grandezas y miserias de foucault y deleuze

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 siguiente del aplastamiento de la Comuna). Los años ochenta son los de un grado cero de la estrategia, no solamente de las estrategias de subversión sino, al contrario de lo que  parece, de las mismas estrategias de domina- ción. Porque sus lógicas son, se lo hace ver a  menudo, isomorfas, Se reejan mutuamente en un juego de espejos. No hay que asombrarse. La subversión está condenada por su inmanen- cia misma (y no podría escapar de ahí) a per- manecer subalterna a lo que resiste y se opone. No es el menor inconveniente de las retóricas de la resistencia, pese a su virtud, en los años ochenta, de no ceder ante las retóricas vergon- zosas y repulsivas de la resignación al orden in- eluctable de las cosas del mundo. Cada uno a su manera, Deleuze, Guattari y Foucault, percibió y tradujo esta crisis estra- tégica naciente. De alguna manera, la han  revelado. Pero, al hacerlo, también la han ali- mentado, y esa es probablemente la razón del malentendido sobre el cual reposa su suceso. Es posible que, bajo las formas excesivas y te- rroristas en vigor en las (ultra) izquierdas  intelectuales de la época, Badiou (y su el  Lazarus 1  /) hubieran presentido el peligro. Lo testimonia su olvidado paneto acerca del  rizoma 2  /. Después de las políticas del poder , las anti- políticas del contra-poder anunciadas, después de “la impaciencia de la libertad” 3  / , el apren- dizaje humilde del trabajo paciente que le da forma, reclama, entonces, Foucault. Algo se oculta o desaparece en esta antipolítica de transición. Las categorías en las cuales, desde Maquia- velo y Rousseau, hasta Marx y Lenin, se basan las políticas estratégicas (pueblo, clase, sobe- ranía, territorio, nación, ciudadanía) caen en el olvido sin ser reemplazadas. De la temática del rizoma y de la red a la de la multitud, las del mundo, del trazado de los territorios, de los enfrentamientos sistémicos, de las insu- rrecciones urbanas (comunas) o del asedio de las ciudades por los campos. La historia nos mordía la nuca, dijimos. Ilu- sión lírica, error en los ritmos, confusión de deseos y realidades. Sin embargo esta impa- ciencia juvenil tenía su parte de verdad. Con- llevaba la intuición del momento propicio. Le-  jos de qu e los desast res d el siglo hubiesen sido un paréntesis nefasto en la vía triunfal del progreso, nacíamos en un intermedio propicio, una suerte de prórroga en la carrera que lle- vaba a la catástrofe anunciada. Esta parte de verdad, desgraciadamente, no ha dejado de crecer después. Es el sentimiento de un encuentro fallido, de una pérdida quizás irremediable, que mero- dea detrás de los paraísos articiales y las be- atitudes superciales de los años setenta. En el momento de las liberaciones consecutivas, hasta el estremecimiento del año 68 (68 aquí como símbolo de un sacudimiento universal, de Praga a Da Nang via México y Berkeley), en el momento, digo, en que se extiende el do- minio de las políticas, o la politización gana lo privado, donde se pretende ingenuamente que todo se vuelva político, se prepara el des- moronamiento de lo que algunos llamaban el horizonte de expectativas. Los términos eran inexactos. Imp utaban a una crisis de los tiem- pos y de las temporalidades, lo que en reali- dad era un hundimiento y un obscurecimiento de los horizontes estratégicos y lo que después se designa, de manera inapropiada, como una crisis política. Es la estrategia la que está en discusión. Porque una política sin estrategia no puede ser otra cosa que una gestión amedrentada de una cotidianidad que se repite y piafa en el  lugar (como lo había probado ya Blanqui al día Daniel Bensaid Grandezas y miserias de Foucault y Deleuze  Este texto es una reanudación de un extracto de Éloge de la politique profane, Albin  Michel, 2008, que s e editó en caste llano bajo  el título “La política eclipsada”, en Elogio de la política profana, Peninsula, Madrid,  2009. Archivos pe rsonales . Clasicados  en “P olítica profana y e strategia”. Fec ha desconocida (entre 2007 y 2009). Deleuze y Foucault nos faltan. Nos faltan para pensar el momento de vertiginosa incertidum- bre en el cual el mundo está metido desde hace dos decenios, y del que fueron, en cierta me- dida, anunciadores. En los años setenta, anun- ciaron el derrumbe del paradigma político de la modernidad. Es por eso, sin duda, que nos llegan, que nos son cercanos, pero también que nos irritan a veces, y nos irritan contra nosotros mismos. Retoños de salvados, de sobrevivientes, de sanados milagrosamente, hemos sido alimen- tados por las grandes sagas de la emancipa- ción, los partidarios de la comuna al asalto del cielo, octubre y los trenes blindados de la guerra civil, la Larga Marcha y la Sierra de  Teruel, las guerras de liberación. Dicho de otra manera, hemos llegado a la política en el cora- zón de una secuencia de fuerte intensidad  estratégica. El problema del poder era o pare- cía planteado en la urgencia de los repartos 1 1  / El a utor se reere a Silvayn Lazarus, de L ’Organisation Politique, colaborador de Alain Badiou (NdT) 2  / “La situac ión actual en el frente de la losofía”, Cahier Yenan, 4, Maspero, 1977, pág . 10. (NdT) 3  / Michel Foucault,  Dits et écrits II , 1976-1988, Paris, Gallimard, 2001, p.1397.

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Texto del filósofo francés Daniel Bensaid donde realiza críticas y recuperaciones de Deleuze y Foucault

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  • siguiente del aplastamiento de la Comuna).Los aos ochenta son los de un grado cero dela estrategia, no solamente de las estrategiasde subversin sino, al contrario de lo que parece, de las mismas estrategias de domina-cin. Porque sus lgicas son, se lo hace ver a menudo, isomorfas, Se reflejan mutuamenteen un juego de espejos. No hay que asombrarse.La subversin est condenada por su inmanen-cia misma (y no podra escapar de ah) a per-manecer subalterna a lo que resiste y se opone.No es el menor inconveniente de las retricasde la resistencia, pese a su virtud, en los aosochenta, de no ceder ante las retricas vergon-zosas y repulsivas de la resignacin al orden in-eluctable de las cosas del mundo.

    Cada uno a su manera, Deleuze, Guattari yFoucault, percibi y tradujo esta crisis estra-tgica naciente. De alguna manera, la han revelado. Pero, al hacerlo, tambin la han ali-mentado, y esa es probablemente la razn delmalentendido sobre el cual reposa su suceso.Es posible que, bajo las formas excesivas y te-rroristas en vigor en las (ultra) izquierdas intelectuales de la poca, Badiou (y su fiel Lazarus 1/) hubieran presentido el peligro. Lotestimonia su olvidado panfleto acerca del rizoma 2/.

    Despus de las polticas del poder, las anti-polticas del contra-poder anunciadas, despusde la impaciencia de la libertad 3/, el apren-dizaje humilde del trabajo paciente que le daforma, reclama, entonces, Foucault. Algo seoculta o desaparece en esta antipoltica detransicin.

    Las categoras en las cuales, desde Maquia-velo y Rousseau, hasta Marx y Lenin, se basanlas polticas estratgicas (pueblo, clase, sobe-rana, territorio, nacin, ciudadana) caen enel olvido sin ser reemplazadas. De la temticadel rizoma y de la red a la de la multitud, las

    del mundo, del trazado de los territorios, delos enfrentamientos sistmicos, de las insu-rrecciones urbanas (comunas) o del asedio delas ciudades por los campos.

    La historia nos morda la nuca, dijimos. Ilu-sin lrica, error en los ritmos, confusin dedeseos y realidades. Sin embargo esta impa-ciencia juvenil tena su parte de verdad. Con-llevaba la intuicin del momento propicio. Le-jos de que los desastres del siglo hubiesen sidoun parntesis nefasto en la va triunfal delprogreso, nacamos en un intermedio propicio,una suerte de prrroga en la carrera que lle-vaba a la catstrofe anunciada. Esta parte deverdad, desgraciadamente, no ha dejado decrecer despus.

    Es el sentimiento de un encuentro fallido, deuna prdida quizs irremediable, que mero-dea detrs de los parasos artificiales y las be-atitudes superficiales de los aos setenta. Enel momento de las liberaciones consecutivas,hasta el estremecimiento del ao 68 (68 aqucomo smbolo de un sacudimiento universal,de Praga a Da Nang via Mxico y Berkeley),en el momento, digo, en que se extiende el do-minio de las polticas, o la politizacin ganalo privado, donde se pretende ingenuamenteque todo se vuelva poltico, se prepara el des-moronamiento de lo que algunos llamaban elhorizonte de expectativas. Los trminos eraninexactos. Imputaban a una crisis de los tiem-pos y de las temporalidades, lo que en reali-dad era un hundimiento y un obscurecimientode los horizontes estratgicos y lo que despusse designa, de manera inapropiada, como unacrisis poltica.

    Es la estrategia la que est en discusin.Porque una poltica sin estrategia no puedeser otra cosa que una gestin amedrentada deuna cotidianidad que se repite y piafa en el lugar (como lo haba probado ya Blanqui al da

    Daniel Bensaid

    Grandezas y miseriasde Foucault y Deleuze

    Este texto es una reanudacin de un extractode loge de la politique profane, AlbinMichel, 2008, que se edit en castellano bajoel ttulo La poltica eclipsada, en Elogio de la poltica profana, Peninsula, Madrid, 2009. Archivos personales. Clasificados en Poltica profana y estrategia. Fechadesconocida (entre 2007 y 2009).

    Deleuze y Foucault nos faltan. Nos faltan parapensar el momento de vertiginosa incertidum-bre en el cual el mundo est metido desde hacedos decenios, y del que fueron, en cierta me-dida, anunciadores. En los aos setenta, anun-ciaron el derrumbe del paradigma poltico dela modernidad. Es por eso, sin duda, que nosllegan, que nos son cercanos, pero tambinque nos irritan a veces, y nos irritan contranosotros mismos.

    Retoos de salvados, de sobrevivientes, desanados milagrosamente, hemos sido alimen-tados por las grandes sagas de la emancipa-cin, los partidarios de la comuna al asaltodel cielo, octubre y los trenes blindados de laguerra civil, la Larga Marcha y la Sierra de Teruel, las guerras de liberacin. Dicho de otramanera, hemos llegado a la poltica en el cora-zn de una secuencia de fuerte intensidad estratgica. El problema del poder era o pare-ca planteado en la urgencia de los repartos

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    1/ El autor se refiere a Silvayn Lazarus, de LOrganisation Politique,colaborador de Alain Badiou (NdT)2/ La situacin actual en el frente de la filosofa, Cahier Yenan,n 4, Maspero, 1977, pg. 10. (NdT)3/ Michel Foucault, Dits et crits II, 1976-1988, Paris, Gallimard,2001, p. 1397.

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  • una novedad real, han introducido en Franciael marketing literario o filosfico en lugar dehacer una escuela []. Lo que me da asco esmuy simple: los nuevos filsofos hacen unamartirologa. Viven de cadveres. Diagnsticolcido. La necrofagia vida de vctimas no hadejado de prosperar despus, desde las maca-bras contabilidades del Libro negro al deam-bular alucinado de Glucksmann en Mahattansiguiendo las huellas de un Dostoievski ima-ginario. Nada de lo vivo pasa por ellos, perohan cumplido su funcin si ocupan la escena lobastante como para mortificar algo 9/.

    Es la negacin de toda poltica, concluaDeleuze. Veredicto pertinente. Sin embargo,su propio discurso no dejaban de estar en relacin. Incluso le era simtrico. La respuestaopuesta, pero simtrica, cuya raz oculta es lacrisis de la historicidad (y de las creencias enel progreso herederas de la Ilustracin). Estarespuesta se mantiene en la oposicin del de-venir a la historia: Devenir no es progresar oregresar siguiendo una serie []. El devenirno produce otra cosa que a s mismo []. Esel punto que habr que explicar: cmo un devenir no tiene un sujeto distinto de l mismo,pero tambin cmo no tiene trmino []. Final -mente, devenir no es una evolucin, por lo me-nos una evolucin por descendencia y filiacin.El devenir no produce nada por filiacin. Eldevenir es siempre de un orden distinto al dela filiacin. Es del orden de la alianza [].Deve nir es un rizoma, no un rbol clasificato-rio ni genealgico. 10/ E incluso: El devenirno es de la historia; incluso hoy, la historia de-signa solamente el conjunto de condicionespor ms recientes que sean, de las que hayque desviarse para devenir, es decir, para crearalgo nuevo. 11/ Contra el sentido de la histo-ria, contra las teleologas del progreso, el devenir como apertura y disponibilidad a lo

    ya como los herederos o los retoos de octubre,ni tampoco como los de la Comuna o de las glo-riosas barricadas de 1848, sino volver a partirde ms lejos todava, de la gestacin de la Repblica, de Enjolras de los insurgentes deSaint-Mery, que rehacan ellos mismos la revolucin jacobina, antes del movimientoobrero moderno y de la gran fractura socialtrazada con la sangre de las jornadas de juniode 1848. Este ascenso a las fuentes que un Che-vnement 5/, ha empujado todava ms lejos.

    Ms prudente, o ms paradjicamente pol-tico, Deleuze no deja de repetir que la bs-queda del origen es vana, ya que se vuelve acomenzar siempre por el medio y ya que lascosas no comienzan a vivir ms que por el me-dio. Este rebrote en el corazn del devenir eslo opuesto al gran volver a comenzar francs,del sueo de la tabla rasa o de la pgina enblanco, de la bsqueda de una certeza pri-mera como de un punto de origen, siempreel punto cerrado 6/. Toda la cuestin, por supuesto, era, entonces, saber por dnde pasaese medio y como asirlo.

    Crisis de la razn histricaCreo que hay que tener la modestia de decirseque [] el momento en que se vive no es esemomento nico, fundamental o irruptivo dela historia, a partir del cual todo se acaba ytodo vuelve a comenzar 7/ Desde 1967, Deleuzees quien ha captado con lucidez la nueva filo-sofa naciente cono reaccin. Dijo con vigor;El umbral habitual de la boludez asciende[]. Odio al 68, rencor del 58 []. La revolu-cin debe ser declarada imposible, uniforme-mente y en todo tiempo [] 8/, Clausura delacontecimiento como apertura a lo posible.

    A la pregunta:Qu penss de los nuevos filsofos?: Nada. Creo que su pensamiento esnulo []. Impiden el trabajo.[] Entraan

    marchas a tientas indican el lugar vaco deun nuevo paradigma estratgico todava in-asible. Hara falta el lento maduramiento denuevas experiencias fundadoras, de aconteci-mientos constitutivos, mientras que la pocaes la de las descomposiciones sin recomposicio-nes y de los acontecimientos crepusculares sinamaneceres.

    El final de los aos noventa y el principiodel nuevo siglo marcan, quizs, demasiadopronto todava como para decirlo, el renaci-miento de las controversias estratgicas, Elmomento libertario, antipoltico, todava, lailusin de lo social sigue a la ilusin poltica,los textos de Virno, Negri, Holloway son sinto-mticos, as, como, inversamente, las produc-ciones de un colectivo como el grupo Krisis.

    Sean, pues, Deleuze y Foucault, como mar-cadores simblicos de una triple crisis anun-ciada: crisis de la historicidad moderna, crisisde las estrategias de emancipacin, crisis delas teoras crticas, dicho de otra manera, cri-sis conjugada de la crtica de las armas y delas armas de la crtica.

    La poca que, por un contrasentido nefasto,el 68 haba hecho tomar por la de un gran saltohacia delante, se revelaba al correr de los aossetenta, como un pito cataln irnico del quela historia guarda el secreto, la de una regre-sin fenomenal. Retorno dialctico irrisorio,Nos hemos remitido, escriba Foucault, desde1977 al ao 1830, es decir que tenemos que recomenzar todo 4/. No podamos pensarnos

    2

    4/ Ibd, p. 398.5/ Poltico francs, ex primer ministro (NdT).6/ Gilles Deleuze, Dialogues, Paris, Flammarion, 1996, p. 50.7/ Michel Foucault, op. cit, p. 1267.8/ Gilles Deleuze, Deux rgimes de fous, Paris, Minuit, 2005, p. 131.9/ Ibd., pp. 128-132.10/ Gilles Deleuze, Flix Guattari, Mille Plateaux, Paris, Minuit,2001, pp. 291-292.11/ Gilles Deleuze, Flix Guattari, Quest-ce que la philosophie?, ParisMinuit, 1991, p. 92.

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  • acontecimiento sin historia, desarraigado desus condiciones histricas, se vuelve difcil depensar y corre sin cesar el riesgo de bascularhacia el puro milagro incondicionado que es suversin teolgica. Tiende a devenir inasibleen lo que hace a su singularidad.

    Sensible a la dificultad, Foucault se esfuerzaen determinar con nuevos costos el sentidodel acontecimiento, entendiendo la aconteci-mientalizacin en principio, como: una rup-tura de evidencia de la que surge la singula-ridad, La ruptura de evidencias se vuelve,entonces, la primera funcin poltica de lo quese concibe como individualizacin. Pero estaruptura no basta para dar cuenta de la inven-cin, de lo indito que resquebraja la cortezade los hechos y de las apariencias para hacer,precisamente, acontecimiento. Detrs de ladisputa, es la posibilidad misma de la revolu-cin como acto y como pensamiento la que esten juego. Ahora bien, la desafeccin, subra-yada por Foucault, de los historiadores haciael acontecimiento es la marca de una descon-fianza o de una desilusin creciente hacia larevolucin misma. De esta decepcin, la em-presa de Furet para pensar la revolucin sinla revolucin, es emblemtica. Despojado dellastre de su espesor social y de su alcance his-trico, el acontecimiento, de conformidad algiro cultural y lingstico de los aos setenta,es entonces, del orden exclusivo del signo. ElKant del Conflicto de las facultades provee ladefinicin, para l la realidad de un efecto nopodr ser establecida ms que por la existen-cia de un acontecimiento, ya que no basta se-guir la trama teleolgica que hace posible unprogreso para aislar en el interior de la his-toria un acontecimiento que tenga el valor designo. Sustrada a la decisin de los actores,la revolucin bascula as, en Kant, hacia el or-den simblico del espectculo. Lo que consti-

    Pero, al mismo tiempo, esta salida de la his-toria por la va errabunda del devenir no dejade presentar el peligro de una regresin onto-lgica, de un peregrinaje a las fuentes del ser,que, por otra parte, Deleuze recusa con asidui-dad: No plantis nunca, buscando en la con-juncin enumerativa del devenir (y y Y)la fuerza necesaria para desarraigar el verboser, a favor de una lgica de las relacionesy de las conexiones.

    Se ha podido constatar despus a qu po-da conducir esta huida fuera del dominio dela historia y esta salida de la poltica. La on-tologa del ser judo segn Lvy-Milner (yen menor medida BHL 14/) significa una recada en la eternidad del texto y en la esen-cia temporal.

    El devenir deleuziano tiene, sin embargo,el mrito de acoger al acontecimiento o su posibilidad, que sobreviene bajo el nombre delo Intempestivo, otro nombre para el devenir dice Deleuze la inocencia del devenir (es decir, el olvido contra la memoria, la geografacontra la historia, [] el rizoma contra la ar-borescencia 15/). El devenir como condicin dela novedad contra la historia? Disponible alacontecimiento, a la contingencia, a la creati-vidad bergsoniana: Hacer un acontecimientosera, en efecto, lo contrario [] de hacer unahistoria 16/. Partcipe de la revuelta post-es-tructuralista y de una ciencia acontecimien-tal en lugar de estructural. La misma vueltaal agujero, a la apertura de la acontecimienta-lidad en Foucault: No me interesa lo que nose mueve, me interesa el acontecimiento, quecasi no haba sido pensado como categora filosfica 17/ hasta entonces. Hoy, por el contra-rio, se asistir a un retorno del aconteci-miento en el campo de la historia contra unahistoria exclusivamente abocada a traer a laluz la regularidad de las estructuras. Pero el

    posible acontecimiental. Pero bascula haciala antipoltico o lo anti-estratgico del caminoque se hace caminando*, del camino sin meta,de la flecha que no apunta a ningn blanco,del proceso y del movimiento que son todo. M-xima de todos los reformismos: Lo que cuentaen el camino es siempre el medio, no el co-mienzo ni el fin. Se est siempre en el mediodel camino, en el medio de de algo: en el deve-nir, no hay historia 12/.

    Sea, pues, el devenir deleuziano, no comohistoria abierta, como apertura de la historiaa la pluralidad de los posibles, sino como an-ttesis de la historia. Y as, como esttica de lasubjetivacin minoritaria, como resistencia atoda tentacin mayoritaria y victoriosa: losdevenires son minoritarios, todo devenir esun devenir-minoritario []. La mayoridad su-pone un estado de dominacin []. Devenirminoritario es un asunto poltico []. Es locontrario de la macro-poltica, e incluso de laHistoria, donde se trata ms bien de sabercmo se va a conquistar u obtener una mayo-ra 13/. Linda idea la de ese devenir minorita-rio siempre recomenzado como esencia de lapoltica, o de las micropolticas, contra la am-bicin mayoritaria antipoltica de los hacedo-res de la Historia. Las olas de disidencia y dehereja, la formacin siempre minoritaria delos sujetos y de las subjetividades, donde lasminora no es cuestin de nmero sino msbien de sustraccin a lo que homogeniza, petri-fica y masifica.

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    * En espaol en el original.12/ Gilles Deleuze, Dialogues, op. cit., p. 37.13/ Gilles Deleuze, Flix Guattari, Mille Plateaux, op. cit., pp. 356-357.14/ El autor se refiere a Bernand-Henri-Lvy? (NdT).15/ Ibd., p. 363.16/ Gilles Deleuze, Dialogues, Paris, Flammarion, 1996, p. 81.17/ Michel Foucault, Dits et crits II, 1976-1988, Paris, Gallimard,2001.

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  • revolucin como un trabajo y a profesionali-zar al revolucionario, Es tan deseable, enton -ces, esta revolucin? Osar, pues, plantear lacuestin de saber si la revolucin vale lapena 23/.

    Foucault llama a desprenderse de la formavaca de una revolucin universal, en singu-lar, para poder pensar mejor la pluralidad (mul-tiplicidad) de revoluciones profanas. Puesto quelos contenidos imaginarios de la revuelta nose han disipado a la luz del da de la revolu-cin. Remonta, pues, a la superficie un hurgarsubterrneo de hereja, de resistencias, de disi-dencias irreductibles, La revolucin iran deviene en ese contexto la reveladora de uncambio de perspectiva y de una nueva semn-tica de los tiempos histricos. El 11 de febrerode 1979 la revolucin ha tenido lugar en IrnSin embargo, constata Foucault, esta larga cadena de fiestas y de duelos, todo eso, nos haca difcil llamarla revolucin En la bisagrade los aos setenta y ochenta, las palabras se vol-vieron inciertas, Escapan a la unidad supuestade su concepto. Pues la revolucin iran, nosalegre o no, anuncia el advenimiento de revolu-ciones de otro gnero. La historia viene, enefecto, a poner debajo de la pgina el sello rojoque autentifica la revolucin. La religin hasido el levantar el teln []. El acto principalva a comenzar: el de la lucha de clases [].Pero, es seguro eso? Nada menos seguro, enefecto. Una revolucin en un cierto sentido quese parece a las revoluciones de antao, con elimn Jomeini en el papel remake de un popeGapon, una revolucin mstica como envolturaprovisoria de una revolucin social anunciada,una vez que la lucha de clases hubiera hecho es-tallar el caparazn religioso de su crislida.

    Pero ser porque est tan seguro Foucault,en efecto, de abstenerse de una concepcin uni-ficada y normativa de la revolucin moderna,

    samiento revolucionario europeo habra per-dido sus puntos de apoyo, desde que no es msun solo pas al que pudiramos apelar paradecir: es esto lo que hay que hacer. Nostalgiade las patrias perdidas del socialismo, Es enesta denegacin que reposa la idea de que seramos remitidos a ese enigmtico 1830 (quees, claro, una fecha clave de la historia europea,cfr. Heine, Marx, etc.).

    En lugar de representar una extensin deldominio de la lucha revolucionaria, la revolu-cin si se quiere conservar la idea, se reduceentonces a la revolucin del mundo de la vidao de las tcnicas. Es lo que queda cuando se re-nuncia a la poltica revolucionaria, Pero, seconsuela en efecto Foucault, encarar la Revo-lucin no simplemente como un proyecto pol-tico sino como un estilo, como un modo de exis-tencia, con su esttica, su ascetismo, formasparticulares de relacin consigo y con los otrosUna revolucin minimalista, pues, como estiloy como esttica, a falta de poder constituir to-dava una poltica. La transicin a los placeresmenudos postmodernos y a las revueltas me-nores est planteada.

    El desafo al fetiche de la Revolucin ma-yscula, si hipoteca el pensamiento estrat-gico de la poltica, tiene, sin embargo, la virtudde liberarse de los sortilegios de la Revolucinsagrada para liberar el pensamiento de una revolucin profana. Una concepcin de la histo-ria bajo el dominio de la revolucin ha, en efecto,estructurado la conciencia de la izquierda desdehace casi dos siglos: Viene la poca de la revo -lucin. Despus de dos siglos, sta estuvo porencima de la historia, organiz nuestra per-cepcin del tiempo, polariz las esperanzas.Ha constituido un gigantesco esfuerzo paraaclimatar la sublevacin en el interior de unahistoria racional y dominable 22/. Hasta elpunto en que se ha llegado a considerar a la

    tuye el acontecimiento de valor rememora-tivo, demos trativo y pronstico, dice Foucault,es la manera en la que el acontecimiento con-forma espectculo, del cual el entusiasmo des-interesado de los espectadores es el signo. Ra-zn por la cual las Luces de la Aufklrung yla revolucin son acontecimientos que no pue-den ya olvidarse 18/.

    Esta despolitizacin subrepticia de la revo-lucin es coherente con la duda que, al correrde los aos setenta, se instala en Foucault encuanto a la deseabilidad de la revolucin; Esla deseabilidad misma de la revolucin la quees un problema hoy 19/ Hemos tratado enotro lugar este deslizamiento de la dialcticade las necesidades hacia la metafsica neomar-ginalista de los deseos, que est presente tam-bin en Lyotard y Doll (Ver Une lente impa-tience). En trminos inadecuados este eclipsedel deseo de revolucin (Doll) refleja un retornode las relaciones de fuerza y la gestacin de lacontra-reforma liberal que se expandir en losltimos aos de los ochenta con el adveni-miento del thacherismo. TINA 20/, no hay opcin, determinismo de mercado.

    Foucault registra, no sin perspicacia, estecambio en lo que estaba en el aire: desde haceciento veinte aos [] es la primera vez queno hay ya en la tierra un solo punto de dondepodra brotar la luz de una esperanza. No hayya orientacin 21/ Ese desencantamiento esla contrapartida de la investidura ilusoria delas representaciones estatales: despus de Rusia, ni China, ni Cuba, ni Indochina, encar-nan ya la esperanza de emancipacin. El pen-

    4

    18/ Ibdem., p. 1504.19/ Ibdem, p. 266.20/ TINA signigica There Is No Alternative, eslogan de MargaretThatcher (NdT).21/ Ibdem, p. 397.22/ Ibdem, p. 791.23/ Ibdem, p. 269.

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  • orgnico (que se ha vuelto inconcebible desdeque comienza la lenta erosin de las fuerzas alas que Gramsci vinculaba esta organicidad).Falsa modestia que consiste en trabajar en sec-tores determinados sobre problemas especfi-cos. Este retiro o esta retirada han tenido, incon-testablemente, su fecundidad al favorecer laexploracin de nuevos campos de compromisomilitante. No son menos el testimonio de undesarrollo que el de una desilusin, incluso, deun renunciamiento (sin retractacin).

    No quiero para nada, insiste Foucault, des-empear el papel de quien prescribe solucio-nes. Considero que el papel del intelectual hoyno es hacer la ley, proponer soluciones, profe-tizar, puesto que en esa funcin no puede msque contribuir al funcionamiento de una si-tuacin de poder determinada []. Me niegoa que el intelectual funcione como el doble y,al mismo tiempo, como la coartada del partidopoltico.

    Exorcizar as, a la vez, la triple funcin delintelectual legislador romano, del maestro desabidura griego o del profeta judo que acosana la figura del intelectual para contentarse mo-destamente pero, es tan modesto? con elpapel socrtico de un destructor de eviden-cias. El filsofo crtico se hace humildementeperiodista (Yo soy un periodista 26/), simple-mente capturado por la clera de los hechos.

    La frmula no deja de tener brillo. Decepcio-nado por las grandes ambiciones y las espe-ranzas crticas, por los grandes sistemas filos -ficos y polticos, se tratara de empezar denuevo, a ras del suelo, para pensar el mundo ala altura de los pequeos hechos verdaderosque lo revelan. Foucault no se deja engaar, sinembargo, por lo que tiene de ilusorio, incluso, dedemaggico, esta oposicin entre los peque-os hechos verdaderos y las grandes ideasvagas, o esa apologa del polvo que desafa a

    forma unitaria y totalizante, Foucault pareceadoptar la subsuncin de los dos legados, delfascismo y del estalinismo bajo la nocin tu-telar de totalitarismo. Retrospectivamente, elao 1956 con el aplastamiento de la revueltade Budapest aparece como el acontecimientorevelador de esta configuracin. Uno puede,en definitiva, preguntarse si la reanudacincrtica del paradigma poltico de la moderni-dad no es el signo de un retorno de lo repri-mido, de una dificultad para pensar simult-neamente en sus similitudes (que hacenlegtima la compracin) y sus diferencias, lostotalitarismos raciales y el totalitarismo bu-rocrtico, Como lo dice lacnicamente Fou-cault, pensar el estalinismo no era cmodo.Era, sin embargo, necesario para resistir.Otros (Rousset, Castoriadis, Naville, Mandel)se haban dedicado a eso, pero sus esfuerzospermanecieron ignorados.

    El grado 0 de la estrategiaDesde 1972, mientras las polticas de Estadoretomaban la iniciativa, a la izquierda, con lafirma del programa comn, se inicia un movi-miento de retiro y de desercin del campo estra-tgico post-sesenta y ocho en provecho de unmoralismo de las revueltas. La puesta a partede la cuestin del poder se vuelve, entonces, elmotivo de una divisin del trabajo entre pol-tica y filosofa, que permitan un nuevo com-promiso entre las polticas de gestin tempera-das y la radicalidad filosfica. Foucaultresumir ms tarde los trminos de ese com-promiso, declarando; mi moral terica es []anti-estratgica; ser respetuoso cuando unasingularidad se subleva, intransigente, ni bienel poder infrinja lo universal 25/. Redefine, entonces, el papel del intelectual especfico nosolamente como el contratipo del intelectualuniversal, sino como anttesis del intelectual

    que es uno de los primeros en sealar que elIslam no es solamente una religin sino unmodo de vida. La pertenencia a una historiay una civilizacin que corre el peligro de cons-tituir un gigantesco polvorn 24/.

    El descubrimiento de este equvoco fin desiglo baliza una transicin que no tiene nom-bre, o cuyas tentativas de nominacin bajo lasde la postmodernidad acarrean m confusio-nes que aclaraciones. Foucault es consciente deesto y recusa la ilusin cronolgica que con-siste en situar a la modernidad en un calendario y hacerla seguir de una enigm-tica e inquietante postmodernidad. Prefierever all una actitud [ms] que un perodo (verLes Irrductibles), la huella de una disconti-nuidad y el signo de una heroizacin irnicadel presente arrastrado por la velocidad, laelegancia y la heroizacin de su propia vida.Este punto crtico alcanzado en el crepsculode los aos ochenta favorece un desplaza-miento de las categoras conceptuales en lascuales se expresaban desde haca muchos de-cenios los grandes conflictos caractersticos dela poca. La lucha de los proletarios contra losburgueses (Le Manifeste) o de los pueblos con-tra el imperialismo se vuelve soluble en el te-atro de sombras ideolgico que opone de ah enms totalitarismo y democracia (o derechosdel hombre o discurso humanitario). Al defen-der su cuerpo, Foucault, mucho ms que De-leuze, participa as de la rehabilitacin ideol-gica de un capitalismo en el cual, a despechode los perjuicios, mercado y democracia seranconsubstanciales, Foucault o los epgonos (elfoucaultiano Brossat acerca de los Balcanes).

    Interpretando y queriendo prolongar a Deleuze para liberar la accin poltica de toda

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    24/ Ibdem, p. 761.25/ Ibdem, p. 794.26/ Ibdem, p. 475.

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  • lucha de clases y de la explotacin se disuelveen la del control biopoltico?

    La crtica de los poderes responde, por otraparte, a un desvanecerse de los actores de lasubversin pensados bajo la forma del gran sujeto proletario, Permite, y esa es su gran vir-tud, liberar la accin poltica de toda forma deparanoia unitaria y totalizante 31/ Bajo la reproduccin de las clases, hay siempre, se-gn Deleuze, una carta variable de las masas32/. Esta deconstruccin le permite a Foucaultproseguir, al restituir a la nocin de clase unestatuto estratgico y no sociolgico; Los so-cilogos reaniman el debate interminable-mente para saber qu es una clase y quinpertenece a ella. Pero, hasta aqu, nadie haexaminado ni profundizado la cuestin de sa-ber qu es la lucha. Qu es la lucha cuandose dice lucha de clases? [] . Lo que me gus-tara discutir a partir de Marx, no es el pro-blema de la sociologa de las clases sino el m-todo estratgico que concierne a la lucha 33/.Aqu, Foucault da en el clavo. Pensar estrat-gicamente y no sociolgicamente la lucha declases lo acerca, ms de lo que se cree, a Marx,alejndolo de la vulgata positivista de sus ep-gonos. La paradoja quiere, sin embargo, queesta lectura estratgica sea, precisamente, rei-vindicada en el momento en que se borran losparmetros de un pensamiento estratgico,Se puede, incluso, decir que es la estrategia laque permite a la clase burguesa ser la claseburguesa y ejercer su dominacin. Pero, esono quiere decir que se la pueda representarcomo un sujeto pues el poder burgus ha po-dido elaborar grandes estrategias sin que, sinembargo, haya que supo nerle un sujeto 34/. Sila lucha de clases no es ya a sus ojos la ltimaratio del ejercicio del poder, no constituye me-nos la garanta de inte ligibilidad de ciertasgrandes estrategias 35/.

    a deshacer (La Rvolution et le Pouvoir). Deesta distincin foucaultiana somos deudorespor mucho tiempo. Al pensar el poder comoalgo que circula y no funciona ms que en cadena, permite desembarazarse del modelodel Leviatn para pluralizar la revolucin entantos tipos de revolucin como codificacio-nes subversivas posibles.

    Qu puede pasar mientras tanto con el Estado en esta dispersin de revoluciones enmigajas? Foucault por mucho que proclameque el poder son juegos estratgicos, la resis-tencia a las relaciones de poder no entraa me-nos un repliegue estratgico ante la cuestindel Estado considerado no ya como la fuerzadonde se anudan y suturan unitariamente, enuna configuracin histrica dada, estas rela-ciones de poder y estas relaciones de fuerza,sino como una forma de poder entre otras. Laestrategia pragmtica se disuelve entonces enla suma molecular de las resistencias, porque,despus de todo, cuando hay una relacin depoder hay una posibilidad de resistencia. No estamos nunca atrapados [] 29/

    Ms an, si es verdad, como lo afirma Fou-cault, que no puede haber sociedad sin rela-ciones de poder, si esas relaciones son, enton -ces, el horizonte infranqueable de las relacionessociales, qu pasa con el estado como formahistrica especfica y con su funcin desde elpunto de vista de las estrategias de domina-cin dado que Foucault admite todava quelas relaciones de poder, pese a su complejidady su diversidad, terminan por organizarse enuna especie de figura global o en un encabal-gamiento de relaciones de poder que, en total,hacen posible la dominacin de una clase socia -les sobre otra? 30/

    En resumen, la cuestin del estado se disuelve en lo sucesivo en la del/ de los pode -res? Dicho de otra manera: La cuestin de la

    la nube 27/. El hecho sin la idea es todava unailusin emprica y las nubes de polvo no son unsimple agregado de partculas elementales.

    El repliegue en la cotidianidad periodsticaes o bien una confesin o una constatacin deimpotencia estratgica, cuyas razones son toda -va difcilmente aprehensibles. Se trata, enefecto, de una triple cuestin: del poder, de lasclases y de la poltica revolucionaria (en lapoca en que esos trminos devienen un pleo-nasmo).

    Estado y poderesLa impotencia ante el restablecimiento del Estado burocrtico (despus de la revolucincultural o despus de 1968) favorece un despla-zamiento de las prcticas hacia la cuestindel y de los poderes. All, todava, la impasseestratgica produce efectos derivados fecun-dos. Permite descubrir, detrs de la gran figuratutelar moderna del Estado Leviatn, la red yla retcula de las relaciones y los juegos de poder: El poder se construye y funciona a par-tir de [] multitudes de cuestiones y de efec-tos de poder 28/. La distincin entre la institu-cin del poder del estado y las relaciones depoder que lo anteceden o le son subyacentespermite articular temporalidades polticas diferentes y que muy a menudo son confun -didas. El Estado, decamos entonces, es lo queest en juego en un acontecimiento revolucio-nario, condicin previa a su posible deterioro:el Estado es algo a quebrantar, el poder, algo

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    27/ Ibdem, p. 829.28/ Ibdem, p. 232.29/ Ibdem, p. 267.30/ Ibdem, p. 379.31/ Ibdem, p. 135.32/ Gilles Deleuze, Flix Guattari, Mille Plateaux, op. cit., pgina nomencionada.33/ Michel Foucault, Dits et crits II, op. cit., p. 505.34/ Ibdem, la cita no corresponde a la pgina mencionada.35/ Ibdem, p. 425.

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  • gama. La lasitud y el reflujo hacan que estaretrica pudiera encontrar un pblico entu-siasta entre la clientela de las revueltas de losdispersos, encantada de saber que todo comu-nica con todo, que no hay antagonismo irreduc-tible, y que todo es tubrculo informe y pseu-dpodo de lo mltiple. Se pasaban de roscabastante al proclamar que el anarquismo de lomltiple prepara el fascismo, dado que cual-quier deseo vale para las multiplicidades ma-qunicas.

    Lo que permanece de esta crtica deleuzianaes la desmitificacin, por vas bien diferentesde la operada por Althusser, de una Historiaunitaria obrada por un Sujeto demirgico, elminar los fundamentos de la categora y de lasupremaca del sujeto que ha dominado la filosofa europea anterior a la guerra.

    Precisando el proyecto, Foucault resume latarea que se ha fijado; He intentado salir dela filosofa del sujeto al hacer la genealogadel sujeto moderno, que abordo como una re-alidad histrica y cultural [] susceptible detransformarse. 37/ Culminacin de un lento ylargo trabajo de zapa: el sujeto fenomenol-gico haba sido minado por la teora lings-tica y por el psicoanlisis que haban permi-tido deshacerse de la subjetividad psicolgica.

    Sin embargo esta deconstruccin del sujetomaysculo y soberano, no termina, a menudo,ms que en una afirmacin de las subjetivida-des en migajas, de ah que la negacin de unateora previa del sujeto desemboque en unasubjetivacin exacerbada de sujetos autistasdesarraigados de su ser social (ver Kosic). Lapoltica difcilmente se beneficiar con eso.

    La empresa es congruente con la negacinlegtima del fetichismo de la Historia erigidaen meta-sujeto: mientras la funcin crtica dela historia consistira en mostrar, ms modes-tamente, que lo que es no ha sido siempre y

    este deslizamiento conceptual. Lo hicieron entrminos que hoy se han vuelto ilegibles. Laalerta no era menos legtima en tanto perciba,en el nacimiento, la lgica de las descomposi-ciones postmodernas donde muy pronto iba aperderse la poltica. La plebe de los camposdevena en la pluma de los nuevos filsofos, laanttesis eterna del avasallamiento totalita-rio del Goulag que fingen descubrir con Sol-yenitzin. Sin retomar ni quizs conocer el dia -gnstico de Benjamin o de Arendt acerca delfascismo como expresin de la descomposicinde clases y masas, Badiou y sus amigos veanen la descomposicin plebeya de la lucha declases el anuncio de una nueva fascistizacin,llegando hasta a cartografiar dos tentacionessocial-fascistas que operaban tanto en la furia anti-militante de los maostas deleuzia-nos como en el cientificismo de los althuse-rianos. Al denunciar en el rizoma un fascismode la papa (sin que se pueda, por desgracia,tener ninguna garanta de un uso humors-tico de la frmula) entrevean en el desencade-namiento de la tormenta de lo mltiple, en elasalto contra los centros sean cuales fueren,a favor de este tubrculo acntrico, en la enu -meracin infinita de las fuerzas sociales pun-tuales, en la suma disparatada de las revuel-tas, perfilarse un odio a la militancia, malcamuflado en odio a la lucha de clases (CahiersYenan, 43), o, a la inversa, puesto que el entornode Guattari haba emprendido, paralelamente,una carga contra el ideal militante.

    Ahora bien, el grupo filosfico Yenan reve-laba al extremo de lo Mltiple est el Dspotarevisionista, al extremo de las bromas litera-rias de Deleuze, la sonrisa ministerial o el ds-pota fascista. Era reproducir groseramente lavieja dialctica estaliniana del retor no y la uni-dad de los contrarios, ms simplemente, el pro-cedimiento habitual de los procesos por amal-

    Esta arqueologa de las resistencias, si per-mite deshacer la hipstasis imaginaria de unproletariado sujeto de la historia, resucita, decontragolpe, las configuraciones precapitalis-tas de la masa, de la plebe o de la multitud. Elcontexto es propicio. La nueva filosofa decep -cionada por las desventuras del proletariadorojo, descubre con admiracin las virtudes seculares de la plebe representada por el mu-jik en Tolsti o Solyenitzin. Neopopulismo regresivo, a diferencia del populismo del sigloXIX y de sus ambivalencias, marcas de unatransicin del orden feudal tardo a la moder-nidad capitalista. Los nuevos amigos del pue-blo que invaden entonces los textos de Glucks-mann* con, como acompaamiento lgico, elneo-misticismo anglico de Jambet** y Lar-dreau***.

    Ms lcido, ms prudente y ms clarivi-dente sobre todo, Foucault presiente la trampa:No hay, sin duda, que concebir a la plebecomo el fondo permanente de la historia, elobjetivo final de todas las sujeciones, el fuegonunca completamente extinguido de todas lasrevueltas. No hay, sin duda, realidad sociol-gica de la plebe. Pero hay siempre algo []que no es la materia primera ms o menos dcil o reacia, pero que es el movimiento cen-trfugo, la energa inversa, la escapada. Laplebe no existe, sin duda, pero hay algo de laplebe 36/.

    Badiou y su crculo se inquietaron, en sutiempo, por las razones y consecuencias de

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    *Andr Glucksmann, nacido en 1937. Pensador francs, autor de Losmaestros pensadores, 1977. Apoy a Sarkozy.** Christian Jambet (nacido en 1949), filsofo, ocupa la ctedra defilosofa islmica en la cole Pratique des Hautes tudes. En su juventud fue maosta.*** Guy Lardreau (1947-2008), filsofo francs. Escribe en 1976LAnge con Christian Jambet.36/ Michel Foucault, Dits et crits II, op. cit., p. 431.37/ Ibdem, p. 980.

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  • encima de vigilar los abusos del poder de laracionalidad poltica. Lo que, en detrimentode su anunciada ruina, le brinda, segn Fou-cault una esperanza de vida bastante prome-tedora 42/.

    La abdicacin estratgica va lgicamentede la mano del renunciamiento a una teoraque no sea, segn Clausewitz, ni una ciencia,ni un arte (en el sentido de un simple saber hacer emprico) sino un concepto estratgicode fuerzas y de antagonismos en movimiento.Retorno, pues, paradjico en Deleuze, a la vez,a la filosofa, definida por la invencin o lacreacin de conceptos y como sistema (Yocreo en la filosofa como sistema 43/). Por rebote del desencanto poltico, la filosofa recurre, en efecto, al sentimiento de vergenzasuscitado por el compromiso que estaramosconstreidos a pasar en nuestra poca, queconstituye a sus ojos uno de los motivos mspotentes de la filosofa 44/. La filosofa regene-rada por la moral, entonces.

    Como si se tratara de expiar con eso el cri-men filosfico de Heidegger: El asunto Hei-degger ha venido a complicar las cosas: tuvoque pasar que un gran filsofo se reterritoria-lizara efectivamente en el nazismo para quelos comentarios ms extraos se cruzaran,tanto para cuestionar su filosofa, como paraabsolverlo en nombre de argumentos tan com-plicados y retorcidos que uno queda perplejo.No es siempre fcil ser heideggeriano. Se habra comprendido mejor que un gran pin-tor, que un gran msico cayera, as, en la ver-genza (pero justamente no lo han hecho). Fuenecesario que fuera un filsofo, como si la ver-genza debiera entrar en la filosofa misma.Quiso volver a los griegos va los alemanes enel peor momento de su historia: qu hay peor,deca Nietzsche, que encontrar un alemncuando se espera a un griego? Cmo los con-

    profeca, la nocin de estrategia que mezclara,como, sin embargo, el mismo Foucault lo seala, tres ideas complementarias: la elec-cin de los medios apropiados para la prosecu-cin de un fin, la anticipacin del juego, segnlo que se piensa que debe ser la accin de losotros, y el conjunto de recursos movilizadospara llegar a la victoria. La estrategia se resume, entonces, por la eleccin de solucionesganadoras. Si el desencanto conduce a la con-clusin de que ya no hay solucin ganadoraposible, no hay lugar para ninguna estra tegia.Cuando ella alcanza su grado cero, no quedams que un imperativo categrico moral deresistencia y un formalismo de la fidelidad.La tica de la poltica se desvanece entoncesen el moralismo anti-poltico.

    Esta cerrazn ante la estrategia, signo delos tiempos, se contradice, sin embargo, con elpensamiento de la pluralidad de los posiblesy el despliegue, en el Deleuze bergsoniano, enparticular, de una temporalidad creadora o dela contingencia de los devenires. Dice, efectiva-mente, muy bien que una sociedad no se con-tradice, sino que se estrategiza o estrategiza 41/.Si el poder se ejerce ms bien que se posee, es,en efecto, en todas partes, asunto de estrate-gia, la estrategia de las fuerzas que se opo-nen permanentemente a la estratificacin delas fuerzas. La frmula reflexiva de una socie-dad que se estrategiza no deja de ser enigm-tica. Qu queda de una poltica sin programa,de una estrategia sin programa, de un arcotendido y de una flecha que no apunta a nin-gn blanco?

    Crisis en la teoraEl eclipse del pensamiento estratgico se acom-paa, lgicamente, de un retorno forzoso dela filosofa bajo sus formas clsicas, a la que sele vuelve a conferir la misin de estar por

    que siempre se da en la confluencia de encuen-tros, de azares, en el transcurso de una histo-ria frgil, que se forman las cosas 38/.

    La dimisin estratgica se manifiesta, en definitiva, a travs de la denigracin de la fun-cin proftica. En Deleuze, a diferencia del adi-vino, el profeta no interpreta nada, Solamentees presa de un delirio de accin ms que deideas o de imaginacin 39/. Es un desprecio extrao por la funcin performativa y preven-tiva, o simplemente poltica de la profeca, queFoucault comparte cuando le reprocha a losanlisis histricos de Marx el que concluyancon palabras profticas a corto trmino, la ma-yora de las veces, errneas. El objetivo, en lasluchas, es ocultado siempre por la profeca,afirma 40/, al negarle a sus propios libros cual-quier alcance proftico y al oponer a la accinligada a la profeca, la accin absorbida por supropia eficacia inmediata.

    Foucault, al rendir homenaje a Maurice Cla-vel, hace entonces un elogio de una expectativasin profeca, sin el lastre de promesas perimi-das: Clavel no era profeta, no esperaba el mo-mento ltimo. Curiosa idea de la funcin pro-ftica. Se puede, efectivamente, en contrastecon el orculo o el adivino, concebir al profetacomo una figura arcaica o pre-poltica del estra -tega cuya prediccin condicional conjura eldestino para llamar a la accin susceptible deconjurar la catstrofe anunciada. Habra,enton ces, en el pensamiento programtico mo-derno una forma profana y estratgica de la

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    38/ Ibdem, p. 1268.39/ Gilles Deleuze et Flix Guattari, Mille Plateaux, op. cit., p. 156.40/ Michel Foucault, Dits et crits II, op. cit., la cita no correspondea la pgina mencionada.41/ Gilles Deleuze, Deux rgimes de fous, Paris, Les ditions de Mi-nuit, 2003, p. 116.42/ Michel Foucault, Dits et crits II, op. cit., p. 954.43/ Gilles Deleuze, Deux rgimes de fous, op. cit., p. 339.44/ Gilles Deleuze, Flix Guattari, Quest-ce que la philosophie ?, Paris,ditions de Minuit, 1991, p. 103.

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  • cesar repetida, de los factores subjetivos. A ve-ces, la confianza reiterada en las leyes de lahistoria, a pesar de las desmentidas y los fra-casos, otras veces, el voluntarismo del sujetoconvocado a hacer la historia a su grado. Laconstante de fracaso terico conduce a Fou-cault a una inversin de la problemtica. Nose trta ya de interrogar al goulag a partir delos textos de Marx o de Lenin, sino de interro-gar a sus discursos a partir de la realidad delgoulag, Sana clera de los hechos, an a con-dicin de recorrer la iteracin en los dos sen-tidos, a falta de lo cual, la interrogacin en unsentido nico se acercara a los nuevos filsofos, a su antiautoritarismo sumario y asu exorcismo neo-mstico del mal absoluto.

    Uno se sorprende de la manera poco crticaen la que un lector tan cultivado y afilado comoFoucault da cuenta de lo que acepta designarcon el trmino grosero de marxismo cuandoescribe: El marxismo se propona como unaciencia, una suerte de tribunal de la razn quepermitira distinguir la ciencia de la ideolo-ga, constituir, en suma un criterio generalde racionalidad de toda forma de saber. Sinduda paga aqu su propio tributo de ignoran-cia a la indigente marxiologa dominante de lapoca y a su captacin por razones de partidoy de Estado. La teora crtica de Marx se con-funde, entonces, con el pesado positivismo es-taliniano (y ms all, de la social-democraciaclsica). El homenaje casi fortuito y sin con-secuencias que le tributa al considerable tra-bajo de los trotskistas 50/ es la menor de lascosas que alguien que no poda ignorar a con-temporneos de la envergadura de Rousset,Naville, Sebag, Castoriadis, Lyotard, Guattari.No deja de estar prisionero de una identifica-cin indefendible de estalinismo y marxismo.

    Llega, sin embargo, a matizar esta amal-gama al volver sobre sus propios tanteos: Lo

    (Rponse John Lewis) termina, en efecto, enun imposible retorno a un marxismo-ver-dad 47/. Si las tentativas de academizar aMarx, de las cuales el allthuseranismo uni-versitario representara la ltima tentativa,desconocen el estallido que l produjo, no dejade ser cierto que el marxismo sera responsa-ble de un irremediable empobrecimiento dela imaginacin poltica. Tal es nuestro puntode partida 48/. En definitiva y a despecho desus intenciones, la teora de Marx marcarael aborto ms que el nacimiento de un discursoestratgico, el acontecimiento nacido muertode un pensamiento estratgico ahogado porla picota de la dialctica hegeliana. Es muylgicamente que, desde su punto de vista, Fou-cault recusa entonces el trmino de dialcticaque obligara en tanto se lo acepta a subscri-bir el esquema cerrado de la tesis y de la ant -tesis: una relacin recproca no es una rela-cin dialctica 49/, las relaciones antagnicasrecprocas no son contradicciones lgicas, sinooposiciones reales sin sntesis reconciliadora.

    Entonces, lo que se produce en la obra deMarx es de alguna manera un juego entre laformacin de una profeca y la definicin deun blanco Un juego, aqu en el sentido de unadistancia no colmada, de una articulacin queno une o lo hace mal, un encuentro que faltaentre un discurso de lucha y una conscienciahistrica. Esos dos discursos la conscienciade una necesidad histrica y la apuesta deuna lucha incierta no se unen, la pretensinestratgica se hunde en su entre-dos.

    La observacin lleva, si se refiere a la mayo-ra de los discursos, a los que se hacen en nom-bre de Marx bajo la forma de los marxismos ortodoxos. Traduce, bajo una forma distinta,el divorcio mortfero entre las condiciones objetivas presentadas como garanta de unhappy end de la historia y la insuficiencia, sin

    ceptos (de Heidegger) no estaran intrnseca-mente manchados por una reterritorializacinabyecta? A menos que todos los conceptos con-lleven esta zona gris e indiscernible en la quelos luchadores se confunden un instante en elsuelo y en la que el ojo fatigado del pensadortoma a uno por otro: no solamente al alemnpor un griego, sino al fascista por un creadorde existencia y de libertad. 45/ Redencin dela filosofa por la vergenza. Curiosa presen-cia, en efecto, de la vergenza y de la abyeccinpara designar un desastre histrico y polticode cabo a rabo. Reunira las retricas de loimpensable y de lo indecible?

    Las Luces heridas?, Tamizadas? Obscure-cidas? Pero las Luces sin embargo o a pesarde todo, porque no se trata para Foucault deinstruir el proceso de la racionalidad, sino depensar la compatibilidad de la racionalidadcon la violencia, de concebir una historia con-tingente de la racionalidad que pueda oponersea la gran teodicea de la razn. Este retorno aKant no puede cumplirse ms que sobre lascenizas de Marx o, por lo menos, de los mar-xismos vulgares, El marxismo se encuentra actualmente en una crisis indiscutible, diag-nostica Foucault, crisis que no es otra cosa quela crisis del concepto occidental de qu es la revolucin, la crisis del concepto occidental dequ son el hombre y la sociedad. 46/

    La empresa althuseriana que en un tiempofue recibida como un esfuerzo (desesperado) deregeneracin de un marxismo desnaturalizadose revela all, en efecto, como una impasse o elltimo sobresalto de una agona. La condenasuperficial al estalinismo como desviacin

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    45/ Ibdem., p. 104.46/ Michel Foucault, Dits et crits II, op. cit., p. 623).47/ Ibdem., p. 278.48/ Ibdem., p. 599.49/ Ibdem., p. 471.50/ Ibdem., p. 408.

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  • tatacin de que el Estado, suavemente, se bo-rr Reformismo del rizoma. Milagro de la di-solucin de toda cosa en el flujo de la fuga,comprendido el antagonismo. Inventario enu -merativo de las revueltas adicionables, enu-meracin infinita de las fuerzas sociales pun-tuales, pero negacin obstinada de todaunificacin estratgica del campo poltico. Delectacin en lo mltiple es abominacin deldos como figura del conflicto (de la lucha). Ladialctica, ese es el enemigo: el Rizoma va abuen paso hacia la apologa desenfrenada decualquier cosa. No hay ya burguesa, ni pro-letariado: todo es tubrculo informe, pseud-podo de lo mltiple, fascismo, pues, de la papa.Presentimiento de la descomposicin postmo-derna donde todo, no solamente lo sagrado ylo slido, se vuelve humo o se escurre en unafuga apasionada, A los que leen a Deleuze, Lacan, Foucault y Althusser preguntndosednde estamos, qu se nos cuenta, hay queresponder todava: historia, lucha de clases,poltica (p. 18). Porque el anarquismo de lomltiple que escupe a la clase en nombre delas masas, prepara el fascismo (p. 74)

    Segn el mismo Badiou, muchas de las elu-cubraciones de derivan del asombro o de lasorpresa ante un mayo del 68 imprevisto, cuyairrupcin despertara los misterios puros delDeseo, o como la entrada en escena de lo irracional. Ahora bien, hace mucho tiempoque los marxistas-leninistas han dejado deidentificar racional y analticamente previsi-ble, en virtud misma del primado de la prc-tica: Las masas hicieron la historia, no losconceptos (p. 26) Siempre el exceso de lo realpor encima del concepto o del constructo. Habr siempre ms, lo irreductible, en el ladrido del perro que en su concepto. As, laruptura puede ser pensada en su generalidaddialctica, pero histricamente, no es sino

    gel, de la pornografa y del misticismo (sic).A la vuelta: La gran y violenta poca ve aca-barse su ciclo en los alrededores de 1972 (Pro-grama comn). El reflujo se traduce en unaregresin filosfica de la que Deleuze y Guat-tari apenas ocultaran: retorno a Kant, esoes lo que encontraron para conjurar el fan-tasma hegeliano, tobogn del Deseo es loincondicionado kantiano disimulado por lahojalatera maqunica. La regla del Bien, elimperativo categrico puesto sobre sus piespor sustitucin divertida de lo universal porlo particular: obra siempre de forma que lamxima de tu accin sea rigurosamente par-ticular. Este moralismo deseante es lo quequeda de las ruinas de un estructuralismo ver-gonzoso.

    Por su complacencia al peor, Deleuze yGuattari se caracterizaran como idelogos pre-fascistas nada menos! Bandolerismo deleuziano y ciencia althuseriana: las dos tetas de la reaccin antifilosfica (p. 17). Supunto comn a los ojos de Badiou y consortes,es la antipoltica, la poltica que consiste en hablar poder, programas, y consignas. A los neosles gusta o idolatran la revuelta, pero odian lapoltica, demasiado sucio, que es el cambio delmundo real, Se vengan pues en la filosofa alidentificar el Poder, todo poder, con el Mal, Fan-tasma de la pureza: la revuelta es buena, la poltica es mala, las Masas son buenas, el Pro-letariado es malo, el portavoz es excelente, el militante horrible (p. 11). Retirada a la gestino filosfica de la poltica revolucionaria.

    De dnde la sustitucin de las clases porlas masas/multitudes. Liberar la multiplici-dad deseante de la unidad axiomtica del capital, o incluso a la plebe sometida al gulag.En el fondo el sueo poltico izquierdista[a-estratgico], es el movimiento de masas con-tinuado linealmente hasta la beneficiosa cons-

    que deseo [] no es tanto la desfalsificacin,la restitucin de un Marx verdadero sino, cier-tamente, el aligeramiento, la liberacin deMarx en relacin a la dogmtica de partidoque, a la vez, lo ha encerrado, vehiculizado yblandido durante tanto tiempo 51/. Formula-cin ms ajustada que se refiere, ms espec-ficamente, a lo que l todava llama: la exal-tacin hagiogrfica de la economa polticamarxista debida a la fortuna histrica del mar-xismo como ideologa poltica nacida en el si-glo XIX Si lo que se gestaba alrededor del 68no tena an expresin terica propia y un vo-cabulario adecuado, si se necesitaba para pen-sarla, en lo que tena de novedoso, resquebra-jar las categoras petrificadas en dogma,inventar formas de reflexin que escapen aldogma marxista, sin ceder al irracionalismo,la cuestin era la de una proyeccin ms allde Marx y no una regresin ms ac hacia elmoralismo kantiano o la filosofa poltica libe-ral, de un nuevo impulso a partir de Marx por-que, como lo repeta tanto Deleuze, se comienza siempre por el medio (Marx no porel fetichismo, no como crtica suficiente, sinocomo crtica necesaria y fundadora de la mo-dernidad, cf. Marx lIntempestif, le Sourire duspectre, les Hiroglyphes).

    AnexosCahiers Yenan y el paisaje filosficoIlegible! No hay ms que un gran filsofo deeste tiempo: Mao Tse-Tung. Eclipse de la pol -tica va de la mano con el eclipse de la filo queno es ms permanente que la revolucin yno entra en escena ms que en las bisagrasde la historia (edito colectivo, p. 6). Cuando lafilo se retira con el reflujo suena la hora de lostraficantes del nihilismo, del Deseo y del n-

    1051/ Ibdem., p. 1276.

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  • ces y del tronco, a favor de la figura anti-gene-algica del rizoma, que procede por variacio-nes, expansin, conquista, captura, picadura(p. 32). Haced rizoma, no raz, tal era la con-signa. No plantis nunca! Sed multiplicida-des! Haced la lnea y no el punto! Pues un ri-zoma no empieza y no termina.

    Huye segn una red de lneas de fuga. Esaslneas no son lneas de evasin para evadir elmundo. Pretenden, al contrario, hacerlo huir(en doble sentido?, como se revienta un tubo.Esas lneas de fuga son inmanentes al camposocial, porque siempre algo se fuga (p. 249-251).

    Estas lneas de fuga son el camino de un exi-lio o de un xodo, de un nuevo nomadismo des-territorrializado. Esa falta, en efecto, segn loscompinches, es una monadologa que es locontrario de una historia, la expresin de unpensamiento nmade sin sujeto pensante uni-versal (p. 469). La primera determinacin delonmade es que ocupa un espacio liso (p. 510),siendo el mar el espacio liso por excelencia. Loliso se opone a lo estriado. El espacio liso esun campo sin conductos ni canales (p. 459).

    En la cultura no arborescente del rizoma,el devenir matorral lo lleva al orden histrico.Ese devenir no es evolucin por descendenciao por filiacin. No apunta ni produce algo dis-tinto a s mismo. Los devenires son minori-tarios (p. 356). Nunca se deviene mayorita-rio, la mayora no es aqu concebido como unestado cuantitativo sino como un estado dedominacin. Mujeres, chicos, animales, mol-culas son otras tantas minoras. Devenir mi-noritario es pues un asunto poltico, lo con-trario exacto de la macropoltica o de lahistoria con maysculas, donde se trata antetodo de saber cmo conquistar una mayora(propsito anti-estratgico). La conquista dela mayora es de aqu en ms, secundaria, en

    tacin, que substituye la bsqueda de la ver-dad por la lgica del sentido, que combate lasidealidades transcendentales en nombre delas inmanencias creadoras, en pocas palabras,imagen de un Deleuze como pensador alegrede la confusin del mundo. Badiou tira unpoco hacia l el manto de la reconciliacin, alencontrar en lo mltiple una metafsica delo Uno (p. 20) y al recusar el ideal anarqui-zante de autonoma que se le atribuye. Esculpa de los discpulos y del papel equvoco delos discpulos, a menudo (siempre? fieles aun contrasentido y que terminan por traicio-nar. Ahora bien, Deleuze permanece diago-nal en relacin a todos los bloques filosficosque dibuja el paisaje filosfico desde los aossesenta. Verdad.

    La reconciliacin (o el apaciguamiento) de-seada se hara, sin embargo bajo el signo de lafilosofa restaurada en su eminencia ( y en suestar por encima). Descansara en la convic-cin de que podramos por lo menos hacer valer juntos nuestra total serenidad positiva,nuestra indiferencia obrante ante el tema, difundido en todas partes, del fin de la filoso-fa (p. 13). Reencuentros ontolgicos funda-dos en el retorno a la cuestin el Ser:

    En definitiva, el siglo habr sido ontolgico,Esta destinacin es mucho ms esencial queel giro lingstico que se le acredita. Ahorabien, Deleuze identifica pura y simplementela filosofa con la ontologa. El clamor delSer como voz del pensamiento y clamor de lodecible, El pensamiento del Ser es confianzaposible en el ser como medida de las relacio-nes (p. 33). Anexin discutible pstuma.

    Mil mesetas (1980)En Mil mesetas, Deleuze y Guattari, adelan-tando la moda reticular, llamaban a rompercon la cultura de la arborescencia, de las ra-

    practicada. La prctica est primero, No prc-tica pura. Pero el resto no es de ninguna ma-nera incognoscible (p. 279. Todo aconteci-miento es sorpresa, toda decisin es incierta.La revuelta debe sorprender al partido mismo(Tesis de abril, insurreccin de octubre), conuna sorpresa de nuevo tipo, dice an Badiou.Es el dilema estratgico del demasiado tarderesignado y el demasiado pronto represivo.Transformacin de la razn histrica en raznestratgica.

    Remordimientos de Badiou? (Deleuze, LaClameur de ltre, Hachette, 1997). Homenajeincmodo en forma de reconciliacin pstuma.En los aos rojos (1970 y Vincennes), para elmaosta que soy, Deleuze, inspirador filosficode los que nosotros llambamos los anarco-de-seantes, es un enemigo tanto ms temible por-que est en el movimiento y porque su curso esuno de los lugares altos de la universidad.Nunca he temperado mis polmicas, el con-senso no es mi fuerte. Lo ataco con las pala-bras de la artillera pesada de entonces, Dirijouna vez, incluso, una brigada de intervencinen su curso, Escribo, bajo el caracterstico t-tulo El flujo y el partido un artculo furibundocontra sus concepciones de la relacin entremovimiento de masas y poltica, Deleuze per-manece impvido, casi paternal, Habla, res-pecto de m de suicidio intelectual. (pg. 8).

    Se piensa comnmente que la filosofa deGilles Deleuze alienta la multiplicidad hetero-gnea de los deseos y su cumplimiento sin tra-bas, que es respetuosa de las diferencias, quese opone, por eso, conceptualmente, a los tota-litarismos (comprendidos el estaliniano y elmaosta), que preserva los derechos del cuerpocontra los formalismos aterrorizantes, que nocede en nada al espritu de sistema y preservalo Abierto, que participa de la deconstruccinmoderna o post por su crtica de la represen-

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  • la lucha en el frente del deseo como sub-versin permanente de todos los poderes.

    No la unidad ideal, pues, sino una multi-plicidad equvoca de deseos

    Lenin, las consignas y la guerra propos des mots dordre (julio, 1917, t. 25,p. 198). Pas demasiado a menudo en las brus-cas vueltas de la historia que los partidos, anlos avanzados, no puedan, durante ms o me-nos mucho tiempo, asimilarse a la nueva situacin y repiten las consignas justas parala vspera pero que han perdido todo sentidohoy, tan repentinamente como la historia hacambiado repentinamente. La consigna comoembrague para acelerar y cristalizar una co-yuntura, concrecin estratgica. Estrategiassin consignas? Todo el poder a los soviets. Lainsurreccin ahora.

    Coherente con la idea de que la cuestindel poder es la cuestin fundamental de todarevolucin. Si ya no se plantea, no hay ya con-signas (Ibd.)

    Acerca de la guerra, Lenin sigue siendo clau-sewitziano (el prolongamiento de la polticapor otros medios). Deriva de eso que toda gue-rra est indisolublemente ligad al rgimen po-ltico del que deriva. De ah que la Revolu-cin francesa implique el nuevo ejrcito (LaGuerre et la Rvolution, conferencia del 14 demayo de 1917, tome XXIV, p. 407).

    Deleuze filsofo ( Quest-ce que la philosophie ? 1991)La filosofa como creacin continua de concep-tos. La filosofa tiene horror de las discusio-nes y de los debates: siempre tiene otra cosapara hacer (p. 33). Porque la filosofa es unconstructivismo no una dialctica: La filo so-fa es devenir, no historia, co-existencia de pla-nos, no sucesin de sistemas (p. 59).

    estrategia, la consigna, lanzada para ser obe-decida (mucho ms que para ser creda) serauna sentencia de muerte (p. 96). Quienrompa con la cultura de la arborescencia renuncia tambin a la apelacin imperativaa favor de los enunciados en relacin con pre-supuestos implcitos. Cf. Lenin, a propsito delas consignas (1917). Pero la consigna puedetambin comprenderse como un grito dealarma, una alerta ante el fuego: El profetismojudo ha soldado el anhelo de estar muerto y elimpulso a la huida a la consigna divina. Peroel profeta no es un sacerdote (p. 156 /128) ?

    FascismoHay fascismo cuando una mquina de gue-rra se instala en cada agujero, en cada cabeza(p. 261). La sociedad secreta de los microfascis-mos (comprendidas las organizaciones de izquierda). Es fcil, en efecto, proclamarse an-tifascista a nivel molar sin ver al fascista quese es en s mismo, al que se mantiene y ali-menta con molculas personales y colectivas(p. 262). Extrapolacin de la parte obscura alfenmeno poltico. El fascismo, asunto de psicoy de pulsin, despolitizado, deshistorizado?De donde la diferencia entre fascismo y tota-litarismo. El totalitarismo es asunto de Estado, conservador por excelencia, mientrasque en el fascismo, se trata, ciertamente, deuna mquina de guerra (p. 281).

    Deleuze/Guattari/Tarde. La revolucin mo-lecular de Guattari: el capitalismo o la indife-rencia relativista: tartamudea, repite, ritua-liza, mientras que la primera tarea de unateora del deseo sera discernir las vas posi-bles de su irrupcin en el campo social. Cortarel deseo de trabajo es el primer imperativo delcapital. De ah dos luchas no exclusivas:

    la lucha de clases (que implica las mqui-nas de guerra y un cierto centralismo);

    relacin a las marchas de lo imperceptible(p. 358).

    Clases/masas. No hay, en efecto, lucha queno se haga a travs de proposiciones indecidi-bles y que no construya conexiones revoluciona-rias contra las conjugaciones de la axiomtica(p. 592). Segn la oposicin entre lo molar y lomolecular, y desde el punto de vista micropol-tico, una sociedad se define por sus lneas defuga moleculares y por la microgestin de pequeos miedos. As, la nocin de masa es mo-lecular, irreductible a la segmentaridad molarde las clases: Sin embargo, las clases estnbien marcadas en las masas. Ellas las crista -lizan. Y las masas no dejan de derramarse,de escurrirse de las clases (p. 260). (Claro, encierto sentido, puesto que las clases son cons-trucciones socio-estratgicas, y que hay siem-pre un exceso de lo real sobre su constructo con-ceptual) La multiplicidad siempre recomenzadade las masas (el mar, el mar) se opone as a lasingularidad molar de las clases: Hay siempreuna carta variable de las masas bajo la reproduccin de las clases (p. 270). Pues entanto la clase obrera se define por un estatutoadquirido o por un Estado tericamente con -quistado, aparece como capital y no sale delplano del capital (p. 589).

    Ruptura revolucionaria. El clinamen de losantiguos atomistas es el elemento diferencial,generador del torbellino y de la turbulencia, elngulo ms pequeo por el que el tomo sedesva o se separa de la recta. Representa, entonces, la modalidd por excelencia de la flui-dez y de la red, del rizoma en expansin por variacin continua. La idea de revolucin esambigua, tpicamente occidental en la medidaen que remite a una transformacin (estrat-gica an?) del estado y oriental, en la medidaen que proyecta la destruccin/abolicin (p. 478).

    Consigna. Frmula performativa de toda12

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  • porque, aun cuando se opone a la historia, serefiere todava a ella y en ella se inscribe comoun ideal o como una motivacin. Pero el deve-nir es el concepto mismo, Nace en la Historiay en ella recae, pero no est ah. No tiene ens mismo principio ni fin, sino solamente unmedio. Tambin es ms geogrfico que hist-rico (p. 106).Traducido del francs por Felisa Santospara www.democraciasocialista.org

    opera una inversin de la sabidura al serviciode la inmanencia pura, As, Spinoza es elcristo de los filsofos y los ms grandes filso-fos son apenas apstoles (p. 59).

    Desconfianza de la utopa que comportasiempre el riesgo de restauracin de unatranscendencia, si bien hay que distinguirlas utopas autoritarias (o de transcendencia)y las utopas libertarias, revolucionarias, in-manentes. La utopa no es un buen concepto

    La historia de la filosofa tiene un sentidoy la verdad una historia, a menos que no tengasentido? Lo que no puede ser pensado, y sinembargo debe ser pensado, eso fue pensadouna vez, como Cristo se ha encarnado una vezparar mostrar esta vez la posibilidad de lo im-posible. Tentacin ontolgica, pero de una ontologa negativa, ms compatible con el legado de tarde como pensamiento de las rela-ciones y conexiones que del Ser. El filsofo

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