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El origen de la intolerancia según David Hume Patricio González Sidders Universidad Nacional de Buenos Aires [email protected] I Hablar del concepto de tolerancia en la obra de Hume parece, a primera vista, una tarea complicada. A diferencia de muchos autores modernos, como Leibniz, Locke o Spinoza, Hume no tematiza en ninguna de sus obras el problema de la tolerancia de manera directa. Es evidente que hay constantes alusiones al tema, como, por ejemplo la cita inicial del Tratado de la naturaleza humana. Pero estas alusiones no constituyen un pensamiento sistematizado que pueda unirse al resto de su obra sobre temas religiosos. Lo que sí encontramos, a primera vista, es un profundo interés por las variedades de la “falsa religión”, la superstición y el entusiasmo y sus efectos nocivos en la sociedad. Entre estos efectos se identifican la intolerancia y la persecución religiosa. Tanto en la Historia natural de la religión 1 como en muchos de sus Ensayos 2 , Hume intenta determinar las causas de un fenómeno que, teniendo en cuenta la teoría de la creencia que se sostiene en el Tratado, parece inexplicable. El 1 Hume,D., Historia natural de la religión, edición bilingüe, Madrid, Trotta, 2003. 2 Hume,D., Selected Essays, Oxford, Oxford University Press, 1998. Específicamente: “On Superstition and Enthusiasm”, “On National Characters”, “On suicide”, “On the Parties of Great Britain”.

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Page 1: GONZÁLEZ SIDDERS, PATRICIO - El origen de la intolerancia según David Hume

El origen de la intolerancia según David Hume

Patricio González Sidders

Universidad Nacional de Buenos Aires

[email protected]

I

Hablar del concepto de tolerancia en la obra de Hume parece, a primera vista, una

tarea complicada. A diferencia de muchos autores modernos, como Leibniz, Locke o Spinoza,

Hume no tematiza en ninguna de sus obras el problema de la tolerancia de manera directa. Es

evidente que hay constantes alusiones al tema, como, por ejemplo la cita inicial del Tratado

de la naturaleza humana. Pero estas alusiones no constituyen un pensamiento sistematizado

que pueda unirse al resto de su obra sobre temas religiosos.

Lo que sí encontramos, a primera vista, es un profundo interés por las variedades de la

“falsa religión”, la superstición y el entusiasmo y sus efectos nocivos en la sociedad. Entre

estos efectos se identifican la intolerancia y la persecución religiosa. Tanto en la Historia

natural de la religión1 como en muchos de sus Ensayos2, Hume intenta determinar las causas

de un fenómeno que, teniendo en cuenta la teoría de la creencia que se sostiene en el Tratado,

parece inexplicable. El grado de creencia en una cierta opinión está determinado por la fuerza

y vivacidad de la idea que acompaña esa opinión (o que compone esa opinión3), de este modo,

no posee una base racional, sino principalmente sensible. Para Hume, creencias como la

existencia del mundo externo o la causalidad son naturales, en tanto posibilitan la vida en

común; es por esto que poseen el mayor grado de creencia posible. La cuestión de si la

creencia en Dios es natural o no es un problema muy complejo dentro de la obra de Hume,

cuyo tratamiento implica un análisis de todas sus obras acerca de la religión. A los fines de

nuestro trabajo podemos dejar de lado este problema para acotar un poco más nuestro objeto y

preguntarnos ¿son naturales las creencias religiosas por las cuales se dividen las sectas entre

1 Hume,D., Historia natural de la religión, edición bilingüe, Madrid, Trotta, 2003.2 Hume,D., Selected Essays, Oxford, Oxford University Press, 1998. Específicamente: “On Superstition and

Enthusiasm”, “On National Characters”, “On suicide”, “On the Parties of Great Britain”.3 Uno de los puntos más desconcertantes de la teoría de la creencia humeana es en dónde reside la fuerza y

vivacidad ¿la creencia es una manera de concebir una opinión? ¿es una idea fuerte y vivaz que acompaña a una impresión? Michael Gorman distingue nueve sentidos distintos de creencia dentro de la obra de Hume. Ver: Gorman, M., “Hume's theory of belief”, Hume Studies, Volume XIX, Number 1 (April, 1993), 89-102.

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sí, creencias que conducen a la intolerancia y a la persecución religiosa? Esta pregunta deja

indeterminada la cuestión de la naturalidad de la creencia en Dios y se focaliza en creencias

mucho más determinadas como, por ejemplo, la presencia real, la predeterminación o la

trinidad. Considero que la respuesta de Hume es negativa: si es dudoso que el hombre se

sienta naturalmente dirigido a creer en un autor inteligente y bondadoso del mundo (tal como

lo muestran los Diálogos sobre la religión natural), es absolutamente imposible pensar que

algunos hombres se sienten naturalmente inclinados a creer vivazmente en opiniones de ese

tipo. En palabras de Hume:

      Podemos observar que, a pesar del estilo dogmático y arrogante de toda superstición, la convicción de los fanáticos religiosos de todas las épocas es más afectada que real y apenas si se aproxima, en grado alguno, a esa sólida creencia y convicción que nos dirige en los asuntos de la vida [...] la naturaleza es demasiado resistente y no tolera que la oscura y trémula luz que surge en esas zonas sombrías equivalga a las impresiones fuertes producto del sentido común y la experiencia. (Historia natural de la religión, sección 11, p.119)

      En este punto podemos llevar a cabo una jerarquía entre opiniones de acuerdo a la

vivacidad de la creencia que la acompaña: en la base estarían las creencias del sentido común

y la experiencia (causalidad, creencia en el mundo externo); en segundo lugar podemos

colocar la creencia en Dios en general, y en tercer y último lugar, las creencias religiosas

derivadas de la religión. El problema que se plantea en esta instancia es el siguiente: si el

último tipo de opinión posee un grado de creencia mínimo en comparación con las creencias

de la vida cotidiana, que regulan todas nuestras acciones ¿cómo puede ser que éstas sean

motivo de la intolerancia y la persecución religiosa? Así, se vuelve necesario mostrar cómo

opiniones que, en condiciones normales (para un espectador objetivo) generan un bajo nivel

de creencia (y, por lo tanto, de adhesión y de acciones motivadas por ellas) como son las

opiniones religiosas y, entre estas, las que diferencian una secta de otra, conducen, en ciertos

momentos, a los miembros de una cierta religión a perseguir a otros que no comparten esas

mismas opiniones.

      En lo que queda del trabajo analizaremos el complejo conjunto de causas que llevan,

según Hume, a la persecución religiosa y a la intolerancia. Considero que esto permitirá

aclarar también ciertos aspectos de la concepción de la tolerancia, que como dijimos antes, no

fue tematizada por Hume.

II

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   Tanto en la Historia natural de la religión como en los Ensayos4, Hume muestra tres

posibles causas para el fenómeno de la intolerancia religiosa: el monoteísmo, la superstición y

el poder sacerdotal. En esos textos Hume identifica cada una de estas posibilidades como la

única responsable de la intolerancia: en la Historia natural de la religión el culpable es el

monoteísmo, en “Sobre la superstición y el entusiasmo”, es la superstición; y en “Sobre los

caracteres nacionales” y “Los partidos de Gran Bretaña”, es el poder sacerdotal.  En esta

sección intentaré mostrar que, tomadas aisladamente, ninguna de estas tres posibilidades es la

completa responsable de la intolerancia.

   En la sección IX de la Historia natural de la religión, Hume lleva a cabo una comparación

entre el politeísmo y el monoteísmo “en lo referente a la persecución y la tolerancia” 5. El

politeísmo, al sostener la existencia de diversos dioses con diversas funciones es

fundamentalmente tolerante. Esto implica que las deidades son limitadas y se circunscriben al

ámbito de una nación o una ciudad. Así, según Hume esto lleva al politeísmo a “admitir

naturalmente que los dioses de otras sectas y pueblos comparten la divinidad y a hacer

compatibles entre sí las distintas deidades, así como sus ritos, ceremonias y tradiciones”

(Historia..., p.94). Por el mero hecho de la limitación y la aceptación de la existencia de otras

deidades, el politeísmo es tolerante en relación a los diferentes cultos y creencias. El caso del

monoteísmo es diametralmente opuesto: la unicidad de la divinidad hace de su culto (y de la

doctrina que acompaña a este) algo único. De este modo, el monoteísta ve a las otras

religiones como un error: sólo hay un culto que es correcto ya que sólo hay un dios, y nadie

concibe que “el mismo ser se complazca con ritos y principios diferentes y opuestos”

(Historia, p.94). Así, las diferentes sectas monoteístas se rechazan entre sí, en tanto sus

doctrinas y ritos se excluyen entre sí: sólo uno puede ser el verdadero. El pasaje de esta

concepción a la violencia y la persecución es, según Hume, inmediato; la incompatibilidad de

cultos lleva directamente a la animosidad y a la persecución. Pero ¿es tan inmediato este

pasaje? Considero que no, ya que esto implicaría que dos posiciones diferentes y excluyentes

sobre el mismo tema lleven siempre a la animosidad y a la persecución de una de las partes.

Esto podría darse no sólo en la religión sino también en la ciencia o la filosofía, ya que sólo se

introdujo la diferencia de opiniones, su mutua exclusión y nada más. Pero adicionalmente,

estas opiniones son del tercer tipo, ya que Hume no sólo se refiere a la lucha del monoteísmo

4 En el Tratado sobre la naturaleza humana y en las Investigaciones se trata este tema de una forma secundaria. Esas alusiones son más desarrolladas en las obras citadas en el cuerpo del texto.

5 Este escrito tematiza explícitamente la tolerancia, pero al estar incluido dentro de la comparación entre politeísmo y monoteísmo, la consideración de la tolerancia está dirigida principalmente a la religión de los romanos y de los griegos. Al tratar sobre la modernidad el planteo se focaliza directamente en la intolerancia.

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contra el politeísmo (el que contradiría la creencia fundamental en un creador inteligente) sino

a la contienda entre diferentes sectas monoteístas entre sí, que sólo se diferencian por medio

de principios y doctrinas muy sofisticadas o artificiosas. Así, el fanatismo religioso y la

persecución no pueden fundamentarse solamente en la creencia en la unicidad de Dios.

   Pasemos a nuestro segundo sospechoso: la superstición. En el ensayo titulado “Sobre la

superstición y el entusiasmo” Hume tematiza esta forma de falsa religión en detalle. El miedo

es el fundamento pasional de la superstición y la ignorancia su fundamento epistemológico. El

miedo tiene ciertas causas reales o naturales y, ante esta pasión, la imaginación crea causas

sobrenaturales con carácter de agentes6. Este traspaso que lleva a cabo la imaginación es el

fundamento de la superstición: lo primero es la pasión negativa (el miedo), lo segundo es la

búsqueda de causas para ese miedo, pero la indagación de causas unida a la ignorancia en ese

asunto (sin seguir las recomendaciones del libro III del Tratado) les asigna agencia a estas

causas, esto es, las convierte en agentes con diversas intenciones y designios. Esta postulación

de una causa con el carácter de agente (postulación sin fundamento racional) es el inicio de la

superstición. Las propiedades asignadas a estas causas no tienen ningún tipo de límites ya que

son el producto de una imaginación que no está atada a la experiencia común (no una

imaginación limitada, fundamento de la vida común y de la filosofía). La postulación de estos

agentes parece ser una actividad propia de la imaginación, pero los medios para apaciguarlos

son “recomendados” y la efectividad de esta recomendación estriba en la credulidad del

supersticioso. Así surgen las ceremonias, los sacrificios y las prácticas supersticiosas.

      En este mismo ensayo Hume dice que la superstición es enemiga de la libertad y la

tolerancia. De nuevo, considero que, por sí sola, la superstición no lleva a la persecución. En

primer lugar, en la Historia natural de la religión se citan numerosos casos de supersticiones

antiguas completamente tolerantes para con los otros cultos. Pero ante esto se podría objetar

que esas supersticiones eran politeístas y por eso mismo toleraban, en general, otro cultos

¿será entonces que la superstición unida al monoteísmo lleva a la intolerancia? Creo que

tampoco es el caso: el miedo y la asignación de causas sobrenaturales a ciertos fenómenos

naturales no implica necesariamente que la asignación de causas hecha por otra persona o

conjunto de personas deba ser incorrecta y, por eso mismo, el detentor de esa opinión

perseguido. En todo caso el supersticioso puede intentar convertir al otro para sacarlo de su

6 En el Tratado Hume dice que la superstición “abre un mundo propio y nos presenta escenas, seres y objetos absolutamente nuevos” (Tratado, p.271)

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error, pero los principios de la superstición, tal como Hume los presenta en este ensayo, no

implican necesariamente intolerancia.

Sin embargo, la superstición nos lleva directamente al último sospechoso en la lista: el

poder sacerdotal. Al estar basada en el miedo, la superstición implica una inferioridad del

creyente: este se siente tan inferior con respecto a la divinidad que precisa de un intermediario

para comunicarse con ella.  En esta duda constante sobre sí mismo, en este miedo de

aproximarse a la divinidad, ve Hume el origen de la institución de los sacerdotes: estos son los

intermediarios entre el hombre y la divinidad. La caracterización mas completa de los

sacerdotes la da Hume en la famosa nota a “Sobre los caracteres nacionales”; cito las primeras

líneas que son muy significativas para nuestro análisis:

   A pesar de que toda la humanidad tiene una fuerte propensión a la religión en ciertos momentos y en ciertas disposiciones, hay pocos o ninguno que las tengan en tal grado y con tal constancia como es requisito para sostener el carácter de esta profesión. Por lo tanto debe ocurrir que el clérigo, tomado del conjunto de los hombres comunes, como otras personas toman otras profesiones, la mayor parte por el afán de ganancia, aunque no sean ateos o librepensadores, estarán obligados en ciertas ocasiones a fingir una mayor devoción de la que en ese momento están poseídos...7

      El sacerdote entra a su profesión por la ganancia que le otorga ésta y no por un especial

fervor religioso, ya que no son más que hombres comunes (que poseen las mismas tendencias

naturales que los otros). Pero la misma profesión les exige sostener un fervor religioso que no

poseen; por esto mismo no pueden dejarse llevar por sus inclinaciones naturales sino que las

deben corregir constantemente; como esto es imposible de hacer para cualquiera (la

naturaleza siempre es mas fuerte) debe fingir un fervor que no posee para lograr mantener su

profesión. Así, el sacerdote es para Hume un parásito de la sociedad. La ambición en toda otra

profesión es saludable, porque promueve el bien general de la sociedad. Pero la ambición

dentro de la profesión de los sacerdotes va en contra del progreso de la sociedad en general,

porque si se efectiviza promueve la ignorancia, la superstición, la hipocresía en cuestiones de

fe y los fraudes piadosos. Como dice Hume:

   La mayoría de los hombres son ambiciosos; pero la ambición de otros hombres normalmente puede ser satisfecha sobresaliendo en su propia profesión y, por lo tanto, promoviendo los intereses de la sociedad. La ambición del clérigo muchas veces solamente puede ser satisfecha promoviendo la ignorancia, la superstición, la fe implícita y los fraudes piadosos8

7 “On National Characters”, incluido en Selected Essays, p.357. Traducción propia.8 “On National Characters”, incluido en Selected Essays, p.358. Traducción propia.

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      Otra característica importante de los sacerdotes es que actúan en conjunto: los médicos,

los abogados, los comerciantes se benefician de una unión entre ellos, pero cada uno trabaja

por su cuenta y por lo tanto sus intereses no están tan conectados entre sí. Pero el caso de los

sacerdotes es completamente diferente en tanto, en primer lugar, cada uno gana sólo por la

veneración que los creyentes tienen en su doctrina y, en segundo lugar, sólo aumentan sus

ganancias en tanto eliminan a los antagonistas.

      El grado de creencia en las opiniones (doctrinas) es lo que sostiene el poder sacerdotal. Es

por esto mismo que la contradicción, por parte de un antagonista, de una de estas opiniones

desata el odio y el intento de eliminar a ese antagonista. En tanto hay otra secta, distinta a la

primera, que detenta un acceso privilegiado a lo sobrenatural y a la divinidad, ésta, por medio

de sus opiniones, le resta credibilidad a la otra, que se considera única en el acceso a la

divinidad. Es por esto que el odio y la intolerancia son un componente esencial en toda

religión real.

   Ahora bien, es necesario mostrar que el poder sacerdotal por sí solo no puede provocar la

intolerancia. De nuevo el ejemplo de esto está en la Historia natural de la religión: los

sacerdotes antiguos no eran intolerantes con los otros cultos; es más, aceptaban a esos otros

como diversas partes de la religión. En ese sentido, actúan como los comerciantes y abogados

a los que Hume alude9. Ahora bien, si al poder sacerdotal (que necesariamente implica

superstición) se le agrega el monoteísmo, tenemos como conclusión la intolerancia. Esto es

claro por lo dicho anteriormente: es el trabajo mismo del sacerdote eliminar al antagonista, ya

que le resta credibilidad a su doctrina. Para realzar esta credibilidad el sacerdote recurre a las

pasiones de los creyentes inflamándolas contra los miembros de las otras religiones. Por esto

mismo los sacerdotes son aquellos que elevan la creencia en ciertas opiniones que, por sí

mismas, no tienen ninguna fuerza.

III

   Luego de haber analizado el conjunto de causas que llevan a la intolerancia, cabría

preguntarnos ¿es posible, desde aquí, lograr una mejor comprensión de la noción de tolerancia

para Hume? Considero que con lo dicho anteriormente podemos resaltar un rasgo de lo que es

9 “...como un abogado, un médico o un comerciante lleva a cabo su negocio por su cuenta, los intereses de los hombres de estas profesiones no están tan unidos como los intereses de los clérigos de la misma religión, donde todo el cuerpo gana por la veneración otorgada a sus doctrinas, y por la supresión de los antagonistas”, “On National Characters”, incluido en Selected Essays, p.358. Traducción propia.

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la tolerancia para Hume, pero no un concepto, por así decir, completo o exhaustivo. Como

vimos en el desarrollo del trabajo, la intolerancia es algo propiamente moderno, es un

fenómeno histórico complejo en el que concurren un conjunto de causas que, aisladamente, no

son excesivamente nocivas. A su vez, la intolerancia, tal como se dio históricamente, está

basada en ciertas opiniones sofisticadas o artificiales. Teniendo en cuenta esto último se

puede decir que la tolerancia es, en cierto sentido, la actitud que se deriva de las creencias

naturales, es decir, de aquellas que fundamentan la vida cotidiana. De este modo, la solución

al problema de la intolerancia no es tan complejo para Hume: la desarticulación del poder

sacerdotal, o una variación en el modo en que este se inserta en la sociedad10, llevará a que los

hombres naturalmente se vuelvan tolerantes, en tanto las creencias que los llevaban a la

persecución disminuyen en su fuerza y vivacidad. La tolerancia, entonces, surge como

indiferencia en relación a ese tipo de creencias que se rechazan entre sí: el tolerante no será

aquel que, sosteniendo con fervor ciertas creencias, está obligado a soportar las de otros por

una obligación estatal, sino que es aquel que, en relación a las diversas doctrinas

contradictorias de las innumerables sectas, es completamente indiferente. Así, el modelo del

ciudadano tolerante será aquel caballero inglés que Hume retrata al final del libro I del

Tratado, quien, “habiéndose ocupado siempre en sus quehaceres domésticos o divertido en

esparcimientos corrientes, ha llevado sus pensamientos muy poco mas allá de los objetos

diariamente presentes a sus sentidos”11.

10 Una de las soluciones que da Hume a este problema es que el estado se ocupe de la manutención de los sacerdotes, es decir, que estos se vuelvan funcionarios del estado para que, de este modo, su ganancia esté asegurada sin necesidad de eliminar a los antagonistas.

11 Tratado, p.272.