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1 GOOD, LA MIRADA DE JANO Manuel González Riquelme FICHA TÉCNICA: DIRECTOR: Vicente Amorim GUIONISTA: John Wrathall, basada en la obra teatral de C. P. Taylor. AÑO: 2008, fecha de estreno en España: 22 de mayo de 2009. GÉNERO: Drama. DURACIÓN: 96 minutos. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: Andrew Dunn B.S.C. MONTADOR: John Wilson A. C. E. MÚSICA: Simon Lacey. DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Andrew Laws. PRODUCCIÓN: Aramid Entertainment, Good Films. COPRODUCTOR: Michel Morales, Kornel Sipos. PRODUCTORES EJECUTIVOS: Danielle Dajani, Simon Fawcett, Peter Hampoen, Stephen Hays. PRODUCTORES: Sarah Boote, Kevin Loader, Dan Lupovitz, Billy Dietrich PRODUCIDA: Miriam Segal. REPARTO: John Halder (Viggo Mortensen); Maurice Israel Glükstein (Jason Isaacs); Anne Hartman (Jodie Whittaker); Freddie (Steven Mackintosh); Bouhler (Mark Strong); Madre (Gemma Jones); Helen Halder (Anastasia Hille); Elizabeth (Ruth Gemmell); Brunau (Ralph Riach); Adolf Eichmann (Steven Elder); Comandante (Ken Doyle); profesor Mandelstam (David de Kayser); Doctor (Guy Henry); Josef Goebbels (Adrian Schiller); Brownshirt (Rick Warden). La mirada de Jano Jano es uno de los dioses antiguos del panteón romano. Se le representa con dos caras opuestas, una que mira hacia delante y, la otra, hacia atrás. Sus leyendas son exclusivamente romanas y están ligadas a los orígenes de la ciudad. Se le atribuye la invención de la moneda. Las monedas romanas de bronce más antiguas llevaban en el anverso la efigie de Jano y en el reverso una proa de barco. John Halder es como Jano: bifronte. Una de sus

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GOOD, LA MIRADA DE JANO

Manuel González Riquelme

FICHA TÉCNICA:

DIRECTOR: Vicente AmorimGUIONISTA: John Wrathall, basada en la obra teatral de C. P. Taylor.AÑO: 2008, fecha de estreno en España: 22 de mayo de 2009.GÉNERO: Drama.DURACIÓN: 96 minutos.DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: Andrew Dunn B.S.C.MONTADOR: John Wilson A. C. E.MÚSICA: Simon Lacey.DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Andrew Laws.PRODUCCIÓN: Aramid Entertainment, Good Films.COPRODUCTOR: Michel Morales, Kornel Sipos.PRODUCTORES EJECUTIVOS: Danielle Dajani, Simon Fawcett, Peter Hampoen, Stephen Hays.PRODUCTORES: Sarah Boote, Kevin Loader, Dan Lupovitz, Billy DietrichPRODUCIDA: Miriam Segal.REPARTO: John Halder (Viggo Mortensen); Maurice Israel Glükstein (Jason Isaacs); Anne Hartman (Jodie Whittaker); Freddie (Steven Mackintosh); Bouhler (Mark Strong); Madre (Gemma Jones); Helen Halder (Anastasia Hille); Elizabeth (Ruth Gemmell); Brunau (Ralph Riach); Adolf Eichmann (Steven Elder); Comandante (Ken Doyle); profesor Mandelstam (David de Kayser); Doctor (Guy Henry); Josef Goebbels (Adrian Schiller); Brownshirt (Rick Warden).

La mirada de Jano

Jano es uno de los dioses antiguos del panteón romano. Se le representa con dos caras opuestas, una que mira hacia delante y, la otra, hacia atrás. Sus leyendas son exclusivamente romanas y están ligadas a los orígenes de la ciudad. Se le atribuye la invención de la moneda. Las monedas romanas de bronce más antiguas llevaban en el anverso la efigie de Jano y en el reverso una proa de barco. John Halder es como Jano: bifronte. Una de sus miradas se dirige a la República de Weimar antes de la llegada del nacionalsocialismo, donde desempeña sus tareas de profesor de literatura francesa en la Universidad de Berlín, vive en una casa con su esposa abstraída que toca el piano todo el día, sus dos hijos Lotte y Erick, que corretean por la casa importunando a su padre y una madre con demencia senil, que solicita constantemente la atención de su hijo, en suma, una auténtica jaula de grillos, no obstante, feliz; la otra mirada, va paralela a la ascensión de Hitler al poder y la progresión del nacionalsocialismo en la Alemania de entreguerras y la propia guerra. Raúl Hilberg traza un triángulo de tipos sociales de la Alemania nazi: en uno de sus vértices estarían las víctimas, en la otra, el perpetrador y, finalmente, en el último vértice estaría el “bystander”, esto es, “el que mira hacia otro lado”, da la espalda y prefiere omitir la realidad, claro está, minimizándola, amparándose en el cinturón de seguridad que le proporciona colaborar con el sistema.

La cinta se inicia en Berlín abril de 1937. Un coche se detiene ante la Cancillería del Reich, Halder desciende, el reichsleiter Bouhler le espera. John Halder no sabe de qué se trata, ha recibido una carta del Comité del Reich para el registro científico de enfermedades hereditarias graves, no sabe muy bien por qué se le cita. En el despacho de Bouhler un pintor termina el retrato de Hitler, Bouhler despacha con una secretaria, ni siquiera levanta la cabeza cuando entra el profesor. Éste se aproxima con timidez, en frente del reichsleiter alza el brazo con indecisión. “Como presidente del comité censor es mi trabajo supervisar cuidadosamente la literatura moderna para garantizar que se plasme el espíritu del nacionalsocialismo. Le he pedido

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que venga para aclarar su opinión sobre un asunto de interés para el Führer” -Bouhler, abre un cajón y saca un libro, se trata de una novela de John Halder. “Su novela suscita cuestiones polémicas sobre el derecho a la vida. Sus conclusiones son revolucionarias” “¿Lo son?” –pregunta Halder, algo confuso. “Supongo que sostiene la opiniones que expresa aquí”. “Lo escribí hace años. Por supuesto, es una obra de ficción” –responde Halder.

El hombre de la multitud

La pregunta es: ¿Qué es lo que se necesita para convertir a un hombre decente en un asesino en toda regla? Freud había escrito Psicología de masas en 1920, citando a Le Bon El alma de las multitudes, octava edición, Félix Alcan, 1921, escribe: “La personalidad consciente desaparece; la voluntad y el discernimiento quedan abolidos. Tal es el aproximadamente el estado del individuo integrado en la multitud. No tiene ya conciencia de sus actos. En él, como en el hipnotizado, quedan abolidas ciertas facultades y pueden ser llevadas otras en un grado extremo de exaltación. La influencia de una sugestión le lanzará con el ímpetu irresistible a la ejecución de ciertos actos. Ímpetu más irresistible aún en las multitudes que en el sujeto hipnotizado, pues siendo la sugestión la misma para todos los individuos, se intensificará al hacerse recíproca. Así pues, la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y las ideas en igual sentido, por sugestión y contagio, y la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son los principales caracteres del individuo integrado en una multitud. Perdidos todos sus rasgos personales, pasa ha convertirse en un autómata sin voluntad. La noción de lo imposible no existe para un individuo que forma parte de la multitud. La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella. Los sentimientos de la multitud son siempre simples y exaltados. De este modo, no conoce dudas ni incertidumbres. Las multitudes llegan rápidamente al extremo. La sospecha enunciada se transforma ipso facto en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía, pasa a constituir en segundos un odio feroz. La multitud es tan autoritaria como intolerable. Respeta la fuerza y no ve en la bondad sino una especie de debilidad, que le impresiona muy poco. Lo que la multitud exige de sus héroes es la fuerza e incluso la violencia. Quiere ser dominada, subyugada y temer a su amo… En la reunión de unos individuos integrados en una masa desaparecen todas las inhibiciones individuales, mientras todos los instintos crueles, brutales y destructores, residuos de épocas primitivas, latentes en el individuo, despiertan y buscan su libre satisfacción. Pero bajo la influencia de la sugestión, las masas son también capaces del desinterés y el sacrificio por un ideal. Mientras que el nivel intelectual de la multitud aparece siempre inferior al del individuo, su conducta moral puede tanto sobrepasar el nivel ético individual como descender por debajo de él”.

“Todos somos buenos alemanes, posiblemente”, la radiografía de la multitud que acaba de hacer Freud cuadra muy bien con el retrato del alemán medio que se dejó seducir por el nacionalsocialismo sin evaluar claramente las consecuencias de los actos que se estaban desarrollando y el final. Halder no es un gánster es un cliché nazi tipo Albert Speer. Como sabemos, Speer, arquitecto del Tercer Reich, Ministro de Armamentos e Instrucción Bélica, no dudó en utilizar a judíos en trabajos forzados y confiscó sus propiedades, negando, posteriormente, que conociera los planes de Hitler de la Solución Final. Halder es como Speer. El problema es cómo un intelectual puede racionalizar la corrupción y el terror. Halder es un tipo débil al que le gusta sentir que hace el bien cuando el efecto es que provoca el caos, el desastre y la muerte entre las personas que le rodean.

A la búsqueda del tiempo perdido

Halder es profesor de literatura francesa. Una de sus clases, explica a Proust. Recordemos la magna obra A la búsqueda del tiempo perdido, de algún modo estamos a la búsqueda del tiempo perdido, ¿cuál? La República de Weimar: una república sin republicanos. La pizarra está llena de citas de Proust. Anotaciones de Freud o Dostoievski. Fuera, los estudiantes hacen una pila de

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libros “prohibidos”. Una de las ventanas despliega una bandera nazi. Se interrumpe la clase: “Profesor Mandelstam, deberíamos hacer algo al respecto. ¿Acudimos al rector?” –pregunta John Halder. “Por favor, John no creo que eso sea bueno para ninguno de los dos. De hecho, creo que debo ir más lejos como Jefe de Departamento es mi deber garantizar que desaparezcan las obras de los autores proscritos. No sólo de la biblioteca sino también de su curriculum”. “¿Qué autores tienen en mente?” –pregunta Halder. “Proust para empezar”; “¿Porque es francés?” –matiza el profesor de literatura; Halder no tiene más alternativa. Si se niega, será despedido.

La famosa cita de Heine: “se empieza quemando libros y se acaba quemando personas”, fue premonitoria. Saul Friedländer escribe en su obra Los judíos y el Tercer Reich (1933-1939). Los años de persecución, “Élites consentidas, élites amenazadas” que a principios de abril de 1933, la Asociación de Estudiantes Nacionalsocialistas organizó una sección de prensa y propaganda. Su primera medida, aprobada el 8 de abril, iba a ser “la quema pública de escritos destructivos judíos” por parte de la universidad como reacción a la “desvergonzada incitación” del judaísmo mundial en contra de Alemania. Entre el 12 de abril y el 10 de mayo se llevaría a cabo una campaña de “información”, y a las seis de la tarde del último día de la misma empezaría la quema de obras judías en los campus universitarios. Los doce puntos que los estudiantes prepararon no iban dirigidos contra los judíos o el “espíritu judío”: entre sus objetivos se hallaban el marxismo, el pacifismo y el “excesivo hincapié en la vida de los instintos” (es decir, “la escuela freudiana y su revista Imago). Era una rebelión de los germanos contra el “espíritu antigermano”. El impulso principal seguía siendo antijudío. El 13 de abril estos puntos se colocaron en los edificios y tableros de las universidades de toda Alemania. El punto 7 era el siguiente: “Cuando el judío escribe en alemán, miente. Debería ser obligatorio, a partir de ahora, indicar en los libros que deseen publicar en alemán: ‘Traducido del hebreo’”. La tarde del 10 de mayo tuvieron lugar “autos de fe” bibliográficos en la mayoría de las universidades y ciudades de Alemania. En Berlín se quemaron más de veinte mil libros y de dos a tres mil más en todas las ciudades importantes. En Berlín, presidiendo una enorme hoguera frente a la Opera Kroll, varios conferenciantes, entre ellos Goebbels, tomaron la palabra. La multitud gritó consignas en contra de los autores prohibidos: “Los enormes reflectores de la plaza de la Ópera –informaba el Jüdische Rundschau- también arrojaron su luz sobre la consunción de nuestra existencia y de nuestros destino. No sólo se ha acusado a los judíos, sino también a los hombres de pura sangre alemana. Estos últimos han sido juzgados únicamente por sus hechos. Para los judíos, en cambio, no hace falta un motivo específico; como reza el antiguo dicho: “Hay que quemar al judío”.

Más tarde, en el despacho de Halder, una joven Anne Hartman, pide su consejo. Asiste a sus clases pero no está matriculada en el curso: “Se supone que estudio historia pero no sé por qué. No veo qué tiene que ver con nada. Sentarme en un auditorio a escuchar a un viejo aburrido. Vengo por sus clases. Usted les da vida. Le oí hablando con Mandelstam. Ojalá la gente defendiera sus creencias”. “¿Y en qué cree usted señorita Hartman?” –pregunta Halder. “Sé lo que me gusta, lo siento apasionadamente. Pero mis ideas, simplemente, no parecen reales”. “Quizás por esto está aquí en la Universidad para asociar esa pasión” –sugiere el profesor. “¿A usted le funcionó?” –pregunta Miss Hartman. “Yo creo en los libros. Espero no parecer demasiado anticuado. ¿Qué tienen que ver unos libros anticuados con la vida? Quién sabe podría liberarme tirándolos todos y empezando de nuevo. Y estoy escribiendo otro. Uno más del montón”. “¿De qué trata?” –pregunta la estudiante de historia. “De un hombre que mata a su esposa por que la ama ¿entiende? Sufre una enfermedad incurable. ¿Quién leerá algo tan deprimente?” –se pregunta el profesor. “Claro que querrán, suena muy romántico. Matar por amor” –responde Anne. Nosotros podríamos responder de igual modo: Hitler lo leerá, se inspirará en su novela para llevar a cabo una feroz política de exterminio; Goebbels lo leerá e incluso querrá hacer una película con su actriz favorita Lida Baarova como protagonista. Al salir, profesor y estudiante se miran. Halder sufre la primera de las tres fantasías musicales que marcarán el ritmo de la película: varios ordenanzas universitarios se encargan de recoger las cenizas aún calientes de los libros quemados, cuando entonan una canción…

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La negación

John Halder inconscientemente hace un buen retrato de sí mismo explicando a Proust. Recordemos este monólogo: “Sustituimos la opacidad de los sonidos por la transparencia de las ideas. Transparencia de ideas, relatividad de percepción, música y fe, memoria y culpa. Los recuerdos más poderosos son los involuntarios. Un sonido fortuito. El golpecito de una cuchara sobre un plato mientras espera en la biblioteca y, de repente, te invade la felicidad. Está siendo transportado a un tren detenido en pleno campo. Observa como el sol ilumina una hilera de árboles lejanos. Fuera un ferroviario golpea una rueda con un martillo y esto es un hueco de ese preciso sonido…” En este punto, se interrumpe la clase. En el patio, el terror, la quema de libros. La opacidad de los sonidos le sirve a Halder para la transparencia de las ideas, sin embargo, en Halder las ideas siguen siendo opacas. “Transparencia de ideas, relatividad de percepción, música y fe, memoria y culpa”. Halder sufre un proceso de negación de la realidad desde que Hitler subió al poder en enero de 1933. Escucha a Mahler cuando se encuentra ante un conflicto cognitivo. “Música y fe, memoria y culpa”. Sabe perfectamente lo que está ocurriendo pero prefiere racionalizarlo a través de Mahler. Maurice, psicoanalista de profesión, representa el principio de realidad, advierte que: “Pusimos el país en manos de un lunático. Refugiarse en la fantasía pude ser una respuesta racional a un mundo irracional. (…) Como narcisista patológico, ese hombre es fascinante. El problema es que en vez de atarlo con correas y achicharrarle el puto cerebro, lo toman al pie de la letra”; “Dale tiempo, Maurice. Hitler es un chiste. No durará” –afirma John Halder.

Erich Fromm en El miedo a la libertad, capítulo VI “Psicología del nazismo”, recordemos que la primera edición de este libro es del año 1941, expone que son dos las opiniones en la comprensión del nazismo: “la primera opinión considera la ideología nazi como el resultado de un dinamismo exclusivamente económico –la tendencia expansiva del imperialismo alemán- o bien como un fenómeno esencialmente político –la conquista del Estado por un partido político, apoyado por industriales y junkers-; en suma, la victoria nazi es considerada como la consecuencia de un engaño por parte de una minoría, acompañado de coerción sobre la mayoría del pueblo. El segundo punto de vista, sostiene que el nazismo puede ser explicado en términos psicológicos. Se considera a Hitler como loco o como neurótico y, análogamente, se piensa en sus adeptos como en individuos dementes o desequilibrados. De acuerdo con este tipo de explicación, tal como lo expone L. Mumford, la verdadera fuente del fascismo ha de hallarse en el alma humana, y no en la economía. ‘En la existencia de un inmenso orgullo, en el placer de ser cruel, en la desintegración neurótica –afirma este autor- es donde reside la explicación del fascismo, y no en el Tratado de Versalles o en la poca capacidad de la República Alemana’” (L. Mumford, Faith for Living, Secker and Worhury, 1941, p. 118).

Ian Kersaw señala en Hitler 1889-1936, “La ascensión al poder”, VI: “El acceso de Hitler al poder no tuvo nada de inevitable. Si Hindenburg se hubiese mostrado dispuesto a permitir a Schleicher disolver el Reichstag, tras como se había aprestado a permitírselo a Papen, por un período superior a los sesenta días que señalaba la constitución, podría haberse evitado que Hitler llegara a ser canciller. Con el repunte de la Depresión económica y con el movimiento nazi afrontando una posible desintegración si no se llegaba pronto al poder, habría sido muy distinto el futuro (incluso con un gobierno autoritario). Incluso mientras el gabinete discutía a la puerta de Hindenburg a las once del 30 de enero, haciendo esperar al presidente, había una posibilidad de que no pudiese materializarse una cancillería de Hitler. La ascensión de éste desde sus humildes inicios a ‘tomar’ el poder en un ‘triunfo de la voluntad’ fue la materia prima de la leyenda nazi. Fue, en realidad, el error de cálculo político de los que tenían acceso habitual a los pasillos del poder, más que la actuación del dirigente nazi lo que desempeñó un papel más importante en su acceso a la cancillería. Su camino debería haber quedado bloqueado mucho antes del drama final de enero de 1933. La oportunidad más evidente se perdió al no imponerse una fuerte sentencia de cárcel después del fiasco golpe de 1923. (…) Fueron los errores de cálculo de una

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clase política decidida a infligir el daño que pudiese (o, al menos, hacer sólo debilísimas tentativas de defender) a la nueva república democrática, detestada o como máximo meramente tolerada. El ansia de destruir la democracia más que el afán de llevar a los nazis al poder fue lo que desencadenó los complejos procesos que desembocaron en la cancillería de Hitler. (…) Reservase lo que reservase el futuro, para los que no podían compartir el delirio de las hordas de las SA desfilando por la puerta de Brandemburgo para celebrar la noche del 30 de mayo de 1933, era en el mejor de los casos incierto. ‘Un salto a la oscuridad’ fue como describió un periódico católico el nombramiento de Hitler para la cancillería (Regensburger Anzeiger, 31 de enero de 1933). Y los había, sobre todo en la izquierda derrotada, que preveían un desastre, Ludendorff escribió a su antiguo compañero de guerra Hindenburg: ‘Habéis entregado nuestra sagrada Patria Alemana a uno de los mayores demagogos de todos los tiempos. Yo profetizo solemnemente que este hombre maldito arrojará nuestro Reich al abismo y llevará nuestra nación a una miseria inconcebible. Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por lo que habéis hecho (Gutachen des Instituts für Zietgeschichte, vol. 1, Munich, 1958, 36, no hay referencias)’”.

La segunda negación tiene lugar en el plató cinematográfico, estamos en octubre de 1938, John Halder ha ingresado en el partido y es miembro honorario de las SS. Se está rodando la adaptación de su novela al cine. Halder y Anne Hartman observan la escena, de repente, acude Goebbels con su actriz preferida: “Sin su visión ninguno de nosotros estaría aquí, profesor Halder ¿o prefiere hauptsturmführer?”. La cámara enfoca el anillo de las SS en el dedo corazón de Halder. “Profesor está bien reichminister” –responde este último. “Gran parte de lo que hacemos aquí son pequeñeces. Sueños para las masas. Lo sé muy bien. Examino todos los guiones. Pero Halder tiene un mensaje de verdad” –afirma el Ministro de Propaganda. “Es usted muy amable. Permítame presentarle a mi esposa Anne” (advertimos que Anne está embarazada). “La viva imagen de la maternidad aria. Mis cumplidos. Debemos hallar un modo de canalizar su talento” –Goebbels se marcha. John Halder sufre la segunda de las tres alucinaciones musicales, esta vez, son los operarios de cine quienes dan contenido a su fantasía. La luz del flash fotográfico lo devuelve a la realidad. “Ha sido precioso” –afirma John. Estamos de nuevo en Proust. La desrealización musical le devuelve un instante de felicidad motivado por el reconocimiento del reichminister Goebbels, su expresión en palabras de Clive Barnes del New York Post del 14 de octubre de 1982, referidas a Alan Howard en la caracterización de este personaje para el teatro: “Con sus gafas sin montura, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado y su expresión en una eterna congelación de sorpresa, Howard crea un retrato de hombre casi agradable pero totalmente despreciable”.

El caso Goebbels

Siegfried Kracauer en su libro De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine alemán en el suplemento “La propaganda y los filmes de guerra nazis” en el capítulo 5 “Conflicto con la realidad” afirma que: Los nazis “rastrearon persistentemente toda opinión independiente y la desalojaron de su más remoto escondite con la obvia intención de bloquear todos os impulsos individuales. Trataron de esterilizar la conciencia. Al mismo tiempo, obligaron a la mente a estar a su servicio, movilizando sus poderes y emociones de tal manera que no quedó lugar ni voluntad para la heterodoxia intelectual. Procediendo cruelmente, no sólo consiguieron impedir que la realidad creciera de nuevo sino que se apoderaron de los componentes de esa realidad para fabricar la pseudorealidad del sistema totalitario. Las viejas canciones tradicionales sobrevivieron, pero con versos nazis. (…) Goebbels, experto en combinar la retórica periodística y el cinismo brillante defendió la propaganda política moderna como un “arte creador”, dando a entender de esta manera que él lo consideraba un poder autónomo más que un instrumento subordinado. (…) Un mundo conformado por el arte de la propaganda se convierte en arcilla modelable, material amorfo carente de toda iniciativa propia: ‘Ojalá que la brillante llama de nuestro entusiasmo nunca se extinga. Sólo esta llama da luz y calor al arte creador de la moderna propaganda política. Levantándose de las profundidades del pueblo, este arte siempre

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debe volver a descender sobre él y encontrar allí su fuerza. El poder basado en las armas puede ser una cosa buena; es, sin embargo, mejor y más satisfactorio ganar el corazón del pueblo y conservarlo’”. A este fin se dedicó el Ministro de Propaganda. Goebbels había pronunciado estas palabras en la Convención del Partido, en Nuremberg, en 1934. El triunfo de la voluntad, el film que trata esta Convención, las ilustra. Se recurrió a la realidad adulterada y, en palabras de Kracauer, “a las mentes agotadas ya no les fue permitido soñar”. Cuando en 1787 Catalina II viajó hacia el sur a inspeccionar sus nuevas provincias, el general Potemkin, gobernador de Ucrania, llenó las solitarias estepas rusas con villas hechas de cartón para dar a la soberana la impresión de una vida floreciente, anécdota que termina con la plenamente satisfecha Catalina confiriendo a su antiguo favorito el título de Príncipe de Tauris. Los nazis también falsificaron la vida a la manera de Potemkin; sin embargo, en lugar de cartón, usaron la vida para construir imaginarias villas. John Halder es un blanco fácil para los propagandistas del partido. Es el Blanco con mayúsculas que cambia su traje viejo, ajado, de café por el uniforme de las SS. Se trata de un cómplice que traiciona a sus amigos. Su novela sobre la eutanasia servirá para apoyar las políticas eugenésicas nazis. Todos sabemos los trágicos resultados.

Volvemos al despacho de Bouhler, a aquella entrevista de abril del 37: “¿Le sorprendería saber que el mismo Führer examinó su libro? Quiero que lea esto. Una de nuestras obligaciones es procesar las numerosas cartas enviadas por los ciudadanos al Führer. Es una manera inigualable de penetrar en el espíritu de renovación vivo actualmente en nuestro país. El Führer ha recibido numerosas cartas de parientes de personas desafortunadas con minusvalías incurables solicitando su permiso para aliviar su sufrimiento. Y ahí entra usted. Necesitamos un ensayo suyo Halder que argumente en la misma línea de la novela. Un enfoque sobre la ‘muerte piadosa’ por motivos humanitarios”. “¿Para eso me ha llamado? –pregunta Halder; “¿Para qué si no?” –replica el reichsleiter; “No soy ningún experto. Mi madre es una enferma crónica: tuberculosis”; “El mismo Führer dijo que estaba escrita con el corazón. Goebbels está impresionado. De hecho, piensa en una excelente película sobre el tema. Y, en cuanto a mí, me impresiona la humanidad de su texto”. Abandonan el despacho, “¿entonces es lo único que quiere de mí? ¿Un ensayo?” –insiste Halder. “Su trabajo será muy bien remunerado. Pero para mí, su participación sería una garantía de que la cuestión del humanitarismo es fundamental en nuestro enfoque”. “Quizá pueda tener un borrador para la próxima semana” –sugiere el catedrático. “Excelente. Sólo una cosa más. Antes de llamarle examinamos su expediente. Por supuesto, sirvió en el frente en 1918, trabaja en la universidad, todo más o menos en orden excepto un descuido: no pertenece al partido”. “Lo he hablado muchas veces con mi suegro el Dr. Brunau. Es un prominente miembro de nuestro distrito. Pero, al mismo tiempo, ya he mencionado la enfermedad de mi madre, mi vida es… un poco complicada”. El profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Berlín es un blanco fácil para los propagandistas nazis. “Todo lo necesario para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”, la cita de Edmund Burke, es apropiada a John Halder. Halder podía haberse negado a colaborar con Bouhler. Esa misma tarde podía haber cogido un tren a París. No hizo nada de esto sino que se puso a escribir un ensayo eugenésico que será el manual nazi para la política de exterminio de discapacitados físicos, psíquicos, homosexuales, gitanos, judíos…

La fantasía musical de la Kristallnacht

Saul Friedländer escribe en su magnífica obra El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de persecución. El capítulo 8 “Un modelo austríaco” (pp. 365-367): “No está claro si se consultó o no a Hitler acerca de la expulsión de los judíos polacos. Ribbentrop, Himmler y Heydrich debieron tener la sensación de que dadas las circunstancias internacionales después del acuerdo de Munich, nadie levantaría un solo dedo en defensa de los judíos. La propia Polonia dependía de la buena voluntad alemana. ¿Acaso no se había apoderado de la región de Teschen, en el nordeste de Checo-Eslovaquia, aprovechando el impulso de la anexión de los Sudetes por parte de Alemania? El momento para la expulsión no podía haber sido más propicio. De modo que, siguiendo órdenes de Himmler, el 29 de octubre, todos los judíos polacos varones

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residentes en Alemania debían ser deportados obligatoriamente, al otro lado de la frontera de Polonia. El 27 y el 28 de octubre la policía y las SS reunieron y transportaron a los judíos hasta las cercanías de la ciudad polaca de Zbaszyn, donde les enviaron al otro lado del río. Los guardias de la frontera polaca, como era su obligación, los devolvieron por donde habían venido. Durante días, bajo una lluvia torrencial y sin alimento ni cobijo alguno, los deportados vagaron entre las dos fronteras; la mayoría de ellos acabaron en un campo de concentración polaco junto a Zbaszyn. Al resto, se le permitió volver a Alemania. Unos 16.000 judíos polacos fueron expulsados de ese modo. Los Grynszpan, una familia de Hannover, estaban entre los judíos transportados a las fronteras el 27 de octubre. Herschel, su hijo de diecisiete años, no iba con ellos. En aquel momento estaba viviendo clandestinamente en París, subsistiendo a duras penas a base de trabajos ocasionales y algo de ayuda de sus parientes. Su hermana Berta le escribió el 3 de noviembre: ‘Nos permitieron volver a casa para coger al menos lo más necesario. Así que fui acompañada de un <Schupo> [Schutzpolizei, la gendarmería alemana] y metí las ropas más necesarias en una maleta. Es todo lo que pude salvar. No tenemos ni un céntimo. Te seguiré contando cuando vuelva a escribirte. Afectuosos saludos y besos de todos nosotros. Berta’ (Citado de Michael R. Marrus, “The Strange Story of Herschel Grynszpan”, American Scholar 57, nº 1, invierno de 1987-1988, pp. 70-71). El joven Herschel Grynszpan no conoció los detalles de lo que estaba ocurriendo a su familia cerca de Zbaszyn, pero podía imaginárselo muy bien. El 7 de noviembre escribió una nota a su tío de París: ‘Con la ayuda de Dios [escrito en hebreo] (…) no podría hacer otra cosa. Se me rompe el corazón cuando pienso en nuestra tragedia y en la de 12.000 judíos. Tengo que protestar de una forma tal que todo el mundo oiga mi protesta, y eso es lo que me propongo hacer. Te ruego tu perdón. Hermann’. Grynszpan compró una pistola, fue a la embajada alemana y pidió ver a algún funcionario. Le enviaron al despacho del primer secretario Ernst vom Rath; allí disparó e hirió mortalmente al diplomático alemán” (citando la misma fuente, pp. 71-72).

Rath murió el 9 de noviembre a las 17,30. La noticia de la muerte del diplomático alemán se la comunicaron a Hitler durante la tradicional cena de “Antiguos combatientes” del Altes Rathaus de Munich en torno a las nueve de aquella noche. Acto seguido y tras una dura conversación entre Hitler y Goebbels, el primero se levantó y abandonó la reunión sin el discurso de rigor. Saul Friedländer cita las notas de Goebbels del día 10 en sus diarios: “He informado de este asunto al Führer. Él decide: debe permitirse que continúen las manifestaciones. La policía debe retirarse. Por una vez, los judíos deben notar la sensación de la ira popular. Eso está bien. Inmediatamente doy las instrucciones necesarias a la policía y al partido. Luego, hablo brevemente en ese mismo tono a los líderes del partido. Aplausos estruendosos. Todos van raudos a los teléfonos. Ahora la gente empezará a actuar”. Goebbels describía luego la destrucción de sinagogas en Munich. Dio las órdenes para que la sinagoga principal de Berlín, en la Fasanenstrasse, fuese destruida. Y continuaba: “Quiero volver al hotel y ver un [resplandor] rojo sangre en el cielo. La sinagoga ardiendo (…) Sólo extinguiremos el fuego si es necesario salvar los edificios vecinos. De los contrario, que arda hasta los cimientos. (…) Desde todo el Reich llaga nueva información: 50 sinagogas están ardiendo, luego son ya 70. El Führer ha ordenado que de 20.000 a 30.000 judíos sean arrestados de inmediato. (…) En Berlín arden 5 sinagogas, luego 15. La ira popular se inflama. (…) Debería dársele rienda suelta. Mientras me llevan al hotel, saltan los escaparates hechos añicos (los están rompiendo a golpes). ¡Bravo! ¡Bravo! Las sinagogas arden como viejas barracas. Las propiedades alemanas no sufren ningún daño. De momento, no queda nada especial por hacer”. (50, dann 75 synagogen brennen: Tagebuchschreiber Goebbels uber die “Reichkristallnacht”, Der Spiegel, 13 de Julio de 1992).

Todavía en Munich el día 11: “Ayer: Berlín. Allí todo ha ido fantásticamente bien. Un incendio tras otro. Así funcionan las cosas. Preparo una orden para poner fin a las acciones. Por ahora es suficiente. (…) El peligro es que la multitud pueda aparecer en escena. En todo el país se han quemado sinagogas. Informo al Führer en la Osteria [restaurante en Munich; Hitler más tarde se fue al Obersalzberg]. Él está de acuerdo con todo. Su punto de vista es totalmente radical y agresivo. La acción misma ha tenido lugar sin la menos complicación. Cien muertos. Pero no se

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ha dañado ninguna propiedad alemana”. (…) “Con pequeños cambios, Hitler accede a mi decreto concerniente al fin de las acciones. El Führer quiere tomar medidas muy agresivas contra los judíos. Ellos mismos deben poner sus negocios de nuevo en orden. Las compañías de seguros no les pagaran nada. Luego el Führer desea una expropiación gradual de los negocios de los judíos. (…) Yo doy las órdenes secretas oportunas. Ahora esperamos las reacciones extranjeras. Por el momento, están callados. Pero pronto empezarán las quejas”.

El 17 de noviembre Hitler asistió al funeral de Rath, que se oficiaba en Düsseldorf.

¿Cuál fue la responsabilidad de John Halder en la Kristallnacht? Esa noche había cena de invitados en la nueva casa de John Halder, ahora Jefe de Departamento, arrebatada a su antiguo propietario Mandelstam, ex Jefe de Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Berlín. Freddie, miembro activo de las SS, y su mujer Elisabeth son convocados a la cita. No inmediatamente llega un comunicado urgente para el sturmbanführer Drobisch, una orden para presentarse de inmediato en el cuartel general. “¿Qué ha pasado? –pregunta John. “Los judíos han disparado a von Rath”. “¿Quién es von Rath?” –pregunta John. “El secretario de la embajada en París. Una bala en el abdomen. Me ha estropeado la noche”. “¿Por qué?” –pregunta el profesor. “Míralo así. Si von Rath muere, no querría ser un judío mañana”. Mientras Freddie va a disculparse, John le arrebata el pase de las SS del bolsillo de la chaqueta. Está pensando en proteger a Maurice y en el billete de tren a París. “No has dicho adónde vas” –afirma Lis. “A quemar unas cuantas sinagogas, tardaré toda la noche” –concluye Freddie. “Dijiste que ya no hacían esas cosas” –Anne a John. “Sí eso era lo que pensaba” –confiesa Halder. “En serio, no vas a quemar sinagogas” –Lis a Freddie. “No lo primero es un mitin para organizar la manifestación espontánea de indignación popular para mañana por la noche” –señala Freddie. Al marcharse, John le pone una mano en el hombro en señal de comprensión y de camaradería. Durante la cena, nadie habla. La cámara hace un zoom de aproximación a Halder que piensa en cómo ayudar a Maurice. “Acabo de recordar que me he dejado algo en el trabajo, unos papeles que necesito para mi clase de mañana. Lo siento” –John se levanta precipitadamente y se marcha. En primer lugar, se dirige por segunda vez a la estación. El mismo funcionario. La misma resistencia. John logra intimidarle recordándole que está hablando con un miembro especial de las SS. Al fin consigue el billete. A toda prisa, a casa de Maurice pero no hay nadie. Improvisa una nota que logra introducir por uno de los cristales rotos de la puerta.

Regresa a casa. Suena el teléfono. Von Rath ha muerto. Le ordenan se presente esta noche. Han movilizado a las reservas. Anne le trae el uniforme. John está aturdido y desesperado. “Eres un hombre de letras. No deberías estar patrullando la calle” –Afirma Anne. “Nunca pensé que llegaría a esto” –expresa John. “Claro que no. Pero ¿qué vas a hacer exactamente esta noche? Mantener la paz, impedir que la gente se descontrole” –afirma Anne, intentando calmarle. “¿Eso es todo realmente?” –pregunta el hombrecillo. “Sí, no correrás ningún peligro”. “No me preocupa eso. Sólo pienso en Maurice. Le prometí que estaría bien” –logra decir Halder. “No es tu culpa. Los judíos sensatos se fueron hace años” –observa Anne. “Exacto. Debí ayudarle mientras estaba a tiempo”. “Puede cuidar de sí mismo y no tiene familia. ¿Arriesgarías todo lo que tenemos por él?” –pregunta Anne Hartman. “Quizá venga cuando yo no esté” –John abre el cajón de una mesita y ordena a su mujer que le de el billete a París con el pase de las SS. “¿Qué has hecho?” –Anne tiene miedo. “Tienes que hacer esto por mí”. Se produce un forcejeo y Anne cae a la cama. “¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?” –pregunta Halder desconsolado. “Mírate a ti mismo. Sólo mírate”. John ante un gran espejo se ha convertido en un nazi. Ha dejado de ser el profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Berlín, ahora es un cómplice del sistema.

En la calle reina el caos. John mira a todos lados. Goebbels lo había expresado muy bien en sus diarios: “mientras me llevan al hotel, saltan los escaparates hechos añicos”. Se dirige, de nuevo, al apartamento de Maurice. Lo han destrozado por completo. En la puerta, el camión con la redada está a punto de partir. Ordena detener el vehículo. “¡Maurice!” –grita. Maurice no está. En otro camión se repite la misma escena: “¿Está aquí Maurice Gluckstein?” –pregunta a un cabo

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de las SS. “No se preocupe, nadie escapará”. “Tengo órdenes de llevármelo” –dicta contundente el flamante oficial de las SS. “¿Hay algún Gluckstein?” –pregunta el cabo. “Yo soy Gluckstein” –afirma uno de los prisioneros. “¿Es él?” –el cabo a John. “Sí” –afirma Halder. En el acto, John sufre otra fantasía musical. Entretanto, el falso Gluckstein se larga corriendo. John se dirige a casa. Pregunta a Anne si ha venido. “¿Quién?” –pregunta Anne. “Maurice”. “No, ven a la cama” –aconseja su joven esposa.

La fantasía real de Auschwitz

Una elipsis temporal. Estamos en abril de 1942. Hace tres meses se ha celebrado la Conferencia en el lago Wannsee en Berlín cuyo propósito fue analizar y coordinar la “Solución Final” al “problema judío”, esto es, el exterminio masivo de todo el judaísmo europeo, 11 millones, incluidos aquellos que vivían en países aún no ocupados por los nazis. La conferencia fue organizada por Reinhard Heydrich, el segundo de Heinrich Himmler y jefe de la Reichssicherheitshauptamt (RSHA, Oficina Central de la Seguridad del Reich). Participaron en ella los secretarios estatales de las oficinas de gobierno encargadas de las políticas antijudías de Hitler y algunos jefes de las SS, entre ellos, Adolf Eichmann, director de la oficina judía de Heydrich que, posteriormente, redactó las actas de la conferencia. De nuevo estamos en la Cancillería del Reich. Eichmann se interesa por John Halder. Halder no es Eichmann. El Teniente Coronel no es un intelectual, tiene claro qué hace y por qué lo hace. Halder no. Adolf Eichmann se puso al frente en 1939 de la sección judía de la Gestapo. Trabajaba bajo las órdenes de Heydrich y, en ocasiones, bajo las órdenes directas de Himmler. En 1939 y 1940 supervisó la deportación de polacos y judíos a las zonas de Polonia anexadas por el Reich. Una de las primeras ideas que puso en práctica fue el plan Nisko y Lublin, que preveía la deportación masiva y el reasentamiento de judíos en el Generalgouvernement. A pesar de que el plan fracasó, se convirtió en el prototipo de las deportaciones masivas de los judíos durante la guerra. Para fines de 1940, la oficina de Eichmann controlaba a todos los judíos dentro del Reich. Fue el responsable directo del gueto de Theresienstadt. Dirigió personalmente las deportaciones de 1944 en Hungría.

Eichmann informa a Halder: “Aquí habla de su amistad con un tal Gluckstein, Maurice Israel Gluckstein”. “Sobre todo una relación profesional. Era mi médico” –responde Halder. “Psicoanalista, dice aquí. Según nuestros informes siguió relacionándose con él después de prohibirle practicar, eso habría sido en 1938” –observa el jefe de las SS. “Él me abordó a mí, ahora lo recuerdo. Me pidió ayuda para salir del país. Yo le envié a las autoridades pertinentes”. “Ha escrito sobre los judíos” –es una afirmación. “Mi campo es la literatura” –matiza el profesor. “Desde un punto de vista racial. Tenemos informes de sus clases. Su trabajo en la universidad es valorado por los dirigentes pero en tiempos de guerra todos debemos poner más de nuestra parte. Ahora estamos realizando un programa de reasentamiento en el este”. “¿Reasentamiento? ¿De los judíos?” –pregunta John. “Entre otros… Los están transportando. Las instalaciones para recibirlos deben estar operativas. Necesitamos informes de confianza”. “¿Cuándo quiere que empiece?” –pregunta el profesor. “Inmediatamente” –propone Eichmann. Sabemos a qué se refiere con que las instalaciones deben estar operativas para recibirlos, obviamente, las cámaras de gas y los crematorios. Desde marzo de 1942 empiezan a llegar a Auschwitz trenes diarios que transportaban judíos. En algunos casos llegaban varios trenes al día cada uno de ellos con mil o más víctimas. Durante 1942 llegaron transportes de Polonia, Eslovaquia, Holanda, Bélgica, Yugoslavia y de Theresienstadt. Ahora es John Halder quien pregunta al Jefe de las SS: “Ese reasentamiento es una empresa enorme. Me preguntaba si es posible seguir registros fieles” –supone John. “Estoy bastante orgulloso [bajan al registro]. Mandé diseñar un registro de clasificación lo más nuevo y sofisticado. Ahí está todo. Informes cruzados”. “Realmente impresionante. ¿Se puede buscar a alguien? ¿Podemos hacer una pequeña prueba?” –sugiere Halder. “Naturalmente” –responde Eichmann. “Ese médico que ha mencionado: Gluckstein, ¿sus registros nos dirán dónde ha terminado?” –pregunta John. “Hemos de examinar una ficha: Gluckstein. Nombre completo Maurice Israel” –ordena Adolf

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Eichmann al funcionario encargado. “¿Año de nacimiento?” –pregunta el subalterno. “1899” –responde rápidamente Halder. “Me gustaría ver el resultado pero no sabe el papeleo que acaba en mi mesa. Buena suerte” –el Jefe de las SS se marcha. El ordenanza encuentra el expediente. “Gluckstein, M. I. Enviado a Silesia”. “¿Dice cuándo lo detuvieron? –insiste John. El funcionario le permite leer el expediente.

Auschwitz estaba ubicado cerca de la ciudad polaca de Oswiecim, a 60 kilómetros de Cracovia. Aproximadamente fueron asesinados en Auschwitz un millón de judíos. Fue construido en abril de 1940 por orden del jefe de las SS, Heinrich Himmler y comandado por el teniente coronel de las SS Rudolf Hess. Los primeros prisioneros políticos llegaron a Auschwitz en junio de 1940 y en marzo de 1941 había 10.900 confinados, en su mayoría polacos. En 1941, Himmler ordenó la construcción de una segunda sección, mucho más grande que la primera, a unos 3 kilómetros del campo principal. Ese lugar, dedicado a campo de exterminio, fue denominado Birkenau o Auschwitz II. De hecho, Birkenau alojó a la mayor cantidad de prisioneros del complejo de Auschwitz: judíos, polacos, alemanes y gitanos. También tenía las peores y más inhumanas condiciones e incluía las cámaras de gas y el crematorio del complejo. Fue dirigido en la primera etapa por Rudolf Hess. Auschwitz I y Auschwitz II estaban rodeados por cercos electrificados de alambre de púas de varios metros de altura, custodiados por hombres de las SS armados con fusiles y ametralladoras. A un kilómetro de los cercos se hallaba una serie de puestos de guardia adicionales. Las cámaras de gas en el complejo de Auschwitz fueron el más grande y eficiente método de exterminio masivo utilizado por los nazis. Cuatro cámaras funcionaban en Birkenau, cada una de las cuales tenía capacidad parta matar a 6000 personas por día. En enero de 1945, ante el avance de las tropas soviéticas hacia Auschwitz, los nazis enviaron a casi todos los 58.000 prisioneros que quedaban a una marcha de la muerte hacia Alemania. La mayoría fueron asesinados en el trayecto. El ejército soviético liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945. Las tropas encontraron en todo el complejo del campo 7.650 prisioneros al borde de la muerte.

John Halder emprende un viaje hacia el Este tras la pista de Maurice. El coche se detiene ante un paso a nivel. El paso del tren de mercancías hace que John despierte sobresaltado de un profundo sueño. Sabemos perfectamente adónde se dirige ese tren y qué transporta. La cámara enfoca a John que mira a través de la ventanilla. No hace falta enfocar los vagones del tren. Podemos ver rostros, brazos, podemos oír gritos. Llegan a Auschwitz. El saludo protocolario. El hauptsturmführer Halder solicita al comandante del campo llevar a cabo un experimento que logrará satisfacer al obersturmbamführer Eichmann. El experimento consiste en localizar a un nombre elegido al azar: “Gluckstein, Maurice Gluckstein”. El comandante observa que “siento decepcionarle pero aquí tenemos 30.000 artículos a la vez y el movimiento es considerable. Además, a su llegada se les asigna un número que es su único medio de identificación”. “Entonces, sólo habrá que buscar el número de Gluckstein” –sugiere Halder. “En teoría sí. Seguro que desde la oficina central todo se ve claro y sencillo pero aquí… “. “¿Puedo encontrarle o no?” –insiste el hauptsturmführer. “Francamente no hay ninguna maldita posibilidad. 9 de cada diez son procesados al llegar. Nadie está aquí un mes o dos” –responde el comandante del campo. De repente, un pelotón de prisioneros judíos desfila ante él. Entre ellos, John cree distinguir a Maurice. Ordena alto. Se dirige al grupo. Alza la cabeza de quien creía era Maurice pero no es Maurice. Ordena seguir. La chimenea expulsa un humo gris ceniza. Detrás de John, la cola previa a la cámara de gas. John comienza a oír música. No distingue la realidad de la ficción. Se adelanta, orientándose por la música. Dante no podía haber imaginado semejante infierno: muertos por el suelo, grupos de trabajadores desfilando, cuerpos desnutridos, prisioneros cavando fosas, perros tirando de los cadáveres. La cámara gira 360 grados sobre el propio Halder, la sensación es de vértigo. Suena los acordes del tercer movimiento de la Sinfonía nº 1 “Titán” de Mahler. El hauptsturmführer se ha perdido. El campo es también un laberinto. Llega a un lugar sin salida. ¿De dónde viene la música? Un tren acaba de llegar. Quizás sea el tren que le hizo detenerse en la vía. El Comandante le sigue. Al fin, llega a la orquesta. Doce prisioneros: violines, violoncelo, acordeón, flauta, tambor, clarinete… Ambos oficiales se miran. John se deja llevar por la música en un primer plano. Mahler, siempre Mahler en las

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alucinaciones. La cámara realiza un travelling hacia atrás, el nuevo grupo desciende, gritos, carreras, polvo, horror. No vemos el tren. Intuimos la rampa. Fundido en negro. El título “Good”. Y la dedicatoria: “A la memoria de C. P. Taylor”.

Conclusión

Erich Fromm escribe en El miedo a la libertad VI “La psicología del nazismo” que: “Para millones de personas el gobierno de Hitler se identificó con “Alemania”. Una vez que el Führer logró el poder del Estado, seguir combatiéndolo hubiera significado apartarse de la comunidad de los alemanes; desde el momento en que fueron abolidos todos los demás partidos políticos y el partido nazi llegó a ser Alemania, la oposición al nazismo no significaba otra cosa que oposición a la patria misma. Parece que no existe nada más difícil para el hombre común que soportar el sentimiento de hallarse excluido de algún grupo social mayor. Por más que el ciudadano alemán fuera contrario a los principios nazis, ante la alternativa de quedar aislado o mantener su sentimiento de pertenencia a Alemania, la mayoría eligió esto último. Pueden observarse muchos casos de personas que no son nazis y sin embargo defienden al nazismo contra la crítica de los extranjeros, porque consideran que un ataque a este régimen constituye un ataque a Alemania. El miedo al aislamiento y la relativa debilidad de los principios morales contribuye a que todo partido pueda ganarse la adhesión de una gran parte de la población, una vez lograda para sí el poder del Estado”. John Halder es este tipo alemán que es incapaz de rebelarse contra el nacionalsocialismo porque esto sería rebelarse contra Alemania. Y siguiendo, de nuevo a Fromm: “La clase media, compuesta por pequeños comerciantes, artesanos y empleados, acogieron con entusiasmo la ideología nazi. En estos grupos, los individuos pertenecientes a las generaciones más viejas constituyeron la base más pasiva; sus hijos, en cambio, tomaron una parte activa en la lucha. La ideología nazi –con su espíritu de obediencia ciega al líder, su odio a las minorías raciales y políticas, sus apetitos de conquista y dominación y su exaltación del pueblo alemán y de la “raza nórdica”- ejerció en estos jóvenes una atracción emocional poderosas que los ganó para la causa nazi y los transformó en luchadores creyentes apasionados”. John Halder es incapaz de rebelarse al estatus quo. Alemania para él es seguir la corriente y sobrevivir. El John Halder de 1933, no es el mismo de 1938 ni tampoco el de 1942. Suponemos su futuro. Después de la Segunda Guerra Mundial. Juicio sumarísimo por crímenes contra la humanidad. Diez o quince años de cárcel y retorno a la normalidad e incluso a la Universidad. La pregunta es ¿puede haber retorno? El camino que sigue el hauptsturmführer es de no retorno. Jamás se retorna del terror. Y esta es la pregunta ¿Halder víctima o perpetrador? Por supuesto no es una víctima por cuanto la víctima no tiene escapatoria y Halder pudo elegir. Entonces perpetrador por cuanto su libro significó para las políticas eugenésicas del Tercer Reich y por omisión o cobardía al no reaccionar contra una ideología de muerte. La pregunta es ¿quién es Halder? ¿Somos nosotros John Halder?