –se alzó de la silla para mirarme a los ojos–, la Herman-dad ante todo.

Una advertencia de mi hermano Loan me devuelve al pre-sente.

—¡Lo tengo! –le escucho decir.Gauthier me hace una señal para que me aproxime a él y

observe con detalle la escena. Loan agarra al individuo del pescuezo y lo estruja contra el tronco de un árbol.

—¡Habla, maldito espía! ¿Qué haces en nuestro territorio?El apresado se niega a hablar y Loan, como respuesta, co-

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loca el antebrazo sobre su cuello, asfi xiándolo lentamente.—Por mucho que te resistas te despegaré los labios y ha-

blarás. De hecho, me voy a hartar de escuchar tu voz. –De repente vuelve la mirada hacia mí–. Hugo, acércate. Esto es importante para ti.

Cuando doy el primer paso, el intruso comienza a reír.—¿Así es como entrenáis a vuestros niños? Parece mentira

que ese muchacho se vaya a convertir en un guardián.—¡Imbécil! No entrenamos guardianes, nacemos guardia-

nes. Dime, ¿para quién trabajas y qué buscas en nuestra villa?El individuo enmudece de nuevo. Está convencido de que

nadie podrá arrebatarle ninguna información. Lo que el espía no sabe es que mi hermano mayor tiene el poder de persuadir. Con su don consigue dejar la voluntad de su enemigo a su merced.

—Me lo vas a contar y lo sabes –insiste mientras le mira fi jamente.

El individuo comienza a sudar. Aprieta los labios para que su lengua no se mueva contra su voluntad.

—El cambio ha comenzado –susurra–. Me han ordenado vigilar a vuestra familia.

—¿Por qué motivo?—Algo está desequilibrando la Balanza, es lo único que sé.Loan y Gauthier se miran extrañados mientras el prisione-

ro se revuelve.—¿Para quién trabajas?El hombre cierra los ojos y aprieta sus puños con fuerza.—¡Vaanghar! –escupe entre lágrimas.Ninguno reaccionamos a tiempo. El espía desenvaina un

cuchillo y se lo inserta en el tórax. Loan lo suelta y Gauthier me coge del brazo.

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—Hugo, esta es tu caza. Si no lo matas tú, no se conside-rará que estés preparado para ser un guardián.

Miro preocupado a Loan pero éste niega con la cabeza. El espía ha muerto. Los tres nos quedamos en silencio.

—¿Y ahora qué hacemos, Loan? –pregunta Gauthier.Él nos tranquiliza con su mirada.—No hay nada que ocultar. Hugo ha matado al espía. Feli-

cidades, Hugo. Ya eres un guardián del Equilibrio.

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19 de abril, 1945

Primera parte

La luz del amanecer invade mi habitación. Hoy, el día que cumplo dieciocho años, es la reunión de la Hermandad de los guardianes del Equilibrio. Familias de todos los rinco-nes de Europa han viajado hasta Francia para intercambiar una información que, según he oído, es poco tranquilizadora.

Me levanto con pereza y estiro cada extremidad de mi cuer-po. Me aseo rápido y sin mucho interés. Mi madre me ha deja-do sobre una silla la ropa que he de ponerme hoy, debo estar presentable. Sinceramente, estoy algo nervioso por conocer a otros guardianes como yo. No recuerdo haber asistido a una reunión con tantas familias. En esta ocasión ha sido idea de mi padre convocar a todos los guardianes en villa Tardía.

Nuestra villa se encuentra escondida entre las altas y frías montañas de los Pirineos y no tiene más de cien habitantes, es un sitio tranquilo donde nadie causa problemas. Al ser tan pequeña no requiere un gobierno que la controle, no obstante nuestros vecinos piden la protección de mi familia a cambio de la cesión de parte de sus bienes. Desde hace muchas ge-neraciones este intercambio se ha llevado a cabo sin impedi-mentos.

Miro mi reloj, son las diez de la mañana. Desde bien tem-prano he oído cómo mi madre y las asistentas han estado trajinando por la casa para preparar la visita. Decido quedar-me un rato más en mi habitación. La verdad es que, no me apetece nada ayudar a mi madre con la decoración de la villa.

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Alguien llama a mi puerta. Todavía no he girado el pomo cuando entra de golpe y grita mi nombre con emoción.

—¡Buenos días, Hugo! –dice mi hermano Timeo.—¡Canijo! No entres así en mi cuarto, algún día me harás

daño.Él hace oídos sordos e invade mi habitación sin permiso.

Justo detrás entra la más pequeña de la casa, Gwen. Timeo se parece mucho a mi madre: ojos claros, cabello castaño con suaves refl ejos rubios y una piel más pálida que la mía. Es un

niño de quince años sociable, pero algo despistado. Es el más

querido en la villa pero en la familia no sucede lo mismo, tal

vez por ser muy independiente. Nunca ha recibido afecto ni

atención de mi padre y hermanos mayores. Gwen, ya ha cum-

plido diez años y es tímida y reservada como el primer día de

su vida.

—¿Qué te parece cómo han decorado la casa? –me dice mi

hermano– ¡Es genial! Además, he visto al tío Grégorie, que

acaba de llegar de París. Me ha preguntado por ti, ¿vienes a

saludarle?

—Aceptaré cualquier proposición a cambio de que dejéis

de toquetear mis cosas –les digo con una sonrisa mientras

salen corriendo de mi habitación.

Aunque a veces me cueste, debo comportarme como el

hermano mayor y ofrecerles una vida confortable, ya que el

resto de mi familia se supone que tiene otras prioridades.

Cuando bajo las escaleras me cruzo con mi madre, que

apenas se da cuenta de mi presencia. La detengo con un sa-

ludo.

—Buenos días, mi vida, veo que te has puesto la ropa que

te dejé anoche –dice mientras me observa atentamente con

una jovial sonrisa.

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—Me ha dicho Timeo que ha venido el tío.

—Acaba de llegar ahora mismo. Lo encontrarás en la en-

trada.

Asiento con la cabeza y, antes de irme en su búsqueda, me

giro para besarle la mejilla. Clara es una madre dulce y afec-

tuosa, cualidades que compensan la dureza de mi padre.

Salgo a la entrada de casa y me detengo unos segundos a

observar la divertida escena. Al fi nal de las escaleras hay apar-cado un vehículo de dos plazas alargado y descapotable. Su conductor está apoyado sobre el negro capó, mostrando con orgullo el que es su mayor tesoro. A su lado están jugueteando Gwen y Timeo, que hacen ademán de subirse al coche.

—¡Ni se os ocurra mancharme la tapicería! –exclama Gré-gorie alterado.

Mi tío es el hermano menor de mi padre. Es un hombre alto, de piel morena, envejecida y con barba incipiente. Es un hombre atractivo y con maneras refi nadas propias de la capi-tal. Vive desde hace años en París.

En ese instante, mi padre llega de algún rincón de la villa y le da un fuerte abrazo. Hace más de un año que no se ven. Bajo las escaleras sin querer interrumpir el reencuentro fami-liar cuando Timeo anuncia a voces mi presencia.

—Vaya vaya, si es Hugo Maulen. ¿Todavía sigues viviendo con tus padres? –dice socarrón.

—No tiene gracia, tío Grégorie.—Me alegro de que estés bien, muchacho –me golpea en

la espalda con su gran mano.—No me esperaba tu visita tal día como hoy.A mi padre parece que le ofende mi sinceridad.—Tu tío es también un Maulen y tiene derecho a estar pre-

sente en la reunión –me recrimina.

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No me refería a eso. Quiero mucho a mi tío, pero no es un

guardián del Equilibrio. Como no me gusta discutir, decido

desviar el tema con otra pregunta que me inquieta mucho

más:

—¿A qué hora llegarán las familias?

—Están al caer, así que llévate a tus hermanos y prepára-

los. Serán tu responsabilidad, ¿queda claro?

—Mi hermana Eliane es mayor que yo…

La fulminante mirada de Anthony lo dice todo. Asiento

y llamo a mis hermanos, a los que con gusto llevo de nuevo

adentro.

Las criadas han vestido a Gwen mientras que yo he acon-

sejado a Timeo cómo presentarse ante los invitados. Son ya

las once y media de la mañana y todavía no ha acudido nin-

guna familia de guardianes. Estamos pasando el tiempo en la

habitación de Timeo, pero cada segundo que pasa les veo más

inquietos.

—¿Qué crees que dirán en la reunión? –me pregunta mi

hermano.

Yo me encojo de hombros mientras subo a Gwen sobre

mis piernas.

—¿Y por qué no vienen Loan y Gauthier?

Hace año y medio que mis hermanos mayores se indepen-

dizaron. Loan, el mayor, se fue a Londres, donde se casó con

Doriane, y el segundo se marchó a París.

—Lo cierto es que Gauthier sí podría haber venido a la

reunión con el tío Grégorie –admito–. Sea como sea, imagino

que papá les mantendrá informados.

—Hugo –me llama Gwen con una dulce y suave voz.

—Dime, princesa –balanceo mis piernas para animarla.

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—¿Qué son los guardianes del Equilibrio?

La pregunta me pilla desprevenido, aunque es un tema fun-

damental en todo guardián infante: cuestionarse su existen-

cia. Timeo y yo hicimos esa pregunta a nuestra madre, cada

uno en su momento, por lo que jamás me había tenido que

preocupar por allanar el camino a mis hermanos menores.

Nunca hubiera imaginado que la tímida Gwen me preguntara

a mí sobre ese tema. Timeo me mira con una sonrisa. No es

nada fácil de explicar.

—Nuestro mundo se rige por una Balanza que mantiene el

equilibrio entre el bien y el mal. Pero ella sola no puede con-

trolar todo lo que nos envuelve, por eso existimos nosotros,

los guardianes del Equilibrio. Nacemos con ciertos poderes

gracias a la Balanza.

—¿Y quién la descubrió?

—Eso es como preguntar quién descubrió a Dios –res-

ponde Timeo airado.

Yo le pido paciencia a mi hermano. Es difícil aceptar y

comprender lo que conlleva la vida de un guardián del Equi-

librio

—El mundo no es tan limitado como lo conocemos,

Gwen. Ignoramos el horizonte que muchos bautizaron como

realidad. La gente siempre se ha hecho preguntas y ha busca-

do la manera de conocer el límite de todo lo que nos rodea.

Ante estas dudas, nuestros antepasados investigaron hasta

descubrir la ley del Equilibro. Un viejo fi lósofo perfeccionó la investigación y la escribió en su libro llamado el Códice del

Origen y la Verdad.

—¿Ese no es el libro que tienes en tu mesilla de noche?—El mismo. Lo tendrás que leer en cuanto cumplas die-

ciséis años.

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Gwen hace ademán de seguir preguntando, pero nuestra

madre entra en el cuarto de Timeo.

—Niños, ya han llegado los Fezza. Vuestra hermana Elia-

ne está abajo esperándoos. Comportaos y obedeced a vuestro

hermano Hugo.

Gwen quiere irse con mamá, pero ella la convence para que

se quede conmigo. Mientras la pequeña gimotea, Timeo se

acerca a mí y me da un golpecito en el hombro.

—Hugo, que conste que te lo digo porque soy buen her-

mano, te explicas muy mal, ¿alguna vez te lo han dicho? –pre-

gunta sin poder aguantar una carcajada. Yo tampoco me privo

y le devuelto la broma con amistosos golpes.

—¡Niños! ¿Qué os acabo de decir?

Timeo, Gwen y yo bajamos hasta el amplio recibidor don-

de encontramos a mi hermana, que nos obliga a ponernos en

fi la. Mientras nos organizamos, Anthony y Clara están en la puerta principal dándoles la mano a Stefano y a Lidia. Stefano Fezza es un hombre rellenito y con poco pelo. Lidia tiene una mirada triste y apagada.

Detrás del matrimonio, y para mi sorpresa, encuentro a cuatro jóvenes, también en fi la como nosotros, y con un as-pecto serio y respetuoso. Han venido hasta los hijos más ma-yores. Sabiendo esto, creo que a mamá no le gustará la idea de que tanto Loan como Gauthier no se hayan interesado por la reunión. Miro a mi hermana Eli con disimulo y le pregunto por los cuatro miembros de la familia que no conozco.

—Calla y no te muevas. Tenemos que transmitir respeto y poder. Están en nuestra villa y son nuestros invitados.

Eliane es mayor que yo, pero por mucho que lo intente jamás tomará el rol de líder como lo hicieron Loan y Gauthier en su momento. No es que busque la confrontación con ella,

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pero una persona tan fría y antipática como Eli no podría

representarnos.

—¿Pero los conoces? –insisto sin apenas dejar de mirarles,

sus ojos son hipnóticos.

Ella resopla y se coloca un mechón de pelo detrás de la

oreja.

—Alessandro es el mayor, tiene veintiséis años –me susu-

rra casi al oído. De él me llama la atención su pelo rapado y

esos ojos verde esmeralda que dan incluso miedo–. He leído

en los informes que tiene el poder de confundir a la gente con

recuerdos y pensamientos generados por él.

En ese momento Alessandro deja de mirar a un punto va-

cío de la casa para mirarme fi jamente a mí. Al segundo, retiro la vista sin poder evitar sonrojarme.

—El chico que está a su lado es Luciano –prosigue Eli–, tiene un año menos que el mayor y es conocido como El ilu-sionista: crea escenarios imaginarios que te llevan a otra reali-dad. Beatrice es la tercera hija, de veintidós años.

Sus ojos, verdes también, no intimidan tanto como los de sus hermanos, pero sí le dan una belleza muy notable. Tiene cuatro años más que yo y en cambio parece más joven.

—Es la única en toda la Hermandad con capacidades cu-rativas.

—¿Curativas? ¿en serio? –eso es algo increíble.Beatrice se percata de que estamos hablando de ella y di-

rige hacia mí su penetrante mirada. Esta vez no retiro la mía. No puedo evitar quedarme perdido en sus ojos. Entonces me sonríe. ¿Me ha sonreído? ¡Hugo, despierta! ¡Tienes que ser cortés con las damas y más si son invitadas! Dejo de mirarla en ese momento.

—Y el más joven es Marco, de veintiún años. Es imposible

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guardar un secreto cuando te cruzas con él pues en menos

de un segundo es capaz de conocer todos los recuerdos de

tu vida.

Marco es algo más agraciado que sus dos hermanos y si-

guiendo la costumbre familiar lleva el pelo rapado. También

tiene los ojos verdes, pero con una tonalidad canela. Segu-

ramente sepa que tanto Eli como yo estamos analizándole.

Siento un escalofrío. Realmente es un poder tenebroso.

—¡Benvenuti! –saluda mi padre a los cuatro hijos Fezza.

Ellos responden con una inclinación respetuosa con la ca-

beza y el más pequeño le contesta, también en italiano:

—Il piacere è mio –responde Marco con una voz suave que

transmite calma.

Papá no sabe qué decir. Puede que sepa mucho francés,

inglés y español, pero de italiano sabe lo mismo que yo, o

sea, nada. Parece que está costando romper el hielo. Después

de un largo silencio, los adultos se retiran a unos aposentos

más íntimos y nos quedamos los hijos en la misma posición

en que estábamos. Se suponía que Eli sería la portavoz de

los hijos Maulen, pero me temo que debe de estar igual de

avergonzada que yo. Miro a mi hermano y éste me responde

encogiendo los hombros. Vale, no tendré más remedio que

hablar por ellos…

Alessandro da un paso hacia delante.

—Es un placer pisar vuestras tierras, familia –dice con un

sonoro acento–. Los Fezza estamos poco acostumbrados a

salir de nuestro país, pero esperamos que esta reunión nos

vincule con toda la Hermandad.

Miro a mi hermana y espero a que ella responda, pero no

se mueve. ¿En qué diablos está pensando? No podemos per-

mitirnos llevarnos mal con los Fezza.

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—¿No he hablado correctamente? –pregunta a sus herma-

nos.

—Tu traducción es correcta, Alessandro –le dice Marco.

Alessandro parece haberse ofendido con nuestro silencio.

Cuando me decido a hablar, Eli interviene.

—Estamos encantados de recibiros en nuestra villa. Es

un honor poder compartir nuestras tierras con otras familias,

sin embargo, debo deciros que hay unas normas que cumplir

mientras estéis en Tardía.

Los cuatro Fezza no cambian la expresión de su cara.

—La más importante: nada de usar vuestras habilidades –

prosigue Eliane–. Es de mala educación indagar en las mentes

de vuestros anfi triones, Marco.Beatrice coge del brazo a Marco, le pide que se calme y que

no la mire de esa manera.—Disculpa a mi hermano –añade ella, sin apenas mirarnos

a los ojos–. Non sia maleducato.—Non era la mia intenzione.Sin decir una palabra más, Eli se retira a su alcoba y le pide

a Timeo que se lleve fuera a Gwen. Mi hermano coge de la mano a la pequeña y salen por la puerta grande mirando a los invitados. Yo me acerco aún más a los Fezza, que se ponen en guardia.

—No quería ser grosero –añado rápidamente–. Tan solo quería deciros que mi hermana suele estar de muy mal humor. No se lo toméis en cuenta.

Noto como mis palabras bajan la tensión del ambiente.—Si necesitáis ayuda para cualquier cosa, me podéis con-

sultar a mí. Tenéis total libertad para deambular por Tardía. Espero que disfrutéis de vuestra estancia.

—Grazie –responde Alessandro.

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—Eh… prego –digo torpemente, sin saber si lo he dicho

bien o no.

Marco sonríe.

A medida que van pasando las horas, la mansión se llena

cada vez más de visitantes de todo el mundo. Los Vranjes,

de Atenas, y los Duré, de Besançon, ya se hallan en la sala

de estar, donde conversan tranquilamente. Poco después re-

cibimos en el gran comedor, ya decorado con velas y con

aperitivos sobre la mesa, a los Munive. Papá y mamá se han

puesto contentísimos cuando les han visto entrar por la puer-

ta principal, la efusividad de sus saludos nada tiene que ver

con la bienvenida que le han proferido al resto. El caos de ese

momento de la tarde, casi noche, ha provocado que sea yo el

que represente a mis hermanos. Pero no me importa, tengo

un gran interés en conocerlos.

El cabeza de familia se llama David y tiene cuarenta y cinco

años. Cuando me ve no puede evitar mostrar una divertida

sonrisa.

—Tú debes de ser Hugo –me dice colocando su mano

sobre mi hombro.

—Un placer, señor –contesto educadamente.

—¿Qué edad tienes ya, hijo?

—Diecisiete –contesto al instante, sin apenas pensármelo.

Sin embargo es mentira, ya soy mayor de edad.

—Ya eres mayor. Seguro que estás impaciente por salir a

conocer mundo.

—Eso sin dudarlo, señor –insisto en ser formal.

—Anthony tendrá algo pensado para ti, ¿no, hermano? –le

pregunta sustituyendo mi hombro por el suyo. Aunque mi

padre y David no son familia, entre ellos suelen denominarse

de esta manera como muestra de cariño.

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—Todo a su debido tiempo.

Luego mi padre me lleva hasta Tessa, la esposa de David

Munive. Su rostro es el típico de las mujeres francesas, tiene

un gran parecido con Clara salvo por el color de su cabello,

que es castaño.

—Esta bella mujer es Tessa –dice mi padre, haciendo son-

rojar a la invitada.

Sin querer interrumpir el intercambio de inocentes risas

entre Anthony y Tessa, me acerco a ella para darle dos besos.

Entonces la mujer deja de sonreír y retrocede varios pasos,

asustada. No entiendo qué le ha podido ofender a la mujer.

Mi padre me coge del cuello y me arrastra hacia atrás, junto

a él.

—Perdona a mi hijo, no ha querido ser maleducado.

—¿Qué he hecho? –sigo sin comprenderlo.

En ese momento David suelta una enorme carcajada y,

solo entonces, Tessa cambia su actitud y se ríe junto a él. La

tensión parece haber desaparecido al instante.

—No se lo tengas en cuenta, cariño –coge a su esposa de la

cintura–, ya sabes que los hispanos son muy cariñosos.

—Ostras, lo he hecho sin querer… –ya es la segunda vez

esta noche que alguien se siente incómodo con mi aproxima-

ción.

—No te preocupes –me contesta ella sin acercarse un solo

paso a mí. Me doy cuenta de que su marido la tiene bien cogi-

da y creo que no la va a soltar en un buen rato.

—Si me disculpan, voy a buscar a mis hermanos menores

–me despido. No creo que pueda soportar más el bochorno

que he pasado con los Munive, con la ilusión que tenía por

conocerles.

Salgo de casa y encuentro a Timeo sentado en los escalo-

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nes. Parece aburrido y algo perdido. Le saludo y me siento a

su lado, con las rodillas bien pegadas a mí. Hace fresco, pero

se agradece después de tanto jaleo dentro de casa. Miro hacia

el horizonte, que está cubierto de negras montañas sin una

sola luz artifi cial, y respiro profundamente.—¿Qué te pasa, enano? –le digo.Mi hermano mira hacia el otro lado y me acompaña con un

suspiro de cansancio y resignación.—No hay ningún chico de mi edad.—Lo dices como si tuvieras diez años –me río. Pero le

entiendo, yo me siento igual. Parece ser que todos son de la edad de Eli o incluso mayores. No voy a negarlo, me siento pequeño al lado del resto de las familias.

—Tú y yo no nos llevamos tanto. Solamente dos años de nada, hombre.

Timeo sonríe, pero sigue algo apagado.—Ya, pero es que además no entiendo lo que dicen. No

sé, Hugo, me siento fuera de lugar, y eso que ésta es mi casa.Sin saber muy bien qué decirle lo acerco hacia mí. En mo-

mentos como éste no sé cómo actuar. Espero que Timeo comprenda que con este abrazo intento suplir mis silencios.

El cielo está lleno de estrellas. Apenas hay una sola nube tapando las maravillosas vistas de una montaña tan poco ha-bitada como Tardía, y creo que eso a nuestros invitados les gustará. Ya son las nueve de la noche y han llegado todas las familias. Cuando entro junto a Timeo para cenar, logro ver a mucha gente nueva. Imagino que son los Da Silva, así que no me intereso por saludarles.

La cena de hoy es algo diferente a lo que estamos acostum-brados en mi casa. Hay diversas mesas y sillas distribuidas por

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todo el jardín.

—¿Reconoces a los Da Silva? –dice Timeo extrañado.

—No, pero supongo que son los que papá no me ha pre-

sentado todavía. Espera un momento: que yo sepa los Da

Silva son una familia de ocho miembros y aquí solamente hay

cuatro.

—Habrán pasado de venir, como Loan y Gauthier.

—Será eso –digo con dudas.

Las familias se acomodan en las diferentes mesas. Alguno

de sus miembros se relacionan con otros invitados y, por su-

puesto, tanto Clara como papá van dando conversación a los

adultos de cada familia.

—¿En qué piensas?

—¿Y tú? –no le miro directamente, hay algo en el entorno

que me hace sentir intranquilo.

—Buff, no sé, Hugo. ¿Qué fi nalidad tendrá todo esto? Tengo…

—¿Miedo?Timeo asiente. Esta vez sí me vuelvo hacia él y le sonrío,

tal y como suelo hacer para que no se preocupe. Me es difícil mentirle, pero logro tranquilizarle haciéndole pensar en otras cosas.

—¿Hay alguna chica que te parezca guapa?Timeo sonríe.—Hombre, hay muy pocas. Si tuviera que escoger, elegiría

a Beatrice. Mírala bien, es perfecta.Me giro discretamente hacia donde mira mi hermano. Los

Fezza están justo al lado de la entrada principal del patio in-terior. Los cuatro hermanos forman un pequeño círculo ce-rrado, pero Beatrice está cara a nosotros y no puedo evitar mirarle a los ojos. Ella me devuelve la mirada y sonríe.

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—Pillada –me dice al oído Timeo, haciéndose el loco.

Y tanto. ¿Qué hago? ¿Retiro la mirada o qué? Como siem-

pre, tardo demasiado en actuar y ella se adelanta. Alza la mano

y me saluda con simpatía. Yo le respondo igual y, para mi

sorpresa, ella sale del círculo y comienza a caminar hacia no-

sotros. Me vuelvo para preguntarle a Timeo qué hacer, pero

ha desaparecido.

—Buona sera –saluda Beatrice, a tan solo unos centímetros

de mí.

—Eh, hola –mierda, ya no pienso con claridad–. ¿Qué tal

estás? ¿Va todo bien?

Ella abre la boca para contestarme, pero se detiene unos

segundos para buscar las palabras correctas en mi idioma. Yo

me quedo embobado mirándola.

—Estamos bien, gracias. Esta casa es muy ¿acogedora?

—Sí –río como un estúpido–, lo has dicho bien.

Ella sonríe también. Vaya, sí que es preciosa. Sus mejillas

están cubiertas por un millar de diminutas pecas que le dan un

toque divertido. Y sus ojos…

De repente un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Los her-

manos de Beatrice me están traspasando con sus miradas.

Ella se percata de mi malestar y no necesita volverse para des-

cubrir qué me lo provoca.

—A mis hermanos no les gusta mucho relacionarse con

otras familias. Nuestro padre es muy desconfi ado y nos ha

inculcado esos valores.

—No quiero ser una molestia.

—No lo eres. Yo espero poder hacer amistades para poder

hacer frente a lo que nos depara el futuro. Además –añade

echándose un mechón del pelo hacia atrás–, a partir de hoy

todos debemos cambiar y estar preparados.

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—¿Sabes algo? –la interrumpo sin querer.

Beatrice, solo entonces, deja de mirarme.

—Mi padre nos ha contado que hay muchos problemas

con la Balanza.

—¿La Balanza? ¿Estás segura?

—Lo siento, no sé más. Lo que más me preocupa es que

tenemos que estar preparados para una guerra. Y yo, perso-

nalmente, no lo estoy.

—¿Hablas de la Segunda Guerra Mundial?

Ella niega con la cabeza, dudando si responderme o no.

—No estoy segura de cuál es nuestro enemigo, pero en

unas horas nos lo contarán todo.

—Eso espero.

Beatrice se encoge de hombros sin saber muy bien cómo

seguir la conversación. Mi rostro ya no muestra incomodidad

ante el hecho de estar frente a una chica guapa. Ahora es el

refl ejo de la preocupación lo que me invade.

—Ha sido un placer conocerte, Beatrice –le digo como

despedida.

Ella sonríe aún más y asiente.

—El placer es mío, Hugo.

Le respondo con una sonrisa y le acaricio el brazo. Luego

me giro y busco con la mirada a mi hermano Timeo. ¿Dónde

se habrá metido? Durante los siguientes minutos recorro la

mansión pero no aparece por ningún lado. Mamá dice que

tampoco le ha visto, así que comienzo a preocuparme. ¿Habrá

salido fuera? Vuelvo a las escaleras donde estábamos antes,

pero tampoco le encuentro allí. Cierro los ojos y me concen-

tro en los sonidos de mi alrededor. ¡Ahora sí, escucho su voz!

Sé que algo malo le está sucediendo. Sin coger carrerilla me

impulso sobre mis piernas y, de un solo salto, bajo los nume-

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rosos escalones que separan la mansión de la villa. Cuando

toco el suelo de nuevo empiezo a correr a toda velocidad para

socorrer a mi hermano. Mi poder como guardián reside en

la velocidad, pero en este caso no me es útil acelerar mucho

porque he de callejear entre las viviendas de la villa. Me aden-

tro por unos oscuros y solitarios callejones. Entonces distingo

entre las sombras a tres individuos que han acorralado a mi

hermano Timeo.

—¡Eh, vosotros! ¡Dejadle en paz! –grito a varios metros de

ellos y todavía corriendo.

Veo cómo se vuelven hacia mí y desenvainan sus espadas.

Exacto, lo que me imaginaba: ahí están tres de los Da Silva

que faltaban en la fi esta. El que me planta cara en primera fi la es Fernão, de veintinueve años. Es el más reconocible debido a su obesidad y a sus casi dos metros de altura. Desconozco el poder que tiene, pero eso no me detiene en absoluto.

Flexiono mis piernas y, como antes, doy un gran salto que los deja algo confundidos. Fernão consigue reaccionar y en-vaina su espada para cruzar los brazos en posición de defensa. Con el impulso que me he dado le lanzo una patada que le golpea precisamente en ellos, pero no surte el efecto que yo esperaba. Mi golpe no le causa daño alguno y caigo al suelo torpemente.

Cuando logro estabilizarme, me percato de que otro Da Silva se acerca a mí con la espada en alto. Mierda, y yo que no he cogido la mía confi ando en que la fi esta sería tranquila. El nuevo atacante se llama Miguel. Sus ojos son muy azules y siento que al mirarlos me congelan el cerebro. ¿Será parte de su poder? No es tan alto como su hermano mayor, pero es más musculoso. Maneja bien la espada y yo no tengo nada con lo que defenderme.

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—¡Hugo, huye y pide ayuda! –me grita Timeo desde el sue-

lo.

Cuando me fi jo en él veo que tiene una brecha en la cabeza y la sangre cubre su rostro. Me invade la ira y eso me da fuerza durante unos pocos segundos. En una de las veces que esqui-vo los rápidos ataques de Miguel lanzo un puñetazo sobre su rostro, dejándole sin posibilidad de continuar atacando. En ese momento me aferro a su espada con fuerza.

El que queda es Tadeu, el más pequeño de todos. Tiene dieciséis años y, hasta donde yo sé, carece de poderes.

—¿Y ahora qué? –pregunta el menor, con las piernas tem-blorosas.

—Retirad vuestras armas y rendíos –les amenazo.Fernão se ríe y desenvaina su espada. Junto a él se aproxi-

ma Tadeu. Me encuentro en un duelo desequilibrado. En un despiste Fernão me golpea con la empuñadura de su

arma, dejándome atontado. Cuando estoy a punto de caerme al suelo alguien me sujeta fi rmemente por las axilas. Intento volverme para ver de quién se trata, pero no logro reconocer su cara.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? –grita Eliane–. ¡Exijo una explicación!

A su lado aparece Florian Munive, el hermano mayor de la familia francesa. Por lo que me ha contado Eli, es tan buen luchador como persona.

—Vuestra madre nos ha contado que estabais por la villa deambulando –dice Florian.

—¡Eh! ¡No es lo que parece! –dice a gritos Fernão–. El niñato éste nos ha provocado y nos ha insultado.

—¡Mentira! –contesto al instante, intentando zafarme de la persona que me tiene cogido. Perplejo, miro hacia arriba y

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veo su cara.

Se trata de Guilhem, el hermano mediano de los Munive.

—Deja que los mayores se encarguen de esto –me dice con

total calma.

Cuando alzo la mirada me percato de que los tres por-

tugueses envainan sus espadas y nos miran con resignación.

Evidentemente ellos eran los culpables de aquel confl icto y

tanto mi familia como los Munive sabemos de sobra que los

Da Silva se meten en problemas siempre que pueden.

—Informaré de esto a los líderes de cada familia –añade

mi hermana.

Siento cómo Guilhem deja de oprimirme y me suelta poco

a poco. Los portugueses, junto a Eliane y Florian, se dirigen a

la mansión. Cuando están lo sufi cientemente lejos me acerco

a Timeo, que se ha quedado arrodillado como espectador de

aquella batalla y me responde con una sonrisa.

—La que se ha liado, ¿no?

Le pego una colleja que le borra esa sonrisa tonta de la

cara.

—¿Qué? –dice quejándose.

—Podrían haberte hecho daño, estúpido. ¿Por qué no hi-

ciste nada para llamarme? –me intento tranquilizar porque sé

que él no tiene la culpa–. Bueno no pasa nada, enano. Vámo-

nos a casa, ¿te parece?

Guilhem se acerca a nosotros.

—Un placer, Maulen. Es una pena que nos hayamos teni-

do que conocer en estas circunstancias –alarga la mano para

levantar a mi hermano pequeño del suelo.

—Gracias por ayudarnos.

—No hay de qué. Pero creo que es momento de volver a tu

casa. Tu padre iba a empezar la reunión justo cuando fuimos

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en vuestra búsqueda.

El corazón me late ahora con fuerza. Ha llegado el mo-

mento de conocer la verdad. Cojo a mi hermano y le ayudo

a avanzar varios pasos observando el estado en el que se en-

cuentra.

—No me sueltes –me dice cuando creo que camina ya

bien.

—Tranquilo –le sonrío–. Nunca lo haría.

Sigue la aventura en Noviembre de 2013

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© Texto: Alberto Porta Pérez

© Portada: Inmaculada Martínez

Primera Edición. Noviembre 2013

Editado por: Shalaklibros EditorialDr. Marañón nº 3 Bajo46920 [email protected]

Diseño y maquetación: Francisco J. Pradas

ISBN: 978-84-940785-2-1Depósito Legal: V-2490-2013

Impreso en España por Guada Impresores S.L.Printed in Spain

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