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GOD. El avión aterrizó sin contratiempo alguno, al poco tiempo de hacerlo, los pasajeros que en el venían comenzaron a llenar los andenes del aeropuerto. De entre todos los que descendieron, yo esperaba a un hombre de edad avanzada al que todos se referían como ‘lo más de los más’, y la verdad es que las referencias que de él hacían propios y extraños, no eran por menos de considerarlo como tal. Después de todo, el tipo en cuestión, era un hombre con una trayectoria importantísima. Él era, por sí solo, la disciplina encarnada, en su escritorio y por sus manos habían pasado a lo largo de los años, los temas de mayor relevancia, por lo que contaba con una trayectoria que lo había convertido en uno de los hombres más citados del mundo académico. Y mientras lo esperaba, una marejada de sentimientos encontrados venían a mi mente, dado que si bien había pasado buena parte de mis años de estudio leyendo su trabajo, en realidad no tenía siquiera idea de cómo era físicamente. Ese era el motivo por el cual había llevado al lugar un cartel con el nombre del hombre en cuestión. De tal suerte que en cuanto me di cuenta que los últimos pasajeros del avión cruzaban el andén, pero ninguno de los mismos se acercaba a donde estaba, por un momento temí que repentinamente la apretada agenda de compromisos que ocupaban su tiempo, le hubieran impedido venir. Sin embargo, justo cuando parecía no haber más nadie lo vi venir, era un tipo de mediana estatura, con la piel aceitunada y el pelo cano, de gruesas cejas y nariz aguileña, tenía un porte aristocrático que dejaba entrever en el acompasado modo como caminaba, siempre seguro de si, como quien pareciera ser absolutamente ajeno al ir y venir de todo cuanto le rodeaba. – Guillermo –dijo a secas, entremetiendo en el decir de su nombre, una especie de ·sh· en el espacio de la ·ll· al tiempo que continuó: ¿Vos sos? – Javier, el centro de investigaciones me ha solicitado que le conduzca a donde usted quiera, es de verdad un gusto que aceptara venir Doctor, le esperábamos con ansiedad.

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GOD.

El avión aterrizó sin contratiempo alguno, al poco tiempo de hacerlo, los pasajeros que en el venían comenzaron a llenar los andenes del aeropuerto. De entre todos los que descendieron, yo esperaba a un hombre de edad avanzada al que todos se referían como ‘lo más de los más’, y la verdad es que las referencias que de él hacían propios y extraños, no eran por menos de considerarlo como tal. Después de todo, el tipo en cuestión, era un hombre con una trayectoria importantísima. Él era, por sí solo, la disciplina encarnada, en su escritorio y por sus manos habían pasado a lo largo de los años, los temas de mayor relevancia, por lo que contaba con una trayectoria que lo había convertido en uno de los hombres más citados del mundo académico.

Y mientras lo esperaba, una marejada de sentimientos encontrados venían a mi mente, dado que si bien había pasado buena parte de mis años de estudio leyendo su trabajo, en realidad no tenía siquiera idea de cómo era físicamente. Ese era el motivo por el cual había llevado al lugar un cartel con el nombre del hombre en cuestión. De tal suerte que en cuanto me di cuenta que los últimos pasajeros del avión cruzaban el andén, pero ninguno de los mismos se acercaba a donde estaba, por un momento temí que repentinamente la apretada agenda de compromisos que ocupaban su tiempo, le hubieran impedido venir. Sin embargo, justo cuando parecía no haber más nadie lo vi venir, era un tipo de mediana estatura, con la piel aceitunada y el pelo cano, de gruesas cejas y nariz aguileña, tenía un porte aristocrático que dejaba entrever en el acompasado modo como caminaba, siempre seguro de si, como quien pareciera ser absolutamente ajeno al ir y venir de todo cuanto le rodeaba.

– Guillermo –dijo a secas, entremetiendo en el decir de su nombre, una especie de ·sh· en el espacio de la ·ll· al tiempo que continuó: ¿Vos sos?– Javier, el centro de investigaciones me ha solicitado que le conduzca a donde usted quiera, es de verdad un gusto que aceptara venir Doctor, le esperábamos con ansiedad.

Sin embargo, pese a la emoción con la que le hablaba, el tipo apenas se inmuto y con un leve arqueo de ceja y mueca en la cara me dijo. –Ah ya. Sabés, tengo un calor de mierda que no me puedo sacar viste, necesito una pileta para refrescarme.– Claro Doctor –conteste– lo que usted diga, si gusta podemos ir algún club deportivo.– Perfecto –dijo con aire de suficiencia.

Por lo que después de subir las maletas al auto, nos dirigimos a un viejo club deportivo en las inmediaciones de la zona conurbada. Yo de alguna manera me había ya hecho a la idea de que estaríamos en el lugar, por largo rato, así que me dispuse a leer una novela que había comprado para la ocasión. Mientras el hombre de las mil y un ideas se disponía a zambullirse en la piscina de la estancia donde estábamos.

Al momento el tipo hizo acto de aparición, con unas viejas bermudas color azul marino y una toalla en el cuello así como unas sandalias a tono. Así, después de descalzarse y dejar junto a la silla donde me había sentado, todo cuanto traía, el hombre se acercó a la piscina y sin más, se aventó al agua. Mientras tanto yo me iba acomodando para ponerme a leer el libro que llevaba. No había pasado ni dos minutos cuando después de recorrer la pileta un par de veces, le oí decir con voz de desgano: –Bueno ¿nos vamos? Ya me he refrescado. – ¡Qué! –le dije al punto de un ataque (había pasado la semana anterior previniendo cualquier eventualidad por rara que pudiera parecer, motivo por el

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cual había estado planeando la ocasión con casi un año de antelación). –Sí, ya. Es algo tarde, ¿viste? –Pero… –intenté replicar. –¡Dale viejo, no tenemos todo el día! Encima estoy re cansado.