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    PoscronotoposTiempos y espacios en

    la sociedad de la informacinGonzalo Abril

    El ttulo de esta exposicin cita en un sentido bastante laxo la nocin de cronotopo, queacu el gran terico de la literatura Mijail Bajtin (1989) para referirse a las formas en que lasnovelas relatan el tiempo y el espacio, creando escenarios dialgicos en los que los sujetosinteractan de una forma particular. Le antepongo un post para aludir a la condicin denuestro presente postmoderno. No estoy muy seguro de que posmodernidad sea la mejordenominacin para referirse al multiforme universo cultural del capitalismo postindustrial, delcapitalismo en la era de la informacin, pues podra hablarse con buenas razones detardomodernidad o de sobremodernidad, como hacen algunos autores, pero en todo caso

    utilizo el trmino de manera puramente descriptiva. Lo que me interesa es exponer algunasobservaciones en torno a las nuevas formas en que el espacio y el tiempo se construyen, serepresentan y experimentan en el mundo contemporneo, tanto en la actividad social msgeneral como en las prcticas textuales.

    Relojes, mapas, textos

    El tiempo es invencin o no es absolutamente nada, dijo el filsofo Bergson. Siglo y picoantes, un hroe de la revolucin burguesa americana, Franklin, invitaba a tener muy presenteque el tiempo no es otra cosa que dinero. Creo que ambos enunciados son verdaderos, y queesa aparente paradoja constituye una clave central del proceso de la modernidad.

    Comenzar con unas notas genealgicas: qu se hizo del tiempo y el espacio desde los iniciosde ese proceso. Lo fundamental se resume en una nocin de Giddens (1993), el desanclaje(disembedding): la modernidad, en un proceso que an hoy contina, ha desanclado odesarraigado la actividad y la relacin social de los contextos de la experiencia espacio-temporal inmediata y de la interaccin personal, cara a cara, para reconstruir acciones yrelaciones en mbitos distanciados, no presenciales o, como hoy suele decirse, virtuales. Losmedios de transporte, los medios de comunicacin moderna, el dinero, son algunos de esoscontextos desanclados. Murdock (1993: 530) explica que esa desvinculacin estuvoacompaada por un segundo y, en muchos aspectos, contradictorio movimiento hacia laestandarizacin, basado en la imposicin de medidas abstractas, uniformes e invariantes. La

    estandarizacin de los calendarios, emparejada a la ascendencia del tiempo del reloj y a laconstruccin de una rejilla global de zonas horarias (medida en grados al este o al oeste delmeridiano de Greenwich) desplaz otros modos de marcar el paso del tiempo, relegndolos a

    posiciones subordinadas o localizadas. Estos incluan los movimientos diurnos de la luz a laoscuridad, los ciclos estacionales, los ritmos corporales, y los intervalos litrgicos de fiestas yvigilias. De modo similar, las unidades estandarizadas de distancia y medida territorialincorporaron el espacio a un nico rgimen de medida.

    Aunque el papel de las tecnologas en el desanclaje, la abstraccin y la universalizacin delespacio-tiempo se hace evidente en hechos histricos como la generalizacin del uso del relojy la estandarizacin mundial del tiempo (a partir de 1884), el reloj y su mtrica temporal seimpusieron gracias a una compleja confluencia de cambios materiales y simblicos: de laeconoma tradicional al industrialismo, de la vinculacin de la experiencia temporal con loseventos de la comunidad y con los ciclos cosmolgicos a su dependencia de los ritmos de las

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    mquinas, de la organizacin de la produccin y la distribucin industrial, etc. Este proceso,indistinguible del desarrollo, implantacin y progresiva racionalizacin del capitalismo,adquiere pues sentido a la vez en el orden tecnolgico y en el econmico, en el poltico y en elsemitico.

    La temporalidad premoderna tiene carcter cclico: el tiempo se mide y representa por

    referencia a ritmos recurrentes de tipo cosmolgico, biolgico, productivo (agricultura yartesana) y ritual-religioso. Muchos cientficos sociales, desde Durkheim, han advertido queen las sociedades premodernas la temporalidad cclica aportaba a la comunidad unsentimiento de s misma y sustentaba formas caractersticas de socializacin, como las detipo inicitico (Maffesoli, 1985: 169).

    El mito, escribe Durand (1981: 344), es repeticin rtmica, con ligeras variantes, de unacreacin. Ms que contar, como hace la historia, el papel del mito parece consistir en repetir,como hace la msica. Los mitos, y en general las narraciones orales, responden a un rgimende temporalidad cclica tanto en el nivel del relato (la historia narrada) cuanto en el deldiscurso (la actividad y el modo de narrar el relato). La narracin de los mitos es cclica en el

    nivel del discurso: est normalmente regida por los ciclos rituales que los actualizan y de loscuales los propios mitos dan justificacin reflexiva. Pero tambin es cclica, por lo general, laestructuracin de los acontecimientos en el nivel del relato mtico. En particular los antiguosmitos cosmognicos, segn los clebres anlisis de Eliade (1963), suelen proponer el eternoretorno, la renovacin peridica del mundo y de los hroes como un escenario mtico-ritualcomn. Y esos mitos proporcionan tambin las matrices de los antiguos calendarios: larenovatio de los ciclos temporales es una recreacin de modelos cosmognicos.

    El mercado capitalista y la revolucin industrial impusieron un rgimen de temporalidadsocial que ya no era la repeticin cclica: se instaur un tiempo contable como las mercancas,formal como el valor de cambio, acumulativo y universalizable como el propio capital. Comoseala Martn Barbero (1987: 99-100), con la implantacin del reloj se hace posible launificacin de los tiempos, y el descubrimiento por el mercader del valor del tiempo daorigen a una nueva moral y una nueva piedad. Del tiempo del mercader al del capitalismoindustrial se conservar la primaca del tiempo como valor y medida frente al tiempo vivido,

    pero tambin se producir un cambio profundo: centrndose ms en la produccin que en lacirculacin, la temporalidad se har lineal, irreversible y homognea. Por efecto delindustrialismo ya no son los ritmos cosmolgicos del ciclo agrcola sino las secuenciastemporales del nuevo modo de produccin (horarios de trabajo y descanso, calendarioslaborales, etc.) las que caracterizan la medida social del tiempo en la sociedad burguesa.

    La implementacin de las tcnicas mtricas, topogrficas, tipogrficas y cartogrficas diosustento instrumental a lo que podra llamarse la modernizacin del espacio. El dinero y losmedios de comunicacin son los mecanismos ms notorios del desanclaje espacial, perotambin los sistemas de transporte, derivados del desarrollo de los mercados y de la obtencinde materias primas para la industria; as se acort el espacio vivido y adquirieron un nuevosentido los viajes, los itinerarios, la percepcin de lo local y lo forneo, las representacionesque las gentes se hacan del mundo y del transcurrir del tiempo. Como ha sealado Schudson(1993: 225-226), el desarrollo del ferrocarril durante el siglo XIX forz y brind laoportunidad a nuevos estilos de gestin, a nuevos hbitos de los consumidores y, finalmente, anuevos modos de ser en el mundo () De este modo la historia de la comunicacin no es

    precisamente la historia de los cambios tecnolgicos que reducen el impacto del tiempo y del

    espacio en la interaccin humana, sino (de) cambios organizativos sociales que hacen alterarlas coordenadas del tiempo y del espacio deseables y manejables () El efecto directo de unanueva tecnologa de la comunicacin no se realiza sobre la *cognicin o *la mente tanto como

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    sobre las pautas de organizacin y coordinacin social a travs de las que se organiza laorganizacin.

    Del mismo modo que las representaciones temporales de la premodernidad remiten a losciclos naturales, productivos y rituales de las sociedades precapitalistas, sus representacionesespaciales hacen referencia a los territorios ecolgicos, geogrfico-productivos, habitacionales

    y simblicos en que se desarrolla la vida de la comunidad tradicional. Su territorio se definepor marcas simblico-rituales y la relacin de los sujetos con el espacio est caracterizada porexperiencias directas y por vinculaciones afectivas. Al tiempo del ciclo corresponde el espaciodel lugar, en el que se anclan la vida y las interacciones cotidianas.

    Sin duda el modelo insular del territorio premoderno es una construccin, incluso unametfora, de la antropologa clsica, que quiz subestim en muchos casos las tramassupralocales al definir los recintos culturales a los que se aplicaba la observacin etnogrfica,

    pero la discontinuidad entre los lugares y la asincrona de los ciclos es la base misma de lasdiferencias culturales tradicionales (Cruces, 1997) y no cabe negarles, cuando menos, laobjetividad propia de las descripciones densas, es decir, la derivada de las percepciones e

    interpretaciones nativas.

    Alegato de un jefe indgena al Presidente de los EE.UU. (1855)

    *_ Cmo intentar comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? La idea nos resulta extraa. Ya

    que nosotros no poseemos la frescura del aire o el destello del agua. _Cmo pueden comprarnos

    esto? () Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras razones. Una porcin de nuestra tierra

    es lo mismo para l que la siguiente () La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha

    conquistado se retira de ella. Deja atrs la sepultura de su padre, no le importa. Olvida tanto la

    sepultura de su padre como el lugar en que naci su hijo.

    (Citado por Ibez, 1991: 166)

    En los albores de la modernidad, las tcnicas de relojera implementaron la formalizacin y lacuantificacin del tiempo. Paralelamente, el desarrollo de la geometra descriptiva condujo aracionalizar las representaciones espaciales en torno a una concepcin perspectiva y aregularizar y perfeccionar tambin las representaciones cartogrficas que venan exigidas porla navegacin, por la ampliacin de los mercados y por la institucin y expansin de losterritorios estatales.

    A la vez que acab con la ordenacin tradicional del tiempo, la produccin industrial exiginuevas formas de agrupamiento espacial: los emplazamientos fabriles, las zonas de vivienda

    del proletariado en nuevos espacios urbanos. Y tambin formas especficas de vigilancia y decontrol de los movimientos espaciales, como el dispositivo del panptico aplicado a la

    planificacin urbana o al diseo de las crceles. La reorganizacin espacial se sirvi,consecuentemente, de la creacin de imgenes y procedimientos sgnicos nuevos, geomtricosy nmericos, en sustitucin de las expresiones concretas, cualitativas y afectivamentemarcadas de la espacialidad tradicional.

    Las casas numeradas

    Simmel (1977: 666) observ que en la Edad Media las casas se designaban por un nombre propio,pero la progresiva racionalizacin del espacio urbano -coincidente con el proceso mismo de desarrollo

    de la ciudad- llev a sustituir esta forma de denominacin por un simple nmero. La casa mencionadapor un nombre propio, escribe Simmel, produce una sensacin de individualidad local, evoca la ideade su pertenencia a un mundo espacial cualitativamente determinado; merced al nombre, asociado a la

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    representacin de la casa, sta adquiere una existencia independiente, con matiz individual; gana parael sentimiento una determinacin ms precisa que cuando se la designa con nmeros repetidosuniformemente en todas las casas, y entre los cuales slo existen diferencias cuantitativas.

    El trabajo de Alpers (1987), evidencia que en la pintura holandesa del XVII, en el diseo demapas geogrficos y de dibujos anatmicos, se da una actitud epistmica comn, orientada

    hacia una visibilizacin que, en estrecha correspondencia con las creencias cientficas de lamodernidad temprana, produce representaciones correctas ms que objetos deinterpretacin (Olson, 1998:228). La representacin se opone aqu, obviamente, a lasorientaciones simblico-narrativas e interpretativas premodernas. La nueva episteme de larepresentacin se sustenta en una cultura psicotcnica a la que Latour caracteriza por laconsistencia ptica, que permitir producir inscripciones a la vez inmutables y mviles delmundo (Latour, 1998). La homogeneizacin sensorial y cognitiva hizo posible un controlvisual universalizable en el contexto de emergencia de la economa mundial, de ladomesticacin de los flujos (Mattelart, 1995) y/o de la instauracin del imperialismo.

    El mapa moderno presenta una imagen espacial regida por signos convencionales y

    universalizables, vlidos por tanto para la representacin de cualquier espacio. Esa imagen es,tambin, exclusivamente visual, a diferencia de las representaciones del espacio tradicionalesy de las dimanadas de la experiencia directa (el espacio vivido), que son imgenes afectivas ymultisensoriales: se suele recordar, por ejemplo, el barrio o la aldea de la infancia como unmbito de recorridos y de acontecimientos sentimentalmente cargados, de sonidos, de aromas,y no slo como un entorno visual. El mapa es un procedimiento de objetivacin del espacioque la modernidad ha superpuesto a los croquis del espacio vivido y, sobre todo, a los croquiscompartidos de las tradiciones locales.

    La produccin-lectura del texto escrito, objetivante y orientada a una acumulacin lineal delsentido, inscribi en los discursos el nuevo rgimen de la temporalidad. Las formas textuales

    de la modernidad reorganizarn la representacin social del tiempo en todos los dominios:filosfico, cientfico, histrico, novelesco, y se adscribirn a formatos homologables tambinen su identidad espacial. Proceso inseparable de la ordenacin de los flujos textuales queconformar el espacio pblico moderno.

    El periodismo, al hacerse masivamente presente en la cotidianidad urbana, instituye unageneralizada expectativa de periodicidad e historicidad , una percepcin de losacontecimientos que, aunque dispersa y fragmentada, los racionaliza por relacin a

    previsiones y tendencias histricas, por su referencia a marcos ideolgicos y de opinin y porsu relevancia en trminos de un supuesto inters nacional: el marco cultural del estado-nacinser reflexivamente construido gracias a la identidad idiomtica de los peridicos y a su

    jerarquizacin de las jurisdicciones geopolticas. Los peridicos racionalizan y nacionalizan,produciendo un espacio nuevo de experiencia poltica y cultural.

    Las concepciones filosficas del espacio y del tiempo contribuyeron tambin a la formacinde la subjetividad burguesa. Coln Zayas (1994: 21) advierte el significado que adquiere laconcepcin filosfica de Kant en este contexto: al situar el espacio y el tiempo comocondiciones a priori, el autor de la Crtica de la razn pura estaba suponiendo un sistemahomogneo en donde los individuos comparten una subjetividad universal que les permiteuna percepcin comn, es decir, un nuevo fundamento para el sentido socialmentecompartido del espacio-tiempo. La ilustracin construy una representacin del tiempo que,

    adems de lineal, era teleolgica, orientada a fines: la concepcin delprogreso histrico, la dela historia misma entendida como estructura dinmica y totalizadora, como despliegue de la

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    razn y del sentido moral de los acontecimientos, son parte fundamental de esa representacindel discurrir temporal.

    El dominio del espacio y del tiempo era condicin para el proyecto ilustrado de control delfuturo y se trat de conseguir, como seala Harvey (1989), mediante la prediccin cientfica,la organizacin social y la planificacin racional. Como tantas veces se ha dicho, un proyecto

    de esa naturaleza supone la extrapolacin de la lgica instrumental al manejo abstracto de laspersonas. La nueva organizacin social del espacio y del tiempo condicion la transformacinde las narraciones modernas, pero la modernizacin del relato contribuy a su vez aconstruir la cultura y la subjetividad de la modernidad burguesa. Las siguientes observacionesde Murdock (1993: 532-533) merecen ser citadas: el supuesto bsico del realismo novelescosegn el cual una historia poda ser relatada como si se fuese desenvolviendo de un modocoherente, un hecho tras otro (Harvey, 1989: 265) fue socavado por las crecientescomplejidades y conflictos de la dinmica profunda de la modernidad. Las estructuras delrealismo *eran inconsistentes con una realidad en la cual dos sucesos que ocurran al mismotiempo en espacios totalmente diferentes podan confluir haciendo que cambiase elfuncionamiento del mundo (Harvey, 1989: 265). Flaubert fue uno de los primeros en

    comprenderlo. l soaba con narrativas en las que Todo pudiera sonar simultneamenteuno podra escuchar los mugidos del ganado, el cuchicheo de los amantes, y la retrica de losfuncionarios, todo al mismo tiempo.

    Murdock y Harvey hablan de una estructuracin de los acontecimientos narrativos (enMadame Bovary) que aproxima los espacios y acorta los tiempos exactamente como la

    produccin y el mercado capitalistas los comprimen en la actividad econmica y social. Ytambin del mismo modo en que el procedimiento discursivo del estilo indirecto libreaproxima los lenguajes y las voces sociales, hasta confundirlos, bajo la soberana de una voznarrativa mltiple y polifnica. El cronotopo novelesco posrealista es, pues, un nuevo espaciosimblico en el que se representan y constituyen formas emergentes de la subjetividad y de laexperiencia, el cronotopo del proyecto hegemnico burgus que se realiza como un discursodilogico entre hablas y voces sociales. Los anlisis de Bajtin (1977, 1986) sobre eldialogismo novelesco del diecinueve permiten entender que las hablas sociales y dialectal-regionales as como los discursos ideolgicos subalternos entran en coloquio con una vozautorial simpatizante, del mismo modo que las clases subalternas y las fracciones de clasesestaban siendo incorporadas en el proceso ms amplio de la hegemona social, un proceso quees tambin en s mismo dialgico (Pechey, 1989: 54).

    Por otra parte, el montaje simultneo de los mugidos, los cuchicheos y las retricas deFlaubert recuerda extraordinariamente la composicin mosaica de los relatos, verbales y

    diagramticos, en la pgina del peridico. Como la narracin flaubertiana, el peridicomoderno acumula voces enunciativas que comparecen en una rapsodia de procedimientoscitacionales, proyectando mapas del espacio poltico y social en el espacio textual.

    Ana-, multi-, hiper-, des-:Cronotopos con prefijo

    Como en la narracin flaubertiana, la percepcin de las simultaneidades anacrnicas en eldiscurso de las ciencias sociales y del arte de vanguardia ha sido un ingrediente fundamentaldel ethos moderno. Esta percepcin est condicionada, ms en profundidad, por un doble

    proceso: en primer lugar, el de la implementacin progresiva de los procedimientos deinscripcin visualque, sustentndose en la consistencia ptica, hace posible superponer

    imgenes de orgenes y escalas totalmente diferentes en todos los rdenes de actividad y deproduccin discursiva, como ha sealado Latour (1998); en segundo lugar, el proceso demodificacin del sensorio en los contextos urbanos y cosmopolitas, precursivamente

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    explorados por Baudelaire y reledos por Benjamin, en los que las anacronas msinesperadas, las convergencias ms inslitas de espacios culturales heterogneos se hacen

    posibles. Por ejemplo, y como anota Buck-Morss (1995: 280-281) citando a Benjamin, en laciudad moderna el *rostro amenazante y seductor del mito est vivo en todas partes. Seanuncia en los carteles publicitarios que anuncian *pasta dental para gigantes, y se escucha elmurmullo de su presencia en los planes urbanos ms racionalizados que, *con sus calles

    uniformes y sus hileras infinitas de edificios, han realizado el sueo arquitectnico de losantiguos: el laberinto

    El cronotopo de Nueva York prefigura la antropologa.

    (Canevacci, 1993: 90-91) comenta las observaciones de J. Clifford sobre la estancia de Lvi-Strauss enNY, durante los aos 40, en la poca en que los artistas del dad y del surrealismo estn tambintrabajando all)

    *El destino del estructuralismo fue prefigurado y tambin concebido en tal contexto urbano; sin l,sera inconcebible. Aquel mtodo, que refinaba los instrumentos para interpretar las culturas

    supervivientes del pasado ms arcaico lleva los indicios de poder haber sido elaborado slo en elinterior del futuro ms sorprendente. Es Nueva York quien, en ltimo anlisis, explica losNhambiquara. Ella es la metrpolis en cuyo cronotopo (un escenario de ficcin) fueron escritas Lasestructuras elementales del parentesco, en la que un indio emplumado que usaba una pluma Parkerestaba simultneamente sentado al lado del antroplogo y dentro de los libros que ste consultaba en labiblioteca pblica de Nueva York, a pocos metros -como recuerda el propio etnlogo- de dondeClaude Shannon estaba creando la ciberntica ()

    Todos los aos 40 fueron atravesados por una corriente de correspondencias vanguardistas entre el arteprimitivo y el arte moderno, y un antroplogo amigo de los surrealistas vivi y elabor su mtodoexperimentando en primera persona del singular un clima cultural percibido como estructural ybarroco.

    La contraccin del tiempo acometida por el desarrollo del industrialismo alcanza suculminacin en la era de la informacin con el apogeo de los medios electrnicos, ladigitalizacin de las seales y la implantacin de las tecnologas de la instantaneidad. Lascronologas derivadas del reloj y la comprensin historicista del discurrir temporal,consecuencias ambas de la modernidad, son cuestionadas tanto desde el pensamientocientfico-tcnico cuanto desde las condiciones de la experiencia cotidiana. Para el espectadorde televisin que, gracias al tratamiento digital de la imagen, puede presenciar cmo Nat KingCole, el gran pianista y cantante de jazz muerto en 1965, acompaa a su hija en un videoclipde los noventa, la simultaneidad de los tiempos histricos, la vigencia decontemporaneidades no contemporneas, no es una idea abstracta de la sociologa de la

    cultura, sino un percepto, una experiencia normalizada en lo cotidiano. Para la mujer Masaique puede monitorear en la pantalla sus canciones y relatos nativos al cabo de unosmeses, gracias al video y a los procedimientos reflexivos de la etnografa contempornea, lasincronizacin de las diacronas y diatopas culturales es igualmente normal.

    Precisamente como una contemporaneidad no contempornea, el tiempo cclico de losmitos pervive en la experiencia popular moderna. El tiempo del ciclo tiene su eje en la fiesta,seala Martn Barbero (1987: 99), y a travs de la fiesta jalona la temporalidad social en lasculturas populares. Pero es tambin incorporado por los discursos de los medios masivos: unhecho que hay que interpretar dentro del proceso global que, desde mediados del XIX, asimilacontradictoria, hegemnicamente, la cultura popular y/o las culturas subalternas, a la

    produccin y a la distribucin simblicas industrializadas. Algunos estudios sobre recepcinmuestran que, junto a las prcticas de interpretacin constituidos en el ejercicio de la lecturalineal ilustrada, otros modos de leer actualizan la experiencia de la temporalidad cclica.

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    Muoz (1995: 78-79), en el contexto urbano colombiano, observa que las mujeres jvenes,insertas en la cultura escolar y educadas desde la infancia en los lenguajes audiovisuales,hacen una lectura gramaticalizada de las telenovelas, una lectura que activa su competencialetrada y un amplio conocimiento de las reglas del lenguaje televisivo (gneros, citas,montaje, &c.). Las mujeres mayores de las clases populares, en cambio, practican una lecturatextualizada (basada en operaciones analgico-referenciales) de los melodramas televisivos,

    que se incardina intensamente en sus sentimientos y experiencias cotidianas, en los que lavivencia de la repeticin cclica ocupa un destacable lugar.

    La temporalidad construida por los discursos masivos es, en suma, multitemporal , lasrepresentaciones del tiempo en la cultura de masas son deudoras de matrices culturalesmltiples . Martn Barbero (1987: 236-237) lo ha sealado especficamente respecto aldiscurso televisivo. En nuestra sociedad coexisten un tiempo productivo, un tiempo delcapital que corre y se mide, y un tiempo de la cotidianeidad que es repetitivo, cclico yhecho de fragmentos. El discurso de la televisin no slo hace amalgama de ambastemporalidades; es tambin una instancia de mediacin entre ellas:

    _Y no es insertndose en el tiempo del ritual y la rutina como la televisin inscribe lacotidianidad en el mercado? El tiempo en que organiza su programacin la televisin contienelaforma de la rentabilidady delpalinsesto, de un entramado de gneros. Cada programa o,mejor, cada texto televisivo, remite su sentido al cruce de los gneros y los tiempos. Encuantogneropertenece a una familia de textos (). En cuanto tiempo ocupado, cada textoremite a la secuencia horaria ()

    As, el tiempo de la serie habla el idioma del sistema productivo -el de la estandarizacin-pero bajo l pueden oirse tambin otros idiomas: el del cuento popular y la cancin conestribillo y el relato de aventura ()

    La serie y los gneros hacen ahora la mediacin entre el tiempo del capital y el tiempo de lacotidianidad.

    Si las representaciones ilustradas del tiempo tienen su matriz en la imagen lineal y proyectivade la cronologa histrica, muchas representaciones massmediadas del tiempo son deudorasde las anacronas y sincronas entre tiempos histrico-culturales heterogneos. Y,retroactivamente, la cultura espectacularizante de los medios, a travs de una influenciaubicua y capilar, se inscribe en las prcticas populares (fiestas, contextos cotidianos, &c.) paratransfigurar los proceso simblicos de la tradicin, como ha mostrado Cruces en diversostrabajos etnogrficos (1994, 1997).

    Meter deprisa al santo, que vienen las Mamachichos

    *Las Mamachichos haban sido anunciadas como plato fuerte de la programacin municipal: elnmero consista en un desfile de bailarinas brasileas a ritmo de tambor por las mismas calles pordonde minutos antes pasara el apstol Santiago. La denominacin hace alusin a un programatelevisivo cuya principal caracterstica es la desnudez y la opulencia de las presentadoras. Ese,precisamente, era el nico rasgo en comn con el espectculo de samba. Cuatro o cinco intrpretesmorenas, escasas de ropa, interpretaron danzas acordes con lo que quienes nunca hemos estado en Rode Janeiro imaginamos que son sus carnavales. Entre los miembros del pblico hubo opinionesvariadas sobre el mrito y la moralidad de la actuacin; de lo que no cupo duda es de que opacaba elprotagonismo de la procesin.

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    () Hay que sealar que lo que se da no es propiamente una sustitucin de tiempos (fiestas de veranovs. fiestas de carnaval), ni de un tipo de prctica pasada de moda por otra puesta al da (procesin vs.show), sino una revoltura de esas distintas cosas, que coexisten de forma ms o menos conflictiva.

    La irrupcin de las mamachichos brasileas con su samba extempornea en el espacio de las montaascacereas resulta especialmente sintomtica teniendo en cuenta que viene a producirse justamente enla fiesta del patrn -el momento tradicionalmente marcado para afirmar la renovacin del ciclo.

    () Lo que aqu interesa es es el hecho de que [los procesos de re-tradicionalizacin] suponen eldesbordamiento de los lmites territoriales y temporales que venan contenidos en el modelo de lafiesta local, tradicional y comunitaria. Hoy da no cabe mirar los hechos de identidad al margen de loscircuitos mediticos, polticos y de mercado que los resitan en una rbita supralocal

    (Cruces, 1997)

    Hoy pueden reconocerse en distintos contextos simblicos formas de temporalidad,hipercronas, que, conjuntamente trabajadas por las ficciones massmediticas y por las nuevasexperiencias tecnolgicas nos permiten concebir y experimentar no ya slo la revoltura de

    cronotopas heterogneas, sino la inversin cronolgica (como el retorno al futuro), ladetencin del tiempo, su aceleracin y el efecto de instantaneidad. Imgenes, en suma,transversales y reversibles del tiempo.

    Es tambin Cruces (1997) quien, evocando nuevamente las observaciones de Benjaminrespecto alsensorio de la modernidad, especifica algunos patrones estticos y ticos del sujetocontemporneo en su relacin con el tiempo: la contrafacticidad, racionalizacin que trata desometer el curso temporal a planificacin y programa (un efecto resultante de la pervivenciadel proyecto ilustrado); el presentismo , o invasin del aqu-ahora , que ensancha lasdimensiones del presente difuminando las del futuro e instrumentalizando las del pasado; yla aceleracin de los ritmos de vida impuesta por los procesos de obsolescencia ycompetencia del mercado, que suscita un intenso ethos de fugacidad e impaciencia,

    precozmente descrito por Simmel (1988) en su ensayo sobre la moda.

    Moderno viene de moda: cronotopa simmeliana

    *La enorme primaca que adquiere la moda en la cultura contempornea -penetrando en territorios anno hollados y en los ya posedos desde mucho antes intensificndose, esto es, intensificando sin cesarel tempo de su variacin- no es sino la concrecin de un rasgo psicolgico de la poca. Nuestro ritmointerno exige perodos cada vez ms breves en el cambio de las impresiones. O dicho de otro modo: elacento de los estmulos se desplaza de modo creciente desde su centro sustancial a su comienzo y a sufinal. Esta circunstancia se pone de manifiesto aun en los sntomas ms mnimos, como por ejemplo,

    la sustitucin cada vez ms extendida del cigarro por el cigarrillo. Se hace asimismo patente en elansia de viajar, que fracciona los aos en un gran nmero de perodos breves y acenta fuertemente losmomentos de las despedidas y los recibimientos. El tempo *impaciente especfico de la vida modernaindica no slo el ansia de un rpido cambio de los contenidos cualitativos de la vida, sino tambin lapotencia que adquiere el atractivo formal de los lmites, del comienzo y del final, del llegar y del irse.

    (Simmel, 1988: 36)

    Virilio (1992: 40-41) habla de la nueva tirana del tiempo real que favorece la extensin dela desocupacin en la misma medida en que incrementa la velocidad de los intercambios, yque nos aleja de las personas prximas en el mismo grado en que nos aproxima a las

    lejanas. Con la comunicacin en tiempo real las relaciones sociales en su conjunto, y la vidaurbana en particular, experimentan mutaciones que este autor aproxima a modelospatolgicos:

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    La vieja Ciudad se convierte poco a poco en una Metaciudad, una aglomeracin msteletpica que tpica y territorial, donde las habituales relaciones de contigidd ceden el

    puesto a las interrelaciones a distancia ()

    All donde la motorizacin de los transportes y de la informacin (el automvil, el cine, &c.)provoc en su da una movilizacin general de las poblaciones arrastradas al xodo del trabajo

    y del ocio, los medios de transmisin instantnea provocan, por el contrario, una inerciacreciente ()

    Teleadquisiciones, teletrabajo a domicilio, cocooning, smart house, smart building: ()urbanizacin del tiempo real que no es otra cosa que la del cuerpo mismo del ciudadano,ciudadano terminal sobreequipado de prtesis de todo tipo, y cuyo modelo patolgico es laminusvala motorizada, parapljica o tetrapljica.

    Desterritorios astronuticos

    *Ocurri hace unos aos, durante el espectculo de la entrega del Oscar, en las pantallas de casi todos

    los televisores del planeta (el acto no se transmite a todo el mundo porque sea muy importante, sinoque es muy importante porque se transmite a todo el mundo). En el momento estelar, conexin endirecto con la nave espacial Atlantis: su tripulacin se incorpora al show, al gran reparto de estrellas, ylo estelar totaliza por fin todo su capital semntico. Por si haba alguna duda sobre la afinidad entre lasficciones galcticas del cine y las aventuras reales de la NASA, los astronautas felicitan al cineastaG. Lukas: lealtades entre la gran familia incestuosa de la superproduccin tecnomilitar y cultural.

    Por aquellos das un astronauta sovitico largamente abandonado a la fatalidad de su rbita _ porproblemas presupuestarios? acababa de ser recuperado, en un gesto casi compasivo, decididamentehumanitario, de Yeltsin. Aterrizada metfora, el cosmonauta regresaba a un Estado que era ya otro queel que lo haba propulsado, recubierto quiz de smbolos en pretrito perfecto (las siglas CCCP, algunahoz con martillo todava fuertemente hilvanada entre los pliegues del traje espacial) e inhabilitadopara el deseo de alguna condecoracin (_ hroe de la Unin Sovitica?) que imprimira en susolapa la solemnidad del epitafio. Hace muy poco, para tornar verosmiles desfases de este tipo, losnovelistas de ciencia-ficcin deban recurrir a tediosas teoras de fsica paracientfica. _ El astronautavolva al futuro, o al pasado; a un estado destrudo o a otro por construir? Si Yeltsin no le arranc laimaginera bolchevique del traje espacial, con el gesto decidido de la degradacin, fue quiz porque,mientras abra su sonrisa de vendedor de vehculos siniestrados, se apiad de verlo tan desterrado en eltiempo, tan extemporneo en el espacio, tan impertinente.

    Los astronautas del Oscar, extraamente laicos, sin escafandras ni llamativos uniformes militares,como un jovial equipo olmpico de vacaciones, presentaron su contribucin alshow: un bonito nmerode ingravidez con la estatuilla del Oscar.

    El smbolo emblemtico del espectculo transnacional, ingrvido, flotante, se haca ensea de lapotencia victoriosa. _ Cmo no pensar en los emblemas contrapuestos de la potencia derrotada,aquellas cataratas de chatarra condecorativa que ampollaban con pesantez gerontolgica los bustos delos mariscales? Todo lo que pesa demasiado acaba por caer, como la nave del astronautadespresupuestado. La flotacin (no slo de los signos, sino de todos los valores, includos losmonetarios) ha vencido. Y el tiempo aniquila al espacio: la instantaneidad viriliana que me conecta entiempo real, teleciudadano de Cosmolandia, con el bombardeo spielbergiano de Bagdad, con laocupacin coppoliana de Mogadiscio. Hacindome partcipe de la victoria performativa que se efectaya en la instantaneidad y la telecomunicacin de la imagen, aun antes de que se desvele el efectomortfero de las armas. _ Qu territorio resiste semejante velocidad?

    La potencia derrotada es la que ha perdido su hora, la que ha perdido el tiempo, tanto el tiempohistrico de la experiencia bolchevique como el poder tecnolgico de la instataneidad. La victoria deltiempo (de la circulacin y la teleconexin) sobre el espacio (territorial) deja definitivamente

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    descolocado, en desterritorio, al cosmonauta ruso que aterriza sobre el estruendo sangriento de las re-territorializaciones de la Europa oriental (pues no se rehace territorio sin terror).

    Y cada televidente, frente al espectculo del Oscar, puede preguntarse si es vencedor, vctima, rehn osaqueador del botn ms abstracto de la historia.

    (Abril, 1995)

    La temporalidad moderna, lineal, irreversible y medible, se est haciendo pedazos en lasociedad red, afirma Castells (1997: cap. 7), mientras se crea un tiempo atemporal,autosostenido, aleatorio, incurrente, que gracias a la tecnologa puede escapar de loscontextos de su existencia y apropiarse selectivamente de cualquier valor que cada contexto

    pueda ofrecer al presente eterno. El autor recorre las mltiples dimensiones y escenas de lasociedad contempornea en la que parece imponerse el tiempo atemporal: el mercado decapital global y unificado funciona en tiempo real; el tiempo se flexibiliza y procesa en laempresa red; los ritmos biolgicos y sociales asociados al ciclo vital se rompen; el tiempolaboral a lo largo de la vida se acorta y pierde su centralidad social; la referencia a la muerte

    se borra para propucir una ilusin de eternidad; las guerras se pretenden instantneas, &c.

    La msica del presente eterno

    *Quiz la msica de la New Age, tan caracterstica del gusto de los profesionales actuales de todo elmundo, sea representativa de la dimensin atemporal de la cultura emergente, uniendo la meditacinbudista reconstruida, la creacin de sonido electrnico y la complicada composicin californiana. Elarpa elctrica de Hillary Staggs, que modula la gama de las notas elementales en una variacin infinitade una meloda simple, o las largas pausas y las repentinas alteraciones de volumen de la dolorosaserenidad de Ray Lynch, combinan dentro del mismo texto musical un sentimiento de distancia yrepeticin con el surgimiento sbito de un sentimiento contenido, como seales luminosas de vida enel ocano de la eternidad, un sentimiento que suele subrayar un sonido de fondo de olas marinas o del

    viento del desierto en muchas composiciones de la New Age. Al asumir, como yo hago, que sta es lamsica clsica de nuestra poca y al observar su influencia en tantos contextos diferentes, perosiempre entre los mismos grupos sociales, cabe sugerir que la manipulacin del tiempo es el temarecurrente de las nuevas expresiones culturales. Una manipulacin obsesionada por la referenciabinaria a la instantaneidad y a la eternidad: yo y el universo, el yo y la red. Esa reconciliacin, quefunde realmente al individuo biolgico con el todo cosmolgico, slo puede lograrse si se fusionantodos los tiempos, de nuestra misma creacin al fin del universo. La atemporalidad es el temarecurrente de las expresiones culturales de nuestra era, ya sea en los destellos sbitos de los videoclipso en los ecos eternos del espiritualismo electrnico.

    (Castells, 1997: 498)

    La sociedad postindustrial lleva tambin a sus ltimas consecuencias los procesos modernosde organizacin desanclada del espacio: la plena separacin del espacio comunicativo de loscontextos de presencia; la imposicin de formas de relacin social que combinan la intimidady la distancia y que deslocalizanel lazo social hasta hacerlo puramente funcional a losmovimientos del capital (Martn Barbero, 1997); la transformazacin del entorno urbano enuna red de transportes y servicios, no estructurado ya en torno a centros comunitarios.Murdock (1993: 535) escribe al respecto:

    Los nuevos procedimientos de comunicacin tambin engendran formas enteramente nuevasde espacio. Lo que hoy se llama dataspacio, por ejemplo, es el ms reciente resultado de un

    largo proceso por el cual las medidas del valor de cambio se han hecho cada vez menostangibles. A medida que se fue desarrollando la dinmica econmica de la modernidad, laacuacin en oro fue cediendo el paso a los billetes impresos respaldados por el oro, que a su

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    vez cedieron paso al puro papel moneda, que es luego traducido a registros en unordenador, de tal modo que el dinero de mi cuenta bancaria hoy da existe *slo como unobjeto en el dataspacio, ubicado en la seccin definida por el ordenador de mi banco. En tantoque tiene una representacin fsica como un patrn de magnetizacin en un disco, surealidad se da en el dominio del dataspacio definido por el ordenador [B. Thompson].

    Pero este dataspacio no es ms que una dimensin del que Castells (1997) denomina espaciode los flujos (por oposicin al espacio de los lugares). Las redes informticas proporcionanel soporte material del poder financiero, del control militar y policial, del conocimientocientfico y de todas las instituciones informativas contemporneas. Suministran tambin unmbito de mediacin: es en la nueva tecnoesfera donde se conectan la organizacin de lasredes que rigen la produccin y circulacin de las mercancas con las imgenes que orientanel consumo (Martn Barbero, 1997).

    El espacio de los flujos abre un nuevo mbito de la experiencia. Murdock (1993: 531) evocala figura del hiperespacio ejemplificada por el anlisis que Jameson (1984) realiza del hotel

    Bonaventure, en Los Angeles: en l es ya imposible la certidumbre de una localizacin que

    remita a un mundo externo cartografiable; los ascensores conducen directamente a lospisos, sin espacios de distribucin, y l@s visitantes se ven envuelt@s en el entornoautocontenido del edificio, desgajado del exterior (una impresin que se refuerza por loscristales reflectantes del exterior). Este hiperespacio es para Jameson un smbolo de laincapacidad de nuestra mente para cartografiar la inmensa red global de comunicacinmultinacional y descentrada en que nos hallamos atrapados como sujetos individuales.Espacios como ste, como el aeropuerto, el centro comercial o el autoservicio de autopista,han recibido de Aug la exitosa denominacin de no-lugares, aun cuando les convendratambin la de no-entornos: son encrucijadas o nudos en la red de los flujos desprovistos deidentidad local, sealizados funcionalmente y extendidos por todo el mundo; su capacidad

    para evocar un sentimiento de familiaridad en el usuario estriba, paradjicamente, en haberabolido suficientemente toda marca particular (Cruces, 1997).

    El espacio de los flujos trasciende incluso las barreras materiales y simblicas entre los reinosbiolgicos, entre la naturaleza y la cultura: la oveja Dolly es el emblema ms notorio de esaextrapolacin, los xenotrasplantes (trasplantes de rganos animales a cuerpos humanos) abrenla posibilidad de una interconexin funcional ilimitada entre los organismos vivos Las

    prcticas tecnolgicas ejercen ya un monismo aplicado.

    Querencias y astucias territoriales

    Ante un paisaje como el descrito, el de la disolucin del tiempo cronolgico y del lugar, el delos destiempos y los flujos, el de los espacios sociales que han de ser denominados con prefijopara sealar modos de sociabilidad sui generis, l@s filsof@s y l@s cientfic@s socialessuelen hablar de crisis, de una crisis profunda, civilizatoria, que afecta a las dos dimensionescomplementarias de la Ley social: la legibilidad y la legitimidad, es decir, al mbito de lasinstituciones simblicos-interpretativas y al de las instituciones poltico-jurdicas.

    Respecto a la primera se tematiza, por ejemplo, la ininteligibilidad de la ciudadcontempornea, la ilegibilidad de los textos, la prdida de valor del lenguaje como vnculo ycomo parapeto simblico frente a la semiorragia, la incapacidad de interpretar losacontecimientos y de comprender las relaciones humanas Se diagnostica as la prdida del

    sentido y el inevitable naufragio del sujeto, incluso de la posibilidad misma de constituirsereflexivamente, en un contexto de quiebra del tiempo y el espacio entendidos comocondiciones kantianas de la experiencia.

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    Respecto a la segunda se habla de la crisis del estado-nacin y de la democracia polticamoderna, amenazados desde arriba y desde abajo por un enfrentamiento polarizado entreel proceso globalizador y los brotes de las reterritorializaciones nacionalistas, tnicas,religiosas, &c. El escenario se dibuja a veces de forma maniquea, cuando se recuerdan loscomponentes premodernos y brbaros de las querencias reterritorializadoras pero sesilencian los pecadillos de imperialismo y de eurocentrismo de que adolecen las prcticas

    econmicas, polticas y culturales de la mundializacin, e incluso muchos discursosideolgicos sobre el universalismo y la multiculturalidad que tratan de legitimarlas.

    Me atrevo a decir que, pese a su deslumbrante y poderosa maquinaria sociolgica, Castells(1998: 23-24) incurre en cierto reduccionismo cuando opone globalizacin a identidad,cuando frente a la sociedad red que emerge de la revolucin tecnolgica, de lareestructuracin del capitalismo y del espacio de los flujos, presenta como fuerza antagnicala marejada de vigorosas expresiones de identidad colectiva que desafan la globalizacin yel cosmopolitismo en nombre de la singularidad cultural y del control de la gente sobre susvidas y entornos, expresiones tan diversas, por otro lado, como el fundamentalismo religioso,el nacionalismo, los movimientos etnicistas, el feminismo o el ecologismo. La dicotoma de

    Castells es, por otro lado, muy congruente con la que anteriormente ha presentado comoesquizofrenia estructural entre dos lgicas espaciales que amenaza con romper los canales decomunicacin de la sociedad: la lgica de los flujos, que organizan la funcin y el poder, y lalgica de los lugares, que proporcionan el mbito de la experiencia y del sentido. El espaciointerconectado y ahistrico de los flujos tiende a imponerse a los lugares, cada vez mssegmentados e incapaces de compartir cdigos culturales (Castells, 1997: 461-462).

    Mis objeciones a este enfoque seran demasiado mostrencas sin el respaldo de argumentos desociologa de la cultura mucho ms autorizados que los mos:

    Un socilogo brasileiro, R. Ortiz, propone reinterpretar las relaciones entre lo global/nacional/ local como transversalidad y no como una jerarqua de unidades estancas,intrnsecamente opuestas entre s. Errneamente, argumenta Ortiz (1996: 15-18), se sueleasociar lo cotidiano a los hbitos enraizados en el espacio local, pero lo nacional y lo globaltambin requieren ser encarnados en vivencias, y de hecho lo han sido en virtud de un largo

    proceso de rutinizacin de los modos de vida: la ideologa de Estado se transforma en cultura,pero tambin el espacio global se materializa en cuanto cotidianeidad -inscribiendo,obviamente, en ella los intereses polticos y econmicos dominantes- en los nuevos lugaresdel entrecruzamiento. Y aqu las comillas son pertinentes, porque no se trata, en efecto, delocalidades fsicamente reconocibles, pero tampoco de no-lugares, sino deterritorialidades desvinculadas del medio fsico que se constituyen en los modos de vida de

    cada vez ms grupos sociales:Algunos comportamientos relativos al consumo y al modo de organizacin de la vida sonanlogos en Tokio, Pars, Nueva York, Sao Paulo o Londres. Esas semejanzas posibilitan alos administradores de las transnacionales concebir y llevar a cabo una estrategia de

    persuasin y de ventas a escala planetaria. A tales modos anlogos de comportarse, divertirsey desplazarse corresponde un marketing global. As son ensamblados pedazos de estratosespaciales de consumo, distribuidos de manera desigual por el planeta. Esto sucede tambincon la *juventud, es decir con los jvenes de una clase media mundializada: sus hbitos,smbolos, hroes juveniles, msicas, gusto y vestimenta son los mismos, independientementede las nacionalidades.

    La reterritorializacin se hace posible en virtud de una cultura y de un imaginariointernacional-popular (como los denomina Ortiz, buscando seguramente un eco

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    contrapuntstico a lo nacional-popular de Gramsci) que consta de la referenciasdesterritorializadas construidas en los medios masivos y, cada vez ms, en el ciberespacio.Emergen as una territorialidad desarraigada en un espacio global que no se define yageogrficamente, ni se limita al proceso econmico de la mundializacin, y un sentido dellugar que inscribe el entrecruzamiento de espacialidades diversas, y por supuesto devectores de dominacin en distinto grado de acomodacin y conflicto.

    Martn Barbero (1997), al hacer una lectura de la contemporaneidad cultural latinoamericana,diagnostica tres hechos: la crisis del estado-nacin, la revalorizacin de la identidad y elestallamiento de la equivalencia nacin=identidad por efecto de la globalizacin y de lareivindicacin de lo local. Hasta aqu no hay incongruencia con la perspectiva de Castells.Pero s puede haberla, me parece, a la hora de entender el dinamismo de las identidades:segn Martn Barbero, en el mundo contemporneo tanto la idea como la experiencia de laidentidad desborda los marcos interpretativos tanto de una antropologa de lo tradicional-autctono (es decir, la lgica del lugar), cuanto de una sociologa de lo moderno-universal(es decir, la lgica de los flujos). El ejemplo de las Mamachichos y los comentarios deCruces antes mencionados ilustran esta idea, pero vale la pena citar un poco ms

    extensamente a Martn Barbero (1997):

    Redefinida como una construccin imaginaria que se relata [N. Garca Canclini] laidentidad no puede seguir siendo pensada como expresin de una sola cultura homognea

    perfectamente distinguible y coherente () Hoy nuestras identidades -incluidas las de losindgenas- son cada da ms multilingsticas y transterritoriales. Y se constituyen no slo delas diferencias entre culturas desarrolladas separadamente sino mediante las desigualesapropiaciones y combinaciones que los diversos grupos hacen de elementos de distintassociedades y de la suya propia.

    Lo que nos devuelve a la multiculturalidad de la ciudad; es en ella mucho ms que en elEstado donde se incardinan las nuevas identidades hechas de imagineras nacionales,tradiciones locales y flujos de informacin transnacionales, y donde se configuran nuevosmodos de representacin y participacin poltica, es decir nuevas modalidades de ciudadana.

    Pensar desde ah la multiculturalidad implica serios retos tericos y metodolgicos para losinvestigadores de las ciencias sociales pues su comprensin exige el estallido de las fronterasdisciplinarias y la configuracin de objetos (de conocimiento) mviles, nomadas, de contornosdifusos, imposibles de encerrar en las mallas de un saber positivo y rgidamente parcelado.Ah apunta lcidamente C. Geertz cuando seala: lo que estamos viendo no es simplementeotro trazado del mapa cultural -el movimiento de unas pocas fronteras en disputa, el dibujo de

    algunos pintorescos lagos de montaa- sino una alteracin de los principios del mapeadoEl lugar como mbito virtual y no ya geogrfico de entrecruzamiento y transglosia cultural, laconstitucin transterritorial de las identidades y el desdibujamiento de las races Nada deesto puede entenderse sin una simultnea revisin de nuestras concepciones sobre eldesplazamiento , que hoy da remite a fenmenos tan extraordinarios y tan heterogneos comola migracin masiva de las poblaciones, el viaje turstico convertido en la industria global ms

    productiva o el viaje virtual a travs de Internet. De ah el inters de exhortaciones como lasde Clifford (1995) respecto a los cronotopos del viaje, cuando invita a indagar lositinerarios/enraizamientos de tribus, barrios y favelas de inmigrantes, que atraviesan ycuestionan la interioridad de las viejas comunidades tanto como la exterioridad del viaje

    tradicional; a examinar la frontera como espacio de hibridacin y lucha, vigilancia ytransgresin, a vrselas con culturas que pueden ser estudiadas a la vez en su espacio

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    geogrfico de origen y en los grandes centros metropolitanos cuando no en el intervalo deltransporte que los une.

    Un autobs volador

    *Tal vez algunos de ustedes conozcan el exuberante relato de Luis Rafael Snchez *The Airbus ()

    Lo que conocemos como *cultura puertorriquea estalla con un escndalo de risas y de conversacindesbordante durante un rutinario vuelo nocturno entre San Juan y Nueva York. Casi todo el mundoest viajando constantemente Lo normal no sera ya preguntar: *_ De dnde es usted?, sino *_ Dednde viene y a dnde va? (la pregunta de la identidad intercultural). Hay puertorriqueos que nopueden soportar la idea de residir en Nueva York. Que guardan su billete de regreso como si fuese untesoro. Puertorriqueos que *all se ahogan y *aqu resucitan. Puertorriqueos permanentementeinstalados en un territorio que flota entre el ac y el all y que de algn modo deben quitar solemnidadal viaje, convertirlo en poco ms que un breve recorrido en un autobs, en esta ocasin volador, queflota sobre el riachuelo a que los puertorriqueos han reducido el ocano Atlntico.

    (Clifford, 1995:70)

    Muchos de esos viajes no son sino una expresin situacional de las territorialidadesdesarraigadas de que habla Ortiz. Y del mismo modo que la figura antropolgica del loco

    puede ser entendida como un mensajero interceptado en el umbral entre dos mundos (Abril,1995), el locus al que tratamos an de adscribir la idiosincrasia de muchas identidadescontemporneas, incluyendo las nuestras, podra ser entendido como el resultado de unasincronizacin ideolgica, de un intento casi desesperado por atrapar en las categorasestticas del localismo el devenir astuto de los nuevos modos de ser y de sentir que sloalientan en la errancia, ya sea geogrfica, simblica, imaginaria o virtual. Porque contra eltrasfondo histrico de los viejos territorios tnicos, lingstico-semiticos, nacional-estatales,ms o menos colapsados, ms o menos recalcitrantes en su legibilidad y en su legitimidad, loque hoy se dibujan son las figuras -nuevamente con prefijo- de los proterritorios , los

    paraterritorios y los transterritorios de mltiples tendencias y querenciasreterritorializadoras:

    Elproterritorio , territorio en el modo incoativo, o frontera que propende a territorio, floreceen los espacios limtrofes. Lo limtrofe consta de lmite ms alimento ( limes + trf_), pueses originariamente la zona de cultivo que defiende una frontera: *campo atribuido a lossoldados que guardaban las fronteras, para atender a su subsistencia (Diccionario Etimolgicode Corominas). Las ciudades de frontera (las Tijuanas del mundo) ejemplifican hoy la

    potencia reterritorializadora de esas encrucijadas que, aun siendo puestos de vigilancia ycontrol selectivo de poblaciones y clases, son tambin generadoras de intercambio, interfaz e

    hibridacin cultural.Son estrategias de lo limtrofe , en algn momento de la metamorfosis que va de lo liminar alo territorial, las que rigen algunos nuevos modos de vida, de produccin y de expresin, en lafrontera entre la resistencia y el pacto, entre la supervivencia y el mercado, el asentamiento yel desplazamiento, la necesidad radical y la oportunidad coyuntural: es el caso de loscentros sociales okupados que, en los bordes de los centros urbanos sometidos a

    gentrificacin, y en condiciones de asentamiento precario, renen a jvenes radicales de laclase media con inmigrantes y grupos muy diversos de activistas culturales y poltic@s, quetratan de constituirse en laboratorios de comunidad y de modos de vida alternativos.

    El paraterritorio no es un territorio local ni un territorio incoativo, sino un circuitoparcialmente aleatorio, a travs de umbrales y no lugares, en el que se producen relacionescontingentes. En Abril (1995) tom el ejemplo de lo que entonces se llamaba ruta del

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    bakalao para ilustrar esta cronotopa; en ella se tejan y destejan lazos a travs de losumbrales del tiempo y el espacio reglados por los adultos: la noche, la madrugada, el fin desemana ampliado, la periferia urbana, o ms bien las reas metropolitanas en cuanto espaciosde flujo, de circulacin. A juzgar por las interpretaciones de l@s partcipes, en generalmuchach@s muy jvenes y de diferentes clases sociales, el paraterritorio es un circuito, unared de itinerarios slo en parte programados: se circula a travs de sitios, encrucijadas

    contingentes y dbilmente diferenciadas: la discoteca, el aparcamiento o el propio coche. Larelacin social consta de contactos mltiples con personas conocidas y desconocidas, de lasque se valora, precisamente, la disposicin al contacto (abiertos, simpticos,cachondos). La ruta teje una comunidad proxmica en constante mutacin, que se muevegracias a y en pos de la experiencia de la flotacin (el flipe) inducida por el alcohol y losestimulantes, la hiperestesia (pantallas, chorros de luz y de sonido en las discotecas), el trancedel baile. El circuito es, en la prctica, recursivo, hecho de circuitos concntricos: el de laderiva automovilstica, el del trfico de las drogas, el de los afectos y afinidades.

    Paraterritorio urbano

    El mircoles por la maana aparec en Toledo; no saba como haba llegado all, me dolatodo el cuerpo, adelgac cinco kilos, los pantalones de cuero me haban hecho heridas de tanto

    bailar y en mi casa no saban nada de m desde el sbado () Mi movida fue el 22 de abril,un sbado. Estaba en el cumpleaos de un amigo, en Torrejn, y me perd (ya llevaba unmontn de cubatas) pero me encontr con un amigo en un pub y me dijo vmonos a Madridde marcha. Me qued dormido y cuando despert estbamos en Radikal (Alcal), a eso de las6 de la maana. Lo tpico: beber, beberLuego nos fuimos a Panten (Alcal), nos metimosuna tralla de coca, pastillas de xtasis, un cachito, otro cachitoLuego a Attika (SanFernando) , bakalao hasta las dos de la tarde del domingo. Otra vez a Radikal, el domingo porla tarde. En el parking llevaba un cuelgue total, me dio una cosa rara y no s por qu me metdebajo de un caminPero luego se me pas, ms pastillas, ms hablar con todo el mundo,hablaba por los codos, gente que conocamos y que no conocamos () En La Industria(Coslada) ms baile, ms cachondeo: en la discoteca, en el coche, en el parking () Luegocreo que nos fuimos a Speka, en Nuevos Ministerios (Madrid); ms baile, gente muy

    psicodlica, muy abierta y simptica () En Saratoga, ms cachondeo, ms msica,bailando como si te dieran cuerda , daba igual que fuera de da o de noche Yo, incluso,bailaba con los intermitentes del coche () El lunes, a las siete de la maana, estbamos enun pub de Oporto (Madrid), en el parking. Se nos meta gente en el coche () Nos metimosotra vez en el coche, J. R., el amigo que pona la pasta y yo con una rubia de Tres Cantos, ydesde ah no recuerdo casi nada. Me suena haber estado en un dentista, en un restaurantechino, un Corte Ingls () El mircoles por la maana me despert en el chal del amigo del

    coche, en Toledo (Carlos)(Fuente: Reportaje de Rafael Carrasco para la agencia COLPISA, Madrid, 1993)

    Puede que la ruta del bakalao haya sido un fenmeno efmero y sobredramatizado por losmedios. Pero constituye, en todo caso, un ejemplo de un proceso ms extenso: larearticulacin incipiente de los modos de agrupamiento, sobre todo entre los jvenes, en uncontexto de falta de espacios propios (una cultura, pues, ms del sitio efmero y de lacirculacin que del lugar) y sin regularidad temporal pautada (una cultura, pues, delinstante). Algunos estudios sociolgicos hablan de la cultura de la urgencia, de las formasefmeras de comunidad y del ethos individualista que parecen imponerse entre sectores

    populares jvenes de todo el mundo, pero falta por conocer las condiciones del reanclaje, dela reconstruccin del vnculo y de la identidad que en cada caso permiten singularizarse,inscribirse como locales, los entrecruzamientos de las lgicas globales; pues, como afirma

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    Cruces (1997), las reconversiones de la localidad distan de ser un efecto mecnico detendencias globales. Por ms que alimente nuestras incertidumbres, esta afirmacincontradice el supuesto de que la globalizacin implica una inexorable homogeneizacincultural: si nunca los territorios culturales han sido conmensurables, tampoco habran de serlonecesariamente los paraterritorios tardomodernos.

    Por otra parte los paraterritorios pueden ensamblar no slo itinerarios virtuales, umbrales ysitios contingentes, sino tambin lugares ms o menos estables. Homosexuales de todo elmundo entablan relaciones virtuales en Internet, pero pueden citarse y viajar para conocerse

    personalmente; pueden llevar la gua Spartacus que les permitir visitar en distintasciudades los locales de ambiente de tal o cual estilo, entablar si lo desean alguna relacinocasional en una sauna o discoteca, pasear por la zona rosa, comprar una publicacin gay oasistir a algn espectculo de su preferencia. Seguramente harn y vivirn otras muchas cosasno directamente relacionadas con su orientacin sexual, pero las que hemos mencionadoforman parte de un paraterritorio, y este paraterritorio consta de las rutas, conexionesvirtuales, lugares, encuentros ocasionales, textos que permiten la constitucin de unacomunidad de deseo ms all de un territorio tradicional.

    El airbus de Luis Rafael Snchez, antes citado, es una buena imagen del transterritorio : elque sustenta una identidad o una comunidad construida entre espacios locales geogrfica yculturalmente alejados, como la que comprende, a travs del contacto telefnico, de latransferencia de dinero y del viaje, a los habitantes de un pueblecito de Michoacn, enMxico, y a sus numerosos familiares y convecinos emigrados al Silicon Valley (ejemploreferido por Garca Canclini, 1990).

    Pero fuera de toda posibilidad de reterritorializacin, proliferan tambin los desterritorios dela exclusin extrema, del exilio y de la pobreza, los de las grandes mayoras poblacionalescondenadas por las desigualdades estructurales de los procesos de globalizacin y por lasguerras del nuevo desorden mundial.

    Espacio semitico y lectura posletrada

    En las sociedades en las que la comunicacin oral y el saber narrativo regan los procesossimblicos, el habla estaba enmarcada por coordenadas espaciotemporales de accindramtica y el yo se construa como una posicin de enunciacin a travs de su insercin enuna totalidad de relaciones cara a cara (Poster, 1990). El espacio de la enunciacin -pues no

    puede hablarse propiamente de espacios textuales a falta de los dispositivos objetivadoresque aportarn la escritura y las tcnicas de inscripcin e impresin- no es sino el recinto

    semitico del anclaje social. Aun en la Grecia clsica las dimensiones de la poliscoincidan, segn la sentencia aristotlica, con el mbito acstico definido por el alcance de lavoz.

    La escritura desarraig la accin de la localidad, de la interaccin lingstica en un aqu y unahora. Con la progresiva extensin de los soportes escritos, y particularmente de la imprenta,las prcticas lingstico-semiticas se enmarcan en un espacio-tiempo virtual de escritura-lectura que har posible la existencia de las comunidades hermenuticas modernas (pblicos,culturas nacionales, de clase, profesionales, etc.) En el estadio de la imprenta, el yo seconstruye como un agente centrado en su autonoma racional/imaginaria. El sujeto es un egoracional y autnomo, un intrprete estable que, en aislamiento, establece conexiones lgicas

    entre signos; en la prctica de la lectura solitaria el sujeto se enfrenta a un objeto textual, arepresentaciones del mundo y de la sociedad objetivadas en los textos. Ese modo deconstitucin de la subjetividad, en principio privativo de una minora letrada y masculina, se

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    fue extendiendo con el desarrollo del capitalismo a cada vez ms sectores sociales, mediantela generalizacin progresiva de la enseanza. Una condicin para el proceso moderno de lasubjetividad es que el yo se desprenda de la identificacin con los roles y las normas dados enla vida grupal o comunitaria: la universalizacin de la subjetividad como fundamento delsentido compartido, de la legibilidad y la legitimidad, encontr su ms poderosaracionalizacin en la filosofa kantiana, como ya se ha sealado, pero no es desde luego un

    mero ideologema: es la condicin cultural ms estable de las prcticas textuales yenunciativas modernas.

    Es importante distinguir entre los modos de lectura y de subjetividad lectora que proceden dela primera modernidad de aquellos otros que se desarrollan en el contexto de la cultura demasas. En los orgenes de la prensa popular, a mediados del siglo XIX, se puede detectar-como hace Martn-Barbero (1987: 139)- la ruptura del aislamiento y la distancia delescritor, que es llevado a un espacio de interpelacin permanente de parte de los lectores.Espacio de interacciones que servir de escenario a la contaminacin y la rearticulacin dedominios simblicos como la informacin y la ficcin, el debate y el juego: Morin (1962:46)

    propuso la nocin de sincretismo para denominar la tendencia de la cultura de masas a

    homogeneizar bajo un denominador comn la diversidad de las contenidos, tendencia que secorreponde en el dominio simblico a la homogeneizacin sensorio-cognitiva de los mediosde comunicacin y que har posible enclavar el naturalismo social de la hegemona en laexperiencia cotidiana contempornea.

    En la era de la informacin el yo es dispersado, descentrado y multiplicado, conducido a unapermanente inestabilidad, mientras el lenguaje, mediado electrnicamente, est en todaspartes y en ninguna, siempre y nunca, es material e inmaterial (Poster ,1990) y pierdereferencia respecto a coordendas culturales particulares como las propias de las comunidadeshermenuticas. Esta es la razn por la que much@s entusiastas de Internet, y con un sentidomuy norteamericano de la correcin poltica, celebran el hecho de que, adems de difuminarla autora, las conversaciones electrnicas desdibujan las diferencia tnicas, nacionales, degnero o de estatus entre l@s partcipes.

    El lenguaje de los medios electrnicos, masivos o posmasivos, invita al receptor aexperimentar con el proceso de autoconstitucin, a rehacer continuamente su yo en*conversacin con diferentes modos de discurso. Por ejemplo, la lectura de la televisin noest condicionada por la literalidad, la estabilidad y la univocidad de la palabra impresa,

    porque la televisin, en su vertiginosa multivocalidad transgrede las reglas del discursorepresentacional propio del libro (Poster, 1990).

    Los artefactos de la era de la informacin son extensiones del yo, pero los yoes, como sealaDennett (1995), son tambin artefactos de los procesos sociales que nos crean. Las nuevastecnologas de la comunicacin y el conocimiento (NTC) presuponen y activan un sujetoheterogneo y complejamente conexo a un entorno mltiple: inmediato y virtual, selectivo ymasivo, local y global, posicional y nmada al mismo tiempo.

    La actividad tcnica contempornea se impregna de subjetividad y de deseo. Si en la pocamoderna se haba interiorizado e institucionalizado el espacio psquico de las pulsiones (elello es tan moderno como el yo, ha escrito Voestermans, 1991), antes convencionalizado enrituales pblicos, hoy asistimos a nuevas formas de exteriorizacin del deseo en lasextensiones de las NTC: la regresin fantasmtica, el placer sinquinsico y el clculo racional

    coexisten en la relacin con la pantalla. Pero a la vez los artefactos y las tcnicas habitan elinconsciente intelectual (Lvy, 1990): la actual progresin de las NTC es un procesometafsico molecular que redistribuye sin tregua las relaciones entre sujetos individuales,

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    objetos, colectivos virtuales y dispositivos tcnicos en permanente mutacin. El sujetocontemporneo, en cuanto usuario de las tecnologas, se indiferencia en gran medida de uncolectivo cosmopolita. Lvy habla a este respecto de una inteligencia colectiva, unainteligencia que prolonga en la era de la informacin la profunda tendencia universalizante dela subjetividad moderna.

    La autora dispersa

    *Entornos de juego como las MUDs (mazmorras) y MOOs de Internet, en que los participantescrean conjuntamente espacios virtuales, rompen con las fronteras entre las artes y reducen el control deun autor particular. La destreza se desarrolla ahora por familiaridad y placer ms que, como ocurraen las competencias autoriales tradicionales, por un largo, gramaticalizado y frecuentemente ascticoaprendizaje.

    La combinacin de la telecomunicacin y el ordenador permite proyectos que conectan lahorizontalidad de las redes electrnicas a la verticalidad de los medios tradicionales. Por ejemplo, H.Grudmann (1997) describe varias experiencias de radio-acontecimientos telemticos simultneos einterdependientes en los que ningn sujeto particular puede ejercer el control sobre el evento total y enlos que, obviamente, las barreras de la difusin tradicional se rompen (Horizontal Radio, 1995 y

    Rivers & Bridges, 1996). En la primera de estas experiencias participaron durante 24 horas ms de 20emisoras pblicas de radio, otras emisoras independientes y piratas y el servicio de onda corta deRusia, junto a diversos proyectos para Internet. Hubo actuaciones, conciertos, instalaciones,actuaciones telefnicas, difusin, grabacin y colage en diferentes tiempos y contextos, sin quepudiera determinarse quin ni dnde produca el sonido en un momento dado. Una edicin,necesariamente incompleta, de 2 CDs permite evocar la experiencia escuchndolos simultneamenteen dos reproductores en modo random.

    (Abril, 1998)

    Las prcticas de lectura-consumo responden a pautas anlogas a las que rigen la emisin-produccin; an ms, las modalidades interactivas de las NTC darn lugar a prcticas deescritura-lectura indistintas. El telespectador que hace zapping muestrea y samplea:construye un texto fragmentario y efmero con los materiales heterogneos de la televisin,igualmente sampleados por sus productores, y para ello toma numerosas microdecisiones queavalan su competencia como lector: reconoce con extraordinaria rapidez indicios de gnero,

    presupone los procesos narrativos que estn desarrollndose en los distintos canales,selecciona los ncleos narrativos ms significativos como un gourmetdel men audiovisual,ese megatexto sobre el que el flujo de la lectura traza su peculiar y sinuoso recorrido. No es,ciertamente, una lectura lineal y orientada a un sentido global o rector, como la queidealmente exige la literatura clsica, pero es tambin activa y compleja.

    Ahora bien, el zapper es slo una figura de transicin en la encrucijada histrica entre lacultura massmeditica y la cultura de la interactividadpropia de los NTC. En las prcticasvinculadas a los nuevos medios la identidad y los lmites del texto quedan an mssubordinados a la actividad del sujeto. Como ha sealado Bettetini (1995) respecto a lasoperaciones del grafismo informtico (imagen digital y realidad virtual), el saber y lasmodalidades enunciativas estn mucho menos estructuradas y prescritas que en el textotradicional y prevalecen ciertas estrategias potenciales que, aunque previstas por el software,han de ser actualizadas selectivamente por el usuario. Sin duda hay una predefinicin, perolos resultados no son previsibles; la accin del usuario genera algo novedoso, abre unasituacin no completamente codificada.

    En la realidad virtual la referencialidad del objeto pierde toda pertinencia frente a lainteraccin entre sujeto y entorno; es el sujeto quien crea el espacio con su actividad, y la

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    mmesis no tiene otro carcter que el de una simulacin comportamental. Frente a la imagenicnica, que ofrece una representacin fornseca al objeto, la imagen virtual supone elconocimiento o la construccin del objeto desde su interior. Tal como ocurre en los programasde diseo asistido por ordenador (CAD ), el objeto ms que representado es recreado,mediante el desvelamiento de sus reglas de comportamiento en el espacio; si algorepresentan estos dispositivos son los movimientos, los puntos de vista y las perspectivas

    virtuales de un sujeto. Ramrez Lamus (1995: 128) habla a este respecto de un imaginariodemirgico diverso del imaginario contemplativo de la representacin.

    Examinndola desde estas premisas, la prdida de legibilidad de los espacios, urbanos,textuales, sociales, es tambin el acicate para nuevas maneras de leer, para nuevas maniobrasde la subjetividad. La ciudad contempornea ha padecido la erosin de aquellasrepresentaciones, ritos y gestos que, ms all de la pura visibilidad, articulaban su sentido porrelacin a determinados modelos culturales y modos de vida (Lynch, 1974). Muchos de losgrandes espacios urbanos del mundo han estallado en multitud de guetos, donde habitan lasclases subalternas, y en pequeas zonas residenciales, crecientemente fortificadas, para lasclases dominantes. Los tradicionales centros de vida comunitaria (plazas, mercados

    tradicionales) tienden a desaparecer por doquier, la ciudad se convierte en una red dedistribucin de flujos y los espacios de encuentro, rearticulados por el consumo (centroscomerciales, multicines, &c.) responden al modelo del no-lugar.

    En suma, el espacio de la ciudad contempornea no se deja capturar ya en mapas mentalesintegradores del todo y de la posicin del sujeto (Jameson, 1984). Pero entonces los sujetoshan de conjeturar sus propios croquis, ms o menos provisionales, y corregirlos segn lastrayectorias y las circunstancias del momento (Muoz, 1997). Las experiencias-lecturas delentorno urbano, y las propias de las prcticas de consumo que en l se realizan (en las calles,en los grandes centros comerciales o en las tiendas de todo a 100), responden a las mismas

    pautas que el zapping: son lecturas veloces, ocasionales, errticas y guiadas por inferenciascontingentes. En su interesante estudio sobre las representaciones de la ciudad que se haceuna joven calea de hoy, Muoz (1997) recurre frecuentemente a la metfora del zapping, yreconoce tambin una mirada evaluativa que procede de manera semejante a la solucin deacertijos, reconstruyendo historias a partir de indicios o marcas, poniendo en juegosaberes locales e inteligibilidades mnimas.

    Obviamente, detrs de estas prcticas de produccin de sentido no se vislumbra slo la pautadel mando a distancia, sino el trasfondo de una cultura receptiva de ciclo tan largo como la

    propia modernidad: la cultura de la experimentacin y del individualismo perceptivo, no delyo mondico que a travs del punto de vista novelesco se contituye como locus

    estratgico , segn el anlisis de Jameson (1989) , sino del yo disperso, posrealista, quepresuponen el cine o la imagen cubista; la cultura, en fin, modelada por la vanguardia artsticacontempornea, cuyas operaciones de colage, de ready made , de seriacin, &c., quecontribuyeron a objetivar la experiencia espaciotemporal de la modernidad tarda, senormalizaron a lo largo del siglo en el espacio discursivo de los medios de masas.

    De la traduccin a la integracin: supertextualidades

    La semiosis de la premodernidad responde a una traduccin simblica. Entiendo por tal unproceso de sentido que moviliza interpretantes heterogneos y cuya significacin permanecelocalmente restringida: tal es el funcionamiento de lossmbolos rituales de Turner (1980), que

    median entre un polo de significacin relativo al orden moral y social y un polo sensorialrelacionado con formas expresivas. Fiske y Hartley (1978: 89-90) hablan, en un sentidoanlogo, de la condensacin ritualque proyecta ideas y valores abstractos en formas sensibles

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    y dramticas concretas: el proceso reflexivo que actualiza el mito (un relato) en un rito (unaactividad dramtica que involucra la manipulacin pautada de determinados objetos) es unejemplo paradigmtico de este modo de traduccin.

    La modernidad desarroll un nuevo modo de traduccin, la transcodificacin o traduccinentresignos: el signo es una unidad funcionalcuyo valor dimana de su posicin dentro de un

    sistema relacional. Como ha explicado Olson (1998), la adopcin de la escritura haba hechoposible la forma de introspeccin cultural que discrimina las frases, palabras o fonemas comounidades discretas y funcionales; pero ser la imprenta el dispositivo tecnolgico quediseminar universalmente la prctica y la episteme del signo. Si los procesos simblicos

    premodernos no permitan trascender los universos de sentido locales, la traduccin sgnicahace posible la trasposicin entre lenguajes, discursos, gneros textuales y culturas; noshemos referido sumariamente a algunos productos de esas mixturas (la polifona, el textomismo como artefacto intertextual, el sincretismo meditico, &c.). Hay que subrayar que la

    potencia de las transcodificaciones contemporneas ha permitido romper la discontinuidadentre dominios de la representacin y de la experiencia como lo global vs. lo local, lo pblicovs. lo privado, lo ajeno vs. lo propio, e incluso entre lo real y lo virtual, mucho antes de que se

    implementaran las tecnologas de la virtualidad propiamente dichas. Y en la esfera deldiscurso televisivo pueden encontrarse buenos ejemplos de ello.

    Murphy Brown y el vicepresidente

    En la campaa presidencial estadounidense de 1992, el entonces vicepresidente Dan Quayle quisopronunciarse en defensa de los valores familiares tradicionales. Armado de sus convicciones morales,inici un debate inusual con Murphy Brown. Interpretada por una gran actriz, Candice Bergen, era elpersonaje principal de una popular serie de televisin que (re)presentaba los valores y problemas deuna nueva clase de mujer: la profesional soltera que trabaja y tiene sus propios criterios sobre la vida.En las semanas de la campaa presidencial, Murphy Brown (no Candice Bergen) decidi tener un hijo

    fuera del matrimonio. El vicepresidente Quayle se apresur a condenar su conducta por impropia,suscitando la clera nacional, sobre todo entre las mujeres trabajadoras. Murphy Brown (no sloCandice Bergen) se desquit: en su episodio siguiente apareci viendo la entrevista televisiva en laque el vicepresidente la censuraba y se interpuso criticando con contundencia la interferencia de lospolticos en la vida de las mujeres y defendiendo su derecho a una nueva moralidad. Finalmente,Murphy Brown aument su cuota de audiencia y el conservadurismo anticuado de Dan Quaylecontribuy a la derrota electoral del presidente Bush, siendo ambos acontecimientos reales y, en ciertamedida, socialmente importantes. No obstante se haba compuesto un nuevo texto de lo real y loimaginario a lo largo del dilogo. La presencia no solicitada del mundo imaginario de Murphy Brownen la campaa presidencial de la vida real provoc la transformacin de Quayle (o, ms bien, de suimagen televisiva *real) en un personaje de la vida imaginaria de Murphy Brown: se haba hecho unsupertexto, mezclando en el mismo mensaje discursos sostenidos apasionadamente y emitidos desde

    ambos niveles de la experiencia. En este caso, la virtualidad (esto es, Murphy Brown siendo en laprctica lo que muchas mujeres eran, sin serlo en nombre de ninguna mujer) se haba vuelto real, en elsentido de que interactuaba realmente, con cierto impacto significativo, en el proceso de eleccin delcargo poltico ms poderoso de la tierra.

    (Castells, 1997: 406-407)

    Una tendencia implcita en la (era de la) informacin es la de tratar predominantemente alsigno comoseal, como operacin o estimulacin informacional, por emplear la expresinde Poster (1990: 6). La funcin de un sistema de seales es desencadenar mediante unconjunto de operaciones-estmulos un conjunto de operaciones-respuestas, sin necesidad de

    una mediacin semntica. Su fuente de validez es, por ello, la eficiencia u operatividad delsistema. Conforme a esta tendencia los sistemas de sealizacin han sido institucionalizados yuniversalizados en los contextos urbanos, industriales, administrativos o didcticos a fin de

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    convencionalizar toda clase de actividades instrumentales (y de instrumentalizar todas lasclases de accin convencional).

    Una segunda tendencia, bien patente en la comunicacin multimedia, es la de integrar losmensajes de cualquier tipo en un modelo cognitivo comn: los modos diferentes decomunicacin tienden a tomar los cdigos unos de otros: los programas educativos

    interactivos parecen videojuegos; las noticias se construyen como espectculos audiovisuales;los juegos se emiten como culebrones, seala Castells (1997: 404), y acierta al reconocer,implcitamente, que los procedimientos de transcodificacin inherentes a la comuniacinmasiva haban prefigurado el marco cultural de la actual transcodificacin multimedia. Pues,en efecto, la prensa, la radio y la televisin desarrollaron sus respectivos lenguajes a travs decontinuos prstamos e interacciones.

    La transcodificacin moderna de los signos culmina en el uso de las tecnologas digitales:ahora las imgenes sonoras y visuales pueden ser reproducidas y transfomadasindefinidamente, y mediante la reduccin digital del alfabeto al cdigo ASCII, los mensajeslingsticos, por extensos que sean, pueden ser almacenados, transmitidos y copiados casi

    instantneamente. La actual cultura del muestreo (sampling ), es el resultado de unaminiaturizacin del montaje (la clase de operaciones que han llegado a compartir loslenguajes masivos y la vanguardia artstica)gracias a la digitalizacin, que permite tratar lossignos de casi todos los lenguajes audiovisuales como datos que se pueden descontextualizar,formatear, deformar, registrar, ensamblar, combinar y comunicar.

    El proceso histrico de la transcodificacin desemboca, as, en un proceso de plenaintegracin, que afecta a todos los niveles de la semiosis. En primer y segundo lugar, alsensorial y al cognitivo, porque la eleccin de varios mensajes bajo el mismo modo decomunicacin, con un paso fcil de uno a otro, reduce la distancia mental entre varias fuentesde participacin cognitiva y sensorial, de tal modo que se crean contextos semnticosmultifacticos, compuestos por una mezcla aleatoria de diversos significados (Castells,1997: 405). En tercer lugar, se produce tambin una integracin operativa, porque el manejode signos visuales o sonoros responde a pautas y rutinas homogeneizadas por los sistemas de

    software.

    La integracin semitica da lugar a lo que, de un modo deliberadamente impreciso, llamarsupertextualidad . La imprecisin viene exigida por la naturaleza misma de este tipo deprocesos, que difcilmente pueden ser subsumidos en el concepto tradicional de texto. Bastecon sugerir, metafricamente, que el texto define y singulariza un territorio semitico: noslo por la identidad material de su soporte o formato, sino tambin por el acabamiento o

    cierre de un universo de representacin (por ejemplo, el mundo virtual de un relatonovelesco o flmico). Las supertextualidades manifiestan, contrariamente unatransterritorialidad material y semntica. Mientras el sentido del texto clsico se(re)construye en una operacin de lectura solitaria y ms o menos lineal, lassupertextualidades requieren operaciones de lectura-escritura y la participacin, al menos

    potencial, de una autora dispersa o distribuida. La supertextualidad ha recibido lalegitimacin terica del pensamiento lingstico postestructuralista (Barthes, Foucault,Derrida, &c.), con sus concepciones sobre la escritura no secuencial, el montaje y eldesbordamiento intertextual (Landow, 1995).

    Pueden hallarse los precedentes culturales de lo que aqu llamo supertextualidad en las

    narrativas posrealistas, pero tambin en los textos periodsticos que dan inicio al periodismode masas, y ms particularmente en el procedimiento de la pirmide invertida queinstitucionaliz una duradera matriz textual de las noticias a mediados del siglo pasado (Abril,

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    1997: 227-231). Tambin entonces una innovacin tecnolgica, el telgrafo, condicion lasoperaciones textuales y de organizacin productiva que dieron lugar a la nueva forma deltexto. Con la pirmide invertida se inici un rgimen (cognitivo) de la informacin diversodel saber premoderno y del conocimiento cientfico-representativo de la modernidad, unmodo de conocimiento basado, otra vez, en el montaje de datos, en la modularidadde lossegmentos y subordinado al designio de la comunicabilidad ilimitada. Los procedimientos de

    la pirmide invertida presuponen una teora implcita de la atencin, de los mecanismosreceptivo-cognitivos de la audiencia, segn la cual la lectura est ms condicionada por losparmetros espacio-temporales de la lectura (la organizacin visual-espacial de la noticia, eltiempo invertido en leerla) que por los mecanismos lgicos de la persuasin (la estructuraargumentativa de las ideas). En otros trminos, son las concepciones de la psicologa y no yalas de la retrica las que subyacen a la imagen implcita del lector y de la lectura que se

    proyecta en el discurso informativo: una tendencia que ha sido agudamente sealada porColn Zayas (1994) respecto a los orgenes de la publicidad. Pero adems, y esto afecta alconjunto de la produccin del texto periodstico, en su composicin textual la noticia es untexto polifnico y abigarradamente citacional, y el peridico un megatexto que yuxtaponeregistros semiticos heterogneos (escritura, imagen fotogrfica y dibujo, diagramacin). En

    el nivel de la produccin textual es el resultado de una autora mltiple y dispersa,estructurada segn criterios de divisin funcional y de optimizacin productiva.

    La lectura massmeditica fue educada en esas condiciones y, como todo el mundo sabe por suexperiencia abnegada de lector/a de peridicos, la atencin y el orden de la lectura se atiene acriterios selectivos variables, a condicionamientos circunstanciales, a recorridosespaciotemporales no lineales. De tal forma que gran parte de las observaciones que haceCastells (1997: 497-498) sobre los actuales hipertextos multimedia puede aplicarse mutatismutandis a la experiencia comn de la lectura de prensa:

    La mezcla de tiempos en los medios, dentro del mismo canal de comunicacin y a eleccindel espectador/interactor, crea un collage temporal, donde no slo se mezclan los gneros,sino que sus tiempos se hacen sincrnicos en un horizonte plano, sin principio, sin final, sinsecuencia. La atemporalidad del hipertexto de los multimedia es una caracterstica decisiva denuestra cultura, que moldea las mentes y memorias de los nios educados en el nuevocontexto cultural. La historia se organiza en primer lugar segn la disponibilidad de materialvisual, luego se somete a la posibilidad informatizada de seleccionar segundos de estructuras

    para que se unan o separen segn los discursos especficos. La educacin escolar, elentretenimiento de los medios de comunicacin, los reportajes de noticias especiales o la

    publicidad se organizan temporalmente como convenga para que el efecto general sea untiempo asecuencial de los productos culturales disponibles de todo el mbito de la experiencia

    humana. Si las enciclopedias han organizado el conocimiento humano por orden alfabtico,los medios electrnicos proporcionan acceso a la informacin, la expresin y la percepcinsegn los impulsos del consumidor o las decisiones del productor. Al hacerlo, todo elordenamiento de los sucesos significativos pierde su ritmo cronolgio interno y quedadispuesto en secuencias temporales que dependen del contexto social de su utilizacin.

    Evidentemente no todas las propiedades de las supertextualidades estaban ya dadas en lasestructuras y en los procedimientos lectores del peridico. El hipertexto -en su sentidoestricto: el tipo desoftware que se desarrolla a partir del sistema Hypercard, de 1987 y que a

    partir de la implementacin de la WWW, en 1992, se incorpora a Internet- integra imgenessonoras y visuales muy variadas. No es, como hemos insistido, un texto espacialmente

    delimitado, sino un espacio virtual en el que, ms que leer, se navega (la metfora de lanavegacin se ha hecho muy popular para referirse a la escritura-lectura en cualquier espaciovirtual), se explora un entorno semitico, visitando ms que comprendiendo, recorriendo

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    ms que aprendiendo (Vidali, en Bettetini, 1995: 273-274). Como este autor seala, lanavegacin no es una lectura en el sentido clsico, porque no se fundamenta en unacompetencia frstica: la competencia necesaria es la que permite no ya interpretar un nodoconcreto, sino navegar entre nodos, reconociendo los significantes de transporte (iconos,estilos tipogrficos, cambios del cursor), saber utilizar un men de operaciones para

    posicionarse (back-tracking, graphical browser , funciones de bsqueda), saber

    (re)organizar constantemente un mapa del hipertexto, que cambia en cada desplazamiento.Para navegar por el hipertexto es preciso saber perderse en l o, mejor, saber afrontar el riesgodel vuelo ciego contando con el dominio seguro de los instrumentos de navegacin.

    As descrita, la navegacin hipertextual adquiere un aire de familia con otros cronotopos delviaje: no, desde luego, con los viajes organizados que encarrilan a la clase mediatransnacional por los pasillos fortificados del exotismo, pero s con los recorridos urbanos dela joven calea de que trata Muoz (1997), con las errancias de l@s adolescentes madrile@sy de los viajeros gays, con el airbus puertorriqueo.

    Y con cualquier forma de viaje que presuponga la incertidumbre, el descoloque, la

    precariedad del sentido, pero que active tambin la seduccin del umbral y l