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Apuntes sobre el movimiento obrero Luis Gómez Llorente

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Apuntes sobre el movimiento obrero - Luis Gómez Llorente.

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Page 1: Gomez Llorente Luis - Apuntes Sobre El Movimiento Obrero

Apuntes sobre el movimiento obrero

Luis Gómez Llorente

Page 2: Gomez Llorente Luis - Apuntes Sobre El Movimiento Obrero

Nota Introductoria..............................................6PRIMERA PARTE:.......................................................................................................8LOS ORÍGENES..........................................................................................................8LAS UTOPIAS CLASICAS...........................................................................................9

EL SOCIALISMO UTÓPICO. LAS UTOPIAS CLASICAS..........................................................9

UNA CUESTIÓN PREVIA: SENTIDO Y VALOR DE LA UTOPÍA........................9LOS PROFETAS................................................................................................11PLATÓN..............................................................................................................12LOS ESTOICOS:................................................................................................13JESÚS................................................................................................................14SAN AGUSTÍN (354-430)...................................................................................16EDAD MEDIA......................................................................................................16TOMAS MORO (1478-1535)..............................................................................17

EL UTOPISMO MODERNO.......................................................................................21

REPLICA A LAS UTOPIAS CLASICAS.....21LA CONFIGURACIÓN DE LA CLASE OBRERA...........................................................36

LA INDUSTRIALIZACIÓN...................................................................................36

LA RESPUESTA OBRERA: LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO............................................................................46

SEGUNDA PARTE:...................................................................................................60LA ÉPOCA DE LA la INTERNACIONAL....................................................................60

LA REVOLUCIÓN DEL 48............................61EL MANIFIESTO COMUNISTA..................66LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES (AIT).................................73

CONGRESO DE GINEBRA................................................................................77CONGRESO DE LAUSANA...............................................................................78CONGRESO DE BRUSELAS.............................................................................79CONGRESO DE BASILEA.................................................................................81

LA COMUNA DE PARÍS...............................83LA COMUNA.......................................................................................................83

BAKUNIN Y LA ALIANZA DE LA DEMOCRACIA SOCIALISTA......................88LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE LONDRES.........................................................95

Page 3: Gomez Llorente Luis - Apuntes Sobre El Movimiento Obrero

EL CONGRESO DE LA HAYA.....................98TERCERA PARTE:..................................................................................................103LA ÉPOCA DE LA IIa INTERNACIONAL.................................................................103

MODELOS TEORICO-ORGANIZATIVOS LA ÉPOCA DE LA IIa INTERNACIONAL.............................................................................................104

SOCIEDAD FABIANA (FABIÁN SOCIETY)..........................................................................105EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO..........................................................................113LA SOCIALDEMOCRACIA ALEMANA. .125

EL PROGRAMA DE ERFURT:.........................................................................133

EL LABORISMO BRITÁNICO...................142REVISIONISTAS Y MARXISTAS..............160

VOLLMAR, BERNSTEIN, KAUTSKY, ROSA LUXEMBURGO........................160

LA IIa INTERNACIONAL...........................196CONGRESO DE PARÍS (1889)........................................................................203CONGRESO DE BRUSELAS (1891)...............................................................204CONGRESO DE ZURICH (1893).....................................................................206CONGRESO DE LONDRES (1896).................................................................207CONGRESO DE PARÍS (1900)........................................................................210CONGRESO DE AMSTERDAM (1904)............................................................216CONGRESO DE STUTTGART (1907).............................................................223CONGRESO DE COPENHAGUE (1910).........................................................230CONGRESO DE BASILEA (1912)....................................................................236

CUARTA PARTE:....................................................................................................242EL PERIODO DE ENTREGUERRAS......................................................................242

LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA.........................................................................244

LAS DOS INTERNACIONALES.................278ZIMMERWALD Y KIENTHAL...........................................................................278HACIA LA RESTRUCTURACIÓN DE LA IIa INTERNACIONAL CONFERENCIA DE BERNA (1919)............................................................................................283SURGE LA IIIa INTERNACIONAL: MOSCÚ (1919).........................................285IIa INTERNACIONAL: CONGRESO DE GINEBRA (1920)..............................290Illa INTERNACIONAL: CONGRESO DE MOSCÚ (1920)................................292LA INTERNACIONAL "SEGUNDA Y MEDIA" (1921).......................................298OTROS CONGRESOS DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA.....................302OTROS CONGRESOS DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA....................307

Page 4: Gomez Llorente Luis - Apuntes Sobre El Movimiento Obrero

PROLOGOTenemos que felicitamos y celebrar con profunda satisfacción la publicación de este

excelente libro de Luis Gómez LLorente.Hacía mucha falta entre nosotros una obra de estas características, que no es

ciertamente una historia más del movimiento obrero. Por el contrarío, se trata de una obra reflexiva y crítica, enjundiosa, inteligente; y escrita, además, desde dentro del sindicalismo actual, y por un destacado militante. Por eso su interés sobrepasa con mucho el de una mera exposición fría y aséptica, manteniendo no obstante todo el rigor y la objetividad que la materia exige.

Creo por tanto que, bajo el modesto título de "Apuntes", el presente trabajo, por su palpitante vigencia, está llamado a ejercer un fuerte influjo en cuanto a conseguir que el movimiento sindical, y otras fuerzas sociales de progreso, aviven sus raíces, reafirmen su razón de ser y recobren con ello plenamente sus valores genuinos.

La revitalización de esta propia conciencia será determinante a la hora de acometer con nuevo ímpetu la gran tarea de transformar la realidad social, hacia formas de organización mucho más justas y más solidarias. Una tarea que cada día que pasa se hace más apremiante.

Por eso, insisto, nos encontramos ante un libro realmente importante y que llega muy a tiempo. Partiendo de un pasado analizado con gran lucidez, la exposición de Gómez Llorente implica un compromiso muy sólido con la realidad de hoy, proyectando hacia el futuro el imperioso quehacer de mejorarla progresivamente hasta cambiarla a fondo.

De hecho, estamos viviendo una circunstancia histórica especialmente difícil, por no decir adversa. En todas partes vemos cómo se ha ido imponiendo en la última década una mentalidad liberal-capitalista dura que se plasma en políticas de signo regresivo, tanto en el plano interno como en las relaciones entre los países y en los organismos internacionales.

Tan es así que hay partidos políticos de izquierdas -me refiero a los de la izquierda democrática, a los que no tenían por qué verse afectados por el derrumbamiento comunista- que, o han dejado realmente de serlo o se repliegan a la defensiva, como si tuvieran que hacerse perdonar el mero hecho de su subsistencia.

Por otra parte, asistimos desde hace años a una ofensiva antisindical en toda regla, ofensiva constante y sostenida con grandes medios, en que se descalifica a los sindicatos presentándolos como elementos anacrónicos, como factores retardatarios, contrarios al progreso económico y a la modernidad. Todo ello porque el sindicalismo es hoy por hoy una de las pocas fuerzas -si no la única-que constituye un obstáculo real a la marea negra del capitalismo y sus devastadores postulados.

Pues bien, frente al sistema imperante, que entraña un darwinismo esencialmente insolidario, que agudiza las desigualdades sociales, que no tiene soluciones ante el creciente abismo entre el Norte y el Sur, que es incapaz de afrontar de verdad el reto ecológico de nuestro planeta, frente a ese "orden", digo, las fuerzas de la izquierda y, destacadamente, el movimiento sindical, tienen que reinstaurar en todo su vigor unos valores que son hoy más que nunca necesarios. La justicia social, la primacía del interés general, la participación ciudadana en toe/os /os órdenes de la vida pública, el control democrático y la transparencia en la esfera económica, la democracia industrial, el papel del poder público en la regulación de la economía (una economía al servicio del hombre, y no a la inversa); principios, en suma, que han hecho posibles unas conquistas reales del pueblo trabajador, unos avances sociales que hoy se ven

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seriamente amenazados.En un mundo cada vez más amorfo y anestesiado es muy urgente recuperarla práctica del análisis crítico, la capacidad de discernimiento, la voluntad

transformadora. También en este aspecto esencial, la lectura de los "Apuntes" resultará enormemente estimulante. En mi opinión, se puede afirmar que los sindicatos no figuran ni figurarán entre los sectores satisfechos de una sociedad como la actual.

No creo incurrir en mesianismos al afirmar que, en esta época de crisis global, el rumbo que tomen los acontecimientos -aquí, en Europa y en el mundo entero- dependerá en buena medida de nuestra capacidad de reacción, de la capacidad del movimiento sindical en su conjunto para actuar unidos por encima de todas las fronteras, para luchar organizadamente frente a los grandes poderes económicos que operan a escala mundial, contrarrestando así su predominio, y lograr imprimirá la evolución de los pueblos un signo netamente democrático y social. Todo lo cual requerirá obviamente una acción sostenida por la perseverancia y basada en dos valores claves: cooperación y solidaridad.

En evidente sintonía con las preocupaciones expuestas, el autor de este libro -profesor ejemplar, integro compañero- pone ante nuestros ojos, con claridad y vigor, el sentido profundo de las luchas y esfuerzos, tensiones y sacrificios que millares de trabajadores y trabajadoras han protagonizado a lo largo de siglos, con el empeño unánime de conseguir su emancipación plena y construir así una sociedad justa, en la que ya no tenga cabida la explotación del hombre por el hombre.

Madrid, septiembre de 1.992Nicolás Redondo. Secretario General de UGT

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Nota IntroductoriaUno de los rasgos más característicos del pensamiento moderno, intensificado a

partir del siglo XIX, consiste en haber tomado conciencia de la naturaleza histórica del hombre, o de que el hombre es historia.

El hombre es un ser que se hace a sí mismo, al menos en el sentido de que configura su modo de estar en el mundo, su experiencia de la vida, y en ese hacerse - que es una tarea convivencial o social- intervienen como factores decisivos tanto el pasado como la previsión del futuro.

Esa naturaleza o ser histórico del hombre se hace patente tanto a nivel individual como colectivo. Cada persona es hija de su propia historia y cada mañana se dirige al mundo desde el sitio - mental y material - en el que la dejaron todos los episodios anteriores de su existencia. Igual ocurre con las colectividades sociales, con las naciones y con las clases sociales.

Por eso, el conocimiento lúcido del pasado es fundamental para comprender mejor el presente, lo cual resulta, a su vez, imprescindible para proyectar el futuro. Negarse a este tipo de comprensión supone la entrega servil a dejamos llevar por quienes proyectan otros futuros concebidos a la medida de sus intereses.

La Historia no es maestra de la vida en el sentido en el que probablemente lo decían los clásicos, que pensaban la historia de modo esencialista y sin advertir la importancia constitutiva del cambio histórico. La historia en sentido estricto nunca se repite, aunque se presentan situaciones análogas. La historia por el contrario es un devenir en el que se transforman los modos de producción, los estados de conciencia, -representaciones del mundo, del hombre; la sensibilidad y las articulaciones sociales-, e incluso en el que evoluciona la naturaleza misma.

Pero la historia sí que es maestra de la vida en tanto que nos es imprescindible su conocimiento para interpretar mejor la vida misma.

El examen atento del pasado, hechos e ideas, suscita en nosotros una reflexión sobre el presente y el porvenir distinta a la percepción vulgar y momentánea, determinada por el ruido de lo más inmediato, controlada y condicionada por quienes dominando la información seleccionan aquello en que hemos de fijarnos y aquello que hemos de olvidar enterrándolo bajo el lodo de las mil incitaciones del instante.

Frente a esa alienación no es mala cura el pensamiento histórico que redescubre el sentimiento general de la trayectoria, y nos enfrenta moralmente a ponderar si es precisa la renuncia a ciertas metas, a caer en la cuenta del precio que en su caso pagamos por esa renuncia, y a plantearnos con rigor cuáles son las metas que siguen vigentes - no simplemente a "olvidarlas" - y a elegir qué otras deben ser nuestras nuevas fronteras.

Ese nivel de pensamiento no puede ser delegado en ningún otro, y menos todavía entregado como monopolio a los dirigentes de los partidos políticos. De otra forma, acabarían imponiendo a los sindicatos desde fuera, la lógica interna de los modelos que ellos han elegido.

Por otra parte, ese nivel de pensamiento se hace imprescindible para ser capaces de sintetizar y unificar los intereses de los parados y los empleados, de los jóvenes que acuden al trabajo y de los veteranos, de los inmigrantes, de los activos y de los jubilados. De otro modo, cada colectivo por su lado, se va hacia la desintegración de la clase y el debilitamiento general.

Las fuerzas conservadoras de la sociedad desean sindicatos técnicos, sumisos al orden económico y social establecido. Los acusan de estar politizados cuando lo

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cuestionan. Se sienten felices ante los corporativismos, pues por intransigentes que sean los corporativismos suponen la ruptura y la descomposición de la clase trabajadora.

Por el contrario, cuando las organizaciones de los trabajadores asumen intereses generales, incluso las causas justas del trabajo a nivel internacional, son capaces de convocar y movilizar no sólo a los afiliados, no sólo a los trabajadores en activo, sino a todos cuantos viven vinculados económica y familiarmente a los asalariados, es decir, al pueblo trabajador en su conjunto.

A los sindicatos de masas llegan actualmente miles de afiliados rigurosamente alienados por la cultura dominante, ávidos de consumismo a cualquier costa. Son un factor de presión retardataria. Es difícil frenar a veces posturas insolidarias, o hacer que se asuman ciertas causas racionales y justas, de elemental solidaridad con los más débiles, todo esto tenderá hacia una mayor degradación - y progresiva deslegitimación de la lucha sindical - si no se produce un cierto retorno a los ideales y valores propios, a la cultura costosamente engendrada por los que precedieron en la lucha.

Acaso la reflexión o meditación sobre la historia del movimiento obrero, nos ayude a contrapesar por lo menos tan agobiante rutina del día a día, y nos haga siquiera un poco capaces de cuestionar hasta sus raíces la realidad en que vivimos. De ese tipo de crítica radical surgieron los sindicatos, y sus ideales, los que movilizaron masas y permitieron dar grandes pasos. De lo que se trata ahora es, nada más y nada menos, que de ser consecuentes.

**********************

Una breve aclaración sobre el título: recibí el encargo de elaborar un texto sobre la Historia del Movimiento Obrero para un programa de formación llevado a cabo por mi sindicato, y por tanto me dispuse a ello con la mentalidad de hacer un instrumento de carácter didáctico.

El presente trabajo no tiene, pues, intención investigativa, sino que es -antes bien- una obra de divulgación, de mera transmisión de ideas, en la que muy poco cuentan los criterios del autor.

La historia que aquí se describe es fundamentalmente una historia de las ideas que animaron el movimiento obrero, concerniente a los ideales u objetivos últimos, tanto como a los modelos estratégicos y organizativos, procurando interrelacionar esos elementos y las circunstancias empíricas de cada época.

Buscar un título adecuado resultaba dificultoso para no inducir a equívoco. Elegimos uno que delimitara los contenidos del trabajo, excluyendo toda pretensión de exhaustividad y rigorismo académico al uso.

Lo importante es que el texto resulte adecuado a su fin, y sea útil a los lectores para los que fue escrito.

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PRIMERA PARTE:

LOS ORÍGENES

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LAS UTOPIAS CLASICAS

EL SOCIALISMO UTÓPICO. LAS UTOPIAS CLASICAS

UNA CUESTIÓN PREVIA: SENTIDO Y VALOR DE LA UTOPÍA

La palabra "utopía" fue ideada por Tomás Moro (1478-1535) para titular su famosa obra del mismo nombre, y significa "lugar que no existe" (U-TOPOS). Vale la pena reflexionar sobre este significado pues deja bien claro que la utopía se refiere a algo que no es real, pero debiera serlo, a algo que se imagina como bueno, como lo mejor, y por lo tanto como una meta deseable.

Tomás Moro llamó Utopía a una isla en la que nos describe, como luego veremos con mayor detalle, una sociedad perfecta. La importancia de su obra, y su gran difusión, dio lugar a que se designen como "utopías" a todas las obras de los pensadores anteriores y posteriores a Moro , cuyo objeto es la descripción de un proyecto de sociedad ideal.

Las utopías no son pura poesía, mero entretenimiento para la diversión o el deleite de la inteligencia. Antes bien, las utopías tienen una finalidad práctica de primer orden, a saber: marcar la dirección u orientación fundamenta! que dé sentido a los pasos inmediatos y concretos.

De hecho, los utopistas no fueron, en general, hombres contemplativos, retirados de la acción social, meros especuladores de ideas, sino que fueron hombres comprometidos con la acción sin perjuicio de que en ese terreno de la acción práctica tuviesen más o menos éxito.

Tomás Moro, por ejemplo, fue un gran gobernante del reinado de Enrique VIII de Inglaterra, canciller del reino, prudente y eficaz que, por mantener con firmeza sus convicciones religiosas, se opuso al rey, aceptó serenamente la condena a morir decapitado, pudiendo evitarlo, eso sí, a costa de la integridad de su conciencia. Pues bien, este hombre que conocía, como pocos, de su tiempo los condicionamientos de la política interior y exterior del reino, nos dejó esa maravillosa obra de permanente inspiración que es "Utopía".

¿Para qué sirven las utopías?Las utopías sirven a nivel social lo mismo para lo que sirven a nivel individual esas

aspiraciones o proyectos básicos que llamamos "ideales". Cada cual tiene unos ideales (que en el peor de los casos pueden resumirse a obtener su máximo confort a toda costa), y ese ideal rige la orientación de su vida, y de ese ideal se derivan en positivo y negativo los valores que prácticamente, día a día, orientan su conducta. Cuando eso falla está "desorientado" y resulta presa fácil de cualquier estímulo externo: la crisis del proyecto propio lo hace materia inerte disponible a ser usado en el proyecto de otros.

Así como cada hombre intenta hacer o edificar su vida, la sociedad construye su futuro, y requiere metas lejanas, aspiraciones últimas que den sentido a las metas inmediatas. De la fuerza y firmeza con que desea el fin se deriva la fuerza y firmeza que recae sobre los medios para intentar realizarlo.

Las utopías son proyectos de vida social. Intentan concebir sociedades en las que los hombres pudieran llegar a ser plenamente hombres, esto es, a adquirir el pleno

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desarrollo de todas sus facultades. En cuanto que las utopías son un proyecto social, el hombre egoísta, (encerrado en su ego -a veces forzado a ello por la feroz hostilidad del medio, y la extrema dificultad de sobrevivir- ) se desinteresa de lo utópico, porque se desinteresa de lo social, renunciando o cercenando ese costado de la personalidad humana que es el yo social, o dimensión convivencial consciente.

Lo mismo que los ideales individuales configuran valores primarios y secundarios, las utopías constituyen valores sociales. En este sentido las utopías nos sirven para contrastar la realidad inmediata, nos dan criterios para juzgar la realidad en la que estamos, y el valor positivo o negativo de los cambios que en ella introducimos.

Las utopías siempre han sido subversivas en el sentido de que el contraste utopía-realidad, es como una luz que ilumina las deformidades del presente, y esa luz es incómoda para quienes están bien instalados en el presente, no sólo porque a veces les enseña sus propias deformidades, sino porque es un peligro para ellos que los demás las vean. Para ellos, anular, o descalificar, o desacreditar la utopía, más que un ejercicio de supuesta racionalidad, es un ejercicio de seguridad particular y justificación de intereses. Les es preciso que los otros "no se den cuenta". Porque las utopías, de apariencia ingenua y casi infantil, tienen -sin embargo-, porque representan aspiraciones muy profundas de lo humano, una impresionante fuerza moral legitimadora-deslegitimadora de aspiraciones y conductas. La utopía es en este sentido fascinante, porque atrae; y porque atrae causa repulsión hacia su contrario, lo desacredita y lo desvaloriza. De ahí que, según el carácter de los propios intereses, se intente siempre ocultar mediante el velo del olvido, o desfigurar mediante su amputación, aquellos elementos utópicos que con su denuncia implícita sellan como injusto o indeseable lo que conviene parezca normal.

No olvidemos que algunas obras utópicas expresaron de ese modo las cosas, apelando a describir esas sociedades ideales, porque la persecución y la censura impedían una crítica directa de los excesos presentes.

Por otra parte, las utopías sociales han servido en la historia del pensamiento como precedente o escalón previo, a partir del cual se han formulado los grandes proyectos ideológicos de nuestro tiempo, los cuales pretenden ser planteamientos operativos, más o menos eficaces, para alcanzar unos fines "descubiertos" o formulados por los utopistas de nuestra tradición cultural.

Así mismo, la utopía ha sido con frecuencia esperanza de los oprimidos: la esperanza de que algún día su existencia, o al menos la existencia de los hombres, será mejor. Pero esta esperanza que descansa en la utopía y que pudiera parecer mera resignación no lo es, y no sólo porque puede ser una esperanza activa y motivadora de la acción consecuente, sino porque además, en todo caso, es una esperanza-rechazo de lo que se opone a la utopía. No es la esperanza de integrarse o acomodarse mejor en la antiutopía, sino la esperanza en la aproximación a la utopía, y por tanto siempre entraña la actitud de condena, siquiera moral, de lo anti-utópico, que siempre como actitud tendrá algún reflejo operativo.

La utopía también es un peligro o un elemento de conciencia peligroso para quien confunde utopía y proyecto inmediato, quien no advierte con tino la mediación que requiere la tensión presente-utopía, lo cual les ocurre incluso a varios de los utopistas modernos, o personajes del socialismo utópico, y por cuya razón, pese a haber alumbrado teorías que luego, siquiera en parte, han servido de guía a los hombres, resultaron fracasadas como acciones inmaduras de su tiempo.

Los forjadores del movimiento obrero debieron otorgar una gran importancia a la

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utopía o razón final de sus quehaceres, pues no sólo estaban con frecuencia esos pensamientos explícitamente en sus discursos y escritos, sino que al definir programáticamente el ser de las organizaciones obreras, hicieron inscribir aquellos contornos de una sociedad ideal que en el lenguaje de nuestra tradición societaria se llamó "programa máximo", del que se seguía la lógica de los programas mínimos, y de las acciones circunstanciales.

Para compartir emocionalmente esos ideales, para hacer vibrar las conciencias en un sólo afán colectivo, están ahí como verdadera síntesis utópica algunas estrofas de "La Internacional". Esto va perdiendo sentido y haciéndose ritual vacío cuando se van ignorando aquellos planteamientos básicos referenciales.

Como inmediatamente vamos a comprobar, la inmensa mayoría de las utopías son de carácter comunista, esto es, con diversos matices se orientan hacia la comunidad de bienes. Justamente creen que la comunidad de bienes o propiedad colectiva es la condición más favorable para el perfeccionamiento de la vida individual y social. Suelen atribuir al afán de acumulación privada de bienes, la degradación y la violencia, la pobreza de los más y los conflictos entre los poderosos, de los que resultan principalmente dañados los débiles.

Las utopías plantean, pues, el problema del reparto de la riqueza, y las más antiguas no suelen plantear con el mismo énfasis el de la producción de los bienes.

Así mismo es característica de las utopías, especialmente de las antiguas, el no plantear el modo de llevarse a cabo, o problema de la transición entre el orden presente y el orden utópico. Este será el rasgo principal que deslinda dentro del pensamiento socialista lo meramente utópico y lo que entendemos por planteamientos teóricos contemporáneos, preocupados muy esencialmente por la metodología de la acción.

LOS PROFETAS

Como es sabido, el Antiguo Testamento está compuesto por la acumulación de libros que se producen a través de varios siglos, según los creyentes por inspiración divina. Pues bien, desde los más antiguos se advierte una constante denuncia de la acumulación de riquezas por los poderosos en detrimento de los débiles.

AMOS (siglo xiii a. de c.) detesta a los que "duermen en lechos de marfil ... y comen los corderos de la grey... beben los mejores vinos y se ungen con el mejor ungüento" ... y con ello "hacen desfallecer a los menesterosos de la tierra"; aquellos "que se hacen dueños de los pobres con la plata, y de los necesitados con un par de sandalias". Frente a esa sociedad corrupta habla de que vendrá un reino en el que los hombres "edificarán las ciudades abandonadas y las habitarán ...; plantarán viñas y beberán vino de ellas, y harán huertos y comerán las frutas de ellos". Esto es, percibirán el fruto de su esfuerzo.

ISAÍAS (siglo viii a. de c.) es todavía más enérgico en la denuncia: "porque os habéis comido mi viña". "El robo hecho al pobre está en vuestra casa. ¿Por qué golpeáis a mi pueblo y moléis la cara de los pobres?, dijo el Señor de los ejércitos ... ¡Ay de los que juntan casa con casa y añaden tierra a tierra hasta el término del lugar!, ellos serán colocados solos en medio de la tierra". Contrapone a la injusticia y la opresión el reino de Dios como un reino en el que "la justicia es la regla y la rectitud la medida". Vincula la justicia con la paz, y dice que entonces los hombres "de sus espadas forjarán arados, y

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de sus lanzas podaderas". "No alzará la espada una nación contra otra nación, ni se ensayarán más para la guerra".

JEREMÍAS Y EZEQUIEL posteriormente, también hacen consistir la justicia en la distribución equitativa de los bienes, profetizando que vendrá ese tiempo de justicia y de paz.

La denuncia bíblica de la opresión se hace, pues, en nombre de la Justicia,en nombre de Dios, padre de todos los hombres, y como quiera que Dios hizo la

tierra y sus bienes para que, mediante el trabajo, fuese el sustento de todos, aquellos que se encuentran en la miseria han sido privados o expoliados por otros hombres, de aquella donación originaria. El elemento utópico reside en la constante reiteración de que vendrá un orden, un reino suele decirse, -a veces poéticamente descrito- en el que la justicia será restablecida, y en el que por ello existirá la paz entre los hombres.

La llamada de los profetas al cambio de conducta consiste en situar a los hombres frente al imperativo ético de la justicia.

PLATÓN

El más grande de los filósofos griegos, (siglo IV a. de C.) no se basa, por supuesto, en ninguna revelación, sino en la razón. La filosofía había surgido precisamente como un intento de dar cuenta racionalmente de la naturaleza y del hombre mismo, superando las tradiciones y los mitos como fuente del saber.

"La República" es el título de la obra en que Platón describe su ciudad ideal. En ella existen tres grupos o clases (?) de hombres: los productores, los defensores y los sabios o gobernantes. Pues bien, los defensores y los gobernantes carecerán en absoluto de propiedad privada. El fin de esta drástica prohibición es justamente que no tengan otro interés sino el bien de la ciudad. Por eso formarán incluso comunidad familiar, de hombres, mujeres e hijos, a fin de que "todos sean sus hijos".

Los productores, agricultores y artesanos, que sí pueden tener propiedad privada, suministran recursos para la subsistencia de los defensores y los sabios-gobernantes, todos los cuales han de vivir sobriamente "como los guerreros en campaña".

Platón, que también tuvo cierta experiencia de la práctica política, y que se sumerge en sus investigaciones hacia lo más hondo del espíritu humano, ¿por qué recomienda, exige, el comunismo sólo para la minoría y no para todos los hombres?

Una lectura atenta de la República nos suministra claves no sólo del pensamiento platónico, sino de la relación que existe entre el grado de virtud o perfección moral de los hombres, y el tipo de estímulos en que puede basarse la conducta o sistema social.

En efecto, Platón creía profundamente en la educación. Todo hombre puede conocer la verdad y llegar a conocer el Bien, la Belleza y la Justicia. Conocer la perfección y amarla son inseparables. El alma es movida por el amor, pero ama el bien que conoce. Su maestro Sócrates ya había dicho que quien obra mal no sabe obrar mejor.

Ese conocer ha de ser vivaz, lúcido, intuitivo, experiencial, por uno mismo. Ese conocimiento es el que seduce a la voluntad. Sólo puede ser hecho por uno mismo. Los demás sólo me pueden ayudar a conocer. Ese proceso es la educación.

En la ciudad ideal la educación se ofrece a todos por igual, y cada uno según sus cualidades y capacidad de esfuerzo llega a grados más o menos altos en la educación. Así mismo son seleccionados los defensores por sus cualidades. Las mujeres también:

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por insólito que resulte Platón, en "La República", afirma -siglo IV a. de C.- que las mujeres tienen sitio igual que los hombres, no sólo en la producción, sino también en el campo de batalla y en el gobierno del Estado.

Como todos los grandes pensadores griegos creyó que el Estado no sólo tenía el fin de asegurar la defensa de la población y de procurar su abastecimiento, sino que por encima de todo eso tenía un fin moral, el propiciar el perfeccionamiento de los ciudadanos por medio de la Ley. Entre los griegos no existía esa distinción moderna de legalidad y moralidad. La Ley expresa lo que se debe hacer. La Ley de la ciudad debe ser a la vez política y moral.

Ahora bien, si el Estado debe conducir a los hombres a la perfección, a la plenitud, el Estado debe ser dirigido por los sabios, o los gobernantes debieran ser sabios. De ahí su peculiar aristocratismo. Pero -¡ojo!- un aristocratismo en el que las "clases" superiores carecen de propiedad privada absolutamente.

Dicho lo cual puede entenderse:Primero, que los gobernantes y defensores pueden vivir sin el estímulo de la

propiedad privada porque su moralidad les permite satisfacerse de otros estímulos de otros bienes.

Segundo, que la propiedad privada es un estímulo a la laboriosidad para aquellos otros menos sensibles, como diría Platón, a la belleza de las ideas, y que apenas perciben más allá de la belleza corpórea.

El fin primario de la comunidad de bienes es, pues, la perfección moral de quienes lo practican, para que aliviados de intereses egoístas se entreguen por entero al servicio de los demás y la ciudad sea feliz.

Secundariamente, da otros argumentos más pragmáticos: que de ese modo no habrá discusiones entre sí, lo que favorecerá la unidad y fortaleza de la ciudad, y finalmente, que careciendo los gobernantes y defensores (que tienen el poder y la fuerza) de propiedad privada, han de tratar más equitativamente, sin violencia ni expolio, a los productores.

Platón también apela a la justicia como fundamento del orden social, pero su visión de "justicia" se refiere siempre a la proporción o armonía. La justicia como virtud individual es equilibrio o desarrollo equilibrado entre las distintas facultades del hombre: Inteligencia, Voluntad-Sentimiento, Carnalidad. La justicia en el Estado es el orden o equilibrio fijado por la ley, que permite a cada cual el recto cumplimiento del deber que corresponde a su función, y posibilita así el perfeccionamiento de todos los ciudadanos.

Sin salir del mundo griego, poco después, ARISTÓTELES, discípulo de Platón, criticó al maestro en este punto. Aristóteles argumenta básicamente contra la propiedad común afirmando que los bienes de todos están peor administrados que los de cada uno, y legitima la propiedad privada como recompensa al esfuerzo. Resulta curioso observar la contraposición en los textos de ambos pensadores, pues se aprecia que desde hace 24 siglos, unos defienden la propiedad común basándose en argumentos éticos, como medio para alcanzar fines de mayor justicia, y otros lo contradicen en virtud de razones utilitarias.

LOS ESTOICOS:

En la cultura romana, tan marcada por una estructura rígida de clases, con la omnipresente y extensa situación de los esclavos, encontramos sin embargo una escuela

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filosófica, un colectivo de hombres cuyo pensamiento entraña una severísima crítica a la sociedad de su tiempo, y un conjunto de afirmaciones para incorporar al perfil del ideal igualitario.

SÉNECA (3-65 d.C) es el más notable. "Si a los orígenes nos remontamos, todos procedemos de reyes y de esclavos". Noble de origen, ennoblecido por sus altos cargos en la corte imperial, Séneca afirma sin embargo la igualdad universal de los hombres con respecto a la naturaleza. Afirma la existencia de una ley de la naturaleza, no escrita, que la razón del hombre debe buscar y expresar, y que es la suprema ley moral. Esa ley habla de una solidaridad entre todos los hombres.

Nadie debe envanecerse de la riqueza, que depende de la fortuna. No debemos desear nada que se nos pueda dar o quitar. Lo único verdaderamente nuestro es la virtud. La actitud de renunciación es lo que puede conducir a la serenidad del ánimo.

Séneca pertenece a aquellos escritores clásicos que afirmaron y divulgaron la idea del comunismo propio del "estado natural". Según esto, la forma primitiva fue la propiedad común, en la que los hombres se apropiaban particularmente sólo de los frutos recogidos y de la caza cobrada, pero permaneciendo la tierra como bien de todos. Atribuyen a esto una era de felicidad. Consideran que al introducirse la propiedad privada se introdujo la desigualdad y la violencia. Luego, la autoridad y la ley vienen a ser paliativos que limitan esa violencia. "Las virtudes sociales permanecieron puras e inmaculadas antes de que la avaricia viniese a perturbar la sociedad e introducir la pobreza, pues los hombres dejaron de poseer todas las cosas cuando empezaron a decir "esto es mío". Los primeros hombres y sus inmediatos descendientes vivieron conforme a la naturaleza pura y sin corrupción. Pero cuando se insinuaron los vicios, los reyes se vieron obligados

a mostrar su autoridad y establecer leyes penales. Feliz edad aquella primitiva, en que las liberalidades de la Naturaleza eran comunes y las usaban indistintamente todos; tampoco desunían a los mortales la avaricia ni el lujo, y todos se elogiaban unos a otros. ... "¿Por qué no los he de considerar los más ricos de todos los pueblos, puesto que entre ellos no se encontraba un pobre?" (Séneca, "Cartas a Lucilio")

Los estoicos no suelen ser considerados como utopistas o como reformadores sociales porque en lugar de proponer explícitamente otro modelo de organización social propugnaban la reforma de la vida por medio de la autotransformación ética individual. Sin embargo, su denuncia filosófico-moral de la desigualdad, de la prepotencia, del afán de acumular riqueza, así como su afirmación cosmopolita de igualdad entre todos los hombres, son aportaciones notables que van situando el valor de la crítica social, de los argumentos de razón en esa crítica, por encima de los argumentos que remiten a la fuerza, la conquista, o simplemente la tradición y la herencia. La hipótesis del comunismo originario, que entraña afirmar la historicidad y transitoriedad de las formas de propiedad, reaparecerá en los razonamientos de numerosos reformadores modernos.

JESÚS

Conocemos su doctrina principalmente a través de los Evangelios y de los otros libros que componen el Nuevo Testamento.

No fue precisamente un reformador social, ni un filósofo, pero su doctrina, atestiguada por sus actos, ha influido como ninguna otra en la Humanidad. Aún sigue

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viva, produciendo conmoción en millones de conciencias, y siendo fuente de inspiración para movimientos renovadores de indudable impacto social.

Al paso de tantos siglos, su doctrina ha sido objeto de múltiples interpretaciones y hasta de aberrantes adulteraciones.

Sin ser un reformador social -"Mi reino no es de este mundo"- predicó una moral que exige la acción contra lo injusto, así como la práctica del bien. De ahí la carga esencial de reforma que lleva implícito su mensaje. Salvación es liberación. No ocurre sólo el último día, sino que de forma continuada debe ser liberación de cuanto oprime y degrada la vida.

En la medida en que Jesús propone una moral para la vida terrena configura unas pautas de conducta que en su práctica generalizada supondrían el advenimiento del reino de Dios en la tierra (Justicia, Paz, Caridad), y en este sentido perfila una sociedad ideal o utopía cristiana. La idea central de esta sociedad es que tiene por fundamento el amor. Más allá de lo justo, de lo exigible, de lo debido, se encuentra la entrega o donación gratuita, amorosa, por la que uno hace residir su bien en el bien de otro, compartiendo de este modo radicalmente su existencia. El espíritu del cristianismo evangélico es, pues, comunitario y fraternal. "Un sólo mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros como Yo os he amado".

De manera explícita tomó partido en favor de los menesterosos y de los débiles, de los perseguidos y de los enfermos. De todo aquello que menospreciaba la sociedad imperial romana.

Fustigó el formalismo religioso en que había degenerado la religión de su pueblo, afirmando en cambio el valor del espíritu sobre la letra. Rechazó el ritualismo que empobrece el vigor de las ideas.

Exalta el valor de la austeridad, de la modestia, de la sencillez, de la pureza de corazón o buena voluntad, de la caridad, de la laboriosidad. Esto es, las virtudes de los pobres. Y con todo ello, no se trata de renunciar a la vida, sino afirmar la vida en el amor. Al sentido egocéntrico del placer y del poder, se opone y se afirma un sentido transitivo o caritativo del esfuerzo y de la alegría. "Padre nuestro..."

Pero lo más importante, quizá, para la historia de la cultura, fue su radica! afirmación de la dignidad del hombre. De todo ser humano. El haber incardinado el respeto y el valor de la vida en esa dignidad universal, realizada en cada persona.

Cada hombre tiene un destino, y ese destino depende de sus actos. La acción humana tiene un valor moral. Es bueno el que obra bien. "El misericordioso hallará misericordia". Todo esto entraña responsabilidad y no hay responsabilidad sin libertad. El hombre es, pues, esencialmente libre.

El mundo fue hecho para el hombre, para todos los hombres. Más el hombre no es otra cosa del mundo. Es distinto y no puede ser tratado como cosa, ni debe tratarse a sí mismo como cosa, sino que es preciso ver al otro como semejante y copartícipe de una misma dignidad. (Kant diría mucho más tarde que cada hombre es "un fin en sí mismo"). Tan universal es esta dignidad, que la nueva doctrina ha de ser transmitida a todos los hombres; no es para un pueblo, ni para una raza o condición, sino para la Humanidad.

El núcleo de ideas más profundas del mensaje de Jesús se adentró en la cultura occidental, y pese a todas las innumerables deformaciones y "adaptaciones" ambientales, engendra, retornando a las fuentes, nuevas reflexiones.

El sistema de valores que establece demanda, una y otra vez, la transmutación del orden social.

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SAN AGUSTÍN (354-430)

Este personaje se sitúa exactamente en la línea divisoria del mundo antiguo y del mundo medieval. Fue testigo de las invasiones bárbaras. Caballero romano, de riquísima formación clásica previa a su conversión, lo que le permite repensar el cristianismo desde el platonismo.

Su obra "La Ciudad de Dios" es una de las más famosas utopías. Pero es además una filosofía de la historia. Contemplar la caída de Roma, que había sido concebida como un orden intemporal y definitivo, produjo en este espíritu agudo la idea de plantear la historia como un todo que debe tener algún sentido de conjunto, algunos principios que rigen el devenir histórico. Y esto es lo más original.

Su respuesta es teológica. En la historia combaten dos ciudades simbólicas: “Los que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios" y "los que aman a Dios hasta el desprecio de si mismos”

Los primeros constituyen la ciudad terrena y los segundos la ciudad de Dios. Ambas fuerzas se encuentran mezcladas en cualquier sociedad. San Agustín cree en la progresiva implantación de la justicia. Sus ideas sobre el papel que corresponde a la Iglesia y al Estado en la

Dirección de la sociedad son características de lo que iba a regir en la Edad Media.

EDAD MEDIA

Durante la Edad Media, cuando se constituyen las órdenes religiosas como "estado de perfección", se practicó en los monasterios el régimen económico de la comunidad de bienes. El clero regular, a diferencia del clero secular, hace votos de pobreza. La propiedad es del monasterio, y los monjes son sólo usuarios temporales de esos bienes. En las épocas de mayor rigor y estricto cumplimiento de sus reglas, todos usan sin privilegio alguno por razón de su cargo u oficio. Entonces tuvo cumplimiento aquel principio que dice: "Cada cual contribuye según sus posibilidades o capacidades, y consume según sus necesidades". Obviamente, aquellos monjes tenían una motivación no crematística como directiva de la acción.

En la sociedad civil también existen en la Baja Edad Media revueltas campesinas en las que se pretende instaurar el comunismo, entendido como propiedad común de la tierra. El desarrollo de las antiguas ciudades, y la aparición de otras nuevas conforme se inicia la superación del feudalismo, llevó consigo una mayor demanda de bienes por parte de la ciudad al campo. Ello supuso una revalorización de la tierra y de sus productos. De ahí que los nobles comiencen a vallar terrenos que fueron hasta entonces de uso común, y a cercar sus propias fincas, en las que los campesinos recogían algunos frutos, leña, y donde se alimentaban sus escasos animales domésticos. Valladas unas y otras fincas los campesinos quedaron en la miseria, siendo castigados con la horca quienes osaban recoger algún fruto de los cercados.

Esta fue la causa de virulentas revueltas campesinas bajo-medievales que tienen lugar en Inglaterra y otros países centroeuropeos.

JUAN WYCLEFF (+1384). Mantuvo en el terreno de la especulación teórica el comunismo como verdadero estado natural de la sociedad. Para ello se basa en la

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hipótesis que habían sostenido los estoicos acerca de la propiedad común originaria de la tierra, así como en razones teológicas. Mantiene que el poder real viene de Dios, pero existe entre los hombres para que éstos sean justos. Como la tierra fue hecha para satisfacer las necesidades de los hombres, no se acomodan al orden teológico-natural las leyes de los hombres que privan a muchos de lo necesario para vivir de su trabajo. Además todos los hombres tienen que poder ser herederos de aquel patrimonio que les fue legado, y no pueden ser herederos todos, y hasta el fin de los tiempos, sino mediante la propiedad común de la tierra, tal como fue en los orígenes, antes de que el egoísmo y la malicia de unos desposeyese a los otros.

En todo esto se opone al pensamiento más tradicional de los teólogos clásicos, como Tomás de Aquino, que justifican la propiedad privada, (siguiendo a Aristóteles), y sólo añaden la necesidad de conciliar el uso que se haga de ésta con el llamado "bien común" u orden del que todos participan.

No obstante, Wycleff, rechazaba los métodos violentos, y no se puso al lado de las luchas campesinas.

Por el contrario, JUAN BALL, exhortaba a la lucha: "A mi buen pueblo: Las cosas no pueden ir bien en Inglaterra, ni irán, hasta que los bienes estén en común y hasta que no haya ni siervos ni señores y seamos iguales. ¿Por qué razón han adquirido lo mejor de nosotros esos a quienes llamamos señores? ¿Cómo lo merecieron? ¿Por qué nos tienen en esclavitud? Si todos descendemos de un padre y una madre, Adán y Eva, ¿cómo pueden afirmar que son más amos que nosotros? (...) No obstante nos llaman siervos y nos apalean en cuanto dejamos de hacer lo que nos mandan".

Las revueltas campesinas, esponteneístas y carentes de vertebración fueron durísimamente reprimidas y Juan Ball fue uno de los muchos ahorcados.

TOMAS MORO (1478-1535)

Este es el personaje al que nos referimos al comienzo del tema cuando aclarábamos el origen y significado del término "Utopía".

Con Tomás Moro estamos ya en el Renacimiento. Si observamos las fechas de su nacimiento y de su muerte observamos que fue contemporáneo del descubrimiento de América. Lo cual influye también en su pensamiento, pues los primeros relatos que circularon por Europa de lo que vieron los descubridores en varios puntos de culturas primitivas, llevó a la confirmación de la famosa hipótesis del comunismo originario.

La personalidad de Moro (Sir Thomas More) es tan extraordinaria, y el significado de su obra tan importante, que resulta necesario trazar algunos perfiles. Moro fue un gran humanista. Un sabio, que conoce las lenguas antiguas en que escribieron los clásicos y las lenguas modernas en las que se entienden los gobernantes de su época. Estudió leyes. Era experto en las Sagradas Escrituras. Ejerció de jurista, y fue miembro del Parlamento, para llegar luego a ser Lord Canciller del Reino. Su correspondencia íntima nos dice que este hombre austero, y a veces de apariencia adusta, fue tierno con su esposa e hijas. Ya dijimos de su muerte trágica en la Torre de Londres.

En su principal obra, "UTOPÍA" describe una isla imaginaria que por sus características geográficas recuerda a Inglaterra. Los hombres que allí viven felizmente componen una sociedad comunista, en la que la comunidad de bienes no se reduce a la tierra, sino también a la distribución, y a los bienes básicos del consumo, como los alojamientos.

Moro no se basa para justificar sus propuestas en argumentos teológicos sino que va

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explicando con sencillez cada institución o cada costumbre de los utopenses con argumentos de razón. Porque Moro vive en aquella época en que había comenzado a deslindarse claramente el terreno de la fe y la razón; en la que había comenzado la secularización de la teoría política.

Este carácter racionalista que impregna la organización social de Utopía empieza por manifestarse en la distribución territorial de la población, para que esté bien proporcionada y comunicada.

Nos sitúa ante una sociedad básicamente agraria, pues su ideal, ni aún puesto a imaginar, consiste en una gran disponibilidad de mucha cantidad de bienes, ya que considera moralmente perversa, corrupta, la riqueza excesiva, y su ideal de felicidad, como luego veremos, se orienta hacia otros placeres.

Plantea relatos alegóricos que conciernen a todo el ciclo económico: con respecto a la producción, la tierra y otros bienes productivos son de la comunidad. ¿Quiénes son los productores? -Todos los utopenses. Cuando dice que en Utopía se dedican cada día seis horas al trabajo, ocho horas al descanso y el resto a la libre disposición, razona que en Utopía cada uno trabaja menos porque no hay nadie ocioso, y porque no se produce lo superfluo. Por tanto todos los adultos son productores, y productores de los bienes que la comunidad determina como útiles. La ociosidad no está permitida.

Los rectores de Utopía hacen un cálculo anual de las necesidades previsibles de los distintos frutos y mercancías, conforme al cual se asignan a las granjas y talleres sus ocupaciones. Es, pues, una de las pocas utopías que incluyen algo semejante a lo que se llamaría luego planificación.

Todos los niños reciben enseñanza y a los jóvenes se les permite elegir oficio. Pero todos, vivan en el campo o en la ciudad, alternan algo su labor productiva, y los habitantes urbanos acuden en ayuda de los agricultores para recoger las cosechas, porque a Moro le parece importante que todos los trabajos reciban la misma estima, y se valore la función de cada uno por su utilidad a la sociedad. A quienes destacan por sus cualidades se les libera de otros trabajos para que profundicen en los estudios o en las artes.

Los productos se entregan en almacenes sociales. De estos almacenes cada cual retira según sus necesidades. (Existen comedores públicos donde se alimenta generalmente la población). Dice el autor que nadie puede tener interés en llevarse más de lo que necesita, pues los demás tienen asegurado el mismo abastecimiento. Así, pues, no hay moneda. El oro, la plata y las piedras preciosas son utilizadas en Utopía para funciones que impliquen rechazo, o para los juegos infantiles.

Los vestidos son muy semejantes todos, de lino en verano, y en invierno se refuerzan con pieles. Por todo lo cual, cuando llegaron a Utopía en cierta ocasión unos embajadores cubiertos de sedas, terciopelos y joyas, lejos de ser admirados por los utopenses, éstos rieron creyendo que se trataba de bufones.

El gobierno es electivo; existe un mandatario vitalicio, pero puede ser excepcionalmente revocado por la asamblea. La función principal de los mandatarios es evitar la ociosidad, y cuidar la buena distribución de los recursos. Quienes cometen faltas graves son sancionados en proporción a su falta, y el castigo consiste en ocuparse de los trabajos sucios o menos gratos.

Describe los rasgos de un urbanismo racionalista. Las familias van cambiando de la casa que les es asignada según crece o decrece el número de sus componentes. En Utopía las casas tienen puertas, pero las puertas no tienen cerraduras. No son necesarias.

En Utopía no existen ejércitos permanentes.

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Los utopenses son felices dedicándose a los placeres moderados que desarrollan el cuerpo, la mente y el alma. No es posible ni la ociosidad, ni la pobreza ni la riqueza superflua.

Tan insólito como todo lo anterior es, para el siglo en que fue escrito, que también se afirma en Utopía la tolerancia religiosa y el divorcio.

En definitiva, Moro vio con claridad que la causa de los males sociales hunde sus raíces muy principalmente en la organización económica, y un orden beneficioso para todos requería drásticas transformaciones en el sistema de propiedad. A su vez, tiene de cristiano evangélico (fue amigo de Erasmo, el gran precursor de la Reforma) su aversión al lujo, a lo superfluo, al poderío de la alta clase, convencido de que la acumulación de la riqueza es inmoral y nefasta.

En el Renacimiento tardío todavía se producen otras utopías importantes, de las que, en honor de brevedad, vamos a citar sólo sus principales rasgos diferenciales.

FRANCÍS BACON (1561-1626). Hombre de compleja personalidad en la que se combinan su interés por la filosofía, por la ciencia experimental y por la política.

También llegó a ser Lord Canciller, pero no de Enrique VIII, como Moro, sino de la hija de aquel monarca, de la famosa reina Isabel.

El supuesto lugar en que se desarrolla la utopía de Bacon es la "NUEVA ATLANTIDA", que es una isla imaginaria situada en los mares del sur. En ella, la clave del bienestar no reside en el sistema de propiedad y en la virtud de sus habitantes, sino en la superproductividad engendrada por el desarrollo de la ciencia y su aplicación a la vida humana.

Ese fabuloso desarrollo científico permite la obtención de nuevos metales, la perfecta predicción de los fenómenos físicos en la tierra y en la atmósfera, la producción de nuevas frutas y flores, la obtención de prodigiosos medicamentos, la abundancia y la reducción del esfuerzo.

El cerebro de esta sociedad es la "Casa de Salomón" donde los científicos se entregan de continuo y por entero a la investigación, y periódicamente viajan a otros países para intercambiar conocimientos. En esta utopía la ciencia viene a ser la panacea de todos los males, por medio de su luz la Humanidad se salva.

Aunque es dudosa la conveniencia de incluir la utopía de Bacon dentro de los antecedentes del pensamiento socialista, conviene analizar un instante los orígenes de "cientifismo", de creencia simplificada en el supuesto valor salvífico de la ciencia.

En efecto, sobre Bacon ejerce enorme influencia la reciente revolución científica operada pocos años antes, esto es, la aparición de la ciencia experimental que comienza con la nueva astronomía (Copérnico, Kepler, Galileo), que permitió a los hombres descubrir, por ejemplo, el geocentrismo, cuando hasta entonces había sido creencia dominante, que la tierra era el centro del universo, y el que el sol giraba alrededor de la tierra. Así mismo conmueven a Bacon otros descubrimientos de la navegación que hicieron posible descubrir nuevos continentes y nuevas rutas. En este sentido, hay que decir en su honor que Bacon avizoró la inmensa transformación de la vida humana que habría de producirse cuando se desarrollara aquella ciencia entonces incipiente y comenzara a aplicarse en la solución de problemas prácticos e inmediatos.

Bacon escribe una obra que pretende sintetizar las reglas de investigación propias de la ciencia experimental, el "NOVUM ORGANON".

Ahora bien, Bacon no alcanzó a captar la ambivalencia del progreso científico, su capacidad de engendrar fenómenos positivos y negativos y, por tanto, la necesidad de manejar criterios ético-políticos de índole normativa para orientar el despliegue teórico

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y práctico de los conocimientos, evitando y corrigiendo sus posibles efectos nocivos.En los siglos inmediatamente posteriores, XVIII y XIX, prosigue para muchos

hombres cultos esta deificación de la ciencia, esta fe en la ciencia, en la que como en Dios, todo sería bueno sin mezcla de mal alguno, lo cual culmina con Augusto Comte (1798-1857) impulsor máximo del mito del progreso con su teoría de los tres estados. Ese "progresismo" sería uno de los componentes de la atmósfera intelectual del liberalismo económico, en el sentido de propiciar el "progreso a toda costa".

JUAN VALENTÍN ANDRAE, de origen alemán sitúa su utopía en la ciudad de CRISTIANOPOLIS. Retoma el ideal económico comunista característico como hemos visto de casi todas las utopías. Los rasgos más distintivos con respecto a la más clásica de Moro, son la insistencia y desarrollo que da a la planificación de la producción, y por otra parte, la importancia que otorga a la instrucción de los ciudadanos.

Los encargados de dirigir la producción "saben por anticipado el tiempo en que debe hacerse y qué cantidad y en qué forma, e informan a los mecánicos de todo ello".

Con respecto a la instrucción, insiste en el equilibrio conveniente entre educación y trabajo. "Ser sabio y trabajar no son incompatibles, si hay moderación". Los mejores ciudadanos son seleccionados precisamente para dedicarlos a la enseñanza.

El gobierno de la ciudad está entregado a representantes de la religión, la justicia y la enseñanza.

CAMPANELLA (1568-1639). En "LA CIUDAD DEL SOL", se diseña un comunismo absoluto. No hay ricos ni pobres. El trabajo de todos permite que la jornada sea de cuatro horas. Como Platón, hace extensivo el sistema comunitario incluso a la familia, pero aquí con carácter generalizado a todos los habitantes de la ciudad, pues considera que los intereses de las familias, y las herencias, han roto la igualdad y sido fuente de pendencias. Los hijos son enseguida educados por la comunidad.

En la utopía de Campanella se invierten las estimaciones sociales al uso, y los miembros de la comunidad más estimados y distinguidos honoríficamente son los que realizan los trabajos más gravosos, siendo reputados como innobles los ociosos.

También destaca la importancia de la educación, pero con el rasgo original de anticipar el valor de los métodos visuales e intuitivos. (Las murallas de la ciudad están decoradas con grandes pinturas en las que los niños aprenden sobre la historia y la naturaleza).

Propugna un gobierno basado en la aristocracia de la ciencia, pero cuyos magistrados son elegidos por el pueblo.

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EL UTOPISMO MODERNO

Es tradicional designar como socialistas utópicos a todos los pensadores premarxistas que defendieron ideales igualitarios, reivindicando alguna forma de propiedad común y comunismo. En este sentido se agrupan personajes desde platón hasta Proudhon, pero también sería posible y conveniente trazar una línea divisoria dentro del socialismo utópico aproximadamente en torno a la Revolución Francesa, pues a partir de entonces tenemos dos rasgos característicos nuevos. Por una parte, las fórmulas de las propuestas se hacen más concretas, y en segundo lugar, y lo que es más importante, se plantea ya el modo de realizar esos ideales, y/o se vinculan a una concreta acción para implantarlos, siquiera sea experimentalmente. De ahí nuestra división en dos unidades del pensamiento utópico.

REPLICA A LAS UTOPIAS CLASICASDurante los siglos XVII y XVIII podemos contemplar la edificación del pensamiento

liberal, cuyas raíces, entonces próximas, se ahondan en los gérmenes del individualismo renacentista. Para el asunto que aquí tratamos lo que nos interesa anotar es el esfuerzo realizado por los padres del liberalismo para justificar el hecho de la propiedad privada, y legitimar moralmente ésta junto con la teoría del origen del poder político que sostendrá la revolución liberal.

Las utopías comunistas habían hecho su impacto, y aunque de forma espasmódica, las revueltas campesinas, aisladas, pero muy violentas, de inexorable desembocadura trágica, eran preanuncio de que ese "sagrado fundamento del orden social" que es la propiedad, sería cuestionado. De ahí que sean replicadas.

En los siglos XVII y XVIII se difunde en la teoría política la idea del pacto social, en muy diversas formulaciones, que justamente enlaza con la hipótesis del comunismo originario primitivo, propio de lo que ahora se va a llamar el "estado de naturaleza", en contraposición al "estado de sociedad".

En efecto, así pasa en la obra de TOMAS HOBBES (1588-1679). Que en su "Leviathán", supone la existencia de un estado primitivo de la humanidad sin ley, sin gobierno, sin institución alguna que ordene y garantice la propiedad; esto es, sin propiedad, pero que él, lejos de concebirlo como un mundo feliz, lo imagina como un mundo esencialmente inseguro, de permanente conflicto o "guerra de todos contra todos", en el que "el hombre es un lobo para el hombre".

De esa mala experiencia habría salido la Humanidad por medio de un pacto. El individuo cede aquella libertad total originaria a cambio de la paz y la seguridad sometiéndose a la autoridad. La autoridad, a cambio de exigir obediencia total a sus mandatos (leyes), garantiza a cada uno la pacífica disposición de sus bienes.

Con lo cual, Hobbes justificó al unísono la propiedad privada y el absolutismo, Y configuró un viejo esquema mental que siglos después observamos, con pasmo, en muchas cabezas para las cuales el fin primario del Estado es garantizar el uso seguro y "pacífico" de sus propiedades, sintiéndose muy cómodas en delegar su libertad cívica al gobernante.

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Ciertamente, Hobbes es lo contrario del liberalismo político, pero hizo suya la teoría del pacto ideada por Hugo Grocio, y aportó ya la vinculación entre pacto y propiedad, elemento que recogen otros pensadores patriarcas del liberalismo.

LOCKE (1632-1704) Locke rectifica a Hobbes, dando un nuevo giro a la idea del pacto. Su obra maestra en esta materia es el "Ensayo sobre el Gobierno Civil".

En primer lugar, Locke matiza aquellos aspectos del comunismo originario, pues cree que aún cuando la tierra fuese común, no ocurriría lo mismo con la pesca, la caza, o los frutos recogidos, propiedad privada de quien puso su riesgo y su esfuerzo para obtenerlos, y razona filosóficamente cuando para justificar esto afirma que tales frutos poseen ya algo de lo que carecían en su estado original, pues se les ha incorporado el esfuerzo del cazador o colector, y por ello mismo algo de la vida de su poseedor. Así aquellos bienes han adquirido un valor más útil para el hombre por virtud del trabajo -origen del valor-, y de ahí su legítima propiedad. (Nótese que por lo mismo que se justifica la propiedad privada como fruto del propio trabajo, "a sensu" contrario se deslegitima la que no tiene ese fundamento, o se origina en el trabajo de otro)

Locke vincula, siguiendo la lógica de su razonamiento, la propiedad de la tierra al esfuerzo de labrarla, cultivarla, etc.

Justificada luego la herencia y los intercambios "equitativos", aparece bendecido el orden económico.

También habla del derecho de ocupación de la tierra de nadie (se estaba en plena expansión ultramarina), e incluso en ciertos casos, del derecho derivado de la conquista.

Los que no poseen pactan con los que poseen "libremente" el intercambio del trabajo por una "justa" contraprestación. Es cierto, sin embargo, que Locke prefería una sociedad de muchos pequeños propietarios como régimen ideal para asegurar la libertad de los individuos.

En materia política, el pacto que da origen al "estado de sociedad" no tiene que suponer, según Locke la renuncia a la libertad civil, sino que más bien lo concibe como un pacto entre los ciudadanos por el que ceden una parte de aquella libertad originaria, la necesaria para que existan las leyes que hagan posible la convivencia, de tal modo que tanto la libertad del individuo como el poder de la autoridad quedan delimitados y sujetos a esa ley fundada en el pacto.

JUAN JACOBO ROUSSEAU (1712-1778). Fue ya un directo precursor de la Revolución Francesa, impulsada casi tanto por la obra difusora de este propagandista como por el modelo de la Independencia de los Estados Unidos.

Su obra más conocida es "El Contrato Social". Aquí, siguiendo el hilo de nuestra materia nos interesa más destacar su "Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres". En esta obra Rousseau atribuye precisamente el origen de la desigualdad al hecho de haberse establecido la propiedad privada de la tierra, pues al acaparar unos cuantos los bienes necesarios para la subsistencia de todos, obligaron a los demás a ponerse a su servicio para poder subsistir.

Mantiene, en textos de gran vivacidad, que aquel hombre que por primera vez puso una valla en el campo y dijo "¡esto es mío!" fue el mayor criminal, y que si de inmediato se le hubiera matado, la Humanidad se habría ahorrado toda suerte de violencias y padecimientos.

Como es sabido, Rousseau cree en la bondad natural del hombre, y sin embargo se enfrenta con el hecho de la maldad y de la esclavitud. "El hombre nace libre, pero por todas partes se encuentra encadenado", dice al comienzo del Contrato Social. La bondad natural del hombre es pervertida por la sociedad. Es el orden social con sus

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desigualdades y sus normas hechas de conformidad con los intereses de los poderosos lo que hace a los hombres dominadores o ignorantes y resentidos.

Denuncia vigorosamente la servidumbre insita en la conciencia como verdadera degradación de la naturaleza humana. Ser libre supone una moral autónoma, esto es, regida por la propia razón, lo cual requiere no sólo una liberación externa, sino una capacitación interna, y de ahí la singular importancia que otorga a la educación crítica. Es más, Rousseau cree que los intereses económicos derivados de la propiedad corrompen incluso la vida privada de los propietarios. Así, en "La Nueva Eloísa", donde pondera el valor de la familia, plantea la cuestión de la libertad y la espontaneidad natural en el amor, criticando duramente las costumbres burguesas entonces tan al uso de ajustar las parejas a tenor de los intereses económicos. Es decir, la naturaleza del hombre ha sido falseada por la cultura. Hay que discernir en el progreso y en la evolución de la cultura aquello que es liberador de las potencialidades humanas y lo destructor u opresor de ella.

Pero Rousseau no se orienta finalmente por la propuesta al retorno de aquella sociedad originaria, lo que considera imposible, sino que carga el acento de su propuesta en la reforma política de la sociedad -la ley basada en la voluntad general- de suerte que no siendo coactiva permita la máxima autonomía al individuo. El resto lo confía a la educación ("Emilio"), que según sus pautas ha de ser educación en libertad y para el ejercicio responsable de la libertad.

En este punto aparece el ideal propio de la Ilustración; la importancia extraordinaria de la educación. El retorno a lo que es natural, el rechazo de los artificios impuestos por la sociedad, heredados por la tradición, es algo de lo que el hombre ilustrado y crítico puede liberarse en el ideal roussoniano.

En conclusión: Rousseau en un determinado momento descubre y afirma la negatividad, incluso moralmente corruptora de una organización económica de la sociedad que produce la desigualdad entre los hombres, y de la que proviene el autoritarismo político y moral. Pero el eje de su reflexión es el individuo, de ahí que, tremendamente fiel a esa inspiración individualista y a una fe ilimitada en ¡a potencia salvífica de la libertad individual, proponga como líneas de reforma la transformación política, la libertad exterior, y la educación o formación de una conciencia libre, autónoma.

BABEUF (1764-1797). Esa fe en la libertad individual fue compartida en un momento dado no sólo por la burguesía revolucionaria, sino también por los desheredados de la fortuna, a quienes las palabras "LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD" sonaban muy bien, aunque probablemente significaban cosas harto distintas de lo que significaban para sus momentáneos aliados.

En base a tan rotundos términos se llevaría a cabo la Revolución Francesa. Bien pronto los desheredados advirtieron que su opresión no era simplemente política, y que su condición no mejoraba aunque el rey fuese decapitado, la nobleza despojada y la Iglesia perseguida. Aparece un dirigente en plena Revolución Francesa, a quien volveremos a encontrar más adelante, al fijarnos en los orígenes del movimiento obrero francés, que fue Francisco Noel Babeuf. Aquí nos interesa sólo tomar nota de su pensamiento utópico.

Este singular personaje quizá tenga mucho más de hombre de acción que de hombre de pensamiento. Pero lo cierto es que en plena marea liberal mantuvo la concepción de la igualdad absoluta. Para defender ese postulado creó "La Tribuna del Pueblo", periódico comunista. Uno de sus aforismos dice: "La aspiración de la sociedad es la

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felicidad de todos, y la felicidad consiste en la igualdad".Pero la igualdad de la que habla Babeuf no es la igualdad de los hombres ante la ley,

y ni aún siquiera la llamada igualdad de oportunidades, sino una igualdad en la disposición de los bienes, que requiera obviamente la propiedad colectiva, e incluso un igualitarismo en las formas de vivir casi místico. Todos debemos disponer de alimentos y vestido semejantes. Los niños serían separados pronto de sus padres para que todos ellos recibieran una educación en los nuevos principios sociales, de suerte que no retorna la desigualdad.

La economía totalmente dirigida por el gobierno reparte sus frutos con exacto equilibrio entre las regiones. Sus rectores son elegidos por los trabajadores. Sus cargos son necesariamente transitorios, y sus retribuciones iguales a las de los demás trabajadores.

Sólo pueden ejercer derechos políticos los ciudadanos que realicen trabajos útiles.Pese a la extremosidad de sus propuestas, consideraba que el camino de su

implantación, aunque rápido, tendría cierto gradualismo. Comenzaría por la nacionalización de las propiedades corporativas. La propiedad privada individual se iría incorporando al patrimonio común tras el fallecimiento de sus propietarios al quedar abolida la herencia.

Su técnica para producir el cambio revolucionario cuenta con la fuerza de los trabajadores, pero es conspirativa, y de hecho fundó una sociedad secreta, "Los Iguales", que llegó a agrupar más de quince mil hombres. Su proyecto para apoderarse del poder fracasó por delación y fue ejecutado.

Perfilar con menos tosquedad los objetivos, e idear la forma organizativa válida serán tareas difíciles que requerirán todavía mucho ingenio y dedicación.

CABET (1788-1856). La utopía de Cabet, contenida en su obra titulada "ICARIA", también es de carácter comunista intransigente, incluso uniformista. Pero, a diferencia de Babeuf, lo original es que Cabet propone como método para implantar su comunismo, la pura persuasión ejemplar. Esto que puede resultarnos hoy tan increíble y angélico, fue sin embargo compartido por otros grandes utopistas del siglo XIX a quienes debemos el haber ¡do fijando algunas metas concretas que en la actualidad considera irrenunciables el movimiento obrero.

Esto es, Cabet creía tan firmemente en la bondad de sus proyectos como para pensar que bastaría con realizarlos en algunos sitios experimentalmente, para que su excelencia prodigiosa incitara como ejemplo a otros hombres a seguir el mismo camino. De este modo el ejemplo se iría extendiendo, y su progresiva implantación sustituiría, poco a poco, pero inexorablemente a las explotaciones capitalistas. De ahí el aura de pacifismo que impregna estos proyectos, y que fue uno de sus atractivos.

Por otra parte, estos utopistas de modelo-ejemplar no son simplemente soñadores benéficos, sino hombres que además de su imaginación pusieron toda su vida y a veces su fortuna personal, en el intento de llevar a cabo el experimento de sus ideas. El fracaso de esos experimentos también tuvo gran utilidad para conocer qué caminos no eran adecuados para la emancipación de la clase obrera.

Cabet, que es poco original en el diseño utópico con respecto a las utopías anteriores, abre sin embargo este camino tan pacifista con el que intenta, aunque vanamente, separar la reforma social de la lucha social.

"Icaria" es un edén, regido por el saber, la laboriosidad ordenada, la moderación y la alegría de todos. Ese orden es en todo racional y geométrico, desde el urbanismo a la distribución de las industrias. El Estado es el único propietario y reparte por igual los

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bienes entre todos los trabajadores.Pone especial énfasis en un servicio sanitario para todos y en la educación universal,

que debe durar desde los cinco a los diecisiete años. Fija el retiro a los sesenta y cinco años.

A diferencia de Babeuf, retorna a los finos matices humanistas de Moro, al ponderar la importancia del impulso que merecen las artes y la literatura. Por tanto, en Icaria no sólo no hay pobres ni ricos, sino que desde esa base material se pretende que los hombres sean inteligentes.

Habiendo obtenido una concesión de terrenos incultos en Tejas, se trasladó al otro lado del Atlántico para poder poner en marcha una colonia de unos mil quinientos hombres. La insalubridad le hizo trasladarla a Nauvoo, en Illinois, pero se disgregó pronto por desacuerdos internos.

Es bien cierto que tales experimentos tampoco se daban en las condiciones formativas, ni de estructura del poder organizativo, ni tampoco financieras, con que se concibe en la utopía. Sólo queda lo más rudo, el producir en las peores condiciones y el reparto igualitario de víveres de subsistencia. Esto será uno de los límites que afecten a éste y a otros "experimentos" semejantes.

SAINT SIMÓN (1760-1825). El conde de Saint Simón fue en su juventud un activista político. Participó directamente en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América. Cuando regresó a Francia, pese a estos antecedentes, y a ser partidario de la Revolución, tuvo dificultades por su ascendencia noble, llegando incluso a ser encarcelado. Pero lo que predomina en su vida es la obra intelectual.

Con Saint Simón aparecen formuladas ya algunas ideas que luego pasaron a ser principios del socialismo moderno, tales como la nacionalización de la industria, la igualdad de oportunidades, y la retribución o recompensa de cada cual según sus méritos.

Para desarrollar estas tesis escribe "Sistema Industrial", "Catecismo de la industria" y la más difundida, "El Nuevo Cristianismo".

Muy en el espíritu teórico de la Revolución Francesa, Saint Simón pretende la abolición de todo privilegio, pero este pensamiento, llevado con impecable lógica hasta el final le conduce a pedir la abolición de la herencia. Es muy notable que este personaje, que se tenía a sí mismo por descendiente de Carlomagno, haya sido uno de los autores que más enérgicamente hayan razonado contra la herencia. (No puede separarse la importancia dada entonces a este punto puesto que el poder de la aristocracia y de la monarquía absoluta, frente a los cuales actúa la Revolución Francesa, se asientan ambos en la herencia). Esa coherencia no es seguida por la Revolución, que niega los títulos nobiliarios, confisca algunos bienes de la nobleza , pero deja a salvo la herencia de las propiedades para asegurar la continuidad del régimen jurídico de los bienes.

Saint Simón no se sitúa propiamente en la utopía comunista. Distingue mucho entre lo que más adelante se llamará bienes productivos y bienes de consumo, con lo que defiende la existencia de un patrimonio privado tan grande como su propietario pueda acumular, eso sí, en función de la retribución derivada de su trabajo personal y de su capacidad de administración y ahorro.

Si defiende, sobre todo al final de su vida, la nacionalización de la industria es precisamente para asegurar la igualdad de oportunidades y la eficacia de la producción evitando el despilfarro y el desaprovechamiento de los recursos. El consideraba que la producción tendría que ser enérgicamente dirigida por unas autoridades a las que se

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encomiende también valorar el esfuerzo hecho por cada uno midiéndolo en función de su utilidad social, y distribuyendo no a todos por igual, sino a cada uno según su mérito, esto es, según el valor asignado a su aportación en el esfuerzo. Al frente de esa dirección su racionalismo, un tanto aristocratizante en el fondo, le lleva a ver una cierta tecnocracia sabia.

Este principio de "a cada cual según sus méritos", que en igual aplicación a todos, sería en términos puros su forma utópica de igualdad, se fundamenta en la observación que hace de la naturaleza de los hombres.

En efecto, Saint Simón otorga mucha importancia para explicar la vida individual y la convivencia social, al componente anímico y moral de la conciencia.

Cree contemplar una época de crisis a este respecto, la crisis de la vieja conciencia cristiana, inspirada inicialmente en una rigurosa fraternidad universal, y luego corrompida. Ese nervio moral ha de ser recuperado, pero ahora tiene que fundarse en unos meros ideales laicos. Cree en la posibilidad del progreso fundado en la razón científica, y en la que la paz y la cooperación son posibles si se asienta la sociedad en esos supuestos de justicia arriba mencionados.

Para realizarlo confía pues en algunos resortes claves: cierta propiedad común de los medios precisos para el trabajo determinan la igualdad de oportunidades. Cierta propiedad privada de los bienes procedentes de esfuerzo personal garantizan el estímulo individual. Una fuerte autoridad dirige el conjunto.

Finalmente, hay que garantizar el trabajo para todos, y la actitud parasitaria no puede ser consentida.

También creía grandemente en el valor de la persuasión para la implantación de las ideas. No incurrió en describir los detalles que resultarían de la aplicación de sus principios. Tampoco se dirigió a las masas desfavorecidas especialmente. Este es el punto que más le separa de las concepciones socialistas posteriores, pues cree más bien en que la mejora social procede por obra de esas minorías dirigentes imbuidas, a través del puro ejercicio de la razón, de ese espíritu de rectitud y fraternidad.

Es clara la mucha influencia que ejerció ciertamente entre los sectores más positivos de la burguesía progresista. Pero también aportó reflexiones y principios que luego asimilan e incorporan socialistas posteriores.

FOURIER (1772-1837). El nombre de Fourier enseguida se asocia a los famosos "FALANSTERIOS" o comunidades que viven en régimen de propiedad común por él propuestas. Pero lo más notable para la historia del pensamiento utópico es romo resuelve el problema de la distribución de la riqueza producida, y que según su propuesta resultaría así: En primer lugar se asigna una cantidad para cada miembro de la comunidad - lo que significa un mínimo retributivo -. El resto se distribuye proporcionalmente atendiendo a tres factores: trabajo, capital y talento o creatividad.

Para valorar el trabajo lo divide en tres categorías: necesario, útil y agradable, siendo retribuidas de más a menos en este orden.

Como puede apreciarse, los utopistas de esta época como quiera que pensaban en una inmediata experiencia de sus ideas se plantean en concreto el problema de la distribución-retribución, que obviamente conecta con el problema dala productividad. En un momento en que muchos desconfiaban del maquinismo, él afirma la importancia de la máquina para incrementar los rendimientos.

Otra idea muy presente en los proyectos de Fourier es la de economizar recursos. La idea de los falansterios se vincula a ese objetivo. Por una extraña teoría semifilosófica él creía en una fuerza o tendencia universal de la naturaleza tendente a la asociación

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también aplicable al hombre, y que por desviación de lo natural el hombre ha conculcado. Remover los obstáculos que se oponen a la sociabilidad natural es liberador de energías.

Portado ello propone que los hombres se organicen en comunidades de hasta 2.000 personas, y no menos de 400, a las que llama falanges, y en las que por tanto pueda darse sin violentar la inclinación de cada cual, una cierta división del trabajo, quedando las necesidades básicas cubiertas por la complementariedad de las ocupaciones.

Los miembros de cada comunidad habitan un gran edificio o complejo de edificaciones llamado falansterio, donde se puede economizar mucho precisamente debido al carácter centralizado de los servicios de alojamiento, comedores, calefacción, etc...

Supone que otro factor de economía en una sociedad laboriosa, sabia, y por tanto pacífica, consiste en que ahorra todo el gasto de aparatos represivos y bélicos. Fourier es crítico del gasto social improductivo.

Cree que la alegría derivada del trabajo satisfactorio, y de la armonía grupal, es en sí misma un autoestímulo para el desarrollo de la convivencia social. En este sistema de vida tan compartida, sin aquellos obstáculos de tuyo-mío que distancian y enfrentan a los hombres, la familia evolucionaría sin coacción alguna en el sentido de tender a la disolución de todo nexo coercitivo.

Fourier puso algo en práctica sus hipótesis en una finca que le fue cedida junto a Versalles, y naufragó por semejantes causas a la experiencia de Cabet. Sin embargo, Fourier, que dedicó una vida sumamente sacrificada a sus elucubraciones y proyectos, esperó en vano que potentados filántropos hubieran suministrado los recursos necesarios para realizar sus ideas.

Pues bien, Fourier tuvo seguidores en muchas partes que tomaron iniciativas inspiradas en sus ideas, e incluso en Cataluña se hizo un falansterio. Su obra fundamental, "Tratado de Asociación Doméstica y Agrícola", fue muy leído por cuantos en medio de la miseria generalizada y creciente buscaban alguna alternativa racional, y contribuyó sin duda a la formación de las primeras ideas societarias y colectivistas.

ROBERTO OWEN (1771-1858), el patrono amigo de los obreros, a quien en otra unidad reencontraremos como animador de movimiento sindical y cooperativo, es por su gran influencia uno de los más importantes utopistas. Su extensa vida, llena de afán inagotable de actividad, hace preciso marcar épocas distintas en su pensamiento. A los diecinueve años dirigía una fábrica de hilatura de algodón en Manchester con más de quinientos obreros; a los ochenta y seis, todavía leyó una memoria sobre "La raza Humana gobernada sin castigos", ante la Asociación Científica Social de Gran Bretaña.

Escritor, además, sumamente prolífico, dispersa sus trabajos en centenares de artículos, informes, cartas, etc. Su obra más significativa al objeto que nos interesa es "Sistema Social".

Manifestó su temperamento reformador comenzando por sus propias fábricas, en las que consigue grandes incrementos de productividad humanizando el trabajo y racionalizando el orden de la producción. El caso de New Lanark, en Escocia fue extraordinario y famoso por la cantidad de servicios asistenciales que puso a disposición de los trabajadores, en absoluto contraste con las condiciones siniestras de vida que sufrían los obreros generalmente. Y sus fábricas fueron rentables en esa época. Como las condiciones de vida hicieron cambiar la actitud de los trabajadores, y en pocos años el pueblo se transformara incluso en sus hábitos de higiene, moralidad y cultura, Owen extrae conclusiones importantes para su teoría.

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En efecto, en su obra "Ensayos de la formación del carácter" Owen sostiene que el carácter (acaso pudiéramos decir la personalidad) es fruto del medio social en que el hombre nace, vive y trabaja.

Juzga con suma dureza la sociedad que conoce, pues lo que engendra es egoísmo, ignorancia, vicio, hipocresía, odio, violencia. El fin último de todas las reformas que propone e intenta realizar se orienta a que mediante la educación y la adecuada organización del trabajo, lo que el llama "carácter" sea laborioso, solidario, y amante de la paz y de la verdad.

Influido por el filósofo Jeremías Bentham, que fue incluso socio de Owen en una de sus empresas, asume que el fin de la convivencia humana y del Estado, no es otro sino la felicidad máxima del mayor número de hombres, y que esa felicidad no puede ser sino una felicidad compartida, no pudiendo alcanzarse sino cuando los hombres toman como causa propia no sólo su bien individual sino el bienestar de todos. Esto es lo que hace el hombre verdaderamente cultivado, que si lo es, no puede permanecer insensible e indiferente a la pobreza, a la miseria, a la enfermedad, a la ignorancia, a la infidelidad en suma, de los otros.

Ahora bien, de estos supuestos antropológicos deduce algunas ideas directrices para la reforma social: en primer lugar la importancia capital de la escuela, y de una escuela que eduque en esa dirección de racionalismo y de solidaridad, y a este respecto constantemente exigirá lo que en su tiempo era un ensueño, a saber la escuela obligatoria y gratuita para todos. En segundo lugar, la prioridad de asegurar el trabajo para todos los adultos. En tercer lugar la necesidad de articular la ampliación de la riqueza, porque sin una cierta abundancia de bienes no puede conseguirse un razonable nivel de bienestar generalizado. De ahí su defensa de la producción industrial, aunque someta a crítica las normas vigentes y el modo de reparto. En cuarto lugar no procede el rencor ni la ira; sólo la razón promoverá el cambio.

En un primer momento, cuando Owen desembarca en la actuación social, posponiendo sus empresas, se orienta por la vía de las demandas al Parlamento de leyes reformistas. El escasísimo resultado obtenido por ese camino, en el que estuvo simultáneamente el movimiento obrero británico, va a ser lo que impulse a Owen a concebir su alternativa utópica.

Owen entonces, sin perjuicio de continuar en otras tareas posibilistas, afirmará que la solución última es el comunismo. Propone una implantación gradual, comenzando por la creación de aldeas para los parados de "unidad y cooperación". Describe que sobre unos quinientos acres de terreno se asentarían de quinientas a dos mil personas. Las concibe como sistema de producción mixta, agrícola e industrial. Las casas son unifamiliares, cuadradas, y la mayor parte de los servicios colectivos. Para ridiculizarlo se habló de "los paralelogramos de Owen".

La distribución del trabajo y de la renta serían igualitarios.Tales aldeas o unidades productivas deberían ser autónomas, pero sin perjuicio de

esa independencia para su régimen de administración, estarían federadas. La extensión progresiva de esa federación supondría la paulatina sustitución del viejo sistema por un nuevo sistema económico.

Más aún, como el trabajo en estas condiciones sería gustoso y productivo, como la desaparición de los pobres y de los ricos, sería envidiable, aquella federación acabaría siendo mundial.

Tras concebí resé edén utópico, en que una vez más aparecen los ingredientes básicos: educación -propiedad común - igualdad - armonía, el contraste con la

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experiencia habría de relanzar la creatividad de Owen porque uno de sus rasgos característicos es que no se detiene en la formulación de la utopía, ni se desmoraliza en su fracaso, sino que vuelve al posibilismo ideando fórmulas más lentas para aproximarse a la dirección de aquel fin.

En efecto, fracasada su experiencia utópica en la colonia "Nueva Armonía", en Indiana, en la que perdió casi toda su fortuna personal, regresa a Inglaterra, se relaciona de nuevo con el naciente movimiento obrero, y en esta última etapa de sus trabajos alumbra el proyecto de las Bolsas y Bancos de trabajo.

Partiendo de buscar una solución inmediata para un problema acuciante, Owen idea un sistema por el cual iba a terciar en una cuestión teórico-práctica de gran envergadura, a saber, la determinación del valor de cambio de los Productos.

La solución netamente liberal remite a las fluctuaciones del mercado para determinar en cada momento el valor de cambio de un producto, lo que decide "la mano invisible", esto es la relación entre la oferta y la demanda. Pero la lógica o sistema que envuelve esta respuesta es la estructura global del libre mercado, lo que justamente había producido la miserabilización de los obreros empleados y la desesperación de la masa de obreros en paro.

No es fácil, sin embargo, prescindir del mercado como regulador del valor de cambio de los productos.

Owen, coincidiendo en este punto con el economista RICARDO, va a adoptar el trabajo humano como regulador del valor. Cierta cantidad de trabajo constituiría, pues, una unidad de valor.

Inicialmente como paliativo para atender la situación de los obreros en paro, Owen concibe unas Bolsas a las que los productores llevarían sus productos, recibiendo a cambio bonos de trabajo, intercambiables por otros productos valorados en el mismo número de horas o unidades de trabajo. La oficina correspondiente percibiría una pequeña comisión para sus gastos organizativos. Con ello se creaba otro circuito de producción-intercambio-consumo paralelo al sistema capitalista, y en el que desaparecería todo intermediario.

La idea se complementaba con el establecimiento de Bancos del trabajo que apenas sin interés facilitarían recursos para impulsar la producción.

Durante algún tiempo el sistema comenzó a funcionar, produciendo extraordinario entusiasmo entre Owen y sus colaboradores, lo que le llevó a otro paso más ambicioso que consistiría en unir las "Trades Unions" y las cooperativas; en convertir las "Trade Unions" en grandes cooperativas que intercambiarían los productos entre sí según el método de los bonos de trabajo. Un Consejo General, en Londres, de este amplio sistema de federación cooperativa acabaría llevando efectivamente la economía del país.

Tales ideas tuvieron cierto eco entre algunos sectores de trabajadores, especialmente entre los que más desconfiaban de la vía política para obtener sus reivindicaciones. Pero el movimiento de las "Trade Unions", en la década 1820-30, como veremos en otra unidad, se agriaba por momentos y la dureza extrema de las circunstancias sociales hacía derivar el movimiento más bien hacia la seductora idea de la huelga general, lo que se representaba como un recurso final y salvador, en sí mismo revolucionario.

Owen no les siguió en ese camino. Su connatural rechazo hacia los métodos de fuerza, e incluso su convicción de que era necesaria la cooperación entre todas las clases para evolucionar positiva y pacíficamente, le marginaron de la corriente predominante.

No obstante, hasta el final de su vida se mantuvo por una parte entregado a la reflexión teórica, a la elaboración de sus escritos, y de otra parte a impulsar el

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movimiento cooperativo, sin desmayo de la otra batalla permanente de su vida en favor de la educación. El mismo nos da la impresión de que, aún sin proponérselo explícitamente, también fue educador.

LUIS BLANC (1813-1882). Pese a que Luis Blanc fue sensiblemente contemporáneo de Marx, suele considerársele como utopista, y dentro de las últimas figuras del socialismo premaxista, pero en realidad Blanc, más que una utopía, lo que nos presenta es un proyecto de transformación gradual del sistema económico, basándose en los "Talleres Sociales", esto es en la propiedad social de los bienes productivos. Con su teoría nos situamos ante un modelo de transición al socialismo.

Blanc, brillante escritor y propagandista, creó muy joven la "Revista del Progreso" como órgano de los demócratas radicales, y entre sus páginas salió por primera vez, a modo de entregas, su obra "Organización del Trabajo".

Fue uno de los primeros representantes del socialismo humanista francés. De nuevo hallamos, como en Owen como en tantos otros utopistas, que su inclinación al socialismo brota desde un suelo de profundas convicciones sobre el hombre y de una visión esperanzada de su destino.

Curiosamente, Blanc no parte del supuesto de la igualdad natural de los hombres, sino que precisamente va a defender estructuras económicas igualitarias para compensar otras desigualdades y hacer posible que todos los hombres puedan alcanzar su más amplio desarrollo.

En efecto, Blanc observa que hay grandes desigualdades entre las inteligencias y las habilidades de los hombres. Pero todos están llamados a la felicidad incluso los menos inteligentes y los peor dotados. La convivencia social no puede tener por fin que los mejor dotados acrecienten su bienestar sobre el padecimiento de los otros. Por eso le parece peligrosa la tesis saint-simoniana de retribuir a cada cual según sus capacidades.

Acaso sea lo más entrañablemente socialista de Blanc, su apelación a la naturaleza social del hombre, por la cual cree que cada hombre ha de sentir la satisfacción íntima de contribuir a la vida social con lo mejor de sus capacidades. "El fuerte ha sido destinado por la Naturaleza para poder llevar más carga y el inteligente para dar más luz".

En algún momento cita el pasaje evangélico: "Dueño tuyo será quien quiera que le dejes ser tu criado".

Crítica el liberalismo económico porque significa la lucha de todos contra todos y la imposición despiadada de los más hábiles. La miseria engendrada, tan patente a su alrededor, supone la negación misma del fin de la sociedad. "La miseria retiene la inteligencia del hombre en tinieblas, confinando la educación dentro de límites ignominiosos. La miseria aconseja siempre el sacrificio de la dignidad personal, y casi siempre lo demanda. La miseria coloca a aquel cuyo carácter es independiente en una posición de dependencia..."

Ahora bien, la forma de reaccionar Blanc ante la desigualdad, tan vivamente criticada y denunciada por él, no es el comunismo, al menos el comunismo entendido como dar a todos por igual, porque esta suerte de igualitarismo le parece moralmente insuficiente. Blanc acuña en cambio aquella otra formula: "A cada uno según sus necesidades". Resulta interesante buscar el contexto de la expresión, que se inserta en un pasaje de la "Organización del Trabajo" en el que siguiendo la metáfora organicista, muy al uso entonces, que compara la sociedad con un organismo vivo, y cada uno como parte de ese organismo, dice:

"...cada uno debe ser colocado en una condición que permita sacar la mayor ventaja

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posible de sus facultades, en cuanto pueda hacerse con la debida consideración a los demás, y para satisfacer de la manera más completa posible, sin menoscabo de los otros, las necesidades que la naturaleza le ha impuesto. Así, no hay salud ni vigor en el cuerpo humano, a menos que cada miembro reciba lo que es preciso para preservarlo del dolor y habilitarlo para realizar debidamente su peculiar función. En tal caso la desigualdad es solamente Proporcionalidad, y ésta existe de manera cierta tan sólo cuando cada uno, de acuerdo con la ley, escrita en alguna forma en su organización por Dios mismo, PRODUCE SEGÚN SUS FACULTADES Y CONSUME SEGÚN SUS NECESIDADES".

[Esta idea de distribuir la riqueza social o colectivamente producida en función de las necesidades de cada uno, fue parcialmente adoptada posteriormente en el sentido de tomarla como una forma complementaria de distribución, de tal modo que si por una parte existe una retribución básica fundada en el mérito o capacidad de cada uno (cantidad y calidad del trabajo aportado por cada uno), otra parte de la riqueza producida se asigna en forma de bienes que se reparten en función de las necesidades de cada cual, como son las concernientes al uso de servicios sanitarios, educacionales, asistenciales, etc)].

Pero Blanc, como dijimos, no se limita a plantear horizontes utópicos, sino que plantea propuestas inmediatas tendentes, eso sí, a una transformación evolutiva de la sociedad, y en esa línea van los "talleres sociales".

Cree que la reforma social ha de comenzar por lo más apremiante: asegurar el trabajo a todos. El Estado debe promover la creación de los talleres sociales y suministrar inicialmente los instrumentos necesarios en forma de empréstitos sin interés. Así mismo da normas por las que se rigen y vigila su administración. Al principio se seleccionan sus administradores en base a la habilidad. Luego va desapareciendo esta tutela inicial para entregarse al autocontrol.

Los talleres sociales ¡rían formando como una federación, y una parte de los beneficios se retendría con objeto de formar una compañía de seguro mutuo capaz de hacer frente a las pérdidas ocasionales de alguno de ellos.

Los talleres privados no serían forzados a entrar en ese régimen, pero las superiores condiciones del trabajo y la mejor organización de la federación harían que paulatinamente fuesen siendo sustituidos, dirimiendo así la gradual reversión del sistema.

Procede destacar algunos rasgos de coincidencia con las propuestas de Owen: el carácter de autonomía en la gestión de cada unidad productiva; el, respaldo federativo de estas unidades, la socialización sin estatalización de la economía, y la concepción gradualista conforme a la cual, el régimen económico de unas nuevas formas productivas va sustituyendo a las explotaciones capitalistas, con lo cual ambos creyeron poder operar una transformación pacífica.

La diferencia fundamental reside en el papel que se asigna al Estado, y que verosímilmente procede de la distinta perspectiva práctica de ambos.

Blanc cree que el Estado no puede ser neutral en cuanto a los sucesos económicos. El Estado, volvemos a los fundamentos humanísticos, tiene un fin de perfección social que en ningún modo satisface el "dejar hacer, dejar pasar", De ahí que la potencia del Estado haya de ser promotora de las nuevas formas económicas, que haya de ser el "banquero de los pobres", y para allegar esos recursos Blanc propuso la nacionalización de los nacientes ferrocarriles, entonces harto rentables, así como de otras actividades económicas igualmente lucrativas.

Se ha dicho que la propuesta de Blanc manifestó su fracaso con los "Talleres

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Nacionales" creados por el Gobierno revolucionario de 1848, del que formó parte, pero es lo cierto que ese remedo de su idea, encomendado además en su promoción a uno de sus adversarios, apenas tiene que ver con el significado de conjunto que ofrece su proyecto tal como cabe interpretarlo según la "Organización del Trabajo".

El matiz evolutivo, radical en los fines, moderado en los procedimientos, característico de su trayectoria, le llevó a desligarse en sus últimos años de la insurrección de la Comuna Parisina, lo que nos vuelve a situar a Blanc de nuevo en el campo de los primeros teóricos del socialismo premarxista.

PROUDHON (1809-1865). El nombre de Proudhon parece inevitablemente asociado a su famosa expresión: "¿Qué es la propiedad?.- La propiedad es un robo", pon lo cual parece que se trata de un personaje extremista y simplificador. Pero no es así, pues resulta que ni rechazaba toda la propiedad privada, ni requería el comunismo, como otros utopistas, y ni aún negaba la herencia, pues consideró la familia como un eje básico de vertebración social. Luego lo primero al hablar de Proudhon es desechar la generalizada idea de suponerlo como un energúmeno.

En segundo lugar, es preciso decir que la inclusión de este personaje dentro del "socialismo utópico" resulta muy dudosa, pues si atendemos al tiempo, estamos ante un contemporáneo de Marx (1818-1883), con quien primero mantuvo gran amistad y con quien luego polemizó duramente, y si atendemos al contenido de su teoría, encontramos que rechazaba explícitamente ese tipo de construcción intelectual consistente en el diseño de un orden social ideal. Por parte, fue un hombre muy directamente comprometido en las luchas de la clase obrera. No obstante, a falta de haber utilizado una rúbrica de "socialistas premarxistas", podemos considerar aquí los rasgos más esenciales de su pensamiento.

Proudhon es considerado con justa causa como el gran precursor del anarquismo, palabra expresamente utilizada por él, y toda su doctrina acerca del Estado es lo más interesante para distinguirlo de los demás socialistas premarxistas, que, generalmente, atribuyen al Estado una función principalísima en la organización de la vida económica de la sociedad, en la titularidad de los bienes sociales, y, por supuesto, en la dirección política de la comunidad.

Ciertamente, como hemos visto, ya habían surgido previamente algunos pensadores, principalmente OWEN, que se orientaban más bien a un orden económico concebido como federación de unidades productivas, cada una de las cuales fuese propiedad individual del artesano o propiedad colectiva de los obreros. Pero esa federación económica, aunque autónoma del Estado, sería quien dirigiese la vida económica de la comunidad en su conjunto. La propia idea de los Talleres Sociales de Blanc se concebía también en parecidos términos.

Proudhon, frente a todo eso, radicaliza la autonomía de cada unidad productiva, y desconfía no ya sólo del Estado, sino incluso de la asociación de trabajadores, pese a que la asociación constituía el gran principio, y casi el mito en que se funda el movimiento obrero.

Su recelo frente al Estado, y en menor grado con respecto a la asociación, brotan de su radical afirmación de la libertad individual. Incluso su drástica hostilidad a las iglesias, su laicismo intransigente, proceden también de su amor sin límite a la libertad del individuo.

No olvidemos que es un personaje muy próximo a la Revolución Francesa, y que en sentido amplio, está en la órbita del radicalismo francés que sintió como mutilado, enseguida, el impulso de aquellos ideales revolucionarios, y la revolución que Proudhon

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pretende se concibe más bien como su consumación íntegra, Pues él, eso sí, cree que cada hombre tiene que ser liberado también en el aspecto económico, disponer de los recursos necesarios para el trabajo, y Percibir todo el producto de su esfuerzo.

No llegó a creer nunca en la idea de socializar el Estado. Es de aquellos para quienes el Estado resulta inevitable e insuperablemente como un poder más allá y sobre el pueblo; como un agente limitador, y en cierto modo destructor, de la libertad individual. Como un peligro, en suma, que conviene disipar. Obviamente, con la disolución del Estado vendría el fin de los "aparatos de Estado".

El liberalismo ya había preconizado un Estado reducido, al menos en teoría, (sin perjuicio de que bajo la época liberal decimonónica el Estado creciera como jamás había crecido en la historia). Pero Proudhon en esto va hasta el final, y pretende su disolución.

No se trata de un pensamiento ingenuo. Obviamente piensa que la sociedad civilizada ha de fundarse en la ley. La palabra "anarquía" no puede interpretarse como caos. El mismo habla de la necesidad de una nueva constitución, y de una asamblea constituyente, pero niega el parlamento o asamblea permanente, que en nombre del pueblo, dirija los destinos colectivos. Rechaza la democracia representativa por cuanto tiende a crear una casta dirigente que a su juicio se pervierte por sus propios intereses y pervierte el espíritu originario de la ley. Cuando sea preciso puede volver a convocarse, siempre para un fin concreto, una nueva y distinta asamblea.

La comunidad sólo obedece a la ley. Basta con un sencillo mecanismo que haga cumplirla, Ningún hombre está capacitado para ejercer dominio ni poder sobre otro hombre. Por lo demás, cuantas menos leyes, es decir, cuanto más deslegalizada se encuentre la actividad humana, mayor libertad existe.

La congruencia de esta aspiración reside en que el impulso motriz de la sociedad reside para Proudhon en la capacidad creadora del individuo, en su capacidad de intercambio con otros individuos, en la asociación libre y autónomamente constituida para aquello que sea imprescindible y por el tiempo que sea necesario. Más allá de la libertad individual, el pacto.

La idea de pacto es muy importante en él, pero revisa y critica la teoría roussoniana del pacto social. As su juicio Rousseau mistificó la idea estableciendo la doctrina abstracta de un pacto social originario, y pervirtió la idea de pacto al interpretarla de modo no menos abstracto como un pacto permanente e implícito por el cual la mayoría tiene derecho a establecer leyes para todos, que se imponen cohercitivamente a la minoría o a los disidentes.

El pacto que Proudhon defiende es el pacto directo, asumido entre individuos concretos, del que se derivan compromisos individuales definidos, que no supone transferencia o delegación ni del poder, ni de la libertad, ni de la responsabilidad.

Ese pactó, que en su caso rige la cooperación, y en todo caso los intercambios, ha de ser justó. ¿Cuándo es justo?. Cuando hay reciprocidad, equilibrio en las contraprestaciones. Bajo las condiciones de la sociedad presente el pacto no suele ser justo porque no puede ser libre, ya que el privilegio o el monopolio de una de las partes, lo impiden. Cree que si cada cual dispone individual o colectivamente de los medios necesarios para producir, y no existen trabas para concurrir al intercambio de productos, de forma natural se producirá un intercambio equitativo.

Asumía la idea ya expresada por pensadores anteriores en el sentido de que sólo el trabajo crea valor, que todo trabajo útil a los demás crea valor, incluido el de los proveedores o comerciantes, y que el valor de los productos en definitiva es el valor del

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trabajo incorporado a cada mercancía a través de las fases en que se ha producido.Llegados a este punto conviene tener en cuenta los factores que ayuden a

contextualizar la lógica de sus propuestas: en primer lugar la enorme confianza que pone en la capacidad de todos los individuos, acaso vinculada al hecho de que él, Proudhon, procedente de familia totalmente carente de recursos económicos, y de formación escolar, sólo mediante el autodidactismo llegó a poseer una amplia cultura, a ser un escritor verdaderamente prolífico, a veces brillante, e incluso a tener considerable destreza como administrador de empresas cuando ejerció como tal, lo que es harto raro entre quienes como él, se dedicaron también al pensamiento teórico con originalidad. Acaso impulsado por la experiencia de su vida, concibió tal fe en la capacidad de todos, cuyo desarrollo consideraba que estaña garantizado mediante la educación universal.

En segundo lugar, el contexto imaginario de sus propuestas parece remitir más bien a una sociedad cuya producción es fundamentalmente agraria y secundariamente artesana e industrial, sin perjuicio de que algunas actividades, como el transporte, tuvieran que ser cubiertas por entidades o conjuntos de entidades de más vasta estructura.

Retornando a lo esencial de su propuesta, hemos de mencionar la reforma del sistema crediticio. Un punto clave es la existencia de un gran Banco Nacional, donde el crédito habría de estar al alcance de todos, limitado sólo por la capacidad de producción de cada uno. El capital de ese banco procedería de un impuesto sobre la propiedad y un impuesto progresivo sobre las retribuciones de los funcionarios públicos. El interés sería muy bajo y tendente a cero. Prácticamente la organización de ese Banco sería la única función económica de importancia que atribuye al Estado, pues a partir de esos créditos que habrían de permitir a los individuos o a los grupos de individuos el acceso a los medios productivos, viene el modelo asociativo y el modelo de intercambios antes mencionado.

De todo lo cual ya se puede percibir que Proudhon no estaba en favor de un comunismo entendido como necesaria comunidad de bienes productivos, ni mucho menos de los bienes de uso personal. Pero es que además también rechazaba la distribución igualitaria de la riqueza, aspecto que expresamente critica de los utopistas.

El objetivo no es desterrar toda desigualdad, sino suprimir la injusticia, esto es, las desigualdades que nacen del privilegio o el monopolio. Cada individuo, cada familia, deben recibir todo el producto de su trabajo.

He aquí la importancia de la familia -que en cuanto al modelo de los papeles asignados a cada uno de sus miembros concebía en los términos tradicionales de los campesinos-, pues el patrimonio familiar, fruto del trabajo, entiende que es un estímulo natural e imprescindible de la producción de riqueza. Por eso defiende la herencia. Incluso la transmisión hereditaria de la tierra cuando los descendientes pueden cultivarla por sí mismos.

No tuvo dificultad para rechazar aquellas otras fórmulas que proponían el reparto igualitario, o el reparto según las necesidades, tachándolas de elucubraciones propias de intelectuales alejados de la experiencia y del sentimiento de los trabajadores, quienes a su juicio, desearían mejor la retribución desigual a trabajos de desigual utilidad social.

Proudhon, que rechazó el intento de describir cómo sería un orden social perfecto, y que aborrecía incluso teóricamente el ordenacismo uniformista de algunas utopías, consumió gran parte de sus esfuerzos en la crítica y en la polémica. Pero dejó más bien unos principios, a partir de los cuales confiaba en que la espontaneidad de los hombres habría de configurar libremente un mundo no sujeto precisamente a los planes preconcebidos de los teóricos.

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Es más, no creía que la historia condujera necesariamente a superar las contradicciones y antinomias de la vida individual y social. Propiedad privada y pública; libertad y ley; Orden y Progreso; Socialización e Individualismo. No se trata de componentes que hayan de ser superados, sino corregidos en sus manifestaciones negativas. Marx (recordemos el sentido polémico que tiene la "Miseria de la Filosofía" de Marx, frente a "Sistema de Contradicciones Económicas, o Filosofía de la Miseria", de Proudhon), le criticaba no haber entendido a Hegel, no haber captado que la oposición de contrarios es superada por una síntesis que reintegra sus elementos a una nueva armonía.

Pero es que Proudhon, independientemente del grado en que comprendiese a Hegel, tenía una concepción del mundo y del hombre bien distinta a la que Marx desarrolla.

De ahí que la concepción sobre la revolución y sobre la organización obrera sean tan distintas. Proudhon, para quien toda forma de poder Estatal es injusta, no acepta la acción política, y las asociaciones obreras se reducen a lo imprescindible, sea para la producción en gran escala, o para la defensa de intereses comunes, y en este caso su estructura y funcionamiento han de evitar la configuración de nuevas formas de poder que se impongan anulando la libertad, la responsabilidad de los asociados.

El nuevo orden ha de ser traído por los trabajadores, ciertamente, pero no como por obra de la minoría rectora de una organización dirigente, sino antes bien como el resultado espontáneo de la convivencia de los individuos y colectividades liberadas.

Proudhon inspiró muchos planteamientos del sindicalismo, y sus seguidores fueron llamados entonces mutualistas, luego federales (por la forma de concebir la vida asociativa), o en términos más políticos, anarquistas.

En el plano de la acción, a diferencia del tono airado y virulento que tienen a veces sus textos, su actitud fue prudente y moderada, pero incansable. Su labor como publicista de libros, folletos y periódicos, desbordante.

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LA CONFIGURACIÓN DE LA CLASE OBRERA

LA INDUSTRIALIZACIÓN.

La clase obrera empezó a constituirse hace unos doscientos años, y ello supone uno de los aspectos más importantes de un fenómeno histórico al que llamamos la Industrialización. Con la Industrialización se abre, en el aspecto económico, la edad contemporánea.

La industrialización es un fenómeno muy complejo, y aún a riesgo de ser algo esquemáticos, en beneficio de la claridad, vamos a distinguir en él varios aspectos: Tecnológico, Económico, Social y Político.

a) Aspecto tecnológico:En el aspecto tecnológico la industrialización aporta dos grandes novedades:el maquinismo y las nuevas fuentes de energía.El proceso industrial viene a ser una nueva forma de elaborar los productos

manufacturados y de conservar y transformar los productos naturales.Desde sus más remotos orígenes el hombre ha manipulado la naturaleza. Pero

durante milenios el hombre se sirvió para ese menester sólo de su habilidad manual, de herramientas simples, y de su propia energía corporal, así como de energías naturales no transformadas (calor, viento, corrientes fluviales), o de energía animal. Con esos elementos se edifica la producción artesana. Nótese que en ella el ingrediente fundamental es la destreza del artesano.

El maquinismo supone la sustitución creciente de operaciones que venían siendo realizadas por el hombre en favor de la máquina. Quien hace el objeto, o la pieza del objeto, ya no sería el hombre, sino la máquina, y el hombre pasa a ser servidor de la máquina; la alimenta de materia prima, la vigila, cuida de su mantenimiento, retira los productos, ensambla las piezas, etc. Cada vez las máquinas irían sustituyendo en mayor grado funciones en otro tiempo llevadas acabo insustituiblemente por la mano experta del operario.

El descubrimiento del vapor, de la energía que podía obtenerse mediante la máquina de vapor fue absolutamente decisivo. Mediante la máquina de vapor el nombre pudo disponer de energía en cantidad considerable para impulsar Pesadas máquinas o complejos de máquinas, en cualquier lugar y hora, con la sola dependencia de acumular el combustible y el agua necesarios junto a la máquina.

Muy pronto vino su aplicación al transporte con el ferrocarril. El hombre obtenía una victoria fabulosa en su esfuerzo por dominar la naturaleza: para disponer de energía abundante ya no estaba en dependencia de ciertos límites geográficos, ni de los avatares climatológicos. Por otra parte vencía sobre el espacio al crear un medio de transporte que permitía el traslado relativamente rápido de gruesos volúmenes y pesos, así como de personas y bienes, a grandes distancias. Los navíos de vapor redoblaron la utilidad de las vías fluviales y marítimas.

La industrialización en tanto que nueva técnica productiva, se fue implantando paulatinamente en diversos ramos de la producción comenzando por el textil, llegaría a implantarse en casi todas las manufacturas. También fue desigual su ritmo de implantación por países en primer lugar, Inglaterra, luego Centroeuropa. Los países del

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sur tuvieron una incorporación tardía.La rentabilidad que aseguraban los procesos de producción industrial estimularon la

investigación científica, y muy especialmente impulsó el desarrollo del conocimiento ingenieril o ciencia aplicada.

Con la industrialización el taller artesano fue sustituido por la fábrica. Las pequeñas dependencias, con frecuencia unidas al hogar familiar como centro de trabajo, son desplazadas por las factorías, dotadas de naves productivas, con sus anexos para el almacenaje de combustible, de materias primas y de mercancías elaboradas.

La calidad de los productos no dependía ya tanto de la habilidad y mérito de los operarios cuanto de la perfección de la máquina y del proceso en su conjunto. La escasa especialización que requería el trabajo manual en la primera revolución industrial determinaba la fácil sustitución del obrero, contribuyendo esto a la caída del precio del trabajo. Baste recordar el cúmulo de tareas encomendadas al trabajo de los niños en los talleres.

Otra consecuencia derivada de la nueva tecnología, que habría de tener grandes consecuencias sociales, fue la concentración de la producción fabril en grandes núcleos, casi siempre urbanos, o que dieron lugar a la creación de éstos, exigencia derivada del transporte. Será en las ciudades portuarias, o en núcleos comunicados por el ferrocarril, donde aparezcan las agrupaciones de factorías, y a donde afluyan masas de hombres en busca de empleo, configurando las aglomeraciones de obreros y parados en las que germinará la dinámica del movimiento obrero.

Transcurrirán decenios hasta que la facilidad del transporte de la energía eléctrica, y el desarrollo del transporte por carretera con el motor de explosión, permitan una relativa dispersión de la industria, y aún así perduran las concentraciones industriales rodeadas de su cohorte de servicios administrativos y complementarios.

b) Aspecto económico:En el aspecto económico la industrialización supone en primer lugar un

impresionante crecimiento en la capacidad de elaborar mercancías, y de hecho llevó consigo una colosal expansión no exenta de crisis periódicas. Obviamente la elaboración fabril, en serie, multiplicaba la capacidad de producción con respecto a los métodos artesanos.

El gran incremento en la demanda de materias primas se proyecta en el incremento del tráfico internacional de las mismas, y la necesidad de obtenerlas a muy bajos precios impulsa la política colonialista de todo el siglo XIX. Así mismo cobran renovado valor las explotaciones extractivas de mineral, así como la explotación intensiva de los bosques. La depredación sistemática de la naturaleza había comenzado también.

El transporte -ferroviario, fluvial, y marítimo- constituye el sistema circulatorio vital de la primera industrialización, y las compañías correspondientes son negocios característicos y significativos de la época.

Todo ello exige el despliegue de unos aparatos administrativos crecientes, tanto en el aspecto privado como en el de la Administración pública, y en este último aspecto asistimos a una verdadera transformación del Estado, que, pese a la ideología liberal dominante, comienza a asumir progresivamente más y más funciones.

La mayor parte de la población europea seguía implantada en el medio rural tradicional, aunque comienza el movimiento migratorio hacia las ciudades. Como los fenómenos descritos se concentran en las ciudades, éstas alteran su fisonomía, apareciendo los barrios fabriles, los centros comerciales, de servicios, los nuevos barrios

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burgueses ... y los suburbios infectos. El lujo y la miseria.De este modo se perfila la nueva sociedad contemporánea, en la que aparece la clase

obrera.Ahora bien, trazado ese marco, lo que más nos interesa destacar es el nuevo régimen

de propiedad y de producción que se implanta.En el régimen de producción artesana, preindustrial, el maestro artesano es

propietario del taller (aprendiz y oficial son situaciones transitorias hacia la posesión del propio taller), que -como dijimos- suele ser dependencia de la propia casa. Como quiera que transforma poca materia prima y vende enseguida sus productos (con frecuencia en el mismo establecimiento, o en el mercado local, y extraordinariamente, comarcal), no existe apenas problema financiero. Esto es, trabaja con sus propios medios productivos, apropia la mercancía elaborada, y se apropia del incremento del valor, realizando el beneficio con la venta del producto.

Más si hemos hecho antes una descripción de lo que supone el modo de producción industrial era para comprender con evidencia que ésta requiere la inversión de cuantioso capital inmovilizado (máquinas, instalaciones), y de no menos cuantioso capital corriente (materias primas, mercancías acumuladas, costos salariales); capitales considerables cuyo beneficio a veces se realiza pronto, pero a veces se difiere planteando incluso nuevas cargas financieras (renegociación de créditos). El mercado de estos productos, por su cantidad suele rebasar ya el ámbito local o comarcal, lo que plantea problemas de distribución.

Es evidente, pues, que el artesano no podía hacer frente a estas inversiones. No tenía para ello ni el ahorro necesario, ni el crédito suficiente, ni la mentalidad ernpresarial-capitalista. Ni por otra parte hubiera sido posible que todos los artesanos se hubieran transformado en propietarios industriales.

Aparece así, con la producción industrial de las manufacturas, un nuevo Personaje, el patrón, el capitalista, el dueño de la planta productiva, del establecimiento mercantil importante, quien por una parte compra de bienes de producción y por otra parte compra trabajo. El capitalista apropia los bienes producidos, Y deducido su costo, realiza el beneficio.

Su antagonista es el vendedor de trabajo. Vende su trabajo aquel que carece por sí mismo de bienes productivos y para sobrevivir sólo posee como recurso fuerza de trabajo. Si encuentra quien le compre esa fuerza de trabajo percibirá a cambio un precio: el salario.

Se abre, pues, en el más crudo sentido, un mercado de trabajo en el que la actividad humana se vende y se compra como una mercancía más; esto es, su precio depende exactamente de la relación entre la oferta y la demanda. Por largas décadas este régimen no tuvo paliativo alguno, fracasando una y otra vez las tentativas de establecer tarifas mínimas. Peor aún: arbitrariamente, el trabajo de las mujeres y los niños era peor retribuido que el de los hombres, por lo cual se prefería su ocupación a la de los varones adultos.

Como quiera que la desproporción entre demandantes de trabajo y oferentes era muy acusada (unos pocos patrones compran trabajo, miles de artesanos quedan sin empleo arruinados por la competencia fabril; emigraciones intempestivas del campo a la ciudad), el precio del trabajo cae a niveles inferiores, a la mera subsistencia, de lo que se deriva la condición literalmente miserable de las masas trabajadoras en los comienzos de la industrialización.

Sin embargo, insistir en la miserabilización cierta de la clase obrera puede ser hasta

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fuente de confusión, pues el elemento determinante o constitutivo de la clase no es el grado de pobreza, ni el precio o cuantía del salario, sino precisamente la condición de asalariado o vendedor de trabajo a otro que lo compra y se apropia de parte de la riqueza producida. (Si uno produce 10 y percibe 5, y otro produce 100 y percibe 25, es obvio que quien percibe 25 resulta más explotado que quien percibe 5, aunque quizá se sienta menos insatisfecho. Que uno produzca 10 o produzca 100 en el mismo tiempo depende fundamentalmente de los medios de producción con los que realice su trabajo).

Conforme se fue implantando la forma de producción industrial, y gremio a gremio caduca la producción artesana, se fue extendiendo la masa de asalariados, ... y de obreros en paro o "ejército industrial de reserva".

En la economía precapitalista y preindustrial por supuesto, existían algunos vendedores de trabajo -criados, empleados, marineros, temporeros, etc.- pero ni por su número, ni por su dispersión, ni por el carácter a veces transitorio de su ocupación, constituían una clase social, sino pequeños estamentos de la pirámide social, que hacen funciones complementarias de las verdaderas clases sociales.

Con la industrialización, en suma, ocurren dos fenómenos recíprocos: se refuerza la burguesía, y a la antigua burguesía mercantil y financiera se añade la nueva burguesía industrial, creciendo simultáneamente estos tres brazos de la burguesía, pues el desarrollo de la industria lleva aparejado el desarrollo del comercio y las finanzas. La burguesía se hace indiscutiblemente dominante en detrimento de la aristocracia, cuyo poder económico sigue preferentemente vinculado a la propiedad extensiva de la tierra, y la burguesía impone sus intereses de clase al conjunto de la sociedad.

Por otra parte surge la clase obrera, constituida por los vendedores de trabajo o asalariados, condición que de modo permanente se extiende a millones de hombres en todo el Continente, y que como veremos produce unas formas de vida, una cultura (¿una contra-cultura?) y una conciencia específicas, todo lo cual acaba configurándola como una nueva clase protagonista en el escenario histórico. Su lucha emancipatoria es el movimiento obrero.

c) Aspecto antropológico-socialUna visión puramente economicista de las consecuencias de la industrialización,

además de ser incompleta, nos privaría de tener en cuenta otros aspectos humanos importantes para comprender el estado de conciencia de la naciente clase obrera.

Se utiliza en ocasiones la expresión "Revolución Industrial" para hablar de la industrialización, y en verdad que fue una revolución, pero no sólo en el sentido estrictamente económico, sino también en el sentido de destrucción de un orden, de un sistema de vida, de un cierto equilibrio, para establecer otro favorable a los nuevos propietarios y verdaderamente cruel para los desposeídos.

La quiebra del antiguo orden, propio de la sociedad preindustrial fue sumamente desfavorable sobre todo para las capas inferiores de la sociedad urbana.

Todos los tratados de historia de la economía, y de historia del movimiento obrero incluyen cuadros comparativos de la relación entre precios y salarios en los que se muestra que los salarios manifiestamente están por debajo de la subsistencia. En realidad, con los actuales índices de 'natalidad, la sociedad europea no hubiese soportado las condiciones en que se hizo la industrialización, salvo que hubiese importado masivamente esclavos de otros continentes. Sólo un índice disparado de natalidad compensaba la sangría de muerte y envejecimiento prematuro que se deriva de aquellas condiciones infrahumanas.

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En los suburbios de los núcleos industriales los alojamientos eran pestilentes, y como dice algún relato de la época, el ajuar bien simple "pues no necesitaban armarios". Para colmo, la aglomeración propia de la industria desbordó el número de los alojamientos disponibles elevando las rentas de cualquier local "habitable".

Como las condiciones higiénicas no existían en modo alguno, las enfermedades infecciosas eran endémicas. Como la desnutrición resultaba permanente, la agudización de cualquier peste diezmaba la población.

Pero aquí nos interesa penetrar algo en las enfermedades del espíritu. Porque al efecto de nuestro estudio será relevante ver cómo se llegó al hecho de que una parte numerosísima de la población quedará marginada no sólo de participar en el reparto de la riqueza, sino marginada también de participar en el sistema de valores, creencias, tradiciones, etc... que producen la integración social de un colectivo humano.

El impacto antropológico de la industrialización supone la desintegración cultural de la masa obrera, lo que iba a tener consecuencias para que ésta llegue a asumir un proyecto drásticamente revolucionario o de negación plena al orden establecido, del que en verdad no se considera parte comprometida.

El trabajo es una forma de integración social, y no sólo un medio de obtener recursos económicos. Por eso tiene mucha importancia el grado de identificación del trabajador con el trabajo para su propia felicidad. Por eso se cuestiona que el trabajo vendido o alienado pueda ser objeto de esa identificación. Pero en todo caso ello requiere continuidad y dedicación en el "propio" (?) trabajo. Entonces el trabajo puede ser fuente de autoestima y autoidentificación, y suele serlo al menos en la medida en que el hombre, por medio del trabajo, se siente acreedor a la retribución, independiente, cumplidor o justificado de su deber.

Mas una cuestión trágica del obrero en la primera industrialización es justamente la pérdida de todo eso. No sólo por el elevadísimo número de obreros en paro, sino por el carácter intermitente que tiene el trabajo para casi todos, debido a la facilidad del despido, la intercambiabilidad de la mano de obra, y las frecuentísimas crisis de un mercado que por ser incipiente no está articulado ni estabilizado. No digamos ya de las famosas crisis cíclicas derivadas de la propia naturaleza del capitalismo incipiente.

El artesano se sentía orgulloso de la perfección de su obra, y en verdad esta dependía de su habilidad y destreza en el oficio. De ello deriva una condición social, institucionalmente configurada y defendida por el gremio. Este soporte de la personalidad desaparece para el obrero industrial anónimo, tanto en la fábrica como cuando forma parte de las filas largas y anónimas del "ejército industrial de reserva".

Otro factor de desconcierto y de tortura moral, que de forma prolongada es destrucción de la conciencia moral, suponía la frecuente "inutilidad" del padre, mientras se prefería el trabajo de la madre y de los hijos, o simplemente la incapacidad del padre para atender las necesidades más perentorias -alimentación- de la familia.

En el antiguo equilibrio de la sociedad preindustrial, como en el medio agrario, la base social, ¡letrada, analfabeta, sin embargo poseía una cultura, esto es, un sistema de ideas, religiosas, políticas, concernientes a la naturaleza y la vida, que le daban una interpretación de la existencia, retrógrada si se quiere, pero compartida en su ámbito social, y "adecuada" a la existencia vivida. Todo eso entra también en crisis y deja de valer en la vida miserable y hacinada del suburbio. Es conocido el llamado fenómeno de la "apostasía de la masa obrera", y no es que los obreros se hicieran volterianos, o que descubrieran la filosofía materialista, sino que Dios se perdía en el horizonte lejano, porque la Iglesia, su Iglesia, su comunidad de creyentes se había desintegrado, y

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además, el clero, como estamento, estaba del otro lado. Queda una Iglesia burguesa y una Iglesia campesina, la primera hostil y la segunda remota. Por otra parte, ¿Qué credibilidad podía tener la ideología liberal para aquella masa, incluso privada del voto y del derecho a asociarse para defender sus condiciones de trabajo, y aún simplemente para pedir trabajo?

Hasta las tradiciones estéticas populares se pierden en esta masa marginada de la cultura. No sólo se trata de la radical inadaptación de la vieja cultura, sea por degradación social, sea por la inmigración, sino incluso por ruptura de los mecanismos de reproducción que en el antiguo equilibrio eran de tipo familiar y convivencial-social. La crisis de vida moral de la familia, por miseribilización del medio, y la descomposición del ámbito social, hecho de aluvión inestable, rompen la cadena transmisora-reproductora de su cultura.

De ahí el embrutecimiento, y la propensión al alcoholismo. El resentimiento sórdido, y la proclividad a la violencia. En los distingos de clase característicos del siglo XIX hay unas repugnancias recíprocas que tienen aroma muy semejante al del racismo.

Resulta claro que si todo esto ocurre en la misma ciudad donde reside el bienestar de los amos, es preciso tomar nota del envilecimiento moral de una burguesía insensible.

Hemos utilizado para referirnos a la condición de la clase obrera el término embrutecimiento, por no utilizar el de animalización, que es el que Marx utiliza. Carlos Marx no idealiza a los obreros, antes bien nos dice con vigorosas palabras el resultado de la alineación, justamente para mostrar la necesidad de la emancipación: "... cuanto más elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto más rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador".

"De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en animal.

Comer, beber y engendrar, etc, son realmente también auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte en fin único y último son animales" 1

d) Aspecto político:Inseparable de la revolución industrial es el liberalismo, y muy en particular el

liberalismo económico.En algunos países, p.e. Alemania se imponen las leyes del liberalismo económico por

un poder autocrático, mucho antes de que sobrevengan las reglas propias del liberalismo político.

No hubiese sido posible proceder a la industrialización en los términos brutales en que se hizo, sacrificando generaciones enteras, sino al amparo de principios tales como libre iniciativa, libre empresa, libre contratación, libre competencia. Todo esto era sagrado para el liberalismo antes de que se reconociera el sufragio universal, la libertad de asociación sindical, el voto de la mujer, etc. tardías conquistas del movimiento obrero. A su vez, no puede separarse el desarrollo del movimiento obrero del marco de libertades democráticas que van siendo ampliadas en paralelo con su crecimiento.

La industrialización determinó, por las razones dichas, la configuración de un nuevo

1

Marx, Manuscritos: Economía y Filosofía

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espectro de clases sociales. El colosal reforzamiento de la burguesía tradujo pronto su poderío económico en posesión -además- de los bienes culturales, de la educación. La multiplicación del estamento profesional y de los empleados públicos, (magistrados, jefes de administración, profesores, militares profesionales), refuerzan la influencia de esta clase, a la que se asimilan por origen y cultura, y de la que toman las formas de pensar y de vivir, aunque posean menos recursos. Pero tienen los bastantes como para liberarse del trabajo manual, y se alojan en barrios burgueses, visten como los burgueses, esperan situar a sus hijos dentro de la clase acomodada.

Esa es la clase que se apodera del poder político con la revolución liberal; que derriba monarquías absolutistas, o que fuerza su evolución trasformándolas en monarquías parlamentarias, porque el instrumento por excelencia del poder político de esta clase es el Parlamento. Durante muchos años retiene el Parlamento descaradamente para sí sola por medio del sufragio censitario, que excluye del voto a quienes no paguen contribuciones, y prácticamente la totalidad de los obreros y campesinos, sumidos en la pobreza, no pagaban contribución. (De ahí esa odiosa mentalidad pequeño burguesa de "¡yo exijo porque yo soy contribuyente!"; esto decían entonces: puesto que sostenemos el Estado con nuestro dinero, gobernamos).

De hecho, en tanto que el Estado fue primordialmente garante de la propiedad, no podían hacer más económica inversión los propietarios sino pagar impuestos. Cuando, mucho después, los impuestos lleguen a adquirir cierta dimensión redistributiva de la riqueza, se les volverán odiosos.

Convino a la aristocracia, -clase numéricamente reducida- la corte, como sistema operativo de participación en el poder político. El privilegio de la sangre, les daba acceso al monarca, que aún en tiempos de absolutismo cuenta con la alta clase para tomar decisiones y distribuir beneficios. Por otra parte, en una sociedad tradicional agraria, en la que la evolución económica es muy lenta y sujeta a escasas innovaciones, y en la que las leyes civiles -pocas- apenas cambian, basta con ejercer el señorío inmediato que se deriva de la propiedad de sus tierras.

Pero la burguesía financiera, mercantil e industrial es una clase numerosa y dinámica. Por eso requiere un instrumento de poder en el que tan numerosa clase pueda participar, que se renueve con frecuencia, que atienda con prontitud a las demandas de intereses fluctuantes. Ese mecanismo ha de ser participativo, por representación y quienes ejerzan la toma de decisiones más concretas, o más urgentes, el gobierno, ha de quedarle sometido. Tal es el sistema político parlamentario de la burguesía decimonónica.

No importa demasiado que la doctrina legitimadora -la soberanía de la nación, la ley como expresión de la voluntad popular- quede reducida al esperpento mediante la exclusión del voto a la mayoría de la población adulta.

Todo lo cual no impide que existiera en cada país un sector de burguesía demócrata-radical que pretendiera, intransigentemente fiel a los principios del liberalismo político, la extensión universal del sufragio, el limpiar las instituciones de adherencias retrógradas, y autentificar en general el sistema parlamentario. Con este sector será con el que en algunas ocasiones intentará establecer alianza el movimiento obrero durante el siglo pasado y comienzos del presente.

Así mismo, este sector progresista de la burguesía es el que puso mayor interés en la cuestión educativa.

La escuela y la cuestión religiosa, asuntos distintos pero entrelazados constituyen aspectos fundamentales de la revolución liberal, marco en el que surge el movimiento

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obrero. De ahí que el movimiento obrero se impregne de actitudes con respecto a esos problemas cuyo origen conviene tener presente.

Dos ideales de la revolución liberal son el Estado laico y la escuela estatal, por consecuencia, laica.

Estado laico, Estado separado de la Iglesia, Estado neutro a las religiones, Estado que se limita a garantizar la libertad de conciencia (que nadie sea molestado en virtud de sus convicciones religiosas) y la libertad de cultos.

Imponer esto suponía romper con aquella tradición secular que otorgaba distinguida presencia en los órganos rectores de la sociedad a los altos dignatarios de la Iglesia, y romper igualmente con todos los resortes de control ideológico ejercidos por la Iglesia. Pero es más, ello supone que las leyes del Estado no reconocen fronteras teológicas, y que su legitimidad procede exclusivamente del ordenamiento constitucional del Estado.

Desde el punto de vista teórico el Estado laico es consecuencia de la soberanía popular. Ningún otro poder está por encima, y los representantes emanados del pueblo son los únicos que tienen capacidad para decidir sobre la ley y el gobierno del Estado. (Desde el ángulo de la soberanía nacional, desde más antiguo ya se había puesto en cuestión la radical autonomía de las naciones frente al Pontífice de Roma).

La hostilidad con la que Roma, y la mayor parte de los eclesiásticos acogieron el liberalismo, su postura práctica de connivencia con los sectores más conservadores, la pretensión de mantener situaciones de viejos privilegios (clericalismo), engendra pronto el anticlericalismo, postura característica inicialmente de radicalismo liberal-burgués, y que luego, en la medida en que subsisten residuos del clericalismo, es heredada también como connotación característica del movimiento obrero.

Mas sería ingenuo pensar que la burguesía liberal tuvo aversión a la Iglesia sólo por motivos políticos. Existen otras causas quizá más profundas de índole filosófica, y que vienen de más antiguo. La burguesía radical consideraba que el clero no sólo debía ser apartado de las instituciones por principio -como antes vimos- sino que además convenía reducir en todo lo posible su influencia social, porque el contenido de sus doctrinas les pareció esencialmente negativo, comenzando por el hecho mismo de la creencia, y siguiendo por todo el fenómeno de la religiosidad. De tal suerte que hacer al hombre libre sería en parte hacer también al hombre libre de la religión. Y esto, obviamente, es filosofía, filosofía que emana de escuelas del siglo XVIII. Por caminos distintos, algunas formas de racionalismo y del empirismo ilustrados, prolongadas en el XIX a este respecto por el materialismo y el positivismo. Denominador común de todo ese género de pensamiento era la búsqueda de una moral autónoma, basada en la razón y exenta de supuestos teológicos, o al menos de referentes a ninguna "revelación".

De esta suerte, buena parte del progresismo burgués fue antirreligioso, y por ello también anticlerical.

Recíproca y antagónicamente, la Iglesia, firmemente enrocada en filosofías medievales, se sintió antiliberal no sólo ante el despojo de sus antiguos privilegios, sino porque detestaba una nueva sociedad en la que progresivamente millones de hombres encontrarían el sentido de su vida al margen de la fe.

Dijimos que cuestión religiosa y cuestión escolar surgen como temas entrelazados. En efecto, el siglo XIX conoce la implantación de la escuela pública o escuela del Estado, pese a que no se logre la escolarización total efectiva hasta bien entrado el siglo XX. El Estado liberal que desea ser un Estado mínimo teóricamente, asume, sin embargo, como tarea propia la instrucción pública, que se entiende básicamente como oferta de un mínimo de cultura elemental para todos, y por otra parte como formación

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de una élite profesional. Los Estados más ricos agregan el apoyo a la investigación.Pero aquí volvemos a encontrar planteamientos político-formales y planteamientos

de fondo.En el plano jurídico formal parece de pura simetría que el Estado laico promueva la

escuela laica. Recluida la religión al ámbito de lo privado, se encomendará la educación religiosa al interior de las iglesias o al seno familiar. En ningún caso el Estado consentirá la presencia de lo religioso en una escuela que se ofrece para todos y que pronto se hace obligatoria para todos. Por otra parte, el liberalismo afirma la libertad de cátedra, y allí donde ésta se implanta se garantiza a los profesores que ejerzan la docencia según criterios científicos y en conformidad a su conciencia.

La gran influencia que entonces ejercía la escuela en la formación de la conciencia, puso a la Iglesia en pie de guerra contra la escuela laica. De ahí que donde las reformas liberales se introdujeron paulatinamente, la escuela laica y la libertad de cátedra fueron reformas tardías largamente reivindicadas por los radicales.

La escuela pública es un fruto maduro cuyas raíces vienen de la Ilustración, esto es, de la creencia en que la racionalidad científica es la clave del progreso económico, del bienestar, e incluso de la liberalización de la conciencia individual con respecto a toda superstición. Estos bienes han de generalizarse en lo más básico para que la nueva sociedad funcione, y en su grado más alto -formación de profesionales, investigación- para que existan los cuadros competentes y numerosos que requiere la economía de una sociedad industrializada. Por eso, hay un orden de prioridades, y mucho antes de haber escolarizado a todos los niños, proliferan en toda Europa escuelas técnicas de diversos grados, escuelas de comercio, etc. Para los reformadores que impulsaron ese modelo de enseñanza introducir al clero en la escuela del Estado hubiera sido un contrasentido.

Los trabajadores verán luego en la escuela un instrumento de emancipación individual y social, porque se sienten prisioneros, no sólo del salario, del sometimiento al patrono, de la pobreza, sino además prisioneros de la ignorancia. Por eso una demanda básica del movimiento obrero será pronto la educación. Luego, se llegará a ver incluso como una palanca de reequilibrio social. Herederos del ideal de la escuela pública, dispuestos a exigir su extensión y su mejora, recogen aquella concepción de escuela laica, y en las batallas políticas sobre este punto coincidirá el movimiento obrero junto a los demócratas radicales.

Para completar estos trazos sobre el horizonte de problemas políticos con los que se va a encontrar el movimiento obrero en sus orígenes, es preciso apuntar unas palabras sobre el nacionalismo y el imperialismo.

Las monarquías habían sido un nexo de unidad para los pueblos, y una forma de estructurar la vieja Europa. El ámbito de la corona era el ámbito de un sistema legal, de un sistema institucional, de una economía. En algunos momentos llegó a ser incluso el ámbito de una religión (CUIUS REGIO EIUS RELIGIO), por lo menos, oficial. Pero el liberalismo, que en ocasiones incluso adopta la forma republicana, tiene que redefinir el concepto de unidad social para que sean operativos sus nociones de "pueblo", "soberanía popular", independencia, voluntad del pueblo, etc. ¿Qué pueblo es ese? Ese pueblo, cuya extensión definen unas fronteras, es la nación, y su tierra, su lengua, sus símbolos, se vuelven "sagrados". Cesa el sentido patrimonial de las antiguas monarquías. Los historiadores liberales reescriben la historia para mostrar la idiosincrasia del pueblo, sus valores y sus gestas, sus diferencias, sus amigos y enemigos. La dialéctica frente a otras naciones propicia el arraigo de este espíritu. La antigua idea de lealtad personal del súbdito al rey se trueca por la de servicio del

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ciudadano a la nación y de respeto a la ley. Un nuevo ceremonial expresa ese culto a la nación. Un proceso unificador de normas e instituciones refuerzan su cohesión.

El lento proceso de diferenciación-unificación (proceso de edificación de la "identidad nacional") que había comenzado siglos antes culmina en algo tan típicamente liberal como el constitucionalismo, que en términos de geometría política define el territorio inalienable, los símbolos y las instituciones. Importantes zonas de Europa (como Alemania o Italia) más retrasadas en esos procesos, aceleran su tendencia a la configuración del Estado-nación.

La nación será en el futuro, hasta el presente en que está siendo desbordada por nuevas instituciones supranacionales, el ámbito de la ley, de las instituciones ... y de un sistema o conjunto integrado de intereses económicos (incluso se llegará a hablar de "contabilidad nacional", para referirse a los parámetros básicos de equilibrio del sistema económico, interno y externo, o en relación a otras economías).

Un elemento teórico de la doctrina liberal en sus momentos más creativos fue el de la unidad de intereses de la nación. Una nación fuerte y rica es el bien de todos. Los adversarios de la nación son otras naciones cuyos intereses son competitivos. Como quiera que esta convicción rige el sistema, las disputas por los mercados y materias primas se hacen "por las naciones", entre naciones y dan lugar a guerras internacionales en las que arraiga toda esta ideología de lo nacional, frente a lo que luego tendrá mucho que analizar y criticar el internacionalismo obrero.

Cuando las potencias industrializadas alcancen un cierto grado de desarrollo económico y encuentren dificultades de mercado para hallar en precio conveniente materias primas, o para exportar sus excedentes de capital y mercancías, y también cuando necesitan ambas cosas a la vez, surge la necesidad de proyectarse hacia otras ámbitos económicos externos a la nación. Esa proyección, que con frecuencia en el siglo XIX reviste la forma de conquista económico-militar, es el imperialismo, del que se sigue como medio instrumental el armamentismo.

Europa se reparte en el siglo XIX gran parte de África y del Asia, e interviene económicamente en la colonización económica del oeste americano. Las potencias completan así el reparto llevado a cabo desde la primera gran expansión europea que arranca de los grandes descubrimientos geográficos del Renacimiento.

La expansión del capitalismo como forma de explotación de la riqueza adquiere con el imperialismo una dosis de inusitada violencia, de crueldad en el trato dado a los indígenas y de expolio sistemático de sus bienes, siendo al mismo tiempo origen de frecuentes conflictos entre las propias potencias coloniales.

Un asunto característico de los Congresos de la Internacional será el modo en que el movimiento obrero deberá afrontar el problema colonial, y dentro ya de nuestro siglo la llamada descolonización.

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LA RESPUESTA OBRERA: LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO

En el capítulo anterior hemos intentado explicar los cambios en el modo de producir las manufacturas que perturbaron la vida de los trabajadores, y el importante papel que adquiere el capital en la industrialización, originando por un lado el poderío y enriquecimiento de los dueños del capital o capitalistas, y por otro lado la depauperación de las masas trabajadoras. En esta unidad se trata de plantear la respuesta o contestación de los trabajadores ante la nueva situación.

La primera forma de respuesta es el intento de destrucción de las máquinas. Con frecuencia los motines suscitados por las reivindicaciones salariales, por los excesos patronales, o simplemente en demanda de trabajo, desembocan en el asalto a las fábricas seguido del incendio de sus instalaciones, de donde se seguía inexorablemente una brutal represión.

El hecho de que con tanta frecuencia se procediera contra las máquinas y no contra los explotadores ni contra el sistema de propiedad, demuestra que los trabajadores percibían en la nueva forma de producción un enemigo de sus intereses, y en verdad que la máquina, lejos de disminuir el trabajo humano y de reducir su penosidad, por la forma de implantarse, empeoró las condiciones de vida de los trabajadores hasta extremos infrahumanos. (De ahí que muchos años después, un interés vital de los modernos sindicatos sea el intervenir en los programas de modernización de las empresas o de la economía, para evitar que aquello que puede ser conveniente hecho con racionalidad, no sea hecho de modo que exija el sacrificio de numerosas personas para beneficio inmediato de unos pocos).

Esa primera respuesta visceral de ir a la destrucción de las máquinas refleja también la añoranza por el antiguo modo de producción artesano, o del trabajo a domicilio, en el que el artesano conservaba un grado de relativa autonomía personal, de continuidad en su trabajo, y aunque muy modesto, algún modo de equilibrio en el presupuesto familiar.

Asimismo, la brusca desarticulación de los gremios, urgida por disposiciones tendentes a facilitar la implantación de las industrias, dejó a los trabajadores asalariados en situación de masa caótica desorganizada, pronta a acumular el resentimiento derivado de su terrible malestar, y proclive a las explosiones Pasionales, muy violentas, pero efímeras.

Por eso, una contribución importantísima de las organizaciones obreras, que los patronos tardaron mucho tiempo en comprender, y que de hecho no aceptaron hasta que se vieron amenazados por la inminencia de la revolución social, fue, y sigue siendo, la racionalización de las aspiraciones colectivas.

El nacimiento de las organizaciones obreras fue un parto difícil. En primer lugar se enfrentaban los trabajadores a la prohibición explícita de asociarse para la defensa en común de las condiciones de trabajo. En segundo lugar, se enfrentaban a unos hechos económico-sociales nuevos ante los que era preciso idear nuevas formas organizativas. En tercer lugar, la "inteligencia", las cabezas pensantes de la sociedad, estaban del otro lado; el liberalismo teórico, ingenuo, creía y predicaba que con la libertad política y económica a ultranza se obtendría la panacea de todos los males.

Pero acaso la mayor dificultad para la organización obrera es que ésta se basa en la solidaridad, en una solidaridad racionalizada y sostenida. Constituir una empresa, una

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explotación económica, por parte del propietario halla un fundamento motivador directamente ligado al interés personal, al egoísmo, y dedicar el máximo esfuerzo personal, aún la vida entera al proyecto, es impulsar su beneficio.

Por el contrario, crear un ente colectivo de índole social, no es precisamente servir al egoísmo personal inmediato de sus promotores, y aunque sea fácil dar con el impulso en un instante emocional, las amarguras y sinsabores de la tarea sostenida no se explican por motivaciones egoístas, cuando a los forjadores del movimiento obrero no les cabía esperar retribución material compensatoria. Existía, pues una dificultad moral, y de hecho el movimiento obrero no arranca de las masas envilecidas por la miseria (analfabetismo, embrutecimiento, alcoholismo), sino de los grupos de trabajadores que, conservando algunas antiguas virtudes clásicas, van a concebir un nuevo ideal, y van a ser capaces de trasmitírselo a sus camaradas.

A falta de nuevos planteamientos teóricos, las primeras formas organizativas de los obreros se parecen mucho al modelo de los gremios que retiene la memoria histórica. En efecto, se trata de pequeñas agrupaciones por oficios, y por lo tanto muy fragmentadas y locales, que también a semejanza de los antiguos gremios, se justifican por el fin social de ser sociedades de socorros mutuos para las situaciones de infortunio. Se diferencian de los antiguos gremios en que no tienen capacidad para regular imperativamente el trabajo, y en que abandonan el componente religioso que aquellos tuvieron (culto al patrón, exequias de los afiliados, etc.).

Así comienza a surgir un movimiento corporativo allí donde la industria arraiga.Su avance es vacilante, pues aunque su cobertura legal se ampare en lo que tiene de

mutualismo, inevitablemente promueve también lo reivindicativo, y cada acción importante suele ir seguida de la detención y encarcelamiento de los dirigentes, así como de la disolución de las entidades.

Los estudios monográficos de detalle nos muestran la historia de ese quehacer región a región, comarca por comarca, o a nivel local, como el tejer y destejer del velo de Penélope.

Aquel incipiente movimiento corporativo no tiene por tanto nada que ver con el fenómeno actual de las organizaciones que bajo la pretensión de obtener mayores ventajas para franjas pequeñas pero estratégicas de trabajadores muy especializados, rompen con las organizaciones que plantean las mejoras en perspectiva de clase, aunque ciertamente tengan los actuales organismos llamados corporativos algo de primitivismo, en el sentido de que significan el retorno a la penosa y debilitante fragmentación del movimiento obrero en sus orígenes.

Ahora bien, será a partir de aquellas organizaciones corporativas de oficio, donde comience la edificación del movimiento obrero contemporáneo en un doble sentido: formulación de una alternativa teórica y vertebración de una unidad orgánica instrumental para realizarla.

Lógicamente ambas cosas tendrán lugar primero allí donde primeramente había arraigado la industrialización, y por ello mismo hemos de fijarnos en los casos de Inglaterra y Francia, de cuyas experiencias surgen los primeros modelos organizativos. Posteriormente, ya en la época de la socialdemocracia, en la segunda mitad del siglo XIX, Alemania, Austria, Bélgica y otras naciones centroeuropeas, crearán los modelos tardíamente seguidos por los países del sur.

A su vez, dentro de los países industrializados, el movimiento obrero nace en las áreas donde se producen concentraciones fabriles. El hecho de la concentración de trabajadores en masa es un factor determinante de las posibilidades y estrategias del

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movimiento obrero. Si bien es cierto que tras haber surgido las ideas revolucionarias y las formas organizativas de los asalariados en los núcleos de producción industrial, se producirá luego una traslación a los trabajadores agrícolas o campesinos sin tierra, dando lugar especialmente entre los temporeros del sur de Europa a movimientos revolucionarios importantes.

En INGLATERRA comenzó a implantarse el nuevo modo de producción industrial a finales del siglo XVIII.

El parlamento británico promulgó en 1769 una ley que castigaba con pena de muerte la destrucción de fábricas y máquinas. En el primer tercio del siglo XIX importantes zonas de Inglaterra se habían industrializados (LANCASHIRE, YORKS-HIRE)

La legislación se hizo descaradamente clasista bajo la justificación de ser legislación en favor del progreso y de la libertad, de la libertad conveniente a las clases propietarias, como atestigua la reforma electoral del 1832 que extiende algo el voto, pero sigue manteniendo el derecho al sufragio como un privilegio del que se margina a la gran masa de obreros asalariados.

Especial trascendencia tuvo en Inglaterra, tanto para facilitar la explotación de los trabajadores, como para fomentar en éstos la conciencia de estar siendo agredidos sistemáticamente, la abolición de la secular Ley de Pobres, que complementada por la SETTLEMENT ACT de 1662, venía siendo desde los años lejanos de la reina Isabel el modesto sistema asistencias de los necesitados. Conforme aquel viejo sistema, los socorros tenían una distribución parroquial, lo que lleva consigo una cierta vinculación o arraigo de las familias beneficiarias al ámbito territorial de la parroquia, y un acceso a la percepción del subsidio en los casos de infortunio ocurridos en el ámbito local.

Una tradición de siglos venía haciendo de la Iglesia el instrumento mediático por el cual se transformaba en caridad una mínima redistribución de riqueza tendente a evitar la desesperación y a hacer soportable -sobre todo en épocas de adversidad- un sistema tan poco igualitario.

En 1834 se cambia el sistema asistencial por medio de la POOR LAW AMEND-MENTACT, con lo que el sistema parroquial es sustituido por otro de tipo regional, de carácter más impersonal, y en el que las condiciones de acceso al subsidio se endurecen al punto de carecer de todo derecho en el caso de que habiendo oferta de trabajo no trabajen la mujer y los hijos menores. Se crean las WORK HOUSE donde se ofrece de hecho reclusión a los hambrientos, y que fueron llamadas "Bastillas de los pobres" en evocación lúgubre de la siniestra prisión parisina.

Obviamente esta legislación lo que pretende es facilitar, en cierto modo obligar, los desplazamientos de la mano de obra, para provocar su abundancia en los núcleos fabriles, y como consecuencia, la baja drástica del valor del trabajo. Se fomenta así una competencia artificial entre los trabajadores que deprime los salarios, desestabiliza el empleo y engendra las pavorosas condiciones de vida antes mencionadas.

La generalización de tan agudo malestar, su permanencia en tiempo prolongado por varias décadas ya, y la adopción por las autoridades de leyes sistemáticamente antiobreras, haciendo oídos sordos a las demandas más elementales, propiciaron que la reflexión se torne contra el sistema mismo, y que la contestación obrera no se dirija simplemente ya contra el patrono concreto y particular. Un paso decisivo para la configuración del movimiento obrero como impulso de la clase trabajadora, será el comprender que existe una profunda relación solidaria de intereses entre los artesanos decadentes, cuya supervivencia se halla amenazada por la industria, y los trabajadores industriales mismos, pues esto va a hacer posible dos cosas: la superación de las

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pequeñas organizaciones corporativas hacia una organización global unitaria de los trabajadores, así como una formulación teórica general de alternativa conjunta.

De los iniciales movimientos espasmódico-insurreccionales se pasa a la denuncia del "FACTORY SYSTEM", situando el nivel de planteamiento en una verdadera contestación de la clase obrera.

Este nivel de conciencia se refleja, por ejemplo, en el periódico obrero NORTHERN STAR, que en su número de 25-Jun-1838, publica un artículo bajo el título THE FACTORY SYSTEM, donde puede leerse "Que los pobres tejedores que trabajan a mano tengan siempre presente en el espíritu que el empleo sin restricción de las máquinas les separó enteramente del mercado. Que los que tienen bastante suerte para trabajar todavía, recuerden que tales tejedores sirvieron siempre al "cuerpo de reserva" para permitir a los patronos emplearlos al precio más bajo y para tener a su arbitrio a los que trabajan" 2

En las publicaciones obreras inglesas de la década de los años 30 del siglo xix, es frecuente el uso de la expresión "cuerpo de reserva" para referirse a la mano de obra artesana y a los desempleados, que luego sería utilizada por C. Marx.

Hasta 1830 existen en Inglaterra TRADE UNIONS, uniones de un mismo oficio. De 1830 a 1834 aparecen TRADES UNIÓN, uniones de varios oficios, con vocación de ser la unión de todos los trabajadores, capaz de dar la vuelta al sistema.

En el examen de esta interesante década del movimiento obrero británico (no olvidemos que constituiría poco después el horizonte histórico inmediato de la reflexión de Marx), cabe distinguir dos fenómenos:

El proceso de unión del movimiento corporativo que se proyecta hacia reivindicaciones generales y plantea la huelga general y por otro lado el carlismo o movimiento de obreros demócratas radicales.

Primero fue la "Asociación nacional para la protección del trabajo", que llegó a agrupar 150 uniones, de la que fue impulsor un obrero autodidacta, DOHERTY. Su objeto era resistir las disminuciones de salarios, dar socorros a los huelguistas en los conflictos convocados por las organizaciones, y racionalizar escalonadamente éstos. Su duración fue muy corta, y le sustituye la "Gran Unión Consolidada de los Oficios" (1833), animada por aquel reformador que ocupó un sitio entre los socialistas utópicos pre-marxistas, OWEN, promotor de ideas filantrópicas. La Unión Consolidada de los Oficios llegó a adherir hasta 250.000 trabajadores de fábricas y campos. En 1834 celebra un Congreso en Londres, y se proponía conseguir un seguro para la enfermedad, cajas de retiros, establecer talleres cooperativos. Define como instrumento fundamental la huelga general. Retoma los objetivos de la Asociación, y de hecho distribuyó numerosas ayudas a los huelguistas, pero la superabundancia de los conflictos descompensó sus finanzas haciendo fracasar este objetivo.

Los objetivos se van definiendo y los métodos se van ensayando. También empiezan a descubrirse las dificultades prácticas que impiden la realización, por lo menos próxima, de algunos propósitos.

Los patronos se alarman ante la Gran Unión Consolidada, y en un marco legal que les es despóticamente favorable, reaccionan excluyendo del trabajo a quienes se afilian. Imponen la renuncia formal de afiliación para tener trabajo.

La reacción del poder político no fue menos brutal: En 1834 seis jornaleros de Dochester fueron condenados a deportación en las colonias por haber confesado su

2

Citado por DOLLEANS. Ha del Mov. Obrero. Vol. I, p. 41

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afiliación, aplicándoles una ley de 1797 que castigaba a los que prestaran juramento en una sociedad ilegal.

Las derrotas en las huelgas, la imposibilidad de socorrer a tantos huelguistas, la persecución patronal a los afiliados, la dificultad en sí misma de gestionar la Unión, descompusieron ésta en menos de dos años. El modelo de una unión general de todos los oficios renacería una y otra vez como aspiración en la que se plasma la unidad de intereses y aspiraciones de la clase.

El carlismo es la otra manifestación más notable del movimiento obrero británico de esta década, y acaso la más interesante por sus planteamientos teóricos.

El carlismo, así llamado por haber llegado a condensar sus reivindicaciones en la "Carta del Pueblo", constituye inicialmente un movimiento político de la clase trabajadora británica, de carácter demócrata radical, basado en la convicción de que la reforma democrática de la sociedad, llevada hasta últimas consecuencias, entrañaría la necesidad de la reforma económica y social.

Este movimiento aparece en sus orígenes como una primera manifestación del pensamiento evolutivo, aunque luego será desbordado hacia actitudes virulentas e insurreccionales. Tras el fracaso de éstas rebrotan en nuevas formas organizativas los planteamientos originarios.

El núcleo fundacional radica en Londres, y está constituido por un puñado de artesanos (un tornero, un zapatero, un pintor, un grabador de madera, un compositor de imprenta, un pulidor de tipos de imprenta, un impresor, un ebanista y tres jornaleros). En noviembre de 1831 crean la "Unión Nacional de las Clases Obreras", que a partir de 1836 pasa a ser denominada "Asociación de Trabajadores".

El grupo inicial, del que la figura más notable fue WILLIAN LOVETT, ebanista, está formado por aquel tipo de artesanos honrados que, aún en la decadencia de sus talleres, y en medio del terrible malestar social, conservan la creencia en el valor de la ley y en la posibilidad de las reformas. Su intención de agrupar una fracción de trabajadores sobria, honesta y reflexiva, nos recuerda uno de los rasgos que tendría en España el pablismo. Su propósito es extender esas virtudes por medio de la educación y de la propaganda. De ahí su insistencia en las reuniones y asambleas. Son ellos mismos, obreros autodidactas, y pretenden llevar la instrucción a las mujeres y a los niños de los obreros. Intentan crear bibliotecas donde los trabajadores puedan instruirse y debatir libremente para su formación recíproca. Su apelación a la razón moral que justifica sus reivindicaciones se hará explicita en sus propagandas. No deja de ser significativo que uno de sus periódicos se llame "El defensor del pobre". Todo lo cual no obsta para que sus planteamientos de fondo sean radicales.

Discípulos de OWEN en materia económica, asumen la teoría de que el valor de los productos procede del trabajo utilizado para elaborarlos, y de que los trabajadores sufren expropiación porque no perciben sino una parte de la riqueza producida. Reclaman que el trabajador perciba el fruto íntegro de su trabajo.

Rasgo muy importante es la desconfianza que muestran por la burguesía, la aristocracia y la Iglesia, ya que ello les conduce a afirmar la necesaria autonomía de la organización obrera.

La coyuntura que pone en marcha su tarea es el debate social abierto en 1831 por el proyecto del REFORM BILL o propuesta de reforma electoral. Su reivindicación obviamente será el sufragio universal, lo que supondría el derecho al voto de los trabajadores.

Argumentan que los trabajadores han de tener sus propios representantes en las

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instituciones, salidos de entre ellos mismos, y creen no sólo en la posibilidad de obtener por esa vía reformas positivas, sino en la posibilidad de ahondar en una democracia que no puede llegar a ser plena sin la democracia social o económica.

Sin embargo no afirman el antagonismo con las otras clases sociales, acaso porque imaginan la reforma social como extensión paulatina de formas económicas que excluyen la explotación, y porque creen en el impulso de la razón, de la fuerza moral de sus aspiraciones.

En asamblea celebrada el 7 de noviembre de 1831 aprueban ya una declaración que contiene las ideas básicas de la futura CARTA DEL PUEBLO. Sus puntos fundamentales son: sufragio universal, igualdad de los distritos electorales, escrutinio secreto, supresión del censo de elegibilidad, fueros parlamentarios.

La Cámara de los Comunes aprobó en marzo de 1832 el Bill de Reforma del sistema electoral ampliando el voto simplemente a sectores de la burguesía que no lo poseían, reteniendo, pues el derecho al sufragio como un privilegio de la menor parte de la población.

Pero la reivindicación de una verdadera democracia no cesa, y la Asociación de Trabajadores publica la Carta del Pueblo en 1838 y la envía a todas las asociaciones obreras y radicales. Siguen persuadidos de que esa es la vía de la transformación social.

Desde 1832 los carlistas hacen suya la idea de la huelga general que conciben como manifestación pacífica del poder de los trabajadores, y que han de hacer patente mediante la cesación del trabajo y de la producción simultáneamente en todos los oficios (El "MES SAGRADO". "GRAND NATIONAL HOLIDAY")

La fuerza en sí misma atractiva de todos esos ideales, y la tenacidad de sus militantes, transformó el carlismo en un movimiento de masas. Pero la extensión de esos ideales, combinada con la tozuda negación del Poder a las reformas; la exaltación de algunos nuevos líderes y la miseria extremada de las familias obreras, habrían de producir un giro rápido y brusco hacia la virulencia.

En esta etapa ciertamente turbulenta del cartismo el personaje más significativo fue FEARGUS O'CONNOR, procedente de las clases medias irlandesas, que se enfrenta al estilo de actuación moderado de LOVETT y sus compañeros fundadores.

FEARGUS O'CONNOR crea el periódico "NORTHERN STAR" que llegó a ser vehículo principal de difusión de los planteamientos más exaltados del cartismo, y desde el que, llegado el momento, se desacredita la línea de la "fuerza moral".

El proceso, que desemboca en luchas abiertamente insurrecionales, se abre con la Convención que en febrero de 1839 celebra el cartismo en Londres. Flora Tristán nos ha transmitido una viva descripción de los temas y sesiones del clandestino "Parlamento del Pueblo", al que asiste en un viaje a Inglaterra.

Desde el comienzo de este período luchan entre sí dos fracciones, moderada y exaltada, y en la dinámica de la Convención, que se prolonga meses, inciden las respuestas y las iniciativas del proceso asambleario de reuniones nocturnas clandestinas que surgen por doquier.

En mayo la Convención proclama un Manifiesto al Pueblo Inglés en el que se reiteran las conocidas reivindicaciones, y se insta al Parlamento para que lleve a cabo las reformas legales requeridas. Las detenciones y encarcelamientos de algunos miembros de esta convención o "Parlamento del Pueblo" caldean los ánimos.

En julio la asamblea toma la decisión de que deberá ser puesta en práctica la idea de la huelga general si no hay respuesta favorable del Poder. A comienzos de julio se fija como plazo el día 13 para concretar la decisión. El 12 se reúne la Cámara de los Comunes y rechaza las propuestas. Al día siguiente se adopta la decisión de iniciar la

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huelga general el 12 de agosto.Aunque esta descripción sea simplificada, puede-apreciarse todo el esquema claro de

un proceso de desbordamiento de planteamientos iniciales, en el que concurren como ingredientes decisivos, la situación insostenible de la base social, la cerrazón del poder, la exaltación de algunos dirigentes que se encuentran confirmados por el indudable apoyo que encuentran en las masas torturadas Por unas condiciones de vida infrahumana, y la desesperanza sobre la validez de otros procedimientos.

Todos los carlistas aceptaban al final de la década de los años 30 la huelga general. Pero mientras que para los más moderados era una hipótesis especulativa, y un recurso intimidatorio frente al poder burgués, para los más exaltados no sólo era un propósito inmediato, sino acaso el comienzo de la revolución.

Es conveniente precisar que el debate en torno a la huelga general se refiere a una huelga total y prolongada (se habla a veces del "mes sagrado"). La huelga general de breve y concreto plazo no pasa de ser una gran manifestación de la voluntad y resolución de la clase trabajadora. Los elementos moderados concebían la hipótesis de la huelga general precisamente como el método sosegado y pacífico de hacer entrar en razón a la burguesía y a los gobernantes haciéndoles ver que sin el concurso del trabajo aportado por la clase trabajadora es imposible la subsistencia, y que en consecuencia se ha de convenir con ésta las condiciones del trabajo.

Decisiones ulteriores de la Asamblea aplazan la fecha de la huelga general remitiéndose a consultas de reuniones locales; a mediados del verano se suspenden las reuniones de la Asamblea.

En este clima generalizado de incertidumbre estallan los sucesos insurreccionales promovidos por los mineros y culminan en el choque armado de NEWPORT. Una manifestación multitudinaria que exige la libertad de los obreros anteriormente encarcelados; la toma de edificios públicos; la represión violenta del aparato de fuerza estatal; son el esquema de la tragedia que se salda con varias ejecuciones y decenas de nuevos arrestos.

Tras esa convulsa etapa, el cartismo acaba escindiéndose en dos direcciones. En el otoño de 1841 LOVETT crea una nueva organización para recuperar los planteamientos originarios, y se orienta a negociar con fuerzas sociales no obreras la consecución del "sufragio completo".

Queda de esta fase del carlismo una serie de planteamientos teóricos interesantes y unas experiencias que serán tenidas en cuenta para los replanteamientos ulteriores del movimiento obrero.

Engels, llegado a Inglaterra, se introdujo en los medios que recogían la tradición cartista y estudió profundamente el acerbo de sus ideas y experiencias.

En FRANCIA, como advertimos, se implanta la industrialización algo después que en Inglaterra. Ello explica que hasta pasada la epopeya revolucionaria de la la República, y el Imperio Napoleónico, no emerjan los primeros brotes del movimiento obrero.

Decimos que la historia contemporánea comienza con la Revolución Francesa de 1789. Cuando la Revolución derriba violentamente una monarquía secular, y decapita en la plaza pública a Luis XVI y a su esposa, María Antonieta, Europa se estremece. Cuando se proclaman la igualdad y los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la vieja aristocracia se sitúa ante un abismo que niega sus privilegios legales hereditarios, consolidados por un rancio abolengo más antiguo que la misma monarquía. Al consagrar los revolucionarios la libertad de conciencia y el Estado laico, Roma creyó ver el retorno a la barbarie.

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La Revolución Francesa, ciertamente proyecta ideales, engendra mitos y símbolos que tienen vigor todavía. Sobretodo, dirige el espíritu hacia unos valores cívicos, aunque llegue muy poco a realizarlos.

Pero encierra también equívocos que costará años desentrañar al movimiento obrero. Porque la revolución se hace en nombre del "pueblo", concepto equívoco en grado sumo, tantas veces encubridor de los intereses de la burguesía. (Todavía se llaman "populares" los partidos conservadores de Europa).

Los desheredados, menestrales, criados, campesinos, pequeños comerciantes, forman parte de la carne y sangre de la Revolución. Componen la masa entusiasmada que marcha hacia Versalles, que asalta la Bastilla y las Tullerías, que aclama a los líderes revolucionarios, que con su arrojo evita la contrarrevolución. Pero los pobres son tan pobres que no tienen ideas propias, ni dirigentes suyos, ni organización. La burguesía, conquistado el poder, puede dormir tranquila.

Un decreto de 14 de junio de 1791 prohibió todas las asociaciones de trabajadores "como atentatorias contra la libertad". Esto es el otro rostro de la Revolución. Se impone una interpretación drásticamente individualista de la libertad, sumamente conveniente para la clase propietaria que puede afirmar y desarrollar el yo individual desde el soporte de sus bienes.

Marca la excepción en el proceso revolucionario liberal que derribó el absolutismo monárquico, la llamada Conspiración de los Iguales. En 1796 pretendieron hacerse con el poder para realizar una sociedad socialista, fundamentalmente agraria, sin derecho a la herencia, pues afirmaban que la libertad sin igualdad económica es inviable. Su principal inspirador, BABEUF, fue ejecutado. No obstante el carácter de pequeño grupo, su inclinación a la conjura, y sus objetivos escasamente definidos, BABEUF quedará como un referente evocado posteriormente por algunas fracciones minoritarias como precursor.

Cabe situar el origen del movimiento obrero francés propiamente dicho, en la década de 1830-40. Los sucesos que marcan el punto de partida son las jornadas revolucionarias de julio de 1830. Tras la derrota de Napoleón Bonaparte, las monarquías europeas imponen la Restauración del legitimismo en el trono de Francia, siendo coronado Carlos X. El carácter abiertamente reaccionario de este personaje hizo que la burguesía lo tolerase poco tiempo, ávida de restablecer su poder y sus propias reglas de juego económicas y políticas.

Fue la burguesía quien abiertamente promueve las jornadas insurreccionales del 27, 28 y 29 de julio que dieron al traste con Carlos X, para situar en el trono a Luis Felipe de Orleans, el rey burgués, cuyas ideas "progresistas" aseguraban un orden liberal "moderado" acorde con los sentimientos e intereses de la clase acomodada.

Abundantemente constata la prensa de la época que el fervor de la revolución, y el grueso de las gentes en las barricadas insurreccionales fue puesto de nuevo por la base social más desfavorecida. Otra vez la palabra libertad embelesa a todos, pero significa cosas muy distintas para cada uno. Sin embargo, a partir de este momento, los trabajadores -como enseguida veremos- empiezan a sacar consecuencias elaborando teórica y prácticamente sus conclusiones.

En Francia, a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XIX se ha ido introduciendo el maquinismo. La factoría ha desplazado al taller individual artesano en oficios enteros. En las grandes ciudades, que van a ser focos de una nueva revolución, se apiñan miles de obreros asalariados en ghetos infames. También en Francia se registran algunas tentativas contra las máquinas. ¡Abajo los mecanismos! se grita en

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algunas manifestaciones.Pero lo característico tras las "gloriosas" jornadas de julio, con el advenimiento de

las, libertades, y el clima social ingenuo de que ha de cambiar la vida, es que los oficios se pongan en movimiento para reclamar mejoras elementales de las nuevas autoridades.

Se registran docenas de manifestaciones por todas las grandes ciudades en las que sastres, albañiles, tejedores, panaderos, etc, marchan con la bandera tricolor al frente, se dirigen a la autoridad local, y reclaman: mejoras salariales, tarifas mínimas en los talleres, supresión de los inhumanos reglamentos de taller, reducción de jornada (con frecuencia era de 12 horas); a veces, simplemente, trabajo. Van con la bandera tricolor al frente. Es la que han defendido en las barricadas, es la que han hecho triunfar con su esfuerzo. Se dirigen a las autoridades surgidas del triunfo revolucionario.

Durante las primeras semanas reciben palabras condescendientes. Luego se les hará ver más crudamente que aquella libertad triunfante significa también libre contratación, y que la autoridad no debe interferir el "libre pacto" entre el patrón y el obrero. Por ejemplo: el 10 de diciembre discute la nueva cámara de Diputados sobre una petición formulada por los obreros impresores, y el informante dice:

"Ha sido una sorpresa que los obreros, que combatieron con tanto arrojo y abnegación en las memorables jornadas de julio, se decidieran a proponeros que atentéis contra la libertad, tan necesaria para el desarrollo de nuestra industria".

Como quiera que el hambre es tozuda, la insistencia y multiplicación de manifestaciones y huelgas, generalmente pacíficas todavía, dan lugar a interpretaciones -¡Ya desde los orígenes!- que atribuyen su motivación a maquinaciones políticas, bien de los legitimistas, bien de los clericales, bien del extranjero.

La literatura de la época nos dice por sus propias palabras que pronto los obreros más perspicaces empezaron a darse cuenta de que sólo podían esperar las mejoras de sí mismos. Esto se manifiesta en tres direcciones recorridas simultáneamente: la promoción de sociedades de asistencia-resistencia; la prensa obrera; la acción reivindicativa por la huelga.

Eso dan de sí las nuevas libertades para los trabajadores. Al menos, desde la libertad comienza el proceso de su articulación teórica y de su vertebración orgánica.

Como ya dijimos de Inglaterra, y no es menester repetir aquí pormenorizada-mente, las sociedades de socorros mutuos tenían que encubrir las actividades de resistencia. La ayuda solidaria al huérfano, enfermo, anciano, viuda, parado, era consentida. La defensa solidaria del precio del trabajo y de las demás condiciones del trabajo eran cosa perseguida. De donde que tras cada lucha importante de los trabajadores, sus organismos quedaban disueltos y sus dirigentes perseguidos y encarcelados. Mas en estas sociedades de oficios surge un debate y aparecen dirigentes. Hasta consiguen algunos logros parciales.

Punto de especial atención merece la prensa obrera. Las jornadas de julio de 1830 suponen al menos una amplia libertad de imprenta que los trabajadores saben aprovechar intensamente. Surge con fuerza la prensa obrera. Buenos ejemplos son "JOURNAL DE OUVRIERS", "L’ARTISAN", "LE PEUPLE", que se subtitula significativamente "Journal general del ouvriers redirigé par eux-mémes".

En Francia, como en todos los demás países donde va a arraigar el movimiento obrero se produce una intensa floración de periódicos y de otras publicaciones "hechas por ellos mismos". Muy especial importancia tuvieron a este efecto los FOLLETOS, recordemos, p.e. que algunas obras magistrales de Marx, de gran valor teórico, y de gran impacto práctico, fueron concebidas como folletos, porque estas obras breves

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resultaban de fácil difusión, eran muy leídas, y daban un valor de conservación y permanencia a sus contenidos, del que hubieran carecido en las páginas de un periódico, arrastradas por la efímera fugacidad de cada número diario.

Sin la prensa obrera hubiera sido absolutamente imposible la formación de la conciencia obrera, y sin ésta hubiese sido imposible la vertebración orgánica de la clase, y de su acción transformadora de la sociedad.

Sin la prensa obrera los trabajadores hubieran estado sometidos a la influencia que sobre ellos habría ejercido la prensa burguesa, edificando prestigios y descalificando personas, avalando o invalidando doctrinas, seleccionando los flujos de noticias, describiendo a su modo los acontecimientos, dando la extensión y la frecuencia en el uso de los medios a quién fuere más conveniente o menos nocivo para los intereses de sus propietarios.

Por fortuna para el movimiento obrero, en el siglo xix no se requerían cuantiosos capitales para imprimir periódicos y folletos, ni existían los medios técnicos de seducción por la imagen que llevasen a los trabajadores al bebedizo de fuentes regidas por intereses mercantiles.

Discursos completos de los líderes obreros publicaban aquellos periódicos, con información exahustiva de la luchas y avalares de cada oficio. Porque lo que no hubiera sido noticia apreciable e interesante en los periódicos burgueses silo era para los trabajadores.

Así mismo esta prensa obrera tuvo especial incidencia favorable en la extensión del movimiento obrero internacional.

Conforme es sabido, la mayor parte de los trabajadores eran analfabetos. Sin embargo la prensa obrera, leída en alta voz, por los obreros autodidactas, y la minoría ilustrada, difundía sus contenidos. Por otra parte, ese considerable nivel de información teórico-práctica, hacía posible la existencia de organizaciones obreras más participativas.

Si perdemos de vista estos hechos obtendríamos una interpretación descon-textualizada e inexacta de aquellas apelaciones clásicas al "obrero consciente", a la "acción responsable", a la "conciencia de clase", etc. Nótese que en los períodos dictatoriales de signo contrarrevolucionario, fue característica la censura y, o, el cierre de la prensa obrera.

En su proyección histórica observamos que la pujanza, el impulso reivindica-tivo del movimiento obrero, es paralelo a la existencia pujante de la prensa obrera, fenómenos que se mantuvieron hasta bien entrado este siglo.

Hacia 1830 el malestar es muy grande, pero los objetivos están poco definidos. Aún en 1830 hay motines, como el de SAINT ETIENNE, en que 2.000 obreros se lanzan a la ciega destrucción de las máquinas, o el de los aserradores de Burdeos, del mismo año y del mismo carácter.

Pero empieza a perfilarse. En ese año de 1830, "L’ARTISAN" publica artículos en los que se afirma que el mal no está en las máquinas, sino en que éstas sean de los burgueses y no de las asociaciones obreras. Este periódico distingue entre sociedades de resistencia y sociedades de producción, manteniendo que ambas serían necesarias.

En grandes sucesos también puede apreciarse el estado de la cuestión, como ocurre con el levantamiento de los obreros lyoneses de 1831, acción de gran envergadura en la que por primera vez se hace tangible la solidaridad interoficios.

Los tejedores reclaman una tarifa mínima para contener la tendencia a la baja de los salarios. La Cámara de Comercio reconoce el nivel mísero de las retribuciones que

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perciben los operarios, y promueve para evitar huelgas en un momento favorable que se nombre un jurado mixto de hombres prudentes, industriales y jefes de taller que elaboren una tarifa mínima. El prefecto también promueve el acuerdo y se llega a éste. Pero una parte minoritaria de los patronos lo rechaza, a sabiendas de que en París avala su postura el ministro del ramo.

Los trabajadores convocan una gran manifestación para el 21 de noviembre. Se envía un destacamento de la guardia nacional para dispersarlos. Desencadenados los disturbios entran en acción los trabajadores de los demás oficios que asumen la necesidad de tarifas mínimas. Es un levantamiento generalizado en el que se enarbolan banderas negras con esta inscripción: "Vivir libres trabajando o morir combatiendo". Sus movimientos son tan resueltos y la firmeza en las barricadas tan enérgica que las tropas de guarnición se retiran de la ciudad el día 22. Al día siguiente los trabajadores ocupan el Ayuntamiento. Un pequeño grupo se constituye en autoridad pretendiendo transformar la acción en insurrección política, y a las pocas horas son sustituidos por los jefes de taller que se manifiestan respetuosos de la monarquía y se limitan a reiterar las demandas laborales. Durante varios días Lyon estuvo controlada por los trabajadores, con absoluto respeto de personas y bienes. Más la revuelta se agota sin mayor horizonte. Cuando el siete de diciembre llega el mariscal Soult al frente de numeroso ejército afirma que la tarifa es contraria a la ley, que el prefecto cometió un error al inmiscuirse en las disputas entre patronos y obreros. La competencia fija las tarifas de los salarios. La Administración no debe intervenir.

La insurrección de Lyon de 1831 no tuvo al menos el carácter cruento que tendrán pronto otros conflictos similares. Se liquida con noventa arrestos y algunos presos. Pero los trabajadores ya tienen más claro que sólo pueden contar con ellos mismos, y los burgueses advierten que el proletariado supone un peligro revolucionario cierto al que sus gobiernos van a combatir sañudamente.

En los años siguientes avanza la maduración de ideas al tiempo que se extiende la organización bajo la forma de mutualismo.

BUCHEZ insiste en la teoría de Asociación Obrera de Producción que en 1834 pusieron en práctica los obreros joyeros en dorado. Los obreros deben organizarse en asociaciones obreras que dispongan de un capital social perpetuo o inalienable formado por parte de los beneficios que se obtengan en sus propios talleres. Estos deben ser independientes del Estado. Sólo prevé la intervención del Estado en cuanto a la existencia de Bancos que proporcionen créditos a las asociaciones obreras de producción.

JULES LEROUX escribe un folleto titulado "De la necesidad de fundar una asociación que tenga por fin hacer de los obreros propietarios de sus instrumentos de trabajo". Defiende el maquinismo, pero aconseja "que nuestra industria sea nuestra".

El zapatero EFRAHIN, escribe otro folleto titulado "De la asociación de obreros de todos los cuerpos del Estado", en el que se ahonda en la idea de que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de sí mismos. No hay otro instrumento que la asociación, pero es necesario ir a un tipo de asociación que vincule a los obreros de todos los oficios. Sostiene que las huelgas de los gremios abandonados a sí mismos tienen que ir al fracaso. Reclama la institución de una caja central de ahorro y socorros donde se pondrán en reserva los fondos necesarios para sostener a los obreros en huelga, por otra parte, el movimiento obrero incipiente también ensaya la aproximación a los elementos radicales burgueses hostiles al régimen. Los demócratas radicales, enemigos de la monarquía de Luis Felipe, el partido republicano, que componen a la sazón individuos

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de las llamadas profesiones liberales, estudiantes, tenderos, algunos funcionarios, etc, núcleo social minoritario aunque muy dinámico, intenta por su parte atraer hacia la causa republicana a esa masa en ebullición que son los trabajadores. Tras la insurrección lyonesa de 1831 comienzan los contactos.

Diversas asociaciones crean los republicanos. La "Sociedad de los Amigos del Pueblo", que luego dará paso a la "Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano" y otras con fines más específicos, son el punto de encuentro.

La sociedad de Amigos del Pueblo publica en diciembre de 1831 un folleto titulado "La Voz del Pueblo", en el que se hace un elogio de los obreros de Lyon; se interpreta su acción como episodios que reflejan un mal de fondo generalizado; se hace responsable de ese mal a la organización social, y se defiende que el beneficio del trabajo debe retornar al trabajador. "No más hombres que sirvan de instrumento a otras hombres".

La Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano llega a constituir secciones por oficios.

Todo esto produce una cierta influencia recíproca: los republicanos se tiñen de preocupación social y asumen que el Estado no puede ser tan neutral como predican y practican los liberales instalados en el poder con Luis Felipe. Por otro lado, los obreros integrados en las sociedades políticas asumen la necesidad de la reforma política como condición de la reforma social. Por circunstancias históricas distintas, aunque semejantes, estamos ante un fenómeno similar al de los carlistas ingleses.

Mientras tanto sigue creciendo el mutualismo, todavía corporativo, pese a las llamadas teóricas de la unión orgánica interoficios. Desde 1832, el periódico "L’ECHO DE LA FABRIQUE" se transforma en principal portavoz y defensor del mutualismo. En sus páginas tiene cabida la especulación en torno a la idea de la huelga general.

Han sido años de agitación intensa, que también ponen en guardia al poder, Para quien existen dos enemigos interiores: la clase obrera y los republicanos. La virulencia de los sucesos de 1834 demuestran todo esto.

La chispa desencadenante será ahora la nueva ley de Asociaciones, mediante la que el Gobierno, otorgándose mayor facultad discrecional en la materia, Pretende cercenar la actividad de sus adversarios.

Como un rayo cayó esta amenaza sobre el polvorín de la indignación obrera Y sobre el depósito inflamable de los ideales republicanos. Si para los primeros la asociación era tabla única de salvación, para los segundos suponía esencia misma de la libertad.

De nuevo LYON toma la iniciativa, y forma un comité conjunto entre los mutualistas y la Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyo objeto es resistir frente a esa disposición y defender a ultranza la libertad de asociación.

Con ocasión del juicio previsto para el 9 de abril, en Lyon, a un grupo de obreros huelguistas, el Comité Conjunto convocó una huelga general de solidaridad en la ciudad.

Esta vez la tropa había tomado posiciones. Pero los manifestantes sin arredrarse invadieron por millares el centro de la urbe.

A la primera carga de la caballería que pretende disolver a la multitud se responde con barricadas. La lucha duró seis días. En ese lapso algunos barrios volvieron a estar bajo el control de los obreros, y las propiedades de nuevo fueron respetadas. Sin embargo, la represión en este caso fue brutal.

El día 13 estallaron los conflictos en París. Aquí la sanguinaria violencia de la represión llevada a cabo en la trágica jornada del 14, marcaría para la historia la faz del

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ministro Thiers, cuya memoria infame reaparece en la liquidación de la Comuna.Las declaraciones testificales que obran en los procedimientos judiciales abiertos a la

sazón recuerdan, sencillamente, aquellas técnicas medievales propias del invasor que asegura su poderío incierto mediante la táctica del terror. Parte de los activistas que salvaron la vida, si no están en la cárcel, se refugian en la clandestinidad. Es la hora de las sociedades secretas.

En las sociedades secretas vuelven a encontrarse dirigentes obreros y republicanos. Se estructuran en pequeños núcleos, muy activos, y con frecuencia en conexión con otros países. También circula una prensa clandestina.

Esta atmósfera propicia el ambiente a personajes como BLANQUI. Ya de estudiante se había adherido a la secta clandestina de los carbonarios. Es casi el paradigma de la mentalidad conspirativo-insurreccional.

Escribe incluso un librito de instrucciones al efecto. Está convencido de que la insurrección como tarea práctica requiere una técnica que es preciso conocer. Para conseguir el éxito una clave decisiva es el orden y la disciplina. En este punto es preciso operar con mayor exactitud que el aparato gubernamental. Estimaba que las fuerzas gubernamentales se desmoralizarían ante una insurrección duradera y bien organizada.

Concibe la revolución como toma de poder en la capital. Pretendía, a través de una dictadura revolucionaria o "Comité Revolucionario de Salud Pública" transformar el orden social y variar las condiciones humanas que habrían de hacerlo duradero. Su intento de mayo de 1839, en París, fue un completo fracaso. Arrestado en octubre, pasó cinco años en prisión. (De esa mentalidad conspirativo-minoritaria ha quedado el adjetivo blanquismo )

Algún significado teórico mayor tuvo "LA FEDERACIÓN DE LOS PROSCRITOS", pues éstos difundían que la revolución técnica operada en la producción hace necesaria la socialización de los bienes productivos, y que la forma de realizarlo son las cooperativas de producción con apoyo del Estado.

De esta sociedad se escindió Teodoro SCHUSTER para fundar la Federación de los Justos, en la que los más moderados propugnaban la república social, y otros de sus compañeros directamente la comunidad de bienes. Esto es, volvían los ojos hacia el comunismo puro marcado como horizonte utópico por los clásicos.

La Federación de los Justos tuvo su ramificación en Londres. El propósito de las sociedades secretas era abierta y directamente revolucionario, pese a todas las dificultades, el grueso del movimiento obrero no fue por la vía de las sociedades secretas. Antes bien, pese a haber sido descabezadas una v otra vez las sociedades mutuas, estas volvían a reconstruirse como impulsadas por el instinto de que el movimiento obrero es un movimiento de masas.

Los trabajadores agrupados en sus sociedades de oficio luchaban cotidianamente entonces por reivindicaciones más modestas, y para formarnos idea de cuales eran éstas hacía 1840, vale repasar el programa que defiende L'ATELIER, periódico obrero y redactado por los obreros mismos:

1) Limitación de la jornada de trabajo;2) Abolición del sistema de subcontratistas;3) Reglamentación de la colocación;4) Establecimiento de un salario mínimo;5) Supresión de la Obligación de la libreta3;

3 La libreta: durante algún tiempo los patronos impusieron que cada trabajador habría de tener

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6) Reglamentación de la competencia hecha a los obreros por la mano de obra de las prisiones y los conventos;

7) Transformación profunda de los consejos de "hombre prudentes";8) Indemnización por accidentes del trabajo;9) Cajas de retiros para la vejez;10) Libertad de reunión, de coalición y asociación.Finalmente, para concluir estos rasgos sobre los orígenes del movimiento obrero

francés, resulta oportuno mencionar a FLORA TRISTAN (1803-1844), curioso personaje romántico y estimable escritora que, procedente de la clase acomodada peruana, entregó lo mejor de sus sentimientos y afanes a la clase obrera, de la que se sentía "hermana". La encontramos visitando las reuniones clandestinas de los carlistas, y en Francia fomentaba los encuentros con los trabajadores, habiendo sido en ocasiones perseguida por la policía al considerársela instigadora de huelgas.

Pero todo ello no justificaría la cita si no fuera porque en una de sus obras, que por la sensibilidad de la época ejerció influencia, en L’UNION OUVRIERE", (1843), propugna no sólo la necesidad de la unión de los trabajadores en cada país, sino en la necesidad de articular una Unión Universal que establezca operativamente la cooperación solidaria entre los trabajadores de todos los países sin distinción de nacionalidad, raza, sexo, etc.

Flora defendió con la palabra y el ejemplo un puesto para la mujer en el trabajo y en la lucha emancipatoria.

Flora intuyó y afirmó que una dimensión fundamental del movimiento obrero habría de ser el internacionalismo.

una libreta donde figurase la casa para la que había trabajado, el tiempo y eventualmente la causa de su cese en el empleo. No contrataban a quien no presentara la libreta, ni en lo posible a quien hubiese sido despedido en confrontación a su patrono anterior.

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SEGUNDA PARTE:

LA ÉPOCA DE LA la INTERNACIONAL

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LA REVOLUCIÓN DEL 48En la unidad anterior tratamos sobre los orígenes del movimiento obrero, v lo

hicimos con algún detalle en lo concerniente a Inglaterra y Francia, para poder percibir cómo las formas organizativas, los planteamientos teóricos, y la definición de objetivos iba siendo resultado de una experiencia de la vida y de una práctica de la acción reivindicativa. Pero excedería las posibilidades y los fines de este texto proseguir con ese detalle el desarrollo posterior del movimiento obrero. No obstante, aún cuando el objetivo central que ahora planteamos para esta unidad sea la la INTERNACIONAL, dedicaremos unas páginas a mencionar los grandes hechos más significativos que la preceden, al objeto de no perder el sentido de la continuidad histórica.

LA REVOLUCIÓN DEL 48Una ola de agitaciones sociales sacude en 1848 a los Estados europeos,

especialmente centroeuropeos, y una vez más tiene por epicentro Francia, París más exactamente. A ese continuo de convulsiones se llama genéricamente Revolución del 48.

Es importante para la historia del movimiento obrero, pues aunque tales agitaciones no pretenden objetivos de reforma social profunda, sino que se presentan como exigencia de reformas parcialmente democratizadoras, siendo con frecuencia dirigidas por los elementos demócrata-radicales de la burguesía. La irrupción de la clase obrera como tal se hace patente, y a veces incorpora sus propias demandas de clase, todo lo cual refleja que en las décadas 1830-1850, el proceso de industrialización se había introducido en otros países europeos generando una fenomenología social semejante a la ya estudiada con respecto a Inglaterra y Francia.

Esto es, con las agitaciones del 48 se aprecia que la clase obrera empieza a dejar de ser comparsa en cuanto a los cambios políticos globales de la sociedad, IT'ás allá de la mera acción reivindicativa parcial, y toma su propia palabra y protagonismo como clase diferenciada en la política del Estado.

Esto se hace especialmente cierto en Francia, donde la Revolución del 48, tanto por la magnitud de los acontecimientos (caída de la monarquía, IIa República Francesa), como su trágico desenlace, dieron lugar a importantes reflexiones para la historia del movimiento obrero.

Coinciden los historiadores en situar la causa genérica de la Revolución del 48 en la crisis económica generalizada que había comenzado el año precedente. 'La construcción de ferrocarriles y los progresos técnicos tuvieron por resultado la eliminación de un gran número de artesanos en la industria textil y en la de transportes. A consecuencia de la crisis de los ferrocarriles de 1847, la producción se redujo considerablemente en Francia. La crisis, que paralizó el impulso de construcción de las líneas, tuvo su repercusión en la industria minera y en la industria metalúrgica: ésta, que acababa de acrecentar su potencia de producción, vio reducir los pedidos de su mejor cliente. La caída de la producción siderúrgica se manifiesta por la baja del consumo de hulla que, de 78 millones de quintales métricos en 1847, descendió a 60 millones. Mientras que en 1847 se fabricaban en Francia 887.000 quintales métricos de rieles, en 1848 no se fabricaron más que 412.000, o sea, menos del 50%. La extracción de mineral que en 1847 ocupaba 15.000 mineros, sólo empleaba 10.000 en 1848, o sea, una reducción de un tercio".4

4

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Por otra parte el régimen político de Luis Felipe de Orleans, el "rey burgués", había incurrido en notoria y generalizada corrupción política. Una seudodemocracia restringía el derecho al voto a poco más de 100.000 votantes.

El descontento generalizado provocó en febrero de 1848 grandes manifestaciones en París, que primero forzaron la dimisión del ministro Guizot, luego se transformaron en confrontación insurreccional, y el propio Luis Felipe se vio obligado abdicar. El día 24 se proclamaba la República a expensas de su ratificación por la Asamblea Nacional Constituyente que pronto sería convocada.

El dominio de la calle ejercido por los obreros parisinos, las banderas rojas en muchas barricadas, hicieron creer a los trabajadores que se abría paso por fin a la República social, y que en esta ocasión no se les iría el triunfo de las manos. El entusiasmo y la emotividad de la gesta nos ha sido transmitido no sólo por los historiadores sino aún mejor por los literatos y pintores.

El Gobierno provisional constituido, sin embargo, fue una mezcla heterogénea y confusa, de burgueses grandes y pequeños, intelectuales, como Lamartine, periodistas, algún banquero y representantes del proletariado: Luis Blanc, y Albert, obrero mecánico. En el penetrante estudio que Marx hizo posteriormente sobre todos estos sucesos ("EL 18 BRUMARIO DE LUIS BONAPARTE") disecciona rigurosamente las fuerzas en presencia, lo que representan y cuales son los intereses de cada cual, las tremendas contradicciones existentes dentro de lo que parecía unitariamente triunfador, y la inexorable descomposición a la que esto daría lugar.

La inmensa presión ejercida desde la calle por los obreros parisinos determina la producción en cascada de disposiciones que atenuaran su necesidad extrema, y que por otra parte permitiesen ganar tiempo hasta que celebradas elecciones se reuniera la Asamblea Nacional. Esto es, hasta que hablasen en las urnas los departamentos agrarios, y las innumerables ciudades provincianas, obviamente más conservadoras que el París efervescente. Tal estrategia de los elementos más conservadores del Gobierno Provisional dio resultado.

Lo que reclamaban con más urgencia los obreros era trabajo. Trabajo para todos y continuidad en el trabajo. Por un decreto del Gobierno Provisional, a los pocos días se crean Talleres Nacionales (aunque bien lejos de la idea proyectada por Blanc para los "talleres sociales", y que sin embargo fue utilizado por la reacción para desacreditarle). Se crea una "guardia móvil" que ocupase otra porción de jóvenes parados. Se abrieron canteras y se reanudaron los trabajos camineros de iniciativa pública. Hasta se empleaba a desocupados en replantar árboles, o nivelar calles y plazas. Un mes después de la Revolución los Talleres Nacionales ocupaban a 40.000 hombres. Esto costaba 70.000 francos. En mayo llegaron a 100.000 hombres.

Más aún, para congraciarse con el tono de las calles en la capital, se aprueba la propuesta de Blanc, y se crea una "Comisión para los Trabajadores", que se conocerá como Comisión de Luxemburgo por el palacio en que realizaba sus sesiones, que llegó a ser como un parlamento mixto de obreros y patronos, numeroso, cuyo objeto era proponer las oportunas reformas a la organización del trabajo. Al presidirla Blanc, se le apartaba lo más posible de la gestión de los Talleres Nacionales.

Incluso fue emitido en marzo un decreto por el que se prohibía la subcontratación, y se limitaba la jornada de trabajo a 10 horas en París y 11 en provincias. Así mismo se dictan algunas otras disposiciones comenzando lo que más tarde, en circunstancias que

DOLLEANS. Ha del Movimiento Obrero. Ed. Zero, 1969. Vol I P. 209.

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favorezcan la pervivencia de las disposiciones, se llamará "legislación protectora del trabajo", y que venía a recoger las demandas por largo tiempo elaboradas y reivindicadas desde las asociaciones obreras.

Tras las elecciones, insólitamente celebradas por un sufragio casi universal de varones, en toda Francia, se reunió el Parlamento Constituyente el 4 de mayo. Al punto se hizo patente el predominio conservador en éste y su disposición a articular la República burguesa.

A la representación de base agraria le parecen fantásticos los gastos financieros de los Talleres Nacionales, y superfluas las oficinas abiertas para las cuestiones de salud, socorros, etc; suprime éstas y se dispone a liquidar aquellas. El 21 de julio se publica un Decreto por el cual los obreros de 18 a 25 años inscritos en los Talleres Nacionales deberán alistarse en el ejército, y los otros estar dispuestos a ir a otros departamentos para realizar trabajos de terraplenado. Fue como el grito de guerra para el proletariado parisiense, que se echó a la calle gritando: ¡Pan o plomo!. La divisa desesperada "Más vale morir de un balazo que de hambre", era repetida por mujeres y hombres.

Dos días más tarde se levantaron barricadas en muchos barrios de París. El Gobierno, respaldado por la Asamblea dio amplios poderes al general Cavaignac Para reprimir la insurrección. La resistencia tenaz de los insurrectos, su derroche en ocasiones de heroísmo, la ferocidad de los ataques gubernamentales, persuadidos de que era la ocasión para liquidar el peligro rojo, que sólo semanas antes les había atemorizado tanto, produjeron una prolongada y atroz hecatombe.

Carlos Marx, en la obra citada, dice al respecto: "A la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo puede suceder la república burguesa; es decir, que si en nombre del rey, había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. Las reivindicaciones del proleteriado de París son paparruchas utópicas, con las que hay que acabar. El Proletariado de París contestó a esta declaración de la Asamblea Nacional constituyente con la insurrección de junio, el acontecimiento más gigantesco en a historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpen proletariado organizado como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. Con esta derrota, el proletariado pasa al fondo de la escena revolucionaria".

Proudhon, escribe en sus cuadernos de notas: "Los insurrectos mostraron un valor indomable...; el terror reina en la capital. Recorrí las filas de la guardia nacional; es generalmente honesta, humana y buena. No sabe que la causa de los insurrectos es la propia. Pero ocurre aquí lo que se vio siempre: Toda idea nueva tuvo su bautismo; los primeros que la propagan, impacientes, incomprendidos, se hacen matar... lo que pasa con los insurrectos no es otra cosa que lo que le ocurrió a Galileo,...

"Se fusila en la Conserjería, en el Ayuntamiento, cuarenta horas después de la victoria, se fusila a prisioneros, heridos, desarmados,.. se difunden las calumnias más atroces para excitar la venganza contra ellos... Hermanos contra hermanos...¡Horror! ¡Horror!"

Pero ese horror al que se refiere Proudhon en su impresionante testimonio también era miedo de la burguesía ante una revolución amenazante, de ahí tanta crueldad. Pronto se echó en brazos del autoritarismo en un rápido deslizamiento regresivo. En diciembre fue elegido presidente de la República Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del famoso

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Emperador, quien se transforma en diciembre de 1851, asimismo en monarca, aboliendo la constitución republicana (IIa Imperio).

Por segunda vez en menos de un cuarto de siglo, la revolución triunfante un día en la calle por obra de los obreros parisinos, se había tornado al poco tiempo contra ellos.

La amarga reflexión sobre estos hechos conducirá a sopesar mejor la validez del método insurreccional, la cuestión de las alianzas, a calcular mejor los objetivos de cada momento, y en los más perspicaces, a profundizar en la explicación de los hechos, poniendo en relación el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y el grado de implantación de la organización obrera, con las tácticas a seguir y la idoneidad de objetivos.

Tras el 48 empieza a comprenderse que la lucha de clases todavía será muy prolongada, y que tardarán en madurar las condiciones objetivas de un cambio substancial, siendo preciso organizarse para esa larga batalla, reforzando nexos nacionales e internacionales, así como definiendo mejor y concordando los proyectos colectivos. Un instrumento concebido al servicio de todo ello será, poco después, la Internacional.

La convulsión del 48 en otros países tuvo un carácter de presencia obrera más diluida, y en algunos que no habían obtenido todavía su independencia se reviste de nacionalismo como vía hacia las reformas democráticas.

En Italia se extienden los levantamientos populares desde los primeros meses de 1848, y afectan a Nápoles, Toscana, Lombardía, Venecia, y la sede papal, Roma. Cuando la Toscana proclamó la República, el Papa alarmado, abandonó Roma. Mazzini y Garibaldi declararon que el poder temporal de la Iglesia había concluido. Incluso proclamaron la república en Roma. Austria y Francia (con Napoleón III) que actúan a la sazón de potencias conservadoras, enviaron ejércitos expedicionarios que contuvieron de momento la independencia y la unidad nacional italiana.

Mazzini, aunque esencialmente fuese un nacionalista, había incorporado a sus aspiraciones ciertos componentes socializantes.

pretendía un plan de colonización interior para mejorar a los campesinos, y aue el nuevo Estado unitario italiano se incautase de los bienes de la Iglesia, de las minas, de los ferrocarriles, así como de algunas grandes empresas industriales, constituyendo un gran "fondo nacional" para el desarrollo de la producción cooperativa. Un sistema de impuestos progresivos haría posible extender la educación a las clases inferiores de la sociedad.

En Alemania la industrialización fue un proceso llevado a cabo con gran retraso respecto de Inglaterra y Francia que fueron los pioneros, si bien que luego se acelera y les alcanza hacia finales del siglo. A esto se debe que hacia 1848 la clase obrera alemana no tuviera organizaciones propias. Fue precisamente en agosto del 48 cuando se constituyó la Fraternidad Obrera, en el primer congreso obrero de este país, y en el que se elaboran unas bases programáticas reivindicando la jornada de 10 horas, la prohibición del trabajo de menores de catorce años, la abolición de las leyes contrarias a las actividades sociales de los trabajadores, la desaparición de los impuestos indirectos, la creación de un impuesto progresivo sobre la acumulación de capitales, delegados de fábrica y taller, y la enseñanza universal y gratuita a partir de los cinco años.

También incluían el sufragio universal y la parcelación de los latifundios, Reivindicaciones que nos son bien conocidas, y que sólo constatamos para comprobar cuales eran las .aspiraciones con las que generalmente se puso en marcha e! movimiento obrero en todos los países.

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Fue a partir de la conmoción del 48 cuando empezaron a brotar en Alemania las sociedades de oficios.

No obstante, y pese a carecer de organizaciones propias, los trabajadores hicieron patente su presencia en las revueltas cívicas del 48, que obligaron al rey Federico Guillermo IV de Prusia a convocar una Asamblea Constituyente. La mayor agitación se produjo en Berlín, durante los meses de marzo abril, con mítines y manifestaciones en las que junto a las demandas de tipo democrático-liberal iban surgiendo algunas reivindicaciones de tipo social. 5

Las organizaciones específicamente obreras arraigan en Alemania a partir de la década del 60, con la Asociación General de los Trabajadores Alemanes, inspirada en los principios de Femando Lasalle.

En Austria, el 13 de marzo los motines populares ocurridos en Viena hicieron dimitir al canciller Metternich, lo que tuvo su eco en los territorios sometidos de Hungría - donde fue abolida la servidumbre de los campesinos - y en Checoslovaquia donde se reclamaron las libertades civiles. En Holanda, Bélgica y Suiza se llevaron a cabo en este año de 1848 reformas constitucionales moderadas, aunque sin desórdenes públicos.

Bien es cierto que a toda esta ola de agitaciones siguió una reacción conservadora generalizada.

5 Ramos Oliveira. "He Social y Política de Alemania". Ed. Fondo de Cultura Económica, 1952.

Vol. I, P. 222.

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EL MANIFIESTO COMUNISTA

El año 1848 no es sólo memorable en la historia del movimiento obrero por llamada Revolución del 48, sino porque además en él se publica el famoso "Manifiesto Comunista", de Marx y Engels, que durante mucho tiempo constituyó la base y síntesis del pensamiento socialista para la mayor parte de los trabajadores comprometidos en la lucha social.

Un punto curioso es por qué este importantísimo documento cuyo objeto era clarificar las razones y fines del socialismo, lleva en su título la palabra "comunista". Por qué no se tituló "Manifiesto Socialista" en lugar de "Manifiesto Comunista".

Nadie mejor para explicarlo que el propio Engels, quien en el prólogo a edición de 1888, nos dice que en el momento de la redacción del Manifiesto era comúnmente llamados socialistas los seguidores de los distintos sistemas utópicos, así como los reformadores sociales que "por todas las maneras de remendar se proponían la reparación, sin peligro para el capital y el interés, toda clase de injusticias sociales; en ambos casos, hombres ajenos al movimiento de la clase obrera y que esperaban apoyo de las "clases educadas". Así mismo, "una parte de la clase obrera estaba convencida de la insuficiencia de las revolución simplemente políticas y había proclamado la necesidad de un cambio social total y esa parte se llamó a sí misma comunista... Y como nuestra noción del verdadero principio era que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de ella misma no se podía dudar de cuál de los dos nombres debía adoptarse".

También ayuda a contextualizar el Manifiesto recordar por qué razón inmediata se escribe. La antigua Liga de los Justos, que como vimos anteriormente agrupaba obreros socialistas alemanes exiliados, se había establecido en Londres desde 1840. Fue Engels quién primero entró en contacto con ella, y posteriormente Marx. En un Congreso celebrado en Londres en 1847 la Liga adopta el nuevo nombre de Federación Comunista, y en un nuevo Congreso celebrado a finales del mismo año se comisiona a Marx y Engels para que elaboren un programa o manifiesto. Tuvo, pues, que ser redactado en muy pocas semanas, pues se publica por vez primera a comienzos de 1848, justamente en vísperas de la Revolución en Francia. Esto no es absolutamente casual, pues el Manifiesto se hace precisamente tratando de dar orientación a un movimiento que sus redactores presienten dado el cariz que tenía la situación del proletariado europeo, y que imaginaron erróneamente habría de ser más extenso y afortunado de lo que en realidad fue.

Esto explica el tono altisonante, a veces arengario, de algunos pasajes, y el que en tan pocas páginas se pase con cierta brusquedad desde la reflexión más teórica sobre el sentido de la historia, a las consignas más concretas y prácticas sobre las reivindicaciones exigibles. Mas por todo ello también pudo convertirse en ese breviario o guía de orientación de las masas obreras durante tanto tiempo

Sin embargo, su gran penetración y difusión fue lenta, y desde luego en el 48 apenas era conocido fuera de los más conspicuos.

El Manifiesto tiene cuatro partes o secciones. La primera la más doctrinal e interesante, la que conserva mayor valor teórico, y en ella se fundamenta la teoría de la lucha de clases, haciendo de su explicación una interpretación de la historia y de los hechos sociales. En ella se ve la mano del hombre, Marx, formado inicialmente en la filosofía hegeliana, capaz de construir una racionalización global que sitúa la lucha

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inmediata dentro de una perspectiva que abarca al acontecer de la humanidad.La segunda tiene como objeto central la exposición de un programa concreto de

reformas que pudiera tomarse como el diseño de un modelo de transición del capitalismo hacia el socialismo.

La tercera es eminentemente polémica frente a otros socialismos, valora críticamente las utopías, y afirma la necesidad de situar el movimiento obrero dentro de su concepción de lucha de clases.

La cuarta y última parte es la más coyuntural e inmediatista y se refiere al quehacer que corresponde a los comunistas en la circunstancia para la que fue concebido el texto.

Conviene fijarse en algunos puntos fundamentales de la primera parte. El propio Engels, en un escrito posterior destaca la tesis principal cuando dice: "Me considero obligado a manifestar que la proposición fundamental que constituye el núcleo, pertenece a Marx. Tal proposición es: que en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio, y la organización social que necesariamente se sigue de ello, forma la base sobre la cual está construida la historia política e intelectual de cada época, y es la única por la cual puede explicarse esta historia; por consiguiente, que la historia entera del género humano (desde la disolución de la primitiva sociedad de tribus, que tenían el terreno en propiedad común) ha sido una historia de lucha de clases, sostenida entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos; que la historia de estas luchas de clases forma una serie evolutiva en la que hoy día, se ha llegado a una etapa en que explotados y oprimidos (proletarios) no pueden alcanzar su emancipación del yugo de los explotadores y opresores (los burgueses) sin emancipar, al mismo tiempo y de una vez para siempre, a la sociedad en general de toda explotación, opresión y distinción, y lucha de clases".

Este es, en efecto, el núcleo del materialismo histórico, basado en la convicción de que los fenómenos materiales (hechos económicos) determinan los fenómenos sociales (políticos), y que por tanto el proceso histórico no se rige al azar, ni por ninguna providencia, ni depende básicamente del ingenio o del arbitrio de ningún individuo.

La historia, en la que se inserta el presente, aparece como un orden racional, necesario, y en el que cabe un análisis del proceso del que pueda deducirse el sentido de la acción, sin incurrir en voluntarismo ni en la mera formulación de la utopía.

La idea de la lucha de clases o confrontación entre oprimidos y opresores como hecho permanente de la historia, ciertamente había sido planteada por pensadores precedentes, pero Marx agrega el esquema dialéctico, tomado de la filosofía hegeliana, y aplicándolo al devenir histórico nos revela que esas luchas constituyen un proceso evolutivo que marcha en una dirección determinada, y que al presente no es otra sino llegar a la sociedad sin clases, mediante la superación de los contrarios, burguesía-proletariado.

Marx acentúa, acaso en exceso, el carácter determinista de la historia, al punto de que sólo podemos aplazar o acelerar su proceso inevitable. Así, por ejemplo, cuando en la primera parte del Manifiesto, tras haber descrito en qué fases la burguesía fue una clase revolucionaria, explica que el desarrollo económico producido por la burguesía engendra el proletariado, su antítesis, y que éste está llamado a la confrontación con el orden burgués y a superarlo mediante la socialización de los bienes productivos, establece una concatenación de tremenda fuerza persuasiva.

En la lógica de su planteamiento, el proletariado, en cuanto clase revolucionaria aparece investido de un destino libertador, y la obra revolucionaria como paso conveniente e inevitable para destruir toda forma de alienación posibilitando la

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verdadera libertad.Ese tono vibrante de su pensamiento, del sentido interno de su discurso, imposible de

trasladar a ningún resumen, tuvo el efecto de magnetizar la voluntad de lucha de innumerables mujeres y hombres de los diversos países.

En la vigorosa descripción que traza de la historia, los protagonistas son las clases sociales. Alude fugazmente a los antagonismos de clase en las sociedades antiguas, para enseguida señalar que con la burguesía se ha simplificado el esquema de clases, y el antagonismo resulta ahora nítido y rotundo: burguesía/proletariado.

Traza luego el proceso de composición y desarrollo de la burguesía en relación con los descubrimientos y nuevas formas productivas del mundo moderno. "La actual clase burguesa aparece, pues, como el resultado de un lento proceso, como el término de una serie de revoluciones en la forma de producción y en los medios de comunicaciones".

Insiste en el carácter revolucionario que ha tenido la burguesía, y con expresiones punzantes va enumerando como derribó no sólo las más antiguas y venerables instituciones del pasado, sino que operó además una verdadera transmutación de los valores sociales imponiendo su propia moralidad.

Es más, resulta consubstancial a la burguesía la constante innovación, y el carácter esencialmente expansivo del capitalismo crea una necesidad ilimitada de ampliar el mercado y de obtener mayor cantidad de materias primas. Esto engendra conflictos, pero se extiende hasta los confines de la tierra imponiendo su modelo económico.

"A causa de la explotación del mercado universal la burguesía ha hecho cosmopolita la producción y el consumo de todos los países"... "Al perfeccionar con prodigiosa rapidez el conjunto de los instrumentos de producción, al facilitar en sumo grado las comunicaciones, la burguesía lleva la civilización a todas Partes"... "ha sometido el campo a la cuidad"... "Y al mismo tiempo que ha hecho Prevalecer a la ciudad sobre la aldea, ha puesto a los países bárbaros o semibárbaros en dependencia de los civilizados, los pueblos labradores en la de los pueblos burgueses, el Oriente en la del Occidente".

Todo este pasaje culmina en un párrafo en el que constata la profundidad del cambio introducido en la historia con el desarrollo del capitalismo, de la burguesía:

"Hace poco más de cien años que la burguesía es la clase imperante, y ha creado fuerzas productivas cuya prodigiosa variedad y colosal poder exceden a todo cuanto han sabido hacer todas las generaciones que nos han precedido. Las fuerzas naturales dominadas, las máquinas, la química aplicada a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, los caminos de hierro, los telégrafos eléctricos, la apertura de canales que separan grandes continentes, los ríos navegables, poblaciones enteras surgidas como por ensalmo... ¿Qué época anterior hubiera podido presentir que el trabajo social fuese capaz de tan inmensas fuerzas productivas?"

Este párrafo, en el que casi nunca se repara, entraña una valoración no sólo positiva, sino admirativa, del progreso tecnológico combinado con el trabajo social. Esto separa a quienes entonces criticaban las consecuencias sociales de la implantación y desarrollo capitalista desde la nostalgia del pasado, de la sociedad rural tradicional, y quienes como Marx lo critican sin nostalgia del pasado, sino asumiéndolo como un paso que en ese aspecto de "desarrollo de las fuerzas productivas" fue positivo, pero que requiere como paso siguiente en el devenir dialéctico de la historia, acompañar la socialización del trabajo o "trabajo social" que ya se ha producido, con la socialización del capital, condición imprescindible para evitar la explotación y para asegurar el reparto equitativo de la masa de riqueza producida.

Por eso, a partir de ese párrafo, hay como un punto de inflexión en el discurso, y el

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resto de la primera parte se dedica a examinar "las contradicciones" que cree ver en el capitalismo para concluir en la necesidad inevitable de suprimir la burguesía en cuanto clase, esto es, suprimir la propiedad privada de los bienes productivos.

Comienza esta fase con algo que siempre incomoda mucho a las clases acomodadas, a saber: mostrar la evidente historicidad no sólo de las formas políticas, sino también del sistema de propiedad y del régimen de producción. Si todos los sistemas anteriores tuvieron comienzo, desarrollo y fin o sustitución por otros, resulta inevitable pensar que los actuales no pueden ser eternos.

"Hemos visto nacer de la sociedad feudal los medios de producción y consumo que facilitaron la formación de la burguesía. Hemos visto como esos medios de producción y esos medios de comunicación fueron incompatibles al llegar a cierto grado de desarrollo, con las condiciones de producción y cambio de la sociedad feudal, con la organización feudal de la agricultura y de la manufactura, en una palabra, con el sistema feudal de la propiedad. Este sistema dificultaba la producción en vez de favorecerla. Constituían tales instituciones otras tantas cadenas. Era preciso que se rompiesen, y fueron rotas".

"Sobre las ruinas de ese régimen se estableció el de la libre concurrencia con la constitución social y política que de ella derivó lógicamente, con la omnipotencia económica y política de la clase burguesa". "En la actualidad se efectúa un proceso análogo..."

La principal "contradicción" del régimen burgués es que engendra el proletariado. No puede haber beneficio, ni acumulación del capital, sin salariado. Cuanto más se desarrolla el capitalismo más se amplia cuantitativamente el proletariado.

"La burguesía no sólo ha forjado las armas a que ha de sucumbir, sino que, además, ha engendrado los hombres que han de manejarlas, estos hombres son los obreros modernos, los proletarios".

plantea la progresiva proletarización de las clases medias, y dedica una línea a señalar la importancia que tiene la incorporación de elementos competentes de estamentos originariamente no obreros a la lucha obrera: "estos burgueses expropiados suministran al proletariado un caudal de enseñanzas y de ilustración", pero aunque haya estamentos lesionados por los intereses del gran capital, la fuerza revolucionaria sólo reside en el proletariado:

"De todas las clases que hoy luchan contra la burguesía es el proletariado la única clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases perecen ante la gran industrial: El proletariado surge de ella como su natural e indeclinable consecuencia".

Señala la condición ambigua del sector más miserable de la sociedad, fácilmente manipulable por el populismo reaccionario:

"En cuanto al populacho (Lumpenproletariat), esa masa inactiva y viciosa que constituye la última capa de la sociedad, alguna vez, y en críticos momentos toma parte en la revolución proletaria. Pero esto no obstante, su género de vida predispone de ordinario a dejarse comprar por la mano y en interés de los reaccionarios".

Otorga también mucha importancia a las crisis económicas periódicas, que señala como "contradicción" del sistema, pues se refiere a las crisis derivadas de la superproducción, y por tanto de un sistema basado en el lucro, en la expansión, que periódicamente se ve abocado a la destrucción de lo producido y de las fuerzas productivas, fenómeno absolutamente real en la situación en que escribe, y por entonces

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absolutamente descontrolado por el radical "dejar hacer dejar pasar".Así mismo recoge la tesis del pauperismo creciente, igualmente cierta a la sazón.

"Los obreros no cuestan hoy más que el importe de una mercancía (y el trabajo es una mercancía) equivale a los gastos que ha costado su producción. Esta es la razón de que a medida que el trabajo es más tosco, el salario disminuye". [Según la teoría que explica en otras obras, la plusvalía procede precisamente de que el patrono compra el trabajo como una mercancía, y lo que paga -salario- es el valor del trabajo-mercancía, no el valor de la riqueza producida por el trabajo. Esa diferencia es lo que el patrono retiene y acumula].

Traza también en unos cuantos rasgos la historia, más breve de la clase trabajadora, como antes había hecho de la burguesía. Desde la lucha individual de cada obrero con su patrono, la unificación de la lucha a nivel de la factoría, del oficio; es decir, el proceso asociativo de los trabajadores, y valorando positivamente esas luchas parciales, -menciona por ejemplo como un gran logro la ley obtenida por los carlistas de la jornada de 10 horas, en 1847- pero concluye en que no hay auténtica emancipación de clase sino a través de una lucha global. Un párrafo aclara con precisión lo que él comprende por lucha de clase:

"A veces triunfan los obreros, pero su victoria es efímera. El resultado de esas luchas parciales no está en el éxito inmediato, sino en la unión que se propaga y fortalece entre los obreros. Facilitan esa unión los múltiples medios de comunicación que la gran industria establece; merced a ellos pueden los obreros de las distintas localidades ponerse en relación. Desde el momento en que esa unión existe, la variedad de las luchas locales del mismo carácter, se transforman en una lucha nacional única, con unidad de aspiraciones y de táctica, es decir, en una lucha de clase. Y toda lucha de clase es una lucha política".

Marx ve el sentido último de esa lucha como la conquista del poder político por la clase trabajadora, produciendo la transformación del régimen de producción. La abolición de la propiedad privada de los bienes productivos entraña entonces la desaparición de la burguesía como clase.

Concluye la primera parte del Manifiesto con una frase que refleja el carácter de determinismo histórico característico de su pensamiento: "La ruina de la burguesía y la victoria del proletariado son igualmente inevitables".

En la segunda parte, antes de enunciar el programa de reformas que presenta en la inminencia revolucionaria del 48, se tratan dos bloques de conceptos a los que haremos ya muy rápida alusión.

El primero de estos bloques se refiere a la tarea de la organización política proletaria (el Manifiesto se lanza como programa de la "Federación de los Comunistas") y lo expresa en aquellos términos que durante tanto tiempo fueron la razón de ser de los partidos de clase: "En la práctica, los comunistas son, por tanto, el elemento más resuelto y decidido de los partidos obreros de todos los países, el que de continuo les imprime más impulso renovador. En teoría, tienen sobre la masa proletaria la ventaja que da el conocimiento de las condiciones de la acción y de los resultados generales del movimiento obrero". "El fin inmediato de los comunistas es el mismo que para todos los demás partidos [organizaciones] proletarios; la constitución del proletariado en clase, la destrucción de la dominación burguesa, la conquista del poder político por el proletariado".

El segundo bloque temático de esta parte consiste en una pormenorizada refutación de los argumentos tópicos de la cultura burguesa contra el socialismo. Vamos a fijarnos

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sólo en aquella crítica más antigua, y sin embargo más permanente, para atender por lo menos a las líneas esenciales de la réplica:

"Frecuentemente se censura a los comunistas su deseo de abolir la propiedad adquirida por el trabajo individual, propiedad que, se añade, constituye la base de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia personales".

"La propiedad, en su forma actual, se mueve entre los polos opuestos del capital y del trabajo asalariado. Examinemos estos dos polos, términos de la antítesis. "Ser capitalista no es solamente estar en posesión de una determinada posición personal; es ocupar una posición social en la producción. Porque el capital es un producto colectivo, y no puede ser puesto en acción sino por el trabajo colectivo de muchos, en últimos análisis, por el trabajo colectivo de todos los miembros de la sociedad". "El capital no es, por consiguiente, un elemento personal, es un elemento social".

"Por tanto, cuando el capital se haga propiedad colectiva y pertenezca atados los miembros de la sociedad, no podrá decirse que la propiedad personal se ha transformado en propiedad colectiva. Lo único que habrá cambiado, es el carácter social de la propiedad. Entonces ésta dejará de ser una propiedad de clase. (...) "No queremos nosotros, en modo alguno, abolir esa apropiación personal de los productos del trabajo, que tiene por objeto la inmediata conservación de la existencia. Tal apropiación no deja beneficio líquido suficiente a otorgar al trabajador poder alguno sobre el trabajo de otro. Pero sí queremos abolir todo lo que tiene de miserable un sistema de repartición que permite vivir al trabajador únicamente para aumentar el capital y que supedita su existencia a la medida de los intereses de la clase dominante".

Con respecto al programa que se contiene en esta segunda parte resulta interesante destacar, con vistas a las discusiones que vendrían luego en el seno de la Internacional entre marxistas y bakuninistas, el decisivo papel que se asigna al Estado como agente de la transformación que se pretende. En la primera parte del Manifiesto se había dicho que el Estado es un instrumento de poder de la clase dominante, y al explicar el ascenso al poder de la burguesía se refiere a su ocupación del Estado. "Los actuales poderes políticos no son otra cosa que una delegación de la clase burguesa para administrar sus propios intereses". Luego, vimos que el fin de los "comunistas" era articular a la clase obrera, para llegar a "la conquista del poder político por el proletariado". Ahora podemos leer:

"... el primer acto de la revolución obrera será constituir al proletariado en clase dominante, conquistar el régimen democrático".

"El proletariado usará de su supremacía política para arrancar poco a poco a la burguesía toda especie de capital, para centralizar en poder del Estado, es decir, del proletariado constituido en clase directora, los instrumentos de producción, y para acrecentar, lo más rápidamente posible, la suma de fuerzas productivas". (...)"... las medidas siguientes serán de general aplicación, al menos en los países más adelantados:

1) Expropiación de la propiedad inmueble; aplicación de la renta de esa propiedad a los gastos del Estado.

2) Impuesto intensamente progresivo.3) Abolición de la herencia.4) Confiscación de los bienes de los emigrados y rebeldes.5) Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional único, constituido

con capitales del Estado.6) Centralización en el Estado de las industrias de transporte.7) Multiplicación de las manufacturas y de los instrumentos de producción nacionales;

roturación y mejoramiento de tierras laborables con arreglo a un plan genera!.8) Trabajo obligatorio para todos; organización de ejércitos industriales, especialmente-para el

fomento de la agricultura.9) Combinación de la agricultura y del trabajo industrial; preparación de las medidas necesarias

para que desaparezca progresivamente la diferencia entre la ciudad y el campo.10) Educación pública y gratuita para todos los niños. Abolición del trabajo de los niños en las

fábricas, como hoy se practica. Unión de la enseñanza y la producción material, etc.".

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Los autores del Manifiesto conocían bien a Proudhon, la filosofía de los llamados mutualistas, su animadversión a cualquier forma de poder político estatal, su convicción de que el Estado siempre es opresor y lo contrario de la libertad del individuo. Estas ideas habían calado en un sector de la vanguardia obrera, sobre todo en Francia. Acaso no sea nada casual que por ello mismo, precisamente después de haberse atribuido al Estado tan decisiva función en el Manifiesto como agente de la trasformación revolucionaria, a párrafo seguido venga la famosa tesis de la disolución ulterior del Estado como poder político cohercitivo, una vez implantada y consolidada la sociedad sin clases. "Cuando por la marcha de las cosas, hayan desaparecido las diferencias de clase, cuando la producción entera esté concentrada en los individuos asociados, los poderes públicos perderán su carácter político. (...) "A la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase sucederá una asociación en la que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos".

Finalmente, y para concluir sobre esta trascendental obra, de la parte tercera, polémica con respecto a otras escuelas o corrientes del pensamiento socialista entonces con alguna presencia, nos referimos sólo y exclusivamente a la estimación que hace de los utopistas, refiriéndose estos párrafos a lo que anteriormente hemos llamado utopistas clásicos:

"Las descripciones fantásticas de la sociedad futura aparecieron en un tiempo en que apenas estaba iniciado el desarrollo del proletariado: así éste no podía tener de sí mismo un concepto exacto. Todos estos sistemas recogieron su primer e instintivo anhelo hacia una transformación universal de la sociedad.

"Pero en esta clase de obras socialistas y comunistas, hay partes críticas que afectan a los fundamentos mismos de la sociedad presente. En ellas hállanse escrupulosamente recogidos los elementos necesarios a la ilustración de los obreros. Muchas de sus conclusiones positivas referentes a la sociedad futura, por ejemplo, las que tienden a abolir el antagonismo entre la ciudad y la aldea, a abolir la familia, la empresa privada, el salariado, a proclamar la armonía social, a transformar el Estado en una simple administración de la producción, significan simplemente la necesidad de hacer desaparecer el antagonismo de clases. Más como este antagonismo se iniciaba en la época de tales sistemas no pudieron sus inventores conocer de él más que los principios, en los que carecía aún de forma precisa. Las proposiciones por ellos formuladas sólo tienen, pues, un sentido puramente utópico".

La cuarta parte del manifiesto, que indicamos como más coyuntural se refiere a la conducta inmediata que habrían de seguir los miembros de la Federación en cada país, y concluye con la famosa innovación: ¡Proletarios de todos los países, unios!.

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LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES (AIT)

Tras la Revolución del 48 se produjo una cierta descomposición o dispersión del movimiento obrero continental, menos acentuado en Inglaterra, donde pese a la práctica extinción del cartismo, subsistieron las uniones. Muy agravado por el contrario en Francia, donde -como vimos- la efímera IIa República francesa desembocó en el II° Imperio, de Luis Napoleón Bonaparte, es decir, en un régimen de tiranía política.

Para conocer la historia social de los años que van desde el 48 al 64, año en que se crea la Internacional, es fuente interesante el propio Manifiesto inaugure de la misma, en uno de cuyos párrafos podemos leer:

"después del fracaso di la revoluciones del 48, todas las organizaciones de partido [de clase] y todos los periódicos de partido de las clases trabajadores fueron destruidos en el continente por la fuerza bruta. Los más avanzados de entre los hijos del trabajo huyeron desesperados a la república de allende el océano, y los sueños efímeros de emancipación se desvanecieron ante una época de fiebre industrial, de marasmo moral y de reacción política".

Mas, como en la misma cita se indica fueron tiempos de "fiebre" industria esto es, de intensa expansión capitalista, comprendiendo paréntesis de crisis como la de 1862. Conviene tomar nota detallada de la intensidad con que la industrialización se extiende: "En los tres decenios de 1850 a 1880, el numen de caballos de fuerza producidos por máquinas de vapor se elevó en Inglaterra de 1,3 a 7,6 millones; en Francia, de apenas 0,4 a casi 1,3; en la Federación Alemana y luego Imperio alemán, de 0,26 a más de 5,1, y en Austria de 0,1 a 1,6 millones. Proporcionalmente aumentaron la producción de carbón en Inglaterra de 49 a 147 millones de toneladas; en Alemania de 6,7 a 59,1; en Francia, d menos de 0,5 a 19,4 millones de toneladas, y la de acero en Inglaterra de 2,6. 25,1; en Francia de 0,8 a 3,8 y en Alemania de 1,3 a 12 millones de toneladas La industria de los medios de producción y la industria transformadora presentaban el mismo incremento. El ferrocarril abarcó a toda Europa" 6

En la antes citada alocución inaugural de la Internacional, se citan una Palabras de Gladstone ante el Parlamento, donde no sólo se reconoce ( Progreso económico de Inglaterra, sino su desigual reparto: "Desde 1842 a 1852 la renta imponible del país ha aumentado en un 6%; en ocho años, de 1853 a 1861, ha aumentado ¡en un veinte por ciento!. Este es un hecho tan sorprendente que casi es increíble... Tan embriagador aumento de riqueza y de poder –añade Mr. Gladstone- se halla restringido exclusivamente a las clases poseyentes".

Más adelante, valora el Informe: "Desde 1848 ha tenido lugar en estos países industriales y progresivos del continente un desarrollo inaudito de la industria y una expansión ni siquiera soñada de las exportaciones y de las importaciones. En todos ellos "el aumento de la riqueza y de poder restringido exclusivamente a las clases poseyentes", ha sido, en realidad "embriagador". En todos ellos, lo mismo que en Inglaterra, una pequeña minoría de la clase trabajadora ha obtenido cierto aumento de su

6

WOLFGANG ABENDRO TH. "H" Social del Movimiento Obrero Europeo", Ed. Laia. P. 35-36

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salario real; pero para la mayoría de los trabajadores, el aumento nominal de los salarios no representa un aumento real del bienestar". Se citan luego incluso aquellos informes oficiales referentes a la salud, a la instrucción, etc. que constatan el estado de miseria generalizada de los asalariados.

Pero lo que nos interesa en este momento destacar es que esa expansión económica implicaba también un tremendo desarrollo cuantitativo de la clase obrera asalariada, un fuerte incremento de la socialización del trabajo, de la concentración de los obreros en torno a los núcleos industriales; es decir, de las condiciones necesarias para que pudiera producirse un avance significativo del movimiento obrero.

El hecho, por otra parte, de que este primer capitalismo industrial se encuentra en fase de brutal acumulación del capital, de preferente creación de infraestructura básica, y de escandalosa desigualdad en el reparto, complementan la explicación de por qué en el período siguiente van a aparecer las organizaciones de masas.

Desde el fracaso del 48, Marx, y otros muchos elementos dirigentes, desconfiaban del revolucionarismo impulsivo. Advirtieron que a la clase trabajadora en cuanto tal le quedaba cierto trecho por recorrer para adquirir la fuerza necesaria precisa para acometer su designio de transformar la sociedad. Marx aconsejaba por estos años que los obreros alemanes apoyaran a la burguesía progresista en sus intentos por obtener reformas democráticas, sin perjuicio de que desarrollaran simultáneamente sus propias organizaciones y tomasen conciencia de sus propios objetivos, aun cuando éstos hubieran de aplazarse, y su enfrentamiento con Lasalle fue a causa de esto, de cuestiones estratégicas más que ideológicas, pues Lasalle sentía tal animadversión por la burguesía que estaba dispuesto a entenderse con la autocracia si ésta le proporcionaba recursos para establecer su fórmula de trabajo cooperativo.

Así, pues, la Internacional va a nacer no sólo como plasmación de aquel ideal genérico de fraternal unión que ya vimos prefigurado, por ejemplo, en Flora Tristán, sino que va a representar nuevas estrategias, y muy especialmente la idea de proceder principalmente a unificar las organizaciones de la clase obrera, a darles mayor cohesión nacional e internacionalmente, y hasta el punto posible, unificar también la definición de sus alternativas. Así mismo surge con la vocación de ser organización de masas y promotora de organizaciones de masas. En otro pasaje de la alocución inaugural, -redactada por Marx- dice: "La clase obrera posee un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados. Guiados por este pensamiento, los trabajadores de los diferentes países que se reunieron en un mitin público en Saint Martins Hall el 28 de septiembre de 1864 han resuelto fundar la Asociación Internacional".

Así, pues, la la Internacional surgía muy especialmente bajo el signo e invocación de la unidad obrera. Es cierto que las divisiones y enfrentamientos -internos acabarían disgregándola. Pero luego resurge una nueva Internacional, que pasará por nuevas vicisitudes y reconstrucciones, y habrá momento, como veremos, en que existen varias Internacionales simultáneamente. No importa, Internacional es sinónimo de unidad de la clase obrera, hasta donde fue posible en cada momento, y eso es también lo que luego trata de exaltar el famoso himno, la Internacional, que es un canto, como dice su primera estrofa, de unidad.

Por tanto, la Asociación Internacional de Trabajadores quedó formalmente

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constituida el 28 de septiembre de 1864, en Londres. Para llegar a esto se habían realizado trabajos previos que comenzaron dos años antes. En 1862, Francia envió una comisión obrera para visitar la Exposición Internacional que celebraba la capital británica, probablemente con la intención de que aquellos díscolos obreros proudhonianos asimilaran un sindicalismo, el británico, que desde el continente se consideraba más evolutivo.

Las uniones inglesas no tenían propiamente ninguna estructura orgánica central, pero en 1859, con ocasión de una larguísima huelga de la construcción habían constituido un Consejo ("London Trades Council") que organizó eficazmente el apoyo solidario de las demás uniones, consiguiendo el éxito de la huelga. El Consejo prolongó su función coordinadora, y con él entraron en contacto los visitantes franceses. Acordaron celebrar un mitin conjunto el 22 de julio de 1863, y con ocasión de esta nueva cita se discutió la posibilidad de articular un organismo internacional, creando al efecto un Comité presidido por George Odger. De él formaban parte obreros franceses, ingleses, así como exiliados alemanes. Este comité es el que convoca la trascendental reunión de Saint Martins Hall de 1864, y quien encarga a Marx la redacción de la Memoria, Memorial, Manifiesto, o la Alocución Inaugural, que de todas esas formas aparece mencionada en diferentes textos.

Hablar de las dificultades en la redacción de ese histórico documento, del que ya hemos hecho algunas citas puntuales, es hablar de la mayor dificultad con que se encontraba el proyecto de unir a personas pertenecientes a escuelas socialistas bien distintas. Marx optó por moverse a lo largo del texto en la zona de ideas más o menos compartidas y eludió reflejar en el mismo otras muchas que él tenía ya profundamente arraigadas, dichas en el manifiesto comunista, y luego desarrolladas en obras posteriores. En general, nada se dice en lo concerniente a la estatalización de los recursos productivos, y en cambio se desarrollan positivamente los conceptos de producción cooperativa y de socialización del crédito, nociones ambas de cara estimación tanto para los mutualistas 0 proudhonianos como para los lasallianos alemanes, con los que esperaba obtener más adelante algún acuerdo. Con este asunto estamos ante una cuestión clave que implica gran parte de las cuestiones que serían objeto de confrontación en la la Internacional, y luego causa de su ruina. Porque el modelo de la organización de la producción, entrañaba la cuestión del papel que se asigna al Estado, lo que por otra parte enlaza con el modelo de organización que se propugna para la misma clase obrera.

Los franceses, influidos por Proudhon, y en la tradición con la "Organización del Trabajo", de Blanc, preferían un orden económico de unidades autónomas confederadas por una entidad no estatal que asegurase alguna planificación y ciertos intercambios. Incluso algunos líderes de uniones británicas, herederos a su vez del owenismo, obedecían a una línea semejante. Desconfianza hacia el Estado. Postura que luego mantendrá Bakunin.

Tras ser informados del Manifiesto Comunista, ya conocemos que Marx pertenecía más bien a quienes consideraban más operativo el sistema de centralizar la producción estatalizando las principales fuentes de riqueza.

La Memoria o Alocución Inaugural trata con fina sutileza la cuestión. De una parte elogia primero, como una de las cosas más importantes llevadas a cabo en los años precedentes, las experiencias realizadas de producción cooperativa. Sin embargo, poco después afirma que ese camino no es suficiente, por si solo, para realizar un cambio total y global del sistema económico:

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"Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales que han demostrado con hechos, no con simples argumentos que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, podía prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase de los asalariados (...) y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado..." (...) "Al mismo tiempo, la experiencia del período comprendido entre 1848 y 1864 ha probado hasta la evidencia que, por excelente que fuese el principio, por útil que se mostrase en la práctica, el trabajo cooperativo, limitado estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros, no podrá detener jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio, ni emancipar a las masas ni aliviar siquiera un poco la carga de su miserias". (...) "Para emancipar a las masas trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos". (...)

"La conquista del Poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera".

Como puede apreciarse, a través de este razonamiento, que hemos esquematizado entresacando las frases claves del discurso, resitúa la alternativa mutualista en coordenadas de lucha política: ni siquiera sería generalizable a todos el régimen de producción cooperativa sin desalojar del poder político a la clase propietaria, quien a través de la posesión del poder político legisla estableciendo las reglas del juego económico a su conveniencia. En 1864 todavía no existían partidos políticos obreros, lo que luego se ha llamado "partidos de clase", y cuando en los documentos, como el que analizamos, se alude al partido de los obreros, se refiere al campo, al frente, al bando, de los trabajadores. Una de las tareas de los congresos de la la Internacional será precisamente perfilar en qué ha de consistir la lucha política de la clase trabajadora.

Por último, procede destacar de este documento una idea que habría de ser otra perspectiva novedosa para el movimiento obrero aportada y desarrollada por la internacional: exhorta a los trabajadores y a sus organizaciones a permanecer vigilantes de la política internacional, tomando parte activa en las cuestiones internacionales.

El desarrollo económico ya había intensificado la interdependencia económica, ¡as naciones, sobre todo por el problema de los mercados que, en algunas materias era ya un mercado mundial, y que empezaba a serlo en cuanto a la inversión de capitales. No obstante en este texto se basa la exhortación a preocuparse del tema internacional en la solidaridad debida entre los trabajadores de los distintos países. Así mismo, en lo que será otra constante del internacionalismo, la prevención de la guerra y el antibelicismo.

El texto recuerda que ha sido la resistencia popular lo que ha impedido al gobierno británico intervenir en apoyo de los esclavistas en la guerra civil norteamericana, evoca otras contiendas continentales, para concluir que todos estos sucesos" ... han enseñado a los trabajadores el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por los medios de que dispongan y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones".

En cuanto a su estructura organizativa la la Internacional adoptó un modelo federal muy laxo: la afiliación era individual, aunque también podían adherirse en bloque todos los individuos de una organización, como sucedió con la mayor parte de la uniones inglesas. Esa federación estaba constituida por Secciones o federaciones nacionales, y

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éstas por entidades locales. Existía también un Consejo General, residenciado en Londres, inicialmente constituido por 27 ingleses, 9 franceses, 2 suizos, 9 alemanes y 2 polacos. Por último, el Consejo Central, inicialmente presidido por George Odger, formado por nueve personas, del que formó parte Marx como secretario para Alemania.

En los debates previos, preparatorios de la creación de la Internacional, Wolff, adjunto de Garibaldi, presentó un proyectó de estructura mucho más centralizado, y Marx, a quien luego se acusará de centralista, fue quien defendió esa otra estructura federal laxa, pues para él, el fin primordial en aquellos momentos no era otro sino unificar y dar coherencia, así como sistematismo en el pensamiento y en la acción, a la heterogénea y numerosa cantidad de escuelas y organismos obreros que iban floreciendo por todo el Continente.

Asimismo, la reunión fundacional de 1864, aprobó las bases de un reglamento, cuyo prólogo es lo más importante, por cuanto contiene una cierta declaración de principios, en la que tras asumir la noción básica de que "la emancipación de la clase obrera ha de ser obra de sí misma", se afirma la dimensión internacional de esa lucha: "que la emancipación de la clase obrera no es una tarea local n nacional, sino mundial, que abarca todos los países en los que exista la sociedad moderna y cuya solución depende de la cooperación práctica y teórica de los Países más avanzados".

Y como declaración de principios, como criterios rectores que fueron difundidos entre los trabajadores de todos los países donde había obreros adheridos contiene un importantísimo mensaje ético, a renglón seguido de excluir toda discriminación, que es éste: "Considera el deber de cada uno alcanzar los derechos humanos y cívicos no sólo para sí, sino para todo el que cumpla con su deber. Ni deberes sin derechos, ni derechos sin deberes".

CONGRESO DE GINEBRA

El primer Congreso ordinario de la Internacional se celebró en la ciudad suiza de Ginebra, de 3 al 8 de septiembre de 1866. Asisten unos sesenta delegados de los cuales casi la tercera parte eran franceses.

En él se adoptaron importantes acuerdos que podemos resumir así:a) No excluir de la Internacional a los trabajadores no manuales, conforme proponían

los delegados franceses de influencia proudhoniana (lo que hubiera excluido a Marx, por ejemplo), obsesionados con la idea de que elementos intelectuales "políticos" pudieran adueñarse de la Internacional obrera y utilizarla en luchas políticas que desaprobaban por su radical rechazo a las "instituciones burguesas".

b) La promoción de bancos de crédito gratuito, que permitieran a los obreros emanciparse adquiriendo por sí mismos medios de producción.

c) Recomendar la creación de cooperativas de producción, si bien que en la resolución correspondiente se reconozca que este procedimiento por sí solo no es suficiente para alterar las bases del sistema social.

d) Reducción de la jornada laboral a ocho horas, acuerdo que fue muy laborioso de obtener, pues los proudhonianos seguían ofreciendo gran resistencia a todo cuanto implicara demandar al Estado intervención en la regulación del trabajo.

e) Reclamar la existencia de un sistema de instrucción pública para los niños.f) Los sindicatos no deben limitar su actividad a meros fines reivindicativos

inmediatos, sino que deben orientar su actividad a la superación misma del régimen de salariado.

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La resolución sobre los sindicatos, muy elaborada, había sido preparada por el Consejo General de Londres, y se estructura en tres partes, sobre el pasado, el presente y el futuro de estas organizaciones. "El objetivo inmediato se ha limitado a las reivindicaciones de todos los días... Esta actividad de los sindicatos no es sólo legítima, sino necesaria. No nos podríamos dispensar de ella en tanto subsista el modo actual de producción. Por el contrario, es preciso generalizarla creando sindicatos y uniendo éstos en todos los países".

Con respecto al presente, entre otras cosas dice: "... se han quedado demasiado aparte de los movimientos sociales y políticos generales".

Sobre el porvenir dice: "Aparte de sus objetivos primitivos, de ahora en adelante los sindicatos tienen que trabajar de manera más consecuente, como centros de organización de la clase obrera, en vista de su emancipación completa. Es preciso que sostengan todo movimiento social y político que tenga ese fin. (...) Es preciso prestar mayor atención y cuidado a la defensa de los intereses de las capas obreras peor retribuidas, por ejemplo, los obreros agrícolas, a quienes las circunstancias particularmente desfavorables neutralizan su fuerza de resistencia. Es preciso que los sindicatos inculquen al mundo entero la convicción de que sus esfuerzos, bien lejos de ser egoístas e interesados, por el contrario tienen como fin la emancipación de las masas sojuzgadas".

Finalmente, debemos anotar que el Congreso de Ginebra aprobó los Estatutos y el primer Reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores. Fue un Congreso de afianzamiento en el que lo más importante era buscar coincidencias básicas, a veces un tanto ambiguas, entre las distintas corrientes ideológicas.

CONGRESO DE LAUSANA

El segundo Congreso de la Internacional se celebra en Lausana (Suiza) del 2 al 9 de septiembre de 1867. Asisten 71 delegados, entre los que todavía siguen predominando los franceses, lo que explica la orientación de casi todos los acuerdos concernientes a las cooperativas y al crédito.

En síntesis, se adoptan acuerdos sobre las siguientes materias:a) En cuanto a las cooperativas de producción, considerar que sólo son aceptables

aquellas en las que se preserva la más absoluta igualdad entre todos sus componentes, en las que no hay interés del capital, sino donde sólo el obrero percibe el beneficio íntegro de su trabajo. Con ello se intenta salir al paso de que el régimen cooperativo degenerase en la segregación de grupos de trabajadores privilegiados sobre los demás, e incluso explotadores de los que fuesen simplemente empleados de las cooperativas.

b) El acuerdo anterior se complementa con otro referente al crédito en el que se retorna a la idea del crédito gratuito, idea que los proudhonianos pensaban realizable mediante instituciones bancarias sociales, independientes del Estado y que los seguidores de Blanc o de Lasalle interpretaban que podría obtenerse de instituciones estatales previa consecución del sufragio universal. Mediante éste se obtendría la influencia política bastante para conseguir un tipo de crédito por el cual, paulatinamente, el desarrollo de la producción cooperativa o asociado sustituyera a la producción basada en el salariado, sin necesidad de revoluciones violentas.

c) En materia de educación se desarrollan criterios con respecto al Congreso anterior,

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y se habla ya de enseñanza científica, profesional y productiva; de un plan integral de enseñanza; de la organización de talleres-escuelas, y de enseñanza laica.

d) Se afirma que los medios de transporte y cambio deben ser de propiedad pública. Se planteó el tema de si la tierra debe ser también propiedad pública se deja este punto pendiente de resolución para consultar sobre el mismo a las secciones.

e) Se proclama la necesidad de que los monopolios sean también propiedad pública (incluyendo los servicios en gran escala).

f) En materia de actuación política el Congreso aprueba una importante resolución en la que después de encarecer a todos la lucha en favor de cumplimiento de los Derechos del Hombre en todos los países, se concreta lo siguiente:

"1° Que la emancipación social de los trabajadores es inseparable de si emancipación política.

2° Que el establecimiento de libertades políticas es una medida principal d' absoluta necesidad"

Estos dos puntos son ciertamente ambiguos en su posible interpretación práctica. ¿Por qué medios ha de hacerse esto?. Sin embargo se abría un camino clarificador con respecto a quienes preferían planteamientos y soluciones puramente economicistas.

g) Sobre la guerra se adopta una resolución que marca ya la perspectiva con que la Internacional se ocuparía de este asunto. Vincula las causas de la guerra al pauperismo y la falta de equilibrio económico; para prevenirla no basta con disolver o reducir los ejércitos, sino que es preciso modificar la organización social asegurando una distribución más equitativa. La guerra pesa especialmente sobre las clases trabajadores. Incluso la "paz armada" paraliza las fuerzas de producción. En definitiva la paz, primera condición del bienestar general, se encuentra amenazada por la sociedad de clases.

La Internacional rehusó formar parte de la "Liga por la Paz y la Libertad", creación reciente de intelectuales y políticos de muy diversos partidos, precisamente en cuanto que la Liga no estaba dispuesta a reconocer las causas económicas y sociales de las guerras.

CONGRESO DE BRUSELAS

El Tercer Congreso de la Internacional tuvo lugar en Bruselas del 6 al 13 de septiembre de 1868.

La representación ostentada por los delegados se iba diversificando. Sobre un total de 100, en este caso el mayor número correspondía a los belgas. Luego estaban 18 franceses, representando a Inglaterra, comprendido el consejo General, 12; suizos 8, alemanes 4, uno italiano, y un español. Por primera vez aparecía alguna representación española encarnada por Antonio Marsal Anglora, perteneciente a una organización clandestina, la "Legión Ibérica", de Barcelona, por lo que actúa con el seudónimo de Sarro Magallán.

El tema principal de este Congreso fue el de la propiedad, y en particular el de la propiedad de la tierra, que había quedado aplazado en el Congreso anterior. La línea general de la resolución adoptada, cuyos párrafos esenciales reproducimos, va en la línea de una socialización no estatalizadora, lo que representa una posición equidistante entre quienes defendían fórmulas de propiedad privada de los mismos trabajadores, y los "comunistas", más partidarios de la propiedad estatal. En todo caso este acuerdo, del que a veces resultan muy interesantes los considerandos previos dado el momento en

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que se adoptaba (1868), representa un avance muy importante en el sentido de que el conjunto del movimiento obrero iba asumiendo como objetivo esencial la idea de socialización de los medios productivos.

En la resolución se distingue entre diversas formas de explotación de la tierra y se incluyen explotaciones de comunidades asentadas en la tierra.

Con respecto a las minas, cuencas hulleras y ferrocarriles se afirma que "pertenecerán a la colectividad social representada por el Estado" y que éste las otorgará en concesión a compañías o sociedades obreras, bajo estrictas condiciones que aseguren la explotación racional, el precio de coste de los servicios, y que garanticen "los derechos mutuos de cada miembro de la Asociación obrera con relación a sus colegas".

Con respecto a la propiedad agrícola:"Considerando que las necesidades de producción y la aplicación de los

conocimientos agronómicos reclaman un cultivo hecho en gran escala y, en conjunto, exigen la introducción de las máquinas y la organización de la fuerza colectiva en la agricultura, y que, por otra parte, la evolución económica por sí misma tiende al gran cultivo; (...) "El Congreso declara que la evolución económica hará de la entrada del suelo arable a la propiedad colectiva, una necesidad social; el suelo será concedido a las compañías agrícolas (...) y esto mediante condiciones de garantía para la sociedad y para los agricultores, análogas a las necesarias para las minas y los ferrocarriles".

Con respecto a los canales, caminos, carreteras y vías telegráficas:"Considerando que estas vías de comunicación exigen una dirección de conjunto y

gastos de conservación que no pueden dejarse confiados a los particulares, como lo piden ciertos economistas, so pena de monopolios.

"El Congreso declara que las vías de comunicación deben ser propiedad colectiva de la sociedad".

Con respecto a los bosques:"Considerando que el abandono de los bosques a los particulares conduce a la

destrucción de los mismos bosques"; "Que esta destrucción en ciertos puntos del territorio perjudicará la conservación de los manantiales, y por consiguiente las nuevas cualidades de los terrenos, así como la higiene pública y la vida de los ciudadanos". "El Congreso acuerda que los bosques deben ser propiedad de la colectividad social".

Por otra parte, el Congreso de Bruselas volvió a insistir en la fórmula de la cooperativa de producción, de mutualismo y de crédito sin interés.

También se trato de nuevo sobre la educación, y advirtiendo cuan lejos estaba entonces el establecimiento real de la instrucción gratuita universal, "El Congreso invita a las diferentes secciones a establecer cursos públicos siguiendo un programa de enseñanza integral para remediar en lo posible la insuficiencia de la instrucción que los obreros reciben actualmente. Queda entendido que la reducción de las horas de trabajo es considerada como una condición primordial indispensable" Con ello las organizaciones de los trabajadores asumirían un papel pedagógico que tuvo efectivamente gran trascendencia en la formación de la cultura obrera. De hecho, las sociedades obreras fueron también centro educativos que desarrollaron la conciencia de clase.

Finalmente, el otro gran tema de este Congreso fue la cuestión de la guerra, cuya perspectiva amenazaba Europa, -dos años después estalló la guerra franco-prusiana- y que se advertía como un peligro destructor creciente al volverse potencia para la aniquilación todo el progreso científico e industrial.

La resolución tomada al efecto, insiste y desarrolla la teoría sobre las causas

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económicas de la guerra, que tienen "como causa auxiliar la arbitrariedad que resulta de la centralización y el despotismo". Secundariamente, pues, los regímenes políticos.

Los trabajadores tienen que oponerse a las guerras oponiéndose a sus causas originarias. Llega a decirse que las guerras entre las naciones son una guerra civil entre los trabajadores de los distintos países, y se adopta la quimérica 'resolución de que en caso de estallar la guerra, sea paralizada por los trabajadores mediante una huelga general e internacional en las zonas afectadas.

Marx, que no asistió al Congreso, se irritaba ante las estrategias quiméricas, como por otro lado se contrariaba con la exagerada fe, puesta por los mutualistas, en el cooperativismo y el crédito sin interés.

CONGRESO DE BASILEA

El cuarto Congreso de la Internacional se celebró en la ciudad suiza de Basilea, del 6 al 12 de septiembre de 1869, al que asisten delegados en representación de nueve países. De ellos, veinticuatro suizos, veinticuatro franceses, cinco belgas, cinco alemanes, seis ingleses, dos austríacos, dos italianos, dos españoles y un norteamericano. Los representantes españoles fueron Rafael Farga Pellicer y Gaspar Santiñon, quienes presentan un interesante y largo informe en nombre del Centro Federal de Sociedades Obreras de Barcelona, sobre la situación de la clase trabajadora en España, y su organización.

Bakunin asiste por primera vez a un Congreso de la Internacional, como delegado de Italia en esta ocasión.

En primer lugar, un sector de la delegación francesa, encabezado por Tolain, de neto carácter mutualista o proudhóniano, intentó que el Congreso reconsiderase la resolución sobre la propiedad de la tierra, pero su pretensión fue rechazada y en cambio se aprobó otra propuesta por el belga De Paepe que afirmaba "El Congreso declara que la sociedad tiene derecho a abolir la propiedad individual de la tierra y devolverla a la colectividad ...".

El punto más discutido en este Congreso fue el relativo a la herencia. También fue motivo de confrontación entre las tendencias que habían convergido en la Internacional, pero que desde ahora irán agudizando su confrontación.

Todos eran adversarios del sistema hereditario vigente, por el que se reproducían generación tras generación tremendas desigualdades económicas, muy especialmente s¡ pensamos en la población rural, donde la transmisión hereditaria de la tierra predeterminaba el destino social de las familias por generaciones y generaciones.

Por otra parte, preocupados por la propiedad de los bienes productivos, parece que la cuestión de la herencia es esencial. Una ruptura en esa transmisión pudiera parecer un camino hacia el colectivismo.

Eccarius, próximo a Marx defendía que la herencia es sólo la consecuencia de la propiedad privada y no su causa. Consideraba que lo principal era ir contra la propiedad privada en las formas en que resultaba necesaria su abolición. Recomendaba el recargo de impuestos sobre las herencias y la limitación de las sucesiones testamentarias a la línea directa familiar.

Los anarquistas, encabezados ya por Bakunin, verán en la herencia la causa de las desigualdades sociales y defendían su drástica desaparición. Obtuvieron mayoría sobre

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este punto en el Congreso pero ninguna proposición obtuvo la mayoría suficiente para que se adoptara una resolución vinculante. No obstante, es claro que la mayoría relativa estaba a favor de la abolición radical y completa del derecho de herencia.

Con respecto a las sociedades de resistencia (sindicatos) el Congreso de Basilea adoptó una interesante resolución que sugería ya la configuración de federaciones de oficio, tanto a nivel nacional como internacional: "El Congreso cree que todos los trabajadores deben dedicarse activamente a formar sociedades de resistencia en los diversos oficios. A medida que se vayan formando esas sociedades invita a las secciones, grupos federados o grupos centrales a comunicárselo a otras sociedades del mismo ramo, a fin de provocar la creación de uniones internacionales de los gremios. Esas federaciones serán encargadas de reunir todas las informaciones que interesan a su industria respectiva, a dirigir las medidas que han de tomarse en común; de regular las huelgas y de trabajar activamente en su éxito, en espera de que el salariado sea reemplazado por la Federación de productores libres".

En este acuerdo -comenta Amaro del Rosal- está el antecedente de los Secretariados internacionales profesionales, y de las Internacionales de industria, algunas de las cuales han jugado un papel importante en el desarrollo del movimiento obrero internacional y en su unidad.

El último asunto que por su importancia recogemos, dada la trascendencia ulterior que tuvo, de lo tratado en Basilea, es lo concerniente a las facultades del Consejo General, al que se otorga capacidad para admitir o negar el ingreso en la Internacional, sujeta a la decisión final del Congreso, y la facultad para suspender a cualquier sección que pudiera actuar contra los intereses de la Internacional, también a expensas de ratificación congresual. Con esto quedaba reforzada la capacidad disciplinaria del Consejo General.

En torno a estos acuerdos las secciones seguidoras de Bakunin inician la protesta y la polémica frente al "autoritarismo" del Consejo, cuya figura de mayor peso era Marx.

Concluyó el Congreso de Basilea aceptando la invitación de los delegados franceses para que el próximo Congreso se celebrara en París. No pudo ocurrir tal cosa, pues el año siguiente (1870) estalló la guerra franco-prusiana, lo que traería por consecuencia la famosa insurrección de la Comuna de París.

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LA COMUNA DE PARÍS

La guerra franco-prusiana (1870) produjo un efecto devastador sobre la la

Internacional, como luego ocurrirá con respecto a la IIa Internacional y la primera Guerra Mundial (1914-1918). La tremenda similitud consiste en que las diferencias ya existentes en el seno de la Internacional, se agudizan ante una situación límite como siempre es la guerra, y la forma de responder ante esa situación extrema se hace tan antagónica que la unidad se rompe. Hablar de escisión en la Internacional equivale a decir división en el movimiento obrero.

. La guerra implica el fracaso de los ideales antibelicistas de una organización concebida, entre otras cosas, para la defensa de la paz y la cooperación entre el proletariado de los distintos países. Con razón decía la resolución del Congreso de Bruselas que la guerra entre las naciones es una guerra civil en el seno de las clases trabajadoras, aunque no querida, sino impuesta por los intereses .contradictorios de las burguesías nacionales.

Con la guerra franco-prusiana se interrumpe la secuencia periódica de los Congresos de la Internacional, y portante el proceso de unidad y homogenización del movimiento obrero; ocurren hechos que van a impactar el futuro de la Internacional, y por eso hemos de interrumpir el estudio de esos Congresos para atender un poco siquiera al principal de esos sucesos, la insurrección de la Comuna de París.

LA COMUNA

Para los franceses "comuna" era la unidad tradicional de la administración local. En mayor o menor grado, la comuna siempre tuvo alguna autonomía para administrar sus asuntos. En cierto modo, la comuna representaba la imagen de un poder inmediato al pueblo, casi siempre emanado directamente del pueblo, en contraste con el poder lejano y centralizado del Estado.

Por otra parte, ya hemos podido advertir la concurrencia de varias corrientes socialistas en la idea de que la unidad social básica es la comunidad local, aquella que hace posible la intervención directa de los ciudadanos, manteniendo los federalistas puros que por encima de la unidad política local todo lo demás es Pacto o concierto libremente establecido, y todo otro poder, delegado.

La insurrección de la Comuna parisina no fue, sin embargo, el resultado de ningún plan revolucionario preconcebido, como la propaganda reaccionaria Propaló por toda Europa haciendo creer que había sido fruto de una conjura de la Internacional, para espanto de burgueses y "justificación" de persecuciones. Antes bien, los sucesos de la Comuna se originan como reacción del pueblo de París frente a un Gobierno que literalmente abandona la ciudad, llevándose consigo la fuerza del ejército regular y todo el aparato de la Administración, y que pretende dejarla a merced del invasor prusiano.

Tan insólita circunstancia se deriva de la derrota de Napoleón III en Sedán, frente al ejército prusiano. Alemania no había consumado todavía su tardío proceso de unificación nacional, pero Prusia, al frente de la Confederación de Estados del Norte,

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con el rey Guillermo I, y Bismarck como gobernante, era ya una primera potencia militar y un poder militarista.

La causa inmediata de la Guerra franco-prusiana se encuentra en la disputa por la Corona de España, vacante desde el destronamiento del Isabel II (septiembre de 1868). El gobierno español (Prim) ofreció la corona al príncipe Leopoldo von Hohenzollern-Simaringen, hijo del rey Guillermo I de Prusia. El gobierno de Napoleón III manifestó que no estaba dispuesto a consentir que un príncipe alemán se aposentara del otro lado de los Pirineos, tanto por la eventualidad de un doble frente en caso de conflicto, cuanto por el hecho de que ello rompería "el equilibrio" europeo. El cruce de notas entre los dos gobiernos a cual más arrogante, desembocó en que Francia declarase la guerra a Prusia el 15 de junio de 1870.

La contienda fue relativamente breve. Su punto culminante es la derrota francesa en la batalla de Sedán, siendo hecho prisionero el 2 de septiembre Napoleón III, quien fue trasladado a Alemania. El día 4 se proclamó la República en el Ayuntamiento de París, sin resistencia por parte del Gobierno. Pero los prusianos continuaban avanzando y en septiembre pusieron cerco a la capital de Francia.

Así comenzaba un largo sitio que duraría casi cinco meses, y durante el cual la ciudad tuvo que valerse por sí misma, organizando una ardua resistencia. Es el preámbulo de la Comuna. Frente a lo que representaba la autocracia prusiana (Bismarck), estimulados por la caída de Napoleón III, los viejos sentimientos republicanos y jacobinos del París revolucionario resucitaron con vehemencia. En esa resistencia hacían causa común la burguesía y el proletariado, que se encontraban en la filas de la Guardia Nacional, principal elemento de resistencia, dada la desarticulación del ejército regular en derrota.

Tras la caída del Imperio, la Cámara Federal de Sociedades Obreras y los delegados de las Secciones de la Internacional de París, dirigieron un llamamiento al pueblo alemán: "La Francia republicana te invita, en nombre de la justicia, a retirar tus ejércitos; si no será preciso combatir hasta el último hombre y derramar ríos de tu sangre y de la nuestra. Te repetimos lo que declaramos a la Europa coaligada de 1793: el pueblo francés no hace la paz con un enemigo que ocupa su territorio. Vuelve a cruzar el Rhin. Desde las dos orillas del río disputado, Alemania y Francia, tendámonos la mano".

Los socialistas alemanes que reclamaron la retirada y la paz tras la caída de Napoleón III, lo que aseguraba la seguridad de las fronteras alemanas, fueron encarcelados.

Durante el largo asedio de París, más penoso conforme se vino el invierno, ante la incompetencia y fracaso de las autoridades (que ahora se decían republicanas) emanadas de la vieja estructura de poder, los distritos de la capital fueron organizando comités propios, y un comité central, al tiempo que de forma semejante, la Guardia Nacional eligió sus propios jefes, y confederando sus batallones, creaba una fuerza popular armada.

Cuando a finales de enero capituló la defensa militar de la ciudad, y se firmó un armisticio, los comités de barrio y la Guardia Nacional lo rechazaron.

Con 43 Departamentos ocupados, 400.000 prisioneros de guerra en Alemania, y una parte considerable de su cuerpo electoral movilizado, con prohibición de celebrar asambleas políticas, hubo elecciones en Francia que configuraron una Asamblea Nacional de mayoría monárquica, entre orleanistas y bonapartistas. Se reunió en Burdeos y entregó el poder ejecutivo a Thiers.

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Bismarck exigía para firmar la paz, la anexión de ricas regiones francesas, de la Alsacia y la Lorena, que obtuvo, así como la entrada de sus ejércitos en París.

El uno de marzo las tropas prusianas, conforme había establecido el armisticio desfilaron por los Campos Elíseos, pero cautamente no ocuparon la ciudad, retirándose de nuevo.

El problema del gobierno Thiers era cómo imponer a los parisinos la rendición. Pretendió desarmar a la guardia nacional, y el choque entre la fuerza del ejército regular y la milicia nacional fue violento. La excitación fue máxima. Dos generales fueron asesinados. Thiers ordenó el abandono de la capital, con el ejército y toda la Administración, retirándose a Versalles (19 de marzo). Muchos historiadores coinciden en afirmar que el designio de esta retirada no era otro sino facilitar la insurrección, tener tiempo para reorganizar sus fuerzas, y retornar tras un "ejemplar" escarmiento.

En París no quedaba otro poder que el Comité de la Guardia Nacional Confederada. Su primer acto en el ejercicio de ese poder fue convocar elecciones para elegir una Comuna democrática. Celebradas éstas el 26 de marzo, el 28 fue proclamada la Comuna.

De 485.000 electores votaron, pese a las circunstancias, 229.000. Componían la Comuna un abigarrado conjunto de liberales y radicales procedentes de los distritos de las clases medias, miembros significados de la Guardia Nacional, obreros mutualistas y unos 17 afiliados a la Internacional, sobre un total de 92. Sucesivas dimisiones y elecciones parciales, conforme fue agravándose el conflicto, acentuaron el signo rojo de la Comuna.

La Comuna declaró solemnemente dirigiéndose a todos los departamentos del país que no tenía intención de separarse de Francia sino que defendía la República, una república de Comunidades libremente federadas. Les llamaba a seguir ese camino 7

Inmediatamente se apresuraron a reorganizar la defensa de la ciudad, a poner marcha sus servicios esenciales, a articular una administración propia. Thiers, para dominar a la Comuna, pactó con los prusianos, y liberados al afecto soldados prisioneros franceses, rearticuló un ejército para aplastar a los Parisinos. Los prusianos también contribuyeron entregando al gobierno de Thiers a cuantos "comunards" cayeron en sus manos.

La Comuna organizó un sistema de poder en el que confluía la función de dar normas y asegurar el cumplimiento de éstas por medio de delegados. Reforzaron el poder de los órganos a nivel de distrito. Su brazo armado no era otro sino los batallones de la Guardia Nacional confederados. Es decir, configuraron un sistema muy vivo de democracia directa, en la que todos los cargos eran revocables por sus electores. Los cargos públicos eran retribuidos al nivel mismo de los trabajadores manuales.

En medio de una fiebre de sentimientos fraternales y de exaltación cívica todos colaboraban en la ilusión de haber comenzado el edificio de una nueva sociedad.

Buena parte de la alta clase abandonó la ciudad durante las primeras semanas sin impedimento alguno.

La vida de la Comuna fue tan intensa como breve. Duró poco más de dos meses. No le dio materialmente tiempo a crear un orden económico nuevo. Sólo adopta una serie de disposiciones que marcan la orientación. Pero además de lo que dicen las normas y

7

"Si las ciudades de provincias se hubieran levantado y establecido sus propias Comunas, la dispersión de las escasas fuerzas de la Asamblea, habrían dado a Pans, por lo menos, la tuerza de la transacción. Pero los movimientos que hubo en las provincias (...) fueron fácilmente dominados (...) y París quedó aislado" (COLE)

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los documentos, sus testigos nos han legado la descripción de unas semanas vividas en la experiencia de la generosidad y la libertad, conforme se aproximó el final trágico de la Comuna, del heroísmo.

Desde el primer momento la administración económica fue rigurosa. Varlin, internacionalista conocido, asistente a varios Congresos de la Internacional, fue responsable de finanzas. El Banco de Francia no fue confiscado. "Del Banco de Francia, el gobierno comunalista recibe 9.400.000 francos pertenecientes a la ciudad y un anticipo de 7.292.000 francos. Los gastos del 20 de marzo al 20 de abril suman 26 millones. En las nueve semanas de su existencia, la Comuna gastó 46 millones de francos. (...) Durante este mismo período el Banco de Francia aceptó cerca de 260 millones de letras giradas sobre él por el gobierno de Versalles para combatir a París" (DOLLEANS).

Sin embargo, Thiers telegrafiaba a las provincias: "En París, la Comuna, ya dividida, mientras trata de sembrar en todas partes falsas noticias, y saquea las cajas públicas..."

En abril, para poner en marcha los talleres cerrados o abandonados por los propietarios que han abandonado la ciudad, se hace su inventario, y se entregan a cooperativas obreras: la norma dice que un jurado arbitral decidirá las indemnizaciones que se pagarán a los patronos a su regreso.

Otra disposición prohíbe el trabajo nocturno, mientras que otras preparan la liquidación del monte de piedad y suspenden el pago de alquileres. También se impiden las multas y retenciones sobre sueldos y salarios. Se ordena que los precios de los aprovisionamientos públicos se fijen tomando en cuenta los salarios de los productores, y se dé preferencia en las licitaciones a las cooperativas obreras.

Una disposición establece la separación de la Iglesia y el Estado y la abolición del presupuesto destinado al culto.

La comisión de Trabajo encarga la organización del trabajo femenino en París, y las obreras se reúnen para nombrar sus delegados al objeto de crear cámaras sindicales vinculadas a la Cámara federal.

El dos de abril comenzó el ataque de los versalleses a la Comuna. Desde el principio pudo percibirse que había instrucciones de exterminio. Los prisioneros eran en alto número ejecutados "in situ". Los demás eran conducidos entre vejaciones a Versalles. Los testimonios indudables que llegaban a la Comuna sobre estos hechos impulsaron la decisión de tomar rehenes y la amenaza de ejecutarlos si continuaban los versalleses dando muerte a los prisioneros. En realidad sólo se llevó a cabo la amenaza en los últimos momentos del asalto a la ciudad, en que fueron ejecutados algunos rehenes, entre ellos, el arzobispo de París.

Dice Lissagaray, que ofrece uno de los testimonios más amplios sobre la Comuna: "La Comuna, en su ciega indignación no vio los verdaderos rehenes que, sin embargo saltaban a la vista de cualquiera: El Banco de Francia, el Registro de la Propiedad, la Caja de Depósito y Consignaciones... etc." Y Albert Oliver comenta:"Lo único que hizo fue afirmar su inexperiencia y conmovedora ingenuidad".

Durante las semanas de abril y mayo se ofrecieron varios negociadores que intentaron mediar entre la Comuna y el Gobierno de Versalles. Grupos de Alcaldes de Francia y diputados ofrecieron fórmulas. Las Cámaras sindicales; la masonería; el mismo arzobispo en carta a Thiers que nunca fue contestada. La Comuna ofreció canjear sus rehenes por Blanqui, prisionero de Versalles desde antes que comenzara la insurrección. Todo fue desestimado.

Finalmente, la masacre. Barrio a barrio, manzana a manzana fueron liquidados los

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"comunards". El espectáculo del horror disparó la ira, y fue entonces cuando se incendiaron palacios y edificios representativos del poder estatal, componiendo un cuadro dantesco. El domingo 28 de mayo cayeron las últimas barricadas.

Todos los censos de víctimas cuentan éstas por millares. Hasta los primeros meses del 72 continuó habiendo ejecuciones. Otros cuantos centenares de presos, más afortunados, fueron deportados a Nueva Caledonia.

La disparatada crueldad de la represión llevada a cabo con una energía que no se supo oponer al ejército invasor, demuestra en realidad que el Gobierno de la burguesía temía mucho más a la revolución que a la invasión prusiana.

Sobre los sucesos de la Comuna han corrido ríos de tinta elaborando interpretaciones.Suele considerarse la Comuna, aunque efímera, como la primera revolución obrera,

seguida de una implacable contrarrevolución.El Consejo General de la Internacional, lejos de haber inducido la insurrección,

aconsejaba, tras la caída del Impero en Francia, que el papel de la clase trabajadora era contribuir a la consolidación de la República, sin confundirse en su acción con los partidos burgueses, creando las condiciones idóneas para el desarrollo de su fuerza como clase: "... que con calma y resolución, utilicen las facilidades de la libertad republicana para el trabajo de su propia organización de clase. Esa les dotará de nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y la realización de nuestra tarea común, la emancipación del trabajo. De su energía y prudencia depende la suerte de la República". (Londres, 9 de septiembre de 1870).

Pero producidas aquellas insólitas circunstancias, Marx justificó la Comuna, y redactó aquel vibrante informe que se conoce con el título "La Guerra Civil en Francia", suscrito por todos los miembros del Consejo General.

Marx apreciaba de la experiencia de la Comuna, aparte de la abnegación y el ^rojo de su lucha, la fórmula hallada para integrar una forma de poder político representativo e íntimamente ligado al pueblo trabajador. Así mismo, el papel .desempeñado por los afiliados a la Internacional, estrechamente unidos a los sindicatos, suministrando dirección ideológica al movimiento de masas y ofreciendo sus cuadros más valiosos para asumir puestos decisivos de la acción.

Lejos de esta interpretación, los blanquistas veían un ejemplo de la élite revolucionaria en acción, y achacaban a los internacionalistas que sus intempestivas exigencias democrático-asamblearias hubieran restado resolución en algunos momentos.

Los anarquistas glorificaron de la Comuna el ejemplo vivo de la comunidad local gobernándose a sí misma, -interpretaban la autonomía soberana de la Comuna como antítesis y negación del Estado centralista representado por los versalleses- La Comuna no hubiera sido aplastada por el Estado si hubieran seguido el ejemplo de París por lo menos las demás grandes ciudades de Francia.

Para la burguesía reaccionaria, la Comuna fue mucho tiempo el símbolo de la barbarie, fruto de la conjura de la Internacional. Thiers fue aclamado como restaurador del orden. Verdad es que algunos demócratas pidieron clemencia, lamentándose de los excesos inicuos de la represión.

De hecho, a partir de la Comuna se desató una ola de persecución en toda Europa contra la Internación, basada en groseras manipulaciones de los hechos.

La Iglesia de Roma se sumó a esa interpretación burguesa. Pió IX dijo refiriéndose al Gobierno suizo, a quien recriminaba su tolerancia: "Tolera esa secta de la Internacional que desea dar a toda Europa el trato dado a París. Estos señores de la Internacional son de temer porque trabajan para los eternos enemigos de Dios y de la Humanidad". León

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XIII, en su encíclica "Quod Apostolici Muneris" (1879), se expresa en similares términos.

Sin embargo, para la mayor parte de los trabajadores asociados del continente, quizá fuesen ciertas aquellas últimas palabras de "La Guerra Civil en Francia":

"El París de los obreros, con su Comuna, será celebrado por siempre como heraldo glorioso de una sociedad nueva. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera".

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BAKUNIN Y LA ALIANZA DE LA DEMOCRACIA SOCIALISTA

Todavía antes de retornar al estudio de los Congresos de la la Internacional, hemos de reparar en la personalidad de Miguel Bakunin y de su obra, para poder comprender adecuadamente las luchas internas que culminaron en la crisis desintegradora del Congreso de La Haya, pero además, y sobre todo, en la primera gran escisión del movimiento obrero.

Es preciso conocer las ideas anarquistas que en un cierto momento inspiraron movimientos de masas, muy especialmente en España, y que posteriormente fueron en parte recuperadas por algunas corrientes del socialismo democrático. Si se me permite la comparación, ocurre un poco como con las ideas luteranas, que en un principio son rechazadas globalmente por la "ortodoxia" y pasado el furor de la contienda y la contraposición absoluta, son parcialmente asimiladas, aunque sin reconocer su procedencia.

MIGUEL BAKUNIN (1814-1876) fue un personaje que tuvo una vida de leyenda. De origen ruso, perteneciente a familia rica y aristocrática, como persona de su posición social inició estudios en una escuela militar, de la que por su indisciplina fue excluido. Paso luego a Berlín y a París para proseguir su formación, orientado ya hacia las humanidades, más en conformidad con sus inclinaciones, y en París recibió la influencia directa de Proudhon. También, cual se comprueba en sus escritos, dejaron huella en sus pensamientos las lecturas de Feuerbach y Comte. Su ánimo inquieto y su espíritu de gran agitador le hicieron participar en las revoluciones del 48, apoyando entonces la causa de las nacionalidades eslavas oprimidas por los imperios. Reaparece complicado en la insurrección de Dresde en 1849, lo que tuvo mayores consecuencias, pues habiendo sido condenado a muerte salvó la vida por la nacionalidad rusa, pero fue entregado por los alemanes al Estado zarista, que lo encerró por siete años en una fortaleza.

Su influyente familia obtuvo luego que se cambiara la prisión por deportación a Siberia. Tras varios años allí, dedicado a la vida mercantil, pudo huir a través del Japón, y cruzando los mares, tras pasar por los Estados Unidos, llega a Londres en 1861.

En este último período de su vida es cuando realmente va a ejercer un importante influjo en el movimiento obrero. Se establece hacia 1864 en el sur de Italia, donde crea una "Hermandad Internacional", principalmente de obreros de la tierra, sociedad secreta que llegó a tener algunas ramificaciones en Francia y en Cataluña. Hacia 1867 se establece en Suiza. Pero viaja muy frecuentemente a doquiera le reclaman sus adeptos o existe una causa revolucionaria que pulsar.

Bakunin era un hombre corpulento, de carácter desigual, que jamás se preocupó por su fortuna personal, pero siempre tuvo amigos prestos a facilitarle los recursos necesarios. Extravertido y afectuoso, parece ser que ejercía cierta impresión admirativa entre sus seguidores.

Muchas de sus obras escritas quedaban inacabadas.El núcleo de su pensamiento es la libertad. La libertad es el principio de sus

razonamientos y preservar la libertad es el fin de su teoría.Con Rousseau está de acuerdo en que el hombre ha nacido libre, es un ser libre, pero

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rechaza de Rousseau casi todo lo demás. Los libertarios no tienen nada que ver con los liberales. Son dos interpretaciones absolutamente distintas de la libertad. Rechaza la famosa teoría del pacto social que desemboca en la justificación del Estado. El Estado democrático, si existe, es menos malo que el autocrático, pero también es opresor de la libertad. El pacto se basa en hipótesis que considera descabelladas, como el que los individuos preexistieran a la convivencia social y que ésta sea fruto del pacto.

La hipótesis roussoniana del hombre bueno por naturaleza y la hipótesis hobbesiana del hombre lobo para los demás hombres, son ambas falsas. Antes bien el hombre es por naturaleza sociable, como otras muchas especies, y tiene impulsos egoístas e impulsos sociales. Debe vivir conforme a ley de la naturaleza, pero aunque se consideraba a sí mismo como materialista, lejos de ser Bakunin determinista, afirmaba que el hombre hace su propia historia.

También representa un punto de vista equilibrado a la hora de explicar la relación individuo-sociedad. Hemos dicho que el hombre, como casi todos los animales, es sociable. La sociedad es un hecho natural, lo artificial es el Estado. Pues bien, la sociedad hace en mucho al hombre, le enseña pautas de conducta, le enseña valores directivos, lo bueno y lo malo. Pero también son hombres los rebeldes, los innovadores, los disidentes. Bakunin valora en muy alto grado esta capacidad que reside en el individuo y que consiste en ser diferente. En la capacidad de oponerse, de disentir, radica la clave de la evolución de la cultura y del progreso.

Esta importancia que otorga a la espontánea capacidad creadora de los individuos tendrá mucha consecuencia política, pues en definitiva Bakunin se opone al liberalismo burgués y al comunismo centralista que él considera autoritario, por la misma razón, a saber, porque ahogan esa capacidad creativa de los individuos.

Por todo ello la guía directriz de su filosofía social será restringir al mínimo la libertad o autonomía de cada uno, y hacer que esa restricción sea fruto de un acuerdo directo entre las partes.

(El enlace con Proudhon, a quien él consideraba padre del anarquismo, y de quien se confiesa seguidor, es evidente, pero luego veremos las diferencias).

De esa misma fuente de exaltación de la libertad mana su crítica de la religión y del Estado, temas que a veces presenta interrelacionados.

En su crítica a la religión se percibe la influencia de Feuerbach, pero no la crítica de Marx a Feuerbach. El hombre inventó a Dios y ha quedado prisionero del invento. La religión es fruto de la ignorancia primitiva. Toma de Comte la teoría de los tres estados: animismo primitivo, politeísmo, monoteísmo. Se hace partícipe del "progresismo": la ciencia, -edad de la sabiduría positiva, -ha de desterrar la religión, Pero todo esto, que en nada es original de Bakunin, resulta en él la base para oponer libertad y religiosidad. A su manera de ver, si el hombre ha de obedecer a Dios no puede ser libre. La heteronomia de la moral cristiana es lo que le parece esencialmente perverso.

Bakunin es de aquellos que en el siglo XIX consideraron la lucha contra la religión como un elemento cultural imprescindible para la liberación del hombre.

Afirmaba que existe un paralelismo entre la naturaleza gobernada por Dios y la sociedad gobernada por un monarca absoluto. De ahí que no pudiera aceptar otra forma de organización social sino la República, y que repudiara - él que repudiaba en general la herencia - el que un hombre pudiera adquirir por herencia ningún ascendiente sobre sus semejantes.

Según Bakunin, el arcaísmo de la religión subsiste por la coacción y la incultura, por la alianza de la religión y del Estado que se protegen recíprocamente. A veces dice de la

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Iglesia que es la hermana menor del Estado. Una de sus obras se titula "Dios y el Estado".

; Critica la religión, pues, al modo de Feuerbach, como un fenómeno de la cultura, autónomo respecto de los hechos económicos, y no refleja la crítica de Marx que vincula la formación de la conciencia a los fenómenos de la estructura de clases. La función social de la religión aparece en Bakunin como algo accidental. De ahí que la lucha atea contra la religión se transforme en un objetivo por sí mismo. Recordemos que ya los proudhonianos quisieron incluir el tema de la religión en uno de los primeros Congresos de la Internacional, y el Consejo General (Marx) rehusó su inclusión como cuestión ajena a los objetivos de la Asociación. Para Marx, en tanto que la religión subsiste por su conexión con la sociedad de clases, la extinción de la sociedad de clases llevaría por sí sola a una paulatina extinción del hecho religioso.

En suma, para Bakunin, el Estado y Dios, son incompatibles con la libertad humana y con la igualdad entre los hombres.

Su crítica al Estado no se centra en que éste sea el instrumento coactivo de la clase dominante, sino en que el Estado, como aparato centralizado de poder, es en sí mismo nefasto. Tesis de la mayor importancia por sus consecuencias prácticas, ya que de ahí se deriva el apoliticismo anarquista, y el origen del | apoliticismo de algunas corrientes sindicales posteriores.

Bien lejos de ver en el Estado la expresión superior de solidaridad y de cooperación social, conforme a la tradición hegeliana, de donde se deriva la voluntad de "purificar" o perfeccionar el Estado, democratizándolo, llevando al Gobierno del Estado personas que realicen programas solidarios y cooperativos, lo que exige intervenir de un modo u otro en las tareas políticas, Bakunin Si considera que la estructura de ese poder centralizado, soberano, que impone a ; todos su ley, incluso aunque fuere la ley de la mayoría, no es una estructura de poder necesaria, y sí -en cambio- sumamente peligrosa, pues no es en verdad democrático, y por su existencia conlleva el desarrollo de enormes aparatos coactivos, que se dicen defensivos, y aboca a los terribles conflictos entre los Estados, en los cuales los hombres pierden toda libertad, siendo juguetes de aquellos monstruos de poder.

La alternativa al Estado viene dada por el federalismo. La idea federal era tan querida a los anarquistas que también sirvió para designarles "federales". Tiene aplicación política y económica.

Dijimos que Bakunin acepta la naturaleza social del hombre. Pero a diferencia de Proudhon, que como vimos otorgaba mucha importancia a la familia como estructura fundamental para la articulación de la sociedad, Bakunin parte de considerar como unidad social natural a la comunidad local. Volvemos a encontrarnos, a otro efecto, con la comuna.

Anarquía no significa negación absoluta de todo vestigio de autoridad y de norma, sino aspiración a reducir al mínimo más imprescindible la autoridad y la norma.

Bakunin pertenecía al grupo de los federalistas más extremos. Consideraba que toda estructura superior a la comuna no podía ser fruto sino de una libre asociación, y que todo poder superior a la comuna es un poder delegado, y por tanto revocable. Desechada por los anarquistas la conveniencia de que existieran cuerpos legislativos estables, como instituciones dotadas de continuidad, (pues creían que esto inexorablemente produciría una casta de políticos profesionales que se distanciarían del sentimiento público, mirando más a su propia continuidad que a ser voz auténtica de los representados), prefirieron durante algún tiempo la llamada "legislación directa", esto es, que las pocas

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leyes necesarias para toda una sociedad fueran legitimadas por el referéndum popular. Sin embargo, Bakunin tampoco era partidario de esto, sobre todo tras los plebiscitos de Napoleón III. Más bien era partidario de que las decisiones adoptadas por los delegados de las comunas fuesen luego ratificadas o no, por éstas.

Por todo ello fue, como sus seguidores, enemigo de la creación de partidos políticos obreros, y de que los trabajadores apoyasen con su voto a ningún partido. Otra cosa les parecía reforzar y legitimar los mecanismos del Estado. Así mismo, la intervención activa en las instituciones del Estado burgués acabaría integrando a la clase obrera en su aceptación, y por tanto en la continuidad de las desigualdades.

En todo caso, suponía que en una sociedad "anarco-comunista", no existiendo contradicción de intereses entre las clases sociales, establecido el principio de máxima autonomía del individuo, los conflictos en torno a las normas convivenciales tenderían a desaparecer. Por otra parte, firme en la confianza de la capacidad creadora de los individuos y de las pequeñas comunidades, tampoco era muy partidario de pretender anticipar detalles de una sociedad futura, y menos de procurar su advenimiento creando nuevos corsés limitatorios.

Como quiera que era pensamiento común a las sociedades obreras de la época que su forma de organización interna debía ser modelo de la sociedad futura las organizaciones movidas por los discípulos de Bakunin rehuían toda estructura de poder orgánico centralizado y esto sería una batalla interna de la Internacional, así como el origen de que llamasen a los seguidores de Marx "comunistas autoritarios".

Incluso en el plano internacional, Bakunin no veía tanto el futuro de Europa como una confederación de Estados, cuanto como una confederación de comunidades menores, y aunque hubiera estructuras políticas intermedias, en última instancia, como una confederación de comunas.

Rechazaba el concepto de patria o nación tal cual fue acuñado por el liberalismo burgués. Lo consideraba como un sentimiento pequeño-burgués creador artificial de antagonismos entre los trabajadores, instrumentalizado con fines belicistas. En este sentido era un sincero internacionalista, como se vio en su ruptura con la Liga por la Paz y la Libertad cuando ésta se negó a aceptar compromisos que ligaran la lucha por la paz a la lucha por la emancipación de los obreros.

En el orden económico Bakunin nos parece mucho más sensible que Proudhon a la idea de igualdad, y no sólo de libertad. Desde luego Bakunin vio con claridad que un enemigo de la libertad es la desigualdad. De ahí que su principal diferencia con los proudhonianos reside en lo referente a la propiedad y la herencia. Por decirlo en pocas palabras: Bakunin era colectivista libertario o, con palabras de Kropotkin "anarco-comunista", y enemigo jurado de la herencia. Vinculaba mucho la existencia de la herencia, para él causa neta de desigualdades, al Estado, garantía suprema del orden sucesorio. Antes bien, cada cual debe poseer el fruto de su trabajo, y el ideal sería la aportación de cada cual según sus posibilidades y la retribución de cada uno según sus necesidades.

En el Congreso de la Liga por la Paz y la Libertad, celebrado en Berna en 1868, que habría de ser justamente el de su separación de la Liga por los motivos precisados, tuvo una intervención que nos permite captar en sus propias palabras el perfil económico que propugnaba:

"Detesto el comunismo, dijo, porque es la negación de la libertad y no puedo concebir nada humano sin libertad. No soy comunista, porque el comunismo concentra su atención y aspira a la absorción de todos los poderes de la sociedad en el Estado,

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porque lleva necesariamente a la centralización de la propiedad en manos del Estado, mientras que yo deseo la abolición del Estado que, con el pretexto de moralizar y civilizar a los hombres, lo que ha hecho hasta ahora es esclavizarlos, oprimirlos, explotarlos, y pervertirlos. Soy partidario de organizar la sociedad y la propiedad colectiva o social de abajo arriba, mediante la asociación libre, y no de arriba abajo a través de una autoridad, cualquiera que ella sea. Siendo partidario de la abolición del Estado, lo soy de la abolición de la herencia individual de la propiedad, que es una institución del Estado, una consecuencia del principio del Estado. En este sentido soy colectivista y en modo alguno comunista."

El sentido que en la cita tiene la palabra "comunista" hace alusión a la alternativa que mantenían los llamados comunistas a la sazón, esto es, la expropiación de la burguesía y la transferencia de la propiedad al Estado para su explotación por las entidades obreras.

Así pues, Bakunin es tan enemigo como todos los demás socialistas de la época de la propiedad burguesa o capitalista de los bienes productivos, pero cree más en la propiedad colectiva que Proudhon, y rechaza la propiedad estatalizada que defendían los por él llamados "socialistas autoritarios". Su argumento frente a éstos proviene del rechazo a toda forma de poder centralizado.

Esa colectividad titular de los bienes para él es la comuna, la cooperativa, o la asociación de productores. Piensa más en la comuna si se trata de la explotación agraria, y piensa preferentemente en la asociación de productores si se trata de la industria.

No hay que perder de vista el horizonte vital de Bakunin: Ruso de nacimiento, asentado luego en el sur de Italia, y posteriormente en Suiza. Es decir, desplegó su vida principalmente en lugares donde estaba rodeado de productores agrícolas, o de pequeños productores artesanos. Es una experiencia de la vida sumamente distinta a la de Marx, que desarrolló casi toda su vida intelectual en Londres, capital de la industrializada Inglaterra. No deja de ser bien significativo que las ideas de Bakunin arraigaran y tuviesen considerable influencia en las zonas menos industrializadas del continente, de forma muy especial en España.

Pero Miguel Bakunin no fue sólo un teórico de lo que en sentido amplio llamamos pensamiento socialista, sino que también fue por excelencia hombre de acción y verdadero agitador de masas, dotado a este efecto de excepcionales cualidades.

Pese a su larga trayectoria de militante revolucionario se adhirió tardíamente a la Internacional, creada como vinos en 1864, y no aparece Bakunin en ninguno de sus Congresos hasta el de Basilea, en 1869.

Su idea de la revolución, su estrategia revolucionaria también era bastante distinta a la que concebían los exiliados alemanes que hegemonizaban el Consejo General de Londres, pues mientras aquellos interpretaban que el núcleo revolucionario había de ser el proletariado industrial, previa una amplia tarea de concienciación y organización, Bakunin pensaba más bien en que la chispa surgiría del levantamiento de los grupos más oprimidos y desposeídos de la sociedad, rechazando en consecuencia que la revolución hubiera de producirse antes en los países más industrializados.

Algunos documentos nos pueden suministrar idea clara de las concepciones programáticas de Bakunin. Por ejemplo, los puntos que sometió a la Liga por la Paz y la Libertad, y que al ser rehusados por ésta determinaron el apartamiento de Bakunin y de los suyos:

"1.- Que la religión, siendo cuestión de la conciencia individual, debe ser eliminada de las instituciones políticas y también de la educación pública, a fin de que en adelante las Iglesias no puedan impedir el libre desarrollo de la sociedad;

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"2.- Que los Estados Unidos de Europa no pueden tener más organización que la que descansa en instituciones populares que tienen como lazo la federación, y como principio la igualdad de los derechos individuales, así como la autonomía de las comunas y provincias para regular sus propios intereses.

"3.- Que el presente sistema económico necesita un cambio radical, si lo que se persigue es llegar a una distribución equitativa de la riqueza, del trabajo; del ocio y de la educación, constituyendo esto una condición esencial para liberar a los trabajadores y abolir el proletariado."

Como quiera que los burgueses demócratas de la Liga no aceptaron, obviamente, estas propuestas, Bakunin y sus seguidores, crearon entonces la Alianza de la Democracia Socialista (Octubre de 1868), en cuya justificación se decía:

"La minoría socialista de la Liga de la Paz y la Libertad se ha separado de la Liga después de un voto de la mayoría del Congreso de Berna pronunciado formalmente contra el principio fundamental de todas las asociaciones obreras, el de la igualdad económica y social de las clases y de los individuos, proclamado por los congresos celebrados en Ginebra, Lausana y Bruselas."

Del programa de la Alianza entresacamos los puntos que nos parecen más específicos de esta línea:

"1.- La Alianza se declara atea; quiere la abolición de cultos, la sustitución de la fe por la ciencia y de la justicia divina por la justicia humana.

"2.- Ella quiere, ante todo, la igualdad política, económica y social de las clases y de los individuos de ambos sexos, empezando por la abolición del derecho a heredad, a fin de que en el porvenir sea el goce proporcionado a la producción de cada uno y que, conforme con la decisión tomada por el último Congreso de los obreros en Bruselas, la tierra, los instrumentos del trabajo, como cualquier otro capital, llegando a ser propiedad colectiva de la sociedad entera, no puedan 5er utilizados más que por los trabajadores, es decir, por las asociaciones agrícolas e industriales.

"5.- Reconoce que todo los Estados políticos y autoritarios que existen actualmente, se reducen cada vez más a las simples funciones administrativas de los servicios públicos en sus respectivos países, y deberán desaparecer en la unión universal de las libres asociaciones, tanto agrícolas como industriales".

Marx criticó especialmente que se hablara de "igualdad de clases", cuando el socialismo aspira a la superación de la sociedad de clases. En esto no hubo mayor controversia; los bakuninistas aceptaron que era una cuestión de redacción y que en el fondo, en ese punto, estaba de acuerdo.

En diciembre del 68 los dirigentes de la Alianza solicitaron al Consejo General de la Internacional el integrar la Alianza en bloque dentro de la Internacional, contestándoseles negativamente, pero en marzo del año siguiente fueron aceptados como secciones de la Internacional los grupos formados por la Alianza en España, Italia, Francia y Suiza. Enseguida estos grupos desarrollaron gran actividad tanto en la agitación social como en la propaganda, publicando periódicos y difundiendo millares de folletos.

Pero la Alianza tenía una organización pública, que era ésta, y una organización secreta, más restringida, inspirada muy directamente por Bakunin, llamada inicialmente "Fraternidad Internacional", cuya existencia y actuaciones, al margen de los Estatutos y Reglamentos de la Internacional serían causa de discordia y agrias disputas.

"Miguel Bakunin (...) creó la Alianza de la Democracia Socialista y se adhirió a la Internacional. Siguiendo la tradición conspirativa del siglo XIX, reunió a los individuos más activos y de mayor confianza, en una Fraternidad secreta, a través de la cual procuraba mantener

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contacto con sus amigos íntimos de Italia, Suiza y Francia". 8

La Alianza, pues, al ingresar sus grupos como secciones de la Internacional, había quedado formalmente disuelta, pero en realidad continuaba operando, así como la Fraternidad.

Un claro testimonio documental del apoliticismo sostenido por los bakuninistas o aliancistas nos lo da el l.er. Congreso de las Secciones de la Internacional en España, celebrado en Barcelona, en junio de 1870. Es cierto que tales secciones se habían organizado por el esfuerzo de un puñado de trabajadores españoles animados primero por Fanelli, luego por Alerini, ambos bakuninistas. (Luego, tras la caída de la Comuna vendrían a España Lafargue y se constituiría el ala de inspiración marxista, quienes después fundaron la UGT y el PSOE). El dictamen sobre "La internacional y la Política", del citado Congreso de Barcelona, concluía diciendo: "...que toda participación de la clase obrera en la política gubernamental de la clase media no podría producir otros resultados que la consolidación del orden de cosas existente, lo cual necesariamente paralizaría la acción revolucionaria socialista del proletariado.

"El Congreso recomienda a las Secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores que renuncien a toda acción corporativa que tenga por objeto efectuar la transformación social por medio de reformas políticas nacionales, y las invita a emplear toda su actividad en la constitución federativa de los cuerpos de oficio, único medio de asegurar el éxito de la revolución social. Esta Federación es la verdadera representación del trabajo y debe verificarse fuera de los gobiernos políticos..."

Para formarnos idea de hasta que punto esta cuestión fundamental de estrategia dividía ya al movimiento obrero, baste recordar que dos años antes en septiembre de 1868 se había celebrado ya en Nuremberg, Alemania, un Congreso de los socialistas alemanes no Lasallianos con vistas a crear un partido político obrero adscrito a la Internacional, lo que se llega a consumar en el Congreso de Eisenach (agosto de 1869), adoptando el nombre de Partido Socialista Obrero, cuyos líderes más notables eran Bebel y Liebknecht, ambos en la línea predominante del Consejo General de Londres, y que ya eran miembros de la Cámara o Parlamento de los Estados del Norte de Alemania, en representación del Partido Popular Sajón que, depurado de sus componentes burgueses radicales, dio origen al Partido Socialista.

En consecuencia, las divergencias estratégicas no se daban sólo en el plano de la especulación teórica sino también en la acción práctica dentro del amplio movimiento que era la Internacional. En estas condiciones se produjo, en 1871 la insurrección de la Comuna de París.

8 ABAD SANTILLAN. Ha del Movimiento Obrero. ZYX, 1967, P. 185.

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LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE LONDRES

Las Secciones de la Internacional de orientación bakuninista criticaban dura mente al Consejo General de Londres que no hubiera celebrado el Congreso ordinario de 1870, lo que según el Consejo General no fue posible debido a le querrá franco-prusiana del mismo año.

En la primavera de 1871 acontecieron los heroicos y trágicos sucesos de le Comuna, y como secuela de éstos, una ola de reacción contra los internacionalistas fue desatada por los gobiernos europeos, ilegalizándose la Internacional en varios países, entre ellos España, y, por supuesto, Francia.

Numerosos exiliados franceses se refugiaron en varios países, sobre todo en Londres.Entre los dirigentes de los sindicatos ingleses causó malestar la actitud adoptada

sobre la Comuna por el Consejo General a través del famoso escrito "La Guerra Civil en Francia", temerosos de que pudiera perjudicar unas perspectivas de actuación parlamentaria que veían próximas.

Ante la imposibilidad, sin embargo, de celebrar un Congreso ordinario tampoco en 1871 dado el panorama europeo, el Consejo General adoptó la decisión de convocar una Conferencia Internacional privada, en Londres, que no arriesgase nuevas persecuciones y decapitación de las organizaciones obreras. Este tipo de Conferencias habían tenido lugar anteriormente para abordar cuestiones menores, pero en esta ocasión se abordarían cuestiones de gran alcance.

Los tremendos sucesos de la Comuna hicieron ver a no pocos dirigentes que la revolución obrera no sería cosa inmediata, ni siquiera tan próxima como se había supuesto, y quizá Marx se confirmara, ahora más que nunca, en que previamente habrían de producirse cambios políticos democratizadores encabezados por la burguesía progresista, creando condiciones objetivas para un desarrollo y una consolidación orgánica generalizada de la clase obrera. Todo ello requería la organización de la clase obrera no sólo en organismos de resistencia por oficios, o sindicatos, sino además creando partidos políticos obreros. Tal era el modelo puesto en marcha recientemente por el proletariado alemán, y esto es lo que va a resultar de la Conferencia de Londres.

La Conferencia Internacional de Londres se celebró del 17 al 23 de septiembre de 1871. Francia estuvo representada principalmente por los internacionalistas de la Comuna que habiendo salvado la vida se refugiaron en Londres. De Suiza asistieron dos delegados, pero la federación del Jura que se encontraba en entredicho no fue invitada. El Consejo Federal español estuvo representado por Anselmo Lorenzo, Bélgica por seis delegados. Otros países estaban representados por los miembros del Consejo General de las respectivas nacionalidades.

La Conferencia adoptó diecisiete resoluciones de carácter general, y otras de carácter privado que afectaban a la organización de la Internacional en aquellos países en los que había sido declarada ilegal.

De estas diecisiete resoluciones nos importan especialmente dos: la IX que se refiere a la actuación política, y las XVI y XVII que se refieren a la polémica originada por los seguidores de la Alianza.

La resolución IX concerniente a la acción política contiene, entre otros, los siguientes fragmentos:

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"Visto el llamamiento inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864) que dice: "Los señores de la tierra y los señores del capital se servirán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos, y bien lejos de impulsar la emancipación continuarán oponiendo los mayores obstáculos posibles. La conquista del poder político, es, en consecuencia, el primer deber de la clase obrera ....";

"Vista la resolución del Congreso de Lausana (1867) que a este efecto dice:"La emancipación social de los trabajadores es inseparable de su emancipación política", (....)"En presencia de una reacción sin freno que ahoga violentamente todo esfuerzo de

emancipación de parte de los trabajadores y que pretende mantener por la fuerza la distinción de clases y la dominación política de las clases poseedoras;

"Considerando, por otra parte, que en contra de este poder coactivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede reaccionar como clase más que constituyendo su propio partido político, distinto, opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras;

"Que esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su aspiración suprema: la abolición de las clases;

"Que la coalición de fuerzas obreras ya obtenida por las luchas económicas [sindicatos] debe también servir de palanca en las manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores,

"La Conferencia recuerda a los miembros de la Internacional: que en la actuación de la clase obrera, su movimiento económico y su acción política están indisolublemente unidos."

Esta resolución significaba justamente la antítesis de las posiciones bakuninistas difundidas por la Alianza, y sus partidarios a partir de este momento incrementaron su activismo contra el Consejo General que decían estar manipulado por Marx.

Una buena parte del tiempo de la Conferencia de 1871 se consumió en discutir el problema de la Alianza, y de la conducta seguida por los aliancistas en el seno de la Internacional, aportándose documentos que atestiguaban la no disolución de la Alianza como organización internacional, lo que suponía ajuicio del Consejo General una actuación como organización dentro de la organización y en su mismo ámbito, de forma antiestatutaria. A esto responden las resoluciones XVI y XVII, que reiteran la obligación de todas las secciones de respetarlos Estatutos, y contienen la siguiente advertencia: "El Consejo tiene el derecho de admitir o rechazar la afiliación de toda nueva sociedad o grupo, salvo que recurra al próximo Congreso..."

La respuesta de los bakuninistas no se hizo esperar, y en noviembre del mismo año las secciones del Jura (Suiza) organizan un Congreso en Sonvillier, constituyen la Federación del Jura, cuestionan los acuerdos de Londres, y envían una circular exigiendo la más rápida celebración de un Congreso ordinario. La Sección Española, en su Congreso de Zaragoza, se adhiere a esos planteamientos. En Italia y Bélgica también tuvieron un eco positivo.

En vísperas de ese solicitado Congreso, que sería el celebrado en la Haya, Francisco Tomás, secretario del Consejo Federal español, de orientación bakuninista, enviaba una circular (julio de 1872) en la que decía:

"...El peligro que nos amenaza no es otro que la anulación de nuestro principio antiautoritario, la anarquía, por el predominio del autoritarismo en la A.I. de los T. con tendencia a convertir el grupo de federaciones autónomas en un vasto Estado comunista autoritario en oposición a la fórmula adoptada por la conferencia de Valencia de reunir a la humanidad en uña libre federación universal de libres asociaciones obreras agrícolas e industriales, aboliendo todos los Estados al aniquilar el principio autoritario"...9

9 (Abad Santillan. Ob.Cit. P. 195)

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Dos eran pues, los principales motivos de divergencia: la cuestión de estrategia concerniente al apoliticismo o, por el contrario, la creación de partidos políticos de clase, y en segundo lugar la concepción misma del modelo de organización interna de las sociedades obreras. Ambos relacionados con aquella importante cuestión que es la teoría del Estado, la función que en el presente y en el futuro se asigna al Estado.

En España, tras la llegada de Lafargue, yerno de Marx, como exiliado político por consecuencia de la Comuna, comenzó a desarrollarse un grupo de orientación marxista cuyo núcleo residía en la redacción de "La Emancipación". Expulsados de la federación local, acusados de no ser fieles al apoliticismo, y tras haber denunciado ellos la subsistencia organizada de la Alianza en nuestro país, crearon la Nueva Federación Madrileña (8 de julio de 1872), solicitando inmediatamente, y obteniendo su reconocimiento por el Consejo General. En este grupo estaban hombres como Francisco y Ángel Mora, $IMesaMesa, Víctor Pagés, o $llglesias, P.Pablo Iglesias.

Esto explica que al Congreso de la Haya, celebrado en septiembre, acudan dos representaciones españolas.

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EL CONGRESO DE LA HAYA

El congreso de la Haya tuvo lugar en esta ciudad holandesa del 2 al 9 de septiembre de 1872.

Asistieron 67 delegados y los 21 miembros del Consejo General. Estaban presentes ¡lustres miembros de la la Internacional, de ambas tendencias, la bakuninista y la marxista, como Marx, Engels, Eccarius, Longuet, Sorge, y también Guillaume que fue cabeza de los aliancistas en la reunión. Por la Federación española, Morago, Alerini, Farga, y Marselau; por la Nueva Federación de Madrid, Lafargue.

En este Congreso estaban representados, Inglaterra, Francia, Alemania, Dinamarca, España, Bélgica, Australia, Estados Unidos, Irlanda, Portugal, Hungría, Suiza y Holanda. Los italianos rehusaron explícitamente su asistencia; probablemente estaban dispuestos a no acatar las previsibles resoluciones del Congreso, como así ocurrió posteriormente.

Tras los habituales debates sobre cuestiones de procedimiento que suelen preceder en estos comicios, el primer punto importante que fue abordado es el de los poderes o facultades del Consejo General y la eventual reforma de los Estatutos, es decir la cuestión organizativa por la que tanto habían batallado los bakuninistas de la Alianza, quienes acusaban al Consejo General de autoritarismo y, en concreto a Marx, de pretender llevar a cabo una hegemonía personal intolerable.

Intervino Sorge, delegado americano, quien no sólo pedía conservar las atribuciones dadas al Consejo por el Congreso de Basilea y por la Conferencia Internacional de Londres, celebrada el año anterior, sino incluso ampliarlos y reforzarlos. La tesis de Sorge era la antítesis de lo que pretendían los bakuninistas quienes deseaban la práctica desaparición del Consejo General, reduciéndolo a una mera oficina de intercambio informativo y de estadística, o como alguien dijo, a un buzón de correspondencia. En realidad llevaban tan lejos la idea de autonomía de las secciones federadas como para no aceptar que ningún acuerdo Internacional tuviera fuerza vinculante, y es preciso reconocer que cuando, tras la ruptura, organizaron una Internacional a su propia imagen, fueron consecuentes con ese modelo.

Morago, perteneciente a la delegación española de orientación aliancista expresó con suma claridad esta postura y la firmeza de su actitud:

"....Será perder el tiempo - dijo - acordar poderes al Consejo General, habida cuenta de que no dispone de fuerza suficiente para someter a las Secciones a la obediencia (....) "La Internacional es una asociación libre, nacida de la organización espontánea del proletariado, por su existencia misma, la más categórica protesta contra la autoridad. Sería absurdo esperar que los partidarios de la autonomía de las colectividades obreras abdicaran de sus sentimientos y de sus ideas para aceptar la tiranía del Consejo General. La Federación española está por la libertad y no consentirá jamás ver en el Consejo General otra cosa que un centro de correspondencia y estadística...."

No era éste, sin embargo, el criterio de la mayoría en la Haya. Los delegados de la mayoría entendiendo la necesidad de un organismo central efectivo aprobaron una resolución reforzando las facultades del Consejo.

Esta mayoría consideraba que el movimiento obrero no podía ignorar la tendencia a la centralización de la vida económica, incluso a su internacionalización. Que el

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desarrollo de las fuerzas productivas caminaba en una tal dirección que cada vez se producirían mayor número de actividades económicas de ámbito nacional e internacional. Por ello propugnaba un modelo de organización interna en cierto paralelismo con la organización social.

Su aversión al Estado burgués, no menor que la de los anarquistas, su deseo en cambio de transformarlo mediante la ocupación del poder por la clase obrera, no les impedía afirmar que por ahora, era preciso dar al movimiento obrero formas orgánicas que asegurasen la coherencia de su acción en ámbitos amplios. En definitiva, que para oponerse al potencial de la burguesía que opera en términos de concentración centralizada, e internacionalizada, se requieren estructuras orgánicas en cierto modo simétricas aunque antagónicas.

Los marxistas en este punto criticaban como primitivistas e ilusorias las pretensiones anarquistas, rechazando por supuesto el remoquete de "autoritarios".

Los blanquistas, por su parte, que tras el exilio en Londres de los ex-comunards habían adquirido notable predicamento en el Consejo General, que ahora encarnaban casi toda la delegación francesa, -veían en los organismos centrales del proletariado algo así como el Estado Mayor de la revolución, y por lo tanto algo imprescindible a su condición estratégica.

Con lo cual, la resolución aprobada reforzaba las facultades del Consejo General en los siguientes términos modificativos del Reglamento de la Asociación:

"Articulo 2°: El Consejo General está obligado a cumplir las resoluciones de los Congresos y a vigilar que en cada país se apliquen estrictamente los principios, los estatutos y reglamentos de la Internacional.

"Articulo 6°: El Consejo General tiene igualmente el derecho de suspender ramas, secciones, Consejos o Comités Federales y Federaciones de la Internacional hasta un próximo Congreso.

"No obstante, en relación con las secciones pertenecientes a una Federación, no ejercerá este derecho hasta después de haber consultado previamente con el Consejo Federal respectivo."

El segundo gran tema del Congreso de La Haya fue la cuestión de la actuación política de los trabajadores. Como ya sabemos suficientemente, aquí colisionaban el apoliticismo anarquista y la idea de formar junto a los sindicatos obreros, partidos políticos obreros, sostenida por el Consejo General, y ya aprobada en le reunión de la Conferencia Internacional celebrada el año anterior.

Sobre este punto la mayoría del Congreso de La Haya se mostró más amplia todavía, y por 29 votos contra 5 y 8 abstenciones quedó aprobada una resolución que no sólo confirmaba la del año anterior, sino que incluso reproducía literalmente algunos pasajes:

"En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede obrar como clase si no se constituye en partido político propio, distinto, opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases poseedoras.

"Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su objetivo supremo, la abolición de las clases.

"La coalición de las fuerzas obreras ya obtenida por las luchas económicas debe servir también de palanca en manos de esta clase en la lucha en contra del poder político de sus explotadores".

Intencionadamente reiteramos nosotros también los pasajes clave para reparar en algunos conceptos esenciales.

"....constitución del proletariado en partido político." Bastaría esta frase, sin necesidad de añadir que habría de ser un partido distinto y opuesto a los partidos burgueses. En efecto, los partidos burgueses aún siéndolo de hecho, no se reconocían

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como partidos de clase, y no sólo por oportunismo político, sino por una cuestión teórica, doctrinal, de largo alcance.

Conforme a la teoría liberal del Estado existe una "voluntad general del pueblo", una "justicia que se imparte en nombre del pueblo", un "interés nacional" de todo el pueblo. Un gobierno que representa a todo el pueblo. De ahí un concepto liberal-burgués de la nación, intensamente cultivado en el siglo XIX por los políticos burgueses, por una parte de la cultura, por la maquinaria escolar y la educación universitaria.

Ese fondo ideológico es el referente de los programas de los partidos políticos burgueses que se presentan como diversas fórmulas para alcanzar "el bienestar general", lo que otros más piadosos llamaron antes "el bien común".

El dogma de la igualdad liberal, la igualdad de derechos políticos, el disfrute hipotéticamente igual de las libertades económicas, habrían igualado al pueblo aboliendo los antiguos privilegios de las clases sociales. En consecuencia hay un sólo pueblo, un "interés popular", un "interés nacional", y cualquier otra diferencia se hace secundaria y accidental.

El Estado, "a priori", sería el intérprete y servidor de ese interés general.Ahora bien, la teoría de la lucha de clases, que como vimos en el bosquejo histórico

del socialismo premarxista no es un invento de Marx, sino a la que Marx dio simplemente mayor rigor y sistema, aplicándola luego a la interpretación de la historia, de poco habría servido si no hubiera suministrado otra luz para analizar de nuevo que es el Estado, y desarticular la sistemática construcción teórica del liberalismo, mostrando las contradicciones qué existen entre toda su teoría y la cruda y tozuda realidad de la existencia de las clases, de dos clases antagónicas, la clase poseyente y explotadora y la clase desposeída y explotada.

El antagonismo de clase, la confrontación tan real como cotidiana entre el capital y el trabajo, impiden ignorar que esa oposición fractura irrestañablemente la abstracta unidad social con la que especula la teoría liberal del Estado. Examinar sus códigos de justicia y la praxis de sus gobiernos suponía evidenciar lo mismo desde la práctica.

Desde la teoría de la lucha de clases no cabe concebir la supuesta neutralidad del Estado. Todos los hombres de la la Internacional estaban contestes en que el Estado era un instrumento de poder coactivo al servicio de la clase dominante.

Sus diferencias residían sólo en si había de comenzar la emancipación obrera por su destrucción, o si el Estado podía ser conquistado políticamente, y utilizar su aparato para transformar la sociedad en orden a la abolición de las clases, así como para la defensa de ese cambio histórico frente a la previsible reacción interna y externa, hostil a la revolución.

El referente teórico del partido obrero, fue, pues, la clase obrera, y su coherencia con los intereses de la clase obrera, hacía ocioso indicar que no sería interclasista.

La concepción del partido obrero como instrumento de una clase en la estrategia de la lucha de clases, es lo que da sentido al párrafo tercero del texto transcrito, que vincula o compromete de algún modo a las "coaliciones económicas" de los trabajadores, en el éxito de la lucha política. De donde que tenga sentido en tanto en cuanto que el partido obrero obedezca a esa estrategia de clase. Toda esta cuestión de la teoría del partido obrero, de la que a su vez se derivan cuestiones importantes sobre las alianzas, quedaron planteadas, como vemos, en su fundamento básico por la la Internacional, y se desarrollarán ampliamente, como veremos, en tiempos de la IIa Internacional, suscitándose entonces de lleno el debate clásico sobre la relación partido-sindicato.

Para concluir nuestro estudio sobre el Congreso de la Haya todavía hemos de

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referirnos, siquiera sea brevemente, a otros dos temas allí tratados, el problema de la Alianza, y el traslado del Consejo General.

Al objeto de substanciar la cuestión de la Alianza, el prolongado y agrio contencioso mantenido entre los bakuninistas y el Consejo General, el Congreso designó una Comisión integrada por delegados de la mayoría y de la minoría, encomendándole el examen de la abundante documentación existente para comprobar que la Alianza había seguido actuando como organización internacional dentro de la Internacional y al margen de sus reglamentos. Así mismo la citada Comisión debería estudiar la denuncia presentada pro la Federación del Jura y por la Federación Española contra el Consejo General por extralimitación de sus funciones y por incumplimiento de sus deberes.

La Comisión en su dictamen propuso al Congreso la siguiente resolución que fue aprobada:

"Excluir de la Internacional a Miguel Bakunin como fundador de la Alianza, y por hechos personales".

"Excluir a James Guillaume como miembro de la Alianza"."Publicar los documentos relativos a la Alianza"."En lo que concierne a los ciudadanos Morago, Farga, Marselau y Alerini, la Comisión, de

acuerdo con sus declaraciones formales de que no forman parte de la Alianza, pide al Congreso que les declare fuera de causa".

Aprobada por el Congreso esta resolución los delegados bakuninistas presentes se retiraron del Congreso, incluidos los españoles citados en el párrafo anterior, quedando así consumada la primera gran escisión del movimiento obrero.

Para glosar esta ruptura se ha escrito mucho sobre el antagonismo de caracteres, y no sólo de diferencias teóricas, entre Marx y Bakunin, así como de su antipatía recíproca, pero aún siendo ciertos todos esos enfrentamientos personales, es más cierto todavía que las diferencias ideológicas, estratégicas,

y organizativas eran tan grandes entre las corrientes inspiradas por estos dos extraordinarios personajes, como para que la convivencia se esterilizara en confrontaciones internas prácticamente insuperables. Es pueril explicar la escisión como debida al enfrentamiento de dos ambiciones. Cuando se analizan los planteamientos de esas dos posturas, al menos como hemos hecho, se aprecia que difícilmente podían concertar un mismo camino aunque desearan llegar, en definitiva, a la misma ciudad ideal.

Sobre la sede del Consejo General, si debía permanecer en Londres, o trasladarse al Continente, había propuestas de llevarlo a Bélgica o Suiza), venía discutiéndose desde hacía tiempo, y los críticos de su gestión anterior eran quienes mayor insistencia hacían para desplazarlo de la Gran Bretaña. Inesperadamente Engels propuso su traslado a Nueva York, proposición que fue aprobada por 30 votos contra 14 y 12 abstenciones.

También ha sido esto objeto de diversas interpretaciones. Es frecuente la explicación de que Marx prefirió poner a buen recaudo de los anarquistas la Internacional, aún cuando el traslado de su Consejo General a Nueva York presumiblemente implicara dejar en hibernación el proyecto por algún tiempo, como así ocurrió.

El congreso de la Haya fue el último Congreso relevante de la la Internacional. Después hubo un insignificante Congreso en Suiza convocado desde Nueva York (Ginebra 1873) que fue incluso un fracaso organizativo, tras el cual la actividad del Consejo se fue desvaneciendo.

Mayor alcance tuvo la continuidad de los bakuninistas, que reivindicando el nombre

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de la la Internacional, se reorganizaron inmediatamente después. El Congreso de la Haya concluyó el nueve de septiembre de 1873, y el 15 de ese mismo mes tenía lugar en Saint-Imier, Suiza, un nuevo Congreso, por tanto probablemente preparado de antemano, previendo el resultado de la Haya, al que asisten delegados de la Federación Española, del Jura, algunos de Italia y Francia y uno de América, así como los anarquistas más notorios, con Bakunin. Aquí se pone en marcha otra internacional anarquista que sobre todo tuvo influencia en el movimiento obrero español, y en mucho menor grado halló eco en otros países del continente.

Podemos considerar que con el Congreso de la Haya culmina una etapa de la historia del movimiento obrero europeo. Aquella etapa que viene a ser como su infancia y juventud. Con la la Internacional el movimiento obrero adquiere ya su perfil más característico del siglo XIX.

En efecto, con la la Internacional se supera aquel primer momento balbuciente en el que la orientación teórica era sumamente confusa, mezclándose lo utópico y lo programático, las meras ensoñaciones de otro mundo en el que reine la justicia y los proyectos concretos de lucha contra la injusticia. Las vacilaciones sobre el modo de organizarse los trabajadores y los tanteos sobre cómo actuar con eficacia.

La Internacional, a través de sus Congresos principalmente, carentes del oropel y fanfarria que suelen acompañar hoy a los congresos sindicales y políticos (a los delegados les pagaban el viaje sus compañeros, y se alojaban en las casas de los afiliados locales) hizo posible dar coherencia y homogeneidad al pensamiento teórico; esto es, perfilar bien las aspiraciones a largo y medio plazo. Las propuestas y las deliberaciones, por supuesto las resoluciones, se difundían en extenso en la prensa obrera.

Sus resoluciones sobre los sindicatos (Ginebra, 1866) y sobre los partidos obreros (Londres 1871 y La Haya 1872) fueron absolutamente decisivas para encauzar definitivamente los caminos de la acción.

El vigor intelectual con el que se definió una alternativa anticapitalista, una alternativa de sociedad sin explotación del hombre por el hombre, o como se decía entonces, de emancipación, acompañada del arrojo en las luchas sociales, espantó a la burguesía, y la propia contrapropaganda burguesa y clerical que presentó a la Internacional como si fuera la reencarnación del demonio, contribuyeron a erigir un mito de esperanza, simbolizado en la bandera roja, para millones de obreros.

Ese contexto mental y aquellas directrices maestras, a cuyo alumbramiento histórico hemos asistido, habrían de permitir en tiempo de la IIa Internacional el gran desarrollo que en esa fase -a caballo de dos siglos- adquieren los sindicatos y los partidos obreros, hasta la otra gran fractura que viene a ocurrir como consecuencia de otra guerra, la Primera Guerra Mundial, y esa fase será el próximo objeto de nuestro estudio.

Al concluir el Congreso de La Haya, ciertamente quedan planteados dos grandes esquemas teóricos y dos proyectos de acción, el socialista y el anarquista. Como veremos en la próxima parte de nuestro trabajo, en casi todos los países europeos iba a predominar indiscutiblemente el primero, aunque aparecieran modalidades que habremos de resaltar. Sin embargo, en España, hasta muy entrado el siglo XX, hasta la Guerra Civil (36-39) el anarquismo tendría muy fuerte presencia, de ahí que hayamos concedido la debida atención a sus orígenes (Proudhon, Bakunin) y que todavía debamos seguirle en su desenvolvimiento.

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TERCERA PARTE:

LA ÉPOCA DE LA IIa INTERNACIONAL

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MODELOS TEORICO-ORGANIZATIVOS LA ÉPOCA DE LA IIa

INTERNACIONAL

Entendemos por época de la IIa Internacional el período comprendido entre la práctica disolución de la la Internacional y el final de la la Guerra Mundial, que culmina en el singular hito histórico de la Revolución Soviética.

Los rasgos más importantes que caracterizan esta época de la Historia del Movimiento Obrero (1872-1918) son los siguientes:

Se perfilan nuevas y diversas orientaciones o comentes en e! seno del movimiento obrero, (fabianismo, sindicalismo), y se consolidan algunas cuyo ¡nido cabía situar en el período anterior (socialdemocracia alemana); se reestructura la Internacional dejando al margen el anarquismo (IIa Internacional), se configura paralelamente una nueva Internacional Sindical. A caballo de dos siglos, entre la última década del XIX y la Primera del XX, se despliega la famosa polémica de revisionistas y marxistas.

Aparece un nuevo modelo de partido obrero: el Laborismo inglés.Culmina el período con el estallido de la la Guerra Mundial y la Revolución

Soviética, esto es, con una nueva gran escisión del movimiento obrero que marcara todo su decurso en el presente siglo y que se refleja en la ruptura de la Internacional, dando lugar a la Illa, o Internacional Comunista.

También es preciso destacar en este período el fallecimiento de Marx (1883) y de Engels (1895), así como la aparición de nuevas cabezas dirigentes 10

Este repertorio de hechos a veces se solapa en el tiempo, y esa proximidad, a veces yuxtaposición de fenómenos, entraña muy profundas interrelaciones entre los mismos, pero sacrificando matices en honor de alguna claridad expositiva, intentaremos secuenciar, siguiendo cierto orden cronológico, en lo posible, la referencia a cada uno de los hechos globalmente reseñados en esta nota introductoria.

10

Liebknecht, Bebel, Kautsky, Bemstein, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Guesde, Jaurés, Vandervelde, Keir Hardie, Macdonald, Bauer, Pablo Iglesias, Lenin, etc.

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SOCIEDAD FABIANA (FABIÁN SOCIETY)

En Inglaterra, durante el último cuarto del siglo pasado, se configuró un importante grupo de pensadores socialistas a quienes se conoce bajo el apelativo común de "fabianos", así como se dice "fabianismo" de sus ideas y modo de ser, que ejercieron muy notable influencia en el movimiento obrero británico y no poco influjo en ciertos teóricos del pensamiento socialista continental.

La curiosa designación de "fabianos" procede de que en 1884 fundaron una asociación para el estudio de los problemas sociales y para la divulgación de las ¡deas socialistas, a la que llamaron "Sociedad Fabiana" ("Fabián Society") evocando al famoso general romano del mismo nombre:

FABIO (Quinto Máximo Verrucosus Cuntactor) 275-203 A.de C. es conocido en la historia del Imperio Romano precisamente como "el parsimonioso" (Cuntactor), por su peculiar estrategia de resistir propiciando el desgaste del enemigo antes de asestar el ataque preciso en el momento oportuno, asegurando el éxito propio y la destrucción del adversario. Se dice que, de este modo, habiendo sometido previamente a Aníbal a un largo desgaste, en el que apenas le presenta batalla limitándose a hostigarle, concluye venciéndole finalmente en Tárenlo.

Esa estrategia, en parte dilatoria, de espera activa, propiciatoria de las condiciones óptimas a la batalla, es lo que se desea evocar hablando de Fabio y el fabianismo.

Aplicado a la estrategia del conflicto social, los fabianos eligen este nombre dando a entender que la transformación de la sociedad tal como ellos la conciben no es fruto, ni puede serlo, ni conviene que lo sea, de un cambio brusco o "salto I revolucionario", sino más bien un proceso relativamente lento y gradual, aunque imparable, de actividad continua, prudente, aunque siempre en pos del objetivo transformador.

Importa especialmente distinguir bien aquí los objetivos y las tácticas, pues el fabianismo tuvo objetivos radicales y tácticas mesuradas. En este sentido constituye un modelo típico de reformismo autentico. No hay revolución concebida como un acto salvífico y heroico: pero la revolución consiste en una suma de reformas importantes y profundas que en su paulatina acumulación acabarían J dando la vuelta al orden económico y social.

Los fundadores de la Sociedad Fabiana fueron contemporáneos de Marx, una figura a quienes ellos estudian y respetan, algunas de cuyas ideas contribuyen a difundir, aunque discrepan de otras, especialmente de su modo de concebir el proceso del cambio entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista. Marx fallece un año antes de la constitución formal de la Sociedad Fabiana.

Todavía antes de exponer, siquiera brevemente, los más esenciales contenidos teóricos de los fabianos, interesa disipar dos tópicos desacertados: el grupo de los fabianos no es un grupo mera y exclusivamente intelectual, constituido por una pléyade de profesores, clérigos y miembros del servicio civil, que tienen "la afición" de especular sobre los problemas sociales. Antes bien, a su modo, asumieron un serio compromiso militante de difundir el ideario socialista, y su esfuerzo propagandístico fue notable. Pero además, llegada la hora -tardía en Inglaterra- de conformar un partido político que defendiera tales ideas en las instituciones, los hombres de la Sociedad Fabiana serán un componente muy importante del "Labour Party".

En segundo lugar, conviene rechazar expresamente, la falsa ¡dea de que fuesen unos

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"moderados" en cuanto al rigor de la crítica que formulan al orden social, así como en lo concerniente a las alternativas que plantean pues bajo las contenidas formas propias de su estilo y formación, lo que proponen lisa y llanamente es la sustitución del capitalismo y la edificación de una sociedad socialista.

Importa, especialmente en la actualidad, destacar la radicalidad de los planteamientos de fondo que tuvieron las posturas del socialismo reformista histórico en sus varias versiones, de las que el fabianismo es una de las más representativas por dos razones: porque a veces se pretenden mostrar "como herederos de aquel reformismo buscando falsos antecedentes de legitimación, quienes en la actualidad han abdicado de todo ideal o fin superador del orden capitalista y de la sociedad de clases y, en segundo lugar, porque también es muy interesante conocer que, fuera del materialismo histórico, típico del marxismo, existió y existe otra veta del pensamiento socialista que, partiendo simplemente de la crítica de la economía política y de principios ético-humanistas, rechaza el capitalismo enérgicamente, condenando la desigualdades que comporta y exigiendo su transformación.

De los fabianos en su primera época (S.XIX) también podemos decir que, acabado el ciclo carlista, con su principal expresión owenita, constituyen la forma teórica más característica y genuina del pensamiento socialista inglés durante las ultimas décadas del siglo pasado, pues a pesar de que, como sabemos, Marx residió en Londres, la mayor parte de los trabajadores ingleses, incluso sus dirigentes sindicales, ignoraban el contenido de sus grandes obras, a las que sólo tuvieron acceso en vida del propio Marx quienes estuvieron en condiciones de leer en lengua alemana o francesa.

Por otro lado, también observamos el espanto producido a los líderes sindicales ingleses por los sucesos de La Comuna, su escasa inclinación en esos años a planteamientos revolucionarios, sin perder de vista la escasa disposición -por no decir rechazo- de la tradición cultural inglesa frente al aparato filosófico de antecedente hegeliano que soporta la concepción global de la filosofía marxista. No es de extrañar que cuando Enrique Hyndman en 1881, publicó "England for All" (Inglaterra para todos), obra que intentaba resumir todo lo más esencial de las teorías de Marx sobre las relaciones capital-trabajo, el autor se abstuviera de citar expresamente la fuente inspiradora.

Ese mismo año, Hyndman y otros, considerándose de algún modo continuadores del carlismo, crearon la Federación Democrática, poco después llamada Federación Democrática Social, de la que formó parte Leonor Marx, hija de Carlos Marx, y que perduró hasta entrado el presente siglo, propagando entre los trabajadores el socialismo marxista. Pero no sería ésta la línea predominante en Inglaterra, ni de ella brotaría el Laborismo.

El día cuatro de enero de 1884 se constituyó formalmente la Sociedad Fabiana.En 1887, tras un período de intensa actividad de debates entre sus miembros y de

celebrar numerosos actos de propaganda, se redactó un documento de BASES, en la que se autodefine de la siguiente forma:

"La Sociedad Fabiana está constituida por socialistas. Por consiguiente, aspira a la reorganización de la sociedad humana mediante la emancipación de la tierra, del capital industrial, de la propiedad individual y de clase, y ponerlos en posesión de la comunidad para bien de todos. Este es el único medio de poder distribuir equitativamente entre todo el pueblo las ventajas de la tierra naturales y adquiridas.

"Según esto, la Sociedad trabaja por la extinción de la propiedad privada de tierras y de la consiguiente apropiación individual, en forma de renta, del precio pagado por permisos para usar

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el terreno, así como las ventajas de las mejoras del suelo y similares."Además la sociedad trabaja por transferir a la comunidad la administración del capital

industrial, para que sea bien administrado, pues debido al monopolio de los medios de producción en el pasado, a los inventos industriales y a la transformación del exceso de ingresos en capital, se ha enriquecido principalmente la clase propietaria, y ahora están los trabajadores dependientes de esta clase para ganarse la vida. (...).

"Para lograr estos fines, la Sociedad Fabiana trata de difundir las opiniones socialistas y los cambios sociales y políticos que de ellas se derivan, incluso el establecimiento de iguales derechos y deberes cívicos para hombres y mujeres. Procura realizar estos fines difundiendo la ciencia como relación entre el individuo y la sociedad en sus aspectos económico, ético y político".

Produjo gran impacto en la sociedad inglesa que un notable grupo de distinguidos intelectuales asumieran tales ¡deas: conceptos usuales en las organizaciones obreras, valorados por los burgueses como elucubraciones vanas y nocivas, difundidas por demagogos explotadores del resentimiento que anida en la pobreza y exaspera la miseria.

El gran literato BERNARD SHAW, que se había adherido a la Sociedad Fabiana al año siguiente de su constitución, fue durante toda su vida miembro de la misma, y de 1881 a 1911, de su Consejo Ejecutivo. Este admirado comediógrafo (¿Quién no recuerda "Pygmalion"?) en el homenaje que recibiera al cumplir los setenta años declaró que estaba más orgulloso de su fe socialista que de sus obras literarias. Otros "fabianos" ilustres fueron Sidney Webb, Beatriz Potter Webb, Ramsay Macdonald, Keir Hardie, D.G. Cole, etc. Algunos de estos nombres nos serán luego familiares en la IIa

Internacional.La lectura del documento sobre Bases de la Sociedad Fabiana pone de manifiesto la

gran similitud de objetivos con las organizaciones de inspiración marxista y con la que les era más próxima: la Federación Democrática Social. ¿Dónde estaban, pues, las diferencias que nos expliquen la distancia y autonomía de los fabianos?.

No se trata simplemente de que los fabianos no se propusieran articular una organización de masas, lo que a la sazón cumplía en su país el movimiento trade-unionista. A los fabianos les separaban de los marxistas, principalmente, cuestiones de filosofía social, de análisis económico e, incluso, de sensibilidad antropológico-cultural.

En efecto, el sistematismo propio del llamado materialismo histórico, con su explicitación en la teoría de la lucha de clases y el determinismo, en cuanto a la concepción de la necesidad del cambio histórico, se avenía mal con el talante intelectual fabiano, más inclinado a fundamentar la exigencia del cambio social en motivaciones éticas y, por tanto, enraizadas en la libre voluntad de los hombres, que en ningún otro determinismo. Es una aspiración de justicia lo que en definitiva reclama la transformación social para ellos.

Tampoco valoran la historia inmediata del mismo modo: los fabianos dan un gran valor a los cambios que se iban produciendo en Inglaterra, especialmente a la progresiva, aunque paulatina, extensión del sufragio, concibiendo enormes esperanzas para cuando llegase a su implantación total el sufragio universal.

Muy vinculadas a los puntos anteriores se encuentran las diferencias en cuanto a la metodología del cambio. Como veremos posteriormente al reproducir algún pasaje de textos fabianos, éstos insisten en la necesidad de contar con el consenso social, aunque entrañe esto un pausado gradualismo. La clase obrera tiene un especial protagonismo en ese cambio, pero no es para ellos el agente único de ese cambio, sino que requiere la alianza de otros componentes sociales. Por todo ello centran gran parte de su actividad en contribuir a la maduración del estado de conciencia de la sociedad en su conjunto y

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en la apelación a valores o estimaciones cuya racionalidad pueda tener la más amplia aceptación.

En la teoría económica centran el análisis, no tanto en el concepto del valor y de la plus-valía, cuanto en el concepto de renta y, por otra parte se muestran, frente a tendencias más intransigentes de socialización de todos los bienes productivos por instituciones colectivas, más inclinados a la aceptación de sistemas mixtos y, muy especialmente a afirmar una larga transición procesual del cambio en cuanto al sistema productivo y distributivo.

Cuando mencionamos antes el aspecto de sensibilidad antropológico-cultural, queríamos referirnos al hecho de que los fabianos, sin negar la importancia del condicionamiento social, se consideraban apegados en esto a la tradición owenita que resalta la importancia del carácter, de la formación del carácter, del perfeccionamiento individual y, por consecuencia de todo ello, la especialísima importancia de la educación igualitaria para todos los hombres y mujeres, vinculando la valoración de las condiciones del trabajo, penosidad, intensidad y duración, a los tiempos disponibles para el cultivo de la personalidad y a la existencia de los medios idóneos para realizarla.

La fuente principal para el conocimiento de las ideas sustentadas por los fabianos en esta época reside en el libro "Fabián Essays on Socialism" -ensayos Fabianos acerca del Socialismo-, publicado por Bernard Shaw como obra de colaboración entre varios autores -y del que él es coautor-, en el cual se recopilan una serie de siete conferencias dictadas en Londres durante los últimos meses de 1888, por otros tantos miembros distinguidos de la Sociedad Fabiana.

La obra se estructura en tres partes: las bases del socialismo, la organización de la sociedad, y la transición hacia la socialdemocracia.

De tan notable obra, que fue reeditada no hace mucho en castellano11, merece la pena detenernos en algunas ideas más significativas.

En la parte titulada "Bases del Socialismo" se perfila una cuádruple argumentación del socialismo bajo una perspectiva histórica, industrial, económica y moral.

SIDNEY WEBB nos presenta una interpretación optimista de la historia en el sentido de que él aprecia cómo, de hecho, se estaba caminando ya hacia el socialismo. Frente a una interpretación catastrofista, concebida en el sentido de caminar hacia una confrontación decisiva y rupturista, Webb cree que todo el siglo XIX (escribe casi en la última década del siglo) ha sido en Inglaterra un proceso de superación del individualismo, de limitaciones impuestas a la pro-piedad privada, de expansión de los servicios públicos y de la propiedad estatal, en definitiva, de asunción gradual de aspiraciones de signo u orientación socialista. (Nótese que esta apreciación positiva de los cambios operados desde la primera industrialización va a ser una constante en la fundamentación de los reformismos.)."... la propiedad privada de los medios de producción ha sido, en una dirección o en otra, sucesivamente regulada, limitada ..." "La historia económica del siglo, es un registro casi continuo del progreso del socialismo".

Tras haber leído en otros autores las clarísimas denuncias sobre la condición de la clase obrera en el s. XIX, sorprenderían esas frases descontextualizadas. Mas no se trata de que Webb y sus amigos nieguen la miseria existente, de la que en otros capítulos se dan descripciones estremecedoras, sino que, lo peculiar de esta interpretación histórica consiste en que, pese a toda la miseria subsistente, se constatan una serie de líneas

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"ENSAYOS FABIANOS" Trad. y Estudio preliminar de Mercedes Gutiérrez y F. Giménez Núñez. Ministerio de Trabajo, 1985

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evolutivas que a su juicio marchan en la dirección preconizada por el socialismo, con lo cual aparecería el socialismo como una tendencia evolutiva connatural con el desarrollo económico, paralelo a la extensión y profundización de la democracia política.

Webb subraya el carácter evolutivo del cambio social: "La historia económica del siglo es un registro casi continuo de progreso del socialismo". Con frases como ésta, lo que pretende es constatar lo que considera como una dirección irreversible [?] de la evolución social y, por eso, llega a afirmar que, incluso los que se declaran enemigos del socialismo, se ven precisados a acometer reformas de signo socializador, pues en este sentido interpreta, por un lado todo lo que Suponen reglamentaciones y limitaciones al liberalismo económico puro -lo que hoy llamaríamos "capitalismo salvaje"- y, por otra parte, todo lo que concierne a 'la intervención del Estado en organizar o propiciar servicios de bienestar social (salud, educación, vivienda, vejez, urbanismos, etc.).

Tan querido les es a los fabianos el concepto de evolución social, que Webb critica del socialismo utópico su tendencia de concebir modelos ideales estáticos y que, según él, serían irreales simplemente ya por ser estáticos y cerrados en su perfección a la inexorabilidad del cambio. Opone a ello la historia, tanto en su orientación teórica como en su contenido practico: "Ningún filósofo deja de preconizar ahora el paso gradual desde el orden viejo al orden nuevo; es decir, sin solución de continuidad ni cambio brusco de todo el tejido social, en ningún punto durante el proceso evolutivo. Lo nuevo se hace viejo, a veces antes de que se haya reconocido como nuevo, y la Historia no ofrece ejemplo de que una ficción utópica y revolucionaria haya sustituido de repente lo establecido". [El texto es anterior a 1917].

Haciéndose en este punto fiel interprete del sentir fabiano, considera que la democracia será necesariamente impulsora del proceso hacia la socialización:

"La corriente principal que ha llevado a la sociedad europea hacia el socialismo durante los últimos cien años, es el irresistible progreso de la democracia"-pensamiento que liga pronto al gradualismo: "Los defensores de la reconstruc^ don social han aprendido la lección de la democracia y saben que tal reorganización viene poco a poco, gracias al giro lento y gradual de la mente popular hacia los nuevos principios".

En algunos rasgos perfila lo deseable en la metodología del cambio. Los cambios deben ser democráticos, gratos a la mayoría de la población; graduales, sin causar dislocación; constitucionales y pacíficos.

Tan convencido está de que la democracia plena no puede darse sino en un marco "de cooperación organizada en lugar de la anarquía de la lucha de competencia", que llega a afirmar: "El lado económico del ideal democrático es, en efecto, el propio socialismo".

Critica el individualismo en su proyección económica y escribe palabras que nos hacen ver cómo, desde hace cien años, los patronos vienen arguyendo lo mismo: "Pero los propietarios de la fábrica (....), ayudados por algunos economistas políticos, se opusieron obstinadamente a todo intento de intervención en su libertad de usar "su" capital y "sus" obreros como consideraran más provechosos y (....) pronosticaban cada vez que se les imponía una restricción que ésta destruiría, inevitablemente, el comercio de exportación y los privaría de todo beneficio".

Frente al individualismo en la propiedad, la empresa, el lucro y el sentido del beneficio, destaca la dirección creciente de dos fenómenos: la propiedad creciente del Estado e, incluso dentro de los negocios privados, la tendencia en las grandes empresas a la eliminación de la administración personal o disociación entre la propiedad, en

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sentido estricto, y los .gerentes o gestores de la empresa lo que, según él, facilitaría su socialización o cambio de titularidad en la propiedad de la empresa.

William Clarke fue el encargado de tratar en los Ensayos Fabianos sobre la base industrial del socialismo, manteniendo las siguientes tesis: "1° Que la propiedad privada de los instrumentos de producción necesarios y la libertad individual, como la entendieron los reformadores del s. XVIII deben ser más y más restringidos, esto es que, desde nuestra condición económica, el individualismo es imposible y absurdo. 2° Que hasta los políticos hostiles o indiferentes se han visto impulsados a reconocerlo. 3° Que el capitalismo sin restricciones, tiende a la crueldad y a la opresión con tanta seguridad como el feudalismo y la esclavitud. 4° Que, como es natural, el remedio ha sido de carácter socialista, que implica colectiva represión de la codicia individual y disminución de los provechos del capital en beneficio de la comunidad de trabajadores".

Tras repasar el proceso que va de la explotación en que el propietario ejerce la función directiva, pasando por el momento en que se convierte en rentista, y analizar la sociedad por acciones, la concentración empresarial y los "Trusts", cree observar un proceso en el que, a su juicio, la desembocadura lógica sería lo que da en llamar la democracia industrial, lo que nos recuerda aquel otro razonamiento anterior que ya vimos según el cual, a la socialización del trabajo y de la producción, debe seguir la socialización de los medios productivos y la apropiación social del excedente. Así, William Clarke dice: "....el legítimo reformador preferirá preparar al pueblo, educado y organizado como verdadera democracia industrial, para recoger los hilos, cuando se caigan de las débiles manos de una clase poseedora inútil. De este modo se acabara la lucha de clases, con su codicia, sus odios y sus gastos inútiles".

El propio Bernard Shaw elaboró la parte de los Ensayos referente a la base económica. Su trabajo, pese a la aridez del tema, posee la galanura literaria propia del autor, no exenta de agudas ironías. Shaw analiza en primer lugar la renta de la tierra, su origen y evolución, dejando al paso la condena sobre la apropiación de la renta por quienes no cultivan los campos. Pero, tras explicar de qué proceden esos beneficios, aplica el concepto de renta a otras formas de explotación económica y aparece el proletario como aquel que, careciendo en absoluto de poder acceder a la tierra, no tiene otra cosa que vender sino venderse a sí mismo. Observa que su condición es inferior a la de los antiguos arrendatarios rurales. "Su suerte viene a ser diferente de la de sus predecesores, los compradores de derechos de arriendo, puesto que el no sólo renuncia al fruto de su trabajo, sino también al derecho de pensar por sí mismo y a dirigir su industria como le plazca".

Considera que, con el maquinismo, se extendió este nuevo tráfico del trabajo llegando a ocupar el lugar que antiguamente tuvo el tráfico en derechos de arriendo.

Analiza el valor de cambio de los productos que pone en relación con la utilidad, teniendo en cuenta el concepto de Jevons sobre utilidad marginal y, como otros factores, el coste y cantidad de producción.

Pero al examinar el valor del trabajo, refleja la realidad de su tiempo: el salario del trabajador no es el precio de él mismo. El no vale nada. Es su mantenimiento.

Pone un ejemplo estremecedor:

"Supongamos que los caballos se hubieran multiplicado en Inglaterra, en tal cantidad que se les consiguiera gratis, como los gatitos condenados al cubo. Habría que alimentar al caballo. Alimentarlo y albergarlo bien si fuera a ser utilizado como cazador elegante. Alimentarlo y albergarlo de forma mísera si sólo se utilizara como arrastre. Pero el costo de mantenimiento no significaría que el caballo tuviese un valor de cambio. Si se obtuvo gratuitamente al primer intento

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-si nadie diera nada por él cuando hubiera terminado con sus servicios-, no tendría valor alguno a pesar del costo de mantenimiento. Este es el caso de cada miembro del proletariado que podría ser reemplazado por uno de los desempleados de hoy. Su salario no es el precio de lo que él vale, porque no tiene valor. Sólo es su manutención. Por unos salarios de subsistencia mínima, se puede conseguir toda la mano de obra que se quiera y hacer lo que se quiere con ella dentro de los límites establecidos por el código penal, que será seguramente interpretado por un juez de la clase propietaria a favor del propietario. Si hay que darle al criado un salario mejor que al modesto leñador, es por la misma razón por la que hay que darles garbanzos y un establo limpio al cazador en lugar de paja cortada y una pocilga".

En su peculiar análisis del capitalismo equipara la renta de la tierra y el interés del capital: "Desde el punto de vista coloquial, se dice que la propiedad de una granja es un terreno que produce renta; mientras que la propiedad de un ferrocarril es un capital que produce intereses. Pero desde el punto de vista económico no existe distinción entre ellos cuando se convierten en fuente de ingresos. Esto se vería con mucha claridad si las empresas costosas, como los ferrocarriles, pudiesen ser emprendidas por un sólo terrateniente en su propio terreno y con su excedente de riqueza. Es la necesidad de asociar un número de poseedores de exceso de riqueza, y de disponer una maquinaria financiera que establezca su participación en el producto, proporcionalmente a sus acciones en el capital aportado, lo que modifica la terminología y el aspecto externo de la explotación. Pero la modificación no es una alteración: el accionista y el terrateniente viven del producto obtenido de su propiedad por el trabajo del proletariado".

Mediante esta equiparación lo que pretende es evidenciar que, en uno y otro caso, la riqueza es producida por el trabajo, y que el régimen de propiedad privada individual desvía la distribución o reparto de los bienes producidos. Como quiera que su escrito comienza por el examen de la renta de la tierra y muestra claramente en qué consiste el beneficio que obtiene el arrendador de la propiedad y se ve allí, muy claramente, que percibe una renta procedente de la riqueza producida por el cultivo que lleva a cabo el arrendatario, proyecta ahora esa relación al trabajo asalariado del que antes nos advirtió su peor condición con respecto al agricultor sin tierra propia, pues no se le concede al asalariado la posibilidad de un mayor margen de beneficio y, porque carece al tiempo de toda autonomía en la organización de su trabajo.

Según B. Shaw, tanto las rentas derivadas del arriendo o subarriendo de la propiedad, "como las que se originan de una forma de renta llamada intereses", proceden, en definitiva, de la riqueza producida por los trabajadores y substraída a sus productores: "Todos estos intereses se pagan en último término de la diferencia entre el producto del trabajo del obrero y el precio del trabajo vendido en el mercado libre de salarios, sueldos, honorarios y beneficios". En este punto el propio B. Shaw incluye una nota a pie de página que dice: "Este excedente del producto por encima de su precio está tratado como categoría aparte y con un efecto impresionante por KarI Marx, que lo llamó "la plusvalía" (mehrwerth)".

Con toda claridad podemos conocer qué suponía el socialismo para Bernard Shaw, el más ilustre de los fabianos: "El socialismo implica la ruptura del pago de tales rentas y la suma de la riqueza que así se ahorra, a las rentas que surgen del trabajo".

El lenguaje moral, característico de los fabianos, aparece en la última página del ensayo, con estas palabras: "En cuanto al resto, y dado que se nos enseñó a aceptar la respetabilidad desde nuestra desgraciada infancia, aunque nuestros corazones infantiles se revelaran contra esta idea y la odiaran en secreto, descubrimos aliviados que nuestros corazones tenían razón desde el principio y que, la respetabilidad actual, no es sino una enorme inversión de un orden social justo y científico que está impregnado de

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deshonestidad, falta de utilidad, egoísmo, miseria y es un desprecio idiota de magníficas oportunidades para una vida noble y feliz".

La calificación de falta de utilidad guarda, sin duda, relación con una crítica desarrollada anteriormente, en el sentido de que, bajo el sistema de competencia y búsqueda del mayor lucro, no se produce lo más necesario, sino lo más lucrativo, haciendo convivir la opulencia y la miseria.

Finalmente, de los Ensayos Fabianos, vamos a reparar en el trabajo de Sidney Olivier, a quien se le encomendó el tema de las bases morales del Socialismo. Olivier considera inmoral aquel sistema basado en la apropiación forzada -aunque "legal"- que unos pocos hacen de la riqueza producida por el trabajo de muchos, y glosa la ambigüedad de los principios morales de una sociedad que, por un lado, exalta la laboriosidad y la moderación, mientras que tiene como elementos motrices la retribución del capital, la acumulación y la búsqueda de la opulencia.

Pero acaso lo más interesante de su ensayo sea el análisis de otra contradicción referente al individualismo en su dimensión antropológica. Su tesis consiste en reivindicar el socialismo como el verdadero y auténtico modo de conseguir la realización del individuo, frente a la interpretación del liberalismo economicista que desemboca precisamente en la frustración inhumana de masas de individuos. Es en ese sentido en el que sitúa al socialismo, inserto en la tradición que toma, como valor fundamental del orden social, propiciar la plenitud del individuo.

Sostiene que el equívoco de oponer individualismo a socialismo, procede de la confusión entre personalidad y propiedad personal. (Siguiendo a otro escritor contemporáneo podríamos decir: entre ser y tener). Por eso postula como auténtica realización del individuo, compatible con la de los demás individuos, aquella que está garantizada por un orden cooperativo: "El socialismo es, sencillamente, individualismo organizado y en su verdadero espíritu. El socialismo va tomando forma en las sociedades avanzadas y la revolución social tiene que venir a llevar a cabo su realización mediante la acción consciente de innumerables individuos; un paso a una existencia conforme a la razón y agradable para sí mismos y para aquellos cuya libertad y cuya felicidad desean como las suyas propias".

Luego se extiende en la necesidad de la educación y en los efectos salutíferos que para la moralidad social habrían de derivarse del régimen de cooperación industrial.

Para concluir, podemos apreciar la propia autocrítica que nos ofrece treinta años después el propio Webb. En efecto, cuando en 1920 se reeditan en Inglaterra los "Ensayos Fabianos", Webb señala como errores del fabianismo en las últimas décadas del siglo pasado:

a) No haber concedido suficiente atención a las "Trade Unions", y a su importancia como elementos de transformación social,

b) No haber ponderado bastante el movimiento de las cooperativas, de producción y de consumo, como posible vía correctora del sistema,

c) No haber percibido la transcendencia práctica del socialismo municipal, d) No haber desarrollado suficientemente la reflexión sobre la política internacional, y la

prospección internacional de los problemas económico-sociales. A subsanar esos aspectos encaminaron sus esfuerzos en los albores de nuestro siglo.

Pese a tales limitaciones, podemos apreciar que la concepción gradual y evolutiva del cambio social, que sin duda representa el fabianismo, no rehusaba la radicalidad y el rigor en la denuncia ni abdicó en la reclamación básica de superar, aunque paulatinamente, los fundamentos del capitalismo.

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EL SINDICALISMO REVOLUCIONARIO

Bajo este epígrafe vamos a considerar la orientación que toma una parte, quizá la más significativa, del movimiento obrero francés durante las dos últimas décadas del siglo pasado, y que se prolongaría hasta la la Guerra Mundial (1914-1918).

El sindicalismo revolucionario constituye otra interpretación o modelo teórico-práctico, u otra expresión, del movimiento obrero y se caracteriza esencialmente por afirmar, como organización propia de los trabajadores, el sindicato que afirma, rotundamente, la autonomía sindica expresa notoria desconfianza hacia los partidos políticos -y hacia los políticos-, lo que se completa con una clara animadversión hacia el Estado.

El sindicalismo representa, pues, un modelo o concepción del movimiento obrero francamente distinto al de la socialdemocracia alemana basado en la íntima relación partido sindicato ("reparto de papeles"; modelo seguido en España por el pablismo), así como también resulta harto distinto al reformismo evolutivo fabiano que acabamos de estudiar.

El sindicalismo revolucionario tuvo sus claros antecedentes en el proudhonismo y, con respecto a su proyección histórica, el atento lector irá observando que no pocas de sus ideas, e incluso de sus prejuicios, llegan hasta nuestros días con evidentes resonancias en los sindicatos actuales.

Decimos que el sindicalismo revolucionario, en su expresión paradigmática, fue un fenómeno francés de las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX, pero así mismo, hemos de constatar su paralelismo y semejanza con la fase más pujante del anarco-sindicalismo español y, con menor intensidad, italiano. Por otra parte, un fenómeno relativamente parecido constituyó el llamado "socialismo de gremios" en Gran Bretaña aunque, por la peculiar y tardía configuración del Partido Laborista, no reviste allí unos caracteres tan antipolíticos.

En el epígrafe hemos titulado muy intencionalmente "sindicalismo revolucionario", con el fin de subrayar que aquel sindicalismo, enraizado nítidamente en la teoría de la lucha de clases y en la aspiración a la consecución pronta de la sociedad sin clases (explotadores y explotados), fue bien distinto de otros "sindicalismos" que tomaron el apoliticismo como cobertura de su negación a todo compromiso ideológico, deviniendo, no ya en mansa adaptación a un tenue reformismo, sino incluso a esa forma de conservadurismo que consiste en la mera reivindicación oportunista. Incluso hubo regímenes, para mayor confusión, que se autodesignaron nacional-sindicalistas. Portado ello importa aquí sobremanera, perfilar bien las circunstancias históricas y los rasgos ideológicos del sindicalismo revolucionario.

Tras la caída de la Comuna Parisina (primavera de 1871), y la feroz represión subsiguiente, de la que ya dimos cuenta en otro tema, se hizo muy lenta y difícil la reconstrucción de las estructuras del movimiento obrero francés. Casi un año más tarde, permaneciendo todavía en el exilio todos los dirigentes que pudieron evadirse del exterminio, la Asamblea Nacional continúa dictando normas que castigan con penas de prisión la mera adhesión a la Internacional (14 de marzo de 1872).

Como es propio en tales circunstancias, amainado lo más tenebroso del temporal, comienza la reagrupación de los trabajadores por pequeños núcleos de oficio, y serán las

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sociedades gremiales, aunque con severas limitaciones, las que primero "gocen" de cierta tolerancia.

De todas formas hubo de transcurrir un lustro para que volvamos a encontrar la celebración de un Congreso obrero en Francia. Tal acontece en París del dos al diez de octubre de 1876. En este primer Congreso Obrero celebrado tras la hecatombe de la Comuna, muy mediatizado por las circunstancias, las resoluciones se inspiran tímidamente en un espíritu mutualista, cooperativista y suavemente reformistas. Los exiliados de la Comuna que, como vimos, forman un grupo relativamente compacto en Londres, vituperan la realización y frutos de este Congreso. Otros, los aliancistas, sin embargo, valoran positivamente el mero hecho de que los obreros franceses vuelvan a congregarse y pongan de nuevo en marcha alguna estructura organizativa nacional. Dos años más tarde, se celebra un segundo Congreso Obrero en Lyon (28 de enero) de semejantes características, pero en éste se adopta ya la periodicidad de los Congresos y se encomienda a los sindicatos parisienses una tarea que habría de traer consecuencias: organizar para ese mismo año, con ocasión de la Exposición Universal que habría de tener lugar en París, la celebración de una Conferencia Internacional Obrera.

Las Cámaras Sindicales de París se aprestan a cumplir la encomienda y el Gobierno prohíbe tajantemente la celebración del evento. Esto da lugar a que Jules Guesde irrumpa en la escena política francesa.

JULES GUESDE (1845-1922), junto con JAURES (1859-1914) serían los grandes dirigentes del socialismo francés en esta época.

Guesde, que influyó muy notoriamente en los rasgos del socialismo español, que constituyó casi un modelo del pablismo, fue reconocido y destacado por una honestidad y rectitud de carácter rayanas en la rigidez. En el plano de las ideas, Guesde representó permanentemente la fidelidad al marxismo. En el momento de elaborar el programa del Partido Socialista acudió a Londres -todavía vivía Carlos Marx-, y Marx redactó los considerandos iniciales del documento. Desde su época de estudiante manifestó su preocupación política, militando entonces en el republicanismo. Al declarar sus simpatías por la Comuna ("Les Droits de 1'Homme") fue sentenciado a pena de destierro. Entonces entra en contacto con los socialistas marxistas alemanes, Bebel y Liebknecht. Regresa a Francia en el otoño de 1876. Dos años después pone en circulación el semanario "L'Egalité."

Conferenciante incansable, pese a la fragilidad de su salud, recorre constantemente el país. En sus mítines brillaba la encendida oratoria del que cree profundamente en lo que dice y dedica su vida a lo que piensa.

Cuando el Gobierno Dufaure prohibe en octubre de 1878 la Conferencia Internacional Obrera que decidió celebrar el Congreso de Lyon, casi todos sus promotores acatan la decisión gubernamental, pero Guesde y su grupo de delegados se presentan en la sala dispuestos para la celebración de la Conferencia siendo detenidos y encarcelados. La defensa colectiva que pronunció Guesde ante el tribunal que los juzga por este incidente, transcrita como folleto, recorre los ambientes obreros por todos los departamentos de Francia; contiene una brillante reivindicación de la libertad política que reclaman también los trabajadores.

Estos hechos fueron determinantes para que en el Congreso Obrero de Marsella, celebrado en octubre de 1879, se apruebe la organización de los trabajadores en "partido de clase". "Ante todo, el proletariado debe separarse completamente de la burguesía".

En la primavera de 1880 es cuando Guesde viaja a Londres para consultar a Marx sobre el programa del nuevo Partido y regresa con un texto cuyo preámbulo dice lo

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siguiente:

"Considerando que la emancipación de la clase productora es la de todos los seres humanos, sin distinción de sexo ni de raza; que los productores podrán ser libres sólo en la medida que tengan la posesión de los medios de producción (tierras, fábricas, barcos, bancos, crédito, etc.); que no hay más que dos formas bajo las cuales los medios de producción les pueden pertenecer:

1° La forma individual, que nunca existió como hecho general y que fue eliminando cada vez más el progreso social.

2° La forma colectiva, cuyos elementos materiales e intelectuales están constituidos por el desarrollo mismo de la sociedad capitalista;

"Considerando que esa apropiación colectiva no puede salir más que de la acción revolucionaria de la clase productora o proletariado, organizada en partido político distinto; que una tal organización debe ser realizada con todos los medios a disposición del proletariado, inclusive el sufragio universal, transformando así el instrumento que éste ha sido hasta hoy en un instrumento de emancipación.

"Los trabajadores socialistas franceses dándose como fin la expropiación política y económica de la clase capitalista y el regreso a la colectividad de todos los medios de producción, han decidido, como medio de organización y de lucha, ir a las elecciones con el siguiente programa": (A continuación se inserta el repertorio circunstancial de reivindicaciones" políticas, económicas, etc...).

Hasta aquí todo parecería indicar que el movimiento obrero francés, tras el contratiempo de la Comuna, iba recobrando un curso semejante al socialismo alemán. Pero lo que en Alemania fue un proceso de convergencia y unificación de los partidos socialistas, en Francia habría de ser exactamente lo contrario y los años 80-82 son todo un rosario de escisiones en el campo político del socialismo que producen un panorama determinante para el desarrollo del apoliticismo sindicalista. Sin ser, por supuesto, la causa única, será un factor decisivo en el proceso.

En efecto, cuando en noviembre de 1880 se reúne un congreso nacional en El Havre para ratificar ese programa, se retiran los representantes de los grupos y cámaras sindicales de tendencias mutualistas y cooperativistas, pues para ellos el programa refleja una línea excesivamente colectivista e implícitamente estatalizadora.

Obviamente, los anarquistas rechazan la configuración del movimiento obrero como partido político y la intervención en los procesos electorales que a su juicio consolidan "las instituciones burguesas" de un Estado opresor.

Era perfectamente lógico que esas ramas del movimiento obrero se distanciaran de un partido obrero de orientación colectivista, o simplemente de un partido político, pero resulta que esas ramas habían constituido lo más frondoso del árbol de la Sección Francesa de la la Internacional y que continuarán siendo fermentos muy importantes en el movimiento obrero del país.

Mas el germen de la división se desarrolla pronto en el mismo seno del Partido Obrero Francés surgido en 1880 y, así, en el Congreso de St. Etienne, celebrado en 1882, se escinden los partidarios de Pablo Brousse (brousistas) y crean el Partido Obrero Socialista Revolucionario Francés (luego suprimirían del título la palabra revolucionario). A los brousistas les parecía demasiado rígida la interpretación que Guesde hacia de la estrategia "clase contra clase", lo que se traducía en intransigencia con respecto a las alianzas políticas y en un inexistente sentido de consenso respecto a lo que no fuesen netamente fuerzas obreras. Mientras los brousistas acusaban a Guesde de insensibilidad con respecto al valor de las posibles reformas inmediatas y de menospreciar en este sentido el valor de las instituciones republicanas, los guesdistas acusaban a los brousistas de oportunismo y de desorientar al movimiento obrero.

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Guesde, en efecto, mantiene en su libro "le Socialismo au jour le jour" que "multiplicando las reformas sólo se multiplica la vergüenza. Porque todos los derechos concedidos a los trabajadores en el régimen capitalista serán siempre letra muerta". La presencia de los socialistas en cargos políticos tiene el sentido principal de la denuncia y de la propaganda, y el partido obrero tiene como un fin primordial reunir a la parte más consciente del proletariado para intensificar su formación revolucionaria, proyectar reflexivamente la estrategia de la clase obrera, y ejercer cierta función pedagógica y ejemplar entre los trabajadores "que prepare a las masas para dar el asalto final al Estado, que es la ciudadela de la sociedad capitalista".

El partido encabezado por Guesde adoptó estructuras bastante centralizadas y se asentaba preferentemente en las regiones industriales del norte.

Pablo Brouse defendía en cambio el posibilismo. Pero dentro de su propio partido también surgió la subdivisión, pues es difícil trazar la línea que separa el posibilismo del oportunismo, y un sector encabezado por Allemande se desgajó en 1890, descontento del excesivo tacticismo brousista en las instituciones, así como el descuido de la formación en el partido y de la propaganda socialista, creando en consecuencia otro partido.

Para completar el cuadro de fragmentación política del campo socialista, que será telón de fondo al auge del sindicalismo, es preciso reseñar que, aún cuando más minoritarios, pervivían los militantes de inspiración blanquista, herederos de Blanqui y de toda una casi-mitología insurreccional, anclados en torno al "Comité Revolucionario Central", y toda una pléyade de "socialistas independientes", algunos de los cuales luego jugarían importante papel -como Jaurés, Millerand o Viviani-, relacionados con la Sociedad por la Economía Social, cuyo órgano de expresión era "La Revue Socialiste".

Entre tanto, se había ido descongelando la legislación represiva del movimiento obrero y, en marzo de 1884, trece años después de la Comuna, el Parlamento aprobó una Ley por la cual los sindicatos podían constituirse libremente, sin la autorización previa del Gobierno. Debían, sin embargo presentar sus estatutos y la lista de nombres de quienes se encargasen de su administración o dirección. Estas personas han de poseer la nacionalidad francesa y estar en posesión plena de derechos civiles; los sindicatos tienen derecho a actuar judicialmente y a poseer los bienes inmuebles precisos para sus reuniones, bibliotecas y actividades de formación profesional para sus miembros. Por esta época el movimiento sindical poseía considerable despliegue. En un debate parlamentario de 1881 se citan las siguientes cifras: "Existen en Francia 138 asociaciones patronales con 15.000 afiliados y 500 cámaras sindicales obreras, de ellas 150 en París, con un total de 60.000 agremiados (Dolléans.Ob.cit. Vol n, P.25).

Será en la última década del siglo cuando se vayan configurando ya de forma estable y no efímera las uniones nacionales de oficios. Es a partir de 1886 cuando empieza a manifestarse en todo su radicalismo, el sindicalismo, o si se quiere, cuando se hace patente el predominio claro de las corrientes de tradición proudhoniana en el sindicalismo francés. El sindicalismo tendrá en Francia dos expresiones: La Federación de Sindicatos y Grupos Corporativos, de la que surgirá la CGT, y el movimiento de las Bolsas de Trabajo, durante algunos años incluso más pujantes.

En efecto, el 11 de octubre de 1886 se constituye en Lyon la Federación de Sindicatos y Grupos Corporativos que adopta como punto básico de su programa la autonomía de la organización obrera. Sólo han transcurrido siete años desde el Congreso de Marsella en el que el Congreso Obrero allí celebrado decidió la creación; del partido obrero.

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Esa afirmación esencial de autonomía sindical supone muchas y muy importantes cosas para el sindicalismo. Es una autonomía que se afirma frente al Estado, por supuesto frente a toda influencia patronal, y también -muy deliberadamente- frente a todos los partidos políticos.

Sorel, que suele aceptarse como uno de los pensadores teóricos del sindicalismo, decía que éste vino a ser cono un revisionismo de izquierdas del marxismo.

Ya vimos como en la Primera Internacional los marxistas lucharon tenazmente hasta conseguir que se recomendara la doble organización de los trabajadores en partido y en sindicato, perfilando las correspondientes resoluciones de forma básica el clásico "reparto de papeles" entre uno y otro (lo que se dio en llamar la lucha política y la lucha económica de la emancipación obrera).

Pues bien, el sindicalismo radical expresa cierto escepticismo hacia la utilidad de los partidos de clase por cuanto entiende que los partidos de clase, en su pretensión de orientar y dirigir a los sindicatos, causan enfrentamientos y divisiones nocivas entre los trabajadores; sus ideologías y las luchas por los liderazgos son origen de luchas intestinas innecesarias. A veces, incluso, puede ocurrir que sacrifiquen los intereses del sindicato, que vale tanto como decir los más innegables y concretos intereses de la clase trabajadora, a los intereses inmediatos del partido y, en el peor de los casos, a los de los dirigentes del partido.

Por el contrario, el elemento verdaderamente unitivo de los trabajadores son sus intereses económicos: más profundos que sus posibles diferencias políticas, confesionales, culturales o filosóficas, y de ahí, que los sindicatos sean la expresión más directa e inmediata de los intereses de la clase trabajadora. Los sindicatos son la organización de masas por excelencia y vinculan de forma próxima la vida del trabajador en cuanto tal con la organización de clase. La solidaridad vivida en el taller se traslada a la solidaridad de la organización, cuya vida y cuya acción tienen con frecuencia el escenario mismo de la fábrica.

Otra crítica frecuente en el sindicalismo hacia los partidos, y en concreto hacia los partidos obreros, fue el rechazo a la intelectualización de los partidos, a la excesiva hegemonía de los intelectuales sobre las organizaciones de masas de los trabajadores, ejercida a través de la dirección de los partidos, con la consecuente derivación en ocasiones de falta del necesario realismo en el proyecto o de falta del componente pragmático que, como por un instinto de adherencia con la vida del tajo, nunca falla en el sindicato.

Muy próxima a la crítica anterior es la reserva del sindicalismo respecto a los móviles de los políticos y hacia las prebendas supuestas o reales de que gozan quienes ejercen cargos políticos en la sociedad, ya sean puestos ejecutivos o simplemente representativos. Afirmaban a este respecto que la acción sindical, precisamente por ser menos brillante, más rutinaria y tenaz, menos retributiva para la vanagloria y el orgullo personal, era propia de los hombres más sacrificados o de una militancia más pura y desinteresada. (El lector contemporáneo debe dar más fuerza al significado de estas palabras si considera en qué condiciones se desplegaba la existencia y las luchas de los sindicatos a la sazón). En este sentido, llegó a desplegarse una cierta mística o romanticismo sobre el carácter desprendido de la militancia sindical que, con cierto prejuicio, no se apreciaba del mismo modo en la militancia política.

Irritaba también al sindicalismo revolucionario lo que entendían como proclividad pactista de los políticos. Una experiencia de la vida habitualmente inmersa en la áspera confrontación con los patronos, así como en la propia rudeza de los debates sindicales,

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les impulsaba a desconfiar de ese aspecto de la vida de las instituciones que, por su composición multipartidista, tienen que funcionar componiendo mayorías más o menos estables -a veces para cada asunto- y que no pueden ser fruto sino de los pactos y de las inevitables transacciones. Acontecía aquí, con respecto a los partidos, vistos desde los sindicatos, algo parecido a lo que ocurre en ocasiones dentro del sindicato cuando el negociador de un conflicto viene a dar cuenta de la transacción efectuada, pero con la notable diferencia de que, en este caso, conocedores de las condiciones en que se realiza el trato, puede quizá esperar la mejor comprensión de la mayor parte. Casi nunca, la gratitud. Con mucha frecuencia el enojo y la crítica de los menos favorecidos.

Esta crítica de la proclividad al pactismo, muy grave cuando se valoraba como desviación del impulso revolucionario de la lucha, constituye una clave imprescindible para entender la intransigencia de Guesde o de Iglesias en su aplicación de la estrategia "clase contra clase".

Todo este elenco de argumentos daba consistencia al sindicalismo revolucionario para firmar su autonomía con respecto a los partidos políticos sin distinción, tan radicalmente que, para ellos, el trabajador, al margen del sindicato, podía tomar una opción política como si tomara una opción confesional, filosófica o estética cualquiera y, si era plena y absolutamente coherente con la filosofía Sindicalista, ninguna. Porque el concepto de autonomía sindical en el sentido del F sindicalismo revolucionario neto, lo que significa en realidad es autosuficiencia para la consecución del objetivo emancipador de la clase obrera e, incluso, para constituirse en alternativa del orden social, como luego veremos.

Esto nos remite de nuevo al tema capital del Estado o de la concepción del poder del Estado, que una y otra vez encontramos como pieza fundamental de todo pensamiento político-social. En efecto, menospreciar la función de los partidos políticos y afirmar la autonomía-autosuficiencia sindical, entraña desvalorizar las instituciones de la democracia liberal que se articulan en virtud de los partidos, de sus candidatos, de sus programas, de sus estrategias y hasta de sus maniobras.

Así es: el sindicalismo revolucionario es heredero en este punto del anarquismo y de la crítica anarquista al Estado, que por haber sido desarrollada en tema precedente (Proudhon, Bakunin) nos abstenemos de reproducir. Especialmente asume el sindicalismo revolucionario al que nos venimos refiriendo, la idea de que orientar las perspectivas de mejora de la clase obrera por el camino de los paulatinos logros parciales obtenidos de las instituciones representativas, desvía y desorienta el impulso de la revolución. Es claro que en este sentido el sindicalismo revolucionario también tenía bien poco que ver con el reformismo evolutivo, lo que enseguida se pondrá de manifiesto al observar su valoración, casi mítica, de la huelga general. Ese ingrediente que mira a los efectos psicológicos de las estrategias resulta significativo en el sindicalismo, pues lo que resta de importancia a las interpretaciones macro-históricas para explicar la necesariedad del cambio hacia el socialismo, lo suple o suma con la importancia que da a la voluntad como energía transformadora. Por eso tiene en su modo de ser y de actuar notable espacio todo lo que se refiere a la conformación de la conciencia y la generación de esa voluntad revolucionaria.

Una serie de diversas influencias de la filosofía vitalista que le fue contemporánea influyeron en esta dimensión del fenómeno: Nietzsche para el anarco-sindicalismo; Bergson, en Sorel; etc.

Toda la fuerza significativa de la noción de autonomía sindical se agudiza en un personaje que tuvo extraordinario impacto sobre el movimiento obrero francés:

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FERNANDO PELLOUTIER. Este hombre singular fue alma inspiradora del importante movimiento de las bolsas de Trabajo.

Las Bolsas de trabajo eran instituciones recientes. La primera se crea en París en 1887. Son promovidas y sostenidas por las Comunas (municipios) como un instrumento de protección al trabajo. En principio se trata de facilitar la contratación y, en este sentido, son punto de encuentro entre patronos y obreros; a veces, de conciliación; pero además prestan otros servicios a la clase trabajadora: son sedes de los sindicatos locales y disponen de bibliotecas y salas para reuniones y otras actividades formativas.

Numerosos pequeños sindicatos (todavía se está en camino de cuajar las federaciones estatales) se acomodan en las Bolsas y rehúsan su incorporación a la Federación de Sindicatos y Gremios Corporativos, imbuidos por la reserva de que la Federación se encuentra bajo la influencia política del guesdismo: "manejada por los políticos". Tal es el celo por conservar la autonomía o independencia sindical.

Las Bolsas se establecen rápidamente con éxito en las grandes ciudades industriales del país.

FERNANDO PELLOUTIER (1867-1901) fue una de las personalidades más significativas del momento y, probablemente, el más puro símbolo del sindicalismo revolucionario. No procede familiarmente del proletariado, ni de un ámbito suburbial; su padre fue funcionario público. Sin embargo dedicará su vida íntegramente a la causa obrera. Su vocación social se hace explícita a los dieciocho años, en cuanto acaba sus estudios de grado medio y empieza a militar en las filas del republicanismo radical encabezada por Aristides Briand. Por entonces comienza a escribir como redactor de "La Democratic de L’Ouest". Luego, pasaría del republicanismo al socialismo guesdista y concluye su trayectoria ideológica en el anarco-sindicalismo. Su obra más trascendente se desarrolla en esta última fase.

El rasgo más dominante de su personalidad es la militancia desinteresada llevada hasta esa forma de heroísmo poco espectacular que consiste en el trabajo ordenado, implacablemente tenaz, con menosprecio absoluto del bienestar personal (no sólo de la acaparación de bienes), imponiéndose incluso a la fragilidad de una salud siempre precaria -enfermo de hemolisis- que acabaría prematuramente con su vida a los treinta y cuatro años.

La impronta personal de su obra consiste en conceder tanta importancia en las organizaciones del movimiento obrero al aspecto organizativo y combativo como al aspecto instructivo-educativo. Esto brota de una cierta concepción humanista: el valor que concede a la configuración del hombre como tal y a su fe en la capacidad para la autoeducación moral del individuo, de tal suerte que Pelloutier no esta solamente contra un orden económico que reputa injusto, sino también contra una cultura creada por la burguesía dominante que considera decadente, y que divide a la sociedad en dos modos de vida ambos execrables:

el que tiene por ideal la molicie, el derroche de lo superfluo, y el que se sumerge en la pobreza y el embrutecimiento. Cree en la necesidad de que los trabajadores se preocupen tanto del "cultivo de sí mismos" como de la militancia, porque sin un hombre nuevo no existirá una sociedad nueva.

Se hace eco, por tanto, de filosofías propias del momento que llaman a la regeneración de la vida y que, posponiendo un tanto el determinismo social, conceden más espacio a la creencia en la capacidad individual de autotransformación. Relaciona todo esto con la vida social y otorga especial importancia a la posibilidad del impulso que unas minorías pueden hacer -insertas en las masas para llevar a la clase trabajadora

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hacia el derribo de una sociedad decadente y la edificación de otra que haga posible la vida de una sociedad compuesta por trabajadores dignos y libres.

Por ejemplo: como todos los sindicalistas revolucionarios de su época creyeron sólo en la eficacia de la huelga general, sino en que muy probablemente la huelga general habría de ser la forma de la revolución o el comienzo de la revolución y, de hecho, en 1892 como delegado de las Bolsas al Congreso Regional de Tours, propuso una resolución a favor de la huelga general concebida en tal sentido. Pero consideraba que tal instrumento de lucha habría de ser cuidadosamente preparado porque -sostenía- la huelga general revolucionaria no puede tener éxito a menos que los trabajadores se hubiesen preparado de antemano para apoderarse del poder y para ejercerlo.

En la misma dirección se encuentra su preocupación por avanzar en el control obrero de la producción y en su desvelo por los centros de estudios de las Bolsas. Todo se encamina a propiciar la capacitación de los trabajadores y de sus organizaciones para sustituir, con otros principios y fines, a las élites dirigentes.

En 1894 Pelloutier fue "nombrado secretario adjunto de la Federación de Bolsas y, al año siguiente, Secretario General de la Federación. Su obra "Historia de las Bolsas de Trabajo" no responde sólo al título, sino también a sus propios planteamientos teóricos. Así mismo publicó en colaboración con Henri Cirard el folleto "Qué es la huelga general."

Pero desde antes las Bolsas habían tomado el rumbo característico del sindicalismo revolucionario:

En Saint-Etienne, el siete de febrero de 1892, catorce Bolsas de Trabajo se constituyeron en Federación, aprobando un manifiesto vertebrado por dos ejes:

Unidad obrera y autonomía sindical. Ambos se interrelacionan. La autonomía se presenta como baluarte de la unidad. "... las Bolsas deben ser absolutamente independientes para prestar los servicios que se espera de ellas."; El proletariado consciente, olvidando las nefandas divisiones que habían paralizado sus esfuerzos esta unido"; "....todas las fuerzas obreras no formarán más que un solo bloque, unido por intereses comunes, imantado por la solidaridad". (Dolléans).

Es clara la doble afirmación de autonomía: frente al Estado y frente a los partidos.En el segundo Congreso de la Federación de Bolsas, que tiene lugar en Toulouse al

año siguiente, se ratifica esa línea de conducta y trata de estructurar operativamente la unidad, dotándose internamente de una estructura que federe los oficios y otra las uniones locales. Así mismo, proyecta su expansión hacia los campesinos, diseñando un plan que comience por los artesanos del medio rural (carreteros, herradores, etc).

El mismo año en que se creó la Federación de Bolsas (1892), la Federación Nacional de Sindicatos celebra un Congreso en Marsella en el que se aprueba la huelga general como estrategia revolucionaria y, en 1894, se celebra en Nantes una Convención combinada entre la Federación de Sindicatos y las Bolsas en la que la idea de la huelga general es asumida por una gran mayoría.

La huelga general como estrategia revolucionaria, y no sólo como posible resorte de presión excepcional, es algo que es preciso contemplar dentro de la lógica que conlleva la noción de radical autonomía propia del sindicalismo revolucionario. En efecto, la acerba crítica al sistema de partidos, incluso al mismo partido obrero, a la que nos referimos antes, y la desvalorización del sistema parlamentario como esperanza de transformación social, plantean inevitablemente el serio problema de explicar entonces cual es el camino idóneo que conduzca a la transformación de la sociedad.

Ya indicamos que la expresión "autonomía" en el sindicalismo revolucionario

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significaba no sólo el aspecto formal de independencia para adoptar resoluciones y engendrar alternativas, sino también, y en el fondo, la convicción de que los sindicatos son autosuficientes para conseguir sus fines y, su fin por excelencia, que no es otro sino la emancipación.

Habiendo descartado, -en los casos más extremos con intransigente radicalismo- la "lucha política" o vía de la participación institucional, sólo queda como metodología de la acción la "lucha económica" o vía de la intervención sobre el régimen de producción. Tal es la filosofía de la llamada "acción directa", a veces groseramente simplificada por los adversarios identificándola exclusivamente con actos compulsivos o violentos. Acción directa en sentido estricto es acción sin intermediarios. Los trabajadores actúan directamente para conseguir sus objetivos sin la mediación, por ejemplo, de los políticos o de las instituciones estatales; actúan directamente ante el patrono o contra el patrono -ni más ni menos que el patrono ejerce directamente sobre el trabajador el poderío que emana de la propiedad de la empresa.

Lucha económica; acción directa: ¿cómo pueden ser ejercidas por el trabajador? -El empleador contrata, despide, regula el trabajo. Los trabajadores colectivamente organizados pueden producir el cese de la industria (huelga) parcialmente, por tiempo determinado, o indefinidamente. También pueden perturbar el normal funcionamiento de las operaciones productivas (sabotaje) -palabra terrible si sólo se entiende como expresión de la violencia destructora, pero a la que se daba el sentido de alteración de la normalidad productiva (Vgr: "a reglamento"). También el "boicot" o vacío significativo respecto a determinados consumos o ciertas prácticas aleatorias de la vida empresarial.

Acción directa son también las concentraciones y manifestaciones, cuyo objeto es anunciar una firme resolución respecto de algo y mostrar el grado de adhesión y voluntad de lucha por ese algo.

Consideraban los sindicalistas que las conquistas más valiosas eran precisamente las obtenidas como fruto de la acción directa en sus diversas formas, pues eran las más sólidas o menos reversibles y las más educativas o formadoras de la conciencia colectiva por cuanto servían, además, para mostrar a los trabajadores su propia fuerza y su capacidad para modificar -mediante la acción colectiva- las condiciones del trabajo.

Todo esto explica el quehacer ordinario de la lucha de clases. Con respecto a las regulaciones estatales, en las que no fiaban especialmente los sindicalistas revolucionarios; también esperaban más de la presión o "acción directa" que de la composición partidaria de las Asambleas Legislativas y de los Gobiernos. (Ciertamente no era muy apreciable la diferencia de trato con respecto a los trabajadores entre los distintos partidos burgueses).

Ahora bien, ante la clase dominante como tal, y ante la estructura jurídico-política que articula el orden social en su conjunto, rechazada la "lucha política" cono alternativa del cambio ¿cuál sería el instrumento idóneo de la "lucha económica"?. Una respuesta congruente con la estrategia de la acción directa, nos lleva a la lógica -no única y excluyente, pero sí preferente- de la huelga general en sus diversas formas (local, limitada, indefinida, nacional, etc.)

Precisamente, en la medida en que el nuevo urbanismo de las grandes capitales y el desarrollo de las fuerzas represivas del Estado iban desvirtuando la perspectiva insurreccional clásica, de ya larga tradición en Francia (blanquismo), adquiría más fuerza la idea de la huelga general revolucionaria.

Lo que no impide que, como ocurrió anteriormente en Inglaterra, unos concibieran la huelga general como un proceso pacífico y, en el polo opuesto, otros vieran la huelga

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general como huelga general insurreccional, existiendo obviamente matices intermedios. La actuación compulsiva de las autoridades contra los huelguistas y el modo en que debiera responderse, por ejemplo, a la detención de los comités dirigentes de la huelga, a la intervención de las sedes, a la prohibición de la prensa obrera, a la represión de las manifestaciones, etc, marcan el tipo de lucha y el sesgo posible de la huelga general. Entre las huelgas parciales y la huelga general el sindicalismo revolucionario establecía una relación gradual. Para todos ellos las huelgas parciales eran un instrumento de enseñanza para la clase obrera. Nunca una huelga bien interpretada puede ser del todo perdida por la clase obrera. Muestra al menos la voluntad de lucha; delimita los campos; evidencia la contraposición de intereses; infunde respeto al adversario. Para todos ellos las huelgas parciales eran también un ensayo, un adiestramiento de la huelga general. Para algunos, la huelga general revolucionaria no surgiría por un decreto arbitrario de los líderes, sino de una situación generalizada de conflictos parciales que, tomando como eje un conflicto más numeroso, hiciera converger las huelgas parciales y las huelgas solidarias en un solo caudal irresistible.

Sobre la mecánica organizativa de las huelgas, recuérdense las alusiones que en varios puntos de este epígrafe fuimos haciendo sobre la influencia de las minorías más perspicaces y conspicuas como fermento de las acciones de masa.

El debate sobre la huelga general como estrategia revolucionaria desborda en esta época los marcos internos del sindicalismo revolucionario y lo reencontramos en el propio seno de la IIa Internacional, de la que fueron excluidos los anarquistas.

Los socialistas franceses del momento estaban divididos a este respecto también. Casi todos los partidos socialistas aceptaron la huelga general, menos los guesdistas. Para los guesdistas la huelga general revolucionaria no era realizable: era un mito. Pero es que, además, el reconocimiento de la huelga general como forma de la revolución, suponía aceptar claramente la superioridad y preeminencia de la "lucha económica" sobre la "lucha política", desvalorizar ésta y, desde luego, someter toda táctica política a las exigencias del proceso hacia aquella forma extrema de la lucha económica.

Finalmente conviene recordar que el sindicalismo revolucionario tiene también su propia utopía o concepción de la sociedad, ideal y, también en este punto, se muestra la autonomía como autosuficiencia del sindicalismo. El perfil de su sociedad ideal, vertebrada en tomo a las organizaciones de productores y no en torno al Estado tradicional, es algo que no puede dejarse de lado si se desea comprender correctamente la radicalidad de sus críticas al funcionamiento de las instituciones representativas diseñadas por la democracia liberal e, incluso, a las instituciones mismas, de las que son una pieza importantísima los partidos políticos. Su "ciudad ideal" es, pues, un referente básico de su crítica al "politicismo" y a la llamada "lucha política".

Recordemos que tanto los marxistas como los bakuninistas consideraban al Estado liberal-burgués en la expresión que les fue contemporánea, como un instrumento de dominación de la clase dominante. Pero recordemos también que, mientras Marx consideraba que los trabajadores tenían que conquistar el aparato del Estado para utilizarlo como aparato transformador de la sociedad, para operar el largo proceso de la revolución o edificación de otro orden, los bakuninistas pensaban que el Estado debía ser destruido mediante la disolución de sus aparatos, haciendo emerger el nuevo orden a extramuros del Estado. Pues bien, resulta obvio que el esquema de sociedad ideal propuesto por el sindicalismo revolucionario se mueve más en la línea de Proudhon-Bakunin que en la de Marx.

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Dos elementos básicos entran en juego para formular la utopía del sindicalismo revolucionario: por un lado, la idea de que el sindicato es la organización "natural" de los trabajadores y su elemento aglutinante por excelencia: aquel en el cual -por definición- no caben sino los trabajadores asalariados o autónomos. El otro es la crítica al Estado liberal-burgués, al sistema parlamentario, al electoralismo y, más en general, a la democracia indirecta o representativa.

Prefieren reducir al mínimo posible la existencia de normas coercitivas, pero en la medida en que hayan de existir organismos de coordinación, de planificación o directivas, éstos han de basarse en todo lo posible en formas de democracia directa. El sindicalismo revolucionario nos recuerda que la democracia representativa, basada en la delegación del poder originario de los individuos, no fue precisamente el origen de la democracia, sino que en Atenas funcionaba el ágora donde todos los ciudadanos ejercen directamente el poder sin mediaciones. (Pese a que no habiendo "descubierto" la igualdad entre los hombres subsistiera la marginación y explotación de los esclavos).

La mediación o representación es una fórmula discutible; la concentración de toda decisión significativa en un órgano delegado y profesionalizado en el ejercicio del poder, rechazable. El sistema de partidos fuerza en su convencionalismo las posibilidades de elección. De ahí la superioridad de la Asamblea sobre la representación y de la noción confederal sobre la noción centralizada.

En un tipo de crítica tan radical al Estado y a sus mecanismos de poder obviamente encajaba su tajante antimilitarismo, derivado de su antibelicismo. Criticaron el armamentismo y la expansión imperialista. Llegado el momento apoyaron la idea de la huelga general europea para detener la guerra.

En las instituciones del nuevo orden social jugarían un papel importante las Comunidades locales, pero como quiera que la vida relacional del cuerpo social es básicamente económica, serían las organizaciones de productores el sistema vertebral, y sus organismos federativos su sistema nervioso.

"La concepción de Pelloutier de la sociedad futura tenía como punto central la comunidad local de productores. Mientras que los anarco-comunistas habían concebido la "comuna" como una a agrupación general de ciudadanos libres, él la concebía como un agrupación federal de productores. Cada industria, organizada en un sindicato local que abrazaría todas las ocupaciones dentro de él, seria dirigida por los productores locales en beneficio de la comunidad, la cual poseería los medios de producción, en la medida en que sobreviviese cierto concepto de propiedad. Los delegados de los distintos sindicatos formarían el organismo comunal para la administración de los asuntos generales de la comunidad local; y las administraciones más extensas que fuesen necesarias serían ejercidas por las comunidades federadas de productores." (Cole. Ob. cit. Vol 111° p.317)

Las Bolsas facilitarían el cambio de productos entre una y otra localidad y cuidarían la provisión de materias primas. La Confederación General tomaría a su cargo solamente los servicios nacionales, por ejemplo, los ferrocarriles, servicios postales u otros semejantes. Su función básica sería suministrar información general y ejercer una influencia controladora. Serviría también de mediadora en las relaciones internacionales.

Como quiera que las diferencias ideológicas entre la Federación de Sindicatos y las Bolsas era muy escasa, el mero hecho de que existieran estas dos potentes organizaciones ponía en entredicho un argumento fundamental del sindicalismo:

el sindicato une; los partidos dividen. La tendencia a la unidad se hizo muy intensa en el último lustro del siglo.

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En septiembre de 1895, la antigua Federación de Sindicatos y Gremios Corporativos se convirtió en la CGT. En el Congreso celebrado en 1900 se reitera solemne e insistentemente el llamamiento a la unidad que venia haciéndose a las Bolsas.

En realidad, sólo frenaba esa unión la preocupación de Pelloutier en el sentido de que las Bolsas podrían perder en ese paso su especial dedicación a la formación del militante que, como vimos, era tan estimada por él. A su juicio la federación de Sindicatos se dejaba arrastrar más por el activismo descuidando este aspecto que juzgaba trascendental. Mas Pelloutier fallece el 31 de marzo de 1901.

En 1902, en un Congreso celebrado los días 22 a 26 de septiembre en Montpellier, se produce la fusión de las Bolsas en la CGT mediante una fórmula confederal que respeta la subsistencia de las Bolsas; un Comité Confederal representa a los Sindicatos y a las Bolsas. El Congreso de Montpellier reafirma con todo rigor la tesis de la autonomía sindical y los corolarios, ya explicados, característicos del sindicalismo revolucionario. En 1918 se establecía una forma orgánica de fusión más íntima en el seno de la CGT.

A comienzos de nuestro siglo encabezaba la CGT Víctor Griffuelhes, obrero del cuero y la piel, curtido él mismo en una larga trayectoria laboral de asperezas profesionales y de luchas sindicales. Fue continuador enérgico de la línea de autonomía sindical, apoliticismo y acción directa.

El principio de la autonomía sindical adquiere quizá su más famosa formulación en el Congreso Confederal de Amiens, de 1906, en el que el día 13 de octubre los delegados aprobaron prácticamente por unanimidad la "Carta de Amiens", que incluye a modo de preámbulo estatutario los siguientes puntos:

"1° En lo que concierne a los individuos, el Congreso afirma la entera libertad para el sindicado, de participar, fuera de la agrupación corporativa, en la forma de lucha que corresponda a su concepción filosófica o política, limitándose a pedirle en reciprocidad, que no introduzca en el sindicato las opiniones que profesa fuera de él".

"2° En lo que concierne a las organizaciones, el Congreso declara que, a fin de que el sindicalismo alcance su máximo efecto, la acción económica debe ejercerse directamente contra la clase patronal, no teniendo las organizaciones confederadas, en cuanto agrupaciones sindicales, que preocuparse de los partidos o de las sectas que, desde afuera y paralelamente pueden proseguir, con toda libertad, la transformación social".

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LA SOCIALDEMOCRACIA ALEMANA

De nuevo volvemos los ojos a Alemania para describir ahora un modelo de organización del movimiento obrero típicamente marxista. Es el modelo que hubiera querido implantar Guesde en Francia, a quien se lo impidió la pujanza de lo que hemos llamado sindicalismo revolucionario, y el modelo que Pablo Iglesias consiguió implantar en España contra viento y marea, pese a la abrumadora presencia mayoritaria del anarquismo en nuestro país hasta muy entrado el siglo XX.

Como enseguida vamos a detallar, es el modelo que consiste en la doble vertebración del movimiento obrero en sindicatos y partido obrero, íntimamente relacionados, concebidos como los agentes de una sola lucha emancipatoria, recíprocamente autónomos en el aspecto estatutario, administrativo y financiero, pero unidos ideológicamente; que comparten una sola estrategia y que la llevan a cabo mediante un cierto reparto de papeles: el partido atiende al frente de la lucha política y el sindicato atiende al frente de la lucha económica; y todos los militantes de ambas organizaciones, entre los que se encuentran una amplia franja de militantes comunes, comparten al unísono las grandes batallas de la lucha frente a las fuerzas del capital, sea p.e., en los conflictos huelguísticos, o sea, p.e. en las contiendas electorales. Todo ello vivido en términos de una fuerte impregnación teórica. Es notable apreciar la densidad doctrinal de la prensa obrera de la época. Diríamos en el lenguaje actual "muy ideologizada". Besteiro, personaje característico de la IIa Internacional, que había estado en Alemania, que hablaba el alemán, solía decir con frecuencia expresiones tales como "idealidad socialista", "espiritualidad de la clase obrera", etc.

Como sucede que en Alemania tuvo muy escaso arraigo el anarquismo, se dieron las circunstancias más adecuadas para que en el último cuarto del siglo pasado y en el comienzo del presente, hasta la aparición del fenómeno comunista, se desarrollará durante casi medio siglo, en plena forma, la versión socialdemócrata del movimiento obrero.

Ya hicimos alguna referencia al movimiento obrero alemán en otros puntos de estos apuntes. Así, cuando al hablar de la industrialización señalamos que este proceso fue más tardío en Alemania que en Inglaterra o en Francia; cuando aludiendo a las generalizadas revueltas de 1848 observamos un primer despunte de presencia obrera en los disturbios berlineses y de otras urbes alemanas; también cuando refiriéndonos a la recomendación que la la Internacional hace de crear partidos obreros en el Congreso de LA HAYA, (1872), señalábamos que en Alemania, donde la influencia del Consejo General de Londres se hacía sentir Tías intensamente, ya estaba constituido.

El oportuno recuerdo, sobre todo de los dos primeros datos, nos evita reproducir aquí por qué tiene lugar con cierto retraso el desarrollo del movimiento obrero alemán. Sin embargo, al concluir el siglo XIX, se transforma en el paradigma que van a seguir en otras naciones los grupos que se reclaman seguidores de la IIa Internacional, y de lo que Marx había significado en la la.

Tras los ecos que en Alemania tuvo la onda revolucionaria de 1848, y en sintonía con la sucesiva onda de carácter reaccionario que la sigue en todos los países

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centroeuropeos, una nueva tanda de disposiciones represivas caen sobre el incipiente movimiento obrero alemán, llegando a producirse disposiciones de la Dieta que prohíben la constitución de sociedades obreras de carácter reivindicativo, lo cual también se hizo -como vimos- en otros países.

Comenzaron a revivir los organismos obreros posteriormente bajo la forma de cooperativa en el sector del consumo hacia la década de 1850, siendo su principal promotor Schulze-Delitzsch, esto es, de la mano del liberalismo progresista. Esto, que en principio pudiera parecer contradictorio, se explica si tenemos en cuenta que la vida política se encuentra entonces regida por la tensa oposición entre la oligarquía tradicional y la burguesía progresista, deseosa de instaurar en Alemania un régimen parlamentario similar al de su vecina Francia, o en las reformas que se iban introduciendo mediante modificaciones a la legislación electoral en la Gran Bretaña. Dentro de esa dialéctica interna de las clases dominantes, la burguesía progresista pretende buscar una influencia sobre el "pueblo llano" cara a la extensión del sufragio. Esta estrategia va a condicionar, por contraposición, la de Fernando Lasalle.

FERNANDO LASALLE (1825-1864) fue en realidad el primer líder importante de la clase obrera en Alemania. Curioso personaje de origen judío; de temperamento brioso y a veces impulsivo. Notable escritor y hábil panfletista. Residió algún tiempo en París, donde entra en contacto con el grupo marxista, y sus convicciones democráticas se orientan hacia contenidos socialistas.

Su fama inicial no se debe exactamente a lo político, sino a la romántica y prolongada defensa jurídica que hizo de los intereses de la condesa Hatxfeld, desairada y maltratada por su marido, lo que suscitó las simpatías del progresismo.

Pero su relación con las sociedades obreras fue fecunda. Ya antes había realizado publicaciones interesantes, como su obra sobre "El sistema de derechos adquiridos". Pero al objeto de nuestro estudio interesan otras, como "Programa de Trabajadores", fruto de la conferencia que en abril de 1862 le invitó a pronunciar la Asociación de Artesanos de Berlín. En ella recoge buena parte de los planteamientos que se contienen en el Manifiesto del Partido Comunista. Dos años antes, en 1860, Marx se había hospedado en su casa durante los primeros días de abril, y Lasalle le invitó a que se quedara en Alemania dirigiendo un periódico que por aquel entonces proyectaba editar. Marx lo apreciaba, sobre todo por su carácter, aunque ya polemizaban y sus diferencias se agudizaron posteriormente.

En marzo de 1863 fue invitado por la Sociedad Obrera de Leipzig a pronunciar otra conferencia. En esta ocasión, como en la "Carta abierta" que publica este año, se hace mucho más explícito su mensaje: las cooperativas no pueden ser la solución. El problema esencial de la clase obrera como tal no tiene su raíz en el consumo, sino en la producción. Bajo el sistema capitalista los salarios obreros tienden a situarse en el nivel de subsistencia media propia de cada tiempo y nación (Ley de Bronce de los salarios). Los obreros tienen que organizarse no sólo como consumidores sino, antes bien, como productores: crear asociaciones productivas que les aseguren el valor pleno de su trabajo. Para que estas cooperativas productivas sean viables, el Estado debe procurar los recursos iniciales necesarios. Ahora bien, esto no se producirá con suficiente intensidad mientras no se consiga efectivamente el sufragio universal, y los obreros puedan hacer uso pacífico de su superioridad numérica, reorientando en el sentido dicho la función del Estado.

Ahí están telegráficamente expuestas, pero consecuencialmente ordenadas las ideas esenciales de Lasalle. Con ello, obviamente, proyectaba una reivindicación económica

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radical al plano político, y planteaba la imprescindible necesidad de crear una organización política obrera dispuestas en principio a exigir las condiciones de un régimen democrático y a influir luego en sus instituciones representativas decisivamente.

En la medida en que con esto apartaba a los obreros de los partidos burgueses halló la enemiga del liberalismo; en la medida que la oligarquía bismarckiana observa una división del campo de sus adversarios, consentía; en la medida en que Lasalle buscaba recursos del Estado para poner en marcha su proyecto, parlamentaba con Bismarck y combatía a los liberales. En esta estrategia se apartaba obviamente de lo preconizado en las últimas páginas del Manifiesto Comunista que, como sabemos, recomendaba hacer causa común con la burguesía progresista en lo tocante al procurar el advenimiento de regímenes democráticos y que, por otra parte, no concebía de ningún modo la superación del capitalismo mediante la obtención de ayudas estatales.

No obstante, la personalidad sugestiva de Lasalle y la necesidad de encontrar una doctrina coherente, así como un líder capaz de unificar las sociedades obreras dispersas, determinaron que en el Congreso de Trabajadores celebrado en Francfurt del Main, en mayo de 1863, Lasalle obtuviera un gran respaldo, mayor que Schulze quien también fue invitado.

De este modo, contando con esas asistencias, el 23 de mayo de 1863 se aprobaron los Estatutos de la Asociación Universal de Trabajadores Alemanes:

"Con el nombre de Asociación Universal de Trabajadores Alemanes - dice el documento de inscripción - el infrascrito funda, para el Estado federal alemán, una Asociación que, partiendo del convencimiento de que la representación adecuada de los intereses sociales de las clases obreras de Alemania, y la desaparición del antagonismo de clase en la sociedad solamente puede asegurarse mediante el sufragio universal, igual y directo, tiene por objeto la consecución de tal sufragio por medios pacíficos y legales y particularmente ganando la opinión pública".

Lasalle era solicitado a celebrar asambleas y dar mítines en todas las grandes ciudades alemanas. En su obra "Relación del actual período histórico con la idea del proletariado" trazaba un programa socialista más completo. En la primavera de 1864 hizo un recorrido de éxitos extendiendo la Asociación. En medio de esta pujanza tuvo un fin trágico que hoy nos parece estrambótico. Murió el 28 de agosto de 1864 a consecuencia de las heridas recibidas en un duelo suscitado por un desplante amoroso, en Carouge (Ginebra).

Pese al enorme influjo que la personalidad de Lasalle tuvo en la creación de la Asociación Universal de Trabajadores Alemanes, ésta sobrevivió a su desaparición, aunque implantada preferentemente en Prusia, en el norte del país.

Casi simultáneamente, en Sajonia, se configuraba otro núcleo de asociaciones obreras divergente con respecto a los Lasallianos. En 1863, en Francfurt, se crea la "Liga de Sociedades Alemanas de Cultura Obrera", 12 que también habían sido inspiradas en su origen por Schulze Delitzsch. En el seno de la Liga va a encontrar cabida y ámbito adecuado para el desarrollo de su actividad otro personaje decisivo en la historia del movimiento obrero alemán: Liebknecht.

12

Las leyes de Sajonia prohibían que se formaran asociaciones políticas obreras, pero se autorizaban asociaciones culturales. (Arbeiterbildungverein). Luego se transformaron en Partido Popular Sajón.

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GUILLERMO LIEBKNECHT (1826-1900), procedente de familia acomodada -descendiente lejano de Lulero- también hubo de exiliarse muy joven a consecuencia de los sucesos de 1848 y, tras una breve estancia en Suiza, fue a Londres, donde conoce a Marx y Engels estableciendo una relación de lealtad indeleble a sus ideas. De regreso a Alemania entra en contacto con BEBEL (1840-1913), un trabajador manual, tornero de oficio, y entre ambos formaran la pareja de líderes más notables del movimiento obrero alemán desde la muerte de Lasalle hasta fin de siglo.

Su obra consiste inicialmente en influir sobre aquellas sociedades obreras para que asuman un contenido de objetivos políticos en los que se liguen las reivindicaciones democráticas a las estrictamente sociales. Así procederían luego en el Partido Popular Sajón, por cuya representación pronto sería Liebknecht elegido diputado de la Dieta (Parlamento). En ese proceso de decantación de las organizaciones hacia el socialismo se desgajarán progresivamente los elementos liberales no dispuestos a suscribir los postulados igualitarios.

En 1867 Bebel fue elegido presidente de la Liga de Sociedades de Educación Obrera y, el año siguiente, el Congreso de la Liga aceptó las tesis de Bebel pasándose al socialismo, adoptando una serie de resoluciones en la línea de los documentos de la Internacional.

Partiendo de esta base fue convocado el famoso Congreso de Eisenach (agosto de 1869), del que salió el Partido Socialista Obrero (Socialistich Arbeiterpartei).

Tras la guerra austroprusiana de 1866, salió reforzada Prusia, como la parte más potente de la nueva Confederación de Estados Alemanes del Norte, que en 1867 se dieron una nueva Constitución. En las elecciones del 31 de agosto de 1867, los distintos grupos socialistas obtuvieron siete actas de diputado. Una por el grupo escindido de los lasallianos que inspiraba la condesa Hatzfeld; cuatro por el Partido Popular Sajón, entre ellos Bebel y Liebknecht; y otras dos por la Federación Universal que fundará Lasalle. Pese a un panorama tan confuso de organizaciones, esto demuestra que la idea de presentar una alternativa obrera diferenciada en la lucha política comenzaba a arraigar entre los trabajadores alemanes. ¿En qué consistían las diferencias?

Los lasallianos, bajo la dirección ahora de Juan Bautista Schweiteer, que ya en vida de Lasalle había sido cofundador y directos de "Social Democrat", editado en Berlín, aceptaron como paso positivo la creación de la Confederación de los Estados Alemanes del Norte bajo la égida del Kaiser Guillermo I y de Bismarck, porque compartían las ideas nacionalistas, incluso el sueño pangermanista que hubiera deseado incorporar Austria y sus territorios vicarios a la gran Alemania. gn la medida en que conservaron la herencia lasalliana de hostilidad a la burguesía y de búsqueda de cooperación con el Estado bismarckiano para financiar su proyecto cooperativo, se sentían menos sensibles a la exigencia de reformas constitucionales y mucho menos sensibles al internacionalismo obrero. (Las cartas cruzadas entre Lasalle y Bismarck, publicadas mucho después, demostraron esa aproximación, aunque nunca concertaron un acuerdo efectivo).

Los seguidores de Liebknecht seguían a rajatabla el internacionalismo obrero, proclamado desde sus orígenes por la Internacional, y su conocida crítica del nacionalismo, así como de su corolario militarista, tan acusado en la Prusia bismarckiana. Por eso, su estrategia era convergente con la burguesía, que veía en la Confederación del Norte el reforzamiento de los poderes autocráticos bajo nuevas formas tenuemente parlamentarias y el poder de una oligarquía que todavía se apoyaba fundamentalmente en la gran propiedad territorial. De ahí que apoyara su exigencia de

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reformas constitucionales democratizadoras. Para éstos, acudir a las elecciones y al Parlamento era sólo obtener tribunas privilegiadas desde las cuales formular su denuncia y difundir sus alternativas. Recordemos que, en cambio, los lasallianos ligaron la extensión del sufragio a la consecución de los recursos financieros estatales que hiciesen viable la reforma cooperativa. Liebknecht debió producir conmoción cuando dijo en el Parlamento:

"Hay que desmontar este ejército frondoso que el Canciller [Bismarck] ha creado para que sirva su política de expansión y de fuerza. En su lugar se precisa formar una milicia popular, según el patrón suizo".

Como suele ocurrir, estas diferencias tácticas eran, obviamente, el reflejo de divergencias más profundas concernientes a dos metodologías en la concepción del cambio social. Dos interpretaciones muy distintas de aquella idea básica compartida por ambos de que la liberación de la clase obrera de clases y la superación del antagonismo de clases había de ser obra de los trabajadores mismos.

Las diferencias se hicieron más patentes y dramáticas con ocasión de la guerra franco-prusiana de 1870, que ya nos encontramos para explicar el escenario histórico en que se produjo la insurrección de la Comuna parisina. En vísperas de la guerra y cuando todo hacía prever el conflicto, las masas trabajadoras de ambos países hicieron numerosas manifestaciones en favor de la paz, pero cuando se desencadenaron las hostilidades y la pasión belicista inundó las avenidas, y las despedidas sentimentales las estaciones, el Gobierno presentó ante el Parlamentó los nuevos "créditos de Guerra", empréstitos urgentes para financiar la movilización, y los apresurados encargos de más armamentos y avituallamientos. Los lasallianos cedieron y votaron favorablemente los créditos. Sólo Liebknecht y Bebel votaron en contra con gran escándalo. Inmediatamente comenzaron las represiones contra los "antipatriotas" que se oponían o negaban su concurso a la guerra. Acusados de "alta traición" Liebknecht y Bebel permanecieron dos años encarcelados. Todo un ensayo de lo que volvería a repetirse en 1914. Toda una lección histórica de que la lucha contra la guerra sólo tiene efectividad si es lucha contra las causas de la guerra.

No obstante, el desarrollo del conflicto bélico fue aproximando la posición de los partidos obreros alemanes pues desde la derrota del ejército francés en Sedán, y el cautiverio consecuente de Napoleón III, toda "justificación" de una guerra "defensiva" se evaporaba, y la pretensión germánica sobre la Alsacia y Lorena ponía en evidencia el afán expansionista del Gobierno del Kaiser.

Por otra parte, la insurrección de la Comuna excitó la conciencia obrera: los partidos obreros llevaron a cabo en Alemania mítines a favor de la Comuna y exigieron al gobierno alemán una paz inmediata, equitativa y sin anexiones territoriales.

Esto determinó la persecución generalizada e indiscriminada de todos los socialistas. Bismarck acabó con su estrategia de diálogo con los lasallianos; su triunfo internacional consolidó el poderío de Berlín, la hegemonía del norte se hizo indiscutible, y la Constitución de los Estados del Norte se extendió como Constitución de todos los Estados alemanes. El rey de Prusia, Guillermo I, fue proclamado emperador de toda Alemania. La estrategia diferencial de los lasallianos ya no tenía sentido. Todos los trabajadores que se sentían comprometidos por la lucha de clases y vinculados a las organizaciones obreras vieron una guía clara en la Internacional. Las condiciones de la fusión estaban dispuestas.

En el CONGRESO DE GOTHA (mayo de 1875) se unieron los dos partidos obreros alemanes, los lasallianos y "los Eisenach", como eran llamados los seguidores de la

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Internacional, dando origen al "Partido Socialista Obrero de Alemania" (Socialistisch Arbeiterpartei Deutschiands). Asistieron al Congreso de la unificación cincuenta y seis delegados del Partido Eisenach, en representación de 9.121 afiliados y setenta y tres delegados lasallianos en nombre de 15.322 afiliados, lo cual es muy a tener en cuenta para comprender porqué Liebknecht y Bebel hicieron abundantes concesiones en el terreno ideológico para lograr un programa del nuevo partido sin malograr el objetivo de unidad política de los obreros alemanes.

Sin embargo, el Congreso de Gotha se haría especialmente famoso por un escrito de Marx en el que expresa sus reservas a varios puntos de aquel programa, escrito conocido como "Crítica del Programa de Gotha". Este documento fue redactado para conocimiento de unos pocos cuadros dirigentes del partido Eisenach, como se indica en la carta de remisión que envía su autor, Carlos Marx, a W. Brake (5 de mayo de 1875) y, de hecho, no tuvo por entonces mayor divulgación. Pero Engels lo haría público en 1891, cuando en ocasión del Congreso de Erfurt, en el que habría de someterse a revisión el programa de Gotha, resultaba necesario su conocimiento general como pieza en la polémica ya iniciada sobre el revisionismo.

Comienza la crítica de Marx por el hecho mismo de haberse planteado hacer un programa de principios en condiciones inadecuadas en lugar de haber continuado de momento con los textos del Congreso de Eisenach, y haber suscrito en la unificación un simple pacto orgánico y de acción.

Luego critica las principales tesis lasallianas que se han deslizado en el programa y que considera erróneas. Especialmente interesantes son los pasajes en los que se critican párrafos imprecisos o que no tienen en consideración las fases intermedias que habrían de suceder según Marx entre el sistema capitalista y el socialismo.

Así, con respecto al punto en el que se afirmaba: "La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo". Esto le da pie a un detenido análisis del problema de la distribución de la riqueza, en el que fundamentalmente razona sobre el carácter social del trabajo, sobre los distintos factores a los que se tiene que atender con ¡a riqueza producida, y la inevitable proporcionalidad que ha de existir entre la contribución hecha por cada individuo a la sociedad y los bienes por éste percibidos. Porque sólo "En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea sólo un medio de vida, sino la primera necesidad vital, cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de riqueza productiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá inscribir en su bandera: "¡De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!".

Con respecto a otro párrafo del programa de Gotha que decía: "La emancipación del trabajo tiene que ser obra de la clase obrera, frente a la cual todas las demás clases no forman más que una masa reaccionaria", la crítica recuerda que si en el preámbulo de los Estatutos de la Internacional se afirmaba "la emancipación de la clase obrera ha de ser obra de los obreros mismos", en el Manifiesto Comunista se matiza: "De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria frente a la aristocracia feudal y, sobre todo "que las capas medias se vuelven revolucionarias cuando tienen ante sí la perspectiva de su

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tránsito inminente al proletariado". Todas estas puntualizaciones hacían relación al debate de estrategias sobre las alianzas característico de la época y que, como vimos, habían sido causa de enfrentamiento entre los partidos obreros alemanes.

Pero quizá el pasaje más citado de este documento es el que contiene la alusión a la "dictadura revolucionaria del proletariado": se encuentra en la parte IV del documento y se refiere a la expresión del programa que dice "Base libre del Estado"; el Partido Obrero Alemán "aspira al Estado libre", y se pregunta ¿qué es el Estado libre?.

Afirma que "la libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad, en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la "libertad del Estado".

Critica así mismo considerar al Estado "como un ser independiente, con sus Propios fundamentos espirituales, morales y liberales".

Sin embargo, en las mismas páginas en que se está afirmando que el Estado no debe ser considerado como algo distinto y sobrepuesto a la sociedad misma, se afirma que entre el actual Estado burgués y la sociedad comunista habría de mediar una situación transitoria: "Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado".

Sobre el alcance de esta frase, veremos en torno a la polémica sobre el revisionismo y sobre la Revolución Soviética las diferentes actitudes e interpretaciones que suscitará posteriormente.

Y finalmente, de este documento -no muy extenso y que bien vale leer íntegramente- puede señalarse otro párrafo no menos discutible: "¡Libertad de conciencia!" (...) Pero el Partido Obrero, aprovechando la ocasión, tenía que haber expresado aquí su convicción de que la "libertad de conciencia burguesa se limita a tolerar cualquier género de libertad de conciencia religiosa, mientras que él aspira, por el contrario, a liberar la conciencia de todo fantasma religioso. Pero se ha preferido no salirse de los límites burgueses".

Expresamente no se rechaza el aspecto formal de la libertad de conciencia, unas líneas antes se dice que la policía (el Estado) no debe meter las narices en el derecho a la práctica religiosa. Sin embargo, se afirma que la acción política, cultural, etc, de la organización socialista debe tender a "liberar la conciencia de todo fantasma religioso".

De modo inmediato, la "Crítica" al Programa de Gotha no tuvo apenas repercusión, pues su circulación fue restringida a las personas a quienes iba dirigida. La unidad del partido obrero se fue consolidando rápidamente, y ello tiene su reflejo en el crecimiento de los sindicatos y en los resultados electorales.

Si en las elecciones para el Reichstag (Parlamento) de enero de 1874 los lasallianos obtuvieron 180.139 votos, y los de Eisenach 171.351, lo que les permitió entre ambos obtener una representación de nueve escaños, en las elecciones de 1877, obtuvieron 140.000 votos más, subiendo a doce el número de diputados. El año 1884 pasaban de doce a veinticuatro, para alcanzar en 1890 hasta 35 puestos en el Parlamento.

Bismarck que gobernó hasta marzo de 1890, alarmado por este ritmo de crecimiento de la socialdemocracia, emprendió -aunque con escaso éxito- desde 1878, las leyes de excepción contra los socialistas.

"¿Justificaban la fuerza y la política de la Socialdemocracia los temores de Bismarck? Tal vez haya que responder afirmativamente. En sus críticas al gobierno y personalmente al canciller, los

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socialistas eran implacables. La Socialdemocracia había principiado a organizarse con solidez y eficacia, con estilo y voluntad teutónicos, y apenas había ya rincón del país donde no se oyesen las diatribas socialistas contra el imperialismo bismarckiano. (...) Contaba el Partido Socialista Obrero con unos 150 oradores enterados de los asuntos públicos; publicaban los socialistas 24 periódicos, uno de ellos, "Neue Welt" (Nuevo Mundo) satírico, verdadero refinamiento para una prensa naciente. Los periódicos socialistas tenían unos 100.000 suscriptores". (Ramos Oliveira. Ob. cit. Vol I. p.261)

Tampoco ha de pasarse por alto este rasgo del socialismo alemán, que se caracteriza por el rigor organizativo, el sistematismo de las actividades, el cuidado por la propaganda periódica, la formación de cuadros políticos y sindicales así como por la promoción de iniciativas culturales para sus militantes, todo ello impregnado por una alta densidad de contenidos ideológicos.

La magnífica organización estructurada y el hondo sentido de disciplina organizativa permitieron al partido de los trabajadores alemanes sobrellevar sin grave quebrando el período de las llamadas "leyes antisocialistas", (1878-1890).

A la inquietud que producía en la burguesía el avance de los socialistas, fuerzas nuevas con "¡deas patológicas" que pretendían cuestionar desde sus fundamentos el orden social, se unía en el canciller Bismarck la especial enemiga contra esos que se habían opuesto tenaz y activamente a la guerra, a quienes consideraba no sólo iluminados y demagogos sino también antipatriotas. Ciertamente, el nacionalismo expansivo y autoritario de este personaje se avenía mal a comprender las ideas igualitarias e internacionalistas que iban arraigando y extendiéndose entre la clase obrera.

El pretexto inmediato para las leyes antisocialistas fue suministrado por los atentados contra el emperador Guillermo, llevados a cabo en Berlín por Hódel y Nobiling respectivamente, en los meses de mayo y junio de 1878, de los cuales el Emperador salió indemne. Nada tuvieron que ver los socialistas con estos actos, pero cuando menos se les inculpaba de una cierta autoría moral por sus prédicas críticas a las instituciones, a los mandatarios, y de crispar la conciencia del pueblo, anunciando la necesidad de un cambio radical.

La ley de 1878 prohibió la formación o continuación de todas las organizaciones que "tratasen de subvertir el Estado existente o el orden social, defendiendo cualquier forma de socialismo, socialdemocracia, o comunismo".

En virtud de esta ley de excepción votada por el Reichstag, el Partido Socialista quedaba fuera de la ley, su periódico "Vorwárts" (Adelante) suprimido, así como toda la prensa obrera, se disolvieron muchas sociedades culturales y deportivas de los socialistas, hubo numerosos destierros y encarcelamientos. No obstante, los diputados socialistas pudieron seguir hablando en el Parlamento, y los candidatos socialistas en las elecciones concurrían a título personal.

Paralelamente, Bismarck hizo aprobar algunas leyes de cierto contenido social, creando por ejemplo un seguro de accidentes de trabajo, un inicio de sistema de pensiones, etc. Todo lo cual, más que para servir al fin del apaciguamiento deseado, resultó positivo para confirmar que la estrategia que la organización y la presencia de la clase obrera en el escenario político, hacían posible el ir obteniendo mejoras no despreciables, y sin las cuales hubiera predominado como actitud el apoliticismo, y la insurrección frontal como estrategia.

Pese a las prohibiciones, los socialistas intensificaron durante esos años las reuniones culturales y deportivas aunque sus organizaciones específicas hubieran sido disueltas.

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Las veladas musicales tuvieron con frecuencia en ámbitos reducidos o amplios un carácter simbólico de congregación, los grupos locales no se dispersaban y la prensa clandestina, generalmente impresa en Suiza, circulaba de mano en mano.

Otro fenómeno de esta época es la penetración del ideario socialista en ciertas capas de la burguesía ilustrada, entre la que no será insólito encontrar miembros pertenecientes a las llamadas profesiones liberales, que se acerquen al partido obrero, contribuyendo con la pluma y con la palabra a mantener la tersura ideológica de las organizaciones y de la propaganda política y sindical. Así mismo, supondrá una aportación valiosa su contribución de conocimientos especializados para fundamentar la crítica inmediata y la formulación de alternativas viables. De este origen surgirán también algunos dirigentes y parlamentarios.

Ante la anormalidad de la vida estatutaria derivada de las leyes antisocialistas y para renovar la legitimación de sus dirigentes en lo posible, el partido celebró una Conferencia en Zurich (agosto de 1882) en la que se acordó convocar un Congreso en el exilio, llevado a cabo en Copenhague en marzo de 1883, al que asistieron sesenta delegados de toda Alemania. En este Congreso revisaron y valoraron como insuficientes las leyes sociales bismarckianas, ratificándose en sus reivindicaciones anteriores. Estaba pendiente la reconsideración del programa de Gotha. Por otra parte, empezaban a emerger las disputas teóricas que llenarían el fin de siglo y los comienzos del XX, polarizadas en torno a dos nombres más significativos: Bernstein y Kautsky, es decir, revisionismo y marxismo. Pero los viejos dirigentes se cuidaron muy mucho de no abordar el problema de la revisión programática en condiciones de representación anómala, y el asunto quedó postpuesto para un congreso ordinario a celebrar en el propio territorio.

En 1890 se producen importantes cambios: ya bajo el reinado de Guillermo II, se celebran nuevas elecciones, en las que los socialistas pasan de 24 a 35 puestos en el Parlamento, lo que indica el fracaso de las leyes antisocialistas. Por otra parte, el desentendimiento entre Bismarck y Guillermo II determinan la caída del "canciller de hierro" pocas semanas después de las elecciones, las leyes antisocialistas no son renovadas por el Parlamento, y el partido obrero retorna a la legalidad.

Al año siguiente, 1891, se celebra el no menos famoso Congreso de Erfurt, donde se revisa el programa, dando lugar al "Programa de Erfurt" que sería tenido como modelo ejemplar en la época de la IIa Internacional y sobre cuyos textos se producirá poco después la crítica revisionista de Bernstein. Marx había muerto en 1883, pero -según parece- Engels intervino de algún modo en su elaboración quedando satisfecho de su redacción final.

La orientación teórica del programa es característica del marxismo, quedando eliminados todos los conceptos lasalliános del programa anterior, tales como la demanda de empresas productivas (cooperativas) subvencionadas o financiadas por el Estado.

Se estructura en dos partes: una exposición de principios y una segunda parte de reivindicaciones inmediatas. Reproducimos íntegramente la exposición de principios -por ser la parte de mayor significación teórica-, y añadimos nosotros unos indicativos marginales, con los que pretendemos resaltar más esquemáticamente de qué forma van siendo recogidas en el texto las principales tesis sostenidas por Marx.

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EL PROGRAMA DE ERFURT:

El desarrollo económico de la sociedad burguesa conduce necesariamente a la ruina de la pequeña producción, cuya base es la propiedad privada del trabajador de sus medios de producción. Despoja al trabajador de esto medios y lo transforma en un proletario sin propiedad, mientras los medios de producción se convierten en un monopolio de un número relativamente pequeño de capitalistas y de grandes hacendados.

Esta monopolización de los medios de producción va acompañada de la suplantación de la pequeña producción que, está más dispersa, por la producción grande, la conversión de la herramienta en máquina y el gigantesco aumento de la producibilidad del trabajo humano. Pero todas las ventajas de esta transformación están monopolizadas por los capitalistas y los grandes propietarios de tierras. Para el proletariado y los pequeños artesanos y propietarios rurales esto significa creciente inseguridad de su existencia, aumento de miseria, opresión y servidumbre, degradación y explotación.

Cada día es mayor el número de proletarios, más numeroso el ejército de trabajadores superfluos, más ancho el abismo entre explotadores y explotados, más amarga la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado, que divide la sociedad moderna en dos campos hostiles y es el carácter común de todos los países industriales.

El abismo entre el rico y el pobre se ahonda cada día más por las crisis que surgen naturalmente del método capitalista de producción, que son por momentos más destructoras, que convierten la inseguridad general en condición normal de la sociedad, que demuestran que las fuerzas productivas se han desarrollado con exceso y que la propiedad privada de los medios de producción es incompatible con la razonable aplicación de ellos y su completo desarrollo.

La propiedad privada de los instrumentos de producción, que en otro tiempo era el medio de asegurar al productor la propiedad de su propio producto, ha venido a ser ahora el medio de expropiar a los propietarios rurales, trabajadores y pequeños comerciantes, y colocar a los no trabajadores, capitalistas y grandes terratenientes en la posesión del producto de los que trabajan. Solamente la conversión de la propiedad privada capitalista de los medios de producción (tierras, minas, materias primeras, herramientas, máquinas, medios de comunicación) en propiedad social y la transformación de la producción de mercancías en producción socialista, llevada a cabo por la sociedad y para ella, pueden hacer que la producción en grande y la producibilidad continuamente creciente del trabajo social lleguen a ser, para las clases explotadas hasta ahora, en lugar de una fuente de miseria y opresión, una fuente del más alto bienestar y del desarrollo armonioso en todas las direcciones.

Esta transformación social significa emancipación, no solamente del proletariado, sino de toda la raza humana que padece bajo las condiciones presentes. Pero esto solamente puede ser obra de la clase trabajadora, porque todas las otras clases, a pesar de que tienen sus intereses en mutuo conflicto, están constituidas sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción, y tienen como ideal común el sostenimiento de las bases de la sociedad existente.

La lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista es necesariamente política. La clase obrera, sin derechos políticos, no puede sostener su lucha económica ni desarrollar su organización también económica. No puede efectuar el cambio de los medios de producción a la posesión de la sociedad colectiva sin llegar a la posesión del poder político.

-La Industria arrüí-na el artesanado

-Pauperismo creciente

- Lucha de Clases

-Irracionalidad de Capitalismo

- Régimen de Ex flotación

- Socialización de los bienes produc- tivos

-La emancipación ha de ser obra de los trabajadoresmismos

- Lucha política y lucha económica(Partido y Sindica to)

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Dar forma a esta lucha de la clase obrera haciéndola consciente y unida y señalarle su inevitable meta, tal es el objeto del partido democrático social. En todos los países en que predomina el método capitalista de producción los intereses de las clases trabajadoras son iguales. Con la extensión del comercio mundial y de la producción para el mercado universal la condición de los obreros de cada país en particular depende más cada día de la condición de los obreros de los demás países. Por consiguiente, la emancipación de la clase obrera es una tarea en laque están igualmente interesados los obreros de todos los países civilizados. Reconociéndolo así, el partido democrático social de Alemania se siente y se declara unido a todos los obreros conscientes de su clase de todos los países.

El partido democrático social de Alemania no lucha por nuevos privilegios y derechos exclusivos de clase, sino por la abolición del gobierno de clases y de las clases mismas, y por derechos y deberes iguales de todos, sin distinción de sexo ni descendencia. Partiendo de estas opiniones, combate en la sociedad presente no solamente contra la explotación y opresión de los asalariados, sino contra todo género de explotación y opresión, cualesquiera que sean la clase, partido, sexo o raza contra las cuales vayan dirigidas.

-Solidaridad Internacional

- Hacia la Sociedad sin Clases

En cuanto a las demandas inmediatas, se solicita el sufragio universal, directo y secreto; un ejército del pueblo en lugar del ejército permanente; libre emisión del pensamiento y derecho de reunión; igualdad entre los sexos; separación de la Iglesia y el Estado; enseñanza laica obligatoria; administración libre de justicia;

tratamiento médico gratuito; progresiva tributación de la renta y de la herencia legislación protectora del trabajo, de manera que fije en ocho horas la jornada legal; prohíba el trabajo de noche y el de los niños; garantice un período de descanso de treinta y seis horas a la semana; legalice las asociaciones obreras-conceda igual remuneración entre trabajadores industriales y agrícolas y establezca un sistema de seguros sociales, con cooperación efectiva de la clase trabajadora en su administración.

El mero hecho de que se planteara este programa reivindicativo inmediato era ya objeto de crítica por algunas minorías más radicalizadas que creían descubrir en ello una cierta proclividad al reformismo, con práctico alejamiento de la exposición de principios.

Al redactar el programa, se contó con el consejo de Federico Engels, quien al concluir los trabajos se mostró muy satisfecho de los resultados. Esto, unido a la gran implantación que las organizaciones sindicales y políticas iban adquiriendo, así como el crecimiento del apoyo electoral, explican que en 1895, poco antes de su muerte, en la introducción para una nueva edición de "La lucha de clases en Francia", realice una referencia elogiosa a la socialdemocracia alemana en estos términos: "la más numerosa y compacta, la fuerza de choque decisiva del ejército proletario internacional".

Existe un libro de Carlos Kautsky titulado "El Programa de Erfurt", cuya primera edición es de 1892, y que constituye el comentario o desarrollo más "autorizado" del mismo. Este libro fue editado en castellano en 1933 con una Nota de Introducción a cargo de Julián Besteiro, en la que el famoso dirigente español, tras referirse a la disparidad de ¡deas sociales de aquellos momentos (todavía bien reciente el impacto de la Revolución Soviética), afirma: "Para resolver esta duda debe tenerse sin embargo en cuenta, que desde la muerte de F. Engels, no ha existido ningún intérprete más fiel y documentado que Kautsky con respecto al fundador del socialismo científico".

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Pues bien, al objeto de concluir el perfil del modelo socialdemócrata alemán, como uno de los paradigmas del movimiento obrero, vamos a fijarnos en unos pasajes de la citada obra de Kautsky, contenidos en el capítulo V, "La lucha de clases", en los epígrafes dedicados al movimiento sindical y a la lucha política.

En cuanto al movimiento sindical, hace una matizada historia explicando el paso de los antiguos gremios a los modernos sindicatos a tenor de los cambios en el modo de producción. Pero el epígrafe se centra especialmente en el peligro de disgregación que a veces se manifiesta por las tendencias corporativas o gremialista, explícitas o larvadas. "El parentesco originario del movimiento sindical con el movimiento gremial no se manifiesta sólo en el espíritu y fuerza de resistencia de los sindicatos. Con él penetró también en ellos un espíritu gremial, una tendencia hacia una separación en castas, hacia una persecución unilateral de los estrechos intereses del oficio sin atención a los intereses generales de los trabajadores".

En su análisis tiene una gran importancia la observación de que la gran industria viene a introducir grandes diversificaciones en el seno de los trabajadores, entre los más cualificados y menos cualificados, hasta llegar al hampa, inconsciente, haragán, a quien la intuición de su inutilidad vuelve servil y socialmente acobardado.

Cree, por otra parte, que existe una cierta dinámica interna dentro de la clase trabajadora: capas en ascenso y en descenso y le interesa mucho el fenómeno de las capas que evolucionan desde las zonas inferiores hacia regiones más conscientes y organizadas del proletariado. Considera, en suma, que las capas superiores relativamente "privilegiadas", más preparadas culturalmente, mejor retribuidas, con empleos más consolidados, pueden actuar con un egoísmo disgregador e insolidario, o pueden -y deben- ser la vanguardia del conjunto -lo que es en el fondo más racional, porque sólo desde la consecución del objetivo emancipatorio alcanzado por la clase en su conjunto, pueden alcanzarse de modo estable las mejores condiciones para todos: "Tienen que llegar al convencimiento de que es una mala política querer empinarse sobre los hombros de gentes que se hunden en un pantano y que, elevándose sobre ellos, se hunden más abajo. Necesitan cuidar de tener un suelo firme bajo los pies si quieren alcanzar altura y mantenerse en ella. No pueden salir del pantano sin ayudar a las capas más hundidas que se encuentran bajo ellos".

Ese es el sentido más profundo que separa los sindicatos de los antiguos gremios: el carácter de estrategia general y de alternativa global propio de los sindicatos. Por eso, el verdadero movimiento sindical tiende a extenderse allí donde no esté implantado, sin atender en este esfuerzo a los límites estrechos del propio oficio, a mantener la cohesión de todos los oficios convocándolos a objetivos comunes, sin cuya conquista las meras luchas parciales son como el esfuerzo de Penélope: puro tejer para que sea destejido y volver a comenzar. Cree, incluso, que históricamente el movimiento obrero se construyó de este 'modo: merced al esfuerzo expansivo de las capas más evolucionadas y alrededor de unas alternativas generales y globales. "Así se formó poco a poco, con proletarios cualificados y no cualificados la capa de la clase trabajadora que se encuentra en movimiento -el movimiento obrero-. Es la parte del proletariado que lucha por los intereses de su clase, su "eclesia militans" (iglesia militante)"

Probablemente interpretamos bien el alcance de estos pensamientos si tenemos en cuenta la combinación característica de una estrategia evolutiva y una concepción global de alternativa radical, típica del Programa de Erfurt y de la socialdemocracia clásica. Es decir: del grado de conciencia sobre los intereses generales del proletariado procede el grado de intensidad en la cohesión y voluntad para las acciones de conjunto.

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De ésto, a su vez, dependen las conquistas más generales y duraderas, más compartidas, y que por constituir un cierto patrimonio común, siguen siendo disfrutables cuando el trabajador individual incurre en infortunio o cuando un sector entero entra en declive. Tanto más ocurre si se piensa en la superación del sistema.

Es en el final de este epígrafe titulado "El movimiento sindical" donde concluye con estas palabras: "{...} la Socialdemocracia. Ella no es otra cosa, en esencia, que la parte del proletariado luchador consciente de su fin".

La socialdemocracia, esa palabra tan llena de significado con la que posteriormente se cubrieron los reformistas y que luego han utilizado ya como disfraz quienes renunciaron al socialismo, significa -pues- para Kautsky, el conjunto del movimiento obrero ordenado a la superación del capitalismo y de la cultura burguesa; los sindicatos y el partido obrero, como enseguida veremos. Una cita resulta luminosa a este respecto. Viene discurriendo el autor sobre el utopismo y el movimiento obrero, sobre si la mejora de la condición del obrero fue concebida por algunos autores burgueses como acción filantrópica de los poderosos o del Estado mismo, sobre la desconfianza inicial de los obreros hacia los ideales del socialismo, y afirma: "Si habían de reconciliarse el movimiento socialista y el movimiento obrero y fundirse en un movimiento unitario, necesitaba el Socialismo levantarse sobre la ideología del utopismo. Haber llevado esto a cabo es el acto de transcendencia histórica realizado por Marx y Engels, quienes pusieron en su Manifiesto comunista de 1848 los fundamentos científicos del nuevo, del moderno socialismo, o como hoy se dice, de la Socialdemocracia". (P.231)

En el epígrafe dedicado a "La lucha política", leemos: "Se han contrapuesto a veces la lucha política y la lucha económica, declarando que el proletariado se aplique unilateralmente sólo a la una o a la otra. En realidad no se pueden separar ambas. La lucha económica exige los citados derechos políticos13; pero no caen del cielo, sino que su consecución y mantenimiento requieren la más enérgica actividad política. La propia lucha política, sin embargo, es también, en último término una lucha económica y , con frecuencia, hasta de un modo directo, por ejemplo, en materia de aduanas, protección del obrero y otras análogas. La lucha política es sólo una forma especial, la que más abarca y casi siempre también la más aparente de la lucha económica.

"No sólo las leyes que afectan directamente a la clase trabajadora, sino también la gran mayoría de las otras, tocan más o menos a sus intereses. Como todas las demás clases debe también esforzarse la clase trabajadora por alcanzar influencia política y poder político, por poner a su servicio el poder del Estado".

Kautsky recuerda el tiempo en que los partidos burgueses requiebran a los obreros para captar sus votos conforme la protesta social forzaba a la ampliación paulatina del derecho al sufragio. Utiliza la expresión dura de que fueron utilizados como "rebaño electoral". Sin embargo, los intereses contradictorios de la burguesía y del proletariado determinan que no por mucho tiempo puedan caminar políticamente de la mano, y ve como una consecuencia inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas la configuración de los partidos obreros. En este sentido, habla de que la creación del partido obrero es la afirmación de la autonomía de la clase obrera, la ruptura del cordón umbilical que la ligaba a la burguesía. ¡Ah! pero el partido obrero es entonces rigurosamente un instrumento de la clase obrera:

"Un tal partido necesita tener como meta el dominio político. Ha de procurar poner a su

13 Se refiere a los derechos civiles o libertades cívicas, tan importantes para poder desarrollar la "lucha económica" o actividad sindical.

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servicio, es decir, al servicio de los intereses de la clase que representa al Poder público; ha de procurar hacerse el partido dominante en el Estado. Organizándose la clase trabajadora como partido independiente, le es dado, naturalmente, alcanzar este fin, y asimismo llevar el proceso económico hasta su consecución".

Perfilado de este modo el "partido obrero", expresión contundente utilizada por Kautsky (y por Iglesias), se puede comprender lo que ahora resulta difícil de entender cuando algunos partidos que surgieron dentro de la filosofía del partido obrero y de la lucha de clases tienden a considerar el partido como representante de los intereses de toda la sociedad (cual si no existiera contradicción de intereses en la sociedad) y al sindicato como representante de los intereses de una porción de una parte de la sociedad. Si bien que en la ambigüedad de sus campañas electorales recuperen por unas semanas su viejo rostro de representar una cierta clase.

Kautsky expresa con suma claridad la esencia del proyecto político-económico del socialismo que no es otro sino "colocar la producción común en lugar de la producción capitalista". Distingue entre producción capitalista y producción socialista. "Pero hemos visto que aquella no puede llegar a ser forma general de la producción bajo el dominio de la producción de mercancías. Para poner en lugar de la producción capitalista, con valor general, la producción en común es indispensable introducir en lugar de la producción para el mercado -producción de mercancías- la producción para la comunidad y bajo el control de la comunidad. La producción socialista es, pues, la consecuencia natural de la victoria del proletariado". Obviamente, en la perspectiva evolutiva, que no ha de confundirse con el reformismo, ese proceso de sustitución del mercado como supremo rector de toda actividad económica, no habría de suponer fruto necesariamente de un giro brusco, simultáneo y total. De hecho, la historia europea nos muestra cómo bajo la acción de la socialdemocracia se fueron substrayendo a la tiránica lógica del mercado capitalista la producción y distribución de determinados bienes, como la salud o la educación; en ocasiones y parcialmente, la vivienda; algo el ocio y, en algunos países, partes sustanciales de la información. Asimismo sectores de la producción y de las comunicaciones de difícil soporte financiero para el capital privado. Fue la época expansiva del gradualismo socialdemócrata en el que algunos bienes fueron excluidos de la lógica de las mercancías.

La última década del siglo pasado fue igualmente muy favorable al desarrollo del sindicalismo alemán. Ya dijimos que las llamadas "leyes antisocialistas" de Bismarck impusieron grandes limitaciones y obstáculos al desenvolvimiento de todos los organismos obreros, pero, aún así, la huelga general minera de 1889 consolidó la fuerza de los sindicatos.

Abendroth 14 describe en los siguientes párrafos el despliegue sindical Paralelo a la consolidación de la Socialdemocracia o, si se quiere pensar en las coordenadas que veníamos utilizando, como parte de la consolidación de la Socialdemocracia.

"Los sindicatos libres (socialistas) habían reconocido, con motivo de la resistencia común contra el lockout de los patronos de Hamburgo en contra del derecho de asociación y de la manifestación del 1° de mayo de 1890, las desventajas del fraccionamiento en innumerables asociaciones profesionales locales. Después del congreso sindical celebrado en Holberstadt, en 1892, crearon por esa razón el sistema de las asociaciones centrales, organizadas según el principio profesional, que fueron unificadas en un comité central. La oposición, relativamente débil, de los "localistas" fue un paralelo sindical a la oposición de los "jóvenes" en el SPD. Ellos representaban a los grupos que no comprendieron ni dieron el paso de la semilegalidad, bajo las leyes

14 ABENDROTH. "Historia Social del Movimiento Obrero Europeo" Laia. p. 53.

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antisocialistas, a la lucha abierta y legal, y a la conquista de grandes masas de trabajadores, y llegaron a ser las células germinales del anarco-sindicalismo, que en Alemania apenas tuvo influencia.

"Los sindicatos crecieron con rapidez. Si en 1892 sólo tenían 300.000 socios, en 1899, incluidos los poco nutridos sindicatos cristianos, contaban ya con 600.000, y en 1923 con 2,5 millones. La mayoría de los funcionarios, que no eran retribuidos, trabajaban al mismo tiempo para el SPD.

"En torno a estas dos organizaciones fueron agrupándose las cooperativas y numerosos círculos culturales y clubs deportivos de obreros. Ahora era posible elevar el nivel salarial de los trabajadores, al menos de los sindicatos, si bien que con algunos reveses durante las crisis económicas.

"Los contratos tarifarios entre los sindicatos y los empresarios fueron adquiriendo una importancia creciente desde finales del siglo pasado. Las organizaciones competidoras de los sindicatos cristiano-nacionales, fomentados por las autoridades, sólo en regiones herméticamente católicas y en la pietista del Siegerland, pudieron convertirse en organizaciones de masas. Para poder subsistir, tuvieron que echar mano, a pesar de su inicial obstinación, del arma de la huelga. Estos éxitos hicieron del partido obrero alemán y de los sindicatos a él vinculado el ideal del movimiento obrero en los demás Estados del continente europeo".

Por lo menos, si que fue la Socialdemocracia alemana, uno de los modelos más vigentes, aunque -como vimos- en la vecina Francia seguían un camino distinto, diferente a su vez del que examinaremos en Gran Bretaña-

Pero antes nos detendremos un momento para señalar, siquiera muy sumariamente, la existencia del llamado "socialismo de cátedra", como una peculiaridad del pensamiento germánico de la época que venimos estudiando, así como, por otra parte, del llamado movimiento "social cristiano", que guarda evidentes semejanzas y conexiones con otros fenómenos similares de los demás países europeos.

El "socialismo de cátedra" fue un movimiento intelectual residenciado en el ámbito universitario que, pese a ser contemporáneo de la configuración del movimiento obrero y de la Socialdemocracia, no tuvo apenas contactos con estos fenómenos sociales. En realidad, si se le llama socialismo es por cuanto supone una crítica del liberalismo económico y por cuanto propugna cierto intervencionismo del Estado en la vida económica. Pero la crítica que lleva a cabo del liberalismo económico el "socialismo de cátedra" tiene una raíz histórica y un fundamento económico totalmente distintos a las del socialismo encarnado en el movimiento obrero. El "socialismo de cátedra" hunde sus raíces en lo más genuino de la filosofía idealista alemana y más concretamente en la exaltación del Estado llevada a cabo por filósofos como FICHTE y HEGEL.

A finales del s. xviii, hacia 1790, la estructura política de lo que hoy llamamos Alemania no pasaba de ser un abigarrado mosaico de piezas heterogéneas, manifiesto legado de la fragmentación feudal. Subsistía el Imperio, ciertamente, pero, a la sazón, no pasaba de ser un título honorífico de una realidad evanescente: dos reinos competitivos Prusia y Austria; una serie de "ciudades libre", algunas de ellas puertos de gran importancia mercantil; Abadías y Obispados independientes, gobernados por oligarquías clericales; incluso una serie de señoríos autónomos vinculados al Imperio. En tales condiciones puede comprenderse que no le costara gran esfuerzo a Napoleón Bonaparte ocupar durante algún tiempo buena parte de Alemania.

Mas la invasión napoleónica hizo reaccionar vivamente a los más distinguidos espíritus alemanes, y se alzan voces reclamando la unidad del pueblo alemán y la necesidad de configurar un gran Estado germánico simétrico de las formas de poder constituidas mucho antes por España, Francia e Inglaterra. Todavía estaban las tropas francesas napoleónicas acantonadas en Berlín, cuando Fichte (1762-1814) lanza sus

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famosos "Discursos a la nación alemana" (1807-1808), en los que llama a la unidad del pueblo basada en la tradición y cultura común; reclama la libertad de la conciencia y expresión y afirma la supremacía del pueblo y su destino. Poco después, Hegel (1770-1831) toma el relevo, pero con mayor éxito en la defensa de la misma causa, sólo que en Hegel se hace más explícita la reivindicación de un Estado poderoso.

Ambos filósofos ven en el Estado la plasmación operativa de la eticidad, de la razón actuante y, frente a las concepciones liberales que ven en el Estado sólo aquel depósito de poder delegado o "cedido" por los individuos, los grandes filósofos alemanes ven en el Estado una realidad en sí superior a los individuos, fuera del cual no es posible la realización de la persona como sujeto de la ley, ni la existencia de la libertad regida por la razón. Ellos ponen el fundamento teórico de aquella actitud que concibe en gran medida la vida civil como espontánea adhesión al hecho colectivo, del cual resulta encarnación máxima el mismo Estado.

Tanto Fichte como Hegel fueron sucesivamente rectores de la Universidad de Berlín y, sobre todo el segundo, ejerció una influencia muy intensa en la cultura alemana. Fácilmente se comprenderá tras el breve apunte hecho, que las generaciones de universitarios formados en aquel espíritu no aceptasen con muy buenos ojos la teoría liberal del "laissez faire", según la cual el Estado "gendarme" debiera limitarse a contemplar el libre juego de la concurrencia exigiendo sólo el cumplimiento de los contratos y garantizando la propiedad. Por otra parte, la escuela histórica recordaba el sentido paternalista de las viejas monarquías y poderes temporales que se legitimaba moralmente por atender el bienestar de los súbditos y especialmente de proteger a los más desvalidos.

La inspiración del socialismo de cátedra procede, pues, de reivindicar el papel del Estado como organizador y gestor de la vida social, por lo que no puede renunciar a la intervención en la vida económica y, por otra parte, el de evitar las situaciones de desgracia de su pueblo.

A comienzos de siglo, el filósofo Fichte, antes citado, para quien el Estado no es la eliminación del derecho natural, sino el mismo derecho natural realizado, ya produjo un escrito titulado "El Estado comercial cerrado" (1803), según el cual el Estado no sólo asume la garantía de los derechos primarios, sino que para su mayor efectividad crea un sistema en el que la producción y distribución de las mercancías está regulado por el Estado, de suerte que se eliminan la pobreza, la holganza y la ignorancia -manteniendo si es preciso un mercado cerrado del que la exportación e importación son exclusivo monopolio público.

Naturalmente que los "socialistas de cátedra" de mediados de siglo eran economistas y como tales no dados a soluciones arbitristas ni utópicas, sino a críticas de la interpretación y aplicación pura de las leyes del mercado concebidas por el liberalismo económico. Críticos de los peligros que para Alemania como Nación más retrasada en el proceso de industrialización podían suponer, y todas esas críticas fueron por ejemplo un aval de autoridad tanto para la política proteccionista que puso en práctica Bismarck a partir de 1880, como para la primera implantación que hizo del seguro obligatorio.

Cuando los hombres más destacados de este movimiento, como Smoller, Adolf Held, Lujo Brentano y Christian Engel, convocaron un Congreso de Economistas en Eisenach, en 1872 (la misma ciudad en que se fundó el partido obrero), aprobaron sendas resoluciones en demanda de un incremento de la legislación protectora, e incluso de una cierta planificación pública de los asuntos económicos.

No obstante se mantuvieron al margen de la socialdemocracia, de la teoría y de la

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práctica de la lucha de clases, y de toda alternativa radical al orden político y económico-social.

El movimiento social-cristiano también critica el liberalismo económico y es movido por una preocupación ante las catástrofes sociales que llevó consigo la ruina del artesanado y la introducción del salariado sin red ninguna protectora. Pero su raíz es esencialmente religiosa, y su inspiración originaria está más bien ligada a aquella forma de romanticismo que es el tradicionalismo. Por todo ello aquí no sólo va a haber distanciación con respecto a la socialdemocracia, sino dura confrontación.

El punto de partida de sus críticas no es la desigualdad en sí misma, ni mucho menos la "explotación", sino el nuevo régimen de libertades políticas y económicas que ha venido a trastocar el antiguo orden, a arruinar la familia, sus medios de subsistencia y con ello su arquitectura moral. Así mismo han impuesto en la burguesía un desenfreno de las costumbres e instaurado como valor preeminente el lucro. Por todo ello vuelven también sus ojos al poder del Estado, pero en el sentido de oponerse a las reformas democráticas que permiten validar las normas con arreglo a un criterio numérico, y dejan los principios inmutables -"naturales"-de moralidad sometidos a la erosión destructora del vaivén de la opinión. Consideran que el sufrimiento de las masas, tan fácil de constatar hacia mediados de siglo en cualquier nación del Continente son los resultados de la quiebra de aquel viejo orden venerable. En consecuencia, sus líneas de cambio son restau-racionistas; volver en lo político y en lo económico a las fórmulas que en el pasado dieron cierto equilibrio armónico a la sociedad.

En Alemania se distinguieron dos personajes, KarI von Vogelsaang, y el obispo católico Kettier. Vogelsaang pretendía restaurar un orden de jerarquía social donde el poder de cada estamento está limitado por las leyes, fundado básicamente en la tradición, y en el que recuperasen su papel los gremios y corporaciones, dando una base cooperativa a la industria creando en este campo corporaciones bajo vigilancia estatal en cuyo seno habrían de armonizarse los intereses en su caso de propietario y productores, todo ello dentro de la mentalidad de un Estado regido en definitiva por principios cristianos. Promovieron también los sindicatos de inspiración cristiana, en los que sin dar cabida al concepto de la lucha de clases, y basándose en la idea de una posible armonía entre el capital, y el trabajo, fundada en la aplicación razonable de la justicia, se resolvieran los conflictos por medio de la negociación y la apelación a la autoridad.

En aquellas zonas de intensiva vivencia religiosa, y donde los propietarios eran sensibles a aplicar criterios de moralidad en la vida económica por lo menos atenuando la lógica de los intereses, tuvieron cierto arraigo tales organizaciones, que de existir alguna, las autoridades y los patronos preferían a las de inspiración laica, así como los talleres cooperativos inspirados y promovidos por el movimiento social-cristiano. En este movimiento figuras destacadas por su cultura y pureza de intenciones, como von Kettler, dieron respetabilidad a la iniciativa. En la medida en que promovían actividades productivas sin lucro del capital fueron llamados socialistas cristianos.

Pero el auge de las ideas revolucionarias en el corazón de Europa, el aire jacobino de los sucesos de Francia; la filosofía atea del materialismo dialéctico, y la notoria inclinación tradicionalista y restauracionista de Roma, que constataba cómo los avances democráticos iban socavando los privilegios seculares de la Iglesia país a país, acabaron por desautorizar en el seno del propio ámbito eclesial al llamado "socialismo cristiano", siendo a este respecto contundente la "Quod apostólici muneris" (1878). su defensa cerrada de la propiedad privada y de la empresa, así como su condena explícita a todas las formas y manifestaciones del socialismo fue conclusiva.

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Con todo ello se abrió un foso entre esta corriente y la socialdemocracia, derivando posteriormente las inquietudes del movimiento "social cristiano" a ser un componente más de lo que acabó configurándose en Alemania y en Austria como el partido del Centrum, o de la burguesía moderada, de credo católico principalmente.

Es claro que aquellos antecedentes (que en versión peculiar francesa adquirieron un tinte antirrepublicano mucho más reaccionario) nada tienen que ver prácticamente con los movimientos que en la segunda mitad del siglo XX reivindican una crítica radical del capitalismo formulada desde las exigencias de la moral evangélica, y construida o implementada analíticamente tomando sus instrumentos en el acervo conceptual socialista.

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EL LABORISMO BRITÁNICO

Con el laborismo nos situamos ante otro modelo teórico y organizativo del movimiento obrero profundamente distinto a los ya estudiados del Continente.

El rasgo principal y distintivo del movimiento obrero británico es el Predominio del componente sindical sobre el componente político. El Partido Laborista (Labour Party), de muy tardía configuración, resulta como un apéndice de los sindicatos, como una plataforma formada por las Trade Unions y otros organismos políticos asociados para asegurar la presencia obrera en las instituciones, sea el Parlamento o las corporaciones locales y territoriales.

Para obtener una primera noción, baste recordar que las organizaciones de tipo sindical se remontan en Inglaterra al primer cuarto del siglo XIX, como vimos al explicar los orígenes del movimiento obrero, y al sea el país en que primero se desarrolla la industrialización, es el primero en que se despliega el movimiento de resistencia organizada de los asalariados. Sin embargo, el Partido Laborista, en términos semejantes a como hoy lo conocemos, en forma algo semejante -no demasiado- a lo que son los partidos obreros del Continente, no se configura hasta 1900, es decir, décadas después que la Socialdemocracia Alemana, el partido socialista en Francia, e incluso mucho después que el PSOE (1879).

Por otra parte, cuando surja el Partido Laborista aparecerá dotado de una estructura tan distinta a los partidos continentales, que apenas es lo que aquí llamamos un partido político. Hasta 1918 no fue posible la afiliación individual directa, sino a través de las entidades, sindicatos u organismos políticos, que lo integraban en su conjunto.

Marx vivió ciertamente en Londres muchos años, la mayor parte de su vida de genial creación teórica. Pero Marx era en Londres un judío alemán exiliado; prestigioso y respetado en los medios sindicales, poco conocida su doctrina; casi nada leído en sus grandes obras y, como enseguida podremos apreciar, con bien pocos seguidores en las islas británicas. En efecto, el socialismo británico, aún siendo muy interesante, es casi nada marxista.

En general, el socialismo británico es el menos teórico de todos los socialismos europeos. Acaso sea el más pragmático. Otros países se distinguieron por su creatividad teórica, sobre todo Alemania y Francia. Allí donde no surgieron las mentes más creadoras arraigaron sin embargo los sistemas teóricos, como en Italia, España, el sur de Europa o los países nórdicos y, más tarde, al este, Rusia, con su especificidad.

Pero en Inglaterra no se forman el partido y los sindicatos como algo que exige la realización de un esquema teórico. Antes bien, surgen primero los sindicatos y muy tardíamente el Partido Laborista, como resultado de la necesidad de dar respuestas a demandas sociales inmediatas y, posteriormente, va siendo impregnada o iluminada la práctica por un pensamiento más teórico y global, nunca muy uniforme, ni muy generalizadamente asumido.

Al comenzar esta parte analizamos un poco el pensamiento de los fabianos, la principal escuela teórica, acaso la más genuinamente británica del pensamiento socialista. Pues bien, ya vimos entonces el fuerte componente de exigencia ética en que se fundamenta para los fabianos la demanda de reforma social. No es un imperativo

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histórico el socialismo, sino más bien algo fundado en la justicia como virtud moral, y las formulas o alternativas económicas del socialismo se acreditan por su valor para extender el bienestar y evitar unas desigualdades y miserias que deben repugnar a la conciencia humana no embrutecida. Ahora tendremos ocasión de conocer que desde el punto de vista organizativo los fabianos siempre se mantuvieron como una sociedad autónoma, de investigadores sociales y de propagandistas teóricos, que se adhiere -al principio sin especial entusiasmo- al Partido Laborista. Se definen en sentido amplio como socialistas, pero asumen que su papel es infiltrar ideas en cualesquiera organismos sociales; suministrar elementos teóricos y estadísticos a las fuerzas progresivas de la sociedad y suministrar, en su caso, algunos posibles dirigentes adecuadamente preparados.

En el abigarrado mosaico del movimiento obrero británico que intentaremos describir ordenadamente, los fabianos, algunas de cuyas teorías y personalidades vimos, compondrán una pieza importante.

Para pensar el socialismo británico hay que situarnos en la tradición histórica de Inglaterra, y luego, más en particular, en la época victoriana, porque una característica del socialismo inglés es su conexión con las tradiciones de la cultura inglesa y su permeabilidad a ciertas actitudes y valores de la sociedad circundante.

Me refiero en primer lugar a la tradición empirista, a la desconfianza y alejamiento que se hace por ejemplo patente en la filosofía inglesa con respecto al idealismo continental. Los grandes modelos de pensamiento, las soberbias arquitecturas racionales, ya fuesen escolástico-medievales, racionalistas o hegelianas, no fueron de-bien recibo en las islas. Frente a ello predomino en Inglaterra desde el siglo XIV una actitud más proclive a estimar la experiencia por encina de la especulación y de los razonamientos abstractos. No es, pues, demasiado extraño que las mentes de tradición inglesa se sintieran distanciadas del marxismo y de los otros sistemas de pensamiento que entrañaban toda una filosofía de la historia. El aire hegeliano de Marx resultaba, poco respirable junto al Támesis.

Pero resulta más importante y concreta la influencia sobre el socialismo británico del sesgo histórico y social del victorianismo: el prolongado reinado de la Reina Victoria (1837-1901), justamente el período en que nos movemos. Hablar de la época victoriana es hablar de puritanismo; de evolución de las instituciones representativas; y de una concepción política nacionalista que acaba plasmando en el gran imperio británico (Victoria fue llamada reina de Inglaterra y emperatriz de la India). Justamente aquí nos interesa destacar que han pasado en Inglaterra, los tiempos de rupturas bruscas con el pasado -que los hubo; (decapitación de Carlos I)- y se ha entrado en un siglo en el que se acometen tremendos cambios sociales por vía evolutiva. Las estrategias políticas del movimiento obrero, como veremos, quedan implicadas en ese proceso. ¿Cómo explicar si no que durante cierto tiempo fueran los representantes obreros, promovidos por los sindicatos, en las listas del partido liberal al Parlamento, y que los primeros obreros que tomaron asiento en los Comunes lo fueran entre los liberales? ¿Cabría pensar eso en el Continente?.

Así pues, mientras los partidos obreros del Continente mantenían una cerrada política de alianzas, que se conoce por la consigna "clase contra clase", los obreros británicos van junto a los liberales y tienen todo un curioso montaje para decidir en qué circunscripciones votan los liberales al candidato promovido por los sindicatos, y dónde los obreros votarán en cambio al candidato liberal. Tampoco sería comprensible el asunto sin tener en cuenta el sistema electoral inglés, de circunscripciones pequeñas y

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uninominales, donde en cada circunscripción se elige por mayoría a un sólo candidato como representante del distrito.

Pasada la época del carlismo en cuyo seno, como vimos, también hubo -sobre todo inicialmente- una corriente evolutiva, el socialismo británico de la época de la IIa

Internacional, se encarrila definitivamente por el evolucionismo social y por la combinación de la vía política y la vía sindical para conseguir sus reivindicaciones, lo que no empaña la nítida definición de sus objetivos últimos orientados a superar el sistema capitalista.

Cuando examinemos con mayor detalle el problema electoral, observaremos también el gradualismo con el que Inglaterra fue introduciendo los pasos que habrían de conducir, poco a poco, hacia la implantación del sufragio universal. Otro tanto ocurre con la evolución de las instituciones, incluida la progresiva reducción de las prerrogativas de la Corona y de la Alta Cámara o Cámara de los Lores. Es un país en el que la aristocracia fue cediendo terreno, palmo a palmo, frente a la pujante burguesía y donde, por ello mismo, conservó y aún hoy día conserva, algunos privilegios y prebendas desterrados hace tiempo de las leyes continentales.

Todo este marco situacional o "lempo" del proceso político, influye en la mentalidad de toda la vida político-social inglesa, y tuvo que contribuir a la desconfianza con la que los líderes obreros miran las alternativas que hablan de un cambio brusco y radical, de un vuelco revolucionario. Vimos en concreto, la escasa identificación de los líderes ingleses, incluso de aquellos que formaron parte de los cuadros dirigentes de la l a

Internacional con respecto a la insurrección de la Comuna parisina.En sentido contrario, aquellos países del Continente donde las clases dominantes

ejercieron mayor cerrazón al cambio, es donde se produjeron choques sociales más violentos, con diferentes resultados ciertamente, unas veces victoriosos para la revolución y otras para la contrarrevolución, de lo que sabemos mucho los españoles (Guerra Civil 1936-1939).

Otro rasgo de la sociedad inglesa que produce insospechados reflejos en el movimiento obrero británico de esta época, es su peculiar religiosidad. En esta época vemos a dirigentes sindicales genuinamente obreros, situados a la cabeza del laborismo como Keir Hardie, que no sólo son cristianos sino que, porque lo son, profieren un discurso reivindicativo argumentado fundamentalmente sobre razonamientos de tipo moral, y que invocarán la justicia en el reparto de los bienes con más frecuencia que la lucha de clases, y para los que la defensa de los desvalidos y peor dotados resulta causa bastante para legitimar e impulsar la acción. No es sólo cosa de los fabianos la fuerte impregnación moralista del discurso social sino un matiz genérico del laborismo.

También ayuda a comprender esto, como indicábamos, la peculiar religiosidad inglesa del siglo XIX. Tras las violentas contiendas religiosas de los siglos anteriores, tras la turbulenta época que se abre con la implantación de la Reforma en Inglaterra, la ruptura con Roma en tiempo de Enrique VIII (1534), los ingleses hallaron luego con la Ilustración, el descubrimiento de la tolerancia y la paz religiosa. Pero en la propia naturaleza del luteranísimo, por su tesis esencial del libre examen, estaba la semilla de la diversidad y el libre examen del texto sagrado no podía sino conducir a la pluralidad de iglesias dentro del campo reformado; con lo que a la Iglesia Anglicana, la iglesia oficial, la iglesia protegida por la corona y seguida por la alta clase, enseguida le salieron otras iglesias críticas y disidentes, el famoso "inconformismo", más textual, más intransigente en el terreno moral, con más adeptos entre las clases medias y con cierto arraigo en la clase popular.

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Con lo cual la Iglesia no era un todo uniforme, granítico en la fe y unívoco en sus posturas político-sociales, sino que el fenómeno religioso era plural: iglesias con distintas interpretaciones del credo cristiano e imbricadas en estratos sociológicos distintos. De este modo, los predicadores metodistas hicieron escuela entre las clases modestas y, en sus congregaciones, era sañudamente criticada la inmoralidad del lujo o la impiedad no caritativa del hacendado. Sus congregaciones fueron punto de encuentro y hogar de convivencia incluso en la base social menos favorecida. Una parte considerable del proletariado se mantuvo ligado a las congregaciones o capillas, sin encontrar que la Iglesia fuese de manera unívoca, sin fisuras, aliada de la clase dominante. Otro contraste con el fenómeno llamado "apostasía de las masas", típico del XIX continental, y no separable del ateísmo teórico ni del anticlericalismo operativo del movimiento obrero en otros países.

Incluso el puritanismo practicado intransigentemente por parte de la burguesía británica -no todo el puritanismo Victoriano fue hipócrita y falso-, habría de empujar a una parte de sus hijos hacia la simpatía y la concomitancia con el movimiento obrero, precisamente por lo que tenía de reivindicar la causa justa, y por cuanto en él no hallaba peculiar hostilidad frente al hecho religioso.

De nuevo hallamos cómo las diferentes actitudes de las Iglesias, engendraron reflejos distintos frente al hecho religioso.

Completaríamos este esbozo de rasgos sobre las peculiaridades que darán contorno al laborismo, si nos referimos a la diversidad de sus corrientes, que reflejan toda la panoplia del frondoso pensamiento socialista. La diversidad de escuelas y, a veces, la personalidad de los líderes, daba origen en otros países a la diversidad de organizaciones, pero lo que en otros se decantaba como diversidad de organizaciones políticas e incluso, de centrales sindicales, en Inglaterra -y esto es lo peculiar-, casi todo convergerá en el laborismo.

Esto es así porque tal cosa ya venía ocurriendo en el seno de los sindicatos y, como quiera que el laborismo surge para vehiculizar y mejorar la representación de las organizaciones obreras en las instituciones, tras una cierta fase de tentativas en las que naufragan los intentos de formar partidos obreros a la usanza continental, las diversas formaciones inspiradas en aspiraciones socialistas, no reciben el apoyo sindical sino cuando se llega a esa insólita combinación sintética que constituirá el Partido Laborista, al que es consubstancial desde siempre, llevar en su seno corrientes, asociaciones, grupos específicos, comités "ad hoc", etc. De esa guisa, conviven en el laborismo socialistas marxistas y libertarios; socialistas humanistas y social-cristianos; sindicalistas y fabianos. Y no es que les amalgame el disfrute ni la expectativa de poder, pues así se configuro al inicio, cuando toda expectativa de poder era bien remota, sino que, principalmente, cohesionan el conjunto "las trade unions", verdadero centro de gravedad en cuanto soporte económico, en cuanto base operativa y base electoral; centro gravitatorio más interesado en las alternativas inmediatas que en las doctrinas genéricas, más dispuesto a anteponer la unidad de los que son afines para conseguir lo posible en cada momento, que en separarse por interpretaciones que remitan a principios o a fines últimos.

Un buen modelo de inviabilidad de partido obrero, concebido al estilo continental, nos lo suministra el destino que tuvo la Federación Social Democrática. La Federación Social-Demócrata viene tras un largo período de socialismo difuso, no plasmado orgánicamente:

"Entre finales de la década de 1850, cuando ya Ernest Jones renunció a su intento de

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continuar el "carlismo" como forma de agitación socialista, y al principio de la década de 1880, no hubo en Gran Bretaña ningún movimiento socialista, ni marxista, ni oweniano, ni de otro tipo"

,"... no hubo ningún jefe sobresaliente de los sindicatos obreros entre 1860 y 1880 que pensara en llamarse a si mismo socialista; y esto se aplica también a los hombres que tomaron parte en la la Internacional bajo la dirección de Marx" ,(Cole.Vol.ll°.p.354 y 356) (Recordemos las cautelas con las que Marx redactó la alocución o manifiesto inaugural de 1864, y la disidencia de los jefes sindicales ingleses del Consejo General de la Internacional, cuando éste adoptó postura en defensa de la Comuna parisina).

No obstante, surgieron entre tanto organizaciones agrarias que pedían la nacionalización de la tierra (Liga de la Tierra y el Trabajo, 1869; Liga Agraria Irlandesa, 1879); prosigue el movimiento cooperativo, aunque se centra casi .exclusivamente en las cooperativas de consumo; y los sindicatos practican a su modo la consigna de combinar lucha económica y política, mediante una curiosa combinación electoral con el ala izquierda del Partido Liberal.

En 1881 , HENRY MAYERS HYNDMAN (1842-1921), crea la llamada "Federación Democrática" con la intención de resucitar el carlismo, esto es, de ligar las luchas obreras por reivindicaciones inmediatas a unos objetivos más amplios de verdadera alternativa socialista. Entra en contacto con Marx, quien no cree muy posible la resurrección del carlismo con su antigua fórmula.

Hyndman llevará a cabo una intensa campaña del ideario socialista. Publica |i primero "Inglaterra para todos", donde se alude a Marx sin citarlo expresamente; luego "El socialismo puesto en claro" (Socialism Made Plain); más tarde, en colaboración con William Morris, "Resumen de los principios del socialismo". Cada vez perfilan más un ideario netamente socialista.

A partir de 1884 se cambia el nombre de la organización, y se adopta ya el de Federación Social-Demócrata. La intención de Hyndman era claramente crear Una organización política obrera según el modelo de la social democracia alemana, un organismo unificado y disciplinado que hiciese posible una representación autónoma. Para ello pensaba partir de los clubs radicales, extenderse y autonomizar el voto y el apoyo que los sindicatos venían prestando en materia política al sector más progresista del liberalismo, sobre todo para la extensión del sufragio.

Hyndman, cuyas posiciones iniciales habían surgido de las sociedades que defendían la nacionalización de la tierra y la autonomía de Irlanda, se había hecho un acendrado marxista, como a veces ocurría, más inflexible que Marx, quien en ocasiones modificaba sus criterios. Hyndman halló dificultades en su intento debido a la intransigencia que mostraba frente a los sindicatos, a quienes censuraba -en particular a sus dirigentes- la escasa decisión en su apoyo a una alternativa política de la clase obrera, a su frontal intransigencia frente a los partidos burgueses, a su categórica postura en orden al tema religioso, incluyendo en su exposición del socialismo los puntos clásicos del materialismo dialéctico. Su socialismo se presentaba más como una exigencia histórica, al uso del llamado "socialismo científico", que desde la perspectiva de su fundamentación en principios éticos de equidad e igualdad entre los hombres; de ahí que las propagandas de Hyndman y los suyos, aún cuando en otros países continentales hubieran hallado mayor eco, fueran estimadas pero poco seguidas entre los obreros británicos. Ya veremos que cuando arraigue el socialismo en Inglaterra, será desde supuestos principalmente morales.

Aunque la Federación Social-Demócrata de Hyndman surgió con vocación de

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partido de masas, se quedó -bien a su pesar- en una congregación de núcleos dispares ligados durante poco tiempo por su clara definición como adversarios del Capitalismo y la sociedad de clases. Pasajera fue la permanencia de un núcleo anarquista, que había constituido una "Liga Obrera de Emancipación"; algo mayor permanencia tuvieron los elementos sindicales encabezados por John BURNS, aunque luego estos derivaron hacia el "nuevo sindicalismo" que se hace presente en la última década del siglo. Así mismo también recibió el apoyo de varios miembros de !a entonces incipiente Sociedad Fabiana.

Un grupo con tantas tendencias y escasa base social, pronto se vio afectado por escisiones.

Así, a finales de 1884, se escinde un grupo importante con William Morris a la cabeza y crean la "Liga socialista", acusando a Hyndman, por una parte de autoritario y, por otra, de oportunismo en política. En verdad se escindían los elementos que no veían oportuno intervenir como partido político, unos por razón de oportunidad, como Morris, quien consideraba la necesidad de una fase previa más larga dedicada a la educación o conciencia de las masas obreras del país, y otros, simplemente, por su inclinación anarquista.

Con lo cual, hacia 1885, había en Inglaterra hasta cuatro organizaciones de inspiración socialista: La Federación Socialdemócrata, la Liga Socialista, la Liga Obrera de Emancipación y la Sociedad Fabiana. Todas ellas muy activas, cada cual según su estrategia, pero todas ellas minoritarias y sin que ninguna lograse atraer el apoyo mayoritario de los sindicatos.

En las elecciones generales de 1885 concurrió la Federación Social-Demócrata, sin obtener ni un solo puesto, y con muy pobres resultados en numero de votos. Para colmo, le fue imputado el haber recibido apoyo económico de los conservadores ("Tory gold") para que su causa debilitara a los liberales. Lo cual produjo nuevas defecciones en el grupo.

Pese a todo lo cual, sobrevive la Federación y todavía tuvo un papel importante en las agitaciones obreras de los años 1886 y siguientes, en los que se produjeron grandes huelgas portuarias, encabezadas por el ya citado John Burns. Un planteamiento de esas agitaciones merece ser destacado: la orientación que se da a las protestas de los parados exigiendo el derecho al trabajo. He aquí un punto inteligentemente planteado por la Federación Social-Demócrata, para deslindar campo frente a los liberales y para engarzar con la situación concreta su crítica genérica al capital. Se afirma que bajo el régimen de la empresa privada en competencia, siempre existirá el "ejército industrial de reserva" y que sólo en otro sistema habrá pleno empleo. Se demanda del gobierno, como un derecho básico, el derecho al trabajo y se exige de los poderes públicos que garanticen ese derecho como soporte del mismo derecho a una vida digna, de lo cual derivan la exigencia de que el Estado intervenga en el orden económico y, si es preciso, promueva actividades que hagan real el ejercicio de ese derecho por el cual, quienes carecen de recursos alcanzan el sustento. Por esa vía se abría paso la exigencia de la nacionalización de la tierra y de la industria.

Pero el impulso de ese movimiento coyuntural de masas, muy hábilmente encabezado por Burns, se agotó en lo que tenía de agitación sindical, consiguiendo ciertamente algunas mejoras. No consigue transformar la Federación Social-Demócrata en partido de masas.

Así pues, llegamos en Inglaterra a la última década del siglo XIX sin que se clarifique una alternativa socio-política del movimiento obrero, y manteniendo como

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problema latente y disputado, la cuestión de la representación institucional de los trabajadores.

LIB-LAB (liberal-laborista) venía siendo la fórmula al uso para enviar algunos representantes obreros al Parlamento. Mediante esa fórmula liberales y laboristas se prestaban apoyo electoral recíproca y alternativamente, según las circunscripciones, previo acuerdo sobre los candidatos (ya aludimos al sistema electoral de distritos pequeños por los que se elige un solo representante por mayoría).

La carencia de una doctrina claramente perfilada y asumida por los sindicatos, que eran las verdaderas organizaciones de masa, sobre el papel de los trabajadores en el escenario político, así como las características del sistema electoral y de partidos británico, favorecían esta combinación.

En la tradición carlista se habían alternado los momentos de orientación insurreccional y los momentos de orientación participativa en las instituciones, predominando lo insurreccional justamente por la frustración producida ante las raquíticas reformas electorales de la primera mitad del siglo (1832).

Por otra parte, aunque existían núcleos de tipo anarquista, como hemos visto al hablar de la Federación Democrática e incluso, dentro de la evolutiva Sociedad Fabiana, en modo alguno predominaron entre los líderes de las Trade-Unions.

El hecho de que a partir de la la Internacional no surgiera en Inglaterra un Partido obrero, hizo que, al disolverse la Internacional, se dispersaran los representantes sindicales que habían formado parte de su Consejo junto a Marx y otros ilustres líderes extranjeros; con lo cual queda sólo como referente efectivo de la "izquierda" política, el ala más radical del Partido Liberal que compone el cuadro del turno institucional frente al Partido Conservador, encabezados a la sazón por Gladstone y Disraeli, respectivamente 15

De esta suerte, la cooperación electoral con los liberales, viene a ser por algún tiempo, la fórmula inglesa de cooperar con las clases medias para extender los avances democráticos y, muy especialmente en lo referente a la extensión del voto, además de intentar condicionar sus actitudes ante la legislación protectora del trabajo.

En 1867 se produce una Ley de Reforma del sistema electoral que extiende el derecho al voto -aunque todavía queda lejos el sufragio universal-, pero impulsa la creación de una Liga de Representación Obrera, punto de Partida del LIB-LAB, cuyo primer fruto es enviar dos líderes mineros al Parlamento en las elecciones de 1874. En 1880 repiten aquellos y se les agrega el mismo secretario del Congreso de los Sindicatos Obreros.

Por otra parte, esta dinámica, la existencia de un apoyo obrero a candidatos liberales (en muchos más distritos que donde se presentan candidatos obreros), impulsa la fuerza de los elementos más radicales del campo liberal. Su principal líder, Joseph Chamberlain (1836-1914), mantenía un discurso político atractivo. Como alcalde de Birmingham se había distinguido municipalizando los servicios del agua y del gas; como presidente de la Liga Nacional de la Educación se mostraba partidario de las escuelas municipales y de reducir la influencia de las Iglesias en la escuela; aunque no defendía la nacionalización de la tierra, exigía reformas contra los intereses de los terratenientes, procurando arriendos más justos y duraderos, así como el acceso a la posesión de pequeñas granjas; proponía terminar con el desigual valor del voto,

15

GLADSTONE fue Primer Ministro de 1868a 1874. Disraeli de 1874a 1880, y Gladstone otra vez de 1880a 1885.

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extender el sufragio y reclamaba la retribución de los cargos públicos, cuyo carácter honorario favorecía, obviamente, a los ricos, obstaculizando el ejercicio del cargo público a quienes careciesen de fortuna.

Defendía así mismo, un fuerte impuesto sobre la riqueza que permitiera una "indemnización" a los elementos más carentes de la base popular. Con todo lo cual, sin tocar en absoluto el régimen de propiedad, asumía el papel de la reforma social. Incluso planteaba la reducción de atribuciones a la Corona y, si respetaba la monarquía, era por cuanto en materia de política exterior, defendía la expansión colonial inglesa como apoyo a su despliegue industrial y mercantil. En coherencia con esa mentalidad imperialista, era enemigo acérrimo de las pretensiones autonomistas de Irlanda.

No extrañará pues, que un semejante "liberalismo" obtuviera la condescendencia de ciertos dirigentes sindicales que, por otra parte, tampoco asumían ninguna doctrina sistemática de alternativa anticapitalista. Por otro lado, también se entenderá la insatisfacción de los sectores más específicamente "socialistas" y su empeño por llegar a establecer un partido obrero alternativo del sistema.

La crisis de ese matrimonio de conveniencia, el LIB-LAB, vendría precisa y paradójicamente de la mano de la más amplia reforma del sistema electoral. En efecto, una nueva Ley de Reforma de 1884, permite que "...de siete millones de varones adultos, votan cinco millones. No se excluyen sino aquellos que comparten la mansión de un amo (servicio doméstico), la casa de un padre (hijos de familia), y todas las mujeres".(MAUROIS. Ha de Inglaterra, p.483)

En las primeras elecciones llevadas a cabo con esta base ampliada en 1885, el sistema LIB-LAB, dio por resultado la obtención de once puestos en el parlamento para los trabajadores, seis mineros y cinco dirigentes sindicales más, que llegaron a constituir un grupo estable en la Cámara dentro del grupo liberal. Ahora bien, dicha reforma electoral favoreció mucho más a los autonomistas nacionalistas irlandeses, que situaron en la Cámara de los Comunes-un grupo tan numeroso como para que Gladstone no pudiera prescindir de ellos a fin de obtener la mayoría. El precio de concesiones al autonomismo irlandés rompió el partido Liberal, separándose Joseph Chamberlain para formar otro partido, con lo cual naufraga la estrategia de radicalización del Partido Liberal, lo que venía siendo un soporte del LIB-LAB.

El campo obrero se sintió entonces en una disyuntiva imposible: seguir a Chamberlain era oponerse al autonomismo irlandés, lo que les resultaba odioso; apoyar indefinidamente a Gladstone y su línea de liberalismo moderado, tenía ya poco que ver con sus aspiraciones. Pronto se volvería a plantear la necesidad de una alternativa política propia y distinta de la Federación Social-Demócrata, cuyos planteamientos no consiguieron arraigar, si bien sobrevive como núcleo de agitación y pensamiento.

El LIB-LAB estaba pronto a su fin: por una parte, debido al cambio de escenario político, consecuente a la escisión de Chamberlain, y el ocaso de la tendencia a la radicalización del Partido Liberal; por otra, la lenta pero persistente impregnación de un ideario más específicamente socialista, narrado en clave ética, más asumible por una población todavía muy ligada a la práctica religiosa de las iglesias reformadas; y por último, a causa de los propios episodios electorales.

El parlamento elegido en 1885 fue breve a causa de la crisis de Irlanda y la escisión liberal. En el año 1886 se celebran de nuevo elecciones generales de las que resulta una reducción de la representación obrera LIB-LAB. De los seis mineros elegidos el año anterior, uno pierde el acta de diputado, así como tres de los otros cinco dirigentes trade-unionistas, mientras que sólo entran dos nuevos representantes obreros. Este retroceso es especialmente significativo si tenemos en cuenta la ampliación de la base

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electoral llevada a cabo dos años antes.Ante esta situación, el Congreso de los Sindicatos decide cambiar su actitud ante el

problema de la representación institucional, y en 1886 nombra un "Comité Electoral Laborista", que daría lugar a la formación de una "Asociación Electoral Obrera", la cual actuaría a través de los Consejos Locales de Gremios.

La Asociación Electoral Obrera todavía intentó cooperar con los liberales, estableciéndose un complicado método para seleccionar los candidatos: los Consejos Locales Obreros proponían un nombre en determinada circunscripción y solicitaban que la Asociación liberal local lo aceptase. De no ser así, se producían una especie de elecciones primarias en las que los electores liberales habrían de elegir entre el candidato laborista y el candidato liberal. De ser rechazado el candidato laborista en esta preelección, solía retirarse para evitar que la división del voto "progresista" favoreciese a los conservadores.

Obviamente, tan complicado sistema fue suscitando progresivamente tensiones y experiencias insatisfactorias, incluso en alguna ocasión el candidato obrero se presentó sólo con el apoyo del Consejo Local de Gremios, desobedeciendo el acuerdo de régimen común descrito.

James KEIR HARDIE (1856-1915) fue uno de estos sindicalistas que concurrieron a las urnas desafiando el sistema y las presiones de la propia Asociación Electoral Obrera, obteniendo pobres resultados en la elección de 1888 y sufriendo posteriormente el boicot de los patronos mineros, habiendo de subsistir, durante algún tiempo, de colaboraciones en la prensa.

El año anterior Hardie, aprovechando el formar parte de una delegación de mineros escoceses enviados a Londres, contactó con Engels y con Eleonor Marx (Carlos Marx había muerto en 1883), así como con la Federación Social-Demócrata, donde no encontró el ambiente propicio, entre otras cosas por el talante filosófico-materialista de la Federación. Mantuvo sin embargo estos contactos, pues en su periódico "The Miner", se publicaban artículos netamente socialistas. Pero esta primera aproximación al socialismo marxista, del que iba a ser la primera gran figura del laborismo británico, resultó fallida, lo que es signo de futuros desencuentros.

De las elecciones de 1888 en que Hardie no tuvo éxito quedó, no obstante, un incipiente Partido Laborista Escocés, del que Hardie fue secretario y que reclamaba ya, por ejemplo, la nacionalización de los ferrocarriles y otros medios de transporte, la jornada de ocho horas, el efectivo reconocimiento del derecho al trabajo, etc.

Las elecciones de 1892 fueron variopintas en cuanto a la representación obrera; salieron elegidos algunos trabajadores LIB-LAB, mientras que otros Consejos de Gremios disidentes de tal método, presentaban en algunas circunscripciones sus propios candidatos en abierta competencia con los liberales, obteniendo algunas actas, entre otros, Keir Hardie. De esta suerte, una vez más, las situaciones de hecho se imponían en Inglaterra antes que las teorizaciones, y el laborismo independiente se iba implantando. Hardie, que llegó a la Cámara de los Comunes con su gorrita de tela, se hizo al punto portavoz no sólo de las demandas de los obreros sindicados, sino de los obreros sin trabajo, y puso especial énfasis en la exigencia de la jornada legal de ocho horas. Con ello se hacía eco del "nuevo sindicalismo" surgido en el puerto de Londres, desarrollado entre los trabajadores menos cualificados, distinto de los sindicatos de consolidado abolengo como los de la minería y de los tejidos, ramos que entonces se consideraban en Inglaterra como la elite del trabajo.

En estas condiciones se crea en 1893 el Partido Laborista Independiente

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("INDEPENDENT LABOUR PARTY"), cuyo líder más notorio sería Keir Hardie.Dicho partido surgía inspirado en un pragmatismo reformista que, sin renunciar a

definirse respecto de los fines como socialista, da una importancia grande al "socialismo municipal" que intenta llevar a cabo en los Consejos Locales y de Condado recientemente creados; un partido muy atento a las reivindicaciones sindicales de legislación protectora del trabajo así como la propaganda. Sin embargo, este partido rehuye abrazar ninguna doctrina o teoría sistemática, sea marxista, proudhoniana, o de cualquier otra escuela, a diferencia -por ejemplo-del modelo seguido en Alemania con el programa de Erfurt que examinábamos en el apartado precedente, o del modelo que había seguido en la misma Gran Bretaña la Federación Social-Demócrata.

Este partido se concibe orgánicamente, también a diferencia de los partidos obreros centroeuropeos, no como una sociedad homogénea en su estructura, toda ella de piezas simétricas y dirigida por unos órganos centralizados, sino más bien como una federación dispuesta a acoger como adherentes a los sindicatos obreros y a otros organismos de tipo laborista y socialista, cada uno de los cuales tiene, obviamente, sus programas y actividades específicas, pero que concurren en este partido para unirse en la consecución de determinados objetivos políticos. Tal modelo, andando el tiempo, es el que se consolidará como forma propia del partido obrero británico.

No obstante, en principio, los sindicatos quedaron al margen y se compone el nuevo partido como una Asociación Nacional, con secciones locales, pero también con algunas organizaciones de sentido análogo que son aceptadas con el carácter de secciones independientes. Así mismo, algunas secciones de la Asociación Electoral Obrera emanada del Congreso de los Sindicatos se adhirieron, y los demás fueron extinguiéndose hasta la disolución formal de dicha asociación en 1896.

La palabra "Independiente", que se inscribe en la denominación del partido, incide en una de sus ideas matrices: independiente de los partidos burgueses. Ese "independent" supone tanto como una proclama de rechazo al sistema LIB-LAB y a sus implicaciones. Pero una vez más, será la práctica quien defina la cuestión al hilo de decidir el sentido del voto de los afiliados en las circunscripciones donde no presente candidato el partido, lo que acabará decantándose en el sentido de que sólo ha de votarse a los candidatos obreros.

El Partido Laborista Independiente celebró su asamblea inaugural en Bradford (1893). En ésta no se decide incluir en la designación del partido la palabra "socialista", pero se define que su objetivo es "la propiedad colectiva de todos los medios de producción, distribución y cambio". A corto plazo exigía con insistencia la jornada de ocho horas, medidas públicas para disminuir el desempleo, asegurar la mejora de los empleados, ampliación de la beneficencia, y en el plano del "socialismo municipal" viviendas, mejor enseñanza con atención médica y lo que en nuestro país se llamó "cantinas escolares".

Como quiera que la fundamentación ideológica de este partido obrero era, en consonancia con sus dirigentes y con el gusto de sus bases sociales, más de tipo ético que de "socialismo científico", se ocupaba con gran preferencia de los más desheredados, reclamando como lo más urgente la atención de los miserables. Su pensamiento y su propaganda no discurrían tanto por la presentación del socialismo cono forma más racional de organizar la producción y el reparto de los bienes, sino por presentar el socialismo como una lucha hacia la conquista de una mayor justicia social.

El nervio de su discurso no reside en el análisis de la explotación, sino en la condena de un sistema de reparto de los bienes terrenos contrario a la equidad, puesto que otorga

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a unos mucho más de lo necesario y excluye a otros del reparto, dejando a los más sujetos a la escasez y al esfuerzo embrutecedor.

De ahí también que, sin olvidar la necesidad de autoorganizarse, y de saber que la liberación última será autoliberación, se planteen continuamente exigencias para que el Estado intervenga en el orden económico a fin de evitar los excesos del capital, regulando las condiciones mínimas del trabajo y compensando mediante prestaciones públicas los extremos de desigualdad más irritante, con lo que se demanda un Estado que, al menos, en parte reestablezca la equidad.

No se define expresamente una metodología de aquel cambio por el cual habría de pasarse desde esta sociedad que se quiere reformar a aquella otra sociedad basada en la propiedad común de los bienes productivos. Y quizá esta indefinición hiciera posible la concurrencia y la convivencia en el Partido Laborista Independiente de muy diversos aportes ideológicos, así como de estratos sociológicos distintos, concordes sin embargo en las reformas inmediatas que se plantean, y en el horizonte último que se pretende. Lo que encaja muy bien con la mentalidad de ir decidiendo el paso a paso hacia la utopía según las condiciones empíricas o posibilidades presentes a la vista.

Así este partido, que configura ya lo que va a ser por mucho tiempo el modelo laborista, se nutre de conjuntos de personas que coinciden en unas mismas exigencias concretas de reforma social, pero movidas desde impulsos morales, ideológicos y culturales bien distintos. Cabría señalar por lo menos los siguientes:

- El "nuevo sindicalismo", un sindicalismo que se abre paso a finales de la década de los años ochenta y adquiere cierta pujanza en los primeros años de la última década del siglo, y que se diferencia del antiguo sindicalismo por estructurar a los obreros menos cualificados, cuyos líderes son en cambio más sensibles a los planteamientos ideológicos de tipo socialista; un sindicalismo más abierto a asumir reivindicaciones y luchas de carácter genérico, que las antiguas Trade Unions, más cerradas en la defensa de los intereses del oficio y menos inclinados a participar en luchas por los intereses comunes de la clase en su conjunto; unos sindicatos que por ser nuevos, y un tanto de aluvión, no están tan estructurados y carecen de cúpulas con dirigentes arraigados en su función, estando más abiertos a los cambios y nuevas orientaciones; unos sindicatos que ejercen más en la contratación colectiva, y casi nada como sociedades de ayuda mutua, pues su bisoñez les hace carecer de recursos y, por ello mismo, son también sindicatos que se embarcan en huelgas sin caja de resistencia alguna. Este tipo de "nuevo sindicalismo" se sintió atraído por el Partido Laborista Independiente, y su estrategia "independiente", mientras muchos dirigentes de las antiguas Trade Unions seguían pensando en el planteamiento LIB-LAB. El mayor grado de creencia de los líderes del "nuevo sindicalismo" en una ideología, en un nuevo orden alternativo a la sociedad presente, necesariamente tenía que hacerlos simpatizar con una estrategia de laborismo independiente.

Así mismo engrosarán el Partido Laborista Independiente, dos tipos de contestatarios bien distintos: los que proceden del inconformismo religioso y los disidentes del puritanismo, lo que a primera vista parece contradictorio y que, sin embargo, vemos reflejado incluso en la personalidad tan diferente como la de los líderes Hardie y Blatchford.

En efecto: ya nos referimos en páginas anteriores al importante arraigo de las congregaciones críticas -inconformistas- con respecto a la alta Iglesia, entre amplios sectores del proletariado y del campesinado, especialmente en el centro y norte del país. Tuvimos que referirnos a ello como una de las razones por las que difícilmente podía

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enraizar allí un socialismo marxista que destacara sus elementos filosófico-materialistas. Pero ahora tenemos que fijamos en otro costado de esa forma de conciencia, a saber, su puritanismo. Ese puritanismo les hace detestar por un lado la interpretación blanda del cristianismo, propio de la alta Iglesia afincada en las clases propietarias, y les hace por otro lado detestar vivamente aquellas formas de injusticia que lleven a la degradación del hombre, naciéndose flagrantemente patentes en el sufrimiento inocente del niño menesteroso y del anciano sin sustento (Recuérdese el estado económico carencial agudo de estos estratos durante la fase de despegue o acumulación inicial del capitalismo).

La conciencia puritana de aquellos sobrios trabajadores, abstemios, cumplidores del rito, exigentes de los deberes familiares, lectores de la Escritura, habituales receptores de una predicación llevada a cabo por rígidos pastores en las capillas reformadas, desnudas de elementos decorativos, sólo embellecidas por el canto de los congregados, se torna en exigencia de justicia.

Keir Hardie es un fruto de ese origen. Modificó al paso del tiempo sus ideas políticas, se hizo socialista, fue presidente del Partido Laborista Independiente desde su fundación en 1893 hasta 1900, y todo esto, tras haber sido colaborador activo de la Unión Evangélica, sin que dejara de considerarse creyente hasta el fin de sus días. Su forma de vivir tampoco cambió apenas; la gravedad de carácter y la sobriedad de costumbres se le habían hecho connaturales.

Este impulso de índole religioso-moral también movilizó algunos sectores de las clases medias en apoyo del partido de Hardie, como otros profesionales derivaron hacia el fabianismo. Estos puritanos ilustrados rechazaban aquella concepción típica del conformismo según la cual "siempre hubo pobres y ricos", y no es casual que los pobres sean ignorantes e indolentes. Antes bien, los puritanos ¡lustrados afirmaban que son ignorantes e indolentes por ser pobres y que, por ello, es de justicia darles por lo menos la oportunidad de ejercitar sus facultades naturales de inteligencia y laboriosidad.

Este aporte de las clases medias al Laborismo, presta a la formación, sin que pierda su carácter eminente de partido obrero, cierta nota de interclasismo e incluso algunos de sus líderes notables procederán ya en el siglo XX de estos estratos sociales (Macdonald, 1906).

Los otros contestatarios a que nos referíamos serían más bien a los disidentes de lo que más tópicamente se entiende por puritanismo Victoriano es decir, lo externo: la rigidez de las costumbres sociales, la intolerancia hacia las manifestaciones externas que se aparten de los patrones al uso, las distinciones clasistas que exageraban el clasismo, la obsesión por unas "buenas maneras" artificiosas que relegaban todo lo espontáneo y natural al ámbito semiclandestino de la privacidad íntima y, como una parte de todo ello, la intensificación de la represión sexual.

Frente a todo ello se opone otra corriente de disidencia que halló en ROBERT BLATCHFORD (1851-1943), su animador y símbolo, igualmente líder notorio durante cierto tiempo del Partido laborista Independiente. Londres y otras ciudades importantes, población preferentemente urbana, es el campo donde surge la corriente de quienes por reacción afirman la naturalidad y la espontaneidad de la vida, reclamando mayor libertad de costumbres, o tomándose mayores libertades.

En la medida en que las Iglesias se oponen a la libertad de costumbres, satirizan a los clérigos con chistes y canciones o con panfletos y diatribas intercaladas en sus discursos políticos y, en la medida en que observan el pseudo puritanismo hipócrita de la clase más acomodada, lo fustigan con sarcasmo. El periódico "THE CLARIÓN" de Blatchford,

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que llegó a tirar hasta treinta mil ejemplares, fue vehículo principal de estos disidentes, y el título de una de sus obras "MERRY ENGLAND" (Alegre Inglaterra) suficientemente expresivo, pues para estos críticos de la sociedad convencional el socialismo habría de significar una sociedad formada por naciones colectivistas y libres.

BLATCHFORD predicaba y practicaba una fraternidad entusiasta y alegre, y en torno a los lectores y suscriptores del Clarión surgieron comunidades que agrupaban a hombres y mujeres para los que el socialismo habría de traer no sólo liberación económica sino también una cultura de libertad, otro tipo de vida.

Por último, en el Partido Laborista Independiente, confluyen colectividades de otras formaciones políticas afines: algunas secciones de la Federación Social-Demócrata, el Partido Laborista Escocés, y algunas secciones locales de los fabianos, aunque la Sociedad Fabiana de Londres no se adhirió prefiriendo la estrategia de ejercer una influencia intelectual más amplia y difusa que alcanzaba incluso a su cooperación estrecha y activa con los liberales en el Consejo que regía la ciudad de Londres.

Con tan diversos miembros se formó el Partido Laborista Independiente, siendo no sólo capaces de convivir en torno a una aspiración final última y a unos programas concretos para cada momento, sino llevando una armonía con respecto a los antiguos sindicatos y demostrando tal activismo en apoyo de las huelgas y de las luchas obreras, como para que al cabo de siete años de actividad (1893-1900) se llegue a producir finalmente el peculiar ensamblaje con el Congreso de las Trade Unions, que daría paso al LABOUR PARTY.

En efecto, en el Congreso de Trade Unions celebrado en 1899, a propuesta de un representante de los ferroviarios, se aprobó la siguiente resolución:

"Teniendo en cuenta las decisiones de años anteriores y con objeto de asegurar una representación mejor de los intereses de los obreros en la Cámara de los Comunes, este Congreso ordena por la presente al Comité parlamentario del Congreso de Trade Unions, que invite a todas las organizaciones obreras, cooperativas, socialistas, Trade Unions y otras, a cooperar mancomunadamente sobre líneas convenidas de mutuo acuerdo, y convocar a un Congreso especial de representantes de las organizaciones que quieran tomar parte, a fin de trazar caminos y medios que permitan llevar al próximo Parlamento un número crecido de diputados".

Harry W. Laidler describe los hechos transcendentales que conducen de aquí a la formación del Partido Laborista, con suma claridad y precisión. En sus párrafos queda transparente la especial contextura del laborismo, y el carácter de Partido (?) apéndice de los sindicatos:

"Esta resolución, aprobada por una votación de 546.000 por 430.000 votos, trajo la fundación del partido laborista británico. Inmediatamente se nombró un Comité para cumplir la resolución, compuesto de cuatro miembros del Comité parlamentario, un liberal, un radical y fabianista, un demócrata social, y un cuarto con inclinaciones socialistas. 16

También fueron elegidos dos miembros del Partido Laborista Independiente, dos de la Federación Demócrata-Social, y otros dos de la Sociedad Fabiana, que eran Keir Hardie, J. Ramsay Macdonald, Harry Queich, H.R. Taylor, George Bernard Shaw, y E.R. Pease (secretario de los fabianistas)". "El Comité decidió convocar una Conferencia para estudiar que acción había de emprenderse, y el 27 y el 28 de febrero de 1900, se celebró la Conferencia en Londres, con 120 delegados que representaban

16 Diversas corrientes políticas coexistentes en el Tradeunionismo de la época. J Ramsay Macdonald. "Socialismo" Labor, p. 264.

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medio millón de trabajadores, pertenecientes a organizaciones socialistas y de Trade Unions. La conferencia aprobó el apoyo de candidatos para el Parlamento que pertenecían a las organizaciones representadas en el Comité. Antes de terminar las deliberaciones, la Conferencia nombró un comité de representación obrera de siete tradeunionistas, dos miembros del Partido Laborista Independiente, dos de la Sociedad Fabiana, y dos de la Federación Democrática-Social. Ramsay Macdonald fue elegido secretario e inmediatamente emprendió la tarea de reclutar las simpatías de los tradeunionistas en la labor del Comité de representación obrera. En septiembre de 1900, en unas elecciones generales, presentó este Comité 15 candidatos, de los cuales triunfaron dos: Keir Hardie y Richard Bell. (...)

"En enero de 1906, hubo otras elecciones generales. El Comité de representación obrera presentó 50 candidatos y, con gran sorpresa de Inglaterra, fueron elegidos 29 con un total de 323.000 votos. La Federación de Mineros era la única que se mantenía fuera del Comité de representación obrera; pero entró pocos años después y con ello se elevó a 40 el número de diputados obreristas. Después de esto, el Comité llevó el nombre de Partido Laborista británico".

Así aparece en el escenario político inglés el "Partido Laborista" (LABOUR PARTY) que, como hemos podido apreciar, no es un partido político tal como se entiende en el continente, sino más bien una formación electoral "ad hoc" compuesta por las trade unions como verdadera espina dorsal, y otra serie de entidades socialistas entre las que se encuentran efectivamente algunas como el Partido Socialista Independiente, la Federación Social-Demócrata, etc., más semejantes a lo que aquí llamamos partidos, así como sociedades de pensamiento, cooperativas, etc. Viene a ser la conjunción del universo de organizaciones obreras constituida al efecto de la representación institucional.

Uno de los más importantes líderes laboristas, J. Ramsay Macdonald, escribía a principios de siglo: "El partido laborista no es socialista. Es una unión de entidades socialistas y tradeunionistas para la realización de una labor política inmediata. (...) Esto es, sin embargo, la única forma política en que el Socialismo evolucionista puede arraigar en un país con las tradiciones políticas y métodos de la Gran Bretaña. En las circunstancias inglesas, un partido socialista es la última forma, no la primera, del movimiento socialista en política". 17

La peripecia que va de 1.900, en que se crea el Comité de Representación Laborista, hasta 1906 en que se consolida con los notables resultados dichos, es muy aleccionadora para profundizar en todo esto. Para empezar, no todos los sindicatos apoyaron su constitución y menos, activamente. Los sindicatos mineros, de los más antiguos, prosiguieron de momento con el viejo método LIB-LAB. El movimiento cooperativo, que agrupaba también a miles de trabajadores como consumidores, tampoco respondió inicialmente. Los fabianos, principal aportación doctrinal, especialmente importante puesto que el Comité de Representación Laborista carecía de un "programa" o cuerpo de doctrina teórico, si cooperaban, pero sin estar dispuestos a cesar en sus contactos y cooperación con los sectores más progresivos del liberalismo, especialmente en el Consejo que regía el Condado y la Ciudad de Londres.

Si embargo, dos hechos gravemente antisindicales vinieron a reforzar aquel conglomerado político-sindical tan frágil en sus comienzos: el conflicto del Taff-Vale y

17 J Ramsay Macdonald. "Socialismo" Labor, p. 264.

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la sentencia Osborne.En 1903, la Unión de Ferroviarios tuvo que pagar 23.000 libras esterlinas a la

Compañía del Valle del Taff por sentencia judicial, imputándose al Sindicato el pago de los perjuicios sufridos durante una huelga. Caso semejante ocurrió con los mineros de Nueva Gales del Sur, que fueron condenados a pagar 50.000 libras por sentencia judicial a sus respectivos patronos.

Con ello se ponía evidentemente en crisis, no sólo la subsistencia de las cajas de resistencia de los sindicatos, sino el modelo mismo de combinar la presión huelguística y la negociación para alcanzar los convenios colectivos, como contrapeso a la capacidad de decisión que se deriva de la posesión misma del capital y la consecuente propiedad de la empresa.

Aquella interpretación, que hacía responsable a los sindicatos de los daños ocasionados durante las huelgas, produjo gran conmoción en quienes veían desequilibrar una vez más la balanza de la justicia, e hizo comprender mejor a las Trade Unions, la necesidad de ir pronto hacia la consolidación de una importante presencia específicamente obrera en el Parlamento y, de momento, a intentar condicionar, por lo menos, que una Ley de la Cámara derogase los supuestos de aquella sentencia.

El parlamento elegido en 1906, da la debida satisfacción al conflicto del Taff-Vale pues, además, los candidatos liberales que necesitaban el voto obrero allí donde no se presentaba candidato laborista, también se habían comprometido a resolverlo.

Pero poco después de esta elección, la Cámara de los Lores, actuando según la antigua tradición, como supremo tribunal de justicia, emite la llamada sentencia Osborne, por la que se prohíbe que los sindicatos puedan gastar fondos en cuestiones políticas, con lo que, obviamente, se ponía de nuevo en cuestión la representación obrera, tanto más considerando que, entonces los parlamentarios carecían por completo de retribución estatal alguna. Este punto es lo que determinó ya la adhesión de los sindicatos mineros que, hasta entonces, habían seguido una estrategia electoral autónoma (LIB-LAB), a sumar sus fuerzas junto al recién configurado "Labour Party".

Es preciso resaltar que son precisamente dos hechos de naturaleza anti-sindical, los que llevan a la consolidación del Labour Party, y a que todos los sindicatos cierren filas en tomo a este proyecto político, lo que a su vez, conduce a los primeros éxitos notables de 1906 y 1910.

"Esta apretada unidad de acción consiguió resultados óptimos dentro de la Cámara de los Comunes: durante el año 1900, el Comité de Representación Laborista, sólo había logrado enviar al Parlamento dos afiliados18. En 1906 el "Labour Party", su sucesor, ganó 29 escaños, y en 1910 los diputados que representaban a la clase trabajadora en la Cámara Baja, sumaban ya la cifra de 41. Habíase conseguido de esta manera, lo que será la principal característica del Partido Laborista: la estrecha unidad táctica y de acción del partido con las "trade unions" que, como afirma Clement Attiee, constituyen la espina dorsal del laborismo británico" 19

Pese a todo lo cual, aunque el proyecto ya estaba en marcha, por tanto, a comienzos de siglo -bastante más tarde que en los países centroeuropeos-todavía rodaba con dificultades: el Labour Party carecía de recursos propios y de toda financiación estable. Con gran dificultad se estableció en 1903, que todas las entidades adheridas contribuyeran con un penique por afiliado al año, para este fin, y que se asegurasen

18 En 1900 hubo algunos otros diputados LIB-LAB19 Laureano Bonet. "El Partido Laborista: Historia y Futuro". Ed. Nova Térra. Barcelona, 1964. p. 44.

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doscientas libras anuales para el sostenimiento de cada diputado. Por otra parte, el Labour Party tampoco tuvo inicialmente secciones locales ni existía, por tanto, la posibilidad de la afiliación individual directa, sino que eran afiliados los que lo fueran de las entidades integradas.

Concurrían a que se mantuviera durante años tan insólita estructura, la desconfianza de los sindicatos -especialmente de los más antiguos- hacia la configuración de un aparato político que acabara cobrando un autonomía y fuerza menos dócil; por otro lado, la propia actitud de Hardie y los dirigentes del Partido Laborista Independiente, principal organización política integrada, que sí tenía agrupaciones locales y que hubiera disminuido su influencia con otra estructura del Labour Party. Tuvo que cesar Hardie en la presidencia del Partido laborista Independiente, y ser sustituido por Henderson, y tuvieron que pasar años, hasta 1914, para que los Comités de representación local, promovidos por Henderson, se reconocieran como entidades del Labour Party y, con ello, se aceptará la adhesión directa de tipo individual, lo que era importante para atraer sectores difícilmente vinculables por vía sindical, además de facilitar la influencia de estos grupos locales en los órganos rectores.

Más importante nos resulta que, habiendo llegado a tener una presencia parlamentaria tan notable, tampoco tuviera un cuerpo doctrinal formalmente establecido. Ya dijimos que, a este respecto, venían siendo un referente los textos más clásicos de la Sociedad Fabiana. Justamente el rechazo a asumir la definición socialista y la lucha de clase como estrategia que conduce a la superación del capitalismo, es lo que determinó en 1901 la separación de la Federación Social-Demócrata que, en 1908, se torna en Partido Social-Demócrata y que, en 1911, con ocasión de un Congreso de unidad, suma algunos otros grupos disidentes y constituye el Partido Socialista Inglés, cuyo arraigo, distanciado de las "trade unions", fue incomparablemente menor que el del Labour Party.

Sin embargo, la mayor dificultad de los primeros años del Labour Party, quizá fuese la definición de su estrategia, cuestión singularmente grave en un partido cuyo principal elemento aglutinante no era la adhesión a un programa ideológico -lo que permite soportar mejor las travesías del desierto en tanto se mantenga la creencia- sino que toma por aglutinante el logro de objetivos concretos. Para un tal partido en el que predomina lo pragmático, parece que la estrategia ha de ser ingrediente cohesivo fundamental, pero era vacilante.

A este respecto, lo que estaba claro en los comienzos de este siglo para los laboristas, era el combinar la lucha sindical y la presencia obrera institucional, orientadas de consuno hacia un reformismo económico-social. (En definitiva, el "socialismo evolutivo" preconizado por los fabianos, pero cuyos objetivos últimos no estaban muy claramente asumidos por los antiguos sindicatos, nada dispuestos a poner en entredicho ninguna de sus conquistas corporativas, y mínimamente dados a asumir luchas de clase en su conjunto).

Mientras Keir Hardie y el Partido Socialista Independiente representaban en el seno del Labour Party el componente más ideológico, y querían una estrategia de enfrentamiento con el liberalismo, seguros de que, sin delimitar nítidamente las alternativas socialismo-liberalismo, no habría crecimiento sostenido del partido obrero y de la conciencia obrera, otros, los líderes de los antiguos sindicatos todavía adheridos a lo que supuso el LIB-LAB, seguían pensando más en ir del brazo del partido liberal, en alianza estratégica con la "middle class", o pequeña burguesía que éste representaba, frente a la alta burguesía de propietarios y plutócratas que componían el Partido

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Conservador.El mero hecho de que se configurase el Labour Party, aunque de modo tardío, parece

que encauzaba la orientación del movimiento obrero británico hacia una más o menos explícita forma de asumir una estrategia de confrontación de clases, por muy evolutiva y constitucional que fuere. Pero al entrar en el juego parlamentario, la propia dinámica de la institución sería otro factor condicionante; tanto más condicionante, cuanto que se pasaba el umbral de una presencia simbólica y se entraba en un número de diputados insuficiente para ser mayoría y gobernar, pero suficiente para permitir gobernar o no, a los liberales. Más o menos en esa tesitura se sitúa el problema hasta que, después de la l a

Guerra Mundial, el Partido Laborista sustituya al Partido Liberal como alternativa de turno al Partido Conservador.

Examinar algún detalle de lo acontecido nos enseña mucho acerca de cómo condiciona, y en cierto modo atrapa, la propia dinámica del parlamento (-parlamentarismo-): tras las elecciones de 1906, con un primer grupo de 29 diputados laboristas se obtiene, con ayuda de los liberales, la anulación por ley de la sentencia del Taff-Vale y algo mucho más importante: la famosa "Trade Unión Act", o Ley de Sindicatos, con su amplio reconocimiento del derecho a la huelga, el derecho de patrulla y boicoteo, la exención de la responsabilidad colectiva por daños durante una contienda social cualquiera, el derecho a la negociación colectiva, es decir, la llamada "Carta Magna de los Trabajadores". El gobierno Liberal de Lloyd George -preocupados los liberales por el deslizamiento de parte de su electorado hacia el Labour Party- introdujo una serie de reformas protectoras significativas, como la mejora de las indemnizaciones percibidas por los obreros, la creación de juntas que evitaran la extrema explotación de los trabajadores, la inspección médica de los niños en las escuelas, pensiones para aquellos ancianos que no tuviesen otro medio de subsistencia, mejores técnicas en las minas de carbón, bolsas de trabajo, etc. Incluso se introdujo, desde 1911, la retribución de los miembros del Parlamento. El carácter progresista de Lloyd George alcanzaba hasta introducir un impuesto sobre la posesión de la tierra, con gran ira del bando conservador.

Todo esto hizo concebir grandes esperanzas de momento entre los trabajadores, y es lo que se refleja en el paso de 29 escaños, en 1906, a 41 en 1910. pero a su vez estos logros, que sin duda se debían a la articulación del Partido Laborista y a su presencia dinámica en las Cámaras, más que al peso puramente numérico de sus votos, comprometía al sostenimiento del Gobierno Liberal, quedando todavía pendientes incluso, importantes reformas de índole democrático, como la cuestión de la autonomía irlandesa, el voto femenino que con tanta fuerza empezaban a reivindicar las sufragistas, la reducción de los privilegios de la Alta Cámara -Lores- y de las viejas prerrogativas eclesiásticas, por ejemplo.

Algunos logros y cierto enfeudamiento: las proposiciones específicamente laboristas, de tinte socialista, quedaban inapelablemente detenidas sobre la mesa de la Cámara. El parlamento tuvo que aceptar a los laboristas, pero los laboristas ¿podrían cambiar la sociedad desde el Parlamento?. Las instituciones de gobierno, creadas por una clase social, ¿serían válidas para que otra clase estableciera desde allí sus objetivos?.

Estas preguntas se hacen pronto cuestión cuando, a partir de 1910, pese al fuerte incremento de diputados laboristas, la estrategia se estanca y la barrera de las reglas del capitalismo suponen el límite infranqueable de la cooperación con los liberales. Cuando esto coincida, -como pasa en ese comienzo de la segunda década del siglo- con una fuerte crisis económica, lo que en la historia de Inglaterra se conoce como "el gran

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malestar" (son los años que desembocan en el estallido de la la Guerra Mundial), a los movimientos de intensa agitación social acompañan nuevas reflexiones estratégicas e, incluso en Inglaterra, aparece una corriente doctrinal también íntimamente ligada al tradeunionismo, que es llamado "Socialismo de Gremios".

Incluso en la evolutiva Inglaterra se hacen patentes en estos años, preámbulo de la la

Gran Guerra, las ideas revolucionarias que agitan el continente. No se pierda de vista que aquella conflagración europea desemboca en la Revolución Soviética.

El "socialismo de gremios", refleja indudablemente la proyección del sindicalismo francés en cuanto expresión teórica, ya estudiado anteriormente, lo que nos evita entrar aquí en mayor detalle. Ahora bien, no es casual que cuando el movimiento obrero británico se desencanta del parlamentarismo, y cuando la crisis económica se agrava favoreciendo la radicalización de los trabajadores, la expresión de todo ello tome el camino del sindicalismo, y no el de las pautas marxistas que por la misma época representa el luxemburguismo.

El nuevo ideal de esta hora rupturista se llama "control ejercido por los obreros". Los sindicatos, que deben ser reestructurados pasando de sindicatos de oficios a sindicatos de industrias, no deben limitarse a defender las condiciones del trabajo salariado, sino que han de conducir la lucha para abolir el salariado. Los sindicatos deben apoderarse del control de la industria, y el sistema económico en su conjunto, tiene que estar regulado por una amplia federación de productores.

Todo ello, claramente pone en entredicho la idea de nacionalización, defendida por los socialistas marxistas. Este socialismo de gremios desconfía de la nacionalización porque no confía en el Estado, y cree que el obrero seguiría siendo un "esclavo asalariado" con otro amo.

Los mineros ingleses, antes reacios a cambiar de planteamientos, reaccionan bruscamente ante este período de crisis y abrazan el lema radical "las minas para los mineros". Un folleto de 1912, "The Miner's Next Step", contrapone expresamente la alternativa sindicalizadora a la nacionalizadora.

Obviamente el "socialismo de gremios", como el sindicalismo o anarco-sindicalismo, o sindicalismo revolucionario, entrañaba una profunda revisión de la idea del Estado y de las formas de articular la democracia. Para los más extremos el Estado, como conjunto de instituciones centralizadas, debía desaparecer, siendo sustituidas sus funciones más imprescindibles por una confederación de entidades de productores. Pero en Inglaterra predominó en el socialismo de gremios la idea de que, el Estado y las Cámaras representativas, podían ser expresión de lo concerniente al orden público, las relaciones internacionales, la defensa, la justicia, etc. Por otra parte, el gran papel que tiende a darse al municipio como comuna y poder de participación inmediata de los trabajadores, también disminuye en mucho las funciones estatales, muy especialmente en la organización y administración de los servicios. El costado ético de esta agitación revolucionaria, es la moral del igualitarismo y la denuncia acerva del clasismo.

Es claro que todo este esquema alternativo suponía un descrédito de la acción parlamentaria y, de hecho, fueron años de aguda crítica a la minoría parlamentaria y al Labour Party. Desde el gran malestar sufrido por el deterioro del valor adquisitivo de los salarios y el incremento del paro, resultaba poco comprensible el papel de los laboristas en una Cámara legislativa en la que se encontraban, por el momento, como estancados. El "Partido Socialista Inglés" procedente, como vimos, de la Federación Social-Demócrata, también arreciaba desde fuera sus críticas, y desde dentro de los sindicatos, algunas minorías echaban de menos la existencia de un partido

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efectivamente revolucionario. Pese a todo lo cual, aquel sentido de practividad tan británico que hemos palpado condicionándolo todo, hizo que no hubiera ya marcha atrás en la opción "Labour Party", opción que reencuentra su futuro con mayor claridad después de la guerra 14-18, cuando unas nuevas elecciones generales lo transforman en alternativa mayoritaria de gobierno. Para entonces una buena parte del electorado liberal-progresista se pasó al socialismo templado del Labour Party.

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REVISIONISTAS Y MARXISTAS

VOLLMAR, BERNSTEIN, KAUTSKY, ROSA LUXEMBURGO

Si el marxismo tuvo que librar una batalla ideológica frente al anarquismo en la l a

Internacional, en la IIa habrá de librarlo frente al revisionismo.Terminológicamente no procede identificar revisionismo con reformismo. El

revisionismo desemboca prácticamente en un reformismo, pero no todo reformismo es un revisionismo.

Por revisionismo se entiende aquella postura teórica que, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, sin negar lo esencial de la teoría de Marx -al menos así lo decían los principales revisionistas- consideraban necesario hacer una revisión sistemática de sus pensamiento para expurgarlo de errores, y adaptar lo más substancial a las nuevas condiciones económicas, sociales y políticas.

Vamos a fijarnos, para cerrar el cuadro de opciones que se presentan al movimiento obrero en la época clásica de la IIa Internacional, en lo más importante de la polémica entre revisionistas y marxistas, atendiendo a sus principales protagonistas. Pero, obviamente, no se trata sólo de una polémica interna a la Socialdemocracia alemana, sino que, partidarios de unos y otros, hubo en todos los países europeos donde el movimiento obrero había adquirido ya un grado notable de desarrollo ideológico y orgánico.

El revisionismo acontece en un marco histórico concreto que ha de tenerse en cuenta para comprender mejor el sentido de la polémica, y que en parte describimos en el epígrafe anteriormente dedicado a la configuración de la Socialdemocracia alemana.

Parece sin embargo conveniente, evocar aquí sólo alguna circunstancia: la Socialdemocracia acaba de salir del período de la legislación antisocialista bismarckiana, que limitó severamente las posibilidades asociativas, propagandísticas y organizativas, en lo político y en lo sindical de la Socialdemocracia. Pero todavía en la década de los años noventa del siglo pasado, en la que se va a desarrollar lo más álgido de la controversia en torno al revisionismo, queda mucho por establecer en Alemania para que exista siquiera una democracia formal generalizada. El núcleo central del nuevo Imperio Alemán, Prusia, conserva una legislación electoral de segundo grado que prácticamente cierra el paso de los representantes obreros al parlamento prusiano. Sin embargo, el parlamentó del Imperio se elige conforme a otro sistema electoral, y esto permite constatar un incremento sostenido, firme e importante, de los diputados socialdemócratas, al tiempo que durante esta misma década, los sindicatos socialistas siguen un ritmo de expansión paralelo, destacándose definitivamente de los sindicatos cristianos.

Pero es que además, se ha hecho incuestionable la presencia generalizada de la Socialdemocracia en la vida cotidiana del país. A final del siglo no hay ciudad importante de Alemania donde no se edite un periódico diario que sigue y difunde las ideas del partido; el movimiento cooperativo se despliega, y las actividades culturales y deportivas se multiplican.

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Algunas revistas teóricas marcan la pauta del pensamiento socialista, y en ellas es donde, inicialmente, surge el debate sobre el revisionismo.

Ahora bien, frente a esa pujanza de la socialdemocracia, se opone una monarquía de sentimiento autocrático, que ha hecho sólo "concesiones" parciales al liberalismo; una sociedad en la que conserva enorme peso una nobleza territorial de cierta cultura pero intransigentemente reaccionaria; una mentalidad militarista estimulada por el éxito de la guerra franco-prusiana que dio origen a la restauración del Imperio; una agresividad que reivindica como derecho la expansión colonial, a imitación de otras potencias europeas; una iglesia reformada, luterana, con carácter de iglesia nacional, y una iglesia católica en la que fue ahogado el incipiente "socialismo cristiano", fiel a los aires antimarxistas y antisocialistas que proceden de Roma. Esto es, un país cuyo crecimiento económico, pese a algunas crisis incidentales, está haciéndose competitivo de la misma Inglaterra y que, sin embargo, se encuentra escindida en dos bloques sociales antagónicos.

Por último, para cerrar este cuadro de circunstancias, debemos mirar al interior de la Socialdemocracia: allí encontramos que, en el momento de la unificación con los lasallianos (Congreso de Gotha), tuvo que afirmar un programa ideológicamente ambiguo desde la perspectiva del marxismo y que, al salir de la semiclandestinidad impuesta por las leyes antisocialistas, se ha reafirmado con un programa de las más pura ortodoxia marxista (Congreso de Erfurt). Pero he aquí que este partido, manteniendo un discurrir teórico inequívocamente revolucionario, en el sentido de que postula una inversión radical y próxima de todo el orden económico-social e institucional, que afirma, desde la socialización de los medios de producción hasta el laicismo y la república, se conduce sin embargo, como un partido absolutamente respetuoso de la legalidad imperial y aún temeroso de no dar pretexto a una nueva "legislación antisocialista" que pudiera deshacer o frenar la indudable implantación creciente que va consolidándose en la sociedad. Un sindicalismo obrero cuyos líderes se identifican totalmente con la estrategia socialdemócrata, y una base obrera inconmensurablemente más ideologizada por el socialismo que el proletariado británico.

La estrategia de este partido, queda perfectamente reflejada en el discurso que Liebknecht pronunciara en el Congreso de Erfurt (1891) para fijar su actitud ante el Parlamento: "Sostengo, todos nosotros sostenemos, que el centro de gravedad de la actividad de nuestro partido no se halla en el Reichstag, sino fuera de él, y que nuestra actividad en el Reichstag, mientras no tengamos una influencia decisiva, debe tener como objetivo sobre todo la propaganda; pero, ¿porque no tengamos una influencia decisiva, se sigue que debamos condenar el parlamentarismo20? El parlamentarismo es sencillamente, el sistema de representación del pueblo. Si hasta ahora no hemos conseguido resultados en el Reichstag, la culpa no es del parlamentarismo; es sencillamente consecuencia de que no tenemos todavía en el país, en el pueblo, el poder necesario. Si tuviésemos detrás de nosotros tantos votos y tanta fuerza como tienen los partidos burgueses, el Reichstag sería para nosotros tan fructífero como lo es para ellos (...) Decir esto no es sostener que

20 En este discurso la palabra "parlamentarismo" solo tiene el significado de actividad

parlamentaria o actuación a través del parlamento. El término "parlamentarismo" adquiriría luego un sentido peyorativo pasando a significar para la crítica luxemburguista, p.e., el sometimiento de toda estrategia a las exigencias electorales inmediatas, y al juego de las combinaciones intra-parlamentarias, con sacrificio de los principios teóricos, y con la desvaloración del papel que corresponde en la estrategia socialista a la acción de masas.

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todo problema puede ser resuelto mediante la legislación, pero que alguien me enseñe otro camino que lleve a nuestro fin. (...) En el proceso del tiempo la mera fuerza debe ceder a los factores morales, a la lógica de las cosas. Bismarck, el hombre de la fuerza bruta, el hombre de la política de hierro y sangre, yace postrado, y la social-democracia es el partido más fuerte de Alemania (...) La esencia del revolucionarismo está, no en los medios, sino en el fin. La violencia ha sido durante miles de años un factor de reacción. Probad que nuestro fin es falso, y entonces podréis decir que el partido ha sido apartado por sus jefes del camino de la revolución".

Este fragmento, por una parte, rechaza la acción violenta y, en este sentido, era una afirmación polémica frente a la pequeña ala radical del partido influenciada por el anarquismo, que se escindió al término de este Congreso. Pero lo que más nos interesa destacar es: la confianza de llegar pronto a dominar la mayoría del parlamento; la diferencia de estrategias que se prevé antes y después de ese momento; y la afirmación de que no todo cambio procede de la legislación que emana del parlamento.

Todo ello encierra claves muy importantes para ver donde estaba el partido cuando va a irrumpir la polémica del revisionismo. El partido ha declarado ya, que el camino para la realización del socialismo, es el camino de obtener la confianza de la mayoría del pueblo, del electorado y, consecuentemente, la mayoría parlamentaria. Pero además de eso, y simultáneamente, una cierta hegemonía social como se dirá luego, esto es, una vertebración activa de las masas, principalmente a través de los sindicatos, de tal suerte que, llegado ese momento de proceder a cambios fundamentales, el parlamento estuviera activamente respaldado por movimientos de masas que hicieran incontestables las decisiones legislativas y gubernativas.

Ahora bien, por la tajante diferencia que se establece entre el antes y el después de obtener la mayoría, se pospone hasta ese momento la consecución de cambios significativos, e incluso no se quiere ningún tipo de alianzas electorales o concomitancias parlamentarias que oscurezcan la diferencia entre partidos burgueses y partido obrero, o que alarguen el proceso que debe desembocar en aquel salto cualitativo. Un ejemplo singularmente revelador concreta este aspecto: el partido socialdemócrata era indudablemente favorable a la nacionalización de las principales fuentes de energía, de los transportes, de las industrias básicas, etc. Pero de ningún modo eran favorables a ninguna nacionalización que se llevara a cabo antes de ese cambio cualitativo que debiera suceder como una actuación de conjunto sobre la vida económica y social del país. Por lo mismo, eran adversarios de cualquier innovación que pudiera suponer un reforzamiento del poder del Estado burgués imperante. De ahí la insistencia que se hace hacia el final del pasaje trascrito en el fin: "La esencia del revolucionarismo no está en los medios, sino en el fin", frase que como luego veremos, ya en plena polémica revisionista, sería revertida por otra expresión famosa de Bernstein.

Con arreglo a la perspectiva descrita, el papel de los sindicatos es, en gran medida, de resistencia y en lo posible, de conquista de mejoras parciales en cuanto a las condiciones del trabajo, pero se da por supuesto que no existirá reforma estructural alguna sin aquella posesión del poder político, y de ahí que los trabajadores organizados sindicalmente, aunque como vimos, en este modelo de la socialdemocracia constituyan una organización completamente desvinculada orgánicamente del partido (sin perjuicio de la doble afiliación), deban cooperar al éxito de la empresa política y, eventualmente, a ser resguardo de su éxito. Papel que era asumido por el sindicalismo de inspiración socialdemócrata

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Ahora bien, el sindicato estaba casi exclusivamente arraigado entre el proletariado industrial, el transporte, los servicios, etc., es decir, en la cultura urbana donde, no por casualidad, se asentaba igualmente, la mayor parte del voto socialista; más dada la distribución de proporciones entre población urbana y población rural, resultaba inaccesible aquel objetivo de conseguir la mayoría parlamentaria sin penetrar persuasivamente en el mundo rural, y para ese efecto los contenidos teóricos de la socialdemocracia eran difíciles de asumir por los campesinos y sobre todo por los agricultores.

Muy a grandes rasgos, la estructura de la propiedad agraria venía a perfilar una división en Alemania que separaba, por un lado la zona de grandes extensiones de remoto origen feudal en el este (Prusia Oriental), y una mediana propiedad en el oeste y sur del Imperio. En la primera trabajaban la tierra campesinos con pobres salarios. En la segunda predominan agricultores que, aún sin acumular riqueza, se sienten mayoritariamente vinculados a la propiedad Por otra parte, entre unos y otros se deja sentir la influencia de las Iglesias, reformada y romana, según zonas, en todo el medio rural. ¿Cómo podría prender allí el mensaje socialista-marxista?.

Kari KAUTSKY, a quien encontraremos reiteradamente en la polémica sobre el revisionismo, y principal cabeza pensante de la Socialdemocracia en esta época, sostenía con intransigencia que la pequeña propiedad agraria estaba llamada a desaparecer, y que toda la explotación agraria, pequeña, mediana o grande, de tipo primitivo, estaba inevitablemente llamada a transformarse en explotación capitalista, con la inherente introducción de utillaje moderno, oportunas inversiones y comercialización en masa de sus productos, so pena de estar llamada a la ruina, siquiera fuese por el hecho de la competencia internacional. De cuya doctrina, firmemente sostenida en sus escritos específicos ("El Problema Agrario") deducía, no sólo la improcedencia de estimular el mantenimiento de formas de explotación arcaicas, sino incluso de favorecer la preservación de formaciones sociales cuya ideología habría de resultar hostil al socialismo. Por lo cual, la socialdemocracia se orientaba preferentemente con sus propagandas, a captar a adhesión del campesinado oriental que con el socialismo nada tenía que perder sí mucho por ganar.

Sin embargo, la estructura federal del Reich, la existencia de parlamentos propios en los estados federados, aparte del Reichstag, y el propio deseo de crecimiento de los líderes socialdemócratas de las áreas menos industrializadas del país, suscitaban tensiones internas en cuanto al modo de afrontar el problema agrario, y cierta insatisfacción de no poseer un elenco de alternativas inmediatas semejante al del mundo fabril o de los servicios. Todo lo cual va a propiciar que antes de Bernstein, generalmente reconocido como cabeza del reformismo, surgiese la actitud reformista en el seno de la Socialdemocracia alemana. No era cosa de esperar a que los trabajadores de la tierra se convirtieran en proletarios industriales, o fuesen proletarizados por la implantación de explotaciones agrarias capitalistas. Conscientes del peso electoral que a la sazón tenía toda esta población rural, tanto el partido liberal como el centro católico, se dirigía a ellos con atenciones. Incluso los liberales, poco dispuestos a aceptar la intervención proteccionista del Estado, hacían excepción en este asunto.

Los socialdemócratas bávaros (sur del Reich), fueron los primeros en plantear un programa que favoreciese a los pequeños y medianos propietarios, ofreciéndoles un plan orientado a que el Estado se hiciera cargo de las hipotecas, mejoras en el crédito, impulso y protección de las cooperativas, etc. Sus compañeros de otras regiones con similares características económico-sociales les secundaron. Kautsky se opuso

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doctrinariamente tildando de oportunismo esta coyunda con los propietarios de la tierra. El Congreso del Partido celebrado en Francfurt en 1894, discutió la cuestión sin decidirla, nombrando al efecto una comisión, y de ella formaba parte, entre otros, Vollmar.

En este personaje, Georg von VOLLMAR (1350-1922) halló su líder la causa de los campesinos y de los agricultores. No en valde Vollmar era diputado por Munich, capital de Baviera. Para él, lejos de situarse el proyecto de programa agrario en el terreno del oportunismo, se situaba en otra perspectiva o concepción del socialismo, menos doctrinaria que la de Kautsky y, desde luego, abiertamente reformista o evolutiva. En él tienen su antecedente, dentro de la socialdemocracia alemana, tesis que luego serían desarrolladas por el más famoso Eduard Bernstein.

Vollmar tiene, en primer lugar, una interpretación de la historia distinta de aquellos que, como Kautsky, eran tenidos como los más fieles intérpretes y mantenedores del marxismo, los cuales habían exagerado incluso algunas tesis como la del materialismo histórico, subrayando el carácter determinista de los fenómenos históricos, vinculándolos a una determinación por los hechos económicos. A este respecto, Vollmar pretende restar rigidez a esa concatenación causal y devuelve mayor influjo a otros factores: "Aparte del factor principal de las circunstancias económicas, intervienen otras numerosas fuerzas impelentes que están ciertamente en relación causal con él, puesto que están provocadas principal y directamente por él, o por lo menos influidas por él; pero en el curso de la historia se han convertido en fuerzas tan independientes, que de ellas y de su combinación dependen muy estrechamente el proceso -tanto formal como temporal- en el que aquella fuerza primitiva se manifiesta. Esos factores importantes son: situación política, jurídica, científica, religiosa, peculiaridades raciales, etc., sin olvidar también la del momento individualista que, a pesar de la legalidad general -porque legal no es de ninguna manera equivalente a mecánico-, tiene una mayor influencia que la que muchos fatalistas de la historia quieren concederle" 21

La idea inspiradora de Vollmar, consiste en concebir la historia como proceso, y frente a la visión dialéctica que comporta rupturas y saltos cualitativos, opone explícitamente la teoría evolutiva y, por si cupiera alguna duda, lo compara con la evolución natural: "Al igual que las circunstancias naturales no se desarrollan en una secuencia súbita de transformaciones, los órdenes sociales no alternan como unidades súbitas aisladas. Aquí tampoco hay hecho artificial, ruptura súbita y recomienzo; lo nuevo va entrando poco a poco, demasiado lentamente para el espíritu ambicioso, pero seguramente en lo viejo. Ese arraigo múltiple del hoy en el ayer, y del mañana en el hoy, no deja surgir ningún absoluto; todas las situaciones políticas y sociales son algo relativas, son formas de transición. Utilizar la forma de hoy para influir sobre la elaboración de la de mañana: esa es nuestra tarea" (Discurso en la asamblea parlamentaria del 1-6-1891 en El Dorado, de Munich)22 Estas palabras que nos recordarán de inmediato a los fabianos, parecen propias de la patria de Darwin, pero lógicamente representaban una postura minoritaria en la patria y el siglo de Hegel.

Expresamente aplica su concepción evolutiva a la implantación del socialismo: "El capitalismo ni se implantó de súbito ni desaparecerá de súbito, y cuando el socialismo logre el predominio, tendrá que organizarse con un número de hechos económicos y

21 IRING FETSCHER "El marxismo, su historia en documentos" ( 3 VOLS). Ed. Zero, S.A.

Bilbao, 1974. Vol III p. 179. En el futuro esta obra será citada: "I.F.: ... Documentos".

22 Documentos", Vol III, p. 182.

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políticos preexistentes del mismo modo que su predecesor tuvo que aceptar la herencia del feudalismo y no pudo deshacerse de ella sino poco apoco".

Concebida de ese modo la transición al socialismo, como acumulación gradual de reformas parciales, rechaza la brusquedad de los hechos revolucionarios violentos y considera más conveniente para la salud misma del proceso, el carácter pacífico del mismo.

De esas reflexiones más generales, Vollmar extrae consecuencias estratégicas muy concretas: rechaza la posposición de reformas que sean practicables hasta el momento de la hegemonía socialista (por ejemplo, las nacionalizaciones), y cualquier otra que, según sus adversarios, pudiera fomentar la fuerza del Estado, por cuanto éste sea instrumento de la clase dominante, porque según Vollmar, a la naturaleza del propio Estado también afecta esa evolución y considera que, poco a poco, las fuerzas económicas han de ir cediendo terreno del interés particular en beneficio del interés general.

En el mismo discurso antes citado de 1891, tras exponer esa filosofía evolutiva de la historia, reafirma el valor de la ideología "entusiasta y radical", pero como definidora de objetivos finalistas y concitadora de voluntades; no desdeña el valor de la utopía y, sin embargo, desemboca en proponer toda una serie de pequeñas reformas inmediatas, porque lo que sí rechaza es el choque que produzca cualquier interpretación del ideal socialista que lleve a suspender el esfuerzo "día a día".

Otra consecuencia práctica inevitable de su teoría, concierne a algo tan vital en la estrategia del movimiento obrero como son las alianzas en lo político, y el papel que se otorga al factor de la negociación en lo sindical, esto es, con quién se puede cooperar en lo político, y hasta qué cosas y de qué modo se debe negociar en lo sindical.

Todo este esquema de pensamiento venía a poner en entredicho, como en seguida hará Bernstein, el otro esquema clásico que separaba tajantemente lo esperable bajo la sociedad de clases, y lo que sólo cabía esperar tras la superación revolucionaria de la sociedad clasista.

A Vollmar, minoritario, se le respetaba un sitio sin embargo, en la socialdemocracia.Si Vollmar fue un importante precedente, en Eduard Bernstein encontramos lo más

significativo del revisionismo.EDUARD BERNSTEIN (1850-1932), lleva a cabo un análisis crítico, minucioso, de una

serie de teorías marxistas que considera erróneas, o que ya fueron superadas por nuevos fenómenos económicos y políticos, aunque no niega que tuvieron validez en su momento, ni que dejen de servirnos para explicar aquel momento, pero que han dejado -a su juicio- de ser válidas y requieren ser sustituidas por nuevas interpretaciones y nuevas alternativas.

Su crítica es, pues, teórico-práctica, y en nuestra pequeña exposición-resu-men intentaremos poner de relieve, mediante un indicador gráfico, las consecuencias operativas de cada punto doctrinal.

Las críticas de Bernstein, aunque nunca fueron formalmente aceptadas por el Partido Social-Demócrata, y si fueron en cambio, rechazadas explícitamente en repetidos Congresos, calaron sin embargo en sectores de la opinión socialista, dentro y fuera de Alemania, entre otras cosas, porque procedían desde dentro del marxismo, desde alguien que no sólo se manifestaba respetuoso de la obra de Marx, sino que se reclamaba entre sus herederos, y que afirmaba tener por objetivo, precisamente, la crítica de los errores o la depuración de los conceptos obsoletos, con el fin de que fuese realizado efectivamente, y sin tropiezo, el mensaje fundamental del socialismo.

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Por otra parte, Bernstein, antes y después de los fragorosos años culminantes de la polémica, que son el último lustro del pasado siglo, fue un incansable militante de la causa socialista, y el partido respetó su actitud hasta el punto de poner en sus manos un acta de diputado en el Reichstag después de lo más crucial de la polémica.

De familia judía, nacido en Berlín, Bernstein trabajó en un banco, desde los 16 hasta los 28; y tras ejercer otros quehaceres subalternos, tiene que emigrar a Suiza por consecuencia de las leyes antisocialistas del período bismarckiano. Su cultura y destreza periodísticas lo sitúan en Suiza como director durante algún tiempo de "El Social-Demócrata", órgano del partido que se introducía clandestinamente en Alemania.

Pero lo más relevante de su biografía a efectos ideológicos, es que, en 1888, es expulsado de Suiza y se traslada a Londres, donde permanecerá hasta 1901 como corresponsal de "Vorwaerts", periódico de los trabajadores alemanes. Aunque alcanzó todavía a conocer a Engels en los últimos años de su vida, la influencia decisiva que recibe en Inglaterra, procede de los fabianos -especialmente los Webb- y del Partido Laborista Independiente. Como quiera que ya conocemos algo de los fabianos, enseguida podremos palpar estas influencias examinando los planteamientos bernstenianos.

Antes de ausentarse de Alemania había colaborado con Kautsky, quien sería después su gran contradictor y, por su reputación como teórico, también fue consultado al tiempo de la elaboración del Programa de Erfurt, en cuyo momento no manifestó mayores discrepancias. Su evolución intelectual fue posterior.

La polémica del revisionismo de Bernstein se inicia hacia 1896 con una serie de artículos que éste publica en la revista "Newe Zeit" (La Nueva Era) que dirigía Kautsky. Las críticas y censuras que recibe, le estimulan a redactar y publicar su obra más significativa: "Los principios del Socialismo y las Tareas de la Social-democracia" (1899), que es prontamente replicada por otras dos obras clásicas:

"Bernstein y el Programa de la Socialdemocrada", de Kautsky, y "¿Social-reformismo o Revolución?", de Rosa de Luxemburgo.

Bernstein no es simplemente un teórico especulativo que elabore obras por pura vocación científica, sino que es además un político bien atento a los problemas prácticos que la acción plantea, y una gran parte de su producción teórica fue surgiendo en artículos de prensa periódica.

Al exponer seguidamente las principales tesis del revisionismo bernsteiniano vamos a resaltar la conexión de teoría y práctica resultante de las consecuencias operativas de cada tesis, en punto y aparte con doble margen:

A) Reformismo: Las estructuras económicas y sociales cambian a través de la historia pero se trata de un cambio paulatino, y de una acumulación de mutaciones diversas. No se trata de un momento en el que todo cambie a la vez y de forma radical, esto es, el cambio de las estructuras económicas y sociales no tiene que ser necesariamente brusco, instantáneo, violento.

La Social-Democracia alemana, a su juicio, estaba en un grave error de estrategia por creer que el tránsito del capitalismo al socialismo acontecería, si no de forma violenta, por lo menos de forma brusca, como una ruptura en un momento histórico dado, acaso cuando los socialistas tomaran el poder electoralmente, consiguiendo la mayoría del parlamento. En consecuencia aplazaban reformas y alianzas que hicieran posibles algunas de esas reformas, en la perspectiva de que el cambio se produciría de conjunto y con arreglo a un diseño global, dirigiendo esa transformación el partido de los trabajadores. Por eso decían los líderes de la socialdemocracia que no habían

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traicionado el ideal al rechazar la violencia como método y abrazar la vía parlamentaria, puesto que el fin estaba intacto, e íntegro sería realizado cuando se contase con el apoyo de las masas libremente expresado.

A todo ello opone Bernstein la famosa frase de que "la meta no es nada y el movimiento es todo", queriendo resaltar que las metas teóricas son un referente direccional sólo, y que se debe acometer de inmediato sin temor el camino de las reformas:

"Reconozco que tengo realmente poca afición e interés por lo que por regla general se entiende bajo "fin del socialismo". Ese fin, cualquiera que sea, no es nada para mí, el movimiento, todo. Y bajo movimiento entiendo tanto el movimiento general de la sociedad, es decir, el progreso social, como la agitación y organización política y económica para la realización del progreso".

"La democracia social no tiene por qué actualizar ni desear el derrumbamiento próximo del sistema económico actual si se concibe como producto de una gran crisis debastadora de la sociedad. Su tarea es, y eso durante mucho tiempo, organizar a la clase obrera políticamente, educarla hacia la democracia y luchar por todas las reformas en tanto sirvan para el beneficio de la clase obrera y la transformación del Estado en el sentido de la democracia. ("Problemas del Socialismo") 23

- De donde que la Social-Democracia debe cambiar su estrategia y proceder en dirección a la consecución de reformas parciales e inmediatas.

- De otro modo sus seguidores se cansarán de luchar a tan larga referencia, y otros partidos se beneficiarán de propiciar las reformas parciales, consiguiendo nuevos apoyos que disgregarán por lo menos a parte de la clase obrera.

B) Crítica del materialismo histórico: El reformismo de Bernstein es congruente con su interpretación de la historia.

Carlos Marx, y sus más fieles seguidores habían aplicado una interpretación de la historia de la humanidad que entrañaba necesariamente la existencia de saltos cualitativos o cambios revolucionarios en la estructura económico-social, y por supuesto, en la superestructura política. En la medida en que Bernstein va a defender que la transformación socialista de la sociedad ha de concebirse como acumulación de reformas, intenta desactivar teóricamente aquellos elementos de la teoría marxista que actuaban como espoletas capaces de producir el estallido inevitable de la sociedad capitalista. En este sentido guardan perfecta correlación sus críticas al materialismo histórico, a las teorías de la concentración progresiva del capital, del pauperismo creciente, o a la interpretación que los marxistas empezaron a llevar a cabo sobre el imperialismo.

Todas esas críticas, en su conjunto, son la justificación del reformismo y del rechazo de la alternativa revolucionaria.

Del materialismo histórico Bernstein rechaza los extremos deterministas a que había sido llevada la idea del condicionamiento económico. No niega que los hechos económicos sean el substrato de los demás fenómenos sociales, ni que bajo la forma de propiedad privada de los bienes productivos se produzca una contradicción de intereses, ni tampoco que la lucha entre las clases con intereses antagónicos sea factor primordial del impulso histórico. Lo que combate es el menosprecio de otros factores y la creencia en que los hechos económicos determinen mecánicamente los fenómenos de conciencia. Cree que en todo esto hay una simplificación tosca de una realidad más compleja y no

23 I.F.:"... Documentos". Vol III p. 188.

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sólo eso, sino que en su opinión, cada vez es menor el grado de determinación que los fenómenos económicos ejercen sobre los fenómenos de conciencia: "En la sociedad moderna tenemos que distinguir dos corrientes. Por una parte aparece una comprensión creciente de las leyes de la evolución y especialmente, de la evolución económica; a este conocimiento va unido, parte como causa y parte como efecto, una capacidad creciente para dirigir la evolución económica. La fuerza natural económica, como la física, cambia en el sentido de pasar de ser la que domina al hombre a ser su servidora desde el momento en que su naturaleza es conocida". (...) "... el interés común aumenta sin cesar en el poder en contra del interés privado, y la regla elemental de las fuerzas económicas es superada en la medida en que las cosas suceden así y siempre suceden así". (...)

"De este modo lo mismo los individuos que las naciones quitan cada vez una mayor parte de sus vidas del imperio de una necesidad que les obliga sin su voluntad o en contra de ella". (...)

"La sociedad moderna es mucho más rica que las sociedades anteriores en ideologías que no están determinadas por la economía o por la naturaleza que actúa como una fuerza económica".24

Así pues, el desarrollo de la ciencia, especialmente de la economía, al permitir con mayor exactitud la previsión de los fenómenos futuros, permitirá evitar aquellos de consecuencias sociales más funestas, introduciendo los oportunos correctivos. De ahí que Bernstein rechace también la teoría de que las crisis periódicas habrían de ser cada vez más graves conduciendo finalmente al cataclismo del sistema.

Cuando afirma que el interés común se va imponiendo al interés particular, nótese que lo dice en unas condiciones históricas en las que la sociedad era inequívocamente gobernada por fuerzas de la burguesía y que, por tanto, incluso bajo la hegemonía de las clases propietarias es posible un efectivo progreso social favorable a la sociedad en su conjunto.

Su optimismo sobre la evolución natural de la sociedad en el sentido de superar el determinismo económico, le lleva incluso a la afirmación de que "La ciencia, las artes, toda una serie de relaciones sociales dependen hoy mucho menos de la economía que antes (...); el punto de desarrollo económico a que ahora se ha llegado permite a los factores ideológicos, y especialmente a los morales, más campo para la actividad independiente de lo que antes se acostumbraba".

De donde que, si el socialismo no es de suyo inevitable, si su justificación tiene una base de componente moral más que de necesidad histórica; y si por otra parte las ideologías están cada vez menos determinadas por vínculos económicos, importa tanto como forjar la estructura orgánica de los trabajadores, el persuadirá la sociedad en su conjunto de la justicia de las reformas necesarias y de la mayor utilidad que para el conjunto de la sociedad tienen las alternativas del partido. (En la práctica Bernstein propondrá un partido muy abierto, de orientación semi-interclasista, en consonancia, por otra parte, con su noción de clases sociales que luego veremos).

El mensaje atenúa aristas en función del público más amplio y de sensibilidades más diferenciadas al que se dirige.

Estas diferencias de tonalidad en el mensaje, que son muy significativas, se notan ostensiblemente no sólo en los conceptos y el tipo de razonamiento, sino en el propio lenguaje utilizado. A este respecto, y en el contexto de la polémica que estudiamos, existe un abismo entre el lenguaje de estos dos contemporáneos, Bernstein y Rosa de Luxem-burgo, p.e. Los lenguajes

24 Pasajes Citados por D.G.H. Cole. Ob. Cit. Vol III. p. 267.

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son un indicador muy significativo de la orientación que sigue quien los utiliza (y quien de modo inconsciente se deja absorber por el lenguaje de un momento o de un ambiente, se deja atraparen alto grado por los contextos mentales imbricados en ese lenguaje).

C) Negación de la tendencia hacia la concentración capitalista: este es uno de los puntos más característicos de su aportación y que produjeron mayor polémica, pues resulta efectivamente que es el punto de mayores implicaciones estratégicas para el movimiento obrero.

En principio parece tratarse de una cuestión muy técnica y que podría dilucidarse de forma netamente empírica mediante recuentos estadísticos, pues se trataría sólo de medir el número de propietarios y la magnitud de sus propiedades, comparando las series de datos correspondientes a tractos sucesivos, concluyendo de este modo si se produce o no, una progresiva concentración del capital en pocas manos.

Como es sabido, una tesis clásica del marxismo tradicional afirmaba que en el desenvolvimiento del capitalismo se tiende a la concentración de los recursos productivos en número decreciente de poseedores. Varios factores impulsan en esa dirección: la magnitud de las empresas productoras tiende a ser cada vez mayor, arruinando a pequeños competidores; las máquinas e ingenios del progreso tecnológico suponen cada vez mayor inversión de capital inmovilizado, que sólo unos pocos están en condiciones de financiar; el modo de explotación capitalista tiene carácter expansivo y zonas de actividad económica que subsistían con formas de explotación precapitalista van siendo invadidas por ese capitalismo expansivo, trasfiriéndose la propiedad de los bienes productivos a los mismos poseedores de grandes capitales. (Recuérdese el debate que hace poco reflejábamos en el seno de la Social-democracia sobre el futuro de la agricultura).

Bernstein no niega el hecho histórico, por otra parte evidente, de que en las primeras fases del capitalismo industrial aconteciera ese fenómeno en lo concerniente a la producción de manufacturas, ni niega que el capitalismo tienda a la creación de macroempresas, capaces de imponer sus propias reglas al mercado e incluso se enfrenta al hecho real de los trust y monopolios. Pero opone como idea fundamental que tales grandes empresas, al fragmentar sus títulos de propiedad mediante el accionariado, en realidad multiplican el número de poseedores del capital y facilitan el acceso a la posesión de bienes productivos de los pequeños y medianos ahorradores.

Por otra parte señala, que el desarrollo capitalista lleva consigo, dentro y fuera de esas grandes empresas, a la multiplicación de cuadros intermedios, de burócratas y funcionarios, con una capacidad creciente de consumo, que arrastran el florecimiento de pequeños negocios orientados a satisfacerles. Con todo lo cual no sólo subsisten unas capas medias sino que, lejos de ir hacia su inexorable proletarización, se consolidan como estrato social creciente, y en ellas arraiga una ideología que no es necesariamente hostil ni a la propiedad privada, ni a la plusvalía, ni al sistema en su conjunto.

"En la socialdemocracia predomina la idea, o se tiene siempre en la mente, que a la concentración de empresas industriales corresponde una concentración de capital. Pero esto no es absolutamente así. La forma de la sociedad de acciones opera en modo muy importante en contra de la tendencia a la centralización del capital por medio de la concentración de empresas. Permite un continuo desdoblamiento del capital ya invertido y hace superflua la apropiación de capitales por medio de pocos magnates con el objetivo de concentrar empresas..." (...) "...es evidente que no todos los accionistas son capitalistas en un grado digno de mención, y a menudo aparece un mismo gran capitalista en todas las posibles sociedades como un pequeño accionista. Pero en todas

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ellas, el número de accionistas y el promedio del importe de sus acciones está en vías de rápido crecimiento... Es por tanto completamente falso suponer que el desarrollo actual demuestre una disminución absoluta o relativa del número de los poseedores. No "más o menos", sino sencillamente más, o sea, absoluta y relativamente crece el número de poseedores" ("Los Principios del Socialismo y la tareas de la Social-Democracia")

"Alguien pudiera preguntarse entonces: ¿Como puede relacionarse la supervivencia de las capas medias con la concentración de empresas bajo el capitalismo? (...) "La forma de asociación del capital colectivo posibilita el mantenerse a toda una serie de estamentos de la población que hubiera debido desaparecer irremediablemente si en cada empresa hubiera podido haber sólo una única persona o un grupo muy reducido de propietarios" 25

Para la interpretación que ofrece del concepto de clase, tan importante es lo concerniente al acceso a la propiedad, como el desarrollo de los cuadros intermedios que por su renta (independientemente de la procedencia de ésta) se equiparan en los modos de vivir y de pensar a las capas medias.

"En la vida social real, la cantidad de ingresos, la posición social dependiente o condicionada por ella y el tren de vida se convierten en la más significativa escala de pertenencia a una clase, mientras que la derivación de la renta del trabajo, capital o propiedad vale ciertamente muchas veces como criterio de división, pero más para la consideración específicamente económica que para la distinción social común".

Con todo eso las mismas clases no se encuentran hoy en ningún modo rígidamente separadas, sus fronteras no están ni mucho menos rigurosamente trazadas (...) porque precisamente en las regiones fronterizas de arriba abajo y de aquí para allá corren innumerables hilos de conexión entre los distintos elementos y modifican de un modo u otro la posición social que juega ya ahí también un papel". 26

Para observar mejor las consecuencias sociológicas del análisis económico, tomamos citas de otros pasajes de sus obras sin temor a incurrir en la infidelidad si afirmamos que, para Bernstein no estaba justificado, en suma, creer que la sociedad iba hacia una creciente polarización en dos bloques antagónicos irreconciliables, sino que por el contrario, según él, la evolución del desarrollo capitalista iba favoreciendo una cierta difuminación de los contornos diferenciales, así como un rejuvenecimiento incluso de las capas medias constituidas por individuos de diversa imbricación en el sistema económico.

Bernstein no rechaza que los partidos guarden una correlación básica con las clases sociales, pero habida cuenta de la estratificación social, de la graduación que modula sus escalones, y de su movilidad, que lejos de tender a su desaparición tiende a complejizarse, los partidos no pueden asumir una franja de representación muy concreta, y sólo de los intereses de ella, si desean ser representativos de la mayoría. Llega a afirmar que es propio del antiguo régimen estamental el tipo de diputados que se configuran como meros representantes de los intereses de un estamento determinado.

Relaciona la idea de que con el sufragio universal todos los ciudadanos eligen a todos los diputados, con la idea de que todos los partidos sobrepasan la representación de clases o grupos determinados, y hace sólo excepción de aquellos partidos que representan minorías separatistas, cuyo único objeto esencial es la protesta contra las instituciones de un Estado al que pertenecen involuntariamente. El partido, aunque surja de una clase, es para Bernstein algo más que el instrumento de esa clase.

25 I.F.: "...Documentos" Vol II. pgs. 278-280. I.F.: "... Documentos" Vol II p. 278-280.

26 I.F. Documentos, Vol.II pág. 276

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A la composición de clases que él sostiene corresponde bien este pensamiento:"... hoy día está totalmente excluida una plena congruencia entre partidos y clases". Lo cual ha de reflejarse en los programas:... el programa de un partido aún representando un interés de clases muy determinado puede, sin embargo, ejercer una cierta atracción sobre miembros de otras clases. El partido es, en la totalidad de su concepto y de su esencia, algo que posee un alcance mayor que la clase ..." 27

D) Rechazo del pauperismo creciente: Bernstein observó que aquella tesis, según la cual se iba empobreciendo cada vez más la clase trabajadora en su conjunto, no se cumplía, sino que, tanto en Inglaterra como en la propia Alemania, Pasado el trauma de sustituir la producción artesana por la implantación de la industria, aunque muy paulatinamente, empezaba a mejorar la condición de los asalariados.

Con muy pocas estadísticas disponibles esto era objeto de muy diversas interpretaciones. Mientras para algunos ello representaba un incremento efectivo de la cuota correspondiente a la retribución del trabajo con respecto al volumen de riqueza producida, para otros seguía siendo cierto el carácter decreciente de esa cuota, pese a que el crecimiento cuantitativo absoluto de los salarios fuese real, pues seguían suponiendo los salarios, en su conjunto, una cuota decreciente con respecto a los beneficios. Finalmente, para otros, lo que estaba ocurriendo era simplemente un proceso de desplazamiento de la hiperexplotación, en el sentido de que, los trabajadores "privilegiados" de los países metropolitanos, empezaban a beneficiarse relativamente de la hiperexplotación de la que eran víctimas los nuevos trabajadores semiesclavos de los países hacia los que se proyectaban nuevas explotaciones capitalistas, con lo que este problema pasaba a ser componente de otro asunto que interesó vivamente los debates socialistas: el problema del imperialismo económico y sus implicaciones políticas y armamentísticas.

Bernstein sostenía que no sólo se estaba produciendo un incremento cuantitativo absoluto del valor de los salarios y un incremento de su capacidad adquisitiva, sino incluso un relativo incremento de la participación de los salarios con respecto al volumen de la renta global total, compatible con un incremento de los beneficios debido a la mayor productividad y la expansión del mercado que se convertía para las grandes potencias en mercado mundial.

Pero independientemente de las explicaciones al fenómeno, el simple hecho de que pudiera ir disminuyendo la pobreza de los trabajadores, dentro del sistema, le bastaba para combatir también por este lado el "catastrofismo" social, pues fuere por la causa que fuere, la perspectiva de esa mejora en la condición de vida de las masas obreras disminuiría su presión revolucionaria, y orientaría su acción hacia la mejora gradual de sus recursos y a la consolidación de los servicios obtenidos.

De esto se deriva un papel más protagonista de los sindicatos en la estrategia de la lucha de clases.

En efecto, si se entiende que dentro de la sociedad capitalista es posible una mejora substancial de la clase obrera en el reparto de las rentas, y se estima que la determinación de los salarios y de las condiciones de trabajo son regulables fundamentalmente a través de los convenios colectivos, los sindicatos no tienen ya sólo una función de "resistencia", de reconquistar eternamente un valor del salario que será inexorablemente deteriorado por el incremento de los precios, sino que la lucha sindical aparece en su conjunto como un medio tan importante o más que el legislativo para conseguir un reequilibrio en la distribución de las rentas, en definitiva, para ir imponiendo la reforma del sistema e incluso el alcance práctico del concepto de propiedad empresarial.

Es cierto que una concepción del cambio social de carácter revolucionario y no reformista que cuente en su esquema organizativo con el binomio partido-sindicato venía relegando el papel de

27 Documentos", Vol III. p. 133.

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los sindicatos a la oscura brega de defender las condiciones existentes, y otorgaba a cada paso dado un valor muy relativo por considerarlo de subsistencia insegura, dependiendo siempre de las fluctuaciones aleatorias del mercado de trabajo; incluso el propio empleo, a merced de los vaivenes del mercado.

El sindicato aparecía en un tal diseño como la organización de masas, compuesta por un número mayor al de los afiliados al partido, en cuya diferencia numérica se reflejaría el grado de "conciencia" y de compromiso personal con la tarea revolucionaria. El diferente grado y modo de asumir la alternativa utópica. Todo ello sin perjuicio de las actitudes de los líderes sindicales.

Ahora bien, en una perspectiva reformista, en la situación de concebir que la revolución no es otra cosa sino la lenta acumulación de reformas, resulta que no todas esas reformas han de proceder necesariamente del nivel normativo que emana de los parlamentos, sino de los acuerdos que pactan patronos y obreros con autonomía respecto a los poderes del Estado.

Entonces, el partido y el sindicato no sólo son recíprocamente autónomos en el aspecto orgánico, sino que son, además, pares en el rango de la función, y su relación adquiere más bien el signo de coordinarse para conseguir mejor la complementariedad de sus funciones específicas. Todo lo cual no venía siendo la teoría ni la práctica de la Social-Democracia alemana, en la que el partido reclamaba una función teórico-orientadora y una función sugerencial-directiva que, sin perjuicio de la autonomía orgánica, era canalizada por el vínculo personal de líderes sindicales socialdemócratas.

E) Crítica al supuesto de la crisis final: un tema recurrente en la obra de los teóricos del socialismo venía siendo el asunto de las crisis periódicas. Al criticar el capitalismo como un sistema, no sólo injusto, basado en la explotación, sino a la postre inviable, sus críticos ponían especial énfasis en ese "fallo" del sistema consistente en las crisis periódicas, momentos que conducían a la quiebra de empresas, destrucción de mercancías producidas cuyo beneficio resultaba imposible realizar, oleadas de paro obrero, incremento de miseria entre los asalariados. La frecuencia y relativa periodicidad de estas crisis en los países industrializados durante el siglo pasado hizo surgir diversas teorías interpretativas sobre la causa de estos fenómenos. Primero se atribuyeron las crisis a los excesos de mercancías generados por la producción en masa, típica de la industria, y por tanto al subconsumo o incapacidad del mercado para absorber tal volumen de producción (en contraste con masas en estado carencial agudo pero que representaban una demanda insolvente).

Se atribuyeron luego las crisis a las posibilidades especulativas que engendraba el crédito, que imprudentemente manejado por especuladores creaba situaciones de negocio ficticio llamado a derrumbarse.

La creación de grandes empresas y combinaciones de empresas o Trust, parecía diferir los períodos de crisis, y llevar a cabo una proyección más racional de la producción en relación al mercado, así como una más intensiva explotación de mercados cada vez más amplios. Pero algunos suponían que este desarrollo más potente de estas formas de capitalismo avanzado acabarían produciendo una de dos: crisis más agudas y devastadoras, o la confrontación armada entre las grandes potencias industriales.

Ahora bien, aún cuando las explicaciones sobre el origen de las crisis periódicas era cuestión discutida, -el hecho de las crisis periódicas constituye una realidad empírica innegable-, lo más importante al objeto de la polémica que estudiamos es la hipótesis construida en torno a las crisis y que, según doctrina generalmente aceptada en el campo socialista a fines del siglo pasado, consistía en afirmar que la magnitud de esas crisis sería creciente y que de algún modo acabaría produciéndose una crisis tan generalizada o intensa que conduciría a una parálisis virtual del sistema o, como dijimos, a la guerra entre las potencias forma suprema de competir por la expansión y explotación del

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mercado mundial y forma de liquidar excedentes inabsorbibles.Cualquiera de esas dos pavorosas eventualidades habría de ser escenario de la

revolución. En el momento histórico en que el sistema se hace incompatible con la supervivencia de la población y, en lugar de servir a la satisfacción de sus necesidades le lleva al hambre generalizada o al conflicto de exterminio, sería cuando las masas previamente articuladas orgánicamente y dotadas de dirigentes que conocen el camino, producen el cambio revolucionario. Lo que no era posible frente al Estado en el ejercicio ordinario de su poder represivo, se haría posible ante un Estado incapaz de atender a la represión del desorden generalizado, o de un Estado desarticulado por el conflicto con otros Estados. (Nótese que en realidad los soviets asaltaron un Estado desarticulado por una derrota internacional inminente; nótese que tras la la Guerra Mundial la burguesía europea se echó en brazos del fascismo aquí y allá como "solución" contrarrevolucionaria, y recuérdense los esfuerzos americanos para prevenir los riesgos de la posguerra europea en los años 45 y siguientes del presente siglo mediante masivas ayudas económicas a los países europeos aliados).

Bernstein, interesado en despejar las perspectivas que dieran aliento a las alternativas revolucionarias, y coherente con su justificación del reformismo, también "revisa" la teoría de la hipotética crisis catastrófica del capitalismo y lo hace en el sentido de negar su inevitabilidad. No dice que no pueda sobrevenir en un país determinado como consecuencia de agentes externos, pero niega rotundamente que tal hipótesis haya de ocurrir necesariamente, excluyendo que el orden normal del desarrollo capitalista tenga que conducir a ello. Por otra parte, constata que una observación de los hechos, desde la última década del siglo observados, no justifican ese pronóstico:

"Aún no se advierten señales de un estallido universal de inaudita violencia, ni se puede describir la mejora del comercio en los intervalos de las crisis por ser particularmente corta su duración. Con mayor razón se ofrece una tercera cuestión que, después de todo, está parcialmente contenida ya en la segunda, a saber: 1° si la enorme extensión del mercado mundial, en unión con la extraordinaria cortedad de tiempo necesario para la transmisión de noticias y para el transporte, ha aumentado tanto la posibilidad de arreglo de disturbios; y 2° si la riqueza de los Estados de Europa, que ha aumentado enormemente, en unión con la elasticidad del sistema moderno de crédito y la creación de Trust (o combinaciones) industriales, ha limitado tanto la fuerza de reacción de disturbios locales e individuales que, a lo menos por algún tiempo, las crisis comerciales generales, semejantes a las primitivas, han de considerarse improbables". (•••) "... no hay razón imperativa para concluir que tal crisis venga por razones puramente económicas. Las depresiones locales y parciales son inevitables; el estancamiento general no es inevitable con la actual organización y extensión del mercado mundial..." 28

Descartada por Bernstein la perspectiva revolucionaria, reafirmado el reformismo, ha de explicar la metodología propia de esta vía que -como enseguida veremos- no será otra sino el parlamento y la persistente acción de los sindicatos que han de plantearse la reforma de la empresa.

Ahora bien, la perspectiva reformista o evolutiva supone en el partido revalorizar las tareas electorales; orientarlas francamente a la obtención de la mayoría parlamentaria, así como en los sindicatos reforzar los conocimientos y asesoramientos que permitan incidir, paso a paso, en la modificación del tipo de relaciones entre el capital y el trabajo. Puesto que el sistema va a durar y

28 Textos citados por Laidler. Ob. Cit. Vol I. pgs. 392-395.

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a ser cambiado pieza a pieza, es preciso conocerlo en sus más mínimos detalles, actuando meticulosa y tenazmente sobre cada resorte del aparato económico y social.

F) Afirmación de un sistema transitorio mixto: claramente influido en este punto por los fabianos, especialmente por el matrimonio Webb, Bernstein analizó el valor de las cooperativas como una fórmula "socialista" en el seno de una sociedad capitalista, resultando simpatizante de las cooperativas de consumo y desconfiado de las cooperativas de producción.

El motivo por el que desconfía de las cooperativas de producción, que en raras ocasiones gozaron de éxito duradero, es por lo referente a la dificultad de mantener en ellas la necesaria disciplina en orden a la producción; la dificultad, de sostener la autoridad directiva entre iguales. Pero de esa valoración deduce una conclusión de alcance general sobre la capacidad que tendrían los trabajadores para asumir de súbito la dirección de todas las unidades productivas de la sociedad, y por ello concluye en que al menos por un largo tiempo todas aquellas actividades productivas que no pudieron ser absorbidas por la sociedad en su conjunto, (y dirigidas por tanto bajo la autoridad que emana la comunidad) debieran dejarse en manos privadas, lo cual es ni más ni menos que lo que en la actualidad llamamos "sistema mixto" en el que se complementan sector público y sector privado.

Las cooperativas de consumo desarrolladas en gran escala no sólo favorecen la adquisición de productos más económicos, sino que introducirían elementos de mayor racionalidad en el ámbito de la producción y distribución, acomodando en mayor grado estas funciones a las efectivas necesidades de los consumidores.

Las cooperativas de consumo en gran escala llegan a elaborar sus propias mercancías, a condicionar los encargos a terceros, y concurren en el mercado internacional para hallar en ocasiones sus proveedores.

G) La democracia como medio y como fin: Este es el otro punto fundamental de "revisión" llevado a cabo por Bernstein, y también es revisado en la misma orientación de sus críticas anteriores, es decir, en el sentido de que Bernstein no niega que durante un cierto tiempo la democracia haya sido violentada en la sociedad de clases y sometida a tales condicionamientos por las leyes electorales, por las restricciones al ejercicio de las libertades, por la misma desigualdad de posibilidades entre las clases sociales, como para que el contenido de una tal democracia no mereciese ser tenido como gobierno del pueblo.

Pero en cambio rechaza que no pueda existir verdadera democracia sino tras el salto revolucionario y la desaparición de la sociedad de clases.

En esto se va a mostrar también evolutivo. El perfeccionamiento de la democracia también es algo gradual, y es algo que se va haciendo mediante el perfeccionamiento de las leyes electorales (entonces básicamente planteado como extensión del voto) y mediante la ampliación de las regulaciones sobre el ejercicio de los derechos y libertades. Cita a su favor en este sentido los progresos graduales que se fueron realizando en los países más avanzados durante el siglo pasado. Trabajar en esta dirección del perfeccionamiento de la democracia es una de las tareas de la socialdemocracia.

Frente a quienes consideraban la "democracia burguesa" sólo como un medio, como un conjunto de mecanismos -elecciones, parlamento, etc.- que podían ser utilizados en el camino hacia el cambio revolucionario para poder realizar luego la verdadera democracia sin opresión de una clase dominante y dominadora de esos resortes,

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Bernstein afirma que la democracia no sólo es un medio, sino que es el medio por excelencia que debe utilizar la Social-Democracia, y que es además un fin en sí mismo, uno los objetivos máximos del socialismo. Considera que los usos de la democracia constituyen en sí mismos una pedagogía de la convivencia, de los valores de autolimitación, de renuncia individual a la violencia, de necesaria búsqueda del acuerdo, del compromiso, del respeto a los diferentes.

"La democracia es a la vez el medio y el fin. Es el medio de conseguir el socialismo, y es la forma de realizar el socialismo..." (...)

"La democracia, en su principio, es la supresión del dominio de clase, aunque todavía no es superación efectiva de las clases (...) "En la democracia, los partidos y las clases correspondientes aprenden pronto a conocer los límites de su poder y a emprender tanto cuanto pueden razonablemente esperar conseguir según las circunstancias. Incluso cuando sus exigencias son excesivas para ser serias, permitiéndoles ceder en caso de un compromiso inevitable -y la democracia es la escuela del compromiso-, todo es mesurado (...)

El derecho de voto de la democracia hace de sus beneficiarios, participantes virtuales en la realidad colectiva, y esa participación virtual debe llevar a la larga hacia la participación efectiva ..."29

Recordemos que a estas alturas de la última década del siglo la Social-Democracia ya había renunciado a la violencia insurreccional y tomado el camino institucional, pero no había asumido esta gradualismo o evolucionismo, en el que Bernstein no sólo ve una necesidad, por no haber otra ruta transitable, sino que ve una virtud en la medida en que los compromisos o transacciones que él sitúa como característica esencial de la democracia llevan al gradualismo como metodología del cambio, que es -a su juicio- lo más conveniente: "Toda acción práctica de la democracia social consiste en establecer situaciones y condiciones que deben hacer posible la transición sin arrebatos convulsivos, del orden social moderno en uno más alto".30

Bernstein criticó abiertamente la idea de la "dictadura del proletariado". La consideraba un arcaísmo, un "atavismo político". Creía que tal cosa fue dicha cuando no existían los cauces de una democracia perfeccionada. Acusaba incluso a Marx de haberse dejado influir en este punto por la huella blanquista de la primera época de movimiento obrero, esto es la creencia en minorías salvíficas.

"Esa idea blanquista fue compartida por Marx y Engels bajo una forma modificada: ellos también interpretaron durante mucho tiempo la tradición jacobina como la idea de la fuerza creadora revolucionaria de una dictadura centralista apoyada sobre los elementos adelantados del proletariado". 31

Bernstein afirmaba, por el contrario, no sólo el carácter democrático que debe seguir todo el proceso de cambio, sino la descentralización del poder propio del federalismo, e incluso el fortalecimiento y reforzamiento de funciones del poder municipal.

Uno de los hallazgos más apreciados por Bernstein del liberalismo político, de cuyas mejores tradiciones cree que debe sentirse heredero el socialismo, es la flexibilidad del régimen parlamentario. Acabamos de ver la valoración sumamente positiva que hace del pacto, o

29 I.F.: "...Documentos" Vol III. p. 189

30 I.F.: "... Documentos" Vol III. p. 189.

31 I.F.: "...Documentos" Vol III. p. 189

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compromiso. Ese espíritu es una forma de hacer la política, una metodología de la convivencia social y del cambio social.

También vimos que no negaba la lucha de clases o contraposición de intereses entre la burguesía y el proletariado, aunque resaltaba la importancia de otros componentes en el devenir histórico. Pero la lucha de clases puede concebirse como confrontaciones que desembocan en una imposición, y en una victoria final, o como una contraposición en la que se alternan la confrontación y el compromiso, y que tiende globalmente a la disminución de la radicalidad del antagonismo. Esta segunda sería su perspectiva.

De ello se deriva en materia política una concepción muy abierta de las alianzas, lo que ya en el siglo XX le llevaría cuando el famoso debate sobre la participación ministerial a defender incluso los gobiernos de coalición interclasistas, y lleva, más en general, a creer que en las organizaciones tiene que desarrollarse tanto el espíritu de lucha pacífica como el espíritu y el hábito de negociación y de consenso.

H) Justificación de la expansión colonial: No deja de sorprendernos hoy que quien de tal modo defendía la democracia, y por tanto el principio básico del autogobierno del pueblo, sin embargo, resultará a su vez defensor de la expansión colonial alemana, si bien que en esto vuelve a recordarnos la similitud con algunos notables fabianos. Es una de sus tesis más provocativas y que fue objeto de mayor controversia.

Todo un conjunto de ideas caramente estimadas por los socialistas convergían para reforzar la condena del imperialismo, desde los principios humanitarios de respeto al indígena, la repugnancia hacia el viejo esclavismo, entonces todavía tan reciente, la aversión al Estado, -instrumento de dominación de clase- sujeto jurídico de la dominación colonial, la revigorización del armamentismo y del militarismo que se ven estimulados por las aventuras coloniales; el derecho violado de los pueblos a su autogobierno; y finalmente, la interpretación que se iba abriendo paso del fenómeno imperialista como secuela de la voracidad expansiva del capitalismo necesitado de colocar a toda costa sus excedentes mediante la apertura violenta de nuevos mercados.

Todo ello, sin olvidar la censura que para los socialistas merecían los partido liberales, defensores en todas las potencias europeas de las aventuras coloniales de sus respectivos países, alzando la voz sólo en los parlamentos (-cuando estaban en la oposición-) para proferir lamentos sobre los "excesos" en el trato a los indígenas.

Bernstein para llegar a la justificación del colonialismo previamente había intentado reconciliar al socialismo con el Estado, así como reconstruir una cierta idea del nacionalismo.

En efecto, otra teoría "revisada" por Bernstein fue aquella que concebía al Estado en la sociedad de clases esencialmente como instrumento de la clase dominante, de suerte que al convertir en ley un sistema de propiedad y de relaciones económicas, convierte al poder público en garante del interés particular de la clase propietaria, y de su ideología. Frente a esto Bernstein opone, siguiendo en este punto las tesis del liberalismo más progresista, que el Estado se "socializa" o se hace de toda la sociedad mediante la implantación del sufragio universal. Dice Bernstein: "En la práctica, bajo el influjo de las luchas de los movimientos obreros, se ha impuesto en los partidos socialdemócratas otra valoración del Estado. Aquí, efectivamente, ha ganado terreno la idea de un Estado del pueblo, que no es el instrumento de las clases y capas superiores, sino que recibe su carácter de la gran mayoría del pueblo gracias al derecho de voto general e igualitario". 32

Como vemos, aparte de señalar como convicción extendida lo que era muy discutido, se agrega la idea de que ese proceso "socializador" del Estado ha sido fruto de las

32 I.F.:" ... Documentos" Vol III. p. 29

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contiendas de la clase obrera, esto es, de una "reconquista" del Estado tras el estancamiento de la primera revolución liberal.

En segundo lugar, "revisó" la idea de que "los proletarios no tienen patria", e hizo lo posible por compatibilizar el internacionalismo, que él ciertamente compartía, y que fue tan querido por los fundadores de la Social-Democracia, con la idea de corresponsabilidad nacional.

Una vez más afirma con respeto hacia Marx que lo que era cierto en 1848, al ser redactado el Manifiesto Comunista, ha dejado de serlo en su opinión para la década de los noventa. Refiriéndose, pues al fin de siglo, dice: "El trabajador que tiene los mismos derechos como elector en las elecciones del Estado y en las locales y es, por consiguiente copropietario de la propiedad común de la nación, cuyos hijos son educados por la comunidad, y cuya salud ésta protege, y a quien asegura contra las injusticias, tiene una patria, sin que por esto deje de ser un ciudadano del mundo, exactamente del mismo modo que las naciones se relacionan entre sí de manera más estrecha sin dejar de tener su vida propia".33

Afirmado el patrimonio común no es preciso extenderse en grandes razonamientos para justificar la necesidad de contribuir a la defensa de ese bien nacional, y por ello separa el carácter militarista de ciertas tradiciones prusianas del hecho mismo de justificar la necesidad de proveer a la existencia de instrumentos razonables de defensa. Sostenía que era positiva la presencia de numerosos trabajadores en los cuerpos armados como garantía del carácter nacional y no "clasista" de éstos, repitiendo, pues, un argumento de origen típicamente radical.

Establecido todo lo cual, cuando mira al concierto de las naciones, pasa a reivindicar el lugar de la patria alemana, y no sólo afirmando "el derecho a la independencia de las naciones civilizadas", sino su papel en la "honrosa obra de civilización del mundo".

Consideraba que a "los salvajes" no se les hacía perjuicio llevando una "cultura superior", y que el derecho de los indígenas a la posesión de su tierra no tenía un carácter absoluto, pues el derecho a la tierra no procede tanto de su ocupación como de su cultivo. En definitiva, la bondad o perniciosidad de la ocupación colonial no se derivan de una perversión inherente a la invasión, sino del fin y del uso de esa ocupación: "... cuando se ha adquirido colonias que se examine cuidadosamente su valor y su porvenir, y que se controle la situación y el tratamiento de los indígenas, como también otras cuestiones de administración; pero esto no es una razón para pensar a priori, que esa adquisición sea censurable". 34

Probablemente este último bloque de cuestiones sobre la idea del Estado formulada cuando existía ciertamente sufragio universal para el Reichstag, pero no para el parlamento prusiano, y cuando se dejaba todavía sentir la pesada carga del aristocratismo-militarista prusiano en torno a la corona del Kaiser, así como el debilitamiento o posposición del internacionalismo, y sus sorprendentes afirmaciones sobre el hecho colonial, favorecieron que el Partido Social-Demócrata alemán rechazara sus planteamientos globalmente en los Congresos de Sttutgart (1898) y de Lübeck (1901), sin perjuicio de que se le respetara un sitio en las filas del partido, por cuanto sus tesis económicas y estratégicas iban ganando audiencia, y sin perjuicio también de que el partido en su conjunto fuese siguiendo de hecho, cada vez de forma más acusada,

33 Citado por D.G.H. Cole. Ob. Cit. Vol III p. 276

34 Citado por D.G.H. Cole. Ob. Cit. Vol III p. 278

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la línea del parlamentarismo, e implicándose poco a poco en el reformismo.KARL KAUTSKY (1854-1938), es la figura que en la polémica de revisionistas y

marxistas representó durante muchos años, y especialmente en el última década del siglo pasado, el papel de máximo defensor de la "ortodoxia" marxista. Para algunos críticos Kautsky llevó el marxismo a una excesiva rigidez, y se dice que en esto era poco marxista, en la medida en que el propio Marx había sido más abierto a introducir modificaciones importantes en su pensamiento a lo largo de su vida, lo que se refleja en su dilatada y extensa obra.

Sin embargo, Kautsky, así como los llamados marxistas por su actitud antirrevisionista, establecieron que ser marxista no era seguir al pie de la letra todo lo dicho por Marx, sino que lo importante era continuar interpretando la realidad aplicando las ideas cardinales del marxismo. De ahí viene la manida frase del "marxismo como método de análisis" de la que a veces se hizo tanto abuso para prescindir sin mayor examen crítico de ciertos contenidos explícitos, esto es, de aquellas ideas cardinales.

La inmensa obra escrita por Kautsky guarda una tremenda coherencia y sistematismo procurando interpretar en todo lo posible los fenómenos de su época con arreglo a las ¡deas fundamentales dadas por Marx y Engels.

Como quiera que en estos apuntes ya hemos citado a Kautsky reiteradamente con anterioridad como comentarista clásico del Programa de Erfurt, nos limitaremos ahora a mostrar sólo algo de su aspecto polémico frente a algunas tesis más significativas del reformismo.

Con Bernstein hicimos una exposición algo más detallada por cuanto que independientemente de su significación histórica como alternativa minoritaria en un momento dado, conocer el entramado fundamental de su pensamiento nos habrá servido para entender mejor lo que fue la práctica del socialismo europeo hacia mediados del siglo XX, es decir, cuando habiendo renunciado a la vía revolucionaria, no había renunciado sin embargo al ideal de la sociedad socialista, por lenta y evolutiva que fuese su implantación.

KarI Kautsky nació en Praga, lo que a la sazón significaba ser austríaco, procedente por origen familiar de un ámbito artístico literario, de lo que proviene su exquisita sensibilidad; estudió en la Universidad de Viena. Como otros muchos socialistas significados de su tiempo pasó lustros en el exilio, Suiza y Londres, en la década de 1880. Pero en 1890 ya regresó a Alemania, que se reparte junto con Viena el resto de su vida. Se dedicó exclusivamente a la causa del socialismo, principalmente como escritor, en el plano de la investigación teórica y el plano de la divulgación periodística, pues entonces los periódicos -sin necesidad de competir con otros medios de comunicación de masas audio-visuales, y sin tanta dependencia de la publicación comercial- eran un vehículo fundamental de difusión de ideas entre las masas populares, incluyendo incluso discursos completos, estudios y hasta libros por entregas. Su revista "Neue Zeit", ya citada, fue un referente teórico básico para todo el socialismo europeo.

Un par de rasgos nos dicen en pocas palabras su posición: Los dos frentes principales de su actividad de agudo e incansable polemista fueron, primero Bernstein, y luego Lenin. Representó, en efecto, una posición centrista con respecto a lo que entonces era la Social Democracia.

Sostuvo, por otra parte, entrañable amistad con Rosa Luxemburgo, como sabemos por las emotivas "Cartas desde la prisión" escritas por ésta en uno de sus cautiverios. Pero al final también se enfrentó dialécticamente con ella por las teorías de Rosa Luxemburgo sobre la huelga general insurreccional como forma de la revolución obrera.

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Kautsky era un pacifista de razón y de corazón que repugnaba la violencia. Por ello fue de los pocos diputados socialdemócratas que llegado el momento crítico se mantuvieron fieles hasta el fin de 1914, negándose a votar en el Reichstag los créditos de guerra. Fue una ocasión importante de ruptura frente a la directiva del partido socialista.

Dejando a parte en este momento las discusiones más o menos filosóficas sobre el trasfondo del evolucionismo social en que se inspiraba Bernstein, y el esquema dialéctico propio del materialismo histórico que sigue Kautsky, lo que estaba principalmente sobre la arena del debate, por sus enormes consecuencias prácticas de tipo estratégico, era la cuestión de si el capital tendía a concentrarse en pocas manos, y por consecuencia de ello se producía una "proletarización creciente" de las capas medias, o si como dijo Bernstein todo esto era un error, y por tanto la estrategia de lucha de clases estaba equivocada, ya que lejos de tenderse hacia una polarización desigual en número y exasperadamente antagónica, se tendía hacia la consolidación de una clase media, con la que los asalariados habrían de contar para seguir una práctica reformista.

Kautsky, como en general los críticos del revisionismo, analiza de otro modo el significado de las corporaciones o sociedades por acciones que aparentemente fragmentan el capital y dan acceso a compartir la propiedad del capital a muchos pequeños ahorradores, dando lugar incluso a una personalidad dúplice de aquellos que por una parte son vendedores de trabajo, y por otra, en cuanto que ahorran, se convierten en poseedores de acciones y propietarios de capital, obteniendo en suma rentas del trabajo y del capital.

Bernstein, como vimos, afirmaba incluso que aquella clase de pequeños propietarios de pequeñas explotaciones que en su momento parecieron llamados a desaparecer al arruinarse sus negocios bajo la competencia de las grandes explotaciones, revivían transfiriendo sus pequeños capitales de forma asociada al de las grandes compañías.

Por otra parte, para el reformismo esta nueva o renovada clase media se veía reforzada por los miles de cuadros, inspectores, técnicos y empleados comerciales que engendrarían la industria y el comercio a gran escala.

Pues bien, frente a todo esto, los críticos del revisionismo afirmaban que, para empezar, no debe confundirse nivel de renta y clase social, pues lo importante a este respecto no es la cantidad de renta sino la procedencia de la renta percibida, que sea del capital o del trabajo, pues de ello depende que el sujetó esté o no vinculado a la defensa de la propiedad privada del capital.

Por tanto, rechazaban como un primer punto de confusión mezclar el asunto de los niveles de renta (subidas salariales, mayor o menor amplitud del abanico retributivo), y la configuración de clases.

En segundo lugar, consideraban que un examen más cuidadoso de lo que ocurre en las sociedades por acciones, forma moderna de propiedad de las grandes y medianas empresas, lo que nos hace ver no es que desaparezcan las grandes fortunas, sino el que estas se puedan repartir en inversiones diversificadas con el fin de minorar los riesgos y obtener además una "responsabilidad limitada" en caso de quiebra de la explotación.

Por otra parte también ocurre que los pequeños ahorradores, al colocar sus ahorros en esas inversiones, en lugar de tener sus pequeños negocios corno antes, lo que hacen es situar a disposición de los grandes poseedores sus pequeñas aportaciones, con lo que ellos no adquieren poder social alguno, y en cambio refuerzan a los magnates que manejan así sus propios recursos y los ajenos.

Son los grandes poseedores quienes manejan la iniciativa, el crédito en gran escala, y

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quienes imponen sus leyes al mercado. Por lo cual, las sociedades por acciones, lejos de debilitar aquella elite que concentra el poder económico, la han reforzado, pues ha concentrado en unos pocos la facultad de decisión sobre el destino económico de la sociedad.

En consecuencia, no ha de confundirse número de propietarios y concentración del capital. Puede aumentar el número de propietarios y a la vez aumentar la concentración de capital, y sobre todo concentrarse el poder de decisión sobre el capital.

Dice Kautsky: "mediante la corporación, aún los ahorros del pobre se colocan a disposición de los grandes capitalistas, quienes tienen la facultad para usar tales ahorros como si fueran una parte de sus capitales. Con esto aumenta todavía más la centralización de sus grandes fortunas. "35

Más grosera resulta para los críticos del revisionismo la confusión entre la extensión del acceso a la propiedad de bienes de consumo y la extensión de la propiedad del capital, pues nada tiene que ver el número de propietarios en sentido indiscriminado de cualquier forma de propiedad con el problema específico de la concentración del capital.

Kautsky se muestra algo sarcástico ante la mezcla que confunde difusión de la propiedad y distribución del capital:

"Bernstein habla de los propietarios. ¿Quienes son los propietarios? Marx no ha establecido en su capital ninguna teoría del aumento o disminución del número de los propietarios. Estos no constituyen clase social alguna. Si cada uno de los que tienen algo es un propietario, los asalariados también son propietarios. Pues poseen vestidos, ropa interior, la mayoría muebles, y muchas veces una casita y un campo de patatas.(...) "Ni en el capital ni en el Manifiesto encontramos la afirmación de la disminución de los propietarios. No obstante, encontramos claramente indicado el aumento de propietarios, la "clase de los trabajadores modernos, que viven en tanto encuentran trabajo y que sólo encuentran trabajo en cuanto su trabajo aumente el capital..." (...) "Si Bernstein quería sólo decir que el aumento de los asalariados no equivale al de los pobres, que la proletarización de la masa del pueblo no significa de modo necesario su pauperización, entonces debía apoyarse en estas estadísticas, pero entonces hubiera probado muy poco contra Marx."36

Para Kautsky la tesis del pauperismo creciente no era ni fue fundamento de la argumentación marxista, y considera que los revisionistas alancean molinos de viento combatiéndola. El concepto de revolución marxista no tiene a la miseria n¡ por causa ni por condición de su posibilidad, sino que antes bien se fundamenta en la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas.

En un interesante escrito perteneciente a estos años de la polémica frente al revisionismo por dos veces se refiere al tema sin concederlo gran importancia:

"En la época de la confección del programa de Erfurt estaban ya hacia tiempo conformes los marxistas consecuentes en que la emancipación del proletariado no tendría efecto mediante el aumento de la miseria, sino mediante la creciente contraposición de clases y la lucha de clases del proletariado que de ella se desprende". (...) "Toda tendencia engendra contratendencias que intentan anular aquella. Pero tampoco allí donde lo logran opera una simple vuelta a la situación tal como se hallaba 35 Citado por Laidler. Ob. Cit. Vol I. p. 418

36 Carlos Kautsky.- Prefacio a la quinta edición de "El Programa de Erfurt" (1904) Gráfica

Socialista. Madrid. 1933.

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antes de dominar la tendencia anulada, sino que dan lugar a algo esencialmente nuevo. Así, por ejemplo, la miseria, que hace pender el capitalismo con forzosidad natural sobre el proletariado, origina la lucha de éste contra la miseria. Pero allí donde la lucha de clases proletaria es lo bastante fuerte para empujar hacia atrás la miseria producida por el capitaL, el resultado no es algo así como el idilio de trabajadores precapitalistas". 37

Explicación típicamente dialéctica que parece situar el problema como una etapa rebasada que no objeta al sentido global de la trayectoria de la lucha de clases, sino antes bien como algo rebasado por el impulso ascendente de la organización del proletariado.

En el prefacio a la quinta edición de su obra "El Programa de Erfurt", también se ocupa minuciosamente Kautsky sobre el problema de la desaparición-reaparición de las pequeñas explotaciones como un aspecto importante que sin duda concierne al punto de la concentración, o no, del capital, cuestión esencial para el posterior análisis de clases, sobre el cual debe fundamentarse una correcta estrategia de la lucha de clases.

Kautsky sostiene en este punto que de nuevo los simples números de las estadísticas pueden resultar engañosos si nos limitamos a cuantificar unidades productivas de bienes o servicios.

Reafirma lo que se decía en el Programa de Erfurt, a saber, que la tendencia capitalista hacia la creación de grandes industrias capaces de establecer una competencia irresistible tiende a la ruina de las pequeñas industrias, como el gran comercio empobrece y arruina al pequeño marginalizándolo.

Pero sin embargo ya observaba a principios de siglo que reaparecía una pequeña nueva industria de otro tipo distinto a la anterior. La principal característica de aquella pequeña industria tradicional era que el dueño de la misma, como el antiguo artesano, era dueño de los bienes de producción, y por tanto un baluarte de la clase capitalista en cuanto tal, un pequeño burgués hostil al ideario socialista.

Sin embargo, la pequeña nueva industria surge precisamente de los desempleados, y llega a decir Kautsky que, en rigor, forma parte del ejército industrial de reserva que está constituido no sólo por los parados, sino por este conjunto de elementos abrumados por el crédito, cuyos bienes productivos les son dados por el capital, cuyas materias primas les son dadas en préstamo o adquiridas a crédito (pequeño comercio), o que trabaja por encargo, y que en cuanto puede en épocas de bonanza y expansión de la gran industria, prefiere desplazarse como asalariado con un ingreso más seguro, y si es de su particular cualificación más saneado. Empleo que en todo caso prefiere para sus hijos como más cierto que esa miniindustria incierta.

"Las nuevas pequeñas industrias que resultan de la concentración del capital -trabajo a domicilio, vendedores ambulante, minifundistas, etc.- son justamente de naturaleza por completo distinta de las abolidas por la concertación del capital Estas descansaban sobre la propiedad privada de los medios de producción, que eran propiedad libre de sus poseedores; la nueva pequeña industria obtiene prestados del capital los más importantes de sus medios de producción, poniéndose por ello a su servicio tanto el pequeño cultivador de un suelo arrendado o cargado de deudas como el trabajador a domicilio que recibe la materia prima de quien le da el encargo, o el cervecero que es sólo el encargado de la cervecería como el vendedor ambulante o el pequeño tendero que obtiene a crédito las mercancías que vende.

37 I.F..: "... Documentos" Vol II. p. 289.

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"La antigua pequeña industria formaba un estado medio; su poseedor, medio capitalista, medio asalariado, estaba entre ambos. El poseedor de la nueva pequeña industria está por debajo del asalariado, se encuentra más inerme que éste; su alimento es con frecuencia inferior; su jornada es más dilatada; más explotados su mujer e hijos. La nueva pequeña industria no constituye una posición a la que el jornalero asciende, sino en la que cae, junto a los dueños independientemente de pequeñas industrias venidas a menos. (...)"... la nueva pequeña industria es completamente distinta a la antigua; tiene de común con ésta solo exterioridades, y juega un papel por completo distinto, tanto desde el punto de vista económico como político".

Esto último nos interesa especialmente: Lo mismo que quien tiene un puñado de acciones, o una pequeña cuenta bancaria -que también refuerza al gran capital financiero- no se sienten por ello capitalistas, tampoco esta masa de pequeñas explotaciones a las que Kautsky llama en otro pasaje "industrias proletarizadas", se sienten patrones ni burgueses. En todo caso sus intereses no son contrarios al socialismo.

Igual ocurre con las pequeñas explotaciones agrarias que son en verdad antieconómicas y que sólo permiten sobrevivir a base de una sobrecarga de trabajo de toda la familia campesina. Igualmente entrarían en el concepto de "industrias proletarizadas". Kautsky señala que de este campesinado también surgen como ejército de reserva los temporeros, empleados ocasionalmente para las cosechas de las grandes explotaciones agrarias. En otro lugar dice: "... el pequeño campesino se convierte ahora en el más infatigable de todos los animales de trabajo".

Considera que todos estos sectores, sin ser proletarios asalariados, no constituyen ninguna nueva clase media, y cree que pueden ser captados por el mensaje socialista: "Como quiera que los trabajadores ocupados en ella [la "industria proletarizada"] están más aislados, oprimidos y abrumados que los de la gran industria, y tampoco su posición económica es tan simple y clara como la del asalariado propiamente dicho, son más difíciles de organizar y de hacer conscientes de su situación que estos. Pueden ser retrasados, por circunstancias tales como la actuación de enredadores y de electores conservadores, en la lucha de emancipación del proletariado; pero en ninguna parte forman ya un elemento sobre el que pueda el capital fundar permanentemente su dominio. Más tarde o más temprano propulsan sus intereses de clase de modo continuo al lado del proletariado asalariado que lucha" 38

Sin embargo Kautsky no se mostró partidario de alterar los principios socialistas de la Social-Democracia para facilitar el acceso por "el camino de en medio" a estos sectores. Tras la muy importante tesis de que no representan una nueva clase media, ni el rejuvenecimiento de la clase media, como decían los revisionistas, sino que son capas cuyos intereses están más del lado del proletariado que de la burguesía, llama a su captación, pero mediante una persuasión esclarecedora; no diciéndoles lo que de antemano quieren oír. Buen ejemplo de todo ello fue la actitud de Kautsky en el largo debate interno sobre la pequeña propiedad agraria. El estaba convencido de su carácter antieconómico, y de que inevitablemente habrían de producirse por uno u otro camino soluciones que implicarían un equilibrio entre redimensionamiento y rentabilidad. Por lo que rechazaba la incorporación al programa socialista de ayudas que llevaran consigo el artificial sostenimiento de lo antieconómico.

38 Kautsky. "Prefacio ..." p. 11.

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Igual pensaba de las "pequeñas industrias" que subsisten por la sobreexplotación de sus "dueños" y de sus familias. Cuando Kautsky, forzado por las reiteradísimas peticiones de los compañeros, escribió sobre lo que habría de ser una sociedad socialista futura, describe un orden en el que tal tipo de explotaciones desaparecen, siendo su función absorbida por unidades productivas compatibles con niveles dignos para los operarios. Cuestión de estrategia de la captación muy importante por cuanto que la captación de estos sectores fronterizos, si se hace a costa de alterar los principios de las organizaciones, son una forma cierta de desvirtuar la línea de los partidos y sindicatos obreros.

Es lógico que Kautsky se produjera en esos términos frente a quienes procuraban un crecimiento de las organizaciones un poco a cualquier costa, como si colocar carnets fuese similar a vender mercancías siendo indiferente quien las compre. Aquí resulta que el comprador se convierte en accionista, con derecho de opinión y de voto para decidir el futuro. Kautsky era riguroso, lo que le permite mantener coherentemente en la típica polémica sobre el reformismo, ante el dilema reforma-revolución, que no habrá socialismo sin revolución. Otra cosa que él se niega tajantemente a predeterminar es el carácter violento o no de esa revolución. El camino es la mayoría parlamentaria. Pero ello no excluye las dificultades posibles que puedan salir al paso de esa mayoría parlamentaria.

Al clásico dilema de la época, reforma o revolución, responde extensamente en su obra "El camino hacia el poder"(1909).

Kautsky, que en algunos rasgos nos recuerda tanto a Julián Besteiro, es otro intelectual de exquisitas maneras y fabulosa cultura, de los que pudieron haber hecho un papel brillantísimo y magníficamente compensado en el mundo de la burguesía si no hubieran dedicado su pluma al socialismo y su vida a la organización obrera, y a quienes sus buenas maneras no impiden un ápice para deslindar inequívocamente los campos. Así, en "El camino hacia el poder", Kautsky sitúa a cada cual en su sitio. Vale la-pena examinar el fragmento en su conjunto por el valor que tiene para delimitar campos: "Claro está que un partido popular en el que los intereses de clase de los campesinos y de la pequeña burguesía tienen una influencia decisiva, debe seguir, a pesar de toda su simpatía por los obreros, sobre el terreno del orden social vigente, de la propiedad privada de los medios de producción, de la libertad de la producción privada. No puede superar la constitución de 1873, el principio del liberalismo, no puede por furioso que se ponga, ser otra cosa que un partido democrático-socialista de reforma, por lo cual la palabra socialista no es más que ruido y humo, recuerdo de la bella época de una inocente tontería de juventud o el sueño alboreado de cualquier paraíso cuyo advenimiento al cabo de quinientos años puede desear libremente cualquiera, pero que en ese contexto no significa ninguna obligación práctica.

"La meta de un partido puramente proletario debe tomar una forma distinta. El proletariado no tienen ningún interés en el mantenimiento de la propiedad privada de los medios de producción... "(...) "En otros términos: producción capitalista y poder político del proletariado son incompatibles. No se puede decir más, claro está. No sabemos ni cuando ni cómo llegará ese poder, si en un gran alboroto o en varias catástrofes o en concretividad progresiva y gradual; no sabemos tampoco qué aspecto tendrá la sociedad y el proletariado al principio de su dominación puesto que ambos factores cambian constantemente.

"Si el proletariado se organiza como partido político independiente que combate conscientemente la lucha de clases, entonces la supresión de la propiedad privada y de

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los medios de producción capitalista y la supresión de la producción capitalista privada deben constituir su meta, debe tomar el socialismo como lema, no como perfeccionamiento, sino como superación del liberalismo; no puede ser un partido que se limita a reformas democrático-socialista, debe ser un partido de revolución social"39

Cabría preguntarnos, entonces, si no hay contradicción entre esto y lo dicho anteriormente de las pequeñas industrias y de la pequeña propiedad agraria. Parece claro que ahora podemos entender mejor el tipo de pedagogía que propone en el acercamiento a esos sectores, y que no puede ser otra sino hacerles comprender que constituyen la marginalidad del sistema, que resultan peor tratados que los asalariados bien retribuidos. Que con el socialismo no tienen nada que perder. Que necesitan de todo servicio colectivo como cualquier asalariado, que en realidad el capital también absorbe la plusvalía de su trabajo, y en definitiva que su liberación sólo puede ser parte de la emancipación obrera.

También conviene reparar en otro punto de la cita anterior, esto es, en aquellas líneas en las que rechaza la idea bernsteniana de que el socialismo, aspiración de la clase trabajadora, sea el "heredero" del liberalismo y su objetivo sea "perfeccionar" la sociedad liberal. Antes bien, afirma que el socialismo es la "superación" del liberalismo. No puede calarse en esa interesante afirmación sin mirar a la concepción de la democracia y a la Idea del Estado que tenían unos y otros. Ya vimos que para Bernstein no tiene mucho sentido afirmar, tras la implantación del sufragio universal, que el estado sea un instrumento de dominación de la burguesía, y parece aceptar que con la implantación del sufragio universal el Estado "se socializa", se hace de todos, y por ello mismo se pone al servicio de la sociedad en su conjunto.

Kautsky, en el momento polémico en el que escribe "El camino hacia el poder" pone de relieve que democracia no es sinónimo de igualdad social. La igualdad entendida como "igualdad ante la ley" puede no significar gran cosa, pues la ley puede otorgar muchos derechos formales y garantizar muy poco, o nada, la posibilidad del ejercicio de esos derechos.

Sin embargo la democracia es sumamente importante para los trabajadores, y no sólo porque les permite manejar unos instrumentos excelentes de lucha (libertad de asociación, de prensa, de coalición o sindicación, etc) que hacen posible un desarrollo más inteligente y menos violento de la lucha de clases, ("las capas revolucionarias tienen hoy mejores armas a su disposición en la resistencia económica, política, y moral que los del siglo XVIII"), sino que además la democracia en cuanto forma de poder o de organizar el poder, es la forma adecuada a las clases trabajadoras que constituyen la mayoría de la sociedad:

"...la democracia es la condición indispensable de la supresión del poder de clase, pero porque representa la única forma política en la que el proletariado puede lograr el poder de clase que, como clase inferior, debe utilizar naturalmente para eliminar todos los contrastes de clase. Sin poder de clase del proletariado no hay supresión de las clases."40

Este pensamiento, que suele producir irritación a los liberales , plantea como substancialmente distintas la democracia liberal o burguesa y la democracia socialista, en el sentido de que la primera no elimina el dominio de una clase sobre otra, con todo lo que ello entraña de limitación y desigualdad real en el ejercicio de los derechos y

39 I.F.: "...Documentos" Vol III. pgs. 213-214

40 I.F, Documentos". Vol III p. 211.

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libertades, en tanto que la democracia socialista supondría, con la disolución de la sociedad de clases, no sólo la igualdad ante la ley, sino la extinción del dominio de clase, y por tanto una más efectiva igualdad-libertad o una libertad más igual entre los hombres.

En la medida en que tal pensamiento se rechaza suele decirse que la democracia no tiene apellidos, que no es ni formal, ni real; ni burguesa ni socialista. Si existe pluralismo, derechos individuales, garantías, parlamento representativo, gobierno responsable, etc... hay democracia, y eso es todo. Pero ocurre que esas instituciones ciertamente venerables no se dan o realizan en el vacío, entre seres angélicos, sino que siempre acontecen, cuando acontecen, en un tiempo y lugar determinados, en cuyo tiempo y lugar hay un sistema económico, y una situación de cada hombre en él, a la que no puede substraerse como condicionante de todos y cada uno de los actos de su vida, privada, profesional o laboral, y pública; de donde que, antes bien, sea la objetividad histórica quien siempre e inexorablemente se encargue de poner un apellido, o varios, en sus diversos matices, a la democracia.

Una forma de negarse al movimiento es negar la posibilidad del movimiento y no hay camino sin distancia, ni viaje sin otro punto al que transitar. Ese sentido interesado tiene el afirmar la identidad una e inequívoca del significado de la democracia.

Kautsky, en una de sus últimas obras, bastantes años después de "El camino hacia el Poder", vuelve a la reflexión serena sobre todo este asunto, y en el volumen II de la "Concepción Materialista de la Historia" (1927) escribe sobre el Estado democrático sosteniendo que no necesariamente ha de ser instrumento de dominación de los explotadores, pero que de hecho puede serlo, y con un tono esperanzador y de aliento para el movimiento obrero nos dice que puede dejar de serlo y cómo puede dejar de serlo. Sus frases son diáfanas al respecto:

"La igualdad de todos los ciudadanos ante el derecho, el reconocimiento en cada uno de ellos de los mismos derechos y deberes políticos y ciudadanos, significa ya una ruptura con el Estado tal como era desde sus comienzos, un estado fundamentado en la conquista y en la dominación violenta de la mayoría de los pueblos a él anexionados por una minoría vencedora.

"Pero este estado democrático no significa todavía la supresión de todas las clases. Significa únicamente la supresión de aquellas diferencias estamentales que se basaban en la fuerza. Este estado no suprimió, de antemano, aquellas diferencias que se habían formado dentro de él y que tenían un cariz puramente económico, diferencias basadas en determinadas relaciones de propiedad y producción que se dejaban conjugar con la general igualdad jurídica.

"El estado democrático no impide que las clases explotadoras confisquen el poder estatal y lo utilicen en su propio interés de clase oponiéndose a las clases explotadas.

"Pero el moderno estado democrático se diferencia de las formas anteriores de estados en que esta utilización del aparato estatal para los fines de las clases explotadoras no pertenece a su esencia, no va indisolublemente unido a ella (...) Si se convierte en el órgano de una minoría explotadora, ello no se debe a la manera de ser del estado, sino a la de las clases trabajadoras, a su desunión, ignorancia, a su falta de autonomía o a su incapacidad para la lucha, todo lo cual, a su vez, es un resultado de las circunstancias en que viven esas clases. (...)" A medida que esto llega a ser realidad, el estado democrático deja de ser un simple instrumento de las clases explotadoras. (...) Comienza a transformarse de instrumento de opresión en instrumento de liberalización

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de los explotados".41

Quien valoraba, pero a la vez relativizaba de este modo tan ponderado el significado del voto y del Estado democrático, lógicamente no habría de aceptar la teoría bernsteniana que reconcilia el internacionalismo proletario con el nacionalismo en base al sufragio universal y a los servicios que la comunidad empezaba a prestar a los trabajadores.

A este respecto resulta muy interesante la obra de Kautsky "Patriotismo y Social-Democracia" (1907), en la que polemiza no sólo con Bernstein sino también con la conocida obra de Otto Bauer "La cuestión de las nacionalidades y |a Social-Democracia" (1a ed, 1906).

Corrían tiempos de exaltación del nacionalismo en toda Europa. En las naciones-estado afirmando su independencia y sus "derechos" en la competición internacional, esto es, con respecto a las grandes potencias, a la expansión imperialista, por parte de las nacionalidades oprimidas, sometidas a otras naciones-estado, como vindicación del derecho a su segregación e independencia. Algunos socialistas ilustres consideraban que esta última exigencia de las nacionalidades oprimidas era no sólo justa, sino que ese gran impulso de lucha tenía que ser asociado al ideal socialista para que viniera de consuno la liberación del extranjero y la liberación interna de los explotadores, con frecuencia acomodados al régimen político imperante.

Por último, el hecho insoslayable de la realidad imperialista, la aguda excitación de la competitividad entre las grandes potencias, producían constantemente roces y fricciones, o serios conflictos, que superabundantemente manejados en la prensa y en los parlamentos mantenían en ánimo caliente la exaltación de lo patriótico. Clima que se prolongará tal cual hasta lo que en cierto sentido es su culminación: La l a Guerra Mundial.

Así, pues, en la medida en que "el patriotismo" venia fundamentalmente teñido de competitividad internacional, poseía unas dimensiones inevitables de armamentismo y de militarismo, todo lo cual hizo reaccionar no sólo al movimiento obrero frente a aquella ola de patrioterismo burgués, sino incluso a una misma parte de esa burguesía que en base a ideales humanitarios simplemente, así como del derecho de todos los pueblos al autogobierno, independientemente del grado de evolución de su cultura, ofrecieron cierta resistencia, coincidiendo en parte con el movimiento proletario.

Kautsky en "Patriotismo y Social-Democracia" denuncia esa mixtificación de conceptos, y la manipulación de sentimientos que lleva consigo la xenofobia, el "chauvinismo", y la estimulada animadversión al extranjero.

Dice: "Como toda clase, también la clase de los capitalistas equipara sus intereses con los de la totalidad de la nación" (...) "...La productividad del trabajo en una nación capitalista crece... más rápidamente que la capacidad adquisitiva de las masas de esa nación, y de ahí la constante necesidad de los capitalistas de hacer aumentar la exportación... Y en ese empuje expansivo chocan entre sí los capitalistas de las diversas naciones, con lo que su patriotismo llega a la culminación. Este patriotismo no significa para ellos entrega a la patria o sacrificio de bienes o de la propia vida por ella, sino la explotación de esa patria que, además, ha de aportar los bienes y las vidas de sus masas populares para proteger el beneficio de sus capitalistas en el extranjero.

La patria no existe para el pueblo, sino las masas populares para la patria; y para los grandes explotadores sí que existe la patria; esta es la quinta esencia del patriotismo

41 I.F.: "Documentos". Vol III. pgs. 27-28.

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capitalista"42

En la citada obra se formula también una exégesis histórica esclarecedora:Se afirma que el proletariado y la burguesía tienen el mismo interés en defender la

independencia y autonomía frente a la dominación y explotación por una nación extraña, y en ese punto coincidirán en la lucha, así como en la lucha por librarse del feudalismo, y luego de la oligarquía absolutista. Esas son las luchas que en los primeros dos tercios del siglo popularizaron la acción y a los símbolos de la unidad e independencia patrias. "En tales situaciones se inflamaba el patriotismo de todas las clases democráticas del país atacando en contra del enemigo extraño, el patriotismo del proletariado se unía con el de la burguesía e incluso lo superaba en fuerza y ardor". "Sin embargo, cada vez existen menos probabilidades de que todavía en alguna ocasión se unan el patriotismo proletario y el burgués para la defensa del propio pueblo..." Además de la denuncia enérgica del "patriotismo burgués" de signo agresivo y fondo imperialista, la otra línea fundamental -no negada, pero si relegada por los revisionistas- es la dimensión internacionalista que Kautsky ensambla con el amor a lo más propio, como una forma más racional de autoafirmación en la solidaridad internacional, tesis entonces absolutamente incomprendida por los pontífices que pretendían monopolizar el interés y el sentimiento de patria, repartían excomuniones de antipatriotismo a los internacionalistas, que ahora se asume teóricamente en Europa como fundamento del futuro continental. "La solidaridad internacional es la característica esencial que diferencia el patriotismo proletario del de cualquier otra clase". (...) "El patriotismo del proletariado lleva en sí la idea de la solidaridad internacional, de que el bienestar y la cultura de la propia nación florecen sólo si se camina al lado del bienestar y la cultura de las demás naciones".

ROSA LUXEMBURGO (1870-1919), representó en toda la polémica sobre el revisionismo la posición de una crítica radical a Bernstein, tanto a los supuestos teóricos de la revisión del marxismo, como sobre todo a las posiciones de estrategia reformista. En este sentido su obra teórico-práctica se intensifica y se radicaliza en los primeros años del siglo XX.

Su postura de defensa sistemática del legado teórico de Marx es rigurosamente creativa, y en esa dirección se orienta su principal obra teórica "La acumulación del Capital" (1913), elaboración sistemática hecha sobre el material reunido para impartir sus cursos en la escuela de formación del partido. En esta importante y extensa obra desarrolla la idea de que el capitalismo, por esencia expansivo, ha encontrado un nuevo campo de despliegue con las incursiones imperialistas, con el colonialismo, pero que ésto acrecentará las contradicciones de interés entre las burguesías nacionales, y conducirá finalmente a una confrontación bélica, ante todo lo cual el proletariado debe estar preparado y dispuesto para saber consumar su papel en la coyuntura revolucionaria.

Nacida en Zamoe, a la sazón territorio polaco ocupado por el imperio ruso, perteneciente a una familia judía muy occidentalizada, estudió primero en Varsovia. Sus tempranas actividades políticas determinan que haya de emigrar a los dieciocho años a Suiza, donde empezó a conocer a las grandes figuras socialistas del exilio. Luego pasó algunos años en París. Por entonces asistía a las reuniones y congresos de la Internacional como representante de Polonia. Después contrae un matrimonio de conveniencia para adquirir la nacionalidad alemana, con lo que desde 1898 aparece inscrita en la sección berlinesa de la Social-Democracia.

42 I.F.: "...Documentos". Vol III. p. 77.

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Por la fogosidad de su estilo y la radicalidad de su pensamiento, por estar presente en muchos conflictos animando con sus discursos a los trabajadores, fue llamada en la prensa burguesa la "rosa roja" o "rosa la sanguinaria". Sus cartas, los detalles más íntimos que se conocen nos hacen pensar sin embargo que era una mujer muy culta y sensible, su amistad personal con la familia Kautsky, o con Jaurés, con quienes sin embargo mantuvo a veces rudas polémicas, se mantuvieron siempre.

Durante la la Guerra Mundial fue de nuevo encarcelada a consecuencia de sus escritos antibelicistas y antimilitaristas. Al salir de la prisión se adhirió al grupo revolucionario Liga Spartakus, y pocas semanas después fue brutalmente asesinada la noche del 15 de enero de 1919.

Seleccionamos dos temas de su extensa obra que nos parecen suficientemente significativos: "Reforma o revolución", porque en éste no sólo se expresa una idea antitética del reformismo, sino que se critica también el parlamentarismo, hacia el que iba deslizándose prácticamente la Social-Democracia, con lo que nos aparece el aspecto crítico-disidente de la autora con respecto a la posición mayoritaria del partido. En el asunto" Partido-Sindicato", la huelga en masa, está un poco su concepción de la revolución y el papel del partido y del sindicato en ella.

Reproducimos al efecto unos extractos de los capítulos respectivos del libro "Rosa Luxemburgo y la Socialdemocracia Alemana." 43

Reforma o revolución:A la discusión de las teorías puramente económicas de Bernstein, se dedican en "Reforma o

Revolución" los dos primeros capítulos, especialmente el segundo, titulado "Adaptación del capitalismo", donde examina lo referente al crédito, mejoras de los medios de producción, coalición de empresas, etc., es decir, los mecanismos de autocorrección del sistema capitalista, que, según Bernstein, permiten la superación progresiva de sus contradicciones. En el capítulo tercero, titulado "Implantación del socialismo por medio de reformas sociales", empieza a dirigirse al fondo de lo que ahora nos interesa. En efecto, Rosa Luxemburgo niega que se pueda llegar al socialismo por la vía de las reformas: "Empezando por los sindicatos, vemos que su función más importante -y nadie ha demostrado esto mejor que Bernstein en la "Neue Zeit"- consiste en posibilitar a los obreros el medio de hacer respetar en toda su validez la ley capitalista del salario; esto es, en conseguir que la venta de la fuerza de trabajo se cotice al precio mayor que consientan las circunstancias del mercado. El verdadero servicio que los sindicatos hacen al proletariado es permitirles aprovechar todas las posibili-dades que el mercado ofrezca en determinado momento". "Por ello, no les será posible nunca liquidar la ley del salario, pudiendo, en el mejor de los casos, reducir la explotación capitalista a los límites que en un momento dado se consideren "normales"; pero de ninguna manera estarán en condiciones de anular, ni aún gradualmente, la explotación."

Rosa rechaza como una mistificación la invención del "Estado social" como culminación de la evolución perfectiva del Estado liberal. Es erróneo a su juicio, creer que por la presión de los sindicatos, la economía llegue a estar auténticamente bajo un control "social" a través del Estado, ni aún en el mejor momento imaginable del funcionamiento de las instituciones democrático-burguesas, decía Rosa en la obra que comentamos: "Lo que hoy funciona como "control social" -protección al obrero, inspección sobre sociedades anónimas, etc.- no tiene nada que ver con una participación en el derecho de propiedad, con la superpropiedad que él (Bernstein) inventa" Vio claramente que toda política reformista en el fondo sólo aspira, en el mejor de los casos, a mejorar las condiciones del "reparto", pero no hay política reformista que pueda acabar con el asalariado, con el "modo de producir" capitalista.

Rosa Luxemburgo cree descubrir el resorte más hondo del reformismo cuando nos declara sin embages ni veladuras de ninguna especie que la vía reformista no es positivamente una vía hacia el socialismo, sino pura y lisamente anti-marxismo :"... la práctica oportunista (en que desemboca el reformismo) en su esencia y en su fundamentación es incompatible con el sistema marxista"."... el

43 Gómez Llórente. Cuadernos para el diálogo. Madrid, 1975.

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oportunismo es del todo incompatible con el socialismo, por cuanto su tendencia interna se encamina a encauzar el movimiento obrero por caminos burgueses, esto es, a paralizar completamente la lucha proletaria de clases".

Comenta con ironía la aversión del reformismo a la "teoría", la aversión de los reformistas a enfrentarse con el análisis global y sistemático del curso de la historia económica y social, porque desde tal análisis aparece la nihilidad de su conducta con respecto a la emancipación de la clase trabajadora en su conjunto.

Por lo demás, afirma que las recetas reformistas vienen de antiguo y fueron otrora los andadores del movimiento obrero antes de que éste alcanzara plena conciencia de sus posibilidades y de su destino histórico. Así, el basar los deseos de mejora obrera en un abstracto ideal de justicia, el deseo de participar en las decisiones que les afectan en lugar de transformar la estructura capitalista, el entender el conflicto de clases como desigualdades entre pobres y ricos, el intento de injertar el "cooperativismo" en el seno del capitalismo, etc., pasaron ya por la mente de los antiguos premarxistas, suponiendo entonces un cierto avance.

Pero lo que fue ayuda en el momento auroral del movimiento obrero, sería después regresión y confusionismo, una vez visto el verdadero camino de la emancipación.

Ahora bien, tener los ojos puestos en el objetivo revolucionario, planificar la acción en función de esa alternativa, no implica despreciar ni minusvalorar las formas democráticas imperfectas del sistema liberal burgués. Por el contrario, la democracia imperfecta es un paso, y el que haya de ser desbordada para llegar a un régimen de democracia más integral no implica despreocuparse de la preservación y de la utilización de las libertades que reconoce la democracia formal (libertad de expresión, de asociación, de reunión, de circulación, etc.) para capacitarse políticamente. El proletariado necesita de la democracia formal para desarrollarse, más que la burguesía como forma de gobierno. "Si la democracia es, en parte, superflua para la burguesía y, en parte hasta un obstáculo, en cambio, para la clase trabajadora, es necesaria e indispensable. Y lo es, en primer lugar, porque crea formas políticas (autonomía, sufragio, etc.) que pueden servir de comienzos y puntos de apoyo al proletariado en su transformación de la sociedad burguesa. Pero, además, es indispensable, porque sólo en ella, en la lucha por la democracia, en el ejercicio de sus derechos, el proletariado puede llegar al verdadero conocimiento de sus intereses de clase y de sus deberes históricos".

Desde el punto de vista socialista que sostiene Rosa Luxemburgo, el error no está en ir a las elecciones y al Parlamento bajo el régimen capitalista, sino que el error está en esperarlo todo de la negociación o de la legislación, Reforma o revolución. ¿Son realmente dos alternativas? ¿Hay dos caminos hacia el socialismo y es posible "elegir" uno de ellos? No, de ninguna manera. Rosa rechaza ese planteamiento. Reforma y revolución son dos fases del cambio histórico y no se imagina ingenuamente que son prolongación simple la una de la otra, ni mucho menos que la revolución sea la acumulación de una prolongada serie de reformas sucesivas. Reforma y revolución son tesis y antítesis, son contrarios. Pero ambos se necesitan y se complementan. "La reforma legal y la revolución no son, pues, diversos métodos de progreso histórico que podemos elegir a gusto en la despensa de la historia, sino momentos distintos del desenvolvimiento de la sociedad de clases, los cuales mutuamente se condicionan o completan, pero al mismo tiempo se excluyen, como, por ejemplo, el polo Norte y el polo Sur, burguesía y proletariado".

En fin, el Partido y los sindicatos no pueden encaminarse sólo por los actos revolucionarios. Menos aún, deben cifrarlo todo a las reformas. Han de seguir una ruta flexible, que, en el polo opuesto del oportunismo, significa extraer el máximo de posibilidades de todas las circunstancias; "Para la Socialdemocracia, la reforma social y la revolución forman un todo inseparable, por cuanto, según su opinión, el camino ha de ser la lucha por la reforma, y la revolución social, el fin".

Hasta el presente hemos hablado indiscriminadamente de las organizaciones obreras, partidos y sindicatos, como si ambos tuviesen las mismas funciones. No ha sido por casualidad ni por imprecisión, sino porque -ciertamente- en la concepción general socialista de izquierda de Rosa Luxemburgo, esencialmente Partido y sindicato tienen el mismo fin, que no es otro sino la emancipación de la clase trabajadora. Por eso hemos planteado que el proletariado tiene un fin, una misión histórica: el transformar el régimen de producción y de cambio, el liberar al hombre de la explotación por el hombre y de todas las alienaciones que conlleva el sistema basado en la explotación. Y para ese fin uno maneja dos instrumentos organizativos: Partido y sindicatos. El que sean dos medios para un solo fin se debe principalmente a la necesidad de acoplarse a los diversos frentes de lucha reivindicativa que plantea la sociedad burguesa. "En efecto, la división

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entre la lucha política y la lucha económica, y su separación, no es más que un producto artificial, aunque históricamente explicable, del período parlamentario".

Es un enfoque reformista creer que la división organizativa responde a una duplicidad de personalidad en el obrero y que el sindicato le representa como trabajador, mientras que el Partido le representa como ciudadano. No. La interpretación marxista que asume Rosa Luxemburgo explica la personalidad y el destino del obrero sin esas duplicidades artificiosas, de un modo más integral y unitario. El obrero es proletario, vale decir, un explotado por el patrono, y oprimido por un aparato político, que es el Estado burgués. No acepta que el Estado en la sociedad capitalista represente los intereses "nacionales" más allá de la controversia de las clases sociales. Por el contrario, en tanto hay clases sociales, explotadores y explotados, la lucha de clases impide hablar de "interés nacional" como algo unitario. En consecuencia, la misión del proletariado es una, es liberarse del sistema, aunque transitoriamente se organice a través del Partido y del sindicato para estar atento a todos los frentes que le presenta la organización social, a la que debe oponerse e intentar superar. En el fondo, no hay cuestiones "políticas" y cuestiones "económicas", "asuntos del Partido" y "asuntos de sindicatos"; en el fondo, toda cuestión política y económica está profundamente implicadas, y aunque sean los problemas económicos los que determinen los problemas políticos, hay una profunda y constante interacción entre cuestión económica y cuestión política.

Ahora bien, otra cosa es que en el camino de la reforma social, en el camino hacia la revolución, sea preciso adaptarse en lo necesario para conseguir una mayor eficacia, y en este sentido que haya un reparto de papeles que viene impuesto por la legalidad u orden burgués establecido, un reparto, digo, de funciones entre partido y sindicato.

De forma singular se hace patente en los grandes conflictos que movilizan al pueblo, la superficialidad de la división entre las dos organizaciones que vertebran el movimiento obrero. "En una acción revolucionaria en masa, lucha política y lucha económica no hacen más que una, y el límite artificial trazado entre sindicato y Partido Socialista como entre dos formas separadas, completamente distintas del movimiento obrero, queda simplemente borrado".

En cierto modo, lo que dijimos sobre reforma y revolución al exponer las tesis correspondientes de Rosa Luxemburgo, habría que replantearlo aquí con respecto a la acción del Partido y de los sindicatos. No son cosas antagónicas, sino complementarias. "No hay dos luchas diferentes de la clase obrera, una económica y otra política; no hay más que "una sola" lucha de clases, que tiende a la vez a limitar la explotación capitalista en la sociedad burguesa y a suprimir la explotación capitalista con la sociedad burguesa".

Pero ahora se trata de examinar las relaciones Partido-sindicatos en la fase pre-revolucionaria. Veamos: Rosa concibe el Partido como cabeza inspiradora, no dictadora, del movimiento de clase (cosa que se comprende tanto más cuanto que en su tiempo no se había producido la fragmentación política obrera en varios partidos de clase), porque el Partido representa el interés de toda la clase obrera del país en todos sus aspectos y en conexión de efectiva solidaridad con el proletariado mundial a través de los nexos internacionales, en tanto que las agrupaciones gremiales representan intereses sectoriales. Cita en abono de su tesis el Manifiesto, de Marx: "Los comunistas representan, frente a los grupos de intereses diversos (intereses nacionales locales) de los proletarios, los intereses comunes de todo el proletariado y a todos los grados de desarrollo de la lucha de clase, el interés del movimiento en su conjunto, es decir, el objetivo final, la emancipación del proletariado". Y desarrolla el concepto por su cuenta: "Los sindicatos no representan más que los intereses de grupos y un estado del desarrollo del movimiento obrero. El socialismo representa a la clase obrera y a los intereses de su emancipación en su conjunto".

Rosa Luxemburgo acepta, como es obvio, la independencia formal o constitutiva de las organizaciones, Partido y sindicatos, y el inevitable reparto de funciones inmediatas que viene impuesto por la estructura que presenta la democracia burguesa. Pero fustiga con acritud la postura de los jefes sindicales que al resguardo de esa autonomía y de la llamada "igualdad de derechos" entre Partido y sindicato (no primacía de ninguno de ambos sobre el otro) sustraen la fuerza sindical a la formación del espíritu revolucionario y procuran retraer a las masas sindicadas de las acciones precisas para el quebrantamiento del sistema. En suma; repugna a los cuadros sindicales que no creen que sea propio de los sindicatos sino las mejoras inmediatas y los cauces delimitados por la legalidad burguesa constituida; el burocratismo. El peligro de burocratismo, que también existe en el Partido, se agrava en cuanto a las entidades de oficio, donde -por su propia naturaleza y fines específicos- las cuestiones cotidianas suelen ser la reiteración de casos rutinarios y las preocupaciones por las que de modo inmediato se trabajan crean -vistas con superficialidad- una

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psicología próxima a deslizarse del casuismo al simple oportunismo. Resulta preciso trascender continuamente en la interpretación de cada conflicto concreto desde sus causas y características particulares a sus causas genéricas y raíces; seguir el planteamiento hasta los orígenes y en sus implicaciones, porque en ese trascender la inmanencia de cada caso, los afectados viven racionalmente la angustia de la opresión clasista

Recapacita Rosa sobre un análisis histórico de la condición sindical. Recuerda que el apoliticismo de los sindicatos fue una exigencia impuesta por los gobiernos burgueses para tolerar dichas asociaciones obreras, precisamente porque los sectores de la burguesía saben cuan peligrosos son para ésta los sindicatos de vocación y compromiso socialista. Y como de esa coacción en los orígenes ha surgido la desviación de quienes llegan a considerar espontáneamente "propio y natural" de los sindicatos su despolitización, su desideologización, su tecnificación, vaya, su castración de toda conciencia de clase plena y, consecuentemente, comprendida y practicada. Refiriéndose al caso de la Alemania de su época, dice: "La neutralidad de los sindicatos ha sido, por su parte, un producto de la legislación reaccionaria sobre las Asociaciones, del carácter policiaco del Estado pruso-alemán. Con el tiempo, estos elementos han variado de naturaleza. De la condición de neutralidad política, impuesta a los sindicatos, se ha sacado una teoría de su neutralidad voluntaria, pretendida necesidad basada en la naturaleza misma de la lucha sindical. Y la autonomía técnica de los sindicatos, descansando en una división del trabajo practicada en el seno de la unidad de lucha de clase socialista, se ha transformado en separación de los sindicatos, que se mantienen, aparte de la democracia socialista, de sus ideas y de su dirección: en lo que se llama "la igualdad de derechos" con la democracia socialista".

La desvinculación de los sindicatos de las ¡deas socialistas, secuela posible de la "autonomía", les aboca a un oportunismo que está en consonancia con la postura reformista en lo político. De ahí que cuando el Partido adopta una postura reformista, haciendo explícita o tácitamente abjuración del ideal revolucionario, los sindicatos se hagan dóciles instrumentos del sistema, y degeneren en la obra servil de canalizar "ordenadamente" el malestar de los trabajadores.

En la conciencia de las masas, para evitar ese decaimiento, esa desorientación, de sus organizaciones de clase, que repercute con suma gravedad en el debilitamiento del movimiento obrero, ha de estar, como elemento importante e imprescindible de la conciencia de clase, la evidencia de que tanto la acción sindical habitual (reivindicaciones salariales, condiciones de contratación, duración de la jornada, períodos de descanso, formación profesional, etc.) como la acción parlamentaria (perfeccionamiento de la legislación política civil y laboral) son sólo una fase, un estado transitorio, de la lucha total por la emancipación, por la abolición del salariado. Y que esa emancipación no se consuma sin el salto cualitativo, por vía revolucionaria, para desembocar en la democracia socialista.

La huelga en masa como forma de la revolución. El partido y los sindicatos.

Rosa Luxemburgo se ocupa extensamente de este asunto en su trabajo "La huelga en masa, el Partido Socialista y los sindicatos", subtitulado "La Revolución rusa de 1905". Su enfoque del tema es una de sus principales aportaciones al pensamiento socialista. Concebía la huelga general como un instrumento revolucionario, más aún, como el modo de llevar a cabo la revolución en su circunstancia histórica: "El modo de movimiento de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en la revolución".

El folleto de Rosa Luxemburgo "La huelga en masa...,etc"., se abre con estas palabras: "Hasta el presente todos los escritos y declaraciones del socialismo internacional, respecto a la huelga en masa, datan de la época "anterior" a la revolución rusa de 1905, la primera experiencia de este medio de combate que se ha hecho en gran escala. Esto explica que la mayor parte de ellos hayan envejecido. La revolución rusa ha sometido las argumentaciones tradicionales a una revisión fundamental. Por primera vez en la historia de las luchas de clases ha hecho posible unir realización grandiosa de la huelga en masa, de la huelga general, abriendo así una nueva época en la evolución del movimiento obrero".

Las palabras transcritas demuestran cuanto impresionaron a Rosa los sucesos de Rusia de 1905. Por el relato biográfico que hemos hecho, ya conoce el lector que, en cuanto le fue posible, se trasladó a la Polonia rusa, interviniendo muy activamente hasta ser encarcelada, y que en la primavera de 1906 se traslada a Koukkala (Finlandia), donde entra en contacto con varios

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protagonistas de los sucesos, recogiendo abundante información. En el mismo 1906 escribió su folleto, en el que se declara francamente partidaria de la huelga general de combate y en oposición, por tanto, a la mayor parte de los jefes de la Socialdemocracia alemana. Este será uno de los rasgos típicos que perfilan el rostro de su pensamiento revolucionario.

Las primeras páginas del extenso folleto se dedican a inventariar las sucesivas huelgas que agitaron el Imperio de los zares a fines del siglo XIX y, especialmente, en los cinco primeros años del presente siglo. Sobre el repaso de esa amplia experiencia extrae sus conclusiones acerca de la génesis de la huelga general, punto clave de toda reflexión sobre la misma.

En primer lugar, debe tenerse presente que las ideas socialistas circulaban ya por aquellos años al menos entre las minorías más inquietas y activas de los trabajadores rusos en todas las concentraciones industriales y ciudades del Imperio, al modo como ocurría en el resto de Europa, si bien que fuese mucho menor su infiltración en el campesinado. Esto hizo que el malestar reinante se canalizara hacia esa explosión de acción solidaria que es la huelga en masa: "La causa próxima del movimiento fue completamente fortuita y hasta accesoria; su estallido fue espontáneo. Pero en la realización del movimiento se mostraron los frutos de la agitación efectuada durante varios años por la democracia socialista: en el curso de la huelga general, los propagandistas socialistas se pusieron al frente del movimiento, lo dirigieron y lo utilizaron para una viva agitación revolucionaria".

Esto es, sin esa previa siembra del ideal emancipador del socialismo revolucionario, el malestar por sí mismo no hubiera generado la protesta airada, masiva y sostenida. Para que la acción de las masas se dispare y apunte contra la estructura opresora es preciso que exista previamente la concienciación necesaria, y, asimismo, que existan hombres y mujeres tan convencidos, tan decididos, tan conocedores del objetivo que sean capaces de proyectar el impulso de las masas contra las estructuras. El malestar y la opresión es tan antiguo como la existencia de las clases sociales; la estructura de la sociedad por clases comporta la superposición de unas sobre otras, la explotación de la clase obrera por la clase propietaria, pero el mero hecho de este daño no genera el movimiento obrero de emancipación, sino que puede causar sólo chispazos aislados de conflicto. La ideología revolucionaria y la organización de clase vertebran la disconformidad y orientan la violencia latente en sentido adecuado a la verdadera emancipación.

Pero Rosa Luxemburgo resalta una y otra vez en la obra que comentamos el carácter espontáneo que tuvo el desencadenamiento inmediato del movimiento huelguístico. Las huelgas comenzaron por conflictos económicos aislados, parciales, por conflictos sobre condiciones del trabajo, y desembocaron en algo mucho más general. Tomemos algunos ejemplos: "Bakú abre la marcha: varios conflictos parciales por los salarios en diversas fábricas y ramas acaban por reunirse en una huelga general".

"En Elisavetgrad, la huelga empieza el 10 de julio en todas las fábricas con reivindicaciones puramente económicas, que son aceptadas en su mayor parte. La huelga se da por terminada el 14 de julio. Pero dos semanas después estalla nuevamente. Son esta vez los panaderos, seguidos de los obreros de la piedra, los carpinteros y, finalmente, otra vez todos los obreros de fábrica". "En Odesa, el movimiento empieza por un conflicto por el salario, en el cual participa la Asociación obrera "legal", fundada por agentes del Gobierno... El 1 de julio huelga de 2.500 obreros ferroviarios. El 4 de julio decláranse en huelga los obreros del puerto por un aumento de salario de 80 copecs a 2 rublos y reducción de media hora de trabajo. El 6 de julio adhiérese al movimiento la gente del mar. El 13 de julio empieza la huelga del personal de tranvías. Celebrase entonces una reunión de todos los huelguistas, 7 a 8.000 hombres; fórmase una manifestación que va de fábrica en fábrica y que, engrosando progresivamente, como una avalancha, formando una masa de 40 a 50.000 hombres, se dirige al puerto con objeto de paralizar el trabajo. Pronto reina en la ciudad la huelga general. Y lo mismo en Kiev, Batun, Tiflis, San Petersburgo...

Mediante la prolongada serie de casos que el folleto enumera y describe, y de los que hemos tomado algunos, la autora concluye que la huelga en masa se produce espontáneamente, desde abajo, cuando los activistas no hacen apenas sino encabezar los incidentes y dar el pequeño impulso social o las orientaciones del movimiento. Las siguientes líneas resumen perfectamente todo esto: "De mil riachuelos de luchas económicas parciales y de pequeños incidentes "fortuitos" se formó rápidamente un mar embravecido que por algunas semanas trocó todo el sur del Imperio de los zares en una singular república obrera revolucionaria".

Claro es que no siempre existen esas condiciones en una sociedad, pero a veces se producen coyunturas económicas o políticas que agravan, en general, el malestar de la clase trabajadora, y, según Rosa Luxemburgo, esa es la hora de la huelga general. Cuando brota de suyo, las

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organizaciones obreras (partidos, sindicatos) no pueden pretender sujetar los hechos a sus apriorismos y tácticas preconcebidas, sino impulsar el movimiento que viene desde abajo.

La huelga general no puede ser, pues, el resultado de una orden, de un llamamiento dado desde la cúspide de las organizaciones obreras, sino un fenómeno que brota de las condiciones sociales. Esto es un punto capital.

Fijémonos bien, para entender a Rosa Luxemburgo, en que ella consideraba la huelga general como la culminación de una serie de huelgas y conflictos recurrentes y no como un hecho autónomo de por si, no como paro absoluto que puede surgir al toque de silbato de los líderes. En ese plan ella decía que no hay Partido ni formación sindical, por fuerte que sea, que pueda conseguirla. De esa forma puede conseguirse a lo más una manifestación unánime sobre un punto concreto que revista la forma de paro general de breve duración, pero no la huelga en masa de combate a la que ella se refiere.

Parece necesario, llegados a este punto, aclarar bien las distintas clases de huelgas para evitar equívocos. Distingue Rosa Luxemburgo entre huelgas políticas y económicas (según su fin primordial), huelgas en masa y huelgas parciales (según su extensión, ya afecte a algún o algunos oficios, ya a todos los trabajadores: sea en una ciudad, sea en toda una región o país), huelgas de manifestación (en las que sólo se pretende exteriorizar con energía una idea o reivindicación), huelgas pacificas y huelgas de combate (según los recursos que se empleen), etc. Sin embargo, no podemos caer en la ingenuidad de pensar que se pueden hacer definiciones cristalinas, ni trazar líneas divisorias demasiado rígidas entre tales conceptos, pues con facilidad se deviene de una forma a otra de huelga.

La huelga que concibe Rosa como arma decisiva del proletariado es la huelga en masa de combate. Todos los trabajadores suspenden su labor, pero, además, ocupan, físicamente la calle y no cesan en su acometividad hasta conseguir sus objetivos. Es por eso por lo que no podía imaginarse la huelga en masa como fruto de una convocatoria preconcebida para un día y una hora prefijados. "Es absolutamente contrario a los hechos imaginarse la huelga en masa como un acto, como una acción particular. Es, al contrario, el carácter, el resumen de todo un período de lucha de clase que comprende años, acaso decenas de años".

Condición psicológica de importancia decisiva en la huelga, asi en la parcial como en la general, es -según Rosa- la percepción física de la solidaridad, de la potencia de la unidad de los obreros actuando conjunta y simultáneamente. Esto es, verse. Si, el hecho empírico de congregarse, de actuar a una, de votar conjuntamente, de cantar y de gritar en una sola voz hecha de muchas voces, lo que es una sola idea, un interés general. Por eso eluden tanto quienes temen de la fuerza del obrero como clase, el que pueda reunirse siendo dueño de su asamblea. No sólo por el resultado inmediato que pueda derivarse de una congregación en concreto, sino por la impresión de poder y de fuerza que genera en los reunidos el hecho mismo de la formación, del bloque. Salir del taller, del compartimiento estanco, congregarse todos los trabajadores de una factoría, de varias factorías, es de suyo, en este aspecto, un paso adelante en la marcha de la acción obrera.

"Pero para realizar cualquier acción política directa como masa, es preciso que el proletariado empiece por unirse en masa, y para esto es preciso ante todo que salga de las fábricas y de los talleres, de los pozos y de los altos hornos; es preciso que triunfe de la diseminación, de la pulverización por talleres a que le condena el yugo cotidiano del capital. La huelga en masa es así la primera forma natural, impulsiva de toda gran acción revolucionaria del proletariado."

¿Y si se "pierde" la huelga? ¿Y si no es "momento oportuno"? ¿Cuántos seguirán al llamamiento de la huelga? He aquí un repertorio de preguntas que angustian ante el evento de cada posible conflicto. Rosa Luxemburgo da en su folleto ideas que responden a esa problemática.

Para Rosa Luxemburgo una huelga nunca se "pierde". Sólo una concepción absolutamente reformista puede creer que si no se consiguen las ' reivindicaciones concretas objeto de una huelga el esfuerzo realizado ha sido baldío. Por el contrario, ella afirma el valor formativo de la huelga, independientemente de sus conquistas inmediatas, y cuánto más extenso y grave sea el conflicto, con mayor grado incrementa la toma de conciencia y la preparación táctica.

Cuando el objetivo último es netamente revolucionario, como ocurre en Rosa Luxemburgo, ningún aparente fracaso es profundamente considerado dentro del conjunto de la acción, verdadero fracaso.

Por eso escribía así: "Los acontecimientos de Moscú muestran al mismo , tiempo, en imagen reducida, la evolución lógica y el porvenir del movimiento revolucionario en su conjunto, su derivación inevitable en revuelta abierta y general, la cual, a su vez, no puede hacerse, sino

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pasando por la escuela de una serie de revueltas preparatorias parciales, las que, precisamente por la misma razón, conducen, en principio, a "derrotas" parciales aparentes, y, consideradas aisladamente, pueden parecer "prematuras"". "Un año de revolución ha dado al proletariado ruso la "educación" que treinta años de lucha parlamentaria y sindical no pueden dar artificialmente al proletariado de Alemania". "Seis meses de período revolucionario acabarán en esas masas, actualmente desorganizadas, la obra de educación que no han podido realizar diez años de reuniones públicas y de distribución de manifiestos y de hojas" (refiriéndose a las masas campesinas alemanas, donde el Partido y los sindicatos habían penetrado escasamente).

En cuanto al "momento oportuno" y la adhesión de los trabajadores a la huelga general, en realidad se trata de dos aspectos muy vinculados el uno en el otro, pues el momento oportuno seria aquel en que la masa respondiera, y la masa responderá en el momento oportuno. Esto es, en efecto, un círculo vicioso así planteado. Pero es que ese planteamiento de la huelga como resultado de un llamamiento no es el planteamiento de Rosa, como vimos. En efecto, esas incógnitas sobre el momento y sobre la adhesión masiva, son la mirada de esfinge que paralizaban a los sindicalistas burocratizados, ordenancistas, que en el fondo venían de este modo a sentirse más seguros (confundiendo su seguridad con la seguridad de las organizaciones sindicales) con unas masas disciplinadas que sólo se moviesen según las instrucciones recibidas.

Rosa Luxemburgo critica también, en el folleto que venimos glosando, la concepción burocratista de los sindicatos, paralizante y esterilizadora de la potencialidad obrera, hasta cuando se ejercita de buena voluntad y con honradez. Para entender la respuesta de Rosa sobre la "oportunidad" debemos de retrotraernos a la médula de su concepción de la huelga general:

Esta es un movimiento que arranca de la voluntad de las masas. El partido obrero y los sindicatos tienen el papel de ir sembrando esos sentimientos, de ir interpretando las circunstancias, de fijar objetivos y señalar metas intermedias. Luego los hechos harán fructificar en cada caso las ideas sembradas, y los cuadros inmersos en la masa perciben el nivel de decisión latente; los cuadros no dan órdenes, "la revolución no se deja dirigir como por un maestro de escuela" -decía-, sino que han de ser los portavoces en cada momento de la aspiración máxima que la mayoría está dispuesta a ejecutar en cada momento, siempre que se orienten las acciones hacia los fines propuestos. Cuando la iniciativa viene de este modo desde abajo, nunca es "a destiempo".

También nos dice que no se deben medir "a priori" las posibilidades de acción por el número de personas integradas en las organizaciones, sino por lo que hoy llamaríamos la "capacidad de convocatorias" de la organización, lo que depende tanto o más que de su fuerza numérica, de la ubicación de sus militantes, esto es, de que estén distribuidos cubriendo la máxima extensión, para que al mayor número posible llegue la voz orientativa, y al mismo tiempo de su verdadera inmersión o enraizamiento entre la masa, porque es entonces cuando su voz puede responder al paso más largo que la masa puede dar "... no es solamente la organización lo que suministra tropas para el combate; es la lucha la que proporciona, en una medida mucho mayor, los elementos para la organización. Evidentemente, es mucho más cierto todavía de la acción política directa de clases que la lucha parlamentaria"; "... nunca el movimiento de clase del proletariado ha de ser concebido como movimiento de una minoría organizada".

Nada de grupúsculos salvadores. "La obra de la emancipación del proletariado ha de ser obra de los trabajadores mismos". Este pensamiento de que ha de ser la masa la protagonista, de que la organización sólo puede favorecer, concretar las aspiraciones de la masa, etc., pero nunca se debe pretender ir en cada momento más allá de lo que la masa esté dispuesta a ir, fue siempre una de las concepciones más profundas de Rosa Luxemburgo; era, a su modo, la esencia de la democracia, y esto la llevará a interpretar -como luego veremos con más detalle- la "dictadura del proletariado" en este sentido de profunda democracia de clase. Todo este aspecto debe ser resaltado, porque supone el freno, por así decirlo, de la teoría de la huelga que hemos expuesto, que sin ese importantísimo matiz quedaría abierta a la infiltración del voluntarismo visionario e irreflexivo de los iluminados.

Rosa Luxemburgo fustiga a los sindicalistas que conciben la huelga como algo perfectamente controlado por el aparato organizativo, y que vienen a concluir en que no se posee fuerza "todavía" para tamaña empresa como es la huelga general. Criticando, por ejemplo, a los dirigentes de los sindicatos alemanes de la época, les combate cuando dicen: "No tenemos aún fuerza suficiente para arriesgar nuestros actuales efectivos en una empresa tan atrevida como la huelga en masa". Les replica: "Ahora bien, este punto de vista es insostenible. Es, en efecto, un problema insoluble establecer, por medio de un cálculo aritmético, hecho con sangre fría, en qué momento el proletariado "dispondrá" de suficiente fuerza para cualquier lucha. Hace treinta años los sindicatos

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contaban con 30.000 miembros... Hoy los sindicatos entran ya en el segundo millón; pero la opinión de los jefes sigue siendo la misma; evidentemente esto puede durar hasta el infinito".

"La concepción burocrática y mecánica quiere que la lucha sea solamente un producto de la organización a un cierto nivel de su fuerza. La evolución dialéctica hace nacer, al contrario, la organización como un producto de la lucha".

Rosa Luxemburgo tenía una confianza plena en la capacidad de las masas, y otorgaba una importancia de primer orden al impulso procedente del estado de ánimo de las masas. Veía, en suma, la energía generada en el seno de la masa como el auténtico motor del dinamismo social/No son, pues, según Rosa, los resortes de la organización el motor, sino que la organización es sólo el timón que conduce con mano firme el movimiento popular.

La decisión de los socialistas, según Rosa Luxemburgo, tiene importancia capital cuando las circunstancias crean el estado de agitación entre las masas: "En vez de romperse la cabeza estudiando al aspecto técnico, el mecanismo de la huelga en masa, el socialismo está llamado, en el período revolucionario, a tomar la dirección "política" de la misma". "Una táctica consecuente, resuelta, decidida, del socialismo provoca en la masa el sentimiento de seguridad, de confianza, del ardor para el combate; una táctica vacilante, débil, basada en una depreciación del proletariado, ejerce sobre la masa una acción perturbadora".

También puede corresponder a la organización obrera ser el fulminante que desencadena el movimiento, y a sus miembros ser la vanguardia del mismo. Habiendo dicho ya todo lo que hemos relatado sobre la génesis eminentemente popular, desde la base, que ha de tener la huelga general de combate que preconiza Rosa Luxemburgo, se puede entender este otro párrafo en sus justos términos: "EL Partido Socialista es la vanguardia más consciente del proletariado. No puede ni debe esperar, como un fatalista, con los brazos cruzados, la llegada de la situación "revolucionaria", esperar que ese movimiento popular espontáneo caiga del cielo. Al contrario, su deber consiste, como siempre, en "anticiparse" a la evolución de las cosas, en buscar el medio de precipitarla. Es preciso que, con toda claridad, con toda decisión, pueda proporcionar al proletariado, en el período de las luchas futuras, su "táctica" y su "objetivo".

Sus colegas de la socialdemocracia consideraban que el proletariado alemán debería acudir a la huelga general (pasiva) si algún día el poder llegaba a suprimir o suspender los derechos de los trabajadores (Bebel, Kautsky, Legien, etc.). A lo que Rosa replicaba con amarga ironía: ¿Como sabremos que en esa situación adversa el proletariado podrá llevar a cabo la huelga?

Finalmente, por lo que respecta a la huelga general, hay que precisar cómo concibe Rosa la relación partido-sindicato en este momento excepcional.

Como hemos visto, la huelga general de combate es para ella una situación revolucionaria, que puede tener más o menos éxito, que puede ser sólo un paso hacia adelante, o que puede culminar en la dictadura del proletariado, en un salto absolutamente cualitativo. Pues bien, en el proceso revolucionario desencadenado, desaparece la división de fines políticos y económicos, que respectivamente se atribuyen el partido y el sindicato, pues en el envite revolucionario ambas cosas se juegan de consuno. La compenetración, pues, debe ser entonces total, y sólo en tanto subsiste el sistema burgués, el partido será el portavoz de la reivindicación política de la huelga o el sindicato de la económica, pero en la inteligencia profunda de que el socialismo es uno y que la emancipación política y económica totales son inseparables la una de la otra.

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LA IIa INTERNACIONAL

La la Internacional concluyó prácticamente en el Congreso de la Haya (1872), cuando se decide el traslado del Consejo General a Nueva York. Teóricamente sobrevive durante unos pocos años más, pero en realidad se trata ya de otra cosa. Por una parte funciona la minoría anarquista que sigue convocando congresos a los que casi exclusivamente asisten delegados de organizaciones que siguen la línea bakuninista o "antiautoritaria", y que se reclaman legítimos herederos de la la Internacional. Por otro lado, y de forma más lánguida, todavía convoca algunas reuniones el Consejo General, hasta su expresa autodisolución en 1876.

La IIa Internacional se constituye en el Congreso de París de 1889. Por lo tanto, transcurrieron diecisiete años sin que aquellas organizaciones obreras que tenían como punto básico de su pensamiento el internacionalismo, poseyeran un instrumento o tipo de organización en el que se plasmara o adquiriese corpórea realidad el vínculo de la solidaridad obrera internacional.

Ello indica que fue muy difícil superar las causas de la ruptura de 1872, y en cierto modo no se superaron nunca, porque aquella característica que tuvo la la Internacional de agrupar todas las tendencias de clase del movimiento obrero no se volvería a repetir. La IIa Internacional será fundamentalmente una especie de federación de partidos socialistas y socialdemócratas. Cuando se constituya, ya entrado el siglo XX la llamada Internacional sindical, y este tipo de organizaciones consolide autónomamente su propia estructura internacional, ese rasgo aparece con mayor nitidez.

Si la idea matriz de la la Internacional fue precisamente unir a todos los trabajadores del mundo en una sola lucha, ya tenemos una primera diferencia esencial entre la la y IIa, y es el reconocimiento de la imposibilidad de la convivencia orgánica entre las dos ramas que entonces dividen el movimiento obrero. La historia se vuelve a repetir en este punto durante la mayor parte del siglo XX con la escisión entre socialdemocracia y comunismo. Con lo cual la idea del internacionalismo ha sido tocada algo en su esencia, y por supuesto algo mucho en su eficacia, al modo como ocurre en cada país cuando resulta imposible Plasmar la unidad de intereses y la unidad del ideal final, en unidad orgánica.

La idea del socialismo, encarnada en cuerpos diferentes, en partidos y sindicatos diversos, clama naturalmente y por la propia coherencia fundamental de la idea, hacia la unidad, o propende hacia la unidad posible en cada instante. Perdiendo esto de vista difícilmente podríamos pensar en profundidad por qué se reconstruye y se volverá a reconstruir la Internacional.44

Es filosofía básica del socialismo la idea de cooperación, la idea de solidaridad la noción de complementariedad y reprocidad en el esfuerzo, así como en el orden de los sentimientos es socialista lo comunitario, lo compartido, lo que une e iguala Todo esto es antítesis de competitividad, enfrentamiento, división y lucha. Acaso por ello un gran motor de la IIa Internacional fue el pacifismo, con su implicación antibelicista, y que la

44

Tras la ruptura causada por la 1ª Guerra Mundial, costosamente vuelve a reconstruirse la Internacional.

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lucha del socialismo sea la lucha de clases, es decir la lucha que aspira justamente a la paz social estable por la superación de la sociedad clasista.

En las páginas siguientes podremos comprobar que dos temas fueron predominantes en los debates de la IIa Internacional, el tema del imperialismo, y el bloque militarismo-armamentismo-belicismo.

Según los análisis que condensan las oportunas resoluciones, todos esos fenómenos derivan como excrecencias inevitables de una etapa del desarrollo capitalista. Son las últimas consecuencias de los principios económicos de la sociedad burguesa, y consecuencia última de una filosofía individualista que hace culto de la competitividad entre los individuos, entre las empresas, entre las naciones, entre los bloques de naciones. Un "orden" en el que cada cual busca el éxito como triunfo sobre los otros, el éxito del vencedor.

La IIa Internacional no se había dejado ganar por esa forma de pensar propia de la burguesía, concebida por sus ideólogos, asumida como principios de su educación, glorificada de mil maneras encubiertas, e impuesta a la sociedad por medio de un sistema económico, y por ello las resoluciones de la IIa Internacional oponen la alternativa del socialismo,

Si nos esforzamos por buscar el hilo conductor que da coherencia a las resoluciones que vamos a examinar, y las que sólo aludiremos en aras a la brevedad, hallaremos el incansable intento de dar la réplica a la cultura burguesa. El concepto machaconamente reiterado "de clase" suponía una radical afirmación de ser distinto; la convicción de que no habrá liberación o emancipación sin un comienzo de desalienación inmediato; desalienarse de la cultura burguesa es el punto de partida, y por eso la II a Internacional discute el concepto de nación, el concepto de Estado, el significado de la democracia, la posibilidad relativa de la libertad en la sociedad de clases, el alcance y límites del pacifismo burgués, el papel de la mujer trabajadora, el sentido de la educación, el orden internacional... Es decir, no se entrega a la cultura burguesa, no abdica, no acepta que las instituciones sociales, civiles, y políticas, creadas por la burguesía sean la culminación de la historia. Deslinda con seriedad que es ser conservador y que es ser revolucionario, más allá de los métodos que se utilizan para conservar o para revolucionar; y se opone a lo conservador que no es ni puede ser otra cosa que mantener la ideología y las instituciones creadas por la clase propietaria, aquellas que legitiman y que engendran la desigualdad entre los hombres.45

Al reconstruirse la Internacional en 1889, Marx había muerto(1883), y Engels falleció pronto (1895), pero la IIa Internacioncl fue, como la la había sido, una guía de orientación ideológica para el movimiento obrero.

El carácter de los Congresos de la IIa Internacional, pese a que antes afirmáramos que fueron básicamente protagonizados por los partidos de clase, tuvieron el carácter de "Congresos Obreros", o "Congresos Socialistas", lo que en la terminología de la época comprendía a cualesquiera organizaciones obreras, sindicatos, cámaras sindicales, federaciones sindicales, movimientos cooperativos, partidos de clase, ligas, agrupaciones que aceptaban y participaban en la acción política.

Otro rasgo característico de la IIa Internacional fue la dialéctica interna entre el socialismo evolutivo y el socialismo revolucionario. A la dialéctica marxismo-bakuninismo, típica de la la Internacional, sucede en la segunda la confrontación entre dos vías hacia el socialismo; ambas cuentan con la acción política, pero tribuyen un

45 Si perdemos estos criterios de vista, ¿Cómo entender la fuerza del debate sobre el revisionismo, o sobre el "affaire' Millerand y la participación ministerial?.

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valor bien distinto a la actividad parlamentaria.El escenario político y social de Europa también cambia en algunos aspectos. en el

plano económico va adquiriendo madurez el capitalismo industrial, y la expansión de la industria incrementa el peso numérico de la masa proletaria alterando el equilibrio sociedad rural-sociedad urbana, dando un definitivo redominio a la ciudad, y más en particular a las grandes ciudades que concentran la industria, a las cuencas mineras, centros portuarios, etc... Los hechos sociales pasan a ser fenómenos de masas. Aquel desarrollo del capitalismo industrial lleva al auge del capitalismo financiero, y la superproducción de mercancías, así como la acumulación de capitales engendran una competición descarnada, sumamente agresiva, por el mercado mundial.

La evolución política es ambigua: Mientras que las potencias occidentales europeas establecen el sufragio universal masculino en la metrópoli, se consolida un régimen despótico para las colonias. Mientras se proclama un exaltado nacionalismo patrio, y se hace mito de la soberanía y de la independencia nacional, se niega cínicamente el derecho de autodeterminación a las colonias.

En el seno de la clase obrera algo cambia igualmente. La II a Internacional es inseparable de dos hechos que la hacen posible: La vertebración de los partidos políticos de clase, y el crecimiento masivo de los sindicatos. El problema de sí tos trabajadores deben utilizar, o no, la "lucha política" junto con la "lucha económica", ha dejado de ser un asunto especulativo. Se seguirá discutiendo, pero ya están en el parlamento de algunos países los representantes obreros, y en los de casi todos tienen presencia obrera en las instituciones locales. En los Congresos obreros abundan diputados y cargos públicos. La extensión del movimiento sindical contribuye al diálogo de los sindicatos con las instituciones. El anarquismo clásico de la la Internacional decae. Otra generación igualmente desconfiada de la vía política se encauza primero por el anarco-sindicalismo, y luego por el sindicalismo puro o sindicalismo revolucionario.

En el lado del socialismo marxista las formaciones políticas que plantean batalla parlamentaria, lucha ideológica, alternativa cultural, atraen para sus filas fragmentos numéricamente escasos, pero de influencia notoria entre las capas inferiores de la burguesía, entre los profesionales y los intelectuales.

En suma, el movimiento obrero ha superado la etapa de mera implantación en la sociedad y pasa a ser un protagonista habitual de la vida pública. El antagonismo estructural de clases deviene en un antagonismo explícito, con su expresión económica o sindical, política y cultural.

En España todo esto acontece con algunos lustros de retraso, pero de igual forma. Por ejemplo, la crisis de 1917 (huelga general) sitúa ya en primer plano del escenario nacional a las fuerzas obreras, y desde ese momento constituyen un polo referencia! inevitable del acontecer político.

Con la IIa Internacional el socialismo recupera la perspectiva revolucionaria como proyecto político. La hecatombe de la Comuna, que en cierto modo acarrea junto al hecho mismo de la guerra franco-prusiana, la ruina de la la Internacional impuso un compás de espera al proyecto de edificar una sociedad nueva. Sólo algunos anarquistas siguieron concibiendo entonces la revolución como un proyecto próximo. Los socialistas marxistas se aprestaron a organizar mental y orgánicamente al proletariado. Pues bien, en la IIa Internacional se llega a un momento de madurez en esa labor que permite ya discutir el cuanto y el cómo, y eso es el debate reforma-revolución, y las distintas concepciones de la revolución. De hecho, esta etapa de la II a Internacional culmina con la Revolución Soviética, y con situaciones de inminencia revolucionaria en

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Alemania y Francia al acabar la la Guerra Mundial. Esta perspectiva que devuelve al movimiento obrero la idea de un posible cambio histórico como algo perceptible en el horizonte de la propia existencia personal, presta una vibración singular a la época. Miraban sus banderas rojas pensando que la insignia del proletariado sería pronto la enseña de la sociedad. Que ellos lo iban a conocer y que ellos lo habían de hacer.

Por otra parte, era conciencia general que el paso al socialismo si no habría de suceder simultáneamente en varios países, por lo menos ocurriría en los más avanzados dentro de un corto lapso de tiempo, y que en todo caso la implantación del socialismo donde quiera que fuese produciría repercusiones internacionales en las que sena decisiva la intervención de los trabajadores de los demás países. Estaban en la memoria la Santa Alianza, El Congreso de Viena, aquellas formas de concierto entre los poderes reaccionarios para ahogar la revolución. (Recordemos también que tras el triunfo de los soviets se discutirá la viabilidad de la revolución en un sólo país). Todo ello también invitaba a rearticular la Internacional.

Todos querían reconstruir la Internacional, y sin embargo el proceso de convocatoria que lo haría posible se hizo difícil y problemático. La Internacional, aparte de una organización, había sido un ideal y casi un mito. Ya dijimos en otro lugar que la misma propaganda reaccionaria antiinternacionalista, al achacar a la Internacional toda subversión del orden burgués había contribuido a magnificar la idea y a hacerla más estimada por el proletariado. Mas todo esto trae consigo que todos quieran también ser los padres del invento, y controlarlo a ser posible para imponer cada cual su peculiar visión del curso que habría de tomar el movimiento obrero.

Los anarquistas, federales o antiautoritarios, tras el Congreso de la Haya (1872), cuyas resoluciones no acataron, se reunieron de inmediato en Saint Imier, (Suiza), y eligieron una nueva directiva, reafirmando aquellos principios que habían resultado minoritarios en la Haya. Desde entonces fueron considerados escisionistas por los que siguiendo el consejo de Marx y Engels seguían fieles al Consejo General designado en la Haya.

Los "antiautoritarios", o escisionistas, según criterios, celebraron algunos congresos internacionales, a los que por supuesto no concurrían las organizaciones fieles al Consejo General que se había trasladado a Nueva York. Así celebraron congresos en 1873, Ginebra, 1874, Bruselas; en 1876, Berna y en 1877, Verviers. Gran parte de estos congresos se agotaba en el debate de cuestiones organizativas. Así en el de Ginebra, de 1873, modificaron los Estatutos de la Internacional, en la dirección "antiautoritaria" de su preferencia, para concluir siempre en reafirmar la radical autonomía de cada una de las federaciones regionales y entidades federadas, cual era propio de su concepción federalista de la sociedad y de la organización. Por otra parte, en todos y cada uno de sus congresos se venía en ratificar las tesis del apoliticismo que demarcaba el enfrentamiento y la diferencia con respecto a la otra parte de la Internacional.

Se plantearon también asuntos de gran trascendencia para el movimiento obrero, como la huelga general, privilegiado instrumento de lucha proletaria, pero la propia índole que los confederales querían dar a sus congresos, puramente orientativa, nada limitatoria de las soberanas decisiones de las entidades federadas, impedía el avance hacia niveles de concreción significativos.

La otra parte del resto superviviente de la la Internacional, el Consejo General trasladado a Nueva York, tuvo una actividad menor. Convocó un Congreso en 1873, en Ginebra, que se celebra pocos días después del llevado a cabo por los anarquistas escisionistas (?) en la misma ciudad, sin que el Congreso convocado por el Consejo

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General tuviera apenas éxito, ni de convocatoria, por el número y significación de sus asistentes, ni por las resoluciones adoptadas. Es claro que los intemacionalistas de este lado estaban firmemente dedicados en estos años a construir los partidos y sindicatos de clase conforme a las líneas trazadas en los congresos de la época clásica de la l a

Internacional, esto es, a poner en práctica aquello en lo que eran más incompatibles con los anarquistas.

El Consejo general, convencido de su inoperatividad, celebra un último Congreso en Filadelfia (1876), de autodisolución. "Dado que la situación política en Europa es un obstáculo para la reconstitución de las relaciones exteriores de la Asociación Internacional de Trabajadores, declaramos que el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores está disuelto."

Una carta de Engels a Sorge, de septiembre de 1874, muestra ya claramente que en aquellos momentos consideraban más oportuno congelar la idea hasta crear las condiciones de hecho, (desarrollo de las fuerzas organizativas en los respectivos países) que la hicieran de nuevo viable. Dice Engels: "La Internacional dirigió diez años de historia europea hacia un lado, el lado donde reside el porvenir, puede con orgullo mirar el trabajo realizado..." "Yo creo que la próxima Internacional, cuando los escritos de Marx durante algunos años hayan producido su efecto, será netamente comunista y enarbolará absolutamente nuestros principios..." 46

En efecto, esta pausa autoimpuesta por el sector marxista fue dando sus frutos, y al reconstruirse la Internacional en 1889, el panorama ha cambiado. La organización de los trabajadores en partidos de clase y sindicatos obreros que nacen un planteamiento integrado de la lucha política y la lucha económica, se ha transformado en el planteamiento dominante. El anarquismo ya sólo sigue siendo hegemónico en Italia y en España, donde sin embargo también se han puesto en marcha partidos y sindicatos de clase que siguen la orientación centroeuropea.

Por otro lado, Bakunin muere en Julio de 1876, y las nuevas promociones se orientan hacia el sindicalismo revolucionario.

Entre 1876, autoliquidación del Consejo Federal, y 1889, reconstrucción de la Internacional, median diversas tentativas que podemos resumir muy abreviadamente.

En el Congreso celebrado por la rama anarquista de la Internacional en Berna (1876), el importante líder belga Cesar DE PAEPE, que luego jugará un papel destacado en la IIa Internacional, plantea la necesidad de ir hacia la convocatoria de un Congreso Socialista Universal, esto es, de reencuentro con las otras organizaciones obreras. De momento queda dificultada la idea por quienes mantienen con mayor intransigencia la línea "antiautoritaria". Pero la iniciativa sigue, y se consolida en el Congreso de Verviers (Bélgica 1877), que precede en sólo unas fechas a ese Congreso de reencuentro que se celebra en Gante.

El Congreso Universal socialista de Gante (Bélgica) fue convocado por el Partido Socialista Belga, la Unión Obrera Belga, La Cámara del Trabajo de Bruselas, y la Federación Belga de la Asociación Internacional de Trabajadores.

Se celebra del nueve al quince de septiembre de 1877. Aliancistas o bakuninistas y marxistas se reencontraban, y volvían a reproducirse las colisiones de la la Internacional. La cuestión del apoliticismo/politicismo seguirá siendo insalvable. Frente a la propuesta de resolución que contenía la frase: "Creemos que es nuestro deber combatir a todos los partidos, se llamen socialistas o no...", se aprobó la que decía: "Considerando que la

46 Cita que reproduce Amaro del Rosal. Ob. Cit. Vol I, p. 315.

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emancipación social es inseparable de la emancipación política..."Sin embargo el Congreso de Gante aprobaba por unanimidad un texto de gran interés

sindical, y ha de registrarse entre los precursores del internacionalismo sindical:"El Congreso declara que en la lucha económica contra las clases poseedoras es

necesario que se federen internacionalmente los gremios de oficio, invitando a todos sus miembros a realizar todos los esfuerzos tendentes a este propósito."

"El Congreso expresa el deseo de que las asociaciones [de "resistencia" o sindicales] se reúnan lo más pronto posible en un Congreso internacional e inviten a sus miembros que son delegados por grupos de oficios a ponerse de acuerdo para la convocatoria de este Congreso."

Pero de Gante, como organización permanente de carácter internacional, sólo quedó el acuerdo de mantener una "oficina de correspondencia y estadística" con sede en la organización socialista de Verviers (Bélgica).

Con ocasión de la Exposición Universal de París, de 1878, el Congreso Nacional Obrero Francés pretendió convocar un nuevo Congreso Universal Obrero, pero el Gobierno francés con su prohibición frustró la iniciativa.

En 1881 se celebra en Coire (Suiza) un Congreso Socialista Internacional, con asistencia de franceses, alemanes y suizos, en el que se constata la conveniencia de proseguir la tarea de organización política y sindical en los respectivos países antes de proceder a una efectiva reconstrucción de la Internacional.

En 1883 y 1886, las organizaciones sindicales francesas promovieron sendas reuniones corporativas de carácter internacional en línea con lo resuelto por el Congreso de Gante. La de 1883 tuvo lugar en la Bolsa de Trabajo de París asistiendo además de la representación francesa, delegados de las Trade Unions, algunos delegados belgas, austríacos y alemanes. En ella se votó la iniciativa de convocar un Congreso Internacional Obrero para el año 1889, en parís, que coincidiría con la celebración de una nueva Exposición Universal.

Mayor entidad tuvo la reunión de 1886, igualmente convocada por los sindicatos franceses y también celebrada en la Bolsa de Trabajadores de París. Se iba ampliando la representación internacional. Se trató sobre legislación internacional del trabajo, sobre formación integral y profesional de los trabajadores, sobre los sindicatos o coaliciones obreras, así como sobre las cooperativas; sus experiencias y convenientes conexiones internacionales; sobre la situación política de los trabajadores en los distintos países y sobre la convocatoria de un Congreso Obrero Internacional para 1889. Dicen rotundamente las resoluciones aprobadas: "Ha llegado el momento de reconstruir la Asociación Internacional entre los trabajadores de todos los países".

"Ha llegado el momento de crear Grupos Cooperativos nacionales e internacionales."La ejecución de éstas medidas se reserva al próximo Congreso Internacional".El Congreso encargaba al Partido Obrero Socialista Francés organizar el Congreso

Obrero Internacional. Esto no fue muy del agrado de algunos sindicalistas, lo que dará lugar a actuaciones que intenten maniobrar hacia otra orientación de la convocatoria.

Tal cosa se pone de manifiesto en el Congreso Corporativo Internacional (First International Trade-Unions Congress) convocado por el Comité Parlamentario de las Trade Unions, y celebrado en Londres en noviembre de 1888. Los ingleses se abstuvieron de invitar a las organizaciones alemanas, que por su orientación, y el peso de su número y potencialidad organizativa hubieran dificultado sus propósitos.

Este Congreso Corporativo de Londres vuelve sobre los asuntos del Congreso Obrero celebrado en París dos años antes, y agrega en sus resoluciones un punto nuevo que

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señala lo que va a ser preocupación creciente en un próximo futuro, te política armamentística de las potencias europeas, que se valora como ¡amenaza a la paz mundial, y como una carga para los pueblos que lesiona especialmente a las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

Pero al hilo que vamos siguiendo de la convocatoria del Congreso Internacional Obrero, ignorando lo acordado en París, se encarga la organización de la convocatoria para 1889 al grupo "posibilista" de Pablo Brousse47, que a diferencia del Partido Socialista Obrero Francés, encabezado por Guesde, era mas favorable a la línea de las Trade-Unions y al sindicalismo. Con lo cual tenemos dos núcleos organizando el Congreso Internacional Obrero de 1889.

Guesde no había conseguido unificar el socialismo francés, como desde el Congreso de Gotha habían conseguido sus correligionarios alemanes, y esa división del campo socialista francés es lo que utilizaron los ingleses, que como sabemos (Trade Unions, Comité Parlamentario, Partido Laborista Independiente, etc) mantenían toda suerte de recelo a los planteamientos marxistas de la la Internacional, sin perjuicio de que dirigentes Tradeunionistas ingleses hubieran formado parte del Consejo General, aunque sin mucho entusiasmo, y con menos entusiasmo desde que el Consejo General defendió a La Comuna.

Por fin, pese a tantas dificultades, en 1889 se reconstruye la Internacional; comienza la IIa Internacional.

En realidad; se celebraron dos congresos, prácticamente simultáneos (Julio de 1889) pero claramente desiguales, el celebrado en la rué Lancry, al que asisten fundamentalmente sindicalistas franceses e ingleses, promovido formalmente por los brousistas o posibilistas, y el que se celebra en la rué Petrelle, al que asisten prácticamente todos los partidos socialistas europeos y gran número de sindicatos de clase. La IIa Internacional arranca inequívocamente de las sesiones celebradas en la Sala Petrelle.

Dolléans, escritor de clara inspiración sindicalista, lo describe así: "dos congresos reunidos paralelamente revelan las divergencias que existen entre los socialistas y los sindicalistas. Uno se reúne en la rué Petrelle y el otro en la rué Lancry; el primero es más bien político, el segundo más bien corporativo; pero, en realidad, en el uno y en el otro se mezclan los dos elementos, socialistas y corporativos. Y en efecto, el Congreso de la rué Lancry había sido convocado por la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia, entonces bajo la influencia de Brousse y de los posibilistas: los anarquistas estaban "imparcialmente" representados en uno y otro congreso.

"Se considera el Congreso de la rué Petrelle como el Congreso constitutivo de la IIa

Internacional. Es ante todo político; pero sus organizadores no quieren darle, al principio, un color político tan preciso: esperan poder reunir en la Segunda Internacional a los partidos políticos y a las organizaciones corporativas. El Congreso de la rué Petrelle es dominado por la importante delegación socialdemócrata alemana que asiste a él."48

Amaro del Rosal, escritor marxista, lo describe así: "en la Sala Lancry maniobraba la división; en la Sala Petrelle estaba presente la unidad (...) el de la Sala Lancry clausuróse sin llegar a ningún acuerdo".

"El Congreso [de la Sala Lancry] se debatía entre la unidad y la división, sin llegar a

47 "Federación de Trabajadores socialistas de Francia".

48 Dolléans. Ob. Cit. Vol II. p 92

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ninguna resolución práctica y positiva. La clase obrera no estaba en la Sala Lancry, sino en la Petrelle, donde se celebraba el verdadero Congreso internacional de los trabajadores que echaba los fundamentos de la nueva Internacional y a la que el proletariado español, con la presencia de José Mesa, Pablo Iglesias, aportaba su contribución" 49

CONGRESO DE PARÍS (1889)

Primer congreso de la IIa Internacional.Se celebra en la Sala Petrelle del 14 al 21 de julio, en el primer centenario, por tanto

de la Revolución Francesa.Asistieron a este Congreso las cabezas más notables del socialismo en aquella época,

como los alemanes Bebel, Liebknecht, Clara Zetkin, y Bernstein, los belgas De Paepe y Vandervelde, el austriaco Víctor Adier, los rusos Plejanov y Axeirod, los ingleses William Morris y John Burns, los franceses Guesde, Lafargue, Vaillant, Longuet, los españoles José Mesa y Pablo Iglesias. Entre los delegados al Congreso figuraba Leonor Marx, hija de Carlos Marx.

Asisten delegaciones de dieciséis países, siendo parlamentarios en sus respectivas naciones varios de los más significativos intervinientes.

Como primera muestra de la orientación ideológica de la IIa Internacional reproducimos la principal resolución teórica del Congreso, no tanto por las novedades, sino por comprobar la continuidad de fondo en este aspecto respecto 1ª:50

Después de afirmar que la emancipación del trabajo y la Humanidad no puede salir más que de la acción internacional del proletariado organizado en partido de clase, apoderándose del poder político por la expropiación de la clase capitalista y la apropiación social de los medios de producción:

Considerando:Que la producción capitalista, en su rápido desenvolvimiento, invade incesantemente todos los

países;Que este progreso de la producción capitalista implica la explotación creciente de la clase

obrera por la burguesía;Que esta explotación, cada día más intensa, tiene por consecuencia la opresión política de la

clase obrera, su servidumbre económica y su degeneración física y moral;Que, como consecuencia, los trabajadores de todos los países tienen el deber de luchar por

todos los medios a su alcance contra una organización social que les aplasta y al mismo tiempo, que amenaza el libre desenvolvimiento de la Humanidad.

Que de otra parte se trata ante todo de oponerse a la acción destructora del presente orden económico;

Decide:

(Sigue a continuación una serie de reivindicaciones similares a las que en los programas de cada país suponían el repertorio de mejoras reivindicativas como exigencias inmediatas. Luego concluye así:)

49 Amaro del Rosal Ob. Cit. Vol I. p. 370.

50 Los textos de las resoluciones de los Congresos de la IIa Internacional que se citan literalmente reproducen la transcripción hecha por Amaro del Rosal en "Los Congresos Obreros Internacionales en el S. XIX" y "Los Congresos Obreros Internacionales en el s. XX" (Ed. Grijalbo. México D.F. 1958 y 1963)

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El Congreso declara que todas estas medidas de higiene social deben ser objeto de leyes y de tratados internacionales, invitando a los trabajadores de todos los países a imponerlos a sus gobiernos. La aplicación de estas leyes y tratados, obtenidos de la manera que se juzgue más eficaz, deberá ser vigilada por los trabajadores.

De otra parte, el Congreso declara que es un deber para los obreros admitir a las obreras en sus filas en igualdad de condiciones, haciendo prevalecer el principio "a trabajo igual, salario igual" para todos los obreros de ambos sexos y sin distinción de nacionalidad.

Por todo lo anterior, lo mismo que por la emancipación completa del proletariado, el Congreso considera como esencial la organización de los trabajadores en todos los terrenos y, en consecuencia, reclama la libertad absoluta de asociación y de coalición.

Nótese en el penúltimo párrafo de la resolución como empiezan a aparecer en los textos de la Internacional mensajes explícitos concernientes específicamente a la promoción e igualdad de la mujer, con el especial matiz de dirigirse a la mujer trabajadora y su condición laboral.

La primera reivindicación del listado que hemos eludido era la jornada de ocho horas, sobre la que recaerá todo el énfasis posible, y que sería motivo inmediato para acordar la celebración de una manifestación internacional el 1 de MAYO.

"Será organizada una gran manifestación a fecha fija en todos los países y en todas las villas a la vez, el mismo día convenido, de manera que los trabajadores emplacen a los poderes públicos ante la obligación de reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo, y de aplicar las demás resoluciones del Congreso Internacional de París. Visto que una parecida manifestación ha sido ya decidida para el 1 de Mayo de 1890 por la Federación Americana del trabajo en su Congreso de 1888 celebrado en St.Louis, esta fecha se adoptará para la manifestación internacional."

Por otra parte, el Congreso, que deseaba dará la nueva Internacional un tono más resolutivo que la I, acordaba que todos los organismos representados en el Congreso y que tuvieran representantes en los parlamentos o en los municipios, se comprometían a tomar iniciativas legislativas y a realizar acciones tendentes a la ejecución de los acuerdos, con lo que la Internacional pasaba a coordinar no sólo el pensamiento sino también la acción de élites y de masas en las entidades adheridas.

Ya en este Congreso inaugural de la IIa Internacional se planteó el tema del militarismo y de la guerra, que es analizado como consecuencia inevitable del orden capitalista, plaga que no será erradicada definitivamente mientras subsistan las contradicciones de intereses entre los estados que se derivan de la competición económica. Yendo a la raíz, critica la resolución correspondiente la existencia de ejércitos permanentes, en los que ven la expresión de la monarquía autoritaria, de la oligarquía económica, y la opresión social. Al mismo tiempo ponen de relieve las consecuencias económicas del armamentismo, afirmando que lesiona más a quienes menos tienen por el desvío de recursos que supone el armamentismo dificultando más todavía la implantación de mejoras sociales. "... que los ejércitos permanentes por las cargas incesantemente acrecentadas de la deuda de guerra, por los impuestos siempre agravados que ella motiva, eran una causa de ruina y miseria..., que la paz era una condición indispensable a toda emancipación obrera."

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CONGRESO DE BRUSELAS (1891)

Segundo Congreso de la IIa Internacional.Tuvo lugar en la Casa del Pueblo de Bruselas, del dieciséis al veintitrés de agosto de

1891. Representando al PSOE y a la UGT asistió Pablo Iglesias.En este Congreso todavía se produjeron algunos incidentes con delegados

anarquistas belgas y españoles, pero estos incidentes resultaban ya marginales al rumbo inequívocamente socialista que había adoptado la Internacional. Incluso concurrían a este Congreso integrándose en su trabajo organizaciones que en 1889 habían concurrido a la Sala Lancry.

En el Orden del Día figuraban como puntos 5 y 6 asuntos que hubieran tocado el núcleo de la problemática interna de los socialistas, como "Del uso del parlamentarismo y del sufragio universal", así como "De la alianza con los partidos burgueses", pero justamente por no considerarse suficientemente maduros como para poder adoptar resoluciones sobre ellos de suficiente consenso, quedaron aplazados para otra ocasión. Serían puntos de ardiente debate dentro de las más importantes organizaciones de la Internacional.

En materia sindical se siguieron dando pasos significativos en orden a la creación de un organismo internacional de tipo sindical permanente, y así mismo se reclama la abrogación de las leyes que en los distintos países limitaban el ejercicio del derecho de coalición o asociación sindical. Se toman medidas organizativas en los mecanismos de contacto internacional para favorecer la solidaridad y la información recíproca de las organizaciones sindicales.

Este Congreso se ocupa de la "cuestión judía". Fueron precisamente los delegados judíos quienes presentan la oportuna resolución. En una época de exaltación nacionalista, y como alternativa a las muchas persecuciones sufridas, se planteaba a extramuros de Internacional un hipotético "nacionalismo judío', y en el movimiento obrero, la tendencia a la configuración de algún organismo judío. La resolución al respecto parece importante y muy clara de criterio, orientada por dos polos: No a la discriminación ni persecución racial o étnica; no al particularismo; ni antisemitismo, ni "filosemitismo"; simplemente, igualdad e internacionalismo:

"Los partidos socialistas y obreros de todos los países siempre afirmaron que no podía haber para ellos antagonismo o combates de raza o nacionalidades, sino sólo la lucha de clase de los proletarios de todas las razas contra tos capitalistas de todas las razas. Condena las escisiones antisemitas y filosemíticas como una de las maniobras por las cuales la clase capitalista y los gobernantes intentan hacer desviar el movimiento socialista y dividir a los trabajadores".

Rosa Luxemburgo, una de las figuras más señeras del movimiento obrero, de origen judío, a quien se planteó como problema la cuestión que debiera adoptarse sobre la llamada cuestión judía, siguió en sus escritos y en su conducta la línea marcada en esta resolución.

La citada Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin plantearon la cuestión de la mujer nuevamente, y el Congreso aprobó sobre el asunto el siguiente texto:

El congreso invita a los partidos socialistas obreros de todos los países a afirmar enérgicamente en sus programas la igualdad completa de ambos sexos, y a demandar en primer lugar la abrogación de todas las leyes que sitúen a la mujer al margen del derecho común y público..."

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En el Congreso de Bruselas empezó a tratarse más profundamente el problema de la guerra y del imperialismo. Fueron ponentes Vaillant y Liebknecht. En su ponencia establecen una relación causal entre desarrollo capitalista y guerra latente; amenaza de guerra y militarismo, por lo que vinculan a la paz duradera con el socialismo.

Pero lo nuevo es comenzar a plantearse la necesidad de una estrategia positiva de lucha por la paz, o de "guerra a la guerra", reivindicando la movilización obrera y popular contra la guerra:

"Teniendo coraje, energía, perseverancia, la guerra no estallará. Los gobiernos declaran la guerra; los pueblos tienen el derecho y hasta el deber de responder con la revolución... Hace falta decir francamente que se debe preferir la guerra civil entre el proletariado y la burguesía a la guerra entre las naciones... La decisión de la guerra no puede estar en manos de los gobernantes, sino en las de los pueblos, que ellos no quieren la guerra..."[Liebknecht ]

A este Congreso, por último, presentó Pablo Iglesias un informe escrito sobre la organización socialista en España, donde informa de los pasos que se van dando en el doble frente de la "lucha política" y "lucha económica". Así, un párrafo del informe referente a los sindicatos dice: "Tenemos una Unión General de Trabajadores donde son admitidos todas las federaciones o sociedades de resistencia. Existen cuatro federaciones de oficio: obreros de la industria lanera, cerrajeros, toneleros y tipógrafos, esta última forma está llamada en breve plazo a agrupar a la mayoría de las sociedades de resistencia".

CONGRESO DE ZURICH (1893)

Tercer Congreso de la IIa InternacionalSe celebró en la ciudad suiza de Zurich, del seis al trece de septiembre de 1893. Por

las organizaciones socialistas españolas asiste Pablo Iglesias.Para evitar definitivamente nuevos incidentes con los anarquistas, en una

Conferencia preparatoria se acuerda un reglamento y unas normas de admisión de delegados, a reserva de su ratificación por el Congreso mismo. Entre las condiciones figura esta:

"Serán admitidos en el Congreso todos los sindicatos profesionales obreros, así como aquellos partidos y asociaciones socialistas que reconozcan la necesidad de la organización obrera y de la acción política."

Reunido ya el Congreso, este aprueba para mayor clarificación, frente a los que en lugar de "apolíticos" se escudaban en declararse "antiparlamentarios", el siguiente texto;

"Por acción política se entiende que las organizaciones de trabajadores buscan, en lo posible, emplear o conquistar los derechos políticos y el mecanismo de la legislación para asegurar así el triunfo de los intereses del proletariado y la conquista del poder político."

Este Congreso siguió insistiendo en la jornada de ocho horas, en los nuevos medios de acción que se propondrían al efecto; en el carácter de lucha reivindicativa del 1 de Mayo, y de su dimensión internacionalista. Así mismo adopta nuevas resoluciones sobre los temas de la mujer, y sobre el tema de la guerra.

Pero sólo vamos a fijarnos en aquella importantísima cuestión que quedó aplazada en

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el Congreso anterior, esto es, la cuestión de estrategia concerniente al alcance que debiera dar el movimiento obrero a la acción política institucional. Una cosa era excluir al apoliticismo, y otra usar de las instituciones de la democracia burguesa al modo convencional de los partidos burgueses.

La oportuna resolución está llena de matices, algunos de los cuales nos permitimos resaltar por nuestra cuenta, al objetó de no deslizar la atención por parecerse formalmente mucho a aquellas resoluciones de otros congresos encaminados simplemente a afirmar frente al "apoliticismo" la necesidad de las dos vías para la organización y la acción.

"1. es necesario que los obreros de todos los países se organicen internacionalmente en asociaciones sindicales y otras para luchar contra sus explotadores.

"2. La acción política es necesaria tanto desde el punto de vista de la agitación y de la afirmación integrales de los principios como desde el punto de vista de la realización de reformas de interés inmediato. "El Congreso recomienda, por consiguiente, a los obreros de todos los países que conquisten sus derechos políticos y que se sirvan de ellos en los organismos legislativos y administrativos [municipios] para realizar las reivindicaciones del proletariado y que se apoderen de los poderes públicos que hoy no son más que instrumentos de denominación capitalista para transformarlos en medios para la emancipación_del proletariado.

"3. La forma de la lucha económica y la política debe ser determinada según las circunstancias, por las diversas nacionalidades. Pero, en todos los casos, es preciso colocar en un primer plano el propósito revolucionario del movimiento socialista, que persigue la transformación integral de la sociedad actual desde el punto de vista económico, moral y político.

"En ningún caso la acción política puede servir para compromisos o alianzas que afecten a los principios y a la independencia de los partidos socialistas."

Habiendo examinado el capítulo anterior podemos ahorrar aquí comentarios.Parece claro que recoge como en apretadísima síntesis las tesis de Kautsky frente a

Bemstein, y que en tan pocos y breves párrafos se condensa lo que era esencialmente la estrategia seguida por la Socialdemocracia alemana. Ese mismo planteamiento fue seguido por Iglesias.

En este Congreso de Zurich habló por última vez a un Congreso internacional Federico Engels, a quien con venerable respeto se encomendó la intervención de clausura. Engels falleció dos años después, el 5 de agosto de 1895.

CONGRESO DE LONDRES (1896)

IV Congreso de la IIa InternacionalTuvo lugar entre los días veintisiete de julio y once de agosto. Las sesiones de los

Congresos se alargaban, el número de delegados crecía, cerca de ochocientos en este caso, tantos que no pudo celebrarse de forma conmemorativa en la sala de Saint Martins, donde Carlos Marx leyó en 1864 la famosa alocución inaugural de la la

Internacional. La Internacional era ya para estas alturas de siglo una organización de masas que se extendía por Europa y empezaba a estar presente en América.

Este crecimiento inducía a los anarquistas todavía a pretender influir en la Internacional, o hacer de ella un foco de agitación de sus ideas, y se reprodujeron algunos incidentes al respecto, sin dar lugar siquiera a surgir debate importante, sino a meras disputas organizativas.

La delegación española también fue más amplia, se presentaba desplegada en dos.

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Por el PSOE iban Pablo Iglesias, Casimiro Muñoz, y el doctor Jaime Vera, en tanto que por la UGT iba Antonio García Quejido.

En este Congreso se debatió el problema agrario, problema sobre el que era muy difícil hacer generalizaciones válidas para todos los países por las muy diversas formas de propiedad legadas históricamente en cada país, a veces en cada zona del país, y por otro lado, la dificultad de generalizar en cuanto al tipo de régimen de explotación recomendable, habida cuenta de las diferentes experiencias derivadas de los diversos cultivos. Toda esa complejidad inherente a la agricultura contrasta con la relativa homogeneidad de los procesos industriales. No cabe duda de que el socialismo fue inicialmente pensado en términos de la producción industrial, y de ahí que fuese tardío el intento de aplicar sus principios a la agricultura, y que cuando intenta hacerlo este Congreso lo haga para concluir en que las formas de aplicación concreta han de dejarse a la discrecionalidad de cada país o región.

El núcleo principal del debate se centraba en cómo entender el viejo principio "la tierra para quien la trabaja", en términos individualistas o en términos colectivistas. Recordemos, por ejemplo, que Proudhon hizo al respecto un elogio de la pequeña propiedad individual. La resolución se inclina, aunque con mucha generalidad, por el modelo colectivista:

"Los males siempre crecientes que la monopolización de la tierra y la explotación capitalista acarrean para el que cultiva el suelo y para la sociedad entera no desaparecerán completamente más que en una sociedad donde el suelo, así como los otros medios de producción, pertenezcan a la colectividad, que lo hará explotar para el interés común, empleando los procedimientos de cultivo más perfeccionados."

Este párrafo, donde se afirma la propiedad social del suelo, tampoco puede interpretarse como la inequívoca exigencia de un régimen de explotación colectivista. Una cosa es la propiedad social del suelo, y otra el régimen en el que la sociedad entregue la utilización de ese suelo para su explotación; el régimen de propiedad de los productos obtenidos, de su intercambio o comercialización, etc. Al afirmar la propiedad social o común del suelo en realidad lo que se estaba afirmando era sobre todo la expropiación de los terratenientes, en algunas regiones, unos grandes terratenientes absentistas, y tratando de asegurar la utilidad social de la tierra. La misma resolución invita a crear soluciones diferentes y circunstanciadas:

"El modo de posesión clara distinción entre propiedad y posesión] de la propiedad, y la división en categorías de la población agrícola en los diferentes países presenta demasiada diversidad para que sea posible adoptar una fórmula general que impondría a todos los partidos obreros los mismos medios de realización de su ideal común (...) pero hay para cada partido obrero una tarea esencial y primordial: la organización del proletariado rural contra los que lo explotan. "Por consiguiente, el Congreso declara que hay motivo para dejar a las diferentes nacionalidades la responsabilidad de determinar los medios de acción más adaptados a las necesidades de cada país."

De la resolución política de este Congreso, destacamos los puntos tercero, cuarto y quinto, que aunque muy brevemente siguen añadiendo criterios sobre puntos tratados en Congresos anteriores.

3. El Congreso declara también que la emancipación de la mujer es inseparable de la de los trabajadores y llama a las mujeres de todos los países a que se organicen políticamente con los trabajadores.

4. El Congreso se declara favorable a la autonomía de todas las nacionalidades. Expresa su

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simpatía a los trabajadores de todos los países que padecen actualmente bajo el yugo del despotismo militar o nacional y de todo otro despotismo; y llama a los trabajadores de todos los países para combatir al lado de la clase obrera de todos los países y se organicen con ella a fin de derribar el capitalismo internacional, para establecer la democracia socialista internacional.

5. El Congreso declara que, cualquiera que sea el pretexto, religioso o, según se dice, civilizador, de la política colonial, ella no es más que la extensión del campo de explotación capitalista, para el interés exclusivo de la clase capitalista.

Existen en estos puntos alusiones implícitas. En el tercero, una tesis clásica de los socialistas: No hay emancipación "por separado" de la mujer. Su emancipación forma parte de la emancipación de la clase trabajadora. De ahí la recomendación organizativa.

En el cuarto se afirma el derecho de autogobierno de las nacionalidades, pero a la vez esta naciendo una llamada a los trabajadores para que no confundan su causa con el nacionalismo, sino que se organicen en partidos de clase, cuyo fin primario es la emancipación de la clase. Es una guía para los trabajadores en cuanto a su encuadramiento, y a los partidos en cuanto a las nacionalidades.

El punto quinto salía al paso de las propagandas de las fuerzas reaccionarias y de los "argumentos" mediante los que se trataba de "justificar" la invasión colonial (religión, cultura), denunciando el sentido real de explotación económica que impulsaba la expansión colonial.

Sobre los sindicatos se adopta la importante resolución que reproducimos, haciendo notar de momento las alusiones que contiene sobre las huelgas, tema que dará lugar a más profundos debates en congresos posteriores. Desde el tema sindical se vuelve al mismo punto tercero de la resolución política, el encuadramiento militante de las trabajadoras junto a sus camaradas de trabajo.

La organización de los obreros en Sindicatos es de primera necesidad para la lucha emancipadora del proletariado. Considera como un deber de todos los obreros que quieran la emancipación del trabajo del yugo capitalista, que pertenezcan al sindicato de sus camaradas de profesión. Para hacer posible y para facilitar una acción económica eficaz, las organizaciones sindicales deben reunirse en federaciones extendidas por todo el país. Todo aislamiento de las fuerzas en pequeñas organizaciones particulares debe ser rechazado. En la lucha económica, la convicción política de los obreros no debe constituir una razón de separación, sino que es el deber de las organizaciones obreras -deber resultante de la lucha de clases- hacer de sus miembros socialistas convencidos. De otra parte, es un deber de todos los sindicatos aceptar como miembros a las mujeres que trabajen con los hombres en una misma industria, constituir a los aprendices en grupos distintos y aspirar a realizar el principio de salario igual a trabajo igual para ambos sexos.

El Congreso considera que la huelga y el boicot son los medios necesarios para la realización de los fines de la clase obrera, mas no ve la posibilidad de una huelga general internacional...

La necesidad más urgente es la organización sindical de las masas obreras, porque de la extensión de las organizaciones depende la extensión de las huelgas en las industrias enteras y en los países enteros. En caso de huelga, de lockout y de boicot, los sindicatos de todos los países tienen el deber de sostenerse mutuamente en la medida de sus fuerzas...

Para hacer posible una acción sindical internacional, el Congreso recomienda la creación de un Comité Sindical Central en cada país.

Por último destacamos de este Congreso la resolución sobre la guerra. En esta ocasión tiene dos partes bien diferenciadas, una más, teórica en la que se hace una interpretación sobre las causas de la guerra y que conduce a la condena del belicismo. Esta primera parte no encierra especial novedad teórica con respecto a documentos anteriores. En cambio, en la segunda parte el Congreso declara una serie de propósitos o propuestas contra la guerra que constituyen un repertorio de alternativas, a primera vista

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sumamente utópicas, pero que en parte, y expresadas con lenguaje muy diferente, son los caminos recorridos modernamente para disminuir la tensión internacional, y para prevenir o aminorar el riesgo de conflicto. Nos referimos a los puntos uno y dos. El primero, en su primera parte encierra la idea de desarme, y la reducción recíproca de los armamentos más peligrosos es una de sus partes. El "armamento general del pueblo" es una idea que tiene el precedente de "milicia nacional", de donde la revolución derivará la idea de "milicia popular", y que coinciden en confiar al pueblo la defensa de la revolución.

El punto segundo se refiere a la creación de una instancia internacional de arbitraje, y de la renuncia a la violencia para la resolución de conflictos, lo cual fue intentado mediante sendas sociedades de naciones, o unión de naciones después de las dos guerras mundiales del siglo XX.

Es obvio que los puntos tercero y cuarto son los más utópicos, y que todavía falta un tiempo para que se llegue a formular claramente la idea de que el modo útil de acción por la paz, o hacer "guerra a la guerra", es proceder contra las causas no sólo genéricas, sino también específicas de los conflictos.

El texto de la resolución contra la guerra dice:

En el período capitalista, las causas principales de las guerras no son las diferencias religiosas o nacionales, sino los antagonismo económicos, a los cuales las clases dirigentes de los diversos países son empujados por el modo de producción. De igual manera que sacrifican sin cesar la vida y la salud de los trabajadores sobre el campo de batalla del trabajo, no tienen ningún escrúpulo en hacer verter su sangre con vista a obtener nuevos beneficios por la conquista de nuevos mercados.

La clase laboriosa de todos los países tiene, por lo tanto, el deber de elevarse contra la opresión militar al mismo tiempo que contra todas las otras formas de explotación de que ella es víctima de parte de las clases poseedoras.

Con este propósito debe conquistar la pujanza política para abolir el modo de producción capitalista y rechazar simultáneamente en todos los países, a los gobiernos instrumentos de la clase capitalista, los medios de mantener el orden de cosas actual.

Los ejércitos permanentes, cuyo entretenimiento agota y consume a las naciones en tiempos de paz y cuyos gastos son soportados por la clase obrera, acrecientan el peligro de guerra entre las naciones y favorecen sobre todo la opresión siempre brutal de la clase obrera de cada país. Por esta razón el grito de ¡Abajo la guerra! no es más escuchado que los otros llamamientos a los sentimientos humanitarios de las clases capitalistas.

La clase proletaria sólo puede tener la voluntad seria y el poder de realizar la paz del mundo.Declara:1.- La supresión simultánea de los ejércitos permanentes y el armamento general del pueblo.2.- La institución de un tribunal arbitral encargado de solucionar pacíficamente y sin apelar a

las armas los conflictos entre las naciones.3.- La decisión definitiva sobre las cuestiones de la guerra o de la paz, dejadas directamente al

pueblo para el caso que los gobiernos no aceptaran la sentencia arbitral.4.- Protesta contra el sistema de tratados secretos. Mas la clase obrera, en esta materia como en

no importa qué otra reivindicación obrera, no alcanzará realmente sus objetivos más que conquistando una acción de dominio sobre la legislación y aliándose al socialismo internacional, lo único que puede asegurar y conseguir la verdadera fraternidad entre los pueblos.

En el terreno organizativo interno, el Congreso de Londres, aprovechando el hecho de contar entre sus delegados con una serie de parlamentarios de distintos países, favorece sus contactos y se pone en marcha la configuración de la Unión Interparlamentaria que luego constituirá una estructura permanente especializada de la Internacional.

Así mismo, se reconsidera e impulsa la idea de crear un órgano sindical de carácter internacional. (Lo que luego se llamará vulgarmente la Internacional Sindical).

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CONGRESO DE PARÍS (1900)

V Congreso de la IIa Internacional.Este Congreso se celebra en la capital francesa durante los días veintitrés a veintisiete

de septiembre de 1900Pablo Iglesias encabeza la delegación del PSOE. Por la UGT asiste como delegado

Antonio García Quejido.Dos aspectos caracterizan especialmente este Congreso: La preocupación por los

aspectos organizativos y las tensiones internas propias del socialismo entre las tendencias reformista o evolutiva, y la revolucionaria. Lo que estudiamos con mayor detalle respecto a la Socialdemocracia como oposición Bernstein-Kautsky. En este último aspecto, con el Congreso de París se empieza a perfilar una diferencia que se irá agudizando hasta concluir en otra ruptura de la Internacional. Puede decirse que con este Congreso comienza en tal sentido la segunda etapa de la IIa Internacional,

Ya dijimos que si la la Internacional tuvo como polos dialécticos en su seno la oposición marxismo-anarquismo, la IIa Internacional se moverá dialécticamente entre reformismo y revolucionarismo. En los debates de la Sala Wagram, en que se llevó a cabo el Congreso, ya se perfilaron ambas posturas, y la lectura atenta de las resoluciones nos descubre pronto, conociendo las teorías de unos y de otros, "contra quien" va cada fragmento, o que tesis recoge cada fragmento.

Bastaría con recordar las biografías de los principales líderes que ocupan el primer plano del escenario en este momento de la Internacional, y al punto reconocemos formas bien distintas de estar en el campo socialista, o como suele decirse ahora, "distintas sensibilidades".

Todos se encuentran en la misma sala, bajo unos mismos símbolos, pero ¿Cuánto se parece un Pablo Iglesias a un Macdonald?

Mientras el socialismo fue pura lucha frente al poder, económico y político, el socialismo fue cosa de obreros y de intelectuales, y en el socialismo se estaba por necesidad o por moralidad.

Pero hacia 1900 el socialismo representa ya un colosal movimiento de masas en Europa, una potencia política de primera magnitud, una importante presencia en los parlamentos, una expectativa próxima de gobernar. Todas esas realidades y potencialidades son interpretadas de manera distinta, y son vividas o vivenciadas de maneras distintas también.

En el aspecto teórico para unos está acumulada la fuerza de la revolución. Para otros lo que hay que hacer con esa fuerza es participar, integrarla en el sistema para hacerlo cambiar poquito a poco...

Por la índole de este trabajo no podemos extendernos en las notas biográficas de los personajes, y menos incrustar en nuestro discurrir sus biografías. Pero quede al menos una llamada de atención: para captar bien todo el sentido del debate teórico, y el alcance de los hechos, resulta casi necesario leer también unas cuantas biografías, y por otro lado, a través de la literatura, por ejemplo, palpar la biografía de los hombres anónimos que dan la carne y la sangre de la abstracción sociológica que llamamos clases sociales.

Los textos de las resoluciones del Congreso de París siguen redactados en el lenguaje obrerista clásico de la IIa Internacional, en el lenguaje de las obras de los pensadores

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clásicos del socialismo. Todavía sigue predominando como línea la trayectoria que procede esencialmente desde los orígenes, pero la práctica política en algunas situaciones ya empezaba a separarse de aquellos modos.

No se trata sólo de algunos elementos políticos. Por esta época ya había adquirido su propio perfil otro sindicalismo, cuya expresión más distante al sindicalismo comprometido con una alternativa no capitalista era la Federación Americana del Trabajo, encabezada por Samuel Gompers, personaje absolutamente receloso del socialismo. De forma larvada se empezaban a plantear actitudes meramente "profesionalistas".

Organización: No sólo las resoluciones que explícitamente se refieren a cuestiones de organización plantean o hacen alusiones, o tocan en el fondo este asunto. Nos da la impresión al leer estas resoluciones que sus redactores se sienten en la proximidad de un gran cambio, y que es preciso prepararse para ese cambio que se ha vuelto a percibir como próximo.

Así encontramos una primera resolución sobre organización interna de la Internacional por la que se crean unos mecanismos operativos que intenten coordinar la ejecución de los acuerdos de los Congresos, que ciertamente no tendrán el carácter jerárquico, con acuerdos imperativos, como tendrá luego la Illa Internacional o Internacional Comunista (Lenin), pero que sí existirá como Comité permanente Internacional, con un delegado por cada país, con una serie de funciones enumeradas en la resolución, y que afectan entre otros aspectos a la propaganda, y "tomar medidas para favorecer la acción y la organización internacional del proletariado en todos los países".

Se fija una sede permanente del Comité Socialista Internacional, y de su Secretariado (retribuido entre todos los miembros), y se fija en Bruselas.

Se le da un tono que va algo más allá de la mera coordinación: "El Comité Socialista Internacional deberá exigir de los grupos socialistas parlamentarios nacionales la organización de una Comisión especial interparlamentaria para facilitar una acción común sobre las grandes cuestiones políticas y económicas internacionales, esta Comisión será adjunta al Comité Socialista Internacional."

Se encarga al Secretario centralizar en Bruselas los archivos internacionales del socialismo.

El 1 de mayo, del que se vuelve a hablar en este Congreso, se perfila como una jornada internacional de lucha simultánea sobre los objetivos comúnmente fijados.

Existe otra resolución del Congreso sobre "la acción del proletariado" que contiene unos párrafos muy significativos sobre la impronta militante que se ha de dar a las organizaciones en los que las palabras ejército, combate, lucha, fuerza, armas, expropiación, socialización, indican la acometividad que se trata de imprimir ala acción, y que desde luego son el polo opuesto del afiliado pasivo llamado a “delegar” en sus representantes la tarea. Veamos:

"... su emancipación no puede realizarse más que entrando en antagonismo con los defensores interesados del capitalismo..."

"Por consecuencia, ante la clase capitalista el proletariado debe erguirse en clase combatiente."

"El socialismo, que se ha propuesto constituir al proletariado en ejército de esta lucha de clases, tiene el deber, ante todo, de iniciarlo por un trabajo metódico, reflexivo e incesante con consecuencia de sus intereses y de su fuerza y de usar a este efecto de todas las armas que la situación política y social actual pone entre sus manos y que su concepción superior de la justicia le sugiere."

"Entre estos medios el Congreso indica la acción política, el sufragio universal y la

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organización de la clase obrera en grupos políticos, sindicatos, cooperativas, cajas de socorro, círculos de arte y educación, e invita a los militantes socialistas a combinar lo más posible estos medios de lucha y de educación que aumentarán la fuerza de la clase obrera y la harán capaz de expropiar política y económicamente a la burguesía..."

En la resolución sobre la guerra, se adoptan acuerdos para la acción, que sin anular los del Congreso anterior, son más operativos e inmediatos, y que miran a la actuación combinada en el parlamento y en la calle, y enlazan en el fondo con lo que veníamos exponiendo: Con respecto al parlamento se exigirá que todos los diputados socialistas se comprometan a votar en contra de los presupuestos orientados a financiar el armamentismo, y también tendrán que votar en contra de toda expedición militar colonial. En el punto siguiente se encomienda a la Comisión Socialista Internacional, recién creada, que en todos los casos de importancia internacional promueva un movimiento de protesta, y de agitación antibelicista uniforme y común en todos los países.

Por ser asunto relativamente nuevo, o por lo menos tratado de nuevo con tanta extensión, nos fijaremos luego en particular sobre la resolución municipal, pero de momento nos interesa destacar como se encuadra dentro de la estrategia general, al señalar que la comuna (municipio) puede ser un laboratorio de vida descentralizada, donde pueden tener lugar "embriones" de la sociedad colectivista. Fragmentos de vida social que dentro de la sociedad capitalista existan como anuncio de la sociedad futura. (VID. texto)

El sentido global de todo el diseño es que el socialismo se hace presente por muchos lados en la vida de los trabajadores, taller, barrio, formación, ciudadanía política y, por supuesto, no con la mentalidad de ofrecer "mayor calidad a menor precio", compitiendo con otros mercaderes, sino en el sentido de plantearle otra cultura, una alternativa de vida y una tensión hacia el salto histórico. Se dice a veces que el aspecto de la regeneración moral fue una obsesión del pablismo. Aquí lo encontramos en un texto de otra resolución del mismo Congreso, "Sobre la conquista de los poderes públicos", en la que viene a sintetizarse todo, incorporando ya lo estrictamente antropológico, la transformación interior, y que parece estar en línea con aquella palabra de la primera cita que transcribimos sobre este Congreso, donde se decía:"... el proletariado debe ERGUIRSE ..."

" En un estado democrático moderno, la conquista del poder político por el proletariado no puede ser el resultado de un golpe de mano, sino de un largo y penoso trabajo de organización proletaria sobre el terreno económico y político, de la regeneración física y moral de la clase obrera, de la conquista gradual de las municipalidades y de las asambleas legislativas".

Otro asunto también concerniente al quehacer del movimiento obrero, pero referido ahora al problema de las relaciones entre los organismos obreros y otras fuerzas sociales o políticas, es el problema de las alianzas, fundamental en el diseño de una estrategia, pues obviamente se elige compañero distinto según a donde se pretende ir, como se intenta llegar, y sobre todo qué se piensa hacer allí. No se usaba en los tiempos de la IIa

Internacional hurtar el debate de esta cuestión a los Congresos, y el problema de las alianzas políticas fue seriamente debatido en el Congreso de París de 1.900.

La tradición heredada de la la Internacional decía que los trabajadores tenían que organizarse como partido político de clase, diferenciado y deslindado perfectamente por su programa y formas de actuación de los partidos burgueses. Pero cuando y donde

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todavía no se había establecido el régimen democrático, era aconsejable converger con la fracción más progresista de la burguesía precisamente al objeto de conseguir y ampliar aquel régimen de libertades que los obreros necesitan para organizarse y tomar conciencia de sí mismos.

Pero lo que se discute concretamente en el Congreso de París es un particular y concreto asunto de las alianzas que formalmente afecta a una táctica peculiar del régimen parlamentario, a saber, si los miembros de un partido socialista pueden integrarse en un gobierno dirigido por fuerzas burguesas, y si los diputados socialistas pueden apoyar a un tal gobierno. Este asunto es a lo que clásicamente se le llama el problema de la participación ministerial.

El crecimiento electoral de los partidos obreros en algunos países de Europa, y la presencia creciente de diputados socialistas en los parlamentos, hacían de esta cuestión algo cada vez menos teórico-especulativo, y más problemático e inmediato.

Resulta imprescindible recordar el contexto histórico en que se desarrolla el debate del Congreso de París de 1.900, para poder captar los matices de la resolución pertinente. El debate se produce sobre la gran agitación causada por el "affaire" Millerand.

ALEJANDRO MILLERAND, (1859-1943), diputado socialista, personalidad que había incluso asistido al Congreso de la Internacional de Londres (1896), decidió incorporarse al Gobierno de Waldeck-Rousseau, incluso sin contar con la decisión positiva del partido, aunque si con el apoyo de los "millerandistas". Cierto es que Millerand se incorpora al Gabinete en 1899, en medio de la colosal marejada política suscitada en Francia por el caso Dreyfus.

DREYFUS, de origen judío, militar de carrera, fue juzgado por un tribunal castrense acusado de alta traición. Condenado, degradado, y deportado a la lejana isla del Diablo. El proceso apasionó al país, y dio lugar a la famosa requisitoria de Emilio Zola contra el tribunal. "Yo acuso...". Transcurridos algunos años se revisó el proceso, y Dreyfus fue íntegramente rehabilitado.

La agitación en torno al suceso, en opinión de Millerand y de otros muchos como del propio Jean Jaurés, puso en riesgo de zozobra las instituciones republicanas. Ese fue su argumento y la razón de los millerandistas: cooperar con el gobierno presidido por un dirigente no obrero para preservar las instituciones republicanas.

Jaurés justificaba la actitud, aunque no el procedimiento. Guesde condenaba la actitud y el procedimiento.

Hacia 1.900 el problema de la posible participación ministerial dividía a la Internacional. La estrategia de los británicos, ya vimos que era predominantemente abierta a colaborar con los liberales. Los franceses estaban divididos, los alemanes mayoritarios rechazaban frontalmente esa estrategia, y los radicales de izquierda en todas partes aborrecían cualquier "contubernio" con la burguesía, pero los bernstenianos y evolutivos opinaban lo contrario. De ahí que Kautsky, redactor de la resolución, tenga que hacer equilibrios para fijar una línea de rechazo a la participación en gobiernos no obreros y dejar a la vez algunas rendijas para que no caiga el anatema "ipso facto" sobre cualquier tipo de postura en algún especial caso diferente. Deja claro, no obstante, cual era la estrategia generalmente aceptada por la Internacional en este punto. La resolución al respecto, en sus pasajes más decisivos, dice lo siguiente:

Mas, en los países donde el poder gubernamental es centralizado, no podrá ser conquistado fragmentariamente. La entrada de un socialista aislado en un gobierno burgués no pude ser considerada como el comienzo normal de la conquista del poder político, sino solamente como un

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expediente forzado, transitorio y excepcional.Si, en un caso particular, la situación política exige esta experiencia peligrosa, esto será una

cuestión de táctica y no de principio; El Congreso internacional no se pronuncia sobre este punto, pero, en todo caso, la entrada de un socialista en un gobierno burgués no permite esperar buenos resultados para el proletariado militante más que si et Partido socialista, en su gran mayoría, aprueba un tal acto y si el ministro socialista queda mandatario de su partido.

En el caso contrario, en el que el ministro se considere independiente del partido o que no represente más que una parte, su intervención en un ministerio burgués amenaza provocar la desorganización y la confusión para el proletariado militante; amenaza debilitarlo en vez de fortalecerle y obstaculiza la conquista proletaria de los poderes públicos, en lugar de favorecerla.

En todo caso, el Congreso opina que, inclusive en estos casos extremos, un socialista debe dejar el ministerio en cuanto el partido organizado reconozca que éste da pruebas evidentes de parcialidad en la lucha entre el capital y el trabajo.

Por otra parte, si empezaba a haber numerosos diputados socialistas en los parlamentos, mayor era el número de socialistas en las instituciones locales, ayuntamientos o comunas y, por ello, el Congreso de París aprueba otra importante resolución de la que se trasluce el significado político que quiere darse a la actuación en esa esfera de poder, y que va más allá de lo meramente "administrativo".

La resolución municipal no llama simplemente a la eficacia, a la obtención defos mayores rendimientos o utilidades, sino que incita a la aplicación de fórmulas

genuinamente socialistas en la solución y gestión de la tarea municipal o comunal. Así vemos en el párrafo cuarto, en primer lugar, la amplitud que se sugiere como objeto de los servicios municipales, que comprende incluso "tiendas comunales", alimentación, enseñanza, viviendas ... Todo ello debe ser interpretado en correlación a las ideas sobre cooperativismo de otras resoluciones, no sólo cooperativismo de consumo, sino también de producción.

Así mismo responde este llamado "socialismo municipal" a la preocupación, en otros momentos reflejada, que sentían por el adiestramiento de los trabajadores en las tareas de gestión económica de la colectividad, tanto más importante cuanto que estaban pensando en una pronta socialización del sistema económico en su conjunto.

En la valoración positiva del "socialismo municipal" coincidían los socialistas evolutivos y los socialistas revolucionarios, pues si para los primeros era una forma del gradualismo, para los otros eran cotas importantes en un proceso de encuadramiento progresivo de las masas dentro de un movimiento, cuyo impulso habría de conducir inevitablemente al punto de ruptura y sustitución global del orden imperante. De uno y otro modo podían interpretar aquella expresión del párrafo introductorio:"... un sector que los socialistas pueden y deben utilizar para preparar y facilitar el advenimiento de esa sociedad [socialista]."

Visto que no se puede entender por "socialismo municipal" un socialismo especial, sino solamente LA APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL SOCIALISMO A UN SECTOR ESPECIAL DE LA ACTIVIDAD POLÍTICA;

Visto que las reformas que se desprenden de ello no pueden ni podrían ser presentadas como debiendo realizar la sociedad colectivista, pero son presentadas como aplicándose a un sector que los socialistas pueden y deben utilizar para preparar y facilitar el advenimiento de esa sociedad;

Considerando que la COMUNA PUEDE SER EN EL PORVENIR UN EXCELENTE LABORATORIO DE VIDA ECONÓMICA DESCENTRALIZADA y al mismo tiempo una FORMIDABLE FORTALEZA política para las mayorías socialistas locales contra la mayoría burguesa del poder central;

El Congreso internacional de 1.900 declara:Que todos los socialistas tienen el deber, sin desconocer la importancia de la política general,

de HACER COMPRENDER Y APRECIAR LA ACTIVIDAD MUNICIPAL, de prestar a las

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reformas comunales la importancia que les da su papel de EMBRIONES DE LA SOCIEDAD COLECTIVISTA, y de aplicarse a que los servicios comunales: transportes urbanos, aguas, alumbrado, distribución de la fuerza motriz, baños, lavaderos, tiendas comunales, panaderías municipales, servicio de alimentación, enseñanza, servicio médico, hospitales, calefacción, viviendas obreras, vestidos, policía, trabajos comunales, etc., sean instituciones ejemplares, tanto desde el punto de vista de los intereses del público como de la situación de los ciudadanos que ejercen esas funciones;

Que las comunas demasiado débiles para realizar solas esos planes deben trabajar por formar FEDERACIONES COMUNALES;

Que en los países donde la organización política no permite que las comunas entren en esa vía, todos los elegidos socialistas tienen como deber usar de todos sus poderes con vista a procurar a los organismos comunales la libertad y la independencia suficientes para realizar este programa.

Con respecto al tema del imperialismo se confirma la línea de argumentación adoptada en reuniones anteriores que vincula este fenómeno a la expansión del capitalismo, y se agregan como nuevas formas de actuación al respecto la promoción de partidos socialistas coloniales adheridos a las organizaciones metropolitanas respectivas, así como estimular las relaciones entre los partidos socialistas de las diferentes colonias; con lo cual, aparte de la resistencia que el movimiento obrero hiciese en los países europeos, lo que se pretende es suscitar un anticolonialismo indígena que a su vez esté inspirado en los mismos principios internacionalistas.

Por último, Arístides Briand, todavía en esta época como radical de izquierdas, suscitó el tema de huelga general revolucionaria, en términos parecidos a los que ya nos son conocidos por lo visto sobre el trabajo de Rosa Luxemburgo sobre la huelga en masa, pero el tema quedó pendiente para que las organizaciones lo estudiaran y fuese debatido en el Congreso siguiente.

CONGRESO DE AMSTERDAM (1904)

VI Congreso de la IIa InternacionalEste Congreso tuvo lugar en la capital de Holanda , del catorce al veinte de agosto de

1904.En él intervino Pablo Iglesias, consumiendo un turno contra el revisionismo, en el

más amplio debate del Congreso, en el que, además, tomaron parte casi todos los líderes más notables del socialismo europeo Plejanov, Guesde, Bebel, Rosa Luxemburgo, Kautsky, Branting, Jaurés, MacDonaId, Briand, etc.). Antonio Garcia Quejido también intervino en el mismo sentido que Iglesias.

Fue un importante congreso al que asisten, entre sus cuatrocientos ochenta delegados, una representación del Japón y otra de Argentina, lo que nos muestra que la Internacional empezaba a lograr la pretensión fundacional de unir a todos los trabajadores del mundo.

Parece oportuno en este caso recordar un breve texto de la convocatoria al Congreso porque, aún cuando el sentido intencional del mismo era la exclusión de los elementos anarquistas, nos sirve ahora para constatar lo que a la sazón se entendía por contenido esencial mínimo del socialismo, o denominador común de la Internacional, fuera de lo que se excluía la participación en el Congreso:

"Se convocará a todas las asociaciones que se adhieran a los principios esenciales del socialismo: socialización de los medios de producción y cambio; unión y acción internacional de los trabajadores; conquista socialista de los poderes públicos por el

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proletariado organizado en partido de clase.

"Todas las organizaciones corporativas que se sitúan sobre el terreno de la lucha de clases y declaran reconocer la necesidad de la acción política, inclusive legislativa y parlamentaria, no obstante no participar de una manera directa en el movimiento político".

Con la negrita no destacamos lo principal con respecto al sentido de coyuntura que tiene el texto, sino aquellos elementos que fueron, consideramos, corno

definitorio-básico del socialismo. La convocatoria era suscrita por veinticinco países componentes de la Oficina Socialista Internacional.

El tema por excelencia del Congreso de Amsterdam fue el del revisionismo.Todos los partidos socialistas europeos habían seguido con gran expectación la

polémica que al respecto se estaba librando en el seno de la Social-Democracia alemana, que para muchos, como para el PSOE venía siendo el modelo a imitar, si bien que en España ejerciera también gran influencia el socialismo francés de orientación guesdista por razones de proximidad geográfica y accesibilidad lingüística.

Muchos estimaban que las tesis de los bernstenianos suponían renunciar a los objetivos más queridos del socialismo, y las teorías reformistas derivadas del revisionismo resultaban particularmente intempestivas allí donde existía todavía una fuerte presencia del anarquismo, o del sindicalismo revolucionario, como contendientes más próximos.

El Congreso de Amsterdam aborda el tema del revisionismo en la estela de los Congresos internos de la Social-Democracia (Hannover, 1899; Lübeck, 1901 y Dresde, 1903) que fueron otras tantas ocasiones en las que cada vez con mayor firmeza fueron rechazadas las tesis revisionistas y sus implicaciones al reformismo, pero del mismo modo que la Social-Democracia alemana había puesto buen cuidado en adoptar resoluciones que no acarreasen la expulsión de los revisionistas en aras de preservar la unidad, así en el Congreso de Amsterdam se pondrá el mismo empeño por definir una línea teórica mayoritaria sin depuración de los minoritarios, pese a la exigencia en contra de ese criterio sustentada por el ala izquierda del partido alemán en su momento, y reiterada luego en el Congreso de la Internacional (Rosa Luxemburgo, por ejemplo)

En otros países las tendencias revolucionarias y reformista también se habían manifestado, aunque sin el despliegue teórico de los alemanes. Así, en Francia, Guesde representaba lo que en términos de aquella polémica se designaba como la ortodoxia marxista, mientras que Jaurés se perfilaba más próximo a las propuestas prácticas de los bernsteinianos. La mayor parte de los británicos, como sabemos, era partidaria de la concepción evolutiva. En España, todavía no había hecho aparición el reformismo en las filas del proletariado.

Glosando la resolución del Congreso de Amsterdam sobre del revisionismo, ciertamente dura, D.G.H. Colé, el gran historiador del pensamiento socialista, a quien con frecuencia citamos, como quiera que no tiene especial simpatía por la "ortodoxia" marxista, dedica algunas páginas (Ob. cit. Vol n p. 61-64) a explicar que Bebel, dirigente más caracterizado del socialismo alemán, radicalizaba intencionalmente el carácter revolucionario altisonante de su discurso y de las resoluciones, justamente para frenar al ala izquierda de su partido, pero cuidándose de retener a su ala derecha, a los bernstenianos. Con ello se desvaloriza un tanto la contundencia de las declaraciones.

Otros pueden suponer simplemente que Bebel no alteró la inicial formación ideológica estrictamente marxista y que creía, con completa buena fe, en la compatibilidad de la rudeza de sus exigencias revolucionarias, y su plena orientación

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del partido hacia el parlamentarismo, en la convicción de que cuando la socialdemocracia fuese mayoría parlamentaria se llevaría a cabo la transformación de la sociedad por un Gobierno, que previas la necesarias modificaciones constitucionales, obtuviera el respaldo del Reichtag para ello.

Es lo cierto que Bebel mantuvo en el Congreso de Amsterdam un durísimo debate con Jaurés. Jaurés se hizo fuerte para evitar el rechazo del revisionismo en que la Internacional no debía establecer una estrategia para todos los países, pues la evolución política y condiciones peculiares de cada uno son muy diferentes. Llegó incluso a establecer un paralelismo entre países de escasa tradición democrática y revolucionarismo ( lo que equivalía a decir que los alemanes y otros de tradición patria autocrática hacían de la necesidad virtud), e incluso llegó también a decirles con sagacidad -mediante comparaciones de las leyes protectoras del trabajo- que no sabían sacar fruto de sus envidiables éxitos electorales. (La historia de Francia recuerda a Jaurés como uno de los más grandes oradores del siglo).

Por el costado de Jaurés manaba todavía la herida abierta en el Congreso anterior sobre la cuestión de la participación ministerial (millerandismo) y, tratando sobre estrategia del movimiento obrero, hizo un elogio encendido de la concurrencia con otros elementos progresistas en defensa de la República democrática.

Por ahí vino una parte de la réplica que le hace Bebel: distingue entre república y socialismo; en el trato que reciben los trabajadores de la república burguesa;

que la república burguesa siempre defenderá en definitiva los intereses capitalistas, y que son repúblicas como Francia o Estados Unidos las que también usaban de la fuerza pública para aplastar huelgas y disparar llegado el caso contra los manifestantes huelguistas.

De algún modo insinúa Bebel cómo se desliza la doctrina liberal del Estado en cuanto se distiende la crítica marxista del poder y del valor de las instituciones.

Bebel rechaza como una falsa imputación el afirmar que su partido no se preocupado las mejoras inmediatas. Rechaza la identificación reformismo-efica-cia, no reformismo-esterilidad y afirma que votan en las instituciones toda propuesta beneficiosa para los obreros, pero que el poderío sindical y político del socialismo es, de por sí, el gran argumento para obtener en el camino concesiones significativas.

Pero Bebel se hace más contundente cuando afirma que la política de flexibilidad en las alianzas y de abdicación al reformismo que preconiza Jaurés, conduciría al abandono de los objetivos substanciales del socialismo y sembraría de confusión la conciencia de los trabajadores.

En definitiva, es el debate cálido, congresual, que confronta las orientaciones desarrolladas a nivel más teórico en el apartado anterior como la confrontación Bernstein-Kautsky.

El punto más crítico y tangible era el de la participación o no en gobiernos de coalición con las fuerzas burguesas. La tonalidad del discurso de cada partido, y la virtual energía en la exigencia de cada programa eran los elementos más difíciles de ponderar.

La resolución rechaza el revisionismo, pero las votaciones de las enmiendas y del texto final demuestran que, poco a poco, se empezaba a abrir paso, no tanto el revisionismo como teoría cuanto el reformismo como tendencia práctica.

El texto de Amsterdam sobre el revisionismo, que en gran parte transcribe el acordado por los alemanes en su Congreso de Dresde, dice:

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El Congreso rechaza, de la forma más enérgica, las tentativas revisionistas tendentes a cambiar nuestra táctica experimentada y victoriosa sobre la lucha de clases, tratando de reemplazar la conquista del poder mediante una dura lucha contra la burguesía por una política de concesiones hacia el orden establecido.

La consecuencia de una tal táctica reviosionista sería hacer de un partido que persigue la transformación, lo más rápida posible, de la sociedad burguesa en sociedad socialista; de un partido, por consiguiente, revolucionario en el mejor sentido de la palabra, en un partido que se conformaría con reformar la sociedad burguesa.

Es por lo que el Congreso, convencido, contrariamente a las tendencias revisionistas existentes, de que los antagonismos de clase, lejos de disminuir, van acentuándose, declara:

"l.-Que el partido declina toda responsabilidad, cualquiera que sea, en las condiciones políticas y económicas basadas sobre la producción capitalista y, por consiguiente, no aprueba ninguno de los medios que tiendan a mantener en el poder a la clase dominante.

2.- Que la democracia socialista no puede aceptar ninguna participación en el gobierno de la sociedad burguesa y esto conforme a la proposición de Kautsky votada en el Congreso internacional de París de 1900.

El Congreso rechaza, además, toda tentativa hecha para ocultar los antagonismos de clase cada vez más crecientes, al efecto de facilitar una reconciliación con los partidos burgueses.

El Congreso espera que los representantes del partido en los parlamentos se servirán del crecimiento de su fuerza, tanto por su número como por el aumento considerable de la masa de los electores que les siguen, para perseverar en su propaganda sobre el propósito final del socialismo y de conformidad con nuestro programa, para defender de la forma más decidida los intereses de la clase obrera, la extensión y la consolidación de las libertades políticas; para reivindicar la igualdad de los derechos para todos; para seguir, con más energía que nunca, la lucha contra el militarismo, contra la política colonial e imperialista, contra toda especie de injusticia, de dominación y de explotación y, finalmente, obrar enérgicamente para perfeccionar la legislación social y hacer posible que la clase obrera cumpla con su misión política y civilizadora.

Del penúltimo párrafo transcrito puede apreciarse algún matiz bien significativo, que es la correlación existente entre la atenuación de los perfiles ideológicos y las exigencias del tacticismo, lo que se rechaza en lógica concordancia con lo que viene luego en el párrafo final que contiene lo que debiera ser un programa común parlamentario de todos los partidos de la Internacional, síntesis de posiciones que encuentran su desarrollo en otras resoluciones del Congreso. Otro matiz notable de las primeras líneas de este último párrafo es la llamada a "perseverar en la propaganda sobre el propósito final del socialismo", sin por ello desatender lo próximo. Recordemos que alguien había dicho que el fin no es nada, y el camino todo.

Si ahora pasamos a considerar el debate que mantuvo el Congreso de Amsterdam sobre la huelga general, tema aplazado del Congreso anterior, obtendremos la sensación del peculiar equilibrio característico de la línea mayoritaria de la IIa Internacional; por un lado rechaza el revisionismo y, teóricamente, rechaza también el reformismo, mas por otro lado marca distancias frente a las estrategias del anarquismo, y en general de toda concepción que pueda parecerles improvisada aventura.

En las páginas precedentes hemos dado noticia de la concepción luxemburguista de la huelga en masa revolucionaria. Esa no va a ser la línea mayoritaria de la II a

Internacional, sino que esa es la línea de su ala izquierda.Por otra parte, se encuentra presente en Europa, -con muy especial presencia

predominante en España- el anarquismo, y la exaltación anarquista de la huelga general como arma privilegiada de los trabajadores; como la gran palanca que en su día derribará la Jerusalén burguesa. La frecuente llamada del anarquismo a la huelga general será uno de los motivos de desconfianza de los socialistas hacia ese modelo de huelga.

Más aún, uno de los puntos concretos de diferencia práctica y diferencia habitual

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entre las organizaciones anarquistas o anarcosindicalistas, y las socialistas, era, precisamente, el modo de afrontar las huelgas. Los primeros dan más importancia a la voluntad combativa, al liderazgo, al papel de las minorías impulsoras del movimiento, que a la organización de masas. Los segundos, los sindicatos socialistas, ponderan sobre todo ante la huelga el peso de la masa afiliada, la firmeza del aparato organizativo, las conexiones entre localidades e interfederativas, la previsión de medios de subsistencia ("cajas de resistencia"), el control de la dirección del conflicto y el saberlo concluir adecuadamente y a tiempo.

Por lo dicho se aprecia que hay concomitancias y parecidos entre las tesis libertarias y el luxemburguismo, pero la tremenda diferencia es que ese elemento dinamizador, minoritario pero directivo, que recoge el impulso espontáneo y lo lleva hacia adelante, le da objetivo y estructura, es ni más ni menos que el partido obrero revolucionario, según el luxemburguismo.

En la medida que fueron creciendo por una parte los sindicatos socialistas y haciéndose verdaderamente organizaciones de masas, y fue, por otra parte, creciendo el electorado socialista y, la consecuente presencia parlamentaria, en proporción directa a esos dos fenómenos, se fueron incrementando los recelos con respecto a la huelga general como instrumento "per se" del cambio social.

Hay quien señala que los elementos políticos, los cargos de los partidos políticos obreros desconfían de la huelga general porque, en cierto modo, toda huelga general es política, pero se trata de una importante operación "política" en manos de los dirigentes sindicales, con lo que, en un momento decisivo, el control de la situación se les escapa de las manos.

A su vez, los líderes sindicales de grandes sindicatos consolidados, como ya eran algunas federaciones de industria en Alemania o Inglaterra, tampoco sentían especiales simpatías ante un tipo de acción "que pone en riesgo la estructura costosamente edificada" y que, por su propia índole, resulta difícil de dirigir evitando su desbordamiento (el que los propios dirigentes sindicales sean rebasados).

En sentido contrario, aquellos que desde el Partido o desde el sindicato desconfiaban que el Parlamento pudiera producir la transformación social, y que creían en la capacidad de impulso popular como fuerza transformadora, defendían la posibilidad, y aún la necesidad, de la huelga en masa revolucionaria como sustitutivo de las antiguas estrategias insurreccionales, y como respuesta adecuada frente al poderío de los modernos aparatos represivos para acabar con los motines. En este aspecto, no se "disuelve" una huelga en masa como se dispersa una barricada o se recupera una ciudad insurrecta.

Para los elementos políticos de la vía parlamentaria, así como para no pocos líderes sindicales preocupados por la continuidad de la tarea sindical, esas reflexiones de los más radicales eran milagrerismo voluntarista.

Es muy significativo el párrafo de la resolución donde se indica: "Que la emancipación de la clase obrera no puede ser el resultado de un tal esfuerzo improvisado". Lo de menos es que el argumento sea maniqueo (no tiene por qué ser "improvisado" el esfuerzo de la huelga general); lo de más es que aquella mayoría concebía la transformación social como la culminación de un proceso ordenado y calculado, en que es ingrediente clave la vertebración organizativa de las masas y su dirección por los organismos adiestrados, y la huelga general revolucionaria se les representaba como algo súbito, a partir de un cierto día, y con una dinámica que puede ir hacia el fracaso o hacia lo desconocido.

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Obviamente, el límite de la resistencia frente a la idea de huelga general prolongada, de combate, por parte de quienes anteponían la virtualidad de las organizaciones y de sus formas habituales de actuación, era precisamente aquel punto hipotético en que se pusiera en peligro o amenaza de desaparición la organización misma, o los derechos conquistados, hipótesis en la que lógicamente no podían excluir -so pena de incurrir en contradicción- la apelación a la huelga general.

Caso similar al que acabamos de decir es cómo se concebirá pocos años después en la Internacional el problema de la huelga general frente a la guerra, esto es, como supremo recurso de resistencia frente a una situación que así mismo deja en suspenso las formas de actuación que les son preferentes, al tiempo que se impone el más penoso destino a los pueblos. Por ello sí que se aceptará la idea de la huelga general frente a la guerra. Otra cosa es que tuviese viabilidad o no, y cual fuera su momento oportuno en tal caso.

Aporta la resolución en el penúltimo párrafo una idea que parece ser como una alternativa a la huelga general, y podríamos dar en llamar una "huelga generalizada selectiva" de sectores claves de la vida económica, con lo que sin producir el efecto paralizante de la vida, el colapso de la vida cotidiana que llevaría consigo una huelga rigurosamente general absoluta y prolongada -de muy difícil viabilidad- consiguiera sin embargo producir una fuerza formidable de presión sobre los resortes económicos (y por consecuencia políticos) del país.

Por otra parte, entre los trabajadores seguía teniendo una fuerza imaginativa seductora el llamado mito de la huelga general, alentado por la propaganda anarquista y por el alarmismo reaccionario. Nos referimos a la mera y simplificada hipótesis de que si la vida social descansa en el trabajo y el trabajo cesa, la vida social se hace imposible. La clase dominante y su aparato estatal de fuerza habría de enfrentarse al fantasma de los talleres vacíos, y los campos deshabitados y los brazos caídos. Esa fantasmagórica estampa de algo que parece muy posible hacer, porque es no hacer nada, -y que de ser real sería auténticamente aniquilador- es el mito de la huelga general.

En todo caso, son tantas las ideas y aspectos, a veces contradictorios, que se entrecruzan en el asunto como para que el párrafo final deje una puerta entreabierta, lo que equivale a dar un sentido global a la resolución que nos dice: la huelga general no es nuestro instrumento propio, ni necesariamente el camino del cambio al que aspiramos, pero tampoco descartamos que pueda sernos útil, y aún necesaria, en singulares ocasiones. Examinemos el texto:

La huelga general:El Congreso Socialista Internacional:Considerando:Que es de desear que la democracia socialista se pronuncie sobre la huelga general:Que las condiciones necesarias para el éxito de una huelga de grandes proporciones sean una

fuerte organización y una disciplina voluntaria del proletariado.Declara que la huelga general, si por ella se entiende la cesación completa de todo trabajo en

un momento dado, inejecutable porque una tal huelga haría imposible cualquier existencia, la del proletariado como cualquiera otra;

Considerando:Que la emancipación de la clase obrera no puede ser el resultado de un tal esfuerzo

improvisado;Que, por el contrario, es posible que una huelga que alcanzara un gran número de oficios, o los

más importantes para el funcionamiento de la vida económica, fuese un medio supremo para efectuar cambios sociales de gran importancia o de defenderse contra los atentados reaccionarios

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sobre los derechos de los obreros.Advierte a éstos que no se dejen impresionar por la propaganda para la huelga general, de la

cual se sirven los anarquistas para apartar a los obreros de la lucha verdadera e incesante, es decir, de la acción política, sindical y cooperativa,

E invita a los obreros a que aumenten su poder y refuercen su unidad desarrollando sus organizaciones de clase, puesto que de esas condiciones depende el éxito de la política de una huelga general, si ésta, algún día, apareciera necesaria y útil.

Sobre el colonialismo se continúan agregando nuevos acuerdos a las formas de lucha anticolonialista establecidos en Congresos anteriores. Se inicia el documento con la denuncia de la brutalidad que reviste la explotación del trabajo indígena y se acuerda mantener oposición cerrada a los gastos coloniales, a las políticas económicas proteccionistas, a las expediciones coloniales; combatir los monopolios y las concesiones de explotación de grandes territorios (formas habituales entonces de propiciar la explotación capitalista de los recursos coloniales). 51

Se recomienda, así mismo, "Denunciar sin descanso los actos de opresión contra las poblaciones indígenas, obtener para éstas medidas eficaces de protección contra la barbarie militarista o la explotación capitalista; velar particularmente para que no sean despojadas de sus bienes, ni por la fuerza ni por el contrabando."

El punto cuarto se refiere a propiciar, puesto que las colonias existen, mejoras en los servicios para los indígenas."... y esforzarse en substraerles a la influencia nociva de los misioneros."

Otro punto exige la implantación gradual del autogobierno de los indígenas y, finalmente, concluye la resolución reclamando el fin de la llamada diplomacia secreta, o acuerdos secretos entre las potencias que establecían a espaldas de los pueblos, e incluso de los parlamentos, compromisos, cuyo precio, frecuentemente en derramamiento de sangre, habían de satisfacer quienes ni siquiera conocían estar comprometidos como país a tales causas.

Como podemos apreciar, la posición inicial, que se mantiene como posición de principio, fue el rechazo al régimen colonial. Pero ahora se desarrolla una especie de "reformismo" colonial, o políticas tendentes a reducir la brutalidad con los indígenas y a propiciar su desarrollo.

Más triste será conocer qué hicieron algunos de estos partidos de la II a Internacional con las colonias de sus respectivos países cuando posteriormente, en pleno reformismo, en plena política parlamentarista y de cooperación ministerial, ya en la época de entre guerras, y aún después de la IIa Guerra Mundial, mantuvieron las colonias, la explotación de las colonias, y embarcaron a los ejércitos de sus respectivos países en durísimas -a veces bien sucias- contiendas, frente a la heroica lucha de los pueblos indígenas por su descolonización. Es el antiguo problema que se nos presenta en la actualidad como la cuestión de relaciones entre el norte y el sur, otro de los eufemismos encubridores al uso.

Merece la pena ir siguiendo el hilo de la cuestión colonial en los avalares de la Internacional, pues resulta un asunto sumamente revelador sobre su coherencia o su incoherencia, dado que se trata precisamente de un organismo internacional constituido por los trabajadores de todos los países para cooperar en su liberación recíproca. Una sola bandera y un solo himno para todos los partidos obreros del mundo quería decir algo de aquella lucha coherente y unitaria. Por el contrario, la gestión de los intereses

51 Recordemos los graves incidentes que en España se suscitan en 1909 por la resistencia popular al envió de tropas a Marruecos.

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coloniales de los estados, en cuyos países surgió el ideal del socialismo, fue sin duda componente nefasto para la integridad y coherencia de un pensamiento que empezó a desintegrarse por esas grietas.

Sobre el 1 de mayo, el Congreso de Amsterdam de 1904 requiere a todas las entidades adheridas para que hagan coincidir precisamente en esa fecha del primer día de mayo -que entonces obviamente no era festivo- sus manifestaciones, con cesación simultánea del trabajo en todos los países, precisamente para subrayar el carácter internacional de la organización y la universalidad de la reivindicación.

Así mismo el Congreso de Amsterdam adoptó sendas resoluciones sobre los "Trusts" y sobre seguros obreros:

Sobre los trusts se reafirma la convicción de que constituyen un paso inevitable en la evolución del capitalismo. Se considera, sin embargo, que el monopolio en que desembocan los trusts, que empezaban a ser internacionales, redunda en el incremento de explotación del trabajador, pero como quiera que veían en el horizonte la posibilidad del cambio al socialismo, observaban en los procesos de concentración económica algo que facilitaría su socialización. Así podemos leer en la parte dispositiva de la resolución un punto que dice: "Que los esfuerzos de los partidos socialistas deben tendera la socialización de la producción, que tiene por fin la utilidad general, eliminar los beneficios. El método de establecer esa socialización y el orden en el cual se efectuará serán determinados por nuestra potencia de acción y por la naturaleza de las industrias trustiticadas". Finalmente se refiere a la necesidad de que los trabajadores respondan a esa internacionalización de las empresas internacionalizando la estructura de sus organizaciones de resistencia.

En materia de seguros obreros se reclama la implantación, por ley, de seguros para prevenir la enfermedad, los accidentes, la invalidez, la vejez y la maternidad o la orfandad. "Los gastos de los seguros, de la invalidez, vejez, viudedad y orfandad serán atendidos por impuestos sobre el capital, sobre la renta o la sucesión. Allí donde no se pueda, los gastos recaerán sobre los salarios de los obreros, aunque intervengan los patronos". "Es deber de los obreros compensar esa gran pérdida de salario por el reforzamiento de las organizaciones sindicales". Seguidamente se reclama la intervención de la gestión de las entidades por los asegurados mismos, y el beneficio de la seguridad obrera para los trabajadores extranjeros.

Por último, el Congreso de Amsterdam incorpora a sus resoluciones una específica sobre el voto de la mujer, lo que en esta ocasión se plantea con mayor generalidad y como parte insoslayable del verdadero sufragio universal.

"En las luchas del proletariado por la conquista del sufragio universal igual, directo y secreto en los Parlamentos y en los Consejos comunales, los partidos socialistas deben reivindicar con proposiciones el sufragio de las mujeres; esa reivindicación debe ser mantenida como principio en la propaganda y defendida con energía."

CONGRESO DE STUTTGART (1907)

Vil Congreso de la IIa InternacionalPor fin se celebraba un Congreso de la Internacional en Alemania, aunque rehuyendo

el carácter más acusadamente autocrático de las autoridades prusianas, el Congreso se celebra en Stuttgart (Winttemburg), del dieciocho al veinticuatro de agosto de 1907.

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Fue una de las reuniones más importantes y numerosas de la Internacional. De entre los ochocientos ochenta y cuatro delegados, había una amplia delegación española, constituida por Pablo Iglesias, Emilio Corrales, Mariano García Cortés, Casimiro Muñoz, Rafael García Ormaechea y Antonio Fabra Ribas.

En cada Congreso aparecían nuevas delegaciones de otros países que se iban incorporando a las tareas del internacionalismo obrero, pero, al encontrarse en muy distinto grado de implantación, las diferencias entre unos y otros se hacían tan grandes como para que no se pudiera seguir manteniendo la forma tradicional de voto que otorgaba por igual dos votos a cada país.

Saber el número de votos concedidos en Stuttgart a cada delegación nos permite formar una idea aproximada del grado de desarrollo comparativo del movimiento obrero socialista entre los distintos componentes de la Internacional:

20 votos: Alemania, Austria, Bohemia, Francia, Gran Bretaña y Rusia.15 votos: Italia14 votos: Estados Unidos12 votos: Bélgica10 votos: Dinamarca, Polonia, Suiza8 votos: Australia, Finlandia, Suecia, Holanda6 votos: España, Hungría, Noruega4 votos: África del Sur, Argentina, Bulgaria, Japón, Rumania, Servia.2 votos: Luxemburgo.(Amaro del Rosal. Ob. Cit. Vol. llo pág. 26)

En España el movimiento obrero seguía dominado hegemónicamente por el anarco-sindicalismo. Hasta 1910, con la conjunción republicano-socialista, no se obtuvo el primer diputado socialista en el Parlamento, que sería Pablo Iglesias. Realmente, cuando el PSOE y la UGT irrumpen en el primer plano de la escena nacional, es con la crisis de 1917 y la huelga general en que culmina aquella.

El Congreso de Stuttgart acoge los ecos despertados en todo el movimiento obrero europeo por las profundas agitaciones que conmueven y hacen tambalearse el Imperio Ruso en 1905, llamadas por algunos la primera revolución, consecuencia de la derrota zarista en la guerra ruso-japonesa de 1904 y, desde luego, preámbulo de la Revolución Soviética de 1917. En torno a esos sucesos, en los que intervino Rosa Luxemburgo, escribe ésta su opúsculo "Huelga en masa, partido y sindicatos".

En el Congreso de Stuttgart aparece como figura destacada de sus debates, Lenin, con posiciones próximas a R. Luxemburgo.

Este Congreso parecía planteado fundamentalmente en torno al tema de la relación partido-sindicato, por cuanto una cierta suerte de reformismo se había empezado a instalar en las organizaciones sindicales. Sin embargo, aunque este tema será tratado, como veremos, el tema del militarismo y la guerra pasa al primer plano, justamente en la estela de los sucesos rusos de 1905, donde las huelgas insurreccionales de la población habían puesto en vilo a todo el continente y levantado inusitada expectación esperanzada entre las clases trabajadoras.

De entre las diversas hipótesis que se manejaban sobre cómo y cuándo acontecerían la caída del capitalismo, parecía perfilarse que la catástrofe derivada del choque entre los imperios podría ser una de las más próximas, y así empezaron a creerlo por lo menos las gentes del ala izquierda de la Internacional, con lo que al menos todos estaban sobresaltados por el problema de la guerra.

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La memoria histórica del efecto demoledor que tuvieron la guerra franco-prusiana y sus secuelas sobre la la Internacional, y la situación aberrante del proletariado en una nueva guerra internacional, o guerra civil entre el proletariado, excitaba los debates conforme se entenebrecía el panorama europeo.

Al tradicional antagonismo entre Alemania e Inglaterra, se unían los enfrenta-mientos entre Inglaterra y Francia por el control de los estrechos, como paso vital de comunicaciones en la época. El conflicto por el reparto de Marruecos forma parte de esa pugna. Todo ello converge para hacer del tema del militarismo y de la guerra el asunto central del Congreso de Stuttgart, y sobre esa cuestión se complican y giran otras muchas de estrategia que se ligan como subordinadas a ésta.

El Congreso de Stuttgart aprobará, tras complicados y arduos debates, una amplia resolución sobre la guerra, que constituye el texto más clásico de la IIa Internacional al respecto y que sintetiza muy diversas aportaciones de los sectores en litigio. Por ello resulta un texto inhabitualmente extenso para lo que solían ser las resoluciones de la Internacional, pero sumamente interesante.

Sobre el análisis causal del fenómeno bélico no aparecen novedades: sólo es de reseñar que se mantiene la unanimidad sobre el criterio de que los conflictos armados se engendran en la contradicción de intereses entre las clases dominantes de los diversos países y que, en la época de expansión, se agudizan los riesgos y se multiplican los conflictos por la competición exacerbada de los mercados. Sólo secundariamente contribuyen a generar conflicto los antagonismos entre pueblos estimulados interesadamente por la propaganda reaccionaria.

Nuevos puntos, en cambio, se tornan ya álgidos ante una conflagración general que se presiente: ¿deben los obreros contribuir o participar en la acción bélica? ¿deben defender el territorio de sus Estados en caso de ser invadidos?; ¿cómo obrar si, pese a todo, estalla el conflicto?; ¿qué hacer tras el conflicto?. Por otra parte, ¿qué más puede hacerse por evitar la guerra?

En el debate de Stuttgart se perfilan varias posturas: el pacifismo intransigente y absoluto de Hervé (suizo), quien sostiene que los obreros jamás deberán tomar las armas sino para hacer la revolución, para liberarse del capital o para defender la revolución. La posición más templada de Jaurés (Francia), que afirma la necesidad de denunciar las causas de la guerra y combatirlas, pero también el deber de la defensa ante la invasión, y que reclama la solidaridad de los demás pueblos frente al agresor; la actitud de Guesde (Francia), que se resiste a poner en primer plano el antibelicismo porque considera todo esto como un elemento de distracción de la burguesía para posponer la verdadera y permanente guerra social de cada país, y que cree combatir la guerra mediante la guerra social interna. La posición más teórica de los alemanes, sustentada por Bebel en el debate, que recoge las aportaciones de Congresos anteriores y se centra en las formas clásicas de combate preventivo contra el militarismo y el belicismo, aunque para el evento de la guerra inminente no descarte incluso la huelga general. Por último la posición más directamente de Lenin y R. Luxemburgo, que quisieran preparar expresamente la revolución y que afirman la coyuntura de anormalidad bélica y el caos de los desastres postbélicos, como la obligada situación insurreccional.

Una idea y un sentimiento compartido por todos, y que se refleja en la resolución, como en casi todos los documentos anteriores sobre el tema, es considerar la guerra como una agresión de los gobiernos (burgueses) contra sus propios pueblos, esto es, una forma más de gravamen en beneficio de los intereses de otros, una imposición de nuevas penalidades y, para miles y miles de personas, una expropiación de la vida

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misma: "La clase obrera, entre la cual se recluían de preferencia los combatientes y que debe soportar los mayores sacrificios materiales, es adversaria natural de las guerras..."

Otro punto de coincidencia fue la aspiración de basar la defensa de las comunidades sociales en el armamento general del pueblo o milicias populares, a diferencia de los ejércitos permanentes y las pirámides profesionalizadas, pensamiento que se asociaba a la repugnancia que unas fuerzas de tipo popular tendrían con respecto a cualquier empresa agresiva.

Aunque en el orden del análisis causal se conceda muy secundaria importancia a los aspectos emocionales, también se insiste ahora en la prevención de la guerra por medio de la educación de la juventud, dentro de las ¡deas socialistas de fraternidad entre los pueblos.

Como quiera que hay una propaganda de guerra que excita la aversión al "enemigo", se insiste en la necesidad de la propaganda antibelicista como una forma de hacer la guerra a la guerra y a todas las causas que la impulsan.

Reproducimos la importante resolución suprimiendo únicamente un largo párrafo en el que se enumeran los esfuerzos llevados a cabo durante los años precedentes por las organizaciones obreras de distintos países en resistencia a diversos conflictos:

Resolución sobre el militarismo y los conflictos actuales:

El Congreso confirma las resoluciones de los precedentes congresos internacionales concernientes a la acción en contra del militarismo y el imperialismo y recuerda que la acción contra el militarismo no puede ser separada del conjunto de la acción contra el capitalismo.

Las guerras entre estados capitalistas son, en general, la consecuencia de su concurrencia sobre el mercado del mundo, porque cada Estado no tiende solamente a asegurar mercados, sino a adquirir otros nuevos, principalmente por la dominación de los pueblos extranjeros y la conquista de sus tierras. Estas guerras resultan de la incesante concurrencia provocada por los armamentos del militarismo, que es uno de los instrumentos principales de la dominación de la burguesía y de la esclavización económica y política de la clase obrera.

Las guerras se ven favorecidas por los prejuicios nacionales que han sido cultivados sistemáticamente en interés de las clases dominantes, a fin de desviar a la masa proletaria de los deberes de clase y de sus deberes de solidaridad internacional.

Las guerras son, por lo tanto, la esencia del capitalismo y no cesarán más que por la supresión del sistema capitalista o bien cuando la amplitud de los sacrificios en hombres y en dinero exigidos por el desarrollo de la técnica militar y las revueltas provocadas por los armamentistas empujen a los pueblos a renunciar a este sistema.

La clase obrera, entre la cual se recluían de preferencia los combatientes y que debe soportar los mayores sacrificios materiales, es adversaria natural de las guerras, porque éstas están en contradicción con el fin que ella persigue: la creación de un nuevo orden económico basado en la concepción socialista, destinada a traducir en realidad la solidaridad de los pueblos.

Por eso el Congreso considera que es un deber de todos los trabajadores y de sus representantes en los Parlamentos combatir con todas sus fuerzas a los ejércitos de tierra y de mar, señalando el carácter de clase de la sociedad burguesa y los móviles que imponen el mantenimiento de antagonismos nacionales; de rechazar todo apoyo pecuniario a la política de guerra, así como esforzarse por que la juventud proletaria sea educada en las ideas socialistas de la fraternidad entre los pueblos, despertando sistemáticamente su conciencia de clase.

El Congreso ve en la organización democrática de un sistema de milicias, destinado a reemplazar a los ejércitos permanentes, una garantía real que haga imposible las guerras agresivas y facilite la desaparición de los antagonismos nacionales.

La Internacional no puede encerrarse, por adelantado, en fórmulas rígidas; la acción es necesariamente diversa, según las circunstancias y los medios de los

-Causas de la guerra

-Quienes la sufren

-Lucha contra la guerra

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distintos partidos nacionales; pero ella tiene el deber de intensificar y de coordinar, lo más posible, los esfuerzos de la clase obrera contra el militarismo y contra la guerra. (...)

La acción de la clase obrera será tanto más eficaz cuanto mayor sea una propaganda incesante que haya preparado los espíritus para un esfuerzo vigoroso y que la acción de los diversos partidos nacionales sea más fuertemente estimulada y coordinada por la Internacional.

El Congreso está convencido, además, de que, bajo la presión del proletariado, la utilización seria del arbitraje internacional reemplazará, en todos los litigios, a las pobres tentativas de los gobiernos burgueses y que se podrá asegurar a los pueblos el bien del desarme general, el cual permitirá utilizar para los progresos de la civilización los inmensos recursos de energía y de dinero devorados por los armamentos y por las guerras.

El Congreso declara:Si una guerra amenazara con estallar, es un deber de la clase obrera en los países

afectados, y de sus representantes en los Parlamentos, con la ayuda del Buró Internacional, fuerza de acción y de coordinación, el de hacer todos los esfuerzos por impedir la guerra, por todos los medios que les parezcan mejores y más apropiados y que, naturalmente, varían según lo agudo de la lucha de clases y la situación política general.

No obstante, en el caso de que la guerra estallara, tienen el deber de interponerse para que cese inmediatamente y de utilizar con todas sus fuerzas, la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista.

-Si estalla la guerra

Relación Partido-Sindicato: Con respecto a esta cuestión, que como dijimos se pensaba fuese el asunto principal del Congreso, el enfoque de la resolución pertinente nos puede resultar en la actualidad desconcertante, y no porque recomiende una relación muy estrecha entre ambos organismos "de una sola lucha" con dos frentes, sino porque claramente apreciamos en la resolución una intencionalidad de que los sindicatos no se desvíen hacia la derecha, de que entre los sindicatos no cunda un "profesionalismo" o "sindicalismo" que les ponga de espaldas a la lucha por el socialismo y, en su sentido más profundo, al margen de la lucha de clases, pasándose a la aceptación de la sociedad clasista, del capitalismo. Lo que hoy puede sernos más insólito es que esa preocupación viene de los partidos, del "frente político".

Pero encontramos al punto su lógica histórica si recordamos que en el seno de los más importantes partidos de la Internacional se acaba de librar la batalla frente al revisionismo y sus secuelas reformistas y que, sobre el papel, a nivel declarativo, esas tesis habían sido rechazadas. Se trataba, pues, de evitar que lo rechazado en el ámbito "político" no se introdujera como actitud de las masas trabajadoras, penetrando por la organización del "frente económico": los sindicatos

Téngase en cuenta que, en el poderoso trade-unionismo británico, de antiguo hubo amplias franjas muy desentendidas de los que no fuere la obtención de mejoras concretas e inmediatas para el respectivo sector de su corporación y que, a este tipo de sindicalismo, le venía un colosal aliado con el nuevo sindicalismo norteamericano de reciente creación pero de rápido desarrollo, en el que predominaba una desconfianza superior a la tradeunionista con respecto a toda filosofía de contestación radical al sistema capitalista.

Samuel Gompers (1850-1924), el más famoso líder sindicalista americano de la época fue modelo arquetípico de esta tendencia. Pese a haber estado durante algún tiempo adherido al Partido Socialista Obrero, fundó en 1881 la Federación Americana del Trabajo, siendo su presidente durante cerca de cuarenta años, en los que mantuvo las distancias con los organismos obreros radicados en Amsterdam, donde a su juicio

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seguían una línea revolucionaria errónea.Para formarnos una idea de esa concepción del sindicalismo, que llega a su máxima

expresión en el sindicalismo americano dirigido por Gompers, tomamos unos párrafos de Dolléans, que lo perfila así:

"La nueva organización sindical creada por obreros cualificados de Pittsburg, el 13 de noviembre de 1881, progresa lenta pero seguramente, entre 1886 y 1892 los miembros de la Federación se elevan de 100 a 250.000. La federación Americana del trabajo se desarrolla y se consolida; al comienzo del siglo XX los sindicatos nacionales acrecientan sus efectivos y administran sus fondos y sus cotizaciones a semejanza de los grandes sindicatos ingleses. Las cuotas elevadas sirven para organizar servicios de asistencia mutua.

"Los sindicatos nacionales que forman la Federación Americana del Trabajo tienen su punto de apoyo en los obreros cualificados; unen sus miembros a la organización sindical por los servicios que les prestan. (...) "La Federación orienta su actividad en el sentido político: se sirve de su neutralidad electoral para imponer a uno o a otro de los dos grandes partidos, la promesa de apoyar..."

"A consecuencia de la elección de Wilson en 1912, la Federación obtiene la traducción de su pliego de reivindicaciones en actos legislativos. En 1914 posee 2.020.671 miembros (..,). La filosofía social de sus jefes es conservadora. Gompers considera las relaciones sociales actuales como permanentes; el mantenimiento del orden existente permite a las organizaciones obreras elevar el nivel de vida de sus miembros; en una economía próspera, en un régimen capitalista ascendente, hay lugar para todas las esperanzas de mejoramiento social. (...) "Avanzamos día a día. No tenemos fines últimos. Somos hombres prácticos". El sindicalismo americano se organizaba para la defensa de intereses corporativos y particularistas. Jamás pensó en la democracia obrera" 52

Así pues, un sindicalismo en el antipolo del sindicalismo revolucionario estaba en el horizonte. En otros sindicatos europeos empezaban a surgir líderes "pragmáticos" que encontraban razones para obviar el compromiso con causas distintas al interés inmediato de su parcela.

Si no recordamos aquel contexto, difícilmente se capta el sentido de esta resolución. En ella, frente a la tesis más radical del luxemburguismo, que de algún modo concede cierta función de preeminencia directiva al partido, la resolución opta por afirmar una paridad y una autonomía recíprocas, para insistir luego, una y otra vez, en la necesidad de que caminen en paralelo concertando no sólo los objetivos sino incluso la oportunidad de los métodos.

Nótese como contrasta, frente al oportunismo electoral que reflejaba la cita anterior sobre el sindicalismo americano, la frase que en la resolución dice: "El partido y el sindicato deben ayudarse y sostenerse normalmente el uno al otro en sus esfuerzos..." para pasara enumerar luego las obligaciones del partido con respecto al sindicato, y a la necesidad de que éste asuma "un espíritu completamente socialista".

Probablemente el núcleo de la resolución se encuentra en el rechazo de la mentalidad corporativista, y en la afirmación de la necesidad de plantear los intereses del propio oficio en coherencia con los de todos los demás trabajadores Es muy significativo que ponga en relación el "egoísmo corporativo" con la aceptación de la sociedad clasista: "...reducirán la organización a la impotencia si ésta se preocupa únicamente de los

52 Dolléans. Ob. Cit. Vol II. pgs. 103-104.

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intereses de un oficio, situándose en el terreno del egoísmo corporativo, admitiendo la armonía de los intereses del trabajo y del capital".

Es claro que desde una metodología del corporativismo se pueden obtener mejoras relativas, e incluso pequeñas corporaciones de trabajadores especialistas o muy cualificados incluso pueden obtener ciertos privilegios que duren tanto como las circunstancias de su especial influjo en el proceso productivo. Pero es evidente que para cuestionar el conjunto del sistema en alguno de sus principios, o para obtener mejoras generales que afecten a toda la clase trabajadora (y no sólo a todos los trabajadores, sino también a la condición de sus familias), sólo puede ser operativo el planteamiento de clase que hace la resolución.

No basta operativamente, para que tales objetivos generales sean asumidos por la masa de cada sindicato, que sus líderes lo afirmen, ni que los documentos declarativos lo proclamen, porque en la economía del esfuerzo de cada afiliado y de cada colectivo, cuenta cuanto esfuerzo está dispuesto a asignar a la consecución de cada fin, y puede ocurrir que el individuo o el colectivo se vuelquen sólo en los objetivos particulares de tipo corporativo y descuiden su contribución a los objetivos generales. Se puede ser muy gallardo para reivindicar unas condiciones muy concretas del propio trabajo y muy perezoso para las de todos los trabajadores. Acaso por ello la resolución vincula en una línea la cuestión de las ideas y la disponibilidad de los adherentes:"... su entusiasmo y su espíritu de sacrificio serán mayores si se inspiran en el ideal socialista". Si esto es así, en el cultivo del ideal socialista puede medirse al grado de empeño que quiere obtenerse a la hora de obtener resultados de las luchas generales de la clase.

Como la lectura del texto se presta incluso a controversia, y por la índole del tema, mejor es examinarlo en su literalidad:

Para liberar enteramente al proletariado de las trabas de la servidumbre intelectual, política y económica, la lucha política y la lucha económica son igualmente necesarias. Si la actividad del Partido Socialista se ejerce sobre todo en el dominio de la lucha política del proletariado, la de los sindicatos se ejerce principalmente en el dominio de la lucha económica de la clase obrera.

El Partido y los sindicatos, por lo tanto, tienen una tarea igualmente importante en la lucha emancipadora del proletariado. Cada una de las organizaciones tienen su dominio distinto, determinado por su propia naturaleza y en el cual cada uno debe normar su acción de una manera absolutamente independiente. Más existe también un dominio cada vez mayor de la lucha de clases proletaria, en el cual no se pueden tener buenos resultados más que por el acuerdo y la cooperación del Partido y de los sindicatos.

En consecuencia, la lucha proletaria será mejor desarrollada y resultará más fructuosa si las relaciones entre los sindicatos y el partido son más estrechas, sin comprometer la necesaria unidad del movimiento sindical.

El Congreso declara que es de interés para la clase obrera que en todos los países se mantengan permanentemente las relaciones más estrechas entre los sindicatos y el Partido. El Partido y el sindicato deben ayudarse y sostenerse normalmente el uno al otro en sus esfuerzos y no deben servirse en su lucha más que de medios que puedan contribuir a la emancipación del proletariado; cuando se manifiesten puntos de vista divergentes entre las dos organizaciones sobre la oportunidad de ciertos métodos de aplicación deben discutir y procurar entre ellos un acuerdo.

Los sindicatos no cumplirán plenamente su deber en la lucha emancipadora de la clase obrera más que si sus actos se inspiran en un espíritu completamente socialistas. El Partido tiene el deber de ayudar a los sindicatos en su lucha por la elevación y mejoramiento de la condición social de los trabajadores. En su acción parlamentaria, el Partido debe actuar para que se de pleno valor a las reivindicaciones sindicales.

El Congreso declara que el progreso en el modo de producción capitalista, la concentración creciente de los medios de producción, la unión creciente de los patronos, la dependencia cada vez mayor de los oficios particulares frente al conjunto de la sociedad burguesa, reducirán la organización a la impotencia, si ésta se preocupa únicamente de los intereses de un oficio,

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situándose en el terreno del egoísmo corporativo, admitiendo la teoría de la armonía de los intereses del trabajo y el capital.

El Congreso considera que los sindicatos obtendrán mayores beneficios en la lucha contra la expoliación y la opresión en la medida en que su organización esté más unificada, que su sistema de solidaridad sea más perfecto, que las cajas destinadas a la lucha sindical se vean mejor acogidas, si sus adherentes tienen una clara conciencia de la coyuntura económica y su entusiasmo y espíritu de sacrificio serán mayores si se inspiran en el ideal socialista.

El Congreso invita a todos los sindicatos que se encuentran en las condiciones previstas por la Conferencia de Bruselas de 1899, ratificada por el Congreso de París de 1.900, a asistir a los congresos internacionales y a mantener relaciones con el Buró Socialista Internacional de Bruselas. Encarga a este último de ponerse en relaciones con el Secretario Internacional de los Sindicatos de Berlín para el intercambio de todas las informaciones relativas a la organización obrera y al movimiento obrero.

El Congreso encarga al Buró Socialista Internacional de reunir todos los documentos que puedan facilitar el estudio de los informes entre las organizaciones profesionales y los partidos socialistas en todos los países y de presentar un informe a este respecto al próximo Congreso.

CONGRESO DE COPENHAGUE (1910)

VIII Congreso de la IIa InternacionalEste Congreso, que sería el último ordinario celebrado por la Internacional antes de

que estallara la Guerra Mundial, se celebró en el Palacio de Conciertos de Copenhague, del veintiocho de agosto al tres de septiembre de 1910.

En representación de las organizaciones socialistas españolas asistieron como delegados Pablo Iglesias, Casimiro Muñoz, Emilio Corrales y Francisco Azorín, en nombre del PSOE, y Vicente Barrio por la UGT.

El Congreso tuvo lugar en un clima europeo casi prebélico y, por eso, aunque está concebido para tratar principalmente sobre el tema de las cooperativas, y, en segundo lugar, sobre la legislación obrera o leyes protectoras del trabajo, el tan reiterado asunto del antibelicismo volvió a ocupar buena parte de las deliberaciones.

El desaforado armamentismo practicado por las grandes potencias, principalmente entonces por Inglaterra y Alemania, hacían presagiar lo peor. Las otras potencias les iban a la zaga en ese esfuerzo de multiplicar los navíos de guerra y de reforzar los efectivos terrestres. La espiral diabólica del complejo industrial-militar por primera vez se manifestaba funcionando en gran escala.

Rosa Luxemburgo ya había puesto de relieve los aspectos nefastos de estas inversiones. El carácter de industria privilegiada que es la fabricación de armamentos: financiación asegurada, mercancía vendida de antemano, exclusión de la competitividad, beneficio asegurado sin riesgo alguno. Comenzaba a funcionar la conexión entre esta pujante industria y los medios políticos y financieros.

En el apogeo del colonialismo resultaba "antipatriótico" poner dificultades a una política de armamentismo desenfrenado. Pero todavía los sindicatos obreros y los partidos socialistas no se habían entregado a la "lógica" de la militarización de la economía ni del pensamiento político. Todavía planteaban otras alternativas políticas y buscaban otras formas de asegurar el empleo.

Se agilizaba la 'rivalidad entre las naciones, y el culto a los méritos y glorias de cada país se emparejaba con el descrédito y menosprecio del adversario; es decir, se preparaba a los pueblos para que, llegado el momento, aceptasen como inevitable la civilizada empresa de poner toda su capacidad científico, tecnológica e industrial al

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servicio del exterminio recíproco. (No cabe olvidar que Europa tuvo que pasar dos guerra mundiales, en su origen, dos conflagraciones intra-europeas, para intentar un proyecto de cohesión o unidad europea)

Si en el occidente los polos del antagonismo se centraban en Berlín y Londres, en la Europa central se tensaba progresivamente la confrontación entre el imperio austro-húngaro y el imperio zarista. La anexión por el imperio austro-húngaro de Bosnia y Herzegovina sobresaltaron a las demás potencias. A su vez, las tensiones internas suscitadas por las nacionalidades forzadas en su dependencia del emperador de Viena, constituían otro factor grave de inestabilidad. Con ese horizonte en perspectiva, antítesis del pacifismo a ultranza del movimiento obrero, lógicamente la Internacional consumía esfuerzos de cada Congreso en el intento de evitar la guerra.

Incluso una potencia de gran historia pero muy retrasada entonces con respecto a los países centroeuropeos, como España, acababa de lanzarse en unas operaciones a gran escala en Marruecos, pese a las grandes convulsiones internas que trajo consigo el movimiento de resistencia popular.

En ese contexto se celebra el Congreso de Copenhague. Por ello el tema de la guerra y de lucha por la paz, sería el más vibrante de este Congreso, con lo que una vez más se alteraban las previsiones, pues se había pensado centrar los debates en los asuntos concernientes a las cooperativas y a la legislación obrera o legislación protectora del trabajo.

Sin embargo, aunque la prevención de la guerra fuese la preocupación principal, el Congreso no adoptó criterios nuevos de significativa importancia debido a las diferencias sobre táctica que empezaban a manifestarse entre las delegaciones de los diferentes países, mal presagio de las vacilaciones que malograrían los esfuerzos antibelicistas ante el estallido de 1914.

El problema de la guerra aparecía en el Orden del Día del Congreso en tercer lugar, bajo la rúbrica "Antimilitarismo, arbitraje, procedimientos a seguir para asegurar la ejecución de los congresos". Es decir, la cuestión de mayor fondo sobre la naturaleza de la guerra, de sus causas y efectos, y la actitud ante ese fenómeno, se daba en principio por tratada y, por asumidas las resoluciones de los congresos precedentes, y de lo que ahora se trataba era de concretar, en mayor grado, cómo poner en práctica de forma coordinada la movilización de los trabajadores para resistir las iniciativas bélicas.

En ese punto de concretar las formas operativas de actuación, es donde se produce la fisura cuando se intenta concretar en acciones importantes, simultáneas y coordinadas que vayan más allá de las meras actitudes parlamentarias o propagandístico-manifestativas.

Recordemos a este respecto que la única acción que se puede señalar como internacional simultánea y coordinada, el 1 ° de mayo, ya tuvo dificultades, cuando no se trataba de un día festivo, para que se realizara efectivamente con simultaneidad en el primer día del mes de mayo y no en otra fecha próxima a conveniencia de cada país.

Probablemente estas dificultades no reflejaban mayor o menor vigor de las convicciones, sino las diferentes condiciones político-sociales del movimiento en cada país y el diferente grado en el deseo de subordinar los intereses tácticos de cada país al interés de una actuación internacional del proletariado.

Como quiera que un asunto internacional por excelencia es la guerra, este punto representa una piedra de toque fundamental para mostrar las posibilidades y los límites de la Internacional. A la postre se observará que con la IIa Internacional acontecerá como con la la, en el sentido de que su mayor utilidad fue la orientación ideológica

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emanada de sus congresos y el hecho mismo de realzar el significado del movimiento obrero de cada país por la convergencia de todos en las reuniones de la Internacional, pero que fue incapaz de coordinar y de llevar a cabo actuaciones internacionales importantes de conjunto entre la clase obrera, ni siquiera a escala continental. (Esta apreciación influirá, como se verá más adelante, en el diseño organizativo que Lenin imprime a la Illa Internacional).

En efecto: el hecho que acontece en el Congreso de Copenhague es que surgen dos importantes propuestas concretas de acción internacional contra la guerra, que hubieran supuesto el compromiso de llevar a cabo movilizaciones simultáneas de masas y que fueron rechazadas.

Es muy importante la nota de que fuesen proyectadas como acciones simétricas y simultáneas en los países que eran potenciales adversarios, puesto que esa reciprocidad de la acción por parte de los pueblos actuando contra la guerra hubiera quitado la razón a todo argumento de desarme unilateral o de unilateralidad en el debilitamiento.

La delegación italiana presentó una propuesta que combinaba la acción parlamentaria y la acción de masas. Se debería presentar en los parlamentos la propuesta de una reducción al cincuenta por ciento de todos los armamentos, moción que sería apoyada por intensas campañas y manifestaciones populares, reiterándose estas hasta conseguir su objeto. No fue aceptada.

Keir Hardie, cuyo idealismo ya nos es conocido, junto con el francés Vaillant, viejo ex-communard, presentaron una enmienda a la propuesta de resolución, sumamente importante:

"Entre todos los medios que puedan emplearse para evitar la guerra y oponerse a ella, el Congreso considera especialmente eficaz la huelga general de trabajadores, sobre todo en las industrias que producen los instrumentos de guerra (armas, municiones, transportes, etc.), como también la agitación y la acción popular en sus formas más activas".

Nótese que la propuesta estaba matizada por las reflexiones hechas en el Congreso anterior sobre la huelga general, en el sentido de que lo importante no es el paro total que imposibilita el desarrollo de la vida cotidiana, sino el paro generalizado en sectores estratégicos, en este caso los que resultan instrumentales al servicio bélico.

Hardie defendió con entusiasmo su propuesta, destacando el carácter simultáneo y recíproco que debería tener la acción en todos los países y, para glosar su contundente eficacia, dijo que bastaría parar las minas de carbón en Inglaterra para paralizar el aparato bélico de la armada.

Sin embargo, otras delegaciones, como la influyentísima delegación alemana, se incomodó ante el hecho de que se reabriera por esta vía el debate sobre la huelga general, por cuanto que en su seno la izquierda luxemburguista hubiera simpatizado plenamente con la propuesta Hardie-Vaillant.

Los dirigentes de la socialdemocracia no querían oír hablar de un compromiso tal, que pusiera en riesgo de ¡legalización, nuevamente, a las organizaciones socialistas en Alemania, temerosos del enorme peso del militarismo en el Gobierno del Kaiser. Invocarán incluso que la Internacional carecía de potestad para imponer a sus miembros ninguna concreta acción determinada; lo que era muy cierto y, en parte, su debilidad. Consiguieron finalmente una salida de compromiso en el sentido de aplazar la decisión sobre la propuesta, y se aprobó una resolución síntesis de otras anteriores, donde al menos continuaban vigentes, de forma implícita, los dos vigorosos párrafos finales de la resolución del Congreso de Stuttgart de 1907.

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La resolución aprobada en Copenhague, que es de corte básicamente parlamentario, dice lo siguiente:

"A) Que reclamen sin cesar la solución obligatoria de todos los conflictos entre los Estados por medio de arbitrajes internacionales.

B) Que renueven constantemente las proposiciones tendentes al desarme general y, ante todo, proposiciones en favor de convenios que limiten las marinas de guerra.

C) Que reclamen la abolición de la diplomacia secreta y la publicación de todos los tratados existentes y futuros entre los gobiernos.

D) Que reclamen con insistencia la autonomía de todos los pueblos defendiéndolos contra todo ataque bélico y contra toda opresión".

El otro gran tema del Congreso de Copenhague fue ciertamente el de las cooperativas:

Recordemos que, desde los orígenes del movimiento obrero, las cooperativas, preferentemente de consumo, constituyeron una forma organizativa clásica de los trabajadores. Recordemos también el hecho de que en algunos países, principalmente en Inglaterra y Alemania, habían cobrado un grado importante de desarrollo y que, en el continente, las cooperativas eran también un campo de actuación de otras fuerzas, principalmente eclesiásticas para penetrar en el mundo de la clase obrera.

Por otro lado, un elemento contextual que hemos de tener presente para captar el interés de las cooperativas de consumo hasta muy entrado el siglo XX, es la economía de subsistencia en que se desenvolvía la vida familiar de toda la clase trabajadora y la importancia vital que supuso el ahorro de gasto, por pequeño que fuera, en los bienes de subsistencia. Algo que ahora vemos hacerse patente, por ejemplo, en un bien escaso y de muy difícil acceso para los trabajadores como es la vivienda.

Ahora bien, el socialismo, en tanto que se planteaba el sentido de toda actividad de la clase obrera en orden a la transformación radical de orden económico-social, reflexionaba sobre varios puntos teóricos problemáticos del cooperativismo y, en este sentido, merece una atenta lectura y análisis la resolución correspondiente, a cuyo objeto insertaremos enseguida su texto íntegro.

Las cooperativas de consumo, que fueron el objeto principal de las deliberaciones de este Congreso, quedando postpuesto el aspecto de las cooperativas de producción, fueron concebidas como una forma importante de organización de los trabajadores, esto es, la organización de los trabajadores en tanto que consumidores.

De esta suerte los trabajadores quedaban organizados en tanto que productores en sindicatos; en tanto que ciudadanos en partido político de la clase trabajadora; y en tanto que consumidores en cooperativas de consumidores.

No faltaba quien hablara de que el movimiento obrero tenía una apoyatura triple: el partido, el sindicato, y las cooperativas. Con lo cual es muy lógico concebir el planteamiento de la problemática: ¿qué función corresponde y puede corresponder a las cooperativas en la acción por el socialismo?; ¿qué relación debe existir entre el partido, el sindicato, y las cooperativas?; ¿cómo deben estructurarse las cooperativas para cumplir bien su función en ese marco conjunto de actuaciones?, ¿habría de constituirse un cooperativismo específicamente socialista, al modo como existe un partido y un sindicato socialista?

Una lectura atenta de la resolución nos permite detectar las claves para responder a todas esas preguntas.

Tanta importancia daba a las cooperativas el pujante movimiento cooperativista

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existente a la sazón que la resolución, por ejemplo, sale al paso de la idea de que por sí sólo el cooperativismo puede conducir una recomposición del sistema productivo. En el plano teórico ya vimos la extraordinaria trascendencia que asignaba el owenismo a las cooperativas; el socialismo evolutivo, en general, también le dio gran predicamento a esa forma de actuación. En el plano de los hechos no cabe duda de que, potencialmente, millones de consumidores dispuestos a seleccionar por medio de sus gestores los productos, incluso a organizar por sí mismos la elaboración de algunos de ellos, podrían condicionar muy seriamente las condiciones laborales de las empresas proveedoras, boicoteando aquellas que siguieran prácticas más indeseables para los trabajadores.

Por otra parte, y en aquel tiempo en el que hemos visto que constituía una preocupación cierta del movimiento obrero la preparación de los trabajadores para administrar los recursos y para dirigir la producción puesto que pensaban en la verdadera y relativamente próxima realidad del cambio estructural de la sociedad, las cooperativas ofrecían un campo privilegiado para ese proceso formativo.

Todo ello supone, obviamente, que las cooperativas no fuesen entendidas sólo como un mero instrumento mercantil, capaz de aquilatar un poco mejor los precios a la baja, sino que, conscientes los trabajadores de su fuerza potencial como consumidores, estuvieran dispuestos a utilizarla en pro de objetivos no sólo directa e inmediatamente crematísticos.

Por ello, la resolución señala también criterios sobre el uso que debe hacerse de los posibles márgenes de ganancia de las cooperativas para indicar su asignación a fines sociales, preferentemente educativos.

En el plano organizativo se viene a concebir una relación semejante a la clásica de la IIa Internacional entre Partido-Sindicato, esto es, la autonomía plena de tipo administrativo y financiero, la autonomía plena de índole estatutaria y la concordancia ideológica basada en los afiliados comunes y en el consenso entre los dirigentes de los diversos organismos obreros. Paralelamente también se aconseja la unidad de las cooperativas mediante algún tipo de entidad coordinadora, incluso de relaciones internacionales de cooperación.

Como quiera que las cooperativas en un alto grado de desarrollo tendrán empleados, y si disponen de plantas productoras propias, los tendrán en número considerable, las cooperativas pueden ser modelo ejemplar de la organización del trabajo, por lo menos en lo posible dentro del contexto económico de la época.

La idea de que partido-sindicato-cooperativas deben tener también relación de mutua ayuda aparece como corolario de las ideas anteriores y como expresión aplicada del principio genérico de una sola lucha, en un solo sentido, de los trabajadores que integran una sola clase.

Más difícil fue el punto del debate concerniente a la relación con las otras cooperativas existentes en ciertos países y que obedecían a criterios inspiradores en principios benéficos, y que no aspiraban a otra cosa sino al mero abaratamiento de las subsistencias para los obreros, asunto que queda aludido en la resolución.

En su conjunto, el texto aprobado en Copenhague sobre las cooperativas resulta bastante ideológico; nos muestra claramente que sólo puede hablarse de "cooperativas socialistas" en tanto que estas asuman un papel en la acción por el socialismo, plasmado en las directrices reseñadas, y que todo es sólo viable desde un nivel de conciencia teórica en sus adheridos o socios y en sus dirigentes.

El texto dice:

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Considerando que las sociedades cooperativas de consumo no sóloprocuran ventajas materiales, sino que están destinadas:1° A aumentar la potencia del proletariado por la supresión de los intermediarios y por la

creación de servicios de producción que dependen de los consumidores organizados;2° A mejorar las condiciones de vida obrera;3° A educar a los trabajadores para que traten con plena independencia sus asuntos propios y a

ayudarles así a preparar la democratización y la socialización de las fuerzas de cambio y de producción. Considerando que la cooperación sola sería impotente para realizar el propósito del socialismo, que es la conquista de los poderes públicos por la apropiación colectiva de los medios de trabajo,

El Congreso, al mismo tiempo que pide a los trabajadores tengan cuidado con los que sostienen que la cooperación se basta así misma, declara que la clase obrera tiene el mayor interés de utilizar en su lucha de clase el arma cooperativa.

Invita, pues, a todos los socialistas y a todos los sindicatos a que participen activamente en el movimiento cooperativo con el fin de desarrollar en él el espíritu del socialismo e impedir que las cooperativas se desvíen de su papel de educación y de solidaridad obrera.

Los cooperativistas socialistas tienen como deber el de luchar:1° Para que las cantidades percibidas en más no sean exclusivamente restituidas a los

miembros, sino que una parte sea dedicada, o por las cooperativas mismas, o por las Federaciones o Almacenes al por mayor, a la ayuda de sus miembros, al desarrollo de la producción cooperativa y a los fines de la educación y enseñanza.

2° Para que las condiciones de salario y de trabajo de las cooperativas sean estipuladas de acuerdo con los sindicatos;

3° Para que la organización del trabajo sea ejemplar y que las compras de mercancías se efectúen teniendo en cuenta las condiciones de trabajo de los que las producen.

Las diversas cooperativas en cada país tienen que decidir en qué medida ellas ayudarán, con sus recursos, al movimiento político y sindical. Puesto que los servicios que la cooperación puede dar serán tanto más grandes si el movimiento cooperativo es más fuerte y está más unido, el Congreso declara que las cooperativas de cada país, que estén constituidas sobre la base de la presente resolución, deben formar una sola Federación. El Congreso declara que la clase obrera, en su lucha contra el capitalismo, tienen el mayor interés en que los sindicatos, las cooperativas y el Partido Socialista, siempre conservando su autonomía y su unidad propias, estén unidos por relaciones cada día más íntimas.

En cuanto al capítulo de legislación obrera, además de proseguir insistiendo en la batalla por la jornada de ocho horas, se trataron una serie de puntos sobre el trabajo de los menores, el trabajo nocturno, el de la mujer y el trabajo agrícola y forestal; es decir sobre todos los sectores que estaban más desprotegidos. Pero en balance, lo que nos importa reseñar aquí al respecto es la creciente importancia que iban tomando en las deliberaciones de la IIa Internacional los asuntos concernientes a la reforma del capitalismo, en lo que sin duda empezaba a surtir efecto notable la organización obrera.

El tema del nacionalismo se hizo presente de forma indirecta, en cuanto que se discutió el problema organizativo de los sindicatos austríacos, puesto que los checos reclamaban el derecho a organizarse independientemente, habiendo reclamado para ello el apoyo de la Internacional. Sin embargo el criterio mayoritario sostenido fue plegarse a recomendar estructuras unitarias configuradas a escala de los estados existentes de hecho y, por tanto no se dio satisfacción a los representantes de los trabajadores checos, lo que nos importa reseñar aquí sólo en la medida en que podemos apreciar de nuevo las profundas reservas del socialismo clásico hacia los hechos nacionalistas y su aversión a reconocer el nacionalismo como factor determinante en el seno del movimiento obrero.

España estuvo presente de modo explícito en dos resoluciones de este Congreso: una reiterando la posición abolicionista de la pena de muerte y otra sobre la guerra que Francia y España mantenían en territorio marroquí contra los indígenas.

Los sucesos españoles de 1909, la gran campaña contra el envío de soldados de

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reemplazo para combatir en el norte de África a los marroquíes, especialmente virulenta en Cataluña -"semana trágica"-, y en las que el Partido Socialista jugó un papel importante, llamaron la atención en Europa.

Tuñón no minusvalora estos sucesos:"... el choque dramático de 1909 contra la movilización de reservistas y la guerra de Marruecos, la huelga general comenzada en Cataluña se transforma espontáneamente en una insurrección, reprimida por el ejército enviando desde otros puntos del país. El Gobierno Maura, procede después a varias ejecuciones, entre ellas la de Francisco Ferrer, anarquista teórico y director de la "Escuela Moderna", cuya participación en los hechos de que se le acusaba no pudo ser comprobada. La muerte de Ferrer dio lugar a una campaña gigantesca en todo el mundo contra la represión en España e incluso contra el régimen, que el Gobierno, empleando una mixtificación usual quiso presentar como un "ataque contra España".53

La singular personalidad de Francisco Ferrer i Guardia impulsó el colosalismo de esa campaña internacional que abarrotó de grandes manifestaciones las avenidas y plazas de las grandes capitales europeas, primero pidiendo su excarcelación, luego su indulto y finalmente, protestando contra su fusilamiento. Ferrer, hombre de ideas anarquistas, anticlerical, republicano y masón, era paradigma de todo lo que odiaba y temía la burguesía reaccionaria. Por si fuera poco, en la última fase de su vida dedicó los recursos económicos legados por una de las compañeras que tuvo a fundar "La Escuela Nueva", centro educativo con varias sedes en Barcelona y donde se practicaba una pedagogía revolucionaria de tipo libertario. Maura, que hubo de resignar el poder a los pocos meses y el mismo Alfonso XIII que empezaba a declinar, cometieron el error de no indultarlo.

Esos sucesos de 1909 son a los que alude la resolución de Copenhague sobre la pena capital: "En España, un régimen caduco y reaccionario emplea el asesinato jurídico como arma y medio de venganza en contra de las aspiraciones emancipadoras del proletariado". Luego, tras condenar sucesos similares acontecidos en la Rusia zarista, vuelve a insistir en la necesidad de abolir la pena de muerte.

El asunto de la guerra marroquí llevó a Pablo Iglesias a la tribuna del Congreso para defender la resolución correspondiente. Iglesias expuso cuales eran los intereses capitalistas franceses y españoles que originaban el conflicto, así como el costo financiero y la pérdida de vidas humanas que estaba soportando la población. Igualmente anunciaba la firme resolución del PSOE de seguir combatiendo los nuevos envíos de tropas a ultramar. En el texto aprobado por el Congreso, uno de los párrafos decía:

"Invita a los partidos socialistas de todos los países, especialmente a los trabajadores de Francia y España, a secundar más que nunca la acción vigorosa emprendida por los partidos socialistas de las dos naciones, acción glorificada por el heroísmo de los revolucionarios de Barcelona y de otras ciudades, y a oponerse con todo su poder a la nueva expedición."

Por último reseñamos que el Congreso aprobaba también un texto "insistiendo fuertemente sobre el deber de los partidos de hacer todo lo posible por cumplir las resoluciones de los Congresos Internacionales..." pero es claro que en este punto no podía sino invocar ese deber.

53 Manuel Tuñón de Lara. "La España del siglo XX". Librería española. París. 1973. p. 15.

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CONGRESO DE BASILEA (1912)

Congreso extraordinario.Los días veinticuatro y veinticinco de noviembre de 1912 tuvo lugar un Congreso

extraordinario de la IIa Internacional en la ciudad suiza de Basilea. En realidad este Congreso fue más bien una colosal manifestación en favor de la paz. Un acto excepcional para convocar a la conciencia europea en favor de la paz y un mensaje solemne a los gobiernos para advertirles que el movimiento obrero socialista rechazaría categóricamente toda iniciativa bélica.

El motivo inmediato que lleva a la convocatoria de este Congreso extraordinario es la ruptura de hostilidades en la guerra de los Balcanes.

El siguiente congreso ordinario estaba previsto que se celebrara en Viena en 1914, pero el conflicto de los Balcanes, en el que Bulgaria, Servia, Grecia y Montenegro se coaligaron para enfrentarse a Turquía, intentando cada cual satisfacer sus viejas reivindicaciones territoriales despojando a Turquía de las posesiones europeas de su imperio, hizo temer a los líderes de la Internacional por la posible generalización del conflicto, en el caso de que comenzasen a intervenir las grandes potencias en favor de unos u otros y concluyesen enfrentándose entre sí, como ocurriría dos años después.

Ante ese riesgo de conflagración europea, que en cierto modo ya había comenzado como colisión entre países menores, la Internacional convoca el Congreso extraordinario de Basilea. Tan importante fue en esta ocasión el Congreso mismo, como la extraordinaria manifestación popular que se llevó a cabo durante la tarde del primer día de la reunión.

En efecto, una inmensa muchedumbre llegada de todo el país, y de expediciones al efecto, se puso en marcha al medio día desde la sala donde se celebraban las sesiones hacia la vieja catedral de Basilea. Aquel histórico templo de resonancias europeas, sede de antiguos concilios de la Iglesia cristiana medieval, fue el escenario elegido para acoger bajo sus bóvedas en este caso la invocación laica en pro de la paz.

Las autoridades civiles de la ciudad, así como el Consejo de la Iglesia, que desde la Reforma administraba el templo, aguardaban la llegada de los más notables dirigentes del socialismo, de los quinientos cincuenta y cinco delegados del Congreso y de los miles de trabajadores que les acompañaban. Cuando la multitud invadía las naves y sus banderas se situaban bajo el coro, el órgano hizo sonar el "Himno a la Paz" de Beethoven.

En el exterior del recinto, desde otras tribunas dispuestas con ese objeto, otros oradores habrían de dirigirse igualmente en son de paz al grueso de la manifestación que no tuvo cabida en la catedral.

En el interior, Jean Jaurés pronuncia uno de los discursos más bellos y más graves de su extensa vida política:

"Hemos sido recibidos en esta iglesia al son de las campanas, que me pareció, hace un momento, como un llamamiento a la reconciliación general" (...) "el momento es serio y trágico. Cuanto más se precisa el peligro, se acercan las amenazas, más urgente se vuelve la pregunta que el proletariado nos plantea, no, se la plantea a sí mismo: si la cosa monstruosa está verdaderamente allí, si efectivamente será necesario marchar para asesinar a hermanos, ¿que haremos para escapar a ese espanto?"

"... la Internacional debe velar por hacer penetrar en cada lugar su palabra de paz, desarrollar en cada lugar su acción legal o revolucionaria que impida la guerra o sino a pedir cuentas a los criminales que serán responsables de ella...

"Debemos ir por todas partes para introducir en las masas la consciencia de nuestra

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acción; debemos, una vez más, confirmar en todos los parlamentos que queremos la paz."

Juarés, símbolo del pacifismo combativo, que todavía volvería a proponer en julio de 1914, en el Congreso del Partido Socialista francés, la huelga general contra la guerra, fue asesinado dos semanas más tarde, justo cuando comenzaba la la Guerra Mundial.

El Congreso propiamente dicho había sido convocado con un único punto en el orden del día: "La situación internacional y los acuerdos a tomar para una acción en contra de la guerra". Por España asisten a las deliberaciones Emilio Corrales y Antonio Fabra Rivas.

Juarés, que había recibido el encargo de preparar un proyecto de resolución, fue así mismo quien la presenta y defiende ante el Congreso. De manera insólita, el largo y matizado texto fue aprobado por unanimidad. No obstante, se produjeron abundantes intervenciones de adhesión al mismo explicando la actitud de las delegaciones.

En el largo texto hay dos tipos de declaraciones: unas son de principio o de carácter general, que retienen cierto valor teórico y otras, que ocupan la mayor parte del documento, fijan la posición que deben adoptar los colectivos socialistas de cada uno de los países implicados en la crisis centroeuropea y de significado, portante, más circunstancial.

El documento se inicia con una recapitulación de los acuerdos sobre la materia adoptados en Stuttgart y en Copenhague. Reproduce literalmente aquel final de la resolución de 1907 en la que se afirmaba -de estallar la guerra- el deber hacer lo necesario para detenerla inmediatamente, y utilizar la crisis económica y política creadas por la guerra para agitar las capas populares y "precipitar la caída de la dominación capitalista".

Luego denuncia cómo la política armamentística ha contribuido a incrementar la carestía de la vida y el malestar obrero, ha exacerbado los antagonismos y pone contra toda razón a los grandes pueblos europeos en confrontación "so pretexto de interés nacional".

Saluda la unanimidad del movimiento obrero en su actitud contra la guerra, constata la intensidad de acciones llevadas a cabo en tantos países y exhorta a proseguirlas.

A partir de ahí se va refiriendo a los socialistas de cada país en conflicto, para dar una guía que de forma coherente supondría la paz continental:

"Pero la tarea más importante en la acción internacional incumbe a los trabajadores de Alemania, Francia, e Inglaterra". A ellos les pide que reclamen de sus gobiernos la neutralidad en los conflictos de las potencias menores, la necesidad de que concluyan entre sí acuerdos sobre limitación de armamentos y que apacigüen sus antagonismos, mencionando expresamente de un lado a Alemania y de otro a Francia e Inglaterra. "El Congreso considera como el mayor peligro para la paz en Europa la hostilidad artificialmente mantenida, entre Gran Bretaña y el Imperio Alemán." Atribuye -no obstante- un valor positivo al efecto de distensión que ha venido produciendo la actitud de las masas obreras refractarias a la exacerbación de las pasiones nacionalistas.

En la última parte retorna hacia un planteamiento general y entonces advierte a los gobiernos burgueses de que, dada la penuria de las masas trabajadoras y el agravamiento de sus penalidades con la guerra, "ellos no podrán desencadenar la guerra sin peligro para ellos mismos'. Al respecto se evoca el hecho de La Comuna parisina como secuela de la guerra Franco-Prusiana, y el más reciente ejemplo de revolución rusa de 1905, secuela de la guerra ruso-japonesa.

Toma un sesgo moral cuando -deslegitimados los argumentos nacionalistas-se afirma

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que los trabajadores consideran como un crimen "disparar unos contra otros en provecho de los capitalistas u orgullo de las dinastías o combinación de los tratados secretos". De donde transfieren toda la responsabilidad de las consecuencias de las "resoluciones desesperadas" que fuere preciso adoptar, a quien tiene la responsabilidad de provocar la crisis.

Finalmente, lo que había discurrido como un documento de análisis teórico, luego de complicado análisis de política internacional, fijando y orientando posiciones sobre cada conflicto o formulando severas valoraciones, se torna, en los últimos párrafos en un manifiesto vibrante que llama a los trabajadores "en la hora decisiva" al esfuerzo preciso para salvar la paz:

El proletariado tiene consciencia de que sobre él descansa, en este momento, todo el porvenir de la humanidad y empleará toda su energía para impedir la destrucción de la flor de todos los pueblos amenazados con los horrores de las enormes matanzas, del hambre y de la peste.

El Congreso os llama a todos, proletarios y socialistas de todos los países, para que, en esta hora decisiva, hagáis oír vuestra voz y expreséis vuestra voluntad bajo todas las formas y por todos los lados.

Elevad con toda vuestra fuerza vuestra protesta unánime en todos los parlamentos: uníos en manifestaciones y acciones de masas, utilizad todos los medios que la organización y la fuerza del proletariado ponen en vuestras manos, de tal manera que los gobiernos sientan constantemente ante sí la voluntad despierta y activa de una clase obrera resuelta a mantener la paz. Oponed así al mundo capitalista de la explotación y del asesinato las masas del mundo proletario de la paz y de la unión de los pueblos.

A partir de estas solemnísimas e inolvidables jornadas de Basilea, la IIa Internacional se encamina como guiada por un hado trágico hacia su propia destrucción, desbordada por unos sucesos que no sólo le es imposible detener sino que forzarán a cambiar las posturas de sus principales componentes, de todo lo cual acaba produciéndose una nueva ruptura o desgarro histórico en el cuerpo y en el espíritu del movimiento obrero. (Escisión socialismo-comunismo)

En efecto, buena parte de aquellos dirigentes que en noviembre de 1912 hablaron en la catedral o en la plaza de Basilea y que votaron a favor de la resolución única y unánime contra la guerra, y que arengaban a la multitud pidiéndole una resistencia total, se integraban, en 1914, en los gobiernos de guerra de sus respectivos países y, muchos más, votaron los créditos de guerra en los parlamentos a que pertenecían. Igualmente, aquellos líderes sindicales que en noviembre de 1912 alzaban su voz reclamando la huelga general contra la guerra, convencidos de que ésta no es posible sin las manos activas de los obreros que fabrican y transportan las armas para los soldados, en 1914 estaban fielmente a las órdenes de sus gobiernos para asegurar el funcionamiento del aparato industrial diezmado por las movilizaciones e, incluso, incrementar su rendimiento productivo. Sólo una exigua minoría se mantuvo íntegramente fiel a lo dicho por todos en 1912 -quizá con sincera emoción- en Basilea.

¿Cómo fue ésto? -Su examen parece fundamental para todos aquellos que estén interesados en la causa de la paz y crean que la paz es un valor esencial en la clase obrera y para la clase obrera.

Existen dos enfoques tópicos al respecto: uno procede de la propaganda leninista, otro de la propaganda burguesa. El primero simplifica los hechos y habla de los "social traidores" ("el renegado Kautsky", p.e.). Según este tópico, todos aquellos que, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, no proclamaron la desobediencia civil ante la movilización, no votaron en contra de los créditos de guerra, no predicaron la

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huelga general -que bajo la situación de movilización general se hacia inevitablemente insurreccional- fueron "traidores", y por excelencia traidores aquellos que asumían la corresponsabilidad de dirigir la guerra integrados en los gobiernos de guerra.

Para el tópico engendrado desde la ideología burguesa, ocurrió que, ante el peligro patrio, se hizo la "unión sagrada", la unión de todos los connacionales, porque según esto hay una lucha suprema ante la que cede la lucha de clases y que es la lucha entre los pueblos. Es la antigua teoría liberal del interés unitario de cada comunidad nacional, cuyo bien "de todos" administra el gobierno "de toda la nación". Entonces la lucha de clases se suspende, y el adversario del proletariado alemán deja de ser la burguesía alemana, y el proletariado alemán se moviliza para dar muerte al francés o al ruso.

Para el leninismo, los dirigentes socialdemócratas de la IIa Internacional fueron traidores a la clase obrera. Para la ideología convencional engendrada desde el "patriotismo" liberal, los luxemburguistas, que denunciaron la guerra hasta sus últimas consecuencias, serían traidores a la nación y, de hecho, fueron encarcelados.

En el ardor apasionado de la lucha bélica, en el sufrimiento de los países en guerra, todo ese lenguaje resulta frío en proporción al que se utiliza y satisface en momentos de exasperación.

Mas como no estamos elaborando material de propaganda ni tenemos necesidad de juzgar conductas, podemos fijarnos un poco en los condicionamientos que arrollaron la voluntad pacifista de la IIa Internacional.

De forma inmediata, y quizá porque a ello coadyuvasen las movilizaciones populares, de momento se abstuvieron las grandes potencias de intervenir en la Guerra de los Balcanes, pero la política armamentista, la política colonial, la diplomacia secreta, la antagonización propagandística, siguió acumulando barriles incendiarios bajo el lecho de la convivencia internacional. Nada se hizo por frenar la competitividad en los armamentos, ni en la disputa de los mercados, ni en corregir la animosidad entre los competidores. Es decir, nada se hacía por reducir las causas profundas de la guerra.

¿Eran operativas en ese sentido las tácticas utilizadas por las organizaciones obreras?, ¿Estaban bien dirigidas hacia los puntos concretos generadores del conflicto?.

La influencia de las movilizaciones populares, que fueron importantísimas, fue, sin embargo, escasa sobre la política internacional de los gobiernos, porque les importan a los gobiernos parlamentarios las manifestaciones populares en tanto en cuanto se traduzcan luego en resultados electorales, de los que de forma inmediata depende su permanencia en el poder.

Por otra parte, estando los partidos socialdemócratas en minoría parlamentaria, no podían evitar la financiación de los gastos armamentísticos, ni frenar presupuestariamente el coste de las expediciones coloniales. La exigencia de mejoras en los servicios sólo se satisfacía precisamente en la muy escasa medida de los sobrantes que restaban tras priorizar aquellos otros gastos.

En el plano de la formación de la conciencia, la prensa obrera consiguió ciertamente llegar a formar una extensa actitud antibelicista entre el proletariado industrial, pero no el desarraigar toda la ideología implícita en la amplia panoplia de la simbología del Estado, ni de aquella que se deriva del propio orden institucional que encuadra desde el nacimiento hasta la muerte, a "todos" los connacionales.

Las propias diferencias étnicas y puramente culturales son fácilmente manipulables para la antagonización de los meramente distintos que, sin serlo realmente, pueden llegar a sentirse hostilmente contradictorios. Sólo una profunda y arraigada actitud crítica de tales fenómenos puede preservar la posibilidad de la manipulación intencional

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por el poder, de las diferencias entre los pueblos, y hasta esas capas hondas de la cultura quizá no había llegado el nuevo humanismo, con lo que en 1914, un turbión de tópicos vuelve a arrasar el ambiente europeo.

Llega el estallido del guerra. El 28 de junio de 1914 es asesinado en Sarajevo (Servia) el archiduque Fernando, heredero del Imperio Austro-húngaro.

En pocos días Austria declara la guerra a Servia y, desde ahí, se ponen en movimiento todas las piezas del tablero europeo, empiezan a funcionar las alianzas explícitamente pactadas y las previstas en los tratados secretos. Las reacciones de conveniencia y las contrarreacciones inevitables. Rusia apoya a Servia. Alemania, que apoya a Austria, declara la guerra a Rusia (1 de agosto) y, violando la neutralidad belga, marcha sobre Francia (3 de agosto). Inglaterra se sitúa frente a Alemania (5 de agosto); ¿ cómo iba a consentir Inglaterra que su principal competidor pudiera hacerse hegemónico en Europa?. Antes prefiere Inglaterra que la derrota de Alemania permita a otro competidor menos fuerte, Francia, resarcirse y desquitarse de las pérdidas territoriales habidas en la guerra franco-prusiana. Así mismo, Inglaterra y Francia declaran la guerra a Austria-Hungría.

En los primeros días del conflicto, antes de su rápida generalización, celebra un Congreso el Partido Socialista Francés, los días 15 y 16 de julio. Todavía Francia no ha sido atacada y todavía Alemania no está formalmente en guerra. Asisten entre otros ilustres invitados Plejanov, Anseele en nombre de Vandervelde, de Bélgica, Carlos Liebknecht, la plana mayor de la socialdemocracia. En ese Congreso, Juarés defiende otra vez la huelga general recíproca y simultanea en varios países contra la guerra. Resolución que, aún con grandes discusiones, aprueba el Congreso, pero sin eficacia práctica ninguna. Esa plana mayor ya está rebasada por los hechos y no acuerda ninguna actuación concreta.

Todavía se reúne el Buró u Oficina de la Internacional Socialista el 29 y 30 de julio en Bélgica (casi en vísperas de ser invadida por tropas alemanas) y adopta tan sólo una resolución exhortando al proletariado de los distintos países para que presionen a sus gobiernos, de suerte que moderen su conducta e influyan sobre sus aliados en el sentido de no intervenir en el conflicto. El día 31 por la noche es cuando fue asesinado Jaurés.

Nada es ya eficaz para detener la maquinaria bélica de los Estados que han puesto en marcha un mecanismo decisivo: la movilización, la militarización, el control informativo, la restricción de las libertades públicas.

A partir de ahí, con los parientes o los camaradas movilizados, con los vecinos y amigos uniformados, obstruir la guerra aparecerá como desasistir a los nuestros. Desde ese momento, todo es bueno para que cuanto antes regresen victoriosos. ¿Quién puede llamar entonces a la deserción? , ¿quién paraliza entonces la maquinaria de la guerra?, ¿quién hace el sabotaje al ejército de "los suyos"?

Nunca la movilización se sometió a referéndum de un pueblo. Pero todo pueblo movilizado, si antes no quiso la guerra, luego deseará la victoria, y entonces se impone una lógica distinta de la convivencia social en la que todo se subordina a la consecución de ese fin.

A este respecto resulta estremecedor pensar en la fuerza de los gobiernos para comprometer irreversiblemente el destino de los pueblos, y para crear situaciones en las que se hace prácticamente imposible el disentimiento e inoperante la resistencia.

Antes de que concluyera agosto de 1914, se habían incorporado dos ministros socialistas al gobierno francés: Guesde y Marcel Sembat, uno en Bélgica, Vandervelde. En Inglaterra, al año siguiente, se incorporó al Gabinete Arthur Henderson. Los

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diputados socialistas demócratas alemanes votaron en su inmensa mayoría los créditos de guerra en el Reichstag.

La guerra a la guerra" hacia tiempo que se había frustrado porque ese combate sólo puede librarse con éxito de modo preventivo; en tanto que se pueda librar a tiempo contra las causas y los estímulos de guerra.

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CUARTA PARTE:

EL PERIODO DE ENTREGUERRAS

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LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA

El período de Entreguerras:Suele llamarse período de entreguerras a la fase histórica que media entre 1918 y

1939, esto es, entre el final de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la segunda.Si en la época de la IIa Internacional el eje dialéctico se mueve entre los conceptos

reforma o revolución, el período de entre guerras se agita entre el polo de la revolución consumada (Rusia) y el antipolo de la contrarrevolución (fascismo).

Se inicia el período con un hecho que durante mucho tiempo se consideró el más importante del siglo XX, la Revolución Soviética, algo que la mentalidad burguesa no podía concebir como posible, no ya como conveniente, sino simplemente como realizable. Pero el hecho es que en un inmenso país, regido por una antiquísima monarquía autocrática, el zarismo, la revolución obrera triunfaba, se consolidaba, y era aniquilada la propiedad privada; la burguesía como clase, disuelta; la antigua forma de organización del poder político volatilizada. Una nueva forma de organización del poder y de la propiedad se implantaron. Eran la negación absoluta del concepto jurídico, económico, social y cultural del mundo burgués.

Durante más de medio siglo la burguesía había venido oyendo hablar a los obreros de una tal revolución, pero no la creía posible. Recordemos de nuevo aquella frase que se pronunció en el Parlamento español cuando se debatía la legalización o ¡legalización de la la Internacional en nuestro país, y un ilustre político conservador describía a la Internacional como "la utopía filosofal del crimen".

Frase muy significativa. En primer lugar utopía, que en sus labios significaba exactamente lo no realizable, lo imposible. "Filosofal": conjunto de teorías en que se despliega ese proyecto irrealizable. "Crimen": gravísimo delito, no ya contra individuos, sino contra los fundamentos del orden social, de la propiedad privada en primer lugar, y contra el liberalismo económico; en segundo lugar contra el concepto liberal del Estado. Refleja muy bien esa frase, en su escueta y contundente brevedad lo que significaba "socialismo" en la mentalidad burguesa.

Si repasamos la prensa burguesa de la época de la IIa Internacional observaremos que hay poca polémica sobre los fundamentos teóricos del socialismo. No les interesa gran cosa. Lo consideran una logomaquia. Una especulación estéril en el campo de la doctrina; el camino erróneo del pensamiento. Pero en cambio si les interesa el efecto práctico que esas doctrinas iban cobrando entre las masas. De ahí el epíteto de demagogos a sus dirigentes, de engañadores, de vividores a costa de una ilusión imposible de los pobres. Sólo en la medida en que sirvan para encuadrar, apaciguar y encarrilar por vía de acción no violenta a los trabajadores, son aceptados como útiles los dirigentes y las organizaciones obreras. Como un mal que es preciso tolerar y que con el tiempo y su "cultura" se irán civilizando.

Pero el triunfo de la Revolución Soviética alteró el planteamiento de las cosas Aquello ya no era la utopía de unos demagogos, sino una realidad amenazante viva y próxima, un riesgo cierto de muerte para la sociedad burguesa. Algo que había de ser conjurado a cualquier costa.

En el campo obrero occidental, la Revolución Soviética produjo no menor impacto: la evidencia de que el orden capitalista podía ser cambiado, y que la burguesía podía ser derrotada y disuelta, relanzaba la perspectiva de la revolución. Ante el mito de la Revolución Soviética, cuyo exacto contenido pocos conocían, incluso los dirigentes

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socialdemócratas más parlamentaristas se ven en la precisión de mantener un lenguaje de tono crítico radical al capitalismo, y de retener en su integridad el referente a la alternativa del socialismo, por mucho que repugnen de los métodos comunistas.

Todo ello antagoniza la sociedad europea del período de entreguerras y mientras dura la coyuntura económica relativamente favorable bajo el impulso de la reconstrucción post-bélica, se mantienen a duras penas las reglas de juego democrático-liberales, aunque con durísimas tensiones y conflictos. Pero cuando llegue la seria crisis del 29, y el marasmo económico se apodera de la economía occidental, la presión revolucionaria de las masas inclinará a importantes sectores de la burguesía a prescindir del componente político-liberal, decidiéndose a abrazar el fascismo como última ciudadela defensora "del orden" y como dique contrarrevolucionario.

Pero en unos países se impone el fascismo y en otros resulta minoritario. Las potencias fascistas retoman con brío la agresividad imperialista y expansionista. Son además las potencias derrotadas en la la Gran Guerra, y un fuerte sentimiento vindicativo las alienta. Su expansionismo acabará provocando de nuevo la tragedia en la IIa Guerra Mundial.

Entre medias, entre la revolución comunista y la contrarrevolución fascista, se mueve con estrecho margen de maniobra la socialdemocracia.

Sólo después de la hecatombe bélica, destruido el fascismo del eje, y aislado el experimento comunista tras el telón de acero por la subsiguiente "guerra fría", se consolidará la socialdemocracia como forma hegemónica del movimiento obrero occidental en los términos y con las fórmulas que han llegado hasta el presente.

El objeto de esta última parte de nuestros apuntes es, pues, analizar los contenidos esenciales de ese proceso, para entender cómo acaba decantándose en esa versión de la socialdemocracia que trajo la postguerra de 1945, cuando ideas del tipo "sociedad del bienestar", "pleno empleo", "estado providencia", "derechos humanos", etc. van sustituyendo al rotundo rechazo de la sociedad clasista o capitalista.

LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA

Ante un epígrafe de este calibre, "La Revolución Soviética", asunto sobre el cual cada uno ya cree saberlo todo, es preciso delimitar prudentemente los objetivos que nos proponemos. No sería oportuno en este contexto intentar hacer una historia de tan inmenso acontecimiento. Antes bien, nos limitaremos a recordar aquellos rasgos que nos parecen más esenciales para poder comprender algunas ideas que no pueden faltar en unos apuntes sobre Historia del Movimiento Obrero.

Así, pues, acotaremos como objetivo de nuestro estudio en este momento el intentar delimitar, ante el hecho de la Revolución Soviética, varias cosas: un modelo de concebir y hacer la revolución; una forma de concebir y poner en marcha la transición hacia el socialismo; un modo de estructurar el Estado y las organizaciones de la clase trabajadora. Todo ello tuvo, por supuesto, inmensa repercusión fuera de Rusia y, por ello, prestaremos después especial atención a la IIIa Internacional o Internacional Comunista. No en vano la Unión Soviética, que se edifica a partir de la Revolución de Octubre, ha condicionado, para bien y para mal, el curso de la historia de la humanidad en el resto del siglo XX.

Si empezamos por situar la Revolución Soviética en el marco mundial de la época, y del momento histórico en que se encontraba el movimiento obrero, de nuevo hemos de

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remitirnos al estallido de la Primera Guerra Mundial.Las fuerzas obreras -partidos y sindicatos- habían fracasado en su proyecto pacifista.

No pudieron detener a los respectivos gobiernos burgueses en la determinación de conducir a los pueblos al enfrentamiento bélico. Incluso, por las razones que analizamos al final del capítulo anterior, en los grandes países centroeuropeos, así como en Inglaterra, los partidos obreros se vieron comprometidos con la guerra, sea votando en el Parlamento los créditos de guerra, fuera incorporándose incluso a los gobiernos de guerra.

Pero recordemos también aquel párrafo final de la resolución adoptada en el Congreso de Stuttgart (1907), y ratificada solemnemente en Basilea (1912), que decía: "No obstante, en el caso de que la guerra estallara, tienen el deber [las organizaciones obreras] de interponerse para que cese inmediatamente y de utilizar, con todas sus fuerzas, la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista". Pues bien, esta resolución que no pudo llevarse a cabo en los países centroeuropeos, tuvo sin embargo cumplimiento por los socialistas de izquierda y por los bolcheviques en la Rusia de 1917.

La Revolución Soviética fue, ciertamente, consecuencia de la derrota militar del ejército zarista, así como de la descomposición política y económica engendradas en la sociedad rusa por efecto del conflicto armado. Pero exagerar estos importantes aspectos no puede inducirnos a interpretar que la Revolución fue casi un hecho fortuito, algo que ocurre en una circunstancia casual e inesperada, y que es aprovechado por un pequeño grupo de revolucionarios profesionales para realizar una hazaña con fortuna. Antes bien, la Revolución Soviética supone la culminación de un largo proceso en el que debemos destacar dos aspectos principales: la evolución de la ciase trabajadora, que desde finales del siglo anterior se va configurando como masa proletaria industrial en torno a las grandes ciudades que van a ser el escenario principal de los sucesos revolucionarios, y en segundo lugar la vertebración teórico-organizativa de los partidos obreros. Finalmente, la firmeza y resolución del grupo bolchevique totalmente decisiva en los momentos culminantes.

Seguir esos hilos conductores puede darnos una interpretación a los pocos o muchos hechos y datos que deseemos situar para describir los episodios. De otro modo podemos deslizamos hacia las interpretaciones sesgadas, tan frecuentes, de la Revolución Soviética.

La interpretación casualista tiende a restar importancia a la obra de los dirigentes de la revolución, y a hacer que parezcan casi unos aventureros de fortuna que tomaron un poder abandonado e inerme.

La interpretación hiperpersonalista tiende a la glorificación de los líderes, y según quien la haga, se presenta la Revolución como obra genial de Lenin, de Trotsky, e incluso según versiones, el propio Stalin habría jugado un papel importantísimo. Con ello se hace culto de la personalidad y se obscurecen aspectos necesarios para captar la racionalidad del hecho.

Otras interpretaciones más banales vienen a decir que con la Revolución apenas cambia nada en el viejo Imperio de los Zares, pues simplemente sustituye una nueva autocracia a la antigua autocracia, una nueva nomenclatura a la antigua aristocracia, permaneciendo la gran masa de los pueblos del imperio subyugada. Esto es vulgar propaganda anticomunista.

Si por el contrario, entendemos que con la Revolución Soviética nos encontramos

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ante el hecho revolucionario más importante acontecido desde la Revolución Francesa de 1789, y que como aquella, lleva consigo un cambio radical en todos los aspectos de la vida del pueblo, y que como aquella, tiene incalculable repercusión mundial, es preciso aplicar en un serio análisis, por poco detallado que sea, un esquema causal complejo.

En cuanto a la infraestructura económica, constituye un error el extendido tópico de que Rusia era sólo un pueblo de campesinos retrasados y analfabetos sobre los que asentaba su poderío una nobleza feudal. Es cierto que en el momento de la revolución cuatro quintas partes de la población vivían en el campo, pero hay que tener en cuenta que hablamos de un gran Estado, como era hacia 1900 el Imperio de los Zares, con cerca de 22.000.000 de Kilómetros cuadrados, y que el censo de 1897 registraba 125 millones de habitantes, probablemente cifra muy inferior por defectos censales a la cantidad real. Esta población se encontraba muy desigualmente repartida, coexistiendo desde regiones semidesérticas hasta grandes urbes de estructura muy occidentalizada, como San Petersburgo, Moscú y otras en las que, obviamente, se gesta la revolución.

Si la configuración étnica de los pueblos que componían el Imperio era muy heterogénea -lo que dará lugar tras la revolución al complicado problema de las nacionalidades-, el grado de desarrollo industrial resultaba no menos desigual, lo que resulta importante a nuestro efecto, pues el hecho de darse concentrada en determinados núcleos, facilitó la implantación de las organizaciones revolucionarias, y el que en gran medida fuese de reciente configuración, facilitó el que desde el principio se forjara su conciencia en lo que ya eran las ¡deas de vanguardia a principios de siglo, conforme hace notar Trotsky en su conocida Historia de la Revolución Rusa:"... el proletariado de Rusia no fue formándose paulatinamente a lo largo de los siglos, arrastrando tras de sí el peso del pasado, como en Inglaterra, sino a saltos, por una transformación súbita de las condiciones de vida, de las relaciones sociales, rompiendo bruscamente con el ayer. Esto fue precisamente, lo que , unido al yugo concentrado del zarismo, hizo que los obreros rusos asimilaran las conclusiones más avanzadas del pensamiento revolucionario, del mismo modo que la industria rusa, llegada al mundo con retraso, se asimiló las últimas conquistas de la organización capitalista". 54

La obra de Lenin, "El desarrollo del capitalismo en Rusia", pone igualmente de manifiesto, con notable aportación de datos empíricos, el fuerte crecimiento industrial ruso durante el cuarto de siglo que procede a la revolución.

Como quiera que entre los socialdemócratas rusos hubo la discusión profunda acerca de si el país estaba maduro o no para iniciar una transformación hacia el socialismo, y como los antagonistas de Lenin argumentaban sobre el escaso desarrollo del proletariado industrial, pudieran acaso considerarse interesadas las interpretaciones económicas del primero. Pero en historiadores recientes podemos encontrar testimonios que coinciden en resaltar que siendo tardía la implantación de la industrialización rusa, fue rápido su inicial despegue, y acaso por ello mismo, pues al tener ese carácter tardío se pudo beneficiar de considerables inversiones extranjeras y de importar una moderna tecnología.

Así, R. Palmer y J. Colton, afirman: "Desde los años 1880, Rusia también empezó a entrar en la Revolución Industrial, y a ocupar su puesto como parte integrante del sistema económico mundial. En el país entró capital europeo para la financiación de

54

Antonio Fernández García. La Historia en sus textos. La Revolución Rusa. Ed. Istmo, 1990. p. 72,

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ferrocarriles, de minas y de fábricas (así como para la administración y el ejército), hasta tal punto que, en 1914, los europeos habían invertido en Rusia casi la misma cantidad que en los Estados Unidos, unos cuatro mil millones de dólares en cada caso. En 1897, bajo el gobierno reformador del conde Witte, Rusia adoptó el patrón oro, haciendo su moneda inmediatamente convertible en todas las demás. En el cuarto de siglo de 1888 a 1913, la longitud de las vías férreas en Rusia más que se duplicó, la de las líneas telegráficas se quintuplicó, el número de oficinas de correos se triplicó, y el número de cartas enviadas se multiplicó por siete. Aunque todavía industrialmente subdesarrollada según los modelos europeos, pues no tenía por ejemplo, ninguna industrial de maquinaria ni plantas químicas, Rusia estaba industrializándose rápidamente"55.

Los mismos autores ponen luego de manifiesto un rasgo muy interesante al objeto de nuestro trabajo: "Había un rasgo distintivo del proletariado ruso. La industria rusa estaba sumamente concentrada; la mitad de los obreros industriales rusos estaba empleada en fábricas en las que trabajaban más de quinientas personas. En tales circunstancias, era más fácil para los obreros organizarse económicamente y, al propio tiempo, movilizarse políticamente".

Ahora bien, el hecho de que, como se ha señalado, gran parte del capital procediese del extranjero, y que incluso se tratase de negocios extranjeros afincados en Rusia, determinó otro hecho a su vez muy importante para propiciar la coyuntura revolucionaria, a saber, la debilidad de la burguesía nacional rusa cuya implantación y arraigo no guardaba proporción equilibrada con el grado de desarrollo industrial, y por tanto, con el desarrollo del proletariado urbano.

El profesor Antonio Fernández García se expresa más sintéticamente, en la misma dirección que venimos planteando: "El mapa de Rusia hacia 1913, nos permite comprobar algunos de los asertos teóricos de la revolución. En vísperas del estallido de la guerra del 14, que agudizaría los problemas, el imperio zarista no era ya un país agrícola, sino en pleno proceso de industrialización, con sus centros de gravedad en San Petersburgo y Moscú, a su vez núcleos de confluencia de la red ferroviaria, dos zonas siderúrgicas, los Urales en el Este y las regiones del Don y Donetz en el Sur, y petróleo en el Cáucaso y el mar Caspio. Ferrocarriles, petróleo, áreas industriales, grandes ciudades con sus aglomeraciones poblacionales, configuran notas características de un país que ha pasado la fase de la revolución industrial. Los profundos cambios económicos y sociales de los últimos decenios del XIX se convirtieron en las precondiciones de la revolución en tanto que el modelo político permanecía, a diferencia de la economía y de la sociedad, anclado en el pasado". 56

Entre los campesinos también es preciso marcar diferencias: por una parte subsisten tierras que se conservan bajo el dominio directo de los señores. Pero una gran parte del territorio alteró su estatus cuando en 1861 se abolió la servidumbre legal, y los "mirs" empezaron a funcionar como comunas aldeanas que asignaban parcelas de tierra a las familias para su explotación. No obstante estos aldeanos tuvieron que seguir pagando hasta 1906 una fuerte renta para redimir la emancipación obtenida en 1861 y, a la vez, eran gravados por el fisco estatal, con lo que vivían en suma pobreza. De todas esas exacciones procedía en parte el capital autóctono que financiaba la naciente industrialización.

Mejor era la suerte de los "Kulaks", o campesinos con tierra propia, de extensión

55 R. Palmer y J. Colton. Historia Contemporánea. Ed. Akal. 1980. p. 468.56

Antonio Fernández García. Ob. Cit. p. 62.

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media, que incluso disponían de mano de obra ajena para la recogida de las cosechas. Pero la inmensa mayoría de los campesinos pertenecía a las dos categorías anteriores y, por lo tanto, la máxima aspiración de los campesinos en su conjunto era acceder a la posesión de la tierra, así como verse libres de unos señores o de un Estado que les resultaban agobiantes por las rentas y los impuestos.

En los planteamientos teóricos de la revolución siempre se habla de la alianza entre obreros y campesinos, pero el problema agrario fue una de las grandes dificultades para el nuevo régimen. El protagonismo de la revolución correspondió indudablemente al proletariado industrial.

En el plano político el proceso viene determinado en Rusia por la obstinación de la monarquía, y más en particular del Zar Nicolás II, a no ceder ni un ápice del poder absoluto. Cuando después de los graves sucesos insurreccionales de 1905 se inicie una tímida apertura de tenues concesiones liberales, éstas irán siempre muy por detrás de lo necesario para haber podido conseguir la integración de las nuevas clases emergentes -burguesía y proletariado- dentro del aparato político del Estado.

En este sentido la monarquía rusa viene a ser la antítesis de lo que venía siendo desde hace casi doscientos años la monarquía británica. Aquel proceso que estudiamos en páginas anteriores, según el cual en Inglaterra se fue introduciendo poco a poco la extensión del sufragio y se fueron acrecentando los poderes del Parlamentó, constituía para Nicolás II un modelo de perversión, convencido como estaba de una filosofía política paternalista y de que las novedades del liberalismo conducirían a la desnaturalización y disgregación de la "Santa Rusia", heredada de sus mayores, y que él se consideraba obligado a conservar en la integridad de sus tradiciones. El momento de los grandes zares reformadores del tiempo de la Ilustración había pasado, y en el delicado momento en que Rusia tenía que acomodarse por lo menos a la modernidad burguesa, halló en el trono a un monarca de escasa educación histérico-política verdaderamente incompetente.

El desajuste entre la evolución económica, social y cultural de la sociedad rusa y el sistema político de la autocracia zarista será otro de los elementos determinantes de la Revolución Soviética.

Si en Rusia se había de pasar al socialismo tras una breve, aunque intensa, etapa de despliegue capitalista, en el plano político se iba a pasar de la autocracia zarista a la dictadura del proletariado en su versión leninista.

Ahora bien, aunque estas sean las líneas maestras del proceso político, esto no supone que primero desde la clandestinidad y luego desde la incipiente legalidad, no se hubieran ido forjando unas formaciones políticas, de carácter burgués y de carácter proletario.

Pese a la tosquedad primitiva del régimen político, ya en el siglo XIX existen unas minorías en el país que están en contacto con las ideas de la cultura centroeuropea. Hay unas Universidades donde se forman los cuadros burocráticos que rigen, aunque con escasa eficiencia, el inmenso imperio de los zares y que, por debajo de la cúpula oligárquico-política encabezada por el zar, administran los bastos territorios. También existen las familias acomodadas que tienen a gala su europeización cultural, que importan institutrices alemanas, francesas o inglesas para educar a sus hijos, a los que luego envían a estudiar en ocasiones al extranjero.

Si hablamos antes de un rápido proceso de despliegue capitalista, hemos de suponer también la existencia de cuadros intermedios, técnicos y administrativos, lo que conlleva la existencia de instituciones formativas.

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De modo más sintético, evocar las grandes figuras del XIX, como Tolstoi, Turgueniev, Dostoievski, o Tchaikoski y Rinsky-Korsakov, y sus aportaciones a la cultura europea, nos tiene que hacer pensar en la existencia de élites ilustradas en las que fructificaba aquella labor reformadora llevada a cabo en el orden cultural por los mejores gobernantes del pasado.

Ni Lenin, ni Trotsky, ni antes Bakunin, o Prokotkin, proceden de la servidumbre, sino de estamentos intermedios relativamente acomodados o de la misma aristocracia...

Mas la colisión brusca entre un espíritu refinado y una realidad social de generalizada pobreza, y desigualdades sociales proclives a frecuentes episodios de brutal dominación, e inseparable de represiones despiadadas, hizo brotar primero la existencia de minúsculas organizaciones secretas que se mueven en la mística de la violencia, y que toman como arma preferente de su actuación el asesinato político de los elementos simbólicos en que se manifiesta y ejerce por excelencia la violencia estructural de la sociedad. Rusia tuvo, antes de que se implanten las organizaciones de inspiración marxista, toda una tradición de respuesta terrorista frente al despotismo. (Nihilistas).

Sin embargo, no se producía el alzamiento popular contra la tiranía que esperaban los terroristas, sino que, antes bien, estos actos aislados de violencia "justificaban" nuevas medidas policíacas, nuevas persecuciones, y mayor prohibición a la difusión de las ideas, no ya solo revolucionarias, sino simplemente constitucionalistas.

En 1874 por un "ukase" (decreto imperial) se había ordenado el retorno de todos los estudiantes en el extranjero. Muchos al regresar, al pretender difundir las nuevas ideas, fueron desterrados a Liberia y otras regiones periféricas, donde sin embargo vivían en relativa tolerancia, que utilizaban para enseñar oralmente a los lugareños, para leer, reunirse y proyectar el futuro,

Durante las dos últimas décadas del siglo XIX arraiga en Rusia un movimiento socialista difuso, heterogéneo, pero muy vivaz, que son los "NARODNIKS". En tanto que es de inspiración socialista, se trata por definición de un grupo revolucionario y clandestino, pues como señala Colé, bajo la autocracia zarista de la época el mero hecho de proclamar cualquier idea socialista, e incluso meramente constitucionalista, entraña adoptar una postura revolucionaria y arriesgar la persecución. Los "narodniks" son fundamentalmente intelectuales, profesionales, estudiantes, con alguna pretendida y deseada incursión entre los trabajadores.

Al empezar el siglo XX, sin que pueda precisarse con exactitud la fecha de su creación, de los narodniks procede el "Partido Social Revolucionario", que incluso envía dos delegados al Congreso que celebra la Internacional Obrera en París.

Su ideario no es rigurosamente homogéneo, ni siquiera la estrategia. Entre ellos hay grupos que practican el terrorismo y grupos que están por una labor pacientemente evolutiva. La clandestinidad de los distintos núcleos hace esto comprensible.

Todos son enemigos de la aristocracia, todos reclaman la necesidad de libertades; todos están contra el zarismo. El asesinato de Alejandro II en marzo de 1881, se atribuye a alguna de sus fracciones.

Colé afirma de los narodniks: "La mayoría estaba integrada por hombres y mujeres que querían aprovechar toda posibilidad de desarrollar un movimiento revolucionario de masas basado principalmente en los aldeanos, y creían que la única esperanza de revolución estaba en que se extendiese el descontento de los campesinos, y en crear una élite organizada lo bastante numerosa y enérgica para proporcionar una dirección

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coordinada". 57

No siguen el análisis de clase característico del marxismo. Tampoco su concepción orgánica sobre la estructura que debe darse a la clase obrera. Ni siquiera aceptan que en Rusia el proletariado industrial haya de ser ni pueda ser el motor de la revolución. Más bien aspiran a implantar un socialismo agrario que tome por base inicial el modelo autóctono del "mir", de comunidad campesina, perfeccionando sus reglas para asegurar una mayor igualdad, fomentando la cooperación para obtener un incremento de la productividad, estableciendo estructuras de cooperación más amplias pero surgidas y gobernadas desde abajo, sin imposición autoritaria desde fuera.

Creen en una alianza de la inteligencia y del campesino. Quieren evitar los horrores de una fase de desarrollo capitalista liberal-burgués.

La principal figura intelectual de los narodniks, MIKHAILOVSKI (1842-1904), prolífico escritor que incluso coopera con artículos en el periódico clandestino "Narodnaya Volya" (La Voluntad del Pueblo), había criticado severamente el i riesgo de que el modo de producción industrial, en tanto que masivo y despersonalizado, vacía el trabajo de sentido como expresión de la personalidad del productor.

Había denunciado cómo la introducción del capitalismo industrial iba descomponiendo las tradicionales estructuras de producción.

Su filosofía es subjetivista. Antepone la creatividad del individuo al factor grupal. Declara el concepto de clase como una categoría básica de interpretación de la sociedad.

Destaca el papel de las minorías, e incluso la actuación de los individuos que presentan para bien o para mal modelos que seducen a las mayorías.

De todo lo cual deduce que el progreso ha de someterse a imperativos éticos sin los cuales carece de sentido.

Otros intelectuales notables de entre los narodniks fueron posteriormente Danielson y Vorotsov. Ambos importantes por sus estudios económicos. La obra de Danielson "Desarrollo Económico de Rusia desde la emancipación de los siervos", de 1893, llega igualmente a la conclusión de que la forma de desarrollo menos lesiva para el pueblo ruso ha de basarse en la socialización de la agricultura, acompasando el desarrollo de las manufacturas al paso del sector primario, sin consentir que la lógica capitalista lo destruya.

Vorotsov mantiene que el desenvolvimiento de las cooperativas en la agricultura sería bastante para asegurar el desarrollo económico y social sin intervención capitalista. El incremento de la demanda y del bienestar en la economía agraria determinaría el ritmo del crecimiento de los demás sectores. En su obra "El destino del capitalismo en Rusia" (1882) sostiene la tesis de que el capitalismo industrial había de tener en aquel país, tras un estirón inicial, una vida raquítica y lánguida, debido a la escasez de la demanda interior, tanto más disminuida cuanto mayor fuese la lesión de la agricultura, abocado a subsistir en base a míseros salarios, y llamado hacia una exportación difícil por la ventaja de mayor progreso de otros países en la concurrencia internacional.

Todo este conjunto de pensamientos, que van de lo antropológico, lo histórico, lo ético y lo económico hasta lo político, nos sitúan a los narodniks en una órbita de pensamiento muy ajena al universo de ideas socialdemócratas, y de hecho -pese a ser compañeros en lucha frente a la autocracia zarista, y pese a coincidir en la lucha contra el poderío de los terratenientes- fueron recíprocamente hostiles, porque no sólo tenían fundamentos teóricos distintos, y concepciones organizativas distintas, sino una previsión distinta sobre el destino del pueblo ruso.

57 COLE. Ob. Cit. Vol III p. 376

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El campo socialdemócrata, del que habría de surgir el partido bolchevique empezó a estructurarse con cierta posterioridad, y buena parte de sus primeros líderes habían sido narodniks inicialmente. Tal es el caso de PLEKHANOV (1857-1918) que sería un poco el patriarca de la socialdemocracia rusa. Como tantos otros activistas rusos tuvo que exiliarse siendo todavía muy joven. Luego predominaría en él la función de teórico sobre la de organizador. Ya encontramos su nombre como delegado ruso asistiendo a varios Congresos de la Internacional. Su figura representa en el socialismo ruso algo parecido a la de Kautsky en el socialismo alemán; es el más significado intérprete de la "ortodoxia" en la línea de Marx.

En 1883, Plekhanov, junto con Axeirod, y Vera Zasulich (famosa ésta última por haber atentado contra el gobernador de San Petersburgo, Trepov, en 1878), fundaron en Suiza el "Grupo de Emancipación Obrera", organización a partir de la cual habría de surgir el Partido Ruso Social Demócrata. El "Grupo de Emancipación Obrera", adoptó al año siguiente un programa inspirado en el Programa de Gotha del Partido Social Demócrata Alemán.

Este grupo socialdemócrata rechazaba el terrorismo explícitamente y combatía las connotaciones anarquistas que se reflejaban en los narodniks. Por otra parte, si aquellos miraban con especial atención a los campesinos, los compañeros de Plekhanov ponían especial cuidado en los sindicatos que se iban creando, aunque con muy escasa continuidad debido a la falta de libertades cívicas, en las zonas del país en las que iba penetrando la industrialización, o donde desde antiguo existían importantes explotaciones mineras; en los medios de transporte que, como había ocurrido en otros países, se convertían en vehículo de difusión del ideario obrero, etc.

LENIN sería un personaje clave en el desenvolvimiento de este partido.Vladimir llych UIyanov (1870-1924), hijo de una familia acomodada -su padre fue

alto inspector de los servicios educativos- inició sus estudios universitarios en Kazan, pero hubo de suspenderlos a causa de la persecución política. Su hermano mayor había sido relacionado con un complot para atentar contra la vida del zar, y fue ejecutado. Poco después Vladimir Ilych era expulsado de la Universidad. Siendo estudiante ya había tomado contacto con el pensamiento marxista. Enseguida lo encontraremos en San Petersburgo organizando el movimiento del proletariado industrial.

Era hombre de escasa estatura. Perdió mucho cabello siendo joven todavía. Su cráneo semidesnudo, su faz enérgica, su mirada penetrante, los pómulos prominentes del rostro, casi nos son familiares por la reiteración de su efigie. Su capacidad oratoria servía para galvanizar el ánimo de la muchedumbres, como su capacidad dialéctica le permitía dominar frecuentemente las reuniones.

Fue uno de los escritores políticos más prolíficos, y asombra pensar, habida cuenta de su prematura muerte, y de la ingente obra organizativa realizada, cómo pudo desarrollar en su vida tanta cantidad e intensidad de trabajo. La firmeza de su carácter fue decisiva durante la revolución.

Durante más de medio siglo la obra de Lenin ha constituido el ideario y el guión de conducta para innumerables luchadores de la causa obrera.

En 1895, consigue reunir varios pequeños grupos de inspiración marxista en San Petersburgo y constituyen una "Liga de lucha por la emancipación de los trabajadores", que al año siguiente tuvo su reflejo en el movimiento huelguístico de la ciudad. Esta liga entra en contacto con el grupo creado por Plekhanov en Suiza. Entre los años 1883 y 1898 surgen en varias ciudades del imperio otras ligas o grupos semejantes al de San Petersburgo, todos los cuales, junto al de Ginebra, aún antes de constituir una

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organización unitaria se consideran partes de un partido socialdemócrata ruso en gestación.

Se autoperfilan como distintos a los narodniks, y el escrito de Lenin "Quienes son los enemigos del pueblo", de 1894, expone las teorías socialdemócratas en polémica frente a las tesis narodniks.

En estos años de gestación de la socialdemocracia rusa surge una importante polémica que empieza a deslindar campos entre los socialdemócratas rusos. Es la cuestión del economicismo.

Ya vimos por qué se orientan principalmente hacia el proletariado industrial. Pero se debate cómo plantear esa acción. Los socialdemócratas, que a la sazón no podían desviar lo fundamental de su trabajo político hacia el parlamentarismo, por ser una institución inexistente, se ocupaban de la organización sindical y de impulsar el movimiento huelguístico.

Las modestas conquistas que representaba la ley de fábricas de 1896, bastante menos concesiva que la similar disposición inglesa, hizo sin embargo concebir a algunos la teoría de que el movimiento organizativo y la movilización obrera se impulsarían más rápidamente si el mensaje dirigido a los trabajadores fuese puramente económico, esto es, puramente reivindicativo de condiciones laborales (jornada de ocho horas, mejores salarios, derecho de coalición y manifestación, subsistencias, etc.), eludiendo los mensajes de mayor alcance político y filosófico (crítica del zarismo, de la religión). Estos suponían que los elementos más ideológicos del mensaje eran causa de división e inhibición, y que lo importante era movilizar al mayor número. Luego vendría en tiempo más adecuado la integridad del mensaje socialdemócrata.

Frente a esas tesis los socialdemócratas marxistas más rigurosos planteaban la necesidad de llevar a las masas un mensaje que ligara las reivindicaciones más inmediatas y los objetivos revolucionarios, y la necesidad de organizar un partido para la revolución, so pena de concluir en un tradeunionismo al estilo británico o derivar hacia posiciones similares a las que empezaba a adoptar el sindicalismo norteamericano.

Las actitudes en torno a este debate serían pronto objeto de diferencias en el nuevo partido.

En 1898 se celebró en Pskov una reunión clandestina de delegados de varias Ligas socialdemócratas, reunión que sería considerada como primer Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso, aunque este primer intento quedó pronto desvanecido por las redadas policiales.

En aquellos momentos Lenin estaba cautivo. En 1896 se encuentra preso sin proceso en la cárcel de San Petersburgo, y del mismo modo se le confina por tres años más en una aldea de Siberia. Trotsky, en su biografía de Lenin (1931) dice a este respecto: "A la Krupskaia, su novia entonces, le escribió el siguiente papel, que prueba la serenidad de Lenin en aquellos momentos en que carece de libertad:

"Me han dado una larga licencia para descansar". 58

Pero lo cierto es que durante esos años de confinamiento terminó su obra "Desenvolvimiento del capitalismo en Rusia", y elabora otros escritos donde se va perfilando su teoría sobre el partido obrero, lo que será un punto esencial de su contribución teórica y que enseguida la veremos poner en práctica. ("Las tareas de los socialdemócratas rusos". 1897)

En 1900, concluido este cautiverio, Lenin se dispone a la reorganización del Partido Socialdemócrata dentro de Rusia, y en contacto con los exiliados de Ginebra. Sabedor

58 Trotski. "Lenin". Ed. Merlin. Buenos Aires, 1972. p. 28.

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de la importancia que la comunicación escrita tiene para unificar criterios de las organizaciones clandestinas en ausencia de asambleas y congresos ordinarios, pone especial preocupación en crear un órgano que exprese formalmente la opinión de todo el Partido Socialdemócrata. Así va a nacer "Iskra" (La Chispa, cuyo lema será: "La Chispa encenderá la llama").

Al efecto se crea un grupo responsable de la publicación compuesto por Plekhanov, Vera Zasulich yAxelrod, asícomo Petrosov, Martov, y el mismo Lenin. Como podemos observar, todavía se mantienen unidos los que en poco tiempo se enfrentarán para constituir los grupos menchevique y bolchevique. Iskra, impreso con ayuda de los socialdemócratas alemanes empezó a publicarse en diciembre de 1900.

Las diferencias en el seno de los socialdemócratas se harían patentes enseguida desde su segundo Congreso, configurándose ya dos orientaciones irreconciliables del socialismo marxista ruso.

Esquematizando un poco las cosas estas diferencias nos aparecen en dos aspectos: la concepción de la revolución y la concepción de la organización.

En cuanto a la revolución es preciso tener en cuenta que en Rusia estaban pendientes por realizar desde la perspectiva socialista marxista dos tipos de cambio: en primer lugar el desarrollo industrial capitalista, que sólo había comenzado, y la revolución liberal política o revolución democrático-burguesa. En segundo lugar, el cambio o paso al socialismo. Resumiendo, la revolución burguesa y la revolución proletaria.

Una parte de los socialdemócratas rusos, basados en la literalidad de los textos marxistas, y en el modelo histórico seguido por los países del occidente europeo, creían que en Rusia había de producirse la revolución burguesa en su aspecto económico y político y que, dada la debilidad de la burguesía rusa tendrían que ser apoyados por el proletariado para derribar la autocracia zarista, estableciendo una república de corte europeo occidental. Los partidos obreros se abstendrían entonces de participar en el gobierno. Su papel sería dirigir la defensa de los intereses obreros, vertebrar a una clase proletaria que tendría que desarrollarse mucho más, calar más profundamente entre los campesinos, preparar metódicamente en definitiva el advenimiento de una fase ulterior que fuese la revolución proletaria.

Otra parte, cuyo dirigente máximo acabará siendo Lenin, postulaba la posibilidad y la necesidad de fundir las dos revoluciones. Le parecía absurdo trabajar para el enemigo. Consideraba que las condiciones de Rusia a comienzos del siglo XX no eran las de Alemania en 1848. Que el proletariado ruso tenía ya una implantación y una madurez, y que sería posible en poco tiempo dotarlo de una organización como para asaltar el poder y llevar a término el proceso de industrialización sin pasar por el dolorísimo parto que había tenido y seguía teniendo la industrialización en el occidente europeo.

En consecuencia, sostenían los leninistas, desde la caída de la autocracia zarista el proletariado deberá intentar ocupar el poder con el apoyo del campesinado.

En realidad, las diferencias sobre teoría de la organización (estructura del partido, papel y relación de y con los sindicatos, etc.) se derivan del punto anterior porque, lógicamente, se da una u otra estructura a la organización según se prioricen los fines u objetivos que con ésta se pretendan alcanzar.

Los socialdemócratas que pensaban en el primer modelo descrito, en secuenciar las dos revoluciones, en que sería negativo y prematuro para la buena realización del socialismo yuxtaponerlas, deseaban un partido adecuado para la etapa de actuación parlamentaria que vendría con la República demo-liberal. De ahí su laxitud, y la

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innecesaria existencia de un poder demasiado centralizado en su seno, un partido que podía ser amplio en el sentido de heterogéneo, y constituido en gran parte como partido de simpatizantes. Es decir, que en todo seguían el modelo de la socialdemocracia alemana. Lenin, antes de su destierro a Siberia ya había hecho un primer viaje por centro Europa, y no quedó bien impresionado por los socialistas alemanes, pese a sus charlas con Liebknech, sino que más bien juzgaba desacertada su fe en el sometimiento de toda estrategia a la consecución de la mayoría parlamentaria.

Por tanto, no es sólo que en Rusia no hubiera parlamento, sino que además Lenin no hipervaloraba la institución más característica de lo que llamaba democracia burguesa, y llevaba en su cabeza otra forma de articular la representación popular bajo la forma de democracia proletaria.

Consecuentemente, los partidarios de fundir las dos revoluciones, de pasar directamente a una democracia obrera y a un desarrollo económico industrial no capitalista deseaban un partido organizado preferentemente para la revolución obrera, y este partido cuyo papel habría de situarse en la vanguardia de una tal revolución tendría que ser un partido muy cohesionado, aunque más reducido en número, muy disciplinado y con órganos de poder muy centralizados. Incluso el problema de la unidad en el campo Socialdemócrata o del socialismo marxista no sería un objetivo antepuesto a la consecución de ese modelo de partido.

El segundo Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso tuvo lugar en Londres en 1903. En él se pretendía hacer una labor de integración entre corrientes y de homogeneización, así como de unificación en órganos de dirección y representación. Sin embargo resultó en cierto modo lo contrario, quedando ya perfiladas las dos versiones con nitidez.

En el Congreso surgió el debate sobre el economicismo, al que antes hemos aludido. En 1902, el folleto de Lenin "¿Qué hacer?" ya había fustigado el economicismo, señalando el riesgo de embarcar a los trabajadores en un mero reivindicacionismo sindical que les dejaría en eterna relación de dependencia frente al capitalismo. Pero como esta cuestión era un problema del grado de importancia atribuida a cada aspecto de la estrategia global no fue el punto de ruptura. Un pensamiento interesante se manejaba en esta polémica al afirmarse que "si los socialistas dejaban de enseñar a los trabajadores el socialismo científico, la ideología burguesa ocuparía el puesto vacante".'

El programa del partido, de corte marxista clásico fue aprobado sin mayor dificultad, casi unánimemente; había sido preparado por el grupo de "Iskra" donde hasta entonces estaban todas las tendencias, y afirmaba el denominador común de objetivos últimos compartidos por la socialdemocracía marxista, así como las reivindicaciones antiautocráticas de rigor.

Lo más delicado fue la inclusión de la cláusula sobre la dictadura del proletariado, que quedó reflejada de este modo:

"Una condición esencial para la revolución social es la dictadura del proletariado, es decir, la conquista por el proletariado de un poder político tal, que le permita destruir todos los intentos de resistencia por parte de los explotadores".

Pero también incluía el mismo programa las demandas de sufragio universal, poder constituyente basado en el sufragio universal, y las libertades clásicas de palabra, imprenta, reunión, sindicación, huelga, etc.

A la observación de si esto no era contradictorio con lo anterior, Plekhanov dio explicaciones en el sentido de interpretar como principio el sufragio universal, afirmando que si la consolidación de la revolución requería transitoriamente limitar los

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derechos políticos de las antiguas clases dominantes, el proletariado tenía el derecho y el deber de hacerlo del mismo modo que los demócratas burgueses limitaron en otro tiempo la intervención pública de las personas pertenecientes a la antigua nobleza.

La confrontación grave vino al discutirse el problema orgánico. Aquíse oponen las dos nociones del partido que reflejaban dos perspectivas de la acción.

En este punto contendieron de una parte Plekhanov y Lenin, de otra Martov y Trotsky. Los primeros defendieron el partido homogéneo, militante, de dirección centralizada. Los segundos el partido amplio y más descentralizado. El carácter del partido militante se debatía en torno a la obligación o no de que los adherentes hubieran de pertenecer a alguna de los organizaciones específicas del partido. De este modo se llego a la idea de un partido que estaría regido por una sola Comisión Central, compuesta por miembros del interior de Rusia y del exterior, y los periódicos por el Comité de "Iskra" elegidos por el Congreso. Las secciones territoriales deberían actuar con disciplina a los acuerdos de los Congresos y decisiones de un único organismo rector.

Tras las confrontaciones duras habidas sobre los debates orgánicos vino la confrontación definitiva sobre la designación de las personas. En este momento Lenin y sus partidarios se habían transformado en clara mayoría, pues acuerdos menores del Congreso habían ido determinando que algunas fracciones lo abandonasen. Tal fue el caso de los representantes del Partido Social Demócrata Polaco, de la Polonia anexada a Rusia, o del bloque de delegados judíos cuya organización (Bund) pretendían fuese reconocida como tal forma organizativa dentro del partido, o la fracción Liga de los Social-Demócratas rusos, grupo de exiliados escindidos del grupo inicial de Suiza.

Lenin supo manejar su mayoría circunstancial para imponer un Comité de "Iskra" en el que tuviese mayoría, compuesto por Plekhanov, Martov y él mismo. Con gran disgusto por esta "depuración" de otros que venían estando en él, la circunstancial minoría se abstuvo de intervenir en la elección del Comité Central del partido, con lo que éste resultó de dominio leninista.

Así surgió la mayoría, o "bolcheviques" (-mayoritarios-) y la minoría, o "mencheviques" (-minoritarios-).

En seguida se apreció que, en sucesivas reuniones plenarias del partido, los leninistas no eran mayoría, pero Lenin tuvo especial empeño en llamarse siempre bolcheviques, y este término quedó acuñado para la historia.

Martov dimitió pronto del Comité de "Iskra". Plekhanov por un lado, Trotsky de otro, quedaron sumamente preocupados por la escisión moral que se había producido. Formalmente se mantuvo como un único partido socialdemócrata lo que desde entonces fueron dos tendencias funcionando autónomamente, hasta que en enero de 1912 se constituyó en la conferencia de Praga el Partido Bolchevique, eligiendo su propio Comité Central. Desde abril de ese mismo año, Pravda ("La Verdad") sería el órgano de los bolcheviques.

La historiografía oficial soviética afirma a su modo, y con su lenguaje específico, la transcendencia de este congreso como configurador de lo que vendría después:

"En el II Congreso de POSDR (1903), los socialdemócratas revolucionarios con Lenin al frente determinaron el carácter de la futura revolución, el papel del proletariado como luchador avanzado por la democracia, el papel del campesinado como aliado del proletariado, crearon una cohesionada organización revolucionaria del partido". (...)

"En el curso de la revolución se dejó sentir la diferencia cardinal entre los revolucionarios y los oportunistas, en primer lugar entre los bolcheviques y los

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mencheviques perfilada ya al fundarse el partido en el II Congreso del POSDR (1903) y que fue ahondando posteriormente. "La diferencia fundamental en la actitud respecto a las realidades rusas, así como ante la experiencia anterior de la lucha proletaria se manifestó nítidamente ya en los primeros meses de la revolución de 1905-1907 en el curso de la polémica de los bolcheviques con los mencheviques. Los debates comenzaron en torno a la cuestión de si después de derrocada la autocracia, la socialdemocracia debía participar en el gobierno provisional; la polémica reveló una interpretación contrapuesta de la dinámica del propio proceso de la revolución democrática burguesa, de sus fuerzas motrices, sus tareas y perspectivas históricas.

"El menchevismo conducía objetivamente a la transformación de la clase obrera en apéndice de la burguesía liberal e impedía el cumplimiento de las principales tareas que tenía planteado el proletariado y las grandes masas trabajadoras. El bolchevismo orientaba a la clase obrera a asumir el papel de vanguardia del movimiento popular, desarrollaba por todos los medios y utilizaba hasta el fin las potencias revolucionarias de todas las fuerzas efectivamente avanzadas del país.

"Lenin puso al descubierto la completa inconsistencia y el carácter no científico de la argumentación de los mencheviques que se prosternaban ante los modelos de las revoluciones burguesas europeas" 59

Este es el punto de vista de los herederos del bolchevismo, pero independientemente de las valoraciones que hace sobre los mencheviques, y su teoría sobre la conveniencia de avanzar hacia el socialismo mediante un proceso gradual, sin saltar etapas, sino pasando al socialismo en el momento maduro del desarrollo de las fuerzas productivas, nos interesa aquí dejar claro cómo desde principios de siglo estaban trazados los caminos de aquello que habría de producirse en 1917, y que lejos de ser improvisación fue, en sus líneas maestras preparado durante varios lustros de elaboración teórica y gestación organizativa.

Para completar el cuadro de las principales organizaciones políticas que van a protagonizar el proceso revolucionario ruso hay que señalar del lado de la burguesía la creación en 1905 del Partido Democrático Constitucional, a quien por las siglas de su designación en lengua rusa se llamará "Kadetes" (K.D.). Este partido, de carácter liberal, democrático, aspiraba simplemente a conseguir un régimen político parlamentario que garantizase las libertades y sobre todo que estableciese la responsabilidad del Gobierno ante el Parlamento. Lo que más le preocupaba a esta burguesía progresista era la ineficacia de la burocrática Administración oligárquica, así como la supervivencia de privilegios señoriales, todo lo cual constituía a su juicio un freno para el desarrollo económico capitalista y para la necesaria modernización cultural de la sociedad. Así mismo consideraban que la normalización de un régimen parlamentario haría descender el fenómeno terrorista y disminuir la virulencia de las organizaciones obreras, siendo para ellos un modelo envidiable las democracias al uso en el occidente europeo. No se consideraban por principio antimonárquicos, y sólo cuando la monarquía se evidenció como incompatible con esas reformas optaron por constituir el Gobierno provisional republicano.

En cuanto a las circunstancias del proceso revolucionario que se abre en 1905 y culmina en noviembre del 1917, hay que referirse en el principio y en el fin a la guerra,

59 Academia de Ciencias de la URSS. Instituto del Movimiento Obrero Internacional. "El

Movimiento Obrero Internacional". Varios Autores. Ed. Progreso. Moscú, 1983. Vol III". pgs. 28 y 34. En adelante esta obra será citada: "Academia ..." Vol .P.

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a las derrotas militares que ponen en crisis o en quiebra el prestigio y el poder estatal autocrático; en 1905, la guerra ruso-japonesas, y en 1917 la Primera Guerra Mundial. En suma, descomposición económica y social coinciden con un agudo debilitamiento del aparato coercitivo estatal.

Que la exacerbada competitividad de los imperialismos conduciría a la guerra estaba previsto, y que la colosal crisis de las potencias en derrota sería una ocasión revolucionaria, también. Que esas circunstancias fueran aprovechadas en Rusia para llevar a cabo la revolución obrera, fue la resuelta determinación de los bolcheviques.

1905: El domingo, día 9 de enero, bajo un frío muy intenso una enorme multitud discurría pacíficamente por las grandes avenidas de San Petersburgo hacia el palacio de Invierno. Al frente del cortejo iba un sacerdote, el padre Gapon. Iban odos desarmados, y algunos incluso entonaban himnos de la tradición religiosa. Iban confiados para presentar sus demandas al Zar, padre de todas las Rusias, querían pedirle que el trabajo fuese menos extenuante, que las subsistencias fueran asequibles. Que no fuesen tratados despóticamente por las autoridades. Que convocase un poder legislativo para poner orden y justicia en el Imperio. Ellos llevaban unos pliegos que resumían las peticiones elaboradas en los zemstuos (asambleas de distrito) y estaban seguros que aquel hombre les escucharía.

Pero el Zar no estaba seguro de su pueblo. Cautelosamente se había ausentado. La guardia recibió a la multitud con descargas de fusilería, y varios cientos de cadáveres quedaron como víctimas inmoladas a la inocencia de aquel peblo.

Este suceso conmovió a Rusia y sobresaltó la conciencia del occidente europeo. Algo muy grave había ocurrido, la quiebra de la confianza del pueblo en un poder secular.

Aquel rechazo monstruosamente violento de una multitud pacífica a las puertas del palacio hizo más revolucionarios que mil periódicos clandestinos. Desde ese día, el pueblo de la capital del Imperio sabía que la salvación de su ifida miserable tendría que venir por otra parte. Algo muy esencial a las antiguas Tionarquías se había roto, el vínculo moral entre el rey y los subditos.

El padre Gapon sería uno de los más sorprendidos. Había recibido autorización de la policía para moverse entre los obreros, entre los barrios más pobres, y su intento era precisamente canalizar por vías pacíficas las demandas populares. Hacía tiempo que una estrategia de la policía era no sólo infiltrar espías en las organizaciones obreras, sino también intentar promover organizaciones que no estuvieran "contaminadas" de ideas revolucionarias.

Pero a una manifestación del calibre de la de aquel trágico nueve de enero de 1905 no se llega por que sí, de la noche a la mañana. En ella culminaba la |acumulación de muchas insatisfacciones, y había estado precedida de otras (muchas huelgas y asambleas. En diciembre de 1904 se habían producido huelgas importantes en Bakú, Moscú y la propia capital, San Petersburgo.

La guerra ruso-japonesa constituyó uno de esos conflictos coloniales de muy difícil comprensión y asimilación por la base popular. El expansionismo ruso y el expansionismo nipón entraron en conflicto en los confines orientales del imperio ruso. En febrero de 1904 el Japón atacó las fuerzas rusas, y el conflicto puso de relieve la incapacidad de los medios de transporte transiberianos para responder adecuadamente. El orgullo del Imperio zarista sucumbió en tierra y mar frente a una potencia que se suponía menor y anticuada. No obstante este conflicto excitó las protestas por el incremento de la fiscalidad que trajo consigo, las levas arbitrarias entre los campesinos,

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y el encarecimiento y desabastecimiento de subsistencias.La misma burguesía rusa consideró que no podía continuar así la Administración del

país. El descrédito de la corte se agravó y las críticas acerca de un Zar como Nicolás II, demasiado influido por la zarina, quien a su vez se dejaba influenciar por un personaje pseudo místico y atraviliario como Rasputín, se generalizaron entre la clase pudiente y culta. La propia nobleza palaciega acabó eliminando violentamente a aquel personaje. Pero la vieja nobleza, beneficiarla de un sistema de propiedad agraria semifeudal, rodeaba a los monarcas desaconsejando todo cambio político que hubiera significado menoscabo de su participación privilegiada en la dirección del ejército y de la más alta burocracia imperial. Aquella nobleza que acabó en el exilio o en el exterminio tras la revolución de 1917, aún después de la abolición legal de la servidumbre en 1861, continuaba relacionándose con sus servidores en términos ya desconocidos en el occidente europeo.

La despótica y bárbara represión del domingo negro de San Petersburgo trajo una oleada de protestas y huelgas políticas en toda Rusia. Fue en sí misma una llamada al levantamiento. En el campo respondían los campesinos con motines frente a los recaudadores, otras veces con incendios de las casas solariegas de los señores.

En junio de 1905 se vio que también empezaba a prender la revuelta entre los soldados (incidente del acorazado Potemkin).

Pero lo más agitado del tempestuoso 1905 (sobre cuya oleada huelguística-insurreccional como vimos escribió su famoso estudio Rosa Luxemburgo) tuvo lugar en el otoño, cuando en Moscú, Jarkov, Misk, Odesa y otras grandes ciudades, los manifestantes alzaron barricadas para enfrentarse a la fuerza pública, teniendo que ser dispersados por la artillería del ejército regular.

Esta extensión e intensidad de la lucha creó formas nuevas de organización obrera que habían de traer grandes consecuencias. Tal fue la aparición de los soviets.

"Importante índice del ascenso del movimiento proletario y la revolución en su totalidad a un escalón nuevo, más alto, fue el desarrollo y afianzamiento de una forma de organización surgida en el curso de la lucha: los Soviets de diputados obreros. Los Soviets se formaban habitualmente sobre la base de los comités de huelga, de las comisiones obreras electivas y las asambleas de delegados que a medida que se profundizaba la revolución empezaban a cumplir funciones democráticas generales, eran reconocidos por vastos sectores de los trabajadores, y se convirtieron en germen de un poder nuevo, revolucionario. "Estos órganos fueron creados exclusivamente por las capas revolucionarias de la población -decía Lenin- al margen de leyes y normas, por vía netamente revolucionaria, como expresión de la inventiva del pueblo, como manifestación de la iniciativa del pueblo que se ha liberado o está en camino de liberarse de las antiguas trabas policiales".

"El proceso de formación de los Soviets se desarrolló de forma particularmente intensa en octubre-diciembre de 1905, es decir, precisamente en el período en que la revolución revelaba con un relieve aún mayor rasgos proletarios y cuando el pueblo sentía agudamente la necesidad de tener organismos que pudiesen ser centros dirigentes de la lucha armada contra la autocracia y sustituir la administración zarista. Además de S. Petersburgo y Moscú, los Soviets surgieron en más de 50 ciudades y poblados obreros de las distintas regiones del país".60

60 Academia ... El Movimiento Obrero Internacional. Vol III. p. 61

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Tal es la descripción de los soviets hecha por los historiadores rusos. Obviamente, la presencia y la pretensión de inspirar las decisiones de los soviets fue uno de los principales objetivos de los bolcheviques. Trotsky fue presidente del Soviet de San Petersburgo en 1905.

Por su parte, Trotsky definía: "El soviet era la autoridad organizada de las masas sobre sus miembros separados. Era la verdadera democracia pura, no adulterada, sin un sistema de dos cámaras, sin una burocracia profesional, con el derecho de los electores a destituir a sus representantes a voluntad y substituirlos por otros". 61

En aquél año de 1905 en el que llegó a parecer inminente la caída del zarismo por vía insurreccional, se llegó a disponer en las ciudades de una libertad de hecho muy amplia, por desbordamiento del aparato policial, lo que dio lugar a una rápida expansión de los sindicatos, de círculos obreros, etc.

En la última parte del año se plantearon los grupos de autodefensa. Luego, directamente, la organización de milicias. Se sustrajeron armas de los arsenales, se fabricaron clandestinamente, se compraban en el extranjero. Los bolcheviques consideraron que había de pasarse de las huelgas de manifestación a las huelgas insurreccionales.

Hacia finales de 1905 el amplio movimiento, pese a su extensión e intensidad fue dominado militarmente, pero lejos de considerar la revolución fracasada, se interpreta como un avance importantísimo, como una fase que pronto irá seguida de otras hasta su culminación.

Por otra parte, en 1905 se abre otro frente político. Al sentirse desbordado el poder, Nicolás II cambió a su primer ministro, nombrando a Witte el 30 de octubre, al tiempo que publicaba una proclama imperial anunciando la concesión de nuevos derechos civiles y la intención de convocar una "Duma" o parlamento, aunque sin aclarar las facultades que tendrían esa Duma, ni el método de elección que habría de regir su composición.

En diciembre se publicó la ley electoral, absolutamente restrictiva y discriminatoria. La "concesión" hacia un amago de democracia, que sobre ser tardía era totalmente insuficiente, ni aún siquiera para atraer el apoyo de aquella burguesía liberal (Kadetes) que deseaba un régimen Constitucional,

En pleno siglo XX se convocaba una Cámara representativa al modo de las antiguas Cortes medievales de occidente, dividida en estamentos y con cupos de representación para cada uno de ellos. Los campesinos y obreros votaban por separado para un número de puestos proporcionalmente muy inferior del asignado a los terratenientes. A la vista de lo cual los partidos obreros boicotearon la decisión, y sin embargo resultaron elegidos 107 campesinos y obreros por el cupo de los trabajadores. Los "kadetes", el partido de la burguesía constitucio-nalista, dominaba la mayoría.

En cuanto se reunió este "Parlamento" (1906), del que previamente se había sustraído toda potestad sobre la política exterior, la cuestión presupuestaria, la potestad legislativa, y ante el que no era responsable el Gobierno, es decir una Cámara con la facultad interpelativa y rogatoria, los "kadetes" exigieron una reforma que llevase al verdadero sufragio universal, y a la responsabilidad del gobierno ante la Cámara. El Zar disolvió rápidamente la Duma.

Pero estas contradicciones en el camino vacilante mente emprendido agrandaban la confusión y la conflictividad. Los diputados "kadetes" se reunieron en Vivorg (Finlandia) y proclamaron el manifiesto conocido por ese nombre, exigiendo una

61 León Trotski. "Nuestra Revolución".

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reforma verdaderamente democrática.En la primavera de 1907 se convocó y reunió una segunda Duma. En esta ocasión

decidieron acudir los partidos obreros para utilizar esta plataforma de propaganda y patentizar su inconsistencia institucional. A pesar de las limitaciones electorales obtuvieron 130 diputados sobre un total de 524. El Gobierno pretendía utilizar las tácticas del parlamentarismo para dividir a la oposición, pero sin respetar las reglas mínimas de este sistema. Mandó detener a más de medio centenar de diputados obreros acusados de haber hecho propaganda sediciosa en el ejército. Con lo cual también fue disuelta la segunda Duma.

Una nueva ley más restrictiva otorgaba un representante por cada 230 individuos a la nobleza terrateniente; uno por cada mil a los poseedores de la propiedad mobiliaria; uno por cada 60.000 campesinos; y uno por cada 125.000 artesanos u obreros. Con todo ello, en 1907 resultaron elegidos 14 "Social-revolucionarios" y 14 "Socialdémócratas".

Todavía existió una cuarta Duma de 1912 a 1916. La falta de competencias esterilizaba completamente su función. Pero la pretendida apariencia de conseguir alguna legitimación democrática al sistema servía para incrementar las posibilidades del debate político y abrir fisuras de libertades. Por ejemplo, a partir de 1912 se empieza a publicar Pravda en S. Petersburgo.

La insuficiencia de las libertades que pugna con el afán de actividad y lucha democrática de distintos sectores sociales engendra un constante rosario de incidentes, encarcelamientos y deportaciones.

Con todo, en los años que van desde 1905 al estallido de la Guerra Mundial, el Gobierno volvió a controlar la situación de algún modo, contribuyendo a ello la política más liberal y reformadora en lo económico, de un nuevo primer ministro, Stolypin, que consigue el retorno e incluso la intensificación de la importación del capital extranjero, y portante una cierta expansión. Toma medidas reformadoras para el campo, fomentando el acceso a la propiedad privada en detrimento del tradicional "mir". Pero es asesinado en 1911, sin que sea claro quien impulsa su muerte, pues el sector más reaccionario rechazaba su política económica libera-lizadora.

La intensa labor de propaganda y de extensión de las organizaciones obreras, así como el inicio de su penetración entre los campesinos se pondrá de manifiesto al sobrevenir la gran crisis de 1917.

El inicio de relativa recuperación capitalista que había abierto la política de Stolypin se vio definitivamente frustrado por el estallido de la guerra en 1914, la entrada de Rusia en conflicto contra las llamadas potencias centrales, el Imperio austro-Húngaro, y Alemania. Con aparente paradoja, la autocrática Rusia entraba en la guerra del lado de las democracias burguesas, Francia e Inglaterra, frente a países como Austria y Alemania en las que el gobierno todavía estaba controlado por antiguas oligarquías y el proceso democratizador de la burguesía estaba recorriéndose.

Sin embargo, los tratados públicos o secretos que intentaban mantener en equilibrio la balanza de poder internacional, y los fuertes intereses creados por las inversiones francesas en Rusia, garantizaban que Rusia y Francia, en caso de conflicto contenderían contra la temida Alemania, y que Inglaterra, su principal competidora en el mercado internacional, en ningún caso consentiría el triunfo y hegemonía germánicos en una Europa que todavía gobernaba el mundo y se repartía las colonias de los demás continentes.

Pero en todo ese mosaico de intereses y de Estados en pugna, el gobierno más débil resultó ser aquel que tenía un territorio más vasto y una población más numerosa, Rusia.

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Rusia tenía inmensos recursos naturales y humanos, pero su organización primitiva, inoperante cuando pretendía ser moderna, hacía imposible la movilización de esos recursos. A los pocos meses de iniciarse la guerra, tremendos fracasos del ejército zarista pusieron de relieve otra vez la incompetencia de la Administración. Los transportes se colapsaban, y las ciudades quedaban desabastecidas. Por otra parte, la sangría humana era horrorosa.

En el primer año de la guerra los rusos sufrieron dos tremendas y cruentas derrotas frente a los ejércitos alemanes. Sólo en las batallas de Tannemberg y de los Lagos Mansurianos cayeron prisioneros 250.000 rusos, sin poder precisar el número de muertos.

Luego vendrían también las grandes pérdidas territoriales y el suelo de "La Santa Rusia" sería ocupado en gran extensión por las tropas germánicas, causando descrédito del gobierno y un efecto desmoralizador. "En 1915, los alemanes y los austro-húngaros dedicaron su principal esfuerzo a dejar fuera de combate a Rusia. Penetraron profundamente en el Imperio zarista. Las pérdidas rusas fueron enormes: 2 millones de muertos, heridos o prisioneros sólo en 1915". (...)"... la guerra constituyó una prueba que el gobierno zarista no pudo resistir. Chapucero, deshonesto, reservado, incapaz de suministrar el material necesario para una guerra moderna, arrojando a hordas de campesinos al campo de batalla, en algunos casos incluso sin fusiles, perdiendo hombres por millones, pero sin presentar meta alguna que justificase el sacrificio, el régimen zarista perdió la lealtad de todos los elementos de su pueblo". 62

Los bolcheviques adoptaron desde un principio una actitud de hostilidad activa frente a la guerra. Lenin que se encontraba en Galitzia, fue detenido y estuvo a punto de ser entregado por la autoridades austríacas a los rusos. Pero se le permitió trasladarse a Suiza. Enseguida elaboró el manifiesto "La guerra y la socialdemocracia de Rusia" publicado el uno de noviembre de 1914, en el que combate lo que llama "socialchauvinismo" (postura de aquellos partidos de la Internacional que habrán optado por "la unión sagrada") y donde trata de deslindar campos también frente a un pacifismo pasivo que se contenta con no intervenir y con reclamar "la paz justa y sin anexiones". Por eso tampoco estuvo satisfecho en 1915 con la resolución de la Conferencia de Zimerwald (Suiza, sept.) de partidos de los países neutrales y minorías de partidos de los países beligerantes.

Su posición, abrazada por el partido bolchevique y repetida machaconamente en su propaganda de agitación de masas, consiste esencialmente en plantear una salida revolucionaria a la guerra. En transformar la guerra en guerra revolucionaria, separando los intereses del Gobierno y del pueblo, dando un giro tota) al concepto del deber patriótico. Ello esta en consonancia con aquella moral que sitúa como valor supremo el valor salvífico para el pueblo de la revolución libertadora.

"En concreto, el programa de Lenin de transformación de.la guerra imperialista en guerra civil, comprendía: renuncia incondicional a toda forma de cooperación con "sus" gobiernos; propaganda de la derrota de "su" gobierno en esa guerra-pleno rompimiento de la política de "paz social" aplicada por los partidos hurgue-^ ses y socialchauvinistas; creación de organizaciones ilegales en todas partes allí donde los gobiernos decreten la ley marcial; utilización de dichas organizaciones para la propaganda de las consignas revolucionarias de la socialdemocracia-extensión de esta propaganda al ejército, al

62 R. Palmer y J. Cortón. Ob. Cit. pags. 438 y 444

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teatro de operaciones militares; apoyo al hermanamiento de los soldados de los países beligerantes; respaldo a toda clase de acciones revolucionarias contra los gobiernos, contra la guerra.

Lenin consideraba que todo trabajo antibélico debía tener contenido revolucionario". 63

Un esquema tan drásticamente subversivo no detuvo al comienzo de la guerra el proceso de movilización general, pero fue calando gradualmente al compás de los desastres de la guerra.

De todos modos, el mayor éxito de la agitación que conduce a los históricos sucesos de 1917, acaso fuera ligar la idea de revolución con la idea de paz inmediata, lo que para entonces más anhelaban los soldados, los obreros, y los campesinos, y secundariamente, que esa paz traería otro orden social, así como el autogobierno de las nacionalidades del imperio.

El desastre de la guerra favorecía la convergencia de intereses que había de plasmar en la alianza o lucha común obreros-campesinos necesaria para liquidar la autocracia.

1917: El año de las dos revoluciones.En febrero fue derribada la autocracia zarista, y se establece un Gobierno Provisional

que reconoce las libertades públicas y se compromete a convocar en breve plazo un Parlamento Constituyente. Se proclama la República.

En octubre es derribado el Gobierno Provisional de Kerenski y ocupa el poder un Gobierno de Comisarios apoyados por los soviets. Se establece el nuevo régimen soviético.

Siguiendo la terminología convencional al uso diríamos que en febrero aconteció la revolución burguesa, y que en octubre sobrevino la revolución obrera.

Pero si atendemos a quien es en rigor la fuerza revolucionaria que impulsa esos cambios, y cuales son sus objetivos, obtenemos más bien la idea de que es un sólo proceso en dos actos, es la revolución obrera que culmina en la república socialista soviética.

Todo el proceso esta constantemente condicionado por la guerra, primero por la prolongación de la guerra mundial, luego por la guerra civil que enseguida se producirá como resistencia al nuevo régimen.

En primer lugar, los sucesos de febrero que conducen a la abdicación del emperador se engendran por el climax de exasperación al que llega la población de Petrogrado (durante la guerra San Petersburgo cambió su nombre por el de Retrogrado) como consecuencia de la falta de subsistencias, la acumulación de noticias aciagas que llegan a la capital sobre el curso de la guerra, la experiencia del desgobierno, y el gran impulso de la propaganda revolucionaria.

Los sucesos de 1905 ya habían descubierto al bando de la revolución la extraordinaria importancia política de lo que aconteciera en la capital o núcleo de resortes del poder político.

Los famosos cinco días de febrero que culminan con la detención del gobierno zarista en la última jornada del mes, son la historia vibrante de una insurrección en la que un movimiento huelguístico en masa se combina con manifestaciones populares gigantescas, y esa ocupación material del espacio urbano se orienta hacia objetivos políticos y estratégicos muy concretos. Los objetivos políticos vienen dados por consignas muy sencillas: ¡Abajo la guerra!, ¡Viva la república!. Los objetivos

63 Academia... Vol. III. p. 544

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estratégicos, toma y control de los puntos clave de comunicaciones, anulación de los centros policiales, distribución de armamento entre la masa obrera, que se irán cumpliendo metódicamente.

Pero hay algunas claves en todo esto que diferencian las jornadas revolucionarias de febrero de tantas otras insurrecciones populares habidas: el papel directivo del Soviet de Petrogrado y la creación de los soviets de soldados; la defección de unidades militares que confraternizan con el pueblo, que se niegan a disparar contra los manifestantes, o que toman el partido de la revolución.

Hay un poder en decadencia, el poder gubernamental que sólo tiene la receta represiva, poder considerado por las masas como incompetente y absolutamente incapaz de resolver los agobiantes problemas de la subsistencia. Ante la extrema escasez de alimentos ni siquiera se había establecido un régimen de racionamiento.

Un poder formalmente representativo, más o menos representativo, que es la Duma, vacilante entre la legalidad y las demandas de la calle que no caben dentro de la legalidad, hasta que por presión del Soviet se decide a pedir la abdicación del Zar y a establecer por su cuenta un Gobierno Provisional.

Y un poder de hecho, de día en día más eficaz por ser el más obedecido, que es el del Soviet de Petrogrado. Un día se hace cargo de las subsistencias requisándolas y ordenando unas reglas de distribución; otro día de las comunicaciones y de los recursos financieros. También ordena crear una milicia. Y con la famosa "Orden No 1 a la guarnición de la región de Petrogrado", prescribe que en todas las unidades "fueran elegidos inmediatamente los comités encargados de dirigir el movimiento de los soldados...", y asegura la representación de todas las unidades en el Soviet. Se ordena incluso que las órdenes emanadas de la Duma sólo se cumplan en lo que no contradigan los acuerdos del Soviet.

El llamamiento a la constitución de Soviets en las localidades y unidades que no lo hubieran hecho, la resurrección de esta forma de autoorganización popular ya empleada como vimos en 1905, fue muy determinante en la abdicación del Zar. Especialmente la creación de los soviets de soldados. El Zar se encontraba durante las jornadas revolucionarias de febrero en el frente. Cuando el día 28 de febrero intentó regresar a la sede de su Estado Mayor, el tren imperial fue detenido por los obreros; tuvo que trasladarse al Cuartel General del frente norte, en Pscov. Consultó a sus generales. No encontró garantías de restablecer su autoridad porque no podían asegurarle la disciplina obediente de las tropas. Entonces abdicó, el día 2 de marzo, (15 del calendario occidental).

La noche de 1 al 2 de marzo parlamentaron representantes del Soviet de Retrogrado y la Duma del Estado y, contra la opinión de los elementos bolcheviques del Soviet, se reconoció a la Duma la facultad de crear un Gobierno Provisional para el Estado ruso con tal de que cumpliera unas condiciones mínimas de garantía sobre liberación inmediata de todos los presos políticos y establecimiento de las libertades cívicas.

Así se constituyó el primer Gobierno Provisional, presidido por el príncipe LVOV, con el precario apoyo de la Duma, y el "consentimiento" del Soviet de Petrogrado, no sin fuerte discusión en el seno de éste. El gobierno provisional estaba integrado por miembros pertenecientes a los partidos de la burguesía constitucionalista, y en él incluyeron a Kerenski, perteneciente al partido de los socialrevolucionarios (como vimos, procedente de los narodniks).

Con ello se abría el período de lo que en la práctica suponía una dualidad de poderes -el Gobierno Provisional y los soviets- que caracteriza la convulsa fase que va desde

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entonces hasta la revolución de octubre.En esta fase se generaliza por doquier la creación y consolidación de los soviets en

toda Rusia.La decisión más desafortunada del Gobierno Provisional fue la pretensión de

prolongar la guerra. Su modelo de relaciones exteriores, el tipo de apoyos que pretendía obtener en la postguerra, los fuertes intereses de las potencias extranjeras en Rusia, los capitales del exterior que necesitaría en el futuro, no les permitía de ningún modo hacer una paz por separado al margen de los aliados francés y británico, pues ello supondría liberar definitivamente al ejército alemán de mantener activo el frente oriental, pudiendo volcar todos sus efectivos en el frente occidental.

Sin embargo, el más ardiente deseo de las masas en Rusia no era otro sino concertar la paz.

El Gobierno confiscó ciertamente los bienes de la familia imperial, así como los de los monasterios, y estableció la amnistía y las libertades políticas. Pero tampoco tocó el problema candente de la propiedad de la tierra posponiéndolo para que lo abordara un Parlamento que habría de ser democráticamente elegido. En definitiva, el Gobierno no asumía en absoluto el significado económico-social de la revolución que se había producido, y se conducía como si sólo se tratase de un cambio en el orden político institucional.

En los soviets, hasta entonces hegemonizados a la hora de las votaciones por los planteamientos mencheviques, se iba produciendo una transformación en el sentido de que las tesis bolcheviques iban ganando terreno, pero todavía eran minoritarios como se reconoce en el importante documento "Las tesis de abril" que señalan el rumbo de la segunda parte de la revolución.

El tres de abril llegó a la estación de Retrogrado el famoso vagón sellado en el que viajaban Lenin y otros dirigentes bolcheviques, en el que los alemanes habían facilitado su traslado desde Suiza a Rusia, pero cuidando de que no pudieran tener otros contactos al atravesar territorio bajo su jurisdicción. Los alemanes conocían, como cualquiera que hubiese leído sus escritos, la firme resolución de Lenin en el sentido de hacer inmediatamente la paz, incluso una paz por separado de Rusia con sus contendientes, lo que interesaba a Alemania en un momento en que de hecho ocupaba inmensos territorios rusos y en que necesitaba concentrar su esfuerzo bélico en los frentes del oeste.

El día 4 de abril Lenin leyó las famosas tesis de abril ante los socialdemócratas reunidos en el palacio Taúride. Los fragmentos que nos parecen más esenciales son los siguientes:

"2. La peculiaridad del momento actual en Rusia es el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia de clase y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de los sectores pobres de los campesinos".

"3. Ni el menor apoyo al gobierno provisional; demostrar la falsedad absoluta de todas sus promesas, especialmente de las que se refieren a la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de "exigir" que deje de ser imperialista, cosa imposible y que no hace más que despertar ilusiones.

"4. Reconocer que en la mayor parte de los soviets de diputados obreros, nuestro partido esta en minoría...

Explicar a las masas que los soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario...

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Mientras estemos en minoría, realizaremos la tarea de criticar y señalar los errores, propugnando, al mismo tiempo, la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los soviets de diputados obreros para que, sobre la base de la experiencia, las masas superen esos errores.

"5. No una república parlamentaria -volver a ella desde los soviets de diputados obreros sería un paso atrás- sino una república de los soviets de diputados obreros, peones rurales y campesinos, en todo el país, de abajo arriba.

Supresión de la policía, del ejército, y de la burocracia". 64

Si lo releemos con calma podemos observar que aquí está todo el programa de la llamada segunda revolución o revolución de octubre. La idea de "todo el poder para los soviets", que en el momento culminante será la consigna en virtud de la cual serán barridas las demás instituciones, empezando por el Gobierno Provisional.

El explícito rechazo de la república parlamentaria del punto cinco es muy significativo. Considera que sería un paso atrás después de los soviets. Ya vimos en otra cita de Lenin que él consideraba los soviets como la más auténtica forma de participación directa de los trabajadores en el poder, y no cabe duda de que entonces los soviets poseían una vivacidad y espontaneidad enormes, pero es claro que de este modo quería excluir de toda participación en el poder a la clase propietaria que no tenía posible encaje en los soviets.

Nótese que en el documento de abril sólo se habla de soviets de obreros y campesinos. Justamente, la proliferación de los soviets de soldados y su fusión en los soviets superiores, al modo como ya había ocurrido en febrero en Retrogrado, será un factor final decisivo de la revolución de octubre.

En la última línea se habla de la supresión de la policía, del ejército y de la burocracia. Sería fácil hacer aquí algún comentario sarcástico pensando en lo que fue luego el estalinismo. Pero sería inoportuno, pues lo que realmente importa entender es que los bolcheviques se propusieron deshacer literalmente los aparatos de Estado heredados de la autocracia, creando otro Estado de nueva planta. Todo. lo cual resulta interesante relacionándolo con la antigua polémica entre bakuninistas y marxistas acerca del papel del Estado en la fase histórica de trasformación de la sociedad. He aquí un modelo bien distinto al clásico de la socialdemocracia de los países del occidente europeo, que hereda un Estado y unos aparatos de Estado, y que con los mecanismos de la legalidad básica de ese Estado pretende introducir modificaciones en el cuerpo social.

Los bolcheviques se propusieron reedificar el Estado, no sólo en cuanto a las instituciones de representación o participación en el poder, sino en los aparatos básicos de control y de fuerza.

En el punto primero de este transcendental documento, cuya literalidad no hemos reproducido, se afirmaba con respecto a la guerra en curso, que no debía hacerse ni la más mínima concesión al "defensismo revolucionario". Esto es, que en su exigencia de una paz inmediata, sin dilación ni paliativo de ninguna clase, no cabía dejar resquicio a lo que llamaron los bolcheviques "defensismo revolucionario", es decir la postura de aquellos que consideraban necesario mantener la guerra frente a los alemanes como una guerra de defensa del territorio ruso y de defensa de la revolución (la revolución antiautocrática de febrero) en el supuesto de que la derrota, la victoria del militarismo prusiano, previsiblemente llevaría consigo la restauración de los romanov, de la caída

64 Antonio Fernández García. Ob. Cit. p. 121-122.

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dinastía, y la vuelta al pasado. Esta posición era sostenida no sólo por todos los partidos burgueses que controlaban la mayoría de la Duma, sino también por buena parte de los socialdemócratas y de los social revolucionarios que tenían todavía la mayoría en la mayor parte de los soviets, y a los que en el documento se dedican los epítetos y exabruptos característicos del lenguaje leninista que tanto daño hiciera en el seno de la izquierda en las décadas inmediatamente posteriores ("pequeños-burgueses oportunistas").

La paz por separado, que propugnaban los bolcheviques no era igual que la derrota, y Lenin pone énfasis con gran habilidad para su causa en que es preciso hacer comprender a las masas que sólo mediante el paso del poder a los soviets se haría de inmediato la paz.

Con la llegada de Trotsky el cuatro de mayo, que a la sazón se encontraba en América, estas tesis no sólo iban a encontrar un magnífico apoyo dialéctico, sino además un talento organizador sin igual para contribuir a ponerlas en práctica.

Todavía habrían de transcurrir unos pocos meses para que los bolcheviques consideraran llegado el momento preciso, y que no sería otro sino aquel en que fuesen mayoría en los soviets, al menos de las dos grandes ciudades, Retrogrado y Moscú.

En esos meses de actividad político-social vertiginosa los procesos evolucionaban rapidísimamente, produciéndose tantos cambios como no ocurren durante décadas cuando la sociedad entra en fase de monótona repetición de sí misma.

En ellos los bolcheviques pasaron por altibajos notables. El dieciocho de abril. Milyukov, ministro de negocios extranjeros del Gobierno Provisional, hizo pública una nota para tranquilizar a los aliados de Rusia en la guerra, en la que por una parte les pedía explicaciones de sus objetivos, hablaba de la necesidad de buscar una paz sin anexiones, pero por otra manifestaba la resolución del gobierno ruso de mantener sus compromisos con los aliados, esto es seguir la guerra sin hacer la paz por separado.

Ello produjo una oleada de manifestaciones y motines, en los que el carácter insurreccional que les imprimían los bolcheviques les hizo aparecer como conspiradores, y son objeto incluso represión y encarcelamientos.

La configuración del poder soviético no se detenía, y el tres de junio se produjo el Primer Congreso Pan-Ruso de los Soviets, o Congreso de los Soviets de todas las Rusias. A través de estas asambleas iban calando hacia todas las regiones del imperio los planteamientos del siguiente paso, e iban creciendo los partidarios de alcanzar esa otra fase de la revolución.

Como dos líneas divergentes que lleva cada cual su lógica, el día 16 de junio ordena el Gobierno Provisional una ofensiva general en los frentes. Para este momento Kerenski había pasado de la cartera de Justicia a ser ministro de la Guerra.

Del tres al cinco de julio las protestas y huelgas políticas contra la prolongación de la guerra se agudizan y generalizan. Los bolcheviques hacen intentonas aisladas de resistencia armada.

Hacia el seis de julio era evidente el fracaso de la ofensiva ordenada por Kerenski. Los alemanes habían conseguido romper el frente sur, avanzar de nuevo.

El siete de julio Kerenski es nombrado primer ministro de un "Gobierno de Salvación de la Revolución" que da paso a otros ministros socialistas en el consejo. Kerenski cometió el grave error de nombrar al general Kornilov como general en jefe de los ejércitos de la República.

Trotsky fue encarcelado, Lenin tuvo que esconderse. La pena de muerte fue restablecida en el ejército. El veinticuatro de julio Kerenski reorganiza el Gobierno

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incorporando a los kadetes, es decir al partido de la burguesía constitucionalista. Kerenski hace esfuerzos por controlar la situación y obtener mayor credibilidad para el Gobierno Provisional. Pero sigue sin dar pasos hacia la paz y sin poner remedios a las perentorias necesidades sociales.

El frente bélico empeora. Entre el 18 y 21 de agosto los alemanes toman Riga y amenazan la propia ciudad de Petrogrado.

Kerenski, advertido tarde de las intenciones zaristas de Kornilov, intenta destituirle, pero Kornilov por su parte pone en marcha una operación intentando apoderarse de Petrogrado (28-30 de agostó). Quienes frustran esta operación son los propios trabajadores armados que detienen el avance de Kornilov y provocan la deserción de sus tropas. Todos estos incidentes devuelven prestigio a los bolcheviques que venían advirtiendo del riesgo de la contrarrevolución y que han mostrado su determinación contribuyendo a frenar el intento regresivo.

El cuatro de septiembre se pone en libertad a Trotsky; la situación es tan delicada que Lenin sigue oculto. El nueve de septiembre por primera vez triunfan plenamente los planteamientos de los bolcheviques en el Soviet de Retrogrado.

Para obtener cierto respaldo amplio, Kerenski convoca el catorce de septiembre una Conferencia democrática en Retrogrado llamando a todos los partidos. En la imposibilidad de organizar entonces unas elecciones generales, de esa Conferencia surge un Pre-Parlamento al que se configura formalmente como "Consejo de la República", que se pretende tenga un mayor vigor representativo que la Duma, ampliamente rebasada por todos los sucesos ocurridos desde su discriminatoria elección.

Los ataques socialdemócratas y bolcheviques a ese preparlamento por su actitud de respaldar al Gobierno en su postura de prolongar la guerra fueron durísimos y constantes. Por otro lado los bolcheviques denunciaban en este momento al Gobierno por no convocar un verdadero parlamento constituyente, con lo cual deslegitimaban la representatividad del preparlamento y del poder ejecutivo que ostentaba Kerenski. Esta dialéctica les obligará luego, tras la revolución de octubre, a convocar tal parlamento constituyente.

Al tiempo que Kerenski ponía en marcha un pre-parlamento, el soviet de Petrogrado pide (21 de septiembre) la convocatoria del Segundo Congreso Panruso de los Soviets para el veinte de octubre.

Desde los primeros días de octubre los bolcheviques comenzaron a preparar la insurrección popular que acabaría dando "todo el poder para los soviets".

El nueve de octubre Lenin se hace de nuevo presente en Petrogrado. El Soviet de esta ciudad acuerda crear un comité de defensa revolucionaria, lo que se conocerá como "Comité Militar Revolucionario".

El día diez Lenin propone al Comité Central bolchevique la insurrección inmediata. Entre sus miembros hay indecisiones y reparos. De palabra y por escrito en esta sesión y en los días siguientes Lenin tuvo que insistir en la, -a su juicio inaplazable-, oportunidad y necesidad del momento. Por un lado argumenta el riesgo de una nueva acción contrarrevolucionaria, por otro con la posibilidad de que los aliados pacten por separado con Alemania y Rusia quede a merced de los alemanes; asimismo dice tener informes de que el Gobierno de Kerenski puede entregar la ciudad de Petrogrado retirándose a Moscú. Cualquiera de esas alternativas sería obviamente fatal para la revolución que se pretende.

La infiltración entre los soldados de Petrogrado es tan grande que el soviet de

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soldados de la guarnición acuerda el día 13 transferir toda autoridad sobre la tropa al "Comité Militar Revolucionario".

El día dieciséis de octubre el Comité Central Bolchevique aprueba el planteamiento de Lenin, con la sola oposición de Kamenev y Zinoviev, y al día siguiente el Comité Militar del Soviet de Petrogrado toma las disposiciones pertinentes a la insurrección.

Cuando el día 24 Kerenski da órdenes ejecutivas para detener a los miembros del Comité Militar Revolucionario, y suspender la publicación de la prensa bolchevique, ya no funcionaron sus resortes de poder. Simplemente, no se cumplieron.

Hubo dos días de lucha en Petrogrado, pero la fuerza y dinamismo de los insurgentes era tan superior como para que sin grandes batallas fuese disuelto el preparlamento, e incluso cayese el Palacio de Invierno, donde estaban reunidos los ministros del Gobierno Kerenski el 26 de octubre, siendo conducidos a la histórica fortaleza de Pedro y Pablo que dominaba la ciudad y de la que se habían apoderado días antes los revolucionarios.

Así, el Segundo Congreso Panruso de los Soviets, que por aplazamiento de su convocatoria había iniciado sus trabajos la víspera, comenzó a ejercer como poder supremo de Rusia, y a dictar decretos sobre la paz, sobre la inmediata redistribución de la tierra, etc. Un Consejo de Comisarios al frente del cual estaba Lenin, actuaría como Gobierno de la República. Trotsky fue nombrado Comisario de la Guerra.

La pequeña resistencia armada que intentó promover Kerenski, ausente de Petrogrado el día 26 fue rechazada sin dificultad por los hombres del Comité Militar Revolucionario, y Kerenski marchó al exilio.

Estos sucesos conmovieron el ánimo de toda Europa, y si los gobiernos de las potencias capitalistas no hubieran estado enzarzados entre sí por la guerra, hubieran intervenido a tiempo de algún modo para frustarlos, siquiera fuese por impedir la tremenda llama de esperanza que se alzaba ante los ojos del proletariado europeo prendida por la chispa de la Revolución Soviética.

A idealizar la revolución contribuían los comentarios de espanto por parte de la prensa burguesa, tanto más indignados cuanto más reaccionarios fuesen y de otra parte el desconocimiento o minusvaloración de las tremendas dificultades que habría de abordar el nuevo régimen soviético, y de las enormes deformidades que iban a producirle.

Poner fin a la guerra, sosegar las imperiosas exigencias de los campesinos, hacer frente a la guerra civil contrarrevolucionaria que se desató enseguida, edificar un nuevo sistema institucional que permitiese consolidar el poder, reconstruir el país tras los desastres de la guerra mundial y de la guerra civil, articular de modo estable el complejo mundo de las nacionalidades que componían el antiguo imperio y, además, proseguir la lucha en el campo socialista a nivel internacional, porque todavía suponían que era vital para el éxito de la revolución rusa que, por lo menos en algún otro país o países más avanzados industrialmente y más poderosos, se produjera un cambio revolucionario análogo. Tal fue el cúmulo de ingentes tareas que recaía especialmente sobre el Consejo de Comisarios presidido por Lenin.

El nuevo gobierno enseguida entró en contacto con los alemanes para buscar la paz. El dos de diciembre ya se estableció un armisticio por cuatro semanas, y el día nueve se iniciaron formalmente conversaciones para fijar las condiciones de un tratado de paz, en Brest-Litovsk.

Los alemanes, sabedores de la descomposición interna del ejército ruso, pretendían obtener grandes concesiones territoriales y segregar de Rusia otras parcelas del antiguo

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imperio. Condiciones que, al ser discutidas por el propio Comité Central del partido, causaron hondas diferencias. Pero transcurridas las semanas del armisticio, los alemanes desencadenaron otra ofensiva en febrero de 1918 que desplomó literalmente el frente norte, ocupando Letonia, Estonia y partes de Ucrania y Bielorrusia. La propia capital de Petrogrado quedaba tan insegura que se trasladó la capitalidad a Moscú.

En tales condiciones se autorizó la firma del Tratado de Brest-Litrovsk (3 de marzo) aunque suponía para los rusos enormes pérdidas territoriales (Riga, Lituania, Letonia, Estonia, una parte de la Rusia blanca; y se reconocía la independencia de Ucrania y Finlandia). Además quedaban obligados a pagar considerables indemnizaciones.

(La tardía entrada de Norte América en la Guerra del lado de Francia e Inglaterra determinó al fin la derrota de Alemania y el Imperio-Austrohungaro, con lo que al retirarse los alemanes, Rusia pudo recuperar parte de aquellos territorios, no así otros que no serían recuperados hasta la IIa Guerra Mundial).

Con respecto al problema institucional, la articulación que habría de tener el poder en el nuevo régimen, un hecho sumamente transcendental, marcó desde los orígenes el futuro: la abrupta disolución por el Comité Ejecutivo Central (poder emanado de los soviets) de la Asamblea Constituyente.

El día doce de noviembre de 1917, ocupando ya el poder ejecutivo el Consejo de Comisarios del Pueblo (surgido en las horas dramáticas del 25-26 de octubre, del Congreso de los Soviets), se celebraron las elecciones para la Asamblea Constituyente que habían sido convocadas por el gobierno Kerenski meses antes, y que los propios bolcheviques -como vimos- reclamaron en su día.

Fueron las primeras elecciones que se celebraban en Rusia por sufragio universal, igual, directo y secreto. Mas el resultado de estas elecciones arrojaba una composición de la Cámara Constituyente cuya correlación de fuerzas políticas era bien distinta a la del Congreso de los Soviets, y que previsiblemente establecería un sistema institucional distinto. La Asamblea resultante era inequívocamente de izquierda, pero distinta.

"Del total de 707 diputados elegidos los socialistas-revolucionarios de derechas obtuvieron 370, es decir mayoría absoluta, respaldada por 16 millones de votos; los bolcheviques, 175. Los socialistas-revolucionarios de izquierdas, 40; diversos grupos nacionalistas se repartían 86 escaños, y los Kadetes con 17, y los mencheviques con 16, habían quedado reducidos a minorías sin influencia".65

Estaba predestinado que la Asamblea constituyente tendría corta vida, pues el trece de diciembre ya se había publicado en Pravda un largo escrito intentando deslegitimar su representatividad. El texto arguye la doctrina sovietista de los bolcheviques en contraposición al modo de representación parlamentaria convencional. Opone el concepto de República Soviética al concepto de República Parlamentaria, y afirma la superioridad democrática de aquella sobre ésta. De donde extrae la conclusión de que, establecida la República de los Soviets, sería un paso atrás cambiar la articulación representativa del pueblo trabajador.

Hacía luego un análisis crítico concreto de las circunstancias que habían rodeado la elección. Su argumento más importante reside en que las elecciones se han llevado a cabo con las listas presentadas antes de los hechos revolucionarios de noviembre, pero resalta que el partido más numeroso y el partido que en las elecciones del 12 de noviembre obtuvo la mayoría absoluta en la Asamblea, se había dividido en dos ante los

65 Antonio Fernández García. Ob. Cit. p. 41.

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hechos revolucionarios, apoyando una parte al nuevo régimen resultante y la otra no, con lo que los electores han compuesto una mayoría a ciegas de esta realidad. (De hecho algún miembro del partido social-revolucionario formaba parte del Consejo de Comisarios del Pueblo, o nuevo Gobierno). De lo cual deduce que la composición de la Asamblea no puede ser la voluntad del cuerpo electoral.

Aparte las razones formales, arguye también que sólo la República de Soviets (diputados obreros, soldados y campesinos) puede ser "capaz de asegurar el tránsito menos doloroso posible al socialismo".

La Asamblea Constituyente se inaugura el 5 de enero de 1918. Un clima muy crispado es su ambiente en el palacio Taúride de Petrogrado. Con dificultad se establece una presidencia, Víctor Chernov, de los social-revolucionarios. Cher-nov expuso en su discurso la línea de su partido: La Asamblea debía ser el poder supremo; con respecto al problema de la guerra había que caminar hacia una paz sin anexiones pero no a una paz por separado. Los diputados bolcheviques que tomaron la palabra exigieron la adhesión de la Asamblea a la "Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado", texto aprobado días antes por el Congreso de los Soviets que, entre otros asuntos, reclamaba el poder supremo para los soviets de obreros, soldados y campesinos. La Asamblea rehusó hacer suyo tal documento. Al concluir esta votación los bolcheviques se ausentarán de la Asamblea.

Lenin, que había entrado en la sala después de comenzar la sesión, no tomo la palabra.

En el resto de la prolongada sesión se fueron aprobando decretos que habían sido previamente preparados por los social-revolucionarios y los mencheviques.

Al amanecer se interrumpió la sesión. Cuando regresaron los diputados al medio día ya no tuvieron acceso al edificio. Un destacamento se lo impedía.

El día 7 de enero se publicaba un decreto en el que se retomaban casi todos los argumentos ya descritos en el texto de Pravda sobre la Asamblea, y se añadía una referencia a lo acontecido en la sesión única de ésta: "La Asamblea Constituyente, reunida el 5 de enero ha dado por las circunstancias antes expuestas, la mayoría al partido de los eseristas de derecha, al partido de Kerenski, de Avxéniev, y Chernov. Naturalmente, este partido se ha negado a discutir la proposición absolutamente concreta, clara e inequívoca del órgano supremo del poder soviético, del Comité Ejecutivo Central de los Soviets, de aceptar el programa del poder soviético, reconocer la "Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado" reconocer la Revolución de Octubre y el poder de los soviets. De esta manera la Asamblea Constituyente ha roto todo lazo entre ella y la República Soviética de Rusia. Era, pues, inevitable el abandono de una Asamblea Constituyente como esa por las fracciones bolcheviques y eseristas de izquierda66, que hoy constituyen la mayoría notoriamente aplastante de los soviets y que gozan de la confianza de los obreros y de la mayor parte de los campesinos". 67 El decreto concluye, tras otras consideraciones, con la cláusula: "Por cuyas razones, el Comité Ejecutivo Central acuerda:

"Queda disuelta la Asamblea Constituyente".Con este portazo al sistema parlamentario pluripartidista la Revolución de Octubre

66 "Eseristas de izquierdas": la parte de los Social-revolucionarios pro sovietistas.

67 Antonio Fernández García. Ob. Cit. p. 226-227

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toma definitivamente una ruta hacia el socialismo "sui géneris" totalmente distinto al concebido por los partidos de la IIa Internacional.

No obstante, de momento no desaparecieron los demás partidos, ni sus órganos de prensa, ni el debate político entre los partidos y dentro de los partidos. La intolerancia y el afán sistemático de exterminar metódicamente al adversario se desató con la guerra civil que tan nefastas consecuencias habría de tener para el curso de la revolución.

De hecho, mientras vivió Lenin, hubo por lo menos debate en el seno del partido gobernante. Pero Lenin murió prematuramente en 1924 habiendo quedado muy mermadas sus capacidades físicas durante los dos últimos años de su vida.

No había concluido formalmente la guerra mundial para Rusia cuando ya se desató la guerra civil, nada más comenzar el año 1918. En la guerra civil el bando opuesto al nuevo régimen no podía ser más heterogéneo y, por tanto, menos bien avenido entre sí, como completamente distintos eran los fines que impulsaban a las distintas fracciones en su lucha contra el Gobierno de los Comisarios del Pueblo.

Por una parte estaban contra el gobierno de la República Soviética los generales monárquicos, de entre los que destacaban Kornilov y Denikin, operando principalmente en el valle del Don. En este campo ideológico hay que situar a la oficialidad añorante del zarismo, y a los miembros de la oligarquía derribada. A los grandes propietarios que habían perdido su fortuna con la revolución, así como a la parte de medianos propietarios de la tierra que veían amenazados sus intereses. Con menor influencia, pero recubriendo la "santidad de la causa", los elementos eclesiásticos adversos a las nuevas ideas de filosofía atea y de laicismo que enarbolaba la revolución.

Mas por otro lado, también se encontraban en la insurgencia frente al gobierno de los soviets elementos de todo aquel abanico de posiciones políticas que constituían la mayoría de la Asamblea Constituyente, de tan efímera existencia, y que negaban la legitimidad del poder, y los métodos seguidos por el partido bolchevique. En este campo se encontraban desde elementos de la burguesía constitucionalista, elementos social-revolucionarios, que más bien eran los socialistas moderados, socialdemócratas y anarquistas seguidores de las escuelas típicamente rusas. Para todos estos la revolución había sido traicionada por un grupo minoritario que se había alzado con el santo y la limosna. Esto no supone, naturalmente, que tales fuerzas se levantaran en armas en bloque contra el gobierno, sino que parte de sus seguidores se integraron en las unidades combatientes contra el nuevo orden.

La insurgencia contó con el apoyo de los gobiernos extranjeros de los países aliados, que se sentían abandonados en su alianza a causa de la paz de Brest-Litovsk y que los rusos habían firmado por separado. Facilitaron dinero, algunos avituallamientos y algunas facilidades de transporte. Incluso llegan a realizar pequeñas operaciones militares. Una combinación de fuerza aliada desembarcó en Arcángel. Japoneses y americanos en Vladivostok; pero ni unos ni otros intentaron una incursión seria más allá de estos puntos periféricos, de los que se retiran los primeros a finales del mismo 1919, y los segundos a finales de 1922. No obstante, en un principio fomentaron la moral en los resistentes al bolchevismo que se sintieron respaldados por las potencias del exterior.

Sin embargo esa ayuda representaba para los bolcheviques la prueba y testimonio inequívoco de que luchaban frente a la contrarrevolución.

Como acontece en las guerras civiles, la lucha fue muy sangrienta y cruel. Tanto más cuanto que sean prolongadas (y ésta se extiende desde los inicios de 1919 hasta comienzos de 1921), pues al prolongarse se agiganta la diabólica espiral de las

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venganzas, de las represalias y contrarrepresalias. Como en toda guerra civil, no se trata sólo de ocupar un territorio y de obtener una victoria estratégica, sino de aniquilar al adversario, a cuya causa no se considera legítima sino criminal, y a sus dirigentes como cabecillas de los malhechores.

En toda guerra hay vencedores y vencidos, pero en la guerra civil los vencidos quedan resentidos contra sus conciudadanos, y los propios vencedores quedarán por mucho tiempo temerosos de saberse odiados y desconfiados ante cualquier situación en que pueda suscitarse la revancha. La guerra civil post-revolucionaria en Rusia contribuyó al perfil totalitario que iría adquiriendo el nuevo régimen.

Al comienzo la guerra civil puso ciertamente en riesgo de supervivencia la Revolución de Octubre, cuando todavía sus efectivos militares estaban completamente desorganizados. Denikin estuvo a punto de tomar Tula, cerca de Moscú. Entre unos y otros extendían el campo resistente casi a la mitad del territorio.

En esa fase de incertidumbre y de calamidades, se produjo el asesinato del Zar Nicolás II, de la Zarina y de sus hijos, en Ekaterinburg, la noche del 16 al 17 de julio de 1918. Por ambas partes contendientes, la ferocidad de la lucha fue de una dureza extrema.

Uno de los efectos duraderos de la guerra civil fue la configuración del Ejército Rojo. Ahí demostró su talento organizador de nuevo León Trotsky.

Trotsky hizo un ejército de nueva planta, como fue hecho en las grandes revoluciones de la historia. Partiendo de la "guardia roja" creada por los soviets en sus luchas revolucionarias, y por algunos componentes de aquellas unidades distinguidas por su compromiso en los días de la Revolución, el Comisario de Guerra, Trotsky forjó en poco tiempo un numeroso ejército con dos características peculiares: una disciplina implacable y una ideologización intensa. Para garantizar lo uno y lo otro estaban los comisarios a todos los niveles, que podían pagar incluso con su vida cualquier ineficacia o defección.

Un nuevo "patriotismo", ideológicamente planteado como defensa de la revolución, de una revolución que se consideraba principio de una revolución universal, y portante esencialmente intemacionalista, fue machaconamente inculcado. El vigor de este Ejército Rojo no sólo permitió recuperar todo el territorio, sino que puesto a prueba años más tarde frente a la colosal máquina bélica del hitlerismo, supo resistir y contraatacar hasta la victoria.

Muy importante para la consolidación de la revolución soviética fue la existencia de un ejército creado a su imagen y semejanza, como una pieza más de las nuevas instituciones revolucionarias, y comprometido en su perduración,

Las tradicionales ¡deas antibelicistas y antimilitaristas quedaban como situadas en el marco referente a la lucha de clases, y la fuerza de este aparato militar se justificaba como defensa de la revolución en ese otro marco restante de la lucha de clases a escala mundial, por la necesidad de salvaguardar los intereses proletarios, y no sólo de los trabajadores rusos, sino a escala universal.

Otra consecuencia duradera de la guerra civil fue el rápido desarrollo de un extenso aparato policiaco. Enseguida se crea una "Comisión Extraordinaria Pan.Rusa de lucha contra la Contrarrevolución", es decir, una policía política regida por criterios políticos y con fines políticos, que en nombre de la defensa de la revolución recibirá muchos medios y creciente poder. Este aparato policial no quedará disuelto ni reducido al concluir la guerra civil, sino renovado y rejustificado por la constante alegación de la amenaza externa y el riesgo de complicidades internas contra el régimen soviético.

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Posteriormente, en la época del poder personal, tras el fallecimiento de Lenin, el aparato policiaco surtirá efectos negativos, no sólo crueles, sino deformantes de la revolución.

La guerra civil también incide, como no podía ser menos, en el orden económico.En el orden económico, el punto de partida para el régimen soviético no podía ser

más adverso. Empezando por las propias devastaciones sufridas en la infraestructura por la guerra mundial y por la guerra civil. Luego se impuso el "cordón sanitario" o bloqueo de las potencias capitalistas. No fue muy duradero 68 por desavenencias entre éstas, pero como quiera que el régimen revolucionario no asumiera los débitos contraídos por el zarismo, el crédito internacional permaneció bloqueado. Toda importación, cuando éstas se hicieron realizables, tenía que ser satisfecha en contraprestaciones de productos naturales, lo cual era terrible para un campo deprimido y en una situación de desabastecimiento interior aguda. Esa dificultad retrasó por mucho tiempo la recuperación industrial e hizo que, en su momento, se llevará a cabo con gran penosidad.

"La construcción socialista en la URSS se vio complicada por dificultades históricas concretas. El nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la Rusia prerrevolucionaria era relativamente bajo, la vida económica del país estaba desorganizada como resultado de las destrucciones causadas por la primera guerra mundial y la guerra civil, la intervención y el bloqueo económico organizados por la burguesía mundial. El cerco capitalista intensificaba la resistencia de las clases derrocadas, las vacilaciones de los sectores pequeño burgueses y dinamizaba la contrarrevolución. El primer Estado proletariado del mundo experimentaba considerable presión desde el exterior". 69

En los primeros años, en los que se centra ahora nuestra atención, hubo insuficiencia de alimentos, particularmente en las ciudades, no sólo por la quiebra de las redes de distribución, sino porque los campesinos retenían u ocultaban sus productos, temerosos de las requisas y confiscaciones propias de la "economía de guerra", o simplemente porque producían sólo para su subsistencia y sacrificaban gran parte de los animales. Ello a su vez determinaba una actitud muy compulsiva de las autoridades sobre los campesinos, especialmente sobre los medianos propietarios -las grandes extensiones fueron nacionalizadas o repartidas en comunas- y muchos de estos propietarios medios o "kulaks" fueron asesinados por los campesinos pobres, "mujiks", o ejecutados como saboteadores de las severas órdenes precisas para garantizar el avituallamiento mínimo de las ciudades y de los combatientes.

Aún en marzo de 1921, la célebre rebelión de los marineros de Kronstadt, que fue enérgicamente reprimida, dice mucho sobre las carencias que hubo de atravesar la población, y de las dificultades por las cuales atraviesa la revolución.

Todavía en esos años pervive la idea, con fundamento objetivo en el gran malestar del pueblo trabajador de los países occidentales durante la postguerra, de que pronto habría otras revoluciones obreras en éstos, pudiendo haber un futuro de cooperación más favorable. Concretamente, los revolucionarios consideraban muy probable una situación revolucionaria en Alemania, menos probable pero factible, en Francia, y muy posible en algunos otros países centrales de menos envergadura. Era la interpretación de la guerra mundial como quiebra del orden capitalista y la convicción de que allí donde el proletariado estaba maduro por la conciencia de clase y el grado de vertebración orgánica, se produciría la revolución, tan arraigada estaba esta idea en los más

68 No se supera integramente hasta 1924.69 Academia... Vol. V, p. 16.

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conspicuos líderes bolcheviques, que al comprobar cómo se reorganizaban los países del occidente europeo al concluir la guerra sin la esperada revolución en ellos, dieron en atribuirlo a la falta de convicción de sus dirigentes, al enervamiento de las organizaciones obreras, y de ahí que pusieran pronto en marcha, como veremos, una nueva Internacional, y unos nuevos partidos obreros (Illa Internacional o Internacional Comunista).

La perspectiva de que la revolución obrera y campesina en Rusia habría sido sólo el comienzo de un proceso revolucionario de ese carácter en Europa, tiene reflejo incluso en los planteamientos económicos de los primeros años de la revolución, pues se contaba con que la revolución obrera triunfante en alguno o algunos otros países europeos importantes e industrializados, no sólo aliviaría el cerco capitalista a Rusia, por diversificación, sino que permitiría a Rusia contar con una tecnología y un intercambio de productos vitales para el proceso de reconstrucción post-bélico, y para llevar del todo a cabo su industrialización.

A comienzos de 1921 termina la guerra Civil, son dominados los últimos reductos de la contrarrevolución. Pero también vimos que en marzo se produjo la rebelión de los marinos de Kronstadt, en otro tiempo vanguardia de la Revolución. Lenin comprendió que Rusia no podía seguir soportando mucho más las penurias derivadas de la "economía de guerra". Por otra parte, permanecía viva aún la esperanza de que pronto habría otras revoluciones obreras en Europa. En esas circunstancias, a partir de finales de marzo, se inicia un giro en la política económica de los soviets que se conoce como la "Nueva Política Económica" -NEP-

La NEP venía a ser como una pausa, como un remedio de urgencia entre el drástico colectivismo implantado para administrar la escasez atroz de los primeros años de la revolución, y lo que habría de ser posteriormente la edificación de la economía socialista, empresa que en parte se aplazaba.

Por contraposición al decreto que el 27 de mayo de 1918 había ordenado al comisariado de abastos "concentrar en una sola organización el surtido de la población de objetos de primera necesidad y substancias alimenticias, así como organizar la distribución de estos géneros..." o el de 21 de noviembre de 1918, por el que se declaró ¡legal el libre cambio, ordenándose que todos los productos tenían que ser llevados al comisariado de abastos y cooperativas al por mayor, o a los almacenes del Estado, estando sólo autorizados para su distribución las cooperativas y tiendas de los soviets para distribuirlos70, en contraste con esas disposiciones típicas de la férrea "economía de guerra", la NEP, que se inicia en la primavera de 1921, afloja tales controles con medidas que reaviven un cierto mercado interior.

Empezando por la agricultura, problema mayúsculo del abastecimiento, de la mera requisa o entrega obligatoria, se pasa a fijar cupos de entrega, a los campesinos, así como a las cooperativas, o las explotaciones colectivizadas, por encima de los cuales se permite comerciar el excedente y retener los beneficios de esta procedencia, así como intercambiarlos por otros bienes.

Se reabre la banca del Estado para conceder créditos a los particulares. Se restablece la facultad de comerciar entre particulares. Se otorga mayor libertad a las cooperativas para la adquisición de productos.

En el sector de la pequeña industria, un decreto de julio de 1921 asegura que no serán

70 Laidler. Ob. Cit. Vol. II, p. 202.

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nacionalizados los talleres pequeños que empleen a menos de veinte trabajadores, y se faculta a cualquier adulto para establecer industrias domésticas.

Con esta limitada resurrección de la iniciativa particular y del mercado, se pretendía optimizar la utilización de potenciales recursos, que requiriendo escasas materias primas y consumiendo poca energía, pudieran ser impulsados por los particulares contribuyendo a dinamizar los intercambios.

Los dirigentes confiaban en que, manteniendo las grandes fuentes de materias primas, la gran industria, los transportes, el crédito y el monopolio del comercio exterior, en manos del Estado, no había peligro alguno de que las medidas de la NEP pudieran conducir a la recreación de una clase contrarrevolucionaria ni a obstaculizar los pasos que en el futuro hubieran de darse hacia una plena socialización de la economía rusa.

Sin embargo, la reaparición de algunos especuladores mercantiles suscitó el debate dentro de los propios bolcheviques, y la impaciencia de algunos por adoptar una economía más rigurosamente socializadora.

En realidad, fue bastante más tarde cuando se puso en marcha una economía rigurosamente planificada. El primer plan quinquenal data de 1929. Mediante su ejecución se trataba de crear una sólida infraestructura atendiendo prioritariamente a las industrias extractivas, la industria pesada, los transportes ferroviarios, y los elementos básicos para la mecanización de la agricultura. Paralelamente se acometió entonces sistemáticamente la colectivización de la explotación agraria, mediante granjas colectivas -koljós- suprimiendo con frecuencia violentamente a los "kulaks", con lo que desaparecieron miles de familias enteras, y otras tantas fueron deportadas.

El tremendo esfuerzo de transformar un país básicamente rústico en una gran potencia industrial fue titánico y llevado a cabo con una férrea disciplina. Ello llevaba consigo inmensos cambios en cuanto a la acelerada cualificación de la mano de obra, de ahí también la gran importancia que adquirió la educación, e incluso grandes modificaciones en la distribución poblacional (de 1926 a 1939 unos veinte millones de personas pasan del campo a la ciudad). El brusco y acelerado proceso de capitalización, a veces forzado, a veces estimulado, por las "brigadas de trabajadores de choque" expertos y entusiastas en incrementar la productividad -emulación- así como por el "stajanovismo"71, fue muy costoso. Bien es cierto que sin aquellas lacras que tuvo la industrialización capitalista decimonónica del occidente europeo; sin trabajo infantil, ni discriminación de las obreras, ni paro endémico, ni minoría explotadora opulenta que titulizase individualmente la acumulación. Aunque tampoco quepa olvidar el autoritarismo de Stalin, secretario del partido desde 1922, que llega precisamente en

71 "Dio inicio a esa nueva etapa de la emulación socialista el colectivo obrero y la organización de

la mina "Tsentrálnaia-Irmind" de la región de Donetsk, en Ucrania. En la noche del 30 al 31 de agosto de 1935 el picador Alexei Stajanov, junto con los entivadores, al organizar de un modo nuevo el trabajo, extrajo en un turno 102 toneladas de carbón, cantidad que superó en 14 veces la norma.

"El movimiento stajanovista (...) Significaba la "organización del trabajo de un nmodo nuevo, la racionalización de los procesos tecnológicos, la justa división del trabajo en la producción, liberando a los obreros calificados del trabajo preparatorio secundario, una mejor organización de los puestos de trabajo, el aseguramiento del rápido crecimiento de la productividad del trabajo, y de un aumento considerable de los salarios de los obreros y empleados" (Academia.. VolV.p.42,43)

Los salarios se hicieron proporcionales al rendimiento o productividad de cada colectivo, y en su caso de cada operario. También se estimulaba la productividad mediante otras gratificaciones honoríficas y simbólicas.

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esos años al exterminio físico de toda disidencia, ya en los famosos procesos de sorprendentes autoinculpaciones, ya en la anónima mudez de los prisioneros y los desterrados.

El problema de las nacionalidades es el último que vamos a considerar sobre la Revolución Soviética, pues no se trata de hacer aquí una historia de la URSS, antes bien nos detendremos en 1924, en el año en que muere Lenin y toma el relevo José Stalin. Hicimos en los párrafos anteriores una fugaz incursión en la posterioridad al objeto sólo de fijar cuándo se pudo acometer la realización de una economía planificada, y una socialización - estatalización - integral de los bienes productivos.

Las nacionalidades constituían un grave problema para articular el nuevo Estado, pues el zarismo había sido un Imperio que, de grado o por fuerza, había ido anexando durante siglos territorios y engullendo las más diversas etnias y nacionalidades, con muy distinto grado de evolución cultural y muy distintas conformaciones mentales de su ser colectivo. Al frente de ese conglomerado, por supuesto, el pueblo ruso.

El ¡deario de la Revolución partía para afrontar este problema de dos arrastres característicos de la época de la IIa Internacional: por un lado, la afirmación del principio de autodeterminación de los pueblos; el derecho de las nacionalidades al autogobierno, existiendo matices en torno a la definición o delimitación de esa unidad social a la que llamamos pueblo o nación. Por otro lado, el internacionalismo proletario, con arreglo al cual se afirma que no hay diferencia de intereses entre cualesquiera trabajadores de todos los pueblos, y que exige, por consecuencia, que los trabajadores deberían cuidarse muy bien de no asumir planteamientos políticos en los que el eje central de la estrategia sea la cuestión nacional, o en ios que las cuestiones de nacionalidad se antepongan al eje verdadero de su estrategia política y que no es otro sino la lucha de clases en sus implicaciones nacional e internacional.

(Recordemos por ejemplo como Rosa Luxemburgo se opuso al partido de Pilsudski, en Polonia, por cuanto que anteponía la cuestión de la independencia nacional como una lucha interclasista, a la cooperación de los trabajadores polacos con la tarea política de los trabajadores del imperio ruso, al que a la sazón se hallaba incorporado gran parte del territorio polaco).

A lo largo del año 1917, el año de las dos revoluciones, los bolcheviques pudieron apreciar por la propia experiencia, la ambivalencia del nacionalismo con respecto a los intereses de la causa revolucionaria. Si en el momento de la primera revolución las nacionalidades periféricas se comportaron como un aliado en la descomposición del zarismo, tras la segunda, tras la revolución de octubre fueron un elemento manejado por los contrarrevolucionarios durante la guerra civil. Había, pues, que resolver cuidadosamente este asunto para que no derivase hacia su transformación en un componente perturbador del sistema.

Stalin, que sería nombrado precisamente Comisario de las nacionalidades en el Consejo de Comisarios del Pueblo (-Gobierno-), ya reflexionaba en su escrito de 1913 "El marxismo y la cuestión nacional" del siguiente modo: "en su esencia, esta lucha sigue siendo siempre una lucha burguesa, conveniente y grata principalmente para la burguesía.

"Pero de aquí no se desprende, ni mucho menos, que el proletariado no deba luchar contra la política de opresión de las nacionalidades."

"La restricción de la libertad de movimiento, la privación de derechos electorales, las trabas al idioma, la reducción de las escuelas y otras medidas represivas afectan a los obreros en grado no menor, si no es mayor, que a la burguesía. Esta situación no puede

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por menos de frenar el libre desarrollo de las fuerzas espirituales del proletariado de las naciones sometidas. No se puede hablar seriamente del pleno desarrollo de las fuerzas espirituales del obrero tártaro o judío, cuando no se le permite servirse de su lengua materna en las asambleas en las conferencias y cuando se le cierran las escuelas.

"La política de represión nacionalista es también peligrosa en otro aspecto para la causa del proletariado. Esta política desvía la atención de extensas capas del mismo de las cuestiones sociales, de las cuestiones de la lucha de clases, hacia las cuestiones "comunes" al proletariado y a la burguesía. Y esto crea un terreno favorable para las prédicas mentirosas sobre la "armonía de intereses", para velar los intereses de la clase del proletariado, para esclavizar moralmente los obreros." 72

Para evitar el peligro señalado en ese último párrafo transcrito, la revolución le octubre intenta ser muy respetuosa y cuidadosa de esos.elementos culturales que componen la idiosincrasia diferencial de los pueblos.

En fragmentos siguientes del mismo escrito, tras afirmar vigorosamente que cada pueblo tiene derecho a que ningún otro se inmiscuya en hacerle cambiar sus tradiciones, afirma que no obstante, ello no supone que los revolucionarios autóctonos tengan que aceptarlas en su integridad, y que no deban llevar a cabo una intensa agitación para persuadir a sus conciudadanos en el sentido de depurarlas y evitar las tradiciones nocivas.

Mas el texto aborda también desde la perspectiva jurídico-política la cuestión, y dice algo muy importante que enseguida veremos reflejado en la mismísima Constitución soviética de 1918.

"El derecho de autodeterminación significa que la nación puede organizarse conforme a sus deseos. Tiene derecho a organizar su vida según los principios de autonomía. Tiene derecho a entrar en relaciones federativas con otras naciones. Tiene derecho a separarse por completo. La nación es soberana, y todas las naciones son iguales en derechos."

Ese principio federativo es el que habría de regir el esquema teórico del nuevo Estado soviético.

Disuelta la Asamblea Constituyente tras su única sesión el cinco de enero de 1918, conforme vimos y analizamos anteriormente, el Congreso de los Soviets asumió la función legislativa el día diez, y en ese mismo período de sesiones decidió elaborar una Constitución, que tras varios meses fue aprobada por el V Congreso de los Soviets el día diez de julio de 1918.

Aquella primera Constitución, tan distinta a la de las "democracias burguesas" configuraba un esquema teórico de poder residenciado en los soviets a todos los niveles, e incluso en una nota al artículo 57, se llega a establecer cierto poder directamente ejercido por la base popular: "En todas las localidades donde esto pueda ser realizable, los asuntos administrativos son resueltos directamente por la Asamblea general de electores."

Sus dos primeros artículos consagran el poder soviético y el principio federativo: "1° Rusia es declarada "República de los Consejos (Soviets), de diputados obreros, soldados, y campesinos"; a los que pertenece todo el Poder central y el Poder local.

"2° La República de los Consejos de Rusia está instituida sobre la base de la libre unión de las naciones, formando la Federación de las Repúblicas nacionales de Soviets."

72 Antonio Fernández García. Ob. Cit. p. 192-193

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En el capítulo IV, artículo 8°, puede leerse:"Al mismo tiempo, esforzándose en crear una alianza efectivamente libre y

voluntaria, y, en consecuencia, por lo tanto, más sólida y más íntima, de las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, el Iller Congreso de los Consejos se limita a establecer los principios fundamentales de la Federación de Repúblicas de los Consejos de Rusia, reservando a los obreros de cada nación la facultad de tomar libremente en sus propios Congresos la decisión de fijar los principios y los fundamentos de su participación en el Gobierno federal y en las otras instituciones federativas de los consejos."73

El nuevo Estado adoptaba este nombre que hacía inscribir en su escudo junto a la leyenda: "¡Proletarios de todos los países, unios!"; "República Socialista Federativa de los Soviets de Rusia".

Aunque luego hubo otras constituciones, los principios más esenciales de ésta se mantuvieron. "El Código sería revisado posteriormente. Pero las instituciones que define - Congreso de los Soviets, Soviet Supremo de dos Cámaras (parlamento), Presidium de los Comisarios - y sus principios teóricos: federalismo, papel de los soviets, sufragio indirecto, definieron el modelo político de la revolución bolchevique" (Antonio Fernández García).

Como eficaces elementos unitivos de la Federación estaban no sólo las instituciones centrales emanadas de los soviets, y el Congreso de los Comisarios de Pueblo, sino la hacienda, la moneda única, los sindicatos, el ejército rojo, y muy en particular el partido bolchevique que desde marzo de 1918 paso a llamarse partido comunista.

El 21 de enero de 1924 aconteció uno de los mayores contratiempos de la Revolución Soviética, el fallecimiento de Lenin, cuando sólo contaba cincuenta y tres años. El ascendiente moral que tenía sobre las masas, así como su inmenso prestigio dentro del partido, le permitían poder consentir la crítica, y soportar sin detrimento personal el debate espontáneo dentro de las organizaciones, elementos perfectivos y correctores que se fueron desvaneciendo en el sistema tras su desaparición.

73 Quintiliano Saldaña. La revolución Rusa. Ed. Reus. Madrid, 1919. Incluye como apéndice una esmerada traducción íntegra de la Constitución de 1918

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LAS DOS INTERNACIONALES

El período de entreguerras (1918-1939) se caracteriza en cuanto a la Historia del Movimiento Obrero, por el signo dramático de la división y el enfrentamiento.

Ahora no podemos hablar de la Internacional, y ni aún siguiera de una internacional que de manera hegemónica coordine y oriente el rumbo del movimiento obrero, sino que toda explicación ha de basarse, por simplificada que sea, en la idea de que nos situamos ante dos orientaciones, no sólo distintas, sino encarnizadamente opuestas que dedican tanto esfuerzo a combatirse entre sí, como a combatir frente a la burguesía, y por ello observamos la negatividad que entraña este profundísimo desentendimiento.

Tendremos por un lado una Internacional que se considera heredera de la IIa, su prolongación, formada por los partidos socialistas y socialdemócratas que eligen la vía parlamentaria como camino de transformación social, y que a lo largo de estos años se van haciendo cada vez más acusadamente reformistas o gradualistas.

Por otro lado tenemos la Illa Internacional, o internacional comunista, promovida y dirigida por el Partido Comunista de la URSS, constituida por algunos antiguos partidos socialistas en los que se impone como mayoría la teoría leninista y más generalmente, por los nuevos partidos comunistas que se van constituyendo en cada país a partir de la escisión de los antiguos partidos socialistas o socialdemócratas.

Las dos Internacionales representan dos versiones irreconciliables en el modo de entender la realidad histórica y, por consecuencia, en el modo de entender el quehacer, de donde se deriva también una diferencia insalvable en cuanto al modo de organizarse. Su hostilidad recíproca al comienzo del período de entreguerras es implacable. La fase del debate interno en las organizaciones de cada país que conduce a la escisión o divorcio entre las dos tendencias es tan agria que dejará cicatrices intelectuales (prejuicios) y morales (resentimientos) de por vida, tanto entre los líderes como entre la mifitancia.

De esas luchas intestinas de la clase trabajadora se aprovechará la burguesía tras la catástrofe bélica, y aquella forma más brutal de la contrarrevolución, el fascismo, nuevo fenómeno político de la época de entreguerras.

Sólo ante el avance del fascismo, y cuando ya esté implantado tanto en Italia como en Alemania, amenazando su triunfo en otras partes, se moderará la fratricida lucha entre la socialdemocracia y el comunismo para hacer causa común frente al fascismo. Entonces, en los "frentes populares" se producirá un cierto reencuentro, como en la resistencia durante la IIa Guerra Mundial. En esta guerra son incluso aliados los gobiernos de los países capitalistas demoliberales y el gobierno soviético. Es una pausa, pues en la post-guerra pronto ocurrirá que con el "anticomunismo" -aún disuelta ya la Illa Internacional-, se prolonga el espíritu y la práctica de esa escisión en el movimiento obrero, enfrentamiento (muy bien cultivado y estimulado por algunos) que ha lastrado la causa de los trabajadores durante casi todo el siglo XX.

ZIMMERWALD Y KIENTHAL

El internacionalismo obrero durante la guerra mundial entró en crisis, y el organismo formalmente constituido como órgano habitual de intercambio y coordinación, el Buró u

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Oficina Socialista Internacional, presidido por Vandervel-de permaneció inoperante por largo tiempo, convencido de que su función resurgiría tras el armisticio.

Pero eso no quiere decir que no hubiera numerosas reuniones y contactos, especialmente frecuentes reuniones entre representantes de los partidos socialistas de los países "aliados" que habían optado por integrarse en los gobiernos de guerra o cooperar con los gobiernos de guerra en sus respectivos países. Tales reuniones tuvieron mayor importancia conforme se aproximaba el fin del conflicto por cuanto en ellas se iban poniendo de acuerdo en prefigurar las condiciones que habría de tener la paz, esto es, el nuevo orden mundial.

Mas lo que aquí interesa destacar no es tanto lo que significa esa línea, que luego será la línea dominante en la restauración de la IIa Internacional, cuanto rastrear los antecedentes de la Illa Internacional, y que aparecen en las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal.

Estas Conferencias son más bien el fruto de las posturas disconformes con la actitud que habían tomado los sectores mayoritarios de los partidos socialistas de las grandes potencias centroeuropeas, y muy especialmente, Inglaterra, Francia y Alemania. Así mismo, de la inquieta preocupación de los socialistas de los países neutrales o que todavía en 1915 no habían entrado en la guerra.

En septiembre de 1914 los socialistas italianos y suizos se reunieron en Lugano, calificando el conflicto de guerra imperialista y reclamando la reunión inmediata del pleno de la Oficina Socialista Internacional, llamamiento que fue desoído.

En enero de 1915 se reunieron delegados de los partidos socialistas de Holanda, Suecia, Noruega y Dinamarca, estudiando posibles propuestas de una paz negociada, creando un Comité holando-escandinavo cuyas figuras más significativas eran Troelstra y Branting, para tratar de impulsar en esa dirección.

Una postura de neutralismo más activo fue la adoptada por el Partido Socialista Italiano que, de acuerdo con los suizos, decidió convocar en mayo de 1915 (antes de que Italia hubiera entrado en la guerra) una Conferencia a la que eran invitados todos los partidos y organizaciones obreras que habían permanecido fieles a los principios y resoluciones de la Internacional y estuvieran dispuestas a luchar mediante una acción coordinada contra la guerra. Con lo cual, obviamente, se trataba de reunir a quienes rechazaban, incluso aunque fueran minoritarios, cualquier tipo de justificación belicista. La reunión tendría lugar en Zimmerwald (Suiza) en septiembre del mismo año 1915.

Asistieron unos cuarenta delegados. De entre ellos algunos representaban formal u oficialmente a sus partidos (Italia, Suiza, Holanda, Suecia, Noruega, Rusia, Polonia, Rumania y Bulgaria). Otros representaban fracciones minoritarias, aunque se tratase incluso de destacados parlamentarios (caso de Francia,

Alemania, Inglaterra, etc.). Por la trascendencia de la postura allí mantenida es inevitable destacar la concurrencia dentro de los rusos, de los bolcheviques, (Lenin).

En Zimmerwald se constituye una mayoría y una minoría: en la minoría están los bolcheviques. Pero la mayoría y la minoría están de acuerdo en muchas cosas; por supuesto en contra de la guerra, de todo apoyo o connivencia de las organizaciones socialistas, partidos y sindicatos, con los gobiernos que dirigen la guerra; en que es preciso cuanto antes hacer la paz, y no por la vía de la victoria de una parte, sino por el armisticio y la negociación; en que la paz debe ser sin anexiones y respetando aquellos puntos que va recogiendo la declaración final que sería suscrita por todos.

Incluso todos comparten la denuncia a los dirigentes que consideran infieles a las resoluciones pacifistas, antibelicistas, antimilitaristas y antiimperialistas de la

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Internacional. (Ese argumento de la infidelidad a los postulados básicos de la II a

Internacional, y el haber hecho causa común con la burguesía en la guerra serán argumentos de primer orden para justificar en su momento la creación de la Ill a

Internacional, y para excluir de la misma a los "infieles")".. algunos partidos y organizaciones obreras de ciertos países, que habían

contribuido a elaborar esas decisiones, los han ignorado desde el comienzo de la guerra (...) ha llevado a los trabajadores a abandonar la lucha de clases (...) Con sus votos ha concedido a las clases dirigentes los créditos de guerra; se han puesto al servicio de los gobiernos para las más diversas necesidades (...) han facilitado ministros socialistas como rehenes de la "Unión Sagrada".

Afirman luego que el deber de los socialistas es detener la guerra, luchar por la paz."Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad entre los pueblos, por el

socialismo. Hace falta emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una tal paz no es posible más que a condición de condenar todo pensamiento de violación de los derechos y libertades de los pueblos. No debe conducir ni a la ocupación de países enteros, ni a anexiones parciales. Nada de anexiones, ni encubiertas ni declaradas, menos un sometimiento económico que, en razón de la pérdida de autonomía que el entraña, es más intolerante. El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos debe ser el principio firme, en orden a las relaciones entre las naciones".74

De este porte es el documento suscrito por todos, entre ellos Axeirod y Lenin. Pero la minoría, encabezada por Lenin hubiera querido más. Lo que Lenin proponía, en definitiva, era no sólo retirar el apoyo a los gobiernos de guerra y propugnar la paz, sino llevar a cabo una intensa agitación legal o ilegal contra el sostenimiento de la guerra que desembocara, si fuese preciso, en la insurrección y la guerra civil revolucionaria. El tipo de esquema que como ya sabemos ocurriría en Rusia dos años después, en dos actos. A ese punto no le seguían los neutrales ni otras minorías incorformistas. Tampoco le seguían en su propuesta de crear una nueva Internacional que agrupase exclusivamente a las fuerzas revolucionarias. La mayoría de Zimmerwald, que luego sería duramente criticada por los bolcheviques, más bien deseaba hacer rectificar a las organizaciones y la IIa Internacional en su conjunto de lo que juzgaba como una desviación inadmisible.

La Conferencia de Zimmerwald designó finalmente una Comisión Socialista Internacional para intentar que la oficina Socialista Internacional, el órgano permanente de la IIa Internacional, actuara en la línea de proponer una inmediata paz negociada, en lo que no tuvo éxito alguno. Pero sus acuerdos contribuyeron a extender y a dar alternativa a los sectores antibelicistas que, conforme se alargaba la guerra y se acrecentaba su cohorte de horrores y tragedias, iban aumentando. Póf otra parte sirvió como nexo de continuidad en la idea emprendida, y en los primeros meses de 1916 decidió convocar otra Conferencia, también en Suiza, en Kienthal.

La Conferencia de Kienthal (24 al 29 de abril de 1916) básicamente tuvo una composición similar a la de Zimmerwald, pero ahora, las posiciones del ala más radical, se veían reforzadas por el crescendo de antibelicismo, y su resolución refleja ya un marcado rechazo no sólo al comportamiento pasivo de la Oficina Socialista Internacional, y a los planteamientos de los dirigentes partidarios de la "guerra defensiva" y de la "unión sagrada", sino incluso del llamado "pacifismo burgués", esto

74 Amaro del Rosal. Ob. Cit. Vol II, p. 102-103.

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es, de la invocación a la paz sin anexiones, de la alternativa del arbitraje internacional, de la creación de una Sociedad de Naciones cooperativa (de ideas que en parte recogerían los famosos puntos del Presidente Wiison). La resolución se radicaliza en el sentido de afirmar que no se pueden sustituir viejas ilusiones por nuevas ilusiones engañosas.

"Los proyectos que consisten en acabar con todo peligro de guerra por la limitación general de armamentos y por medio de tribunales de arbitraje obligatorios son una utopía. (...). ...esa fuerza no existe para el capitalismo, que tiene la tendencia a agudizar las contradicciones entre la burguesía de los diferentes países..." 75

Excluidas esas alternativas, se orienta a considerar que, el único camino efectivo de la paz, es aquel que ponga fin al imperialismo, lo que sólo puede realizar una revolución socialista.

Cole compara así la evolución entre las dos Conferencias: "Las resoluciones de Zimmerwald habían pedido una paz "sin anexiones ni limitaciones" y el reconocimiento de los derechos nacionales de autodeterminación, pero no se habían referido mucho al socialismo, salvo en los términos más generales y como objetivo final; mientras en Kienthal se declaró que no había solución real del conflicto sin "la conquista del poder político y de la propiedad del capital por los pueblos mismos" y que "la verdadera paz duradera será el fruto del socialismo triunfante".

"Así, Kienthal, más que Zimmerwald, fue el verdadero antecedente de la nueva Internacional revolucionaria que deberían establecer los bolcheviques victoriosos, pero en 1916, pocos apreciaron su importancia"76

Ya conocemos que en febrero del año siguiente, 1917, se produjo la primera de las dos revoluciones, la caída del zarismo, y que un ingrediente decisivo fue el deseo imperioso de hacer la paz del pueblo ruso.

Ante el sesgo que tomaban las cosas, entonces, en 1917, el 22 de abril, el BSI u Oficina Socialista Internacional, convoca una gran Conferencia Internacional, en Estocolmo, para el 15 de mayo.

Como quiera que el Soviet de Obreros y Soldados de Retrogrado también había tomado, tras la revolución, la iniciativa de convocar una Conferencia General, entraron en contacto con los convocantes de Estocolmo. Algunos de los partidos de los más influyentes países "aliados" debieron juzgar entonces tan inseguros los resultados de esa propuesta Conferencia de Estocolmo, que jamás llegó a celebrarse.

De hecho, la unidad del internacionalismo obrero había quebrado irremediablemente, y tras la Revolución de Octubre, se ahondarían definitivamente las diferencias, pues aquellos planteamientos que en Zimmerwald y Kienthal parecieron más radicales e ilusorios, plasmados en cruda realidad por la revolución rusa, se harían doctrina básica de una nueva Internacional.

En noviembre de 1918 concluye la Primera Guerra Mundial con la derrota de Alemania y del Imperio Austro-Húngaro. El triunfo de los aliados, Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia y los Estados Unidos, como elementos principales de esa alianza, iba a configurar una redistribución de las esferas de influencia en el escenario mundial. Los Estados Unidos de Norte América se habían incorporado tarde al conflicto armado (7 de abril de 1917), pero su intervención fue muy decisiva para inclinar definitivamente la balanza. De ahí que en la Conferencia de la Paz que condujo al Tratado de Versalles (28 de junio de 1919) con Alemania, muchos fueron los invitados, pero sólo cuatro, Estados

75 Amaro del Rosal. Ob. Cit. p. 110.76 Cole. Ob. Cit. Vol V, p. 42

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Unidos, Inglaterra, Francia, e Italia, los que verdaderamente tomaron las decisiones ejerciendo el presidente Wilson una influencia singular. Europa dejaba de gobernar el mundo con la desenvoltura que lo había hecho durante los últimos siglos, y los EE.UU. ocupaban la influencia que iba cediendo el declinar de la hegemonía europea. Es decir, se había empezado a desplazar el eje del sistema capitalista mundial.

Ahora bien, frente a ese nuevo bastión, que se hacía presente, activo y combativo, para fortalecer la ciudadela del orden capitalista en el mundo, emergía simultáneamente una vasta potencia roja que se extendía por ambos lados de los Urales. Aunque por el momento no se apreciaba, luego hemos visto que la dialéctica de casi todo el siglo XX había quedado desde entonces llamada a ser bipolar.

El cataclismo bélico sepultó tres dinastías, los Romanov (Nicolás II), los Hohenzollern (Guillermo II de Alemania) y los Habsburgo (Francisco José, de Austria).

Nueve millones de muertos es la estimación calculada del costo humano del conflicto.

En Alemania estalla un conato de revolución obrera que es violentamente sofocado. En Francia, una parte del sindicalismo revolucionario proyecta la huelga general insurreccional. El proletariado de todo Europa, que sufre la descomposición económica engendrada por la guerra está a la expectativa de un cambio.

Había que reconstruir y reestructurar Europa, y había que rearticular el orden mundial, bntonces, los socialistas "aliados", que habían boicoteado durante la guerra el funcionamiento del BSI, y más recientemente habían obstruido la pretendida y nonnata Conferencia de Estocolmo, se apresuraran a convocar una Conferencia Socialista Internacional para tratar de aunar posiciones con vistas a influir en la Conferencia de Paz, en la que los Gobiernos victoriosos habrían de saldar la guerra y proyectar el futuro.

Pero a estas alturas del siglo, y tras la catástrofe, el caudal del socialismo discurría ya por dos cauces, y desde cada uno de ellos se percibe la realidad de tan distinta manera, que surgen para el mismo año dos convocatorias, una desde los portavoces de lo que había sido el "socialismo aliado" y otra desde Moscú. De la primera parte la reconstrucción de la IIa Internacional. Del llamamiento de Moscú parte la Illa

Internacional.Antes de concretar con algún detalle cómo se van a perfilar esas dos Internacionales,

esas dos interpretaciones del movimiento obrero que llegarán entre sía momentos de contienda fratricida, convendría decir que, en el momento de concluir la guerra, a finales de 1918, el antagonismo existe ya al nivel de unas cúpulas dirigentes, sin haber transcendido todavía como posición de masas. Es cierto que en la mente y en los escritos del círculo leninista estaba ya la necesidad de romper con los "socialpatriotas", con aquellos dirigentes occidentales "que habían hecho causa común con la burguesía", y es igualmente cierto que en buena parte de dirigentes laboristas británicos, o de algunos sectores franceses, belgas y alemanes, justamente los que van a dirigir preeminentemente la nueva fase de la Segunda Internacional, existe un repudio del sovietismo y una radical hostilidad al tipo de propuesta revolucionaria que procede de Moscú.

Pero entre la base del movimiento obrero europeo había una gran simpatía por la primera revolución obrera triunfante, no exenta de cierta admiración por el partido y por los dirigentes que habían guiado semejante acontecimiento histórico, actitud tanto más intensa en los países que habiendo sido neutrales durante la guerra, como España, no tenían nada que objetar a la paz por separado de Brest-Litovsk y sí, en cambio, reparos

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que hacer a la colaboración ministerial de los socialistas aliados.A este respecto parece insoslayable reseñar la excelente acogida que tuvo la

Revolución Soviética entre los socialistas españoles.En el Congreso ordinario del PSOE, celebrado en noviembre de 1918, se aprobaron

varios textos -siempre por unanimidad- celebrando el éxito de la Revolución de Octubre.

Así, por ejemplo: "El Congreso saluda con entusiasmo a la Revolución rusa, viendo en ella el triunfo del espíritu revolucionario del proletariado que ha de transformar el mundo, implantando el régimen socialista".

"El Congreso acuerda protestar contra toda intervención extraña en Rusia y atentatoria a la obra revolucionaria de su República social".

O estas palabras de Besteiro pronunciadas en el mismo Congreso: "En cuanto a la Revolución rusa (...) el Comité Nacional, como seguramente todos los socialistas españoles, tiene puestos en aquellos movimientos todo su entusiasmo y su fe, esperando con ansiedad que el conocimiento de la verdad de los hechos deshará toda la campaña de difamación, de calumnias y mentiras con que los elementos burgueses, deseosos de conservar lo viejo y lo caduco, tratan de ahogar los regímenes nacientes". 77

Luego vendrían en los años siguientes los agrios debates sobre la adhesiól o no adhesión la Illa Internacional, pero incluso en el momento de la minoritari; escisión comunista, la mayoría seguirá afirmando su simpatía por la Revoluciól Soviética aunque rechace las condiciones de adhesión a la Internacional di Moscú.

HACIA LA RESTRUCTURACIÓN DE LA IIa INTERNACIONAL CONFERENCIA DE BERNA (1919)

La Conferencia, promovida por los socialistas aliados, y formalmente convo cada por el BSI, se celebró en "terreno neutral", -todavía estaban abiertas las heridas de la guerra- en la ciudad suiza de Berna, del cinco al nueve de febrero de 1919.

Asisten noventa y siete delegados representando a veintiséis países. Poi primera vez volvían a reencontrarse los delegados de Inglaterra, Francia, Italia Bélgica, Estados Unidos, etc, con los de Alemania, Austria, Hungría, y todos los países centrales y nórdicos de largo arraigo en la Internacional. Por Españc asisten a este Congreso Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro.

La representación rusa se limita a los mencheviques y los socialistas revolucionarios (Axelrod y Martov) no estando presentes los bolcheviques.

Presidió la Conferencia el socialdemócrata sueco Hjalmar Branting. Era difícil recomponer la situación tras el enfrentamiento bélico por cuanto algunos ilustres delegados presentes habían sido ministros por más o menos tiempo, de los gobiernos de guerra contendientes.

Sin embargo, y aunque parece que el eje dialéctico de confrontación en esta Conferencia parece que pudiera haber sido lo referente a los términos que hubieran debido mantener los socialistas con vistas al tratado de paz (problema de las

77 Más amplia información sobre este asunto en; Gómez Llórente, "Aproximación a la Historia del Socialismo Español". Edicusa, 1972, p. 359-362.

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responsabilidades en el desencadenamiento de la guerra, problema de indemnizaciones y eventuales anexiones, reconocimiento de nuevos Estados, etc.), las mayores tensiones no vinieron por ahí, sino precisamente por las actitudes ante la estrategia por el futuro del socialismo; la actitud ante la Revolución Soviética, y el modelo mismo que pudiera tomar la Internacional en lo sucesivo.

En realidad, allí se puso de manifiesto lo que ya era perceptible durante la guerra: en el campo del socialismo existían básicamente tres tendencias, la de los aliados, la de los mayoritarios de Zimmerwald, y la de los minoritarios de Zimmerwald o bolcheviques. Esto es, los que habían optado por apoyar a los gobiernos de guerra ("socialpatriotas"), los que habían estado por la paz a ultranza y en disconformidad con la postura anterior, exigiendo una paz inmediata y negociada en lugar de perseguir la victoria ("social pacifistas"), y finalmente los que estuvieron por dar a la guerra una desembocadura insurreccional y revolucionaria (bolcheviques). En Berna había de las dos primeras tendencias; la tercera había resuelto, como veremos inmediatamente, iniciar otro camino.

Los primeros, los mayoritarios ingleses y alemanes, así como los belgas y una parte de los franceses, deseaban dejar claro que la Revolución Soviética no era su revolución, y que el modelo bolchevique no era su modelo, y si los bolcheviques no querían nada con los "social-patriotas", éstos no querían saber nada de la estrategia soviética, estando dispuestos a asumir la escisión del internacionalismo. En realidad, sólo los del segundo bloque, que también serían llamados "centristas" iban a estar dispuestos a realizar esfuerzos por la tarea, imposible a la sazón, de mantener unido el internacionalismo obrero.

Podemos encontrar un más remoto antecedente de estas posturas en el debate que estudiamos entre reforma o revolución, librado en la época clásica de la IIa

Internacional, sólo que ahora se hará mayoritaria la definición reformista en esta segunda época de la IIa Internacional.

En el Orden del Día, de la Conferencia de Berna, el quinto punto decía: "La dictadura y la democracia", de este punto se tomó pie para rechazar el sovietismo con los votos del ala mayoritaria de la Conferencia.

La resolución presentada por Branting decía: "Las instituciones que constituyen la democracia -libertad de palabra y de prensa, derecho de reunión, sufragio universal, un gobierno responsable ante el Parlamento, con disposiciones que garanticen la cooperación popular y el respeto a los deseos del pueblo, el derecho de asociación, etc-, brindan también a la clase trabajadora los medios de llevar a cabo la lucha de clases" (...) "Una sociedad reorganizada, cada vez más penetrada por el socialismo, no puede realizarse y mucho menos establecerse permanentemente, si no descansa en los triunfos de la democracia y no está arraigada en los principios de la libertad" 78

La resolución alternativa, presentada por Adier y Longuet plantea un texto cuyo sentido básico se centra en este fragmento: "Ponemos en guardia al proletariado contra toda especie de deshonra que se quiera aplicar a la República Rusa de los Soviets, pues no se tiene una base suficiente para pronunciar un juicio sobre la misma" 79

Esta última propuesta, que resultó minoritaria, fue apoyada, entre otros, por los delegados españoles Largo y Besteiro.

Así pues, la postura minoritaria no era en sí misma prosoviética, pero tampoco quería ser antisoviética. Rechazaba aquel tipo de definición que entrañase inexorablemente la

78 COLE, Ob. Cit. Vol V, p. 26679 Amaro del Rosal. Ob. Cit. Vol II, p, 139

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ruptura. Por otra parte, también consideraba prematuro un juicio ponderado sobre la revolución y las características de sus instituciones cuando todavía, por ejemplo, quedaba una parte del territorio ruso ocupado por fuerzas extranjeras hostiles, y una gran parte del mismo ocupado por las tropas de los generales contrarrevolucionarios, en plena guerra civil.

Con respecto a otros asuntos, para los que teóricamente había sido convocada en primer lugar la Conferencia, en Berna se acordó proponer una Sociedad de Naciones, pero no como la que resultó de la Conferencia de la Paz (una sociedad diplomática de representantes de los gobiernos carente de toda fuerza resolutoria ejecutiva). Antes bien, lo que se proponía era una Sociedad regida por una Asamblea de representantes de los parlamentos, como mejor vía de cooperación, negociación de conflictos, y preservación de la paz.

En cuanto al problema de las nacionalidades que estaban emergiendo tras la descomposición de las viejas monarquías imperiales en Europa, se afirmaba el principio de autodeterminación en forma genérica (principio que no todos estaban dispuestos a asumir como aplicable a las colonias ultramarinas, y quien menos, los laboristas británicos).

Así mismo se acordó presentar a la Conferencia de Paz una Carta Internacional del Trabajo, que asumida por los Estados firmantes del Tratado de Paz. Debería garantizar en ese nuevo orden unos derechos mínimos a todos los trabajadores, y la creación de una Comisión Internacional permanente de legislación laboral, formada por representantes de los Estados miembros de la Sociedad de Naciones y de los sindicatos, de todo lo cual finalmente resultó, como es sabido, la OIT, pero como organismo tripartito, incluyendo a los patronos, y sin otra capacidad que la de proponer normas a los Estados, cuyos gobiernos no estaban dispuestos a ceder un ápice de soberanía.

Toda esta conferencia de Berna no puede, en rigor, considerarse como la reanudación ordinaria de los Congresos de la IIa Internacional. Por eso se llamó "Conferencia". Estaba muy inmaduro y existían notables diferencias acerca de cómo debería ser en el futuro la Internacional, su composición, sus Estatutos, el carácter vinculante o no de sus acuerdos. Por ello concluyó designando una Comisión Permanente que diera continuidad a los trabajos realizados, y considerase la oportunidad de nuevas convocatorias.

SURGE LA IIIa INTERNACIONAL: MOSCÚ (1919)

El veinticuatro de enero de 1919 Lenin, en nombre del Comité Central del Partido Comunista ruso, y de algunos otros partidos comunistas o movimientos comunistas reunidos en conferencia, en Moscú, envía un mensaje a las organizaciones afines, convocándolas a una Conferencia que se celebraría en la capital rusa, a partir del día doce de marzo. Con la invitación se acompañaba una plataforma de quince puntos en la que muy sintéticamente se recogía la estrategia revolucionaria soviética.

Asimismo, la plataforma condenaba la proyectada Conferencia de Berna (que acabamos de considerar) y se calificaba a sus promotores como oportunistas, denunciando en particular la conducta de los "socialpatriotas" por su conducta durante la guerra, su actitud no revolucionaria presente, y a los "centristas" por su estéril indecisión. Se anunciaba la necesaria creación de una nueva Internacional, depurada de elementos "oportunistas", que debería llamarse "Internacional Comunista", y ser concebida como un organismo no sólo ni preferentemente deliberante, sino como la organización que en definitiva habría de coordinar y dirigir esa revolución mundial que

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se consideraba inminente. Con lo que la plataforma, en verdad, anunciaba la propuesta que se hacía para el mes de marzo y marcaba bruscamente los contornos de separación de la línea mayoritaria de los convocantes a la reunión de Berna. Era un llamamiento a los disidentes con vistas a recrear la organización del movimiento obrero.

La III Internacional , que se va a configurar a imagen y semejanza de la Revolución Soviética, surge, portante, de la firme convicción bolchevique en que la situación postbélica europea era, en varios e importantes países europeos, una situación revolucionaria que podía desencadenarse en cualquier momento, más aún, que debiera ser precipitada por las organizaciones obreras, capaces de conducir y realizar ese salto histórico posible y necesario. Desde semejante convicción aparecían los dirigentes mayoritarios de la socialdemocracia occidental como un freno nefasto adheridos a las rutinarias estrategias del parlamentarismo y del sindicalismo reivindicativo-reformista; como un lastre del pasado del que era preciso liberar a la clase obrera. De ahí la voluntad rupturista o escisionista de la Illa Internacional, y la obsesión por las depuraciones de esos dirigentes políticos y sindicales que está implícita en la creación de la Illa Internacional, para lo que sólo se convoca a los afines, y que se hará explícita en algunas de las "ventiún condiciones" de adhesión, conforme luego veremos.

Por otra parte, también impulsa la creación de la Illa Internacional la propia necesidad intrínseca de la Revolución Soviética, en inseguridad, su futuro entonces incierto (guerra civil, apoyo exterior a los insurgentes, graves carencias interiores, discutida legitimación del poder, etc.) Es decir, para los soviéticos, extender la revolución, exportar la revolución es, en aquel momento, defender además su propia revolución y esta tarea es vital y es urgente. Todavía quedaba por ver qué acJitud firme y sostenida pudieran tomar las potencias vencedoras concluida su lucha con los imperios centrales.

En tercer lugar, el contraste entre el fracaso de la IIa Internacional ante el problema dé la guerra, el giro copernicano dado en la postura de no pocos ilustres dirigentes que en pocas semanas o meses pasaron del hiperpacifismo a la participación en los gobiernos de guerra, o al apoyo de los mismos, y por contraste el hecho de un modelo revolucionario nuevo, emergente, triunfante -aunque no consolidado-, el modelo soviético. Un modelo minoritario incluso dentro del movimiento obrero ruso hasta dos años antes (pese a que sus portavoces se autodenominaran "bolcheviques"), pero que ahora aparece ante el proletariado europeo, como líder de la primera revolución obrera triunfante. Sabedores de esas amplias simpatías entre las bases sociales, no se conforman con la hostilidad antisoviética de algunos líderes, ni con la indecisión de los que llaman "centristas".

En cuarto lugar, una teoría, una versión del marxismo, lo que luego dio en llamarse el marxismo-leninismo, tan distinta del marxismo pensado por los socialdemócratas, como para que sea imposible su síntesis, y justifique teóricamente por parte de unos y de otros el recíproco repudio. Los soviéticos aportaban otra explicación de lo que es la democracia, otra explicación de la transición hacia el socialismo, otra explicación acerca de lo que se debe hacer tras la derrota revolucionaria de la burguesía, otra ¡dea sobre el partido y los sindicatos, y como consecuencia de todo ello, una visión antagónica sobre qué se debía hacer en aquel momento en los países capitalistas. Una doctrina que de no estar avalada por el hecho revolucionario de octubre, como mera especulación teórica hubiera tenido muy poco impacto probablemente en el movimiento obrero europeo, como minoritario era el luxemburguismo, que sobre algunas cosas mantenía criterios parecidos. Pero a los difusores del mensaje leninista en cualquier parte les aureolaban los destellos de la revolución naciente, y de la que por ser naciente

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se desconocían los límites y defectos que pudiera llevar en su seno.Todos esos factores poderosos determinaban la creación sin espera de la Ill a

Internacional, aún antes de que existiesen apenas organizaciones comunistas. Había pocas y débiles. Pero crear la Internacional Comunista era un reto, un desafío arrojado dentro de los antiguos partidos y sindicatos, que forzaba a definirse, pro o contra. En España, por ejemplo, ya no se pudo ser socialista sin ser "tercerista" o sin no serlo, porque bastaba no serlo, para ser algo, para no estar al lado de aquella concepción revolucionaria. En este punto, en el objetivo de separar o provocar la decantación de posiciones, y de obtener la adhesión fiel de los adeptos a la nueva Internacional, sus promotores dieron sin duda en la diana. En término de pocos meses, los partidos socialdemócratas o socialistas se definieron como comunistas o se escindieron sus partes prosoviéticas para crear los partidos comunistas de cada país.

El Congreso fundacional de la Illa Internacional se celebró en Moscú, los días dos al seis de marzo de 1919, y tuvo lugar en un salón del Kremlin. Asistieron representantes de 52 organizaciones procedentes de 30 países, pero en realidad fuera de Rusia, sólo existían partidos comunistas, formalmente constituidos como tales, en muy pocos sitios, como Alemania, Polonia, Finlandia, Austria y Hungría, y algún otro. Por ello hubo dudas entre los delegados sobre la oportunidad de crear ya la Internacional Comunista, en lugar de posponerla, hasta que se cerniera un poco más el proceso de decantación del debate abierto entre las filas de los partidos y sindicatos obreros, predominando el criterio de los comunistas rusos, que apreciaban la inexorable urgencia de dar este transcendental paso, con lo que la reunión aprobó que: "La Conferencia Comunista Internacional decide constituirse en Tercera Internacional y denominarse Internacional Comunista" (IC).

Dada la palpable inmadurez del movimiento comunista internacional, se acordó posponer para el Congreso siguiente la estructuración definitiva, y sólo se aprobaron unos estatutos provisionales, creando un Comité Ejecutivo y un buró de cinco miembros, dando la presidencia del organismo a Zinoviev y la secretaría a Angélica Balabanova, joven revolucionaria de ascendencia rusa afincada en Italia.

Pero si desde el punto de vista organizativo este Ier Congreso tuvo escasa significación, más allá del hecho mismo de su existencia, y de provocar portante que las organizaciones obreras tuvieran que definirse a favor o en contra de seguir la línea que trazaba esta nueva internacional, de adherirse a ella u optar por seguir en la IIa, en el plano ideológico fue importante por el Manifiesto que allí se debate y aprueba, al modo de una actualización del Manifiesto Comunista de 1848, del que se reclaman como herederos, y como sus más fieles intérpretes y consecuentes seguidores.

Este nuevo Manifiesto, habiendo estudiado la Revolución de Octubre, nos parece como su memorial o compendio; como el brevario de sus ideas y de su esquema táctico. Esto es precisamente lo que lo hizo más problemático, por cuanto pretendía universalizar uniformando el modelo revolucionario como algo extensivo a cualesquiera circunstancias.

La nueva Internacional se organiza de forma interna, al modo como se había constituido el partido bolchevique, esto es, con una dirección centralizada, con secciones disciplinadas, como un instrumento de combate. La nueva Internacional concebía los partidos comunistas nacionales como secciones de una sola macro-organización cuya tarea es la revolución mundial, si bien que ésta haya de realizarse por zonas, por países y de ahí ese nuevo "patriotismo" que consiste en la defensa a la que todo comunista vendrá obligado de la revolución soviética, hasta allí donde ésta haya

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llegado. De ahí -incluso- el someter las conveniencias locales a la estrategia general que marquen los órganos directivos, los Congresos de la Internacional y sus órganos de dirección entre Congresos. Con ello se demarcaba ya una diferencia esencial respecto a la IIa Internacional que jamás consiguió llevar a cabo los tímidos intentos de dar carácter ejecutivo para todos sus componentes a las resoluciones de sus Congresos.

Otro punto cardinal de este Manifiesto, un eje básico de toda su concepción, es el soviet. El soviet es la forma por excelencia de organización de la clase trabajadora; es la democracia directa con respecto a una base inmediata, y por escalones, es la forma de encuadramiento y participación en las decisiones.

En la fase prerrevolucionaria es el órgano de lucha que vertebra y moviliza a las masas. En la fase revolucionaria dirige la conquista del poder. La revolución política consiste, precisamente, en que todo el poder del Estado pase a manos de los soviets, y en la fase post-revolucionaria, es el sistema en el que plasma la nueva democracia proletaria. La dictadura revolucionaria del proletariado, cuyo fin es liquidar toda resistencia contrarrevolucionaria y preservar la revolución, se concreta en el poderío de los soviets ejerciendo el control de toda manifestación del poder público y de toda actividad económica. Por supuesto también, de todos los resortes del Estado.

Para que esto sea posible, la revolución consiste operativamente en destruir los aparatos del Estado precedente y sustituirlos por otros de nueva planta, incluido su aparato judicial, que será sustituido por otro popular. Por ello la revolución "desarma a los guardias blancos" y crea una fuerza de trabajadores armados.

Al proletariado industrial corresponde una función de iniciativa y dirección, de promoción inicial de los soviets, y al defender los intereses de campesinos y soldados extenderá el régimen de soviets, abarcando o incluyendo a todo tipo de trabajadores.

La revolución exige concentración del poder de decisión en el campo económico también. El poder de los trabajadores en lo económico ha de entenderse como el poder de la clase -plasmado en los soviets- sobre la economía en su conjunto. Por tanto no se fragmentará la propiedad, sino que antes bien se sindicarán las industrias afines constituyendo Trusts que faciliten la elaboración del plan, el control de su ejecución, la provisión de las materias primas, los intercambios tecnológicos, etc.

La distribución también será centralizada, y a este respecto, la cooperativa estructura el consumo y economiza el gasto superfluo.

La gran propiedad agraria se abolirá siendo sustituida por cooperativas de producción. La pequeña propiedad agraria, aquella que no lleve consigo la explotación de trabajo ajeno, puede ser mantenida.

En el orden internacional, se asegura que las pequeñas naciones sólo subsistirán en un contexto de cooperación entre los pueblos incompatible con la agresividad imperialista. (Recordemos el tratamiento del problema de las nacionalidades del antiguo Imperio ruso dentro de la República Soviética). Así como se afirma que las colonias sólo serán liberadas mediante la liberación de la clase obrera de las potencias colonizadoras.

El manifiesto retoma ciertamente el tono mesiánico de aquel otro manifiesto de Marx de 1848 cuando anuncia que el proceso de la revolución mundial ha comenzado ya. La Revolución de Octubre se concibe en este sentido, no como un hecho insólito y aislado, sino por el contrario, como el comienzo de una nueva era histórica que supone el fin del capitalismo y la implantación del socialismo.

La vivaz descripción de los desastres de la reciente guerra mundial se interpreta como el holocausto al que conducen las contradicciones del capitalismo, sistema que

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subsiste en su última fase por medio de la militarización política, y que de no ser destruido y superado por otro sistema más armónico engendrará pronto otra guerra más destructora de hombres y bienes, y más devastadora de la cultura. Por lo que es necesario que sea sustituido. Ello justifica de nuevo el ataque a los "socialreformistas" incapaces de encabezar y dirigir esta etapa definitiva en la liberación de los trabajadores.

La lucha entablada es mundial. El orden económico se ha internacionalizado hasta el punto de que el Estado nacional resulta ya un marco obsoleto, y por eso las organizaciones revolucionarias del proletariado tienen que organizarse en un nivel mundial, por eso la Internacional Comunista.

Las masas; movilizar a las masas es la tarea de la nueva Internacional. La dialéctica no se concibe al modo propio de la lucha entre partidos dentro del marco parlamentario institucional, sino como una confrontación entre las masas populares y el aparato institucional de la burguesía, de ahí la crítica despectiva al parlamentarismo y la "democracia burguesa", a la que se opone la democracia proletaria o poder popular ejercido a través de los soviets.

La lucha tiene que desembocar en definitiva en el desbordamiento del orden institucional burgués por la acción de masa, y esto tiene que conducir al choque abierto con el poder estatal, con la confrontación civil, pues, en definitiva, la revolución es inexorablemente una contienda civil.

"La Tercera Internacional es la Internacional de la acción abierta de masas, de la acción revolucionaria, la Internacional de los hechos. La crítica socialista ha estigmatizado bastante el orden liberal burgués. La tarea del Partido Comunista internacional es ahora derrocar ese orden y levantar en su lugar la estructura del orden socialista mundial....."

Una característica de la militancia comunista, siempre fue la alta intensidad de su activismo, de su capacidad de agitación, con lo cual, aunque hacia 1919 fueran ciertamente muy pocos fuera de Rusia, en comparación al número de trabajadores encuadrados en los sindicatos y partidos de la socialdemocracia, la propaganda comunista hizo que pronto fueran conocidas estas tesis ya que, por otra parte, en el seno de las organizaciones obreras no definidas como comunistas, se planteaban como una alternativa y una exigencia que reclamaba esa decisión. Así, por ejemplo, en España, la agitación dentro del PSOE se hizo tan intensa como para que, habiéndose celebrado un Congreso ordinario en 1918, en el que se adoptaron las resoluciones favorables a la Revolución de Octubre ya citadas, se celebre, sin embargo, otro Congreso extraordinario a principios de diciembre de 1919 para fijar la posición sobre la Illa

Internacional. Tras encendidos debates se resuelve, por un margen estrecho, no abandonar la IIa Internacional (12.427 votos a favor de ingresaren la Illa, y 14.010 en contra)80

Pero esos votos a favor de permanecer en la IIa, tampoco significan asumir plenamente y sin reservas lo que había sido el Congreso de Berna, sino que esa mayoría se alinea, más bien con lo que se empezaba a llamar en Europa "los reconstructores", o línea de las organizaciones que todavía conservaban la esperanza de que la IIa

Internacional, retomando a los planteamientos marxistas de la preguerra, fuese capaz de abarcar, aunque con diferencias en su seno, a todas las fuerzas socialistas, preservando la unidad del internacionalismo. Justamente rechazaban los líderes de esa mayoría

80 El 16 de diciembre de 1919 las Juventudes Socialistas deciden en Congreso adherirse a la IIIa Internacional.

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adherirse a la Internacional de Moscú principalmente porque era asumir como inevitable y definitiva la ruptura del internacionalismo.

Sin embargo, el desarrollo inmediato de las Internacionales en sus respectivos congresos siguientes de 1920, lejos de caminar hacia la conciliación caminaron hacia una mayor definición de la divergencia, motivo por el cual todavía los vamos a examinar de forma alternativa para contrastar mejor los textos de sus resoluciones fundamentales. Con estas definiciones quedarían delimitados los campos de la socialdemocracia y del comunismo hasta la IIa Guerra Mundial.

IIa INTERNACIONAL: CONGRESO DE GINEBRA (1920)

La Comisión Permanente derivada del Congreso de Berna, celebró varias reuniones en relación a la Conferencia de Paz, pero al objeto de nuestro estudio nos interesa preferentemente su labor como promotores de la reorganización de la Internacional, a cuyo efecto redactó un proyecto de nuevos Estatutos y llevó a cabo una serie de gestiones para convocar el Congreso siguiente, que habría de celebrarse en Ginebra comenzando el día 31 de julio.

La actitud de la mayoría de esa Comisión, emanada del Congreso de Berna, las declaraciones efectuadas con ocasión de sus reuniones, especialmente en lo concerniente a las actuaciones del Gobierno soviético y en relación a la Revolución Rusa (manifiestamente hostiles), produjeron el distanciamiento de algunos partidos, como el español entre otros. Entre la Conferencia de Berna y la de Ginebra se fue configurando esa línea que hemos llamado antes de los reconstructores y que tenía por cabezas más significadas al austríaco Adier y al francés Longuet, y cuyos apoyos más sólidos se encontraban en la tendencia, a la sazón mayoritaria, del socialismo francés, en el socialismo austriaco y suizo, con simpatizantes en otros países.

Resultado de esas desavenencias es, que al Congreso de Ginebra asistieran bastantes menos delegaciones que al de Berna. Por ejemplo, España, Italia y Suiza no se hicieron representar; Austria no fue admitida. El Congreso de Ginebra contaría como representación rusa con los mencheviques. Estuvo dominado por el laborismo inglés, y los socialdemócratas alemanes que, tras el aplastamiento del intento revolucionario izquierdista de 1919, y la escisión del Partido Social-Demócrata independiente, habían quedado incardinados en la orientación más moderada de la socialdemocracia. Les acompañaban los belgas, suecos y holandeses.

Pese a este carácter precario, a tantas ausencias, lejos de intentar posturas de aproximación a los otros sectores del socialismo, actuaron como los de Moscú, pero en la otra dirección, subrayando todo lo más diferencial y haciéndolo en los términos menos favorecedores para una eventual aproximación.

Frente a la estrategia revolucionaria que con exaltación afirma el Manifiesto aprobado en Moscú, los de Ginebra aprueban sin fisuras el evolucionismo. Frente a la teoría de los soviets, en Ginebra se opta por el más impecable parlamentarismo. Frente a las propuestas de socialización inmediata y generalizada, de colectivización de la tierra, etc, en Ginebra se habla -todavía al menos- de socialización gradual (con indemnizaciones), de gestión descentralizada, etc. También es importante apreciar en el inicio de la resolución principal los matices que se hacen a la noción de clase trabajadora.

En esta resolución sobre el sistema político del socialismo, por una parte se hace una

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censura total del sesgo que había tomado el socialismo en Rusia, pero por otra se perfilaba un camino de implantación del socialismo concebido por la socialdemocracia occidental europea, el cual, como diseño también resulta muy interesante para apreciar las diferencias, con respecto a la gestión de gobierno, que luego realizaron algunos Partidos de la IIa Internacional.

Nótese que aunque la resolución afirma reiteradamente el valor del sufragio universal y del parlamento en la democracia socialista con todas las características del pluripartidismo, así como la soberanía del parlamento, sin embargo, en el punto seis, y sobre todo en el punto siete se habla de instituciones de trabajadores, no sólo deliberantes, sino a las que se pudiera transferir facultades reguladoras y rectoras en el orden laboral y económico. Por ese camino fue en los años treinta el pensamiento de los socialistas españoles cuando debatían sobre la conveniencia de propugnar junto a la Cámara política, una Cámara corporativa de representantes del trabajo que tuviera facultades para canalizar la representación de los trabajadores en asuntos económicos. La idea, por otra parte, conecta con toda una línea del pensamiento inglés, ya presente en el owenismo, y luego muy cultivada por los fabianos.

No obstante, el sentido principal del siguiente texto es el de marcar distancias con el régimen soviético, y dice así la resolución:

"La desintegración progresiva del sistema capitalista, que se ha ido produciendo en forma creciente en los años de la guerra, y en los años de paz que han seguido a la guerra, hace todavía más urgente que los trabajadores asuman el poder en la sociedad. En el término "trabajadores" incluimos no sólo a los asalariados que ejecutan trabajos manuales, sino también a los trabajadores intelectuales de todas clases, a los artesanos independientes y a los agricultores, a todos los que cooperan con sus esfuerzos a la producción de bienes de cualquier clase.

1) Es condición esencial para que los trabajadores tomen el poder que sus filas estén suficientemente unidas y sepan cómo utilizar el poder en sus manos.

2) Entretanto, el congreso repudia los métodos de violencia y el terrorismo y reconoce que el objetivo no puede lograrse sin que los trabajadores utilicen su poder laboral y político; y la acción directa en algunos conflictos decisivos no puede abandonarse enteramente. Al mismo tiempo, el Congreso considera que cualquier tendencia a convertir automáticamente una huelga laboral en la revolución política debe ser vigorosamente condenada.

3) La comunidad socialista puede surgir sólo cuando los trabajadores conquisten el poder político. La labor principal de un gobierno de los trabajadores será adoptar, como base fundamental de su legislación y administración, la democracia y el socialismo.

El socialismo no basará su organización política en la dictadura. No puede tratar de suprimir la democracia: su misión histórica, por el contrario, es realizar la democracia. Todos los esfuerzos de los trabajadores, sus actividades sindicales y cooperativas, así como su acción en el terreno político, tienden constantemente hacia el establecimiento de instituciones democráticas más y más adaptadas a las necesidades de la sociedad industrial, perfeccionadas cada vez más y de mayor valor social.

Son hoy las fuerzas del trabajo las que, principalmente, aseguran el mantenimiento de la democracia. Los socialistas no permitirán minorías facciosas, que se aprovechen de sus posiciones privilegiadas para anular la libertad popular. Inspirados por las grandes tradiciones de pasadas revoluciones, los socialistas estarán dispuestos, sin debilidades, a resistir tales ataques.

4) El sufragio para un Parlamento socialista debe ser universal, aplicándose con absoluta igualdad a ambos sexos, sin exclusiones por razones de raza, religión ocupación u opiniones políticas. La función suprema del Parlamento es representar todas las aspiraciones y deseos populares desde el punto de vista de la comunidad como un todo. Atenderá a la defensa contra la agresión, de fuera o de dentro. Se ocupará de la propiedad y de las finanzas de la comunidad.

Hará las leyes y administrará los negocios públicos. Los ministros encargados de los distintos departamentos serán escogidos entre sus miembros; y el gobierno de la nación será su Comité Ejecutivo.

Pero será libre para delegar facultades y deberes especiales a cualesquiera de los organismos de

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la comunidad mencionados más adelante, para asegurar la mayor participación posible de aquellos dedicados personalmente a cada rama de la vida social. Tocará al Parlamento salvaguardar no sólo los intereses del público en general de consumidores, cuya representación en oficinas y consejos especiales establecerá, sino también los intereses de la comunidad en general, en futuras generaciones.

5) Tocará al Parlamento determinar las líneas generales de la política social y hacer las leyes; decidirá a qué industrias y servicios deberá aplicarse el principio de socialización y en qué condiciones; ejercerá el control financiero y supremo y decidirá la colocación de nuevos capitales. En último término, ejercerá la facultad de fijar los precios.

6) En el desarrollo y expansión de la vida productiva de la comunidad, una gran participación corresponderá a las diversas organizaciones formadas de acuerdo con las ocupaciones productivas a las que se dediquen las personas en plenas facultades. Así se establecerá de la manera después descrita la participación, en la administración de cada industria o servicio, de representantes de las diferentes clases de trabajadores, manuales o intelectuales, dedicados a esa industria o servicio en particular. Al mismo tiempo, cada vocación, de trabajadores manuales o intelectuales, desea reglamentar las condiciones de su vida vocacional, cualesquiera que sean las industrias o servicios en los que sus miembros se encuentren dispersos. Cada vocación podrá, pues, agruparse en una asociación profesional a la que el Parlamento podrá confiar funciones de reglamentación, investigación o educación profesional.

7) Las organizaciones en que se agruparán los trabajadores dedicados a las diversas industrias y servicios, ya sean sindicatos o asociaciones profesionales, podrán ser la base de otro organismo de la vida social y económica.

Además del Parlamento puede ser conveniente la existencia de un Consejo Laboral Nacional, integrado por representantes de las diversas organizaciones de oficios y profesiones en las que puedan agruparse voluntariamente las personas pertenecientes a cada ocupación. Este Consejo Laboral Nacional será libre de discutir y criticar, investigar y sugerir y presentar al Parlamento los informes que considere. El Parlamento podrá, cada cierto tiempo, delegar en el Consejo Laboral Nacional la decisión de medidas aplicables a la industria en general o de reglamentaciones que deban hacerse bajo la autoridad del Estado.81

Por otra parte, el gradualismo que propugna el Congreso de Ginebra, también se puso de manifiesto en la resolución concerniente a la socialización de bienes productivos.

En ella se indica que será gradual, industria por industria, según las circunstancias de cada país. Las expropiaciones serían indemnizadas con cargo a los impuestos sobre la propiedad, las rentas y la herencia, reduciendo, además, la amplitud del concepto de herederos en favor del Estado.

No toda socialización significará estatalitación, sino que la socialización podrá ser también municipalización o cooperativa. La tierra, nacionalizada, puede ser entregada bajo diversos regímenes a los agricultores. Las industrias esenciales como el transporte, la energía y las minas deben ser nacionalizadas.

En realidad, viene a propugnar un régimen económico de tipo mixto, en el que se excluyen de la socialización las actividades industriales o profesionales, así como los cultivos, que no entrañen explotación de trabajo ajeno.

Sobre la gestión de las actividades socializadas, propugna cierta descentralización, pero no la autogestión en el sentido preconizado por el socialismo revolucionario. La gestión, antes bien, se encomendaría a consejos representativos de la Administración, de los trabajadores y técnicos y de los consumidores.

Esta Internacional que sin veladuras afirmaba tan claramente el reformismo, no sólo refleja la influencia considerable del pensamiento laborista británico sino que además resolvió en su Congreso de Ginebra establecer la sede del secretariado permanente en

81 Reproducido por Cole. Ob. Cit. Vol V, pgas. 292 a 294.

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Londres.Ideas de este corte reformista que concebían una transición gradual hacia el

socialismo democrático fueron esquema de pensamiento de la socialdemocracia no sólo en todo el período de entreguerras, sino incluso durante las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Illa INTERNACIONAL: CONGRESO DE MOSCÚ (1920)

El Segundo Congreso de la Internacional Comunista se abrió en la ciudad de Petrogrado el día diecinueve de julio de 1920, donde los delegados pudieron enfervorizarse reunidos en los mismos escenarios que tan sólo tres años antes habían constituido el ámbito físico de la insurrección que puso fin al zarismo y dio comienzo a la ruina de la burguesía. Conocer a Lenin y a las grandes figuras de la Revolución en aquellos escenarios les produjo la honda impresión que conocemos por los testimonios escritos admirativos de la época. Sin hacerse cargo de estos contextos, y a su vez del carácter despótico y de superioridad altiva y distante que usaban los patronos y terratenientes o capitalistas en las sociedades burguesas, nos resultaría muy difícil en la actualidad comprender el tono y el lenguaje de los documentos que debemos examinar, y saber discernir ante ellos el envoltorio formal que guarda coherencia con aquel insólito momento histórico, y sus contenidos teóricos de vigencia y de potencialidad sugerencia! más duradera.

Asistieron delegados procedentes de treintaisiete países, componiendo en su conjunto algo más de 200 congresistas. Pero en realidad, aún siendo mucho más significativo que el primer Congreso, el fundacional del año anterior, todavía había muy pocos partidos comunistas formalmente constituidos como tales, porque todavía se estaba librando una cruda batalla en el seno de las organizaciones obreras y los más resueltos comunistas aspiraban a quedarse con las organizaciones, o a irse, pero con el mayor número posible de militantes.

Las famosas veintiuna condiciones de adhesión a la IIIa Internacional, que será el documento principal de este Congreso, intentan, por una parte precipitar esa decisión en todos los países y en todas las organizaciones donde hubiera un núcleo de comunistas que fuerzan a definirse con respecto a ellas, y por otra parte, al mismo tiempo, junto al Manifiesto del año anterior, dotan de una plataforma ideológica y estratégica uniforme a los comunistas de todos los países, uniformidad que será otra de las características -junto a la férrea disciplina interna- que distinguirá a la internacional Comunista de la IIa

Internacional.Aunque en Rusia todavía no había concluido la guerra civil, y aunque todavía

persistía el bloqueo internacional, la revolución se iba consolidando y su futuro se hacía menos incierto, pues los países europeos occidentales al concluir la guerra se habían encontrado, tanto los vencedores como los vencidos, con tremendos problemas económicos y sociales que atender, sin contar ya sus gobiernos con aquel amparo de la "unión sagrada" de todos frente al enemigo exterior, y por tanto se hacía más pasiva su hostilidad a la República Soviética. Razón, así mismo, que llevaba a estimular la lucha de clases en sus respectivos países a los comunistas, persuadidos de que luchando enérgicamente por la emancipación de los trabajadores de su país, estaban simultáneamente protegiendo "la patria soviética", y la "zona liberada" del capitalismo, el santuario de la revolución proletaria.

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Un pasaje de la resolución política aprobada por este Congreso y elaborada por Lenin, resume perfectamente la teoría del partido vanguardia de la clase trabajadora, del que proviene la facultad de erigirse en director de la lucha de clases, y la intolerante minusvaloración de los demás, aunque se definan socialistas, y aunque sean mayoritarios, y de ahí también esa agresividad, no sólo contra los socialdemócratas más moderados, sino contra los socialdemócratas llamados a la sazón centristas que, respetando la Revolución Soviética y rechazando cualquier tipo de agresión a la misma, no podían aceptar, sin embargo, que fuese la única forma, ni la más conveniente en todos los países, para ir hacia el socialismo.

Dice ese pasaje elaborado por Lenin y asumido por este Congreso:

"EL Partido Comunista es una parte de la clase obrera, pero, es claro, la más avanzada, la más consciente y, por lo tanto, la más revolucionaria. El Partido Comunista se forma mediante la selección de los mejores obreros, de los más conscientes, de los más abnegados y clarividentes. El Partido Comunista no tiene intereses distintos a los de la clase obrera. El Partido Comunista se distingue de toda la masa de los obreros en que señala todo el camino histórico de la clase obrera en general y se esfuerza por defender en todos los virajes de ese camino, no los intereses de sus grupos aislados, de profesiones aisladas, sino los intereses de la clase obrera en general. El Partido Comunista es la palanca política y de organización mediante la cual la parte más avanzada de la clase obrera encamina por un justo cauce a toda la masa del proletariado y del semiproletariado"82

Con la mentalidad que se desprende de una tal concepción de la naturaleza y de la misión del partido, interiorizada moralmente hasta un grado de certeza absoluta por medio de una conducta diaria ciertamente abnegada al servicio de la tarea revolucionaria, se puede leer sin desconcierto el documento de las veintiuna condiciones, cuyo texto completo -uno de los más importantes y de mayor transcendencia práctica de todo el período de entreguerras- incluimos seguidamente, permitiéndonos destacar algunos puntos mediante anotaciones marginales de nuestra cuenta:

El Segundo Congreso de la Internacional Comunista acuerda que las condiciones de ingreso en la misma son las siguientes:

1. La propaganda y la agitación cotidianas deben tener un verdadero carácter comunista. Todos los órganos de prensa que se hallen en manos del Partido deben ser redactados por comunistas seguros, que hayan demostrado su fidelidad a la causa de la revolución proletaria. Sobre la dictadura del proletariado no hay que hablar simplemente como si se tratase de una fórmula usual y aprendida de memoria; es preciso propagarla de tal manera que su necesidad se desprenda para cada obrero, obrera, soldado y campesino de los hechos de la vida, sistemáticamente señalados por nuestra prensa día tras día. En las páginas de los periódicos, en las asambleas populares, en los sindicatos, en las cooperativas, dondequiera que tengan acceso los partidarios de la Tercera Internacional, es necesario estigmatizar, de manera constante e implacable, no sólo a la burguesía, sino a sus auxiliares, a los reformistas de todos los matices.

2. Cada una de las organizaciones que desee pertenecer a la Internacional Comunista está obligada a expulsar de manera regular y sistemática de todos los puestos de responsabilidad en el movimiento obrero (organizaciones de Partido, redacciones, sindicatos, minorías parlamentarias, cooperativas,

-Combate implacable a los reformistas

- Depuraciones

82 Amaro del Rosal. Ob. Cit. Vol II, p. 209

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municipios, etc.) a los reformistas y partidarios del centro y sustituirlos por comunistas seguros, sin desconcertarse porque, a veces, haya que reemplazar por el momento a dirigentes "expertos" por obreros de filas.

3. En todos los países donde los comunistas, consecuencia del estado de sitio o de las leyes de excepción, no puedan realizar su labor legalmente, es necesario, en absoluto, combinar el trabajo legal y el clandestino. La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América entra en la fase de la guerra civil. En tales condiciones, los comunistas no pueden tener confianza en la legalidad burguesa. Están obligados a crear en todas partes un aparato ¡legal paralelo que, en el momento decisivo, pueda ayudar al Partido a cumplir su deber ante la revolución.

4. "Son necesarios una propaganda y una agitación persistentes y sistemáticas entre las tropas y la formación de células comunistas en cada unidad militar. Los comunistas deberán realizar este trabajo, en gran parte, ilegalmente, pero renunciar a hacerlo equivaldría a cometer una traición contra el deber revolucionario y sería incompatible con la pertenencia a la Tercera Internacional.

5. Es imprescindible una agitación sistemática y regular en el campo. La clase obrera no puede consolidar su victoria sin contar por lo menos con una parte de los braceros agrícolas y campesinos pobres y sin neutralizar en su política a una parte del resto de los campesinos. La labor de los comunistas en el campo adquiere en la época actual una importancia de primer orden. Es necesario efectuarla, principalmente, a través de los obreros comunistas revolucionarios que tengan contacto con el campo. Renunciar a esta labor, o dejarla en manos de semireformistas poco seguros, es lo mismo que renunciar a la revolución proletaria.

6.Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Tercera Internacional tiene la obligación de desenmascarar no sólo el socialpatriotismo descarado, sino también la falsedad y la hipocresía del socialpacifismo: demostrar sistemáticamente a los obreros que, sin el derrocamiento revolucionario del capitalismo, cualesquiera que sean los tribunales internacionales de arbitraje, las conversaciones sobre la reducción de los armamentos y la reorganización "democrática" de la Sociedad de Naciones, no salvarán a la humanidad de nuevas guerras imperialistas.

7. Los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista están obligados a reconocer la necesidad de una ruptura total y absoluta con el reformismo y con la política del "centro" y a propagar esta ruptura en los círculos más amplios del Partido. Sin esto es imposible una política comunista consecuente.

La Internacional Comunista exige de manera incondicional y terminante llevar a cabo esta ruptura en el plazo más corto. La Internacional Comunista no puede consentir que reformistas redomados como, por ejemplo, Turati, Modigliani y otros tengan derecho a considerarse miembros de la Tercera Internacional. Esto llevaría a que la Tercera Internacional se pareciese mucho a la fenecida Segunda Internacional.

8. En la cuestión de las colonias y de las nacionalidades oprimidas es necesaria una línea singularmente precisa y clara de los partidos de aquellos países cuya burguesía domina a dichas colonias y oprime a otras naciones. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Tercera Internacional tienen el deber de desenmascarar sin piedad los subterfugios de "sus" imperialistas en las colonias, de apoyar de hecho, y no de palabra, todo movimiento de liberación en las colonias, de exigir que salgan de estas colonias sus imperialistas, de educar a los obreros de su país en un espíritu de verdadera fraternidad hacia los trabajadores de las colonias y nacionalidades oprimidas y de llevar a cabo una agitación sistemática entre sus tropas contra toda opresión de los pueblos coloniales.

9. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la InternacionalComunisia tiene la obligación de realizar una labor comunista sistemática e

- Aparato clandestino paralelo

- Lucha contra los "Socialpatriotas" y "Socialpacifistas"

- Ruptura con el reformismo

-Anticolonialismo

- Células en los Sindicatos

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insistente dentro de los sindicatos, de las cooperativas y de otras organizaciones obreras de masas. En el seno de los sindicatos es necesario formar células comunistas que, mediante un trabajo prolongado y tesonero, deben conquistar dichas organizaciones para la causa del comunismo. Estas células tienen el deber de desenmascarar en toda su labor cotidiana la traición de los socialpatriotas y las vacilaciones del "centro". Estas células comunistas deben estar completamente subordinadas al conjunto del Partido.

10. Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista tienen el deber de luchar tenazmente contra la "Internacional" de Amsterdam de los sindicatos amarillos. Deben propagar insistentemente entre los obreros organizados en los sindicatos la necesidad de romper con la Internacional amarilla de Amsterdam. Deben apoyar, por todos los medios, la naciente organización internacional de sindicatos rojos adheridos a la Internacional Comunista.

11. Los partidos que deseen pertenecer a la Tercera Internacional tienen el deber de revisar la composición de sus minorías parlamentarias, alejar de ellas a los elementos inseguros, subordinar estas minorías de hecho, y no de palabra, a los comités centrales de los partidos y exigir de cada proletario comunista que subordine toda su labor a los intereses de una verdadera propaganda y agitación revolucionarias.

12. De igual modo, la prensa periódica y no periódica y todas las editoriales deben estar subordinadas por entero al Comité Central del Partido, independientemente de que el Partido, en su conjunto, sea en un momento dado legal o ilegal; es inadmisible que las editoriales, abusando de su autonomía, apliquen una política no ajustada plenamente a los intereses del Partido.

13. Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista deben estructurarse a base del principio del centralismo democrático. En la época actual de exacerbada guerra civil, el Partido Comunista sólo podrá cumplir con su deber si está organizado del modo más centralizado, si rige dentro de él una disciplina férrea, rayana en la disciplina militar, y si el centro del Partido es un organismo autorizado, prestigioso y con amplias atribuciones, que goce de la confianza general de los miembros del Partido.

14. Los partidos comunistas de los países donde los comunistas realizan su trabajo dentro de la legalidad deben efectuar depuraciones (revisiones) periódicas de los efectivos de sus organizaciones con el fin de depurar de manera sistemática al Partido de los elementos pequeñoburgueses que se introducen inevitablemente en sus filas.

15. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista tiene el deber de prestar apoyo incondicional a cada República Soviética en su lucha frente a las fuerzas contrarrevolucionarias. Los partidos comunistas deben desplegar una propaganda constante para que los obreros se nieguen a transportar pertrechos bélicos a los enemigos de las Repúblicas Soviéticas, realizar una propaganda legal o ¡legal entre las tropas enviadas a asfixiar a las Repúblicas obreras, etc.

16. Los partidos que hasta ahora mantengan los viejos programas socialdemócratas tienen el deber de revisarlos en el plazo más breve y de elaborar, con arreglo a las condiciones específicas de su país, un nuevo programa comunista con el espíritu de los acuerdos de la Internacional Comunista. Por regla general, los programas de cada partido afecto a la Internacional Comunista deben ser aprobados por el Congreso ordinario de la Internacional Comunista o por su Comité Ejecutivo. En el caso de que el programa de tal o cual Partido no sea aprobado por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, este Partido tiene derecho a apelar al Congreso de la Internacional Comunista.

17. Todas las decisiones de los Congresos de la Internacional Comunista, asi como los acuerdos de su Comité Ejecutivo, son obligatorios para todos los partidos adheridos a la Internacional Comunista. La Internacional

- Lucha contra la Internacional Sindical de Amsterdam

- Control de la prensa del partido

- "Centralismo Democrático"

- Depuraciones

- Apoyo incondicional a los Soviets

- Sujección a la I.C.

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Comunista, que actúa en condiciones de una exacerbada guerra civil, debe estar estructurada de una manera mucho más centralizada que la Segunda Internacional. Además, la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo, en toda su labor, claro está, deberán tener en cuenta la diversidad de condiciones en las que tienen que luchar y actuar los distintos partidos y adoptar decisiones obligatorias para todos, tan sólo en aquellas cuestiones en las que sean posibles tales decisiones.

18. En relación con todo esto, todos los partidos que deseen ingresar en la Internacional Comunista deben cambiar su título. Cada uno de los partidos que desee ingresar en la Internacional Comunista debe llevar este título: Partido Comunista de tal país (sección de la Tercera Internacional Comunista). La cuestión del título no sólo es formal, sino una cuestión de gran importancia política. La Internacional Comunista ha declarado una lucha decidida a todo el mundo burgués y a todos los partidos socialdemócratas amarillos. Es necesario que, para cada trabajador de filas, esté clara la diferencia entre los partidos comunistas y los viejos partidos oficiales "socialdemócratas" o "socialistas" que han traicionado la bandera de la clase obrera.

19. Después de la terminación del Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista, todos los partidos que deseen pertenecer a ella deben convocar, en el plazo más corto, un Congreso extraordinario de cada Partido para confirmar en él oficialmente, en nombre de todo el Partido, las obligaciones arriba expuestas.

20. Los partidos que quieran adherirse a la Tercera Internacional y que aún no han modificado radicalmente su vieja táctica, deberán vigilar que los dos tercios de los miembros de las organizaciones centrales estén compuestos por miembros que, antes del Segundo Congreso, se habían pronunciado por la Tercera Internacional. Podrán establecer excepciones, con la aprobación del Comité Ejecutivo.

21. Los adherentes de un partido que rechazaran las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional Comunista deberán ser excluidos de sus filas.

- Lealtad Probada

Nótese que por dos veces en el documento se dice que el momento histórico es de "exacerbada guerra civil" (puntos 13 y 17), y para pensar la lógica interna del documento no puede perderse de vista esto. No se refiere, obviamente, a la guerra civil que de hecho amenazaba todavía, aunque en menor grado que durante el año anteriora la Revolución Soviética dentro del mismo territorio ruso, sino que se refiere al hablar del momento de "exacerbada guerra civil" a un período álgido de la lucha de clases, en el que según la tesis bolchevique la acción de la revolución y la contrarrevolución llegarían inevitablemente a la confrontación armada y violenta en la que había que dirimirse la posesión del poder político y, a partir de ahí, el régimen de propiedad y la organización de las relaciones de producción. Esa perspectiva de "guerra civil" o período más tenso y culminante de la lucha de clases, al que los comunistas creían en 1920 que estaban abocados especialmente las sociedades europeas (no olvidemos que pronto vinieron fenómenos de la magnitud del fascismo, de la Guerra Civil española, etc), dan cierto sentido histórico a las consignas de crear una organización clandestina paralela; agitación dentro de los cuerpos armados, etc.

Ahora bien, en ese contexto se sitúa también lo que de ningún modo fue asumible por la socialdemocracia, a saber, el riguroso sometimiento de cada partido a los organismos de poder centralizado de la Internacional Comunista, la exigencia de estructurar cada partido conforme al "centralismo" democrático y, sobre todo, la

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insistencia en que era tan importante como combatir a la burguesía el combatir a los "socialpatriotas", a los "socialpacifistas", a los "centristas", es decir, a todos los socialdemócratas o socialistas no comunistas, y llevar ese combate hasta expulsarles de las organizaciones: "depuraciones periódi-cas"(punto 14). El control de la propia prensa por los órganos directivos (punto 12) y la lucha contra los "sindicatos amarillos".

Este elenco de cuestiones se avenía mal con las tradiciones de la Internacional que, como sabemos, desde su fundación en tiempos de Carlos Marx había sostenido que la organización obrera tenía que ser además de un instrumento de lucha, una escuela donde, por la práctica cotidiana de sus formas de convivencia, se prefigurase la futura sociedad socialista, que los trabajadores habrían de realizar desde su emancipación de la explotación y de la tiranía burguesa.

La socialdemocracia estimaba que dentro de las organizaciones cada afiliado no debía perder, sino, antes bien, encontrar potenciadas sus facultades como ser racional y libre que puede conocer, juzgar lo que conoce, expresarse, y contribuir a formar la decisión colectiva, sin necesidad de basar la cohesión grupal en la rigidez directiva, ni en la depuración del distinto. Tiene el documento también el gran valor de mostrar con desnudez unas pautas de conductas que se reconocen mejor descritas con esa crudeza y que, en ocasiones, ocultan su sistematismo al ser practicadas bajo un discurso verbal de distinto signo.

El segundo Congreso de la Internacional Comunista trató también el tema sindical, aprovechando la presencia de los delegados cuya actividad se desarrollaba preferentemente en ese campo de la lucha obrera. Del documento "veintiuna condiciones" hemos destacado los puntos 9 y 10 concernientes a este asunto. Pero además, la Comisión constituida al efecto elaboró el dictamen que, aprobado por el Congreso, sentaba el comienzo de lo que poco después se transformaría en la Internacional Sindical Roja (ISR), alternativa y rival de la Internacional Sindical de Amsterdam, o Federación Sindical Internacional, lo que sólo reseñamos de momento al objeto de apreciar que la ruptura con los organismos de la IIa Internacional se llevaba a cabo en todos los frentes. La resolución decía;

"Los sindicatos que se colocan en el terreno del comunismo y que forman grupos internacionales bajo el control de la IC constituyen una sección sindical de la IC. Los sindicatos comunistas tienen derecho a enviar un representante al Comité Ejecutivo de la IC con voz y voto. El Comité Ejecutivo de la IC tiene derecho a enviar a la sección sindical de la IC un representante con voz y voto."

LA INTERNACIONAL "SEGUNDA Y MEDIA" (1921)

Se da el nombre familiar de "Segunda y Media", a lo que formalmente se autodenominó "Unión de los Partidos Socialistas", o también Unión de Viena. Lo de llamarla "Segunda y Media" viene dado por su posición política que cabría situar entre las posiciones netamente reformistas y parlamentaristas de la IIa Internacional (Congresos de Berna 1919 y Ginebra 1920), y la línea revoluciona-ria-soviética de la Illa

Internacional.La reunión constitutiva, se llevó a cabo en un Congreso celebrado en Viena del

veintidós al veintisiete de febrero de 1921, y al que asisten unos ochenta delegados de trece países. Nacía de la insatisfacción surgida ante dos intransigencias, ante las dos

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afirmaciones del camino hacia el socialismo representadas por Berna y Moscú, y la convicción profunda en el hecho de que partidos diferentes en su modo de actuar en cada país, podían cooperar en el mantenimiento de una línea estratégica común a nivel internacional, siendo esto imprescindible frente a la actuación internacional del capitalismo y a la acción internacional concertada por los gobiernos burgueses. De ahí que la Unión de Viena existió el tiempo en que tardó en comprobarse con evidencia la imposibilidad práctica de unificar el internacionalismo obrero.

La Unión de Viena ni siquiera se designó a sí misma como Internacional, justamente porque su máximo objetivo era conseguir la unificación del internacionalismo, reconciliar en una sola y nueva Internacional a la IIa y la IIIa.

Sus promotores fueron los continuadores del espíritu mayoritario de Zimmerwald, esto es, los socialistas suizos y austríacos, el personaje más característico, el austriaco Federico Adier, quien presidiría la Unión.

Elementos más importantes de la Unión de Viena fueron el partido socialista francés reconstruido, como SFIO tras la adhesión del antiguo Partido Socialista francés a la Ill a

Internacional con el nombre de Partido Comunista, los alemanes independientes, el Partido Laborista Independiente de Inglaterra, y otros de los países centroeuropeos. Como luego concretaremos algo, esta fue la opción apoyada y recomendada por Pablo Iglesias en 1921 y seguida mayoritariamente por el PSOE.

La intención reconstructora de la Unión de Viena quedaba reflejada nítidamente en el punto uno de sus Estatutos: "Bajo el nombre de Unión de los Partidos Socialistas para la acción internacional, existe una asociación de partidos socialistas que persiguen la realización del socialismo por la conquista del poder político y económico, por la vía de la lucha revolucionaria de clase. La Unión de los partidos socialistas para la acción internacional no es una Internacional que comprenda al conjunto del proletariado, sino un medio para constituir esta Internacional."

Ahora bien, la tesis más característica de la Unión de Viena consistirá precisamente en afirmar que el modo de llevar a cabo esa lucha revolucionaria puede ser muy distinto en cada país y que no puede adoptarse un patrón único universal excluyente de quienes no participen en esa línea estratégica. Tal es el eje de los razonamientos de la "Declaración de los métodos y organización de la lucha de clases" aprobada en Viena.

Los distintos países, argumenta la declaración, poseen estructuras económicas y sociales muy distintas, lo que se refleja en que poseen igualmente instituciones políticas muy diferenciadas. Por lo que no se puede suponer que en todas partes la vía del socialismo es la vía de la mayoría parlamentaria, como donde no existe un parlamento verdaderamente representativo, ni donde verosímilmente quepa esperar que la burguesía defendiera sus privilegios mediante la supresión de las instituciones democráticas. Pero en sentido contrario, donde existen asambleas populares representativas o parlamentos tampoco ha de descartarse que dichas instituciones puedan ser el modo de expresión de la clase trabajadora para operar la transformación de la sociedad.

El propio concepto de "dictadura del proletariado", se sostiene en la Declaración de Viena, puede revestir diversas formas. Allí donde existe un parlamento democrático, y la clase trabajadora puede acceder de esa forma a la posesión del poder político, puede ser que soporte la resistencia de las fuerzas contrarrevolucionarias mediante el uso más enérgico del poder y de los resortes del Estado para hacer que se imponga y se consolide la voluntad revolucionaria de la mayoría.

Tampoco cabe excluir, sin embargo, que donde la burguesía mantiene su dominación mediante un hecho de fuerza y no mediante instituciones representativas, el camino sea

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la estructuración de órganos de poder del proletariado que articulen y dirijan la lucha frontal y abierta contra la burguesía y que, eventualmente, ejerzan el poder revolucionario (soviets).

Pero de ahí se sigue que los trabajadores de cada país tienen que tener una autonomía que ha de ser reconocida, para determinar según las condiciones objetivas de su lucha, el modo de su emancipación. Y sin embargo, como la lucha de los trabajadores tiene realmente una dimensión mundial, las organizaciones de los trabajadores deben articularse en una Internacional que, para ser eficaz, tenga un nivel de resoluciones obligatorias, aceptadas como una autolimitación entre sus miembros, y orientada justamente a las actitudes de esa lucha internacional solidaria. Todo lo cual no es incompatible con aquella diversidad que puede y que tiene que tener la acción dentro de cada Estado.

"Pero con toda la variedad de métodos en los diversos países, la Internacional debe unir todos los recursos de la clase trabajadora internacional en acción concertada contra el capitalismo internacional"

"....la liberación definitiva de la clase trabajadora no puede lograrse, portante dentro de fronteras nacionales, sino sólo como resultado de la acción internacional. Organizar esta acción es la tarea propia de la Internacional de la clase trabajadora". Probablemente los líderes más característicos de la Unión de Viena, y el sentir de las organizaciones allí representadas, estaba más cerca de la IIIa que de la IIa en cuanto a los fines. Es decir, no estaban tan en consonancia con el gradualismo tan evolutivo y legalista que se había apoderado de la IIa bajo la influencia de los laboristas británicos (recordemos el peso de las Trade Unions) y de los alemanes mayoritarios que después de la guerra y del violento conflicto con su ala izquierda estaban en un puro reformismo evolutivo.

Mas, al mismo tiempo, se distanciaban de la Illa en cuanto a los métodos, pues el mayor arraigo y tradición en sus respectivos países de las instituciones representativas, municipales y nacionales, les hacía sentirse más ligados a una experiencia de acción institucional que no veían claro por qué había de ser quebrantada o minusvalorada.

En todo caso, lo que no comprendían los de Viena, la "Segunda y Media", o reconstructores, es que esas diferencias entre unos y otros tuvieran que conducir a una especie de guerra intestina y fratricida en el seno de la clase trabajadora a nivel nacional ni internacional, en tanto que comprendían muy claro que esa guerra intestina debilitaría a la clase trabajadora, como en efecto ocurre durante el período de entreguerras.

En la polémica sobre las Internacionales, la posición del Partido Socialista en España se decantó finalmente por esta opción de Viena.

En efecto, en 1920, se celebró otro Congreso extraordinario dada la efervescencia que existía entre la militancia para decidir si se concurría, o no, al Congreso de Ginebra, del que como ya dijimos el PSOE estuvo ausente. Mas en este Congreso extraordinario celebrado en Madrid del 19 al 25 de junio de 1920 (por lo tanto unas semanas antes del segundo Congreso de la Tercera Internacional en el que se aprobaron las Veintiuna Condiciones), se decidió en principio no sólo no ir a Ginebra, sino por el contrario, adherirse a la Illa Internacional, pero fijando una serie de matices que en definitiva pretendían savalguadar la autonomía de las decisiones estratégicas del Partido. Tal era en síntesis el sentido de las cláusulas introducidas en la resolución por Isidoro Acevedo, José María Suárez y Fernando de los Ríos.

Esta propuesta de adhesión condicional fue votada por 8.269 votos a favor, 5.016 en contra, y 1.615 abstenciones. Se acordó, así mismo, envjar a Rusia una misión

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compuesta por Anguiano y De los Ríos para que clarificasen los términos de la adhesión. Cuando llegaron a Moscú la Illa Internacional había aprobado las Veintiuna Condiciones y había poco que aclarar.

Un nuevo y definitivo Congreso extraordinario del PSOE, celebrado igualmente en Madrid, del 9 al 14 de abril de 1921, iba a zanjar la cuestión, aunque en un clima sumamente exaltado.

Anguiano y De los Ríos regresaron en octubre de 1920. Desde su llegada, como quiera que traían impresiones contradictorias (es famoso el libro de De los Ríos "Mi viaje a la Rusia sovietista"), se exacerbaron las discusiones. Ya no había términos medios. O se aceptaban o se rechazaban en su integridad la Veintiuna Condiciones.

Un factor condicionante fue la posición que había tomado la UGT, ya que en su XV Congreso (1920) había decidido por 110.902 votos, contra 12.919, continuar adherida a la Internacional Sindical de Amsterdam (en línea con la IIaInternacional), rechazando vincularse a los organismos internacionales de Moscú.

Pablo Iglesias publica un artículo en "El Socialista" (4 de abril) cinco días antes de que comience el Congreso extraordinario del PSOE, titulado "Sobre la condición décima". Entre otras cosas dice: "Desde luego échase de ver que para cumplir esta base se debe trabajar por producir la escisión de las organizaciones obreras nacionales y en la organización internacional por las mismas constituidas. ¿Es ésta la tarea que deben realizar los socialistas? ¿Lo que dictan sus ideas? ¿Lo que aconsejaron Marx y Engels?

"¡Amarilla la Internacional Sindical de Amsterdam! Pero ¿dónde está ese amarillismo?, ¿Es amarillismo luchar constantemente contra los patronos y en muchas ocasiones contra los gobiernos que les representan?, ¿Lo es protestar contra el bloqueo de Rusia? (...) "También pertenece a ella la Unión General de Trabajadores de España.¿Dónde está el amarillismo de ésta? ¿Cuándo ha estado al servicio de los patronos?

"Y si es amarilla la Unión General de Trabajadores lo es también el Partido Socialista, ya que casi todos sus individuos figuran en las Sociedades que componen aquella."

Verdaderamente era sólo una razón más. Ni Iglesias ni los más significados líderes socialistas del PSOE y de la UGT consideraban que en España se diesen las condiciones para aplicar a rajatabla una estrategia como la configurada en las Veintiuna Condiciones, sin la cuales, por lo demás, posiblemente se hubiera mantenido la adhesión a la Illa.

La votación definitiva quedó planteada como opción entre adherir el PSOE a la Unión de Viena o a la Illa Internacional, resultando 8.808 votos a favor de la primera, y 6.025 a favor de la Internacional Comunista. Acto seguido se produjo la escisión y el nacimiento del PCOE. Pero a los comunistas que se escindían no les siguió la mayor parte de aquellos que votaron por la Illa y sin embargo prefirieron permanecer en el partido.

Los esfuerzos de la Unión de Viena en pro de la reconstrucción de una Internacional única fueron sumamente dificultosos y, a la postre, valdíos. Jugaba a su favor el hecho de que las bases proletarias, por puro sentido común, aman en principio la unidad, y además sentían tanto aprecio por sus propias tradiciones organizativas como admiración por la Revolución Soviética. Por tanto, era impopular para los dirigentes de la IIa

Internacional hacer por completo oídos sordos a los llamamientos de Viena. Por otra parte, la contraofensiva de la burguesía capitalista tras el aldabonazo de la revolución en Rusia, hizo pasar a los dirigentes de la Illa Internacional de aquella primera fase de las escisiones, a la nueva consigna de "frente único", esto es, de proponer una cierta

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convergencia de objetivos inmediatos concretos o "unidad de acción" con otras fuerzas obreras.

Pero en contra de los propósitos de la Unión de Viena estaba la tremenda antagonización de los postulados teóricos entre la IIa y la Illa Internacional, y la intransigencia con la que cada una de ellas defendía su propio y peculiar modelo sobre el cambio social. Además estaba en contra la antagonización producida emocionalmente en el traumático proceso de las escisiones, aderezados recíprocamente de denuestos y reproches.

Con lo cual, la Unión de Viena consiguió tras muchas gestiones sentar en la misma mesa a representantes de los tres organismos ejecutivos residenciados en Londres, Viena y Moscú. De este modo se llegó a la CONFERENCIA DE LAS TRES INTERNACIONALES, celebrada en Berlín, los días dos, cuatro y cinco de abril de 1922.

Cada cual formuló sus reproches al adversario y justificó la propia postura. Discutiéronse incluso temas tales como la ausencia de garantías con la que estaban siendo juzgados en Rusia algunos mencheviques y socialrevoluciona-rios por actividades contra el régimen soviético.

Pese a todo no hubo formalmente ruptura, y la iniciativa planteada por Clara Zetkin, de la IIIa Internacional, en el sentido de estudiar la convocatoria de una Conferencia Obrera Internacional amplia, contando incluso con las organizaciones allí no representadas, en principio no fue desechada.

Pero el comunicado oficial conjunto con el que se cerraba la Conferencia constataba que el objetivo apetecido por la Unión de Viena estaba inmaduro.

"La Conferencia de las tres Ejecutivas de Londres, Moscú y Viena es unánime en comprobar que, por deseable que sea la unificación de la organización de clase del proletariado, no podrá ser cuestión en el momento actual más que de conversaciones en común, con vistas a acciones comunes para objetivos concretos de todas las tendencias representadas en la Conferencia".

Y lo más concreto y resolutorio que resolvía era invitar a los trabajadores de todos los países a organizar manifestaciones de masas y de unidad para el primero de mayo siguiente a favor de la jornada de ocho horas, contra el paro, por la unidad de acción, por la Revolución Rusa, por la normalización de relaciones políticas y económicas de todos los Estados con Rusia y por la constitución de un frente único del proletariado de cada país y en la Internacional.

Pero la falta de convicción, el predominio de los elementos tácticos diferenciales que impulsaban a cada uno hicieron que incluso esos imprecisos objetivos apenas se cumplieran.

Todavía hubo otra reunión de representantes de las tres Internacionales en mayo de 1922, igualmente infructuoso, con lo que desistieron del empeño.

No hubo efectivo reencuentro en la acción hasta que el alud del fascismo triunfante a principios de los años treinta, impuso como estrategia de salvación -tardía para algunos países- la política de los "frentes populares", y después en la resistencia.

OTROS CONGRESOS DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA.

Por lo que hemos examinado hasta el presente sabemos que el internacionalismo obrero del período de entreguerras quedó irreparablemente escindido entre socialdemocracia (socialismo) y comunismo.

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Los planteamientos teóricos de ambas tendencias del movimiento obrero quedaron fijados substancialmente en esos primeros Congresos de la postguerra que hemos ido analizando alternativamente. A partir de entonces, y conforme nos adentramos en las décadas de los años veinte y treinta, hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los Congresos de las Internacionales disminuyen en su valor de definición política, por lo que aquí van a ser tratados mucho más someramente.

Este cambio se debe a que los más importantes partidos que, como hemos podido apreciar, fueron guía de la Internacional se convierten en partidos de gobierno. Así, por aludir a los más notables, en el período al que nos referimos, hay gobiernos laboristas, socialdemócratas, o socialistas, en Inglaterra, Alemania y Francia. También en los países nórdicos y en algunos países menores cen-troeuropeos. Incluso en España, país que influyó muy poco en la Internacional, pero cuyo movimiento obrero fue guiado por las ideas de las Internacionales, la caída de la monarquía el 14 de abril de 1931 lleva al PSOE a formar parte de un gobierno de coalición en el que resulta ser su principal soporte.

En el otro campo del movimiento obrero que venimos considerando, el comunista, el Partido Comunista ruso es obviamente el partido gobernante, a través de su hegemonía en los soviets.

En esta tesitura, y especialmente por lo que concierne al campo socialista o socialdemócrata, para conocer qué es el socialismo, que tareas acomete, hay que mirar principalmente ya los avalares dé cada país, y apreciar el poliformismo socialista de estos años.

Esos grandes partidos, laborista, socialdemócrata alemán, socialista francés, al asumir la responsabilidad de gobernar sus países bajo los condicionamientos del parlamentarismo, y sometidos a las fluctuaciones de la opinión determinante de los resultados electorales, se verán cada vez más retraídos de formular en las resoluciones de la Internacional declaraciones de principios que se avengan poco con sus mucho más modestos programas electorales y con su pragmática tarea como administradores de una sociedad recibida,en la que introducen cambios interesantes, pero modestos en relación a los objetivos declarados del socialismo. Tanto más cuanto que se trata de un período en el que frente al fascismo ya es un objetivo primordial el salvaguardar la democracia formal.

Una piedra de toque ejemplar, por ejemplo, a la que nos referimos porque, dada su magnitud, no requiere dar muchos detalles para comprender lo que venimos diciendo, será el problema de las colonias.

Es obvio que ninguno de estos gobiernos de partidos pertenecientes a la II a

Internacional acometió la descolonización de los territorios sometidos, fuera a la Corona británica, belga, holandesa, o a la República francesa. Era bien clara la definición sobre imperialismo y el colonialismo de la IIa Internacional en sus tiempos clásicos, pero la vía elegida hacia el poder entrañaba sus limitaciones sobre el ejercicio posible del poder. Las colonias tuvieron que emanciparse, en el grado en que cada una pudo hacerlo, mediante violentas "luchas de liberación nacional" o "guerras de liberación nacional" que en algunos casos tienen su inicio precisamente en este período de entreguerras.

Es inevitable constatar a este respecto que si bien el régimen soviético fue nada respetuoso hacia dentro con los derechos civiles individuales, fue en cambio verdadero campeón internacional del anticolonialismo, y valedor y ayuda de los movimientos de liberación de los pueblos coloniales explotados por las potencias eurooccidentales.

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Mas el examen de lo que hemos dado en llamar poliformismo socialdemócrata o socialista del período de entreguerras, la diversidad de estilos de pensamiento y de práctica política que se siguen en estos años, será examinado en otra unidad que estructuraremos por países y áreas de similitud. Por ahora concluiremos ya resumidamente el curso de las internacionales en el período de entreguerras.

En el Congreso de Hamburgo (mayo de 1923) se produjo el reencuentro de la IIa

Internacional y de la Unión de Viena o "Segunda y Media". Fue un Congreso numeroso e importante por este hecho. Los "reconstructores" o Unión de Viena, a la que como vimos se adhirió el PSOE, acudían a una fórmula en la que por lo menos era posible la convivencia y alguna cooperación entre fuerzas relativamente distintas, empujados a ello por la intransigente denuncia que mantenía la Internacional comunista, y a escala de cada país, los disciplinados militantes comunistas, de todas las organizaciones e individuos que no hubieran asumido la línea de las "Veintiuna Condiciones".

Por otra parte, asumida la imposibilidad real de unificar el internacionalismo, juzgaron que el modo más oportuno de dar cierta proyección internacional a sus planteamientos sería formar una sola Internacional con el resto de los laboristas y socialdemócratas que, fuera de los Estatutos tradicionales, no tenían especiales condiciones de adhesión, conformándose una Internacional menos operativa, pero donde de hecho estaban organizaciones que desarrollaban una gran autonomía de pensamiento y que practicaban distintas estrategias en cada país.

La IIa Internacional empezó a denominarse Internacional Obrera Socialista (IOS), y se consideró que aquí comenzaba una nueva singladura, de la que Hamburgo sería tomado como su primer Congreso. De España estuvo Andrés Saborit.

La IOS fijó su sede en Londres, su presidente sería el británico Henderson, y a Federico Adier se le eligió como secretario adjunto.

El Congreso de Marsella (1925) se celebró en esta ciudad francesa del 22 al 27 de agosto y de España asisten Julián Besteiro, Largo Caballero y Andrés Saborit.Tan importante representación se explica porque en él se iba a tratar del problema del Rif. Besteiro sería uno de los ponentes, y España estaba directamente involucrada en la guerra de Marruecos, junto con Francia, contra los deseos independentistas de los rífenos, y el PSOE libraba una dura batalla en tomo a todo este asunto.

El Congreso de Marsella aprobó en este sentido una resolución en la que se pedía el inmediato cese de las hostilidades, el concluir la guerra que Francia y España mantenían en Marruecos contra los indígenas que, acaudillados por Abd-el-Krim, deseaban constituir la República de Rif y que así mismo se reconociese ésta en el tratado de paz, siendo aceptada como miembro en la Sociedad de Naciones. En este sentido venía a ratificarse la postura previamente acordada en una conferencia mantenida al efecto con anterioridad por socialistas británicos, franceses y españoles (París, 28 de julio de 1925).

Por lo demás, se trataron muchos asuntos concernientes a las condiciones del trabajo y la condición de vida de las clases populares y comenzó la etapa de "tecnificación" de los problemas, esto es, de los informes elaborados por peritos o por técnicos en las distintas materias, que señalaban alternativas más o menos viables dentro de su tramitación por la vía parlamentaria o por la vía de la presión-negociación de los sindicatos.

Las preocupaciones se orientaban fundamentalmente en tres direcciones: mejora de las condiciones de trabajo, con especial atención a la legislación protectora del trabajo. Lucha por la paz, en el sentido de reforzar el papel de la Sociedad de Naciones

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(Ginebra),en la que la Internacional había puesto muchas esperanzas, así como en su supuesta capacidad de arbitraje en los conflictos internacionales.

En tercer lugar la resistencia al auge del autoritarismo contrarrevolucionario (Mussolini se había impuesto en Italia en 1922, y Primo de Rivera en España, en 1923), aunque en esta materia, aparte de las protestas, como la que en este Congreso se hace del asesinato del líder socialista italiano Matteotti (junio 1924), no se hace sino coordinar las funciones de intentar la consolidación de los regímenes constitucionales en los países donde no habían sido violados.

Con respecto al fenómeno comunista, la internacional acuerda recomendar el reconocimiento diplomático del Estado Soviético por los países que no lo habían hecho, pero no se intenta paso alguno de aproximación a la Internacional comunista.

La IOS traslada su sede a Zurich, y Federico Adler pasa a ser su presidente. Julián Besteiro se incorpora al Ejecutivo de la Internacional que estaba constituido por treintaiocho miembros.

El Congreso de Bruselas (1928) acentúa el sesgo de tratamiento técnico de los asuntos. Los historiadores comunistas lo describen como reflejo del abandono de la lucha de clases y de búsqueda de una composición "armónica" con los intereses de la burguesía. Un historiador laborista, como D.G.H. Cole, escribe:

"El largo informe presentado por la secretaria al Congreso de Bruselas, en su conjunto, no parece el informe de un organismo dedicado esencialmente a la causa del socialismo." El referente principal de las tareas son la Sociedad de Naciones y la Oficina Internacional del Trabajo.

También es cierto que refleja unos años, previos a la tremenda crisis del 29 que se precipitaría al año siguiente, que fueron de relativa bonanza económica, y en los que la clase obrera de los países industrializados pudo ir realizando mejoras salariales notables, así como percibir que empezaba a edificarse en tales países una red de servicios públicos para complementar su bienestar. De momento, parecía tener cierto éxito la concepción gradualista, y los nuevos cauces de Sociedad de Naciones y OIT como instituciones a través de las cuales se garantizaría la paz, y se establecerían paulatinamente acuerdos que fuesen modificando el estatus del trabajo asalariado.

Con respecto a las colonias también se había concebido un cierto evolucionismo. Se decía que el trato despiadado a los indígenas tenía que desaparecer, que la explotación económica de recursos había de tener en cuenta el desarrollo del bienestar y de la cultura de las poblaciones colonizadas y, para ello, los Estados responsables tenían que controlar a las compañías mercantiles que operaban en las colonias. Así mismo, la Sociedad de Naciones tendría que proceder a vigilar cómo las colonias iban adquiriendo grados progresivos de autogobierno. Es decir, el tratamiento del tema colonial venía dado por cierto reformismo humanitario.

Los representantes de países como Francia, Inglaterra, Bélgica u Holanda, ponían grandes dificultades para que en materia colonial pudieran adoptarse resoluciones que pusieran en cuestión los intereses económicos metropolitanos de estas grandes potencias coloniales. Al Congreso de Bruselas asistieron Largo Caballero, F. Azorín, y Andrés Saborit.

El Congreso de Viena (1931), cuarto de la Internacional Obrera Socialista, en esta etapa, tuvo lugar en la capital de Austria del veinticinco de julio al primero de agosto. Se celebra bajo el tremendo impacto de la crisis económica de 1929. La culminación de aquellos años veinte relativamente prósperos, especialmente para las compañías industriales y mercantiles que acumularon enormes beneficios, desembocaba en una

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verdadera catástrofe generalizada del capitalismo. Aunque el desencadenante de la depresión fuera la bancarrota de la Bolsa de Nueva York en octubre del 29, una gran crisis venía ya arrastrando la producción agraria, tanto en Norte América como en los países europeos, con una pronunciada caída en el mercado internacional del trigo. La crisis financiera se proyectó pronto como es sabido sobre el sector industrial, y la espiral desempleo-caída de la demanda -menor consumo- más y más paro, asoló las sociedades industriales, -adquiriendo tal magnitud la depresión como para impactar con efectos destructores a los más lejanos países productores de materias primas, o sujetos al monocultivo de productos naturales para la exportación.

"La exportación de capital americano llego a su fin. Los americanos no sólo dejaron de invertir en Europa, sino que vendieron los valores extranjeros que poseían. Esto desbarató las bases de la resurrección postbélica de Alemania, y por consiguiente, de un modo indirecto de una gran parte de Europa (....) "Entre 1929 y 1932, representando este último año el fondo de la depresión, se calcula que la producción mundial descendió en un 38 por ciento, y que el comercio internacional mundial cayó en unos dos tercios. En los Estados Unidos el ingreso nacional bajo de 85.000 millones de dólares, a 37.000 millones."

"El desempleo, un mal crónico desde la guerra, adquiría ahora las proporciones de una peste. En 1932, había 30 millones de personas desempleadas estadísticamente registradas en el mundo; y esta cifra no incluía a los millones que sólo podían encontrar trabajo durante unas pocas horas a la semana, ni a las masas de Asia o de África de las que no se tenían estadísticas".

"La gente se veía espiritualmente aplastada por un sentimiento de inutilidad; meses y años de infructuosa búsqueda de trabajo dejaban a los hombres desmoralizados, aburridos, amargados, frustrados, y resentidos. Nunca había existido tal despilfarro, no sólo maquinaria que ahora permanecía parada, sino la fuerza de trabajo, disciplinada y preparada con que se construyeron todas las sociedades modernas."83

En medio de aquella pavorosa crisis del sistema capitalista mundial, tenía lugar el Congreso de la IOS de Viena de 1931. Para la tendencia revolucionaria se interpretaba que aquello significaba la crisis final del capitalismo, aquel punto en el que no satisfaciendo la necesidad de subsistencia de las masas, el proletariado provocaría la transformación del sistema, estableciendo por medio de la planificación un modo más racional de asignación de recursos y distribución de las rentas.

La IOS, reunida en Viena, juzgó que ciertamente se trataba de la crisis más grave conocida en la historia del capitalismo, pero que aún siendo así se trataba de una crisis cíclica más, de la que se saldría hacia una nueva recuperación y florecimiento, no adoptando desde luego resoluciones en el sentido de invertir la situación mediante cambios que alterasen bruscamente los fundamentos del sistema.

A finales del año anterior, en octubre de 1930 se había reunido la dirección permanente de la Internacional Socialista con los dirigentes de la Internacional sindical afín, la Federación Internacional de Sindicatos, deAmsterdam, portante ya en plena crisis, y en el informe resultante de la Comisión, creada al efecto, se criticaba de la marcha del capitalismo el no haber mantenido una participación de los trabajadores en la renta lo suficientemente alta como para haber sostenido la demanda.

Por lo tanto, recomendaba recuperar la capacidad de compra de la clase trabajadora para estimular el mercado, disminuir el número de horas de trabajo, alargar el período escolar para reducir el desempleo juvenil, al tiempo que, por otra parte, contribuyera el

83 R. Palmer y J. Colton. Ob. CU.. p. 545-546.

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Estado mediante la mejora de los subsidios y el incremento de las obras públicas.Entre tanto, la vida social se degradaba en las naciones europeas; especialmente

grave por sus consecuencias mundiales fue el fracaso de la socialdemocracia alemana. Por un lado, la burguesía se sentía amenazada por el malestar obrero, por otra parte muchos trabajadores empezaron a preocuparse por tener un puesto de trabajo a cualquier costa, más que del modo de elegir a los gobernantes y de sus escrúpulos democráticos, y antes de que volviera a reunirse otro Congreso de la IOS, Hitler fue nombrado Canciller de Alemania (30 de enero de 1933).

Al Congreso de Viena de 1931 asistieron los españoles Manuel Alvar y Francisco Largo Caballero. Largo asistía como flamante ministro de trabajo en el Gobierno republicano de Manuel Azaña. Los socialistas españoles también pudieron experimentar el sesgo dramático de aquella coyuntura histórica y, en pocos años, se vieron forzados a pasar de una política suavemente reformista en el plano económico, a una tremenda presión de masas, a una huelga general insurreccional en 1934 y, en definitiva, dos años después, a la guerra civil.

El acceso de Hitler al poder, y la consecuente destrucción del imponente aparato organizativo y propagandístico de la Social-Democracia alemana uno de los principales soportes de la IOS, verdaderamente conmovió a los dirigentes de ésta,por cuanto mostraba que el fascismo no era simplemente una enfermedad política de los pueblos atrasados mediterráneos o balcánicos (desde 1929, Yugoslavia padecía también un régimen dictatorial reaccionario).

Esto determinó que la Internacional Obrera Socialista celebrase una Conferencia en París del 21 al 25 de agosto de 1933, para tratar de afrontar de manera concertada el crescendo del fascismo en Europa.

Pero las estrategias propuestas fueron tan distintas como para que no se llegara a acuerdos operativos comunes. Algunos delegados defendieron entonces una respuesta radical de efectiva movilización de masas, pero no fue asumida.

"La conferencia socialista convocada en agosto de 1933 en París, con un sólo punto en el orden del día: "Táctica y estrategia del movimiento obrero durante el período de la ofensiva fascista", puso de manifiesto la confusión que dividía a las filas socialistas en tres tendencias.

"En la izquierda, y unidos en la moción, Alter, Pietro Nenni, Robert Grun, Zyromsky Paúl Henri Spaak, preconizaban una táctica "revolucionaria" bastante afín a la del Komintern: era preciso que la lucha proletaria por la conquista del poder y la implantación de una dictadura del proletariado gane en rapidez a los fascistas,sin temor al conjunto de la reacción y del fascismo. En la derecha,bajo la batuta de los socialistas británicos, los escandinavos, checos y polacos preconizaban, por el contrario, la total ruptura con estas teorías y organizaciones comunistas: en lugar de empujar a la reacción hacia el fascismo, era preciso esforzarse en ensayar un socialismo abierto, adaptado a la evolución económica, atractivo incluso para las clases medias, de tal manera que contribuyese a reforzar, en vez de a debilitar, el armazón democrático de las naciones. Y en el centro, Adier, León Blum y Vandervelde, fieles siempre a la línea tradicional del radicalismo marxista, sostenían la necesidad de que el socialismo conservara su identidad proletaria y revolucionaria, aunque distinta del bolchevismo:la unidad de acción con los comunistas en el campo limitado del antifascismo podría ser planteada a condición de que los comunistas detuvieran sus ataques contra el "socialfascismo". En resumen, los jefes socialistas, doctrinarios impotentes, no encontraban una salida airosa

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entre el Caribdis fascista y el Escila comunista.84

OTROS CONGRESOS DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA.

En el cuarto de siglo que abarca la existencia de la Illa Internacional o Internacional Comunista (1919-1943) podemos apreciar importantes cambios de estrategia, que se deben al diferente sesgo que toman las perspectivas revolucionarias en el mundo, principalmente en Europa, y podemos apreciar también notables fluctuaciones internas, que se deben a la evolución del Proceso revolucionario ruso, al combate interior sobre cómo hade conducirse la revolución (para algunos mera lucha por detentar el poder), especialmente notables tras la muerte de Lenin en 1924.

La Internacional socialista (IOS) durante ese período sigue una estrategia mucho más uniforme. Tras la fusión de la IIa y IIa y media en el Congreso de Hamburgo, acaba pronto imponiéndose la línea del parlamentarismo y la "ortodoxia constitucional" como vía institucional del reformismo evolutivo, y como lemos podido apreciar, ni aún siquiera el evidente crescendo del fascismo, con todo lo que de aniquilador tenía éste para el movimiento obrero, hizo que se alterase esa actitud como línea predominante.

Precisamente esa línea monocorde, que comprendía como actitud con respecto al fenómeno comunista el reconocimiento del Estado soviético y el rechazo de la intervención extranjera contra la República de los Soviets, pero a la vez el claro distanciamiento y progresiva diferenciación de los comunistas, va a ser un muro contra el que se rompan reiteradamente las estrategias diseñadas sucesivamente por la III a

Internacional, cuando esta pretenda plantear políticas de tipo unitario.El desgarro producido en el seno de las organizaciones obreras socialistas con el

nacimiento traumático, escisionista, de los partidos comunistas (o, en su caso, con la expulsión abrupta de los no comunistas donde estos consiguieron mayoría) será un trauma cuyos efectos van a estar presentes durante todo el esto de este período.

En este punto existe una diferencia fundamental con respecto a las luchas de otro tiempo entre marxistas y anarquistas. Eran familias diferentes que desde sus irígenes se habían ido constituyendo poco a pocoJntegrando cada uno por su parte elementos del proletariado, pero no se había hecho la una a costa de espojar a la otra. Los partidos comunistas surgían, en cambio, de la polémica interna del socialismo, y de hecho rompieron amistades fraternales entre los camaradas de trabajo, y confrontaciones agrias por la posesión de organismos ue se habían edificado juntos.

El carácter desmesurado del lenguaje comunista de la época ("social-patriotas", "social-fascistas", "sindicatos amarillos", "traidores a la clase obrera", etc) dejaron graves heridas en aquellos viejos militantes cargados de años en que la lucha obrera, cualquiera que fuese su estrategia, era una lucha muy dura y comprometida. Recordemos el airado texto antes transcrito de Pablo Iglesias:

"¿Pero es amarilla la UGT?".Por otra parte, al observar los sucesivos giros de la estrategia comunista también hay

que apreciar, sin embargo, la notable inquietud por adaptarse rápidamente y con

84 Annie Kriegel, en "Historia General del Socialismo". Varios autores Vol Barcelona 1982 de

1918 a 1945, p. 141-142. Ed. Destino.

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agilidad a las fluctuaciones políticas de una Europa que evolucionaba vertiginosamente de la estabilidad del régimen parlamentario al autoritarismo fascista, de una Europa tan convulsa que en muy pocos años desembocó en otra guerra mundial (1939-1945). Unos giros a veces de tantos grados, y dados tan rápidamente, que hicieron caer y destrozarse a sucesivas promociones de líderes, y que sólo podían soportar unos partidos tan disciplinados como los partidos comunistas, dispuestos a acatar por encima de todo las decisiones de los organismos centrales de la I.C.

El IIIer Congreso de la I.C. celebrado en Moscú en 1921, supuso ya un giro notable de estrategia con respecto a parte de lo que se decía en las Veintiuna Condiciones.

Este Congreso tuvo lugar del veintidós de junio al 12 de julio de 1921. La delegación española era heterogénea. Iban miembros del Partido Comunista Español (originado en la escisión de las Juventudes) del Partido Comunista Obrero Español (originado en la escisión del PSOE), que todavía no se habían fundido en uno, lo que se haría enseguida, y de la Confederación Nacional del Trabajo (Andrés, A.Nin, Arlandis, Jesús Ibáñez y Joaquín Maurín) que se había adherido entonces a la I.C.

Pues bien, si las Veintiuna Condiciones acababan de exigir una estrategia divisionista, útil ciertamente para provocar la rápida constitución de partidos comunistas allá donde vinieran existiendo organizaciones socialistas, los nuevos comunistas iban a recibir en Moscú en 1921, el acuerdo sobre el "frente único proletario", lo que a no pocos delegados, como a los españoles, les sería muy difícil asumir, pues ahora tendrían que plantear la unidad de acción con aquellos que acababan de repudiar como pseudorrevolucionarios.

Mas este giro tenía su cierta lógica pues, como ya sabemos, el sentido básico de la Illa Internacional descansa sobre la idea originaria presente en la misma Revolución de Octubre de que la revolución proletaria es una revolución mundial, de la que la revolución en Rusia es sólo el primer acto. En 1919 todavía estaban convencidos de que tras la guerra se extendería la revolución a otros países. Pues bien, hacia 1921 se empezaba a percibir que la efervescencia revolucionaria declinaba. Pero no sólo eso, sino que ya había algunas experiencias tangibles de fracasos recibidos en intentos revolucionarios, llevados a cabo donde se esperaba que tenía más posibilidades inmediatas la revolución. En Alemania, tras el inicial fracaso de la insurrección espartaquista, tras el asesinato cruel de Carlos Liebknecht y de Rosa Luxemburgo, se vuelve a repetir la derrota obrera en marzo de 1921, cuando el Partido Comunista alemán llama a la huelga general, que se transforma en Sajonia en insurrección armada, y que acaba siendo aplastada por un neomilitarismo que, bajo la República admistrada por socialdemócratas, empieza de nuevo a levantar cabeza.

La revolución no iba a ser tan inmediata, por lo menos. Ahora bien, si para tomar al asalto la ciudadela capitalista lo urgente y necesario es disponer de un partido bolchevique, para poner asedio a la plaza -conforme se dijo- era necesario articular una formacion mucho mas amplia y numerosa.

Para una tarea de resistencia frente a la contraofensiva reaccionaria, y de relanzamiento del movimiento de masas, había que contar con las otras organizaciones obreras, pues por muy disconforme que se estuviera con respecto a sus planteamientos teóricos, era indudable su presencia y su ascendiente entre los trabajadores.

Por otra parte, el radicalismo del movimiento inicial, útil al objeto de deslindar los campos, se hacía peligroso, en el sentido de producir acaso un alejamiento de las masas, puesto que la mayor parte de los trabajadores no compartían esa radicalización revolucionario-inmediatista, ni comprendían bien la crítica despiadada a quienes por

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muchos años habían sido sus dirigentes.Lenin describe el "izquierdismo" como "enfermedad infantil" del comunismo, y

señala a los comunistas un estrecho camino con márgenes muy ajustados: es preciso evitar el oportunismo y el sectarismo. El oportunismo significa sacrificar los principios en holocausto al éxito inmediato, a obtener de momento el apoyo de las masas, pero mediante una acción contradictoria a los principios, esto es, que nos aleja del objetivo final.

Puede haber un oportunismo de derechas, una búsqueda del éxito y del aplauso inmediato que aleja del fin mediante una desviación derechista. Puede haber un oportunismo de izquierdas, que obtiene el aplauso y el beneplácito inmediato mediante una actitud maximalista extemporánea que, ocasionalmente, desvía hacía la izquierda para caer en el fracaso, y que aleja o retrasa el camino hacia el fin por los efectos destructores de ese fracaso.

Por otra parte, si se cree en la imprescindible actuación de las masas, en la necesidad de la estrategia de masas, el otro peligro es el sectarismo.

El no actuar sino con los idénticos, el no ser capaz de hablar sino en los términos en que pueden entender y ser persuadidos los que ya están convencidos.

Una consigna del IIIer Congreso es ¡ir a las masas!, que trata justamente de svitar el sectarismo.

Es cierto que la intención de esta consigna es encabezar las reivindicaciones de las masas y desplazar a los elementos socialistas y socialdemócratas de ese iderazgo y, para ello, es preciso tomar los objetivos que las masas pueden asumir, y llevarlos sólo tantos pasos más allá como sea posible con tal de no despegarse de las masas. Pero en ese ir hacia las masas hay un encuentro con as otras organizaciones de masas.

En la relación con los otros, en la convergencia de la acción, el estrecho amino exige no renunciar a las ideas; explicar el sentido o la dirección del paso, por corto que sea,en coherencia con las ideas, y no perder en nada la integridad le la organización propia, no diluirla, sino por el contrario, reforzarla y ampliarla a través de ese papel relevante y más activo que se representa en la acción, lunque sea conjunta o junto a otros.

Toda esta nueva estrategia, "ir a las masas", "frente único", supone, desde Jego, un cierto viraje respecto al divisionismo que entrañaron inicialmente las veintiuna condiciones", e incluso con respecto a los objetivos de revolución imediata.

Se ha comparado en el terreno de la estrategia política con la NEP en lo económico, y no es casual que se implanten casi al mismo tiempo, porque ambas obedecen al impulso de atemperarse para capear el temporal de dificultades sobrevenidas al proyecto revolucionario.

En este IIIer Congreso también se planteó el debate sobre la NEP. No todos en la órbita comunista la aceptaban de buen grado. Hacían incluso mella las críticas de la propaganda burguesa, dirigida en el sentido de que los soviets reinventaban el mercado para estimular su economía. Los dirigentes leninistas, que soportaban incluso una crítica dentro de su propio partido tuvieron que justificarla con esfuerzo.

Otra vez encontramos que todavía existía un intenso debate interno en estas organizaciones. En este contexto de intentar el "frente único" hay que situar por parte de los comunistas su asistencia a la Conferencia de las tres Internacionales (en Berlín, 2-5 de abril de 1922) a la que nos referimos anteriormente como fruto de los trabajos que con otra intención, la de unificar las Internacionales, había gestionado la Unión de Viena o "dos y media".

El IV Congreso de la IC tiene lugar, como todos, en Moscú, del cinco de noviembre

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al cinco de diciembre de 1922. Asisten delegaciones que reflejan la implantación, en mayor o menor grado, de la IC en cincuenta y ocho países. Con la excepción de China, predomina como más notable la implantación europea.

Con respecto a la mejor comprensión de los debates del IV Congreso de la IC es importante fijarnos en la fecha: El Congreso se reúne en noviembre-diciem-bre. En octubre del mismo año 1922 se había producido la famosa "marcha sobre Roma" de los camisas negras italianos, acaudillados por Benito Mussolini. Su partido era notablemente minoritario en la Cámara; en las elecciones de 1921, no había obtenido sino treintaicinco escaños sobre un Parlamento de más de quinientos. Sin embargo, bajo la presión de este acto de fuerza, el gobierno dimite y el rey de Italia encarga a Mussolini formar gobierno, que en un principio lo fue de coalición con otras fuerzas conservadoras y guardando las apariencias constitucionales; luego vendría el progresivo recorte de libertades y después la dictadura mussoliniana.

Pero no era menester la predicción para saber lo que era el fascismo. Bastaba haber escuchado a su líder y haber tomado nota de las acciones de sus "squadristi", escuadras o grupos de choque paramilitares.

La ideología nacionalista del fascismo hizo concebir a Mussolini la idea de que la lucha de clases tenía que ceder ante el interés supremo de la nación italiana.

La organización política en partidos contendientes, y la organización económica en sindicatos y patronales antagónicas, significaban la división, el enfrentamiento como sistema, y la disolución de la nación. Mussolini abominó del sistema político liberal y, cambiando mucho sus posiciones iniciales, pasó a declararse leal con la monarquía y fiel respetuoso de la Iglesia Católica, por cuanto ambas instituciones suponían como elementos de unidad para el pueblo italiano.

En la misma dirección va su paso desde un radical agitador de la conflictividad social, a un severo defensor de la legalidad "nacional" y, por tanto, de la propiedad, del orden y del trabajo.

En cuanto los squadristi comenzaron a actuar como rompehuelgas, a asaltai y quemar sedes de los sindicatos (nunca de los bancos), a dar generosas dosis de aceite de ricino a los concejales de izquierdas que osaban hablar y no dimitir, a dar palizas a los jóvenes izquierdistas; enseguida comenzó a disponer de abundantes fondos para conseguir un rápido desarrollo de su aparato organizativo, en el que no sólo se inscriben los hijos de aquella burguesía temerosa ante la ola revolucionaria, y frustrada por la perspectiva de las crisis, sino también una parte considerable del lumpen-proletariado e incluso, obreros desencantados o desesperanzados de la izquierda.

Todo esto era notorio antes de que Mussolini alcazara el poder. En definitiva, que el fascismo era la forma más contundente y brutal de la contrarrevolución.

Ahora bien, si el fascismo estaba contra la revolución socialista y se presentaba a sí mismo como portador de una revolución superadora de la lucha de clases, la bestia negra del fascismo, el enemigo por antonomasia, eran los comunistas.

Ante este panorama europeo, cada vez más tenebroso, la IC reafirma en su Congreso de 1922 la consigna del frente único o del bloque obrero.

Pero no sin ciertas dificultades y con poco éxito. Las dificultades vienen de fuera y de dentro. De fuera, porque la socialdemocracia esta en otras estrategias institucionales, en una orientación parlamentarista, en una ¡dea de capear el temporal con apaciguamientos, ante el temor de que una radicalización de estrategias llevara más el agua de la burguesía al caudal de las alternativas autoritarias que -con diverso grado de intensidad- hacen presencia en todos los países europeos.

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La dificultad interna a la consigna del frente único o bloque obrero es parecida a la dificultad que, como vimos con respecto al Congreso anterior, presentaba asumir la NEP. Los que se consideran más radicalmente fieles a la Revolución de Octubre se preguntan si la NEP y el frente único no son un paso atrás, una claudicación.

Concretamente, ¿a qué lleva el frente único más allá de la mera protesta y 'esistencia?, ¿a un gobierno parlamentario de coalición de izquierdas?, ¿a un gobierno revolucionario que estructure nuevas formas del poder obrero y cam-aesino?. Ambas interpretaciones circulan entre distintos líderes de la IC y son abjeto de un crudo debate interno. Para unos, lo primero es desdecirse de lo que labia justificado la escisión del socialismo y la definición primera del comunismo, para otros, es la fase históricamente precisa para continuar avanzando hacía el proyecto comunista.

Para resaltar esa no abdicación del propio planteamiento ideológico que ustifica la existencia diferenciada de los comunistas, se pone fuerte acento en sus objetivos posteriores, asícomo en preservar su independencia orgánica, con o que se sienten necesitados de mantener un tono de propaganda y un estilo de lenuncia "a los que rompen la unidad obrera" que ahora quieren los comunistas, ¡ue obstaculiza, en definitiva, la consecución de sus propósitos.

Hacia 1922 todavía se encuentran en el seno de la IC algunas entidades idílicas y sindicales que se adhirieron en pos de un radicalismo revolucionario, que sentían el mismo menosprecio por el parlamentarismo que los leninistas, entre ellas hay que situar organizaciones procedentes del anarco-sindicalismo o indicalismo revolucionario. Estas influyen en que el IV Congreso de la I.C. pruebe también la independencia orgánica entre la IC y la Internacional Sindical Roja85, constituida por los sindicatos que se sitúan en línea con la IC, lo que de todos modos no impide poco después la recreación en Berlín de la Asociación Internacional de Trabajadores, llevada a cabo por anarco-sindicalistas de Francia, Alemania, Holanda, Suecia y España.

El V Congreso de la Internacional Comunista tuvo lugar en Moscú, del diecisiete de junio al ocho de julio de 1924.

El año anterior había conocido el fracaso de movimientos obreros insurreccionales en Alemania, Bulgaria y Polonia. Por otra parte, en España, había comenzado la Dictadura del general Primo de Rivera, que aún sin tener unas características de brutalidad semejante al fascismo mussoliniano, sí compartía el modelo de "Estado corporativo" y rasgos propios del totalitarismo (suspensión de los Partidos Políticos, disolución del parlamento, censura previa, abuso policíaco, militarismo, etc).

Lenin había fallecido en enero de 1924, y el Congreso de la I.C. se celebra en junio-

85 "Del tres al diecinueve de junio de 1921 se reunió en Moscú el Congreso Constituyente de la

unificación de los sindicatos revolucionarios, al que asistieron 380 delegados de 41 países en representación de diecisiete millones de trabajadores sindicalizados. La nueva organización adoptó el nombre de Internacional Sindical Roja. Según los estatutos aprobados por el Congreso, sólo podían ser miembros de ella las organizaciones que aceptaran las disposiciones básicas de la lucha clasista, la necesidad de la revolución social y la dictadura del proletariado, y que se obligaran a marchar de acuerdo con los respectivos partidos comunistas. Estas condiciones cerraban la organización y le impedían, desde el comienzo, ser el centro de una amplia unidad universal de la clase trabajadora. (...). "La Internacional Sindical Roja Continuó su labor organizadora y esclavizadora durante los dieciséis años de su existencia. Al cabo, para dar curso a un proceso más amplio de unificación, resolvió disolverse en 1937.

(Rubens Iscaro.. "Historia del Movimiento Sindical". Ed. Ciencias del Hombre. Buenos Aires, 1973. Vol I, p. 124-125.)

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julio. Esto supone mayor dificultad con respecto a las tensiones internas, pues ha desaparecido el hombre que, con su ascendiente moral revolucionario, inclinaba la balanza hacia sus tesis sin necesidad de silenciar o exterminar a los disidentes.

La circunstancia internacional, lejos de justificar la idea de extensión de la revolución y las teorías de la "revolución permanente", lleva a tener que reconocer por lo menos que es preciso enfrentarse con una "estabilización provisional del capitalismo".

En consecuencia, con respecto a la Revolución Soviética, se va a abrir paso la teoría que formula Stalin de la "revolución en un solo país". Hay que edificar el socialismo en un solo país. Dada la inmensa magnitud de ese país y su variedad de recursos potenciales, ello se intentará llevar a cabo en los años siguientes mediante los planes quinquenales a los que aludimos anteriormente.

La Internacional Comunista asumirá como una función básica defender la consolidación de la revolución establecida, de la que en mejor momento se tomará fuerza para la expansión de la revolución; esto es, la IC será escudo de la Revolución Soviética.

Las nuevas directrices, la bolchevización de los partidos y depuraciones, responden a la necesidad de consolidar a su vez las organizaciones comunistas de todos los países, a hacer de ellas un todo muy compacto, disciplinado, operativo, diferenciado.

La bolchevización de los partidos comunistas, o reestructuración de los mismos a imagen y semejanza del Partido Bolchevique, suponía reforzar el llamado "centralismo democrático", esto es, el protagonismo de las cúpulas dirigentes, su hegemonía directiva sobre los organismos inferiores de la organización. Lo correcto no sería hablar de superior o inferior en este modelo de organización, sino de centro y periferia de la organización, que se concibe pues, como una sucesión de círculos concéntricos del Comité Central que es el núcleo, hasta las células, expresión periférica final o borde de la acción. Los impulsos vitales de esta organización laten de dentro a fuera. Un buen ejemplo que subraya esto, que pudiera parecer más natural en cuanto a la acción, es el modo de crear a opinión o pensamiento orgánico, que también procede del centro a la periferia, partiendo de informes, documentos, tesis, etc. que surgen de los organismos centrales para irradiar el "debate" y enriquecimiento hacia los radios más periféicos.

(Recuérdese que, por el contrario, en la estructura clásica de la Internacional se procedía a este respecto por proposiciones emanadas desde las secciones; la "clásica memoria de proposiciones" a los Congresos de distinto nivel, siendo as órganos ejecutivos, ejecutores -valga la ilustriva redundancia- de los acuerdos elaborados de ese modo).

En segundo lugar, la aplicación generalizada de la teoría leninista de los berados del trabajo asalariado ordinario, que pasan a ser subsidiados de la organización, a tiempo entero, y que llevan la dirección y los contactos, las tublicaciones, las relaciones externas, los resortes en definitiva del organismos, los que en otro tiempo fueron peyorativamente llamados "profesionales de la evolución".

Por último, la estructuración de la periferia organizativa en sus células de empresa, radicadas en los centros de trabajo, de estudio o en las dependencias [dministrativas. (Con la dificultad que ello tiene de articular a los parados o a los adherentes que no son trabajadoras o trabajadores activos).

La clásica articulación por secciones territoriales, fiel reflejo de los distritos electorales de la "democracia burguesa", desaparecían con este modelo, que retendía organizar un aparato sumamente dinámico en la agitación, eventualmente dispuesto para

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la lucha civil y que preconfiguraba la "democracia de los soviets". Era, a la vez, obviamente, una estructura muy adecuada al modo de irección propia del centralismo democrático.

En los años que median entre este V Congreso (1924) y el siguiente, que no e celebra hasta 1928, el mecanismo de las depuraciones se irá decantando rácticamente como stalinización de los partidos comunistas.

El mismo sentido de reforzar la cohesión interna, sin interferencias de ninguna specie, lleva al V Congreso a acordar la incompatibilidad entre la pertenencia I partido comunista y a la masonería.

El VI Congreso de la IC no se celebró hasta 1928, teniendo lugar en Moscú, el diecisiete de julio al uno de septiembre. Ese prolongado lapso de cuatro años ue rompe la frecuencia periódica anual o bianual con que venían celebrándose los Congresos de la IC suele atribuirse a las dificultades internas que tuvo el stalinismo para consolidar su poder.

Entre medias de esos cuatro años, desde el Congreso anterior, se celebrabran varias reuniones del Comité Ejecutivo Ampliado -al que se incorporaban dirigentes de todos los partidos comunistas adheridos-, y fue en una de esas reuniones del CEA cuando se resolvió la expulsión de Trotsky y de Zinoviev (sesiones de noviembre-diciembre de 1926)86, así como de sus más directos y significados seguidores. Zinoviev sería sustituido por Bujarin en la dirección de la IC.

Junto a las diferencias sobre problemas internos acerca del modo de conducir la revolución en Rusia -críticas de los trotskistas a la NEP- se habían agregado notables diferencias en cuanto al modo de concebir la revolución en el mundo y, por tanto, al papel de la IC y de los partidos adherentes.

La tesis estalinista de la revolución en un solo país, y de la consecuente priorización del objetivo de salvaguardar la integridad de la revolución en Rusia, lleva en ocasiones a mantener posturas negativas para la potencialidad revolucionaria de los comunistas en otros países, lo que fue causa de discordias en estos y en la dirección misma de la IC. En particular, y de modo más notable y discutido, en lo concerniente a la revolución en China, a la que nos referiremos con más detalle en otro epígrafe, debatiéndose en este sentido el tipo de alianzas y de objetivos que deberían asumir los comunistas chinos.

En ese período, que va de 1924 a 1928, adquiere gran importancia para la IC todo lo concerniente a la lucha antiimperialista o liberación de las colonias. Bloqueado el proceso revolucionario, de momento, en occidente se vuelven las miradas al oriente y a las demás zonas coloniales, considerándose como un objetivo sumamente importante de la lucha anticapitalista la lucha antiimperialista: dar batalla al capitalismo en sus colonias.

Con ello se alteraba notablemente la teoría tradicional del socialismo europeo, reflejada en los acuerdos de la la y, sobre todo, de la IIa Internacional, y que aún se refleja en el Manifiesto aprobado en los orígenes de la IIIa, según todo lo cual la liberación de las colonias sería fruto de la revolución en los territorios metropolitanos.

El VI Congreso establece la doctrina de que la lucha de clases a nivel mundial es una lucha entre la Unión Soviética y las potencias capitalistas, siendo aliados de la Unión Soviética los miembros de la IC, así como los pueblos explotados e irredentos que se levanten en lucha de liberación antiimperialista y revolucionaria (es a su vez época de

86 Amaro del Rosal. Ob. cit. Vol II, p.220

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gran exacerbación anti-socialdemócrata, en la que se llega a pensar que la derrota del fascismo requiere la fase previa de sustraer a las masas de toda influencia sobre ellas de aquellos a quienes se moteja como "social-fascistas").

Coherentemente se establece también una nueva interpretación teórica sobre las guerras, distinguiendo entre guerras entre estados imperialistas, guerras contrarrevolucionarias, esto es, contra Estados proletarios, y guerras nacional-revolucionarias o de liberación de las colonias.

Lo dicho anteriormente por Lenin sobre la Primera Guerra Mundial sería aplicable a las primeras. Con respecto al segundo caso, el objetivo del proletariado alentado por los partidos comunistas no puede ser otro sino proteger a la Unión Soviética y trabajar activamente por su triunfo en un tal conflicto. Por lo que se refiere al tercer supuesto su tarea es contribuir a la liberación de los territorios coloniales.

Basados en estos esquemas se llevará a cabo una permanente "lucha por la 3az", que consistirá en una lucha por las causas de las guerras, sea el imperia-ismo, sea la colonización, sea el armamentismo y belicismo, que preparan las condiciones materiales de la guerra.

La Unión Soviética se sintió de nuevo amenazada de una guerra exterior, y ie aquí hasta el final de la Segunda Guerra Mundial toda su actividad internacio-lal estaría dominada por prevenir esa situación.

La estrategia del "frente único" se reinterpreta en el sentido de desechar el frente "por arriba" y elaborar el frente único por la base, esto es, captar en la dinámica de las campañas y movilizaciones a los trabajadores que venían encuadrados por la orientación socialdemócrata bajo la iniciativa de los partidos comunistas, denunciando la actitud "antiobrera" de los dirigentes socialdemócratas y sus alianzas o concomitancias parlamentarias con determinados sectores le la burguesía, haciéndoles cómplices del imperialismo.

Con lo que el VI Congreso de la IC, en resumen, define las tareas de los partidos comunistas del siguiente modo: "Organizar la lucha por la defensa de la URSS, y por la defensa de la Revolución China; sostener el combate de la beración nacional de los pueblos oprimidos contra el imperialismo; desarrollar i lucha contra la ofensiva del capital, por la satisfacción de las necesidades diarias de la clase obrera, por ganar la mayoría de la clase obrera y por la reparación de sus fuerzas para la lucha por la dictadura del proletariado".

Trotsky tuvo que exiliarse poco después. Durante algún tiempo se consideró lider de un sector de oposición en la I.C. Más tarde entendió que no era recuperable desde dentro y, ya en abril 1930, se reunió en París una primera Conferencia Internacional de los Bolcheviques-Leninistas. Tras la subida de Hitler al poder en Alemania (30-1 -1933) que en parte atribuyen al sectarismo de los análisis estalinistas por su cerrada hostilidad a la izquierda no comunista, se configura la Liga Comunista Internacional (bolchevique-leninista), que reivindica la Revolución de Octubre y rechaza el stalinismo.

El VII y último Congreso de la IC tuvo lugar en Moscú, del veinticinco de julio I veinticinco de agosto de 1935.

Asisten representantes de sesentaicinco países. Tras la depuración de Bujarin no volvió a existir presidencia unipersonal, y Jorge Dimitrov, búlgaro, fue secretario general de la IC.

Al celebrarse este Congreso, Europa se encontraba otra vez a las puertas de una nueva conflagración general. Hitler llevaba dos años en el poder, y el carácter militarista de su régimen no permitía dudar sobre sus propósitos. Los acelerados preparativos de

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reconstruir la armada y el poderoso ejército del Reich, con ostensible menosprecio de las cláusulas del tratado de Versalles, eran igualmente indudables.

Entonces apreciaron los comunistas que el peligro fascista no era sólo un problema nacional, una forma contrarrevolucionaria de la burguesía, sino que, ademas de eso, era un fenómeno de características y peculiaridades propias, con una tendencia agresiva en las relaciones internacionales nueva y distinta de la ya conocida expansión imperialista de las potencias capitalistas. Los nazis se proponían reordenar el mapa europeo y vindicar los "desafueros" subsiguientes a la la Guerra Mundial. Otra vez Alemania era el mayor peligro de Rusia, y el nazismo, el más inmediato peligro para la subsistencia del sovietismo.

Conjurar el peligro fascista, esta peculiar forma de nacionalismo militarista expansivo que tomaba por modelo los antiguos imperios europeos y elegía a sus símbolos de aquella tradición denominadora, fue el objetivo primordial que exigiría de nuevo aplazar propósitos revolucionarios y también introducir importantes rectificaciones tácticas.

El VII Congreso de la I.C. es el que lanza la nueva estrategia de los frentes populares.

El giro sería tan grande que Dimitrov anuncia en su Informe: "... planteamos hoy de una manera nueva, una serie de cuestiones, y en primer lugar la relativa al frente único y a la actitud que debemos observar con respecto a los sindicatos reformistas y a todas las demás organizaciones de masas" (...) "Somos enemigos de todo esquematismo. Queremos tomar en consideración la situación concreta en cada momento y localidad determinada; no obrar con arreglo a un clisé determinado, único para todos los lugares y tiempos, y no olvidar que, en condiciones diferentes, la posición de los comunistas no puede ser idéntica".

En definitiva, los "frentes populares", tenían por objetivo savalguardar las instituciones constitucionales, defender las libertades frente al fascismo; poner un valladar a la expansión del fenómeno. (En 1934, el canciller Dollfuss había aplastado en Austria el movimiento de resistencia obrera antifascista).

El frente popular es un proyecto abierto, ya no sólo a otras fuerzas de masas ubicadas en el campo de los trabajadores, sino incluso a los partidos radicales de la burguesía que se apresten a dar batalla frente al totalitarismo de nuevo cuño.

Mediante los frentes populares se pretende establecer gobiernos parlamentarios de coalición en los que los comunistas participarían, o apoyarían, para esa función de salvaguarda de las condiciones esenciales, al desarrollo del movimiento obrero.

Su programa no se plantea como condiciones prefijadasa las que se demande adhesión, sino que el programa del frente popular incluirá las reformas sociales que sean compatibles con una unidad tan amplia como se pueda conseguir para hacer frente común a la reacción.

La actitud en torno a la vida sindical se intenta hacer coherente con esa nueva concepción de las alianzas que exige la dificultad del momento histórico, y sin renunciar al socialismo como objetivo último, se atemperan las relaciones y se acomodan las reivindicaciones al compás de lo que exige aquella unidad de acción.

Esta vez tendrían más virtualidad práctica las decisiones estratégicas de la IC, pues aún cuando acogidas con desconfianza en las instancias centrales de la Internacional Socialista, al menos en dos países europeos, Francia y España, se llevaría a cabo la fórmula del frente popular en 1936, obteniendo un éxito en las urnas producido en buena parte por el efecto movilizador de la unión misma entre las organizaciones

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obreras y los sectores más progresistas del estamento intelectual y de las capas medias de la sociedad.

En el caso español, la unidad forjada en torno al frente popular, hizo posible en 1936 movilizar con decisión las energías de la clase trabajadora en defensa de la legalidad republicana.

Disolución: A los tres años de comenzar la Segunda Guerra Mundial, en 1943, la III a

Internacional acordó su autodisolución. Ateniéndose a palabras del propio Stalin, parece ser que su existencia se había vuelto contraproducente para a política que habían de llevar los partidos comunistas de cada país. Sus argumentos parecen muy circunstanciales. Acaso se hubiera vuelto también una rémora para la política exterior de la Unión Soviética, y quizá pudiera conseguirse a coordinación de los partidos comunistas sin el aparato formal de compromiso que entrañaba su mantenimiento.

Aludimos a las siguientes declaraciones de Stalin al corresponsal de la agencia Reuter:

"a) La disolución pone fin a la mentira según la cual Moscú pretende inmiscuirse en la política interior de los demás países para bolchevizarlos. Esa mentira ha durado demasiado tiempo.

b) Poner fin a las calumnias de los enemigos del comunismo y del movimiento obrero, según las cuales todos los partidos comunistas de los diversos países no actúan movidos por el interés de sus propios pueblos sino que obedecen a consignas dictadas desde el extranjero.

c) La disolución permitirá a los patriotas de las naciones amantes de la libertad alíar todas las fuerzas progresistas de sus países respectivos, cualesquiera que sean sus opiniones políticas o sus creencias religiosas, para formar un Frente Común de Liberación Nacional, cuyo objetivo sea la extensión de la lucha contra el fascismo.

d) Permitirá también a los patriotas de todos los países unir a todos los pueblos amantes de la libertad en un frente internacional contra la amenaza hitleriana de egemonía mundial, y poner así los primeros jalones de la futura cooperación entre todas las naciones en pie de igualdad."87

Menos circunstancial es la explicación que se contiene en algunos de los párrafos del documento de quince de mayo de 1943, en el que el "Presidium " de la Comisión Ejecutiva de la IC, propone a las secciones la autodisolución.

En dicho documento, tras ensalzar los méritos de la IC durante un cuarto de siglo y recapitular sus servicios a la clase obrera, en el fragmento que más nos interesa al respecto dice que"... la forma para agrupar a los obreros, elegida por el primer Congreso de la Internacional Comunista, forma que correspondía a las necesidades del período inicial del renacimiento del movimiento obrero, iba caducando a medida que se desarrollaba este movimiento y por la complejidad de sus tareas en los diferentes países, llegando incluso a ser un obstáculo para el fortalecimiento ulterior de los partidos obreros nacionales".

Desde la disolución de la IIIa Internacional, un servicio del Comité Central del partido soviético coordinó los partidos comunistas y, dos años después de la Guerra Mundial, en 1947, en una Conferencia celebrada en Polonia (22-27 de septiembre), se creó una Oficina de Información entre los Partidos Comunistas de Europa.

87 Annie Kriegel. Ob. cit. p. 146-147

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NOTA:El próximo Volumen II de "Apuntes sobre el Movimiento Obrero" tratará sobre el

período de entreguerras: El Internacionalismo Sindical (Federación Sindical Internacional -Amsterdam-, e Internacional Sindical Roja); el Socialismo Nórdico; la Revolución China; y los perfiles más significativos del movimiento obrero durante esta época. Bibliografía y cronología.